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El proyecto Nouel (1906-1930)

Introducción
Consideramos que, por múltiples razones, las cuales trataremos de destacar en este trabajo,
monseñor Nouel ha dejado una huella importante en la historia sociopolítica y cultural
dominicana que precisa una revalorización puntual.
Adolfo Alejandro Nouel y Bobadilla fue un connotado ministro de la iglesia dominicana y
aguzado intelectual que desarrolló su accionar religioso, social y político a favor de nuestro
país, desde finales del siglo XIX y los principios del siglo XX. Nació en Santo Domingo,
el 12 de diciembre de 1862, cuarto de diez hijos del político Carlos Nouel Pierret y
Clemencia Antonia Bobadilla DesnierD´Olbreuse, nació en la calle Plateros (hoy Arzobispo
Meriño).
De manera que, en este trabajo a realizar, trataremos y veremos las luces y las sombra en que
se dieron en el gobierno de Meriño, así como también sus aportes a la Iglesia Dominicana y a
la sociedad Dominicana por parte de Meriño.
Breve bibliografía de Nouel
Adolfo Alejandro Nouel y Bobadilla (1862-1937) es el nombre completo de quien fuera
conocido y quedado en la historia como Monseñor Nouel. Es reconocido por haber sido
arzobispo y haber ocupado el cargo de Presidente de la República Dominicana (1912-1913),
aunque fuera tan solo por unos cinco meses.
Nació en Santo Domingo el 12 de diciembre de 1862, siendo el cuarto de diez hijos.
Monseñor Nouel se destacó en sus estudios, y desde muy joven demostró inclinación por la
vida sacerdotal y religiosa. En 1883, recibió un doctorado en Filosofía y licenciatura en
Teología y Derecho Canónico de la Universidad Gregoriana. En 1885, fue otorgado el
sagrado orden del sacerdocio en la Catedral de Santo Domingo.
Durante los próximos años, fue párroco de San Juan, la Catedral de Santo Domingo, Santa
Bárbara, Santa Cruz de El Seibo, San Juan de la Maguana y La Vega. En 1903, fue declarado
arzobispo de Metymma. El 30 de noviembre de 1912, Monseñor Nouel se convirtió en el
primer presidente provisional de la República Dominicana. Renunció el cargo el 13 de abril
de 1913 debido a que consideraba ya había cumplido su misión de ofrecer un clima estable y
pacifico a la nación.
Falleció en la ciudad de Santo Domingo el 26 de junio de 1937. En honor a Monseñor Nouel
se han nombrado calles, monumentos, así como una de las 31 provincias de Republica
Dominicana.
Educación y labor sacerdotal
Comenzó sus estudios en el Colegio de Santo Domingo, y dado que estaba inclinado al estado
clerical, a los once años recibió la primera tonsura (20 de diciembre de 1873).Luego, estudió
en el seminario dela capital dominicana donde fue discípulo del arzobispo Meriño. Dos años
después, por deseo de su padre, viajó a Roma para estudiar en el Pontificio Colegio Pío
Latino Americano, donde se preparaban los candidatos al episcopado. En Italia sobresalió en
el Pontificio Colegio como uno de los estudiantes más brillantes. En 1883 recibió un
doctorado en Filosofía y en Teología por la Universidad Gregoriana. En 1885, acompañado
por Monseñor Meriño volvió a Santo Domingo y recibió la Orden Sagrada del Sacerdocio en
la Catedral de Santo Domingo, el 19 de diciembre de ese año. En 1888, fue nombrado
sacerdote de la parroquia de San Juan de la Maguana. En 1890, fungió como sacerdote de la
parroquia de la catedral de Santo Domingo y vicerrector del seminario Conciliar de Santo
Tomás de Aquino. En este seminario enseñó filosofía, latín y Teología. Más adelante, fue
sacerdote de la parroquia de El Seibo, San Juan de la Maguana y finalmente de la parroquia
en La Vega.
En esas localidades dejaría una huella significativa, no solo por su labor apostólica también
como ciudadano ejemplar y motivado por el bienestar de su pueblo, a saber:
Iglesias, escuelas, formación de asociaciones comunitarias(con marcada orientación religiosa
y social), diseminó por esos lares sus dotes de orador convincente y elegante, así como otros
aportes que dan cuenta de su preocupación socioeducativa, a la par que religiosa, según
consta en obras como la del padre José Luis Sáez y la del fundador y director de la Academia
Dominicana de Genealogía y Heráldica, el ingeniero Luis José Prieto Nouel, descendiente
directo de monseñor Nouel, entre otras obras consultadas.
A propuesta del arzobispo Fernando A. de Meriño, el 8 de octubre de 1904, Su Santidad el
Papa San Pío X le designó Arzobispo titular y Coadjutor de Santo Domingo con derecho a
sucesión, recibiendo el 16 de octubre del mismo año la consagración episcopal de manos del
Cardenal Rafael Merry del Val. A la muerte de monseñor Meriño, en agosto de 1906, asume
el gobierno de la archidiócesis, responsabilidad que compartiría con la Presidencia
provisional de la República (1912-1913), y el ejercicio del cargo de Delegado Apostólico en
Cuba y Puerto Rico (1913-1915). Una nota curiosa, se dio en la vida de monseñor Nouel, ya
que su padre tras desempeñar importantes cargos públicos, entre ellos Ministro de Justicia e
Instrucción Pública siendo presidente Ignacio María González, enviudó en 1876 y pronto
abrazó la vida religiosa. Carlos Nouel Pierret fue ordenado presbítero en 1884. De manera
que, en cierto período, ambos, padre e hijo coincidieron ejerciendo cargos pastorales en la
misma ciudad, Don Carlos como párroco de la Catedral y el hijo como arzobispo. Introdujo
en el país las órdenes de los Capuchinos Agustinos, Recoletos, así como las monjas
Mercedarias y Franciscanas. También inició el edificio de una iglesia en la ciudad de La
Vega, entre otras que prohijó en los lugares citados anteriormente, pero ésta no solo lo
agradeció, sino que le acogió como “hijo adoptado”. En 1903, lo eligieron diputado en el
fracasado Congreso Constituyente en esa misma provincia de La Vega, donde también
ejerció en dos oportunidades como presidente del Ayuntamiento (1898-1899, 1902-1903).
Tras 25 años de ocupar el arzobispado de Santo Domingo, monseñor Nouel renuncia al cargo,
mediante carta dirigida al Papa Pio XI, e1 19 de marzo de 1931, dimisión que se hizo
realmente efectiva sólo en 1935 con el nombramiento de un nuevo arzobispo, monseñor
Ricardo Pittini Piussi (11 de octubre de 1935 – 10 de diciembre de 1961).
Monseñor Nouel, en su carta dirigida a Pío XI, justificaba su renuncia al arzobispado a causa
del dilatado periodo que llevaba al frente de la iglesia dominicana, el peso de los años y su
delicado estado de salud. “Tan sólo pido humildemente –decía- que tengáis en cuenta mi
reconocido estado de pobreza para que se me conceda una conveniente dotación que asegure
mi congrua sustentación durante el corto tiempo de vida que el Señor quiera concederme
todavía sobre la tierra”. Esta petición es una prueba fehaciente de la frugalidad y honradez
que distinguió a monseñor Nouel, quien en sus años vigorosos ocupó prestantes cargos en el
ámbito apostólico y político de la nación, y podía prevalerse de las más apreciadas
distinciones, pero no se lucró de sus posiciones. En efecto, a lo largo de su dilatada vida,
Adolfo Alejandro Nouel y Bobadilla recibiría numerosas distinciones honoríficas, destacando
las de Conde Romano y Asistente al Solio Pontificio, nombramientos efectuados en 1914 por
el Papa Benedicto XV, que ya hemos citado antes. Estaba, además, en posesión, entre otras,
de las siguientes condecoraciones: Gran Cruz de la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén,
Gran Cruz de la Orden de San Lázaro de Jerusalén, Comendador de la Orden de Juan Pablo
Duarte, Comendador de la Corona de Italia, Oficial de la Legión de Honor, Pastor de la
Arcadia de Roma, y Gran Placa de la Cruz Roja Española. El 16 de enero de 1922, el Cabildo
de Santo Domingo le confirió el título de “Hijo Preclaro de la Ciudad de Santo Domingo de
Guzmán” y dio el nombre de Arzobispo Nouel a la antigua calle Santo Tomás. Por su parte,
el Congreso Nacional, el 29 de abril de 1936, dio el nombre de “Monseñor Nouel” a la villa
de Bonao, y el 3 de agosto de 1982 la misma institución creaba la octava provincia nacional
con el nombre de “Monseñor Nouel”.
 
El ambiente sociohistórico, cultural y psicológico de la sociedad 
Ahora bien, conviene contextualizar el convulso escenario nacional en el cual se desenvolvió
monseñor Nouel, tanto en lo relativo a su labor consagrada de sacerdote como en la de ente
social -consciente de su rol patriótico e histórico- que le impulsó a afrontar con gallardía las
diferentes circunstancias de la época. Éstas se caracterizaron, precisamente, por la ya citada
inestabilidad social, política y económica que atravesaba el país desde finales del XIX y
principios del XX; muchos de esos eventos habían sido sorteados con arrojo y coraje por
Monseñor Meriño, su protector y predecesor al frente del arzobispado, y, luego, del solio
presidencial que ambos ocuparon como signo inequívoco del compromiso o responsabilidad
social que marcó la vida de estos ilustres jerarcas de la iglesia. Pero, la personalidad de Nouel
era más sosegada, conciliadora y academicista, afirma Joaquín Balaguer en su Historia de la
Literatura dominicana donde figura como uno de los connotados oradores del período que
estudiamos, por ende, es preciso responder dos preguntas: ¿Cuáles eran sus angustias
personales, como pastor de la grey católica y como ciudadano dominicano? ¿Cuál era su
concepción de identidad dominicana?
Al parecer, le acompañaron los pesares de quien ve el horizonte empañado por las malas artes
de los iracundos o ególatras que solo buscan su bienestar, en menoscabo del bien común; por
suerte, junto a monseñor Nouel otros prohombres y mujeres de su época también hicieron lo
posible por enfilar nuestra nación por derroteros que permitieran el desarrollo integral de los
dominicanos, es decir, de quienes tenían amor por este terruño como el caso de Salomé
Ureña, gran renovadora de la educación junto Eugenio María de Hostos, el gran antillanita
caribeño radicado en nuestro país por esa época.
Las posturas asumidas por Nouel ante las diversas situaciones que se le presentaron revelan
que las acometió, tomando en cuenta diferentes aspectos, pero, dijo Ortega y Gasset, “el
hombre es él y sus circunstancias”, en ocasiones, la desazón e impotencia ante la malicia o el
tigueraje (diría yo) de muchos, le avasalló como dice Balaguer en la ya citada Historia de la
literatura dominicana.
Era difícil la situación nacional de aquellos años, por un lado, exhibía una estructura social de
hombres y mujeres ocupados en trabajar tierras sin dueños, una masa empobrecida y con
escasa formación educativa, según señalan varios de los autores consignados por Cassá en su
libro Pensadores Decimonónicos; por otro lado, estaba la naciente burguesía dominicana,
conformada por sujetos que exhibían un espíritu acorde con la ideología del naciente
capitalismo salvaje capaz de apoderarse de todo a cualquier costo. En definitiva, se tiene a un
grupo que vive de la tierra para comer, y otro con mentalidad del valor que tiene la propiedad
privada, escenario que explica la inestabilidad meridiana que reinó en el país durante casi
toda la segunda mitad del siglo XIX, infestada por grupos o bandas que provocaban
constantes revueltas y otros que vivían en rudimentario libertinaje, según refieren numerosos
pensadores, músicos y escritores de ese período. Esta inestabilidad y debilidades
institucionales derivaron en situaciones que se propagaron en el país y sirvieron de caldo de
cultivo para que grupos arteros dominicanos facilitaran la intervención norteamericana en la
República Dominicana. Dicha intervención se verificó en dos fases, la primera, un tanto
burocrática 1905-1907, pues los yanquis ocuparon nuestras aduanas, dado que impusieron la
llamada Convención Harding, acuerdo económico con el objetivo del naciente imperio
neocolonialista cobrar los préstamos que le habían otorgado al gobierno de Lilís, debido a
que, a principios del siglo XX la economía dominicana era un fracaso, factor que también
sirvió de argumento para la intromisión extranjera en los asuntos patrios.
A la sazón, Horacio Vásquez ocupaba de modo provisional la presidencia de la República, las
negociaciones con Norteamérica se realizaban a través del ministro de relaciones exteriores
Emiliano Tejera, quien formó parte de la Convención del año 1907, donde el país se
comprometía a no firmar acuerdos con Europa a cambio de la resolución de los problemas
económicos.
Si embargo, los términos de este tratado no fueron suficientes para el águila del norte, pues,
en el año 1916, los Estados Unidos ocuparon militarmente el país, focalizándose en renglones
administrativos y económicos; este accionar provocó cambios sociales y culturales que se
concretizaron en las frecuentes protestas publicadas por parte de  intelectuales y
personalidades criollas, así como el surgimiento de movimientos sociales y patrióticos de
carácter rural  como el milenarista Olivorio Mateo en el Sur del país y los denominados
Gavilleros del Este, cuyas tácticas de guerra de guerrillas mantuvieron en zozobra a las tropas
invasoras durante muchos años.
Esa tensa situación cundió por todo el país, especialmente en la región Este, hasta que en
1922 un grupo gavillero se rinde y firman un pacto de cese a las hostilidades, gracias al
efectivo trabajo de un despiadado soldado de la Guardia Civil llamado Rafael Leónidas
Trujillo, quien se encargó de que muchos de estos revolucionarios fueran apresados,
torturados, condenados o martirizados hasta la muerte; empero, otras figuras emblemáticas de
los gavilleros como Gregorio Urbano Gilbert o Cayo Báez lograron milagrosamente librarse
de la muerte a manos de las tropas invasoras.
A pesar de la notoria debilidad institucional de la República Dominicana, el sentido de
nación, de patria y los valores humanos que se fueron conformando a lo largo de su historia
social, los valores subyacentes de los hombres y mujeres se fueron convirtiendo en práctica
social a favor de la colectividad. Podríamos decir que, con la intervención norteamericana a
la República Dominicana, se vivió una transgresión cultural, política y económica. Resultado
de la práctica imperialista y expansionista en América cuya única intención era mostrar
poderío y someter a los ciudadanos, según afirmara Roberto Cassá en una de las clases del
Doctorado en Humanidades de la UASD, y agregó, “nuestra nación vivió una verdadera
dictadura, pues quien se opusiera o manifestara en contra era perseguido y muchas veces
apresado o torturado hasta morir, como les ocurrió a numerosos pobladores humildes,
mujeres y hombres que cayeron ante sus verdugos”.
Ahora bien, ¿por qué solo se proscribió y menospreció con saña a los gavilleros del Este, a
Olivorio Mateo, en San Juan de la Maguana, si hubo ilustres personalidades que también
protestaron ante la incursión gringa?
Según algunos autores que han estudiado la conformación identitaria dominicana, entre estos
la Dra. Josefina Zaiter, el accionar de grupos como los gavilleros u Olivorio Mateo han sido
considerados y fueron tratados como malhechores, fueron empujados a actuar cuales
bandidos sociales vengadores si hacemos referencia a la tipología que establece el filósofo
inglés Eric Hosbawm en su obra Bandidos. Sin embargo, nuestros gavilleros y olivoristas
eran patriotas auténticamente criollos, pero, muy pobres y considero que es, sino que les
estigmatiza.
Nuestros irredentos fueron perseguidos y acusados injustamente al luchar por recuperar lo
suyo, ya que su manera de defenderse les colocaba en el interregno de la ilegalidad, según las
clases dominantes y esta conducta les incriminaba a los ojos del común social; su forma de
protestar, el arrebato a machetazos  o desafiante desobediencia civil para exigir aquello que le
habían robado, “tomar a la brigandina” los bienes que permitieran su sobrevivencia y la de
sus familiares, así como reconocerse parte de un conglomerado social importante dentro del
proceso de conformación de la identidad nacional, reconocimiento identitario que se
expresaría diferente por parte de diversos actores ilustres de la burguesía criolla-en este
proceso histórico-, quienes divulgaron publicaciones de rechazo aquí y en el extranjero.
Las comunidades depauperadas, la mayoría de la población de aquel período, tuvieron difícil
la lucha por su “ethos”, pues la misma doctora Záiter nos recuerda que la nación dominicana
tuvo que agotar una serie de situaciones que fueron determinantes tanto en los aspectos
subjetivos como objetivos: 1. Las tensiones en torno a las relaciones dominico-haitianas
(nuestra independencia). 2. La estrecha relación con las disposiciones hacia el pueblo haitiano
(evidente durante la Restauración, pues el vecino país sirvió de base operaciones). 3. La
situación de dependencia hacia los Estados Unidos de Norteamérica, cuya vigencia revela
que aún no se ha superado la secuela neocolonial. Ausencia de una integración amplia entre
los sectores mayoritarios y populares que enfatice lo nacional. 5. El problema de no
consolidación y fragilidad de las instituciones sociales, la existencia de conflictos en lo
político y en el ejercicio del poder. 6. Y, la situación de crisis económica por la que atraviesa
la sociedad dominicana (Zaiter, p. 91-92).
Estas precisiones eran más crudas en esa época, pues, los primeros años del siglo XX fueron
muy agitados en República Dominicana, desangrándose la ciudadanía entre los seguidores de
los caudillos jimenistas y horacistas. En medio de continuos desórdenes y revueltas,
recordemos que el gobierno de los Estados Unidos, que había logrado en 1907 el derecho de
intervenir las aduanas para garantizar el pago de la deuda externa, presionó hasta obtener el
26 de noviembre de 1912 la renuncia del presidente Alfredo Victoria.
Ya el 1 de diciembre de 1912, el Congreso Nacional eligió a Monseñor Adolfo Alejandro
Nouel y Bobadilla como Presidente Provisional con el mandato de organizar unas elecciones
libres antes de un año. Algunas fuentes históricas señalan que, pese a sus eminentes dotes
negociadoras y que se logró convocar a elecciones, Monseñor Nouel, observando el desorden
que reinaba, presenta su renuncia el 13 de abril de 1913, tras cuatro meses y trece días de
efímera presidencia. Aunque hay discrepancia entre algunas fuentes que indican que su
renuncia estaba fundamentada en el hecho de haber cumplido su cometido: establecer cierto
orden y convocar a elecciones, otras fuentes, empero, destacan que monseñor se sentía
cansado y dolido por la falta de apoyo o quizás porque se le estaba exigiendo ir en contra de
sus principios, tal como declaraba en su carta de dimisión que abordaremos, de nuevo, más
adelante.
El país quedaría durante 15 días sin que se ocupase la más alta magistratura de la nación,
debido a las fuertes divisiones políticas. Finalmente, fue elegido un independiente, el senador
José Bordas Valdez, quien tampoco fue capaz de controlar la situación de crisis que se vivía
se sucedieron otros cuatro efímeros gobiernos.
El 3 de julio de 1916, escasas semanas antes de la ocupación, Monseñor Nouel había hecho
pública una declaración oficial en la que justificaba su negativa a aceptar la propuesta
efectuada desde el Congreso y el Senado para que asumiera, de nuevo, la presidencia del país.
Lamentablemente, la situación de caos que imperaba en el país propició la ocupación militar
norteamericana, el 24 de julio del 1916, que habría de durar hasta 1924.  Invasión yanqui que
encontró a monseñor Nouel en viajes de salud por Europa, pero regresó en cuanto pudo y
remitió una carta a los dirigentes invasores para protestar ante tan oprobiosa medida. Durante
las intromisiones de Norteamérica, 1905/7 y 1916-24, la República Dominicana se ha visto
involucrada en distintos escenarios históricos que la fueron empujando hacia la idea de
conformación de un ideal nacionalista.
El diccionario etimológico define transculturación como expresión formada con raíces latinas
y que significa «que pasa de una cultura a otra».
Sus componentes léxicos son: el prefijo trans- (de un lado a otro), colere (cultivar), -ura
(sufijo que indica resultado), más el sufijo -al (relativo a). De manera que, a la luz de las
intervenciones norteamericanas este concepto no se asumió cabalmente en nuestro país, la
imposición extranjera quedó marcada en lo económico y político. Es decir, no hubo un
abandono de los valores culturales, quizás porque el objetivo fundamental de los yanquis se
concentró en los aspectos señalados, evitando que la República Dominicana incurriera en
nuevas deudas (con Europa, por ejemplo) y no pudiera saldar la que tenía con EEUU. Por lo
tanto, las intervenciones norteamericanas al país, más que diseccionar la cultura dominicana,
la consolida, tal como se puede leer en la variada y numerosa divulgación de obras literarias y
la prensa nacional de la época donde publicaron las plumas más ilustres de ese período donde
predominó lo nacional.
Como ya hemos visto antes, con los movimientos sociales- ejemplo, los gavilleros-
constituyen una muestra del nacionalismo imperante en la mayoría de la población
dominicana. Reclamos potenciados al máximo por renombrados intelectuales y
personalidades dominicanas, quienes se manifestaron en defensa de la soberanía, a saber: el
arzobispo monseñor Adolfo Nouel, Francisco Henríquez y Carvajal, Pedro Henríquez Ureña,
Federico García Godoy, Juan Vicente Flores, Federico Velásquez, Emiliano Tejera, José
Ramón López, Rafael Justino Castillo, Luis C. del Castillo y Américo Lugo, quien junto a
otros se asocia en la cultural Unión Nacional Dominicana, éste también funda el Partido
Nacionalista, en 1924.También se manifiestan las sufragistas, con Abigaíl Mejía. Es decir,
nuestra idiosincrasia se iba acrisolando y muchos sectores se unen frente al invasor, ya que
tanto los intelectuales como los campesinos veían en ese gringo invasor la otredad que
subsumía su propia identidad, pues tal como señala el mexicano Gilberto Giménez, (2005) en
su artículo “La cultura como identidad y la identidad como cultura”:“(…) En efecto, si
miramos con un poco de detenimiento a nuestro alrededor, nos damos cuenta de que estamos
sumergidos en un mar de significados, imágenes y símbolos…”.
El sentimiento de identidad nacional es evidente en el testimonio del ilustre intelectual Juan
Vicente Flores, autor de “Escritos desde aquí y desde allá” y de “Lilí: El sanguinario
machetero dominicano” recogido en el libro de Roberto Cassá Pensadores Decimonónicos:
“Tan pronto como recibió noticias del desembarco de la Infantería de Marina a mediados de
mayo de 1916 redactó a la carrera un manifiesto de protesta, uno de sus últimos documentos
conocidos. Lo tituló “Protesta”, fechado el 30 de mayo de 1916, y lo hizo circular en hoja
suelta, como todavía se estilaba”. (p. 395)
Ahora bien, lo que sucedió desde 1916 hasta 1924, en la República Dominicana fueron
diferentes eventos de autoafirmación identitaria, pues hubo una muestra constante de fuerza y
de valentía de parte de los dominicanos para mantener su cultura, sentir palpable también en
la prensa, cartas y discursos de la época.
Cabe resaltar aquí, además de partidos políticos y asociaciones culturales, dos grupos
literarios que significaron la ruptura de la literatura criolla tradicional hacia lo moderno, hacia
lo auténticamente nacional: el Vedrinismo de Vigil Díaz y el Postumismo de Domingo
Moreno Jimenes, respectivamente. Los planteamientos estéticos de estas tendencias literarias
insuflaron no solo savia nueva a las letras nacionales, sino también auscultar en las
potencialidades internas que posibilitaba la realidad dominicana de esa época a través de la
literatura y el libre pensamiento. Si bien estos impulsores no tenían pretensiones políticas
ante los acontecimientos de la época, si se opusieron con su praxis a las relaciones de fuerza
del imperio, aprehendieron que en la vida se requiere de un orden y apego a las leyes para
vivir en sociedad. Tal como lo plantea Pedro Henríquez Ureña en su obra Seis ensayos en
busca de nuestra expresión: “Había sido costumbre, al juzgar a los Estados Unidos, censurar
aspectos parciales de su existencia nacional, esperando que el tiempo los corrigiera. Ahora
cambia la actitud: se discute el conjunto de aquella civilización, su significado y su valor. El
mercantilismo, la absorbente preocupación de la riqueza, se encuentra en sociedades del ayer
o del presente: el problema está en por qué la vida en los Estados Unidos descontenta, más
que ninguna, a hombres y mujeres de espíritu, a pesar de las maravillas de su industria, a
pesar de la hostilidad común y la bondad fácil…”
Aunque el carácter insular de la República Dominicana hace que, en la actualidad, sus
ciudadanos valoren los fenómenos exógenos, la invasión yanqui del 1916 impulsó a que la
población acunara y protegiera su acervo cultural cual caparazón protector ante cualquier
amenaza extranjera. La mayoría de los dominicanos, pues, trataron de consolidar y afianzar
su raigambre cultural, especialmente, el rasgo más difícil de conculcar: su identidad nacional.
Por supuesto, hubo quienes se dejarían seducir por elementos exógenos y se convertirían en
cómplices de las tropas invasoras, pero, serían los menos, aunque letales como el caso de
Rafael Leónidas Trujillo, en tanto miembro de la ya citada Guardia Nacional.
Es necesario aquí, esbozarla psicología social imperante en la época de la intervención.
Sujetos despojados de sus derechos(la mayoría de la población), una relación social
multicultural donde la mayoría era sometida por una élite dominante, se convierte en caldo de
cultivo para actos de bandolerismo con acciones al margen de las leyes, una isla de todos y de
nadie legitima tropelías; la relación con una fuerza exterior que llega para imponer cierto
orden político y económico, induce a instalar en el imaginario del dominicano común cierta
indefensión social (la misma impotencia que quizás padeció Nouel, en ocasiones). Este
escenario, precedido de las múltiples revueltas e inestabilidad integral que padecieron los
dominicanos a finales del S.XIX y principios del S.XX, propició que surgieran reacciones de
sobrevivencia que serían catalogadas por el invasor y una parte de la burguesía criolla como
“bandidaje o tigueraje” como el caso de los Gavilleros que ya citamos, vilmente despojados
de sus bienes y criminalizados por reclamarlas con los únicos medios que poseían, su fuerza
bruta.
En consecuencia, consideramos que esa invasión yanqui al país, significó una disputa entre la
exoculturación y transculturación, que no afectó los valores identitarios de la colectividad de
la población, ya que la mayoría de los ciudadanos desarrollaron una serie de estrategias de
sobrevivencia que, quizás, todavía perviven en muchos sectores, por ejemplo: el “estar chivo”
o desconfiar del extraño o del generoso en demasía; responder con evasivas, evitando
comprometerse; valorar la limpieza, el hogar y el honor familiar; así como atesorar sus
creencias religiosas, costumbres e idioma. La identidad dominicana se consolidaron relación
a la otredad representada por el invasor yanqui, hay una autoafirmación de lo hispánico y
caribeño.
En tal virtud, para esa época hubo un pulseo educativo/cultural entre los seguidores
hostosianos (tildados de anticlericales y pro yanqui, falacia que el académico Rafael Justino
Castillo desmontó en enjundiosos y liberales artículos periodísticos) y quienes propugnaban
por una educación apegada a la tradición con raíces hispánicas y clericales, es decir, esta
última significaba la defensa de la idiosincrasia dominicana, por oposición a la cultura
invasora.
Aproximadamente, desde el año 1902 la lucha por el poder en la República Dominicana se
orquestó entre los partidarios de Horacio Vázquez y Juan Isidro Jiménez, en este período se
sucedieron gobiernos de tendencia liberal que no consiguieron dotar de estabilidad política al
país. Tras el asesinato del presidente Cáceres, en 1911, los «jimenistas» colocaron en la
presidencia a Eladio Victoria y un año más tarde el arzobispo Nouel fue designado para
sustituirle en el Palacio Nacional.
Recordemos que, entre el 30 de noviembre y 1 de diciembre de 1912, monseñor Nouel se
convirtió en el primer presidente provisional de la República Dominicana y el trigésimo
quinto presidente dominicano. Tenía la misión de organizar elecciones libres en un año. Sin
embargo, algunas fuentes históricas -ya mencionadas- dan cuenta que se sintió deprimido y
frustrado porque observó que seguía la crisis interna en el país, pese a sus esfuerzos, situación
que aprovecharon los Estados Unidos para intervenir en los asuntos internos de la República
Dominicana.
No obstante, se mantuvo al frente junto a su gabinete, integrado: Ministro de Interior y
Policía, Lic. Andrés J. Montolío y Lic. José M. Nouel; Ministro de Justicia e Instrucción
Pública, Lic. Manuel de Jesús Viñas y Lic. Andrés J. Montolío; Ministro de Relaciones
Exteriores, Dr. Arturo Grullón, Lic. Francisco Leonte Vásquez y Lic. Elías Brache hijo;
Ministro de Hacienda y Comercio, Eduardo Ricart, Arturo Grullón (interino) y Eduardo
Soler; Ministro de Guerra y Marina, Lic. Elías Brache Hijo, Arturo Grullón (interino), Jaime
Mota y José M. Nouel (interino); Ministro de Fomento y Comunicaciones, José Manuel
Jimenes y General Casimiro N. de Moya: y Ministro de Agricultura e Inmigración, Samuel de
Moya, Emilio Tejera Bonetti y Enrique Montes de Oca.
Dejó el cargo el 13 de abril de 1913, al considerar que había cumplido su misión de ofrecer,
un clima que permitiera la viabilización de algunas actividades democráticas como las
elecciones. “Comprendo que por la Patria debemos sacrificar todos nuestros intereses, pero ni
ella ni nadie tiene derecho a exigirnos el sacrificio de nuestra dignidad y de nuestra
conciencia. Mientras procedéis a la elección del ciudadano que debe reemplazarme, pido a la
divina providencia que os dé acierto en vuestra elección, y os suplico aceptar sentimientos de
mi respeto»
El mandato del prelado terminó, por expreso acuerdo de monseñor y las demás fuerzas
político/sociales, luego, se eligió a José Bordas como presidente.
Su rectitud y patriotismo le conminó a rechazar ofertas de los yanquis para paliar la crisis
económica dominicana que, en su calidad de presidente tuvo que enfrentar, incluso,
empleados públicos no devengaron sus sueldos durante meses. También recibió numerosas
presiones de diferentes sectores de la sociedad dominicana, por ejemplo, los jimenistas y
horacistas ejercían presión contra el presidente Nouel con el propósito de que le cediera
posiciones de importancia en la administración pública. Los jimenistas liderados por
Desiderio Arias controlaban la Línea Noroeste, así como las provincias de La Vega y
Santiago.
Monseñor Adolfo A. Nouel y Bobadilla fue un fiel exponente del intelectual y ciudadano de
su época, típico personaje renacentista al decir de Joaquín Balaguer, pues asumió múltiples
responsabilidades, además de las  religiosas, trató de encarar y revertir las adversidades
imperantes en la sociedad dominicana de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, ya
que cumplió diversos roles sociales: arzobispo, orador destacado, ciudadano y miembro de
familia ejemplar, virtudes en la que destaca poner el bienestar de la patria por encima de sus
intereses particulares, pues, recordemos que a contrapelo de su carácter conciliador y
academicista, asumió la presidencia de la República Dominicana para estabilizar el caos
político/social imperantes, garantizando con su desprendida labor la convocatoria a
elecciones.
Años después, continuó ejerciendo su rol patriótico a raíz de la invasión norteamericana, de
1916, la cual repudió enérgicamente en una carta que remitió a los jefes de las huestes
yanquis. Dicha invasión significó más inestabilidad y agitación social en el país, por lo que
monseñor se concentró en su labor apostólica sin descuidar sus aportes a favor del desarrollo
cultural de su querida patria, según consigna el padre Sáez, Nouel enviaba al jefe de gobierno
de turno numerosas cartas solicitando lo que por derecho pertenecía a la iglesia o a los
feligreses. Esto, en medio de una sociedad que se debatía entre el apego a los valores
tradicionales y los aires de la modernidad: un grupo tenía perfume francés-ejemplo, el
Vedrinismo- y el otro, olor a jazmín y azahares de raigambre castiza, opuestos al
imperialismo yanqui, el segundo, empero, era conservador. Nouel era una patriota consciente
de su rol ciudadano, al tiempo que era un claro defensor del legado hispánico que consideraba
medular en nuestra conformación identitaria nacional. Ese espíritu hispanista le impulsaba a
enjuiciar como un desatino la imposición yanqui en nuestro país, de ahí que trabaja en pos de
revertir o atajar atisbos de influencia yanqui a nivel cultural y lingüístico, se empeña en el
mantenimiento de los valores religiosos predicados por la iglesia católica. Según consigna el
Dr. D. Francisco Manuel de las Heras y Borrero en un artículo, publicado en el sitio “Doce
linajes de Soria”, afirma que: “Durante su etapa presidencial, Monseñor Nouel se destacó por
su aprecio a España. Afecto que manifestó, por ejemplo, al ofrecer un simbólico regalo,
cargado de honda significación histórica, el cual fue entregado cuando ya había concluido su
breve mandato presidencial”.
“Alojado en el exclusivo Hotel Palace de Madrid, el Enviado Especial y Ministro
Plenipotenciario del Gobierno Dominicano, Julio M. Cestero, informaba, el 15 de mayo de
1915, al Secretario de Estado de Relaciones Exteriores, que había presentado por intermedio
de la mayordomía de Palacio a S.M. el Rey Don Alfonso XIII la caja de caoba, hecha con
madera de la puerta mayor de la Iglesia de San Nicolás, y los azulejos y clavos de la misma
procedencia, en cumplimiento de lo dispuesto por S.S. Ilma. Monseñor Adolfo A. Nouel,
Arzobispo de la Primada, cuando ejerció interinamente la Presidencia”
El regalo de Monseñor Nouel era una “expresión de los vínculos históricos y de los
sentimientos que unen a la antigua Española con la Nación Progenitora”, según consta en el
oficio que acompañaba al obsequio. El Rey Alfonso XIII, enseguida, hizo saber a monseñor
Nouel y al Gobierno Dominicano “cuanto aprecia su delicado y artístico regalo, expresión
patente de los vínculos históricos y de los afectuosos lazos de sincero sentimiento que unen a
las dos naciones” (comunicación de Cestero de 15 de mayo de 1915 al Secretario de Estado
de Relaciones Exteriores)”
Esa sería solo una muestra tangible del acuciante hispanismo que animaba a monseñor Nouel,
patente también en otra iniciativa suya que se concretizó el 12 de octubre de 1927, cuando,
junto a doce connotados intelectuales dominicanos funda en nuestro país una filial de la Real
Academia Española (RAE).
A partir de esa fecha, comenzó a funcionar la Academia Dominicana de la Lengua, entidad
encargada de estudiar y fomentar el conocimiento, dominio, cultivo y difusión de nuestro
acervo cultural más preciado: el idioma español, así como de las obras producidas bajo su
impronta lingüística. Fue el Dr. Nouel y Bobadilla, su primer presidente, ocupó el Sillón A
durante 10 años. Además, fue fundador y Miembro de Número de la Academia Dominicana
de la Historia (Sillón B), desde el 16 de agosto de 1931. Era Miembro Correspondiente de la
Real Academia Española, desde 1932.
Otros miembros fundadores de la Academia Dominicana de la Lengua fueron, a saber:
Alejandro Wos y Gil, quien fungió como vicepresidente de la primera junta directiva;
Federico Llaverías, secretario; Cayetano Armando Rodríguez, Manuel A. Patín Maceo, quien
escribiría uno de los primeros diccionarios del español dominicano; Rafael Justino Castillo,
gran defensor de monseñor Nouel y de la patria; Manuel de Jesús Troncoso de la Concha,
Andrés Julio Montolío, Félix María Nolasco, Alcides García Lluberes, Bienvenido García
Gautier y Arístides García Mella.
La profusa labor apostólica, cultural y de mediador que monseñor Nouel desarrolló en la
República consta en algunas publicaciones, según registra el portal de la Academia
Dominicana de la Historia, cito: Colección de Trabajos, Conferencias y Discursos Literarios,
Políticos y Exegéticos (1910); Exhortación Pastoral del Excmo. Iltmo. y Rvdo. Señor
Arzobispo de Santo Domingo, Primado de América (1916); Manual para Uso de los Párrocos
y de los Clérigos en la Arquidiócesis de Santo Domingo (1919); Carta Pastoral
(1920); Coronación de Nuestra Señora de la Altagracia: Historia de su Aparición y de su
Culto Importantes Documentos Relativos al Estado Actual de Santo Domingo, 1920
(1920); Ordo Divini Officii Recitandi Missaeque Celebrandae ad Usum Archidiocesis S.
Dominici (1925).
Según Balaguer: de la prosa del ilustre prelado fluye una gracia que nos atrae y que suple con
ventaja la ausencia de que se advierte en ella de ritmo majestuoso y cantante; la que resulta
de la armoniosa distribución de las cláusulas, de cierta unidad de acento que la caracteriza, de
la suavidad con que sus párrafos rozan el oído sus oraciones más famosas y más justamente
celebradas fueron: la que pronunció con motivo de la apoteosis del general Ramón Mella; la
que dedicó a hacer la apología, el 20 de agosto de 1906, de su maestro monseñor de Meriño,
y la que leyó en honor de Duvergé, con motivo del traslado de sus restos a la Capilla de los
Inmortales en la Catedral Primada”
Tal como señalé antes, en la sociedad dominicana de aquella época, existía una pugna entre
los afectos a las influencias extranjera (afrancesados y/o pro yanqui) y quienes propugnaban
por salvaguardar los valores patrios (de clara raigambre hispánica, por supuesto).
A nuestro entender, todavía en nuestra sociedad dominicana predomina la corriente
hispanista, y monseñor Adolfo A. Nouel es uno de sus más señeros representantes, quizás sea
quien haya dejado una impronta emblemática, indeleble y vigente como guardián del tesoro
cultural más preciado y distintivo de nuestra identidad, la lengua española. El respaldo más
fehaciente a esa concepción hispánica de nuestra idiosincrasia se concretiza y es patente, en
la fundación de una academia correspondiente de la Real Academia Española en nuestro país,
signo inequívoco de que la “Lengua es la Patria”, tal como reza el lema de la Academia
Dominicana de la Lengua, fundada como hemos dicho, el 12 de octubre de 1927, en la ciudad
de Santo Domingo, gracias a la iniciativa del ilustre prelado dominicano.

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