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¿YA HICISTE LA TAREA?

Ensayo de: Fernando Vásquez Rodríguez

Uno de los aspectos que no deja de sorprenderme como educador, y más tratándose de
alumnos de posgrado, es la facilidad para no cumplir con las tareas. Año a año, semestre a
semestre, me vuelvo a encontrar con el mismo tipo de disculpas, con las mismas “marcas de
escolaridad” evidentes en una actitud defensiva, profundamente “cómoda”, por no decir
irresponsable. ¿Pero por qué es importante en un proceso educativo hacer o cumplir con las
tareas? A tal interrogante pretendo dedicarle estas páginas.

Para tratar de entender el valor formativo de la tare, permítanme comenzar con una
afirmación de sabor ético: así como el deber del maestro es preparar su clase, de igual manera
el deber del alumno es hacer la tarea. Sin esa doble responsabilidad no puede haber una
buena relación pedagógica. Digamos que preparar la clase es la forma como el maestro “hace
primero la tarea”; la preparación de la clase es la ventaja imprescindible del maestro para
poder enseñar. Recuerdo, en este momento, las reglas de enseñanza propuesta por Polya en
su libro “Cómo plantear y resolver problemas”: “La primera de estas reglas es conocer lo que
se quiere enseñar. La segunda es saber un poco más”. No cabe duda: si el educador no prepara
su clase, si no gasta ese tiempo “extra” hecho de consultas, relaciones, toma de notas…, sin
nada de eso se elabora, cuando llegue al aula estará en la mima posición del estudiante que no
ha hecho su tarea.

De otra parte, si el estudiante no cumple con lo previsto o lo exigido por el maestro, tampoco
se da a cabalidad la relación educativa. Se trunca o se desvía el rumbo. Cuando un alumno
hace la tarea, cuando se enfrenta a la actividad que el maestro ha pensado, lo que en verdad
sucede es que tiene la oportunidad para tomar su palabra, para adueñarse particularmente de
su aprendizaje. O para decirlo de otra manera, cuando el maestro explica o enseña, lo hace de
manera general, para todo un grupo de estudiantes; pero, al momento de hacer las tareas
quien responde es una voz personal, una particularidad. Entonces, la tarea es el momento en
que el estudiante se apodera de su propio proceso, dice o expresa cómo ha hecho sentido para
él un tema, una teoría, un procedimiento. Quien no hace la tarea, no sale del territorio de la
enseñanza, no logra acceder a las fronteras del aprendizaje. Dejar de hacer la tarea es
permitirle al maestro seguir hablando, es condenar la relación pedagógica al monologo.

Decía, y vuelvo a insistir en ello, que la tarea es garantía para que la relación maestro-alumno
se desarrolle, evolucione. Quisiera agregar que la elaboración de la tarea comporta otros dos
beneficios: el primero es descubrir, en la propia carne, cómo lo que en una primera instancia –
allá en el salón de clase con el profesor al frente y el libro de texto abierto sobre el pupitre-
parecía asimilado o de fácil entendimiento, cuando se lleva al lugar de la tarea evidencia la
insuficiente interpretación de un proceso, o la complejidad de un concepto. Nombremos a este
primer beneficio, contrastación validación de lo aprendido. La tarea, entonces, refrenda o
confirma el verdadero aprendizaje.
La segunda bondad de la tarea se refiere a servir de mediación para la retroalimentación, para
devolverle el turno al maestro. A través de la tarea, en la corrección que se hace de ella, el
educador recupera otra vez su investidura de enseñante. El beneficio, en este caso, está
asociado a propiciar el diálogo, la conversación. La tarea entregada y corregida (esto si que es
importante, tan importante como para reflexionar si debemos o no colocar ciertas tareas) nos
habla de otra relación: ahora es el aprendizaje quien interpela la enseñanza. Por lo mismo si un
alumno no presenta la tarea se priva de hacer circular el anillo de la formación, estanca el
proceso, y pone la relación pedagógica en el lugar etéreo de los supuestos de los “depende”,
de los “yo no sabia”, del “a mí no me dijeron”. Llamemos a este segundo beneficio de la tarea,
repercusión y resonancia de lo aprendido.

Pero aclaremos de una vez porque este es otro malentendido muy frecuente entre mis
estudiantes, que el sentido de la tarea no lo da la calificación. La nota o el comentario, el signo
que coloca el maestro sobre una tarea, es un índice apenas del proceso formativo. Lo valioso
de la tarea es lo que le acaece al estudiante mientras la hace o realiza. La tarea, aunque se le
presenta al maestro, es para el estudiante. Por eso mismo, son determinantes ciertos
momentos meta cognitivos cuando se entregan las tareas; hay que dejar un tiempo para que el
alumno explicite o exprese cómo le fue haciendo la tarea, que le pasó, qué comprendió , cómo
hizo significación, dónde tuvo las mayores dificultades…La tarea es una mediación para
aprender, más que un fin en si mismo. A través de la hechura de la tarea el estudiante puede
autoevaluarse.

Un último aspecto que me parece oportuno reflexionar es la lectura negativa que hacen los
estudiantes de la tarea, como algo impuesto y obligatorio. De alguna forma, toda tarea nos
obliga, nos pone en la zona de acabar de aprender. Y no siempre, lo que tenemos o
necesitamos aprender corresponde a lo que más nos gusta o a lo que más se nos facilita.
Quizá, las buenas tareas cumplen precisamente la función contraria, ayudarnos a superar lo
que aún nos falta por aprender, aquellos aspectos en los que seguimos atorados o esas
dimensiones que nos imposibilitan avanzar en nuestro desarrollo humano. Y es precisamente
por este motivo que el estudiante debe hacer la tarea que se le pide y no –arguyendo un
chispazo de creatividad- otra cosa distinta. A veces las tareas nos ayudan a confrontar un
miedo, o superar una incapacidad. Ahora, si de respetar el espíritu creativo se trata,
recordemos que la mayor creatividad consiste en, cumpliendo las exigencias propias de la
tarea, hacer lo que a uno le gusta. Dicho en palabras de Igor Strawinsky, “cuando más se obliga
uno, mejor se liberta de las cadenas que traban el espíritu”.

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