Está en la página 1de 337

1

2
Moderación
mona

Traducción
kath vanillasoft
guadalupe_hyuga mimi
lola' grisy taty
moreline mona

Corrección y Revisión
Final
mona

Diseño
moreline 3
SINOPSIS 5 15 118 30 247

1 6 16 132 31 259

2 17 17 134 32 266

3 31 18 147 33 267

4 40 19 156 34 277

5 46 20 168 35 287

6 51 21 170 36 290

7 62 22 184 37 295

8 74 23 185 EPÍLOGO 306

9 77 24 198 EL PRIMER
ENCUENTRO 318
10 88 25 207
BAILE DE
11 92 26 216 GRADUACIÓN327

12 105 27 217 ACERCA DE LA


AUTORA 336
13 108 28 229
4
14 116 29 242
Cleopatra Paige odia una cosa en este mundo
—sólo una— y su nombre es Zachariah Prince.
En la escuela primaria, tiró de sus coletas. En la escuela media, difundió falsos
rumores sobre ella. Y en la escuela secundaria, arruinó su baile de graduación.
Ella odia que sus sonrisas sean injustamente sexys. Y ella definitivamente
detesta que sus ojos oscuros parezcan seguirla a todas partes. A veces, incluso en sus
sueños.
No importa que sea rico y popular o que viva en una maldita mansión llena de
mayordomos y criadas. Es grosero y arrogante, y ella quiere estar lo más lejos posible
de él.
Pero desafortunadamente para Cleo, vive en la misma maldita mansión que
Zach.
Sólo que él es el príncipe y ella es la humilde
criada que le sirve.

5
H
ay una línea en la ciudad en la que vivo.
Es invisible, esta línea. También es fina como el papel y
afilada como una navaja.
Pero está ahí.
Durante unos diecinueve años, he vivido de un lado. En el lado sur. Es el lado
de la gente trabajadora y honesta, pero no tenemos mucho dinero. Tenemos edificios
ruinosos y patios delanteros en mal estado y casas que crujen y se sacuden con un
viento fuerte.
El lado norte es el de los ricos y poderosos. Es el lado con casas grandes,
césped cortado y autos caros.
Es el lado que odio absolutamente por una variedad de razones. Pero no voy
a entrar en eso ahora mismo.
Tengo una misión, una misión muy importante.
Durante los últimos seis meses, he estado viviendo en la esquina superior del
lado norte. No por elección, claro está. Sino por las circunstancias.
He estado llamando a una finca llamada Las Pléyades mi hogar.
Lleva el nombre de la constelación de siete estrellas en el cielo. Probablemente
porque la mansión palaciega que se encuentra en esta finca tiene siete torres.
Y esta noche, mi misión es entrar en ella. En la mansión, quiero decir.
Bueno, para ser honesta, si conoces el código de la entrada de servicio,
¿realmente es un allanamiento de morada?
No lo creo.
Es más como marcar el código y entrar. Algo que hago todos los días.
La única diferencia es que todos los días lo hago a plena luz del día. Pero en
este momento, lo estoy haciendo al amparo de la oscuridad con mi modo sigiloso
activado.
Estoy usando mi pantalón corto negro, combinado con una sudadera con 6
capucha negra que cubre mi cabello azul brillante y silenciosas botas de cuero.
Soy como la noche: oscura y silenciosa. Ah, y caliente. En cuanto a la
temperatura.
Otra cosa que hay que saber sobre nuestra ciudad es que siempre hace calor.
Siempre es bochornoso y húmedo. El verano es nuestro clima perpetuo, incluso en
invierno. Extrañamente, Las Pléyades es el lugar más caliente de todos.
Estoy sudando con todas las cosas negras que tengo puestas. Pero también
podría ser el nerviosismo. No todas las noches tecleo el código y entro así.
Pero en tiempos desesperados, medidas desesperadas.
Sin mencionar que no puedo deshacerme de la sensación de que me están
observando.
Deteniéndome en la entrada de servicio con mi mano en el teclado, miro a mi
alrededor probablemente por décima vez desde que me dirigí a mi misión. Pero no
hay nadie ahí. La noche es oscura y los exuberantes jardines son tranquilos y
solitarios.
Quizás la paranoia viene con hacer cosas un poco turbias.
Suspirando y dándome la vuelta, presiono las teclas e ingreso el código.
Cuando la puerta automática se abre con un clic, entro en el pequeño vestíbulo que
tiene las escaleras que bajan al sótano. Al ala de la servidumbre.
Lentamente, bajo, evitando las escaleras que crujen para no despertar al
personal nocturno que probablemente esté durmiendo en las salas de guardia.
Llego al rellano que da paso a un amplio pasillo, que está iluminado por
diminutas lamparillas. Las habitaciones lo flanquean a ambos lados. Las salas de
guardia para el personal que duerme, la sala de personal donde tenemos reuniones
y descansos, la oficina del jefe de limpieza.
Camino despacio y sin hacer ruido hasta llegar al otro lado del pasillo. Hay
otra escalera que nos lleva al primer piso. Una vez más, evito los escalones que crujen
mientras subo.
Mi destino es la torre tres, ubicada completamente en el este.
Me lleva unos siete minutos recorrer todas las habitaciones y pasillos del
primer piso: el salón de baile, el salón de las rosas, el salón amarillo, el comedor
privado y todo eso.
Luego llego a las enormes escaleras que me llevarán a la torre tres, donde está
el ala de invitados. Mientras subo una vez más, meto las manos en los bolsillos para
ver si todavía tengo mi arma.
Sí, está ahí.
Siento los bordes de la bolsa y sonrío en la oscuridad.
Ahora que estoy tan cerca de mi destino, no puedo esperar. Yo, literalmente,
no puedo esperar. 7
Mis pies son más rápidos y mi respiración está saliendo en jadeos. Estoy
nadando en adrenalina. Me siento viva. Como si tuviera más de una vida en mí. Más
de un corazón y dos juegos de pulmones.
Cálmate, Cleo.
No puedo equivocarme ahora y que alguien me atrape. No cuando estoy tan
cerca de mi objetivo.
Finalmente, finalmente, después de tanto viajar, caminar y subir, llego. La
habitación de invitados exacta que estaba buscando.
—Bueno. —Respiro profundamente y miro de un lado a otro—. Estás tan
muerto, hijo de puta.
Saco de mi bolsillo las llaves que me llevarán a la habitación.
La diminuta llave plateada.
Bien, entonces sí, esto podría ser un poco ilegal. Como, tal vez un diez por
ciento en contra.
Las llaves en mi bolsillo no me pertenecen. Las tomé de la oficina de la señora
Stewart, el jefe de limpieza, justo después de que terminó mi turno.
Pero bueno, planeo devolverlas mañana, así que esto es más como un
préstamo. Tendré que hacerlo, de hecho; ella es rara con las llaves. Pero eso no viene
al caso.
El caso es que no soy una ladrona; soy una prestataria.
Mordiéndome el labio, inserto la llave en la cerradura y gira fácilmente. El clic
que se escucha cuando abro la puerta es fuerte. O tal vez me suena así y trago,
congelándome en mi lugar.
Dios, por favor. Estoy tan cerca.
Necesito hacer esto. Esto tiene que suceder. Esta es mi única oportunidad.
Mirando arriba y abajo del pasillo oscuro una vez más, cuento los segundos,
pero nada se mueve. La mansión todavía está dormida y en silencio, al igual que la
noche afuera. Tampoco hay indicios de movimientos desde el interior. Lo que
significa que él también está dormido. Totalmente ajeno a lo que le va a pasar.
Abriendo la puerta solo lo suficiente para que pueda pasar, me arrastro
dentro. La habitación es fresca, cortesía del aire acondicionado. La lámpara de noche
está encendida y arroja luz al cuerpo dormido en la cama.
El señor Grayson.
Un invitado de cincuenta años que voló para ver los famosos huertos de
manzanas de Las Pléyades y realizó el gran recorrido por las torres seis y siete. Son
más como un museo y están abiertos al público.
Sí, Las Pléyades son algo muy importante para nuestra ciudad.
La mitad se conserva y privilegiados de todo el mundo vienen a ver su
hermosa arquitectura. Añade uno o dos campos de golf de fama mundial y estarán
felices como un melocotón. Escuché que el recorrido solo cuesta más de lo que gano
8
en un año trabajando en el personal de limpieza.
La otra mitad de esta mansión es donde viven los Prince, la familia más
antigua de este pueblo. De hecho, son los fundadores de esta ciudad con la línea.
Construyeron Las Pléyades hace mucho tiempo y han vivido aquí durante
siglos.
Un chico vivió una vez aquí también.
Un chico con cabello negro azabache y ojos negros azabache. Uno que no he
visto en tres años, desde que se fue abruptamente.
Un chico en el que no me gusta pensar.
De todos modos, suficiente lección de historia. Es la hora del espectáculo.
He estado en esta habitación cien veces antes, así que sé dónde está todo. A
saber, el armario que guarda mi premio.
Suavemente, me acerco de puntillas, sin apartar la vista del hombre dormido.
Aún no se ha movido. Probablemente borracho hasta su culo.
Abro la puerta del armario y ahí está: su traje recién planchado para mañana.
Ojalá pudiera agitar el puño en el en este momento, pero eso podría ser
demasiado arriesgado. Así que saco mi arma, el polvo que pica, y abro las solapas de
su chaqueta. Echando un vistazo al señor Grayson por última vez, esparzo el polvo
por toda la tela, especialmente en su pantalón.
Él no va a saber qué le pasó.
Mordiéndome el labio una vez más, trato de mantener mi risa alegre en
secreto. No estoy fuera de peligro todavía. Necesito regresar a mi casa sin ser
detectada o la señora Stewart se despertará con la mejor noticia de la historia:
Cleopatra Paige finalmente fue atrapada rompiendo una regla y es hora de
despedirla.
Ella no es una gran admiradora de mí o de mi cabello azul o de mi lápiz labial
azul o de mis botas de cuero. Básicamente, ella odia mis entrañas y no dudará en
despedirme si me desvío de la línea, aunque sea un dedo. Y ahora mismo, estoy tan
lejos de la línea que ni siquiera puedo verla.
Con mi misión completada, salgo de la habitación del señor Grayson y cierro
la puerta en silencio. Luego, vuelvo sobre mis pasos, bajo, camino, viajo todo el
camino de regreso al ala de la servidumbre.
Con un poco de suerte, estaré de regreso en mi cabaña antes de que el reloj
marque la medianoche y cuando venga a trabajar mañana, el señor Grayson se verá
reducido a un mono que se rasca las pelotas.
Eres increíble, Cleo. Eres jodidamente increíble.
Sonrío.
Justo cuando estoy a punto de subir las escaleras que me llevarán a la entrada
de servicio, escucho un crujido detrás de mí y mi nombre es susurrado. 9
—¡Cleo!
Jadeo y mis dedos tocan la barandilla de madera.
—Cleo.
Aprieto los ojos cerrados e inclino la cabeza. Suspirando, me enfrento a la
persona que llama. Es Maggie, la cocinera principal.
Tiene los brazos sueltos y los labios fruncidos mientras me mira con ojos
acusadores.
—¿Qué hiciste?
—Nada.
Ella me mira de arriba abajo, probablemente notando mi modo sigiloso y de
alguna manera, su mirada cae en los bolsillos de mi sudadera.
—¿Qué tienes ahí?
Les doy unas palmaditas y me doy cuenta de que hay un bulto donde metí el
polvo y la llave.
—Nada —repito.
Incluso yo no me lo creo, y soy una excelente mentirosa.
—Dámelo.
Es hora de mejorar mi juego.
—Maggie, no hay nada en mis bolsillos, ¿de acuerdo? Entré porque pensé que
había dejado mi teléfono en la sala de descanso. Pero no lo hice. Así que sí. Nada en
mis bolsillos. No a la altura de ninguna travesura ni nada.
Extiendo mis palmas en fingida rendición mientras termino mi discurso
indiferente.
Maggie me mira por un momento. Su mirada me está poniendo nerviosa, o
más nerviosa de lo que ya estaba.
—Te vi crecer, sabes. Sé cuándo estás mintiendo, Cleopatra Paige.
—No estoy…
—Ven. Vamos a la cocina.
Con eso, gira a su derecha y camina hacia el pasillo que se interrumpe justo
antes de las escaleras donde estoy parada.
Maldición.
No es exactamente lo que tenía en mente cuando irrumpí en la mansión esta
noche. Me quito la capucha para que mi cabello largo y ondulado pueda respirar y la
sigo.
La cocina de Las Pléyades probablemente se adapte a la cabaña en la que vivo
tres veces. Es una gran sala circular con luces industriales y encimeras de acero. Es
más o menos como la cocina de un restaurante muy elegante, con un congelador y
parrillas de alta gama y todo eso.
10
Maggie me hace un gesto para que tome asiento en un rincón con una pequeña
mesa de comedor junto a la ventana, con vistas a la noche.
Está en bata, lo que significa que estaba de guardia esta noche, y sé que tiene
el sueño ligero. Solo mi suerte.
La miro mientras corre de un lado a otro, recogiendo platos y tenedores, y
sacando el pastel de arándanos de la pequeña nevera a un lado.
Maggie es súper linda. Pequeña y regordeta con una mata de cabello rubio
miel rizado, salpicado de gris.
Ella nos corta un trozo a cada una y coloca uno de los platos frente a mí antes
de tomar asiento.
—Come —me dice, su rostro maternal severo.
Le lanzo una pequeña sonrisa. Ella sabe cuánto amo la tarta de arándanos, en
realidad, amo todas las cosas dulces, y siempre se asegura de guardar algunas piezas
para mí.
Deslizando el plato cerca de mí, como.
—Gracias.
Gruñe y mi sonrisa se agranda.
Maggie me señala con el dedo.
—No lo hagas. No me sonrías. No estás libre todavía.
Me muerdo el labio para no sonreír y modulo un lo siento.
Corta un trozo de su propio pastel.
—Ahora, ¿se trata de ese invitado, el señor Grayson?
Trago el bocado que tenía en la boca y Maggie arquea las cejas.
Aclarándome la garganta, susurro:
—Quizás.
—Te dije que te mantuvieras fuera de eso.
—¿Fuera de eso? —pregunto con incredulidad—. ¿Me conoces siquiera? No
puedo quedarme al margen. No me quedaré al margen. Tocó a Grace. La manoseó.
Prácticamente me manoseó. —Hago un gesto hacia mis tetas—. Y no las manoseas
sin consecuencias.
Grace es una de las chicas del personal de limpieza. Es tímida y no le gusta la
confrontación. Entonces, cuando la pillé llorando en la sala del personal, la obligué
a contar su historia. Aparentemente, el señor Grayson la ha estado acosando,
haciendo comentarios lascivos y acariciando su trasero cada vez que pasa.
Maldito imbécil.
Hace un par de días, cuando sentí un roce en mi pecho mientras le servía el
desayuno en la cama, pensé que lo había imaginado. Pero la historia de Grace me
hizo reevaluar las cosas. 11
Entonces actué. Alguien tenía que hacerlo.
Maggie me estudia con astucia y siento que mis mejillas se sonrojan de calor.
—¿Y esa es la única razón? —pregunta.
—Sí. —Me muevo en mi asiento—. ¿Qué más podría ser?
Encogiéndose de hombros, come un bocado de su pastel.
—No lo sé. Quizás tenga algo que ver con el hecho de que odias este trabajo.
—No odio este trabajo.
—¿De verdad?
Deslizo el pastel.
—Sí. Quiero decir, ¿me gusta limpiar el vómito cuando los invitados se
vuelven locos y encontrar condones usados en el suelo? No, no me gusta. ¿Me gusta
quitar el polvo de las ventanas o trapear el piso hasta que pueda ver mi cara en las
baldosas? No. Pero es un trabajo y sabes que lo necesito. Lo necesito más que
cualquier otra cosa en el mundo en este momento.
Maggie fue quien me consiguió este trabajo.
En nuestra ciudad, si no vas a la universidad, lo más probable es que vengas
aquí. Trabajas en el personal de limpieza o en el personal de cocina o en cualquier
personal en el que parezcas apto para trabajar.
Mis padres eran los pocos elegidos que tenían otros trabajos. Mi papá solía
pintar casas y mi mamá solía dar clases particulares a los niños a veces.
La universidad nunca fue una opción para mí; no me gustan los libros y todo
eso. Pero ninguno trabajaba en Las Pléyades.
Quería viajar por el mundo como solía decir mi mamá cuando era pequeña.
Quería explorarlo y ver qué me gustaba. Mirar dónde estaba mi pasión. Quería
encontrarme a mí misma.
La pena pasa por los ojos de Maggie y aparto la mirada. Si no lo hago, podría
empezar a llorar y eso es lo último que quiero esta noche.
Esta noche fue sobre ojo por ojo. Se trataba de la aventura, la prisa de todo.
Esta noche se trataba de sentirme viva.
—Sabes, no tienes que hacer esto. Este trabajo. Podrías empacar ahora mismo
y salir de esta ciudad. Tal como lo planeaste. Solo metete en tu auto. El auto azul que
tanto amas. —Sonríe—. Haz un viaje por carretera. Envíame postales. Nadie te va a
culpar, Cleo.
Bien, en primer lugar: no puedo simplemente meterme en mi auto. No puedo.
No lo haré.
Mi auto azul que solía amar tanto, el auto que pinté con aerosol con mi papá,
ahora me asusta. No puedo tocarlo. No lo tocaré. Porque cada vez que lo hago, no
puedo dormir durante días. Tengo pesadillas. A veces vómito, me mareo, me da
claustrofobia.
Pero no puedo decirle eso. Porque dirá lo mismo que ha estado diciendo
12
durante el año pasado.
Necesitas ver a alguien, Cleo. Habla con alguien.
—No puedo —susurro, entrelazando mis dedos—. Necesito este trabajo. Lo
necesito para obtener mi casa de nuevo.
Mi antigua casa. La casa en la que crecí.
El banco me la quitó el año pasado por las deudas de mi padre. Después de
muchas súplicas, me dieron una segunda oportunidad, junto con un límite de tiempo
para reunir el dinero. Solo tengo unos cuatro meses más para reunirlo y necesito este
trabajo para llegar allí.
—Tus padres no hubieran querido esto para ti.
—Bueno, no están aquí, ¿verdad?
Estaba tratando de ser cortante. Pero supongo que sonaba más…
desamparada, como la huérfana que soy.
Suspirando, Maggie se recuesta.
—Bien. No puedo obligarte a hacer nada que no quieras hacer.
Mi pecho se siente pesado, pero todavía consigo una sonrisa temblorosa.
—Pero —dice Maggie, con severidad—. No te quiero dentro de la mansión
después de que termine tu turno. ¿Lo entiendes?
Enderezo mi columna.
—Sí.
—No importa lo que pase. No importa lo tentador que sea vengarse. No eres
una justiciera.
—¿Te refieres a la Mujer Maravilla? —Sonrío.
—No es gracioso.
Niego con la cabeza con seriedad.
—No lo es.
Maggie asiente con aprobación.
—No pondrás un pie dentro de este lugar si no estás trabajando. Ni siquiera
quiero pensar en lo que hubiera pasado si alguien más te hubiera encontrado
merodeando en mi lugar. Así que no más excursiones nocturnas.
—Entendido.
Maggie me mira. Mi lápiz labial azul marino, mi cabello azul y mi atuendo
negro.
Estoy acostumbrada a esas miradas de la gente. De vuelta en el lado sur, a
nadie le importaba. Pero aquí, al otro lado de la ciudad, la gente me mira con juicio.
Mi cabello azul, ondulado y desordenado es el primer indicio de que no soy lo
suficientemente sofisticada. Mi lápiz labial azul marino significa que no sé nada de
moda. 13
Pero viniendo de Maggie, duele un poco. Me hace sentir cohibida.
—No es un secreto que no sigues las reglas y no le agradas mucho a Nora.
Nora es la señora Stewart, también conocida como señora S, y sí, me odia.
—Eso es decir poco.
—Así es. Todavía puedes renunciar y salir de esta ciudad, pero como no
quieres, no alardeamos de cuánto no nos importan las reglas en su cara. No
intentemos que nos despidan.
—No estaba tratando de…
—Ahórratelo.
Me callo y me meto un mechón de cabello detrás de la oreja mientras Maggie
continúa:
—Ahora, vacía tus bolsillos y dame lo que tengas ahí.
Mirándola por unos segundos, decido simplemente entregarle todos mis
bienes. Saco el paquete de polvo que produce comezón y la llave y dejo todo sobre la
mesa.
Negando con la cabeza, Maggie los toma en su poder.
—Cleo. Cleo. Cleo. —Suspira—. ¿Qué voy a hacer contigo?
—¿Amarme, tal vez?
Maggie se ríe.
—Termina tu tarta y vete a casa.
Veinte minutos después y muchas vueltas para ver si todavía me siguen, estoy
en mi cabaña.
Las cabañas de los sirvientes se encuentran un poco más lejos de la casa
principal. Hay unas cinco o seis cabañas en total, dispuestas en semicírculo con el
bosque a nuestras espaldas.
Vivo en la más pequeña con mi mejor amiga, Tina.
Hemos sido mejores amigas desde que éramos niñas. Unos tipos le robaron
su bicicleta rosa y les di un puñetazo para recuperarla.
Como yo, Tina está en el personal de limpieza. La universidad tampoco era
para ella, pero a diferencia de mí, siempre planeaba venir a trabajar a Las Pléyades.
Mi habitación tiene una cama doble, una cómoda pequeña y un armario aún
más pequeño. Las paredes son de color blanco, de lo que no soy tan fan.
Cuando me mudé por primera vez, pensé en pintarlo de azul con los pinceles
de mi padre; guardé un par de sus pinceles, entre otras cosas, de mi antigua casa.
Pero luego me di cuenta de que no quería hacerlo azul.
Esta no es mi casa.
El lado norte, Las Pléyades, no es mi casa. No son mi lugar seguro. Ésta no es
mi gente.
Mi gente, la gente a la que realmente puedo llamar mía, está muerta.
14
Han estado muertos durante un año y me pregunto cuánto tiempo tarda en
desaparecer el dolor y un huérfano no se siente como tal.
Me puse el camisón de mi mamá, de algodón y encaje, y azul. Mi mamá era
una gran fanática del color azul. De hecho, ella tenía el cabello azul como yo.
Me estoy metiendo debajo de las sábanas cuando algo parpadea en mi visión
periférica.
Es una estrella fugaz.
Me trepo a la cama y me agarro a los barrotes de la ventana. Cuando era
pequeña, mi madre y yo siempre nos propusimos desearle un deseo a una estrella
fugaz, si la veíamos juntos. Fue solo una de las cosas que hicimos.
Y como siempre, cierro los ojos y pido un deseo.
Por favor, déjame recuperar mi casa.
Cuando abro los párpados, la estrella se ha ido como si ni siquiera estuviera
allí. Curiosamente, me entristece.
Pero luego, un segundo después, no tengo tiempo para estar triste.
Todo dentro de mí se detiene de golpe cuando noto algo más en mi visión
periférica.
Viene y se va tan rápido. Más rápido incluso que una estrella fugaz, podría
haberlo imaginado.
Pero no. Yo lo vi.
Vi la esquina de un hombro. Un destello de codo. Un muslo largo y musculoso
envuelto en vaqueros oscuros.
Alguien caminando por el camino de tierra que atraviesa el bosque.
La sensación de ser observada que he estado experimentando toda la noche
vuelve con toda su fuerza. De hecho, trae otras cosas.
Cosas de las que me había olvidado.
La locura de mi corazón. La opresión en mi pecho como si mis pulmones
estuvieran hambrientos de aire. Y esas… mariposas en mi estómago, con alas afiladas
como cuchillas.
—Oh, Dios mío —susurro.
No es posible, ¿verdad? Él no está aquí. Se fue hace tres años.
Quiero decir, conozco ese hombro. Estoy familiarizada con ese codo y ese
muslo. Los he visto casi todos los días desde que tenía diez años. Los he visto crecer
y hacerse más grandes y más fuertes con la edad.
Podría distinguirlos de una alineación, incluso si caminara sonámbula.
Podría distinguirlos a pesar de que no los he visto, no lo he visto a él, en tres
años.
Luego, salto de mi cama y corro hacia la puerta principal de la cabaña. La abro
y salgo corriendo descalza.
15
El suelo está caliente y duro incluso a través del césped que rodea nuestro
patio delantero. Pero no me importa ninguna de esas cosas.
Me importa lo que vi.
Pero nuevamente, no hay nadie hasta donde alcanza la vista. La noche es la
misma que hace media hora cuando volví a mi casa.
Miro a mi alrededor, de arriba abajo, de lado a lado.
¿Me lo imaginé?
Pero, ¿por qué iba a imaginarlo? ¿Por qué iba a imaginarme al tipo que he
odiado durante casi una década?
¿Es esto lo que se siente cuando pierdes la cabeza?
Quizás la muerte de mis padres me esté afectando de todas las formas
equivocadas.
Unos segundos después, estoy de vuelta dentro, en mi cama, bajo las mantas.
Cierro los ojos para irme a dormir, pero todo lo que puedo ver es ese hombro
y ese codo y a él.

16
—¡B
lue!
Solo hay una persona en esta tierra que me
llama así.
Hace tres años, su voz solía ser sombría y
malhumorada. Quejumbrosa. Estoy segura de que los años deben haberlo madurado
aún más. No es que me importe.
No lo hace.
Y tampoco me importa lo que vi anoche. Creo que lo inventé. Fue un sueño o
algo así. Producto de mi imaginación.
De todos modos, esta voz es aguda y risueña, algo cursi. Pertenece a Arthur,
mi vecino de cinco años. Todos lo llamamos Art y él me llama Blue.
Entonces, tal vez hay dos personas que me llaman por ese nombre.
Me detengo y me doy la vuelta para encontrarlo corriendo hacia mí. Tiene su
mochila sobre los hombros y me sonríe.
Le devuelvo la sonrisa.
—Hola, grandulón.
Jadeando, se detiene y me arrodillo. Tiene el cabello rubio y ojos verdes, y un
perpetuo mechón que le cuelga en la nuca.
—¡Mira! —Me muestra su puño—. ¿Lo hice bien?
Le he estado enseñando a cerrar el puño y, sí, lo clavó por completo.
—Se ve perfecto.
Sonríe.
—¡Hurra!
Sonriendo, le doy unas palmaditas en su mechón.
—Vas a destruirlos.
—¿Tú crees? —pregunta. 17
Art me mira con tanta esperanza que mi corazón se aprieta.
—Claro. No retrocedas, ¿de acuerdo? Recuerda siempre, somos los
desamparados. Pero al contrario de lo que la gente piensa, los desvalidos no son
débiles. Luchamos. De hecho, luchamos más duro. La gente nos subestima y sabes
qué, déjalos. Ese es su mayor error. Y nunca dejes que nadie te diga lo contrario,
amigo mío.
Él sonríe y asiente con entusiasmo.
—¡Bueno!
Art y yo estábamos destinados a ser amigos. Como yo, también es huérfano.
Aunque sus padres murieron cuando él solo tenía dos años. Desde entonces, ha
vivido aquí en Las Pléyades con su abuela, Doris, que también forma parte del
personal de limpieza.
Pero aparte de eso, lo más importante que me une a este adorable y tímido
niño de cinco años es el hecho de que ambos somos los acosados. Al menos, una vez
lo fui.
Art es un poco pequeño para su edad, por lo que algunos niños de su escuela
le están dando problemas. Lo empujan y lo amenazan, haciéndolo llorar y haciendo
que la escuela se vuelva miserable en general.
Que se jodan.
Los matones son cobardes. No pueden pararse por sí mismos, por lo que se
esconden detrás de amenazas vacías. Todo lo que necesitan para dejarles las cosas
en claro es un pequeño empujón en respuesta y le he estado enseñando a Art cómo
hacerlo. Ya que tengo un poco de experiencia en esa área.
Hacemos puños y me pongo de pie.
—Te amo. Tengo que correr. Pero te veré esta noche, ¿de acuerdo?
Asiente.
—¿Es noche de panqueques?
Como Doris está envejeciendo, ayudo con Art siempre que puedo. Esta noche
lo cuido y como es lunes, desayunamos para la cena.
—¡Puedes apostar!
Después de despedirme, corro hacia la casa principal donde comenzará
nuestra reunión diaria en unos diez minutos.
Como anoche, tecleo el código de la entrada de servicio y entro. Incluso desde
lo alto de las escaleras, puedo escuchar el ajetreo y el bullicio del personal.
Hay gente entrando y saliendo de la cocina, de la sala del personal. Las
mujeres visten trajes grises con ribetes blancos en los cuellos y mangas como yo, y
los hombres visten camisas blancas con pantalones negros. Nuestro uniforme aquí
en Las Pléyades.
Hay risitas, conversaciones e incluso empujones. Toda la casa está despierta
y trabajando duro.
18
Bajo las escaleras, suelto saludos por todos lados, hasta que llego a la sala del
personal. La gente ya está sentada y Tina, que entró antes que yo porque no tiene
problemas para levantarse temprano, me está reservando un asiento.
Tan pronto como me siento, entra la señora S y Tina se inclina para susurrar:
—Justo a tiempo. ¿Quién lo hubiera pensado?
Soy algo famosa o infame por llegar tarde, así que le enseño el dedo medio
debajo de la mesa; me han sermoneado antes por hacerlo a plena vista.
Tina simplemente se ríe.
La señora S toma asiento a la cabecera de la mesa y todos se quedan en
silencio. Hay café, té y galletas en el medio, cortesía de Maggie y su personal, y junto
con la larga mesa del comedor, las espinas rectas y los rostros serios, esta podría ser
una escena de Downton Abbey.
—Buenos días a todos. —Nos saluda la señora S, mirando alrededor, sus ojos
deteniéndose en mí—. Me alegra ver a todos aquí y a tiempo.
Sonrío. Aunque podría haber parecido una mueca.
—Entonces, hoy, tenemos un pequeño cambio de planes.
La señora S está sonriendo y no tengo un buen presentimiento sobre esto. Si
está feliz, eso significa que algo anda mal. Ella nunca es feliz y tampoco deja que
nadie más sea feliz. A saber, yo.
—Hoy es un día especial. —Ella sigue sonriendo y mi ceño se agranda—. Para
celebrar esta ocasión no planificada pero especial, el señor y la señora Prince están
celebrando una fiesta. Sé que es un aviso con poca antelación, pero quiero a la
mayoría de ustedes en el salón de baile. Quiero que cada centímetro de ese lugar esté
limpio y pulido antes de que lleguen los decoradores. Les he asignado a algunos de
ustedes para trabajar con ellos y no quiero errores ni quejas, ¿entendido?
Ella clava a todos con una mirada furiosa hasta que todos asentimos.
—Esta noche tiene que transcurrir sin problemas. Probablemente sea el
evento más importante en el que trabajarán aquí en Las Pléyades. Bueno, uno de los
más importantes, al menos.
Está bien, nos está matando y lo sabe. Sus ojos están llenos de alegría y dicha.
Nunca la había visto así antes, tan emocionada y alegre. Y ni siquiera nos habla de
su llamado día especial.
—¿Ninguno de ustedes me va a preguntar cuál es la ocasión?
—¿Nos despedirás si lo hacemos? —murmuro en voz baja y Tina bufó.
La señora S mira en nuestra dirección, pero afortunadamente, Leslie, una de
las chicas del personal, le pregunta al respecto.
La señora S desvía su atención y sonríe.
—Hoy es el día que yo, entre algunos otros que han estado trabajando aquí
durante décadas, he estado esperando ansiosamente. —Ante esto, Maggie y algunos
otros miembros superiores del personal sonríen—. Me complace mucho decir que la 19
fiesta de esta noche es en honor al Prince que regresará a Las Pléyades después de
tres años. Nuestro muy querido, maestro Zach.
Maestro Zach.
Puedo ver su boca moviéndose, pero no puedo escucharla. Su voz parece salir
de un túnel o de algún lugar profundo y lejano.
De repente, todo lo que puedo hacer es sentir.
El corazón acelerado, las mariposas salvajes en mi vientre. La opresión en mi
pecho.
Temblando, miro alrededor. Todos están tranquilos y concentrados. La
señora S sigue hablando, pero todo lo que puedo escuchar es su nombre.
Zach.
Él está de vuelta.
Era él, ¿no?
Lo vi anoche, o, mejor dicho, lo vi antes de que desapareciera. No fue un sueño
o mi imaginación.
Yo no lo inventé.
Oh Dios.
—Lo siento. ¿Qué acaba de decir? —Exploté, fuerte y efectivamente atrayendo
todas las miradas de la habitación hacia mí.
La señora S me mira fijamente. Con dureza.
Sé que no le gusta que la interrumpan, especialmente cuando está dando
instrucciones de izquierda a derecha. Pero a la mierda.
—¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí, Cleopatra? —pregunta, en cambio.
Respiro hondo. No ayuda. Todavía estoy tan conmocionada como en el
momento en que escuché su nombre.
—Escuche, sé que estoy siendo grosera y todo y odia que la interrumpan, pero
no entiende. —Me aclaro la garganta y me deslizo hasta el borde de mi asiento—.
¿Acaba de decir que Zach volverá porque creo que lo hizo? Y eso es simplemente
imposible, ¿verdad? Porque la última vez que lo comprobé, se fue. Abruptamente. Y
pensé que no volvería. Pensé que tal vez sus padres finalmente cortaron todos los
lazos con él. Ya sabe, porque estaba tan… fuera de control. Quiero decir… —Muevo
mi mano en el aire y tengo la sensación de que la estoy agitando un poco demasiado
rápido—. Nunca me compré todo el espectáculo de ir a Oxford.
Cito al aire ir a Oxford.
—Nunca creí que fuera a Oxford. Pero eso está bien. Eso no me importa. Lo
que me importa es… —Enredo mis dedos sobre la mesa, clavo los codos en la madera
e inclinándome hacia adelante—. ¿Qué acaba de decir?
Me tiemblan las piernas y odio que el solo pensamiento de que él regrese me
haya reducido a esto.
Este lío nervioso, tembloroso, de una chica. 20
Enojada y violenta.
Una chica que no podía decidir si quería esconderse para evitar la
confrontación y ser detenida una vez más o golpearlo en la cara como lo hizo cuando
tenía diez años y él doce.
—Cleopatra, no sé qué te ha pasado hoy. Pero lo voy a pasar por alto porque
has estado lidiando con muchas cosas. Aunque diré esto, si no controlas tu
comportamiento errático y ves a alguien…
Ahí está.
—No dudaré en dejarte ir. ¿Está claro?
A mi lado, siento la mueca de Tina. Incluso puedo sentir a Maggie negando
con la cabeza.
Aprieto mis manos juntas y obligo a mis piernas a quedarse quietas. Es una
suerte que mi corazón sea un órgano, firmemente encerrado dentro de las costillas.
Porque si no fuera así, estaría explotando fuera de mi pecho y tendido en el suelo
como un desastre pulposo.
—Como el cristal —digo con dificultad.
—¿Y Cleopatra?
—¿Sí?
—Para ti es el señor Prince. No olvides tu lugar.
Aprieto los dientes, los aprieto, los tenso con fuerza.
—No lo haré.

Zachariah Prince.
Lo conocí cuando yo tenía diez años y él doce.
De hecho, lo conocí mi primer día en St. Patrick. Es una escuela elegante para
niños elegantes en el lado norte de la ciudad.
En ese momento, probablemente yo era la única del lado sur en ir allí. Mis
padres estaban muy orgullosos. Querían lo mejor para mí y, por lo tanto, trabajaron
muy duro para que entrara a esa escuela.
Para ser honesta, nunca tuve grandes esperanzas en St. Patrick. Me hubiera
encantado ir a mi escuela habitual en el lado sur con Tina y todos mis otros amigos.
De todos modos, lo que sea que esperaba que sucediera en mi primer día, no
se acercó ni remotamente a lo que realmente sucedió.
Me pillaron robando, o más bien pidiendo prestado, palitos de zanahoria a
una chica durante el almuerzo. No fue mi culpa. Tenía hambre y tenían una larga
lista de refrigerios recetados que los niños podían traer. Todo era una mierda, cosas 21
saludables que no hicieron nada para frenar mi hambre.
Así que improvisé.
Y fui atrapada y enviada a detención.
Donde lo conocí.
El tipo que se convertiría en mi matón durante los siguientes años, sin
importar cuántos años fuera a esa estúpida escuela, St. Patrick tiene tanto secundaria
como preparatoria.
Cuando las chicas de mi edad se enamoraban de chicos guapos, yo me estaba
enamorando de Zach. Cuando los chicos les invitaban a salir, cargaban sus mochilas
y abrían las puertas, Zach y sus secuaces me empujaban a través de ellas.
Me estaban haciendo tropezar en los pasillos, derramando bebidas sobre mi
uniforme y mis tareas. Estaban escondiendo mi auto azul y enviándome pistas en mi
teléfono sobre dónde podría estar.
Sin mencionar que estaban haciendo Photoshop con mi cara en cada
comercial de queso que podían encontrar en Internet y me llamaban Muslos de
Acero, Bulto Gelatinoso, Culo Grasoso. Ya sabes, porque me encanta comer y no soy
exactamente una flor delicada cuando se trata de mi cuerpo.
Y mientras sus secuaces estaban haciendo su trabajo sucio, Zach simplemente
se quedaba ahí y me miraba fijamente. A veces sonreía con satisfacción.
Especialmente cuando me defendía.
Oh, sí, me defendí.
No era indefensa. Estaba lejos de eso.
De hecho, le di un puñetazo en la cara un día después de conocerlo porque
habían cortado mis libros y esparcido las páginas por todo el pasillo.
Mi papá siempre me enseñó a defenderme y lo hice.
Incontables veces.
Irrumpiría en sus casilleros y les robaría su tarea. Solía rayar con llaves sus
autos. Una vez, incluso me metí en esta gran pelea con una de las chicas de su círculo
íntimo porque escondió mi ropa después de una clase de gimnasia y envió a los chicos
al vestuario para que me miraran boquiabiertos. Se convirtió en algo muy importante
en la escuela.
Durante años, he planeado formas de asesinarlos.
Asesinar a Zach.
También lo habría hecho si él no se hubiera ido. Pero ahora ha vuelto y estoy
actuando como si estuviera en la escuela de nuevo.
Miro a izquierda y derecha, camino muy, muy lentamente para no resbalar
con algo. Algo como una cáscara de plátano, plantada deliberadamente para que yo
la pisara y la gente pudiera reírse de mi cuerpo desgarbado, curvilíneo y agitado.
Salto cada vez que alguien dice mi nombre. Alguien se ríe y aprieto mis
músculos y entrecierro los ojos, preparándome para el chiste, que definitivamente
creo que me involucra. Estoy flexionando mis puños, recordando la técnica correcta
22
para hacer uno como si estuviera enseñando arte. Estoy pensando en formas en las
que puedo luchar.
Me estoy ahogando en la ira y el odio y ni siquiera lo he visto todavía.
Argh.
Entonces, para reagruparme y actuar como una adulta, me encerré en el
armario de servicio junto a la cocina. La fiesta ha comenzado y se supone que debo
servir champán, en lugar de beberlo yo misma y sentarme en un gran cubo de fregar.
Pero lo que sea.
Sobrevivirán sin mí. Una gran parte del personal de limpieza y cocina está
sirviendo esta noche, incluida yo. Solía ser mesera en el lado sur y necesito dinero
extra, así que siempre me ofrezco como voluntaria para tales eventos.
De repente, el armario retumba y se sacude, haciéndome gritar. El polvo cae
del techo y la bandeja llena de copas de champán colocada en el suelo vibra.
Alguien está llamando a la puerta.
—Cleo.
Mis hombros tensos se hunden ante la familiaridad de la voz. Es Tina.
Presiono una mano en mi pecho agitado, me inclino y abro la puerta,
dejándola entrar. A diferencia de mí, su cabello rubio parece arreglado y se ve muy
pulida con su uniforme. Estoy bastante segura de que mi rímel se ha manchado con
el sudor nervioso y ya me he mordido el lápiz labial.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunta, su expresión preocupada por la
escasa luz de la bombilla amarilla.
—Tratando de reagruparme.
—¿Escondiéndote?
—Oye, no juzgues.
—Bien. Lo siento.
Tina toma asiento a mi lado en un cubo volcado.
—¿Estás bien?
Niego con la cabeza.
—¿Estás borracha?
Acerco dos dedos.
—Tal vez un poco.
Asiente, como si entendiera.
—Grace dice gracias.
Sonrío.
—¿Sí?
—Sí. El señor Grayson estaba todo rojo cuando se fue. No podía quitarse las
manos de la entrepierna.
23
Riendo, chocamos los cinco.
Algunos segundos de silencio. Luego:
—Está sucediendo realmente, ¿no? —Trago—. ¿Esto no es una pesadilla ni
nada?
Tina se encoge de hombros.
—Podría pellizcarte, si quieres.
—Me pellizqué una docena de veces. Así que sí, creo que es real. —Mis codos
se clavan en mis muslos—. Creo que realmente ha vuelto.
Puedo sentirlo.
Ese es todo el problema, en realidad. Que puedo sentirlo. A él.
Sé que está ahí fuera, en ese salón de baile que casi me rompo la espalda
limpiando. Probablemente se esté mezclando con personas, es decir, sus secuaces.
Está bebiendo, riendo, sonriendo como si no le importara nada en el mundo.
Como si su regreso no arruinara todo.
El señor Prince.
¿Es así como se supone que debo llamarlo ahora? ¿Mientras le quito las
sábanas y saco su maldita basura?
Asiento.
—¿Qué pasa si continúa donde lo dejó? —Dejo escapar mi mayor miedo,
retorciéndome las manos—. ¿Qué pasa si intenta hacer algo… malo? ¿Conseguir que
me despidan o algo así? ¿Qué pasa si no puedo recuperar mi casa? Ahora tengo
mucho más que perder. No se trata de guerras de bromas o lo que sea.
—Mira, cálmate. No sabes lo que va a pasar —explica Tina, agarrando mis
manos—. Y no lo sabrás a menos que salgas y enfrentes la situación. La gente dice
que estará de visita unos días. Tal vez no te note. Es una casa grande. ¿Cuántas veces
has visto al señor y la señora Prince? Apuesto a que no muchas. Además, si sigues
escondiéndote y no trabajas en el salón, la señora S te despedirá de todos modos.
Suspiro. Ella está en lo correcto.
—Dios, lo odio.
—Lo sé. Eso es todo de lo que hablaste cuando estaba aquí.
—Bueno, duh. Arruinó cada jodido segundo de mi vida mientras estuvo aquí.
Incluso arruinó mi graduación.
Dios, el baile de graduación.
El peor recuerdo de toda mi existencia.
Estaba tan feliz esa noche. Con mi vestido de fiesta azul marino con mis botas
de cuero. Mi maquillaje era oscuro y pesado. Básicamente me veía como una
Cenicienta ruda lista para perderla. Su virginidad, quiero decir.
Conduje hasta la escuela y esperé a mi novio, Neal. Era nuevo en la ciudad y
del lado sur y tan pronto como vi sus anteojos hípster y sus tirantes, supe que era mi 24
alma gemela.
Pero nunca apareció.
En lugar de él, recibí un mensaje de texto en mi teléfono, típico de Zach y sus
secuaces, con la imagen de Neal besuqueándose con una chica en una fiesta en Las
Pléyades.
Conduje hasta dicha fiesta y le dije cómo eran las cosas. No a Neal. A Zach.
Se lo dije a Zach. Fue una mierda todo lo que le dije. Pero todas eran ciertas.
—Bueno, ya sabes, Neal no tenía que hacerlo —ofrece Tina.
Dirijo mi mirada hacia ella.
—¿No crees que lo sé? Por supuesto que lo sé. Por supuesto que sé que Neal
no tuvo que hacerlo. Pero el hecho de que él, Zach, lo haya invitado en primer lugar,
me molesta, ¿de acuerdo? Él lo hizo a propósito. Ni siquiera eran amigos. Lo hizo
para lastimarme y como Neal era tan idiota, mi primer y único novio estaba
recibiendo un baile erótico de una chica que ni siquiera iba a nuestra escuela. Todo
en la noche de graduación.
Nos quedamos en silencio unos segundos más.
—Me alegro de que hayamos robado todos sus tirantes —bufó Tina.
También resoplo.
—¿Puedes creer que los tenía en todos los colores?
—Oh Dios mío. También los tenía en amarillo neón.
—Oh, Dios, sí. —Me río y miro al techo, negando con la cabeza.
—¿Cómo pudiste salir con él, Cleo? ¿Cómo?
—No lo sé. Yo solo… —Suspiro—. Supongo que solo quería ver cómo se sentía.
—¿Qué?
—Enamorarse. —Trago—. Todo lo que he hecho es odiarlo. A Zach, quiero
decir. Todo lo que he hecho es estar enojada y guardar este rencor. Solo quería ver
cómo se sentía estar enamorada de un chico.
—Eso es justo, supongo. —También suspira—. ¿Estás lista para volver a salir?
No tengo otra opción que asentir y ponerme de pie. No puedo quedarme aquí
toda la noche como una cobarde. Necesito este trabajo. Tengo una meta. No puedo
dejar que me impida eso.
—Muy bien vamos.
La fiesta tiene lugar en el salón de baile, ubicado en la torre uno.
El espacio es grande e interminable con altos techos altos y una decoración
victoriana de época. Cada rincón está lleno de intrincados arreglos de flores y velas
de té. Es súper discreto para mí, pero supongo que cada quien tiene sus gustos. 25
He estado dando vueltas por la pista, sirviendo champán durante las últimas
dos horas y, hasta ahora, no he visto a Zach.
Aunque sé que está aquí. Lo sé. En algún lugar, entre todos los elegantes trajes
y vestidos de diseñador, acecha el tipo que ha perseguido mis pensamientos desde
que lo conocí.
Un hombre con esmoquin me llama cuando paso junto a él y su grupo de
amigos. Me dirijo hacia ellos con mi sonrisa de plástico de mierda en su lugar y les
presento la bandeja. Sin detener su conversación ni siquiera mirarme, cada uno toma
una copa alta.
O al menos, creo que lo hacen.
No los estoy mirando ni les estoy prestando atención. Son intrascendentes.
Invisibles. No existen para mí.
Nada lo hace excepto él.
Porque en el momento en que me di la vuelta, la multitud frente a mí se separó
como un milagro catastrófico e inútil y lo vi.
Zach.
Él está aquí.
El chico que odio, el chico que siempre he odiado, ha vuelto. Y está parado a
tres metros de mí.
Dios, tres metros no es suficiente distancia entre nosotros. No. Está cerca.
Está muy cerca. Necesitamos un océano entre nosotros. Un continente. Todo un
planeta. Tal vez toda una galaxia.
Como está, puedo verlo claramente.
Puedo ver todos los ángulos de su rostro.
Los picos afilados de sus pómulos, la inclinación de su mandíbula, su frente
fuerte. Incluso sus pestañas, qué espesas y oscuras son. Todos juntos, tiene que ser
el chico más hermoso que he visto en mi vida. Qué engaño, su belleza.
Su mezquindad se manifiesta en su tamaño. En las venas de su cuello y la
forma en que se comporta. Todo silencioso y vigilante, intenso y grande.
Y Jesucristo, se ha hecho más grande. Es más alto de lo que recuerdo. Más
amplio también.
¿Era tan grande hace tres años? ¿Tan… hermoso, con el cabello negro liso y
labios carnosos?
Sus hombros lucen enormes. Incluso a tres metros de distancia, puedo ver su
pecho presionando contra la remera oscura que tiene puesta. Su cuerpo entero
parece estallar fuera de su ropa: chaqueta de cuero negro y vaquero azul.
La ropa que está completamente mal para esta ocasión. La ropa que solo lleva
Zach. El resto de la gente usa ropa formal y cara.
Y así, sobresale.
Grita rebelde. Chico malo. Grita que le importa un carajo. 26
No le importó hace tres años y no lo hace ahora.
Mi pecho está zumbando, probablemente las mariposas, y también con algo
más. Algo que se siente como una pérdida.
Nunca lo había pensado demasiado, pero Zach y yo podríamos ser… un poco
parecidos.
Siempre terminamos juntos detenidos. Nuestros uniformes siempre estaban
desarreglados al final del día, como si no pudiéramos esperar a salir de allí.
Y por lo que pude deducir, Zach odiaba ir a la escuela tanto como yo.
Quiero decir, hice mi tarea, saqué buenas notas, pero no me gustaba. Zach era
igual. Estaba un grado por encima de mí, y se rumoreaba que lo habían retenido un
año y que estaba reprobando todas las materias.
En mis momentos más débiles, cuando lloraba en mi almohada, pensando en
volver a St. Patrick al día siguiente, imaginaba una vida en la que Zach y yo éramos
amigos. Una vida en la que él no me molestaría y yo no lo odiaría.
Pero todo fue una ilusión, obviamente.
Él se metió conmigo y yo lo odié.
Lo odio incluso ahora mientras le lanza una sonrisa a alguien a su derecha.
Bastardo.
Odio esa sonrisa. Es tan injusto que sea hermoso y sexy.
Él nunca cambiaría.
Una mano pasa por delante de mis ojos y grito, casi perdiendo el control de la
bandeja.
—¿No se supone que debes irte una vez que hayas servido? —dice el hombre
que me llamó, arqueando las cejas de manera arrogante.
—Sí, no necesitamos nada ahora —dice el otro hombre del grupo mientras
bebe un sorbo de champán.
El tercer hombre interviene:
—Llamaremos si te necesitamos.
La única mujer del grupo, ataviada con un vestido plateado, murmura:
—Pero no contengas la respiración.
Solo los escucho a medias y sus comentarios condescendientes. De hecho, me
alegro de que hayan interrumpido mi mirada.
Necesito alejarme de Zach. Ahora que sé dónde está, puedo vigilarlo y
permanecer fuera de su vista. No quiero que me vea. No quiero que sepa que trabajo
aquí ahora. O al menos, guardar este secreto el mayor tiempo posible.
Disculpándome con el grupo, doy un paso atrás.
Estoy a punto de salir ilesa cuando algo me hace mirar hacia arriba y mi 27
mirada choca con la suya.
Maldición.
Lo sabía. Joder, sabía que me encontraría.
Hay algo entre nosotros, ¿ves?
Ese algo nos hace conscientes el uno del otro. No importa donde estemos. En
el pasillo de la escuela, en la sala de detención vacía o en un salón de baile lleno de
gente.
De alguna manera, él siempre ha podido encontrarme y yo siempre he podido
encontrarlo a él.
Tal vez así es como funciona el odio, misterioso e irritante.
Con su copa de champán en su boca, Zach me mira con sus ojos negros de
demonio. Como solía hacerlo.
Como si nunca se hubiera detenido. Nunca se hubiera ido. Los últimos tres
años nunca sucedieron. Todavía es noche de graduación. Todavía tengo dieciséis
años y él dieciocho. Todavía estoy esperando a que aparezca mi novio mientras Zach
se ríe a mis espaldas porque está a punto de arruinar todos mis sueños de amor.
Y el lunes, cuando vaya a la escuela, descubriré que Zach se ha ido. Se fue de
la ciudad abruptamente y la gente está llena de conmoción y chismes.
Excepto que en este momento, el dolor en mi vientre es más agudo y mi
corazón se ha detenido junto con las mariposas que se han congelado, atrapadas
debido a su enfoque en mí.
—Oh, Dios, ¿qué se necesita para que te vayas? ¿Estás esperando una propina
o algo?
Esta vez la voz del hombre me asusta tanto que no hay forma de salvar la
bandeja. Se desliza de mi mano y veo cómo se estrella contra el suelo con horror.
Hay gritos, jadeos y saltos cuando las delicadas flautas se rompen contra el
mármol, derramando burbujas por todas partes. Algunas llegan a los zapatos del
hombre que me hizo señas. Eran mocasines italianos, nada menos. Esta información
la da la mujer del vestido plateado.
Una pequeña multitud se está reuniendo a mi alrededor. Hay murmullos y
risas. No puedo decir quién lo está haciendo. Porque mis ojos están pegados a las
copas rotas, la bandeja volcada.
—Lo siento mucho —le susurro a nadie en particular, mis ojos se llenan de
lágrimas de vergüenza.
Estar de pie se ha convertido en una tarea ardua y hago una mueca tan pronto
como mis huesudas rodillas golpean el suelo. Mis manos sobresalen para recuperar
el equilibrio. Pero accidentalmente aterrizan en el charco de líquido, salpicándolo en
las mangas de mi blusa muy blanca.
Sin embargo, esa es la menor de mis preocupaciones.
Porque tan pronto como mi palma se conectó con el piso pegajoso, sentí una
punzada de dolor penetrante atravesar mis dedos y mi muñeca.
28
—Oh, joder.
¿Me acabo de cortar?
Un corte recorre la mitad de mi palma izquierda. Estoy tan sorprendida por
lo que sucedió en los últimos veinte segundos que todo lo que puedo hacer es mirar
las gotas rojas que brotan del corte.
En todos mis años de mesera, nunca dejé caer una bandeja. Mi antiguo jefe
solía decirme que lo hacía de forma natural.
Entonces, ¿qué diablos acaba de pasar?
De repente, mis pensamientos se apagan cuando siento que alguien toma mi
mano entre las suyas.
Es grande la mano. Aceitunada. Tan aceitunada y bronceada que mi piel se ve
aún más pálida.
Tal vez sea el impacto, pero estoy un poco fascinada por la apariencia de mi
pequeña mano atrapada en una grande. La sangre en mi piel es de un rojo brillante,
pero en comparación con los dedos de bronce que están enroscados a mi alrededor,
todo parece opaco.
—Vas a necesitar vendajes.
La voz. Su voz. Es suave y baja.
Es exactamente como lo recuerdo, pero con un borde más áspero. Algo que no
existía antes. Su voz es probablemente la única voz que puedo reconocer entre mil
voces, incluso desde muy lejos, incluso después de años.
Dios, es horrible. Es jodidamente terrible.
¿Por qué sé tanto de él?
¿Por qué me está tocando? Nunca me había tocado antes.
Con la respiración contenida, lo miro, lista para decirle que se aleje de mí y
me devuelva la mano. Pero en lo único que puedo concentrarme es en que sus manos
no son las únicas cosas bronceadas.
Por alguna razón, no lo había notado antes. Pero su rostro también se ha
vuelto más oscuro. Bronceado.
—No lo hagas —digo, encontrando de alguna manera mi voz.
Con su rostro aún hundido, levanta sus ojos hacia mí. Me estudia por un
momento y me retuerzo bajo su intenso escrutinio.
—¿No qué?
Trago saliva por el impacto de su voz. Me golpea en el pecho y hago una mueca
de dolor.
Por supuesto, se da cuenta.
Y tal vez para molestarme aún más, frota su pulgar sobre la yema de mi palma. 29
El toque es suave, no más que un susurro de su piel sobre la mía.
Pero es lo único en lo que puedo concentrarme.
Retiro mi mano y la aprieto.
—No me toques. —Luego agrego, para que quede muy claro—. Nunca.
30
A
hora es más bronceado.
Eso es todo en lo que puedo pensar. En combinación con su
voz más áspera y su cuerpo más grande, su piel bronceada lo hace
parecer despiadado.
Más despiadado que antes.
Más despiadado de lo que solía parecer, parado frente a su casillero, o en las
puertas de la escuela, o sentado en la mesa más grande y ruidosa de la cafetería. O
andando en bicicleta por la carretera.
No estoy segura de que me guste. De hecho, estoy bastante segura de que no
me gusta. Como si no fuera lo suficientemente intimidante. Como si mis palmas no
me picaran lo suficiente como para quitar la mirada arrogante de su rostro.
Maldición.
¿Por qué regresó?
Todo estaba bien. Todo iba normal. Me había acostumbrado a no esconderme
o mirar por encima del hombro y ser apacible todo el tiempo y no planear el caos y
el asesinato. Me había acostumbrado a mi cuerpo curvilíneo y cómo mis muslos se
mueven cuando camino.
La única razón por la que acepté este trabajo fue porque pensé que no
regresaría.
Sé que la gente dijo que fue a la Universidad de Oxford como cualquier otro
Prince de su familia. Pero nunca lo creí.
Zach odiaba la escuela. Era un infractor de las reglas y un rebelde tanto que
es ridículo pensar que seguiría los pasos de sus antepasados.
Sin mencionar la forma en que se fue. Tan abruptamente. Algo así como en la
oscuridad de la noche. Ni siquiera se graduó de la escuela secundaria.
Sabía que cuando se fue, no fue a Oxford y no planeaba regresar.
Pero supongo que me equivoqué en una de esas cosas.
Él está de vuelta.
31
Después del dramático fiasco en el salón de baile, un par de miembros del
personal me acompañaron fuera. Tina me ayudó a limpiar la herida y me dijo que
me lo tomara con calma. Había estado nerviosa todo el día y estaba destinado a
suceder algo. Sin embargo, no creo que la señora S sea tan indulgente.
Pero no puedo pensar en eso ahora. No puedo pensar en lo que traerá mañana
ahora que Zach sabe que estoy aquí, en Las Pléyades.
Me pusieron a trabajar en la cocina después de que me avergoncé tanto. Está
caliente y pegajoso ahí dentro, no sé cómo lo hace Maggie, y necesito un pequeño
descanso.
Así que salgo por la entrada de servicio y trato de respirar.
El aire de la noche no es mucho mejor y mi uniforme para el evento, blusa
blanca y falda negra ajustada, se pega a mi cuerpo sudoroso, pero no me importa.
Cualquier cosa es mejor que estar encerrada en esa cocina.
Me quito los zapatos Mary Janes de cinco centímetros de altura y me deshago
de la trenza, seguida de los dos botones superiores de mi blusa. Muevo la tela,
tratando de sacar algo de aire, y me apoyo contra la pared, cerrando los ojos.
—¿Estás bien?
La voz retumbante me hace saltar.
—Jesús. Joder —casi grito.
Al principio, no veo nada más que el contorno oscuro de arbustos y árboles en
la distancia. Pero luego noto una nube de humo y me muevo en la dirección de donde
viene.
Él.
Zach está apoyado contra la pared de ladrillos, con el pie apoyado. Un
cigarrillo le cuelga de los labios y no tiene puesta la chaqueta, dejándolo con su
remera oscura que muestra sus abultados bíceps.
Oh cielos.
Ni siquiera los está flexionando y se ven amenazadores.
—Casi me matas del susto —lo acuso.
Un farol victoriano de aspecto intrincado da suficiente luz para que pueda
verlo. Su rostro está vuelto hacia mí y no puedo escapar de la grandiosidad de sus
rasgos. Afilado y cortante con mandíbula cuadrada y pómulos altos, con cabello de
terciopelo oscuro.
—Puedo ver eso —comenta.
Luego, su pecho musculoso se hincha como una ola gigante mientras toma
una calada antes de lanzar el humo en la noche.
—¿Entonces lo estás? —pregunta, mirándome de nuevo.
Me acerco a la pared y doy un pequeño paso hacia atrás, alejándome de él.
—¿Estoy qué? 32
Mi única preocupación es salir de aquí. Estaría dando la vuelta y corriendo.
Pero la experiencia me ha enseñado a nunca dejar la espalda expuesta y abierta. Así
que sigo caminando hacia atrás, lentamente.
—¿Estás bien?
Mis pies descalzos quedan atrapados en mis Mary Janes abandonadas, pero
me detengo para no tropezar.
—¿Qué?
De manera típica, permanece callado y fumando. Y mirando.
Eso es lo que hace Zach: mira. Como si sus ojos fueran un microscopio y yo
fuera un insecto o un espécimen interesante que él quisiera estudiar. Que lleva años
queriendo estudiar o clavar bajo sus botas.
—¿Acabas de…? —Lo miro con los ojos entrecerrados—. ¿Preguntarme si
estoy bien?
—Eso parece.
Tres años.
Lo estoy viendo después de tres putos años y esto es lo que me pregunta.
Después de todo, después de todas las bromas y las cosas por las que me hizo
pasar, ¿realmente me está preguntando eso? Como si fuera una especie de extraña
que encontró por casualidad en la calle, y ahora pregunta por el maldito clima.
—¿Por qué?
—¿Por qué, qué?
—¿Por qué lo preguntas?
Sus ojos van hacia dónde está mi mano herida, puños contra la pared. Mi corte
comienza a palpitar. Siento que la herida se calienta, como si toda mi sangre se
precipitara hacia ella solo porque él lo mencionó.
Ahí es cuando recuerdo que me tocó.
No puedo creer que me haya tocado.
En ese momento, estaba tan sorprendida que no pude registrar nada sobre el
toque. Pero ahora recuerdo que su piel era cálida, de alguna manera, más cálida que
la de cualquier otra persona. Y era áspera y rasposa, su palma. Como si tuviera más
líneas de destino que cualquier otra persona que conozca.
Hace un gesto con la barbilla.
—Eso necesita un vendaje.
Abro mi puño caliente y sudoroso.
—Está bien.
—Fue un corte profundo.
—Te gustaría eso, ¿no?
—¿Me gustaría qué? 33
—Que sea un corte profundo.
Una vez más, no dice nada a eso, simplemente mantiene sus ojos en mí.
Con los años, he aprendido que esta es su táctica de intimidación. Pasando
todo callado e intenso para que la otra persona se vea obligada a llenar el silencio.
No estoy cayendo con eso.
No estoy cayendo en nada de lo que ha planeado. Pensaría que incluso esta
reunión fue un montaje, si no hubiera pensado espontáneamente en salir.
De hecho, ha hecho esto antes. Sus secuaces me encerraron dentro de la
oficina del señor Philips, nuestro profesor de historia, después de darme un mensaje
falso de que me estaba esperando. Estuve atrapada en esa habitación durante dos
horas enteras hasta que el equipo de limpieza entró y abrió la puerta.
Estúpido.
—¿Eres consciente de que estás caminando hacia atrás? —pregunta por fin,
volviéndose hacia mí, apoyado contra la pared en su brazo.
Me doy cuenta de que tiene razón. Yo he estado caminando hacia atrás.
—¿Qué pasa contigo?
—No puedes hacer eso.
Me burlo.
—¿No? ¿Por qué? ¿Me vas a detener?
Sacude la cabeza lentamente.
—No, pero si sigues, la maceta que tienes detrás lo hará.
Mis ojos se abren y me detengo bruscamente.
Él tiene razón.
Hay macetas que flanquean ambos lados de la entrada de servicio y siento el
roce de las hojas contra mi espalda. Si hubiera seguido adelante, me habría
tropezado con ellas o incluso me habría caído.
—Lo sabía —miento.
—Claro —dice con una voz divertida que me hace enderezarme; es un viejo
reflejo.
Hay algo en él, ¿sabes? Alguna cualidad, una especie de provocación que me
enciende la piel.
—No necesitaba que me dijeras eso —insisto.
—Entendido —responde con ligereza.
Aunque me ofende por su tono, decido quedarme callada. Me prometo que no
diré nada.
No lo hago. Durante unos seis segundos. Luego:
—¿Qué diablos estás haciendo aquí?
De vuelta en esta ciudad. De vuelta a mi vida. De vuelta en mi maldita cabeza.
34
—Tomando aire fresco.
—Correcto. ¿Y tuviste que elegir este lugar?
—Sí.
Luego tiene el descaro de contraer esos labios que respiran cáncer antes de
dar otra calada e inclinar la cara hacia arriba. Un gruñido surge de mi garganta, pero
es interrumpido por lo que dice a continuación.
—Olvidé que se podían ver las estrellas aquí —murmura.
Su voz casi suena como un suspiro bajo y satisfecho. Como si ver las estrellas
fuera algo que no había tenido en mucho tiempo.
Si bien parece estar en paz, sus palabras están haciendo estragos en mi cuerpo.
Detienen mi respiración y hacen que mi corazón se acelere. Despiertan las
mariposas.
Recuerdo la estrella fugaz de anoche. Recuerdo el deseo que pedí y ahora está
aquí. Un peligro potencial para todo por lo que he estado trabajando durante los
últimos meses.
—¿Y no podías ver las estrellas de dónde vienes? —pregunto.
Zach aparta la mirada del cielo y me mira.
—No.
Respuestas monosilábicas.
Excelente.
Están diseñadas para avivar la curiosidad. Racionalmente, soy consciente de
eso. Irracionalmente, me pregunto sobre su paradero durante los últimos tres años.
—Muy bien. —Asiento, sin apenas creerle—. ¿A dónde te fuiste de nuevo?
En silencio, me estudia.
—¿Por qué? ¿Me extrañaste?
—Oh, sí, definitivamente. Como si extrañaría recibir un disparo en la cabeza.
Zach sonríe, sus ojos negros brillan.
—Sabes, no estaba muy seguro de volver. Pero si te hace feliz, entonces estoy
totalmente de acuerdo.
—Sarcasmo. —Levanto las cejas—. Voy a amarlo.
—Mi objetivo es complacer —dice, haciendo que se me ponga la piel de gallina.
Ignoro eso y llego a la verdadera pregunta que me ha estado molestando todo
el día. No me importa a dónde fue, lo único que me importa es por qué regresó y
cuándo se irá nuevamente.
—¿Por qué volviste?
Creo que mi pregunta se perdió en el viento con la forma en que permanece
en silencio. Pero eso es otra cosa especial de nuestra ciudad con una línea. Incluso el 35
aire está muerto. Nada se mueve, como él. Su rostro está en blanco. Inexpresivo. Pero
hay algo en sus ojos, su mirada.
Arde, como ese cigarrillo atrapado entre sus labios.
Entonces, esa mirada se mueve. Sus pestañas parpadean mientras observa los
rizos sueltos de mi cabello. Tengo la necesidad de estirar la mano y tocarlos, pero me
resisto. Aprieto la tela de mi falda para mantener las manos ocupadas.
—Todavía azul, ¿eh?
Levanto la barbilla.
—Siempre.
Sus labios se contraen cuando repite en un susurro:
—Siempre.
No sé por qué me mira el cabello así, con tanta intensidad. Tal vez esté
pensando en algo malo que decir. Cualquiera sea la razón, no se detiene y cuando sus
pestañas bajan, me olvido de la pregunta que le hice.
¿De qué estábamos hablando?
—¿Todavía usas bolígrafos con purpurina azul?
Solía hacerlo, en la escuela. Yo era la niña del cartel del color azul. Mochila
azul, ropa azul, bolígrafos con purpurina azul y, cuando crecí, cabello azul.
Asiento.
—Sí.
Asiente, luciendo… nostálgico.
—Por supuesto que sí.
Debería decir algo. Realmente debería. Pero estoy en trance. Creo que esto es
lo que se siente al estar hipnotizada.
En este momento, todo lo que puedo hacer es seguir su mirada mientras se
desliza por la línea de mi garganta, que se siente llena de rocas, lo que dificulta tragar.
Cuando baja a mi pecho, me doy cuenta de que la última vez que me vio, era una copa
C. Soy una D ahora.
Tengo toda la intención de decirle que deje de comerme con los ojos.
Pervertido pendejo. No quiero que me mire fijamente. No quiero que me haga
temblar la piel.
Pero mis palabras no salen. Están pegadas a la parte posterior de mi boca y
mis dientes están apretados.
Dios, haz que se detenga.
Pero él sigue mirándome. Mi blusa metida por la cintura, caderas y muslos
redondeados, mis dedos desnudos. Mi cuerpo curvilíneo que solo ha crecido en su
ausencia.
—¿Por qué volviste? —pregunto de nuevo. Esta vez con una desesperación que
36
no existía antes.
Él trae la mirada a la mía, y con el cigarrillo en la boca, dice:
—Tal vez te he extrañado.
Obligándome a romper su mirada, miro hacia abajo. Mis Mary Janes están
tendidas en el suelo, una de lado y la otra a cierta distancia. Abandonadas. Perdidas
y descarriadas. Como yo, en este momento.
Necesito alejarme.
Sacudiendo la cabeza, me agacho y recojo mis zapatos.
—Me voy.
—Lindo uniforme, por cierto.
Me detengo.
Abrazando mis zapatos contra mi pecho, le devuelvo la mirada. Su mandíbula
está apretada. Puedo ver la tensión en sus músculos faciales.
¿Está enojado porque ahora trabajo para su familia?
Mala suerte.
Como si me gustara este arreglo. Como si alguna vez hubiera puesto un pie
dentro de la casa donde creció.
—Gracias —le digo, sonriendo falsamente y pasando una mano por mi falda—
. Yo también lo creo.
Zach aparta la mirada de mí mientras deja caer su porro terminado al suelo y
lo aplasta bajo sus botas.
—Nunca pensé que lavar los platos y trapear los pisos fuera parte de tus metas
de vida.
Sabía que iba a decir algo insultante. Él es Zach.
Pero aun así, me estremezco.
Metas de vida.
¿Qué sabe sobre metas y ambiciones? ¿Qué sabe él sobre lo que sucede cuando
te los arrebatan en un abrir y cerrar de ojos?
Aunque duele, mantengo mi voz tranquila y casual.
—Bueno, no sabes todo sobre mí ahora, ¿verdad? Y se llama trabajo. Así es
como la gente responsable compra cosas.
—Responsable, ¿eh?
—Sí.
Enderezándose y alejándose de la pared, Zach llega a su altura máxima.
Inclinando la cabeza hacia un lado, pregunta como si tuviera mucha curiosidad:
—¿Qué más hacen las personas responsables? Además de cambiar las sábanas
por un trabajo e irrumpir a escondidas en su lugar de trabajo. 37
Mis ojos se abren.
—Fuiste… tú.
Oh Dios.
Entonces, es un idiota pervertido. Me estaba mirando anoche.
—Lo era. Estabas linda con tu pequeño atuendo negro. Estúpido pero lindo.
¿De verdad pensaste que nadie te reconocería? —Se ríe—. Tan linda como estabas,
aunque odio decírtelo. No tienes futuro en el espionaje. Tú también eres un poco…
—Me mira de arriba abajo—. Visible para eso. Entonces, tal vez sea bueno que puedas
cambiar las sábanas y fregar los pisos. Debes mantener abiertas tus opciones.
Y ahí está. Una pequeña indirecta a mi cuerpo junto con otros insultos.
Nada ha cambiado, ¿verdad? Sigue siendo el mismo. Solo que ahora soy más
vulnerable. Tengo más que perder. Como mi trabajo y, finalmente, mi casa.
—Gracias por preocuparte por mis opciones de carrera.
—Ni lo menciones.
—Correcto. No esperaría que lo entendieras —digo, porque realmente no
puedo detenerme—. No esperaría que alguien como tú, que ha pasado por la vida
cabalgando sobre los hombros de su papá, completamente borracho y drogado,
entienda cómo es para el resto de nosotros.
Me mantengo erguida bajo su escrutinio. Me mantengo erguida y firme,
aunque estoy temblando por dentro cuando da un paso hacia mí. Luego otro y otro.
Hasta que está tan cerca de mí que puedo olerlo.
Tarta de cigarrillos y arándanos, como las que hornea Maggie.
Dos cosas que nunca pensé que irían juntas, pero de alguna manera sí y no me
gustan. Ni un poco.
El rostro de Zach está ahora en las sombras. Pero el cielo y las estrellas
proporcionan suficiente luz para que pueda ver sus ojos y su boca cuando dice:
—Sí, tal vez no. Pero entiendo una cosa.
Apretando mis zapatos con fuerza contra mi pecho, busco la valentía.
—¿Qué es eso?
—Si quieres conservar este trabajo, tendrás que hacerme feliz —dice
arrastrando las palabras.
Su amenaza persiste entre nosotros, pesada y oscura, al igual que él.
Las suaves hojas que rozan la nuca de mi cuello de repente comienzan a
sentirse afiladas y peligrosas.
—No soy tu esclava personal, si eso es lo que crees que es mi trabajo —le digo,
tratando de aferrarme a los últimos restos de mi coraje.
Se inclina y su olor se vuelve tan espeso, tan penetrante que mis labios se
abren. Su mirada cae hacia ellos antes de mirarme a los ojos.
—Creo que tu trabajo es lo que yo quiero que sea. 38
Zach llena toda mi visión. Su camiseta oscura, sus anchos hombros. No puedo
ver nada más allá de él. Hace que mi corazón se acelere. Con miedo. Con odio.
Tanto es así que no puedo evitar burlarme:
—No has cambiado ni un poco, ¿verdad? Apuesto a que todavía piensas que
eres dueño del mundo.
Sacude la cabeza, lenta y peligrosamente. Hipnóticamente.
—Me importa un carajo el mundo. Pero sí soy tu dueño.
Sabiendo completamente que podría empeorar mi situación, me burlo.
—No me posees. Ni ahora. Ni nunca.
—¿Es eso un desafío, Blue?
Blue.
¿Cómo puede una palabra tener un efecto tan drástico? Hace que mi interior
se tambalee. Mi pecho se estremece cuando el Blue se desliza por mi garganta como
si lo hubiera inhalado como una droga.
—Es una promesa.
Zach escanea mi cara, como si estuviera memorizando mis rasgos. Como si
planeara soñar conmigo esta noche.
Lo dejo.
Dejo que lo memorice, lo vea bien, para que cuando me vea detrás de sus
párpados cerrados, comprenda que no estoy bromeando. Que pase lo que pase no
voy a jugar a sus juegos. De alguna manera, voy a encontrar una manera de poner
fin a todo esto.
Recuperar mi casa es demasiado importante para mí.
—Si estamos haciendo promesas, déjame decirte una cosa —susurra, bajo y
áspero—. Si quiero que seas mi esclava, caerás al suelo tan rápido que tus rodillas
sangrarán junto con tu palma. Así que no me tientes. Me tientan muy fácilmente.

39
El Príncipe Oscuro

C
ielo nocturno.
Me gusta eso. Un azul tan profundo que es casi negro y el
cúmulo de estrellas, tratando de iluminarlo.
Es imposible, pero aprecio su determinación y que salen
noche tras noche solo para fallar.
Los primeros meses fuera de este pueblo fueron duros porque no podía ver el
cielo nocturno. Es prácticamente imposible verlo en la ciudad. Probablemente por
eso nadie duerme en Nueva York. No tienen un cielo propio.
Pero incluso entonces, la falta de sueño, el hecho de que el mundo era un vacío
desconocido para mí, nunca pensé en volver.
Porque no vale la pena volver aquí. Ni entonces ni ahora.
Tres años y nada ha cambiado. Esta ciudad todavía huele a mierda y un
montón de malos recuerdos. Los muros anchos, la gran arquitectura, kilómetros y
kilómetros de propiedad por la que la gente tonta paga un montón de dinero por
recorrer.
Todo me hace sentir pequeño. Diminuto, inútil.
Las Pléyades, mi lugar de nacimiento, siempre me ha hecho sentir que no
pertenezco aquí.
Estoy en mi antigua habitación. Está hecha en tonos oscuros, gris y negro.
Todo luce pulido y fresco. Probablemente pasaron un día entero limpiándolo,
pensando que me quedaría.
Pero no.
Sé lo que se siente y sabe la libertad. Sé que la libertad es andar en motocicleta
por una carretera sin fin. La libertad es el viento en mi cara.
La libertad es el conocimiento de que, al final del día, no tengo que volver a 40
un lugar en el que estuve atrapado durante dieciocho putos años.
Estoy metiendo mi ropa dentro de mi mochila cuando escucho un golpe en mi
puerta. Lo dejaría ir, pero iré allí de todos modos.
Además, tengo la sensación de quién podría ser, y necesito dejar las cosas en
claro de una vez por todas.
Cierro la cremallera de mi bolso y me lo echo al hombro, cruzo la habitación
y abro la puerta. Nora, la señora Stewart para todos los demás, está parada allí, con
una bandeja de comida. Ella me mira, seguida por la mochila en mi hombro, y sus
labios se fruncen con decepción.
Ella levanta la bandeja y dice:
—Te traje comida.
—Puedo agarrar algo en la carretera.
—Entonces, ¿te vas entonces?
—Sí.
Se queda callada por un segundo antes de decir:
—Las pruebas vuelven la semana que viene.
Aprieto la mandíbula.
—Llámame cuando lleguen.
Su silencio ante mi respuesta casual se alarga más que antes. Sé lo que
significa. Significa que está preparando su regreso. Eso es lo que pasa con Nora. Ella
piensa que solo porque ha estado trabajando para mi familia desde que nací, tiene
algún tipo de libertad para sermonearme. Como si fuera su hijo o algo así.
En su mayor parte, la dejé pensar eso. Tal vez como agradecimiento por todas
las veces que metió comida en mi habitación, o me puso a dormir o me secó las
lágrimas porque estaba demasiado orgulloso para reconocerme cuando nadie más
podía tener contacto conmigo. Pero si sabe lo que es bueno para ella, mantendrá la
boca cerrada.
—Nada ha cambiado, ya sabes —comienza en voz baja, o más bien sería suave
si su expresión no fuera severa y su voz no sonara como si perteneciera a un director
de escuela—. De hecho, las cosas han empeorado. Si pensabas que tu partida lo
resolvería todo, estás equivocado. No sucedió. Él sigue siendo el mismo y ella todavía
le da excusas. La mayoría del personal no sabe qué está pasando. Pero a los que sí lo
hacen, no se nos permite hablar de ello.
Ah, entonces ella va con el chantaje emocional.
—Entendido —digo, siguiendo la ruta informal.
—Tu madre ama mucho a tu padre.
Jesús.
Ella no sabe cuándo parar, ¿verdad?
Miro al suelo, tratando de mantener mi paciencia. No soy muy bueno con eso.
Nunca lo he sido. Ni siquiera en los mejores momentos, y este no es el mejor 41
momento.
—Está bien, aquí está el trato —comienzo, diciéndole cómo es—. Estuve en mi
motocicleta la mayor parte de la noche de anoche para llegar a esta ciudad de mierda.
Dormí muy poco. La reacción de mi padre al verme por primera vez en tres años fue
preguntarme si finalmente recuperé el sentido y regresé para disculparme y pedir
dinero. Todo lo que mi mamá me dijo fue que, si estaba planeando quedarme, tenía
que portarme bien y no molestar a mi papá. Necesitaba aparecer en la fiesta, beber
champán, sonreír a gente que me importa un carajo. Todo solo para mostrarle al
mundo lo felices que están de tenerme de regreso.
Aprieto el puente de mi nariz.
—Debí haberme ido en el momento en que ella salió con el plan de la fiesta.
Cualquier cosa para que mi papá se vea bien. Pero como un idiota, me quedé. Y ahora
estoy atrapado. Estoy impaciente y estoy tan cerca de tomar una maldita senda de
guerra. Así que deja de hablar y déjame pasar.
¿Nora me escucha? No.
Ella me mira mal, sostiene su bandeja como un escudo y continúa como si
nunca me hubiera escuchado.
—Y amas mucho a tu madre. Es por eso que tomó una llamada telefónica, solo
una, para que regresaras. Y es por eso que no te fuiste cuando debiste.
Aprieto los dientes y miro al techo por un segundo.
—Estás despedida.
Ella esboza una sonrisa.
—Bueno. Pero, lamentablemente, no estarás aquí mañana para ver si tu
despido se llevó a cabo o no. Así que al menos déjame ir al grano.
—¿Y qué diablos sería eso?
—Mi punto es que no importa cuánto lo niegue o lo rechace de plano, estamos
diseñados para amar a nuestros padres. Así es como es. Es desafortunado. Algunas
personas no merecen nuestro amor, pero eso no significa que se vaya.
—Bueno, fui diseñado de manera diferente. Ahora, tengo que irme.
Finalmente, mis palabras se registran en ella. Su rostro se arruga y siento una
punzada en el pecho. Lo ignoro. No es mi culpa que haya puesto su fe en mí. No
puedo asumir la culpa por los errores de la gente.
Asintiendo, dice:
—Solo quiero que sepas que te llamé porque no quería que te arrepientas de
no estar con ella. Años después, no quería que miraras atrás y cuestionaras tus
decisiones tomadas con enojo.
—No lo haré. —No sé por qué, pero sigo adelante y agrego—: No me voy a
quedar en un lugar donde no soy bienvenido. Hice eso durante los primeros
dieciocho años de mi vida y no fue bonito. Además, ella no me necesita.
—Lo sé. Sé que tienes malos recuerdos aquí. Sé que no le debes nada a tu
madre ni a tu padre. Pero como dije, es lamentable. Estamos destinados a amar a las
42
personas que nos dan la vida. Sabía que querrías estar aquí como su hijo. No porque
ella te necesite. Con el debido respeto, no me importa lo que necesite. Solo me
importas tú.
A veces, cuando dice estas cosas, me pregunto si es porque realmente se
preocupa por mí o porque le pagan por ello.
Niego con la cabeza y aprieto los dientes. Aun así, surge la pregunta:
—¿Quién la ha estado cuidando?
—Yo. Junto con un par de otros miembros del personal.
—¿Y papá? ¿Qué hace todo el día?
Ella se encoge de hombros.
—Reuniones. Trabajo. No quiere reconocerlo.
Sonrío amargamente.
—Como siempre.
—Al menos quédate hasta que vuelvan las pruebas —insta de nuevo.
—Odio este lugar.
—Te vas a odiar más a ti mismo si no te quedas. No quiero que te odies a ti
mismo. De todos modos, haces eso mucho. —Voy a decir algo, pero ella me
interrumpe—. Si todavía no le gusta, nadie es capaz de detenerlo, Maestro Zach.
—Zach —espeto—. Si quieres que me quede aquí, llámame Zach. Y nadie
puede saber por qué me quedo. No lo quiero corriendo por todas partes.
—¿Qué eres un buen hijo?
—No me pongas a prueba.
—Entendido.
Suspiro y suelto la puerta, camino de regreso a la cama. Mi mochila cae al
suelo. Y deja la bandeja.
De repente, estoy hambriento.
Miro fijamente al cielo que, para todos los efectos, debería ser negro. Es la
maldita medianoche. Pero parece azul.
Azul oscuro, azul.
Escucho a Nora dejar la bandeja y luego retirarse de la habitación. Justo
cuando está a punto de cerrar la puerta, me doy la vuelta y le pregunto:
—¿Qué está haciendo aquí?
Nora frunce el ceño.
—¿Quién?
Mis fosas nasales se ensanchan mientras respiro profundamente. Mi cuerpo
se siente tenso, revuelto. Necesito salir de aquí, incluso si no voy a ninguna parte.
—Cleopatra Paige.
No creo haber dicho nunca su nombre completo en voz alta y tampoco creo
43
que lo haga después de esto.
Su nombre es como ella.
Ruidoso y dramático y un puñado de mierda. O bocado. Lo que sea.
Puedo ver la confusión de Nora, pero todavía responde:
—Trabaja para mí. Ella está en el personal de limpieza. ¿Se trata de lo que
pasó en la fiesta? Ella nunca había hecho algo así antes. De hecho, tiene experiencia.
Ella solía trabajar…
—En el restaurante del lado sur. Lo sé. ¿Cuánto tiempo lleva trabajando aquí?
—Aproximadamente seis meses. —Mirándome con astucia, agrega—: Ella
realmente vive aquí. En una de las cabañas.
Mis puños se cierran.
—¿Por qué? ¿Qué pasó con su casa?
Tal vez sea la intensidad de mi voz o tal vez sea mi postura rígida, pero Nora
se toma un segundo para mirarme. Y eso no me gusta.
—Ella la perdió.
—¿Disculpa?
—El año pasado. Junto con sus padres —explica—. Maggie, ella me habló de
ella y yo la contraté. No tiene adónde ir.
No creo que jamás haya apretado los dientes con tanta fuerza. Estoy a punto
de aplastarlos con la fuerza.
Ella no tiene adónde ir.
A ninguna parte. Nada.
Y llegó al peor lugar de esta ciudad.
—Ella no es mi mejor empleada. Ella es ruidosa y no entiendo todo el asunto
del cabello azul desordenado, pero lo ha estado haciendo bien. ¿Debería estar al
tanto de algo?
Su voz me llega a través de un túnel, un túnel profundo y oscuro, y de alguna
manera me las arreglo para responderle.
—No.
—Parece que la conoces.
—No.
—Pero…
Dejo que mi ira se refleje en mi rostro.
—Creo que deberías irte.
Asintiendo lentamente, se va.
Tan pronto como se cierra la puerta, recojo las llaves de mi motocicleta.
Durante tres años fui libre. Libre de este lugar. Libre de mis padres. Libre de
todas las cosas que me hacían sentir: rabia, odio, soledad.
44
Pero aparentemente, he vuelto y hay una diferencia muy importante.
Ella también vive aquí, la chica de cabello azul. La chica que cargó con todo
mi odio y en la que no he dejado de pensar desde que la vi por primera vez cuando
tenía doce años.
Y si hubiera sabido eso, nunca hubiera regresado.
Porque no quiero tener nada que ver con ella y estoy bastante seguro de que
ella no quiere tener nada que ver conmigo.

45
A
noche vino a mí en mis sueños.
Como si volviera a estar en St. Patrick. Mientras daba vueltas
en la cama, en un estado de semi-despierta, me di cuenta de que vi
crecer a Zach.
Lo he visto como un sabelotodo de secundaria con cabello puntiagudo y
uniforme arrugado y sucio quien siempre termina en detención. A pesar de que a esa
edad era más bajo que todos los profesores, todavía los dominaba con su actitud de
jódete.
Y entonces, creció más. Literalmente se disparó de la noche a la mañana y se
hizo más grande que todos los demás. Prácticamente todos tenían que inclinar el
cuello para mirarlo y mientras tanto, apenas les echaba un vistazo.
Lo vi cuando estaba en los pasillos de la escuela. Grande y descuidado.
Rompe-reglas con su corbata tirada sobre su hombro y los dos botones superiores de
su camisa del uniforme sueltos. Nunca llevaba sus libros con él. Siempre iba con las
manos vacías. Como si su memorándum se hubiera perdido en el correo de que se
suponía que era una escuela y que tú debías llevar los libros de texto.
Y entonces, lo vi mirándome.
Me observaba siendo humillada con el rostro en blanco. A veces, cuando me
defendía y gritaba insultos, sus labios se movían. A veces ellos se tensaban y él
sonreía. Como si me hubieran puesto en esta tierra para divertirlo.
Lo vi en su motocicleta. Su cabello y corbata volando con el viento y el humo
saliendo de su boca, cortesía de su cigarrillo. El giro de su moto está grabado en mi
mente.
Así que sí, anoche vi flashes de su vida, entrelazados con la mía.
Me alegré cuando llegó la mañana y tuve que despertarme.
Mientras corro al trabajo, en realidad estoy esperando un día lleno de tareas
serviles. Sólo para no pensar en él y que está de vuelta.
Él realmente, realmente regreso. Y sabe que estoy aquí.
Estoy tan dentro de mi cabeza que no miro por donde voy y justo en la entrada
46
de la sala de personal, chocó con alguien.
—Oye, ¿estás bien?
Es Ryan. Es de mi antiguo vecindario, y lo conozco de toda la vida. Ha
trabajado en Las Pléyades como chófer durante unos dos años.
Agarro la tela de su chaqueta de traje sobre su bíceps. —Ups —Me río—. Lo
siento. Supongo que no vi por dónde iba.
Él sonríe. Es sólo un par de años mayor que yo y siempre he pensado que su
presencia es reconfortante.
—Está bien. —Me tranquiliza—. ¿Te sientes bien? Ya sabes, después de lo que
pasó anoche.
Cuando me lo recuerda, el corte en mi palma pulsa como si alguien estuviera
metiendo el dedo en el centro de la herida.
Golpeo mi palma herida a mi lado y le disparo a Ryan una brillante sonrisa. —
No, estoy bien. No sé qué pasó anoche. Estrés, tal vez. Pero me siento genial ahora
mismo.
—Me alegro de oír eso —dice, sonriendo cálidamente.
—Bien, me voy. No puedo hacer enojar a la señora S dos veces seguidas.
Ya estoy pasando por delante de él cuando me detiene.
—Cleo, yo... —Se rasca la frente—. Me preguntaba si te gustaría tener una cita
conmigo.
—¿Qué? —chillo.
—Cita. ¿Conmigo? ¿Si te gustaría ir?
¿Me acaba de pedir una cita?
¿A mí?
¿Cleopatra Paige? La chica gótica, rara y de cabello azul.
Sólo ha pasado una vez en el pasado, con Neal, y yo fui la que le pidió una cita.
Y bueno, todos sabemos cómo resultó eso.
—¿Cleo?
—Sí. Lo siento. Yo solo, um, ¿quieres tener una cita conmigo?
Se ríe. —Bueno, sí. Si no quieres, entonces...
—No. Quiero decir, no es que no quiera. Siempre he pensado que eres sexy y...
—Abro los ojos porque, joder, ¿qué estoy diciendo?
No es que esté mintiendo, sin embargo.
Si soy sincera, siempre he estado un poco enamorada de él. Especialmente
mientras crecíamos. Tina y yo, ambas lo estábamos. Nos turnábamos para casarnos
con él cuando jugábamos juntos. Era tan lindo y su sonrisa solía hacerme sentir
cálida y confusa.
Ryan se ríe de nuevo pero el sonido ha perdido su vergüenza. —¿Y? 47
—Yo sólo... —Sacudo la cabeza, sintiéndome sonrojada—. Nunca me di cuenta
de que querías hacerlo. Tener una cita, quiero decir.
Encogiéndose de hombros, pasa sus manos por su cabello. —Siempre quise
hacerlo, pero nunca tuve el valor de pedírtelo antes. Y con todo lo que pasó el año
pasado, no quise presionarte.
Lo que pasó el año pasado es un peso que siempre llevo encima. Y aunque soy
más fuerte por ello, la gente me trata como si fuera la cosa más frágil y delicada que
existe.
Parpadeo, aclaro mi garganta. —Sí. No creo que pueda. Me gustas, pero no
puedo. Es sólo que... no creo que esté preparada. Y con todo el trabajo ya sabes, no
puedo.
—Lo entiendo. —Ryan asiente y me da un pequeño pinchazo en el corazón.
Se estira y pasa un pulgar sobre mi mandíbula.
—Pero no me rendiré —dice con un brillo en los ojos—. Ahora que sé que crees
que soy sexy.
Con esa promesa, se va y todo lo que puedo hacer es verlo partir.
Y entonces, sonrío.
Su pulgar era suave y liso. El único lugar donde lo sentí fue donde me tocó, en
mi mandíbula.
El toque de Ryan era exactamente lo que un toque debería ser: cálido y fugaz.
No se irradiaba a ninguna otra parte de mi cuerpo. No era consumidor.
No como su toque, abrasador y eléctrico. Algo en lo que pensaré en los
próximos días.
Aun sonriendo, entro en la sala de personal y me siento al lado de Tina. La
señora S aún no ha llegado, así que todo el mundo está hablando. Bueno, sobre todo
chismes, y por supuesto, el tema de conversación es Zach.
Leslie, una de las limpiadoras, está muy contenta de que haya regresado.
—No puedo creer lo caliente que se ha vuelto. ¿Viste ese cuerpo? —Se pasa la
mano por el rostro—. Hombre, oh hombre. Lo quiero a él.
Tina la hace callar. —Baja la voz, ¿quieres? Si la señora S te oye, estarás en el
servicio de limpieza de baños el resto del mes.
Así que la señora S tiene una regla: no dormir con los señores de la mansión
o la gente con la que confraternizan. Ella dice que es malo para su reputación. No
seremos una casa cliché, donde las empleadas tienen aventuras y terminan
embarazadas.
Sólo he trabajado aquí unos meses, pero una de las chicas fue despedida por
acostarse con un invitado que estaba aquí de visita. Yo no estaba allí, pero se rumora
que la señora S los atrapó in fraganti, haciéndolo en una de las habitaciones de
huéspedes de la torre tres.
Leslie agita su mano. —Ella no está aquí. Además, hay formas de evitarla. No
crees que todo el mundo sigue las reglas, ¿verdad? 48
Leslie es ruidosa y divertida, y aunque es una chismosa terrible, siempre me
ha gustado. No creo en todo lo que sale de su boca. Pero viendo que habla del tipo
que más o menos arruinó toda mi experiencia educativa, se me ocurre un plan.
Nada diabólico, sólo algo divertido. Y voy a ahorrarle a Leslie un montón de
corazones rotos en el proceso.
—No quieres romper las reglas por él, confía en mí —le digo, inclinándome
para que sólo ella y Tina puedan oírme.
—¿Qué quieres decir? —Leslie pregunta, con el interés escrito en su hermoso
rostro.
Miro a la izquierda y luego a la derecha antes de concentrarme en ella. —
Entonces, anoche, en la fiesta... Había una chica hablando con una de sus amigas. Y
ella decía que cuando intentó acostarse con Zach antes, él tuvo un pequeño
problema.
—De ninguna manera —respira Leslie.
Asiento y levanto mi dedo antes de doblarlo. —Y sabes qué, no creo que esa
fuera la primera vez tampoco.
Los ojos de Leslie se abren mucho. —¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que fui a la escuela con ese tipo —Desafortunadamente—. Sé
cosas.
Tina resopla. —¿En serio?
Sabe que estoy mintiendo.
Leslie me agarra la mano con emoción. —¿Hablas en serio? ¿Qué cosas?
Sonrío. —Mira, podría ser sólo un chisme. Pero en la escuela, oí un rumor de
que él, ya sabes, no podía actuar, per se. Así que tuvo que tomar una pastilla o algo
así.
Leslie jadea.
Tina resopla de nuevo.
—Quiero decir, escucha, no creo en eso de la píldora azul. Creo que fue una
exageración, pero... lo de no funcionar podría ser cierto. Pero, ¿quién sabe? Los
chismes son chismes.
Leslie asiente. —Tiene sentido. El chisme es un chisme. Aunque es una pena,
si es verdad. Ese tipo está muy bien.
Me recuesto en mi asiento, satisfecha y sonriendo. —Oh sí, definitivamente.
Tina sacude su cabeza hacia mí y me encojo de hombros. Al final del día, todos
los empleados sabrán del pequeño problema de Zach. Lo crean o no, se preguntarán
y eso es todo lo que me importa.
Jódete, Zach.
Todos nos quedamos callados cuando la señora S entra y empieza a dar
instrucciones como siempre. Una de las chicas está enferma, así que me ofrezco
voluntaria para asumir sus tareas. Está bien. Cuanto más trabajo, mejor. Me 49
compensarán por el tiempo extra y estaré mucho más cerca de mi meta.
Pero diez minutos después, cuando la reunión se termina y se supone que
debemos cumplir con nuestros deberes, mi sonrisa triunfante, cortesía de mi
pequeña venganza y el trabajo extra se desvanece en mi rostro.
Porque uno de los deberes que con tanto entusiasmo asumí es limpiar la
habitación de mi antiguo intimidador.

50
E
l Príncipe de Las Pléyades vive en la torre dos.
He estado en su habitación antes, por supuesto. La primera
vez que estuve allí, me volví un poco loca. Husmeé en su armario y en
todos sus cajones. No es que haya encontrado nada interesante. Se
había ido por un par de años y su habitación estaba vacía, además de los muebles.
Excepto por las motas de polvo, no había nada interesante allí.
Me pregunto qué encontraré ahora que ha regresado. No es que me importe,
pero aun así.
Es casi la hora del almuerzo; he terminado de limpiar las otras habitaciones
de la torre. Excepto la suya. Lo he estado evitando hasta ahora pero no puedo. Ya no
puedo. Tengo que hacerlo.
Empujo el carro con todos mis artículos de limpieza y la bolsa de lavandería,
junto con toallas y sábanas limpias, y voy a su puerta. Su habitación está situada al
final de un brillante pasillo hecho de mármol italiano y adornado con pinturas
hechas por caras manos extranjeras. Hay una ventana alta —que es un dolor de
cabeza para limpiar— escondida en una esquina, con vistas a un patio con una fuente
de agua.
Presiono mi oreja contra la puerta, pero no oigo ningún sonido.
En realidad, espero que no esté aquí. Tal vez después de la fiesta de anoche,
se reunió con sus secuaces y se emborrachó, y ahora está durmiendo en algún lugar.
Se sabe que hace eso. Todos los lunes solía faltar a la escuela o venir a sus clases
después del almuerzo, con resaca y sueño.
En cualquier caso, no lo sabré a menos que llame a la puerta.
Haciendo una mueca, levanto el puño y lo hago.
Nada.
Respirando hondo, vuelvo a llamar. No hay respuesta.
Oh, Dios mío. ¿Podría ser? ¿Podría ser tan afortunada de que no esté ahí?
No puedo controlar la sonrisa que invade mi rostro. Con el puño en alto, saco
mi llave y la deslizo en la cerradura. La cerradura se abre fácilmente y empujo la
51
puerta para abrirla. Tal vez termine antes de que regrese y no tenga que ver su guapo
pero cruel rostro.
Lo primero que noto cuando entro es que hay mucha luz. Brillantemente
luminoso. Tengo que levantar la mano para evitar los rayos del sol que entran por
las ventanas.
La habitación de Zach es la más grande de todas las habitaciones de este lugar.
Van del suelo al techo y ocupan toda una pared.
La primera vez que estuve aquí, me sorprendió el tamaño de las mismas. Es
casi como una pared de cristal. Se puede ver el bosque que abarca la propiedad.
Puedes ver todo el cielo a través de ella.
¿Y la mejor parte? Hay una alcoba que se extiende hasta la ventana, que
sobresale separada de la arquitectura de la habitación. Los lados y el fondo de la
alcoba también son de vidrio. Así que cuando entras en ella, es como caminar en el
aire.
Por mucho que lo odie, me encanta la habitación en la que creció.
Me alejo del resplandor del sol y lentamente, los puntos brillantes detrás de
mis ojos desaparecen. Me sentiría aliviada de poder ver, pero no lo hago.
Porque tan pronto como mis ojos se adaptan, caen en la cama gigante. que
está actualmente ocupada.
Por un Zach dormido.
Presiono un puño sobre mi boca para evitar gritar. Incluso inmovilizo mis
rodillas para no hacer ningún movimiento brusco y despertarlo.
¿Por qué no pensé en esto antes? ¿Por qué no se me ocurrió que podría estar
durmiendo?
Soy una idiota. Es por eso que...
Oh, y otra pregunta: ¿por qué demonios duerme sin camisa?
Puedo verlo. Como, realmente lo veo.
Está tendido sobre su estómago, con los dos brazos sobre él. Uno sobre la
almohada y el otro parece estar debajo. La sábana gris que tiene puesta sólo cubre la
parte inferior de su cuerpo, dejando su espalda expuesta y desnuda.
No me equivoqué anoche. Ha crecido y se ha bronceado.
Aunque nunca lo he visto sin su camisa, puedo decir que esos surcos en sus
hombros donde se encuentran con sus bíceps, no estaban ahí antes. Las
protuberancias de sus brazos también han crecido, haciéndolos parecer como olas
de agua apretadas. Sin mencionar que su espalda es un maldito estudio de los planos
tensos y curvas que se mueven cuando respira.
Jesucristo.
Es tan injusto, ¿verdad? Que alguien que roba tanto aliento pueda estar tan
podrido.
No sé cómo puede dormir con ese sol brillando sobre él, pero voy a contar mis
bendiciones y me iré.
52
Pero no me voy como debería. Como si la política fuera no molestar cuando el
ocupante de la habitación está durmiendo.
Porque mis ojos se posan en su mochila y en su ropa de anoche. Están tiradas
en un montón a los pies de su cama.
Sin querer, me muevo hacia ellos.
La mochila es negra y está abierta. Poniéndome de rodillas, ensancho el hueco
y miro dentro. Su ropa huele a ropa limpia, pero está toda arrugada y metida dentro,
como si fuera de prisa. Algo así como lo haría yo, descuidada y desordenada.
En el siguiente compartimento, encuentro su cartera, llaves, algunos artículos
de aseo y un libro.
¿Un libro?
Lo saco sin pensarlo.
A Zach no le gusta leer y cosas así. No. No es el tipo de imbécil que es duro por
fuera pero que secretamente alberga amor por la palabra escrita.
Lo he visto arrancar páginas de un libro de texto y hacer aviones con ellas,
sentado en las gradas. Una vez partió un libro en dos porque un profesor le preguntó
sobre los deberes. Concedido, sólo he oído hablar de eso, pero lo creo.
Entonces, ¿por qué tendría un libro dentro de su mochila? Un libro sobre las
estrellas. Written in the Stars.
Olvidé que se podían ver las estrellas aquí arriba.
Hojeo las páginas. Hay constelaciones, descritas y dibujadas, junto con su
origen y las historias detrás de ellas. Está limpio y nítido. Casi sin tocar, pero de
alguna manera, tengo la sensación de que no lo es. No realmente.
Zach ha tocado estas páginas. Pero eso no tiene sentido.
Siempre pensé que mirar las estrellas y observar el cielo es algo que hacen los
poetas y los filósofos. Gente que tiene profundidad.
El Príncipe Zachariah no es un poeta ni un pensador. No tiene profundidad.
Todo lo que es, es un tipo rico y aburrido que se divierte atormentando a los demás,
es decir, a mí.
Pero entonces, llego al final del libro y todos mis pensamientos se canalizan
en el hecho de que es un libro de biblioteca. Está vencido y es de Nueva York. NYPL:
Biblioteca Pública de Nueva York.
Tenía razón.
No estaba en el Reino Unido, yendo a Oxford. No sé cómo, pero puedo decir
con seguridad que ha estado en Nueva York los últimos tres años.
Le echo un vistazo. Todavía duerme profundamente, probablemente sin soñar
también. Desearía poder preguntarle sobre la ciudad, sobre todos los lugares que ha
visto.
Pero no puedo porque lo odio y piensa que soy un juguete. 53
Es un maldito desperdicio.
Rápidamente reviso el resto de sus cosas y algo bueno también. Porque me
saqué la lotería con el paquete de cigarrillos. Un paquete doble, en eso.
¿Su escondite, tal vez?
Mirando los Marlboro, sonrío. No tiene ni idea de lo que se avecina.
Lo tomo en mis manos y me levanto, lista para salir de aquí. Pero entonces,
oigo un sonido. El peor sonido del mundo. Peor que la explosión de una bomba.
Un gruñido.
Luego, un gemido.
—Joder.
Otro gruñido.
—Jesucristo.
Mi mente se ha apagado completamente. Miro su espalda en la cama y hay
movimiento, crujidos.
Se está despertando.
Oh mi Dios, se está despertando.
¿No podría seguir durmiendo durante cinco segundos más? Porque cinco
segundos más y me habría ido de aquí.
Me quedo congelada en medio de su habitación mientras pierdo mi capacidad
de pensar.
¿Qué mierda hago ahora?
De repente, mis piernas se mueven. Pero en lugar de llevarme a la puerta, me
llevan a su baño y antes de que pueda comprender lo que está pasando, salto a la
bañera a un lado, y cierro la cortina de la ducha.
Es una de esas opacas que te esconde completamente y gracias a Dios por eso.
Entonces, me pongo contra la pared y presiono mi mano libre sobre mi boca. En la
otra mano, tengo el paquete doble de Marlboros que robé.
Oigo pasos descalzos y un par de gruñidos más. Para mi horror, esos sonidos
se acercan.
Oh, Dios.
Está viniendo hacia el baño.
Hacia mí.
¿Por qué diablos pensé que sería una buena idea esconderse dentro de su
bañera? No estaba haciendo nada ilegal... bueno, si no cuentas robar sus palos de
cáncer y revisar sus cosas. Podría haberme ido fácilmente por la puerta.
Ahora, todo es mucho, mucho peor de lo que tenía que ser.
Aparentemente, no lo suficientemente peor porque viene un silbido. Un
sonido distinto de algo, un grueso chorro, golpeando la cerámica, seguido de un 54
suspiro.
Lo retiro. Este es el peor sonido del mundo. Zach, meando.
¿Por qué? ¿Por qué me está pasando esto?
Histéricamente creo que si tiene sueño y su puntería no es la adecuada y si
saca algo del inodoro, no lo voy a limpiar.
No.
No, no. Dejaré mi trabajo antes de... hacer eso.
Una eternidad después, oigo la descarga del inodoro y el chorro del grifo
abriéndose. Oh, gracias a Dios. Está acabado.
¿Qué posibilidades hay de que se vaya ahora? ¿Y se vuelva a dormir como
antes, nada menos?
Cero.
Cero posibilidades de que eso ocurra porque un microsegundo después, la
cortina se abre y me encuentro cara a cara con el tipo que he estado tratando de evitar
desde que tenía diez años.
—¿Qué mierda estás haciendo? —ruge, no sé cómo lo hace ya que acaba de
despertar, pero aun así, el sonido hace eco en mi pecho.
Su brazo se extiende mucho, estrujando la cortina con su agarre, y por unos
momentos, todo lo que puedo hacer es mirar su rostro.
Está muy tenso, cada pequeña línea, cada músculo tenso en exhibición. Su ira
se personifica con su mandíbula que late y sus dientes apretados.
Se supone que debo responderle; lo sé.
Pero mi lengua está abultada.
Miro fijamente la sombra de rastrojo en su mandíbula cuadrada y asesina. Piel
oscura y tentadora. Cabello en punta, desordenado. Ojos negros que gotean rabia.
Y venas.
Dios, tiene tantas venas, que corren justo debajo de su piel. Una de ellas baja
por su cuello tenso. Golpea sobre su clavícula y luego desaparece debajo de sus
pectorales musculosos.
Su pecho es enorme y sus curvas forman un valle estrecho que luego se
convierte en las crestas de su abdomen. Voy a contar esas crestas; estoy bastante
segura de que tiene un paquete de seis. También podría ser de ocho.
Pero me desvío por el hecho de que no lleva nada.
Está desnudo.
Desnudo.
—¡Oh Dios mío! —chillo, apretando los ojos.
—¿Cómo has entrado aquí? 55
—Oh, Dios mío. Oh Dios mío —grito, tratando de fundirme en las baldosas a
las que está pegada mi columna vertebral—. Estás desnudo. Pensé que al menos
tendrías un pantalón puesto.
—Qué mierda. ¿Estás haciendo? —gruñe, esta vez lentamente.
—¿Por qué estabas durmiendo desnudo? —respondo—. ¿Quién duerme
desnudo?
—La gente que quiere masturbarse cuando le da la gana.
Mi respiración se detiene ante su respuesta sin sentido.
Masturbarse.
Quiere decir... frotar su cosa. ¿Verdad? Masturbarse.
La cosa que está en plena exhibición en este momento. A pocos metros de mí.
A una distancia palpable. ¿Este es el castigo por inventar esa mentira sobre él?
No. No. No.
—Abre los malditos ojos —dice Zach, rompiendo mi canto interno.
Aprieto los dientes. —Ponte un maldito pantalón.
—No hasta que me digas qué mierda estás haciendo, escondiéndote en mi
baño.
No puedo creer que esto me esté pasando.
No puedo creer que esté atrapada en una bañera, con un Zach desnudo
mirándome.
Pero necesito ser una mujer. Necesito abrir los ojos, terminar con esto e irme.
De ahora en adelante, no me ofrezco como voluntaria para asumir las obligaciones
de nadie. Al menos, no sin saber lo que implican.
Lentamente, abro los ojos y me aseguro de mantenerlos sólo en su rostro. —
No me estaba escondiendo.
Me lanza una larga mirada. —Si estás ahí para ducharte, odio tener que
decírtelo, pero no es así como se hace.
—¿Qué?
Hace un gesto a mi ropa, mirando arriba y abajo de mi cuerpo. —Se supone
que debes quitártela. Y no sólo porque hace que sea más fácil masturbarte.
—¿Qué?
Esta vez mi qué es más alto en cadencia. Me encogí en la pared un poco más.
Aunque no creo que vaya a ninguna parte.
Zach extiende su otro brazo y lo clava en la pared. Inclinándose hacia mí, dice
en un tono áspero:
—Masturbarte. ¿Nunca lo has hecho en una ducha?
—Claro que sí.
Oh hombre. 56
Lo que no es correcto. Tan completamente, absolutamente incorrecto.
La tensión de su rostro se desvanece y sus ojos brillan con alegría. Antes de
que pueda comentar mi respuesta descuidada, casi grito.
—No. No digas ni una palabra. No quiero oírla, ¿de acuerdo?
Sus ojos negros como el azabache se deslizan de un lado a otro de mi rostro.
—Estás un poco tensa, ¿no? Para alguien que se esconde en mi bañera —Con
una sonrisa desproporcionada, me dice en voz baja—: Te diré algo. Me daré la vuelta
y podrás hacer lo que quieras hacerte para... —Un barrido final de mis rasgos y
luego—. Soltarte.
Soltarme.
Bien.
¿Puedo matarlo? Quiero decir, ¿qué tan mala puede ser la prisión, en
realidad? Te dan comida gratis y una cama para dormir.
Exhalando un suspiro de enojo que amplía su sonrisa, digo:
—Muy elegante. Estoy aquí para hacer mi trabajo, idiota. Sacando tu basura y
cambiando tus sábanas. Mis metas en la vida, ¿recuerdas?
Su sonrisa es reemplazada por un borde afilado de su mandíbula. Supongo
que todavía está enojado por el hecho de que trabajo aquí.
Únete al club, imbécil.
—Y aun así, mis sábanas no están cambiadas y la basura sigue en el cubo de
basura.
Entrecierro los ojos ante él. Bueno, porque tiene razón. No limpié. Fisgoneé.
—No recuerdo haberte dejado entrar —continúa.
—Llamé a la puerta. No abriste.
—Eso todavía no explica cómo entraste.
Tengo esta grave necesidad de pasar de un pie a otro como si hubiera hecho
algo malo, lo cual hice. —Tenía la llave.
—La quiero de vuelta.
—¿Qué?
—La llave. No te quiero en mi espacio.
Tiene razón. Realmente no la tiene. Soy una fisgona. Pero, ¿hola? Después de
todo lo que me ha hecho a lo largo de los años, tengo el maldito derecho de revisar
sus cosas.
—Confía en mí, estar en tu espacio es lo último que quiero. ¿Quién sabe qué
broma me gastarás?
—Bromas.
Esa palabra en mi boca no sonaba tan peligrosa como en la suya. Es la forma
en que sus labios y su lengua se moldearon alrededor de la palabra y le dieron vida. 57
Una vida peligrosa, y de repente, me bombardean con todas estas ideas. De lo que
puede hacerme.
Al tragar, miro el pliegue de sus bíceps. Son enormes.
Podría aplastarme, si quisiera. Podría envolverme con sus grandes brazos,
sujetarme con su cuerpo, cubrirme y esconderme debajo de él. Y le llevaría días a
alguien encontrarme.
—Sí. —Me aclaro la garganta, mis ojos aún están pegados a sus músculos
ondulantes, ya que mis pulmones se están quedando sin aire—. Si estás pensando en
encerrarme aquí, te haré saber que me están buscando. Mi amiga sabe que estoy aquí
y si no me presento para el almuerzo, llamará al 911.
—Es bueno saberlo.
Su tono burlón me hace mirar a otro lado y a su rostro.
—No estoy bromeando.
Más o menos lo estoy, pero él no necesita saberlo. Si no me presento para el
almuerzo, Tina pensará que aún estoy terminando mis deberes. Nadie va a venir por
mí.
—Yo tampoco —dice—. Ahora, si has terminado de joder, quiero la llave de
regreso.
—No puedo darte la llave —digo, exasperada—. ¿Conoces a la señora Stewart?
Es mi jefa y es muy rara con ellas.
—No me importa.
Imbécil.
Me aferro a mis lados, como si protegiera las llaves dentro de mi bolsillo. —
No me van a despedir porque tengas problemas de privacidad.
En cuanto lo digo, me doy cuenta de lo que es esto. Mi peor temor es que se
haga realidad. Todo esto es una estratagema para hacer que me despidan.
Lo sabía.
Con sus ojos aburridos sobre mí, se inclina más. Prácticamente está agachado
sobre mí, como una sombra oscura.
—Hacer que te despidan es lo último que tengo en mente. ¿Dónde estaría la
diversión en eso? —dice, leyendo mis pensamientos y dejándome sin aliento.
Desconsiderado.
—Además, si quiero, yo puedo despedirte en este momento. En caso de que
hayas olvidado la conversación que tuvimos anoche, haz lo que te digo. Soy el jefe de
tu jefe. —Extiende su brazo—. Dame las malditas llaves.
No parecía tan amenazador entonces como a la luz del día. Podría ser porque
anoche, estábamos al aire libre y ahora estamos aquí, tan cerca el uno del otro.
Con su cosa entre nosotros. 58
Como una marioneta, miro su brazo. Mi mirada se engancha a algo que no
estaba allí antes.
Es un tatuaje, una frase que corre a lo largo de un lado de su muñeca: Puedo
cruzar la línea.
—Nunca tuviste eso en la escuela... —Me aparto.
—Dame las malditas llaves antes de que las tome —grita, ignorando mi
estúpida frase.
Levanto mis ojos hacia él. Su ceño fruncido es feroz. Da miedo.
Mordiéndome el labio, saco las llaves de mi bolsillo y las dejo caer en su palma
abierta. Pero eso no es lo único que dejo caer. Mientras respiro profundamente
aliviada pensando que ahora me dejará ir, mi otro puño se abre también.
Y sale el paquete doble de Marlboros que le robé.
Zach lo mira, y luego me mira a mí. Debo parecer un animal atrapado, con los
ojos muy abiertos y la respiración jadeante.
Una corriente eléctrica le atraviesa los ojos. —¿Me estás robando, Blue?
—No.
—¿No?
Sacudo la cabeza, con pánico. —N-no.
Zach me mira el cabello. Está desordenadamente trenzado y alejado de mi
rostro porque a la señora S no le gustan los mechones sueltos.
—Entonces, ¿estás diciendo que algunas cosas cambian? ¿Ya no eres una
ladrona?
Mi corazón se acelera cuando menciono la palabra ladrona.
Él y sus secuaces solían llamarme así en la escuela. De hecho, Zach empezó a
llamarme así desde el primer día que nos conocimos en detención. Todo porque le
pedí prestados los palitos de zanahoria a alguien sin preguntar. Los reemplacé al día
siguiente. No es que a nadie le importe eso.
Me lamo los labios sudorosos. —No, no estaba robando.
Manteniendo sus ojos en mí, arroja las llaves sobre su hombro. Aterrizan en
algún lugar del suelo con un estruendo que me hace estremecer.
De alguna manera, tener las dos manos libres ha hecho que la situación pase
de terrible a catastrófica.
—¿Sabes lo que les pasa a los pequeños ladrones como tú? —pregunta,
suavemente, pasando sus ojos por mi cuerpo otra vez.
Un cuerpo que está explotando. Mi piel está sonrojada y se me pone la piel de
gallina. La piel está tan puntiaguda que es dolorosa.
—Te dije que no estaba robando —repito, pero con un poco más de calor.
Me ignora, todo musculoso y alto. —Se les castiga. 59
Oh, hombre, ¿está creciendo justo delante de mis ojos?
Me burlo y pretendo ser valiente. —¿Qué es esto? ¿Tu perversa fantasía? ¿Se
supone que debo llamarte señor ahora?
En eso, Zach entra en la bañera y yo apenas, apenas, me las arreglo para no
chillar. Está acercando su peligroso y desnudo bulto aún más a mí.
No mires su cosa.
—Tal vez —responde a mi pregunta anterior—. Un poco de respeto serviría de
mucho. Ya que parece que tu destino está en mis manos.
—Si te acercas más, voy a gritar —le advierto.
—¿Sí?
—No estoy bromeando. Y luego, voy a demandar tu trasero por acoso sexual
—Asiento en buena medida—. Así es, imbécil. Conozco mis derechos.
O lo haré yo. Tan pronto como salga de aquí, voy a buscar en Google la mierda
de esto.
Zach ladea la cabeza, y sigue avanzando hacia mí. —¿Quieres saber lo que voy
a hacer con tu culo?
Jesús.
Extiendo mi mano, con cuidado de no tocarlo. —¿Puedes dejar de hacer
insinuaciones sexuales? No estaba robando, ¿de acuerdo? Sólo intentaba hacerte la
vida un poco difícil.
Zach se detiene, se detiene repentinamente en su camino. —¿Qué?
Admito. —Iba a tirarlos por el inodoro. Eso es todo —Cuando se calla, lo
miro—. Es justo. Después de todo lo que me has hecho.
Se queda en silencio pero mirando.
No hay ninguna expresión en su rostro. Nada más que pura intensidad, y no
puedo mirarlo. Está demasiado cerca. Demasiado grande.
Demasiado desnudo.
Su olor y el calor de su piel me rodean como dos brazos fuertes y no puedo
romper su agarre.
Cuando lo siento inclinarse hacia mí, levanto los ojos hacia él. Mi corazón está
en mi garganta, listo para salir volando cuando me doy cuenta de que en cualquier
momento podría tocarme.
Otra vez.
Oh Dios mío, va a tocarme.
Estoy a punto de gritar cuando un gran torrente de agua cae sobre mi cabeza
como un gran peso. Me lleva un segundo entender lo que ha pasado.
Zach acaba de abrir la ducha. Conmigo dentro de la bañera. Completamente
vestida y todo.
—Q-qué... 60
Cortando mis palabras confusas, ordena.
—Vete.
No necesita decírmelo dos veces.
Temblando y tropezando, salto de la bañera. Mis botas salpican de agua y
apenas consigo mantenerme de pie en el suelo resbaladizo. El agua se desliza por mi
cabello y mi rostro y mi uniforme está casi completamente empapado.
—Aquí.
Ante su voz, me doy la vuelta, indignada y furiosa, lista para decirle lo que
pienso. Pero Zach me lanza algo y por instinto, lo atrapo.
—No te olvides de tomar esto.
Sin palabras, lo miro fijamente.
—Ahora vete a la mierda. No quiero ver tu rostro por el tiempo que me quede
aquí, ¿entiendes?
Luego cierra la cortina, dejándome con un vestido húmedo y pegajoso,
agarrando un paquete doble de cigarros Marlboro.

61
M
e está mirando fijamente.
Y haciendo ejercicio. Pero sobre todo me mira fijamente.
Iba camino a la casa principal para la reunión matutina
diaria cuando Grace me paró y empezamos a charlar. Como
siempre, Tina se fue antes de que yo me despertara.
A los dos segundos de la conversación, noté una presencia. Como cuando el
aire es tan pesado y saturado, y sabes que el sol va a quemar la tierra hoy.
El aire parecía lleno y rebosante, pero sabía que no era el sol.
Era él.
De todos modos, ahora mismo está en la piscina, haciendo flexiones. En nada
más que un pantalón negro mientras me ve hablar con Grace.
¿Cuál es su aversión a la ropa? ¿Por qué no puede hacer ejercicio con una
camisa o algo así? ¿Por qué tiene que poner sus... esculpidos músculos en exhibición?
Gente que quiere masturbarse.
Sacudo mi cabeza y descarto sus palabras groseras. Pero no puedo descartar
lo que está pasando delante de mí.
Con cada representación, sus brazos se tensan y se abultan, y creo que cada
vez que esas venas suyas se salen de su piel.
Lo que sea. No me importa.
Tampoco me importa el hecho de que está brillando, y puedo ver cada curva
y surco de sus hombros y espalda. Incluso las gotas de sudor que se acumulan en
esas ondulaciones.
¿Por qué está haciendo ejercicio con este calor, de todos modos? La casa
principal tiene un gran gimnasio, por el amor de Dios.
—Oye, ¿quieres caminar y hablar? —interrumpo a Grace, en voz alta,
apartando la mirada.
Me mira como si hubiera perdido la cabeza. 62
—Bueno. Pero tenemos algo de tiempo antes de la reunión.
—Lo sé. Vámonos. Impresionemos a la señora S con lo temprano que
podemos llegar.
Grace sonríe. Tiene el cabello castaño claro y unos amables ojos marrones.
—Es por él, ¿verdad?
Empiezo a caminar y, con cada paso, siento que mis muslos tiemblan más de
lo normal. Todo mi cuerpo está rebotando más de lo habitual.
Es por él. Me hace consciente de mi figura. Pensé que había olvidado todas las
cosas malas que sus secuaces me decían cuando mis tetas empezaron a crecer en
noveno grado.
Pero eso es lo que pasa con el acoso escolar, ¿no?
Nunca se olvida. Nunca. Podrías fingir que todo está bien ahora. Que ya no te
afecta, sus pequeños insultos y burlas. Que los años pueden haber opacado su efecto.
Pero lo está trayendo todo de vuelta.
—¿Quién es él? —le pregunto despreocupadamente.
—El nuevo señor Prince.
El señor Prince suena súper raro. Sólo pienso en él como Zach, el imbécil.
Decido caminar más rápido y no pensar en lo que eso le hace a mi cuerpo.
Cuanto antes me pierda de vista, mejor.
—No.
Se ríe.
—Bien. No me lo digas. Pero para que lo sepas, te estaba mirando fijamente.
Intento tragar, empujar saliva por mi garganta, pero es como si mi corazón
estuviera atascado ahí y no se moviera.
Sé que me estaba mirando. Todavía lo hace. Puedo sentir sus ojos en mi
espalda mientras me alejo, tratando de no sentirme cohibida en mi propia piel.
Tal vez ni siquiera esté pensando en mi cuerpo menos que perfecto. Tal vez
esté pensando en cómo arruinar mi día como lo hizo ayer, cuando me roció con agua
y arruinó mi uniforme.
Tuve que correr de vuelta a la casa de campo y buscar el repuesto. Para cuando
estuve presentable de nuevo, la hora del almuerzo había terminado y tuve que ir a
limpiar las ventanas. Estaba casi muerta cuando salí para el día.
—No me importa —digo.
—Entendido. —Entonces se encoge de hombros—. De todas formas, va contra
las reglas.
—¿El qué?
—Ya sabes, asociarse con la gente a la que servimos.
Ella usa comillas para la palabra “servir”. 63
Yo me río a carcajadas.
—Dios mío, eres adorable. —La abrazo de lado—. No habrá ninguna
asociación en lo que respecta al nuevo señor Prince. Créeme.
Nadie lo odia más que yo.
En cuanto bajamos las escaleras de la entrada de servicio, huelo a tarta. Grace
camina hacia el cuarto del personal mientras yo voy hacia la cocina. Necesito un
pedazo de pastel después de toda esa mirada.
Antes de entrar en la cocina, grito:
—¡Maggie! Te quiero, ¿lo sabes? ¿Cómo supiste que quería pastel esta
mañana? No tienes ni idea de la mierda que ha sido mi semana...
Mis palabras se atascan en mi boca cuando lo encuentro a él, de toda la gente
posible, en la cocina.
¿Cómo llegó aquí tan rápido? ¿No estaba afuera?
Zach está sentado en el rincón y Maggie se ocupa de él como si fuera un niño
pequeño. Tiene un trozo de mi pastel delante de él y le acaba de dar un mordisco
cuando irrumpo.
Todavía está sudando por el entrenamiento. Pero por suerte se ha puesto una
camisa. O más bien una camiseta con parches sudorosos que exhibe sus bíceps.
—Cleo. —Maggie me está mirando—. Siéntate.
No lo hago. Me quedo en el umbral, maldiciendo el destino. ¿Es así como será
mi vida desde ahora hasta que él se vaya? ¿Viéndolo en todas partes?
No quiero ver su cara por el tiempo que esté aquí.
¿Entonces por qué coño está en el ala de los sirvientes?
Lo miro fijamente y él me lo devuelve con una mirada fría.
—¿Cleo?
—¿Eh? —Miro a Maggie—. Lo siento. Estaba revisando.
—¿Te he oído decir algo sobre una semana de mierda? —Maggie está cortando
un pedazo de pastel y lo está poniendo en un plato, probablemente para mí.
Con la mirada puesta en Zach, asiento.
—Sí. Súper mierda.
Los labios de él se mueven.
—¿Por qué? ¿Qué pasó? —me pregunta.
Entonces entrecierro los ojos hacia él.
—Chinches.
—¿Qué?
—Ajá. Regresaron.
—¿Volvieron? ¿Qué quieres decir? Creí que habíamos llamado a los
exterminadores la última vez.
64
Otra cosa sobre nuestro pueblo: tenemos chinches, tanto en el lado sur como
en el norte. Probablemente sea por el calor. Y hace un par de meses tuvimos una gran
explosión en Las Pléyades. La señora S se asustó mucho.
—Lo sé. Pensé lo mismo. —Sacudo la cabeza lentamente—. Pensé que se
habían ido para siempre. Pero los malditos bastardos volvieron.
Zach baja el tenedor y mastica lentamente mientras me mira.
Sus ojos están calientes y se mueven como la noche en que regresó. Se
detienen en mis pechos unos segundos antes de bajar y hacer una pausa en mi
vientre.
Estoy toda cubierta de arriba a abajo, pero sus ojos me hacen sentir...
desnuda. Me hacen sudar. Soy muy consciente de las gotas que se deslizan por mi
columna e incluso por mi estómago. Juro que por la forma en que me mira, puede
ver esa gota cayendo en mi ombligo.
—Oh, Dios. Nora va a estar muy descontenta —dice Maggie y deja mi pastel
justo enfrente de Zach—. Ven, siéntate. El señor Zach está desayunando.
La miro y decido, por qué no. ¿Por qué debería dejar mi pastel sólo porque el
Maestro Zach está aquí?
Caminando hacia la mesa, le respondo a Maggie:
—Claro que sí. Yo también estoy descontenta. De hecho, estoy indignada. —
Llego a la mesa y saco la silla. Mirando a Zach, digo—: Malditas sanguijuelas
chupasangre.
Entonces escarbo en mi pastel y escucho una suave risa.

Chinches.
Habría sido una pequeña broma maravillosa.
Sin mencionar que conozco a un tipo en el lado sur que podría haberme
conseguido algunas. Por el precio adecuado podría conseguir cualquier cosa. Pero
sus honorarios eran un poco altos esta vez: yo. Quería acostarse conmigo.
Como si...
No estoy tan desesperada por hacerle la vida difícil a Zach, muchas gracias.
Así que tengo un nuevo plan y lo estoy ejecutando en este momento.
Tengo el turno de noche en la casa principal esta noche, lo que significa que
dormiré en una de esas salas de guardia, y es la oportunidad perfecta. Aunque estoy
agotada después de un turno de día completo y después de cuidar a Art hasta que
Doris llegó a casa, voy a hacer esto.
Estoy en la cocina, iluminada por las luces nocturnas habituales. Y en mi
65
mano hay una botella de laxante. Lo compré en la tienda cuando Tina y yo fuimos a
hacer las compras.
Durante los últimos tres días, Maggie ha estado haciendo las cosas favoritas
de Zach, todas dulces y todas mis favoritas también, y así ha estado desayunando en
la cocina. Lo que significa que come un poco y me mira mucho, arruinando mi
humor.
Es hora de una pequeña venganza.
Dios, me encanta la venganza.
Sé de buena fuente que Maggie ha hecho natillas de frutas al estilo inglés para
Zach. Bueno, me lo dijo. Y está en un recipiente blanco que busco y pongo en el
mostrador.
Odio desperdiciar buena comida, así que meto un dedo y pruebo el delicioso
postre antes de que se acabe para siempre.
Gimo. Es la cosa más sabrosa que he puesto en mi boca. Lástima que tenga
que ser arruinada.
Abriendo la botella de laxante, echo un poco en el flan y luego lo revuelvo con
una cuchara. Perfecto.
—Esto es por arruinar mi uniforme ese día, imbécil. Y por todas las cosas que
vinieron antes —le susurro al tazón antes de volver a ponerlo.
Pero, cuando me doy la vuelta, oigo un chillido, que me hace chillar y doy una
palmada en la pared junto a la nevera para encender la luz.
La habitación se inunda con un resplandor y tardo un momento en examinar
a la persona que causó todo el alboroto.
Es un rostro que no he visto en un par de años. Es un rostro que ni siquiera
me gustaba al principio. Tiene sentido que lo vea ahora que Zach ha vuelto.
Es Ashley Howard.
Había rumores de que Zach y Ashley eran pareja y que sus familias querían
que se casaran en el futuro. Tal vez lo hagan. Se merecen el uno al otro. Ashley
Howard es para el Príncipe Zachariah lo que Bellatrix Lestrange era para Lord
Voldemort.
Ella fue la que escondió mi ropa y envió a los chicos al vestuario aquella vez.
Ahora mismo, tiene los ojos muy abiertos y tiene una botella de vino en sus
manos.
—¿Cleopatra
Suspiro.
—La única.
Se acerca más. Llevo un camisón azul; bueno, llevo el camisón azul, con el
escote y el dobladillo de encaje. Era de mi madre. Tengo una bata sobre él, pero no
está atado y me estoy arrepintiendo de eso. 66
—Escuché que estabas trabajando aquí. —Sonríe mientras se pone de pie ante
mí—. Supongo que los rumores eran correctos.
—Supongo que sí.
Ashley tiene un vestido negro ajustado y parece un poco inestable sobre sus
pies. Probablemente por cortesía de la botella de vino en sus manos. Su cabello rubio
está atado en un intrincado nudo que nunca, ni en mil años, podré copiar y sus
tacones altos le dan una ventaja sobre mis pies descalzos.
Mirándome de arriba a abajo, me observa. No de una manera sexual, sino más
bien de una manera en la que mi figura es algo a lo que mirar.
—No has cambiado nada, ¿verdad?
Me mantengo erguida.
—Y tampoco tengo la intención de hacerlo.
Ves, es fácil decir estas cosas.
Le he dicho estas cosas muchas veces. Pero eso no significa que sus pullas por
mi cuerpo no hayan creado un hogar dentro de mí. Durante mucho tiempo, mientras
iba a St. Patrick, me sentía avergonzada de mi figura, aunque sabía que no debería
haberlo estado.
Y desde que Zach regresó, esas inseguridades han vuelto rápidamente.
—Así que tú eres la que... —Toma un sorbo de su vino directamente de la
botella—. ¿La criada? Como, ¿limpias y sacas la basura?
Me ruborizo y aprieto los puños.
Cierto, no me gusta este trabajo, pero no hay que avergonzarse de hacerlo.
Este no era mi plan pero está bien. Hay un honor en el trabajo honesto.
Como no hay vergüenza en tener curvas.
Mantengo mi cabeza en alto, desafiante.
—Sí. Ese tipo de cosas. Entonces, ¿qué estás haciendo en estos días?
Ella se ríe y agita un brazo en su frente.
—De fiesta. —Luego, sobriamente—: Estoy en la universidad.
Abro los ojos fingiendo emoción.
—No puede ser. Entraste en la universidad. —Aplaudo—. Entonces, ¿por qué
no estás en la universidad en este momento?
Ashley como que se asoma, pero su propensión a las propinas lo hace un poco
difícil.
Ashley me lanza una mirada asesina que no sale muy bien por su estado de
embriaguez.
—Porque Zach está aquí. ¡Oh! Supongo que Zach es tu jefe ahora. Entonces,
¿cómo lo llamas? ¿Señor Prince? 67
Ahí está otra vez. Ese estúpido nombre con el que la gente quiere que me dirija
a él.
—No. Lo llamo imbécil.
Esta vez su mirada es perfecta, como solía ser.
—Ya que estás aquí, ¿por qué no me traes un vaso para esto? —Hace un gesto
hacia la botella.
Bien. La pulla de la criada.
—Estoy fuera de servicio. ¿Por qué no haces algo por ti misma por una vez?
Intento irme, pero me lo impide. Me observa y estoy a punto de decirle que se
retire cuando siento algo. Algo frío y líquido salpicando mi pecho. Es su vino.
Está derramando su vino por mi frente con una sonrisa maliciosa.
Estoy congelada, completamente paralizada.
No puedo creer que me esté rociando con vino tinto el camisón de mi madre.
Cuando la botella está vacía, ella inclina la cabeza hacia un lado.
—Desearía poder hacerlo, pero soy un poco torpe. Y parece que también me
he quedado sin vino.
No puedo decir nada. No, todavía no.
No cuando puedo sentir las gruesas gotitas de vino cayendo por mi pecho.
—Diría que lo siento por eso. —Ashley hace un movimiento hacia la mancha
roja que se está filtrando lentamente en la tela—. Pero creo que te da un buen color.
No creo que el azul sea lo tuyo en absoluto.
Para probarlo, mira mi cabello. Está suelto y cayendo por mi espalda como mi
madre solía llevarlo cuando estaba viva y venía a mi habitación a arroparme por la
noche.
—Sí, el azul no es tu color.
Respiro profundamente, pero todo lo que hace es mover mi pecho, haciendo
que las gotas se deslicen más rápido. El camisón está pegado a mi piel, pesado y
húmedo, y mi corazón está ganando velocidad. Está latiendo como si estuviera loco.
Se da la vuelta y coloca la botella de vino en la isla.
—Tal vez intente algo más para variar. Como, no sé, volver a tu color de cabello
normal y comer menos. Y sí, usar algo que no sea tan de los ochenta.
Eso es todo.
Eso es el colmo.
Un gruñido se eleva en mi garganta y doy un paso hacia ella. Veo un destello
de sus ojos que se abren antes de que una voz retumbe en la habitación.
—¿Qué coño está pasando?
Su voz.
Es áspera e invade el aire que nos rodea. 68
Muevo mis ojos rápidamente hacia donde él está parado en el umbral. Tan
pronto como nuestras miradas chocan, se mueve hacia mí.
En el fondo, puedo oír crujidos y más movimientos. Pasos. Supongo que
hemos despertado al personal de guardia. Pero no me importa. Y tampoco me
importa el hecho de que Ashley salte hacia él y enrolle sus manos como garras
alrededor de su bíceps.
—¿Qué demonios está pasando? —pregunta de nuevo con el ceño fruncido.
Levanto mi barbilla.
—¿Por qué no le preguntas a tu novia?
Ashley va a decir algo, pero Zach la mira y ella cierra la boca.
—¿Qué coño estás haciendo aquí?
Ashley hace pucheros.
—Juro que tu casa es jodidamente confusa. Me perdí.
—Ayuda si estás sobria —dice Zach, en serio. Incluso enojado.
Pero se ríe como una idiota, o más bien como una idiota borracha.
En serio, ¿cuán cliché puedes ser?
—Y bueno. —Se vuelve hacia mí, mirando la mancha roja de mi camisón—. Y
entonces, la encontré.
Zach se centra en mí, con sus ojos recorriendo mi cara.
—¿Estás bien?
Es una pregunta simple pero no puedo responder. Me quedo ahí, mirándolo
como si hubiera olvidado todas las palabras.
Tal vez porque su voz se había vuelto íntima y baja cuando hizo la pregunta.
O podría ser porque es la segunda vez que me pregunta eso. Esta pregunta
surrealista. Como si le importara lo que me pasa.
Antes de que pueda reunir mi ingenio, Ashley comienza a hablar y le dice lo
irrespetuoso que he sido con ella, y que debería ser despedido por insubordinación.
Cuando se detiene, los ojos de Zach bajan y, por primera vez esta noche, me
doy cuenta de que el camisón de mi madre es ligero y está hecho de algodón. Y tiene
un escote pronunciado y Zach puede ver todo eso.
—¿Qué le pasó a tu bata? —pregunta.
Me cierro la bata con fuerza, escondiendo mi camisón. No quiero que mire mi
ropa arruinada. Su mirada hace que todo sea peor, más pegajoso.
—No importa. Tengo que trabajar mañana y necesito ir a dormir.
Y necesito que mi madre y mi padre vuelvan.
Debería irme ahora que todo ha terminado pero mis piernas no se mueven.
Están atrapadas por el pensamiento repentino en mi cabeza.
Por lo general, se me da bien enterrar todo dentro y hacer lo que hay que
69
hacer. Se me da bien ponerle una fecha a mi jodida enfermedad. Retrasar el
tratamiento hasta que recupere mi casa.
Pero aquí, frente al tipo que siempre me ha atormentado y gustado, me siento
sola. Nunca les dije a mis padres sobre el acoso y las bromas pero ahora, la elección
me ha sido quitada. No podría decírselo, aunque quisiera.
Ya no están aquí.
No hay nadie que me salve. Del mundo.
De él.
—¿Estás llorando? —pregunta con el ceño fruncido.
A su pregunta, me doy cuenta de que sí, lo estoy. Y así mis lágrimas se
convierten en algo caliente. Algo como la ira, porque qué coño hago, mostrando
debilidad frente a él.
—No, no lo estoy —le digo con una voz clara y severa—. No lloro.
Especialmente delante de gente a la que no le importa una mierda.
De hecho, me dijo eso una vez.
¿No te enseñó tu madre a no llorar delante de gente a la que no le importa
una mierda?
Aunque fue hace años, puedo ver que él también lo recuerda. Sabe de qué
estoy hablando. Está en la forma en que me mira, con tanta intensidad.
Tanta... conexión.
Como si compartiéramos algo.
Odio eso.
Odio que compartamos una historia. Odio que siempre sea parte de mi vida.
Siempre será dueño de un rincón de mi alma.
—¿Es la bata? —pregunta.
Este es el momento en el que Ashley interviene:
—Oh, por favor, no seas un bebé. Fue un simple error y es sólo una bata. —
Entonces, murmura en voz baja—: Y ni siquiera una buena.
El gruñido que se ha estado acumulando dentro de mí finalmente se escapa.
—¿Qué acabas de decir? —Entrecierro los ojos porque estoy harta de ella.
Estoy harta de todos. Voy a reorganizarle la cara.
Ella se estremece ante mi pregunta.
—¿Perdón?
Creo que oigo jadeos.
Tenía razón. Los miembros del personal están levantados y probablemente
estén viendo este altercado ahora mismo. Pero nadie se atreve a entrar en la cocina.
70
Tal vez porque el señor Prince está aquí.
A la mierda. No me importa quién esté mirando; no voy a echarme atrás.
Doy un paso amenazador hacia ella.
—Dilo otra vez. Te reto.
Ashley retrocede.
—Has perdido la cabeza.
Me río.
—Y tú vas a perder los dientes en este momento.
Con eso, me lanzo a ella, o lo intento.
Pero de repente Zach me tiene como rehén. Sus dedos envuelven mis bíceps y
mi cuerpo está al mismo nivel que el suyo.
—Ya es suficiente.
Incluso a través de los gritos y jadeos de la gente a mi alrededor,
definitivamente todos están mirando, escucho su bajo gruñido. Esto inflama mi ira.
—Suéltame.
—No hasta que te hayas calmado.
Lucho contra su agarre, pero todo lo que hace es apretar su mandíbula y
flexionar su agarre alrededor de mis brazos.
—Juro por Dios, Zach, déjame ir o tiraré esta maldita casa a gritos.
Sus ojos negros brillan.
—Es la segunda vez que me amenazas con eso. Sigue así y te daré una
verdadera razón para gritar.
Zach parece amenazante, mirándome con desprecio. Sus palabras resaltan el
hecho de que es más grande y fuerte de lo que era hace tres años. Cada músculo de
su cuerpo está amontonado y apilado, lleno de poder. Y mi frente está pegado al suyo.
Trago. Con verdadero miedo.
Nadie se atrevería a dar un paso adelante si decide hacer algo. Ni una sola
persona. Los sirvientes no tienen poder sobre los ricos.
—Déjame ir —digo con los dientes apretados.
Sus pestañas imposiblemente gruesas parpadean mientras estudia mi cara,
mi cuello, la vena que late rápidamente a un lado de él va más despacio, para no
mostrar miedo, y luego, finalmente, sus ojos se posan en mi pecho.
Afortunadamente, está cubierto con la bata.
Me deja ir y doy un paso atrás. Mis bíceps han perdido sensibilidad bajo la
fuerza de su agarre y desearía poder tocarlos y frotar mis nervios para despertarlos,
pero lo que dice a continuación me detiene.
—Haré que te cambien la bata.
Mi aliento se atasca en mi garganta, y casi se convierte en un hipo. ¿Acaba de 71
decir casualmente que reemplazará lo único que me queda de mi madre muerta?
—Harás que te lo reemplacen —respondo en voz baja.
—No debería ser tan difícil encontrar un reemplazo.
Sus labios apenas se mueven cuando lo dice. Es tan poco importante para él
que su cuerpo ni siquiera pone el esfuerzo en las palabras.
Soy consciente de que no sabe la importancia de mi bata. No sabe que es de
mi madre ni cómo me aferro a él todas las noches, buscando tontamente su calor, su
presencia. La tela ya ni siquiera huele a ella; la he lavado demasiadas veces.
Pienso tontamente que, si tengo algo suyo conmigo, tocando mi piel, no se ha
ido realmente. Ella está aquí, cuidando de mí.
Zach no sabe nada de eso. Y tampoco Ashley.
¿Pero les importaría realmente, incluso si lo supieran? ¿Les molestaría, les
haría sentir culpables de haber arruinado lo último que significaba el mundo para
mí?
—Bueno, este es el asunto, Zach, a menos que puedas traer de vuelta por arte
de magia a gente muerta, va a ser muy difícil encontrar un reemplazo —digo con la
garganta llena de tantas emociones que me estoy ahogando en ellas—. Perteneció a
mi madre. Murió el año pasado en un accidente de auto. Mi padre también. Estaban
regresando de su cena de aniversario. Mi papá pensó que sería un buen regalo para
mi mamá. Ya que nunca la llevaba a ninguna parte porque no teníamos el dinero.
Estoy segura de que lo sabes porque tú y tus secuaces no me dejaban olvidarlo.
»No me dejaban olvidar que vengo del otro lado de la línea. El lado de la
basura. Pero de todos modos había conseguido un gran trabajo, mi padre, pintando
una iglesia en el siguiente pueblo, y pensó ¿por qué no? ¿Por qué no la saco y hago
algo bueno por ella? Así que se fueron. Pero nunca volvieron.
Yo había ayudado a papá a planear todo. Además, yo también tenía buenas
noticias. Iba a decirles que, después de la graduación, me iba a ir en un viaje por
carretera a través del país. Mi madre habría estado extasiada. Siempre quiso salir de
esta ciudad, pero nunca pudo. Así que, en cierto modo, estaba cumpliendo su sueño.
—Murieron porque mi padre quería darle algo especial. Algo que nunca tuvo
y que ustedes dan por sentado —continúo con manos de puño y ojos punzantes—.
Algo que la mayoría de ustedes no merecen. Porque nunca levantas un dedo para
ganarte nada. Ni siquiera cambian sus propias sábanas. Ni siquiera puedes poner tu
ropa en el cesto y, de alguna manera, la gente como tú puede gobernar el mundo
entero.
Respiro profundamente y miro sus ojos negros. Son brillantes, penetrantes y,
si los dejo, me succionarán y me ahogarán.
—Así que no quiero que lo reemplaces porque no puedes. Todo lo que quiero
que hagas es que me dejes ir para que pueda dormir bien y volver a trabajar para ti
para que puedas ser un gran matón y potencialmente arruinar más vidas.
No tengo ni idea de dónde tengo la energía para decir todas esas cosas. Y por 72
qué me molesté en decirle esto.
Pero da igual. Lo dije y, ahora, necesito ir a llorar en mi almohada.
Mientras me alejo de ellos con mi bata pegajosa, levanto la mirada y encuentro
a todos mirándome. Están Grace y Leslie. También Maggie. Todos me miran con
lástima.
La señora S no está a la vista. Pero estoy segura de que las noticias viajarán y
se enterará mañana.
Tal vez me despidan después de esto.
Pero parece que no me importa. Quiero acostarme. Me siento pesada como
mi bata mojada. Un poco muerta también, supongo.
Me dejan ir sin decir palabra y, cuando llego a mi habitación para pasar la
noche, me acurruco y abrazo la almohada, llorando en ella.

73
El Príncipe Oscuro

H
ay una pequeña botella en el mostrador.
Dejando a Ashley atrás, voy y la recojo. Laxante.
Probablemente le pertenece a ella. Suspirando, inclino la
cabeza antes de guardarla.
—Piérdete —le digo a Ashley.
—¿Qué? —pregunta ella, confundida.
Me doy la vuelta y la miro.
—Piérdete.
—Pero Zach...
—Vete a la mierda.
—¿Estás haciendo esto por ella? —pregunta Ashley, mirándome con ojos
suplicantes.
Hubo un tiempo en que mi padre quería que me casara con ella. Esa fue una
razón suficiente para que me la follara, robara su virginidad en un motel barato y la
dejara dormir en mi cama.
Sólo para fastidiar a mi padre. Cualquier cosa para molestar a mi padre.
Pero subestimé a la rubia y virgen princesa. Nunca se fue realmente. Se quedó
por ahí, año tras año, viéndome follar a otras chicas. Siempre otras, nunca a ella.
Nunca entendí por qué, pero creo que ahora sí.
Me ama. A su manera, me estaba dando tiempo para vivir la vida mientras
estoy joven. Todavía piensa que algún día terminaremos juntos.
Pobre Ashley.
—Esto ya no es St. Patrick —digo. 74
—¿Qué se supone que significa eso?
—Significa que dejes de ser una perra y crezcas de una puta vez.
Sus ojos destellan fuego.
—¿Perdón?
Sacudo la cabeza.
—Jesús, ¿cuánto has bebido?
Ashley se aparta como si la hubiera abofeteado. Bien podría haberlo hecho.
Beber solía ser mi forma de afrontarlo hace tres años, no estoy seguro de si se me
permite predicar sobre ello. Eso y mi motocicleta.
—¿Te... te pones de su lado? —casi grita como respuesta—. ¿Viste cómo
estaba? Iba a atacarme.
—Y estoy pensando que no debería haberla detenido.
Ashley está herida. Sus labios picados por abejas tiemblan.
—¿Por qué lo hiciste, entonces?
—La habrían despedido y no vales la pena.
Una lágrima real se desliza por su mejilla.
No es que quiera hacer daño a Ashley deliberadamente. No ha hecho nada que
no habría hecho en la escuela.
Es sólo que no quiero tener nada que ver con ella o con el viejo grupo o todas
las cosas que hicimos en la escuela.
—Ashley, mira…
—Has cambiado —me corta, mirándome como si me hubieran crecido dos
cabezas o algo así—. No puedo creer que después de todos estos años, la defiendas.
A ella. Cleopatra. ¿Recuerdas cuánto la odiábamos? ¿Cómo no pertenecía a
nosotros? ¿La forma en que nos respondía? Y no es mejor ahora. Es una maldita
criada. Una criada, Zach. Nada de ella ha cambiado.
Sí, nada de ella ha cambiado.
El azul sigue siendo el mismo. Fuerte, valiente... brillante. Rebosante de tanta
vida que es difícil mirarla.
Pero aun así la miré.
La vi humillarse durante años. Vi cómo la empujaban, la insultaban, se reían
de ella.
Durante años, fui su matón.
No soy fan de las palabras o las letras ni nada. Nunca lo he sido.
Pero matón es la palabra que más odio. La odio tanto que podría ser una
persona que vive y respira.
Una persona a la que quiero estrangular y ahogar la vida.
—No la estoy defendiendo. Nunca la he defendido —le digo a Ashley—. Sólo te 75
estoy haciendo saber cómo son las cosas.
—¿Qué te hicieron en Oxford? —reflexiona Ashley.
—Esa es la cosa. Nunca estuve en Oxford. Nunca he estado en el Reino Unido.
Estuve en Nueva York, durmiendo en sofás de desconocidos.
Y me di cuenta de que el mundo es un lugar mucho más grande de lo que mi
padre me hizo creer. Un lugar donde la gente me mira como si valiera algo, aunque
sólo sea alguien que dejó la escuela secundaria.
Mi padre cagará un ladrillo cuando se entere de esto, de que he revelado el
secreto. El hijo pródigo no estaba en Oxford, sino ocupando edificios ilegalmente
como un vagabundo sin hogar.
No te estás esforzando lo suficiente, Zach.
Eres realmente tonto, ¿no?
Nunca llegarás a nada si ni siquiera puedes escribir bien tu nombre.
Pero eso no es nada nuevo, ¿verdad? Ha estado cagando ladrillos desde que
descubrió que su perfecto hijo pequeño tiene largas y profundas grietas.
Sé que el personal sigue aquí, vigilando todo. En Las Pléyades, es difícil
guardar secretos. Hago contacto visual con una morena tímida. —Acompáñala a la
salida. Está demasiado borracha para caminar sola.
Ashley grita mi nombre y me doy la vuelta para enfrentarla por última vez.
—Nunca vengas aquí sin invitación. Y no acoses al personal. No te va a gustar
cómo reaccione la próxima vez. Sólo una advertencia justa.
Con eso, me voy.
Meto la mano en el bolsillo y envuelvo con los dedos la botella de laxante. Me
viene un dolor de cabeza; necesito un maldito cigarrillo.
Pero, ¿adivina qué? No puedo fumar. Porque alguien me los robó.
Mis dedos se aprietan alrededor de la botella en la frustración.
Maldita ladrona.

76
N
o me despiden.
Sin embargo, la señora S se entera de mis aventuras
nocturnas. Me deja ir con una advertencia. Es una sorpresa, pero
supongo que sé la razón.
Lástima.
La lástima es la razón. Lo veo reflejado en los ojos de todos. Maggie, Leslie,
Grace, incluso Ryan. Todos me han estado dando sonrisas tristes y compasivas.
Es como si mis padres hubieran muerto de nuevo y tuviera que ir a la morgue
a identificar sus cuerpos. Y luego es como si el banco me hubiera quitado la casa otra
vez por todas las deudas y los pagos atrasados. Ahora, tengo semanas de rogar hasta
que me den otra oportunidad de hacer un pago parcial.
Es la historia que se repite sin repetirse realmente.
Así que estoy feliz de que me envíen a mis tareas diarias. Sólo que Tina está
asignada a trabajar conmigo y, para cambiar la pena, le cuento que Ryan me está
invitando a salir.
—¿Qué coño te pasa?
Y esa es su reacción cuando le digo que me negué a salir con él.
—Nada. —Me encojo de hombros, empujando el carro de la limpieza mientras
caminamos por uno de los pasillos de la torre dos—. No me pasa nada. No puedo ir.
—Ni siquiera es una pregunta, Cleo —dice, deteniéndose y poniendo las
manos en las caderas.
—¿Sabes que pareces una madre cuando haces eso? —pregunto.
Se cruza de brazos sobre el pecho, y luego me lanza una mirada severa.
—No ayuda a la situación de la madre —canto y sigo empujando el carro.
Ella extiende la mano y agarra el mango, deteniendo nuestro avance de nuevo.
—Tienes que ir. Vas a ir.
Suspirando, pongo los ojos en blanco. 77
—No puedo. No tengo tiempo.
—Lo siento, ¿qué?
—Trabajo todo el día y luego...
—¿Y luego qué?
—Doris podría necesitarme para cuidar de Art. Es vieja y se cansa fácilmente.
Además, estoy dando clases de puñetazos a Art. ¿Sabes que lo están acosando en su
escuela? —Sacudo la cabeza—. En serio. ¿Qué le pasa al mundo? ¿Cómo es que esta
gente, estos malditos matones, duermen por la noche siquiera? ¿Creen que está bien
atormentar a la gente? ¿Está bien asustarlos? ¿Los hace sentir más grandes? Como,
¿en serio? ¡Dios! El mundo está jodido, Tina. A veces pienso que debería ir y darles
miedo a esos niños. Confía en mí...
—Deja de hablar.
—¿Qué?
Tina pone sus manos sobre mis hombros.
—Sólo detente. No vas a darles miedo a los niños, ¿de acuerdo? Respira
hondo.
—¿Qué?
—Hazlo.
—Bien. Aquí. —Una respiración profunda después—: ¿Estás feliz?
—No particularmente. Pero creo que esto servirá. Ahora, repite después de
mí: Me llamo Cleo y voy a vivir mi vida.
Cuando le pongo los ojos encima, me devuelve la mirada.
—Me llamo Cleo —repito las palabras—. Y voy a vivir mi vida.
—Y voy a tratar de encontrar la felicidad por mí misma.
Aprieto los dientes.
—Y voy a tratar de encontrar la felicidad por mí misma. Pero. No puedo ir. —
Cuando parece que va a protestar, casi grito—: Ya sabes por qué.
—¿Por qué?
—¿En serio me estás preguntando esto?
—Sí.
—No puedo ir porque... —Miro al techo—. No puedo entrar en un auto.
—¿Bien?
—¿Qué te pasa? No puedo entrar en un auto. Vomito, ¿recuerdas? Me da
claustrofobia. No puedo... Mis padres murieron en un accidente de auto. No he
tocado mi auto, el auto que solía encantarme, en un año. ¿Cómo crees que voy a llegar
a esta cita? Ryan va a querer venir a buscarme y yo no puedo.
Tina me mira como si estuviera loca.
—Eso ni siquiera es. —Levanta las manos—. Eso ni siquiera es una excusa. 78
Toma el autobús.
Cierto.
—Pero...
—No. No hay peros. Vas a salir con Ryan. Fin de la discusión.
—Yo…
—Mira, no puedes dejar de vivir, Cleo. No puedes. ¿Recuerdas lo que me
dijiste sobre Neal? ¿Por qué saliste con él en primer lugar?
Testarudamente permanezco en silencio.
—Saliste con él porque querías saber qué se sentía. Lo que se sentía estar
enamorada de un chico. Porque lo único que sentías por un chico era odio. Mira lo
que pasó anoche, Cleo. Explotaste. Tienes mucha ira y tristeza dentro de ti por lo que
te pasó en St. Patrick. Necesitas seguir adelante.
Las lágrimas llenan mis ojos y no sé cómo detenerlas.
—Desde que Zach volvió, has estado muy nerviosa. Has sido consumida por
él. Todo lo que haces es pensar en él y en lo que te va a hacer. Lo que puedes hacerle
tú. Es lo único que tienes en mente.
Tiene razón.
El tipo al que odio es lo único que tengo en mente. Es lo primero en lo que
pienso cuando abro los ojos por la mañana. Es lo último que veo cuando los cierro.
Ni siquiera me deja sola en mis sueños.
Es peor que lo que fue en St. Patrick. Cuando la escuela terminó, tuve que
cruzar la línea y volver a casa. Esa línea invisible entre el lado sur y el norte me
protegió de él.
Pero ahora vivo donde él vive.
Hay una conciencia constante de que está cerca. Mi corazón siempre está listo
para latir al menor olor de él. Las mariposas agitan sus afiladas alas, haciéndome
sangrar por dentro. Mis pulmones siempre están a punto de perder aire.
Estoy obsesionada con él, con la forma en que lo odio, con la forma en que me
hace sentir.
—No sé...
—No te estoy culpando —dice Tina—. Nunca te culpé. Él es el imbécil. Él es el
malo en esta situación. El matón. ¿Pero no crees que es hora de dejarlo ir? No lo
dejes ganar, Cleo. No dejes que arruine la más mínima oportunidad de encontrar el
amor o de tener una cita maravillosa. Ryan es increíble. Tus padres lo amaban,
¿recuerdas? Ve. Vive tu vida. Te mereces la felicidad. Mereces aliviar el dolor.
Mereces enamorarte.
Lo merezco.
Ciertamente, ciertamente lo merezco.
Cuando Zach se fue, pude haber tenido una cita. No es que la gente me
estuviera pidiendo citas en St. Patrick, pero aun así. No estaba allí para arruinármelo. 79
Pude haberme besado y enrollado con alguien, incluso perder mi virginidad. Podría
haber hecho todas esas cosas, pero nunca lo hice. Por alguna razón, nunca entró en
mi mente.
Pero Tina tiene razón. Otra vez.
Merezco enamorarme y descubrir lo que tuvieron mis padres. Estaban muy
enamorados. Como, asquerosamente enamorados, y siempre pensé que un día
encontraría a alguien de quien enamorarme locamente también.
Sonriendo, me limpio las lágrimas y asiento. Pero, antes de que pueda decir
algo, mi mirada cae sobre él.
El tipo del que hemos estado hablando.
De alguna manera, olvidé que aquí es donde está su habitación. Lo cual es
estúpido porque íbamos a hacer las ventanas justo al lado.
Zach está apoyado en el marco de la puerta con los brazos cruzados sobre su
pecho, sus ojos sobre mí.
Está sudando y la única prenda que lleva puesta es un pantalón de deporte.
Cuelga tan bajos que muestran más de lo que esconden. Es decir, esa V profunda de
su pelvis esculpida. Pero lo peor y más perturbador es un indicio del mechón de vello
oscuro que desaparece bajo la cintura.
No quiero pensar a dónde lleva y cuánto tiempo ha estado ahí o si ha oído la
conversación que tuvimos Tina y yo.
Y tampoco quiero pensar en el chisme que viajó esta mañana, junto con mi
crisis de medianoche.
Daba tanto miedo, lo juro. Y entonces me miró y me dijo que la acompañara
a la salida; está borracha. Oh, y no puedes olvidar la última cosa que le dijo: no
vuelvas aquí sin invitación. Fue el momento más perfecto del mundo. Fue perfecto.
Te defendió totalmente, Cleo.
Grace, que rara vez chismorrea o se anima sobre algo, se lo contó a todos en
la reunión de la mañana, animadamente, y todo lo que podía hacer era escucharla
mientras me quedaba sin aliento.
Me defendió. Mi matón me defendió.
Es imposible. No me lo creo.
Pero no puedo evitar quedarme sin aliento otra vez. Porque está caminando
hacia mí.
Lentos pasos relajados.
Pensaría que su caminata es casual. Pero sus ojos, que están centrados en mí,
hacen que todo sea depredador.
Algo desde lo profundo de mi ser me hace dar un paso atrás como si fuera su
presa. Una buena y pequeña presa, huyendo del depredador como debería.
Tina se da cuenta de mi distracción y se da la vuelta para ver qué la causa. Me
agarra el brazo para evitar que dé un paso atrás, pero le digo que se vaya. 80
—¿Qué?
—Deberías irte —le digo de nuevo, mirando a Zach, que sigue avanzando sobre
mí, y a ella—. Puedo lidiar con esto.
—Pero Cleo...
—Estaré bien.
Zach se cierne sobre nosotras ahora, o más bien sobre mí. No le ha ahorrado
a Tina una mirada, pero se dirige a ella, todavía me mira.
—Tiene razón. Estará bien. Piérdete.
Tina traga mientras él le mira.
—Si haces algo...
—Chinches —dice ásperamente—. Necesito hablar con ella sobre las chinches.
Ahora, lárgate.
Yo también trago pero, por el bien de Tina, le doy una pequeña sonrisa.
—Ve a tomar un descanso. Iré a buscarte en un rato.
Con una última mirada a los dos, Tina se va.
Y entonces solo quedamos él y yo.
Zach reanuda su avance y yo reanudo el retroceso.
¿Por qué sigo retrocediendo como si le tuviera miedo? Como si no pudiera
enfrentarme a él.
Finalmente, me golpeo contra la pared.
Mi columna vertebral siente los ladrillos ásperos y fríos y miro a mi derecha.
El pasillo está desierto. No está tan aislado como lo estaba la bañera, pero aun así
parece un callejón oscuro y sombrío.
Zach se detiene justo delante de mí, sus músculos de cuerdas todos
magnificados y, de alguna manera, más realzados que hace unos días cuando lo vi
desnudo. Pone sus dos brazos a cada lado de mi cabeza, cerniéndose sobre mí.
Está tan cerca que puedo ver el sudor brillando en su frente.
—¿Qué es lo que quieres?
—Tu bata —dice, y yo clavo las uñas en la pared—. ¿Va a estar bien?
No me esperaba esto. No esperaba que hablara de mi camisón arruinado.
Fue el momento más perfecto del mundo. Fue perfecto. Te defendió
totalmente, Cleo.
—Camisón —le digo con una voz que coincide con la suya, por alguna razón.
Luego, me aclaro la garganta—. Se llama camisón. Y algo así. Quiero decir, lo estoy
investigando. Las manchas de vino tinto son casi imposibles de quitar.
Zach reconoce la afirmación con un sutil movimiento de su cabeza y una
mirada perezosa sobre mi cara.
—Maggie debería saber qué hacer. 81
Oh sí, yo también pensé en eso. Se le dan bien los remedios caseros y esas
cosas. Pero no voy a compartir mi plan con él.
¿Por qué estamos teniendo esta conversación?
—Ashley —lo digo de golpe en su lugar—. Yo... escuché que la enviaste lejos.
Grace estaba feliz por ello.
—No conozco a ninguna Grace.
—Trabaja para ti. Para tu familia. Es a la que le dijiste que acompañara a tu
novia a la salida.
—No es mi novia. —Luego, un momento después—: Aunque lo quiera.
Dios, la arrogancia. Como si todas las chicas de este planeta quisieran estar
con él.
Pero yo no.
Nunca yo.
—¿Por qué?
—¿Por qué qué?
¿Por qué no es tu novia?
—¿Por qué la enviaste lejos? —pregunto, chillando—. Quiero decir, es genial
que lo hicieras. Es una perra de primera clase. Sin ofender a tu elección de compañía
o algo así. —Levanto mi dedo—. En realidad, pensándolo bien, estaba tratando de
ser ofensiva. Así que sí, deberías ofenderte. De todos modos, estoy feliz por ello. Ya
sabes, que la hayas echado. Como Grace y todos los demás. No es que importe que
sea feliz. Quiero decir, ¿por qué lo haría? Creo que, en realidad es lo contrario. Es
como... mi infelicidad es para lo que vives, ¿verdad?
Dios, no tengo ni idea de a dónde voy con esto. ¿Qué estoy diciendo? Todo lo
que sé es que mi corazón está latiendo muy rápido y está súper cerca y de alguna
manera, todo lo que puedo oír ahora mismo es la voz de Grace.
Zach guarda silencio y me pregunto cómo puede hacerlo cuando mis palabras
tienen vida propia.
—No.
—¿Qué?
—No vivo para ti. Nada de ti me importa —responde después de unos
segundos.
—Bien. Por supuesto. Ya lo sabía.
Te defendió totalmente, Cleo.
No lo hizo. Grace no sabe nada.
Escaneo la cara dura de Zach, la mandíbula angulada, los mechones rozando
sus cejas. Por primera vez me doy cuenta de que está... pálido. Un poco demacrado,
sudoroso, incluso. Sus pómulos tienen un aspecto hundido y su barba es más gruesa, 82
como si no hubiera tenido tiempo de afeitarse esta mañana o simplemente se hubiera
olvidado.
—¿Estás... estás enfermo?
—¿Estás preocupada por mí?
Me burlo.
—No. Sólo estoy...
—¿Sólo estás qué?
Hay algo duro en su voz y me hace levantar la espalda.
—Sólo me pregunto si tienes fiebre. Y si la tienes entonces me pregunto si es
contagiosa porque no quiero contagiarme nada de ti. Estás demasiado cerca de mí.
En esto, se acerca aún más. Como si cruzara el umbral, la línea, sólo para
asustarme.
Mi mirada se dirige a su mano derecha. La mano que más usa y en la que está
su tatuaje. Leo las letras que recorren su muñeca. Puedo cruzar la línea.
Pero de repente esa mano desaparece de la pared y vuelvo a mirarlo. Él saca
algo de sus bolsillos.
—No, Blue. No es contagioso. Lo que tengo es gracias a ti.
Me concentro en el objeto que tiene en sus manos y, Dios mío, es el laxante.
Mis ojos se abren mucho cuando entiendo su significado. Lo hizo. Cayó en mi
broma y por eso está así. Pálido, sudoroso y húmedo.
—Yo…
—Lo encontré en el mostrador anoche. Te pertenece, ¿verdad?
Un asentimiento.
—Otra forma de vengarte de mí.
Voy a asentir, pero luego me detengo. ¿Dijo que lo encontró anoche?
Si lo hizo, entonces ¿por qué... se lo comió? ¿Por qué se comió las natillas? Era
lo único que había en la nevera en la que podía ponerla porque era lo único que le
interesaba. Y a mí también.
—¿Por qué te comiste las natillas? —pregunto, confundida—. Si sabías... sobre
mi broma.
Su respuesta es un apretón de mandíbula.
Entonces se me ocurre algo más. Hace tiempo que no fuma. No lo he visto con
un cigarrillo desde que tomé su paquete. No es que lo tenga controlado, pero aun así.
Incluso ahora, su olor es... no es de humo.
—Espera un segundo. ¿Estás...? —Sacudo la cabeza porque esto es extraño—.
¿No has estado fumando? ¿Por qué no fumas?
Esta es la primera vez que no lo entiendo. No entiendo sus motivaciones, sus
acciones. 83
Todos estos años ha sido simple. Era rico, aburrido y malo. Y yo era la chica
nueva del otro lado de la línea. Él y sus amigos me acosaban porque podían. Porque
nadie levantaría un dedo y porque yo estaba en su territorio.
¿Por qué se lastimaría deliberadamente a sí mismo?
—Yo…
Me voy de nuevo porque literalmente no tengo nada que decir. Mi mente está
en blanco.
En realidad, no.
Estoy mintiendo. Mi mente no está en blanco. Está inundada de pensamientos
estúpidos y locos.
Pensamientos como... tal vez lo hizo por mí.
Se hizo daño. A propósito.
Se hizo daño porque yo quería que se hiciera daño.
Zach se agacha un poco más, haciendo que mis pensamientos confusos
desaparezcan.
Bien, gracias a Dios. Porque es la cosa más loca que he pensado. A Zach no le
importa lo que yo quiera. Nunca le ha importado.
Loco con una “l” mayúscula.
No hay contacto entre nosotros, no. Pero el peso de su pecho a centímetros
del mío sigue siendo aplastante. Todavía me impide respirar.
—Te estás volviendo valiente, ¿no? —pregunta, en lugar de responder a mi
pregunta anterior.
—¿Qué?
—Pero hay una línea muy delgada entre ser valiente y ser estúpida.
Una amenaza apenas soltada perdura en su tono. Una amenaza que me roba
la voz.
Ladea la cabeza y se lame los labios.
—No quieres cruzar esa línea. No querrás ser estúpida y robar mis cosas o
hablar de mi polla.
Oh, Dios, me había olvidado de mi descuidado e inofensivo chiste.
Lo sabe.
¿Cómo lo sabe?
—No hay secretos en esta casa. No para mí. ¿Entiendes?
—Yo…
—Shh. —Pone su dedo sobre mis labios pintados de azul marino—. No hables.
Sólo escucha. He sido muy amable contigo. Muy paciente. He hecho la vista gorda
porque no puedo cambiar la historia. No puedo cambiar lo que pasó en St. Patrick y,
si estos pequeños juegos infantiles te hacen feliz, entonces puedes divertirte. Puedo 84
permitirte que te diviertas.
Baja los ojos para mirar mis labios, que me doy cuenta que están separados.
Estoy respirando contra su dedo, rociándolo mientras continúa:
—Pero se está volviendo un poco molesto ahora. La gente que me molesta me
hace enojar. Y realmente no quieres hacerme enojar, ¿verdad?
Estoy congelada.
Presiona con su dedo la parte regordeta de mis labios, aplanando mi boca,
empujando contra mis dientes, probablemente manchando mi lápiz labial.
—Sé una buena chica, Blue, y sacude la cabeza.
No lo hago. No puedo.
Nunca ha estado tan cerca de mí. Si creía que la bañera era estar cerca,
entonces estaba loca. Esto es cerca. Esto es cernirse y amenazar. Esta es la definición
de la palabra omnipresente.
Está en todas partes.
Su olor, su respiración, su voz, su calor y su piel. Tanta piel.
Entonces su mano entera captura mi mandíbula, todo mientras su dedo sigue
sobre mis labios separados. Me presiona la barbilla y me obliga a sacudir la cabeza.
—Bien. Eso es bueno —murmura—. Te dije la primera noche que volví: no me
tientes. Mantente fuera de mi camino y yo me mantendré fuera del tuyo.
Su suave tono me golpea en el estómago. Justo en la hendidura de mi ombligo,
y deseo respirar.
Zach se da cuenta.
Se da cuenta de mi pecho agitado. Apuesto a que también se da cuenta de
cómo mis pechos están golpeando la tela. Se sienten pesados para mí. Pesados,
colgando y... listos.
Dios, y sudorosos. Como su torso, todo rugoso y ondulado con músculos.
Es como si ambos estuviéramos suspendidos en este momento. Él con sus ojos
en mi pecho y yo con mis ojos en su rostro.
Está mal y no debería suceder, pero está sucediendo y quiero que se detenga.
Un segundo después, lo hace cuando un sonido viaja desde el pasillo. Oigo
pasos que se acercan. Alguien está subiendo las escaleras.
La extraña parálisis de mi cuerpo se rompe y las palmas de mis manos se
resbalan en la pared. Zach me mira, a su mano que sigue envolviendo mi mandíbula.
—Déjame ir. —Miro hacia las escaleras al final del pasillo.
Sin embargo, su reacción es completamente opuesta a la mía.
Divertido, dice:
—No me gusta tu tono. 85
Mi corazón está en mi garganta, mis piernas están temblando.
—Estás bromeando, ¿verdad?
—¿Te estás riendo?
Aprieto los dientes.
—Quienquiera que sea, no quiero que me vea así. Contigo, ¿de acuerdo? No
puedo dejar que nadie piense que tenemos algo.
Zach frunce el ceño como si estuviera realmente desconcertado.
—Pero tenemos algo.
Echo otra mirada hacia las escaleras, queriendo empujarlo, físicamente. Pero
no quiero tocarlo. Especialmente cuando no lleva camisa. Tengo miedo de tocar su
piel.
—¿Qué?
Sus ojos se clavaron en los míos. La negrura de ellos se extiende y casi me
consume.
—Piensas en mí todo el tiempo. Soy el único pensamiento en tu cabeza. Hago
que tu corazón lata más rápido, ¿no? Hago que sientas el pecho apretado. Tiemblas
cuando estoy cerca. Tu pulso se agita en tu cuello. Dime, ¿se agitó cuando él te invitó
a salir?
Jadeo; el bastardo lo escuchó todo.
Maldita sea.
Y tiene razón. Tiene toda la puta razón, pero no tengo tiempo para discutir
con él.
Zach se ríe sin humor.
—No hay secretos, ¿recuerdas? —Sacude la cabeza una vez, lentamente—.
Quieres enamorarte, ¿eh? Déjame decirte algo sobre el amor, Blue. Duele.
¿Recuerdas cuando te cortaste la palma de la mano y estaba sangrando? Es así. Sólo
que el corte está en tu corazón y la sangre nunca se detiene. Con el amor sangras para
siempre. ¿Quieres sangrar para siempre, Blue? Apuesto a que tu corazón es muy
frágil. Apuesto a que se corta fácilmente.
Cada parte de mi cuerpo está en sintonía con sus palabras, especialmente mi
corazón. Lo que sangra con el amor, según él. Está latiendo como un loco.
Loco, loco, loco. Como yo. ¿Por qué no lo alejo?
Los sonidos y las risas se acercan cada vez más y finalmente tengo el suficiente
sentido para decir algo.
—Déjame ir.
Él sonríe.
—Di por favor.
Me doy un puñetazo en las manos.
—Por favor. 86
—Eso no fue tan difícil, ¿verdad? —Poniéndose serio, continúa—: Y, ¿Blue?
Un pueblo sólo puede lidiar con un matón y este pueblo ya tiene uno.
Algo parpadea en su cara rápidamente como un relámpago.
—No seas un matón, Blue. No seas como yo.
Me vuelve a apretar la mandíbula antes de dejarme ir y alejarme.
En ese momento, un par de chicos de mantenimiento aparecen. Apenas nos
prestan atención a Zach y a mí mientras caminan en otra dirección.
Desinflándome, agarro el carro y salgo de allí.

87
S
e siente como el baile de graduación.
La cita de esta noche con Ryan.
Llevo mi vestido azul oscuro con lunares blancos y bolsillos.
Es sin tirantes y abraza mi cuerpo estrechamente antes de terminar
en la mitad del muslo. Es un tipo de vestido que siempre tengo que esforzarme para
usarlo porque creo que mis curvas son súper visibles.
Pero lo que sea. Lo llevo puesto y lo he combinado con unas sandalias azules
prestadas de Tina.
Le dije a Ryan que me reuniría con él justo afuera del restaurante que eligió
para nosotros. Estaba molesto por no haber podido llevarme, pero voy a guardar esa
conversación para otro momento. Quizá en la cuarta o quinta cita.
Y ahora, estoy esperando frente al restaurante como si estuviera esperando a
Neal en el baile de graduación.
En realidad, no creo que esto sea como una fiesta de graduación. Ryan nunca
me cancelaría como lo hizo Neal.
De hecho, hemos estado tratando de encontrar tiempo para salir durante los
últimos días. Pero Ryan ha estado muy ocupado y yo he trabajado mucho en turnos
de noche, junto con los turnos de día; un nuevo grupo está por venir para un
recorrido por las torres y los terrenos, y la señora S se estaba volviendo loca.
Aunque eso no significa que no nos veamos todos los días o robemos algo de
tiempo para hablar entre trabajos.
Es tan dulce. Exactamente como lo imaginaba. Amable y cariñoso. Aún no nos
hemos besado, supongo que estamos esperando a la cita oficial, pero me ha besado
en la mejilla. También ha pasado su dedo por mi mejilla. Ambas cosas fueron
agradables y cálidas, típicas de él.
A veces, sin embargo, me mira con lástima, lo que me molesta. Pero supongo
que después de mi colapso en la cocina con Ashley, realmente no puedo culparlo.
Apuesto a que su compasión desaparecerá después de un tiempo. La de todos los
demás también. 88
Por ahora, estoy un poco emocionada. Ha pasado mucho tiempo desde que
tuve una cita. Estoy emocionada de conocerlo, verlo sonreír, que me toque. Besarlo.
Además, Tina, como siempre, tenía razón. Mis padres definitivamente lo
habrían aprobado.
Justo a tiempo, Ryan se detiene en la acera y sale del auto. Le sonrío, pero
luego, mi sonrisa se desvanece cuando veo una mirada de dolor en su rostro.
Se acerca a mí y me empuja hacia un lado, lejos de la entrada del restaurante,
donde no podemos ser escuchados por los clientes que entran y salen.
—¿Qué pasa? —pregunto, sintiéndome aprensiva.
Él hace una mueca. —Odio hacer esto, pero voy a tener que postergar nuestra
cita.
—Oh.
Frota su mano arriba y abajo de mi brazo. —Estaba en mi auto, listo para
conducir cuando me llamaron del trabajo. Así que pensé que debería decírtelo.
La angustia de Ryan es obvia y me hace sentir un poco mejor. No me está
abandonando como mi primer novio. Tiene una verdadera razón.
—Apesta. Pero lo entiendo. Quiero decir, hemos estado tan ocupados con todo
durante los últimos días, así que... —Me encojo de hombros.
Ryan me lanza una mirada penetrante que me hace sonrojar. —Apesta, sí.
—Podrías haber llamado, ¿sabes? —Le doy un puñetazo en el hombro—. No
tenías que venir hasta aquí solo para decirme eso.
Sonriendo, hace lo que ha estado haciendo a menudo: acaricia mi mejilla,
despacio y suavemente.
—Quería verte —dice—. Estás preciosa.
Sonrojándome aún más, digo:
—Gracias.
Luego lo miro con las pestañas bajas. También se vistió para la cita. Lleva una
chaqueta de traje negra y una camisa verde salvia. —Te ves bien también.
Sus ojos se calientan. —La próxima vez, prometo que iremos. Nadie nos lo
arruinará. Ni siquiera el señor Prince.
¿Qué?
—Pensé, eh, que el señor Prince estaba fuera de la ciudad. ¿Cuándo volvió?
Se fue al día siguiente después de la fiesta de bienvenida de Zach en un viaje
de negocios o algo así. Si hubiera vuelto, nos habríamos enterado.
Ryan se ríe. —Tiendo a olvidar que ahora tenemos dos señores Prince. Me
refiero al otro. El nuevo. Zachariah. Zach. Como sea que lo llamen. Dijo que tenía
una reunión de último momento.
—Zach. Lo llaman Zach —le digo mecánicamente, mientras el calor anterior
en mi pecho desaparece lentamente.
89
Desde que tuve mi charla con Tina y Zach me arrinconó en el pasillo hace unos
días, he mantenido mi distancia.
Todas las mañanas, de camino al trabajo, lo veo haciendo ejercicio junto a la
piscina, sin camisa. Siento su mirada a través de la extensión de terreno que nos
separa, pero me aseguro de no mirar nunca hacia atrás. Me aseguro de no ver cómo
se ondulan sus músculos y cómo el sol ilumina cada gota de sudor que derrama.
También me aseguro de no ir nunca a la cocina por la mañana porque Zach
siempre está ahí, siendo molestado por Maggie.
Un par de veces lo vi salir de la torre uno, donde se encuentra el dormitorio
del señor y la señora Prince; los miembros más jóvenes del personal, como yo, no
pueden ingresar a su suite. Parecía agitado, enojado, pero tan pronto como nuestros
ojos chocaron, aparté la mirada.
La mayoría de las noches, escucho el rugido de su motocicleta cuando sale de
la finca para ir a donde quiera que vaya. Una vez más, me propongo no pensar en
ello. Junto con otras cosas como cómo despidió a Ashley y cómo se enfermó con las
natillas. Cómo no ha fumado desde hace tiempo.
No seas como yo.
¿Qué significa eso? Me aseguro de no preguntarme.
A medida que pasaban los días, pensé que quería decir lo que decía. Si lo
dejaba solo, él también me dejaría en paz. Volvería a intentar ahorrar para mi casa y
él haría todo lo que viniera a hacer. Pensé que tal vez ahora que habíamos crecido,
las cosas realmente cambiaron.
—¿No fuiste a la escuela con él?
La pregunta de Ryan me saca de mi cabeza y asiento. —Si.
La gente me ha estado preguntando eso desde la primera noche que regresó.
¿No fueron a la escuela juntos?
¿Cómo era él en la escuela?
¿Sabes por qué se fue? ¿Por qué volvió?
¿Siempre ha sido tan sexy, tan guapo?
—¿Ustedes eran...? —Ryan hace una pausa—. ¿Eran amigos?
—No. No, no éramos amigos —le digo a Ryan, esperando que la ira familiar
contra Zach se levante en mí.
Calor familiar y la sensación de injusticia y la necesidad de golpearlo por
arruinarme esto.
Nada cambió, ¿verdad?
Zach arruinó mi cita. Dijo que no había secretos de su parte. Así que
probablemente se dio cuenta de que esta noche saldría con Ryan.
Esto es exactamente como el baile de graduación.
Pero a diferencia del baile de graduación, a diferencia de todos los años en St.
90
Patrick, no tengo la necesidad de desquitarme. Todo lo que siento es vacío.
Agotamiento, cansancio. Miedo.
Tengo miedo. Siento que durante años he odiado a Zach con tanta intensidad
que ha consumido cada pensamiento en mi cabeza. Ha ocupado todos los espacios
de mi cuerpo que no me queda nada para dar. No queda nada por sentir.
Tal vez lo odio tanto que nunca podré amar a nadie. Nunca tendré lo que
tuvieron mis padres.
—Está bien, bueno, nos vemos —dice Ryan.
Me pregunta si puede dejarme en cualquier lugar, tal vez en Las Pléyades, pero
me niego. Finalmente, con un suave beso en mi mejilla, se aleja.
Y empiezo a caminar hacia el norte. Hacia la mansión donde él vive.

91
E
stoy en la habitación de Zach.
Caminé durante horas para llegar aquí.
Caminé kilómetros con mis sandalias azules que me roían los
pies. Tengo ampollas en los talones y mi piel se abrió, supurando
sangre.
Pero seguí poniendo un pie delante del otro. Seguí sangrando y sudando con
el calor hasta que llegué a Las Pléyades. En lugar de ir a la cabaña, caminé hacia la
casa principal y entré por la entrada de servicio.
Si alguien me hubiera encontrado vagando por los pasillos, con un vestido
azul oscuro, con los pies ensangrentados, no sé qué le habría dicho. Maggie se habría
enojado. La señora S podría haberme despedido. Pero eso no me importaba. No me
importaba el trabajo ni la casa que estoy tratando de recuperar.
Algo bueno también, porque no encontré a nadie en mi camino a su
habitación.
Su puerta estaba cerrada.
Después de toda la debacle de él empapándome con agua y quitándome las
llaves, la señora S dijo que no se nos permitía entrar en la habitación de Zach, a
menos que fuera él quien nos dejara entrar. Pero no dudé cuando usé el clip en mi
cabello para irrumpir.
Y ahora aquí estoy. Mareada y cansada y probablemente tan pálida como un
fantasma.
Quizás esté en su motocicleta ahora mismo, haciendo lo que hace a esta hora
de la noche. Pero esperaré a que vuelva.
No sé qué haré cuando regrese o por qué entré en su habitación en medio de
la noche. Estoy bastante segura de que mañana todo esto se verá loco y desquiciado.
Pero por ahora, no sé qué más hacer ni adónde ir.
Miro alrededor de su habitación. Parece la misma de hace días cuando
estúpidamente me escondí en su bañera.
Pero existen sutiles diferencias. Algunas de sus ropas están esparcidas por la
92
cómoda. Su mochila está en el sofá de cuero negro, justo frente a su cama tamaño
King. Su colchón vacío tiene la forma de su cuerpo y sábanas oscuras arrugadas.
Y luego, está su libro, apoyado en la mesa de noche.
Aún con mis sandalias, doy la vuelta a un lado de la cama y cojeo hacia ella.
La portada del libro es toda blanca, con el título escrito en azul brillante.
La última vez lo hojeé por encima, pero esta noche me tomo el tiempo para
leer lo que hay dentro. Hay una historia detrás de casi todas las constelaciones y
pronto me encuentro volando a través de las páginas.
No recuerdo haberme sentado en la cama, pero lo estoy. Justo en el borde
mientras leo la historia de amor de Perseo y Andrómeda. Al parecer, el cielo nocturno
está lleno de historias de amor. De ahí viene el término: un amor escrito en las
estrellas.
Una vez más, no recuerdo haberme quitado las sandalias y acostarme, pero lo
estoy. Estoy de lado, mirando hacia la ventana grande mientras sigo leyendo. Las
sábanas se sienten cálidas como un capullo, e incluso si no supiera ya que aquí es
donde duerme Zach, lo olería y lo averiguaría.
Pastel de arándanos y almizcle limpio.
Lo último que recuerdo antes de cerrar los ojos y ahogarme en las arenas
movedizas de una cama es pasar la página y pensar que no hay forma de que pueda
dormir en su habitación.
Resulta que estaba equivocada.
Dormí. Dios sabe por cuánto tiempo y Dios sabe qué me despertó con un tirón.
Pero ahora estoy despierta y un poco mareada y confundida.
Miro la habitación; está oscura. Las luces del techo se han apagado. Trago con
miedo. Y luego, mis ojos se posan en una sombra. Una gran sombra negra con la
forma de la persona que vine a buscar.
Está sentado en una silla, en la alcoba de cristal, contemplando el cielo, las
estrellas y las antiguas historias de amor.
La única luz en la habitación es el resplandor de la lámpara, rasgando su
cuerpo en dos: oscuro y claro.
Puedo ver su codo apoyado en el brazo de la silla y sus hermosos labios suaves
envueltos ligeramente alrededor de su dedo. Él está contemplando mientras me ve
dormir.
Lentamente, la conciencia se filtra en mi cerebro y me incorporo.
Aparentemente, el libro que estaba leyendo estaba escondido debajo de mi mejilla y
mis movimientos hacen que se caiga.
Lo hace con un ruido sordo y ambos lo miramos. Yo, con una mueca y él, con
una mirada en blanco.
Estoy a punto de levantarme de la cama cuando habla. —Sabes...
Dirijo mis ojos en su dirección.
93
Se inclina hacia adelante, sus dedos entrelazados entre los muslos abiertos
mientras dice:
—Cuando era pequeño, solía tener problemas para conciliar el sueño.
Entonces, Maggie solía contarme historias. Sobre las estrellas, porque me acostaba
allí y las miraba.
Señala donde estaba acostada con la punta de su barbilla. —Ella me contó una
vez una historia sobre Orión. Según la leyenda, era cazador y un día, conoció a estas
hermanas y se enamoró de ellas. Paso años persiguiéndolas, tratando de ganárselas.
Pero Zeus se enteró y decidió detenerlo. Entonces convirtió a las hermanas en
palomas. Y se fueron volando, dejando atrás a Orión y su amor eterno. ¿Sabes lo que
les pasó?
La voz de Zach es suave, más suave de lo que jamás había escuchado. Una
canción de cuna y me está contando una historia.
Y yo estoy aquí, sentada en su cama, escuchándolo no solo con mis oídos sino
con cada parte de mi cuerpo. Escucho cada una de sus palabras como si las suyas
fueran las últimas que oiría.
Es como un sueño.
Agarro la sábana que ni siquiera recuerdo haberme puesto. —No.
—Las hermanas son ahora una constelación en el cielo llamada Pléyades. Son
siete estrellas. Aunque, solo puedes ver seis de ellas por alguna razón.
Las Pléyades. Esta mansión con siete torres.
—El Prince que construyó este lugar hace décadas debe haber estado
interesado en las estrellas —murmura Zach, leyendo mis pensamientos.
Y probablemente, este Prince obtuvo su amor por las estrellas de sus
antepasados.
—Y Orión —susurro—. ¿Qué le sucedió?
—Él también es una constelación. Y siglos después, todas las noches, todavía
las persigue por el cielo. Probablemente las perseguirá hasta el final de los tiempos.
Hay una sonrisa en sus labios. En la oscuridad no puedo decir si es real o no,
pero todavía me afecta.
Un efecto que me hace susurrar:
—Es una hermosa historia.
—¿Eso crees?
Asiento. —Si. Amar tanto a alguien que te vuelves inmortal como una estrella.
Así puedes amarlos para siempre. Sí, es hermoso.
Es algo que quiero. Tan, tan mal.
Es algo que me temo que nunca tendré. Por su culpa. Por lo mucho que lo 94
odio, el chico que me contó la historia de amor más impresionante.
El chico que piensa que el amor te hace sangrar.
La sonrisa de Zach se ensancha y se transforma en una risa. Se sienta y suelta
una carcajada. Una risa áspera y oxidada. —Te conté esa historia, Blue, porque es la
cosa más patética que he oído en mi vida. Recuerdo que me reí la primera vez que la
escuché. Y la razón por la que sigo volviendo a ella es porque me hace creer en lo
jodido y miserable que es el amor. Lo solitario.
Ni siquiera sé por qué piensa eso. Pero puedo ver que es algo en lo que cree
con toda su alma. Con cada fibra de su ser y con cada pensamiento oscuro en su
cabeza.
—El amor no es miserable —digo finalmente, porque tengo que decir algo—.
No es una mierda. No es solitario. No te hace sangrar. Y si es así, entonces no es
amor. Mis padres estaban enamorados y no se sentían miserables. Ellos eran felices.
Amar es bueno. Es… mágico. Se supone que hace tu vida más fácil y mejor.
Zach me estudia durante unos segundos, con los dedos en la boca de nuevo.
—No pensé que fuera posible, pero eso fue lo más patético que he escuchado. —Lo
miro con los ojos entrecerrados, pero él sigue diciendo—: Además, han sido mil años
de persecución y el tipo no puede captar una indirecta y, aparentemente, tú tampoco.
Empujando las sábanas a un lado, me pongo de pie.
Solo que me olvidé de las ampollas y el dolor, y tropiezo. —Mierda.
Probablemente me hubiera caído al suelo si no fuera por un fuerte agarre
alrededor de mi brazo. Sus dedos se flexionan sobre mi piel desnuda cuando mira
mis pies. —¿Qué diablos pasó?
Los dedos de mis pies tienen manchas y ampollas de aspecto feo alrededor de
ellos, y estoy segura de que mi piel debe estar rasgada en la parte inferior y en el
rincón donde mi pie se encuentra con mi tobillo.
Ugh.
Estúpidas sandalias azules.
Antes de que pueda responderle, se pone de rodillas. Esos dedos suyos
desaparecen de alrededor de mi brazo y agarran mi tobillo izquierdo. No tengo más
remedio que aferrarme a sus hombros, sus hombros muy duros y curvados que se
ondulan bajo su camiseta raída mientras mueve mi pie de un lado a otro.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunto a su cabeza inclinada.
Su dedo traza el arco de mi pie y mis dedos se contraen. —¿Cómo te hiciste
esto?
Intento sacar mi pierna, pero su agarre se aprieta. —No importa. Yo…
—Están sangrando. Profusamente —espeta, como si fuera una imbécil.
Como si no me hubiera dado cuenta.
Tomo un puñado de su camiseta para mantener el equilibrio. —Lo sé. Puedo
ver y sentir, muchas gracias. Y no es mi culpa que estén sangrando. Es tuya.
Él mira hacia arriba. —¿Qué?
95
—Si. He estado caminando por kilómetros porque quería verte. Así que es tu
culpa.
Es irracional pero, al mismo tiempo, tiene mucho sentido para mí.
—¿Por qué?
—¿Por qué, qué?
—¿Por qué no llamaste a un taxi o algo así?
Suspiro profundamente ante la expresión de su rostro. Conoce la respuesta.
Probablemente lo escuchó el otro día cuando estaba hablando con Tina.
—Sabes por qué —le digo con los dientes apretados—. Ahora, suelta mi tobillo.
Hay un apretón en su mandíbula y finalmente, se pone de pie. Suspirando,
muevo los dedos de los pies en el suelo de madera con libertad.
—Vamos —dice.
—¿Ir a dónde?
Inclina la barbilla hacia adelante. —Al baño.
—¿Qué? —Me inclino hacia atrás como si estuviera haciendo un movimiento
para agarrarme—. ¿Por qué?
—Para que pueda asesinarte y deshacerme de tu cuerpo —dice inexpresivo—.
Será más fácil limpiar toda esa sangre en el baño.
Me burlo. —Gracioso. No me matarías.
—¿No lo haría? —dice suavemente.
—No. Porque si muero, no podrías torturarme.
Me lanza una larga mirada. —Sabes que esto es irrumpir y entrar, ¿no?
Recuerdo cerrar mi puerta con llave. Así que déjame vendar tus heridas o llamaré a
la policía por ti.
—¿Te escuchas a ti mismo? —pregunto, exasperada—. ¿Estás diciendo que, si
no te dejo cuidar de mí, harás que me arresten?
Todavía mirándome, saca su teléfono del bolsillo trasero. —Como es sábado,
no pagarás la fianza hasta el lunes. Definitivamente serás despedida y además de eso,
para conseguir el dinero de la fianza, tendrás que echar mano de tus ahorros, ahorros
que escuché que guardabas a un lado para hacer un pago por tu antigua casa.
—Eres un psicópata, ¿lo sabías?
—Es tu elección —dice con frialdad.
—Bien. ¿Quieres vendar mis heridas? Adelante. Ni siquiera me importa. De
todos modos, me he vuelto loca. He perdido completamente la cabeza porque estoy
aquí. Entré en tu habitación como una idiota. Así que sí.
Murmurando para mí misma, empiezo a cojear en dirección al baño, pero un
siseo se me escapa cuando las ampollas estallan con la presión.
Detrás de mí, Zach maldice y apenas reprimo un grito cuando me levanta en
sus brazos, al estilo nupcial, y camina hacia el baño. No tengo más remedio que
96
apretar su camisa y enrollar mi mano alrededor de su cuello.
Todo termina en menos de cinco segundos y lo siguiente que sé es que me está
sentando en la encimera de mármol de su fregadero. Estoy a un lado, mis piernas
colgando.
Creo que debería decir algo, mostrar mi postura de que estoy en contra de que
me levante así. Pero mi respiración todavía está agitada y mis pies todavía están
latiendo, y no puedo formar palabras.
Un segundo después, Zach se sienta frente a mí, en el asiento del inodoro
cerrado, y extiende el botiquín de primeros auxilios junto a mí en el mostrador.
Luego, rodea mi tobillo con sus grandes dedos una vez más y pone mi pie en
su muslo.
Respiro profundamente por lo duro que son, los músculos allí. Es como poner
mi pie sobre una roca. Una roca muy cálida.
El olor a antiséptico llena el espacio mientras Zach frota un poco en una bola
de algodón con movimientos hábiles y expertos.
—No tenías una reunión, ¿verdad? —pregunto, en lugar de centrarme en
sentimientos muy extraños que está invocando en mí con sus amables atenciones.
Con movimientos fáciles de su mano, Zach limpia los cortes en mis dedos de
los pies. Mi pie se sacude con la picadura, pero lo mantiene en su lugar. —No.
Curvo mis dedos en el borde del mostrador. —Lo inventaste.
Termina con un pie y cambia al siguiente. Lo trata de la misma manera.
Limpia con cuidado el área, frota la sangre y coloca el curita.
Tirando las bolas de algodón sucias, cierra el botiquín de primeros auxilios y
se pone de pie, haciéndose más alto e intimidante. —Lo hice.
También quiero ponerme de pie, para que podamos estar a la misma altura,
pero él no me da espacio. Me está acorralando y estiro el cuello para mirarlo.
—Así podrías arruinar mi cita —concluyo.
—¿Esta era tu primera cita con él?
Sus ojos se mueven sobre mis rasgos y me retuerzo en mi asiento. —¿Por qué?
—Porque parecía deprimido por eso. —Escanea mis desordenados rizos azules
y me meto un mechón detrás de la oreja—. Como si quisiera estar contigo en lugar
dirigirse por ahí sin ninguna razón.
—Por supuesto que quería estar conmigo. ¿Qué pensaste? Teníamos una cita,
idiota. Habíamos estado planeando salir durante días.
—Sí, sobre eso. ¿Por qué no lo hicieron? —pregunta casualmente.
—No había tiempo. Trabajos, ¿recuerdas? Ambos tenemos uno —le espeto.
Sus ojos se posan en mi boca antes de volver a los míos. Siento que voy a
explotar. Estoy acalorada, sudorosa y cansada, y estoy respirando demasiado rápido.
—¿Te gusta? —pregunta, luciendo fresco y relajado. 97
—¿Qué diferencia hace?
—¿Lo hace?
Clavo mis uñas en el mostrador. —Si. Me gusta. Siempre me ha gustado. Me
ha gustado desde que era una niña. Desde antes de conocerte y he estado esperando
esta cita desde hace días. Quería salir con él. Quería pasar un buen rato. —Sé que
estoy diciendo estas cosas, pero me suenan extrañas, como si estuviera tratando de
convencerme a mí misma tanto como a él.
Aun así, sigo adelante. —Supongo que por eso lo arruinaste, ¿no es así?
Porque te habría matado la diversión si hubiera hecho una cosa que me hiciera feliz.
—Él no te habría hecho feliz.
—¿Disculpa?
—Y tampoco Neal. Tu gusto por los hombres apesta.
—¿Qué?
Se rasca la mandíbula y me mira de arriba abajo. —Pero, de nuevo, tal vez te
guste salir con idiotas. Chicos que te engañan. Chicos que no te ponen a ti primero.
Luego se acerca aún más a mí. Estoy tan aturdida por lo que está diciendo que
ni siquiera protesto cuando extiende sus palmas sobre el mostrador a ambos lados
de mi cuerpo y se inclina sobre mí.
—¿Eso es lo que quieres de la vida, Blue? Un chico que no se preocupa por ti.
Un tipo que no hace nada para estar contigo —susurra—. Deberías agradecerme. Te
hice un favor. Te salvé.
Sus palabras susurradas están causando un alboroto en mi pecho. ¿Pueden
los susurros hacer eso? ¿No se supone que son suaves? Entonces, ¿cómo pueden
hacer cosas malas a mi corazón?
—De lo único que necesitas salvarme es de ti —le susurro.
Sus rasgos se reorganizan en algo aún más ilegible. Algo duro como el granito
y afilado como el vidrio antes de gruñir:
—Créeme, lo estoy intentando.
Un dolor se dispara en mi pecho y me doy cuenta de que es mi corazón.
Quizás esté sangrando. Tal vez las mariposas que creó en mí hace mucho
tiempo lo estén cortando con sus salvajes alas.
En el amor, sangras para siempre.
Me pregunto si en el odio también sangras para siempre.
De alguna manera, mis manos se mueven. Las desenrollo del borde de
mármol y las coloco en su pecho. Con todas mis fuerzas trato de alejarlo, pero se
queda quieto. —Entonces esfuérzate más. Déjame en paz.
No quiero sangrar.
—Dejarte en paz, ¿eh?
—Si. Dijiste que, si me quedaba fuera de tu camino, tú te mantendría fuera del
98
mío. Lo prometiste.
—Pero no estás fuera de mi camino, ¿verdad, Blue? —Lanza, sus palmas
todavía a ambos lados de mí—. Irrumpiste en mi habitación en medio de la noche.
Es un delito grave, ¿recuerdas? Rompiste la ley para estar en mi camino.
Tomo un puñado de su camisa, cada hueso, cada músculo de mi cuerpo
palpitando de miedo y con algo más que no puedo nombrar. —¿Quieres saber por
qué rompí la ley para irrumpir en tu habitación? Porque estoy cansada y agotada y
no sé qué más hacer. No sé adónde ir, con quién hablar. No quiero arreglarme para
una cita y que lo arruines una y otra vez.
Empujo su pecho de nuevo mientras continúo
»Vine aquí para interponerme en tu camino porque quiero que me dejes en
paz. Vine aquí porque quiero que cumplas tu promesa. Tenías razón. Este pueblo ya
tiene su matón y no soy yo. No quiero serlo. No quiero ser como tú. No quiero que
me consumas. No te quiero en mis pensamientos. Y haré cualquier cosa, lo que sea,
incluso tolerar tu presencia por un tiempo si me libera para siempre. ¿Entiendes eso?
Veo algo romperse en su rostro. Peligroso y caliente.
En llamas.
Las cuales irradian hacia afuera y lamen mi cuerpo.
—Cualquier cosa, ¿eh?
Un temblor me recorre ante su tono bajo y criminal. Un tono que es más
oscuro que sus ojos, esas pestañas espesas. Más oscuro que los mechones de
terciopelo de medianoche de su cabello.
Los ojos de Zach caen hasta mis labios.
Mi boca palpita como mis pies. Quizás su mirada tenga el poder de lastimarla.
Su mirada se desliza por mi garganta y se posa en mis pechos, el latido
también se desliza hacia abajo.
Antes de que pueda siquiera formar palabras, Zach se mueve. Sus manos se
envuelven alrededor de mi cintura y ordena:
—Abre las piernas.
—¿Qué?
Mirándome a los ojos, sacude la cabeza una vez. —Quieres que me mantenga
alejado de ti, ¿no es así? ¿Quieres que cumpla mi promesa? ¿Y harías cualquier cosa
por eso?
¿Está... insinuando lo que creo que está insinuando?
Cuando sigo mirándolo con el ceño fruncido, aprieta mi cintura con fuerza.
Más fuerte de lo que había anticipado y me quejo.
—Respóndeme. Harás cualquier cosa para salvarte de mí, ¿no?
Asiento. Sin palabras. Como una muñequita de plástico sin cerebro.
—Entonces veamos cuánto quieres ser salvada. Muéstrame cuánto me odias, 99
Blue. Abre tus malditas piernas.
Me da un caso grave de escalofríos por su tono bajo. No estoy segura de sí mis
muslos se abren solos o si él se abre paso entre ellos.
Pero de repente, él está aquí.
Entre mis muslos.
—Eres un i-imbécil. —Tropiezo con mis palabras, rastrillando con las uñas
sobre su pecho, jadeando levemente ante su fuerza.
—Te escuché las primeras mil veces antes.
Las manos de Zach viajan hacia abajo desde mi cintura, suaves sobre mi
vestido, y el latido sigue. Mi piel late como mi corazón sangrante.
Continúa hasta que llega al dobladillo de mi vestido, justo por encima de mis
rodillas. En el silencio del baño, mi respiración entrecortada es el único sonido. No
podría detenerla, incluso si quisiera. Necesito aire extra, oxígeno extra para poder
sobrevivir a esto.
Sus manos bronceadas se meten debajo de la falda y todo lo que puedo ver
son sus muñecas, una de ellas con el tatuaje asomándose.
La sensación de sus dedos callosos me hace levantar la vista hacia él. Solo para
encontrarlo también mirando sus manos sobre mí. Algo de eso es tan... necesitado.
Como si tuviera que mirar con sus propios ojos antes de creer que me está tocando.
Tocando la tierna piel de mis muslos, haciéndome retorcer.
—Zach...
Él levanta sus ojos hacia mí. —¿Eres virgen?
Mis muslos tiemblan ante la intimidad de su pregunta. En la extensión de su
amplio pecho que está llenando toda mi visión.
—¿Qué?
—Tu virginidad. ¿La tienes?
Debería alejarlo. Puedo terminar con todo esto ahora. Puedo saltar del
mostrador e irme. No me importa si arruina mis citas, o me usa para divertirse.
No me importa. Está bien. No quiero tener una cita o enamorarme ni nada
remotamente cerca a eso.
Siempre y cuando no me sienta así. Pesada y jadeante y tan, tan perezosa pero
tan despierta y palpitante.
Pero, en cambio, mi boca se abre y respondo a su pregunta. —No.
Su pulgar se mueve en círculos, caliente y áspero contra mi piel suave,
mientras dice:
—Estás mintiendo.
Lo estoy.
—No lo estoy —respondo, luchando contra el efecto de sus pulgares en
círculos.
100
¿Por qué es hipnótico?
Me está adormeciendo.
Su piel está desollada y medio levantada en algunos lugares, probablemente
debido a la motocicleta, y cada círculo que hace se siente rasposo, lleno de fricción.
La boca de Zach se estira en una sonrisa perezosa. —Pero te sonrojas como
una.
Luego se mueve de nuevo. Poniendo presión sobre mis muslos, me desliza por
el mostrador hasta que mi trasero casi cuelga del borde. Engancha mis pantorrillas
alrededor de su cintura y mis tobillos se cruzan en la parte baja de su espalda, justo
por encima de su apretado trasero.
Pensé que sus pulgares me estaban volviendo loca, pero el rasguño de sus
jeans a lo largo de mis muslos convierte cada respiración en algo… erótico.
Antes de que pueda detenerme en eso, Zach agarra mi rostro.
Sus manos son tan grandes que abarcan toda mi mejilla, subiendo hasta mi
cabello desordenado. —Entonces, si empujo tu braga a un lado y meto mi dedo
dentro de ti, ¿no encontraré ese pedacito de carne que prueba que no has sido
tocada?
Me estremezco ante el cuadro gráfico que ha pintado.
Dentro de mí. Su dedo.
Dedos que están enredados en mi cabello ahora mismo. Dedos que son
ásperos y crudos.
Niego con la cabeza. Solo que no sé para qué lo estoy haciendo. ¿Le estoy
diciendo que no puede hacerlo? ¿O respondiendo a su pregunta?
—No lo haré, ¿eh? —Lo toma como respuesta—. No la encontraré.
—No.
¿Por qué estoy mintiendo?
Sus dedos en mi cabello se tensan. —¿Quién la tomo?
—¿Qué?
—¿Quién. La. Tomo?
—¿Quién tomó qué?
—Tu virginidad. ¿A quién se la diste?
Mis labios se abren debajo de los suyos flotando. ¿Cuándo nos acercamos
tanto? Sin tocar, pero respirando sobre la piel del otro.
Agarrando sus muñecas, encuentro mi voz. —No es asunto tuyo.
Sus ojos negros giran. —¿Cuándo sucedió?
—Después de que te fuiste.
Su sonrisa es fría. —¿Dolió?
Asiento bruscamente. 101
—Lo hizo. ¿Era grande?
—Detente. Por favor.
—¿Era grande o no? —Aprieta mis mejillas, sus dedos se enroscan alrededor
de mi cabello en un apretón vicioso—. ¿Te estiró, Blue? ¿O tu coño está jodidamente
apretado para mí?
No tengo ni idea de lo que está pasando. Literalmente, no tengo idea de por
qué hace estas preguntas.
Todo lo que sé es que estoy sonrojada, temblando y estremeciéndome.
Todo dentro de mí es... un caos. Los latidos de mi corazón, todo el aire extra
que estoy aspirando, el tirón en mi estómago.
Es como un terremoto.
Soy víctima de un terremoto. Soy una víctima de él.
—Él me... me estiró —le susurro, mirándolo con ojos nublados.
Excepto, ¿no se supone que las víctimas tienen dolor? ¿No se supone que
están sin vida o cerca de perderla?
No tengo ninguna de esas cosas.
Estoy viva. Tengo más vida en mí que cualquier otra persona en esta tierra.
Zach traga, sus propios ojos luciendo vidriosos como los míos.
—No me mientas, Blue —dice con voz ronca, agarrando mi cabello con dedos
maliciosos.
Me sobresalto cuando dice mi nombre. Bueno, el nombre que me dio. El
nombre que siempre, siempre amé en secreto. De hecho, ni siquiera nunca lo
reconocí como mío.
Lo estoy reconociendo ahora.
Tal vez porque Zach no solo lo dice, me hace probarlo. Nunca pensé que
pudieras saborear un nombre, especialmente el tuyo. Pero el mío sabe... almizclado
y picante.
Como si fuera un suero de la verdad, las palabras se me escapan de la boca
antes de que pueda detenerlas. —La encontrarás. La cosa. Dentro de mí.
Sus labios también se abren y exhala un suspiro reprimido. Tomo su aire,
llenando mi cuerpo con lo que una vez estuvo en el suyo.
—Zach, yo...
Mis palabras se cortan cuando se aleja de mis labios. Un momento después,
lo siento en mi cuello. Está absorbiendo la línea de mi garganta.
Agarro sus bíceps. —¿M-me estás oliendo?
—Sí —gime. 102
Me estremezco y mi cuello se dobla hacia un lado. No soy nada frente a su
agresión en este momento. La forma en que está oliendo mi cuello, como si estuviera
inhalando una línea de cocaína. No soy nada frente a esa necesidad.
La necesidad de un adicto.
—¿Por qué?
—Porque hueles bien. Como el azúcar.
Y el azúcar es su cosa favorita en el mundo. Se está comiendo mi esencia.
Dios.
Arqueo mi espalda cuando llega al triángulo de mi garganta, y tomo una
profunda aspiración. Lo que huelo es exactamente con lo que me quedé dormida, en
su cama.
Su aroma a pastel de arándanos y almizcle.
—T-tú también hueles bien —suelto, luego cierro los ojos con vergüenza.
Zach levanta la cabeza y tengo que abrir los párpados cuando siento su
respiración jadeante sobre mis labios.
Parece drogado, lo juro.
Sus pupilas son amplias, arremolinándose como si realmente acabara de
recibir un golpe de algo potente, un narcótico que acelera los latidos de tu corazón y
te envía a la estratosfera.
—¿Sabes qué más encontraré? —dice con voz áspera, sus dedos tocando el
pulso en mi cuello.
—¿Qué?
—Si toco tu coño ahora mismo. ¿Sabes lo que encontraré?
La palabra con C es incluso más íntima que la palabra con V y no puedo evitar
arquear la espalda aún más y apretar su camisa.
Y tampoco puedo evitar que mi coño se apriete, abriéndose y cerrándose como
una boca. —No.
Zach frota nuestros labios juntos. —Mojado. Lo encontraré mojado. E
hinchado, resbaladizo y jodidamente caliente.
Resbaladizo.
Estoy resbaladiza.
Puedo sentirla. La humedad, pegada a mi braga.
—Te puedo oler desde aquí. Tu coño está mojado, Blue. Está tan jodidamente
mojado. Goteando. Por mí. Me quiere. Él no me odia, ¿verdad? —dice, vertiendo sus
palabras en mi garganta, atascándola con ellas.
Tiene razón.
La tiene.
Yo también puedo olerme. Huelo picante y almizclado, como mi nombre.
Y luego, me veo a mí misma. 103
Abierta a su alrededor. Mi vestido está subido hasta la parte superior de mis
muslos, mi piel pálida brilla bajo la luz. Me estoy aferrando a sus hombros como si
fuera a salvarme de todo lo malo del mundo.
Cuando él es todo lo malo del mundo.
En mi mundo. Él.
Pero lo que me sorprende más que nada es que esta... duro. Su polla está dura
y está presionada contra la parte más íntima de mí.
El bulto en su jean está justo en mi braga mojada y me gusta su peso, su calor.
—Yo no. No... quiero...
Finalmente, Zach se detiene y me mira a los ojos y una lágrima se libera,
corriendo por mi mejilla.
Su pulgar seca esa lágrima con tal ternura que algunas más se sueltan y siguen
su camino.
—No quieres sentirte así, ¿verdad?
Niego con la cabeza. —No. No por ti. N-no por alguien que... —Trago saliva
mientras las palabras salen de algún lugar muy, muy profundo dentro de mí—.
Alguien que me hace odiar. Alguien que no me deja seguir adelante y dejarlo ir. Tú
me cambias. No sé cómo lo haces, pero me conviertes en una peor versión de mí
misma.
Entonces, algo se dispara en mi pecho. Una bomba de recuerdos.
Recuerdos de esa noche de hace tres años cuando le dije todo tipo de cosas: la
noche de la graduación.
¿Has escuchado cómo en el amor te conviertes en una mejor persona? Tú me
haces una peor persona, Zach. Nunca he odiado a nadie como te odio a ti. No eres
más que un maldito matón. Eso es todo lo que siempre serás. Nunca te perdonaré
por lo que hiciste esta noche. Por todas las cosas que has hecho antes. Te odiaré
hasta el día de mi muerte...
Zach respira por la nariz, apretando los dientes. —Si. Lo hago, ¿verdad? Así
que la próxima vez que te diga que te mantengas alejada de mí, haz eso. Si te miro,
miras para otro lado. Si me ves caminando por el pasillo, da la vuelta y toma una ruta
diferente. Porque la próxima vez que te vea frente a mí, lo tomaré como una
invitación. Si sigues arrojándote a mí, te agarraré. Y te haré pagar por ello será tu
maldita culpa.
Zach arranca su toque y retrocede.
Cierro mis muslos y salto del mostrador. Mis lágrimas no paran de caer y lo
último que veo es el agitado paso de su mano por su cabello.
Entonces, me estoy escapando de él. De su habitación. Del lugar en el que
creció. El lugar con siete torres y una ventana de vidrio por la que se pueden ver las
estrellas.
Abro todas mis heridas vendadas mientras corro y corro. Por kilómetros y
horas. Hasta que llego a la casa en la que yo crecí.
104
Entro por una ventana abierta de la cocina y subo las destartaladas escaleras
hasta mi habitación.
Luego me acurruco en el suelo y sollozo.
El Príncipe Oscuro

C
uando tenía siete años, les hice una tarjeta a mis padres por su
aniversario.
No sé lo que estaba pensando, pero supongo que quería
impresionarlos. Quería mostrarles que era normal, como cualquier
otro niño.
Quería que estuvieran orgullosos de mí.
Pero supongo que era mucho pedir.
Mi papá echó un vistazo a la tarjeta y su rostro se frunció. Lo recuerdo
estrujándola en sus manos y tirándola al fuego.
—Siempre serás un fenómeno analfabeto, ¿no es así?
No sabía el significado de analfabeto, pero por su expresión y la forma en que
bebió el whisky en su vaso de una vez, me hizo pensar que no era algo bueno.
Recuerdo a mi madre irrumpiendo y tratando de consolarlo. —Está bien, Ben.
Contamos con los mejores tutores. Con la práctica, para esta época del próximo año,
ni siquiera sabrás...
—¿Que es defectuoso? —Mi padre apretó los dientes—. Tal vez eres tú. Quizás
no debería haberme casado contigo. Porque sé que no soy yo. Sé que no lo estoy
haciendo lento. No me tomó tanto tiempo aprender a escribir.
Vi a mi madre llorar por eso, y luego mi padre se volvió hacia mí. —Ve a tu
habitación y quédate allí. No hay comida para ti hasta que puedas deletrear bien tu
maldito nombre.
No recuerdo mucho después de eso. Recuerdo los gritos, mis padres peleando,
y sé que Nora metió algo de comida en mi habitación más tarde esa noche.
A ella le encantó la tarjeta que había hecho. Incluso me dijo que me quería.
Nunca se lo dije de vuelta. Nunca dije también te quiero. Algo me hizo callar. 105
Tal vez el hecho de que me mirara con lástima, o podría ser que nunca le creí.
Incluso a esa edad, entendí que eso era lo que hacías, cuando alguien decía te
quiero.
Por eso lo puse en la tarjeta.
En la tarjeta, había escrito los quiero, mamá y papá, junto con mi nombre
completo; Había estado practicando mucho, entendiendo bien las letras.
Había esperado que me lo dijeran de vuelta, pero supongo que arruiné las
letras y ahí se fue mi también te quiero.
En mi defensa, tenía siete años. Era patético. Todavía estaba tratando de
ganarme la aprobación de mi padre esforzándome más, siendo bueno, haciendo
cartas estúpidas.
Ya no lo estoy.
No necesito amor. No necesito aceptación ni aprobación. Los rechazo antes
de que puedan rechazarme.
Pero Blue es diferente. Ella todavía es ingenua. Piensa que el amor es algo
asombroso y mágico. Quiere caer en eso.
Es curioso cómo la gente olvida que se llama enamorarse. Hay una razón para
eso. Te caes, te rompes la maldita pierna y sangras. Eso es el amor. Sangrando,
abriéndote a ti mismo propósito.
Es una debilidad estar tan loco, que te lastimarías por alguien más. O que
amarías a alguien a pesar de lo mucho que te hayan lastimado.
Pero lo que sea.
Ella no es mi problema.
Aunque debo admitir que actué estúpidamente esta noche. Sabía que era un
error. En el momento en que inventé una excusa para arruinar su cita.
Honestamente, no tengo ni idea de por qué hice eso. Quizás solo le estaba
haciendo un favor. Ese tipo Ryan no es para ella. No es lo suficientemente hombre
para estar con ella.
Pero tal vez debería haberlos dejado ir. Quizás Blue necesite un poco de
angustia en su vida para tener una idea real.
Miro la cama donde la encontré dormida, su cabello azul desparramado sobre
mi almohada.
Y luego, están sus sandalias: también azules y cubiertas de gotitas de su
sangre. Hay pequeñas hendiduras donde los dedos de los pies y el talón se clavaron
en el plástico barato.
Mierda.
No es de extrañar que estuviera sangrando. Y va a sangrar aún más porque se
escapó descalza de aquí.
Apretando los dientes, aplasto sus sandalias en mis manos y camino hacia el
armario. Abriendo la puerta, las tiro y la cierro con un golpe.
106
Mi polla está dura como la mierda. Más dura que nunca.
Salto a la ducha y trato de limpiar la sensación de ella. Intento limpiar su olor,
su suavidad.
Y cuando el recuerdo de ella se vuelve demasiado, tiro de mi polla.
Escucho sus palabras en mi cabeza: No quiero... No por alguien que me hace
odiar.
Las emociones nunca han sido lo mío. Pero aun así, me masturbo por ella.
La golpeo, tiro de ella, la jalo, hasta que estoy rociando semen por toda la
pared de azulejos, pensando en su cabello azul y su olor a azúcar.
Mierda.
Jodida mierda.
Joder.
Apoyando mis manos en la pared manchada con mi semen y respirando
profundo, cierro los ojos. Probablemente con arrepentimiento. Pero luego, aplasto
el sentimiento.
Ella me odia de todos modos.
Un crimen más en su contra no importara.

107
—¿C
ómo es que siquiera empezó? —pregunta Tina.
Miro hacia arriba desde donde estoy
mezclando ingredientes secos para hornear
cupcakes para la venta de pasteles de Art.
Apesto horneando, pero Doris está enferma y me ofrecí para ayudar. Así que estoy
ayudando, o al menos intento hacerlo.
—¿Qué cosa? —pregunto.
—Todo este asunto entre tú y Zach. Quiero decir, ¿qué pasó? ¿por qué te
tortura a ti, de todas las personas?
Vuelvo a sacudir la harina. —Porque es malo. Y rico, y eso le da derecho a
hacer lo que quiera.
Esto no es algo nuevo. Le he dicho esto mil veces. Ella me ha escuchado llorar
y quejarme por eso durante años. Sin embargo, no sé por qué está en eso de nuevo.
—¿Recuerdas la primera vez que se conocieron?
Dejo de mezclar; ya se ha incorporado más de lo que pedía la receta.
La primera vez.
Apenas recuerdo nada de eso, excepto que era mi primer día de clases y tenía
suficiente hambre como para pedir prestados palitos de zanahoria y luego lo conocí
en la sala de detención.
Aunque sí recuerdo que estaba mirando por la ventana, hacia una fuente de
agua, y su uniforme estaba tan desordenado y arrugado como el mío. Recuerdo este
anhelo absoluto de hablar con él, el único chico que se parecía a mí: sucio y
desordenado.
Recuerdo este tirón en mi estómago. Este aleteo y revoloteo. En ese momento
pensé que tenía tanta hambre que mi estómago hacía ruidos extraños. Pero luego me
di cuenta de que eran mariposas y que ese tirón era la miserable conexión entre
nosotros.
De todos modos, cuando hablé con él, resultó ser un completo idiota que me
llamó ladrona, sonriendo, mirándome de arriba abajo como si fuera una paria o algo
108
así. Me enojé por eso, y podría haber respondido algo.
Pero de nuevo, no lo recuerdo.
—Realmente no. Quiero decir, tenía diez años y estaba en detención. Lo único
que destacar es que era súper arrogante, grosero y lo odiaba.
Tina tamborilea los dedos contra su barbilla. —Ojalá recordara lo que me
dijiste.
—¿Por qué estamos hablando de esto de nuevo?
—Porque ya es suficiente. —Da una palmada en la isla—. Tenemos que ir a
hablar con él.
—¿Qué? No.
—Si. ¿Vas a esperar a que se vaya para luego salir en citas? ¿O te divertirás y
vivirás tu vida? —Ella niega con la cabeza—. No puedes esperar por nadie, Cleo. No
puedes tenerle miedo. Necesita aprender su lección. Olvídate de dejar ir. Tenías
razón. La justicia es la respuesta.
—No lo es. No iremos a ninguna parte y no le tengo miedo.
No lo hago. Realmente no.
Tengo miedo de mí misma. De las cosas de las que yo soy capaz.
Anoche fue exactamente como el baile de graduación. Incluso las palabras que
usé fueron las mismas.
Eso es lo que me hace. Aprieta mis botones. Los empuja y presiona y me
convierto en algo completamente diferente.
No seas como yo.
Después de que me escapara ayer, pasé la noche en mi antigua casa. No pude
dormir, no como lo hice en la cama de Zach, pero me quedé allí, acurrucada y
llorando hasta que llegó la mañana. Tuve la suficiente capacidad de raciocinio como
para llevar un teléfono en el bolsillo de mi vestido y enviarle un mensaje de texto a
Tina diciendo que pasaría la noche en casa de mis padres.
Le dije cosas. Pero no todo. No sobre mi estupidez al irrumpir en su
habitación. No sobre lo que ocurrió entre nosotros.
Y como respondí.
Cómo me volví... toda excitada y Jesucristo, mojada.
Yo estaba mojada. Por Zach.
—¿Por qué no? —pregunta, después de un rato.
Suspiro. —Porque yo lo digo, ¿de acuerdo? Déjalo.
Apoya las manos en las caderas y me mira con recelo. —¿Por qué creo que me
estás ocultando algo?
Con el corazón saltando, miento—: No lo estoy. Estás paranoica. Ahora,
hagamos estos cupcakes, ¿de acuerdo?
Ella sigue mirándome, pero no le presto mucha atención desde donde estoy
109
midiendo los ingredientes húmedos.
—Dios, deja de mirarme. Vas a hacer que la cague —espeto unos momentos
después.
—Lo que sea. Hacer cupcakes es la idea más estúpida, por cierto. Brownies.
Haz brownies. Son cuadrados y, por lo tanto, más fáciles.
Tiene razón, pero no le voy a decir eso.
Para cuando terminamos con los cupcakes, es la hora de la cena y le digo a
Tina que pida pizza y decido ir a buscar a Art.
Ha estado jugando afuera durante un par de horas. Además de hacer cupcakes
para la venta de pasteles, le dije a Doris que lo vigilaría mientras ella descansaba. Art
pasó toda la tarde conmigo y vimos una película de Batman.
—Art —llamo tan pronto como salgo al calor bochornoso, pero no obtengo
respuesta.
No está donde lo dejé en el patio, con su bicicleta y todos esos juguetes con los
que le gusta jugar; el tipo de auto que puede conducir y su camión de bomberos y
todo eso. Lo juro, la mitad de sus cosas están en nuestra casa.
Grito su nombre por segunda vez. Nada de nuevo.
Mi corazón late con fuerza.
Sé que debe estar cerca. Sé eso. A veces le gusta ir por la parte de atrás y jugar
en el bosque. Yo misma he jugado con él allí.
Pero, ¿por qué no responde? Él responde. Siempre responde.
A pesar que todavía me duelen los pies todavía palpitantes, empiezo a correr,
pensando que debe estar en la parte trasera.
Tiene que estarlo. ¿A dónde iría? Este es un lugar seguro; ha estado jugando
aquí durante años, incluso antes de que yo llegara.
Él está bien.
Daré la vuelta a la esquina y lo encontraré jugando en el bosque. Me sonreirá
tímidamente y me dirá que quiere que juegue con él. Me mostrará el fuerte que
construyó con sus juguetes y rocas como lo hizo una vez. Le despeinaré el cabello
porque no puedo resistirme cuando está siendo una ternura y luego iremos a comer
pizza.
Pero no está ahí.
—¡Art! —llamo de nuevo—. ¿Dónde estás?
Sigo yendo más lejos, a pesar de que nunca lo haya visto alejarse tanto. Doris
me conto una vez que era tímido. Nunca va a lugares que no reconoce. Cuando
comencé a cuidarlo, ella dijo: Es un niño bastante fácil. No tendrás ningún
problema con él.
Y nunca lo he hecho. 110
Pero ahora lo he perdido de alguna manera.
Sigo gritando su nombre, pero sigo sin obtener respuesta.
—Oh Dios, oh Dios, oh Dios —murmuro, agachándome, poniendo mis manos
en mis rodillas.
¿A dónde se fue?
—¡Art! —grito como una loca—. ¡Vuelve aquí!
Entonces, de repente, alguien me está sacudiendo.
—¿Qué está pasando? Te podía escuchar desde la casa —pregunta Tina,
agarrándome de los brazos.
La veo a través del brillo de las lágrimas.
—No p-puedo encontrar a Art. No puedo... —Jadeo—. No puedo encontrarlo.
Dios mío, lo he perdido, Tina. Lo he perdido.
—Está bien, cálmate. Relájate. Lo buscaremos juntas. Debe estar en algún
lugar por aquí —dice Tina.
Asiento. —E-está bien.
Entonces una larga sombra se acerca a nosotras y mi enfoque cambia.
Es Zach. Acercándose con pasos largos y decididos.
No sé qué me pasa, pero dejo ir a Tina y mis piernas comienzan a moverse.
Corro hacia él, como corrí ayer cuando arruinó mi cita.
Casi me estrello contra él, pero me detiene, me sostiene con las manos y me
mira con el ceño fruncido. —¿Qué pasó?
Agarro sus muñecas. —Doris, una de las sirvientas, e-ella tiene un nieto, Art.
Se suponía que debía cuidarlo. S-siempre lo cuido. Estaba jugando afuera y yo lo
estaba vigilando, pero luego lo olvidé porque tenía que... tenía que hacer cupcakes
para su venta de pasteles. Y cuando fui a buscarlo, no estaba allí. No sé a dónde fue,
Zach. Creo que lo perdí. Yo no…
Aprieta mis bíceps. —Oye, él está bien. Está bien. Lo encontraré.
Miro su rostro, todo concentrado y duro. Y está inclinado sobre mí con todo
su cuerpo. Está escondiendo el sol detrás de sus enormes hombros y espalda
acordonada.
Y sé por qué corrí hacia él hace un momento.
Zach es grande, fuerte y... es capaz. Conoce este lugar. Sé que encontrará a
Art.
Lo sé.
—Es un buen chico. Es tan pequeño y diminuto ¿y si está herido? Yo no... Él
simplemente desapareció. ¿Cómo puede desaparecer, Zach?
Se endurece ante mis palabras, sus dedos se ponen rígidos sobre mi carne.
Antes de que pueda preguntarle qué está pasando, me suelta y echa a correr hacia el
bosque. 111
Lo sigo.
Es difícil seguirle el ritmo. Mis pies gritan de dolor y sus zancadas son largas.
Pero sigo adelante. Creo que Tina está detrás de mí, pero no puedo estar segura.
Nos adentramos en el bosque, más profundo que nunca, antes de que Zach se
detenga y se arrodille en el suelo.
Aquí, el suelo está cubierto de hojas secas y muertas y los árboles forman un
dosel arriba. Hay muy poca luz solar y todo está más frío.
No me gusta.
A medida que me acerco a Zach, me doy cuenta de que está mirando algo.
Es un hoyo en el suelo.
Caigo de rodillas a su lado, las hojas crujiendo bajo mis rodillas. Pero eso no
me importa porque hay una caída de tres metros y Art está en la parte inferior.
—¡Art! —grito, casi derrumbándome.
Pero Zach me tira del borde, con sus brazos alrededor de mi cintura.
—No, no, no. Tengo que ir a buscarlo. Es mi culpa. No estaba haciendo mi
trabajo. Tengo que…
Aprieta mi cintura, arrodillándose a mi lado. —No, yo iré a buscarlo.
Empuño su camiseta. —¿Por qué no se mueve? Dime por qué no se mueve.
Zach enmarca mi rostro con sus manos y aplica presión, haciéndome mirarlo.
—Porque está inconsciente. Es una gran caída. Él está bien.
—P-pero…
—Está respirando, Blue. Lo comprobé.
Mis ojos llorosos recorren su rostro. Frenéticamente. Locamente. Como si no
pudiera tener suficiente de sus rasgos afilados y angulosos. Como si nunca fuera
suficiente.
—S-solo tráelo de vuelta. Por favor —susurro, el agua obstruyendo mis ojos y
mi garganta.
Sus fosas nasales se dilatan mientras estudia mis rasgos, y asiente. —Quédate
donde estás.
Asiento en respuesta.
Me deja ir y se pone a trabajar.
Sus manos tantean el suelo, como si buscara algo debajo de las hojas. Unas
palmaditas más tarde, lo encuentra.
Es una raíz larga y gruesa, enterrada bajo el follaje caído, conectada a un árbol
enorme que ni siquiera noté hasta ahora. La raíz es gruesa y resistente y parece que
va hacia el hoyo.
Mientras Zach la agarra, probablemente tratando de usarla como una cuerda, 112
escucho pasos que se acercan.
Tina está arrodillada a mi lado. —¿Estás bien? ¿Lo encontramos?
—Si. Él está ahí. —Hago un gesto con la barbilla.
Zach centra su atención en Tina. —Quiero que vayas a buscarme una cuerda.
Y trae a un miembro del personal contigo.
Asintiendo, Tina aprieta mis hombros. —Vuelvo enseguida.
Con eso, se da la vuelta y vuelve corriendo.
Usando la raíz, Zach se mete en el agujero y yo me arrastro hasta el borde,
mirando hacia abajo. Art todavía está inconsciente y mi cuerpo comienza a temblar.
Oh Dios.
¿Cómo la cagué tan mal? Nunca volveré a cuidarlo. Nunca.
Pero luego, veo moverse el pequeño pecho de Art. Arriba y abajo. Con ritmo.
Está respirando.
Gracias a Dios.
Como dijo Zach.
Quién está casi al final de la raíz colgante y robusta, que solo baja a la mitad.
Antes de que pueda detenerme, grito:
—Ten cuidado.
Zach mira hacia arriba ante mis palabras y me muerdo el labio.
No debería haber dicho eso. Quiero decir, es demasiado personal y agradable.
Se supone que debo odiarlo, ¿verdad?
Pero solo pensé... tenía derecho a decirlo.
Y no me voy a retractar.
—Por favor —digo, agachada sobre mis manos y rodillas, mirándolo, con el
pelo sudoroso esparcido alrededor de mi cara sonrojada.
Sus ojos oscuros no revelan nada, pero asiente con la cabeza. Luego mira hacia
abajo y suelta su agarre.
Respiro profundamente cuando aterriza en el suelo, a los pies de Art. Fue
suave y sin esfuerzo.
Se arrodilla junto a Art y mi voz se quiebra cuando le pregunto:
—¿Está bien?
Zach toma a Art en sus brazos. Eso también es sin esfuerzo. Y suave y gentil
mientras acuna su cabeza.
No podría dejar de llorar, incluso si quisiera; No quiero.
No quiero dejar de llorar porque todo está hinchado dentro de mí, en carne
viva y conmocionado. Y la mano entera de Zach cubre la cabeza de Art, ya que
probablemente está buscando una lesión. Tantea la cabeza de Art lentamente, casi
113
como una caricia y tengo que clavar mis uñas en el suelo para mantenerme firme.
Sin dejar de mirar a Art con el ceño fruncido, Zach dice:
—Está bien. Tiene una hinchazón en la nuca. Pero estará bien.
Presiono un puño en mi boca para evitar que todos los sollozos salgan.
—¿Estás bien? —pregunto, y la forma en que Zach levanta la cabeza me hace
creer que no fue lo correcto.
Joder.
No le tengo miedo. Estoy súper emocional y casi desquiciada. No me importa
si mi preocupación le causa tanto sufrimiento.
La respuesta de Zach es un ceño fruncido y silencio.
Pronto, Tina regresa con la cuerda y trae a un par de miembros del personal,
incluido Ryan, con ella.
—¿Dónde está Zach? —pregunta mientras se detiene a mi lado.
—Ahí abajo.
Ryan se arrodilla a mi otro lado, la preocupación es evidente en su rostro. —
¿Estás bien?
—Si.
En un tono conciso, Zach instruye a Ryan y a los demás para que le arrojen la
cuerda y les explica qué hacer. Cinco minutos después, él está fuera y Art está en mis
brazos.
—Oh, Art, lo siento mucho. —Lo abrazo, oliendo su cabello, besando su frente.
Siento el bulto en la nuca y me doy cuenta de que necesita un médico. He
estado tan concentrada en que salga, que ni siquiera me he preguntado cuánto
tiempo estuvo allí.
—Tenemos que ir al hospital —le digo al grupo amontonado a mi lado.
—Sí, prepararé el auto, vámonos —dice Ryan, poniéndose de pie.
—Alguien tiene que avisarle a Doris —dice uno de los miembros del personal.
Acunando a Art, me las arreglo para ponerme de pie también.
Doris. Si. Alguien necesita decirle lo mucho que la cagué cuando se suponía
que debía cuidar a su nieto.
Y no olvidemos el auto.
Tina va a decir algo, probablemente sobre mi fobia a los autos de hace un año,
pero niego una vez con la cabeza para decirle que se calle.
Puedo manejarlo.
El auto es la solución perfecta. ¿De qué otra manera llegaríamos allí? El
autobús no es una opción. Tardará mucho más en llegar y Art necesita atención
médica ahora.
Ryan acuna mi mejilla de esa manera gentil suya. —Oye, todo va a estar bien. 114
No fue culpa tuya. Estas cosas pasan. Art va a estar bien.
Aprieto los hombros de Art, lo acaricio contra mi pecho y asiento. —Sí, está
bien, gracias. Vamos a...
—He llamado al médico. Estará aquí enseguida. —La voz de Zach atraviesa
mis pensamientos de pánico.
Está de pie lejos del grupo y observo sus ojos mientras miran donde Ryan me
está tocando. —No hay necesidad de ir a ningún lado. —Luego le ordena a un
miembro del personal—: Y que alguien cierre ese agujero.
Con eso, se da la vuelta y se va.
Hay hojas pegadas a su jean, sus botas, barro apelmazado en las mangas de
su camisa, incluso en sus codos y brazos.
Se está retirando, yéndose, después de salvar a Art e incluso a mí. Con Art en
mis brazos, pesado e inconsciente, voy tras él.
—Espera. Zach.
Hace una pausa, pero no se da la vuelta. Sigo hasta que llego a pararme frente
a él. De alguna manera, también se ensució un poco el costado de la mandíbula.
Tengo un impulso muy fuerte y potente de estirar la mano y limpiarlo.
—¿Qué? —masculla.
—Yo… ¿Cómo supiste sobre el agujero? ¿Cómo supiste que Art podría estar
ahí abajo?
El sol no se mueve y tampoco el aire. Todo está quieto y caliente, pero
curiosamente, el rostro de Zach, todo su cuerpo se ensombrece.
La oscuridad corta sus rasgos, su comportamiento, como anoche cuando se
sentó en esa silla suya, con toda la galaxia a sus espaldas.
—Zach…
Sus bruscas palabras me interrumpen. —Porque he estado allí.
Al principio, creo que no lo he escuchado con claridad. Pero cuando la
expresión rígida de su rostro no desaparece, me doy cuenta de que sí.
Lo he escuchado claramente.
Apretando a Art contra mi pecho aún más fuerte, le pregunto:
—¿Cuándo?
Aprieta su mandíbula antes de decir:
—Hace mucho tiempo.
Y luego, da la vuelta y se va.

115
El Príncipe Oscuro

T
enía diez años cuando caí en ese agujero.
Para entonces, había dejado de hacer cartas tontas o de
intentar superarme o ser mejor. Solo para que me amaran.
Para entonces, había aprendido a escabullirme de la casa
principal y deambular libremente por los jardines. Tenía un plan completo
preparado para huir tan pronto como descubrí cómo ganar dinero y ahorrar lo
suficiente para sobrevivir por mi cuenta. Aunque la forma en que sucedió, yo,
mudándome, no fue como esperaba que fuera.
Estuve en el hoyo durante horas. De hecho, durante toda la noche.
Recuerdo que intenté salir por mi cuenta, agarrándome de las raíces y
levantándome. También recuerdo caerme mucho sobre mi culo.
Cuando me cansé, recuerdo estar acostado y mirando el cielo. Pensé que nadie
me encontraría jamás. Nadie se molestaría en mirar, definitivamente no mis padres.
Cuando dejé de intentar ganarme su aprobación, dejaron de preocuparse por
mí. Me entregaron a niñeras, tutores, sirvientas, a quienquiera que pudieran
encontrar para empeñar a su hijo. Les pagaron suficiente dinero para que no
abrieran la boca sobre mi discapacidad.
Mi padre no quería que el mundo supiera que su hijo era algo menos que
perfecto. Y tampoco quería perder el tiempo con un niño imperfecto.
¿Y mi madre? Bueno, mi madre nunca quiso tener un niño para empezar. No
quería que nada interfiriera con sus fiestas y su vida rica y despreocupada.
Irónicamente, era mi padre quien quería un hijo. Entonces, cuando mi madre le dio
uno imperfecto, hizo todo lo posible para compensar el hecho, incluido el descuido
de dicho niño.
Recuerdo haber querido llorar en ese agujero. Llorar por mi madre, incluso
por mi padre. Recuerdo haber hecho tratos con Dios en los que me esforzaría más. 116
No echaría a correr a mis tutores. Pasaría tiempo practicando lecciones. No sería
deliberadamente difícil y provocaría una mierda.
Solo sácame de este agujero.
Pero luego, también recuerdo detenerme y enojarme. Pensé, ¿por qué diablos
debería intentarlo? Nada es lo suficientemente bueno para ellos. No importa cuánto
practicara, mi padre encontraría un defecto y me golpearía por ello.
Me fui a dormir, debatiendo y exhausto.
Fue Nora quien me encontró al día siguiente. Envió un grupo de búsqueda
cuando entró en mi habitación para despertarme para la escuela.
Estuve dos días en la cama; Me había torcido el tobillo. Y durante dos días,
Maggie y Nora fueron las que me cuidaron.
Cuando les dijeron a mis padres, la reacción de mi padre fue fingir que nunca
sucedió. Y la reacción de mi madre fue decir:
—¿Por qué sigues haciendo berrinches, Zach? ¿Por qué no puedes ser un chico
bueno y tranquilo? Siempre me has puesto las cosas difíciles.
Sí, mamá. Estuve toda la noche en un maldito agujero y las cosas se te ponen
difíciles a ti.
Creo que ella contaba con que cayera a mi muerte o algo así. Aunque nunca
diría nada grosero como eso, la decepción era bastante clara en su rostro.
Sí, soy una jodida enorme decepción. Para todo el mundo.
Aunque no para ella.
Blue nunca se mostró decepcionada conmigo porque siempre asumió lo peor.
Siempre me ha mirado con disgusto y odio.
Es reconfortante. Familiar. Así es como todos en mi vida me han mirado, sin
contar a Nora y Maggie. Pero bueno, les pagan, ¿no es así?, para que sean amables
conmigo.
Lo que no me reconforta es la forma en que Blue me miró hoy cuando encontré
a ese chico y lo saqué del agujero.
Hoy me miró como si hubiese movido las estrellas.
Duele.
Todavía lo hace.
Nunca pensé que lo haría. Nunca pensé que esa mirada ingenua, inocente y
cálida en sus ojos sería tan deslumbrante y dura.
Nunca pensé que me haría enojar.
Me dio ganas de recordarle quién era yo.
Pero también me dieron ganas de agarrarla y besar esos labios pintados de
azul.
Y eso nunca puede suceder.
117
Ella no lo permitirá.
T
odos creen que es el príncipe.
El salvador. El héroe.
No han dejado de hablar de cómo sacó a Art del agujero. En
todas partes, alguien está hablando del nuevo señor Prince.
El personal de cocina lo adula cuando va a desayunar. Grace afirma que le
sonrió mientras pasaban uno al lado del otro en el pasillo. Doris lo llama mi buen
chico.
—Le di la botella —dice jadeante Leslie a un grupo de nosotras junto a las
escaleras del ala de servicio, subiendo al primer piso—. Él estaba entrenando junto a
la piscina y yo salía de la casa de la piscina, ya sabes. Él fue como, oye, ¿perdón?
¿Puedes pasarme esa botella con agua? Yo tenía una botella de agua fresca. —Puse
los ojos en blanco ante esa afirmación tan obvia, pero ella continuó—: Lo hice y... —
Se detiene para suspirar—. Nuestros dedos se tocaron.
—¿En serio? —Los ojos de Grace están muy abiertos.
—Sí. Dios mío, sus dedos. Eran tan cálidos.
Aprieto los dientes. Sé todo sobre sus dedos. Sé lo cálidos que son, lo ásperos
que son, cómo las yemas son callosas y rugosas.
Sé cómo se sienten cuando están en mis muslos, en mi cabello, en mi pulso.
Lo sé.
Mientras hablan y hablan como si lo conocieran, admito que estoy algo celosa.
Ha pasado una semana desde que rescató a Art y no he tenido la oportunidad de
hablar con él.
Ni siquiera una vez.
No es como si fuéramos amigos o algo así, que pueda casualmente acercarme
a él y decirle, oye. De hecho, hasta hace unos días, estaba rezando para que se fuera.
Aunque ahora estoy pensando, ¿qué pasa si se va y no puedo decirle nada?
No es que no lo vea. Vivimos en el mismo lugar. Por supuesto que lo veo.
Y sobre todo lo veo con Art.
118
Desde el accidente de Art, me he disculpado con Doris mil veces. Está bastante
tranquila al respecto, pero no puedo deshacerme de la culpa. También le he pedido
perdón a Art, pero de nuevo, no le importa.
En estos días, está bastante feliz en realidad. Cortesía de Zach.
Los he visto juntos muchas veces. La mayoría de las veces están junto a la
piscina y los veo cuando vuelvo de mi turno. Deliberadamente camino despacio solo
para verlos juntos. A veces Zach hace ejercicio, dos veces al día; es una locura, y deja
que Art sea su observador. Art cuenta sus repeticiones y aplaude cuando termina e
intenta imitarlo.
Una vez vi a Zach tirado en el suelo con Art en sus brazos, derecho. Gruñendo,
bajó a Art, que se rió como si nunca hubiese visto nada más divertido. Luego, Zach
lo levantó en el aire otra vez, como si estuviera haciendo pesas en banca. Solo que,
en lugar de pesas, tenía a Art.
Creo que me temblaron las rodillas ante la vista.
Nunca supe que Zach podía ser tan... dulce y sexy al mismo tiempo.
Unas cuantas veces, me he acercado a ellos para recoger a Art al regreso
porque Doris todavía quiere que lo cuide mientras ella está trabajando.
Pero Zach y yo, no nos hablamos. Ni siquiera me mira. A veces parece que no
puede soportar el verme. Y no entiendo por qué. No entiendo por qué eso me
molesta.
La única persona que no es fan de Zach es Tina. Ella lo odia, y eso es decir
algo.
—Dios, no puedo creer cómo todo el mundo está tan loco por él. ¿No lo ven,
gente? Es el diablo. Bien, él salvó a Art. Pero, ¿qué hay de todas las otras cosas que
ha hecho? ¿Qué pasa con ellas? La gente puede ser tan estúpida.
—Suenas como yo —le dije un día mientras limpiaba el polvo de la biblioteca
de la torre dos.
—Sabes, me alegro de que sigas adelante y todo eso. Pero tienes que estar más
molesta por esto. —Entonces ella jadeó—. ¿Sabes qué sería lo mejor de todo esto?
Deberías salir con Ryan. Eso le enseñará.
—Oh, aquí hay otra gran idea: ¿por qué no sales con Ryan? Antes te gustaba
tanto como a mí.
Se queda callada y me lleva unos diez segundos averiguar por qué. Y cuando
lo hago, mi chillido es fuerte. Quiero decir, realmente fuerte.
—Oh Dios mío, te gusta —grito, pinchando su hombro con mi plumero—.
Dios, Tina. ¿Por qué no dijiste nada?
—No me gusta. —Se frota el hombro—. Quiero decir, solía gustarme, pero ya
no.
—O dejas de mentir o dejas de sonrojarte. Te gusta y vas a salir con él.
—Yo... 119
—Y te voy a vestir.
—De ninguna manera.
—Si.
Tina me mira con culpa.
—Pero yo no...
—Mira, Ryan es genial, pero... —repito lo que Zach me dijo esa noche en su
baño mientras me vendaba las heridas—. Pero no me habría hecho feliz.

Le prometí a Maggie que no entraría en la casa principal bajo ninguna


circunstancia.
Sin mencionar que la suite en la que quiero entrar pertenece al tipo que me
dijo que me mantuviera alejada de él.
Pero no soy muy seguidora de las reglas. Además, dejé deliberadamente mi
teléfono en la sala de personal por si acaso llegaba a esto. Si alguien me atrapa, tengo
una excusa perfecta.
Así que estoy en mi modo sigiloso de nuevo. Sudadera con capucha negra,
pantalón corto negro y botas de cuero silenciosas.
De acuerdo, en mi defensa, he intentado todo lo demás. Es de noche y no
puedo dormir. Debería estar cansada después de un día completo de trabajo, pero
no lo estoy. Incluso leo los libros que compré sobre astronomía; aparentemente, me
gusta leer estos días.
Y observar las estrellas.
Todas las noches de la semana pasada, he buscado a Orión. Lo busqué en
Internet. Es una constelación de invierno, se supone que solo es visible de enero a
marzo.
Es invierno aquí, aunque, todo lo que sentimos es el calor, pero nunca puedo
verla.
Estoy caminando muy silenciosamente hacia la puerta de nuestra cabaña
cuando veo un destello negro en mi visión periférica.
Me lanzo a la ventana y abro una pulgada de las cortinas. Alguien está
caminando por el patio. Más tropezando que caminando. Es el caminar de alguien
borracho.
Y es Zach.
Dios mío, ¿qué posibilidades hay?
¿Qué está haciendo aquí?
Cuando presiono la palma de mi mano sobre la ventana, se gira y mira
directamente a mi casa de campo. No estoy segura de sí puede verme mirándolo a 120
través de las cortinas, pero está frunciendo el ceño a la ventana, como si estuviera
enojado.
Frenéticamente, miro alrededor de las otras casas de campo. Están oscuras y
sombrías. ¿Pero qué pasa si alguien se despierta y lo encuentra aquí?
¿En qué está pensando?
Un segundo después, cae al suelo y todos mis pensamientos se desvanecen.
Salgo corriendo por la puerta antes de que pueda detenerme. Prácticamente caigo al
lado de su forma desparramada.
—¿Zach? ¿Estás bien?
Resulta que no debería haberme molestado. Porque abre los ojos y se ven
claros y alerta.
—¿Por qué no iba a estarlo?
Me siento sobre mis talones.
—Porque te acabas de caer. Así de fácil. Debajo de mi ventana.
Se encoge de hombros. Y luego frunce el ceño cuando me observa.
—¿Qué llevas puesto?
Me miro, mi sudadera negra y mi pantalón corto.
—¿Qué?
—¿Planeabas violar la ley otra vez?
Trago y pongo las manos en mis rodillas.
—No.
Sí.
Su sonrisa torcida tarda en aparecer y por eso sé que está un poco borracho.
Eso y su olor a alcohol y almizcle.
Zach mira lejos de mí hacia el cielo.
Pasan unos segundos en silencio y lo miro como una tonta enamorada.
Soy una tonta, en cualquier caso. Porque iba a violar la ley solo para poder
hablar con él. El tipo que me ha hecho llorar incontables veces. El tipo que me ha
insultado, herido y atormentado repetidamente.
Mi matón.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto.
—Mirando las estrellas.
Miro las casas de campo otra vez. Todavía están oscuras, sin un ápice de
movimiento.
—¿Por qué las miras prácticamente desde debajo de mi ventana?
Se encoge de hombros otra vez.
Ahora que estoy cerca de él, no sé qué hacer. No quiero irme, pero tampoco sé
cómo quedarme. 121
—Míralas desde tu habitación en la torre dos, ¿de acuerdo? Levántate.
Finalmente, se enfoca en mí, con sus ojos ensombrecidos y brillantes por la
luz de la luna. Que parece mantecoso y amarillo cuando toca su piel.
—¿Parece que puedo levantarme?
Vuelve a mirar el cielo. Sus respiraciones no son apresuradas, casi perezosas,
como si estuviera absorbiendo la noche de a una bocanada de aire a la vez.
Incluso desparramado así, se ve poderoso. Como si fuera el único hombre en
todo el mundo. El resto de nosotros somos intrascendentes.
O tal vez no es poder. Es la soledad.
¿Siempre ha estado solo? No puedo recordar. Mi odio por él era tan fuerte que
nunca presté atención a nada bajo la superficie.
Suspirando, me levanto y le ofrezco mi mano.
—Vamos. Vamos a sacarte de aquí.
Zach observa cuidadosamente mi mano durante al menos diez segundos antes
de tomarla con movimientos lentos. Nuestras manos se unen, las mías húmedas con
todo el sudor nervioso y las suyas calientes y secas.
Y ásperas.
Tragando saliva, aprieto mis dedos alrededor de los suyos y lo jalo con todas
mis fuerzas. Ni siquiera se mueve. Se queda ahí, mirándome, como si no le importara
nada.
Mirándolo fijamente, vuelvo a tirar de él.
Ni siquiera un tic.
Pero entonces, siento que enreda sus dedos alrededor de los míos con fuerza.
Y antes de que pueda siquiera jadear, me tira hacia abajo.
Contengo el aliento tan pronto como hago contacto con su duro cuerpo.
—¿Qué...? —chillo con sorpresa.
Zach gruñe y su cabeza choca contra el suelo. —Joder, qué pesada eres, Blue.
Intento zafarme. —Idiota.
Eso sólo hace que se ría y apriete más su agarre en torno a mí. —Relájate.
Podría llevarte mientras duermes con una sola mano.
Me pongo rígida sobre él. —¿Estás de broma?
Una pequeña sonrisa sigue jugando en sus labios mientras sacude la cabeza
una vez. —Te lo aseguro.
Entonces, va y lo hace.
Hace una pequeña cruz en el lado izquierdo de su pecho con su largo dedo, y
lo siento en mi pecho. La áspera yema de su dedo arrastra líneas como si yo también
hiciera una promesa. Sólo que no sé qué estoy prometiendo.
—¿Y esperar morir? —Exhalo. 122
Un asentimiento lento. —Sí.
Sus susurros son mortales. Lo son.
Y también lo son sus ojos.
Sin embargo, estoy descubriendo que no me importa. Estoy aliviada de que
estén sobre mí después de tanto tiempo.
—Ya no me miras —suelto.
—Porque me duele.
Sus palabras me hacen estremecer, aunque no había ninguna maldad en ellas.
Contienen un tipo de emoción que nunca había recibido de él.
Se parece a una extraña mezcla de tortura y desesperación.
Me deja sin aliento y me da escalofríos por alguna razón. Un poco triste por
él, también.
—¿Por qué te duele? —le pregunto.
Sus brazos me rodean la cintura y sus piernas van a cada lado, como
acunándome en su cuerpo. Mis rodillas se clavan en la hierba y también mis codos,
pero eso apenas se nota, viendo cómo estoy arrojada sobre él.
—Porque me miras como...
—¿Cómo qué?
—Como si ya no me odiaras.
Mi corazón está golpeando en mi pecho. Debe sentirlo. Debe sentir mi corazón
golpeando en su pecho a través del mío.
—Sí. —Me veo obligada a susurrar.
Y por alguna razón, no quiero ni pensar en cómo estoy mintiendo ahora
mismo.
—Bien.
Su voz ronca hace que las mariposas vuelen en mi estómago. Hay tantas y son
tan salvajes que, si quieren, podrían llevarme en avión con ellas.
—Vas a morir pronto, lo sabes —susurro sin ganas.
Poco a poco, la diversión se va alineando con sus rasgos.
—¿Si?
—Sí —explico—. ¿Qué me muera si miento? Te estás muriendo. Porque
mentiste.
—¿Mentí sobre qué?
No sé por qué vuelvo a su comentario, pero lo hago. Tal vez porque necesito
un recordatorio de cómo han sido las cosas entre nosotros, durante años.
Cómo no debería desear esto.
—No soy una idiota. Sé que soy pesada. Tengo un buen recuerdo de todas las
123
cosas que tus secuaces me llamaban en la escuela. Todas las veces que se burlaban
de mis muslos, mi cintura y mi pecho. Recuerdo todo eso.
—Yo también recuerdo eso.
—Por supuesto, tú nunca dijiste nada. Solo mirabas. Dejaste que me dijeran y
me hicieran todas esas cosas horribles.
—Nunca los detuve —susurra, con las palmas de las manos abiertas en la parte
baja de mi espalda, ese destello de expresión que parpadea en sus rasgos otra vez. El
que vi cuando me dijo que no fuera como él.
Sus palabras bajas unidas a esa expresión provocan un dolor en mi vientre.
Tampoco es un dolor suave. Nada de lo que Zach causa en mí, en mi cuerpo, es nunca
suave.
Sacudo la cabeza.
—No, no lo hiciste.
Pero entonces, algo se me ocurre. O más bien, me golpea en el pecho, casi me
hace jadear.
—Yo quería que lo hicieras —digo rápidamente—. Quería que los detuvieras.
Por eso yo...
Es mi turno de salir del sendero porque no sé ni cómo decirlo. Cómo decir las
palabras que estoy a punto de decir.
—¿Por eso tú qué?
—Es por eso que siempre... —Hago una pausa para prepararme—. Siempre te
miraba. Siempre que me decían o hacían cosas malas, yo siempre te miraba a ti.
¿Por qué lo miraría cuando sabía y cuando demostró una y otra vez que no me
ayudaría, que no los detendría? ¿Por qué mis ojos lo encontrarían en mis momentos
más miserables?
—Es una estupidez, ¿no? ¿Yo mirándote y esperando que me ayudes? Cuando
sabía que estabas detrás de todas las bromas en primer lugar.
Esa expresión en su cara parpadea de nuevo y por mi vida, no puedo entender
lo que es.
—Estúpido, sí —dice con la mandíbula apretada.
Extrañamente, quiero tocar esa mandíbula y ver cómo se siente.
—Pero eso no es cierto ahora, ¿verdad? Tú, eh, me defendiste esa noche.
Enviaste a Ashley lejos. —Exhalo.
Sus rasgos se tensan. Esas manos sobre la parte baja de mi espalda también
se tensan y sé, simplemente lo sé, que no lo admitiría.
No admitiría que me defendió o que vino a rescatarme.
—¿Conociste a alguien más? —Salto los temas y pregunto.
Él frunce el ceño. 124
—¿Conocer a alguien más dónde?
—¿En Nueva York? —Su ceño fruncido se profundiza y le explico—: No
deberías haber soltado tu secreto a una habitación llena de criadas si no querías que
viajara a todas partes. Además, ya sabía que no estabas en Oxford. Una mentira tan
estúpida. Como si fueras a ir a Oxford. Para estudiar, nada menos,
Algo en eso derrite su cuerpo y lo hace sonreír. Sus palmas se arrastran por
mi espalda. Me quita la capucha, liberando mi cabello, y sus dedos se enroscan en
las hebras, jugando con ellas. El gesto es tan acogedor que algo se aprieta en mi
pecho.
—¿Y? ¿Conociste a alguien más en Nueva York?
—¿Para hacer qué?
Casi arranco la hierba por la vergüenza, pero de alguna manera, es imperativo
para mí saber esto.
—¿Para meterse con ella? ¿Cómo tú te metiste conmigo?
Tal vez sea una locura, pero tengo que saberlo.
En respuesta, la mano de Zach se extiende sobre la línea de mi cuello.
Suavemente. Solo él sabe cómo ser tierno con dedos tan ásperos como los suyos.
—No —dice con voz rasposa mientras pasa su otra mano por los mechones de
mi cabello—. Solo hay un tono de azul lo suficientemente desafortunado como para
llamar mi atención.
Ni siquiera puedo detener el suspiro que se escapa de mis labios y me pongo
pesada. Tan pesada que mi pecho se baja por voluntad propia. Hasta ahora, la parte
superior de nuestro cuerpo flotaba a una distancia que se tocaba. Pero mi suspiro me
hace ir a ras de él.
Mis pechos se estrellan contra su pecho.
Zach gime y es tan rudo y necesitado. Es... erótico.
Tan erótico que ni siquiera me avergüenzo de moverme y arrastrar mis pechos
a través de su duro pecho.
Girando su cara a un lado y mirando mi cabello, me pregunta:
—¿Qué tono es? Es diferente al que tenías en la escuela.
Lo es.
Hace tres años, tenía un tono de azul más suave. Este es más fuerte, sobresale
más. A mí también me sienta bien.
—Azul chico malo.
Sus dedos dejan de moverse y me mira.
—No me digas.
Sacudo la cabeza. 125
—No.
Cambié de color justo después de que se fuera. Fui a la tienda y en cuanto vi
la etiqueta, la compré.
—Jódeme —murmura para sí mismo—. Azul chico malo, ¿eh? Estás
obsesionada conmigo.
—En tus sueños.
—¿Cómo se llamaba el otro?
Entrecierro los ojos hacia él porque no confío en adónde va esto.
—Azul vudú.
Se ríe.
Y el sonido de esto no es práctico, pero es tan libre y ligero que tengo que
morderme el labio. No me reiré ni sonreiré.
—No me digas que compraste eso después de que toda la mierda emo pasó de
moda.
Así que, sí. En noveno grado, hubo un rumor que se extendió durante un mes
más o menos, de que yo era una adoradora del diablo. Yo era la única chica “emo” o
“gótica” en St. Patrick.
Por supuesto, sus secuaces se divertían con eso.
Le doy un codazo en el costado y se sacude, haciendo una mueca.
—Bien. No te lo diré. Y tampoco te diré que tenía un muñeco de vudú con tu
nombre. Solía clavarle alfileres.
Su sonrisa vuelve a ser perezosa.
—Oh sí, definitivamente estás obsesionada conmigo.
Le doy un codazo de nuevo y me aparto de su cuerpo y está tan suelto que no
puede detenerme. Pero aparentemente, sigue yendo por mí.
Incluso borracho, sus reflejos son mejores que mi torpe retirada y enrolla su
brazo alrededor de mi cintura y nos hace rodar por el suelo, hasta que se cierne sobre
mí y su cuerpo se asienta entre mis muslos extendidos.
—Te dije que te agarraría y te pondría de espaldas —musita, arrastrando las
palabras en realidad, las sílabas gruesas y pesadas juntas, y me estremezco bajo él.
—¿Qué? Teníamos un trato. —Agarro la hierba—. No me lancé sobre ti. Tú me
derribaste.
—Eh. Lo que sea.
Ahora que las posiciones han cambiado, es como si el hechizo se hubiera roto
de alguna manera. Recuerdo dónde estoy. Recuerdo lo que soy. Una criada, y él es a
todos los efectos, mi jefe.
Echo un vistazo a mi alrededor. Las casas de campo siguen estando oscuras.
La casa de la señora S está justo enfrente de la que estamos en el suelo, todas
entrelazadas entre sí. Si ella mirara por la ventana, nos vería.
—Zach, hablo en serio. Déjame ir. ¿Y si alguien nos ve?
126
—Todos están durmiendo.
—¿Y si se despiertan?
—¿Y entonces qué?
Le frunzo el ceño.
—Nos verán. La señora S tiene reglas muy estrictas sobre eso, ¿de acuerdo?
—¿Qué reglas?
—El personal no puede... fraternizar con la familia o sus invitados.
Zach se mueve entre mis piernas y coloca la parte inferior de su cuerpo sobre
el mío, su pelvis quedándose donde está la unión de mis muslos. Su duro estómago
está presionando mi suave vientre.
—¿Y esto parece una confraternización?
—Sí. —Estoy respirando con dificultad—. No puedo perder mi trabajo.
Necesito este trabajo. Necesito mi casa de vuelta.
Me estudia. Estudia mis respiraciones jadeantes, mi cara sonrojada. La
humedad de mi labio superior, mi ceño fruncido. Estoy enloqueciendo ahora mismo,
lo sé.
Si pierdo mi casa, lo perderé todo.
Pero al mismo tiempo, no quiero que esto termine. Sea lo que sea esto.
Es tan jodidamente confuso.
Sobre mí, Zach se mueve. De alguna manera, se hace más grande, más amplio.
Abre sus brazos a cada lado de mí y estira su espalda. Me levanta el cuerpo y alinea
su torso con el mío.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto, agarro su camisa.
—Escondiéndote.
—¿Qué?
Me mira con ojos serios e intensos.
—Nadie podría ver quién está debajo de mí. Si miran, solo verán mi espalda y
nada más. Así que no perderás tu trabajo o tu casa.
Quiero reírme de su estúpida lógica. Está borracho. Claramente.
Pero también es tan... dulce por hacer esto por mí. Y eso me hace querer
aferrarme a él y no soltarlo nunca.
Me hace querer esconderme bajo su cuerpo para siempre.
—Gracias —susurro.
Sus ojos bajan hasta mis labios separados, y yo hago lo mismo. Observo como
se lame sus propios labios. Dios, son tan suaves, tan oscuros y gruesos.
Sin pensarlo, me estiro debajo de él, frotando nuestros torsos, y sus ojos se
levantan hacia los míos.
127
—No lo eres, ¿verdad? —pregunto.
—¿No soy qué?
—Un virgen, quiero decir.
Me lanza una mirada ardiente a eso y mi espalda se arquea hacia el cielo.
Hacia él.
—¿Qué crees?
Supongo que esa es su respuesta a mi pregunta.
—¿Cuándo? —susurro, apretando sus lados con mis muslos.
Zach mete un dedo debajo de mi sudadera y toca la piel desnuda de mi cintura.
Lo gira, como si estuviera rasgueando mis nervios, estimulándolos.
—Catorce.
Bien podría ser, por la forma en que mi cuerpo está reaccionando. Mis
pezones se endurecen, convirtiéndose en balas. Me duele y me pica.
—¿Quién?
—Una tutora.
—¿Qué?
—Ella era aburrida. Yo estaba aburrido. Así que la hice callar.
—¿Qué hiciste?
Se burla.
—Otra vez. ¿Qué te crees?
Mis muslos no paran de apretarse rítmicamente y mi espalda no baja. Mi coño
está doliendo, me duele, me duele mucho. Y me doy cuenta de que su polla está justo
ahí, justo contra mi clítoris y tal vez, si consigo moverme un poco, pueda aliviar algo
de esta presión.
—¿La besaste? —Supongo que sí.
Sacude la cabeza una vez.
Algo de eso y su dedo en mi cintura que ha pasado de rozarme la piel a casi
rasguñar y escarbar en mi carne, me hace arquearme contra él y darme cuenta de lo
que está hablando.
Jadeo al darme cuenta y él sonríe ligeramente.
Su polla. Eso es lo que quiso decir, ¿no? La hizo callar con su polla.
Y la siento presionada contra mí demasiado firme, esa cosa grande y caliente.
Antes de que pueda decir algo al respecto, Zach baja su pecho sobre mí. Mis
ojos se cierran antes de abrirse y enfocarse en los suyos.
—¿Cuál es el azul de tus ojos? —pregunta, cerrando todas mis preguntas. Sus
dedos se enroscan en mis mechas—. Es diferente a tu cabello.
Todo mi cuero cabelludo se estremece.
128
—T-turquesa.
—Como el océano.
—Sí.
—Eso fue lo primero que vi. Después de que salí de aquí. El océano —me dice,
sonando casi melancólico—. Me recordaba a tus ojos. Me recordó que era libre por
primera vez.
—¿Libre de qué?
—De este lugar. De ellos.
Sí, no estaba prestando atención antes, en la escuela.
Zach se sentía solo. Estaba tan, tan solo.
Igual que yo. En esa escuela.
Suelto mi mano alrededor de su camiseta y lenta y cuidadosamente la estiro
hacia arriba. Aparto los mechones de su cabello y le paso las uñas por el cuero
cabelludo.
—¿Cuánto tiempo estuviste ahí abajo, en el agujero? —pregunto.
—Toda la noche.
Horrorizada, mi mirada vuela a la suya. Creo que Art estuvo ahí una hora y
tiemblo cada vez que pienso en esos sesenta minutos.
Ahora mismo, estoy congelada. Ni siquiera puedo respirar. Ni siquiera puedo
pensar.
Todo lo que puedo hacer es mirarlo con una especie de pánico.
—¿P-pero vinieron por ti? ¿Verdad? Te sacaron.
—Nora me encontró. Pero no, nunca vinieron.
Ellos.
Sus padres. Nunca vinieron.
—Estaba celoso del chico, ¿puedes creerlo? —Se ríe sin humor—. Estaba
celoso de que todos vinieran por él. Cuando...
Nadie vino por él.
—¿Cómo no iban a venir?
Sus labios se extienden en una fría pero también auto despreciativa sonrisa.
—Porque he sido prescindible. Una idea de último momento.
Siento una ráfaga de calor en mi pecho. Me lleva un segundo darme cuenta de
que es ira. En su nombre. Tiene un sabor diferente al de la ira que he sentido por él.
Es un poco más potente, más explosiva que cualquier otro tipo de ira.
¿Cómo puede ser una idea de último momento para alguien?
Él ha sido mi primer pensamiento, mi último pensamiento, mi único 129
pensamiento, durante años. Durante años, todo lo que he hecho es girar alrededor
de él.
Una y otra vez.
—Eres un montón de cosas, Zach, pero no eres una idea de último momento.
Nunca puedes ser una idea de último momento —le digo ferozmente, honestamente.
Siempre ha sido mi núcleo de todo.
Lo miro, su cara, el cielo a su espalda.
Sí, es un montón de cosas, pero no es una idea tardía.
Un segundo más tarde, agarra mi muñeca en un agarre inquebrantable. Con
una mandíbula apretada y ojos brutales que se clavan en los míos, me quita la mano
de la cara.
Estoy confundida con lo que pasó cuando se levantó. Todo fue tan repentino
que me estrellé de nuevo a la tierra y mi mente se tambalea.
Zach se aleja de mí a trompicones y me las arreglo para sentarme.
—¿Qué estás haciendo?
—Salir de aquí —dice en un tono brusco, tropezando de nuevo.
Me pongo de pie y lo agarro el brazo para estabilizarlo. Se sacude de mi agarre
y empieza a caminar de nuevo.
—Zach —grito, siguiéndolo—. ¿Qué carajo estás haciendo? Ni siquiera puedes
caminar. Déjame ayudarte.
—Déjame en paz.
Dos pasos antes de que vuelva a tropezar y tenga que volver a agarrarlo.
—Jesús, ¿qué? —dice bruscamente.
—Oye, estoy tratando de ayudarte. ¿Quieres caer y morir?
—¿Estás diciendo que quieres salvarme si eso sucede?
Ambos nos miramos fijamente enojados. No tengo ni idea de cómo llegamos
aquí. Un segundo, estaba bien, solo letárgico, y ahora, es tan malo como cuando está
sobrio.
—Estoy diciendo que no soy egoísta y cruel como tú. Nunca me ayudaste, pero
yo lo haré porque soy una buena persona. —Abre la boca para discutir, estoy segura,
pero pongo mi mano en sus labios para detenerlo—. Y cuanto antes te ayude a llegar
a tu habitación, antes podré volver a dormirme.
Tres respiraciones.
Es el tiempo que tarda en apretar la mandíbula y aceptar.
Lo siento todo en la palma de mi mano. Sus bocanadas de aire, esa dura tenaza
de sus huesos, su áspera barba nocturna. Y desde la palma de mi mano todo baja
hasta mi vientre, haciendo que me duela.
Nos lleva unos minutos volver a la entrada de servicio de la mansión.
Introduzco el código para acceder. 130
Las luces nocturnas iluminan los pasillos vacíos. Sé que estoy cortejando el
peligro, pero no podía dejarlo ahí.
Gracias a Dios por el personal que duerme.
Zach tiene suficiente presencia de ánimo para agarrar la barandilla con una
mano cuando es hora de subir las escaleras.
Finalmente, estamos en la puerta de Zach. Tan pronto como entramos, pierde
toda la energía y se tira al suelo de bruces. Gruñendo, lo empujo hacia su cama, así
que, si quiere caerse, el colchón estará ahí para frenarlo. Cuando cae y se estrella-
aterriza en la cama, suspiro de alivio y estiro la espalda.
Lo cubro con su manta y luego le quito también sus polvorientas botas
manchadas de hierba.
Mientras las pongo al lado de la cama, veo que su libro está tendido como él,
con las páginas abiertas y dobladas en los extremos.
Lo recojo y los aliso. Hay trozos de un lápiz roto, a pocos centímetros del libro.
Los recojo, también, enrollándolos en la palma de mi mano.
Qué raro, estos pedazos rotos.
¿Zach lo rompió? ¿Por qué lo haría? ¿Por qué alguien lo haría?
Justo cuando estoy por cerrar el libro y dejar de lado el lápiz arruinado, veo
algo.
Su nombre. En la primera página.
No estaba ahí la última vez que vi el libro. Lo que significa que debe haberlo
escrito recientemente. Probablemente hace unos días.
¿Pero por qué parece que fue escrito hace años y no por él sino por alguien
mucho, mucho más joven?
En realidad, no.
Estoy equivocada. Estoy tan jodidamente equivocada. La edad no tiene nada
que ver con esto.
Está escrito por alguien que mezcla mayúsculas y minúsculas. Alguien que
quiso usar la cursiva, pero unas pocas letras más tarde, cambió de opinión y empezó
a escribir en letra de imprenta.
Está escrito por alguien que tiene dificultad para escribir.
Está escrito por él.
El tipo que está durmiendo ahora, pero que se tropezó borracho hasta mi casa
de campo, y miró las estrellas desde debajo de mi ventana.

131
El Príncipe Oscuro

E
stoy soñando.
Normalmente, mis sueños son sobre mi motocicleta y la
carretera interminable mientras me alejo de este infierno.
Pero esta noche, huelo azúcar y veo azul. Tanto el color como
a ella.
Ella está encima de mí y su cabello rizado y como una nube nos rodea,
haciendo una cortina. Y luego, me doy la vuelta y la atrapo bajo mi cuerpo.
Escondiéndola del mundo.
No puede escapar ahora y nadie puede verla.
Ella está a salvo. Su trabajo está a salvo.
Pero entonces, ella me está acostando en mi cama y cubriéndome con mi
manta, cuidando de mí.
¿Qué carajo?
Siento que me quita los zapatos. Quiero decirle que se aleje de mí y me deje
en paz, pero no tengo energía.
Nunca debí haber bebido tanto. Ya ni siquiera bebo. Tal vez ocasionalmente,
pero nada como lo hacía antes. No sé en qué estaba pensando.
Jesús...
Si la bebida me hace soñar con ella y estas cosas bonitas y cálidas, entonces lo
dejaré mañana.
Mierda.
Necesito un cigarrillo.
¿Por qué no estoy fumando? ¿Por qué sufro dolores de cabeza y antojos
intensos cuando puedo tomar la salida fácil? 132
Ah, claro. Por ella.
Ella quiere que yo sufra. Quiere que no duerma, que pase por el síndrome de
abstinencia.
De todas las personas de este planeta, tuve que ser un imbécil con una chica
que no se aguantaba mi mierda de mentir. Que no me dejaba en paz.
Jodidamente excelente, Zach.
Incluso ahora, sus dedos están en mi cabello.
Están pasando por los mechones, acariciando mi frente hasta la mandíbula.
Todo pulsa en mi cara. Mi mandíbula, mis mejillas, mis dientes, incluso.
—No puedo creer que esté diciendo esto, pero... lo siento —dice—. Quiero
decir, creo que lo siento, Zach.
Todo se vuelve negro antes de que pueda preguntarle qué es lo que siente.

133
S
é cómo empezó todo.
Los años de miseria y odio.
O al menos, creo que lo sé. Tengo una teoría. Y si es correcta,
entonces todo en lo que he creído toda mi vida resultará ser una
mentira.
Bien, entonces, eso podría ser un poco dramático. Pero aun así.
Me estoy volviendo loca.
Han pasado 24 horas desde que vi la versión borracha de Zach, seguido de su
libro con su nombre y el lápiz roto.
Desde entonces, no puedo detener la avalancha de recuerdos.
Zachariah Benjamin Prince.
Hay algo tan poderoso en su nombre que las cosas que tenía enterradas dentro
de mí están saliendo a la superficie. Todas ellas sobre St. Patrick.
Pero por primera vez, no pienso en cómo Zach y sus secuaces me hicieron la
vida imposible. No estoy pensando en sus travesuras. Estoy pensando en mis
venganzas. Las cosas que hice. Las cosas que dije.
Estoy pensando en nuestro primer encuentro.
Pasé toda la última noche pensando en ello, desenterrando recuerdos,
tratando de recordar todo lo que pueda sobre la primera vez que nos vimos.
Por la mañana, una cosa estaba clara en mi cabeza. Tan clara que me
sorprende cómo la había olvidado en primer lugar.
Su letra a los doce años y mi reacción a los diez años.
Ahora recuerdo que lo vi.
Se suponía que íbamos a hacer líneas en detención y vi las que hizo en su
cuaderno. Y como era tan idiota conmigo, me burlé de él por eso. Me enojé tanto que
dije sin pensar lo primero que se me ocurrió en ese momento.
Es como si las hormigas se arrastraran por toda la página. Es asqueroso. 134
Tu letra es la cosa más asquerosa que he visto nunca.
Puedo oír mi voz en mi cabeza y sonó malvada. Sonó hiriente.
Al día siguiente, después del almuerzo, encontré mis cuadernos destrozados
en el pasillo de la escuela. Y luego, sonriendo, se acercó a mí y me miró como si
quisiera aplastarme bajo sus botas de la escuela. Como otra de mis venganzas, le di
un golpe en la cara.
A lo largo de los años, cuando su grupo me insultaba, yo los insultaba a ellos.
Llamé a Zach imbécil. Una sanguijuela analfabeta y sin rumbo que siempre chuparía
la cuenta bancaria de su padre. Lo llamé una carga para la sociedad, un desperdicio
de espacio.
Cuando escondieron mis deberes, les sonreí y les dije que al menos debían dar
gracias a Dios por haberme elegido a mí. Si hubieran elegido a alguien como Zach,
no tendrían ni siquiera una tarea que esconder. Porque todos sabían que no había
entregado ningún proyecto desde que empezó a ir a la escuela.
¿Sabe siquiera leer? Lo dudo mucho. Apuesto a que nunca aprendió.
Y eso es sólo un ejemplo.
Durante años, he ridiculizado el intelecto de Zach y su falta de concentración
en la escuela. Tanto en su cara como en privado.
¿Y si todo comenzó con un pequeño comentario que hice? ¿Y si los años de
venganza y odio se hubieran evitado si no hubiera dicho esa cosa?
No voy a hacerme la mártir y decir que todo es culpa mía. Pero siempre he
culpado a Zach y tal vez, sólo tal vez, no soy totalmente inocente.
—¡Blue! ¡Mira!
La voz de Art me saca de mis pensamientos. Estoy en la isla de la cocina,
preparando la cena, cuando él llega corriendo.
Estoy tan contenta de que haya superado lo que le pasó la semana pasada.
Hoy en día, si lo estoy vigilando, no puede ir más allá de mi jardín. Donde fui lanzada
sobre Zach anoche, para ser más específica.
—¡Mira! —repite, extendiendo los brazos, sonriendo.
Sacudiendo todos los pensamientos de anoche, doy la vuelta a la isla y me
apoyo en ella. —¡Oh Dios mío! —exclamo—. Mírate, amigo. ¿De dónde has sacado
todo esto?
Lleva su vaquero habitual y una camiseta negra de Batman, pero tiene una
chaqueta de moto y un par de gafas de sol. Las mangas de su chaqueta están
adornadas con pequeñas esferas de fuego y Dios, parece un tipo duro.
—Zach me las dio —grita.
Su nombre hace que me quede quieta y lo busque en la puerta. En el mismo
umbral. Él lleva la misma chaqueta de cuero, pero sin gafas de sol y sin esferas de
fuego. Supongo que no las necesita.
Ya está como en llamas, con su piel bronceada, su rastrojo áspero y su mirada 135
intensa.
No puedo quitarle los ojos de encima a Zach y ni siquiera voy a intentarlo. Es
la primera vez que lo veo en todo el día. No estaba trabajando esta mañana, ni estaba
en la cocina como suele estar, con Maggie coqueteando con él. Asumí que estaba
durmiendo por su resaca.
¿Recuerda siquiera que nos encontramos anoche?
—Me dijo que podía llevarlo al colegio —dice Art mientras yo sigo mirando a
Zach.
—¿Ah, sí?
—¡Sí! dice que me veré súper genial con él. Nadie se metería conmigo.
Art cierra el puño y gruñe y yo tiro una risa desgarrada. Me acerco y le doy
una palmadita en la cabeza. Pero cuando hablo, miro a Zach. —Zach tiene razón.
Nadie se atrevería a meterse contigo. Vas a enseñarle a todo el mundo lo rudo que
eres.
Siempre he sido reemplazable. Una idea de último momento.
Se me humedecen los ojos cuando sus palabras resuenan en mi cabeza. Sus
ojos, sin embargo, se vuelven duros, indiferentes y opacos.
Nada en ellos sugiere que recuerde lo que pasó anoche.
Un segundo después, rompe la mirada y da un paso atrás del umbral como si
se fuera.
—Espera —le digo.
Se detiene y me echa una mirada.
—¿Te vas?
—Eso parece.
—No te vayas. —Me apresuro a explicarle—: Quiero decir, sólo vamos a cenar.
Art y yo. Tina no está aquí. Y luego, vamos a pasar el rato hasta que Doris vuelva de
su turno. Así que, uh, podrías quedarte si quisieras.
Y que se joda quien lo vea aquí. No estamos haciendo nada malo. Es sólo una
cena inocente.
Su ceño fruncido se parece más a un trueno que al mero pliegue de los
músculos, pero no le tengo miedo. Y tampoco lo tiene Art. Se dirige a Zach, le toma
la mano y lo empuja dentro.
—¡Sí! Será divertido. Blue está haciendo panqueques. Es el desayuno del día
de la cena.
—Lo es. Para curar los lunes de tristeza. —Asiento, mirando a Zach.
—Hace los mejores panqueques de la historia —informa Art a Zach mientras
lo acerca.
—Es verdad. Lo hago. Mi padre me enseñó.
Una expresión sombría pasa por el rostro de Zach al mencionar a mi padre.
No puedo creer que lo mencione tan casualmente cuando me aseguro de no hablar
136
nunca de mis padres. Si no hablo de ellos, entonces no los extraño.
Pero supongo que puedo hablar de ellos con Zach.
Paso a paso, él se acerca y mi capacidad de pensar se reduce a una sola cosa:
¿Lo recuerda?
¿Se acuerda de anoche? ¿Recuerda lo que le dije la primera vez que nos vimos?
Se detiene a pocos metros de mí, todavía está siendo detenido por Art, que
habla con entusiasmo. Puedo verlo saltando de pie, pero no puedo decir realmente
lo que está diciendo.
Agarro el borde del mostrador y respiro el fresco aroma de la tarta de
arándanos que desprende Zach.
Los ojos de Zach caen sobre mis labios. —Me gustan extra dulces.
Me encuentro asintiendo. —Sí. Bien. Tengo jarabe.
Mira hacia arriba. —Lo tienes.
—Sí. De todo tipo. Chocolate, arce y fresa. Puedes tener lo que quieras.
Me doy cuenta de que estoy hablando un poco rápido y con la respiración
entrecortada, como si no pudiera tomar suficiente aire sólo porque él me está
absorbiendo con los ojos.
—Lo que yo quiera, ¿eh?
Oh, y también accidentalmente dije exactamente lo mismo que la noche que
me metí en su habitación.
Mi respuesta es diferente esta vez, sin embargo.
Contra un corazón palpitante, vuelvo a asentir. —Sí. Lo que quieras.
Zach me mira a los ojos, probablemente tratando de medir mis sentimientos,
y le doy una pequeña sonrisa.
Antes de que él pueda reaccionar, Art lo aparta.
Después de eso, me pongo a trabajar. Mezclo la masa de los panqueques,
añadiendo trozos de chocolate para hacerlos más dulces. No soy muy buena cocinera,
pero esta va a ser la mejor comida que Zach haya probado. Me aseguraré de ello.
Escucho su charla en el fondo. La mayoría es intrascendente, pero luego oigo
la voz baja de Zach y me acerco al borde de la cocina para poder oírlo claramente.
Art está sentado en el sofá, con las piernas colgando, y Zach está arrodillado
en el suelo ante él.
—¿Sabes lo que son los bravucones? —Zach dice—. Son cobardes. Tienen
miedo de todo. Tienen miedo de sí mismos. Te tienen miedo a ti.
—No me temen a mí.
—¿Estás bromeando? Están aterrorizados de ti. Probablemente atormentas
sus sueños, amigo.
Art se ríe. —No, no lo hago. 137
—Sí, sí lo haces. —Todo rastro de diversión desaparece del rostro de Zach
mientras continúa—: Por eso se meten contigo, Art. En el fondo saben que es así.
Este es el mejor momento de sus vidas y cuando se acaba, ellos se acaban. Si son
altos, saben que eso es todo. Eso es todo lo que van a ser y por eso se meten con gente
más baja que ellos.
—¿Cuándo voy a ser alto? —Art murmura.
Se ríe. —Te harás alto. Te harás más alto. Eso es lo que pasa con los acosados,
Art. Los acosados saben que cambiarán. Saben que las cosas mejorarán para ellos.
Sus acosadores también lo saben. Están aterrorizados de ti porque saben que tu
tiempo se acerca. Un día serás más alto que ellos y ni siquiera necesitarás esto. —
Zach envuelve su gran mano alrededor del puño de Art—. No necesitarás tus puños,
tu chaqueta, nada. ¿Y sabes qué más?
—¿Qué?
—Cuando seas más alto, no significarán nada para ti. No significarán nada.
Menos que nada. Ni siquiera los recordarás.
—¿Estás seguro?
—Sí. Para los abusadores, toda su vida es sobre ti. Toda su vida gira en torno
a ti, en cómo hacerte sufrir. Así es como se sienten mejor consigo mismos. Pero para
ti, ni siquiera existen. Ni siquiera importan. Los olvidarás y seguirás adelante, pero
ellos nunca te olvidarán. Ese es tu poder.
—¿Quieres decir, como mi superpoder?
— Mierda, sí, tu superpoder.
Art se ríe de nuevo. —Se supone que no debes decir eso. —Entonces, se inclina
hacia Zach—. A Blue no le gustan las malas palabras.
—No le gustan, ¿eh?
—No. Una vez, Tina dijo la palabra con M en la cena y Blue enloqueció. Ella
cree que soy un niño y que no debo estar cerca de cosas malas.
Zach lanza una sonrisa torcida. —¿Sí? Bueno, ella se enloquece fácilmente,
¿no?
Art asiente con entusiasmo. —Pero ella no enloquece conmigo. Una vez me
dijo que yo era su persona favorita.
—No jodas.
—Sí. Creo que voy a pedirle que se case conmigo.
Hasta ahora, he estado súper callada. Súper mega callada. Aunque hay un
peso que me presiona el pecho. Mis lágrimas están obstruyendo mi nariz, mi
garganta. Están obstruyendo mi propia respiración.
Pero me las he arreglado para no ser descubierta.
Sin embargo, con las palabras de Art, resoplo con satisfacción y Zach mira
hacia arriba.
Sus ojos son acuosos, aunque no como los míos. Los míos deben ser un 138
desastre ahora mismo. Probablemente estén rojos e hinchados. Los suyos están tan
oscuros como siempre, pero con un trasfondo de emociones muy intensas.
Él siempre ha sido el acosador y yo he sido la acosada.
Pero tal vez yo también sea un poco acosadora.
No seas como yo.
No importa lo que sea, mi vida gira en torno a él. Siempre lo ha hecho.
—Bueno, buena suerte con eso —responde Zach a la declaración anterior de
Art que me derritió el corazón—. Blue es bastante difícil de atrapar.
No si no corro.
Desearía no haber corrido esa noche, la noche que subí a su habitación para
enfrentarme a él por la cita. Desearía haberme quedado y... haberlo besado. Desearía
haberlo tocado un poco más.
Miré sus ojos, su cabello oscuro, el corte de su rostro, sus labios. La forma en
que está arrodillado en el suelo, siendo todo tierno con Art, y aun así parece tan
fuerte, el tipo más alto que he conocido.
El tipo al que podría haber herido durante años y años, sin saberlo.
—La cena estará lista en diez minutos —digo, aclarando mi garganta.
Cuando está lista, les digo que vayan a lavarse mientras les sirvo a cada uno
una enorme pila de panqueques. Con todos los jarabes que pude encontrar en la
nevera.
Obedientemente, ambos se sientan en los taburetes de la barra y se
atrincheran. Bueno, al menos Art lo hace, y cuando Zach simplemente toma su
tenedor sin siquiera mirar la comida, pero manteniendo su atención en mí, me giro.
Empiezo a limpiar, evitando su mirada. No puedo comer con ellos.
La verdad es que es la primera vez que hago algo remotamente agradable por
Zach. Nunca le he sonreído. Y cada vez que escucho mi propia voz de hace años, todo
se vuelve demasiado.
Art está haciendo ruidos de estar delicioso, pero Zach está en silencio. No
estoy segura de que le guste la comida y quiero que le guste. Quiero que le guste.
Mucho, mucho.
Después de cenar, enjuago los platos en el fregadero, pero antes de ponerlos
en el lavavajillas, me los quitan de la mano.
Es Zach. Los tiene en sus manos y voy a protestar, pero los mete todos en el
estante, cierra la puerta y la enciende, haciendo que el aparato mágico cobre vida.
—No tenías que hacer eso —le digo.
Se encoge de hombros, con la mandíbula apretada. —No es nada.
—Um, y gracias por hablar con Art —empiezo—, acerca de todo. Yo sólo... he
intentado enseñarle algunas cosas yo misma. Y Doris, habló con los profesores sobre
el acoso y estuvo bien por un tiempo. Pero nadie puede vigilar a estos chicos 24 horas
al día, 7 días a la semana. Así que, estoy segura de que él lo aprecia.
139
Me observa con la mirada antes de detenerse en mis labios separados por un
momento. Levantando los ojos, dice:
—Si el niño necesita aprender, debería ir directo a la fuente, ¿no?
Voy a decir algo, pero Zach no espera. Gira sobre sus talones y se aleja, sólo
para detenerse en la isla.
Me da su perfil y me dice:
—Tú también deberías comer algo.
De nuevo, no espera a que yo lo agradezca. Se va, pero no estoy lista para que
se vaya todavía, así que lo sigo fuera de la cocina.
Pero Art me gana e insiste en que Zach se quede un poco más para ver una
película con nosotros. Dios, amo a ese pequeño.
Ni siquiera voy a mentir y decir que sé lo que está pasando en la pantalla. No
lo sé. Me interesa más la forma en que Art parece inclinarse hacia Zach con cada
escena que pasa y cómo Zach lanza su brazo en el respaldo del sofá como para
recordarle a Art que está ahí para atraparlo si Art alguna vez se derrumba en su
emoción.
Doris manda un mensaje diciendo que llegará un poco más tarde de lo normal
y que agradecería que durmiera a Art. Vendrá a buscarlo después del trabajo.
Estoy de acuerdo. Art ha pasado la noche en mi habitación antes, así que no
es un problema en absoluto.
Estoy metiendo a Art en la cama cuando dice:
—¿Puede Zach leerme el cuento esta noche?
Me congelo.
Es como si todos estos sentimientos dentro de mí que se agitaban y se
expandían y se hinchaban, se detuvieran de repente, presionando mi pecho de forma
dolorosa.
—¿Por favor? —Art dice de nuevo, girando de lado y poniendo las manos
debajo de la mejilla—. Sería muy divertido.
Estoy tan nerviosa que no sé qué decir. O cómo decirlo.
Puedo sentir a Zach, otra vez, parado en el umbral. Como si este fuera un
mundo diferente al suyo y no se le permitiera entrar.
Cubro a Art con la manta y decido inventar una excusa. —Eh, ya sabes, Art,
Zach...
—Esta noche no, amigo. —La voz de Zach me corta.
—¿Por qué no? —El rostro de Art está a punto de arrugarse y el dolor en mi
pecho se intensifica.
Por Zach.
—Porque me tengo que ir. 140
—Oh. —Entonces le sonríe adormecido a Zach—. ¿La próxima vez, tal vez?
—Sí. —Zach se aclara la garganta—. La próxima vez.
Está mintiendo; lo sé. Puedo sentirlo. De hecho, creo que ha estado evadiendo,
mintiendo, evitando esto durante mucho tiempo. Probablemente toda su vida.
Un segundo después, lo escucho irse. Es la tercera vez esta noche y lo único
que puedo pensar es que todavía no. No puede irse todavía.
—Volveré enseguida, ¿de acuerdo? —le digo a Art, que parece un poco
sorprendido por la abrupta partida de Zach.
Corro al armario, recojo el primer libro que veo y se lo tiro a Art. —Lee esto
hasta que vuelva.
Salgo corriendo de la habitación y encuentro a Zach en la puerta. —¡Espera!
Zach se detiene antes de darse vuelta lentamente y mirarme.
Da un poco de miedo decirle las cosas que quiero decirle cuando se ve así. Con
eso, me refiero a su yo habitual. Arrogante, cruel y como si quisiera aplastarme con
sus propias manos.
—¡Oh! —Salto en mi lugar—. Tengo algo para ti.
Corro a la cocina y con un temblor de manos, abro uno de los cajones y
recupero lo que quiero darle. Cuando me giro, él está justo ahí. En mi espacio
personal, atrapándome entre él y el mostrador.
Esto es lo más cerca que ha estado de mí esta noche. Pero no está lo
suficientemente cerca.
No como estaba anoche.
Extiendo mi brazo hacia él. —Aquí. Compré esto para ti.
Ni siquiera mira lo que le ofrezco. —Compraste algo para mí.
—Sí.
—¿Cuándo?
—Hace unos días.
—Hace unos días.
—Sí.
—¿Qué es?
Me miro la mano. —Puedes verlo por ti mismo.
—Quiero que me lo digas.
Manteniendo mi cabeza abajo, pongo mi ofrenda en el mostrador y cruzo mis
manos frente a mí. —Pastillas para masticar. —Me quedo mirando mis pies descalzos
y los suyos.
—Pastillas para masticar.
Sus botas son grandes, grandes. Muevo los dedos de los pies. Se sienten
pequeños y vulnerables contra sus zapatos del tamaño de una roca. 141
Me siento pequeña y vulnerable.
—Sí. Pastillas para masticar tabaco. Robé tu paquete y quería reemplazarlo.
Pero entonces recordé que estoy en contra de fumar. Así que compré estas. Se supone
que te ayudan con los antojos.
Sigo mirando al suelo, jugando con el dobladillo de mi blusa suelta, metiendo
los mechones de cabello detrás de la oreja.
—¿Estás diciendo que me compraste esto porque querías hacerme la vida más
fácil?
Asiento. Escuché que estaba pasando por unos intensos dolores de cabeza y
quería... ayudarlo.
Pero esa no es la razón por la que impedí que se fuera en este momento,
obviamente.
Bien, Cleo, haz la pregunta. Pregúntale si él recuerda. Deja de perder el
tiempo.
Ya casi he terminado de reunir el valor para hacer la pregunta que me ha
estado molestando desde anoche, cuando siento sus manos en mi cintura: cintura
descubierta, y levanto la cabeza.
Luego mis pies dejan el suelo y él me sienta en el mostrador.
—Tienes que dejar de manosearme. —Jadeo, pero no hay calor en mis
palabras.
Zach mantiene sus manos donde están, bajo mi camisa, en la piel desnuda de
mi cintura, y presiona sus caderas entre mis muslos abiertos.
—Empieza a hablar —gruñe y va directo a la parte baja de mi estómago.
Reproducimos nuestra posición de ayer. Sus manos en mi cintura, las mías en
sus hombros. Mis muslos alrededor de sus caderas y nuestros pechos golpeándose
con cada respiración. Sólo que nosotros estábamos en posición horizontal y él estaba
borracho, y hoy ambos estamos en plena posesión de nuestras facultades.
—¿Sobre qué?
Su mandíbula se tensa. —Me sonríes. Luego, me invitas a cenar contigo. Yo
me como la comida. Estaba jodidamente deliciosa, así que como un poco más.
Entonces, te sonrojas. No puedes mirarme. Pero cada vez que trato de irme, me
detienes. Así que te pregunto ¿por qué coño actúas como un maldito sarpullido del
que no puedo deshacerme?
Le gustó la comida.
Quiero sonreír, pero me muerdo el interior de la mejilla para no hacerlo. En
cambio, mis dedos se convierten en garras en su cuello. —Eso es increíblemente cruel
y ofensivo.
—Soy increíblemente cruel y ofensivo. Siempre lo he sido.
—Yo no...
Mete la punta de sus dedos en mi carne. —Empieza a hablar, Blue.
142
—¿Recuerdas la primera vez que nos conocimos?
Mis tobillos están cruzados en su espalda otra vez, y los aprieto cuando frunce
el ceño. —¿Qué pasa con eso?
Mis dedos empiezan a moverse y le rizo los suaves mechones de su cabello en
el cuello. Sus fosas nasales se expanden y mi boca se seca.
Me aclaro la garganta. —No espero... que recuerdes todo el asunto, por
supuesto. Fue hace mucho tiempo, pero nos conocimos en mi primer día de St.
Patrick. Y ambos estábamos en detención. El profesor nos pidió que hiciéramos
líneas, creo. Aunque no puedo recordar lo que se suponía que debíamos escribir. De
todos modos, estábamos sentados como, dos asientos más allá o algo así porque
podía ver tu...
—Uno.
—¿Qué?
—Un asiento más allá.
—Oh.
—Sí. Y se suponía que íbamos a escribir “Lo siento por ser malo” unas cien
veces. La jodida señora Pennyweather.
Sí, claro.
Es muy anticuado y obsoleto. Pero ahora recuerdo que la profesora, la señora
Pennyweather, que nos asignaron era más vieja que la mugre. Y nos hacía hacer
líneas cada vez que acabábamos con ella.
Acerco mi cuerpo aún más, mis muslos y mis tobillos se cierran alrededor de
él.
—¿Qué más recuerdas? —susurro.
Zach prácticamente me levanta hacia arriba y hacia adelante, hasta que mis
pechos están pegados a su pecho. —Todo.
Me estremezco contra él. —¿Recuerdas todo?
—¿Por qué no vas al punto?
El punto.
Um, de acuerdo.
Desplegando todo mi coraje, lo miro a los ojos. —No lo recordaba hasta
anoche y yo... —Me muerdo el labio antes de decir—: Zach, siempre me he
preguntado por qué me elegiste a mí entre toda la gente de la escuela. Pensé que era
porque soy del otro lado de la ciudad y era nueva y porque no teníamos nada en
común y no pertenecía a ustedes. Y porque la gente como tú, ya sabes, rica y con
mucho dinero, piensan que pueden hacer lo que quieran. Pero ahora me... me
preguntaba otra cosa.
No puedo sentir su respiración. Su pecho no se mueve y su falta de aire me
está mareando. Como si incluso sus órganos estuvieran conectados a los míos. Sus
143
pulmones no respiran, así que los míos tampoco.
—¿Zach?
—¿Qué pasó anoche? —pregunta, y su agarre aumenta en mi cintura.
—¿Eh?
—Dijiste que no te acordabas, pero ahora sí. ¿Qué pasó para que lo
recordaras?
No puedo seguir entrelazándome con él, pero intento mientras le contesto:
—No te acuerdas, ¿verdad? ¿De lo de anoche?
—Cuéntame.
—Vi algo.
—¿Qué?
—Iba... Sé que me dijiste que me alejara de ti, pero iba a tu habitación de todas
formas. Porque yo... —Trago—. Sólo tenía que hacerlo. Pero entonces, te vi fuera de
mi ventana. Estabas borracho y te caíste. Corrí hacia ti y... hablamos. Y luego, te
ayudé a subir a tu habitación. Cuando te estaba acostando, vi tu libro.
Su agarre en mí es un castigo y sé que más tarde, cuando me mire en el espejo,
encontraré las huellas rojas de sus manos. También sé que tocaré esas huellas con
las mías.
—¿Y?
Sus palabras tienen un desafío.
Me está provocando para que lo diga.
—¿Por qué te negaste a leer la historia, Zach? —susurro, agarrando su cuello,
tocando su vena tensa, crepitando con electricidad—. ¿Por qué mentiste sobre ello?
Permanece en silencio. No es que esperara que dijera algo. Pero su silencio es
suficiente respuesta.
Zach es disléxico.
Y por lo que vi, también sufre de disgrafía. Lo que significa que tiene
dificultades para leer y escribir. Es bastante común que las personas con dislexia
también luchen con su escritura.
Yo sé muy poco al respecto, pero mi madre solía dar clases particulares a
algunos niños que la padecían. Ella diría que sufrir una discapacidad de aprendizaje
casi siempre viene con un cierto tipo de estigma. Un cierto tipo de vergüenza.
Ella diría que esos niños son siempre más sensibles que el resto. Aunque
trabajen duro y aprendan a leer y escribir, siempre tienen esta pequeña parte en ellos
que les hace dudar de sí mismos. Puede que no siempre lo demuestren, pero cada
pequeño fracaso los afecta profundamente.
Si es verdad, entonces he herido a Zach, lo he herido, lo he hecho sangrar
tantas veces como él me ha herido a mí. Todo sin saberlo.
—Durante años, he estado... he estado diciéndote todas esas cosas. Todas esas 144
burlas y comentarios insultantes y no tenía ni idea —digo, mi voz cargada de culpa,
mis dedos acariciando la oscura barba de su mandíbula—. No puedo dejar de
escuchar mi propia voz. Todas las cosas que salieron de mi boca. Todo el odio y
siempre pensé que te lo merecías y que era tu culpa. Pero tal vez, no soy tan inocente
y buena como creía que era. Yo también fui cruel contigo. Y me he estado
preguntando si todo esto podría haberse evitado.
Mis palabras se cortan al jadear cuando sus pulgares se enganchan en mi
ombligo. La presión de ellos es exactamente lo que a veces siento por él.
Irradia hacia abajo, a mi bajo abdomen, mi núcleo, mis muslos y estoy
cargada. Sólo con su único toque.
—Nada —gruñe de nuevo, y lo siento hasta los dedos de los pies—. De lo que
pasó entre tú y yo. Podría haberse evitado. Ni una sola cosa. Porque te elegí a ti. Y te
elegí porque eras diferente. Te destacabas. Te destacaste para mí. Y no podía dejar
de mirarte. Ni por un segundo. Tus locas coletas que crecían en tu loco cabello azul.
Tus calcetines que llegaban hasta las rodillas. Tu sucio y manchado uniforme,
exactamente como el mío. Las detenciones que solías recibir por contestar a los
profesores. Tus pequeños arrebatos, tus pequeñas venganzas. Y aunque nunca,
nunca, fui a rescatarte, me miraste con tus malditos ojos azules. Solía haber este...
este pequeño rayo de esperanza de que Zach probablemente haría algo. Que Zach
sería mejor esta vez. Que te salvaría.
Negando una vez, se agarra a mi cintura. —Solía hacerme enojar. Solía
hacerme sentir jodidamente... protector de ti. Como si quisiera aplastar todo lo
peligroso que te rodea. Y solía hacerme sentir mal conmigo mismo cuando no lo
hacía.
Se burla. —No sabes nada sobre ser cruel. Cruel es lo que te he hecho sólo
porque me hiciste querer cambiar. Porque me hiciste querer ser mejor. Y yo no
quería ser mejor. No quería cambiar. No quería ser una persona diferente. Una
persona que salvaría a alguien. Una persona que defendiera lo que es correcto. No
soy esa persona. Me niego a serlo. No me importa el mundo. No me importa nadie.
No me importas tú. Así que nada de lo que pasó entre tú y yo podría haberse evitado.
Te habría encontrado y te habría hecho daño y dejado que te hicieran daño, de todas
formas.
Sus palabras se hunden en mis huesos. En mi médula, y me quemo con ellas.
Con su tono inflamable e incendiario.
Con su mirada piroquinética.
Me consume el deseo de decirle que no es verdad. Él salvó a Art, ¿no es así?
—¿Y sabes algo más? —continúa.
Niego, o al menos, creo que lo hago. No soy muy consciente de nada más que
de él en este momento. De las cosas que está diciendo.
—Cruel es lo que te haré si no dejas de meter las narices donde no te llaman
—susurra, amenazadoramente—. ¿Finalmente lo entiendes?
Cuando no asiento como él quiere, la presión de sus pulgares sobre mi
ombligo aumenta y juro, juro que lo siento hasta la médula en línea recta. Esa
presión. 145
Tal vez hay un nervio que va desde detrás de mi ombligo hasta mi coño y lo ha
encontrado sin siquiera mirarlo.
—Lo has entendido?
Articula cada palabra como si no pudiera oírlo. Lo hago. Sólo que no
comprendo nada.
Aun así, hago un gesto con la cabeza.
Su reacción es apretar la mandíbula y soltarme. Se aleja de mis muslos
cerrados y nunca, nunca, en mi vida me he sentido más fría que ahora.
Es como si se hubiera llevado todo el calor con él.
Me deslizo por el mostrador y lo veo irse.
Se dirige a la puerta, pero se detiene con la mano en el pomo. Me muestra su
perfil como si no se molestara en darse la vuelta y mirarme, y veo su mandíbula dura
y angulada y sus pómulos altos.
Un príncipe de pies a cabeza.
—Y cómete tu puta cena.

146
E
stoy trabajando en una cena esta noche.
Sin embargo, se siente más como una tragedia.
Es un evento íntimo, con sólo un puñado de personas: El señor
y la señora Prince, el señor y la señora Howard, los padres de Ashley,
y por supuesto, Zach. Ashley no está aquí; está en la universidad.
Gracias a Dios.
Ahora la tragedia. No creo que nadie más se dé cuenta de esto, pero yo sí. Así
que están todos sentados alrededor de una mesa de comedor antigua con una
filigrana ornamentada a lo largo de los bordes y patas curvadas en la parte inferior.
Esa no es la tragedia. La tragedia es que el señor y la señora Prince, junto con
los padres de Ashley, están sentados juntos, como si estuvieran en un grupo. Parecen
un grupo agradable, hombres vestidos de esmoquin y mujeres con vestidos de
diseñador.
Y Zach, está sentado al otro lado de la mesa.
Se siente como si hubiera una línea entre él y su familia y sus amigos. Sin
mencionar que es el único de este grupo que no lleva ropa elegante. Se parece más a
nosotros, el personal, con su camisa oscura y raída y su cabello en punta, que a uno
de ellos.
Estoy sirviendo vino y tratando de ser invisible para ellos. Hasta ahora ha
tenido éxito. Todos están absortos en sí mismos, excepto Zach.
Zach ha estado mirando fijamente la mano de su padre sobre la de su madre.
Sí, están tomados de la mano —el señor Prince tiene sus dedos alrededor de la
muñeca de la señora Prince— y bebiendo sus bebidas de las que están libres.
Es todo muy amoroso, pero por alguna razón, no se siente así. Parece que hay
algo malo en la forma en que el señor Prince domina casi toda su mano.
—Entonces, Zach, ¿cuánto tiempo estarás aquí? —El señor Howard pregunta.
Es la primera vez que alguien lo ha incluido en la conversación. Los ojos del
señor Prince se dirigen a su hijo y algo crepita en ellos. Algo muy cercano a la
molestia.
147
Zach aparta la mirada de las manos entrelazadas de sus padres y se centra en
el señor Howard.
—El tiempo que sea necesario. —Lanza una mirada a su madre.
Bajando las pestañas, la señora Prince se seca los labios con una servilleta y
se aclara la garganta, sonriendo ligeramente. La mano del señor Prince la sujeta con
más fuerza. Puedo ver cómo sus nudillos se vuelven blancos mientras vierto vino en
su copa.
—¿Necesario para hacer qué? —La señora Howard pregunta, tomando un
bocado de su filete.
Zach juega con el tallo de su copa de vino. No ha tomado ni un sorbo, ni
siquiera un bocado de su comida. Todo lo que ha hecho es mirar a sus padres con ira.
—Para olvidar este lugar.
Suena el raspón de una silla arrastrándose por el suelo y es el señor Prince.
Parece que va a levantarse o a decir algo, no lo sé, pero las siguientes palabras de
Zach lo detienen.
—Porque los extraño mucho cuando me voy. —Está mirando a su padre—.
Inglaterra es un lugar frío para vivir después del calor de nuestra ciudad.
Los padres de Ashley se ríen como si fuera la broma más divertida de la
historia. Hay una risa de la señora Prince y una fría sonrisa del señor Prince que
combina tan bella y espeluznantemente con la de Zach.
—Debes estar muy orgulloso, Ben —le dice el señor Howard al señor Prince.
—Sí, muy orgulloso.
La voz del señor Prince se eleva. Casi corta el aire en dos, si es posible.
La mandíbula de Zach se aprieta.
El señor Howard continúa como si no hubiera nada malo. —Todos
recordamos lo problemático que era Zach en la escuela. Definitivamente habrás
tenido algunas noches de insomnio.
Esto está dirigido a la señora Prince, que no ha dicho una palabra en años. Se
aclara la garganta y veo que su muñeca se dobla bajo la sujeción del señor Prince
mientras relleno el vaso del señor Howard.
—Sí. Pero ya sabes, los niños. Además, él está en Oxford ahora y creo que salió
bien. —Se inclina hacia su marido y le besa en las mejillas—. Fue todo Ben.
Me acerco a la mesa para ir a ver a Zach y llenar su vaso. Aunque no hay nada
que rellenar. No ha estado bebiendo; sólo necesitaba estar cerca de él.
Sus nudillos alrededor del tallo de su copa son del mismo color que los de su
padre. Todos drenados y blancos. Sin sangre.
Ni siquiera me da una mirada. Ojalá lo hiciera. Porque mis ojos derramarían
la misma ira que su mirada. Todos hablan a su alrededor como si no existiera.
Oigo la risa airosa de la señora Howard. —Todo el mundo es problemático
148
cuando está en la escuela, George. Sólo estaba siendo un niño.
El señor Prince toma un sorbo de su vino. —Problemático o no, Zach es un
Prince. Y todo Prince nace con un cierto conjunto de características, una cierta
inteligencia, un cierto intelecto. Ir a Oxford es sólo una parte de ello. Yo fui. Mi padre
fue. El padre de mi padre fue. Y si Zach no lo hubiera hecho, entonces no habría sido
uno de nosotros.
Luego, sonríe en la mesa en general mientras sus ojos permanecen fijos en su
hijo. —Y eso fue simplemente inaceptable para mí. Y para mi esposa. —Se vuelve
hacia la señora Prince y le besa el dorso de la mano.
Más risas alrededor de la mesa.
Malditos.
Cada uno de ellos.
Puedo apostar lo que sea a que el padre de Zach no apoyaba su dislexia. Lo
cual es tan injusto y arcaico.
No es culpa de Zach que tenga un problema de aprendizaje. Sin mencionar
que es fácilmente tratable. Este es el siglo XXI, gente.
Zach tenía razón.
Es prescindible. Una idea de último momento. Para su padre, al menos.
Porque según su padre, no es un Prince. Es defectuoso.
Es un rechazado.
¿No es eso lo que te dicen los abusadores? Eres demasiado gordo. Eres
demasiado bajo. Eres un nerd. Eres un perdedor. Comes demasiado. Comes muy
poco.
No es Zach. Es su padre. Él es el abusador.
Casi puedo verlo intimidar a Zach para que crea que no pertenece a esta
familia. La familia de perfeccionistas y arquitectos que construyen propiedades y
mansiones palaciegas y son fundadores de ciudades en su tiempo libre.
Casi puedo ver a Zach como un niño atrapado en una torre con una ventana
de cristal, donde puede ver las estrellas, pero nunca tocarlas.
Porque le hicieron creer que no podía.

Después de la cena, lo veo.


Zach camina por el sinuoso camino que atraviesa las cabañas y por el lado del
bosque.
Estoy en la cocina, limpiando. Pero al verlo, me lavo las manos y me despido.
Y salgo corriendo tras él. 149
Desde que volvió, casi todas las noches lo oigo irse en su motocicleta. No sé
adónde va. Tal vez sólo conduce, siente el viento en su rostro, pero después de lo que
pasó esta noche, no quiero que esté solo.
Mi habilidad para correr está un poco obstaculizada, porque estoy usando
Mary Janes con tacón de dos pulgadas en lugar de mis mejores amigos: mis botas de
combate de cuero.
Pero lo sigo, sin embargo.
Quiero gritar su nombre, pero algo me lo impide. Probablemente es la rigidez
de su postura. Sus manos en forma de puño y el hecho de que sé que no le gustaría
que dijera su nombre y le pidiera que me dejara estar con él para que no esté solo.
De hecho, estoy segura de que odiaría que me metiera en sus asuntos.
Cruel es lo que te haré si no dejas de meter las narices donde no te
corresponde.
Lo que sea.
Estoy metiendo las narices en sus asuntos y no puede detenerme.
Pero entonces, mi siguiente pensamiento me hace detenerme. Me doy cuenta
de cuál es su destino.
Maldita sea.
Debí haberlo pensado antes. Va a entrar en el garaje, el garaje principal de Las
Pléyades. El personal también tiene un garaje, justo enfrente del principal, pero es
más pequeño. Ya he estado allí una vez y no tengo ninguna inclinación a repetir esa
experiencia.
Zach introduce el código de su propio garaje y la estúpida puerta cobra vida y
se levanta.
Bien, así que ahora es el momento de decir su nombre. Si quiero detenerlo,
este es el momento. Porque si se sube a su moto, todas mis buenas intenciones serán
en vano.
Pero el momento se va en un instante y me quedo ahí de pie, sintiéndome
mareada.
Tal vez debería volver. No puedo seguirlo en mi auto. No lo haré.
No.
Aún no he tratado mis problemas, ¿de acuerdo? No he tenido tiempo. He
estado ocupada y no puedo... simplemente no puedo.
Pero si no lo hago yo, ¿quién lo hará?
Definitivamente no sus abusadores padres.
Antes de que pueda pensar en mi plan, me pongo en acción. Corro a la puerta
del garaje, tecleo el código que recuerdo de hace seis meses cuando me lo dieron.
El olor del gas y de los asientos de cuero ha invadido cada centímetro del 150
espacio y si le prestara atención, vomitaría.
Así que no lo hago.
No le presto atención a nada más que a mi pequeño auto azul, estacionado
entre una furgoneta y una camioneta. Las llaves de mi casa están en mi bolsillo y las
llaves de mi auto están pegadas a ellas. He pensado en tirarlas un millón de veces,
pero siempre me echo atrás. Siempre pienso que un día, cuando tenga mi casa de
vuelta, lidiaré con mi miedo.
Bueno, supongo que hoy es ese día.
Estoy enfrentando mi miedo. Por Zach.
Emito un pitido para abrir el auto y me deslizo en el asiento. Mis muslos están
sudorosos y también todo mi cuerpo y siento que estoy pegada al cuero y que nunca
podré salir. El pensamiento me marea tanto que estoy a punto de salir cuando
escucho el rugido de su motocicleta.
A la mierda.
No tengo tiempo para sentir náuseas. Cierro la puerta y arranco el auto. Más
tarde se me ocurre que había una posibilidad de que no lo hiciera.
Salgo y pongo en marcha el portón automático del garaje y salgo tras él.
Todo se siente claustrofóbico y familiar al mismo tiempo. Tan familiar que me
siento como si hubiera estado conduciendo ayer mismo en lugar de estar en un
paréntesis durante un año.
Lo alcanzo justo cuando dobla en la curva de la carretera y se une a la
autopista. Hace años que no tomo este camino. Corre paralela a nuestra ciudad y he
tenido noches en las que me he pasado la noche en ella con todas las ventanillas
abiertas.
Algunas noches, encontraba a Zach conduciendo también. Siempre me
propuse no perderlo de vista, pero recuerdo que estaba celosa de todo el viento en su
rostro, de toda esa libertad de estar al aire libre. La emoción de eso. Se sentía como
volar.
Luego salimos de la autopista y tomamos la salida hacia un barrio vecino. Creo
que llevamos unos treinta minutos conduciendo cuando llegamos a una zona más o
menos desierta, con varios almacenes y vallas con cadenas.
Es un poco espeluznante pero no nos detenemos aquí. Seguimos y seguimos,
hasta que los edificios desaparecen y los árboles aparecen. Atravesamos el bosque y
llegamos a un claro.
Un gran y amplio claro lleno de luces, música y gente.
Dios, hay tanta gente y autos y motocicletas y camionetas. Todos ellos están
estacionados al azar, sin ningún orden.
Paro el auto en el borde del campo y veo la escena que tengo delante.
La gente está gritando y bailando y retorciéndose. Pero sobre todo, están
reunidos alrededor de algo profundo pero enorme. 151
Un agujero en el suelo.
Sólo que esto no es un agujero, es más bien un barranco y por Dios, una
motocicleta está corriendo hacia él ahora mismo.
Aprieto fuerte el volante mientras escucho el rugido de esa motocicleta
desconocida, más fuerte que el alboroto de la gente. Se precipita hacia ella, ganando
velocidad hasta que el suelo ya no está, y luego se eleva por encima del hueco. Juro
por un segundo que nadie habla, nadie hace ningún ruido y todo está en silencio.
Oh Dios mío, va a morir.
Pero la motocicleta de alguna manera se las arregla para arremeter contra el
suelo y volver a pisarlo. Pero supongo que no es un aterrizaje suave porque el tipo se
resbala y pierde el control de la máquina de la muerte en la que ha estado sentado.
Es lanzado y la moto se desliza lejos de él.
Sé que debería preocuparme más por el tipo que la montaba. Pero tiene un
círculo de gente reunida a su alrededor y yo tengo un problema mayor.
Un problema más grande y más grave. Llamado Zach.
Mientras veía a ese motociclista desconocido tratando de matarse, le perdí
completamente la pista. Cada célula de mi cuerpo me dice que Zach va a hacerlo. Va
a saltar por el agujero en el suelo.
Me habría reído si pudiera por la ironía de todo esto. Cayó en un agujero
cuando era un niño, así que ahora pasa las noches tirándose sobre uno. Con su
maldita motocicleta.
Dejo mi auto donde está y salgo tropezando. Ni siquiera tengo tiempo de
cerrar la puerta antes de bajar. Caigo de rodillas, golpeándolas sobre la grava seca y
caliente. Mis palmas patinan y la piel se raspa.
—¡Oh, mierda!
Sangran ligeramente y me siento tan débil. No creo que tenga fuerzas para
sentarme, y mucho menos para levantarme.
Pero tengo que hacerlo.
He llegado hasta aquí. No puedo volver atrás ahora.
Voy a matarlo después de salvarlo. Será mejor que tenga cuidado.
De alguna manera, me arrastro y cierro la puerta de mi auto. Respiro
profundamente unas cuantas veces, lo que hace muy poco para calmar mi estómago,
pero al menos puedo caminar.
Cruzo hasta donde está reunida la gente, mientras busco a Zach. La mayoría
de ellos están borrachos o drogados o se están emborrachando o drogando. La mitad
de ellos parecen motociclistas y todos ellos me parecen criminales.
Hey, no estoy juzgando. Sólo estoy muy asustada de lo que es este lugar y
cómo es que no está lleno de policías. Nada de esto parece ni remotamente seguro o
incluso legal.
Pero no tengo tiempo para reflexionar sobre las repercusiones legales porque
escucho otra motocicleta y los vítores me han dejado sorda esta vez.
152
No es Zach, el tipo de la motocicleta, y estoy a la vez aliviada y decepcionada.
¿Dónde coño está?
Desde tan cerca, puedo ver las ruedas de la motocicleta revolviendo la grava.
Incluso puedo oler el gas, el cuero, el maldito sudor.
Este motociclista hace lo mismo que el anterior. Se lanza sobre el cañón, y
cuando creo que va a caerse y romperse el estúpido cuello, se lanza al aire, hace la
enorme voltereta y aterriza en el otro lado.
De nuevo, el aterrizaje no es suave. De hecho, es peor que el del otro tipo. La
gente jadea y grita cuando se agarra a sí mismo y se agarra el pie mientras su
motocicleta se aleja de él.
Bien, ya basta.
Tengo que encontrar a Zach.
Y lo hago. En cuanto me doy la vuelta, lo veo.
Está en su motocicleta, acelerando, y está en el bosque, justo enfrente de
donde necesita hacer el salto.
Bajo la luz de la luna, puedo ver que está mirando fijamente al cañón con un
enfoque único. Sus ojos negros como la noche están clavados en él como mis ojos
están clavados en él. Su silueta rígida y congelada. Está a horcajadas en su
motocicleta, pero de alguna manera, nunca lo he visto más alto o más grande que en
este momento.
Y entonces, se pone el casco antes de hacer el giro en la empuñadura,
acelerando la motocicleta y lanzándose hacia el agujero.
La multitud borracha se aparta y yo intento acercarme a él. Me abro paso a
través de la gente, los empujo, me choco con ellos para acercarme al borde.
—¡Zach! —grito su nombre pero él simplemente pasa de largo, levantándome
los cabellos del rostro.
Me quedo ahí jadeando mientras lo veo acercarse al cañón, y cuando arquea
la moto en el aire, me meto el puño en la boca para dejar de gritar.
Mientras está en el aire, levanta su cuerpo y básicamente se pone de pie en el
reposapiés y las chicas de la multitud se vuelven locas.
Maldito fanfarrón.
No puedo evitar correr al borde del gran y ancho agujero que creo que lo va a
matar esta noche.
Dios mío.
Es profundo y es negro. Ni siquiera sé hasta dónde llega. Tal vez al centro de
la tierra donde está todo el fuego, de donde vienen los temblores y sacuden el suelo.
Cada persona lo está viendo correr por el aire como si fuera una estrella fugaz.
Una estrella negra y oscura que está absorbiendo todo mi oxígeno y haciendo que mi
corazón lata y tal vez hasta sangre.
Todo lo que sé es que, si muere haciendo esta estúpida cosa, de alguna manera
153
lo resucitaré, lo besaré, sí, lo besaré, lo morderé y me lo comeré, sólo para matarlo
yo misma.
Me muerdo los puños cuando llegue el momento de que mi estrella oscura
caiga. Y él baja.
En su arco descendente, Zach se sienta en su motocicleta y se inclina hacia
adelante. Aunque está demasiado lejos para que yo pueda notar estas cosas, todavía
siento los músculos de sus hombros y espalda, incluso sus bíceps amontonándose.
Hay una tensión de respuesta en mis músculos.
Quiero cerrar los ojos pero no puedo. Tengo que ver esto. Tengo que verlo
aterrizar.
En cuanto sus ruedas tocan el suelo, me muerdo el labio. Duro. Hasta que
siento que la sangre brota.
El polvo vuela en todas direcciones y como en cámara lenta, veo los
neumáticos rebotando con el impacto.
En cualquier momento, va a caer. Esto es todo.
Mis ojos se llenan de agua y mi cabeza empieza a temblar.
Pero Zach todavía está en su motocicleta, volando a través de ella. Lo veo
poner su pie en el suelo y cavar a lo largo de la tierra hasta que gira la motocicleta y
se detiene abruptamente.
La multitud estalla en vítores, pero yo estoy demasiado aturdida para
moverme.
Demasiado estupefacta para aflojar mi puño o mi cuerpo. Sigo siendo una
masa apretada de nerviosismo y temor.
Zach está sentado en su motocicleta como si fuera una especie de príncipe. Un
príncipe oscuro, oscuro, con su chaqueta de cuero negro y sus enormes botas
plantadas en el suelo.
Me despego cuando estaciona su motocicleta a un lado. Unas cuantas
personas lo rodean, lo golpean en la espalda, le dan la mano. Se quita el casco y gira
el cuello, pasando los dedos por las hebras, y yo salgo.
Corro alrededor de la gran brecha, mi Mary Janes tropezando con la tierra.
—¡Zach! —grito su nombre cuando llego al otro lado y él está al otro lado de
mí, todavía de pie entre el grupo de gente.
Esta vez, oye mi voz y sus ojos se dirigen hacia mí.
Parece sorprendido, pero lentamente se va filtrando y sólo queda su gran ceño
fruncido y su mandíbula tensa.
Oh, por favor.
Yo también estoy enfadada con él y no voy a ir a ninguna parte.
Nos quedamos ahí, mirándonos el uno al otro a lo ancho del agujero que acaba
de saltar. El foco de atención está brillando y puedo ver su camiseta empapada de 154
sudor. Su chaqueta no está, probablemente se la quitó hace un minuto o algo así, y
el sudor está goteando por el lado de su cuello.
Cuando Zach comienza a moverse hacia mí, mi respiración se tambalea. Está
dando grandes zancadas, muslos fuertes que sobresalen en su vaquero y sus largas
piernas comiéndose la distancia.
Detrás de él, veo a otro motociclista haciendo el salto y la gente está animando
a nuestro alrededor. Pero no importa.
No para mí y definitivamente no para él.
Ni siquiera pestañea o da alguna indicación de que sabe que estamos en medio
de una multitud.
Zach necesita llegar a mí.
Lo sé cómo si supiera que no estaría en otro lugar que no fuera aquí, en este
momento. Volvería a conducir ese auto y me rompería las rodillas y me rasparía las
palmas de las manos.
Lo haría de nuevo para que con sus ojos negros me mirara, acechándome con
sus intenciones igualmente negras.
Cuando él me alcanza, levanto mi cuello para mirar su rostro agudo e
impresionante. Respira por la boca, su pecho se hincha bajo la camiseta cubierta de
polvo.
Y lo primero que sale de mi boca es:
—Tú, idiota.

155
Z
ach sujeta su mandíbula ante mis palabras.
Quiero llamarlo por todos los nombres groseros de la
historia del mundo por asustarme así, pero me calla antes de que
pueda abrir la boca.
Se inclina y me levanta en sus brazos.
De alguna manera, sabía que haría eso. Lo sabía. Manosearme es su
pasatiempo favorito. No es que me enoje por ello.
Supongo que también necesito tocarlo.
Así que subo mis muslos alrededor de sus caderas, envuelvo mis manos
alrededor de su cuello y envuelvo en un puño su cabello húmedo.
Lo abrazo fuerte y él me devuelve el abrazo.
Y entonces no puedo dejar de hablar. Todo lo que siento tiene que salir. Es la
adrenalina, creo.
—¿En qué estabas pensando? ¿Qué te pasa? —grito mis palabras mientras le
meto el rostro en el cuello y él camina hacia algo... ni siquiera me importa qué o
dónde.
—Estás loco, ¿lo sabes? No puedo creer que te hayas puesto a ti mismo en esto.
Quiero decir, sé que la gente con dislexia tiene otras cosas en las que son
terriblemente buenos; he estado leyendo en Internet. Pero, ¿qué mierda? Podrías
haber muerto. Podrías haberte roto el cuello. Podrías haberte paralizado. ¿Viste a
toda esa gente? No pudieron hacer el aterrizaje. No pudieron...
Mi aliento se atasca, pensando en todos los intentos fallidos de aterrizar
suavemente en el suelo y me aferro a él con más fuerza. Froto mis labios en su pulso,
probando su piel, la sal de su sudor. Me tranquiliza. Me hace creer que está vivo y
me lleva a algún lugar con él.
»¿Tienes idea de lo asustada que estaba? ¿Alguna idea en absoluto? —
continúo, tirando de su cabello, cruzando mis tobillos en su espalda—. Estaba
enloqueciendo, viéndote volar por el aire. Noticia de última hora, Zach: es una
motocicleta. No un maldito avión. ¿Y esto es siquiera legal? No lo creo. Mierda. No 156
lo creo.
Muerdo su pulso ligeramente; su sabor, su olor explota en mi lengua, y su
agarre en mí se hace aún más fuerte.
»No puedo creer que aquí es donde vas casi todas las noches. ¿Qué pasa si te
atrapan? ¿Qué pasa si la policía viene y te arresta? ¿Quieres ir a la cárcel, Zach? ¿Ese
es tu plan? ¿Es eso...?
Dejo de hablar cuando mi espalda golpea contra algo —la puerta de una
camioneta blanca y oxidada— mientras Zach me deposita contra ella, y nos
separamos.
Estamos lejos de la multitud y los rugidos de las motocicletas voladoras y todo
lo que puedo oír es nuestra respiración agitada.
—¿Qué mierda estás haciendo aquí? —gruñe, inclinándose hacia mí.
Sus manos bajan hasta mi trasero y aprietan la carne sobre mi falda, y yo me
muerdo el labio ya desgarrado por la presión.
—Te he seguido.
—¿Qué?
—Después de esa cena... no quería que estuvieras solo. No quería...
Otro apretón de mi trasero. —¿Quién dijo que quería tu compañía?
Dios, es un maleducado.
Grande y malo.
No ha cambiado. Sigue siendo el mismo que era en St. Patrick.
Yo, sin embargo, he cambiado. He cambiado la forma en que lo veo. Su
grosería no me molesta. Sólo... encaja. Le queda como una armadura.
Probablemente la necesitó para todas las guerras que ha luchado, viviendo en
esa torre de cristal.
Le tiro del cabello con la misma presión. —Yo. Dije que querías mi compañía,
así que aquí estoy.
Sus fosas nasales se ensanchan. —¿Se necesita una orden de restricción para
que te mantengas alejada de mí?
—Pruébame. Te reto.
Zach inclina su cuerpo hacia mí aún más. Es como si las nubes estuvieran
obstruyendo la luna y el mundo se hubiera oscurecido.
No pasa nada.
Estoy envuelta en la oscuridad; no le tengo miedo.
—Recuerda la línea, Blue. Estás muy cerca de estar del lado de la estupidez —
advierte.
Los mechones de su cabello rozan mi frente y mi nariz choca con la suya. El 157
más mínimo toque es suficiente para que mi espalda se arquee y clave mis uñas en
su nuca.
—Tú también eres estúpido —susurro, pensando en el tatuaje de su muñeca—
. Mira lo que estás haciendo. Saltando por los cañones. Aunque fue... un poquito, un
poquito magnífico.
Lo fue.
Ahora que no estoy asustada, puedo admitir que se veía muy, muy sexy e
invencible. Un temerario.
Los ojos de Zach se deslizan por mi rostro. —Estás obsesionada conmigo.
—No. —Me estremezco, entonces—. Más o menos.
Me mete en la camioneta con su cuerpo. Su torso está presionando mi vientre
y su pecho está aplastando mis pesados y palpitantes pechos. Su peso debe estar
aplastándome, pero todo lo que puedo sentir es una sensación de libertad.
Una sensación de vida.
Tanta vida que podría morir por ella.
—¿No te enseñó tu madre a mantenerte alejada de tu abusador? —dice.
Me recuerda tanto a todas las cosas que me dijo cuando nos conocimos que
me lleva un segundo recuperar el aliento.
En ese segundo, lo imagino cuando tenía doce años, todo enojado y arrogante,
y yo tenía diez, toda indignada y molesta. Me imagino lo que habría pasado si no
hubiera estado tan mal y no hubiéramos peleado ese día.
Tal vez hubiéramos sido amigos. Y tal vez un día, nos habríamos convertido
en algo más.
En lugar de una historia de odio, nuestra historia habría sido de amor.
Lo miro a los ojos mientras acuno su dura mejilla. Su barba es áspera bajo mis
dedos y su piel está caliente y esa expresión —la que he estado persiguiendo desde
que lo vi cuando me acorraló en el pasillo.
Es remordimiento.
No puedo creer que me haya llevado tanto tiempo descubrirlo. Está
arrepentido. Probablemente de todas las cosas que me hizo y me hizo pasar.
—Si tú eres mi abusador, entonces yo soy la abusada, ¿verdad? —Comienzo—
. Bueno, sigo adelante. Tengo el poder. Así que elijo olvidar. No recuerdo al tipo que
me intimidaba. Que se quedó parado y me miraba ser humillada una y otra vez. A
quien insultaba. En vez de él, recuerdo al tipo que vino a rescatarme cuando me corté
la mano la primera noche en la fiesta. Recuerdo al tipo que renunció a los cigarrillos
porque yo quería que sufriera. Y que comió esas natillas a pesar de que sabía lo que
estaba haciendo. Recuerdo al tipo que echó a Ashley y me defendió. Recuerdo al tipo
que sacó a un niño de cinco años de un agujero y que hizo que ese niño se sintiera
mejor sobre su situación. En vez de mi abusador, recuerdo al tipo que dijo que quería
protegerme y cuando no lo hizo, se odiaba un poco más cada día.
Esta es mi catarsis. 158
Tina tenía razón. Tengo que dejarlo ir y estoy dejándolo ir, la vieja ira, el
pasado, el sentido de la injusticia.
No sabía que sería así, envuelta alrededor del tipo que me hizo daño.
Pero supongo que tiene sentido. Él ha sido el centro de mi universo. ¿Por qué
no estaría conmigo cuando doy este paso?
—Y para responder a tu pregunta, mi madre me enseñó a mantenerme alejada
de mi abusador, pero también me enseñó a no quedarme nunca al margen si alguien
estaba siendo abusado.
La respiración de Zach es pesada y vacilante y puedo sentirla hasta los huesos.
Puedo sentir su dolor, su ira, su indignación y tortura, todo.
Tal vez esto es lo que llaman telepatía.
Esto, aquí mismo, es la trascendencia.
—Lo siento pero... —Aprieto sus lados con mis muslos—. Tu familia está
jodida. Como, realmente jodida. ¿Tu padre? —Sacudo mi cabeza y aprieto su
camiseta con el puño—. Es un abusador. ¿Entiendes? No tienes que ir a Oxford o lo
que sea para ser un Prince. Es todo una mierda. No dejes que te diga que no
perteneces. No dejes que te haga creer toda la mierda sobre ti, Zach. No te mereces
eso. Tú...
Zach empuja sus caderas dentro de mí y se frota contra mi núcleo,
haciéndome callar.
—¿Sí? ¿Qué me merezco? —pregunta bruscamente, mirándome con una
intensidad que roba el aliento.
Dios, él está tan cerca.
Y duro, y estoy envuelta a su alrededor tan descaradamente.
Pero no dejaré que me distraiga. Necesita saber que su padre es un imbécil.
Que no merece ser tratado así por algo que no es su culpa.
—Hablo en serio —le digo.
—Yo también. —Él mueve sus caderas contra las mías, haciéndome temblar—
. Dime lo que merezco, Blue.
—Esto no. Nadie merece ser tratado así.
Aprieta la mandíbula, me quita la mano de su camisa y me agarra la palma de
la mano.
Un dolor agudo se enciende en el centro, recordándome que me caí en el
momento en que salí del auto. El pulgar de Zach está presionando esa herida. Es la
misma palma que me corté la noche que volvió, la izquierda.
Frunciendo el ceño, mira hacia abajo. —¿Qué te pasó?
—Me caí. Porque estaba mareada. Cuando salí del... a-auto.
Los rasguños en mis rodillas también pulsan. Es como si la mención del auto 159
hiciera que todas mis heridas se agudizaran.
Todavía sosteniendo mi mano, él mira hacia arriba. Hay unos segundos de
confusión en su rostro, pero luego se despeja.
—Me has seguido en tu auto.
—S-sí.
Sacude la cabeza una vez. —Te llevo a casa.
Él va a alejarse de mí, pero yo aprieto mis piernas a su alrededor. —No.
—¿Qué?
—No quiero ir. Todavía no. Quiero...
—¿Quieres qué?
Sus ojos son intensos. Brillan en la oscuridad. Como faros. Excepto que se
supone que un faro es seguro, pero sus ojos corren el riesgo de ahogarme.
—Quiero que me beses.
Dios, ¿realmente dije eso?
La aguda inhalación de su aliento dice que sí. Dije eso y está sorprendido.
Bueno, ¿por qué no lo estaría? Me escapé de él la última vez cuando me hizo
sentir algo.
Pero supongo que entonces estaba mintiendo. A mí misma y a él.
Creo que hace años que quiero que me bese. Incluso cuando sólo era mi
abusador.
Tal vez es patético y yo soy la chica de las películas de terror que muere justo
al principio porque no puede dejar de mirar el sótano.
Que así sea.
Yo soy esa chica.
Pasaré a la historia como la chica que se enamora y por lo tanto, merece una
tragedia.
—Te hago sangrar —murmura Zach en un tono bajo, frotando su pulgar sobre
la costura de mis labios. Un tono que se mezcla con el arrepentimiento.
—Sí.
Su pulgar traza la piel desgarrada de mi labio en el medio. —También te hago
llorar.
Parpadeo y una lágrima se desliza; ni siquiera sabía que estaba rondando el
borde. —Sí.
Limpiando mi lágrima, me susurra:
—No me detendré. No sé cómo.
Él se detendrá. Yo lo haré parar.
Este ciclo de intimidación que comenzó con su padre. Termina con nosotros. 160
Cambiaré nuestra historia.
Si él es un falso príncipe, entonces yo soy su Cenicienta de la calle. No necesito
zapatillas de cristal o un bonito vestido para cambiar nuestras estrellas. Puedo
hacerlo con mis silenciosas botas de cuero y mi uniforme gris.
—Está bien —susurro.
Sus fosas nasales se abren en mi respuesta, mientras me mira con una extraña
posesión. Es oscuro y aterrador y emocionante. Me hace agarrarme a él aún más
fuerte.
Pero él se desprende fácilmente de mis extremidades y da un paso atrás.
De repente estoy a la deriva y mis piernas caen al suelo, mi columna vertebral
se desliza a lo largo de la puerta metálica de la camioneta. Están temblorosas y
entumecidas, y mis pies están descubiertos. Mi Mary Janes se cayó de ellos hace
mucho tiempo y he olvidado por completo cómo mantenerme de pie por mi cuenta.
—¿Zach?
Y para mi sorpresa, se arrodilla, cae, casi, y me agarra de las caderas para
mantenerme firme. Su rostro llega hasta el final de mis pechos y entierra su nariz en
el valle. No importa si están cubiertos de ropa, Zach tiene el hábito de destruir todas
las barreras entre nosotros.
Envolviendo mis manos alrededor de él, le susurro;
—¿Qué estás haciendo?
Levanta la cabeza y me mira fijamente a los ojos. Me doy cuenta de todas las
manchas de suciedad en mi camisa blanca, de lo retorcidos y estirados que están mis
botones, que se tensan contra mis pechos.
Zach no me responde. No hasta que se sienta en sus caderas y me levanta la
pierna derecha, poniéndola sobre su hombro.
—Besándote —dice simplemente.
—¿Qué?
—Ya me has oído —dice, arrastrando el dobladillo de mi falda hacia arriba.
Lo detengo e intento empujarlo hacia abajo. —Zach.
—¿Qué? —dice.
—¿No se supone que debes estar más cerca de mis labios, si quieres besarme?
Es una maravilla que pueda equilibrarme en una pierna porque no suelta la
que tiene cautiva, y tampoco suelta mi falda, así que está doblada a mitad del muslo.
Lentamente, Zach sonríe. —Estoy tratando de hacerlo.
—¿Estás qué?
—Tratando de acercarme a tus labios.
Agarro su cabello en un puño. —¿Qué... yo... de quién es esta camioneta?
Esa es la única pregunta que se me ocurre en este momento. 161
Se encoge de hombros, como si no le importara. —Qué carajo sé yo.
Miro a mi alrededor; todo está desierto, aunque hay una gran multitud detrás
de nosotros. —¿Y si alguien viene?
Zach se ríe.
Sus manos son mucho más grandes que las mías y las usa a su favor y empuja
la falda hacia arriba, exponiendo mis bragas.
—Esa es siempre tu primera preocupación, ¿no?
—Bueno, sí. No quiero que nadie nos vea, que me vea medio desnuda.
Echa una mirada a mi simple pantaloncito de algodón y toca con los dedos la
costura de los mismos, haciéndome estremecer. —Sabes, pensé que estaba soñando
la otra noche. Cuando estabas desparramada sobre mí. Querías que te besara esa
noche también, ¿no?
—Estaba desparramada porque me tiraste hacia abajo, y sí. Pero...—Exhalo
una respiración temblorosa—. No sé cómo es esto de besar.
Sonríe, y luego su pulgar se mete en mi braga y hace contacto con el borde
exterior de mi núcleo, haciéndome estremecer.
Jadeo su nombre cuando la yema de su pulgar lo golpea. Así que casualmente,
como si fuera algo mundano, él toca el borde de mi coño.
—Es un beso porque voy a poner mis labios en tus labios.
En esto, su pulgar se mete más dentro de mi braga y se frota a lo largo del
centro de mi núcleo. Finalmente, entiendo lo que quiere decir y me hace sonrojar
como si hubiera absorbido todo el calor del aire que nos rodea.
—No quise decir ese tipo de beso.
La sonrisa de Zach sigue en su sitio, una sonrisa torcida y caliente. —No es mi
problema. Así es como beso, Blue, cuando... —Se desplaza y se inclina, como si no
pudiera evitarlo. No puede evitar oler mi núcleo cubierto.
Le hace gemir y mi cabeza vuelve a caer en otro gemido.
—¿Cuándo qué? —Me las arreglo para preguntar de cualquier manera.
Sus labios están ahí, justo en mi clítoris, separados por sólo ropa interior de
algodón. —Cuando mi polla está enojada.
Miro hacia abajo, agarrando el lado de su rostro. —¿Tu polla?
—Ajá. —Él asiente, arrastrando su nariz arriba y abajo de mi coño.
Su barba se siente aún más rasposa bajo mis dedos en este momento. De
hecho, todo se siente más rasposo cuando toca mi cuerpo. Su camiseta suave, su
cabello aterciopelado, el aire a mi alrededor.
—¿Por qué? —Exhalo, moviéndome inquietamente en un pie.
Todavía está frotando el centro de mi núcleo con su pulgar, oliendo mi olor.
—Por tu culpa.
—¿Por mí? 162
—Sí. —Me estás jodiendo la polla, Blue. Hace días que la estás enojando. La
forma en que te mueves con ese pequeño y apretado uniforme tuyo. La forma en que
corres por ahí, con tu trenza azul cayendo a tus espaldas. Estás invitando a los
problemas, ¿no?
—No.
—¿No? Tus tetas rebotan cuando caminas, nena. —Me estremezco ante su
despreocupada expresión cariñosa, como si llevara toda la visa esperando decirlo
toda su vida—. ¿Sabías eso?
—No lo sabía. —Arqueo mis caderas, tratando de acercarme a su boca—. No
lo hago a propósito.
Se ríe y de alguna manera, me golpea justo en el clítoris. En mi resbaladizo
clítoris.
Dios, creo que estoy tan excitada humedeciendo mi braga delante de él. Creo
que puede verlo. Puede ver cómo mi coño está salivando por él.
—No lo ves, ¿eh?
—No.
Su cabeza entra y sale de mi visión mientras parpadeo y trato de mantener
mis ojos abiertos contra el ataque de toda la lujuria y las hormonas.
Zach arrastra sus labios a lo largo de mi bajo vientre y el dolor que siempre
siento por él se intensifica. Me golpea por dentro como si lo conociera. Sabe que la
fuente de su existencia está cerca, justo ahí, hablándole, hablándole a mi piel.
—Es que son tan grandes, ¿no? Tus tetas. Son tan jodidamente grandes que
no puedes evitar ser una buena sirvienta para mí —dice con voz ronca, pintando sus
crudas palabras en mi carne.
—S-sí.
Mis tetas se están hinchando ahora. Los pezones se sienten como balas. Lo
llaman a él. Necesitan sus manos y Zach saca su pulgar del interior de mi truza, lo
alcanza con ambas manos y lo toma.
Mirándome, amasa la carne. —¿Estás siendo una buena sirvienta para mí en
este momento?
Asiento, y me vuelvo loca. Creo que incluso tuve un pequeño orgasmo, por la
forma en que mis músculos internos se agitan.
—¿Vas a calmar mi polla enojada, nena?
Asiento de nuevo, esta vez con un gemido.
—¿Sí? ¿Vas a dejar que te bese con lengua tu coño virgen, aunque alguien se
acerque a nosotros y te vea montándote en mi boca?
Mis respiraciones se convierten en hipo, en sollozos, y mis uñas se rasgan por
el lado de su cuello. —Sí.
Me clava la mirada, sus gruesas pestañas le dan una mirada misteriosa. —Está 163
bien. No dejaré que vean nada. Te esconderé. Siempre te esconderé de las miradas
indiscretas. Cualquier cosa que valga la pena ver, Blue, estará en mi boca.
Ni siquiera he superado la corriente esas palabras suyas enviadas a través de
mi sistema cuando me pellizca los pezones con fuerza antes de soltar mi pierna. Hace
un trabajo rápido con mi braga, arrastrándola hacia abajo con los dedos necesitados,
apuñalando y guardando mi ropa interior.
Y entonces, no queda nada más que hacer que besar.
Se me ocurre entonces que debería avergonzarme por el hecho de no haberme
afeitado allí abajo en años. Cuando todavía era un adolescente normal, aunque
irresponsable y rebelde, solía afeitarme regularmente. Pero después de la muerte de
mis padres, ni siquiera se me ocurrió hacer algo con el negocio de abajo.
A Zach no le importa, sin embargo. Si su gemido es algo a lo que atenerse, le
gusta. Huele rápidamente mis rizos indómitos antes de cubrirme con su boca.
Tenía razón; me preocupaba por nada. Cualquier cosa que valga la pena ver
estará en su malvada boca succionadora.
Colocando mi muslo sobre su hombro, se mete ahí. Me separa los labios con
una mano y me lame el centro, como si estuviera lamiendo la parte jugosa de una
fruta.
—Zach —gimoteo, clavando los dedos de mi otra pierna en la tierra.
Las piedras me lastiman, pero su boca me da suficiente placer como para
sufrir caminando a través de fragmentos de vidrio.
Me maldice en el coño y siento su follada en mi pecho, haciendo que mi
corazón se vuelva loco. Ni siquiera hables de las mariposas. Están por todas partes.
Incluso en mi pantorrilla que cuelga de su amplio hombro, haciéndola zumbar.
Pensé que él lamiendo los jugos de mi núcleo, dando vueltas en mi estrecho e
intacto agujero, acabaría conmigo. Pensé que, si lo hacía durante unos cinco
segundos más, explotaría. Mis dedos se doblarían en su cabello y gritaría mi orgasmo
al cielo.
Pero entonces, no sabía que sus labios se cerrarían sobre mi pequeño clítoris
en la parte superior. Y si la electricidad que dispara a través de mi cuerpo es un
indicio, ella estaba caliente por él. Por las largas lamidas de su boca, el raspado de
sus dientes y sus gruñidos.
Jesús. Sus gruñidos.
Están ocupando todos los espacios vacíos de mi alma. Los escucharé hasta el
día de mi muerte. Dormiré con ellos. Me despertaré con ellos. Los imaginaré día tras
día.
Eso y sus hombros agitados y su espalda temblorosa.
Tenía los ojos cerrados hasta ahora; no sé cuándo los he cerrado. Los abro y
miro hacia abajo.
Miro la imagen obscena que hacemos. Mis dedos enterrados en su cabello y
su boca enterrada en mi coño, moviéndose de un lado a otro, de arriba a abajo. Mis
164
muslos están abiertos y sus hombros están atascados entre ellos. Mi falda está en
algún lugar alrededor de mi cintura y mi blusa está toda arrugada y doblada.
Pero eso no es lo más impactante.
Lo más impactante es que Zach, el tipo que me está comiendo, está
bombeando el aire. Sus caderas se están moviendo y está amasando su polla.
Su polla enojada.
Está tirando de ella con una mano mientras su otra mano mantiene mi coño
abierto. Todo está sucediendo dentro de su pantalón. Ni siquiera se la ha sacado, y
aun así está abusando de ella.
El sabor de mi coño está haciendo que abuse de él.
—Z-Zach... Yo...
Me alejo cuando gruñe más fuerte al oír su nombre en mis labios y su mano
se mueve. Se aleja de mi coño y amasa mi culo desnudo que estaba pegado al metal
caliente y yo ni siquiera me había dado cuenta.
Supongo que no me he dado cuenta de muchas cosas.
Cosas como que, estando de pie así, una pierna le pasó por encima y la otra
ligeramente doblada, abre otra cosa.
Algo que nunca, ni en un millón de años, pensé que alguien tocaría. Ese otro
agujero, plisado y oscuro.
Zach amasa un trozo de mi culo antes de arrastrar sus dedos a lo largo de la
costura antes de rozar esa parte inexplorada de mí.
Sus dedos allí y su boca en mi clítoris, haciendo que mi vibrante canal se ponga
sentimental, me hace venir.
Mis caderas sobresalen del auto, pero Zach me mantiene en equilibrio con su
cuerpo y su boca que sigue chupando mi clítoris mientras absorbe todos los jugos de
mi núcleo. Sus dedos siguen enterrados en mi costura, presionando contra mi
agujero oscuro que no deja de apretar.
—Dios...
Me quejo y le araño el cuello y canto su nombre una y otra vez. Mi cuerpo
entero apretando y soltando hasta que no queda nada.
En el fondo, soy consciente de que él también se estremece. Que Zach se
mueve, se agita y sus gruñidos van en aumento hasta convertirse en un largo y
masculino gemido.
Me hace querer sonreír.
Pero me gustaría poder sonreír. Pero toda mi energía se ha ido. Estoy medio
desplomada sobre él y medio apoyada en la camioneta, y quiero caer al suelo.
Entonces siento los brazos alrededor de mi cintura y abro los ojos. Los ojos de
Zach son perezosos y sus labios y mandíbula están cubiertos de mí. 165
Me cuelgo de sus brazos, débil y saciada. —Creo que estoy muerta.
Levanta la mano con la otra y me limpia de sus labios. —¿Sí? Entonces, ¿cómo
es que sigues hablando?
Me río soñolienta. —Me has matado.
La diversión arruga las esquinas de sus ojos. —Uh-huh.
—Tú también te viniste, ¿no?
En esto, él mira hacia otro lado. Me endereza la ropa sin ninguna ayuda de mi
parte. No dejo de mirarle el rostro, su hermoso y afilado rostro.
—¿Qué? ¿Te avergüenzas de haberte venido? Está bien. Yo también me vine.
Como un maldito tren.
Cuando termina, levanta los ojos hacia mí. —Ya lo sé. Me has inundado la
boca.
Me muerdo el labio, sonriendo como una loca.
—¿Siempre te emborrachas después de un orgasmo?
Enrollo mis brazos alrededor de su cuello, dejándolo tomar todo mi peso, y
me acerco para besar su mandíbula. —Tal vez. —Mis ojos se abren mucho—. ¡Oooh!
Tengo una idea.
—¿Por qué no intentas guardártela para ti por una vez?
Le tiro del cabello. —¿Qué tal si me das otro orgasmo y lo averiguamos?
Riéndose ligeramente, me mete los mechones de cabello sueltos detrás de la
oreja. —Ahora mismo, te llevamos a casa. Conseguiré a alguien para que te lleve el
auto de vuelta.
—Gracias —susurro.
Sin reconocer mi agradecimiento, Zach se inclina y me levanta en sus brazos
por segunda vez esta noche. Aunque, este es el estilo de la novia.
—Oh, no tienes que cargarme.
Se queda en silencio mientras comienza a caminar.
Me acaricio la clavícula. —Soy pesada.
—Si dices eso una vez más, te dejaré aquí mismo y me iré. Puedes encontrar
tu propio camino de vuelta a casa.
No sé por qué, pero no puedo dejar de sonreír esta noche. Tal vez los orgasmos
me embriagan. O tal vez son orgasmos dados por él.
—No lo harías —murmuro.
Gruñendo, él aprieta sus brazos, y así me aprieta en su pecho. Me acurruco
contra él mientras caminamos entre la multitud aún agitada y ruidosa. Zach se
detiene ante algunas personas y le dice a alguien que me lleve el auto de vuelta.
Luego camina hacia su motocicleta y me sienta en ella. Cuando toco el metal
caliente con los pies descalzos, me doy cuenta de que dejé mis Mary Janes en algún
lugar cerca de la camioneta.
166
Eh, no importa. Tengo a mi príncipe, no necesito zapatos.
Zach me pone el casco en la cabeza y lo cierra con correas, poniéndose delante
de mí. —Sujétate.
—Lo sé.
Enrollo mis brazos alrededor de su cintura y pongo mi mejilla sobre su
espalda, agarrándolo.
—Esta es la etapa cinco de pegajosa, lo sabes, ¿verdad?
Cerrando mis ojos, respondo. —Lo que sea. Te gusta.
Siento su pequeña explosión de risa mientras arranca su motocicleta, pone su
mano en mis brazos y me hace apretar mi agarre alrededor de él. La motocicleta
cobra vida debajo de mí, vibrando contra mi saciado núcleo.
Mientras despegamos hacia la noche y respiro el aire de libertad, decido que
no importa lo que piense o diga, lo estoy salvando.
Voy a salvarlo de su torre de cristal y voy a salvarlo de todas las personas
crueles de su vida.
Y mientras lo salvo, también voy a besarlo.
En la boca.

167
El Príncipe Oscuro

T
enía seis años cuando me diagnosticaron.
Comenzó con el TDAH que los llevó a darse cuenta de que
tenía dislexia.
Mi padre no estuvo contento, pero supongo que lo aceptó.
Pensó que las lecciones adicionales y clases especiales me dejarían como nuevo en
poco tiempo.
Pero a la edad de siete años, descubrieron que también tenía disgrafía.
Eso lo enojó, creo.
Pero no puedo estar seguro.
Todo lo que recuerdo es trabajar duro y a mi padre no estando feliz al respecto.
Lo recuerdo encontrando fallas. Arrancando las páginas de mi libro. Todas las
noches venía a mi habitación y exigía que le leyera. Cuando luchaba por deletrear las
palabras, se marchaba frustrado. Les decía a todos que no me dejaran salir ni jugar.
Despedía a los tutores a diestra y siniestra cuando pensaba que no estaban
haciendo su trabajo.
Luego les hice esa maldita tarjeta. Y fue entonces cuando me di cuenta de que
mi papá, toda su ira y agresión, se debía a que también era disléxico.
“No me tomó tanto tiempo aprender a escribir”.
Eso es lo que le dijo a mi madre esa noche.
Le pregunté a Nora sobre eso y me lo dijo.
Así que mi padre, Benjamín jodido Prince, también era disléxico. Quizás toda
su frustración se debió al hecho de que su hijo era imperfecto como él. Quizás le
recordé sus días de niñez. Quizás me odiaba porque me parecía demasiado a él.
Habla de una psicología jodida. Estoy bastante seguro de que a un psiquiatra 168
le encantaría comprenderlo a él y a su imagen de sí mismo.
Dejé de entenderlo hace mucho tiempo.
Todo lo que me importa es hacerlo tan infeliz, tan miserable como me hizo
toda mi vida. Si eso significa nunca aprender a leer y escribir como una jodida
persona normal o desaprender lo que haya aprendido, que así sea.
Blue cree que he sido acosado hasta creerme toda la mierda sobre mí. No
podría estar más equivocada.
La cosa es que no me importa lo que me hicieron creer.
Todo lo que me importa es mi venganza.
Mi odio por el hombre que me dio la vida.
Mi matón.

169
E
stoy en la habitación de Zach.
No es nada ilegal. Solo estoy aquí para limpiar. En realidad, se
suponía que Grace debía hacerlo, pero cambié de torre con ella.
Me sonrió un poco, pero aparte de eso, no dijo nada.
Está bien. Es buena guardando secretos. No es que esté sucediendo algo
secreto aquí. Solo estoy haciendo mi trabajo.
Entre otras cosas.
Lo único un poco dudoso es que la puerta estaba cerrada con llave e incluso
después de llamar, no abrió. Pero entré de todos modos usando una horquilla; sabía
de buena fe que estaba en casa.
Y lo está.
Se encuentra en el baño, tomando una ducha, y estoy aquí, haciendo su cama.
Sobre el suave zumbido del agua y tratando de no imaginarlo desnudo,
enderezo sus almohadas, acomodo su ropa de cama de la manera correcta y recojo
su ropa desparramada. Incluso con eso, creo que la suya es la habitación más limpia
que he limpiado.
Su libro no se ve por ningún lado y me pregunto qué hizo con él. Me pregunto
si todavía lo tiene.
Entonces la ducha se apaga y una sombra cae a través de la habitación, por
más loco que suene, y sé que está fuera.
Se encuentra en el umbral del baño, con una toalla envuelta alrededor de sus
delgadas pero musculosas caderas, y se está secando el cabello mojado,
extremadamente mojado con la otra.
Sus ojos están clavados en mí, pero no parece sorprendido de verme. Podría
estar perdiendo mi toque ahí.
También podría estar perdiendo la cabeza y todos mis sentidos porque todo
lo que puedo hacer ahora es mirarlo. Miro fijamente su hermoso cuerpo atlético.
No soy una de esas chicas que se vuelven locas por un buen físico. No. Quiero
170
decir, lo disfruto pero no lo convierto en mi fondo de pantalla. Pero me gustaría hacer
de él mi fondo de pantalla y ni siquiera me avergonzaría de ello.
Toma su cuello, por ejemplo. Es algo tan inocente y mundano, pero no para
él. En él, el cuello adquiere otro significado. Largos y gráciles tendones ondulados,
venas tensas.
Hay gotas descendiendo y las lamería todas, deslizándome por sus
prominentes clavículas bellamente esculpidas, su pecho.
Oh, Dios, una va a su pezón oscuro y endurecido.
Y las crestas de sus abdominales. Seis. Cuento como una idiota. Tiene un
paquete de seis y esa V. Ahora sé por qué todo el mundo está tan loco por la V.
Lo entiendo.
Se trata de a dónde lleva esa V. Se trata de…
—Mi rostro está aquí.
Levanto la mirada, sintiéndome enrojecida por todas partes.
—Lo sé. —Aparto un rizo rebelde de mi frente—. ¿Estás pensando en ponerte
algo de ropa pronto?
Con una especie de diversión oscura, me mira de arriba abajo, haciendo que
mi uniforme se sienta ajustado, más ajustado en mi pecho. Mis tetas.
—No particularmente.
Trago saliva.
—Hazlo. Es bueno para el medio ambiente.
Está incendiando la habitación.
—No puedo decir que me preocupe mucho por el medio ambiente. —Sonríe,
dándole a mi pecho una última mirada—. Pero me preocupa lo sonrojada que te ves.
Y el estado de tus pezones. Están intentando perforar tu uniforme.
Con eso, frota su cabello por última vez con la toalla antes de dejarla caer al
suelo y alejarse.
—Imbécil.
Se acerca a su tocador, su espalda ondulando, y juro que lo escucho sonreír.
—Supongo que estás aquí por algo —dice mientras saca un vaquero y luego,
casualmente, deja caer la toalla de su cintura.
Me tapo la boca con una mano para detener el chillido.
Su culo. Jesucristo.
No soy una experta pero mierda, creo que así deberían ser todos los culos.
Apretado y duro y firme y redondo y, oh, Dios mío, no sé cómo consiguió esa parte
tan bronceada como el resto de él, pero sí. Es bronceado y tentador y está lleno de
músculos.
Lo veo ponerse el vaquero con la boca abierta y un corazón atronador que está
a punto de fallar. 171
Sin embargo, tan pronto como se da la vuelta, la obligo a cerrarse.
Rápidamente aparto la mirada también. No puedo darle demasiados indicios de que
estoy obsesionada con su cuerpo. Aunque me doy cuenta de que no se ha abrochado
el vaquero. Están colgando alrededor de sus caderas con… nada.
Me aclaro la garganta.
—Sí. Estoy aquí… —Me acerco a la toalla número uno junto al baño y la
recojo—. Para limpiar. —Luego, me dirijo a donde está parado y me arrodillo para
recoger la toalla número dos a sus pies.
Nuestros ojos se encuentran, yo en el suelo y él cerniéndose sobre mí como el
cielo.
Me quita la respiración, así que me levanto y me paro frente a él.
—Mi trabajo, ¿recuerdas? Me lo tomo en serio.
—¿Lo haces?
—Sí.
Sus ojos son intensos y ardientes mientras murmura:
—Una buena pequeña sirvienta, ¿eh?
Mis muslos se aprietan. Literalmente tienen espasmos por su tono bajo. El
lugar entre ellos palpita y pulsa como una herida. Una herida que necesita su lengua
y sus dientes y sus largas succiones ásperas.
Lamo mis labios y me aclaro la garganta de nuevo.
—Eso me recuerda que también estoy aquí por otra cosa.
Zach frunce el ceño y se cruza de brazos, flexionando su pecho y bíceps.
—¿Y esa otra cosa es?
Respiro hondo y abrazo sus toallas húmedas contra mi estómago.
—No quiero que vayas. —Su ceño se intensifica y explico—: A ese lugar con
todas las motos y el estúpido hueco en el suelo.
—No quieres que vaya.
Tenso mis rasgos en algo severo, algo que signifique que esto es serio.
—Sí. Es peligroso e ilegal. Quiero decir, te ves sexy como el infierno. No hay
duda de eso, pero no quiero que mueras o seas arrestado.
Zach ladea la cabeza y se rasca la mandíbula. Tiene barba y un aspecto áspero
y también quiero rascarla, pasar mis dedos por ella.
—Corrígeme si estoy equivocado. ¿No eras una sirvienta hace un segundo?
¿Quién murió y te nombró jefe?
Ignoro sus duras palabras.
—No te dejaré ir.
—¿Disculpa?
—Te detendré. 172
Su próxima respiración es larga mientras lentamente descruza los brazos y da
un paso hacia mí. Sé que necesito ser un poco valiente en este momento, con él
mirándome como si quisiera estrangularme, y sus músculos parecen listos para el
trabajo.
Pero como una gallina, doy un paso atrás.
—Vas a detenerme —repite.
Asiento y veo sus pies descalzos avanzar hacia mis botas de cuero. Me da un…
escalofrío. No tengo miedo, exactamente, o no solo tengo miedo. Estoy rebosante de
emoción y excitación.
—¿Y vas a hacer eso, cómo?
Lo miro a los ojos y lo amenazo exactamente como lo hizo la otra noche
cuando irrumpí en su habitación.
—Llamaré a la policía.
Su mandíbula tiene un espasmo. Sé que es la rabia y también el recuerdo de
esa noche.
—Llamarás a la policía.
—Sí. —Lamo mis labios resecos y veo una gota suelta caer de su cabello
desordenado y puntiagudo y recorrer el lado izquierdo de su pecho. Exactamente
donde está su corazón—. Les diré que estás involucrado en algo ilegal. Te meterán
en la cárcel y…
—Dime dónde vivimos —murmura, interrumpiéndome.
—¿Qué?
—Dime el nombre de la ciudad en la que vivimos, Blue.
Ambos nos detenemos.
—P-Princetown.
Zach sonríe con frialdad.
—Sí. Los Prince son dueños de esta ciudad. La policía no nos tocará a ninguno
de nosotros. Ni siquiera a mí. Incluso si soy uno malo, sigo siendo un Prince.
Tiene razón.
El nombre de nuestra ciudad es Princetown. El pueblo con el calor del
infierno, con agujeros en el suelo, con líneas, con el lado norte y el lado sur, con Las
Pléyades.
El lugar lleno matones.
El lugar de nacimiento de Zach y yo.
Suspiro y vuelvo a retroceder.
—Bueno, entonces joderé tu moto.
También vuelve a perseguirme.
—Vas a joder mi moto.
—Sí. Cortaré el freno y la arañaré con mi horquilla. De hecho, mis llaves. Creo
173
que será más eficaz. Y, uh, joderé el acelerador o algo así.
Hay un indicio de una contracción en la boca de Zach y me golpea de nuevo el
hecho de que es el chico más guapo que he visto en mi vida.
Como, jamás.
—¿Sabes algo sobre motos?
—No. Pero puedo aprender. YouTube lo tiene todo. Ahí es donde aprendí a
abrir una cerradura.
Esa contracción se convierte en una sonrisa torcida.
—Etapa cinco de pegajosa.
—Llámalo como quieras. No vas a ir allí. Nunca.
—Entonces, ¿cómo sugieres que gane dinero?
Eso me hace tropezar un poco. ¿Acaba de decir dinero?
—¿Qué?
—Dinero, Blue. ¿Cómo sugieres que lo haga si no hago mi trabajo? Nunca.
—¿Este es tu trabajo?
Se encoge de hombros.
—Anoche no lo fue. Pero sí, me pagan por esto. Entonces este es mi trabajo.
Ya sabes, lo que hacen las personas responsables.
Trago saliva al recordar lo que le dije en su primera noche de regreso.
Por alguna razón, nunca se me ocurrió. Siempre lo he visto como un tipo rico
y aburrido al que le entregan todo.
Pero no. Está lejos de eso.
—¿Este era tu trabajo en Nueva York?
—Sí.
—Pero esto es peligroso.
—Soy bueno en eso.
No hay duda de eso. Pero aun así, tengo miedo por él.
—¿Cómo aprendiste a hacer eso?
—Hubo gente que me enseñó. —Cuando frunzo el ceño ante su vaga respuesta,
explica—: Había un tipo en el personal hace unos años. Empecé con su moto. Me
enseñó. A veces me llevaba al agujero. Renunció y se fue a Nueva York. Me puso en
contacto con gente cuando aparecí en su puerta de la nada.
En este momento, Zach me parece tan mundano. Tan experimentado,
atrevido y valiente.
—Tengo miedo por ti —susurro cuando no tengo nada más que decirle.
—No necesitas preocuparte por mí —responde con una mirada en blanco.
Pero estoy preocupada.
174
—¿Eso es todo? —cuestiona secamente.
Llevamos bastante tiempo bailando alrededor del otro y cuando mi espalda
golpea la pared, sé que se acabó. Este baile.
Necesito mencionar el otro, el motivo más importante de mi visita.
Pegando mi espalda contra la pared, estiro mi cuello hacia arriba.
—Y quiero que vengas a mi cabaña. Mañana.
—¿Qué?
—Sí. Tina no estará en casa; trabaja en el turno de noche y voy a cuidar a Art.
Así que estaré libre.
—¿Libre para hacer qué?
Está demasiado cerca y sus ojos son demasiado ardientes. Llameantes. Quiero
apartar la mirada, pero no puedo. No puedo ser una cobarde y dejarlo solo cuando
le hago esta pregunta.
—¿Dónde está tu libro? El que tenías. Sobre las estrellas.
Los tendones de su cuello se mueven con agitación.
—Lo tiré.
—¿Por qué?
—No me gusta leer.
—Bueno, todavía no es motivo para tirar un libro perfectamente bueno.
—Lo es para mí.
Lamo mis labios y sus ojos siguen el gesto.
—Bueno, mañana. En mi cabaña. Vamos a leer.
Frunce el ceño.
—¿Disculpa?
No creo que lo haya visto nunca antes tan letal y enojado. Y lo he visto enojado
muchas veces.
—Sí. Porque, Zach, le prometiste a un niño que le leerías un cuento. Y te juro
por Dios que le vas a leer uno.
Se inclina, con las palmas de las manos en la pared, encerrándome.
—¿Es así?
—Sí. —Inyecto cada pizca de coraje en mi tono—. La dislexia es una
discapacidad de aprendizaje. Es decir, dificulta la lectura. No la imposibilita. Mucha
gente la tiene. Y me doy cuenta de que no es conveniente y nunca podré comprender
completamente las dificultades asociadas a ello, pero maldita sea, Zach. Vas a leer.
Deberías haber estado leyendo todo el tiempo. No puedo creer que tus padres nunca
hicieran el esfuerzo. Es tan antiguo y arcaico que ni siquiera puedo…
—Hicieron el esfuerzo.
—¿Qué?
175
—Tenía tutores. Me enseñaron. O lo intentaron.
Bien. Eso es bueno, ¿verdad? Quiero decir, pensé que nunca recibió ayuda, a
juzgar por su letra.
—¿Y?
—No quería aprender.
—¿Qué? ¿Por qué no?
Estoy tan exasperada y confundida en este momento. ¿Por qué no querría
aprender?
—¿Qué es esto? ¿Veinte preguntas?
Uf.
Estoy muy enojada. ¿Por qué tiene que hacer todo tan difícil? Estoy tratando
de demostrarle que puede hacerlo. Que puede leer y superar cualquier mierda que
su padre le haya arrojado y le haya hecho creer sobre sí mismo.
Pero tiene que oponer resistencia.
—¿Sabes que Art no tiene padres? —digo en cambio—. Sus padres murieron
cuando él tenía dos años. En un accidente automovilístico, como los míos. Quizás
por eso me siento tan conectada con él. Sin mencionar que está siendo acosado en la
escuela. Mi dulce chico no tiene amigos excepto tú y yo. Y su abuela está
envejeciendo. Además de todo, tuvo un accidente. ¿Sabes lo solo que está? ¿Lo
haces? ¿Cómo no puedes hacerlo por él? ¿Cómo puedes vivir contigo mismo, Zach?
Es el pequeño más lindo con cabello rubio y ojos verdes y te adora. ¿Lo vas a
decepcionar?
—¿Terminaste con tu historia lacrimógena?
Lo fulmino con la mirada.
Luego, con un largo suspiro de sufrimiento, pregunta:
—¿A qué hora quieres que esté allí?
—¿Qué?
—No voy a repetirme.
—Siete —suelto con un suspiro de alivio.
—¿Y si alguien me ve entrando en tu cabaña? ¿Qué pasará con tu pequeño
trabajo?
Muerdo mi labio porque, mierda, tiene razón. La gente podría hablar si lo ven
entrando y saliendo de mi cabaña. Quiero decir, una vez estuvo bien. Art estaba con
nosotros, pero si sigue visitándome, la gente hablará. Y los rumores son como
comienzan estas cosas.
—No pensaste en eso, ¿verdad?
Niego con aire de culpabilidad.
Otro suspiro.
—Tienes una puerta trasera que conduce al bosque, ¿no?
176
—Sí.
—Estaré allí.
Eso solo me hace sonreír. Eso hace sonreír a todo mi cuerpo. Él cuidándome
así.
Se mueve para alejarse.
—Ahora, piérdete.
—Espera. Una cosa más.
—¿Qué?
Hay tensión en su cuerpo. Sus hombros parecen tensos y su estómago parece
una dura losa de roca. Una roca con músculos y todo.
Lo he molestado. Lo he agitado.
Pero ahora quiero suavizar sus asperezas.
Bajo su mirada ardiente, dejo caer las toallas que había estado agarrando
sobre la cama a mi lado y me acerco a él para poder tocarlo.
Con mi pecho.
Mis pechos se presionan contra sus costillas y un suspiro de alivio me recorre.
A pesar de que la parte delantera de mi uniforme está un poco húmeda por
sujetar las toallas, la humedad de su pecho todavía se filtra en la tela, endureciendo
mis pezones. Son restos de su ducha y el calor de esta ciudad. Calor por estar juntos.
Sus pectorales se mueven con una respiración larga y respiro con él.
Mis manos encuentran agarre en los duros globos de sus hombros.
—No me diste lo que quería anoche.
Miro su rostro tenso; se ha oscurecido con lujuria y sus pómulos sobresalen.
—Te corriste. Como un jodido huracán mientras tu coño tenía espasmos en
mi boca, tratando de atrapar mi lengua. ¿No querías eso?
Me sonrojo y mis labios se abren con una respiración entrecortada. Arrastro
mis pechos a lo largo de su cuerpo mientras me pongo de puntillas, mis ojos se
cierran rápidamente por la fricción.
—Quería que me besaras —replico contra sus labios.
Perfectos y gruesos, divididos en el medio con un arco de Cupido. Son míos.
Los voy a tomar hoy.
—Y lo hice.
Lo miro a los ojos, nadando con lujuria.
—En mi boca.
—No beso en la boca.
—¿Por qué no?
—Déjame expresarlo de otro modo: no te beso en la boca. 177
Hace una semana, esto me habría ofendido. Hubiera respondido con palabras
cortantes y tal vez incluso con una broma.
Pero ahora, todo lo que puedo ver es que Zach saca su lengua y recorre su labio
inferior, mientras mira el mío. Como si se estuviera imaginando besarme, pero por
alguna razón, no lo hará.
Entonces mi represalia será un poco diferente.
A saber, esto:
Me pongo de puntillas, mis pezones deslizándose por su pecho, y me acerco a
sus labios.
—Mala suerte, Zach. Porque ahora mismo, quiero besarte en la boca.
Y entonces lo hago.
Lo beso.
Frunzo los labios y empiezo con uno seco. Un golpe en medio de la boca. El
segundo en una esquina y el tercero en la otra.
Lentamente, mis manos se arrastran hasta su cabello mojado y agarro los
mechones mientras sigo besándolo, dándole pequeños besos.
Justo cuando reúno el coraje suficiente para saborear su piel con mi lengua,
sus manos agarran el uniforme en mi cintura. Me atrae hacia él, pegando nuestros
torsos, y fuerza mi boca a abrirse con la suya.
No es como yo. No es tímido. No comienza con besos breves.
No. Simplemente invade mi boca con su lengua como si fuera su derecho
otorgado por Dios. Como si mi boca estuviera hecha para él. Para que su lengua
invada, abuse y haga el amor. Y mi labio inferior fue hecho para que lo chupe.
Pero un segundo después, tira de mi trenza y separa nuestras bocas. Y todo lo
que puedo hacer es aferrar su cuello, frotarme contra él para que vuelva a mí.
—La jodiste, Blue —gruñe sobre mi boca.
—¿Qué? —cuestiono con un jadeo.
—Ahora, estás jodida, nena. —Observa mi rostro. Parece que lo está
memorizando. Me está memorizando.
—¿Por qué?
Sus ojos, negros, amenazantes y tan hermosos, se acercan a los míos.
—¿Tienes alguna idea de cuánto tiempo, cuánto jodido tiempo hace que he
querido besar esa boca?
Niego.
—Mil años. —Estudia mis labios separados, pintados de azul—. O al menos, se
siente así. Quería besarlos desde que te pusiste lápiz labial en octavo grado.
Oh, lo recuerdo.
También tengo mis reflejos. Pequeños mechones de azul marino en mi cabello
oscuro con un lápiz labial azul oscuro brillante. 178
—Sabía que en el momento en que probara tus labios, me convertiría en un
fanático de ellos. Y ahora lo has jodido —gruñe, acelerando los latidos de mi
corazón—. Porque eres mía ahora, Blue. Mía. Y no tienes ni idea de lo que te voy a
hacer.
Sus palabras son una dosis de electricidad. Un trago de vodka. Y tal vez incluso
una dosis de cocaína. Todo en mi cuerpo zumba, vibra y se aprieta.
Incluso mi alma.
—También he querido besarte —admito—. Tal vez por tanto tiempo como tú.
Temblando, agarra mi culo y me arrastra por su cuerpo. Envuelvo mis muslos
alrededor de su cintura mientras casi cae en la cama conmigo en sus brazos.
De repente, estoy inundada de él. Su cuerpo cálido y duro sobre mí, su olor en
las sábanas, aunque acabo de poner unas nuevas, y su boca sobre la mía.
Me está besando una y otra vez.
En realidad, es todo un beso largo donde chupa mi boca como un todo antes
de forzarla a abrirse con su lengua. La pasa sobre mis dientes, la enreda con mi
lengua y se da un festín con mi sabor.
Es exactamente como me olió esa noche.
Se estaba comiendo mi olor y ahora está devorando mi boca. Está devorando
nuestro primer beso.
Algo se afloja en mi pecho al pensarlo.
Este es nuestro primer beso.
Lo conozco desde hace nueve años y esta es la primera vez que conozco su
boca. Es una tragedia. Es una farsa. Es indignante.
Deberíamos habernos besado desde el primer momento en que nos
conocimos. Deberíamos habernos besado durante años, eras, eones.
Fuimos hechos para besarnos, él y yo.
Sus manos recorren todo mi cuerpo, subiendo la tela de mi uniforme cada vez
más, hasta que mis muslos están desnudos y abiertos y puede amasar la carne.
Mis propias manos no pueden dejar de tocarlo, sentir sus hombros, su
espalda, agarrar su culo. Los tacones romos de mis botas rozan su vaquero, se
deslizan a lo largo de la cama mientras le devuelvo el beso.
Hago lo que me dice con su boca que haga. Me abro. Lo dejo entrar. Lo dejo
jugar con mi lengua. Dejo que me pruebe.
Y en todo eso, lo estoy saboreando. Su sabor a tarta de arándanos mezclado
con algo que es único e irrevocablemente suyo. Estoy deslizando y chupando y
tirando de su boca. Y estoy gimiendo.
Estoy gimiendo tan, tan fuerte. Puedo sentir las vibraciones subiendo y
bajando por mis miembros. Puedo sentir mis gemidos mojando mi canal. También
puedo sentir su polla porque está dura y se frota contra mi núcleo. 179
Estamos retorciéndonos en la cama, frotándonos el uno contra el otro,
haciendo ruidos en la boca del otro.
Siento que podría correrme así. Podría estallar como fuegos artificiales,
incluso mejor que anoche.
Pero Zach vuelve a cambiar mi mundo.
Envuelve sus brazos alrededor de mi cintura y me levanta. Nuestros dientes
castañetean cuando cambiamos de posición y nuestro beso se rompe.
Estoy jadeando en su boca mientras extiende sus muslos y mueve mi cuerpo,
haciéndome montar a horcajadas sobre él.
Mi uniforme está agrupado alrededor de mi cintura, dejando al descubierto
mi ropa interior azul. Hay una mancha oscura allí que me hace ondular contra su
erección.
Su erección que asoma por la bragueta abierta de su vaquero.
No puedo apartar la mirada de ella, de su amplia cabeza, el color púrpura. El
color enojado de su polla. Rodeada de rizos oscuros y misteriosos. Quiero tocarlos,
tocar la cabeza de su polla que tiene una gota de pre-semen rezumando.
—Muéstrame tus tetas.
Sus palabras roncas me obligan a apartar la mirada de su erección y mirarlo a
él.
También respira con dificultad. Supongo que estaba haciendo su propia
observación. Mientras me comía con los ojos su polla, él estaba mirando mi pecho.
Un botón ha sido desabrochado, estirando la tela gris obscenamente sobre él.
Tragando, pregunto:
—¿Qué me vas a hacer ahora que soy tuya?
Tal vez debería haberle preguntado esto antes de entrar en su habitación y
besarlo tan descaradamente. Sí, eso habría sido lo más inteligente.
Pero ese barco ha zarpado.
Zach sube mi vestido un poco más, hasta que mi culo está al descubierto, antes
de agarrar las nalgas con sus manos y masajearlas. Las separa antes de juntarlas y
cada vez que hace eso, mi clítoris se frota contra su polla.
—¿Tienes miedo? —pregunta con voz ronca.
—No. Tal vez un poco.
Se inclina y coloca un suave beso en mis labios, haciendo que mi corazón se
derrita.
—Te voy a consumir.
—¿Qué?
Asiente, su nariz frotando la mía de arriba abajo.
—Sí. ¿Por qué no debería? Odio este lugar. Odio cada segundo de cada día que
estoy aquí. Merezco esto. Merezco algo bueno, ¿no?
180
Ahueco su mandíbula y digo con todo dentro de mí:
—Lo haces.
—He decidido que eres tú. Eres lo que me merezco.
—¿Yo?
—Ajá. —Me besa de nuevo, suavemente, en contraste con todas las cosas duras
y posesivas que está diciendo—. Así que voy a consumirte mientras esté aquí. Te voy
a besar, morderte, chuparte las tetas, jugar con tu coño. Tanto como quiera. Cuando
quiera. Eres mi premio, Blue. Eres mi premio por todo el jodido sufrimiento.
Premio.
Soy su premio.
La ráfaga de sus palabras se siente más dulce que el orgasmo de anoche.
Mucho más dulce.
Nunca he sido un premio para nadie. Nadie me ha querido nunca como
recompensa, como trofeo por todo el sufrimiento, por toda la miseria.
Sí, seré su premio.
Me froto contra él y desnudo mi cuello para que pueda besarme allí. Lo hace.
—¿Qué debo hacer? Como tu premio —susurro.
Exhala un suspiro en mi clavícula. Con alivio.
Se hunde en mi piel, su respiración, haciéndome gemir.
—Muéstrame tus hermosas y jodidas tetas cuando te lo pido.
Trago saliva y trabajo en mis botones, la lujuria eriza cada centímetro de mi
piel. Mis dedos tiemblan, pero Zach me ayuda. Los cubre con la mano antes de
desabrochar los botones por mí.
Gime lujuriosamente cuando mis pechos aparecen a la vista, cubiertos por un
simple sujetador de algodón azul.
—Jesús. Creo que esta vez me mataste.
Me río.
—Entonces, ¿cómo sigues hablando?
Zach está inclinado sobre mí, sus abdominales se flexionan y se marcan, como
en adoración, frotando su boca abierta, su nariz, todo su rostro contra mi escote.
Haciéndome sentir… hermosa y bonita y no demasiado grande y pesada.
Soy su premio.
—Dios —gime de nuevo mientras me baja el sujetador y me chupa el pezón.
Me sacudo en su regazo y lo aprieto contra mí. Si esto es lo que le quita el
sufrimiento, entonces le mostraré mis tetas cada vez que pueda.
—Te bajarás el uniforme cada vez que te lo pida, ¿no es así?
Me balanceo contra él de nuevo porque leyó mi mente. 181
—Sí.
Gimiendo, da una succión larga y fuerte antes de soltar mi pecho.
—Joder, sí, lo harás. Desnudarás tus tetas para mí. Todos los días. Varias veces
al día. Cada vez que esté desesperado. Vendrás a mi habitación y harás mi cama. Y
luego, te arrojaré, te arrancaré la ropa, sacaré tus tetas y las chuparé. Te retorcerás
por mí, ¿no?
Asiento, casi lloriqueando.
—Lo harás. Seguiré chupando y chupando y harás un desastre en la cama.
Mojarás mis sábanas. Dejarás un lugar húmedo, ¿no?
—Sí. Por ti.
Cualquier cosa por él.
Las manos de Zach se han vuelto ásperas en mi culo, desesperadas y
reverentes. Me estoy frotando activamente contra él ahora. No puedo evitarlo. Me
balanceo contra su polla. Su pre-semen se está deslizando hacia abajo, mezclándose
con mi propia humedad.
Ambos estamos haciendo un desastre del otro.
—Sí, lo harás. —No puede dejar de besarme y no puedo dejar de devolverle el
beso—. A veces, te pondré de rodillas, Blue. Te alzaré el culo en el aire y levantaré tu
falda. Te comeré por detrás y tus tetas colgarán como frutas prohibidas.
—Zach...
Mis ojos se cierran con fuerza ante todas las cosas que me está diciendo. Todo
lo gráfico, erótico, sucio.
—Sí, eso será difícil. No sabré dónde ir primero. A tu dulce coño o tus traviesas
tetas. Entonces te castigaré. Por tentarme así. Por hacerme elegir.
—¿C-cómo?
Muerde mi labio inferior.
—Jugaré con tu culo. Eso te gustó, ¿no?
Asiento bruscamente, apenas recuperando el aliento. Mi cuerpo está tan lleno
de lujuria y sus palabras que no hay espacio para el aire.
—La próxima vez, meteré mi dedo en él. Lo lubricaré muy bien con el jugo de
tu coño. Y cuando te esté besando, metiendo mi lengua en tu garganta, follaré con
mi dedo tu culo, Blue. Lo follaré hasta que te corras por toda mi cama. Por todas mis
sábanas.
Nuestros movimientos son frenéticos. Casi estoy saltando sobre él, haciendo
que mis tetas reboten. Los ojos de Zach van de mis labios a mis ojos y luego a mis
pechos.
Nada, nada en absoluto, me ha hecho sentir tan deseable.
—Pero entonces… t-tendré que cambiarte las sábanas.
Riendo, se mueve hacia mi cuello para lamer una gota de sudor. 182
—Lo harás. Tengo fe en ti. Tan pronto como termine contigo, te levantarás y
harás mi cama de nuevo. Enderezarás tu vestido, volverás a trenzar tu cabello y
saldrás de aquí y nadie sabrá nada, ¿verdad?
Estoy tan cerca. Tan jodidamente cerca y no deja de hablar y no sé qué hacer
más que seguir moviéndome contra él y decir que sí.
—Sí, lo harás. Es una pena, ¿no?
—¿Por qué?
—Es una pena que nadie sepa lo buena sirvienta que eres. Qué dedicación al
trabajo. Cómo me sirves. Cómo me quitas el sufrimiento. Mi dolor. Nadie lo sabrá.
—Está bien.
—No, te daré una buena recomendación, nena. —Zach agarra mi culo con
fuerza y empuja contra mí y me corro.
Con sus palabras retumbando en mis oídos y su polla presionándose contra
mi clítoris, estoy temblando en su regazo. Temblando como una hoja en el viento. O
tal vez como el suelo durante un terremoto.
Y luego, es el turno de Zach.
Se corre con un gemido, su frente presionando contra la mía, su respiración
cubriéndome en una película sudorosa y brumosa.
Está temblando contra mí y noto que las gotas de su semen se derraman en su
estómago, su vaquero, en mi ropa interior. Es la cosa más sexy que he visto en mi
vida.
Aún jadeando y sudoroso, me deja en la cama, medio vestido e indecente.
Desde este ángulo, el sol apunta a mí, pero Zach lo bloquea con su gran cuerpo.
Envuelve su mano alrededor de mi cuello y gruñe:
—¿Quién eres?
Aunque me queda muy poca energía, todavía arqueo la espalda. Como si su
voz fuera una llamada de mi maestro.
—Tu premio.
Sus dedos se flexionan alrededor de mi garganta con posesión y se inclina para
dar un fuerte beso en mis labios.
—Mientras esté aquí.
Hubiera sonreído, porque de verdad, estoy feliz y me siento adorada.
Solo hay una cosa que ignoré por completo antes.
Soy su premio, su posesión más adorada, pero solo por ahora.
Solo mientras esté aquí.

183
El Príncipe Oscuro

M
ía.
Mi premio.
Ella es mi premio.
Ella. Es. Mi premio.

184
S
oy su premio.
Soy el premio de alguien. El suyo.
No he dejado de sonreír desde que dijo eso ayer, después de
que me hiciera correrme de manera espectacular. Y luego, me arregló
el vestido y me lavé en su baño, me arreglé el cabello y alisé las arrugas de mi vestido
antes de salir de su habitación.
Exactamente como me dijo que haría.
Estará aquí en cualquier momento. Estoy mirando la puerta trasera al final
del pasillo como si fuera a abrirse de golpe y él fuera a aparecer alto y guapo.
Debería asustarme que ni siquiera pensara en eso, en que alguien lo viera
entrar y salir. Debería haberlo hecho.
A pesar de mi incumplimiento de las reglas, este trabajo es importante para
mí. Esto es lo único que tengo para recuperar mi casa. El lugar está lleno de los
recuerdos de mis padres. Puedo imaginarlos en la sala de estar, en la isla en la cocina,
en las escaleras, en el patio trasero.
En esa casa están vivos y no soy huérfana.
Así que sí, debería haber pensado en todos los detalles antes de invitarlo.
¿Pero es una locura que me parezca dulce que haya pensado en ellos? ¿Que quisiera
protegerme?
A las siete en punto suena el golpe.
Está aquí.
Puedo decirlo por su golpe. Es fuerte y breve. Más como un toque. Corro hacia
la puerta y la abro.
El rostro de Zach está inclinado pero levanta los ojos para mirarme. Le doy
una sonrisa cegadora.
—Viniste.
Se toma unos segundos para mirarme y los dedos de mis pies se curvan, sus
ojos se mueven hacia arriba y hacia abajo. Me vestí un poco para él. Nada loco. Solo
185
una camiseta ajustada que muestra mis pechos y mis diminutos shorts.
—Bueno, me amenazaste con llamar a la policía —dice arrastrando las
palabras, llevando sus ojos de nuevo a los míos—. Y joder mi moto. Y nadie toca mi
moto. Así que aquí estoy.
Me río.
—¿De verdad? ¿Por la moto? ¿No crees que lo amas demasiado?
Ha tenido su moto casi desde que lo conozco. Muchas veces, imaginé hacerle
algo drástico solo para joder con él. Algunas veces incluso me acerqué.
—Creo que la amo lo suficiente.
Menos mal que me estaba agarrando del marco de la puerta o me habría caído.
Juro que su amor fue a mis rodillas, debilitándolas. Eso y la forma en que me ha
estado mirando desde que llegó.
Como si no pudiera tener suficiente de mí.
—¿Nos quedaremos aquí todo el día o me invitarás a pasar? —inquiere cuando
no digo nada.
Niego y me hago a un lado.
—Sí. Pasa.
Sus botas hacen clic cuando cruzan el umbral y algo en eso me hace sonrojar.
También me pone inquieta y habladora.
—Así que eres uno de esos tipos.
Zach se da la vuelta para mirarme mientras cierro la puerta.
—¿Qué tipos?
—De esos que llaman a su medio de transporte ella. —Camino a la cocina
donde he colocado todos los libros y las cosas que vamos a usar esta noche mientras
sigo balbuceando—: Es un poco loco, creo. Es solo una moto. Quiero decir, tengo un
auto. Amo ese auto aunque ahora mismo le tengo un poco de miedo. Pero no lo llamo
él. Solo lo llamo eso, ya sabes. Ah, ¿y los tipos que nombran sus autos? Uf. ¿Cuán
patético tienes que ser para hacer eso? ¿Verdad? Es como…
—Tengo un nombre para mi moto.
Mis ojos casi se salen y aprieto los labios, haciendo una mueca.
¿Por qué sigo diciendo las cosas equivocadas a su alrededor?
Me doy la vuelta y lo encuentro casi detrás de mí.
—¿En serio?
—Sí.
—¿Cuál?
Da un paso hacia mí y me presiono contra el borde de la isla.
—Blue.
—¿Qué?
186
—La llamo Blue.
Zach me está acorralando ahora. Su cuerpo grande y alto se dobla sobre el
mío. Siento sus muslos presionados contra los míos ligeramente abiertos y oigo mi
propio pulso en mis oídos. Corriendo, corriendo y rugiendo.
—¿Llamas Blue a tu moto?
—Ajá.
—Pero es negra.
—¿Y?
—Yo… —Frunzo el ceño y, por alguna razón, lo encuentra divertido. Encuentra
una razón para inclinarse y besar suavemente mi cabello azul.
Mis ojos se cierran con un suspiro.
—Sin palabras, finalmente —susurra contra mi cabello—. Y todo lo que hizo
falta fue un simple hecho.
Entrecerrando los ojos, pongo una mano en su estómago, el estómago que
estaba montando ayer, y le doy un empujón.
Se inclina hacia atrás y digo:
—Muy gracioso. ¿Por qué llamas a tu moto por un nombre con el que me
llamas a mí? Y ya que estamos en el tema, hablemos de por qué me llamas Blue.
Zach lanza una mirada a mi cabello y se encoge de hombros.
—Sí, eso es un misterio.
—No tuve el cabello azul hasta el octavo grado. Me has estado llamando azul
desde el primer día.
—¿Tu punto?
—¿Por qué nunca me llamas Cleo? —Estallo con una pregunta que ni siquiera
sabía que tenía.
La he tenido siempre dentro de mí.
De repente, tengo este gran, gran impulso de que diga mi nombre. No es que
no me guste el nombre que me puso. Me encanta. Siempre me ha encantado, incluso
cuando nunca lo he aceptado.
Pero quiero escuchar cómo suena mi nombre en su lengua.
Quiero saber qué pasa por su mente cuando me llama por su nombre especial.
¿Por qué le puso mi nombre a su moto?
Quiero saber todo sobre él. Cada pequeña cosa.
—Pero ese tampoco es tu nombre.
—¿Qué?
Zach se inclina y susurra en mis labios:
—Cleopatra. Ese es tu nombre, ¿verdad? 187
Trago saliva contra la avalancha de emociones. Siento el salvaje aleteo de las
mariposas en mi estómago y presiono mi vientre contra él para que también lo
sienta. Hacer que sienta todas estas emociones locas e intensas dentro de mí.
—Pero casi nadie me llama así.
Esboza una sonrisa torcida mientras toca mi mejilla con su pulgar.
—¿Sabes que Cleopatra era una reina egipcia?
Asiento.
—Sí. Mi madre solía decirme que era la mujer más hermosa de su época.
—La gente está loca, ¿no?
Agarro su camiseta oscura en su cintura.
—¿Por qué?
—No saben de qué están hablando. Una mirada y le habrían quitado la corona
y la habrían dejado a tus pies.
El estremecimiento que me recorre es el más grande hasta ahora.
Me llamó hermosa.
Hermosa.
Parpadeo hacia él.
—Estás siendo amable conmigo.
Sonríe levemente y reconoce mi declaración con un gruñido.
Le doy un beso en la mandíbula.
—Entonces, ¿esto es todo?
Inclina su barbilla hacia los libros esparcidos por la isla y asiento.
—Sí. Art a veces deja sus libros de cuentos aquí, pero se los pedí prestados a
Doris. Así que tenemos mucho material de lectura.
Su asentimiento es breve, apenas existente.
Puedo sentir su desgano. Cuánto no quiere estar aquí. No quiere leer. No
quiere hacer esto.
Apuesto a que tiene que ver con su padre y su acoso.
El hombre que debería haber nutrido a Zach es el que lo hizo desconfiar de
algo tan básico como la lectura.
¿Cuán jodido es eso?
—Toma asiento —susurro.
Lo hace, aunque rígidamente.
Me siento en la silla junto a la suya y acerco los libros.
—Entonces, eh, pensé que deberíamos comenzar con la historia favorita de
Art. Y quiero que la leas para que podamos ver cuán avanzado estás.
Puedo escucharlo rechinar los dientes, pero no dice una palabra. 188
Abriendo el libro, lo empujo a su lado. Durante unos segundos, no hace
ningún movimiento para alcanzarlo. Y mis ojos se llenan de lágrimas mientras lo veo
sentado aquí, luciendo enojado y perdido.
Lo he visto crecer, ¿sabes? Puedo imaginarlo muy fácilmente de niño,
haciendo lo mismo en las clases, en su habitación, con sus tutores.
Quizás incluso frente a su papá.
Quizás fue una mala idea. No quiero provocarle malos recuerdos. Solo quiero
que se sienta bien consigo mismo.
Estoy a punto de cancelar esto cuando agarra el borde del libro como si fuera
un objeto explosivo.
Luego, comienza a leer.

Hemos estado trabajando en su lectura durante una hora.


Le pedí que leyera algunas páginas para poder medir el nivel de daño que le
había hecho su padre.
Resulta que es mucho.
Porque Zach no es malo. No es malo en absoluto.
Sí, es lento y se detiene. No puede pronunciar algunas de las palabras más
importantes. No de inmediato. Le toma tiempo leerlas, calcularlas. Tuve que
ayudarlo algunas veces, poner mi dedo debajo de la palabra y enunciar las letras.
Pero no es algo tan terrible que deba impedirle leer.
Eso es lo que pasa con el acoso, ¿no?
No se limita a un solo momento. No. El acoso tiene consecuencias. Crea ondas
que se extienden durante años. A veces durante toda una vida.
Te llaman gordo y dejas de comer. Vigilas lo que comes hasta que mueres.
Te llaman nerd y dejas de leer en público. Todavía miras por encima del
hombro cuando lees en un banco del parque.
Te destruye, una parte vital de ti. Jode con tu mente, con tu corazón, incluso
con tu alma. Cambia tus creencias, tu estilo de vida. Te pone ansioso. Causa pánico.
No te deja dormir.
Pero, de nuevo, los acosados son poderosos, ¿no es así?
Somos resistentes. Somos fuertes. Somos una puta fuerza.
Zach es una puta fuerza, puede hacer lo que quiera. Y yo podría estrangular a
su padre por haberlo hecho sentir menos. Podría estrangularme por no ver esto
antes.
Hay un ceño fruncido en su frente y mientras lo miro, su mano derecha con el
tatuaje moviéndose a través de la página, suelto: 189
—¿Cuándo te hiciste este tatuaje?
Deja de leer y levanta los ojos.
De verdad, de verdad ha sido bueno desde que comenzamos esto. Ni una sola
vez hizo un comentario casual o usó sarcasmo. Le di un libro y le dije que lo leyera y
lo hizo.
—El primer año que me fui.
—¿Qué significa?
Un movimiento de labios.
—Puedo cruzar la línea.
Pongo los ojos en blanco.
—Sí. ¿Pero qué línea, exactamente?
—La línea entre lo normal y yo.
Siento una grieta. Justo en el medio de donde está mi corazón palpitante.
—Lo has hecho, Zach —digo con fiereza—. De hecho, ni siquiera había una
línea. No hay nada que te separe de nadie. Ni una sola cosa. ¿Creo que todas esas
lecciones que tuviste? ¿Esos tutores? Fueron jodidamente increíbles. Eres
jodidamente increíble. No soy una experta, por supuesto. Mi mamá solía ser tutora
de algunos niños, pero creo que si practicas lo suficiente y podemos obtener ayuda
de un profesional, serás excelente. Podrías ir a la universidad. ¿Puedes creerlo?
Podrías ser como un abogado o un médico o no sé, un ingeniero. Puedes hacer lo que
quieras. Podrías…
Se levanta de su asiento, cortando mis palabras.
No sé cuándo sucedió, pero en algún momento durante todo mi discurso,
adquirió un aura oscura. Su mandíbula se endureció y sus ojos resplandecen
mientras se clavan en mí.
A pesar de que hemos tonteado solo dos veces, todavía sé lo que significa.
Significa que está excitado. Mucho.
—Zach…
Inclinándose, se traga mis palabras con su boca.
Su beso es feroz, incluso más que ayer en su cama. Sus dientes están raspando
y su lengua lamiendo brutalmente mi boca.
Finalmente, se aparta de mí. Se limpia el lápiz labial azul marino de los labios
y masculla la pregunta:
—¿Quién eres?
Casi me quedo flácida por la agresión erótica en sus rasgos.
—T-tu premio. 190
Una sonrisa posesiva y torcida.
—Creo que necesitas retocar tu lápiz labial. Me lo comí todo.
Mis muslos se tensan mientras lamo mis labios.
—¿Lo hiciste?
—Ajá. —Enderezándome, me levanta—. No podemos permitir eso, ¿verdad?
Impotente, me rindo a él.
—No.
Se aleja de mí y tengo que esforzarme por seguir en pie.
—Lidera el camino.
Tropezando y completamente confundida, camino al baño con él
siguiéndome. Tan pronto como entramos en el espacio diminuto, cierra la puerta. Mi
corazón comienza a latir en mi pecho.
—¿Qué…?
—Lápiz labial —ordena.
Lo miro en el espejo; sus ojos recorren mi cuerpo. Mis pechos se ven tan
grandes e hinchados en esta camiseta ajustada y mis shorts apenas cubren mi culo,
deteniéndose muy cerca de mi núcleo ardiente.
Con manos temblorosas, abro el cajón y saco mi lápiz labial. Lo miro de nuevo
en el espejo, como para preguntarle qué sigue.
—Póntelo —dice con voz ronca.
Lo veo retroceder un par de pasos antes de sentarse en el asiento del inodoro
cerrado, como si se estuviera preparando para el espectáculo. Clavo los dedos de los
pies en la alfombra peluda y aprieto los muslos.
Luego, abro la tapa de la barra de labios; es un roll-on y avanzo un centímetro
para acercarme al espejo antes de ponérmelo.
Estoy evitando activamente mirarlo en el espejo. No puedo. Esto es
demasiado… íntimo. De alguna manera, algo súper pecaminoso.
Hago esto todos los días, me inclino hacia adelante y me pinto los labios, pero
esto ha adquirido un significado completamente nuevo.
Ahora, estoy pensando en mi culo alzado y cómo mis muslos están juntos, y
mis pantorrillas están rectas y tensas. Estoy pensando en el arco de mi espalda y en
el mohín de mi boca mientras muevo el roll-on.
Estoy pensando en lo que está pensando, sentado allí, mirándome en el
espejo.
No tengo que esperar mucho para averiguarlo.
Justo cuando estoy terminando, atenta a las manchas, lo escucho. Escucho su
cremallera abriéndose y mi lápiz labial casi traquetea en el lavabo. Agarro el borde
del mostrador; mi respiración es demasiado pesada, demasiado rápida.
—Ahora, ven aquí —ordena. 191
Lo miro en el espejo. Está despatarrado en el asiento del inodoro, con los
muslos bien abiertos. El espacio es tan pequeño y él tan grande que un muslo toca la
bañera de cerámica y el otro, la pared de azulejos blancos. Su vaquero está abierto,
colgando flácidamente alrededor de su cintura musculosa, mientras que su camiseta
está levantada, dejando al descubierto la parte inferior de su estómago y esa V.
Y se acaricia la polla, con los ojos en mí.
—¿Por qué? —pregunto.
No es que tenga la fuerza para rechazarlo. Iré a donde me diga que vaya, pero
quiero escucharlo de sus labios.
Quiero escucharlo hablar sucio conmigo. Contarme todo sobre las cosas que
quiere que haga para aliviar su sufrimiento.
Hay una luz de complicidad en los ojos de Zach, como si fuera consciente de
mi juego.
—Porque he estado sentado ahí afuera, cumpliendo tus deseos, leyendo una
historia para niños durante Dios sabe cuántas horas. Estoy cansado, cachondo y
jodidamente enojado. —Le hace un gesto a su polla, que todavía está acariciando,
subiendo y bajando—. ¿Lo ves? Te necesita. Necesita que envuelvas tus labios
pintados de azul a su alrededor y lo chupes como una maldita piruleta.
Doblo las rodillas mientras presiono las piernas juntas. Está creando un
alboroto en mi cuerpo con sus palabras.
—Pero y si yo… —Me lamo ligeramente los labios pintados de azul—. ¿Lo
mancho con mi lápiz labial?
Sus dedos se aprietan alrededor de su polla, pellizcando la parte superior.
—Cuento con ello.
Me muerdo el labio, imaginándome su longitud cubierta de lápiz labial azul.
De repente, no puedo esperar para pintarlo. No puedo esperar a colorear su polla con
mis labios.
Me doy la vuelta y camino hacia él aturdida. Cuando lo alcanzo, me arrodillo
entre sus muslos abiertos.
Lo primero que me golpea en el estómago es su olor. Su almizcle es más fuerte
que su olor a tarta de arándanos y me lamo los labios de nuevo mientras veo su mano
subir y bajar sobre su longitud.
—¿Te gustan las piruletas, Blue?
—Sí.
Sigo mirando su polla. Es como una vara, dura y pesada, redondeada en la
parte superior. Grande, como todo lo demás sobre él. Lo suficientemente grueso para
saber que podría haber algo de incomodidad cuando lo ponga en mi boca. Tendré
que vigilar mis dientes, asegurarme de no cortarlo. Va a chocar contra ellos, incluso
contra el paladar.
Como ayer, el líquido pre-seminal se está filtrando, haciéndolo pegajoso,
haciendo que su mano también esté pegajosa. Y tengo muchas ganas de saborear esa 192
pegajosidad.
Tan mal que decido que haré cualquier cosa, cualquier cosa para chupárselo.
—¿Cuál es tu sabor favorito? —inquiere.
Miro su rostro finalmente. Está respirando con dificultad, por la boca, con
ojos vidriosos, drogados, y sé que está muriendo por esto tanto como yo.
Ambos nos estamos muriendo y mis labios en su polla es la única forma de
mantenernos con vida.
—Tú. Eres mi sabor favorito —susurro, y gime, echando la cabeza hacia atrás,
golpeándola contra la pared.
Extiendo mis manos sobre sus muslos y, abriendo mi boca, beso la coronilla
de su eje.
Y así, su mano cae y se convierte en un puño, golpeando su rodilla.
—Mierda.
Ese primer beso es todo lo que se necesita.
Para que me vuelva adicta. Adicta a él y a su sabor. Para que mis senos se
pongan pesados y mis pezones se endurezcan.
Entonces abro la boca y lo chupo.
Y de nuevo, esa primera succión es todo lo que necesito para estar tan en
sintonía con él que cada pequeño tirón en su respiración mientras muevo mi lengua,
descubriendo la redondez, la esponjosidad de su cabeza, resuena en mi núcleo.
—Joder, Blue —gime y entierra sus dedos en mi cabello.
Esos dedos pegajosos, pegajosos y cubiertos con su lujuria.
No sé por qué eso me excita tanto que siento mis propios jugos saliendo de
mí, filtrándose en mi ropa interior. Pero lo hace.
Muevo una mano de su muslo y agarro la base de su polla, frotando mi pulgar
sobre la vena que corre por debajo. Decido ir por ella más tarde, cuando termine de
untar mi lápiz labial y devorarlo como me devoró contra esa camioneta.
Por ahora, voy a frotar mis labios por todo ese tronco de carne y pintarlo de
azul.
Subo y bajo, mis pechos rebotan, mis rodillas frotándose contra el suelo de
baldosas del baño mientras unto mi lápiz labial sobre la piel más íntima de él. Golpeo
con mi lengua el agujero de donde sale su semen.
Jadeando, pregunto:
—¿Cómo se ve?
Ante mi pregunta, abre los ojos y flexiona los abdominales. Mira su polla, está
manchada de azul, y luego a mí.
—Jodidamente perfecto.
Sonriendo, lamo esa vena en la que estaba pensando y sus caderas se mueven.
193
Dios, su polla es un milagro, lo juro.
Gruesa, larga y resistente, y necesito volver a eso. Así que lo hago.
Agarrando la base, chupo la corona de nuevo mientras hago girar mi lengua.
Cuanto más lo chupo, más espasmos hay en mi coño, más duros se ponen mis
pezones. Mis pechos se han convertido en una fuente de tormento. Son pesados, y
cuando me arrodillo en el suelo duro, casi a cuatro patas, tiran, cuelgan y se sacuden
cada vez que lo miro más profundo.
Tengo aproximadamente la mitad de su longitud dentro de mí ahora y tengo
la misión de tragarlo todo.
Por las pequeñas sacudidas de sus caderas y su puño en mi cabello y sus
constantes cánticos de joder, a Zach le encantaría.
Sin embargo, justo cuando estoy a punto de intentarlo, me aparta. Tira de mi
cabello e inclina mi cuello hacia arriba y me mira al rostro.
—Has hecho un desastre, Blue —dice con brusquedad, mientras su mirada se
mueve sobre mis labios y su pulgar golpea ligeramente las esquinas de los mismos.
—Tú lo pediste —susurro.
—Lo hice.
—Pero aún no he terminado.
—¿No?
—Creo que pasé por alto algunos lugares. Necesito ser minuciosa. —Exhalo—
. Además, todavía tengo hambre. Todavía necesito chupar y chupar y chupar hasta
encontrar lo que estoy buscando.
Levanto la mano y aparto algunos mechones de cabello de su frente llena de
sudor.
Casi se inclina hacia mi suave toque y mi corazón se aprieta. Pero un segundo
después, regresa con su tono duro y mezquino.
—¿Y qué es eso?
Beso suavemente su mandíbula y susurro:
—El centro cremoso de tu piruleta.
Me sonrojo al decir algo tan sucio y gruñe.
Sin dejar de gruñir, me da un beso fuerte, el más duro de todos, en la boca.
—Dormitorio.
Un escalofrío oscuro me recorre ante su tono.
—Ahora —ordena cuando simplemente sigo mirándolo y no me muevo lo
suficientemente rápido para su gusto.
Me pongo de pie con piernas temblorosas y Zach me besa de nuevo. Todavía
besándonos, nos dirigimos a mi habitación. 194
De alguna manera, aterrizamos en mi cama.
Zach va por mi pantalón corto, abriendo los botones y bajándolo por mis
piernas, junto con mi ropa interior. Es tan frenético y desesperado que ni siquiera
pienso en preguntarle sobre sus intenciones. Los pateo y me pone sobre él.
Está acostado en la cama mientras me hace girar hasta que mi boca está en su
polla y la suya está en mi centro desnudo y empapado.
Finalmente, las palabras se me escapan.
—¿Qué estás haciendo?
—Necesito tu coño en mi rostro a mientras me estás chupando —murmura.
Sus palabras por sí solas me causan un mini orgasmo y caigo en la cama, sobre
mis codos, mi cabello azul salvaje forma una cortina alrededor de mis labios y su
polla.
Dos cosas que están hechas la una para la otra.
Luego da un largo y codicioso lametón a mi coño y pierdo la cabeza.
Ardo y la única forma de calmarlo es envolver mis labios desnudos alrededor
de su polla de nuevo.
Oh, Dios, esto es sesenta y nueve, ¿no?
¿Por qué me hace sentir tan jodidamente sucia y excitada al mismo tiempo?
Mi mamada vacila cuando siento sus dedos frotando mi raja húmeda.
Me hace gemir, esos dedos romos jugando conmigo mientras le hago una
mamada. Mis uñas se clavan en sus muslos y mis pechos presionan contra su
estómago flexionándose mientras tomo aire antes de ponerlo de nuevo en mi boca,
tratando de llevarlo aún más profundo.
—Estás tan mojada, nena —gime contra mí—. Y te afeitaste para mí, ¿no es
así?
Mi respuesta es gemir alrededor de su eje porque sí, lo hice. Además de
ponerme una camiseta ajustada y shorts, me afeité allí.
Quizás quería que esto sucediera. Quería que me lamiera y me tocara mientras
estaba tendida sobre él de esta manera.
Sus caderas se mueven ligeramente. No demasiado, pero lo suficiente para
tener que aflojar mi boca y dejar que lo tenga a su manera. Me muevo cuando siento
sus dedos sobre la línea de mi culo.
—Te dije que la próxima vez metería un dedo allí, ¿recuerdas?
Gimo de nuevo, y muevo mi culo en el aire, invitándolo.
Su risa es dolorida.
—Pero mentí.
Lo muerdo ligeramente por ese comentario.
Se ríe de nuevo. 195
—No solo voy a follarte el culo con los dedos, Blue. También te los voy a meter
en el coño.
Jadeo y casi saco su polla de mis labios.
Sus palabras son arrastradas y vacilantes como si estuviera perdiendo todo el
control. Sus muslos están apretados con fuerza y creo que va a correrse.
Y creo que, si hace lo que prometió, me correré con él.
Me preparo para la invasión, pero supongo que estoy tan mojada que no
siento el doloroso impacto cuando me mete el pulgar en el coño. Siento una ligera
presión y un poco de estiramiento cuando lo mueve un poco, pero no es malo.
De ningún modo.
Es tan jodidamente bueno.
En el momento en que desliza ese pulgar húmedo y lubricado sobre el pliegue
de mi culo y rodea mi agujero, siento su polla brotando pre-semen en mi lengua.
Emite un gruñido largo que reverbera a través de mí, hasta los dedos de mis
pies.
Justo cuando me retiro a tomar aire, Zach desliza su pulgar dentro de mi culo
y gimo sobre la cabeza de su polla. Se sacude en mi lengua y me aferro a ella mientras
la chupo como si fuera mi trabajo.
Se siente extraño, nuevo y dolorosamente erótico, su pulgar en mi culo.
Pero no se detiene ahí. Desliza un dedo largo dentro de mi coño, que al parecer
entra con bastante facilidad, y casi me trago la polla, sollozando sobre ella.
—Joder, joder, joder. Maldita sea, Blue.
Lo siento moviendo sus dedos dentro de mí, dentro de mis dos agujeros, y la
presión comienza a acumularse. Sé que estoy cerca. Sé que también está cerca.
—Puedo sentirlo, nena —dice con un jadeo—. Puedo sentir tu virginidad. Está
allí. Es pequeña y no me deja pasar. Se siente como si se estuviera burlando de mí.
La última parte de su discurso son menos palabras y más gruñidos.
Entonces deberías romperla. Desgarrarla para poder entrar.
Justo cuando ese pensamiento pasa por mi mente brillante y resplandeciente
como una estrella, me corro.
Tengo espasmos alrededor de sus dedos y eso hace que su eje se mueva dentro
de mi boca. Libero su cabeza y saco mi lengua para que pueda correrse como me
corro en sus dedos.
La tensión y las convulsiones de su cuerpo coinciden con las mías. Y también
nuestros ruidos. Probablemente nuestros latidos también coincidan en este
momento.
Lo bebo mientras me exprime. Su gusto es tal como lo imaginé. Almizclado y
picante y él. 196
Tan jodidamente él.
Maldito Zach.
El chico al que pertenezco. El chico que cree que soy su premio.
De alguna manera, también se siente como el chico al que debería darle todo.
Incluso mi virginidad.

197
E
stoy muriendo.
O al menos, se siente así. El dolor es tan intenso y apareció tan
repentinamente que no puedo respirar.
Estoy en el umbral de la cocina, tratando de ver a Zach porque
sé que viene a desayunar por las mañanas, justo después de su entrenamiento.
Hemos compartido algunas comidas así. Todo lo que hace es mirarme y todo
lo que hago es hablar con Maggie e intentar no sonrojarme.
Pero esta mañana, no está solo.
Su cabello está sudoroso y delicioso y tiene puesta su camiseta tipo chaleco y
hay un plato de algo dulce frente a él. No tengo tiempo para comprobar qué podría
ser porque estoy ocupada mirándolo con Leslie.
No es un secreto que después de que Zach ayudó a Art, es el favorito de todos.
El personal de cocina está ansioso por atenderlo. Las chicas no pueden dejar de
mirarlo y reírse y chismorrear sobre la magnificencia de su cuerpo y ese rostro y esa
sonrisa y lo fuerte que es. Sus entrenamientos en la piscina también son bastante
famosos.
Leslie está haciendo lo que hacen todas las demás chicas del personal. Se ríe
y se inclina hacia él con la cadera ladeada. Maggie también se ríe entre dientes, junto
a la encimera, lo suficientemente cerca para ser incluida en la conversación.
¿Y Zach?
Le está sonriendo.
Está tan jodidamente involucrado con cualquiera que sea su conversación que
ni siquiera ha tocado su comida. Está absorto en Leslie y sus sonrisas y la forma en
que juega con su trenza rubia. Parece que hay algo entre ellos. Como si se conocieran.
Como si supiera todos sus secretos y luchas. Supiera de su lectura. Supiera
que cuanto más lee, mejor se vuelve, y que cuando le digo esto, su rostro se cierra.
No he logrado entender eso. ¿Por qué no estaría feliz de ver el progreso que
está haciendo? ¿Por qué no querría que lo felicitara y que me ruborizara de placer
cada vez que lee una frase correctamente sin confundir las letras?
198
A veces pienso que es vergüenza. Está avergonzado y enojado de estar
progresando. Lo cual es tan extraño que creo que quizás estoy imaginando cosas.
Y cada vez que su expresión se vuelve cautelosa, sé lo que sigue. Sus besos y
sus manos.
Jesús, sus manos siempre son tan desesperadas y ardientes, a punto de
arrancarme la ropa para poder llegar a mi piel desnuda. A mis pechos, mis muslos,
mi coño. Como si lo necesitara todo como necesita el aire. Como si necesitara
hacerme correrme y él mismo necesitara correrse mientras tengo espasmos en sus
brazos. Y todo lo que puedo hacer es ceder ante él.
¿Por qué no lo haría?
Soy su premio, ¿verdad?
Excepto que tal vez esas sean simplemente palabras.
Quizás se las diga a todo el mundo. Tal vez se lo dijo a Leslie, la chica con la
que ha estado coqueteando tan abiertamente mientras se escabulle en mi cabaña
como un ladrón.
Es una locura, lo sé. Era la que quería todo el secreto, incluso si me olvidé de
planificarlo. Simplemente está cumpliendo mis deseos.
Nunca mirarnos si alguna vez nos cruzamos en los pasillos. No hablar
mientras desayunamos. Nunca intercambiar una palabra si accidentalmente me
encuentro con él en la piscina y está ahí, ya sea haciendo ejercicio o nadando.
Soy yo. Yo establezco las reglas y Zach ha tenido mucho cuidado con
protegerme y a este estúpido trabajo.
Me doy cuenta de que no me gusta.
No me gusta el secreto necesario y que esté tocando a otra persona. No me
gusta que esté demasiado absorto en ella como para notarme.
Un sonido sube por mi garganta, una mezcla de jadeo y quizás hipo. Un hipo
triste, celoso y de alguna manera, lo alcanza.
Zach levanta los ojos y me mira directamente. Sus labios se abren y los míos
se fruncen.
Leslie se da cuenta de que ya no tiene su atención, así que se da la vuelta y, al
encontrarme allí, sonríe.
Su sonrisa es tan entusiasta que ni siquiera puedo odiarla por estar cerca de
lo que quiero.
—Hola, Cleo. Entra —exclama.
—Ah, finalmente estás aquí. Ven, volví a hacer las natillas inglesas. —Maggie
le sonríe con cariño a Zach—. Son las favoritas del señorito Zach.
Natillas inglesas.
Les sonrío levemente a ambos antes de volverme hacia Zach. Está sentado allí
rígido, con la mandíbula apretada de esa manera enojada y mezquina que tiene. 199
¿Por qué tiene que estar enojado? Soy la que se siente traicionada.
—Está bien —digo, manteniendo mis ojos en él—. Si son… las favoritas del
señor Prince, entonces debería tenerlo todo.
Con eso, doy la vuelta y salgo de allí.
Tengo tanta prisa que me tropiezo con alguien al final del pasillo. Es Ryan.
Me sostiene con las manos sobre mis hombros.
—¿Estás bien?
Su voz suave me da ganas de llorar pero aguanto.
—Sí. Lo siento. Debería dejar de hacerte eso.
Riéndose, dice:
—No me importa.
—¿Cómo estás? —pregunto, estudiando su hermoso rostro.
Siempre me ha hecho sentir segura. Siempre.
Y ahora que lo miro, me doy cuenta de que tal vez no fui hecha para sentirme
segura. La seguridad no hace nada por mí. No fui hecha para ser manejada con dedos
y toques suaves.
Tal vez fui hecha para golpes bruscos, tirones de manos y miradas duras.
—Bien. ¿Tú? —Frunce el ceño—. ¿Va todo bien?
Asiento.
—Ajá. Yo solo, ¿sabes? Día difícil.
—Ni siquiera ha comenzado todavía.
Me río con tristeza.
—Lo sé. Va a ser uno de esos días.
Asintiendo, dice:
—Escucha, yo, uh, quería decirte. Sin embargo, supongo que ya lo sabes, ya
que Tina es tu amiga y...
Levanto la mano para detenerlo.
—Está bien. Lo sé. Tina me dijo que ustedes saldrán el sábado y eso es
increíble. De verdad.
Tina siguió mi consejo y le pidió a Ryan una cita. Creo que se sorprendió. Ella
dijo que no respondió nada durante unos diez segundos mientras seguía mirándola.
Apuesto a que fue porque la estaba mirando con nuevos ojos.
—¿Estás segura? Me siento como un, no sé, un jugador o algo así.
Me río a carcajadas ante eso y golpeo mi hombro contra su pecho.
—No eres un jugador. De ningún modo. Eres uno de los tipos más decentes
que conozco, Ryan. De hecho, eres el tipo más decente que conozco. Así que no, no
creo eso en absoluto. Solo espero que se diviertan.
200
Sonríe; de verdad sonríe.
—De acuerdo.
Puedo ver en sus ojos que realmente lo está esperando. Tanto como Tina.
—Bien. —Asiento y me alejo de su abrazo.
Ryan se inclina y me besa en la frente. Es un beso fraternal. No puedo creer
que alguna vez quisiéramos salir. Quizás por eso seguimos posponiéndolo,
inconscientemente. Nuestro estar ocupados y no encontrar el tiempo podría haber
sido una señal en primer lugar.
Justo cuando se va, siento una sensación de hormigueo en mi nuca.
Sé quién es antes incluso de darme la vuelta.
Zach está de pie en el umbral de la cocina, mirándome con ojos acusadores.

Se siente como una noche para usar el camisón de mi mamá.


Después de que se arruinara, Maggie trató de limpiarlo por mí. Tuvo un éxito
parcial. Las manchas desaparecieron, pero todavía puedo distinguir su enorme
contorno en mi pecho, justo debajo del encaje. Decidí doblarlo cuidadosamente y
guardarlo para que no se dañe más.
Pero esta noche, estoy sola y triste y quiero algo reconfortante conmigo.
Zach no se presentó a nuestra reunión de esta noche y estoy muy enojada.
Muy celosa.
Lo sigo viendo con Leslie y estoy llena de tantas emociones irracionales.
Emociones que solo él puede invocar en mí.
Dios, ese tipo siempre me ha quitado la cordura y me ha dejado hecha una
masa de locura y pasión.
Solo pensar en él con ella me hace querer llorar de nuevo como si todavía
estuviera en la escuela secundaria o algo así. He estado llorando desde que entré por
la puerta después del trabajo, así que decido buscar un helado. Tina y yo lo
mantenemos abastecido.
Lo saco del congelador, busco una cuchara en el cajón y me voy a mi
habitación. Pero tan pronto como entro, veo a alguien fuera de mi ventana.
Dejando a un lado el recipiente de helado, me apresuro hacia ella y veo los
destellos del mismo codo, muslos y hombros.
Zach. Está doblando la esquina, probablemente dirigiéndose a la puerta
trasera de la cabaña.
Suspirando con fuerza, me alejo de la ventana, meto mis pies en mis botas de
cuero y corro hacia la puerta, la abro antes de que llegue y salgo.
Se detiene cuando me ve.
201
Aunque estoy a unos metros de él, todavía puedo escuchar su respiración
entrecortada. Es agitada y hace que su pecho parezca infinitamente más grande y
ancho.
Bajo su mirada oscura, camino hacia él.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Me observa, sus ojos moviéndose tan rápido como su respiración, y ahora,
también mi corazón. Lo que encuentra en mis rasgos no lo hace feliz. De hecho, lo
enfurece muchísimo.
—Te lo dije —gruñe.
—¿Qué?
—Te dije que te haría llorar. Te dije que seguiría haciéndolo.
La ira sube dentro de mí como una ola. He estado llorando por este idiota toda
la noche, ¿y esto es lo que tiene que decirme?
—¿Y?
—Y no puedes culparme por eso. No puedes hacer pucheros por eso —dice
entre dientes.
—¿Hacer pucheros por eso? —Mis uñas se clavan en mis palmas—. Jódete,
Zach, ¿de acuerdo? Jódete. Sí, me lo dijiste. Me dijiste que me harías llorar y como
una idiota, no escuché. Pero finalmente estoy escuchando. ¿Eres feliz ahora? ¿Estás
orgulloso? Vete a casa.
Zach se acerca a mí y mi corazón se acelera cuando su olor alcanza mi nariz.
La noche es calurosa como siempre, pero el calor que emana de su cuerpo tenso es
como un infierno, y mis poros sudan solo por su cercanía.
Respira hondo y ensancha sus fosas nasales.
—Nunca te he mentido. Nunca te prometí nada. Me has visto en mi peor
momento, Blue. Te he mostrado mi peor yo. Y cuando me rogaste que te besara, te
dije que eras mía. Y aun así, dejaste que él te tocara. Dejaste que pusiera su boca
sobre ti.
Su ira es tan poderosa como su cuerpo y me alejo ligeramente. Me hace sentir
culpable y, al mismo tiempo, despierta mariposas en mi estómago.
Maldición.
¿Cómo hace eso siempre? ¿Cómo controla todo sobre mí?
—Es mi amigo —replico con los dientes apretados—. No le dejé hacer nada.
Estaba siendo amable. Y no eres quién para hablar. No podías dejar de coquetear con
Leslie esta mañana. Ni siquiera tocaste tu maldita natilla.
Uf.
Puedo oírme siendo irritable e infantil, pero no puedo detenerme. No puedo
detener estos celos.
Un paso más y estamos prácticamente frente a frente. O más como mi rostro 202
a su pecho, ya que es mucho más alto que yo.
—Quiero que hagas algo por mí —dice con voz ronca.
—¿Disculpa?
—Quiero que corras.
Algo en su tono, en las líneas mezquinas de su rostro me hace tragar.
—¿Q-qué?
—Quiero que te des la vuelta y corras. Tan rápido como puedas. —Hace una
pausa para tomar otro aliento—-. La forma en que me siento ahora. La forma en que
estoy jodido. Yo no…
Apenas hay espacio entre nosotros, pero aun así, me acerco a él. Nunca lo
había visto así. Todo agitado y lleno de angustia. Cada respiración, cada palabra que
sale de su boca es tan torturada, tan cargada de cosas desgarradoras que todos los
instintos que poseo me hacen querer consolarlo.
Quitar su dolor, a pesar de que también me está lastimando.
—¿No qué?
Los ojos de Zach se llenan con un brillo depredador.
—No quiero hacerte daño.
Oh, Jesucristo.
Ni siquiera puedo decir no me lastimarás. Porque sé que puede. No
físicamente, no. Emocionalmente, sí.
Puede lastimarme. Me hizo daño esta mañana.
Mientras lo miro ahora, me doy cuenta de lo capaz que es de destruirme. Y no
me refiero a la intimidación ni al pasado.
Estoy hablando de ahora mismo.
Estoy hablando de lo que siento por él. La forma en que ignoro las reglas de
mi trabajo, la forma en que me enorgullece cuando lee, la forma en que mi corazón
se hincha cuando está con Art, la forma en que hace que mi piel cante cuando la toca.
Quizás lo que siento no sea infantil en absoluto.
Tal vez sea la emoción más profunda que podemos sentir como seres
humanos.
Dios, ¿cuándo se volvió tan poderoso y cuándo me volví tan impotente?
—Yo…
—Corre —gruñe, esta vez más fuerte.
Y ni siquiera me paro a pensar en eso. Hago lo que dice: corro.
Voy al bosque. Corro tan rápido como puedo.
No estoy huyendo de mi matón. Estoy corriendo porque no ha sido mi matón
desde hace mucho tiempo. Es otra cosa para mí ahora.
Algo más.
203
La luz de la luna me ilumina a través de las frondosas ramas de los árboles.
Por alguna razón, incluso las estrellas son más brillantes.
Las hojas crujen bajo mis botas. Ese es el único sonido, a excepción del sonido
de mi respiración. Pero luego, otro sonido se suma.
Está corriendo detrás de mí. Persiguiéndome.
Sabía que lo haría.
Como Orión.
El pensamiento me hace detenerme y, jadeando, me vuelvo hacia él.
Está ahí mismo, a unos metros de distancia.
—Te detuviste.
Camino hacia atrás.
—No quería correr más.
Camina hacia adelante, hacia mí.
—¿Por qué no?
Porque él es para mí lo que los objetos afilados son para las cosas frágiles. Lo
que la llama es para una polilla.
Destino.
Somos el destino, Zach y yo. Somos estrellas, ¿no?
No puedes huir del destino. No puedes correr más rápido que el destino. No
se puede evitar que una polilla muera en llamas y no se puede evitar que un objeto
afilado haga sangrar una cosa frágil.
—Porque ya no quiero jugar.
—¿Piensas que esto es un juego?
—No. Esto no es un juego. —Sigo caminando hacia atrás, sin miedo porque si
algo sucede, se lanzará hacia adelante para salvarme—. ¿Quién soy?
Frunce el ceño y se limpia la boca con el dorso de la mano.
—Mi premio.
Mi espalda golpea un árbol y arqueo mi columna, envolviendo mis manos
alrededor del tronco.
—Entonces, deberías reclamarme. Pero también debes saber una cosa.
—¿Qué cosa?
—Este premio te pertenece, pero tú también perteneces a este premio.
Zach finalmente me alcanza y se inclina hacia adelante para poner sus palmas
sobre la áspera corteza del árbol.
—¿Sí?
Levanto la barbilla.
204
—Sí.
—¿Sabes por qué no me estaba comiendo esa maldita natilla?
—¿Por qué?
—Porque te estaba esperando. Porque pensé que como todos los días vendrías
y…
—Comeríamos juntos…
Finalmente, sonrío.
Mueve sus manos y las entierra en mi cabello suelto, inclinando mi cuello.
—¿Sabes lo que significa pertenecerme?
—¿Qué?
Su frente cae sobre la mía.
—Significa que eres la única cosa en este mundo de la que me siento…
responsable. —Su ceño es tan profundo que lo siento en mi piel—. Eres lo primero
que me ha pertenecido. La primera cosa y no… no quiero hacerte daño.
Mi corazón se ha ido. No lo oigo.
Lentamente, se está cayendo de mi cuerpo y sé en lo profundo de mi alma que
si no lo detengo, se irá para siempre. Morirá.
Zach da un paso hacia mí y la siento contra mi estómago. Su polla gruesa y
dura.
Se sacude contra mí y, en respuesta, mi núcleo se aprieta.
Y sé lo que quiso decir con sus palabras repetidas sobre no querer lastimarme.
Sé por qué me pidió que corriera.
—Vamos a tener sexo, ¿no?
—Eres virgen.
Agarro su camiseta.
—Y eres tan grande.
Gruñendo, pone su frente sobre la mía.
—Eres tan pequeña que te lastimaré.
Siento una gota de semen filtrándose en mi ropa interior. Esto recuerda
mucho a la noche en que me preguntó si era virgen o no.
—Sí. Me estirarás.
Aprieta su erección contra mí y gimo, empujando mis senos contra su pecho.
—No importa lo cuidadoso que sea.
Está bien.
Deja que mi corazón muera. En su lugar, haré uno nuevo. Un corazón que solo
lata por este solitario, solitario chico frente a mí.
—¿Y sabes lo que significa pertenecerme? —cuestiono.
Zach me mira a los ojos.
205
—¿Qué?
También estoy sola. Mis padres murieron. Se llevaron mi hogar. No hay nada
en este mundo que me pertenezca.
Excepto él.
—Significa que confío en ti. Significa que sé que tendrás cuidado. Y significa
que eres el único al que quiero darle mi virginidad.
Me inclino y doy un beso en sus suaves labios.
Pero Zach lo profundiza. Presiona una mano en la parte posterior de mi
cabeza y empuja mi boca con su lengua para abrirla.
Luego, me está levantando y estoy envolviendo mis extremidades alrededor
de su cuerpo, y estamos regresando al lugar de donde vinimos.
Mi cabaña.

206
Z
ach me lleva a la cabaña a través de la puerta trasera que había
dejado abierta cuando salí a encontrarme con él.
En mi dormitorio, baja mis pies al suelo y, arrodillándose,
me quita las botas.
La luz está apagada pero la ventana está abierta y el brillo de la luna es fuerte.
En algún lugar allá arriba, tengo fe en que esta noche Orión ha alcanzado a Las
Pléyades. Al menos esta noche, está descansando.
Cuando Zach termina, se pone de pie y se cierne sobre mí. Hay tanta tensión
y lujuria en el aire que me quedo sin aliento.
Me estoy volviendo tímida.
—Te perdiste la lección de esta noche —le digo, sólo por decir algo.
Veo su sonrisa torcida a la luz de la luna. —¿Lección?
—Uh-huh. —Asiento, sonriendo también—. Soy tu tutora nerd y tú eres el
deportista que necesita pasar el examen o no entrará al equipo.
Se adelanta y traza el encaje en el cuello de mi vestido, mirándolo como si
fuera la cosa más bonita del mundo. —¿Sí? ¿Qué juego?
Temblando, lo miro de arriba a abajo. Es alto, ancho y parece que siempre
está estirando su ropa.
—Um, ¿fútbol?
—¿Soy bueno? —pregunta y sigue tocando el encaje como si no pudiera dejar
de hacerlo.
—Sí. Eres el mejor. Sólo que no puedes concentrarte en clases.
Mueve sus dedos por mi cuello y agarra los rizos de mi cabello, jugando con
ellos. —¿Por qué no?
—Tal vez porque siempre me estás observando —susurro, deleitándome con
las pequeñas formas en que me está tocando.
—¿Así que también eres mi compañera de clase? 207
—Lo soy. También soy muy inteligente, adelantada para mi edad y por eso
quieren que sea tu tutora.
Se ríe.
—Entonces, ¿por qué te observo?
Trago y me acerco hacia él. —Al principio, creo que es para intimidarme. Para
hacerme sentir menos que tú. Porque eres el príncipe de la universidad y yo sólo
soy... una chica rara con el cabello azul.
Levanta la vista desde donde se estaba viendo a sí mismo jugando con mi
cabello.
Arrastrando perezosamente sus ojos hacia los míos, Zach suelta el mechón y
envuelve su mano sobre mi nuca con posesión.
—Pero tal vez te estoy mirando porque no puedo parar. Porque eres la chica
más hermosa que he visto. Y porque tu cabello azul me recuerda al cielo y al océano.
A la libertad.
La sangre corre justo debajo de mi piel, pintando todo de color escarlata.
Nunca he estado tan despierta en medio de la noche, tan coloreada y ruborizada.
—¿Es por eso que me observabas en detención todo el tiempo?
La mayoría de las veces terminaba en detención y Zach solía estar ahí
conmigo. De alguna manera, siempre nos sentábamos en los mismos lugares donde
nos sentamos el primer día que nos conocimos. Y todo el tiempo mantuve mi cabeza
abajo y lejos de él porque podía sentir sus ojos en mí.
—Sí —susurra, doblando sus dedos sobre mi cuello—. Y para hacerte sonrojar.
Le doy un ligero golpe en el hombro. —Eso fue algo muy grosero.
Riéndose, me besa suavemente.
Esta vez, soy yo quien lo profundiza. Soy la que invade su boca y le pellizca el
labio inferior, haciéndolo gemir.
Un segundo después, sin embargo, él se hace cargo.
Sus manos agarran mi camisón antes de levantarlo y sacarlo de mi cuerpo.
Solo así, estoy casi desnuda, de pie allí con mi pantalón corto azul.
En mi cabeza, sabía que íbamos a tener sexo. Pero, de alguna manera, no
conecté los puntos de que tendría que estar desnuda para ello.
Dios, estoy desnuda.
Estoy desnuda.
Delante de un chico. Delante de él. El espécimen más perfecto de todos los
tiempos.
Está hecho de músculos duros y esculpidos para los que, sí, sé que trabaja
todos los días. Y yo estoy hecha de grasa pastosa y esponjosa que obtuve de todos los
dulces que solía robar del armario de la cocina cuando mamá no estaba mirando.
Me miro los pies y trato de imaginarme desnuda. Pechos grandes, estómago 208
redondo y caderas anchas con hoyuelos en los muslos. Oh, y todo es más blanco que
la luna.
Zach inhala profundamente y dice, en tono gutural—: ¿Sabes cuántas veces te
he imaginado desnuda?
Levanto la vista y recuerdo que dijo algo similar acerca de besarme. —¿Mil
veces?
Una bocanada de aire se le escapa y asiente.
Se ve hipnotizado mientras su mirada se mueve de una parte de mi cuerpo a
otra. Parece no saber dónde mirar primero. Sus ojos están ligeramente abiertos y su
boca está entreabierta.
Se me pone la piel de gallina por todas partes. Todo en mi piel es áspero y pica.
Incluso mi suave cabello que roza la parte baja de mi espalda.
Zach pone su mano en el centro de mi pecho, justo en medio de mis pechos
agitados. Extiende su palma, tocándolos a ambos al mismo tiempo. —Jesús. La
cantidad de veces que me he masturbado imaginando tus tetas. Ni siquiera puedo
decírtelo.
Rodea mi pezón izquierdo con su pulgar, encogiéndolo hasta convertirlo en
un duro guijarro. Le encanta jugar con ellos; lo sé. Le encanta despertarlos,
molestarlos con los dedos, chuparlos con su boca.
Su mano se mueve hacia abajo y en contra de mi voluntad, mi columna se
arquea. Llega a mi estómago y hunde su pulgar en mi ombligo.
De alguna manera, está presionando en esa vena de nuevo. La que se hincha
y se tensa cada vez que está cerca, cada vez que pienso en él.
La respiración de Zach se ha vuelto áspera a medida que avanza. Su mano
viaja hacia abajo, áspera y tentadora, y se desliza dentro de mi braga. En el momento
en que toca mi centro empapado, mis piernas se tensan y mis talones abandonan el
suelo.
Estoy de puntillas, apenas manteniendo el equilibrio.
Se mueve hacia mí y nuestros cuerpos se encuentran, yo desnuda y expuesta
y él todavía vistiendo su camiseta y jean, quemándome con su fricción.
Deslizando su brazo alrededor de mi cintura, me ayuda a mantener el
equilibrio mientras su otra mano toma todo mi coño.
—Zach —gimo su nombre y lo aprieta como si fuera un objeto.
Pellizca mis labios hinchados, haciéndome apretar su camisa y
manteniéndome sobre la punta de mis pies. No sé por qué es tan erótico, pero lo es.
—¿Quién eres? —susurra.
—Tu premio.
Como si esas palabras fueran un catalizador, Zach captura mis labios con los
suyos.
Envuelvo mis brazos alrededor de su cuello, apretando su camisa en la parte
209
de atrás, tirando y halando de ella. Impacientemente. Dios, sus besos me han puesto
tan impaciente por él, por su polla.
Él recibe la señal, y sacando su mano de mi braga, las empuja hacia abajo,
desnudándome por completo antes de ir por su camisa y quitarla de su cuerpo.
Quiero apresurarme con su jean, pero él no me deja. Vuelve a besarme y me
olvido de todo menos de sus labios y sus manos errantes.
Mis manos tampoco están quietas.
Siguen haciendo barridos sobre sus hombros, las curvas de su espalda, la
inclinación de su costado. No sé dónde tocarlo, cómo tocarlo para hacer desaparecer
esta hambre. Es caliente, tallado y duro, y podría pasar las uñas por los musculosos
abdominales hasta el final de los tiempos.
Nos detenemos para respirar, pero incluso entonces, nuestros labios están
conectados. Estamos respirando el aire del otro mientras Zach me hace caminar
hacia atrás y me acuesta en la cama antes de inclinarse sobre mí.
Está sucediendo, ¿no?
Pronto estará dentro de mí.
No puedo esperar.
Sus manos están a ambos lados de mi cabeza, haciendo una abolladura en la
almohada, y su respiración es tan tormentosa que agitan el cabello suelto de mi
frente.
Me acerco y lo beso en los labios, haciendo que todo su cuerpo se estremezca
entre mis piernas.
—Date prisa —le susurro, abrazando sus costados con mis muslos,
presionando sus caderas contra mí.
Pensé que ahora sería el momento en que se bajaría el pantalón y entraría en
mí. De todos modos, estoy lista. Creo que he estado lista durante años.
Pero Zach baja por mi cuerpo y agarra un pezón en su boca. Paso mis dedos
por su cabello, arqueándome hacia él, mi cabeza echada hacia atrás.
Con un gruñido, Zach baja a sus codos y llena su mano con mi pecho. Trabaja
mi pezón con su boca y me froto contra él, inquieta.
Arrastro la parte inferior de mi cuerpo hacia arriba y hacia abajo, acariciando
mi clítoris contra las crestas de su estómago, probablemente haciendo un lío
pegajoso en él.
Pero a Zach no le importa. Él fomenta eso. Cada vez que mis movimientos se
vuelven un poco perezosos, aprieta mis tetas con más fuerza y muerde mi pezón,
moliéndose contra mí, obligándome a acelerar mi balanceo.
Justo cuando creo que estoy a punto de correrme, montando sus
abdominales, Zach suelta mi pezón.
—Zach. —Jadeo, indignada.
—Shh. No hables.
210
Gruño y siento su sonrisa entre el valle de mis pechos.
Pasa su lengua a lo largo de el, bajando cada vez más, hasta llegar a mi
ombligo. Enterrando su lengua, lo azota, lame, muerde, haciéndome chupones.
Mis primeros mordiscos de amor.
Sonrío levemente en la oscuridad, mirando su cabeza oscura, sus labios
fruncidos, trabajando duro en mi cuerpo.
Mis movimientos son frenéticos ahora. Delirantes y rápidos. Y estoy
ondulándome, balanceándome, retorciéndome; mis pies siguen resbalando en la
cama.
—Creo que me voy a…
Estoy tan, tan cerca de correrme y justo cuando siento su respiración en mi
coño y su dedo en el estrecho agujero de mi culo, pierdo el control y me corro. Se
aferra a mis pliegues con su boca y derramo mi orgasmo por su garganta, tirando de
su cabello, abrazando su rostro con mis muslos.
Todavía estoy aturdida, jadeando y sudorosa, mirando al techo cuando Zach
se levanta de la cama y se quita el jean. Su polla se balancea en el aire, dura y gruesa.
Tan gruesa. Sé el peso, el sabor, cómo tengo que ensanchar la boca, abrirme para
ella.
Y ahora, va a estar dentro de mí.
Dentro de mi pequeño agujero.
Debería tener miedo.
Pero cuando lo veo subir a la cama y gatear entre mis muslos que simplemente
se abren para él, para que su volumen se asiente entre ellos, me doy cuenta de que
haría cualquier cosa por esto.
Cualquier cosa porque este chico se cerniera sobre mí, tensó y oscurecido por
la lujuria.
Cualquier cosa para que su polla me atraviese y me reclame.
Subo mis piernas alrededor de sus caderas y cruzo mis tobillos a su espalda,
abriéndome a él, sin decir palabra.
Zach aprieta las sábanas a ambos lados de mi cabeza, el sudor gotea de su
cuello. —No tengo condón.
—Estoy tomando la píldora.
—Podría estar plagado de enfermedades.
—No lo estas.
Se baja sobre mí y su polla, caliente y pesada, se posa sobre mi estómago. La
sensación me hace retorcerme debajo de él.
—No lo estoy. No lo he hecho sin condón antes —me asegura.
—Bien. —Le rodeo el cuello con la mano y lo llevo aún más abajo para que me
dé todo su peso—. Seré tu primera. 211
Atrapo su boca riendo en un beso y me balanceo contra él. Él se balancea hacia
atrás.
Su mano va a mi cintura mientras traza el exterior de mi cuerpo antes de
detenerse en mi muslo y subirlo aún más. Obedientemente hago lo mismo con el otro
muslo, bloqueando la parte inferior de mi cuerpo con el suyo.
—Mantenlos ahí, ¿de acuerdo? —instruye.
Asiento.
Con la otra mano, se agacha y empuña su polla. Puedo sentir sus nudillos en
mi estómago mientras se acaricia perezosamente. Incluso siento el goteo caliente de
su pre-semen en mi piel y la vibración de su pecho cuando gime.
Mi estómago se ahueca cuando alinea su erección con mi coño.
Levanta la mirada hacia mi rostro y fijo mis ojos en los suyos. Hay líneas de
tensión alrededor de su boca mientras me mira y acuno su mandíbula, sintiendo que
necesita consuelo tanto como yo.
No quiero hacerte daño.
Sé que solo estaba hablando de sexo, pero cuando miro su rostro atormentado
y cachondo, creo que tal vez cada depredador, cada objeto afilado, tiene un alma. Un
alma que grita cuando la llama quema a una polilla y el león abre a un cordero con
sus dientes.
Los ojos de Zach se agitan levemente ante mi suave toque mientras rodea mi
abertura con su polla. La parte inferior de mi cuerpo está ansiosa y un poco rígida de
miedo ante la inminente invasión.
Y sucede en un solo empuje.
Manteniendo nuestros ojos conectados, Zach entra en mi cuerpo de una vez.
Gimo y mi espalda se arquea ante eso. Mis ojos se cierran mientras tomo una
respiración impactante. Hay dolor. Un pellizco.
Está en todas partes, pero no es insoportable.
Lo que es más dominante e inmediato es la plenitud.
Se siente como si mi pelvis estuviera estirada y llena hasta el borde. Mi
estómago está hinchado y mi pecho está a punto de estallar.
Estoy a punto de estallar.
La cabeza de Zach cae sobre mis hombros y siento su respiración agitada allí,
golpeándome como sus gemidos.
Es como si ambos hubiéramos escalado una montaña y ahora necesitáramos
un segundo para recuperarnos.
Está dentro de mí.
Nuestras partes más íntimas se están tocando. Bloqueadas juntas. Es el
primer ser humano, el único ser humano que ha estado tan cerca de mí.
Me muerdo el labio con júbilo cuando siento que la presión aumenta.
Cada pequeño sonido que hace me llena de aún más lujuria. Cada movimiento
212
de su pecho y cada ondulación de su espalda afirma más el punto de que soy suya y
él es mío.
Tentativamente, trato de moverme debajo de él, aliviar esta inquietud que
palpita. Como si estuviera viva, completa con venas y corazón.
Zach levanta la cabeza. —Detente.
—¿Q-qué?
—Te dolerá más si te mueves —dice con los dientes apretados y una expresión
algo agonizante.
Toco su hombro sudoroso, respirando con dificultad. —No lo hace.
—¿Qué?
Me muevo debajo de él de nuevo, balanceándome contra su pelvis, y juro que
siento su polla saltar dentro de mí. —No duele.
Zach está asombrado y podría haberme reído. Pero en este momento, estoy
tan inquieta.
Quizás el universo sabía que nuestros cuerpos estaban hechos el uno para el
otro. Entonces la naturaleza quitó todo el dolor. Pero no puedo explicárselo ahora.
Estoy demasiado necesitada.
Todo lo que puedo decir es:
—Por favor, f-fóllame, Zach.
Me ve luchar debajo de él, tratando de que se mueva, tratando de frotar mi
clítoris hipersensible contra su pelvis, pero no viene a ayudarme. No me rescata y le
paso las uñas por los bíceps, el costado y la espalda.
—Por favor, Zach —le suplico de nuevo.
Y luego, mueve sus caderas. —¿Esto es lo que quieres, Blue?
Asiento, suspirando de alivio. Pero ni siquiera está completo, ese suspiro. Sus
movimientos aumentan la necesidad. El ansia no termina.
Sé que no lo hará. No hasta que yo me corra, y él se corra conmigo. Dentro de
mí.
Me muero por sentir eso. Esa salpicadura, esa salpicadura de su semen que
he probado tantas veces antes. Mi sabor favorito de paleta.
Zach comienza a moverse. Sus golpes son lentos pero largos. Sale por
completo, dejándome vacía, antes de volver a entrar.
Gimo su nombre y sus golpes se convierten en estocadas fuertes. Cortas,
penetrantes y más rápidas. Aprieto mis muslos alrededor de su cintura,
mordiéndome el labio.
—Pensé que estabas mintiendo. —Zach jadea por encima de mí, sus ojos fijos
en mi rostro.
—¿Sobre qué? —Jadeo cuando empiezo a empujar hacia atrás en sus
embestidas. 213
—Pensé que querías mi polla tanto que estabas mintiendo sobre el dolor.
—La quiero...
Sus empujes son más duros ahora y mi canal está más resbaladizo. No puedo
creer que no lo hayamos estado haciendo todo este tiempo. ¿Cómo voy a volver a la
tierra de los vivos cuando me está matando tan hermosamente con su polla?
—Pensé que tu coño te convirtió en una mentirosa, Blue —dice con voz ronca,
deslizando sus labios sobre mí; mi lengua se asoma para saborearlo—. Pero supongo
que solo te convirtió en una pequeña puta cachonda por mí.
Mi estómago se aprieta con esa palabra y un uh sale de mí. Como si estuviera
de acuerdo.
Es cierto, ¿no?
Soy una puta por él. Estoy cachonda por él. He estado cachonda por él durante
años. Incluso durante siglos.
—Lo eres, ¿no?
—Si.
—Sí, lo eres. Yo también soy un animal por ti, bebé.
Desvergonzada, me arqueo debajo de él, sintiendo su peso desde mis dientes
y hasta los dedos de los pies.
Sus caderas azotan las mías y sus bolas golpean mi trasero. Mis piernas se
mueven hacia arriba y hacia abajo por sus costados mientras Zach se muele contra
mí. Me aferro a su cuello y trato de mantenerme firme, pero es inútil.
Toda la cama está temblando, golpeando la pared, haciendo de este el polvo
más ruidoso en la historia del sexo.
Y el más caliente también.
Estamos sudando el uno contra el otro, respirando bocanadas de aire caliente.
Él y yo.
Dos personas solitarias que se pertenecen y a nadie más.
Acaricio su mandíbula sin barba y él mete su rostro en mi cuello como si no
pudiera sostenerse más y lo abrazo, dejándome ir.
Mi respiración se acelera cuando caigo por el borde.
Este orgasmo es sin duda el mejor que he experimentado. Es diferente.
Comienza en mi estómago y se irradia a cada rincón de mi cuerpo. También es
violento. Estoy temblando, retorciéndome y arqueándome, y recitando el nombre de
Zach una y otra vez.
Es como si mi cuerpo no pudiera contener las hormonas. No pudiera contener
la avalancha de reacciones químicas dentro de mí.
Cuando vuelvo a bajar, Zach se aparta de mi cuerpo. 214
Aún permaneciendo dentro de mí, se arrodilla entre mis piernas abiertas y me
levanta, sentando mi trasero sobre sus muslos. De esta manera puede ver todo de
mí, tendida frente a él.
Debería ser vergonzoso, pero no lo es.
De hecho, es todo lo contrario. Es emocionante. Porque él está mirando a su
pequeña zorra cachonda, y ella lo siente hincharse dentro de su coño.
Me arqueo hacia él y presiono mis pechos juntos.
Gimiendo, juego con ellos mientras él reanuda sus impulsos.
Su rostro es un estudio de líneas finas y hermosas mientras golpea dentro de
mí y me ve pellizcar mis pezones color frambuesa. Están hipersensibles después de
mi orgasmo y tengo espasmos cada vez que los pellizco.
Su labio superior está tirado hacia abajo, curvado sobre sus dientes, y gruñe
con cada golpe. Nunca ha tenido un aspecto más feroz, más oscuro que este. Más
como un animal.
Y nunca me he sentido más lasciva y desvergonzada.
Su respiración ha cambiado, se ha vuelto desesperada y el sudor se desliza por
su pecho y sus abdominales. Está cerca de correrse; sé eso. Conozco las señales.
Justo cuando masajeo un pecho que rebota y agarro una gota de sudor en su
ombligo con mi otra mano, se tensa. Sus sacudidas se vuelven desiguales y sus ojos
negros se cierran.
Su columna vertebral se arquea, poniendo las crestas de su torso en un
absoluto relieve, mientras gime mi nombre hacia el techo y se corre dentro de mí.
Lo siento en mi corazón que muere lentamente, ese gemido, ese tirón de su
polla.
Me siento y envuelvo mis brazos alrededor de él, llevándonos a ambos a la
cama. Gimiendo, cae sobre mí.
Estoy calmando su espalda, trazándola con mis manos hacia arriba y hacia
abajo mientras mi canal absorbe su orgasmo.
Y finalmente, mi cuerpo se debilita al escuchar los latidos de su corazón.
Él es mío.
El pensamiento flota en mi cabeza.
Debería sentir alivio. Pensé que, si sabía que era mío, sería feliz. Estaría
contenta.
Pero ahora que sé que es mío, no puedo evitar pensar por cuánto tiempo.

215
El Príncipe Oscuro

S
algo a hurtadillas de su habitación al amanecer para que nadie me
vea.
Está acostada de lado, con la mejilla pegada a la almohada. Su
cabello azul está extendido por todas partes y hay un par de
mechones simplemente descansando allí.
Extrañamente, los recojo y los envuelvo alrededor de mi dedo, beso su frente,
antes de irme.
Regreso a la mansión a través del bosque.
En mi habitación, saco un cuaderno que me compré hace unos días. Fue una
compra impulsiva; No estoy orgulloso de eso.
De hecho, a veces me enoja mucho tenerlo en mi poder. Lo mantengo
escondido, fuera de la vista como si estuviera empacando drogas.
Solo lo saco cuando me siento inquieto. Cuando la estoy... extrañando.
Me siento en el escritorio, un escritorio que no he usado en años, pero que he
estado usando últimamente con frecuencia.
Dicen que es más fácil escribir palabras en una computadora, reconociendo
las letras en el teclado en lugar de intentar escribirlas tú mismo. Porque la disgrafía
se mete con eso.
Pero no hago esto porque esté interesado en mejorar mi escritura.
Hago esto porque no puedo detenerme. Porque ella está en mi cabeza. En
estos días, siempre lo está.
Entonces, tomo un lápiz. El mechón de su cabello todavía envuelto alrededor
del dedo de mi mano derecha mientras abro una página nueva y escribo:
Cleopatra Marie Paige.
216
E
stoy teniendo el peor día.
En primer lugar, me quedé dormida.
En algún momento de la noche, después del sexo alucinante,
Zach y yo nos quedamos dormidos. Dormí toda la noche sólo para
ser despertada por el sonido de su motocicleta.
Resulta que estaba en mis sueños, pero, aun así.
Me asustó algo realmente malo. No lo recuerdo todo, pero tengo una imagen
borrosa de Zach dejando este pueblo para siempre. Y ni siquiera me entero de ello
hasta que me despierto a la mañana siguiente y escucho todos los chismes.
Exactamente como sucedió hace tres años.
Con el estómago revuelto, llegué al trabajo, al que llegué tarde. Es decir, la
señora S no estaba contenta con mi tardanza y, además, me perdí el desayuno con
Zach.
Y luego, escuché que nadie lo había visto en toda la mañana. Nunca bajó a
desayunar y su habitación estaba cerrada cuando una de las chicas subió a limpiar.
No podía preguntar más sin el peligro de levantar sospechas, así que me quedé
callada y me asusté en privado.
Lo cual odié, por cierto.
Odié que no estuviera conmigo cuando me desperté. Odié que probablemente
tuviera que escabullirse en medio de la noche para evitar encontrarse con alguien en
su camino de regreso.
Lo estaba haciendo para protegerme a mí y a mi trabajo; lo sé, pero no me
gusta eso.
Empiezo a odiarlo más y más cada día.
De todos modos, ahora es el almuerzo y mi apetito no se encuentra en ninguna
parte.
Estoy ansiosa, nerviosa y todo lo que quiero es ver a Zach. Que vuelva.
Dios, por favor, haz que vuelva.
217
Estoy en la cocina con Grace, Leslie y Tina. Todas están charlando, Maggie se
ha levantado para hablar de los nuevos invitados que llegaron esta mañana.
Aparentemente, han estado aquí antes y la última vez que se quedaron, hubo
un gran escándalo sobre una vajilla robada.
Ni siquiera estoy prestando atención. De hecho, decido irme en medio de todo
esto porque no puedo quedarme quieta. Afortunadamente, todos están demasiado
absortos para notar mi salida.
¿Dónde estás, Zach?
Tal vez me estoy volviendo loca. Tal vez perder mi virginidad me ha hecho
muy emocional y femenina. Esa es la razón por la que quiero tomarme el día libre y
llorar en mi almohada.
He estado pensando tanto en todas las cosas que no miro por donde voy y me
choco con alguien.
No otra vez.
Esta vez, sin embargo, es Zach.
—Tú —digo con los ojos abiertos.
Su mirada oscura me observa intensamente.
—Yo.
—Estaba...
Debería estar aliviada de que haya vuelto. Que no se haya ido para siempre.
Pero de repente, me siento inquieta. Sin aliento, incluso. Mis muslos se aprietan y
me duele entre las piernas. Donde él estaba anoche.
—¿Estabas qué?
Su tono áspero y pesado hace que los dedos de mis pies se enrosquen en mis
botas.
—Estaba, uh, buscándote toda la mañana.
—Salí a dar un paseo.
Me doy cuenta de su cabello revuelto por el viento entonces. El ligero rubor
en sus mejillas y el aroma del aire libre mezclado con su propio olor dulce y delicioso.
Debe de haber vuelto justo ahora.
—¿Por qué?
—Quería despejar mi cabeza.
—¿De qué? —pregunto, distraídamente mientras observo sus labios.
—De ti.
Levanto los ojos para mirarlo y me doy cuenta de que, en los últimos
segundos, su respiración se ha intensificado como la mía. Él parece al borde de algo
y yo probablemente me veo igual. Al borde de lanzarme a él, tocarlo, trepar por su
cuerpo, para asegurarme de que está realmente aquí. 218
Que realmente tuvimos sexo anoche.
—¿De mí?
—Sí. —Sus ojos se clavaron en los míos—. Pero no pude.
Dios, estoy zumbando.
Mis respiraciones hacen temblar mis pulmones y hay un crujido bajo mi piel.
No quiero, pero rompo nuestra mirada y vuelvo mis ojos. El pasillo de la
cocina está vacío y también el pasillo principal. Puedo oír a la gente hablando en la
sala del personal, pero nadie está levantado. Lo cual es muy extraño y sé que no va a
seguir siendo así. Alguien tendrá que venir corriendo para una emergencia u otra.
Lo tomo de la mano y lo aparto de la entrada del pasillo.
—Vamos.
En silencio, me deja arrastrarlo al armario que hay junto a la cocina, como si
quisiera estar a solas conmigo tanto como yo.
Es el mismo armario en el que me escondí la primera noche que regresó. Ni
siquiera lo había visto todavía y aun podía sentirlo, moviéndose en mi cuerpo.
Está bajo mi piel. Siempre lo ha estado.
Cierro la puerta y enciendo la luz, de frente a él.
Apenas hay espacio entre nosotros. El armario siempre fue pequeño, pero con
él dentro, siento que no hay suficiente aire para que podamos respirar.
Y luego, Zach se acerca ese mínimo espacio presionando mi cuerpo. Mi
columna vertebral está pegada a la puerta y mi frente está a ras de la suya.
—Había sangre. En las sábanas. La vi cuando me fui —gruñe y siento su polla
palpitando justo debajo de mis costillas.
Le paso los dedos por el cabello.
—Lo sé. Yo también la vi.
El dolor se refleja en sus rasgos. Dolor y arrepentimiento. Probablemente por
hacerme sangrar.
—Yo...
—Me gusta —susurro cuando se aleja, levantando mi cuello para acercarme a
sus labios—. Significa que soy tuya y tú eres mío.
Él traga mientras escanea mi rostro. —¿Te estas sintiendo bien?
En este momento, pierdo el aliento y aprieto mis brazos alrededor de su cuello
como si se fuera a ir ahora mismo, en este mismo segundo. No me he sentido bien
en toda la mañana.
—¿Blue?
Mordiéndome el labio, sacudo la cabeza una vez.
Su expresión se pone alerta y su cuerpo también. Todo apretado, grande y
chocando con la suavidad del mío. 219
—¿Te duele?
—Yo, uh, no es eso.
Sus manos me agarran la cintura.
—Entonces, ¿qué es?
Acaricio su mandíbula rasposa con mi pulgar, rozando la costura de su labio
inferior. Es tan suave y lleno.
—¿Tú... dónde vives en Nueva York?
Un ceño fruncido corta su suave frente y me acerco para acariciarlo con mi
otro pulgar.
—¿Qué?
Me muevo más abajo y trazo el arco de sus fuertes cejas.
—Nunca te pregunté. ¿Tienes un apartamento?
Se toma unos momentos para responder mientras me mira.
—Lo comparto con un par de chicos.
Sonrío ligeramente, frotando la punta de su pómulo.
—¿Tus amigos?
Las yemas de sus dedos se clavan en mi cintura.
—Más o menos. Solo algunas personas con las que Scoot, el tipo que trabajó
aquí antes, me contacto.
—¿Montan como tú?
—Uno de ellos lo hace. Nosotros, uh, actuamos en espectáculos y cosas así. No
estoy mucho en casa.
Todavía recuerdo la noche en que lo vi saltar por el hueco en el suelo. Fue
aterrador, tan jodidamente aterrador. Pero también fue magnífico. Valiente y
brillante como una estrella.
—Eres muy bueno en eso, ¿verdad?
Algunas emociones se mueven en sus ojos, haciéndolos brillantes y tomo su
rostro con ambas manos. —Sí. Me llevó mucho tiempo encontrar algo en lo que fuera
bueno. Algo en lo que otros creen que soy bueno también.
Zach tiene toda otra vida fuera de esta ciudad.
Quiero decir, ya lo sabía. Pero esto le da una imagen concreta. Un
apartamento que comparte con sus amigos. Un trabajo en el que es bueno. Apuesto
a que todos los que lo ven actuar piensan de la misma manera. Que es brillante e
impresionante.
Entonces, sus ojos adquieren una mirada distante. —Me llevó mucho más
tiempo darme cuenta de que no todos los padres tratan a sus hijos de esa manera.
Durante mucho tiempo pensé que así es como se supone que debe ser. Se supone que
un padre debe ser malo y estar enojado y yo debo... aceptarlo y odiarlo. Se supone
que debo odiarlo tanto que me vuelvo como él. —Finalmente, se centra en mí—. Un 220
abusador.
—Zach, no eres...—Comienzo con un tono decidido y feroz—. No has sido un
abusador en mucho tiempo.
—Fuiste tú quien me hizo darme cuenta, ¿lo sabes?
—¿Yo?
Me mira con algo tan parecido al afecto que siento que me estallara la piel.
Estoy tan inquieta y necesitada.
Tan hambrienta de este chico escurridizo.
—Sí. Lo que me dijiste la noche del baile de graduación. Cómo te cambio y te
convierto en una peor persona. Fue entonces cuando me di cuenta de lo que te había
estado haciéndo lo que mi padre me hacía a mí. Te había estado convirtiendo en mí,
enojada y vengativa.
No seas como yo.
Sus palabras de hace mucho tiempo tienen sentido para mí ahora. Entiendo
lo que estaba diciendo. A su manera, me estaba diciendo que siguiera adelante, que
me olvidara de él, que viviera mi vida. Me estaba diciendo que fuera una persona
más grande, una mejor persona que él.
Lo agarro por la nuca y presiono nuestras frentes juntas.
—No eres como tu padre. Eres mejor que él. Eres mucho mejor e increíble y...
Zach mueve su mano de mi cintura y toma mi rostro, arqueando mi cuello
hacia arriba.
—¿Qué pasa con las veinte preguntas?
Su tono brusco hace que algo se apriete en mi estómago. Algo emocionante y
delicioso. Y envuelvo mis dedos alrededor de su muñeca, la que tiene el tatuaje. Por
alguna razón, al tocarla, me llega un golpe de corriente al corazón.
—¿Por qué volviste a esta ciudad? —pregunto.
Su comportamiento toma un giro oscuro, un giro misterioso. —¿Por qué?
Desde que regresó, lo he visto salir de la torre uno, donde viven el señor y la
señora Prince. Es el único lugar de esta mansión donde no está permitida la entrada
del personal subalterno. Ha habido muchos rumores sobre el por qué, pero nadie lo
sabe con seguridad y nadie se atreve a hablar de ello por encima de los susurros. La
señora S es muy estricta al respecto.
Cada vez que lo veo salir de allí, parece enfadado y agitado. No sé por qué.
Pero sé que tiene algo que ver con su padre.
Dios, odio tanto a ese hombre.
—Eras libre, Zach. —Trago con dificultad a medida que su agarre en mi rostro
aumenta la presión y mi cuello se estira aún más—. De este lugar. De tu padre. ¿Por
qué elegiste volver?
Las pequeñas punzadas de dolor causadas por su agarre posesivo hacen que
mi núcleo tenga un espasmo de excitación. Con hambre y violencia. Mis pechos están
221
palpitando y mi estómago tiembla con el estruendo de las mariposas salvajes.
—¿Por qué? —me pregunta de nuevo, mirándome con ojos encapuchados.
Sólo dime qué está pasando así puedo ayudar.
—Es-este lugar no es bueno para ti, Zach. No te gusta estar aquí. No deberías
estar aquí.
No sé lo que estoy diciendo porque no quiero que se vaya. Todavía no. De
hecho, eso es lo último que quiero.
Pero si no digo esto, probablemente terminaré pidiéndole que se quede.
Terminaré rogándole que se quede aquí. Conmigo.
Y nunca lo haré.
Este fue su St. Patrick durante los primeros dieciocho años de su vida. No
merece estar atrapado aquí.
—¿Por qué? —gruñe, pellizcándome la barbilla—. ¿Qué vas a hacer cuando me
vaya, Blue? ¿eh? ¿Vas a encontrar a alguien? ¿Un tipo? ¿Salir con Ryan?
Cuando se haya ido, yo seguiré aquí.
A diferencia de Zach, yo estoy atrapada aquí. En esta ciudad.
No va a terminar con sólo recuperar mi casa, ¿verdad?
Tendré que trabajar para mantenerla, lo que significa más pagos de la
hipoteca. Y para eso, tendré que trabajar aquí, en Las Pléyades. Donde él creció,
donde fue abusado y donde nos convertimos en algo más.
Sacudo la cabeza. —No.
—¿No?
Clavo las uñas en sus muñecas. —No. No me importan los otros chicos.
Una risita sin sentido del humor se le escapa.
—Bueno, eso no va a detenerlos, ¿verdad? De husmear a tu alrededor como
perros hambrientos. Eso es lo que haces, Blue. Una mirada a ti y el tipo quedara
reducido a su yo más básico.
La felicidad florece dentro de mí con su duro tono.
No por los otros tipos a los que se refiere, sino por él. Porque él es el chico que
se reduce a lo más básico conmigo.
Zach me hace sentir hermosa. Me hace sentir impresionante.
—¿Qué hay de ti? —Jadeo, tomando un puñado de su camiseta—. ¿Vas a
encontrar otra chica con la que salir?
Su sonrisa es fría. —No tengo citas.
Algo se rompe dentro de mí con sus palabras. Una especie de presa y estoy
inundada de emociones. Tantas emociones salvajes, violentas y posesivas.
Él es mío. No me importa qué chica venga después de mí, él siempre será mío. 222
Su polla se ha enterrado entre nuestros cuerpos y me froto contra ella,
susurrando—: Quiero que hagas algo por mí.
Zach se balancea hacia atrás incluso me mira sospechosamente.
—¿Qué es?
Es como si estuviera enferma.
Estoy poseída. Hay un demonio dentro de mí. Me lo tragué el día que lo besé.
—Quiero que me folles.
—¿Sí?
Asiento. —Sí.
—¿Aquí mismo, en este armario? Donde cualquiera puede oírnos.
Pongo mis manos en sus hombros y me retuerzo contra su erección.
—La noche que regresaste, me encerré en este armario. Porque no quería que
me vieras.
—Te estabas escondiendo de mí.
—Sí. Quiero que me folles en este armario, Zach. Muéstrame.
—¿Mostrarte qué?
—Que nunca me podre esconder de ti. Que fui estúpida al hacerlo.
Un músculo salta en su mejilla. —Es lo más inteligente que has hecho desde
que volví.
Y entonces, se abalanza y me besa como si fuera nuestro último beso en la
tierra. Me besa como si estuviéramos llegando a un final y así es como quiere que
suceda.
Así es como quiere que nos encuentren, nuestros cuerpos sin vida
entrelazados y nuestros labios sellados.
Le devuelvo el beso con igual fervor. Con todo este caos dentro de mí.
Mi corazón no puede seguir el ritmo. Todo está desatado, suelto y golpeándose
entre sí. Todos mis órganos, mis huesos.
Mi alma.
Zach rompe nuestro beso para bajar a mi cuello y me muerdo el labio contra
la fiebre bajo mi piel. Mis dedos se entierran en su cabello y mis caderas han
aumentado su ritmo.
Llega a mi pecho y me muerde el pezón a través de mi uniforme, haciéndome
jadear.
Lo está chupando, haciéndole el amor con su boca y lo siento, siento el látigo
de su lengua a través del algodón de mi uniforme y mi sujetador.
Cuando se mueve al otro pecho, veo la mancha húmeda que ha dejado en mi
vestido y casi me corro ante la sucia y erótica cosa que ha hecho con mi cuerpo.
—Zach, por favor... —le ruego, moviéndome contra él sin descanso. 223
Sus manos se meten bajo el dobladillo blanco de mi vestido y me agarra el
trasero mientras sigue chupando mi pezón, como si estuviera bebiendo de él. Como
si estuviera bebiendo mi lujuria y mis hormonas.
Me estoy desmoronando ahora mismo. Todo mi cuerpo se está secando.
Justo cuando creo que no puedo soportarlo más, Zach se aleja de mí, sus
labios húmedos y brillantes y me da la vuelta.
Las palmas de mis manos golpean la puerta y el sonido es tan fuerte que hace
eco dentro de mi pecho.
Jadeando, miro hacia atrás.
—¿Qué estás haciendo?
Zach también parece estar poseído. En trance mientras me mira, mi columna
arqueada y mi trasero estirado. Me agarra de las caderas y me aprieta, haciendo que
mis ojos se agiten con excitación y pesadez antes de apretar su pecho de respiración
salvaje contra mi espalda.
—¿Quieres ser follada en un armario, nena? —me susurra al oído.
Asiento bruscamente.
—Así es como te follan en un armario. Por detrás. Como si fuéramos dos
animales tan desesperados y locos el uno por el otro que no podemos ni molestarnos
en encontrar la superficie horizontal más cercana.
Sus palabras son más sucias que cualquier otra cosa que haya escuchado en
mi vida. Más eróticas, cargadas y vivificantes que mi corazón palpitante y la sangre
que corre por mis venas.
Y todo lo que tengo para darle a cambio es mi gemido de zorra y un arco más
pronunciado de mi espalda, ofreciéndole mi culo.
—¿Quieres eso? ¿Quieres que te folle así? —dice con dificultad.
—Sí. Fóllame como si fuera tu puta y no te cansaras de mí.
Siento su sonrisa hasta los dedos de mis pies enroscados. Me da un suave beso
en la mejilla antes de alejarse y me sube el vestido por el trasero. Sus dedos son
ásperos y urgentes mientras los engancha alrededor de la banda de mi braga y la
empuja hacia abajo.
Estoy jadeando. Mis pechos están presionados en la puerta y mis palmas se
deslizan con el sudor.
Me lo imagino empujando en mi cuerpo en cualquier momento. Lo estoy
anticipando, muriendo por ello como mi próximo aliento.
Pero siento algo completamente diferente.
Zach se pone en cuclillas y presiona su rostro entre mis piernas, haciéndome
balancear sobre mis pies.
Me doy la vuelta justo cuando me golpea el centro con la lengua plana. Mi
sabor le hace gemir y una de mis manos se echa hacia atrás y se agarra a sus hebras
aterciopeladas.
224
Tararea en mi coño, haciéndolo apretar. —Dios, tu coño sabe aún mejor ahora.
—¿Lo h-hace?
—Sí. —Toma otra probada, sus manos amasando y dividiendo mi trasero—.
Porque ahora es mío y lo sabe. —Una larga y profunda chupada a mis labios—. Sabe
quién lo hizo sangrar anoche. —Luego azota mi clítoris con la lengua, haciéndome
rastrillar su cuero cabelludo con mis uñas y arquearme en su boca—. Deberías estar
enfadada conmigo, Blue. Lo dejé todo rojo e hinchado. Pero no lo está. —Cierra su
boca sobre mis labios de nuevo, entrando en mi canal con su pulgar—. A él le encanta.
—Le encanta —digo, respirando, meciéndome en su boca.
Mucho, mucho.
Zach me come mientras perfora mi agujero con su dedo, su lengua se mueve
ligeramente en mi clítoris. No tardo mucho en venirme porque lo he estado
deseando, deseándolo a él desde que me levanté esta mañana.
Me bajo de mi altura cuando siento que se levanta, su vaquero grueso rozando
mi trasero desnudo. Escucho el sonido de su cremallera y como una perra en celo
entrenada, mi coño saliva. Puedo sentir mis muslos sucios y húmedos temblar.
—Me pregunto si estarás así de caliente cuando te folle por el culo —susurra,
enviándome a volar al cielo, a otra estratosfera en conjunto.
¿Cómo conoce todos mis botones?
Lentamente, agonizando cuidadosamente, Zach desliza su polla dentro.
Gimoteo con su invasión. Gimo y casi me vuelvo loca.
Su vaquero hace contacto con mi trasero desnudo y me subo de puntillas,
arañando la puerta. Él probablemente solo los empujó lo suficiente para liberar su
erección y llegar a mi coño. Como un animal desesperado.
El pensamiento me hace tambalearme en mis pies, borracha y drogada con él
y sus lentos pero minuciosos golpes.
Zach envuelve mi trenza alrededor de su muñeca, tirando de mi cuerpo hacia
él.
—¿Duele?
De alguna manera, reúno mis sentidos y abro los ojos, mirándolo. Está viendo
el lento deslizamiento de su polla dentro de mí.
Me enciende como el fuego, el pensamiento de que puede ver mi coño
abriéndose y cerrándose alrededor de su polla así. Ojalá pudiera ver eso.
—No —susurro—. Me hace sentir llena. Más llena que anoche. Estas tan
profundo.
Sus ojos se dirigen a mí primero y luego viajan a mis pechos colgantes. El
uniforme se siente áspero, pero no tengo suficiente energía para desabrocharlo.
—Lo estoy, ¿verdad?
—Uh-huh. 225
—¿Te gusta eso?
—Sí. Me encanta.
Susurramos como si estuviéramos en una iglesia y, de alguna manera, eso me
hace estar aún más desesperada por él.
—¿Te hace sentir caliente? —murmura suavemente, sus ojos pegados a mis
pechos.
Miro hacia abajo a mis pechos y descubro que me estoy amasando el derecho.
No puedo creer que no haya sentido eso. Mis dedos tiran del pezón y me muerdo el
labio, parpadeando y lloriqueando. Mostrándole cuánto lo necesito.
—Y una zorra también —susurro.
Su mandíbula se aprieta y su estómago se endurece. Lo siento cuando mi
trasero lo golpea mientras él toca fondo. Aun así, él entra y sale lentamente,
perezosamente, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo y nuestra lujuria no
nos llevara al borde de la locura.
—Dios, Zach, ve más rápido —le ruego, tratando de empujar mis caderas hacia
atrás.
Pero él tiene tanto agarre en mi cuerpo que no puedo moverme si él no quiere.
Y no lo hace.
—No, no cuando eso puede hacerte daño.
—No lo hará.
—Cállate, Blue.
Sigue torturándome con sus lentas y largas estocadas cuando quiero que me
golpee.
Quiero que meta su gran polla en mi pequeño e hinchado agujero para poder
sentirla para siempre.
Así puedo sentirlo follándome cuando se haya ido y yo esté en mi cama,
llorando por él.
Porque sé que lloraré. Voy a languidecer.
Soñaré con él por el resto de mis días.
Frustrada, aprieto mis músculos internos, intento apretarlo más fuerte, le
digo que no me importa el pequeño dolor.
Todo lo que me importa es él y su polla.
Zach me mira acusadoramente mientras su perfecto ritmo tartamudea.
—Blue —advierte, abofeteando mi trasero.
Como si fuera una chica mala.
Tal vez lo soy. Soy una mala semilla. Posesiva, loca y desesperada por él.
Así que lo hago de nuevo. De hecho, lo hago mejor.
Con las últimas fuerzas que me quedan, me levanto y me alejo de la puerta. 226
Arqueo mi columna y pongo mis hombros sobre su pecho antes de envolver mis
brazos alrededor de su cuello.
Su polla parece aún más profunda de esta manera, conmigo de pie y él alojado
dentro por detrás. Mi trasero se presiona en su pelvis y yo presiono mis caderas, y a
pesar de sí mismo me presiona de vuelta con un gruñido.
Me giro y le digo—: No puedes torturarme así, sabes. Lo prometiste.
—¿Qué prometí qué?
—Que me follarías como si fuera tu puta.
Zach me agarra los pechos con las dos manos y los aprieta tan fuerte que el
gemido que sale de mí es el más alto hasta ahora.
—¿Sí? ¿Quieres que también alguien más piense que eres mi puta? Porque si
te follo así, Blue, estarás gritando hasta el techo. Tu señora S no será la única persona
que sepa lo que haces por mí. Cómo me sirves.
¿Por qué me excita tanto eso?
¿Por qué quiero que me haga gritar cuando sé las consecuencias?
Mi cerebro se está derritiendo y también mi cuerpo. Y ahora mismo, no me
importa lo suficiente como para analizarlo.
Todo lo que quiero es que me follen.
—No me importa. —Ruedo mi cabeza de lado a lado mientras exhalo—. Sé que
me cubrirás la boca cuando grite. Sé que me mantendrás a salvo.
Lo escucho exhalar una fuerte respiración, su pecho se hincha en mi espalda.
Un segundo después, siento la ira de sus manos.
Desgarran los botones de mi uniforme, estirándolo sobre mi pecho. Con dedos
furiosos, me baja el sujetador, haciendo que las tiras se extiendan sobre mis hombros
y arrancándolas de mis tetas, derramándolas sobre mi vestido medio abierto.
Pellizca mi pezón, con rabia, de forma erótica. —Tú lo pediste.
Y después de eso, no se habla.
Él no dice una palabra y yo tampoco. No podría, aunque quisiera. Sus
empujones son rápidos y punzantes, haciéndome rebotar contra él.
Sus muslos y su estómago me golpean el trasero y si no me tuviera cautiva con
su brazo alrededor de mi cintura y el otro apretando mi pecho, estaría en el suelo
ahora mismo.
Y me deleito con ello.
Me deleito con su pasión, su desesperación. Me encanta el aguijón de nuestros
cuerpos golpeando juntos. Me encanta la ligera quemadura en mi canal hinchado.
Estoy extasiada cuando me retuerce los pezones, inquietándolos entre sus dedos.
A través de todo esto, no ha dejado de follarme. De hecho, ha doblado sus
rodillas y ha dado una vuelta con sus muslos tensos y musculosos para poder
penetrarme más profundamente.
De repente, su mano en mi pecho desaparece y abro los ojos de un tirón.
227
Escucho sus respiraciones jadeantes y sus gruñidos en mi oído, empañando un lado
de mi mejilla cuando siento que esa mano baja, acariciando mi coño, pellizcando los
labios, los labios que está golpeando con su gran, gran polla.
Dios, tan grande. Tan jodidamente gruesa.
Y cuando me pellizca el clítoris, me vengo.
Un fuerte grito se acumula en la base de mi garganta y lo habría dejado salir.
Habría arruinado todo por lo que he trabajado durante tantos meses, si no fuera por
su mano.
Como predije, me cubre la boca con su gran y fuerte mano y absorbe mi grito
con su palma.
Zach me agarra de la cadera con su otra mano, la que me pellizcaba el clítoris,
así que me mantengo firme en mis pies mientras tengo espasmos contra él.
Cuando se viene, entierra su rostro en mi cuello, chorreando dentro de mí.
Cada pulsación de su polla y cada látigo de su semen me hace temblar y
retorcerme.
Me llena tanto con su crema que parte de ella se desliza por mi muslo.
Cuando bajo de mi altura, empiezo a estrellarme.
Empiezo a sentirme decepcionada. Triste, incluso.
Quería que me demostrara que estaba equivocada. Quería que me dejara
gritar.
Gritar y gritar hasta que el mundo entero descubriera lo que somos el uno
para el otro.
Y me pregunto por qué.

228
E
stamos en un carnaval.
Sí, un carnaval.
Por nosotros, me refiero a Zach, Art y a mí. Las tres personas
más improbables que jamás hayan salido de excursión.
En realidad no.
No es lo más improbable. De hecho, los tres tenemos muchas cosas en
común. Los tres hemos sido acosados en nuestras vidas. Los tres no tenemos
padres. Sé que los Zach están vivos, pero ¿son realmente buenos para algo?
Además, Zach es la persona favorita de Art en este momento.
Especialmente desde que leyó la historia de Art. Esa noche fue asombrosa.
Zach fue brillante, aunque un poco inseguro. Hizo una pausa en algunas
palabras, pero nada importante. Art no pudo mantener el brillo de sus ojos y la
sonrisa en sus labios durante todo el proceso. Tuve que disculparme para ir a llorar
un poco al baño.
Estaba tan orgullosa. Tan asombrada por Zach.
Más tarde esa noche, cuando vino a verme, le mostré cuánto.
Eso de alguna manera se convirtió en una de nuestras cosas: que él viniera a
verme por la noche. Pero no todas las noches. Solo cuando Tina está en el turno de
noche y la cabaña está vacía, excepto para mí y para él.
Después de que le pregunté por su vida en Nueva York y me folló en el armario
a plena luz del día, tan cerca de donde nos podrían haber atrapado, Zach ha tenido
cuidado.
Tan cuidadoso que él y yo, somos el secreto mejor guardado de las Pléyades.
No lo veo en absoluto durante el día, excepto cuando hace ejercicio junto a la
piscina y desayuna en la cocina.
El tipo que pensé que me despediría cuando llegó por primera vez hace poco
más de un mes es el que protege mi trabajo como si fuera su maldito trabajo
protegerme de todo.
229
A medida que pasan los días, me siento cada vez más inquieta. Siento que
podría desaparecer cualquier día, en cualquier segundo. Y ni siquiera lo sabré hasta
que se haya ido como una de esas estrellas fugaces que tanto me gusta desear.
Quizás Zach siente lo mismo. No puedo asegurarlo.
Pero cada vez que llama a la puerta trasera de mi casa y veo la noche negra y
el bosque silencioso a su espalda, parece tan hambriento. Tan apasionado, una
mezcla de respiraciones agitadas y forma descomunal.
Gruñendo como un oso, cae sobre mis labios, me empuja a mi habitación y se
sube a la cama conmigo. Desgarra mi ropa sin decir palabra. Sus dedos dejan marcas
por todas partes. Sus dientes dejan moretones en mis tetas, mis muslos, tan cerca de
mi coño que se siente como si realmente me estuviera comiendo.
Yo estoy de la misma manera.
Mi desesperación, mi necesidad violenta coincide con la suya. Rompo su piel
con mis uñas. Le araño la espalda, el trasero, los muslos.
Me monta con tanta necesidad que siempre estoy desesperada por correrme,
pero sigo siendo reacia porque creo que el orgasmo pondrá fin a esto.
Y no quiero que termine nunca.
Quiero que me folle por siempre y para siempre.
Pero se acaba, y al final, ambos somos un desastre resbaladizo y sudoroso.
Y luego viene nuestra segunda cosa. Le leo.
No es un secreto que nunca me haya gustado leer. Pero estoy empezando a
darme cuenta de que me gusta. Tal vez lo ignoré antes porque odiaba ir a la
escuela. Odiaba a los alumnos, a los profesores, y no leer era mi forma de rebelarme.
Pero leo ahora porque Zach me lo pide.
Creo que a él también le gustan los libros. Pero por alguna razón, no quiere
leerlos él mismo. Y no es porque la dislexia le resulte agotador leer.
Es otra cosa.
Algo que lo hace retraerse cuando lo felicito o le pregunto al respecto. La única
vez que leerá es cuando Art se lo pide. E incluso entonces, puedo ver reticencia en
cada línea de su cuerpo.
Ahora mismo, estamos agotados. Los tres.
Como es sábado, me tomé un día libre. Tomamos el autobús para llegar aquí
y pasamos toda la tarde en el carnaval.
Solía ir a estos cuando era niña, pero no lo he hecho en mucho tiempo.
Probamos de todo. Los paseos, los juegos. El algodón de azúcar.
Pedí uno azul. Pero Zach y Art se negaron.
—Se siente como comerse tu cabello, Blue —explicó Art.
—Sí, Blue —repitió Zach.
—Es asqueroso —continuó Art.
230
—Totalmente asqueroso —dijo Zach.
—Como sea, chicos. No me importa Me lo estoy comiendo.
Y para mostrárselo, le di un gran mordisco al caramelo peludo y gemí. Art se
volvió loco, pero Zach me miró con un hambre que normalmente mantiene
reservada para las noches.
De todos modos, el sol se está poniendo y el cielo está morado, y creo que es
hora de salir.
Art arrastra los pies y Zach lo levanta y lo sienta sobre sus hombros. Mis pasos
se tambalean por un segundo al ver al niño más lindo sobre los hombros del chico
más hermoso que he conocido.
Mis dos chicos.
Estamos de camino a la salida cuando Art ve un cocodrilo gigante que tiene
que tener o simplemente se desmayará aquí mismo. Se gana en un juego y Zach se
acerca al mostrador.
Suspirando, empiezo a seguirlo, pero mis ojos quedan atrapados en una
posición diferente. La pizarra a su lado dice: Escrito en las estrellas. Y hay un dibujo
de una montaña, un lago y una luna con estrellas titilantes.
La carpa es azul marino con estrellas blanquecinas por todas partes y
campanillas de viento cuelgan del techo de tela.
Es una adivina.
Nunca he sido un gran creyente, pero algo me hace acercarme. Una señora se
sienta en el mostrador y al darse cuenta de mí, sonríe.
Se ve… normal, un poco mayor que yo.
Quiero decir, sin cadenas ni abalorios ni un millón de anillos para presumir
de que puede ver el futuro. Sin embargo, lleva un poncho y una banda púrpura en su
cabello rojo.
—Hola —me saluda.
—Oye —digo, sintiéndome un poco estúpida—. Yo no...
—¿No crees?
Abrazo al osito de peluche gigante que Zach ganó para Art lanzando un anillo
alrededor de una botella. —¿Tú lo haces?
Ella se sienta en su silla, todavía radiante. —Estoy aquí, ¿no?
—Escuché que ustedes son solo lectores de personas.
—Si. Pero eso es el destino, ¿no?
—Uh, ¿qué es el destino?
Ella se encoge de hombros. —Sobre la gente. No es algo mágico. Aunque hay
algo de magia. Pero sobre todo, se trata de nosotros, de lo que queremos. 231
—¿De verdad?
Sonriendo, asiente. —Si. En serio. Dicen que el destino es cruel y poco amable
con ellos. Pero tal vez el destino solo esté haciendo lo que ellos quieren que haga.
Burlándome, pongo los ojos en blanco. —¿Estás diciendo que la gente quiere
que le ocurran cosas crueles?
—No. Pero a veces suceden cosas crueles porque estás abriéndote camino
hacia algo maravilloso.
Correcto.
Fue un error. Soy estúpida.
—Sí, no lo creo. —Estoy lista para irme, pero algo me hace espetar—: Mis
padres murieron el año pasado. No sé qué podría salir de eso que sea maravilloso.
Ella asiente sombríamente. —La muerte es cruel. No hay vuelta de página.
Pero con la muerte, llega la vida. Quizás encuentres la vida algún día. Por el camino,
quiero decir.
Vida.
Algo amargo aparece en mi mente. No estoy orgullosa de eso, pero está
ahí. No puedo ignorarlo.
La verdad es que en los últimos días he llegado a resentir mi trabajo. He
llegado a resentir mi objetivo, que me apasiona tanto.
Y me asusta.
¿Qué tengo si no tengo ese objetivo? Eso fue lo único que me mantenía a
tierra, lo único que mantuvo a raya todo el dolor.
—¿Vida? ¿Qué significa eso?
Ella ha vuelto a sonreír. —Significa algo que palpita con demasiados latidos y
demasiada respiración. Algo candente y apasionado.
Mi boca se abre: candente y apasionado.
Solo hay una persona que me hace sentir así. Quien siempre me hizo sentir
así. Y actualmente, está tratando de ganar un cocodrilo gigante para un niño de cinco
años.
—Parece que ya lo tienes.
Me concentro en la chica. —Ahora acabas de ver mi cara y me lees.
Se encoge de hombros y apoya los codos en la mesa llena de bolas de cristal. —
Culpable. Pero en realidad, te vi con él.
—¿Con quién?
—Ese tipo de ahí. Con la camiseta negra con ese chico sobre sus hombros.
Ella está apuntando hacia él en la siguiente cabina y mis ojos la siguen.
La mirada de Zach se vuelve al mismo tiempo y sus ojos están calientes. 232
Ardientes, incluso.
Sus ojos son hipnóticos.
De alguna manera, me las arreglo para saludarlo y mirar a la chica.
Ella está sonriendo. —Te lo dije. No puedes apartar los ojos de él. Los vi
pasar. —Luego baja la voz y sale como me imagino cuando lee las palmas de sus
clientes—. Lo amas.
La predicción u observación, sea lo que sea, me golpea en el pecho. Incluso
doy medio paso hacia atrás como si me hubieran empujado.
Quizás por las manos invisibles del universo.
Un pensamiento tan fantasioso y, sin embargo, me llena de... vida.
Demasiados latidos, demasiado aire, pasión al rojo vivo.
En cambio, sacudo la cabeza. —No... no puedo... —Una respiración
profunda—. No puedo amarlo.
—¿Por qué no?
—Porque él, eh. —Quito algunos mechones sueltos de mi frente—. Porque
trabajo para él. Para su familia.
—¿Entonces?
—Entonces va contra las reglas.
—Al amor no le importan las reglas.
Niego con la cabeza. —Solo está de visita. Y ni siquiera sé por qué. Se
marchará pronto.
—Eso es desafortunado.
Suspiro de alivio. Ella lo entiende ahora. Ella entiende que no puedo amarlo.
Qué injusto sería.
—Pero eso no significa que no puedas amarlo.
El pánico se apodera de mí por un segundo. Eso y enojo, y suelto:
—Él no quiere ser amado.
¿Es verdad, no?
Odia el amor. Odia la sola mención de eso. Ni siquiera sé si puede amar.
Déjame decirte algo sobre el amor: duele.
No puedo amarlo. No se me permite.
—Bueno, eso no depende de él, ¿verdad?
—¿Perdón?
La chica tiene una mirada tierna en su rostro. —Él es dueño de tu corazón.
Incluso podría sostenerlo en la palma de su mano. Podría cerrar esa palma y
aplastarla algún día. Pero lo que no puede hacer es obligarlo a que no lata por él. No
tiene ese poder. Y tú tampoco, quizás. Un corazón puede ser un verdadero dolor de
233
cabeza. Nunca se sabe dónde está su lealtad. Los corazones tienen sus propios reyes
y reinas. Lo siento. Así que, si tu corazón lo ama, entonces, lo ama. No puedes hacer
nada al respecto. Él definitivamente no puede hacer nada al respecto. Ustedes dos
sólo va a tener que aguantarse.
Emití una risa quebrada.
Lo amo.
Amo a Zach.
De eso se trata, ¿no es así?
Toda esta frustración e inquietud.
El hecho de que somos un secreto. El hecho de que me dejará para
reincorporarse a su nueva vida y no puedo ir con él porque tengo un objetivo
diferente. Un objetivo que estoy empezando a resentir más que a nada en este
mundo.
—Aguantar. —Miro el cielo púrpura—. No le va a gustar.
—Vaya cosa. Además, tampoco puede apartar los ojos de ti. Entonces no lo
sé. Creo que te sorprenderá gratamente.
Quiero aferrarme a esa esperanza.
Lo hago.
Pero conozco la realidad.
Amo al chico que odia el amor. Nada podría ser más trágico.
—Uh, está bien. Bueno, me voy a ir, pero gracias por hablar conmigo.
—De nada.
—Oh, ¿y cuánto fue?
Ella agita su mano. —No es necesario. No te leí tu futuro. Solo observé un
poco. Sin cargo por eso.
Me río. —De acuerdo. Gracias. Soy Cleo, por cierto.
Me ofrece su mano. —Soy Dove.
La estreché. —¿Quieres decir, como paloma?
—Sí, exactamente como paloma.
Cuando me doy la vuelta, recuerdo lo que Zach me dijo sobre Las Pléyades.
Cómo Zeus convirtió a esas siete hermanas en palomas y volaron para escapar
de Orión. Y cómo Orión nunca perdió la esperanza y aún las persigue.
Qué loca coincidencia que una chica llamada Dove me haya hecho darme
cuenta de que amo a un tipo que piensa que la historia de Las Pléyades es la historia
de amor más patética que jamás haya escuchado.

234
No puedo dormir
Estoy demasiado excitada. Necesito a Zach.
Después del carnaval, regresamos en autobús y nos separamos justo afuera de
las puertas. No dije una palabra y Zach seguía mirándome. No supe qué decirle. No
sabía cómo actuar con él. Así que lo dejé ir.
Tina quería interrogarme sobre mi día cuando regresé, pero le dije que tenía
dolor de cabeza y me encerré en la habitación. Nada nuevo. Le he estado mintiendo
mucho, manteniendo mi relación con Zach en secreto.
Desde entonces he estado llorando. He estado empapando mi almohada y
usándola para sofocar mis sollozos.
A medianoche, me pongo mi ropa de modo sigiloso y me pongo las
botas. Levanté la capucha para cubrir mis rizos azules y salí a la noche.
Es peligroso; Yo sé eso.
Pero la cosa es que no me importa. No me importa nada en este momento más
que ir a ver a Zach y pedirle que haga que este dolor desaparezca.
No puedo estar enamorada de un chico que puede desaparecer en cualquier
momento. No puedo amarlo cuando él odia tanto el amor.
Es demasiado insoportable. Demasiado injusto.
Estoy casi a mitad de camino de la casa principal, pasando junto a la piscina,
cuando escucho un chapoteo. Un chapoteo continuo.
Veo a Zach bajo la luz del poste. Está dando golpes amplios y largos con esos
brazos.
Cambiando de dirección, me acerco. No estoy tratando de estar en silencio o
acercarme sigilosamente a él, pero aún no me ha notado. O si lo ha hecho, no ha dado
ninguna indicación. Sigue moviéndose, dando vueltas alrededor de la piscina como
si estuviera tratando de correr más rápido que algo en el agua.
Sigo mirándolo, observando su cuerpo brillante y tenso, su cabeza oscura que
acentúa sus brazadas.
Lo amo.
Te amo.
Mientras estoy aquí y lo veo nadar como si tuviera aletas en lugar de piernas,
no tengo ninguna duda de que lo he amado desde el primer momento en que lo vi.
Vi a un niño, mirando por la ventana en la sala de detención, mirando la
fuente de agua. Lo vi con la camisa desabrochada, el cabello desordenado, la corbata
suelta y volteada sobre los hombros.
Y pensé: él.
Pensé que podríamos ser amigos. 235
Pero cuando descubrí que era un idiota desagradable y mezquino, me sentí
herida.
Me dolió que el chico que había elegido para mí fuera un idiota. Que no fuera
amable conmigo. Me lastimó al rechazarme y yo también lo lastimé, y seguimos
adelante.
Hasta ahora.
Quizás el odio es solo amor envuelto en un alambre de púas. O al menos, el
mío lo era.
Te amo, Zach.
De repente, se detiene en medio de la piscina dándome la espalda como si me
escuchara.
—Vas a mirarme toda la noche? —pregunta, pasando sus dedos por su cabello
mojado y resbaladizo.
Con el corazón palpitante y sangrante, me acerco al borde. —No estás
durmiendo.
Zach se da la vuelta para mirarme. El agua le corre por las pestañas, limpiando
los duros rasgos de su rostro, y se frota una mano sobre él.
—Tú tampoco.
Se ve tenso, agitado, el agua lamiendo sus pectorales definidos.
Probablemente como yo, pero no sé la razón. No está enamorado, ¿verdad?
—Entonces, ¿qué te dijo ella? —pregunta.
—¿Quién?
—La adivina.
Oh.
Me lamo los labios. —Me dijo que todo pasa por una razón. Y que algo me va
a pasar.
Zach frunce el ceño y se acerca. —¿Algo como qué?
La piscina está iluminada por luces subacuáticas, lo que la hace parecer un
azul relajante. Un azul tentador. Un azul en el que me gustaría sumergirme algún
día. Esta noche, tal vez.
Doy unos pasos hacia atrás y Zach sigue todos mis movimientos. Me quito la
capucha y abro la cremallera. —Algo como la vida.
—¿Qué?
—Algo con demasiados latidos y demasiado aire. Algo candente y apasionado.
Me quito la sudadera con capucha y me quito las botas.
Parece que quiere decir algo, pero lo interrumpo. —¿Zach?
—Si.
—Tengo miedo.
Su ceño fruncido se vuelve aún más grande. —¿De qué?
236
De ti.
Agarro el dobladillo de mi camiseta y me lo quito del cuerpo, dejándome en
un sujetador azul marino. —Del agua.
—¿Por qué?
Porque haces sangrar mi corazón.
Mis manos van a los botones de mi pantalón corto. —Porque no sé nadar.
Nunca aprendí. Mi papá trató de enseñarme cuando era una niña, pero me asusté
mucho. Pensé que me ahogaría. No podía dejar de llorar, así que me trajo de vuelta
a casa.
Zach está alerta ahora. Parece que va a salir de la piscina. —Blue. Detén
cualquier cosa jodida y loca que estés pensando.
Agachándome, me bajo el pantalón corto y me lo quito. Sus ojos recorren mi
cuerpo apenas vestido y digo—: Mi papá está muerto, Zach. Mi mamá también. —
Ante esto, hace una pausa, mirándome con atención—. Ya no están aquí. No tengo a
nadie en mi vida a quien pueda recurrir.
—Blue.
—Si salto al agua, no vendrán a salvarme. No pueden. Porque estoy sola.
Probablemente le parezca una locura. Suicida.
No lo soy.
Simplemente estoy enamorada de él. Y sé que, si le digo eso romperá conmigo.
Probablemente me llamará patética o algo así y este asunto secreto habrá terminado.
Lo sé en mi estúpido y puto corazón.
—No estás saltando al agua. Lo juro por Dios, Blue…
Lo interrumpí de nuevo. —¿Me salvarás?
—…no
—Dime. Si salto al agua, ¿me salvarás?
Si me enamoro de ti, ¿me atraparás?
De nuevo, es un poco tarde para hacer preguntas, ¿verdad?
Ya he caído.
Sus hombros se mueven hacia arriba y hacia abajo en respiraciones
entrecortadas. Sus ojos están ardiendo, quemando mi cuerpo con su intensidad, su
atención. Se siente como si supiera lo que le estoy preguntando. La verdadera
pregunta. No la mierda que acabo de inventar.
Se siente como si fuera a decir que no.
—Sí.
El alivio se extiende por mis miembros. Alivio de que puedo hacer esto. Puedo
saltar y él no dejará que me pase nada.
Quizás esta sea mi forma de enamorarme. Literalmente. Quizás esta es mi 237
forma de decírselo. Y al pedirle que me salve, finjo que él diría que yo también te
amo.
Vuelve a gritar mi nombre, pero no le hago caso.
Solo corro y salto.
El chapoteo que hace eco suena como si viniera del interior de un túnel. El
agua me golpea justo en el pecho y siento un segundo de pánico antes de que sus
fuertes brazos me rodeen. Su cuerpo grande, fuerte y que salva vidas choca con el
mío y me aferro a él, jadeando por respirar.
No creo que haya estado sumergida más de dos segundos. Aun así, se siente
como si mis pulmones estuvieran llenos de agua y murieran de hambre.
Zach me abraza contra él, me aprieta, sus brazos me rodean como apretadas
bandas de acero. En realidad, su abrazo me hace más difícil respirar de lo que sentí
cuando salté a la piscina.
—No puedo… —respirar. —Jadeo, aferrándome a él como un mono araña.
A mi petición, afloja su agarre, pero luego su mano está libre para enredarse
en mi cabello mojado y tira de mi cabeza hacia atrás.
Ardo con su furia mientras me mira. —¿Estás jodidamente loca? ¿Qué diablos
estás haciendo?
Sus palabras gruñidas se asientan en las cercanías de mi corazón y se enrollan
como dedos alrededor de mi órgano enfermo de amor.
—Quería averiguarlo.
Casi sacude mi cabeza por mi cabello. —¿Averiguar qué?
—Cómo se siente. Caer, quiero decir.
Mi respuesta no le agrada. De ninguna manera. Aprieta mi cintura con
fuerza. —Nunca “jamás” volverás a hacer esto. ¿Me entiendes?
Quiero preguntarle cómo sabrá alguna vez si doy otro paso. Se irá pronto.
Pero no soy tan cruel.
Me lamo los labios, balanceándome en el agua a pesar de que estoy pegada a
él. —Te lo prometo. —Entonces, una lágrima se me escapa y susurro—: Extraño
mucho a mi mamá y a mi papá.
La agonía se apodera de sus rasgos y me abraza de nuevo. Meto la cara en su
salado y dulce cuello y lloro.
Eso es todo lo que necesito.
Un hombro donde llorar. No necesito tópicos ni falsos consuelos. Solo él y su
fuerte pecho.
Sollozando, giro la cara y hablo con la vena de su cuello. —¿Conoces mi
casa? ¿La que estoy tratando de recuperar?
Tararea, diciéndome que está escuchando.
—No creo que quiera recuperarla por las razones correctas. —Toco las gotitas 238
en su clavícula mientras continúo—: Creo que solo tengo miedo de que, si no la tengo,
todos los rastros de mis padres se habrán ido.
Zach me aprieta de nuevo y me besa en la frente.
—Y hay otra cosa, creo —continúo.
—¿Qué?
—Creo que si no la quiero de vuelta, entonces no tengo ninguna razón para
quedarme aquí —confieso—. Antes de que mis padres murieran, quería salir de la
ciudad e ir de viaje por el país en mi auto azul. Pero cuando se acercó el momento,
comencé a sentir pánico. Sentí que, si dejaba este lugar, nadie en este mundo sabría
quién era yo. ¿Sabes a lo que me refiero? Nadie en este mundo sabría cuál era mi
nombre. Estaría tan, tan sola. Y luego, murieron y yo estaba como, no puedo irme
ahora. Si me pasara algo, no sabrían a quién llamar.
Asiento como si confirmara mis propias palabras. —Sí, entonces esto es
todo. Maggie me dijo que dejara mi trabajo y me fuera. Incluso Tina. Pero lo he
estado usando como una excusa para esconderme aquí porque nadie en el mundo
sabría mi nombre fuera de esta ciudad, si me fuera.
Su nuez de Adán se balancea cuando traga. Lo veo suceder y, por alguna
razón, es tan fascinante para mí. Es tan fascinante que el agua esté fría, pero el calor
de su cuerpo es tan intenso que estoy sudando.
—Yo lo sabría —dice con brusquedad.
—¿Qué?
—Sabría tu nombre. Estaría ahí fuera y sabría quién eres.
Sonrío, aunque se me escapa otra lágrima. Y algo pasa por mi cerebro.
Un pensamiento.
Un pensamiento tan fantasioso: ¿y si estamos juntos? ¿Él y yo?
¿Y si cuando se vaya, me marcho con él?
¿Y si me pone en la parte trasera de su motocicleta y salimos hacia el
atardecer?
Me alejo de su pecho y lo miro. Sus ojos son intensos y tristes y me doy cuenta,
es por mí. Está triste por mí.
Sus labios se abren mientras nos miramos el uno al otro bajo el cielo nocturno,
salpicado de un millón de estrellas.
—Alguien podría verte conmigo —murmura.
—No me importa.
—Hay que tener más cuidado —insiste.
—No lo tengo. No cuando te tengo a ti. Me protegerías —contesto con
confianza—. Me has estado protegiendo todo este tiempo, ¿verdad? Manteniéndonos
en secreto. No quieres que la gente hable de mí. No quieres que me pinten como una
puta, ¿verdad? 239
Está en silencio pero su mandíbula se flexiona.
—Esta es otra de tus formas de compensar lo que hiciste. En St. Patrick. Nunca
viniste a mi rescate entonces, así que ahora lo estás compensando.
—Hablas mucho —dice con brusquedad.
¿Cómo no puedo amarlo? Este chico que se arrepiente de la manera más dulce
y cariñosa.
Me pregunto si puedo pedirle que me lleve.
—Te echaré de menos cuando te vayas —susurro en su lugar.
Se pone rígido contra mí. —No quiero que lo hagas.
—No depende de ti.
Su respuesta es un fuerte apretón de mandíbula.
—¿Me extrañarás?
Zach nunca me ha dado ninguna indicación de que quiera más de lo que
tenemos ahora. Siempre hemos tenido una fecha de caducidad.
Pero más que eso, me pregunto si querría llevarse algo de su antigua vida
cuando se vaya para retomar la nueva.
No importa lo que pueda ser esa cosa. No importa si esa cosa soy yo.
—No quiero.
Pensé que su negación, y sabía que sería una negación mucho antes de que
pronunciara esas palabras, se sentiría como una explosión.
Pero tal vez algunas almas se rompen en silencio. No hacen ruido ni un
repiqueteo. Mueren en silencio. Silenciosamente.
—Quiero que hagas algo por mí —digo esas palabras de nuevo.
Los que me mencionó la noche que me dijo que corriera, y luego, las usé un
día después porque quería que él revelara nuestro secreto.
—¿Qué?
Flexiono mi agarre alrededor de su cuerpo. Es extraño estar en el agua. Me
siento sin ataduras. Más ligera y más pesada al mismo tiempo. Ante mi movimiento,
él también me aprieta en su agarre.
—Quiero que me beses. —Sonrío levemente—. Aquí mismo en el agua. Bajo
todas las estrellas del cielo.
Su pulgar acaricia mi mejilla por un momento antes de inclinarse y besarme.
Al principio es duro. Una fuerte presión de su boca sobre la mía, y luego
comienza a mover sus labios. Y el beso cobra vida.
Húmedo, caliente y ardiente.
En el fondo, siento a Zach moverse. Me aferro a su cuerpo mientras me ahogo
en su beso. Navegamos a la deriva por el agua, y luego siento algo en mi trasero. Un
escalón de cemento. 240
Zach nos ha llevado hasta el final de la piscina y me ha sentado a salvo en uno
de los escalones, flanqueado por una barandilla plateada que conduce al agua.
Ahora que estoy en terreno firme, Zach rompe el beso para mirarme. Está
bloqueando toda la luz, proyectando una sombra sobre mí en la forma de su gran
cuerpo. —Nunca volverás a hacer algo así, ¿no?
—Lo prometo.
Le doy la respuesta que quiere, pero aun así, la angustia en su rostro no
desaparece. Se filtra cuando se inclina para besarme de nuevo.
No es tan cuidadoso ni lento como antes. Él cierra su boca sobre la mía y me
abro debajo de él. Tanto mis labios como mis piernas para permitirle entrar.
Por encima del agua, puedo sentir mi desnudez. También puedo sentir su
desnudez. Lleva un bañador negro y yo solo estoy en sujetador y braga.
Sus músculos duros y húmedos se sienten como una combinación perfecta. Se
mueven y se amontonan bajo mis manos errantes, alimentando mi necesidad de él.
Nos besamos y nos besamos hasta que ya no podemos besarnos.
Hasta que necesitamos algo más.
Zach hace un trabajo rápido con nuestra ropa, bajándome el sujetador para
llegar a mis tetas y empujando mi braga a un lado para exponer mi abertura. Lo
ayudo con su bañador y en un instante, está dentro de mí. Se zambulle dentro y fuera
mientras chupa mis pezones y me da besos ruidosos por todo el pecho.
Le araño los hombros, la espalda, los bíceps, lo que sea que pueda hacer
mientras me balanceo contra él, follándolo con todas estas emociones en mi corazón.
Me doy cuenta de que lo que siento por él es demasiado intenso, demasiado
apasionado, demasiado desgarrador y triste para ser llamado amor.
Quizás sea una tragedia.
O tal vez sea el blues.
Tengo el blues y por eso no puedo dejar de llorar.
Zach levanta la cabeza para encontrar mis lágrimas rodando por mis mejillas
y sus rasgos están doloridos. Lloro más fuerte cuando las lame con su lengua.
No dejo de llorar incluso cuando escucho el agua chapotear a nuestro
alrededor y nuestros cuerpos se sienten boyantes. Están saltando y rebotando más
de lo habitual, haciendo que todo sea doblemente erótico.
Y cuando me corro, lloro también, derramando mi tristeza en la lengua de
Zach y mi clímax en su polla.
Sí, es el blues.
Porque amo a un chico como él.

241
E
stá subiendo hasta la torre uno.
Esto nunca sucede. Nunca.
Durante el último mes, siempre he visto a Zach bajando las
escaleras, pero nunca subiendo.
Dios mío, esta es mi oportunidad. Una oportunidad de averiguar qué está
pasando.
Pensándolo bien, no es de mi incumbencia. Nunca me ha revelado nada.
Quiero decir, si él quisiera que supiera, me lo habría dicho.
Pero luego, pensándolo bien, tal vez sea una señal.
Tal vez lo que le está pasando allá arriba es tan horrible que no puede hablar
de ello y esta es mi oportunidad de averiguarlo. Apuesto a que sea lo que sea, su
padre definitivamente está involucrado.
Y si tengo razón, lo voy a joder y ni siquiera estoy bromeando.
Él es la razón por la que Zach se ha sentido tan rechazado todos estos años. Él
es la razón por la que Zach está lleno de tanto resentimiento e ira.
El señor Prince es un matón y ¿no es mi deber defender a Zach contra él?
Defender lo que es correcto
Mis piernas comienzan a moverse incluso antes de que termine mi
pensamiento.
Se supone que debo llegar a la torre tres y atender a los invitados, pero Tina
está allí ahora y puede sostener el fuerte un poco más sin mí.
Rápidamente subo los escalones para que nadie pase y arruine mi plan.
El pasillo con sus habitaciones flanqueadas se parece mucho a cualquier otra
torre. Aunque diré que es terriblemente blanco. ¿Y las luces del techo? Son
deslumbrantes.
Es un pasillo incómodo. Instantáneamente no me gusta.
De todas las habitaciones, hay una a la derecha con la puerta entreabierta, y
me acerco a ella.
242
A través de una abertura, veo a alguien.
Una mujer.
Ella es pequeña. Delgada como un riel y débil. Lleva una bata de color
melocotón y la cabeza envuelta en un pañuelo beige. Está apoyada en la cama, con
mantas cubriendo la parte inferior de su cuerpo.
Algo en ella es tan familiar y no me doy cuenta de qué es hasta que toma aire,
sonríe levemente y luego comienza a toser.
Es la señora Prince, la madre de Zach.
Comienza con una tos suave que se vuelve más áspera y violenta hasta que
tiene que levantarse de las almohadas y toser en una servilleta.
Una servilleta que le dio Zach.
Casi me caigo por la puerta de la sorpresa, pero afortunadamente me
agarro. Aunque lo empujo suavemente para ampliar el espacio y poder ver con
claridad.
Zach está inclinado sobre ella, su mano en su espalda, frotando en círculos,
tranquilizándola, y los dedos de su madre están agarrados de su otra muñeca para
apoyarse. Unos segundos más tarde, su ataque de tos desaparece y se vuelve a
acostar.
Puedo oír su respiración entrecortada y ruidosa mientras trata de relajarse.
Zach tira la servilleta en un cubo de basura invisible, creo, antes de volver a la
cama con un vaso de agua. Su madre lo toma obedientemente, pero aun así, él lo
sigue sosteniendo. Quizás porque piensa que ella no puede manejarlo. Y por lo que
parece, no puede.
Todavía no puedo creer lo que estoy viendo.
¿No la vi arreglada y sana en esa cena con los Howard hace unas semanas?
En este momento, se ve descuidada. Ella todavía es hermosa pero sus mejillas
están hundidas. Hay manchas oscuras en su piel. Sus labios están agrietados y hay
una calidad enfermiza en su comportamiento.
—¿Estás bien?
Ese es Zach.
Me hace la misma pregunta en esa misma voz baja que él. Es preocupación.
—Si.
Guarda el vaso y arrastra una silla hasta la cama, tomando asiento. —¿Dónde
está papá?
Y así, su preocupación se va y es reemplazada por dureza.
—Reunión —responde su mamá.
—Por supuesto. —Toma el control remoto del televisor de la mesita de noche 243
y comienza a jugar con él—. Una película, ¿de acuerdo?
Su mamá asiente.
—¿Estaba aquí cuando llegó el médico? —continúa, pero sus ojos están en la
televisión. Lo está mirando fijamente, pero tengo la sensación de que no sabe nada
de lo que está sucediendo en la pantalla.
—No empieces, Zach.
—No estaba aquí, ¿verdad? —Pasándose los dientes por el labio inferior, niega
con la cabeza. —Jodidamente típico.
—Zach.
De alguna manera, su voz se vuelve más fuerte y ella también se ve más
fuerte. Como un truco de la luz. Pero tal vez así es como engaña a todos. Es el tipo de
mujer que puede poner cara cuando la ocasión lo requiere.
—¿Qué?
—Déjalo ir. Tu padre tiene otros deberes. Tiene una empresa que dirigir.
—Sí, su maldita compañía. Todo se derrumbará sin él, ¿no? Ni siquiera puede
quedarse en casa para saber cuánto tiempo le queda de vida a su esposa.
Su mamá lo mira. —Deja de ser tan ingrato. Y deja de usar malas palabras
delante de mí. ¿Dónde están tus modales?
Él se burla.
—Tu papá ha hecho todo por esta familia. Hizo todo por ti. Siempre ha
querido lo mejor para ti.
—Solo que yo lo tiré.
Un asentimiento brusco. —Exactamente. ¿Sabes cuánto le duele? El tipo de
hijo que eres. Ingrato y problemático. Pero no nos detengamos en esas cosas. —
Levanta la barbilla y le da una palmada en el brazo—. Me gusta esta película. Me
recuerda cómo era tu padre cuando me casé con él.
Hay una leve sonrisa en su rostro mientras mira lo que sea que se esté
proyectando. Sin embargo, la mandíbula de Zach se tensa.
—Tu padre era un hombre tan guapo en aquellos tiempos. Te pareces a él,
ya sabes —le dice a Zach con cariño—. Cuando naciste, tu papá estaba tan feliz. Tan
feliz. Me miró como si fuera su reina. Nunca podré olvidar esa mirada.
Unos segundos de silencio.
Luego. —Y tampoco puedo olvidar la mirada en sus ojos el día que se enteró
de que eras defectuoso. Pensé que me odiaba. Le trajiste tan malos recuerdos,
¿sabes? De su propia infancia.
El agarre de Zach en el control remoto es tan fuerte que puedo ver sus nudillos
blancos desde aquí. Me temo que se le van a salir de la piel. 244
Pasan unos momentos y ella sufre otro ataque de tos que Zach la ayuda a
superar. Le vuelve a dar el agua. Y de nuevo, él se lo guarda.
Cuando termina, pregunta:
—¿Cómo está tu muñeca?
—Está bien. Nada más que un rasguño.
—¿Qué le dijiste al doctor?
Ella se vuelve severa de nuevo. —No había nada que decir.
—¿Chocaste con el pomo de una puerta, otra vez?
Su mamá suspira. —En serio, Zach. ¿Qué te molesta esta mañana? ¿Por qué
no puedes dejarlo ir? Fue simplemente un apretón duro. A veces pierde el
control. Está estresado. Tiene un ...
—Una compañía que dirigir, lo sé.
Ella resopla. —Sí, y una esposa enferma. Y un hijo al que no le importa. —Lo
mira de arriba abajo—. ¿Por qué no te pones ropa bonita? Al menos úsalos para las
fiestas. Tu padre odia que vayas por ahí con ropa tan andrajosa. Pareces uno de los
miembros del personal.
—No me importa lo que padre quiere, Madre —él responde de vuelta
cáusticamente.
Su mamá lo mira indignada. —Por el amor de Dios, Zachariah, deja de ser tan
inmaduro. No puedo creer que le hice caso a tu padre para que te dejara
quedarte. Especialmente después de lo que le hiciste. Especialmente después de
todas las veces que me has defraudado a través de los años. No hagas que me
arrepienta de haberte dejado quedar.
Zach se ríe con dureza. —Hiciste que me quedara, mamá, porque sabías que
tu esposo no se quedaría a tu lado ahora que ya no eres bonita y brillante. Ahora que
estás enferma y se necesita un ejército para hacerte perfecta para sus pequeñas
fiestas, papá ya no te quiere. Ni siquiera volverá a casa porque no quiere ver en qué
te has convertido. El hombre que amas no te quiere, ¿de acuerdo? ¿No es por eso que
lo mantenemos todo oculto? Como si el cáncer fuera una especie de crimen. Así que
propusiste que me quedara incluso después de todo porque no quieres morir sola.
Su mamá lo mira con la barbilla temblorosa y tanto odio y angustia que mis
ojos se llenan de agua.
—Pero no nos detengamos en esas cosas —repite Zach, con sarcasmo—. Creo
que también me gusta esta película.
Y así, toda conversación ha terminado.
Incluso si me quedo aquí durante años, sé que no hablarán más. Todas las
cosas que podrían haberse dicho el uno al otro, ya lo hicieron.
Eso es todo.
Esta es la razón por la que Zach odia el amor, ¿no es así? Esta es la razón por
la que nunca amará a nadie. 245
Una madre ensimismada a la que probablemente no le importaba que
intimidaran a su hijo. Un padre odioso que debería haberlo apoyado, pero decidió
golpearlo.
¿Cómo puede Zach querer amor, cualquier tipo de amor, en realidad, ya sea
familiar o romántico, cuando ha visto cosas como esta?
Me pregunto cuántas veces sus padres lo rechazaron antes de que se diera
cuenta de que el amor duele. Antes de que dejara de intentarlo y se volviera un cínico.
Dicen que el amor es lo más poderoso del mundo.
Pero incluso el amor muere cuando lo pisoteas lo suficiente. No creo que sea
capaz de sobrevivir a algo tan tóxico y disfuncional.
Algo así de violento.
Mis ojos se dirigen a la muñeca de la señora Prince de nuevo, por la que
preguntó Zach.
Es la misma a la que el señor Prince se aferró la noche de la cena con los
Howard.
La noche que descubrí lo jodidos que estaban los padres de Zach.

246
L
o estoy esperando en su habitación.
Le pedí a la señora S que me pusiera en el turno de noche esta
noche y lo hizo porque una de las otras chicas no podía hacerlo. Así
que no es realmente un allanamiento. Aunque usé una horquilla para
abrir su habitación.
Estoy acostada en su cama y mirando las estrellas, todavía buscando a Orión,
cuando se abre la puerta.
Zach entra y me siento, usando el camisón de mi mamá. El que le gusta con
un bonito encaje alrededor del cuello.
A pesar de su dureza, le gustan las cosas femeninas. Mi cabello rizado, mi
dulce olor, mi vientre suave y mis pesados pechos. El encaje alrededor del cuello de
mi camisón.
Sus ojos encuentran los míos mientras cierra la puerta.
—Hola —susurro.
Se quita los auriculares blancos lentamente mientras se acerca más. Lleva una
camiseta sudorosa parecida a un chaleco que se pega a su cuerpo, aferrándose a las
curvas de sus músculos.
—¿Has estado corriendo? —pregunto.
Él asiente, dejando caer su teléfono celular sobre la cómoda. —¿Has estado
esperando mucho?
Me pongo de pie y asiento. —Si.
Lo he estado esperando durante años. Pero eso no es nada comparado con
todos los años que lo esperaré incluso cuando sé que nunca vendrá a mí.
—Alguien...
—Nadie me vio —digo, interrumpiéndolo.
Nos encontramos en medio de su habitación. Él mira hacia abajo y yo miro
hacia arriba y hay una prisa dentro de mí.
Un escalofrío. Un temblor. Un deslizamiento de tierra.
247
Tomo su mano y la pongo en mis costillas. —¿Sientes eso?
Zach me mira a los ojos antes de mirar hacia abajo, donde nuestras manos
están unidas en mi estómago. Presiona su palma en mi suavidad, agarrándola como
si no pudiera evitarlo. Como una planta hambrienta y moribunda se aferra a la franja
de luz solar.
—Estás temblando —dice.
—Si. Son las mariposas.
Sus cejas se arquean. —¿Mariposas?
—Sí. Tú me las das. Siempre lo has hecho. —Trago, se me pone la piel de
gallina por todas partes—. Desde el primer día.
Zach mueve los dedos ligeramente. Yendo de un lado a otro sobre mi
estómago como si tratara de calmarlas, las salvajes mariposas adentro. Puedo
escuchar el sonido de su áspera palma sobre mi camisón en el silencio de su
habitación.
—No lo sabía —susurra, el sudor gotea por sus cejas.
Utilizo mi pulgar para limpiarlo. —Solía odiarlas, pero ya no.
Su mandíbula se flexiona y sus ojos se oscurecen. Más intensos.
Ojalá pudiera decir que me encantan, las mariposas, quiero decir. Pero estoy
asustada.
Aunque no puedo hacerlo. No esta noche. Necesito ser valiente.
Necesito confesar.
No sobre el amor que le tengo, sino por lo que hice esta mañana. Cómo violé
su privacidad y lo vi con su mamá.
Ampliando mi sonrisa, agarro su camiseta y le doy un tirón. —Venga, vamos.
—¿Ir adónde?
—Al baño.
—¿Por qué?
—Así puedo asesinarte y deshacerme de tu cuerpo. Será más fácil limpiar
la sangre —le repito sus propias palabras, tirando de nuevo de su camisa.
Se la quita y la deja caer al suelo. —Sí, no creo que me mates. Necesitas
demasiado mi polla.
Y tu corazón.
—Me tienes ahí. —Lo arrastro hacia el baño—. Así que realmente vamos a
darnos una ducha. Porque apestas.
Escucho su risa detrás de mí.
—¿Vamos a tomar una ducha porque yo apesto?
Deteniéndome en medio del baño, lo miro. —Sí. Ese es el plan. Te voy a
248
limpiar. Enjabonarte muy bien.
—¿Si?
Su voz es oscura y sensual, como el resto de él. Su cuerpo brilla bajo las luces
del techo y puedo ver cada curva y línea de sus músculos.
—Sí.
Mete un dedo en el cuello de mi camisón, primero frotándolo sobre mi piel y
luego tirando de la tela y usándola para acercarme.
Descanso mi pecho sobre el suyo, ambos respiramos juntos, y levanto mi
cuello hacia arriba.
—¿No deberías estar desnuda para eso? —dice con voz ronca, jugando con mi
encaje ahora.
Asiento, mordiéndome el labio.
Zach aprieta mi camisón en el pecho y me lo pasa por la cabeza antes de que
pueda respirar y me baja la braga.
Como siempre, parece hipnotizado por mi cuerpo. Mis clavículas, mis
pezones, mi ombligo. La protuberancia de mis caderas. Esa abertura entre mis
piernas. Mis dedos de los pies.
Todo lo pequeño, con curvas y suave de mi cuerpo es lo que más le gusta ver.
Y le muestro.
De hecho, me acerco a él, a su cuerpo excitado y tenso. Masajeo sus hombros
y froto su pecho. —Trabajas tan duro para este cuerpo, ¿no? Todas las mañanas —
susurro, rodeando su clavícula, frotando sus pezones—. Flexiones,
dominadas. Sentadillas. Tablas. Ni siquiera sé qué más.
Ahora estoy en sus costillas, bronceada y fuerte. Empujo mis pulgares hacia
adentro, giro mis nudillos sobre los músculos. Siento sus caderas empujar.
Suavemente, levemente, solo un susurro de movimiento, rozando mi vientre
desnudo.
—Sudas y jadeas y jadeas. Cada músculo de tu cuerpo vibra. Tus venas se
levantan. Lo noto todo. De hecho, cuando terminas, estoy jadeando. Me hace
que perder el aliento por lo que has hecho pasar a este cuerpo.
Me aferro a sus costados antes de bajar hasta su apretado estómago con todos
los surcos. —Cuando gruñes, lo siento entre mis piernas, lo juro. Me pongo toda
hinchada y caliente solo con mirarte. Observando lo duro que trabajas.
Paso mis dedos por el mechón de vello oscuro y rizado que llega hasta su
polla. La cual está tensada contra su pantalón en este momento.
Mirando hacia atrás en sus ojos encapuchados, ligeramente salvajes, susurro,
rozando mis necesitados pezones sobre sus abdominales:
—¿Puedo hacerte sentir bien? ¿Por favor? Quiero hacerte sentir bien, Zach.
Tratarte como a un príncipe por ser tan trabajador. Déjame mostrarte cuánto amo
tu cuerpo. 249
Déjame mostrarte cuánto te amo.
Ante mis palabras, él pone su mano en mi cabello, tirando de mi cabeza hacia
atrás. Sus mejillas sobresalen, su mandíbula rígida y cuadrada. Su cuello está
enrojecido de lujuria.
Es un tipo al final de su paciencia, al final de su cuerda.
—¿Quién eres tú? —gruñe.
Una chica que te ama.
—Tu premio.
Su otra mano sube y envuelve mi cuello, sintiendo mi pulso acelerado. Está
más duro que nunca, más caliente, más oscuro y completamente salvaje.
—Quíteme el pantalón.
Mis manos caen a la cintura de su pantalón y, tragando, lo hago.
Probablemente lo sienta bajo la palma de su mano, el tirón de mi garganta.
Consigo bajarlo hasta la parte superior de sus muslos, exponiendo su polla
dura que brota como un arma y golpea contra su abdomen. Zach hace el resto del
trabajo, empujándolo hacia abajo y fuera de sus piernas.
Luego me lleva hacia atrás, su polla rozando mi vientre. Siento su humedad
rozando mi piel.
Soltando mi cuello y cabello, agarra mi cintura y me levanta y me mete dentro
de su bañera de cerámica antes de meterse él mismo y cerrar la cortina de la ducha
de una vez.
Ahora estamos encerrados, acorralados y escondidos dentro de este espacio
de azulejos, él y yo. Proyecta una sombra en la pared, cubriéndome por completo y
sin dejarme espacio en ningún otro lugar que no sea el interior de los contornos de
su gran cuerpo.
Zach simplemente se queda ahí, mirándome con ojos intensos, y en este
momento, estoy llena de un propósito.
Quiere que sirva y lo haré.
Apretando mis muslos, busco a tientas la pared detrás de mí en busca de la
perilla de la ducha. Cuando la encuentro, la abro y llueve agua sobre nosotros.
Me acerco a él y echo hacia atrás el cabello que está pegado a su frente.
Tomando su mano, cambio de lugar, poniéndolo bajo el chorro de agua. Es difícil
apartar la mirada de él, del agua que se desliza por sus músculos y lo hace lucir tan
magnífico, pero lo hago.
Encuentro la botella de jabón, la rocío en mi palma antes de enjabonarlo.
Empiezo por su cuello, subiendo y bajando, antes de bajar a sus hombros y pecho.
Hago que su piel esté resbaladiza y jabonosa y le froto los pezones, lo que hace que
apriete los puños a los lados.
Inclinándome, enjabono su torso. Increíblemente duro, firme y definido.
Luego me arrodillo y enjabono su polla. Es lo más delicado, íntimo y poderoso
de su cuerpo. Larga, gruesa y orgullosa, se levanta mientras lo acaricio. Mis dedos se 250
deslizan en el jabón y rozo mi pulgar en la ranura.
Escucho su gemido y miro hacia arriba para verlo tirando su cabeza hacia el
agua mientras lo trabajo.
Todo mi cuerpo se siente hinchado por mi lujuria y mi amor por él. Este
príncipe oscuro imponente.
Una vez me dijo que si quería, me haría su esclava y me caería al suelo tan
rápido que me sangrarían las rodillas.
Creo que eso es todo.
Ahora soy su esclava, arrodillada en la tina de cerámica, sirviéndolo. Aunque
no hay sangre por fuera, por dentro, estoy sangrando con su amor.
A continuación, trabajo su saco, flexionándolos, rodándolos en mis palmas.
Hace que su polla se mueva. La perla de una gota sale de la parte superior y se
mezcla con las burbujas de su jabón de olor picante.
Por mucho que quiera jugar con él, darle el alivio que necesita, me muevo más
abajo. Primero necesito mimarlo, mimarlo antes de darle su clímax.
Enjabono sus muslos, mis dedos recorriendo el vello de ellos. Lentamente,
bajo y trabajo en sus pantorrillas. Los músculos de ellos, Jesús. Nunca pensé que las
pantorrillas pudieran ser sexys, pero lo son.
Ellos también lo son.
Cuando termino, me pongo de pie y sus fosas nasales se dilatan. Sus ojos lucen
adormecidos. Están oscuros y aturdidos, completamente perdidos.
Antes de que pueda darle la vuelta, agarra la parte de atrás de mi cuello,
tirando de mí hacia su cuerpo enjabonado. —¿Qué me estás haciendo? —susurra,
excitado y enojado.
Nuestros pechos se resbalan uno contra el otro debido al jabón y piel de
gallina se levanta por mi piel húmeda. —Sirviendo a mi príncipe.
Su agarre vacila ante la palabra y sé que significa algo para él. Yo cuidándolo
así cuando probablemente nadie lo hizo.
Cuando me da un fuerte beso en la boca, sé que lo significa todo.
Consigo que se dé la vuelta y sus brazos se abren sobre la pared de azulejos,
con la cabeza agachada.
Saco más jabón de la botella y sigo, masajeando y enjabonándole los
omóplatos y la columna. Pongo mis dedos en los hoyuelos de la parte baja de su
espalda, enjabono las mejillas tensas de su trasero.
Una vez que termino, le doy la vuelta y lo coloco debajo del aerosol. Me quito
todo el jabón y me pongo de puntillas para masajear su cuero cabelludo. Giro y froto
sus músculos hasta que el agua sale limpia.
Zach abre los ojos, el agua le corre por la cara y se echa el cabello hacia atrás,
brillante y lavado.
Mirándolo a los ojos, caigo de rodillas una vez más. 251
Su pecho se hincha mientras me mira con dominio y posesión. Algo de eso me
pone tan caliente por él. Tan hambrienta de traerle alivio.
Lo tomo en mi boca. Ha estado duro durante todo esto, duro y goteando y no
puedo dejar que lo aguante más. Su eje luce enojado y necesito calmarlo.
Balanceando mis manos sobre sus muslos duros, le chupo la polla.
Su sabor limpio y almizclado me hace querer cerrar los párpados y saborear
esto, pero no quiero perder nuestro contacto. La conexión.
Pero lo que puedo hacer es gemir sobre su longitud para que pueda sentir las
vibraciones. Y hago eso.
Gimo, chupo y parpadeo hacia él con ojos necesitados. Abro mi boca de par
en par, más y más amplia hasta que inhalo casi cada centímetro de él.
Y sobre mí, se está poniendo tenso. Sus abdominales se flexionan y se mueve
sobre sus pies, inquieto. Sus gemidos son más fuertes que el chapoteo del agua
contra su espalda y la bañera. Sus puños se están apretando más en mi cabello y
sobre mi hombro.
En poco tiempo, se está metiendo dentro de mi boca como si hubiera metido
dentro de mi coño.
Él está obteniendo su placer de mí en lugar de que yo se lo dé. Y ese es el mayor
placer que puedo concederle: dejar que él se haga cargo.
Paso mis uñas por sus muslos, hasta su vientre tembloroso. Vuelvo y clavo mis
uñas en su duro trasero, haciendo que sus mejillas se contraigan.
Luego, hago algo que nunca pensé que haría en un millón de años.
Trazo el pliegue entre sus mejillas duras y musculosas, y encuentro ese
agujero oscuro.
Zach se pone rígido sobre mí, sus embestidas en mi boca pierden su
ritmo. Pero vuelvo a hacerme cargo del trabajo. Muevo la boca, mirándolo dentro y
fuera mientras mi pulgar rodea su apretado agujero.
Con la otra mano, vuelvo a palmear sus bolas, las aprieto, tiro de ellas y froto
con el dedo el delicado perineo. Lo hace ponerse de puntillas y palmear mi teta
derecha.
Mi corazón late contra mi pecho con tanta fuerza por la forma ilícita en que lo
estoy tocando. La forma en que se tensa, se contrae y gruñe.
Dios.
Es la cosa más caliente que jamás haya existido.
Me da el coraje meter mi pulgar húmedo y resbaladizo dentro de él, dentro de
su estrecho agujero, mientras aspiro su polla en mi boca con una larga y dura
succión.
Y con un gran tirón de su cuerpo, chorrea en mi lengua.
Pero si pensé que me dejaría marcar el ritmo, estaba equivocada. Agarra mi
cabello y me arranca la boca con una mano mientras con la otra agarra la base de
su polla espasmódica. 252
Zach apunta a mi pecho y yo arqueo mi columna y empujo mis pechos para
que él se venga. Su mano rodea su polla y acaricia, acaricia, acaricia, derramando su
semen por todas mis tetas.
Cuerdas blancas y cremosas me cubren y se deslizan por la pendiente, cayendo
sobre mis pezones. No sé qué mirar, su orgasmo en mi cuerpo o a él, jadeando y
vibrando.
Cuando termina, abre sus pesados párpados.
Nuestros ojos vuelven a conectarse, los míos sumisos y enamorados y los
suyos mezquinos y dominantes.
Apretando la mandíbula, me levanta y me obliga a ponerme de pie. Jadeando,
miro su rostro duro.
—¿Crees que puedes tocar lo que no te di? —gruñe.
Me aferro a sus hombros. —Solo quería hacerte sentir bien. -
Me estudia por un momento y me da un beso corto y duro en la boca. —
¿Si? Bueno, espero que estés lista entonces.
—¿Lista para qué?
—Lista para ver realmente lo que significa servirme.
Zach no me da tiempo para asimilar sus palabras antes de cambiar nuestras
posiciones, luego me hace girar.
Estoy frente a esa pared de azulejos ahora, el chorro de la ducha corriendo por
mi espalda. Me doy la vuelta para mirarlo cuando Zach agarra mis caderas y tira de
mí hacia atrás, moliendo su polla en el pliegue de mi trasero.
—¿Qué me vas a hacer? —pregunto con un dejo de inquietud y mucha
emoción.
Pasa su boca abierta a lo largo de la columna de mi cuello. —Creo que lo sabes.
Me arqueo contra su polla que no se ha vuelto suave incluso después de su
clímax. —¿Follarme?
—Si. Eso es seguro.
Algo me hace preguntarle:
—¿Dónde?
Sus manos frotan mi estómago, bajan para acunar mi coño en una pasada
antes de viajar hacia arriba para apretar mi pecho. —En tu culo.
Me estremezco contra él y levanto los brazos hacia arriba y hacia atrás,
agarrando su cabello empapado. —De acuerdo.
—Está bien, ¿eh? ¿Es por eso que me hiciste ese movimiento, Blue? ¿Era esa
tu forma de decirme? Querías que te follaran por el culo.
Froto mis muslos juntos. —No lo sé. Tal vez. 253
Pellizcando mi pezón, advierte:
—Pero entonces, esto no se trata de ti ahora, ¿verdad? Estás aquí para
servirme. Cuidarme.
Mordiéndome el labio, asiento. —Sí. Es sobre ti. Todo lo que digas, de
acuerdo.
—Sí. —Besa mi mejilla levemente, en contraste con la forma en que está
follando mi trasero y torciendo mi pezón—. Entonces digo que te voy a follar por el
culo. Pero también voy a follar tu apretado coño.
—Oh Dios… —gimo cuando pronuncia esa palabra.
Esa palabra sucia, sucia y desagradable. La palabra que realmente me hace
sentir como su puta, una sirvienta contratada solo para atenderlo a él y sus
necesidades básicas.
Como si me estuvieran pagando por esto. Para que pueda tener un cuerpo
para saciar sus deseos.
Todos son tontos, entonces.
No necesitan pagarme. Seré suya, en cuerpo y alma, gratis y para siempre.
Zach da un fuerte empujón con la pelvis. —¿Estás lista para eso? ¿Vas a
dejarme tirarme todos tus agujeros esta noche, Blue? Ambos.
La ducha me moja la piel, pero todavía siento que mis poros están resecos.
—Sí. Todo lo que quieras.
Se le escapa un fuerte suspiro y deja caer su frente en el hueco de mi cuello en
un gemido. —Dios, me estás volviendo loco, cariño.
Giro la cara y beso su cabello. —Tú también me vuelves loca.
Entonces mira hacia arriba con los ojos entrecerrados. Besándome, da un
paso atrás y se aleja de mi cuerpo.
Manteniendo nuestros ojos conectados, busca el jabón, lo encuentra y lo
arroja a chorros en su palma. Lo enjabona, respirando salvajemente. Pero a
diferencia de mí, no me lava todo el cuerpo.
No, él va por mi trasero.
—Saca tu trasero —ordena.
Apartando la mirada de sus ojos intensos, lo hago. Estoy mirando la pared de
azulejos cuando siento sus dedos enjabonados en mi pliegue.
Jadeo cuando se acerca a mi agujero apretado y cerrado y lo rodea con los
dedos. Siento que separa las mejillas para tener un mejor acceso y apenas reprimo
mi gemido. Mis uñas están arañando la pared cuando me pide que me relaje.
Todavía trabajando en mi agujero, presiona su pecho contra mi espalda y
chupa el lóbulo de mi oreja. Gimo, dejo caer la cabeza hacia atrás y la apoyo contra
él.
Tal vez ahora estoy lo suficientemente relajada porque mete el dedo dentro,
haciéndolo girar. 254
—Zach, yo ...
—Shh, relájate. No te lastimaré. Nunca te lastimaré, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
—Empuja hacia atrás.
Me toma un segundo darme cuenta de que quiere decir empujar hacia atrás,
no con mi cuerpo, sino con mis músculos internos.
Ardo de vergüenza mientras le obedezco. Como por arte de magia, su dedo se
desliza aún más dentro.
Es extraño, la plenitud, pero no lo odio.
De hecho, me dan ganas de frotar mi clítoris. Comienza un dolor en algún
lugar profundo de mi núcleo.
Zach besa mi mejilla suavemente y trae una mano para jugar con mi
pezón. Eso me hace ir aún más.
Mi coño está lleno de jugo y me muevo sobre mis pies, colocando su dedo largo
dentro de mi culo aún más profundo.
—¿Te gusta eso?
—Ajá.
—Gracias, joder —murmura.
No sé cómo puedo sonreír en un momento como este, cuando él está metiendo
su dedo dentro de mi trasero, pero lo hago.
Inicia un ritmo, entrando y saliendo, aflojándome un poco, y me balanceo
contra él. Un segundo después, siento que la presión se duplica y me doy cuenta de
que Zach ha logrado meter otro dedo. Los está haciendo tijeras dentro de mí,
estirándome hacia su polla.
No creo que nada pueda prepararme para su erección larga y gruesa, pero lo
amo por intentarlo. Por hacer que me guste.
Con lujuria, cubro su mano sobre mi pecho y la presiono. Zach mueve la suya
hacia abajo, dejándome solo para jugar con mi montículo, y va hacia mi clítoris. Lo
rasguea, haciéndome gemir.
Mi orgasmo me toma por sorpresa. Sucede tan rápido, tan repentinamente,
tan pronto como toca mi clítoris. Sin embargo, no es explosivo. Pero es suficiente
para apretar todos los músculos de la parte inferior de mi cuerpo y relajarme.
Extraño el calor de su cuerpo cuando se aleja de mí.
Con ojos pesados, lo veo enjabonándose la polla y sé que esto es todo. Este es
el momento en que entrará en mi culo. Solo estaba esperando a que me relajara.
Mirándome, Zach me inclina aún más hacia adelante y posiciona su polla. —
Relájate, ¿de acuerdo? Y empuja hacia atrás.
Asiento. —De acuerdo.
Algo sombrío le baña el rostro. Algo que parece gratitud. —No te lastimaré, 255
Blue.
Me lo dijo antes, pero esta vez, lo siento en mi alma. Sé que quiere decir ahora.
Quiere decir que irá lento. Pero pretendo que quiere decir emocionalmente, y quiere
decir para siempre.
—Lo sé —respondo—. Ahora mételo.
Un movimiento de labios.
Y luego, siento la presión. Tengo que alejarme de él y apoyar la frente en la
pared.
Tal vez estoy reprimiendo el miedo porque siento que Zach intenta entrar,
pero todavía no me ha roto. Siento que se acerca y vuelve a jugar con mi clítoris. Me
da una sacudida lo hipersensible que soy.
—Empuja hacia atrás, Blue —susurra—. Déjame entrar, cariño.
Algo en el tono halagador de sus palabras y ese dedo malvado en mi clítoris
me afloja de nuevo, y se las arregla para clavar la corona de su eje.
—Dios —gimo, jadeando.
Zach deja caer su frente sobre mi hombro y muerde la piel. —Maldito Cristo...
Sus caderas se mueven, solo un golpe corto, pero ambos lo sentimos
demasiado por la forma en que gemimos.
—Estás tan apretada. Tan, tan apretado. No puedo… —gruñe.
Escucho la agonía en su voz. Me recuerda tanto a la noche en que me quitó la
virginidad y estaba tan preocupado por lastimarme que me estiro y acaricio su
cabello.
Y retrocedo más, dándole la bienvenida más profundamente.
Zach maldice, sus caderas lentamente, muy lentamente, meciéndose contra
mí. Dentro y fuera. Apenas está ahí, el ritmo, pero aun así, siento que estoy a punto
de estallar.
Siento que podría venirme así. Con sus frágiles y cuidadosos bombeos y su
dedo en mi clítoris.
Pero luego, deja mi clítoris para agarrar mis caderas y mantenerme estable.
Hasta entonces, no me di cuenta de que me balanceaba, que mis piernas estaban
demasiado débiles para sostenerme.
Con sus manos en mis caderas, Zach encuentra un mejor ritmo. Sus bombeos
son más largos ahora, más profundos, pero aún suaves y lentas.
Puedo oír su respiración ronca. Está tenso como un arco. El placer es
demasiado para él, pero se está conteniendo por mí.
Ese propósito que sentí cuando comencé a lavarlo me inundó de nuevo.
Descansando mi frente contra la pared, juego con mi protuberancia
resbaladiza, tratando de soltarme para él. Para que pueda ir más profundo, más
rápido. Para que pueda follarme el culo como quiera.
Funciona, creo. 256
Cuanto más juego con mi clítoris, más suelta me vuelvo. El dolor es
soportable. El estiramiento no parece que vaya a abrirme en un segundo, y sus
movimientos dentro de mí son más fáciles.
No puedo creer que esto esté pasando. No puedo creer que lo esté tomando de
esta manera, pero todo sobre esto se siente bien.
Muy bien.
Fui hecha para él. Cada parte de mi cuerpo es suya para que la tome.
Zach gime con cada centímetro que gana dentro de mí y sus sonidos excitados
y necesitados me llevan al límite.
Mi mundo entero está centrado en él en este momento.
Con su respiración, sus sonidos, sus dedos enterrándose en mis caderas, su
polla dentro de mi trasero, forzando las partes de mi cuerpo a abrirse de forma que
nunca creí posible.
Jadeando y moviéndose suavemente dentro de mí, dice:
—Nunca olvidaré esto, Blue. Nunca olvidaré cómo se siente… —Hace una
pausa para emitir un gemido y abre la palma de su mano en la parte inferior de mi
estómago—. Cómo se siente estar dentro de tu trasero. Tan caliente y apretado y
cómo me dejas entrar a pesar de que te duele. —Mete el pulgar en mi ombligo y
vuelve a encontrar esa vena, la que nos une, haciéndola hinchar—. Soñaré con esto,
Blue. Extrañaré esto cuando me haya ido.
Justo cuando sus palabras se extinguen, me vengo.
Mi coño se derrama porque dijo que lo extrañaría. Extrañará estar dentro de
mí. Puede que sea patético para algunos, pero para mí lo es todo.
Me echará de menos. Aunque es solo mi cuerpo, me extrañará.
Me corro tan fuerte y violentamente que ni siquiera me doy cuenta cuando
Zach se mete por completo.
Toda su polla está enterrada en mi culo mientras tengo espasmos a su
alrededor. Y es demasiado para él, creo. Porque él también se viene.
Su erección palpita dentro de mi culo. Siento cada latigazo, cada tirón de su
polla mientras se vacía dentro de mí.
Cuando termina, envuelve sus brazos alrededor de mi cintura y coloca su
pecho húmedo y jadeante en mi espalda.
Bueno, también. Porque realmente no tengo energía para nada en este
momento.
Suavemente, Zach se separa de mí y me da la vuelta. Parpadeando, lo miro
justo a tiempo para notar que sus labios se posan sobre los míos.
Me besa bajo la ducha.
Me besa y me besa hasta que mis labios se entumecen y me adormezco. Luego,
me lava como yo lo hice con él y me lleva a la cama.
Zach me acuesta, todo empapado con la ducha, y se pone entre mis muslos. 257
Los abro de par en par y enrollo mis brazos alrededor de su cuello.
—No quiero cansarte —dice, acomodándose sobre mi cuerpo, su polla dura y
lista de nuevo, empujando mi centro.
—No lo harás —le digo, adormilada pero segura.
—Blue...
Extendiendo la mano de alguna manera, lo beso. —Dijiste que follarías mis
dos agujeros. No puedes retractarte de tu promesa ahora.
Zach pasa su mirada por todo mi rostro antes de sacudir la cabeza una vez y
entrar en mi canal húmedo.
Es un polvo lento y sudoroso.
En realidad, no es una mierda. Es amor.
Estamos haciendo el amor.
Lenta, suave y completamente.
Me golpea como una ola suave y con cada golpe, me ahogo.
Cuando lo miro, me doy cuenta de que todo en él es desgarradoramente
hermoso. Sus ojos intensos, esa frente fuerte, su mandíbula obstinada. Ese cuerpo
masculino se flexiona y ondula sobre mí. Su calor, su olor.
No puedo dejar de sentirlo en todas partes.
En mi coño, mi estómago. Mi vientre, en mi misma feminidad.
Quiero seguir mirándolo, pero soy tan perezosa y aletargada que mis párpados
se cierran.
Y sonrío.
Lo amo tanto.
Muchísimo.
Si esta es la única forma en que puedo decírselo, está bien.
Puedo vivir con ello.
Te amo, Zach. Pero nunca te lo diré.
El pensamiento me hace venir una vez más. Ni siquiera sé qué número de
orgasmo es este. He perdido la cuenta
Mientras Zach se estremece dentro de mí con su propio clímax, me doy cuenta
de que también perdí el secreto que quería contarle. No recuerdo qué fue.
Un segundo después, sin embargo, no puedo pensar en nada más que irme a
dormir.

258
A
unque no recuerdo quedarme dormida, me despierto en medio de
la noche.
Estoy en la cama de Zach, desnuda y sintiéndome como un
fideo. La habitación está oscura, la única luz proveniente del baño.
Hay una sábana sobre mí, cortesía de Zach, creo. Pero no está a mi lado.
Miro alrededor y lo encuentro en su sillón junto a la gran ventana de cristal.
La noche es oscura con estrellas brillantes y supongo que es más de medianoche.
—Oye —susurro, me siento y agarró la sábana a mis pechos. Todavía lo siento
entre mis piernas, a él y a su cuerpo.
Zach también está desnudo, los músculos perfilados por la luz plateada de la
luna. Sus muslos son anchos, y sus codos descansan sobre ellos mientras su mirada
se posa en mí.
En realidad, no.
Su mirada no está descansando. Hay agitación en ella, una extraña intensidad
que brilla más en la casi oscuridad.
—Me amas —dice.
Mi lánguido, cálido y jodido cuerpo siente frío ante sus palabras. Frío y muerto
y entumecido.
—¿Qué?
—Tú. Me. Amas —repite. Intenta probar las palabras en su boca, enrollándolas
entre sus dientes y su lengua.
Lo que sale no es algo que le guste.
Su cuerpo está más enojado. Sus codos se hunden aún más en sus muslos.
Me siento como un criminal, por la forma en que me mira. Alguien que ha
cometido un crimen.
No sé de dónde saqué el coraje, pero levanto la barbilla y golpeo la sábana en
mi pecho, asintiendo. —Sí. 259
Juro que puedo oír el crujir de sus dientes. Puedo oír el rechinar. El furioso
torrente de su sangre.
—¿Desde hace cuánto?
Mi corazón debería estar acelerado en este momento. Debería tener pánico.
Debería estar tratando de salvar esto. Pero después de la explosión helada inicial del
shock, todo lo que siento es alivio.
Ahora lo sabe.
Está fuera de aquí. Mi horrible secreto, o al menos uno de ellos, está fuera de
mi sistema.
—Desde siempre —respondo—. Probablemente desde el primer día que te vi.
Observó el impacto de mis palabras en su cuerpo. Una respiración profunda.
Fosas nasales ensanchadas. La tensión de sus venas y el endurecimiento de sus
músculos.
Antes de que pueda interrogarme un poco más, le pregunto:
—¿Cómo lo sabes?
—No eres muy buena ocultando cosas.
Ahí es cuando me doy cuenta de que podría haberlo dicho en voz alta. El
pensamiento que me hizo llegar al clímax y me hizo dormir.
Dios, soy estúpida.
—En realidad, soy muy buena escondiendo. Es sólo que no puedo esconderme
de ti.
—¿Y no es esa la verdadera tragedia de mierda?
Me duelen los senos nasales.
Sí, es una tragedia. Siempre lo fue. Saber eso no hace que sea más fácil de
vivir, sin embargo.
—¿Qué hay del segundo día? —pregunta, todo tranquilo.
Pero sé que todo es una mentira. Está hirviendo por dentro, preparándose
para explotar.
—¿Segundo día de qué?
—¿Cuando destruí tu cuaderno? ¿Me amaste entonces, también?
—Yo...
—O el tercer día, cuando le pedí a uno de mis amigos que te pusieran una
zancadilla de camino a clase... ¿O el cuarto? ¿Y el quinto? ¿Me amaste durante los
años de humillación y bromas que te hice? Todas las veces que pude haberte salvado
con un solo movimiento de la mano y no lo hice. ¿Cuánto me amaste entonces? ¿Y
cuando arruiné tu baile de graduación? ¿Me amaste esa noche cuando viniste a
darme una reprimenda? ¿Fue amor cuando me dijiste cuánto me odiabas y cómo
empeoraba cada día? ¿Una versión peor de ti misma? 260
Pensé que no me afectaría esto. Podía salir con dignidad mientras me
interrogaba y no llorar ni una vez.
Pero ya estoy derramando lágrimas.
Me corren por las mejillas, silenciosas pero siempre fluyendo, y Zach me mira
sin un solo movimiento en su rostro.
—Yo... lo hice —Asiento en respuesta—. Te amé a través de todo eso. No lo
sabía entonces, pero te amaba. Cada vez que tú o tus amigos me hacían algo, me
dolía. Me enojaba. Lloraba mucho. Solía planear la venganza. Y pensé que era porque
te odiaba. Pero era porque te amaba y el chico que amaba era incapaz de amarme de
vuelta. Así que sí, te amé a través de todo eso. Mi odio por ti era sólo un tipo de amor
enojado, solitario y lastimado.
Es difícil mirarlo después de confesar todos estos sentimientos dentro de mí.
Todas las cosas que me han confundido a lo largo de los años. Me hicieron sentir
agitada cuando él estaba cerca.
Pero de alguna manera, sigo mirándolo.
Sigo mirándolo, pero luego me arrepiento porque veo algo en sus rasgos que
nunca antes he visto. Nunca en mi contexto, al menos.
Asco.
Zach está asqueado de mí.
—Jesucristo. —Se lame el labio inferior mientras mueve la cabeza—. Te
vuelves aún más patética cuanto más tiempo te conozco.
Me estremezco.
Sabía que diría eso, pero aun así me estremezco.
—¿Sabes lo patético que es amar a alguien que te ha hecho daño? ¿Te das
cuenta de lo débil que te hace? ¿Cuán estúpida? —Zach continúa, mirándome como
si fuera una extraña, como si ni siquiera me conociera—. Te admiraba, Blue. Te
respetaba, joder. Respeté tu odio hacia mí. Admiraba que no me dejaras pasar por
encima de ti. Admiré tu fuerza.
Se pasa la mano por el cabello con agitación. —No quiero tu amor. No merezco
tu amor, ¿no lo entiendes? Aunque hace mucho tiempo que no soy tu bravucón, una
vez fui tu pesadilla. ¿Qué mierda te pasa? ¿Qué diablos te pasa para que me ames?
¿Qué tan jodida y débil tienes que ser para enamorarte de tu agresor? —Sacude la
cabeza una vez más—. ¿Sabes qué? Ni siquiera puedo mirarte. Sólo sal de aquí.
Aturdida, no me muevo.
Estoy pegada a mi lugar.
—Fuera —ordena Zach otra vez.
—No.
Me sorprende escuchar mi propia voz. Creí que nunca volvería a hablar.
Frunce el ceño peligrosamente. El grueso borde de sus pestañas cubre sus
261
ojos, proporcionándole una mirada mortal. —¿Perdón?
—¿Es eso lo que crees que eres? —pregunto—. ¿Débil?
—¿Qué?
—¿Crees que eres patético, Zach? ¿Jodido? ¿Es eso lo que piensas de ti
mismo?
—¿De qué mierda estás hablando?
—Vine a tu habitación esta noche porque quería confesar algo —comienzo—.
Te vi hoy. Subiendo a la torre uno. Te seguí. Sé que no debí hacerlo, pero lo hice. Y
te vi con tu madre. Estabas cuidando de ella. Está enferma. Por eso regresaste,
¿verdad? ¿Para estar con ella? Yo...
Mis palabras se cortan cuando Zach se acerca a mí en un instante y sus dedos
amenazadores me rodean la mandíbula, tirando de mi cuello hacia arriba.
Es alto y grande y está desnudo.
De alguna manera, su desnudez lo hace aún más amenazador. Tal vez porque
puedo ver lo que la furia le hace a su cuerpo. Los efectos de la misma no están ocultos
por la ropa. Cada músculo está apretado como una trampa, listo para abrirse y
cortarme por la mitad.
—Si alguna vez hablas de esto...
Sacudo mi cabeza, haciendo que se detenga. —Nunca. La salud de tu madre
no es asunto mío. Pero no te preocupa eso, ¿verdad
Agarró su muñeca y la aparto de mi mandíbula. Me levanto para verme más
alta también.
Si voy a tener esta discusión con él, nada menos que desnuda, entonces
reuniré la sábana a mi alrededor y me pondré de pie.
Podré ser más pequeña, pero al menos recuperaré mi dignidad.
Porque todo tiene sentido. Todo está muy claro ahora.
Sé por qué no quiere hablar de sus razones para regresar. No tiene nada que
ver con la enfermedad de su madre, pero todo tiene que ver con él.
—No te preocupa que diga algo sobre tu madre. Te preocupa que yo sepa por
qué has vuelto. Te preocupa que la gente se entere de que has regresado para cuidar
de tu mamá moribunda. No quieres que sepan que pasas tus días con ella, encerrado
en su habitación, ayudándola a superar sus ataques de tos. Haciéndole compañía.
—Cállate.
Veo su rostro cada vez más enojado, más tenso, pero no me detengo. No
puedo.
—Eso es lo que haces, ¿no? Te sientas con ella y ves televisión sin sentido sólo
para que tenga a alguien a su lado. ¿Por qué haces eso, Zach?
Se inclina sobre mí como una nube negra. —Si no cierras la boca ahora mismo,
te la cerraré. Y no te gustará cómo lo hago.
262
Sus amenazas no significan nada para mí.
No tengo miedo. Tal vez debería tenerlo, pero no puedo tenerlo cuando he
descubierto algo tan simple sobre él.
»Lo haces porque amas a tu mamá —Entrecierro los ojos hacia él—. Y tú odias
eso. Odias amar a una mujer que nunca te ha puesto en primer lugar. Que nunca te
ha amado. ¿No es así? Tu padre es un abusivo. Por lo que vi, a tu mamá no le importa
y tú odias estar aquí para ella.
Y ahora que he conectado todos los puntos, no puedo dejar de hablar.
»Todo este tiempo he pensado que estás demasiado dañado para el amor.
Para quererlo o para darlo. Pensé que por la forma en que creciste, lo perdiste. Esa
capacidad de ser abierto y vulnerable a alguien, y no te habría culpado. Tuviste una
infancia de mierda. Pero de alguna forma, ese no es el problema. ¿Lo es, Zach? El
problema no es que no puedas amar. El problema es que sí puedes. Puedes amar. No
estás dañado. Al menos no hasta el punto de que seas incapaz de hacerlo.
»Por eso no le dirás a nadie por qué estás aquí. No quieres que nadie sepa
cómo, después de todo, sigues amando a tu madre. ¿Por qué? Porque crees que te
hace débil, ¿no es así? Te hace patético.
Sacudo la cabeza cuando lo veo bajo una nueva luz. No puedo creer que no lo
haya descubierto antes. No me di cuenta de cuan víctima es todavía.
»Dios, Zach. Tu mundo todavía gira alrededor de tu abusador. Sigues tan
envuelto en lo que hicieron que no has podido seguir adelante. Sigues tan enojado y
lleno de odio. Tienes que seguir adelante, Zach. Estás arruinando tu vida por culpa
de ellos. No puedes...
Mis palabras se detienen cuando Zach se mueve.
Se acerca a su tocador, todavía desnudo, pero de alguna manera tan poderoso,
sus músculos se ondulan. Saca algo, se gira y me lo lanza. Todo con movimientos
espasmódicos.
Es una camiseta.
Ni siquiera tengo tiempo de darme cuenta de mi confusión cuando él
retrocede y me agarra el brazo con un fuerte apretón, sus ojos maniáticos y su
respiración salvaje.
—Zach...
Tirando de mi brazo, empieza a caminar, arrastrándome detrás de él.
—Zach, ¿qué estás haciendo?
Estoy tropezando; mis pies están atrapados en la sábana. Quiero levantarla,
pero mi mano está doblada para mantenerla en su lugar, junto con la camiseta que
me dio.
Un segundo después, no es eso lo que pienso, la sábana enredada, porque abre
la puerta y me da el tirón más fuerte, empujándome fuera de su habitación.
¿Acaba de...
263
¿Echarme?
Me doy la vuelta para encontrarlo en el umbral.
—Ponte algo y mantente fuera.
Cierra la puerta de golpe, dejándome envuelta en su sábana y agarrando su
camiseta.
El pánico se apodera de mi garganta, de mi estómago. Estoy temblando.
Frenéticamente, me miro a mí misma y luego al pasillo vacío y poco iluminado.
Creo que voy a vomitar.
Tengo tanto frío y la única cosa caliente en mis manos es la prenda que me
dio.
No sé cuánto tiempo estoy ahí, temblando, mirando a su puerta, todavía en
estado de shock. Humillada hasta el alma.
Entonces escuchó un golpe y un estallido y un profundo gruñido.
De alguna manera me despierta, me hace moverme.
Agarró su camiseta a mi pecho y por pura memoria muscular, localizó un
tocador unas cuantas puertas más abajo. Entro, dejo caer la sábana al suelo y me
pongo su camiseta.
Hay un espejo a mi derecha, pero tengo miedo de mirarlo. No quiero ver mi
cuerpo destrozado y vandalizado.
Inclinándome, tomó la sábana y la envuelvo alrededor de mis hombros.
Entonces empiezo a caminar, mirando mis pies. Salto cuando escuchó más
golpes, un vaso rompiéndose.
Coinciden con los sonidos del caos dentro de mi cuerpo.
No recuerdo bajar las escaleras o caminar por la mansión dormida, hasta que
me encuentro en el ala de los empleados y se enciende una luz.
Es dura y entrecierro los ojos contra ella.
—¿Cleo?
Es Maggie.
—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? No estabas en tu habitación.
Aún temblando, la miro con los ojos llenos de lágrimas. —Estaba en s-su
habitación.
Sus ojos se abren cuando se da cuenta de lo que quiero decir con su. —¿La del
Maestro Zach?
Asiento.
Me agarra de los hombros. —¿Te... te hizo algo?
—Me rompió el corazón.
De repente, recuerdo lo que me dijo esa adivina, Dove. Él podría cerrar la 264
palma de su mano que sostiene mi corazón y estrangularlo con sus dedos.
Creo que acaba de hacer eso.
Asesinó mi corazón con sus propias manos.
—¿Qué?
—Pero supongo que yo rompí sus reglas primero.
—¿Qué? ¿Qué reglas? ¿De qué estás hablando?
Miró a Maggie. —Me enamoré de él.
Su rostro se arruga de tristeza y lástima. —Estúpida, estúpida chica.
Luego, me acompaña a la sala de guardia en la que se suponía que debía estar
esta noche.
Con cada paso, sigo pensando que soy estúpida, una chica estúpida.

265
El Príncipe Oscuro

A
garro el cuaderno enterrado bajo el colchón, en el que he estado
escribiendo su nombre, y lo tiró contra la ventana de cristal,
gruñendo.
El golpe no es satisfactorio.
Así que a continuación tiró la silla contra la pared.
Luego el escritorio.
La cómoda, mi mochila, las almohadas, las sábanas, la lámpara.
No lo entiende, ¿verdad?
Si no tengo ira, si no tengo mi venganza, mi odio, ¿entonces qué tengo?
¿Dónde está la maldita justicia por todo lo que me han hecho?
Soy tanto el testigo como la víctima de todos los crímenes que han cometido.
Si sigo adelante, entonces toda la mierda que pasé, todo eso desaparecerá.
Entonces se libran de la culpa por haberme jodido. Por hacerme sentir
pequeño, inútil y miserable.
¿Verdad?
Incorrecto.
Nunca se librarán. Nunca los perdonaré.
Al diablo con seguir adelante. Al diablo con ser la persona más grande.
Arrojo cualquier cosa y todo lo que puedo conseguir hasta que todo lo que
queda es destrucción.
Y su olor a azúcar.
Siempre te he amado...
Su voz me causa dolor en el pecho. Es tan intenso que me pongo de rodillas. 266
No quiero su amor.
No lo quiero.
¿Entonces por qué diablos duele tanto?
E
stá fumando.
No creo que haya fumado desde que robé su paquete.
Finalmente aceptó las tabletas de mascar tabaco que le había
comprado. Aunque no lo he visto usarlas más que un par de veces.
Nunca había visto a Zach en un traje, tampoco.
Está usando uno ahora.
Es negro y nítido, ese pantalón y esa chaqueta, con una camisa blanca debajo.
El cuello está abierto y probablemente un par de botones de arriba también.
Es difícil de decir desde aquí. Hay un montón de personas entre él y yo.
El salón de baile está lleno.
Es otra fiesta; el aniversario del señor y la señora Prince. Una celebración real
de amor, con todas las rosas rojas y los corazones de cristal para de decoración.
Han estado planeando esta fiesta por semanas. Así que no fue una sorpresa,
pero aun así, siento que he sido golpeada con todo el amor que está siendo
abiertamente exhibido.
Curioso como una noche puede cambiar todo.
Una llamada telefónica puede significar que tus padres están muertos y tres
pequeñas palabras pueden echarte de una habitación, en medio de la noche,
completamente desnuda.
Espío a la señora Prince a la distancia, charlando con un grupo de damas
pesadamente arregladas. Pesada y costosamente. Ella misma está luciendo un
vestido color rosa, de nuevo el color del amor, luciendo como un millón de dólares.
Luciendo nueva, brillante, más importante y sana.
Aparentemente, el maquillaje puede ocultar un montón de cosas. Aunque no
puede ocultar lo frágil que luce. Lo huesuda y cómo, cuando sonríe, sus ojos
artificialmente maquillados parecen vidriosos. Pero supongo que estas personas no
están mirando.
A nadie aquí le importa una mujer que está encogiéndose y desapareciendo
267
con cada evento, y una chica con cabello azul cuyos ojos puede que luzcan un poquito
más hinchados de lo que es normal para los seres humanos.
Para mi crédito, me las he arreglado para estar calmada y no quebrarme en
medio de la habitación como quiero hacerlo.
Mis piernas tienen la fuerza para cargarme y mi cerebro tiene suficiente
sentido para sonreír, detenerme y presentar la bandeja llena de copas de champaña
en momentos apropiados.
Maggie quería que me reportara enferma. Dijo que podría ser bueno para mí
conseguir algo de sueño y solo descansar, luego de la noche que había tenido. Ya
sabes, con todos los sollozos y llanto como si el mundo se estuviera acabando.
Y tal vez lo estaba.
Tal vez es el apocalipsis. El sol ha calcinado la tierra y toda la vida murió, a
excepción de algunos desafortunados como yo.
Que están vivos para ver al amor de sus vidas volver a convertirse en el
abusador que solía ser.
He estado rondando la habitación, cargando mi bandeja, y hasta ahora, he
evitado ir al lado de Zach.
Está metido en una esquina junto a las puertas francesas que llevan a los
terrenos cubiertos de pasto y el cielo estrellado.
Y no está solo.
Está con su antigua banda.
Como el príncipe que es, Zach está de pie en medio del círculo, su espalda
apoyada contra la pared. Sigue mirando por las puertas francesas de vez en cuando
y luego, fumando con todas sus fuerzas y bebiendo champaña.
Ashley está a su derecha, quedándose súper cerca. Tan cerca que con cada
respiración, su pecho está tocando su brazo. Quiero decir que es un adicto a los
pechos grandes, un típico hombre con necesidades simples. Pero no lo haré. Que lo
descubra de la forma difícil.
A su izquierda está Rob. Solía ser el más vocal del grupo y también es el que
me hizo tropezar en mi segundo día en St. Patrick. Nunca he visto a Zach ser cercano
de nadie, pero si tuviera que escoger, diría que era más cercano a Rob. O al menos,
Rob encargaba de eso, porque nunca dejaba su lado.
Luego están Chase, Alex y Samantha, formando una clase de semicírculo.
Honestamente me había olvidado de ellos.
Samantha solía seguir el ejemplo de Ashley. Chase repetiría lo que sea que
alguien dijera y Alex solo se reiría.
Y Zach era el callado. Observaría todo, pero nunca diría nada.
Ahora, viéndolos juntos, todos crecidos y ataviados en ropa de millones de
dólares, todos parecen réplicas del otro. Altos, rubios y hermosos y hechos de la
misma tela de crueldad. 268
Zach es el único que es oscuro, lleno con una oscuridad innata.
La oscuridad que conocí anoche.
O tal vez conocí esa oscuridad hace un largo tiempo. Solo pensé que no
importaba.
Pensé que cuando me llamó su premio, al menos tendría la cortesía de ponerse
algo de ropa antes de echarme de su habitación.
De todas formas, ahora lo sé.
Por la siguiente hora, continúo sirviendo tragos y zigzagueando alrededor de
las personas, arreglándomelas con éxito en quedarme en este lado de la línea, lejos
de Zach y sus secuaces crecidos. En el momento que alguien me llama al otro lado,
sé que mi momento llegó.
Sé que voy a tener que enfrentarlos. Me harán enfrentarlos.
Apenas he servido los tragos a un montón de ancianas que chasquean la
lengua ante mi cabello y labial, escucho mi nombre llamado en la muy nasal y
animada voz de Ashley.
Tomo una respiración profunda, aprieto mi mano antes de soltarla todo, y me
trago la bilis. Está bien. Puedo hacer esto.
He hecho esto, un millón de veces antes. Excepto que se siente como que todo
eso sucedió en otra vida.
Girándome, camino hacia ellos.
O más bien, camino hacia él. Es lo único que puedo ver.
No hay signos aparentes sobre él de lo que sucedió anoche. Luce igual,
asombroso y malvado. Un poco deslumbrante, incluso, en su traje que se aferra a su
cuerpo como un guante o la mano de un amante. Mi mano.
Su cabello de medianoche se curva sobre el cuello y sobresale en lugares,
ofreciéndole un sexi aspecto perezoso. Casi puedo verlo en futuras fiestas como esta,
usando trajes, tomando champaña y rompiendo corazones.
Con sus ojos negros, me observa acercarme a su grupo.
Mi cuerpo, estúpido, estúpido cuerpo no se ha puesto al día en lo absoluto.
Todavía destella con calor ante su mirada. Los destellos que he estado teniendo toda
la noche, haciéndome pensar que sabía dónde estuve todo el tiempo, como hice con
él.
Alcanzándolos, permanezco al borde de su grupo.
—Hola, Cleo. —interviene Ashley, envolviendo su mano fuertemente
alrededor del brazo de Zach.
Como si tuviera algo que probar.
Aparto la mirada de su mano y me concentro en su rostro.
—Hola.
—¿Has estado evitándonos? 269
—Algo así.
—Vamos —dice con un ceño juguetón —. Somos viejos amigos.
El grupo se ríe ante eso. Yo también lo hago.
Esa es una mentira tan descarada.
—Sí, definitivamente.
—¿Entonces no vas a servirnos, mientras refrescamos tu memoria?
Le doy una mirada, pero luego doy un paso al frente, como incluyéndome al
grupo. Entonces, Ashley empieza las introducciones como si nunca los hubiera visto
antes.
—Esta es Samantha. Pero señorita Bridges para ti, por supuesto.
La señorita Bridges recoge una copa y suelta una risita.
Quiero jalar de su garganta y envolverla alrededor de su garganta solo para
que detenga ese agudo sonido, pero todo lo que hago es dispararle una tensa sonrisa.
Mientras más pronto Ashley obtenga la satisfacción de humillarme, más pronto me
puedo largar de aquí.
Porque sus insultos no son los que me están afectando. Es él.
Él está afectándome.
Quedándose allí como un oscuro espectro silencioso. Un fantasma de mi
pasado. Puedo sentir el estallido de su mirada caliente sobre mí, observándome,
observando mis reacciones a medida que Ashley me vuelve a presentar al grupo de
personas que hicieron de mi vida un infierno hace años.
Y no está haciendo nada.
Pude haberlos detenido con el movimiento de una mano.
¿Todavía me amabas?
¿Me amaste a través de todo eso?
Esta era su respuesta a mi amor.
Sabe que lo amo, y ahora está haciendo todo lo que puede para matarlo.
Aplastarlo, pisotearlo. Para ahuyentarlo de mi corazón.
¿Qué otra opción aparte de mantenerme erguida?
Quedarme rígida y luchar de vuelta. Ser valiente, incluso aunque estoy
sintiéndome enferma del estómago. Decirle que de hecho lo amo. Lo amaba y lo
amaré, a pesar de todo.
A pesar de su frialdad, su crueldad, su abuso.
A pesar del hecho de que me ha lanzado a los lobos una vez más.
Mientras Ashley termina sus presentaciones, el señor Simmons, el señor
Brandt y todo eso, me pregunto si Zach todavía me salvaría si saltara a la piscina
como la otra noche.
¿Me atraparía o me dejaría ahogar? 270
Finalmente, me reintroduce al amor de mi vida. Ondea una magnánima mano
hacia él.
—Y este, pero supuesto que sabes quién es. Este es el chico para el que
trabajas: el señor Prince.
Toma una calada de su cigarrillo antes de expulsarlo de sus suaves labios.
—Sí, sé quién es —digo, mirándolo, pero dirigiéndome a Ashley.
Hacia Zach, digo con mis ojos, sé quién eres. Sé que eres mejor que esto. Solo
que no lo admitirás.
Antes de que pueda leer su reacción, Samantha interviene.
—¿Ese es tu viejo uniforme escolar?
Bajo la mirada y me doy cuenta que sí, podría pasar por eso. Blusa blanca y
falda negra. Solo falta la corbata.
Ashley se ríe entre dientes.
—¿Cierto? También pensé eso. Parece que está… reventando.
Ah, las bromas sobre el cuerpo. Nunca terminan.
—Sucede que me gusta la imagen —dice Rob.
Chase repite lo mismo en palabras diferentes y Alex se ríe.
En mi visión periférica, veo a Zach separándose de la pared. No estoy segura
por qué razón. Difícilmente podría ser para defenderme, así que tomo el asunto en
mis propias manos.
Me giro hacia Rob.
—¿Eso fue un cumplido?
—¿Tú qué crees? —responde, mirando mi pecho, sonriendo de una manera
odiosa.
—No lo sé. No puedo decidir si agradecerte o golpearte en las bolas.
La sonrisa se desvanece de su rostro.
Estoy lista para regresar después de eso, segura en el conocimiento de que
están felices y contentos en humillarme, así que me dejarán quieta ahora.
Pero supongo que todavía tienen más en ellos. Porque de repente, escucho un
charco formándose a mis pies. Levanto la mirada para encontrar la fuente. Ashley
está mofándose de mí mientras derrama su trago sobre el suelo.
—Ups. Soy torpe, ¿recuerdas? —Se encoge de hombros con los ojos
ensanchados.
—Sí, y algo así como un caballo con un solo truco, también.
—Está bien, Ashley. Creo que podemos hacer que lo limpien. —Es el turno de
Samantha para encogerse de hombros y ensanchar los ojos.
—¿Verdad? Digo, estoy segura que está incluido en la descripción de tu trabajo
—añade Ashley.
Le echo un vistazo y luego al charco a nuestros pies. Está expandiéndose, 271
tocando mis Mary Jane prestados y los zapatos negros de cuero de Zach. Pulidos y
limpios, como el resto de él.
Tragando saliva, capturo una servilleta del pequeño delantal alrededor de mi
cintura, solo para estas emergencias.
Está bien, Cleo, puedes hacer esto. Esto es solo como limpiar cualquier
desastre normal.
Mordiendo mi labio, me pongo de rodillas. El suelo me golpea duro incluso
aunque lo estaba anticipando. Mi bandeja está vacía ahora, así que la dejo junto a mí
y me pongo a trabajar.
Extiendo la servilleta sobre el charco y escucho risitas desde arriba.
Pero no me concentro en eso. Nunca fue sobre sus risitas o insultos o burlas.
Siempre fue sobre él.
El chico que no haría nada para detenerlo. Como ahora.
Tomo la servilleta para empapar lo peor de ello y entonces trapeo el resto con
la esquina seca de ella. Mis nudillos golpean el puntiagudo extremo de sus zapatos y
soy lanzada de regreso al día cuando descubrí mis libros rasgados y esparcidos en el
pasillo.
Un Zach de doce años vino hacia mí ese día también. Lo vi, primero sus
zapatos. Se paró sobre las páginas y cuando me miró, me sonrió con una mueca.
Fue tan cruel ese día, el chico del que me había enamorado a primera vista.
Esta noche también, cuando levanto la mirada hacia él, lo encuentro
mirándome. Pero en lugar de sonreír, su rostro está en blanco, y su mirada está
ardiendo.
Tal vez también está recordando ese día hace tanto tiempo. O tal vez está
pensando sobre cómo lo bañé ayer y como me senté sobre mis talones y lo tomé en
mi boca, amándolo.
Lucía como un príncipe entonces, y luce como uno ahora.
Probablemente luzco igual.
La sirvienta inferior que lo sirve.
Lentamente, me pongo de pie, dejando la sucia servilleta sobre la bandeja. —
Estabas mintiendo.
No hay indicación en su rostro de que me escuchó, pero sé que lo hizo.
También sé que puede escuchar mis quebrados latidos.
»No eres mío, ¿verdad? Nunca lo fuiste.
Ante eso, su mandíbula se aprieta.
Sus ojos resplandecen y soy bañada con tanto calor que siento vapor
levantándose de mi piel. No espero una respuesta de él.
—Pero eres mía, ¿no es así?
No puedo leer su tono. El tono de las primeras palabras que me ha dicho en 272
toda la noche. ¿Es condescendiente? ¿Insultante?
¿Es incredulidad?
Lo que sea. Voy a decirle la verdad.
Asiento.
—Estúpidamente.
—Estúpidamente —concuerda.
—Y ya terminé de probar eso.
Doy un paso atrás y observo las bocas abiertas de todos sus secuaces.
Suspirando, pongo mis manos sobre mi cintura.
Entonces, sonrío.
—Ashley, gracias por las re-presentaciones. —Me inclino y me quito mis Mary
Jane, uno a la vez—. Pero fue totalmente innecesario. Recuerdo quiénes son. Los
recuerdo a todos. Son las personas que nunca ascenderán a nada. Nunca lo hicieron
en St. Patrick y no lo hacen ahora. Oh, y también los llamo secuaces del anti-Cristo
en mi cabeza. El anti-Cristo es Zach.
Me dirijo a Samantha y hago un gesto a mis pechos.
—Entonces, estos… se llaman pechos. Es difícil de saber qué son cuando no
los tienes. —Desabotono los dos botones de arriba mientras sigo hablando—: Pero
estoy segura que, si le pides amablemente a tu papi, te comprará un par.
Para Rob, Chase, y Alex, digo:
—Dejen de ser pervertidos y dejen de coquetear con las sirvientas. Tipos como
ustedes envejecen para ser la clase de hombres de mediana edad asquerosos que me
obligan a usar los polvos para el escozor. No quieren que use el polvo para el escozor
en ustedes, ¿verdad?
Me contemplan con los ojos muy abiertos.
Finalmente, me giro hacia Zach.
Mirándolo a los ojos, deshago mi trenza. Lenta y metódicamente. Con cada
nudo que se va, siento que puedo respirar de nuevo.
Cuando termino de soltar mi cabello, le doy una sacudida y le lanzo una
apretada sonrisa.
—Renuncio. Oh, y —me giro hacia una sorprendida Ashley—, ¿la forma en la
que te estabas frotando sobre el brazo de Zach? Eso no va a funcionar. A él le gustan
las chicas más curvilíneas y con tetas más grandes. Ya sabes, alguien como yo.
Con eso, me giro y dejo el salón de baile, descalza, con mi largo cabello azul
balanceándose contra mi espalda.
Cuando alcanzo la salida, veo una solitaria copa de champaña y me la bebo.
Puede que esté un poco aturdida porque no siento ni una onza de
arrepentimiento. Sin arrepentimientos. Ninguno.
No voy a tener mi casa de vuelta, y bueno, no la quiero. No traerá de vuelta a 273
mis padres y tengo que cortar lazos alguna vez.
Tengo que ir a encontrar… vida.
Mientras camino por el pasillo, decido que voy a tomar un viaje en carretera.
Lo juro por Dios. No más excusas.
¿Y qué si nadie sabe mi nombre allá afuera? ¿Y qué si estoy sola? Me tengo a
mí y mi auto azul.
Estoy caminando por el pasillo y paso junto a una habitación cuando escucho
un estruendo, no del tipo de estruendo violento que escuché anoche en la habitación
de Zach, pero aun así. Es un crujido, creo. Porque está seguido de un lloriqueo.
Me detengo y me acerco hacia la puerta. Estoy sorprendida de encontrarla
abierta cuando giro la manija. Por alguna razón, siento que lo que sea que está
sucediendo allí adentro es algo que sucede detrás de puertas cerradas.
Y tengo razón.
Abro la puerta y meto mi cabeza para ver a la supuesta pareja feliz cuyo amor
está siendo celebrado allá abajo.
El señor y la señora Prince.
Hay una inmensa diferencia entre sus alturas y justo ahora, se muestra de la
forma más peligrosa. El señor Prince está cerniéndose sobre su figura más pequeña
y delgada y su mano está envuelta alrededor de la misma muñeca sobre la que Zach
estaba preguntando ayer.
Le dice algo a ella, pero en un tono bajo que ni siquiera yo puedo escuchar, y
cuando ella responde algo entrecortadamente, él le pega.
Dios mío.
La golpea, abofetea su mejilla y ella difícilmente hace un sonido. Un lloriqueo,
eso es. Incluso más bajo que el que escuché.
¿Cuántas veces la ha golpeado para que ella no haga un sonido? ¿Para estar
entrenada en quedarse callada?
Luce como que va a golpearla de nuevo e irrumpo en la habitación.
—Aléjate de ella —grito mientras cargo hacia él.
Ambos lucen sobresaltados por mi repentina aparición. E infelices. Pero no
me importa.
—¿Qué mierda está mal contigo, maldito viejo? —Empujo su pecho cuando lo
alcanzo—. ¡Es tu esposa! Y está enferma.
El papá de Zach está congelado, pero solo por un segundo antes de que gruña
y cargue de regreso hacia mí. Me empuja en respuesta y Jesús, duele.
Mi pecho se siente maltrecho y solo me ha empujado unos cuantos pasos.
Respirando con dificultad, regreso a él. Con mis puños y mis palabras.
—Eres un abusador, ¿sabes eso? Un jodido abusador y voy joderte tanto.
Lo golpeo en el rostro para mostrarle de qué hablo. Su cabeza gira a un lado, 274
pero se recupera bastante rápido.
—Perra —me gruñe.
Escucho a la mamá de Zach gritando al fondo. Detente, no lo hieras. ¿Quién
dijo que podías entrar aquí?
Pero entonces, mi audición se va a la mierda.
El papá de Zach me da una fuerte bofetada que me envía volando al suelo,
reventando mis rodillas y sacándome el aliento.
Me toma unos momentos recuperarme.
Unos momentos para recuperar el aliento y unos momentos para darme
cuenta que viviré a través del devastador dolor.
Justo cuando reúno suficiente energía para siquiera pensar en sentarme y
regresar a ello con el señor Prince, alguien está a mi lado.
Son Tina y Grace.
Ambas están sentándome, preguntándome si estoy bien, pero todavía estoy
un poco desorientada. No entendía cómo podían estar aquí, a mi lado. Deberían estar
en la fiesta.
No puedo comprender los sonidos que están llegando de una distancia.
Parpadeando, intento concentrarme, y jadeo dolorosamente cuando veo a
Zach.
Está inclinado sobre su papá, montándolo a horcajas de hecho, y está
golpeándolo.
Repetidamente. Una y otra vez.
Sus golpes son feroces y su brazo ondula con su furia. Dios, así es aterrador.
Tan enojado y desquiciado.
Casi me siento mal por su papá.
En algún lugar a los costados, escucho a la señora Prince gritando. Algunos de
los miembros del personal están reteniéndola. Y unos cuantos están avanzando hacia
Zach, probablemente para detenerlo.
—Zach —susurro entrecortadamente.
No hay forma en la que me pueda escuchar, pero de todas maneras lo intento
de nuevo.
—Zach, detente.
Su papá no se está moviendo y estoy segura que lo mató. O si no, entonces lo
hará.
Abro mi boca para decirle de nuevo cuando se detiene abruptamente.
Jadeando, agarra a su papá del cuello, quien está vivo, gracias a Dios, y gruñe:
—Nunca la vuelvas a tocar. ¿Entiendes? Nunca. Porque te mataré con mis
propias manos. Como debí haber hecho hace tres años. Y esta vez, mamá no vendrá
a salvarte.
275
Su papá no le responde; no creo que pueda.
Zach lo deja ir con una sacudida y se pone de pie, antes de girarse hacia mí
como una brújula que siempre apunta al norte.
Sus ojos destellan con miedo y da un paso hacia mí, pero entonces todo el
infierno se desata.
La habitación es lanzada al caos cuando los policías irrumpen.
Alguien debió haber llamado al 911. Entran, revisan el estado de la habitación,
hablando con una sollozante señora Prince, empiezan a disparar órdenes.
Y antes de que siquiera me pueda levantar, se llevan a Zach.
Ocurre tan rápido que me deja mareada y con nauseas.
Uno de ellos se me acerca y dice que necesita que haga una declaración cuando
termine con el doctor.
—¿Hay un doctor? —pregunto, asombrada y tantas otras cosas que ni siquiera
puedo descifrar justo ahora—. ¿Qué… a dónde se llevaron a Zach?
—Ha sido llevado para interrogación —dice, casualmente—. No tiene que
preocuparse por eso.
—Pero estaba…
Me detengo cuando se gira y entonces, estoy siendo inundada con abrazos y
simpatía.
Alguien llora en mis hombros. Alguien más se sienta en una silla y me tiende
un vaso de agua del que no bebo.
—Solo estaba intentando salvar a su mamá —susurro hacia nadie en
particular, observando la puerta por la que se llevaron a Zach.
Pero alguien responde. Es Tina.
Está arrodillándose frente a mí.
—No, estaba intentando salvarte.

276
N
o presento cargos contra el señor Prince.
Me preguntan si quiero, sin embargo.
Pero creo que solo fue una formalidad. Esto es Princetown;
no creo que nadie pueda tocar a los Prince.
Me preguntan qué vi y cómo surgió todo. Les digo sobre la bofetada del señor
Prince y la sospecha que tengo sobre el abuso. La muñeca de la señora Prince, que
aparentemente está marcada.
La señora Prince afirma que ataqué a su esposo sin ninguna razón. Pero
supongo que cuando su esposo empezó a empujarme, la gente ya estaba en la puerta
por todo el ruido, corriendo a mi rescate, y vieron lo que pasó.
Sin mencionar que hay otra larga impresión de su mano sobre sus mejillas
maquilladas.
Toma unas cuantas horas para que me interroguen una y otra vez antes de que
me dejen ir. El doctor ya me había dado el alta, diciendo que todo lo que tenía era un
labio partido y que necesitaba tomarlo con calma.
Antes de irme, les pregunto sobre Zach y lo que le va a pasar.
Uno de ellos me da una corta respuesta, diciendo que será retenido más
tiempo para interrogación y que eso es todo lo que necesito saber. El policía que me
escolta afuera me da la verdadera primicia, porque es joven, tal vez un novato, y
cuando le digo que soy del lado sur, se anima.
—Fue violento. Sin duda al respecto, y dijo algunas cosas que podrían ser
usadas en su contra.
—¿Cómo qué?
Echa un vistazo alrededor y divulga:
—Hizo amenazas contra su padre frente a testigos. —Ante mi mirada aterrada,
se apresura a explicar —. Mira, en tanto el señor Prince esté vivo y pateando, no creo
que nada se quede. Hay personas que te vieron ser atacada y la mayoría confirmó
que estaba actuando en tu defensa. Es solo basura burocrática. 277
Estaba intentando salvarte.
—Dijiste la mayoría. ¿Por qué no todos?
Retuerce sus labios.
—Es su mamá, ¿no es así? Está insistiendo en que lo hizo por rencor.
Su silencio lo confirma.
Dios, esa maldita mujer.
Antes de que pueda hablar más, veo a Maggie y a Tina caminando hacia mí.
Ambas lucen preocupadas y tan pronto como me alcanzan, estallan con todas las
preguntas.
Me apartan del policía y me ayudan a salir del edificio. El edificio en el que
Zach está siendo retenido para interrogar.
De regreso en Las Pléyades, Tina me pone en mi cama y Maggie me trae té.
Me da una píldora para el dolor, que honestamente, no siento en lo absoluto. Pero la
tomo, indiferentemente.
No duermo esa noche. Giro y me revuelvo, pensando en dónde podría estar
Zach. Si regresó o si está bien.
En la mañana, descubro que está en la cárcel, y que se quedará allí el fin de
semana.
Estoy en la isla de la cocina cuando escucho las noticias y ya estoy fuera de la
banca cuando Maggie viene y me detiene.
—No irás a ninguna parte. Tienes que cuidarte.
—Pero…
—Estará bien. Fuimos a la estación, todos los miembros más antiguos del
personal, y dimos nuestra declaración sobre cómo el señor Prince ha sido abusivo en
los años anteriores. No retendrán a Zach por nada. Solo están intentando lanzar su
autoridad por ahí.
La miro con incredulidad.
—¿Sabías sobre el abuso?
Suspirando tristemente, me sienta.
—Sí. Todos los miembros antiguos del personal. Sabíamos.
—¿Por qué no dijeron nada?
—Porque solo somos… el personal. Nadie nos habría creído. Además, la
señora Prince nunca se manifestó y presentó cargos. Somos nosotros contra ellos.
Poseen esta ciudad. Esta vez sin embargo, había testigos, evidencia. Hay marcas
sobre su piel. No estoy segura que, si ascenderá a algo, pero levantará sospecha.
Entonces algo se me ocurrió. Algo horrible.
—¿Crees que s-su papá presentará cargos en su contra?
El señor Prince está en el hospital, pero dijeron que estará bien. Ni siquiera
quiero pensar sobre lo que le sucedería a Zach si no lo estuviera. 278
Esta vez, la sonrisa de Maggie es incluso más triste y eso acelera mi cansado y
herido corazón.
—No entiendes a estas personas, Cleo —explica —. Todo lo que les importa
son las apariencias. Cuando el maestro Zach regresó, lanzaron una fiesta cuando
fueron ellos los que lo echaron. Mintieron sobre adónde fue. Han estado mintiendo
sobre el abuso, la enfermedad de la señora Prince. Mentirán sobre esto también. Así
que serán las palabras de los Prince contra el mundo. Y este es su mundo.
Tiene razón.
Este es su mundo. Lo controlan. Escriben la historia. Esparcen los rumores.
Quiero cruzar ese límite, la línea que me separa de ellos. Eso me lleva muy,
muy lejos de este asqueroso pueblo y su asquerosa gente.
En toda la locura, olvidé decirles a todos que renuncié.
Cuando Tina regresa de su turno, la sienta a ella y a Maggie, han sido mis
niñeras todo el día mientras todos me visitaban, y les digo. Ambas están felices por
mí. Han estado esperando que me vaya y explore. Que haga las cosas que quería
hacer antes de perder a mis padres. Solo que no sabían que he estado asustada de
hacerlas por tanto tiempo.
Solo él sabe.
Paso la noche empacando. No es que tenga muchas cosas conmigo, pero aun
así. Cuando voy a empacar la camiseta negra que Zach me lanzó cuando me echó, me
doy cuenta que el camisón está en su habitación.
De alguna manera, olvidé eso.
Pensé que apartarme de lo último que le perteneció a mi mamá me devastaría.
Sería como si muriera de nuevo.
Pero estoy bien.
Su camisón no es ella y tampoco lo es nuestra casa.
Además, me siento un poco contenta sabiendo que Zach tiene algo de mí. Su
instinto será botarlo. Pero aun así.
Cuando termino de empacar, me siento y escribo una carta.
No es planeada e impulsiva. Pero cuando empiezo, no me pudo detener.
El día siguiente, domingo, la paso despidiéndome de todos y recogiendo mi
último cheque. La señora S es severa, como siempre. Pero aun así, dice que hice algo
muy valiente, yendo al rescate de la señora Prince. No dice nada sobre como Zach
vino a mi rescate, pero como sea. No tiene derecho a decir nada, de todas maneras.
Ya no trabajo para ella.
Leslie y Grace me abrazan y hacen un alboroto y me dicen que les mande fotos
de todos los lugares que visite.
—Siempre supe que le gustabas —susurra Grace.
Lágrimas llenan mis ojos y asiento. 279
—Sí. Le gustaba.
Entonces llega el momento de decirle adiós al niño que más extrañaré: Art.
Paso mi última noche con él. Vemos películas. Le hago sus panqueques
favoritos. Le leo su historia favorita.
—¿Dónde está Zach? —pregunta.
Un bulto se forma en mi garganta y un diminuto jadeo sale, que me las arreglo
para cubrir con una tos.
—Está afuera. Pero regresará.
—¿Cuándo?
—Tal vez mañana.
—¿Se irá como tú? —pregunta, contemplándome con inocentes ojos tristes.
Entonces no puedo detener mis lágrimas.
Técnicamente, Art no es nada mío. No compartimos una relación sanguínea.
Ni siquiera lo conocía hasta el año pasado, pero siento que lo he conocido desde
siempre.
Es mi hermanito. Mi bebé. Huérfano y abusado como yo. Y como yo,
totalmente enamorado de Zach.
Agarro su mano y juego con sus diminutos dedos.
—Sí. Pero ¿sabes qué?
—¿Qué?
Beso su primer dedo.
—Un día, también te irás.
—¿Yo?
Beso su segundo dedo.
—Sí. Dejarás esta ciudad e irás a alguna parte realmente linda. Tal vez una
ciudad u otro pueblo donde tengan lagos y montañas y haya tanto cielo, e invierno.
Nieve, tal vez. ¿Te gusta la nieve?
Sonríe.
—Nunca la he visto.
—Lo sé. Vivimos en un lugar caliente, ¿eh? —Estoy en su tercer dedo ahora—
. Bueno, entonces irás a un pueblo nevado y te encantará allí. Y conocerás a todas
estas interesantes personas y te harás amigo de todos.
—¿Serán como los niños en la escuela?
Coloco un beso sobre su cuarto dedo, luego su pulgar.
—Tal vez. Matones los hay en todas partes, sabes. Vienen en todas las formas,
tamaños y edades. ¿Pero recuerdas lo que dijo Zach? Los matones nunca cambiarán,
pero nosotros lo haremos. Cambiaremos y creceremos y un día, no nos importará lo
que hagan. Seremos nosotros mismos. Nuestro yo más fuerte y más valiente.
280
Asiente, todavía sonriendo.
—Sí, seremos tan valientes que no nos tocarán.
Finalmente, beso el centro de su palma.
—Si.
Es lunes.
El día que me voy y el día que dejo ir a Zach.
Estoy esperándolo afuera de la estación de policía. Amenaza con ser una
mañana caliente con un sol achicharrante y humedad fulminante.
Pero entonces me recuerdo que no importa. No voy a estar aquí para ello.
Cruzaré la frontera hoy e iré al norte. Alguna parte invernal y nevado para poder
mandarle a Art a todas las fotos.
Mis ojos están clavados a la entrada mientras espero al otro lado de calle, y
tan pronto como se abre y revela al chico que he estado esperando, me bajo del
parachoques de mi auto azul.
Los ojos de Zach van inmediatamente hacia mí y se detiene a medio camino.
No estaba esperándome, supongo.
Oh bueno, me gusta sorprender a la gente.
Cuando supera su sorpresa inicial, empieza a moverse. Sus largas piernas
saltan de arriba abajo en las escaleras y devoran el asfalto hasta que llega a pararse
frente a mí.
—Hola —susurra, frotando mis sudorosas palmas a lo largo de mis muslos.
Estoy en mi usual camiseta sin hombro y pantalón corto junto a mis botas de
cuero. Y él está en su ropa de la noche de la fiesta, la camisa blanca que está
manchada y arrugada y medio metida en su pantalón negro, su chaqueta de traje
sobre su antebrazo.
—Hola. —Jadea en un tono áspero, casi inaudible.
—¿Estás bien? —pregunto y sacude la cabeza en un asentimiento, la gruesa
barba sobre su barbilla atrapando el sol.
Sus ojos van hacia mis labios.
—¿Tú?
Toco la pequeña parte sensible en la esquina.
—Sí. No es nada.
Sus fosas nasales me dicen que no es nada.
—Ey, hubo testigos que dijeron que viniste a mi rescate. Inmediatamente. —
Me muevo sobre mis pies—. Así que, eh, gracias por eso.
Me estudia por un instante. 281
—Debí haberlo matado.
Mis ojos se ensanchan y estudio el área por cualquier policía persistente.
—No digas eso. Ni siquiera estás en casa todavía.
—Es la verdad.
Suspiro, sacudiendo la cabeza.
—No vayas por ahí matando gente por mí, ¿de acuerdo? Esa no es una razón.
Su desastroso cabello se remueve con una muy extraña brisa.
—Esa es la única razón que puede haber para mí: tú.
Retrocedo un paso ante su declaración, presionando mis muslos contra el
parachoques.
Hay unos cuantos momentos de silencio.
Incómodo y pesado.
Escucho sus zapatos arrastrarse sobre la acera, acercándose a mí.
—Blue, yo…
—Entonces, tu papá, ¿no presentará cargos en tu contra? —lo interrumpo
rápidamente.
No sé qué iba a decir, pero no quiero escucharlo.
—No lo haría —bufa—. Este es un escándalo suficiente para él.
—¿En serio lo golpeaste hace algunos años atrás?
Un diminuto asentimiento.
—Lo hice. Conseguí unos cuantos golpes antes de que mi mamá me detuviera
y me echara.
—¿Y ahora? ¿Ella presentará cargos?
Una sonrisa amargada y desconsolada.
—Ella no hará algo que él no hará.
—¿Todavía es un secreto? ¿Que está enferma?
Se encoge de hombros.
—No será por mucho tiempo. Tuvieron que trasladarla a un complejo médico
luego de esa noche.
—Sí. Me dijeron. —Tragando saliva, digo —: Lo siento. Lo de tu mamá.
Nunca… nunca llegué a decírtelo.
Lo acepta con un asentimiento.
—Mi papá. Él, eh, siempre ha tenido problemas de ira, creo. O al menos, los
tenía conmigo. No era muy paciente cuando era niño. Tal vez porque le recordaba a
su propia infancia, también es disléxico. Nunca conocí a mi abuelo; murió antes de
que naciera. Pero puedo suponer que no fue un muy buen padre para mi padre. No
lo sé. La noche que atacó a mi mamá, creo que fue la primera vez que la había
golpeado.
282
Sacudiendo su cabeza, continúa:
—Cuando lo aparté de ella y lo golpeé, ella dijo que era mi culpa. Que siempre
había sido un jodido, niño revoltoso y que era por mí que mi papá estaba tan
estresado. Me dijo que me fuera. Siempre quise irme, siempre quise huir, pero nunca
pensé que sería así. De todas maneras, me fui porque estaba envenenando todo.
Estaba contaminándote, manchándote con mi odio. Estaba volviendo a mi papá en
un hombre violento, aparentemente. Y nunca habría regresado.
Cuando se detiene, añado en un susurro ahogado:
—Pero tu mamá enfermó.
—Sí. Nora me llamó y me dijo sobre el cáncer de mi mamá. —Deja salir una
risa áspera—. Recuerdo reír. Recuerdo pensar, bien; se lo merece. Mi mamá nunca
vino a mi rescate cuando era niño. Creo que eso me dolió más que el comportamiento
de mi papá. Siempre estaba molesta por lo estresado que se ponía mi papá por mí y
cómo eso afectaba su relación con él. Y al final, fue la que me echo cuando vine a su
rescate. No tenía intención de regresar y cuidar de ella. Pero algo me hizo saltar a mi
moto y salir.
Algo como amor.
Muerdo el interior de mi mejilla hasta que pruebo sangre para evitar
derrumbarme frente a él.
Zach está mirándome como si quisiera que dijera algo. No sé qué quiere que
diga. Todo lo que tengo es lo que le escribí en la carta.
Suspirando, le digo:
—Tengo algo que decirte.
Me estudia por un instante, sus ojos intensos.
Entonces traga saliva y asiente.
—De acuerdo.
Meto la mano en mi bolsillo trasero y saco el envoltorio.
—Te escribí una carta. —Lamiendo sus labios, la contempla—. Porque quería
escribir mis pensamientos antes de decírtelos. Sé que no la leerás. Sé eso. Entonces,
te la leeré. ¿Eso está, eh, bien?
Sus manos están empuñadas a sus costados y aprieta su mandíbula.
—Sí.
—Está bien.
Abro el envoltorio y saco dos delgados papeles. Luce tan corta para la cantidad
de tiempo que me tomó escribirla, y sin embargo tan larga, porque ahora tengo que
leérsela.
Sorbiendo, desenvuelvo las páginas y separo mis pies para mejor balance. Ya
estoy tan sacudida que un mínimo toque y caeré.
—De acuerdo, no es poesía ni nada, pero aquí va… —Empiezo—. Querido… tú, 283
te amo. Sé que no quieres escucharlo. Ni siquiera lo quieres; me lo has dicho las
veces suficientes, pero tengo que decirlo porque es verdad.
»Ha sido mi verdad desde que tenía diez. Desde que te vi esa primera vez en
la sala de detención. Estaba asustada y hambrienta y estaba al borde del llanto.
Pero entonces, te encontré sentado en una de las bancas en la parte trasera. Tu
cabeza estaba girada y estabas mirando por la ventana. Estabas mirando esa gran
fuente de agua con tanta concentración que ni siquiera me notaste cuando entré.
No sé por qué la estabas observando, sin embargo, ahora sé que la estabas mirando
por el azul; amas ese color. De todas formas, sentí algo. Justo en mi estómago…
Tengo que detenerme ante eso porque justo en este segundo, estoy sintiendo
lo mismo. El mismo zumbido que sentí todos esos años atrás. Las mariposas.
Parpadeo y continúo de nuevo.
»No sé qué fue, no hasta años después cuando crecí y comprendí qué
significaba el deseo o la pasión. Todo lo que sabía entonces era que quería hablar
contigo. Y lo hice. No resultó tan bien. Fuiste grosero conmigo. Y fuiste odioso. Por
años, peleamos. Por años, fuimos crueles con el otro. Algunas veces, tú más que yo.
Pero indiferentemente, me enfureció. Me amargó. Me enfermó del estómago.
Entiendo por qué. Porque te amaba y quería que me amaras de regreso.
Aspiro y enjugo una lágrima que se derrama por mi mejilla. Tengo que
continuar. Si no lo digo ahora, nunca seré capaz de nuevo.
No sé qué está pensando Zach. No lo he mirado. He mantenido mi mirada
sobre el papel hasta ahora.
»Pero suficiente sobre mí. Quiero hablar sobre ti. Quiero decirte tu verdad…
»La verdad es que también me amas. Me has amado por tanto tiempo como
yo te he amado. Cuando te giraste y posaste tus ojos sobre mí ese primer día,
también sentiste algo. Algo que sentí en mi estómago, probablemente lo sentiste en
tu pecho. Para mí fueron las mariposas, y para ti, fue una chispa, tal vez. Una
chispa diferente a cualquier otra que habías sentido. Esa chispa que te hizo querer
ser mejor. Te hizo querer salvarme de tus amigos y sus bromas. No lo hiciste, sin
embargo.
»Porque vienes de un lugar de odio. Vienes de un lugar que te hizo pensar
que el amor es una debilidad. Así que cada vez que sentías algo por mí, lo aplastaste
con tus propias manos. Me heriste. Me hiciste llorar. Me hiciste querer resentirte.
Y en eso, te resentías contigo mismo.
»Quiero que sepas que tu secreto está a salvo conmigo. Nunca le diré a nadie
que cometiste el error de enamorarte cuando eso era lo último que querías para ti
mismo. Nunca le diré a nadie que fuimos hechos para el otro. Que nuestras almas
están hechas de una tela a juego. O que estamos escritos en las estrellas. Todo lo
que haré es observarlas. Las estrellas, quiero decir. Cada noche, desde donde sea
que esté. Todo lo que haré es recordarte y recordar el tiempo que t-tuvimos…
Vuelvo a secar mis lágrimas. Se precipitan sobre las páginas, formando
grandes gotas acuosas, manchando la tinta azul.
Esta es la última parte. Tengo que superarla y luego me iré. Para siempre. 284
Empezaré mi vida.
»El deseo de todo amante es estar con la persona que ama. Pero nunca
desearé estar más tiempo contigo. Rezaré para que nunca nos crucemos. Que este
sea nuestro último encuentro. Porque este amor que siento por ti, lo protejo mucho.
Sé que si me quedo, un día lo matarás. Me lo quitarás. Y no puedo dejar que eso
ocurra. Quiero amarte hasta el fin de los tiempos. Hasta que la luna se oscurezca y
las estrellas se apaguen.
»Tuya, yo.
Mis manos están temblando para el momento que termino. Mis piernas
también. Mi voz, mi respiración.
Nunca he tenido tanto dolor antes. Se siente como morir. O, de hecho, se
siente como… vivir.
Sin él.
Y ni siquiera me he ido a ninguna parte todavía.
Sigo aquí, de pie frente a él, mirando sus zapatos, llorando como una chica
estúpida que se enamoró de él cuando tenía diez.
Arrugo las páginas en mis manos y levanto la mirada.
Lo que veo casi me postra sobre mis rodillas.
Veo un chico, un cansado pero apuesto chico, que está contemplándome como
si fuera su mundo. Su mandíbula está apretada y rígida y sus ojos, esos oscuros,
oscuros ojos están vidriosos y enrojecidos.
Hay tanta vulnerabilidad en ellos que siento que nuestros papeles han sido
invertidos.
Como si yo fuera un objeto afilado, una espada tal vez, y él fuera mi cosa frágil,
una sábana hecha de seda.
Dejo ir la carta en la ligera brisa que de alguna manera está soplando hoy.
Luce como si quisiera decir algo más, pero lo detengo, de nuevo. Porque
aparentemente, no he terminado de hablar.
—¿Harás algo por mí?
—Lo que sea.
Sonrío tristemente, pensando en este magnífico pero tan cínico chico.
Pienso en todas las veces que lo animé a leer, pero se cerraba. Se retiraría,
volvería cauteloso como si estuviera avergonzado. Pienso en todos esos días que
cuidó de su mamá, pero lo mantuvo en secreto.
Pienso en su ira, su odio. Sus ansias de venganza.
—¿Sabes cuál es tu venganza, Zach? Es vivir una vida feliz. Una vida libre de
ellos y su abuso. Una vida donde no estés avergonzado por querer más para ti. Una
vida donde cuides de tu mamá o ayudes a un extraño en la calle o saques a un niño
de un agujero. Una vida donde leas un libro y estés orgulloso por ello. Quiero que
vivas esa vida, Zach, ¿está bien? Intenta vivir esa vida por mí. Porque la alternativa 285
es solo demasiado dolorosa para que la comprenda.
Y entonces, no puedo soportarlo más.
Tengo que irme o me volveré loca, de pie aquí, observándolo. Tan roto y jodido
y de alguna clase de sueño.
Troto al lado del conductor del auto, entro y lo enciendo. Presiono el
acelerador y huyo, todo en una respiración suspendida.
No miro por el retrovisor, no hasta que estoy a punto de tomar un giro y sé
que desaparecerá de mi vista para siempre.
Está de pie allí, donde lo dejé.
Su chaqueta de traje está en el suelo y sus manos están flojas a sus costados,
y está observándome huir de allí mientras su cabello ondea en la rara brisa.
Luego de ese último instante de mirarlo, no hay nada.
Está mi vida sin él.
Solo la idea de eso me hace querer vomitar. Aunque sé que también es mi fobia
al auto.
Estaciono el auto y salgo de él y vomito en la acera.
Todo mientras pienso que estúpidamente no lo besé una última vez.
Estúpida, estúpida chica.

286
El Príncipe Oscuro

V
oy a ir tras ella.
No porque es mía, sino porque soy suyo.
Porque supo eso antes que yo mismo lo hiciera.
Luego de que se fuera, me abalance por esos papeles que dejó
ir en el ligero viento. Los recogí de la calle, arrugados y casi rotos, y los doblé,
reverentemente, antes de guardarlos.
Siempre he sabido, desde el momento que la vi, que es hermosa. Es magnífica
con sus mejillas redondeadas, suave barbilla y esos conmovedores ojos azules. Es
suave de una forma que siempre he anhelado incluso cuando la aplastaba con mis
acciones.
Pero nunca ha lucido más hermosa que entonces, con el sol resplandeciendo
sobre su ondulado cabello azul, leyendo su carta en voz alta.
Nunca ha lucido más valiente, dulce, más vulnerable y más como la chica que
no merezco.
Pero no puedo dejarla sola.
No la dejaré salir al mundo, pensando que está sola. Que nadie sabe quién es
o cuál es su nombre.
Su nombre es Blue y es la chica que amo. Desde que tenía doce.
Me apresuro de regreso a la mansión, empaco mi ropa. Llevo sus sandalias
azules de hace mucho tiempo, todavía cubiertas con su sangre seca, y su camisón.
Bajo las escaleras y corro al ala de los sirvientes. Encuentro a Nora en la
habitación del personal con probablemente cada miembro del equipo que hay en Las
Pléyades.
Pero eso no me detiene de irrumpir y declarar:
—Me iré, pero quiero que me llames si la condición de mamá empeora, ¿de
287
acuerdo?
Supongo que he sorprendido a todos con mi repentina entrada, pero no tengo
tiempo para la sorpresa. Cuando Nora solo me observa con una boca abierta, me
dirijo a la habitación, en general:
—Mi mamá tiene cáncer. Cáncer de ovario. No tiene mucho tiempo y, bueno,
regresé porque quería… —Trago, las palabras espesas y torpes en mi boca —. Quería
estar con ella en sus últimos días.
Hay silencio.
Yo me encargo. Yo me encargo del silencio asombrado.
En mi cabeza, siempre pensé que si les decía que estoy aquí por mi madre, por
la mujer que me echó y nunca se preocupó lo suficiente por mí para siquiera
molestarse con mis paraderos estos últimos años, la gente me miraría con lástima.
Especialmente los miembros del personal que sabían cómo fue para mí al crecer.
Pensé que, para ellos, luciría débil. Me hace débil.
Pero por los últimos dos días que estuve encerrado, he estado pensando en
cómo me amó Blue. Cómo me dijo que era mía, incluso luego de que repitiera mis
errores de St. Patrick y no la salvé de los infantiles juegos de Ashley. Lo orgullosa que
estaba mientras estaba sobre sus rodillas, limpiando el desastre.
Es la persona más fuerte que conozco y perdonó mis crímenes hace mucho
tiempo. Me dio su confianza, su cuerpo, su amor.
Así que tal vez perdonar a tu abusador no te hace débil.
Tal vez te hace valiente. Te acerca un poco más a ser invencible.
Nora salta de su silla y pregunta:
—¿A dónde vas?
—Voy tras ella.
Sigue confundida, pero no tengo tiempo para explicar. Me giro hacia Maggie.
—¿A dónde se fue?
Maggie me da una mirada severa desde donde está sentada en medio de la
mesa.
—Déjala sola. Ha pasado por demasiado.
—Solo dime a dónde fue.
—¿Por qué? ¿Para que puedas herirla un poco más? Ha estado llorando por
tres días ya. Pensé que se sacaría los ojos.
Froto un lugar en mi pecho.
Sentiste una chispa, probablemente en tu pecho.
—Dime para que pueda arreglarlo.
Maggie me estudia con labios fruncidos. De hecho, la habitación entera está
estudiándome. 288
—Maggie —gruño.
—Bien. Dijo que iba al norte. Quiere ir a algún lugar nevado. Eso es todo lo
que sé.
Norte.
—Está bien, gracias. —Entonces miro a Nora—. Gracias por todo lo que has
hecho por mí. —Hacia Maggie—. Tú también.
Después de eso, estoy corriendo.
No me detengo hasta que alcanzo mi moto, y me largo tras ella.

289
A
lguien me estaba siguiendo.
O al menos, así se siente.
Estoy perdiendo la cabeza, creo. Tal vez quiero que alguien
me siga. Alguien como él. Es descabellado.
Estoy loca.
Primero que nada, ¿cómo sabría siquiera dónde estoy? Nunca le dije a dónde
iba. Eso no era parte del plan. Está de regreso en la mansión, probablemente
durmiendo o limpiándose de la cárcel antes de ir a ver a su mamá.
Y en segundo lugar, no quiero que me siga. Quiero que me deje en paz, y morir
en paz, o al menos, desear mi muerte en paz.
Tal y como están las cosas, la he perdido, mi paz, tan pronto como he perdido
los límites de la ciudad en mi espejo retrovisor.
He conducido despacio y de forma imprecisa.
Las carreteras son anchas y los vehículos son más anchos. Están avanzando
como si estuvieran allí para alcanzarme y entre ellos.
Las primeras horas, tomo cada parada de descanso y vomito todos mis
órganos.
Luego me pongo hambrienta. Voraz. Así que me detengo en una salida de
comida y compro básicamente todo. Papas y hamburguesas y trozos de pizza y perros
calientes. Tomo soda. Tomo agua. Tomo jugo. Tomo galletas y Funyuns 1 y caramelos.
Dios, tantos caramelos.
Tengo más comida que equipaje.
Me siento en el estacionamiento y me atiborro con ositos de goma mientras
observo a la gente a través de la ventana. Todos lucen tan felices, como si estuvieran
en el mejor viaje de la historia. Supongo que no saben lo que se siente cuando
conduces lejos de todo lo que alguna vez has conocido.
La única persona que puede identificarse con eso es la que está huyendo de
mí. Y lo más gracioso es que ni siquiera le importa. Ni siquiera vendrá por mí. 290
De nuevo, no es que quiera que lo haga.

1 Funyuns: marca de un bocadillo de maíz con sabor a cebolla introducido en los Estados Unidos

en 1969, e inventado por el empleado de Frito-Lay, George Bigner.


O, mejor dicho, a estas alturas del día, cuando estoy cansada y agotada, puedo
admitir que quiero que lo haga, pero no puedo quererlo.
Y eso me hace llorar.
Así que me siento en ese estacionamiento durante una hora, atiborrándome
de caramelos y sollozando a mares, desplomada sobre el volante.
Cuando me quedo sin lágrimas, me doy cuenta que hay un cosquilleo en mi
nuca.
Un cosquilleo tan grande, que es casi una comezón.
Me envía fuera del auto y miro alrededor. Hay kilómetros y kilómetros de
carretera y un cielo infinito, y todos los rostros que no reconozco.
Suspirando, vuelvo a entrar, enciendo el auto y salgo de allí.
Conduzco por el resto del día, deteniéndome aquí y allá. Cuando el sol está
poniéndose, estoy agotada. No puedo soportarlo más. Encuentro un motel en mi GPS
y entro.
En la recepción, consigo una habitación para la noche y arrastro mi equipaje
por las escaleras. Sin ninguna obligación para ahorrar para mi casa, tengo suficiente
dinero para durar unos cuantos meses. Necesitaré encontrar algo después de eso,
pero no estoy preocupada por eso justo ahora.
Justo ahora, solo quiero dormir.
Deslizo la llave en la cerradura y abro la puerta. Las paredes son beige
parduzco y tiene una cama tamaño Queen con sábanas blancas y un cobertor marrón
oscuro.
Tomo una ducha rápida y me pongo un pantaloncillo corto y una suave
camiseta, bien, su camiseta. Creo que huele a él: almizclado y como pastel de
arándano. Me cubre hasta la mitad del muslo y cae alrededor de mis hombros y
pecho.
Incluso aunque tengo más comida de la que puedo manejar, aun así decido ir
a la máquina expendedora y que vi al final del pasillo.
Solo que la máquina está rota.
Aprieto los botones, pero nada sucede.
Fulminándolo, farfullo:
—Estúpido pedazo de mierda.
Entonces gruño y lo sacudo.
—Quiero mi maldito Twix, idiota.
Lo pateo por añadidura. 291
—No creo que consigas dulces de esa manera.
Esa voz me hace girar a mi derecha incluso cuando pierdo coordinación en
mis extremidades. Casi caigo sobre la máquina de la que he estado abusando cuando
lo veo.
—Tú… —Jadeo, mirándolo como si fuera un fantasma.
¿Estoy soñando?
¿Me quedé dormida al volante? O tal vez estoy en esa cama de hotel justo
ahora.
—Hola.
Su voz retumbante me hace sentir bastante despierta, sin embargo.
Súper, híper despierta. Como que puedo escuchar todos los sonidos, el
zumbido de la luz sobre nosotros, los bajos tonos de televisión en alguna parte.
—¿Qué… cómo…? Has estado siguiéndome todo el día. —Me las arreglo para
decir mientras que mis ojos no pueden dejar de devorarlo.
Parecen años, incluso aunque solo lo vi esta mañana. En la misma ropa.
Excepto, que esa ropa está incluso más arrugada. Sus mangas están dobladas
hasta sus codos, exponiendo sus bronceados antebrazos y su tatuaje. Sus zapatos
están manchados de barro y también su pantalón. Ni siquiera hablemos de la
arrugada camisa y desastroso cuello.
—Sí.
Está haciendo lo mismo, devorándome. Sus ojos yendo de arriba abajo,
pasando por todo mi cabello mojado que está dejando gotas de agua sobre la
alfombra y empapando la parte trasera de la camiseta que tengo puesta.
Su camiseta.
Agarro el borde de ella y nota mi nervioso retorcimiento. Levantando sus
pestañas, dice entrecortadamente:
—Luce bien en ti.
Trago, recordando cómo me la dio.
—¿Es por eso que la escogiste?
No hay veneno en mi voz, pero aun así se estremece.
—La escogí porque incluso entonces, quería que tuvieras algo mío. Solo que
estoy comprendiendo eso ahora.
Sus palabras siempre me han dado un subidón. Tristemente, unos cuantos
kilómetros de distancia no han cambiado eso. No creo que ni siquiera años luz
pudieran cambiar eso.
Siento los primeros aleteos de las mariposas en mi estómago y es bastante
inconveniente cuando estoy intentando mantener mi distancia.
—¿Cómo supiste siquiera donde estaba? 292
—Maggie.
—¿Qué?
—Me dijo que ibas al norte. Solo hay una carretera fuera de nuestro pueblo y
conduces realmente lento.
—No conduzco lento —balbuceo, la primera cosa a la que me puedo aferrar
para de alguna manera poder romper la intensidad nadando en sus ojos.
No lo hago.
La intensidad sigue allí cuando responde, como si fuera consciente de cómo
estoy intentando decir solo estupideces para difuminar la tensión entre nosotros.
—De acuerdo. Todos los demás son solo más rápidos, entonces.
—Te informo… que… —Aclaro mi garganta y empujo la hebra mojada detrás
de mis orejas—. He conseguido montones de multas de velocidad, ¿está bien? Solía
ser una amenaza para el lado sur.
Sus labios se contraen por mi estúpido comentario.
—No lo dudo.
¿Cuántas veces he besado esa contracción en el pasado?
De hecho, hasta la semana pasada, estaba besando cada centímetro de su piel.
¿Qué carajos pasó? ¿Por qué estamos tan separados?
Cierto.
Porque le dije que lo amaba y él me dijo que era patética.
—¿Por qué estabas siguiéndome?
—Para que no tengas que estar sola —responde en una voz grave con ojos
igualmente graves.
—¿Sola?
—Sí. —Observo su manzana de Adán balancearse—. Para que conocieras a una
persona sin importar a donde vayas. Y al menos esa persona sabría tu nombre.
Mis extremidades, mis pies y dedos, se curvan. El peso de su afirmación es
demasiado. Invoca demasiados recuerdos.
La noche que salté en el agua por él.
Parece como otra vida. Fui tan valiente, tan temeraria.
Pensé que nada podría herir mi amor, solo para darme cuenta de que una cosa
podía.
Él.
Podía herirme. El chico del que estaba enamorada.
Suspirando bruscamente, digo:
—¿Y qué? ¿Vas a seguirme a donde sea que vaya?
—Ese es el plan. 293
Zach lo dice tan casualmente que me hace enojar.
—Es un plan estúpido.
—Bueno, es el único que tengo.
—Mira…
—Sé lo que se siente, Blue. —Su apasionada voz me interrumpe—. Estar solo
en un lugar, un gran, desconocido lugar, donde nadie te conoce. Jode tu cabeza. Te
hace cínico y duro. Te hace pensar que, sin importar a dónde vayas, a quién conozcas,
siempre estarás solo. Te hace extrañar el hogar ferozmente. Te hace sentir como que
nunca encontrarás un lugar donde pertenezcas. No voy a dejar que eso te pase. Eres
demasiado dulce para eso. Demasiado buena y brillante. No voy a dejarte sola en un
mundo que es cruel y jodido.
Ha dejado de hablar por varios segundos.
He contado sus respiraciones, las largas bocanadas desde entonces. Siete. Ha
respirado siete veces desde que me estranguló con sus palabras.
Mis manos están empuñadas a mis costados, mi cabello goteando agua.
Desearía poder escurrirme hasta el suelo así, como agua, y volverme nada.
Su mirada, sus palabras, su olor… él. Todo es demasiado.
Me está atrayendo, haciéndome sentir nostálgica. Exactamente como sus
palabras justo ahora.
—No soy…—Sacudo mi cabeza —. No soy tu responsabilidad.
—Eres mi vida.
Mis muslos se aprietan.
Mi cuerpo entero se aprieta.
¿En preservación ¿En amor? No lo sé. Todo lo que sé es que necesito alejarme
de él.
—¿Sí? —Me trago las lágrimas—. Entonces me protegerás del mundo.
—Sí.
—Pero, ¿quién me protegerá de ti?
Su respuesta es una mueca de dolor y un apretón de su mandíbula.
Suspirando, me voy.
Unos minutos más tarde, cuando estoy acomodándome en la cama, escucho
un golpe; sé que es él. No abro. Aprieto las sábanas y contemplo a la anodina puerta
marrón.
Los minutos pasan, pero el segundo golpe no llega.
Lentamente, salgo de la cama y giro la manija. No está allí. No hay nadie allí.
Pero a mis pies hay una bolsa de papel y dentro de ella, hay suficientes Twix
para durarme por días.
294
M
e sigue cada día.
Cada vez que miro en el espejo retrovisor, está allí.
Siempre presente, con su casco puesto, su cuerpo curvado
sobre su moto, haciéndolo lucir tan jodidamente ardiente y
completamente masculino.
La primera vez que entro a una parada de descanso porque tengo nauseas,
Zach se detiene también. Me sigue al baño de damas y cuando salgo sintiéndome un
poco mejor, pero muy cansada, espera por mí con servilletas y gaseosa.
—Estás siendo ridículo —digo débilmente cuando termino de limpiar mi boca
y sorber un poco de la soda.
Me estudia con un ceño preocupado.
—Creo que necesitas tomártelo con calma hoy. Encuentra un motel y solo
descansa.
El sol es fuerte y Zach está directamente frente a él, resplandeciendo como
una estrella. Está de regreso en su vieja ropa, oscura camiseta raída y descolorido
pantalón con gigantes botas.
Entrecierro los ojos hacia él.
—Y yo creo que deberías estar en alguna otra parte. En una parte del mundo
diferente.
Sus labios sonríen ligeramente, pero sus ojos permanecen estoicos.
—Estoy exactamente donde debo estar.
Frustrada, empujo la lata de soda a sus brazos, derramando un poco en el
proceso.
—Bien. Sé de esa manera. En esta parte del mundo, no hay criadas. —Señalo
su camiseta—. Tienes que limpiar eso tú solo.
Agarrando la lata, se encoge de hombros.
—Creo que puedo manejarlo. 295
Creo que puede.
Ese es el problema. Puede hacer lo que sea en lo que ponga su mente.
Y justo ahora, parece como que su mente está puesta en seguirme.
Cuando me detengo para comer, se detiene también. ¿Cuando me detengo por
combustible? Sí, está allí también. Cuando estaciono en un motel por la noche, está
justo detrás de mí.
Mientras más me alejo de Princetown, más fría se hace la temperatura. El sol
siempre está allí, pero está acechando al fondo.
Como Zach.
No intenta hablarme o acercárseme, excepto cuando estoy vomitando en las
paradas de descanso. Lo que parece haberse detenido por completo.
El olor de mi auto, los asientos de cuero, las carreteras. Ya no me asustan más.
Estoy de regreso a ser la persona que era antes de que mis padres murieran. Creo
que alejé mi fobia.
O tal vez, ahora tengo miedo de algo más.
Un cierto tipo alto y oscuro, que no dejará de seguirme.
Luego de días de conducir sin rumbo, decido detenerme en un lugar al azar.
Se llama Punto Azul.
Bueno, tiene azul en el nombre, así que tal vez no es al azar en lo absoluto.
Está más al norte y está ubicado entre las montañas. Dicen que nieva allí en
el invierno y los veranos no son tan calientes como en Princetown.
Llegamos allí un par de días después. Digo llegamos porque Zach no me ha
dejado todavía.
Ha pasado poco más de una semana desde todo y él ha estado allí como una
sombra.
No confío en él. No confío en que no se aburrirá e irá luego de un tiempo.
¿Por qué se quedaría? Tiene una vida en Nueva York. Un apartamento,
compañeros. Un trabajo que le gusta y en el que es bueno.
Eres mi vida.
Sé que dijo eso. Lo sé.
Pero no puedo creer esas palabras. No puedo. No después de todo lo que ha
hecho y lo insensiblemente que rechazó mi amor.
Nos detenemos en una cafetería para comer tan pronto como llegamos a
Punto Azul.
Me siento en un extremo de la barra y él se sienta en el otro. La camarera es
joven y charlatana, y nos metemos en una conversación.
Cuando le digo que podría estar quedándome aquí por un tiempo, me dice que
están contratando. También me contacta con una posada, a un par de cuadras de
296
aquí.
El pueblo es pequeño, más pequeño que Princetown, pero me gusta. Hace frío
aquí. El invierno está en pleno vigor. Hay viento. Oh, y hay un lago también. Es tan
azul que me enamoro de él a primera vista. Parecido a como me enamoré de Zach.
El día siguiente llego a la cafetería a las siete y está allí.
Dios, ¿duerme? ¿Se toma un día libre o algo?
La camarera que me dijo sobre este trabajo me guía a través de todo y me dice
qué sección será mía por ese día.
¿Y adivina qué? Zach ya está sentado allí.
Camino hacia él.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Inclina su barbilla hacia el menú.
—Me encanta el café de aquí.
—Te encanta el café. —Ante su asentimiento, continuo—: Nunca has tomado
café aquí.
—Tomé un poco ayer.
—No, no lo hiciste. Comiste una hamburguesa y un trozo de pastel. Lo vi.
Cuando sonríe, me doy cuenta de que no debía haber dicho eso. Me hace lucir
como una escalofriante acosadora. De nivel cinco.
Dobla sus brazos sobre la mesa y asiente.
—Sí, me atrapaste. Solo estoy aquí por el pastel.
Descanso una mano sobre la cabina y ladeo mi cadera.
—¿Vas a verme trabajar todo el día?
Los rayos de sol iluminan su mandíbula y se posan en su cabello, haciéndolo
lucir tan apuesto que tengo que tomar una respiración profunda y componerme.
No cedas, Cleo. No cedas.
—No. Pero puedo, si quieres.
—Sabes lo que quiero.
—Bueno, entonces solo volveré al almuerzo.
Suspirando, me enderezo.
—¿Entonces? Pastel. ¿Esa es tu orden?
—Ajá. Y una taza de café con ello.
Hago un espectáculo de escribirlo en mi nueva libreta.
—Un trozo de pastel y café con una guarnición de escupitajo, saliendo.
Mientras me giro, lo escucho soltar una risita que derrite como mantequilla
mis huesos, y sé que necesito ser fuerte. 297
Mucho más fuerte, de hecho, de lo que tenía planeado porque luego de eso,
Zach aparece a las siete cada mañana, ordena lo mismo y simplemente me observa
andar por ahí.
Me recuerda tanto a cuando regresó por primera vez. Me observaría correr a
la mansión en la mañana o algunas veces en los pasillos, usando mi uniforme.
Está haciendo lo mismo aquí.
Me observa trabajar, tomando órdenes, entregando comida, charlando con los
clientes, todo en mi uniforme de una camiseta roja y un pantalón corto negro. Y como
en Las Pléyades, siento su mirada sobre mí justo desde donde está sentado en la
cabina hasta que se va casi una hora después.
Odio que esté haciendo esto.
Odio que esté haciendo tan difícil mantenerse alejada de él.
Cada día que pasa se me hace más difícil resistirme a él. Resistir sus intensos
ojos, su enfoque singular sobre mí. Las cosas que dice incluso cuando no está
hablando.
Demonios, odio sus silencios cargados de intensidad.
Algunas veces, creo que estoy siendo estúpida.
Lo amo, ¿no es así?
¿Qué importa si no quiere eso? ¿Qué importa si rechaza mi amor en cada
momento y me hiere?
Lo tomaré.
Lo tomaré todo si puedo solo caminar hacia él y tocar esas aterciopeladas
hebras de medianoche. Si puedo sostener su mano o acariciar esa dura mandíbula.
Si puedo besarlo, olerlo, hacerle el amor.
Pero entonces, ¿y si me rechaza una y otra y otra vez, tantas veces que me
vuelve amargada? Que me vuelvo enojada y odiosa. Exactamente como hice de vuelta
en St. Patrick.
No puedo hacer eso.
No puedo odiarlo cuando sé lo que se siente amarlo.
No puedo dejarlo matar mi amor.
Así que voy a esperar a que se vaya. No puede seguirme por ahí para siempre,
¿verdad? No puede venir a la cafetería cada día por el resto de su vida.
Resulta que tengo razón.
Una mañana, no llega. Preocupadamente, observo el reloj y salto cada vez que
la puerta se abre y un nuevo cliente entra.
Sin embargo, Zach nunca aparece.
Paso el día alternativamente preocupándome por él, pensando que algo le
ocurrió y estando enojada de que se rindiera tan fácil.
Lo cual es estúpido. Quería que se rindiera. Quería se alejara y me dejara sola.
Es algo bueno.
298
Finalmente puedo empezar mi vida ahora, sin el pasado. Sin él.
A la mañana cuando no se aparece de nuevo, decido que ni siquiera voy a
mirar la puerta. No. No voy a actuar como una adicta, sin importar lo mucho que
quiera. No me reducirá a eso.
Pero entonces, lo veo a través de la ventana.
Está al lado opuesto de la calle, caminando por la acera. Apresuradamente,
camino hacia mi jefa y le pido un descanso de cinco minutos, incluso aunque acabo
de empezar. Ya estoy fuera de la puerta, poniéndome mi chaqueta porque Jesucristo,
está frío, antes de que siquiera lo permita.
Cruzo al otro lado de la calle y lo sigo. No sé qué voy a decirle cuando lo
alcance, pero tengo que ver a dónde va.
Imbécil.
Es un jodido imbécil, ¿no es así? Me hizo pensar que esperaría por mí para
siempre. Que no cedería, sin importar cuanto lo alejara.
Pero míralo ahora. Paseando por la acera como si no tuviera ninguna
preocupación en el mundo.
De acuerdo, eso podría ser una exageración. No está paseando sino
abalanzándose, como si tuviera prisa.
Finalmente, se detiene en una tienda de latonería en la esquina de la calle.
Jadeando, me detengo también.
Ahí es cuando me doy cuenta de la ropa que está usando. Un overol gris
oscuro, un uniforme.
¿Por qué está usando un uniforme?
Lentamente, avanzo, analizando todo. Hay un espacio de oficina con un
tablero en la cima, diciendo Blue Spot Auto Body Inc. Justo al lado hay una gran área
como cobertizo con unos cuantos autos estacionados adentro, junto a un par de
motos.
Zach se detiene junto a un tipo que está bebiendo café, mientras charla con él.
Está usando el mismo uniforme que Zach.
Respirando ruidosamente, los observo juntos. Hasta que el tipo me espía y
alerta a Zach de mi presencia.
Se gira, e inmediatamente hay un ceño en su rostro.
—¿Blue? —Se excusa con el chico y se dirige hacia mí—. ¿Qué estás haciendo
aquí? ¿Está todo bien?
Hay un logo al lado derecho de su pecho, deletreando el nombre de la tienda.
—No viniste a la cafetería.
—Sí. —Rasca su frente con su pulgar—. Quedé atascado aquí todo el día de
ayer. Aparentemente, están ocupados. Un tipo se fue y no tienen reemplazo.
Simplemente parpadeo hacia él, hacia su explicación. 299
—Pero iba a aparecer para el almuerzo de hoy. —Termina, observándome
cuidadosamente.
—Pensé que algo te había pasado. E-estaba preocupada.
Zach sonríe ligeramente.
—Estoy bien, Blue. Solo trabajando.
Miro a la tienda una vez más. El tipo hablando con Zach se ha ido. Parece que
somos las únicas personas aquí justo ahora.
Mirándolo de regreso, pregunto:
—¿Estás trabajando aquí?
Se ríe entre dientes.
—Eso es lo que dije.
—¿Por qué?
—Bueno, supuse que soy bueno con las motocicletas. Y realmente parecían
desesperados. Así que, por qué no. Además, vienen con un apartamento.
-¿Apartamento?
—Sí. Allí arriba, de hecho. —Ladea su barbilla y me giro para ver un
apartamento en el segundo piso, al otro lado de la calle. Hay un pequeño café abajo.
»Estaba pensando —continúa, y lo miro—. Podrías quedarte conmigo. El
apartamento es bastante grande. Podría tomar el sofá.
—Tomarías el sofá.
—Sí. Es un futón. Se despliega. Tiene que ser mejor que la posada en la que te
estás quedando y…
—Deja de hablar —le digo, saliendo finalmente de mi estupor.
Zach frunce el ceño como si estuviera tan confundido.
¿Él está confundido? Estoy jodidamente trastornándome.
Trastornándome.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto con los dientes apretados.
—¿A qué te refieres?
—¿A qué te refieres con que a qué me refiero? —digo histéricamente—. ¿Me
acabas de pedir que me mude contigo?
—Bueno, sí. Como dije, el apartamento tiene bastante espacio.
—Bastante espacio. Correcto. —Sacudiendo mi cabeza, miro el suelo y me
recompongo—. ¿Por qué tienes un trabajo? ¿Por qué tienes un apartamento?
—No me puedo quedar en un motel por siempre. ¿Dónde sugieres que
duerma?
Lanzo mis manos al aire.
—En Nueva York. Tienes todas estas cosas en Nueva York. Un apartamento. 300
Un trabajo que me dijiste que te gustaba y en el que eres bueno. Tu vida está en
Nueva York.
Lanzándome una sonrisa torcida, se encoge de hombros.
—No tengo nada que no sea reemplazable. Y te lo dije.
—¿Decirme qué?
La helada brisa alborota su cabello cuando dice:
—Eres mi vida.
Sus palabras tienen más impacto esta vez. Tal vez porque ahora puedo ver a
qué se refiere con eso. Está mostrándome al reacomodar su vida alrededor de mí.
Me golpean justo en el vientre y las mariposas se vuelven locas. Siento sus
afiladas alas aleteando, haciendo sangrar todo en mi interior.
Envuelvo mis brazos alrededor de mi cintura, intentando calmarlas.
—¿Por qué estás haciendo esto?
—¿Haciendo qué?
—¿Por qué no me dejarás sola?
Hay un ligero rubor sobre sus duros pómulos. Creo que es cortesía del frío
clima de aquí. Y ni siquiera está usando un suéter.
No sé por qué estoy pensando en eso cuando algo mucho más importante está
en juego.
—Porque no quiero que estés sola. O asustada —dice con un apretón en su
mandíbula.
—No estoy sola —balbuceo, mirándolo.
Hemos estado parados a unos cuantos centímetros de distancia, pero
mientras hablamos, no acercamos. Puedo sentir su calor corporal, su olor,
envolviéndome, deteniendo los estremecimientos provocados por el clima.
—¿Qué?
Lamo mis labios.
—Conocí a un chico.
—Un chico.
—Sí. —Asiento—. Vino a la cafetería ayer. Se sentó en mi sección. Me dijo que
era hermosa y cuando dije que era nueva en la ciudad, ofreció mostrarme los
alrededores. Así que vamos a salir este fin de semana.
Es una mentira. Obviamente.
E incluso decirla está haciéndome querer vomitar, pero tengo que decirlo.
Zach está parado allí, todo bronceado y sonrojado por el frío. Sus ojos negros
me observan cuidadosamente.
—¿Vas a arruinar mi cita? —pregunto cuando no dice nada.
La vena al costado de su cuello palpita.
301
—¿Quieres que arruine tu cita?
Doy un paso más cerca por alguna razón, colocando las puntas de nuestras
botas juntas.
—No. —Sacudo mi cabeza una vez, mirándolo fijamente a los ojos—. ¿Quieres
observarme, cierto? No me dejarás sola. Entonces quiero que me observes en mi cita.
Quiero que me observes mientras alguien más me hace sonreír. Me hace reír.
Mientras alguien más sostiene mi mano, y me da un beso de despedida al final de la
noche. Quiero que observes todo eso, Zach.
Sus fosas nasales se ensanchan y el color sobre sus afilados pómulos se
profundiza. Creo que es por la furia, en lugar del frío.
—Eso es lo que quieres, ¿no es así? Observarme. Es por eso que no te irás.
¿Qué crees que iba a pasar? ¿Crees que siempre estaré sola? —bufo—. Eres mi primer
amor. Algunas veces, creo que serás el único amor de mi vida. Pero eso no significa
que no se hará más fácil. Que no encontraré a alguien con el que querré pasar el resto
de mi vida. Quiero eso, sabes. Tal vez no lo amaré como te amo. Tal vez no hará a mi
corazón latir más rápido o no hará que las mariposas estallen en mi estómago. Pero
está bien. Quiero un hogar. Quiero bebés. Quiero un futuro, Zach. Tal vez está bien
para ti vivir en el pasado, pero yo quiero construir mi vida. Quiero pertenecer a
alguna parte. A alguien.
A ti.
Oh Dios, cómo deseo eso. Cómo deseo pertenecerle. Cómo deseo que me
perteneciera.
Pero supongo que algunas historias solo están condenadas. No tienen una
vida, sin importar lo vivas que se sientan.
Zach traga y baja su cabeza. Observa el suelo por casi cinco segundos, los cinco
segundos más largos de mi vida.
En esos cinco segundos, creo que lo entiende. Finalmente entiende lo que
estoy diciendo.
En esos cinco segundos, estoy plagada con miedo de que se irá. Y alivio de que
no me cortará cada día el verlo y no ser capaz de tocarlo.
Entonces levanta la mirada y sus ojos están vidriosos. Vulnerables.
Rebosando con emociones.
—Recordé algo el otro día. —Empieza—. Cuando estaba en ese agujero, estaba
asustado. Pensé que nadie me encontraría. Que ni siquiera se molestarían en buscar.
Yo era un dolor en el trasero. ¿Por qué me buscarían? Así que me acosté allí,
observando el cielo. Se sentía como si estuviera en algún lugar profundo. Estaba
caliente y sofocante y el cielo lucía tan lejano. Y entonces, vi una estrella fugaz. Fue
rápido. Solo un destello, pero fue suficiente para que cerrara los ojos y pidiera un
deseo.
Se ríe en voz baja.
—Demuestra lo desesperado que estaba. No creía en deseos. ¿Sabes qué
302
deseé?
Sin palabras, sacudo mi cabeza.
—Deseé por alguien a que le importara. Alguien que me amara. Alguien que
me soportara y todas las cosas destructivas que solo me sentía obligado a hacer.
Deseé por alguien dulce. Alguien radiante y luminoso. Pero más que eso, deseé
alguien por quien pudiera ser mejor. Deseé por ti. Y entonces, te encontré, pero fui
tan malditamente ciego para verlo. Estaba demasiado enojado y centrado en mí
mismo para darme cuenta que eras tú. Que eras una estrella. Sin importar toda la
basura que te lanzaba, solo seguías brillando. Y seguí observándote hacerlo.
»Me destruirá observarte pertenecerle a alguien más. Moriré un poco cada día
si le das tus sonrisas a él. Malditamente me desgarrará verte construir un futuro con
él. Un futuro que pude haber tenido contigo, pero estaba demasiado jodido para
alcanzarlo. Pero te observaré, sin importar que. En tu carta, dijiste que observarás
las estrellas todas las noches. Bueno, eres mi estrella, Blue. No puedo no observarte.
Siempre pensé que el amor te hace sangrar. Pero supongo que eso está bien. Lo
tomaré. Si eres feliz con algún otro tipo, Blue, tomaré el sangrado. Porque te amo.
Justo frente a mí, Zach se hace más grande. Más ancho. Su cuerpo se aprieta
más. Los tendones de su cuello sobresalen, las venas palpitando.
Está creciendo frente a mí, haciéndose más fuerte de alguna manera, y todo
lo que puedo hacer es presenciarlo calladamente. Llorando.
Y cuando pone una mano sobre mí, no puedo detenerlo.
No quiero hacerlo. He perdido toda mi fuerza. No me queda nada más que…
él.
Está corriendo por mis venas y palpitando en mi pecho.
—Estoy enamorado de ti, Blue —susurra, sus pulgares trabajando para
enjugar mis lágrimas—. Tenías razón. Pero no empezó ese día. No empezó en ese
salón de detención. Empezó hace mucho tiempo, probablemente en ese agujero. Tal
vez incluso antes de que naciera. No te he amado solo por años, te he amado por
vidas. Porque no te amo solo con mi corazón. El corazón es solo un órgano. Puede
ser arrancado del cuerpo, pisoteado, aplastado a una pulpa. No te amo con todo con
todo mi corazón. Te amo con toda mi alma. Estás en mi núcleo. Estás en mi maldita
esencia. Y nadie puede quitarme eso. Ni siquiera la muerte.
Deja caer su frente sobre la mía y estoy sollozando abiertamente.
Soy un desastre.
Soy un maldito desastre tal que es vergonzoso.
Es tan malo que Zach tiene que apretarme en su cálido pecho duro, y lanzo
mis brazos a su alrededor, aferrándome a él como si me estuviera ahogando.
No tengo idea de cuánto tiempo babeo sobre él, pero finalmente mis lágrimas
se han secado y me aparto para mirar su rostro.
Trazando sus pómulos, susurro:
—Está frío afuera.
303
Sus labios se contraen.
—Lo sé.
—¿Por qué no estás usando un suéter? Una chaqueta.
Mira mi chaqueta. Es azul y esponjosa, lo primero que me compré el día que
llegué.
—Supongo que me olvidé.
Aprieto su uniforme.
—Eres un idiota.
—Lo soy.
—Arruiné tu uniforme.
Baja la mirada hacia el manchón mojado sobre su pecho.
—Te hice llorar.
—Siempre estás haciendo eso.
Ante mi afirmación, perfora sus ojos en los míos antes de dar un paso atrás.
Y entonces, me roba el aliento cuando se pone de rodillas.
—¿Qué estás…? —pregunto—. ¿Qué estás haciendo?
Levantando la mirada, dice:
—Haciéndote una promesa.
—¿Qué promesa?
—Sé que la jodí. Sé que la he jodido un millón de veces con el pasar de los
años. No te merezco. No merezco respirar el mismo aire que tú. Pero si por algún
milagro me das una oportunidad, Blue, pasaré el resto de mi vida intentando
probarte que puedo ser mejor. Que soy el chico que deseó por ti una noche hace
mucho tiempo y comprende eso.
Esta no es la primera vez que Zach ha estado sobre sus rodillas frente a mí. No
es la primera vez que estoy bajando la mirada hacia él.
Pero así es como se siente.
Todas esas otras veces eran por sexo, porque quería probarme, pero esto es…
subyugación. Esto es inversión de roles.
Este es él pidiéndome, rogándome, que le dé una oportunidad.
Tomo su cabello alborotado y su magnífico rostro. El sol apenas se nota, pero
aun así, su broceada piel resplandece bajo él.
Incluso sobre sus rodillas, luce como un príncipe.
Mi príncipe.
—Está bien.
Sus ojos destellan. 304
—¿Está bien?
Una sonrisa florece sobre mi rostro.
—Sí. Está bien.
—¿Estás bromeando?
Algo sobre eso me hace reír. Mi abrigo me golpea a mitad de muslo y mis
extremidades desnudas rozan su pecho cuando doy un paso hacia él.
—No. Levántate. El suelo está frío.
Aun así, no se mueve. Está observándome seriamente, como si su vida entera
dependiera de ello.
—Te amo, Zach. Te he amado siempre. No sé cómo viví lejos de ti cuando te
fuiste por tres años. Tal vez fue más fácil entonces porque no sabía que te amaba.
Todo lo que sentía por ti era esta profunda pasión que pensaba que era odio. ¿Pero
ahora? Ahora sé lo que se siente amarte y es difícil. Es mucho más difícil de sobrevivir
sin ti.
Sus manos van a mi cintura.
—Nunca te haré pasar por algo como eso de nuevo. Nunca te dejaré.
Inclinándome, lo beso ligeramente.
—Lo sé. Pero tienes que levantarte. Mi descanso terminó y tengo que besarte
profundamente.
—¿Tengo que hacerlo? —bromea.
—Ajá. Me estoy muriendo aquí.
Riéndose entre dientes, presiona un beso sobre mi boca antes de levantarse y
levantarme en sus brazos de esa típica manera suya.
Y luego me besa. Profundamente.

305
L
o llaman el Príncipe Oscuro.
El rumor dice que tiene el par de ojos más oscuros que alguien
haya visto alguna vez. Y cabello igualmente negro.
Aunque nadie puede asegurarlo porque siempre lleva el casco
puesto, una cosa grande y negra que le oculta toda la cara, y se va justo después del
espectáculo. No le gustan mucho las fanfarrias ni esas cosas.
No. Lo suyo es la moto.
La moto a la que llama Blue.
Puede hacer un giro con los ojos cerrados y puede volar sobre hoyos. Cuando
está en el aire, volteaba su motocicleta como si no pesara nada. La multitud se vuelve
loca por él, cantando y gritando su nombre artístico.
Esta noche, va a dar una vuelta sobre el muro de la muerte.
Suena ominoso y juro que lo es por la forma en la que estoy temblando por la
sola idea de él. Es una cosa tipo pozo en la que los ciclistas empiezan en el fondo,
ganando velocidad lentamente mientras dan vueltas y vueltas. Hasta que ganan
suficiente impulso para ir en paralelo al suelo.
Se supone que se basa en un principio de física muy simple, pero a mí no me
gustaban mucho las ciencias en el colegio.
Todo me parece mágico. Una magia que puede salir mal en cualquier
momento.
Aunque, Zach ha estado practicando para ello durante semanas. Le he visto
hacerlo y lo hace de maravilla.
Aun así, estoy nerviosa.
Supongo que siempre estaré nerviosa cuando él suba al escenario. Él es lo más
preciado del mundo para mí.
Es el amor de mi vida.
Y estoy esperándolo en la pista, esperando por la barandilla, siendo empujada
por la multitud, impaciente porque salga. Es el último en salir y se siente como que
306
no lo he visto en días. Cuando lo acabé de ver hace unas horas en la casa en la que
nos estamos quedando por las próximas semanas.
Estamos en Vegas para el carnaval donde está actuando. Sus amigos de Nueva
York le avisaron y ahora, estamos compartiendo un apartamento con ellos.
Son un buen grupo; los conocí hace un par de días cuando llegamos. Sin
embargo, Zach se pone un poco territorial cuando me hablan. Me ha pedido que
permanezca lejos de ellos y a su lado en todo momento.
Usualmente ruedo mis ojos hacia él cuando se pone así de celoso y le digo que
no es mi jefe. Y él procede a probar mi error al jugar con mi cuerpo como si le
perteneciera.
Lo hace. No tengo vergüenza o reservación en admitir eso.
También lo poseo.
Y ahora, estoy consiguiendo toda clase de excitación, de pie en medio de la
multitud. No puedo esperar a que salga y termine con ello para que podamos volver
a estar solos.
Se pone todo sudado e impaciente luego de uno de sus espectáculos.
Sin embargo, para ser honestos, este es solo el segundo que le he ve visto
realizar para una multitud. La última vez fue en un carnaval como este en Nueva
York. Ese espectáculo estuvo salvaje. Estuvimos allí por casi una semana y cada
noche fue asombrosa.
Todavía no puedo creer lo popular que es con la multitud. Como la gente canta
por él y las chicas se vuelven locas.
Eso no me gusta, y me alegra que no esté interesado en la fama o lo que sea.
Solo está interesado en mí.
Me muestra eso cada día. Ha estado mostrándomelo por los últimos seis
meses, desde que se puso de rodillas y me pidió que le diera una oportunidad.
Decidimos quedarnos en Punto Azul porque ambos amamos el lugar. El clima
frío, las montañas, el lago. Hay tanto cielo allí y todo es tan amplio y abierto y azul.
Se siente como libertad.
Ahora vivimos juntos, en el mismo apartamento que consiguió por su trabajo
en la tienda. Al principio pensé que sería un poco incómodo. Mudarnos juntos
cuando ni siquiera habíamos salido nunca.
Pero no lo fue.
Nada con Zach es incómodo alguna vez. Siempre está lleno de pasión, sí.
Intensidad y calor innato. Pero nunca es raro. Incluso cuando chocamos, chocamos
tan gloriosa y naturalmente, como dos cuerpos celestiales destinados a chocar y
arder y todavía, de alguna manera orbitar alrededor del otro.
De todas formas, por las primeras semanas, tomé la habitación y él durmió en
el sofá. Éramos como compañeros de cuarto.
Compañeros de cuarto que estaban irrevocablemente enamorados.
307
Fuimos a citas, exploramos la ciudad, hicimos algunos amigos. Era la manera
de Zach de hacerme sentir querida, haciendo lo correcto para mí. Para el final de su
cortejo, sin embargo, estaba enloqueciendo. Quería sus manos sobre mí, sus labios,
sus dientes. Quería ser capaz de hundirme en sus brazos cuando quisiera y quería
que se hundiera en mi suavidad cuando él quisiera.
Lo bueno era que él también estaba a punto de estallar.
Entonces, nos graduamos de ser compañeros de piso a ser novios un mes
después de mudarnos.
A Zach no le gusta ese término: novios. Piensa que es infantil. Pero lo que sea.
Me gusta. Me hace pensar que somos jóvenes y enamorados y el tiempo que
perdimos peleando e hiriéndonos no fue tan largo.
En realidad, fue cerca de una década.
Una década de odio y metidas de pata y miseria. Cuando pudimos haber
estado allí para el otro, a través de años de abuso.
Pude haberle dicho que era asombroso cuando su papá lo golpeaba y a su
mamá no le interesaba lo suficiente. Y él pudo haberme hecho darme cuenta que no
importaba que no poseyera un cuerpo aceptado por la sociedad o si mi cabello era
azul o si venía del otro lado de la ciudad, todavía era hermosa para él.
Pudimos habernos ahorrado tanto sufrimiento.
Pero me alegra que estemos aquí ahora. Nosotros contra el mundo.
Me alegra que estuve con él cuando su mamá murió hace un par de meses.
La señora S lo llamó con las noticias y regresamos a Princetown al día
siguiente para el funeral.
Los vimos a todos: Maggie, la señora S, Grace, Tina, Leslie y Art. Lo está
haciendo genial y ha crecido tanto. No puedo esperar por el día en que sea el niño
más alto de su clase. Nadie tendrá las agallas para molestarlo.
El papá de Zach estaba en el funeral también. Se encontró con Zach como si
todo el incidente de la prisión nunca ocurrió. Como si Zach nunca lo golpeó y el señor
Prince nunca abofeteó a la señora Prince.
Como era de esperar, nada salió de ese incidente, de todas formas.
No sé qué anda mal con la gente rica, pero me alegra que saliéramos de esa
ciudad. Me alegra que Zach esté avanzando.
Hizo el panegírico que escribió.
Nunca he estado más orgullosa de él. Ni siquiera cuando llevó a casa libros y
cuadernos y me dijo que quería aprender.
Quería ser mejor. Por sí mismo.
Cada noche antes de ir a dormir, leemos juntos. Se siente como un sueño,
donde estamos desnudos y sudados, envueltos en una sábana, leyendo sobre amor y
pasión.
¿Quién diría que leer podría ser tan ardiente? ¿Quién sabía que querría 308
hacerlo por el resto de mi vida? Tal vez incluso conseguir un título en literatura. Pero
no estoy pensando tan lejos justo ahora.
Justo ahora, estoy enamorada.
Bajo la mirada cuando el anunciador presenta a Zach como El Príncipe
Oscuro.
Es una mini versión de un estadio con el pozo al fondo y el área de
espectadores en la cima. Estoy dos pisos arriba y el fondo luce mucho más profundo
de lo que lucía hace un segundo. Tragando, escaneo la pared que Zach montará,
yendo en círculos.
Dios, no quiero imaginar cuánto hay desde el fondo a la cima y lo duro que
luce el suelo. ¿Por qué no pueden tener redes de seguridad o algo?
¿Por qué tienen que hacerlo tan peligroso?
Aprieto la barandilla cuando el suelo al extremo de la pared se abre y Zach
emerge de ella.
Tiene puesto su casco y su vestuario es todo negro. De ahí el nombre.
Conduce hasta el medio, agitando grava a su paso y los sonidos son
ensordecedores. Solo permanezco allí como una muda, sobre piernas temblorosas
mientras lo observo acelerar la moto y lucir tan invencible allí abajo.
Pero no es invencible.
Es solo un… chico. Un acomodado chico hermoso del que estoy enamorada y
por el que temo tanto.
Exhalando, miro al cielo. Está salpicado con estrellas.
Nuestras estrellas.
Se sienten como nuestras ahora, mías y de Zach. Las observamos noche tras
noche, a través de la ventana sobre nuestra cama. Algunas veces, las observo cuando
se mueve dentro de mí. Rápido y furioso, o lento y perezoso.
Las miro ahora y les pido que lo mantengan a salvo.
Por favor, manténgalo a salvo.
Bajo mi mirada cuando el rugir de su moto se eleva más arriba del canto de la
multitud. Y entonces, está despegando. Conduce hacia el muro a una velocidad que
me arrebata la respiración y antes de que siquiera pueda parpadear, sube.
Está allí, sobre el muro.
Me inclino sobre la barandilla, cuelgo mi cuerpo hacia afuera como tantas
otras personas a medida que circunda el muro. Gira y gira, subiendo poco a poco,
ganando velocidad.
Cuando alcanza la cima, muerdo mi labio tan fuerte que pruebo sangre. Es
metálico y lleno de nervio mientras lo observo finalmente ir en paralelo al suelo.
En este momento, mis nervios disminuyen un poco.
Están allí, por supuesto, pero algo más se arrastra al interior.
Algo como adrenalina. 309
Siento como si estuviera viniendo de él. Justo cuando golpea la parte más alta
del muro, se siente eufórico. Se siente como que ha conquistado el mundo. Está
tocando el cielo porque en este momento, él mismo es una estrella. Oscura, pero aun
así, brillante.
Y sonrío incluso cuando mis ojos escuecen.
Es como que puedo sentirlo, sus emociones a través del espacio. Puedo sentir
lo mucho que lo ama. Lo mucho que se deleita en ello.
Esto es libertad para él.
Mariposas aletean justo debajo de mis costillas y coloco una mano sobre mi
estómago. Estoy temblando, pero no solo por los nervios.
Estoy temblando por observarlo girar y girar. Estoy temblando por observarlo
bajar por este hoyo sintético y volver a subir. Todo en cuestión de un parpadeo.
Es ligero como el aire, y la gravedad no significa nada para él.
Zach no sigue las leyes básicas de la naturaleza. Está por encima de eso.
Es el príncipe oscuro.
Es mi príncipe y cuando su acto termina y lleva su moto al centro del muro de
nuevo, me doy la vuelta.
Me abro camino a través de la multitud coreando y corro por las escaleras.
Hay una entrada del personal al fondo del estadio y muestro mi pase de visitante al
tipo montando guardia.
El interior está vibrando con actividad y personas. El equipo tiene puestos los
auriculares y están corriendo por ahí como si el mundo entero dependiera de ellos.
Bueno, al menos el acto lo hace, así que estoy feliz de verlos tan dedicados.
Es un gran espacio que corta en un túnel, llevando al final del pozo. Alcanzo
la boca del túnel y veo a Zach bajándose de la motocicleta. Se saca su casco, seguido
de su chaqueta.
Incluso cuando está practicando, siempre está súper caliente y sudado luego
de su hazaña.
Su camiseta negra está pegándose a su musculoso pecho y su cabello está todo
sucio y levantado. Hay una mancha oscura sobre su mejilla por la carrera, supongo.
Una multitud está reunida a su alrededor, un par de miembros del personal y
sus amigos de Nueva York, y aunque estoy ansiosa por tenerlo solo, no me importa
esperar hasta que termine.
Pero resulta que no tengo que esperar mucho.
Me busca tan pronto como termina de lanzar su chaqueta sobre su motocicleta
estacionada. De vuelta a cuando lo odiaba, o pensaba que lo odiaba, esta conexión
entre nosotros solía molestarme. Pero ahora, estoy agradecida por ello. Me hace
sentir tan especial, la única chica para él en este mundo. En toda esta galaxia.
Su mirada es oscura como siempre, y hambrienta. 310
Parece voraz y mi piel rompe en escalofríos cuando empieza a caminar hacia
mí, en medio de la conversación.
Respirando fuerte, me quedo allí, observándolo acercárseme.
Lo primero que noto cuando se me acerca es su olor. Es almizcle mezclado con
su favorito: pastel de arándanos. Cuando estábamos en Princetown, obtuve la receta
de Maggie. Soy un desastre en la cocina, pero de alguna forma, he aprendido a
perfeccionarlo para Zach.
—Eso es muy grosero —le digo, levantando mi cuello—. Alejarse en medio de
una conversación.
Se inclina hacia mí.
—Siempre he sido grosero.
Sacudiendo mi cabeza, le sonrió y me estiro para enjugar una gota de sudor
errante, que baja hasta sus cejas.
—Estuviste asombroso allí abajo. Como, en serio, realmente asombroso.
—¿Qué sucedió?
—¿Qué?
Su mano se estira y traza mi labio inferior con la yema áspera de su pulgar.
—¿Has estado mordiéndote el labio?
Oh, me olvidé de eso.
Asiento, apretando su muñeca y frotando el extremo de su tatuaje sobre su
muñeca.
—Solo un poco. Estaba nerviosa.
—Sigo haciéndote sangrar —murmura.
Doy un paso cerca y su pecho roza el mío.
—No eres tú. Solo soy una gallina sobre estas cosas. Sigo pensando que algo
te sucederá.
—Nada me sucederá.
Entonces se inclina y me besa suavemente. Succiona mi labio inferior y pasa
su lengua sobre la piel desgarrada, aliviándola. Disculpándose por hacerme
preocupar por él, incluso cuando le he dicho cientos de veces antes: siempre me
preocuparé, y no necesita disculparse por eso.
Lanzo mis brazos alrededor de su cuello, poniéndome a ras de él. Justo
cuando nuestros cuerpos se conectan, Zach pone su mano bajo mi trasero y me
levanta.
Mis piernas van alrededor de sus estrechas caderas y empieza a caminar, sin
romper nuestro beso. Escucho unos cuantos gritos al fondo, pero no me importa.
Zach está besándome. El mundo puede prenderse en candela y todavía no me
importaría.
Me saca por la puerta, donde una multitud se ha reunido, probablemente 311
esperando a que los motociclistas salgan. Escucho a alguien gritar el nombre artístico
de Zach y hacer especulaciones sobre si es realmente él, pero sigue caminando hasta
que nos alejamos de ellos. Encuentras un lugar apartado entre dos remolques
estacionados al otro lado del campo.
Apoyándome sobre la pared de metal, se aparta.
—No te detengas. —Jadeo, levantando mi barbilla para ir tras sus labios de
nuevo.
Su fuerte cuerpo se mueve entre mis muslos, su pelvis frotándose contra mi
hinchado clítoris.
—¿Qué estás usando?
Zach está frunciéndole el ceño a mi camiseta y me doy cuenta que es la
primera vez que nota mi atuendo. Mi inusual atuendo por la noche.
Está enfocado en mi abdomen desnudo. Es pálido y suave y justo ahora,
hundido con la forma de sus dedos que me están apretando.
—Eh, ¿es una camiseta?
Levanta la mirada.
—¿Entonces por qué no está ocultando nada?
Incluso aunque estoy un poco nerviosa por su reacción ante tal audaz
vestimenta y muy excitada, me las arreglo para soltar una risita.
—¿Qué? Está ocultando todo.
Entierra sus dedos sobre mi piel, y estiro mi columna, atrapada entre él y el
remolque.
—No tu estómago.
—Quise arreglarme un poco. —Luego, porque no me puedo detener—. ¿Crees
que… ya sabes, luzco rara? Quiero decir, no soy como una hoja y…
—¿Quieres que te deje justo aquí y me vaya? —gruñe, metiéndose en mi rostro.
Sus palabras me recuerdan a la noche que lo seguí en mi auto y descubrí que
puede hacer volar motos. De hecho, todo este encuentro está haciéndome recordar
cómo puso su boca sobre mi cuerpo por primera vez y me besó. Allí abajo.
Golpeo su hombro.
—Deja de ser odioso. Estoy genuinamente preocupada. Nunca me he puesto
algo así.
—Y no te pondrás algo así nunca más porque te ves sexy como el demonio y
solo yo puedo apreciar eso. Eres mías, ¿recuerdas?
Dios, ¿por qué tiene que ser tan sexy y posesivo?
¿Cómo se supone que evite saltar sobre sus huesos y enamorarme de él cada
segundo de cada día?
Sonriendo, le doy un beso casto.
—Lo sé. Eso dice la camiseta. 312
Hago un gesto hacia mi pecho y confundido, Zach baja la mirada.
A través de mis pechos, dice: Cenicienta del Príncipe Oscuro. Y hay una foto
de botas de cuero al final.
Conseguí esta camiseta hecha a la medida para esta noche. Sabía que la
amaría. Y lo hace. Desenvolviendo una mano alrededor de mi cintura, traza con su
dedo las letras sobre mi pecho. Se levanta como loco cuando se frota contra mi pezón
izquierdo, yendo de un lado a otro despertándolo.
Estiro mi columna de nuevo, frotando nuestras partes bajas.
Manteniendo su rostro bajo, Zach levanta sus ojos.
—¿Cenicienta, eh?
—Sí —susurro en un tono bajo, balanceándome contra él una vez—. Y eres mi
príncipe. Aunque actúas como una bestia odiosa la mayor parte del tiempo. Pero
puedo soportarte.
Una sonrisa torcida y entonces sus ojos se mueven hacia mi cabello.
—¿Le hiciste algo a tu cabello también?
Mordiendo mi labio, asiento.
—Es un color diferente.
No sé cómo puede saber, cuando mi nuevo color que conseguí especialmente
para esta noche es tan similar al que tenía antes. Hay una muy sutil diferencia entre
los dos, pero si alguien es un experto en mi cabello, es Zach.
Está obsesionado con él. Más de lo que está obsesionado con mis pechos,
sobre los que todavía está rozando sus dedos.
—Es Azul Real —le digo.
—¿Para tu príncipe?
—Siempre.
Una emoción parpadea a través de su rostro que hace que su mandíbula se
tense. Reconozco lo que es; es amor.
Algunas veces es tan intenso para él que raya lo doloroso; me pasa lo mismo.
Sé que está sintiendo esa chispa en su pecho. Justo como estoy sintiendo el
zumbido en mi vientre.
Acaricio su mandíbula y susurro:
—Te amo.
Zach permanece en silencio, pero su agarre sobre mi cintura se aprieta y su
pulgar se engancha en mi ombligo.
Una vez le dije sobre la vena que corre justo debajo de mi ombligo. Le dije
cómo sentía algo moverse dentro de mi vientre cuando sea que esté cerca, y que
cuando la presiona, mi cuerpo enloquece. No tuve que decirle lo último porque ha
pasado incontables horas besando y lamiendo ese punto, pero aun así.
313
Ahora, me hace gemir, la presión que está poniendo en su pulgar.
—También tengo algo para ti —dice entrecortadamente, en lugar de decir
también te amo.
No dice las palabras a menudo. O al menos, no tan a menudo como yo. Las
digo todo el tiempo: antes de ir a dormir cada noche, corriendo por la puerta al
trabajo en la mañana, cuando terminamos una conversación telefónica. Cuando está
en mi interior.
Y cada vez que las digo, lo siento absorber esas palabras. Las siento moverse
a través de su cuerpo. Siento su amor irradiando de vuelta por la forma en la que
presiona un beso sobre mi boca, en la forma en la que sus ojos se vuelven vidriosos.
Entonces, supongo que no necesita hacerlo. Me lo muestra.
Acaricio su dura mandíbula angular.
—¿Para mí?
Su manzana de Adán se balancea cuando asiente. Entonces, sin apartar sus
ojos de mí, se estira hacia atrás y saca algo de su bolsillo.
Es un pedazo de papel, doblado una vez.
—Quiero leértelo —dice y mi corazón salta en mi pecho.
La lectura de Zach ha mejorado tanto en los meses pasados. Su escritura
también. Pone tanto esfuerzo en ello cada día. De hecho, estamos pensando en que
consiga su GED 2 pronto.
Y sé que lo que sea que escribió para mí, es importante para él. Es
probablemente más importante que todas las palabras que alguna vez me dirá, y tal
vez es por eso que las escribió.
Para transmitir su gravedad, su valor.
—Está bien —susurro, apretando su empapada camiseta.
Frunciendo el ceño y aclarando su garganta, comienza:
«Blue,
Sé que la he jodido mucho. No he lastimado a nadie de la forma en la que te
he lastimado a ti.
Ninguna cantidad de disculpas compensará alguna vez ese hecho.
Pero aun así, lo siento. Por todo.
Por todas las veces que pude haberte salvado, pero no lo hice. Por todas las
veces que te hice llorar y no estuve allí para enjugar tus lágrimas. Por todas las
veces que te hice amargar y enojar lo suficiente para que empezaras a odiarte a ti
misma un poquito.
Las palabras siempre han sido difíciles para mí. No soy bueno con ellas.
Probablemente nunca lo seré. Pero quiero que sepas que lo siento.
Te siento. 314
Justo en mi pecho, con cada respiración que tomo.

2GED: «General Educational Development Test» es una certificación para el estudiante que haya
aprendido los requisitos necesarios del nivel de escuela preparatoria estadounidense o
canadiense.
Me salvaste cuando menos lo merecía. Y pasaré el resto de mi vida
probándote que hiciste lo correcto al escogerme.
Pero más que eso, quiero que sepas que voy a casarme contigo un día. Voy a
darte tu futuro.
Cuando sea más sabio y mejor y no tan imbécil.
Cuando realmente sea el príncipe que crees que soy.
Tuyo,
Prince»
Me toma un largo momento recuperar la respiración después de que ha
terminado de leer. Probablemente luzco como un desastre, llorando como si alguien
hubiera muerto.
Mientras que en realidad, no creo que una noche haya estado tan viva. Más
llena de electricidad, emociones y energía.
Lo perdoné hace mucho tiempo por todo. No necesitaba disculparse, pero
cargaré por siempre sus palabras en mi corazón.
Las aceptaré y las mantendré a salvo, justo como lo mantendré a salvo dentro
de mi pecho.
—¿C-cuándo escribiste esto? —Me las arreglo para preguntar luego de un rato.
Zach está enjugando mis lágrimas y metiendo mi reciente pintado cabello
detrás de mi oreja.
—He estado escribiéndolo hace un largo tiempo. Probablemente cuando
decidiste darme una oportunidad. —Mis ojos se ensanchan por su respuesta—. Las
versiones anteriores sonaban tontas.
Bufé.
—Oh, por favor. Nada de lo que me digas puede sonar tonto. Excepto una cosa.
—¿Qué?
Lo beso primero y cruzo mis tobillos en la parte baja de su espalda.
—Siempre has sido el príncipe que creo que eres.
Sonríe contra mis labios.
—¿Sí?
—Ajá. ¿Sabes lo que eso significa, verdad?
—¿Qué?
—Tendrás que casarte conmigo ahora.
—¿Eso es cierto?
315
—Si. Lo prometiste. Lo tengo por escrito.
Me besa de nuevo, presionando nuestros cuerpos tanto que respiramos como
uno.
—Obsesiva nivel cinco.
—Te gusta.
Profundizo nuestro beso entonces.
Su sabor inunda mi boca y todo lo que puedo hacer es aferrarme a él. Cuando
sus labios se mueven hacia mi mandíbula, viajando por mi cuello, le digo:
—Quiero que me beses. De la forma que te gusta.
Gime en mi piel y baja mis pies al suelo.
Mirándome a los ojos, se pone de rodillas.
—Ten cuidado con lo que deseas, Blue.
No espera por mi respuesta cuando su boca cae sobre mi vientre desnudo y
empieza a trabajar sobre mis botones.
Gimiendo, arqueo mi cuello hacia atrás y miro las estrellas de nuevo. Son
hermosas e impresionantes, como siempre. Pero como cada noche, busco las más
brillantes del montón.
Cuando las encuentro, dos de ellas, de hecho, las nombro: Zachariah y
Cleopatra.
Luego de eso, cierro mis ojos y me pierdo en su beso sobre mi núcleo.

El Príncipe Oscuro
Ella me llama un príncipe y a sí misma, Cenicienta.
Estoy de acuerdo.
Es mi Cenicienta. Excepto que en nuestra historia, Cenicienta salva al
príncipe.
Quise decir cada palabra que escribí; me salvó cuando menos lo merecía. Me
salvó de mi pasado y mi furia. Me hizo comprender que era lo suficientemente
poderoso para avanzar. Que el pasado no me define. Yo me defino. Hago mi propio
futuro.
Me hizo creer que puedo romper las cadenas y volar de la torre.
Sí, me hizo un creyente. Del amor.
Y ahora, voy a pasar el resto de mi vida asesinando sus dragones. 316
Porque es mía.
Mi Blue.
Mi premio.
CONTINUA BAJANDO PARA LEER LAS ESCENAS
EXTRAs.

317
Zach: 12 años
Cleo: 10 años

E
llos creen que soy una ladrona.
Como si lo fuera.
No estaba robando. No realmente. Estaba pidiendo prestado.
Si.
Le pedí prestados unos palitos de zanahoria a la chica que estaba sentada
junto a mí durante el almuerzo. No es que los ame ni nada. Es solo que tenía tanta
hambre y el estúpido sándwich que me dio mi mamá no hizo nada por mí. Y sin
dulces.
Dios, amo los dulces.
Mi mamá me empacaba algunos cuando solía ir a mi vieja escuela. Pero aquí,
en mi nueva escuela, tienen una lista prescrita de bocadillos para los estudiantes. Y
no se permiten dulces.
Es estúpido y loco y no me gusta esta escuela en absoluto.
En mi vieja escuela, además de comer lo que quisiera, también podía usar lo
que quisiera. Que era mayormente azul pero lo que sea.
Aquí tenemos un uniforme: blusa blanca, falda negra con corbata negra.
Mátame ahora.
Esta gente es tan estirada. Pero aun así, he estado siguiendo las instrucciones
de mi madre y he sido amable con todos.
Ella me dio una tarea para el día cuando le dije que no quería ir a esta escuela.
Me dijo que hiciera un amigo. Dijo que cambiaría de opinión cuando hiciera amigos.
Hasta ahora, sin amigos. Y ahora, todos piensan que soy una ladrona o lo que
sea.
—Tenemos una política de tolerancia cero aquí en St. Patrick, señorita Paige. 318
No importa si lo va a devolver mañana, se supone que no debe llevarse nada en
primer lugar. Y debido a que lo hizo, recibirá una detención y sus padres escucharán
un informe completo.
—Pero es solo zanahoria…
La señorita Robins levanta el dedo. —Silencio por favor. Habla demasiado
alto.
La gente se ríe de su comentario y les lanzo una mirada. No puedo creer que
esté parada frente a toda la clase, durante el almuerzo, nada menos, y que me estén
regañando por unas zanahorias.
—Ahora, como dije, recibirá una detención y se lo diré personalmente a sus
padres. Este comportamiento no se puede tolerar aquí. Tal vez estaba bien en su
antigua escuela, pero en St. Patrick nos tomamos estas cosas en serio. —Se sube las
gafas a la nariz—. Así es como empieza.
No puedo evitar preguntar. —¿Qué empieza?
—La vida de un criminal.
Las risas se hacen más fuertes y la señorita Robins entrecierra los ojos.
¿Yo? Estoy sin palabras. Lo que nunca sucede.
Me encanta hablar. Mamá dice que es uno de mis rasgos menos deseables,
aunque siempre sonríe cuando lo dice. Pero papá dice que está bien porque siempre
debemos decir lo que pensamos.
De todos modos, ¿me acaba de llamar criminal?
Qué perra.
Sé que se supone que no debo maldecir. Entonces no lo hago en voz alta. Mi
mamá me mataría. Solo lo hago en mi cabeza.
La señorita Robins se vuelve hacia mí y me ordena que me siente. Me llevará
a la detención cuando termine la escuela.
Dios, odio esta escuela.
La odio.
Cuando suena la campana final, la señorita Robins me lleva a la sala de
detención. Me dice que mi mamá ha sido informada de mi comportamiento y que
vendrá más tarde a recogerme cuando termine la detención. Quiero pisarle el pie. En
cambio, aprieto los puños a los lados y sigo caminando.
La sala de detención es amarilla con pequeñas ventanas. Incluso tienen barras
como se ve en las películas de prisión.
No, no me gusta este lugar en absoluto.
Hay una anciana sentada en el escritorio al frente, leyendo una revista. Ella
me da una mirada aterradora por encima de sus lentes y muerdo mis labios, mi
corazón late como loco en mi pecho. Su nombre es señora Pennyweather y la señorita
Robins comienza a contarle toda la historia de los palitos de zanahoria como una
especie de chisme.
319
Pero no le estoy prestando atención.
Pensé que la habitación estaba vacía y que yo era la única que había roto una
regla en St. Patrick hoy. Y, francamente, eso me puso un poco triste.
Pero resulta que no estoy sola.
Hurra.
Hay un niño sentado en la parte de atrás. Tiene la cabeza hacia un lado así que
no puedo ver más que el costado de su rostro. Gira un lápiz con los dedos y mira por
la ventana.
Está mirando la fuente de agua con un pez de piedra y un gran arco de agua.
Se ve tan azul y brillante bajo el sol y siento este impulso de salir y andar en bicicleta
con mi mejor amiga, Tina.
Ugh.
Eso solo me recuerda que tengo que pasar una hora más en la escuela. Ni
siquiera me gustan los palitos de zanahoria; es que solo tenía tanta hambre.
—Veo que está aquí de nuevo —dice la señorita Robins y mis oídos se animan.
—Si. ¿Cuándo no está aquí? —dice la señora Pennyweather.
—¿Qué hizo?
—Lo de siempre. —La señora Pennyweather niega con la cabeza—. No puedo
esperar el día en que deje esta escuela. Es más problemático de lo que vale.
—Niños ricos.
Sé que están hablando del chico que está sentado en la parte de atrás y,
extrañamente, me siento enojada por él. Quizás porque ahora mismo, él es el de mi
equipo.
Ellas también lo están castigando. ¿Y quién sabe si ha hecho algo malo o no?
Tal vez sea como yo. Todo inocente e incomprendido.
La señorita Robins me deja con la señora Pennyweather, quien me dice que
tengo que escribir líneas hasta que acabe mi hora.
Lamento haberme portado mal.
Hago una mueca. Quiero preguntarle cuántos años cree que tengo.
Tengo diez años, maldita sea.
No quiero hacer líneas.
Pero no digo eso. Solo asiento y voy a tomar asiento.
Toda la habitación está vacía, excepto por el chico, así que cualquier asiento
está disponible, en realidad. Pero por alguna razón, sigo caminando hacia él.
Noto que su cabello está desordenado y erizado. Un poco como mi cabello.
Quiero decir, no realmente porque soy una niña y mi cabello es más largo. Pero aun
así.
Mi mamá lo trenzó esta mañana porque bueno, la escuela quiere que lo hagas. 320
Pero en este momento, mi trenza casi se ha ido y mi cabello está suelto alrededor de
mi cara.
Todo el día, la gente me estuvo dando miradas por mi desprolijidad. Bueno,
no es mi culpa; la trenza estaba apretada y picaba. Sin mencionar que el uniforme
era ajustado y también picaba. Así que seguí tirando de él y terminé arrugándolo.
Cuando me acerco al chico, noto que su uniforme también está desordenado.
De nuevo, como yo.
Me hace sentir mejor. Me hace sentir que no estoy sola.
Tan pronto como llego al escritorio junto a él, escucho un gruñido en mi
estómago. ¡Ay! Que embarazoso. Presiono una mano sobre mi vientre para calmarlo.
Quizás sea el hambre. Después de todo, tengo hambre.
Pero nunca antes había tenido este tipo de cosquillas en el estómago. Tal vez
tenga más hambre de lo que pensaba.
Sea lo que sea, no quiero que este chico escuche cómo mi estómago está
haciendo ruidos.
Aunque no debería haberme preocupado por eso. Ni siquiera mira en mi
dirección. No hasta que dejo mi mochila en el suelo, tomo asiento y digo—: Hola.
Su lápiz sale disparado de su mano y gira su cabeza para mirarme.
¡Vaya!
Sus ojos son tan negros. Como súper negros. Al igual que su cabello
puntiagudo. No creo haber conocido a nadie con ojos completamente negros antes.
Marrones, seguro. Pero no negros.
—Hola —digo de nuevo, mirando el lápiz rodar por el suelo y luego, hacia él—
. Soy Cleo.
Silenciosamente, frunce el ceño.
Hago una mueca. —Siento lo de tu lápiz. Pero aquí... —Me agacho y saco mi
estuche de lápices de color azul de mi mochila. Sacando un lápiz, se lo doy—. Puedes
quedarte con uno de los míos, si no te apetece recoger el tuyo. Tengo muchos.
Le muestro el interior de mi estuche, lleno de lápices azules. Sin embargo, no
mira hacia él. No deja de mirarme y no hace ningún movimiento para quitarme el
lápiz de la mano.
Supongo que lo hice enojar sin querer.
Entonces, le agito el lápiz. —Tómalo. De verdad. No me importa. Además, es
azul. No puedes decirle que no al azul.
—¿No puedo?
Esas son sus primeras palabras para mí. Su voz es muy adulta y baja.
Por alguna razón creo que, si la voz tuviera un color, su voz sería negra.
Exactamente como sus ojos y su cabello.
—No —respondo, sonriendo—. Porque el azul es asombroso. Es mi color
favorito. 321
Su ceño se agranda mientras me mira de arriba abajo.
Me retuerzo en mi asiento, mis pies apenas tocan el suelo. Ahí es cuando noto
que los suyos lo hacen. Tocar el suelo, quiero decir.
Dios, es alto.
A excepción de mi papá, la única persona alta que conozco es Ryan. Vive en
mi calle y estoy enamorada de él. A mi mejor amiga, Tina, y a mí nos gustan los chicos
altos.
Aunque, tengo la sensación de que este tipo va a ser mucho más alto que mi
amor, Ryan.
—No me gusta el azul —dice finalmente.
—Oh —digo, decepcionada, poniendo el lápiz de nuevo en mi estuche.
Tengo la sensación de que no quiere hablar conmigo. Por lo general, no
presiono. Mi mamá dice que, si la gente quiere que la dejen en paz, debemos dejarla
en paz.
Pero no puedo dejar pasar esto.
En todo el día nadie me ha hablado. Ni una sola persona. Todos ellos me
dieron miradas extrañas y sonrisas desagradables. No hice ni un solo amigo. ¿Qué
tan triste es eso?
No quiero ser la chica solitaria. Una chica con la que nadie habla.
Además, en mi antigua escuela, todos decían que podía hacer hablar incluso
a un árbol.
Puedo hacer que este chico me hable, ¿verdad?
—Entonces, ¿cuál es tu color favorito? —le pregunto cuándo ha vuelto a su
cuaderno.
Sus manos están cerradas en puños mientras lo mira. El ceño fruncido que le
está dando al cuaderno es más grande que el que me dio y me pregunto por qué.
Me mira de nuevo. —¿Por qué?
Me encojo de hombros. —Solo estoy... tratando de hablar.
—Yo no hablo.
—¿No lo haces?
—No.
—Entonces, ¿cómo haces amigos?
—No necesito amigos.
—Vamos. Todo el mundo necesita amigos. —Mis ojos se abren con
entusiasmo—. Puedo ser tu amiga.
Oh Dios, tengo razón. Tengo tanta razón.
La gente aquí también ha sido mala con él. Tanto profesores como alumnos.
St. Patrick es horrible. 322
Suspira, luego vuelve su cuerpo hacia mí. —¿Quieres ser mi amiga?
—Si.
Asintiendo, me mira un poco más y mis mejillas se calientan y comienzan a
picarme.
—¿Quién eres? —pregunta.
—Um, soy Cleo. ¿Quién eres tú?
—¿Alguien te dijo que hablas demasiado?
Me sonrojo. —Bueno, sí, mi mamá. Pero mira, lo que pasa es que mi papá dice
que...
—Eres nueva.
Asiento. —Si. Es mi primer día.
—Y estás aquí.
—¿Aquí?
Mira a la señora Pennyweather, que está ocupada leyendo su libro. —En
detención.
Yo también la miro, sintiéndome un poco avergonzada. —Si. Es algo tonto, de
verdad. No debería estar aquí.
Levanta la barbilla y pregunta—: ¿Qué hiciste?
Mi estómago vuelve a gruñir ante su pregunta.
Estúpidos palitos de zanahoria.
Me da vergüenza, aunque sé que no debería hacerlo. No hice nada malo.
—Bueno, porque pedí algo prestado.
—¿Prestado qué?
Me rasco la pierna derecha con la punta del zapato izquierdo. —Palitos de
zanahoria.
Arquea las cejas. —Pediste prestados palitos de zanahoria.
—Mh-mhm.
Sus ojos son realmente negros. Tan negros como la noche y me siento
sudorosa mientras él sigue mirándome. Estoy tratando de recordar si alguien más
me ha visto así. Sin pestañear.
Es un poco incómodo.
Luego, hace algo completamente diferente.
Él sonríe. Pero solo con un lado de su boca.
Es... linda, su sonrisa.
—Robaste —concluye.
—¿Qué?
323
Él se ríe. —Eres una ladrona.
Jadeo fuerte.
La señora Pennyweather nos calla y me muerdo el labio para no hablar.
Cuando vuelve a leer su libro, me vuelvo hacia él.
Él todavía está sonriendo y todavía es lindo, pero no estoy segura de que me
guste más.
—No soy una ladrona. —Le apunto con el dedo, sintiéndome herida—. Tenía
hambre y tu estúpida escuela tiene una estúpida lista de bocadillos, ¿de acuerdo? Es
ridículo —repito—. Mi vieja escuela no tenía eso. En Sunnyside, podíamos comer lo
que fuera...
—Sunnyside.
Parpadeo hacia él.
—Así que no eres de aquí. Eres del otro lado.
Arrugo la frente. —¿Si, y qué?
Niega con la cabeza, divertido. —No me sorprende, entonces.
Retrocedo. —¿Qué significa eso?
Se encoge de hombros y se rasca el labio con el pulgar, mirándome de arriba
abajo de nuevo. —Debería haberlo sabido. Luces como ellos.
—¿Cómo quién?
—Los rechazados del lado sur.
—¿Qué? —chillo.
La señora Pennyweather nos calla de nuevo, pero este chico no respeta las
reglas. Todavía habla.
—Apuesto a que tu mami no tenía suficiente dinero para prepararte un
almuerzo decente.
Mi boca está abierta y mi corazón late muy, muy rápido.
No puedo creer que me esté diciendo estas cosas. No puedo creer que el único
amigo que iba a tener en esta escuela resultara ser tan malo.
Me siento tan traicionada.
El chico se inclina y toma mi estuche. Estoy tan atónita que ni siquiera puedo
detenerlo. Lo estudia, luego busca en su interior, antes de sacar un lápiz. —
Pensándolo bien, creo que voy a aceptar esto. Aunque creo que el azul es un color de
mierda.
Arroja mi estuche a mi escritorio. —¿Tu mami te enseñó a robar? Si fue así,
entonces no hizo un buen trabajo, ¿verdad? Te atraparon.
Apuesto a que ahora estoy roja. Ni siquiera puedo respirar bien; Estoy muy
enojada.
—Eres tan… 324
Sus labios se estiran un poco más y, finalmente, comprendo el tipo de sonrisa
que me está lanzando. Lo leí en un libro una vez. Se llama sonrisa de satisfacción.
Se supone que es fría, mezquina y engreída.
Este chico me está sonriendo y todo lo que quiero hacer es quitarla de un golpe
de su rostro.
—¿Soy tan qué? —pregunta, casualmente, claramente disfrutando.
—Eres un idiota.
—Y aquí pensé que querías ser mi amigo.
Gruño.
Su sonrisa se vuelve aún más cruel.
Me inclino y extiendo mi mano, arrebatando mi lápiz lejos de la suya. —
Consigue tu propio lápiz.
Él se ríe.
Idiota.
Entonces, mis ojos se posan en su cuaderno.
Está abierto en una página y él también ha estado escribiendo líneas. Pero
ninguna de las suyas son líneas rectas reales. Son zigzagueantes y onduladas como
el agua. Sus letras están todas desordenadas, algunas grandes, otras pequeñas.
Nunca había visto algo así antes.
Solo para vengarme de él, le digo:
—Tu letra es asquerosa. Es como si hormigas se arrastraran por toda tu
página. Es la cosa más asquerosa que he visto.
Y le lanzo mi sonrisa ganadora cuando su sonrisa se va.
¡Ja!
Sin embargo, salto hacia atrás cuando se levanta de su asiento. Está loco.
Como, maliciosamente loco. Su rostro es todo duro y aterrador.
Me lanza una mirada asesina, recoge su mochila y se aleja. Al frente, le dice a
la señora Pennyweather que ha terminado, pero sale de la habitación sin darle el
cuaderno. Ella simplemente niega con la cabeza hacia él como si fuera algo que hace
todo el tiempo. Salir dando pisotones de las habitaciones sin mirar atrás.
Probablemente no debería haber dicho eso. Pero me hizo enojar tanto. Pensé
que íbamos a ser amigos.
Ugh.
Quizás debería pedir perdón mañana.
Al día siguiente, después de la hora del almuerzo, devolví los estúpidos palitos
de zanahoria, y por cierto, encuentro mis cuadernos destrozados y esparcidos justo
en frente de mi casillero.
Todos me miran y se ríen. Es peor que mi primer día. Ahora, todos me llaman
ladrona y rechazada del lado sur. 325
Alguien hizo esto a propósito, lo sé. Y eso me enoja y me da ganas de llorar.
¿Por qué alguien haría esto? Ni siquiera conozco a nadie aquí. Este es el
segundo día de escuela y ni siquiera he hablado con nadie.
Me agacho para recoger las páginas, mis ojos se sienten pesados y llorosos,
cuando veo un par de zapatos acercándose a mí.
Miro hacia arriba para encontrar al chico de la sala de detención.
Me está sonriendo como lo hizo ayer.
Él hizo esto, ¿no?
Hizo esto para vengarse de mí por lo que dije. Estaba planeando preguntarle
a la señorita Robins sobre él porque no pude encontrarlo en el almuerzo. Quería
pedirle perdón por ser mala.
Se detiene y pone el pie en una de las páginas. —¿No te enseñó tu mamá a no
llorar cuando a nadie le importa un carajo, Blue?
Y luego, su sonrisa se convierte en una risita y se va.
Sin embargo, la huella de su zapato está ahí. En una esquina de mi página.
Olvídate de pedir perdón. Voy a romperle la nariz ahora mismo.
Enojada, salto sobre mis pies. —¡Oye!
Se detiene y arremeto contra él. Sé que la gente está mirando, pero no me
importa. Voy a matarlo.
Lo alcanzo justo cuando se da la vuelta.
Sin pensarlo demasiado, lo golpeo en la nariz.
—Mantente alejado de mí —grito.
Al tercer día, alguien me empuja en el pasillo. Es un chico que no conozco.
Pero sé que es amigo del chico malo. Porque riendo, corre hacia él al final del pasillo
y chocan los cinco.
En el cuarto día, averiguo el nombre del chico malo: Zachariah Prince. Está
un grado por encima de mí y su familia es la que fundó nuestra ciudad.
Estúpida gente rica.
En este día, decido que lo voy a odiar para siempre.

326
Zach: 18 años
Cleo: 16 años

—C
reo que realmente deberías pensar en esto —dice
Tina, mi mejor amiga.
Agarro el volante con fuerza. —Lo he pensado.
Ella se vuelve hacia mí. —¿De verdad?
¿Cuándo?
Le doy una mirada. —En los cinco minutos que pase mirando la foto con la
boca abierta.
Tina niega con la cabeza. —¿Qué vas a hacer?
Apretando los dientes, respiro bruscamente. —¿Matarlo?
—¿A quién? ¿A Neal o ya sabes, a él?
Suelto el volante y me vuelvo en el asiento del auto para mirarla. —A él. Voy a
matarlo. Porque sé que lo hizo a propósito. Lo hizo para fastidiarme.
—¿Y qué hay de Neal? El tipo que realmente te está engañando en este
momento. —Ella inclina su barbilla—. Ahí.
Por ahí, quiere decir: Las Pléyades. La finca más grande y monstruosa con
una mansión en el medio.
—Encontraremos una manera de vengarnos de él. Por ahora, tengo que lidiar
con ese imbécil.
—¿Por qué no puedes hacer eso en la escuela? ¿El lunes?
—Porque no puedo esperar dos días para darle un puñetazo en la cara, ¿de
acuerdo? Quiero hacerle daño. Esta noche. Voy a lastimarlo. De la misma forma en
que me ha lastimado.
Tina piensa en eso un segundo antes de asentir. —Bueno. Lo entiendo. Sin
embargo… —Ella levanta su dedo—. Quiero que pienses en esto.
327
—Te dije que ya lo había pensado.
—No, quiero decir, no eso. Esto: si lo lastimas de la forma en que él te lastimó,
¿cuál es la diferencia entre ustedes dos?
Sus palabras me enojan.
Bueno, porque me hacen pensar.
Pero a la mierda los pensamientos.
Ha cruzado una línea esta noche. Una gran línea. No puedo dejar que quede
impune. Necesita saber cómo me siento. Lo desconsolada y enojada estoy ahora
mismo.
Arruinó lo que podría haber sido la mejor noche de mi vida.
Arruinó mi baile de graduación. Se llevó al chico que amo.
—No me importa la diferencia. No ahora. Mañana seré una mejor persona,
¿de acuerdo? Ahora dame el código.
—Bien.
Ella marca el código de las grandes puertas que conducen a la propiedad. Tina
trabaja aquí a tiempo parcial en el personal de limpieza. Planea venir a trabajar aquí
a tiempo completo después de graduarse de la escuela secundaria en dos años.
¿Yo? Voy a ir a ver el mundo. Aunque, no voy a pensar en lo que eso implica
hasta que llegue el momento.
Solo puedo manejar una situación estresante a la vez.
—¿Estás segura de que no quieres que vaya contigo? —pregunta cuando abro
la puerta para salir del auto.
—No. Puedo hacer esto —le aseguro.
No quiero que se meta en problemas por mi culpa.
—Si no regresas en diez minutos, voy a entrar —advierte.
Asintiendo, salto del auto y corro hacia las puertas grandes. Tan pronto como
ingreso el código en el teclado, se abren con un zumbido, revelando un gran camino
sinuoso, que va cuesta arriba, donde se encuentra la mansión con siete torres.
Tan pronto como vi la foto en mi texto, lo supe. Sabía que lo iba a matar esta
noche.
Él va a morir.
La foto mostraba a mi novio, mi alma gemela, chupándose la cara con otra
chica y a él. Bueno, solo se veía su maldito codo y su jean descolorido que le encanta
usar en todas partes. Pero eso fue suficiente para que lo reconociera.
De acuerdo, no estoy orgullosa de eso, pero sé cosas sobre él que no debería.
Como, por ejemplo, que su bebida favorita es la cerveza Corona. Y que odia el
champán.
No vale la pena si no lo lames de alguna parte del cuerpo de una chica.
Le oí decirle eso a uno de sus amigos, también conocidos como minions. Las
328
personas que cumplen sus órdenes y me hacen la vida miserable en nuestra escuela,
St. Patrick.
O que su color favorito es el azul.
Lo que me enoja muchísimo porque es mi color favorito. ¿Hola? Todo lo que
tengo es azul. Es mi color.
Mío.
Pero él también tuvo que quitarme eso.
Sé que es infantil pensar eso; no puedes tener un color. Pero odio compartirlo
con el chico al que odié desde que lo conocí cuando tenía diez años.
De todos modos, no estoy feliz por el hecho de que sepa tanto sobre él. Pero
de alguna manera lo hago. ¿Pero sabes qué? Un día, cuando salga de aquí, lo olvidaré.
Será un recuerdo lejano.
No pensaré en él. No soñaré con él. Ni siquiera recordaré su rostro.
Por ahora, voy a tramar formas de asesinarlo o, al menos, de herirlo de una
manera que no me afecte, y no termine en la cárcel por su culpa.
Y qué mejor día para hacerlo que su cumpleaños.
Hoy es su cumpleaños y todos los años organiza una gran fiesta lujosa. Como
si el día en que nació fuera algo por lo que celebrar.
Escuché que sus fiestas están llenas de alcohol, drogas y chicas. Dios sabe
cómo lo logra siendo menor de edad. Todos los años rezo para que lo arresten por
todo el alcohol ilegal que fluye o, al menos, contraiga algún tipo de enfermedad de
las chicas que le gusta que lo atiendan.
Hasta ahora, no tuve tanta suerte. Pero mantengo los dedos cruzados.
Hoy es su decimoctavo cumpleaños. Así que supongo que deben estar
volviéndose locos allí.
En lugar de caminar, corro.
Con toda la energía, la ira y el miedo precipitándose por mis venas, corro y
corro y no dejo de correr hasta que estoy al pie de un millón de escalones de piedra.
¿En serio? Gah.
No soy atlética. De ningún modo.
Pero aun así, subo todos los escalones lo más rápido que puedo y me paro
frente a una puerta marrón con pomos de latón y una intrincada filigrana dorada en
los bordes.
Está un poco entreabierta, así que la empujo.
Lo que me saluda es un montón de humo, el fuerte retumbar de la música y
cuerpos palpitantes. Es un caos. Y aunque lo esperaba, no estoy lista para esto. No
estoy preparada para tanta gente estando en el mismo lugar. No estoy lista para que
el humo me golpee en la cara y me queme los pulmones tan pronto como entro. 329
Muevo mi mano alrededor, tratando de limpiar los vapores cancerígenos.
Estoy en la entrada que conduce a una escalera expansiva, subiendo y girando en
espiral alrededor del gigantesco espacio. Cada centímetro está lleno de gente.
Bebiendo, riendo, retorciéndose.
¿Cómo se supone que voy a encontrar a Neal en este caos? ¿Cómo se supone
que voy a encontrarlo a él?
Maldición.
La gente se empuja contra mí a medida que avanzo. Como no tengo ni idea de
adónde ir, decido girar e ir a la izquierda.
La parte trasera de la casa no es mejor que la parte delantera. La multitud es
densa y el aire está brumoso, con olor a alcohol, almizcle y hormonas cargadas. De
vez en cuando, mis botas patean algo en el suelo, pero no me detengo a ver qué.
Sigo y de alguna manera, me encuentro con un espacio que no está tan
abarrotado. Nadie baila aquí ni se interpone en el camino. Porque todos están
pegados a los labios de alguien. Este debe ser el lugar para besarse. Es como una gran
orgía, llena de gemidos, gruñidos y personas frotándose.
En ese momento, dos de los cuerpos se despegan y veo a mi novio, Neal.
Tiene a alguien en su regazo, la misma chica que estaba en la foto y sus bocas
están fusionadas. Al parecer, ni siquiera han cambiado de posición. Ambos se ven
exactamente igual que en la imagen.
Sus manos están en su trasero, instándola a que se mueva contra él, contra su
polla, y por lo que parece, lo está haciendo con todo el entusiasmo.
Pongo mis manos a los costados. Mis uñas se clavan en mis palmas y sé que
debería apartar la mirada. No debería pasar por esto. No debería estar presenciando
la traición de Neal.
No me lo merezco.
El vestido que me puse para él ha comenzado a clavarse en mi piel. El vestido
corto y azul que compré después de ahorrar durante dos meses enteros. Mi denso
maquillaje parece literalmente pesado, como si tuviera un peso físico.
Y mis ojos están borrosos y llorosos.
Cuanto más los veo juntos, más triste me siento. Más tonta me siento. Todos
los planes que tenía de asesinarlo se evaporan. Mi cara está sonrojada y mi
respiración coincide con el choque rítmico de la parte inferior de sus cuerpos.
Pero en algún momento del camino, el patrón de mi respiración cambia. Mi
corazón acelerado comienza a latir de manera diferente. El lado de mi rostro arde
más caliente que el resto de mi cuerpo. Como si me estuviera subiendo la fiebre y
sintiera un fuerte tirón, desde lo más profundo de mi estómago.
Por supuesto, debería haberlo sabido.
Presionando una mano sobre mi vientre, examino el espacio. Buscándolo
entre la multitud. 330
Hay un par de puertas frente a mí que no había notado antes. Conducen a una
especie de patio trasero con un porche extendido. Ahí es donde lo encuentro.
Zachariah Prince.
El tipo que me enseñó sobre el odio. Lo apasionado que puede ser. Lo obsesivo
y explosivo cuando lo siento, no puedo sentir nada más.
Está de pie en el borde del porche, apoyado en un pilar blanco. Un cigarrillo
cuelga de sus labios y sus piernas están cruzadas a la altura de los tobillos.
Tiene el jean que vi en la foto. Son de color negro descolorido con un agujero
en la rodilla derecha. Al igual que el jean, su camiseta también es vieja y gastada. Ah,
y también es negra.
Para un chico que ama el azul, su guardarropa está lleno de negro.
Su rostro está hundido, pero me está mirando. De hecho, probablemente me
ha estado mirando todo el tiempo que estuve viendo a Neal besándose con la chica
desconocida.
En contra de mi voluntad, mis piernas comienzan a moverse.
Hacia él.
La rabia que sentí por primera vez cuando vi la foto está regresando
lentamente. Con cada paso que doy hacia él, me enfado más y más.
De pie a unos metros de distancia, inclino mi cuello para mirarlo, más bien
para fulminarlo. Durante unos segundos, no decimos nada. Ni una sola palabra.
Somos solo él y yo y los latidos frenéticos y furiosos de mi corazón.
Luego, su pecho se mueve y lanza una nube de humo en mi cara. —Estás
invadiendo propiedad privada.
Idiota.
Estoy tan cerca de cerrar los ojos y toser mi pulmón. Pero no lo hago. Espero.
Si está tratando de intimidarme, no va a ganar. No esta noche.
—La foto. Fue un detalle muy agradable, como siempre —digo, manteniendo
mi voz tranquila y mis ojos irritados abiertos—. Sin embargo, ustedes chicos
necesitan pensar en algo más original. Se está volviendo un poco viejo.
—No recuerdo haberte invitado a mi fiesta —dice, agarrando el cigarrillo entre
los dientes.
—No me importa tu estúpida fiesta.
—No lo parece.
—Entonces tal vez deberías mirar más de cerca.
—Y tal vez la próxima vez que quieras una invitación, deberías decir por favor.
Estoy jadeando.
Siento que el odio por él se expande, se extiende, dirigiéndose a cada rincón
de mi cuerpo. Está robando todos mis pensamientos racionales.
Con los ojos entrecerrados, Zach me observa. Mi pulcro peinado hacia arriba,
mi piel pálida, mi maquillaje oscuro y mis hombros desnudos, bajando para mostrar 331
una buena cantidad de escote.
Un escote que está agitado en este momento. Por él, nada menos.
Vete a la mierda, Zach.
Se me pone la piel de gallina y siento la necesidad de cubrirme y esconderme
de él.
—Tú armaste esto, ¿no? Lo invitaste a tu fiesta, a propósito. Lo emborrachaste
y luego empujaste... —Una jodida prostituta—. Una chica en su regazo sólo para que
tus... —Minions—. Amigos pudieran tomarle una foto. ¿Correcto?
—No.
—¿De verdad? ¿Vas a quedarte ahí parado y mentirme?
—No lo emborraché. Y tampoco empujé a una chica en su regazo.
—¿Cómo sé que no estás mintiendo?
—No lo haces —comenta, llenando sus pulmones de humo, antes de exhalarlo
en la noche—. Pero ese no es mi problema.
Sí, por supuesto que no lo es.
Aparentemente, nada es problema de Zach. Es descuidado, imprudente y
desconsiderado.
Un gruñido salvaje se forma en la base de mi garganta. Empuño mis manos a
los costados y me aprieto el vestido. Si no lo hago, me lanzaré sobre él y rastrillaré
mis uñas pintadas de azul marino por todo su rostro arrogante.
—¿Qué hiciste para que viniera a tu fiesta? —pregunto con una voz que está
perdiendo rápidamente la calma. Y lo sabe.
—¿Qué crees que hice?
—Secuestrarlo —espeto antes de que pueda detenerme—. Porque él nunca
habría venido aquí. Teníamos planes. Se suponía que íbamos a encontrarnos en la
escuela.
—Tal vez cambió de opinión.
—No lo haría. Lo conozco.
—Claramente no tan bien como pensabas.
Está bien, eso dolió. Picó.
Un destello de Neal y esa chica chocando el uno contra el otro hace que mi
corazón tartamudee. Ese fue un beso intenso.
—Si. Bueno, felicitaciones. Demostraste que es exactamente como tú.
—¿Y cómo soy yo?
Levanto la mano y marco todos sus rasgos con los dedos. —Grosero,
arrogante, autoritario. Un imbécil rico mimado, básicamente.
Es mi turno de estudiarlo. Estudiar las líneas y pendientes de su rostro. 332
Dicen que el diablo viene en paquetes atractivos y tentadores. Facilita el
engaño. Con eso estoy de acuerdo.
La cara de Zach es angular y esculpida. Cejas arqueadas, pestañas espesas.
Pómulos altos y una mandíbula asesina, todo angular y cuadrado.
Parece un verdadero príncipe. Un príncipe oscuro y cruel.
Mientras lo observo, me doy cuenta de que me alegraría ver siquiera un
apretón de esa mandíbula afilada. O incluso un sutil rubor de ira en esas mejillas.
Hasta un ceño fruncido dividiendo esa fuerte frente.
Pero no hay nada. Su rostro está cuidadosamente en blanco y relajado cuando
dice de manera perezosa:
—Y casi te estás saliendo de tu vestido.
—¿Qué?
Bajo mi mirada y miro mi escote.
Maldición.
Mis senos se están derramando de mi vestido.
Quiero decir, lo sabía. Sabía que era un vestido ajustado cuando lo compré y
sabía que era sin tirantes. Y, por supuesto, sabía que tengo grandes tetas. Culpo a los
dulces que tanto amo.
Me costó mucho coraje llevar este vestido. Mucho coraje para dejar de lado
todas las burlas y comentarios que sus secuaces me han arrojado.
Y ahora me siento desnuda.
Tan jodidamente desnuda y avergonzada y todo lo que quiero hacer es llorar.
Veo botas en mi línea de visión y miro hacia arriba para encontrar a Zach
acercándose a mí. Mis labios se abren ante su cercanía. Por su olor a humo y su
mirada oscura.
Gotas de sudor ruedan por mi espalda cuando, de repente, siento más calor
que antes.
—Te pusiste eso para él, ¿no? —Niega con la cabeza una vez—. Mal
movimiento, Blue. Un mal jodido movimiento. No se lo merece.
Con eso, se da la vuelta y baja los escalones, alejándose. Rápidamente, se
disuelve en la noche calurosa y bochornosa y eso seca mis lágrimas muy rápido.
¿Cómo se atreve?
¿Cómo se atreve a despedirme después de romperme el corazón así? ¿Después
de aplastar todas mis esperanzas bajo sus gigantescas botas?
Sintiéndome turbulenta y enojada, corro tras él. Ni siquiera sabía lo que
significaba la turbulencia hasta que conocí a Zach y déjame decirte que no es una
sensación agradable.
—¿No has hecho lo suficiente? —Casi le grito a su forma oscura, frustrada—.
¿No has arruinado mi vida lo suficiente como para tener que ir y arruinar esta noche 333
especial para mí también? Lo amaba. Joder, lo amaba, idiota.
Sus pasos precipitados se detienen, por fin.
El cielo no tiene luna y en la oscuridad, todo lo que puedo ver es el contorno
de su alto cuerpo. Su cabeza está inclinada y está quieto. Tan quieto como el aire.
Por alguna razón, su inmovilidad, su pausa me acelera la respiración. No estoy
segura de sí lo que dije lo afectó de la manera que quería o si está planeando algo en
la oscuridad de espaldas a mí. Probablemente lo último.
Luego, se da la vuelta y camina hacia mí, sus botas aplastando la suave hierba.
Deteniéndose a unos centímetros delante de mí, se inclina, sacando a la luz su
rostro majestuoso y mezquino. —No es mi problema que amaras a un idiota que no
puede guardárselo en los pantalones. O alguien que piensa que un poco de whisky le
da derecho a follar con una chica cualquiera.
Mi respiración golpea mi pecho; estoy tan enojada.
—Tal vez me hubiera engañado en el futuro. Tal vez. Pero no tenías que
ponérselo tan fácil. No tenías que... no tenías que humillarme enviándome la prueba.
No tenías que romper mi corazón así.
Mi voz se quiebra un poco allí y estoy casi segura de que mis ojos están rojos
y llorosos. No estoy orgullosa de mí misma. De hecho, estoy muy avergonzada.
Porque nada pasa más allá de Zach. El imbécil tiene esta extraña habilidad
para presentir todas las cosas débiles y vergonzosas sobre mí.
Pruebo mi razón con sus siguientes palabras insensibles:
—Si vas a llorar por el marica de tu novio, debes saber que me importa una
mierda.
Haré que mis piernas se muevan. Les pediré que se retiren. Suficiente es
suficiente. No tengo que aceptar esto. Ya he recibido mucho de su abuso, su odio
innecesario a lo largo de los años.
Pero estoy muriendo por saber algo.
Muriendo.
—¿Por qué yo? —susurro genuinamente curiosa.
Nunca le había preguntado esto antes. Sobre todo, porque siempre he
asumido que la razón por la que se metió conmigo era tan antigua como el tiempo.
Porque Zach es un chico rico y hermoso, con el mundo al alcance de su mano
y yo soy la chica pobre y de apariencia promedio del otro lado de la ciudad. Los chicos
como él nacieron para ser crueles con chicas como yo.
Pero ahora siento que lo necesito.
De todas las personas en la escuela, en esta ciudad, en este maldito mundo,
¿por qué me eligió?
¿Por qué?
Sus ojos negros recorren mi rostro. Sobre mis mejillas redondeadas y 334
sonrojadas, mi barbilla que sobresale un poquito más de lo necesario, mis labios que
están un poco llenos y mis ojos que son de un tono azul más claro que el de mi cabello.
Es intenso y poderoso y tengo la sospecha de que es el tipo de mirada que
sentiré por los próximos años.
Luego, exhalando una nube de humo, responde, con frialdad y con su habitual
sonrisa en su lugar:
—Tal vez eres especial, Blue. Tal vez te eché un vistazo y pensé que serías un
buen juguete.
Sus palabras casuales y descuidadas hacen un agujero en mi pecho, en mi
corazón roto. Se disuelven en mi sangre y corren por mis venas.
Él está corriendo por mis venas.
Tengo la sensación de que siempre lo hará.
Aprieto los dientes con tanta fuerza que siento un sabor a metal en la boca. —
Probablemente no te importe un carajo, pero quiero que sepas algo. Quiero que sepas
que te odio. Que te he odiado toda mi vida. No tienes idea de cuánto te odio, Zach.
Cuánto envenenas mis pensamientos. A cada segundo de cada día.
»Por ti tengo terror de despertarme por la mañana. Temo ir a la escuela. Temo
abrir mi jodido casillero porque quién sabe lo que podrías haber puesto allí. Temo
caminar por los pasillos porque siempre estoy esperando que alguien me choque, me
haga tropezar. Temo sentarme en la primera fila y que me arrojen cosas. Temo ir al
baño porque creo que alguien me volverá a encerrar. Tengo terror y terror y jodido
terror. Pero eso no es todo. No. Tú me haces querer matarte. Me haces desear que
estuvieras muerto, herido o mutilado y yo no soy esa persona. Y esta noche, quería
estrangularte, darte un puñetazo en la cara. Quería lastimarte como tú me lastimaste.
Y no soy odiosa, vengativa y una maldita maníaca como tú y tus secuaces.
»¿Has escuchado cómo en el amor te conviertes en una mejor persona? Me
haces una peor persona, Zach. La forma en que te odio me hace una peor persona.
Porque nunca he odiado a nadie como te odio a ti. Y déjame decirte algo más. No
eres más que un maldito matón. Eso es todo lo que siempre serás. Nunca te
perdonaré lo que hiciste esta noche. Y por todas las cosas que has hecho antes. Te
odiaré hasta el día de mi muerte.
Y ahora es mi turno de irme.
Con lágrimas corriendo por mi rostro, me doy la vuelta y salgo de allí.
Siento su mirada clavándose en mi espalda, pero no me detengo. De hecho,
salgo corriendo. No me importa Neal o esa chica con la que se está besando. No me
importa que la gente gire la cabeza y vea correr mi pesado cuerpo.
Todo lo que quiero es salir de este lugar.
Nunca más pondré un pie en esta propiedad. Nunca.
Y he terminado de dejar que Zach me afecte.
Vete a la mierda, Zach.
Vete. A. La. Mierda.
335
Saffron A. Kent

Escritora de malos romances. Aspirante a Lana Del Rey del Mundo del Libro.
Saffron A. Kent es una escritora éxito en ventas del USA Today escribe novelas
de Romance Contemporáneo y Nuevo Adulto.
Tiene una maestría en Escritura Creativa y vive en la ciudad de Nueva York
con su marido nerd que la apoya, junto con un millón y un libros.
También escribe en su blog. Sus reflexiones sobre la vida, la escritura, los
libros y todo lo demás se puede encontrar en su JOURNAL en su sitio web.
336
337

También podría gustarte