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SERVICIOS PÚBLICOS 7
CIUDAD ARGENTINA
EDITORIAL DE CIENCIA Y CULTURA
DIRECCION GENERAL
Laura San Martino de Dromi
ISBN 987-507-248-6
ISBN 84-95823-32-2
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CRISIS Y RENOVACIÓN
EN EL DERECHO
PÚBLICO
Luciano Parejo Alfonso
PRIMERA PARTE
SEGUNDA PARTE
I. Introducción ........................................................................... 77
II. Las causas de la crisis del estado
en cuanto sistema de derecho público .................................. 85
III. El estado de situación de algunas instituciones clave del
derecho público, particularmente del administrativo ....... 109
PRIMERA PARTE
1 Ortega y Gasset, José, “La rebelión de las masas”, en Obras completas, t. IV, Madrid,
Alianza, 1983, p. 164.
2 A modo de referencia caben señalar las obras de Sklair, Leslie, Sociología del sistema
global, Barcelona, Gedisa, 2003; Díaz, Carlos y otros, Globalización y persona, Madrid,
Unión Editorial, 2003; Held, David, La democracia y el orden global. Del Estado moderno al
gobierno cosmopolita, Madrid, Paidós, 1997.
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3 “Se supone que la posmodernidad habría aparecido tal vez por fatiga luego de tres
siglos de incesantes transformaciones cada vez más aceleradas sobre todo en unas cien-
cias y un arte que, a pesar de lo positivamente asombroso de sus resultados, en el fon-
do no han hecho más feliz a nadie ni han mejorado la conducta humana”. Roa, Ar-
mando, Modernidad y posmodernidad. Coincidencias y diferencias fundamentales, Santiago
de Chile, Andrés Bello, 1995, p. 40. Véase Lyotard, Jean-François, La posmodernidad,
Barcelona, Gedisa, 1998; Lyotard, Jean-François, La condición posmoderna, 3a ed., Ma-
drid, Cátedra, 1995; Foster, Hal – Habermas, Jürgen – Baudrillard, Jean, La
posmodernidad, Madrid, Kairós, 1988.
4 Preferimos la utilización de este término atendiendo a su modificación conceptual:
“Puesto que la ciencia ha cambiado, convirtiéndose en tecnociencia, la filosofía de la
ciencia ha de modificar considerablemente sus planteamientos, deviniendo filosofía de
la tecnociencia. Para eso ha de centrarse más en la actividad científica que en el conoci-
miento, desarrollando una teoría de la acción científica y prestando mayor atención
a la tecnología”. Echeverría, Javier, La revolución tecnocientífica, Madrid, Fondo de Cul-
tura Económica, 2003, p. 14.
5 De la voluminosa obra que aborda este término, véanse Estefanía, Joaquín, Hij@, ¿qué
es la globalización? La primera revolución del siglo XXI, Madrid, Santillana, 2002; de la
Dehesa, Guillermo, Comprender la globalización, Madrid, Alianza, 2000; Blanch, Anto-
nio (ed.), Luces y sombras de la globalización, Madrid, Publicaciones de la Universidad
Pontificia Comillas, 2000. También Dromi, Roberto, “Los límites de la globalización”,
en Dromi, Roberto (dir.), Cuadernos de EPOCA. Serie Integración Económica nº 2. Mercosur
y Empresas, Buenos Aires, Ciudad Argentina, 2002, pp. 11-29.
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6 Parejo Alfonso, Luciano, Crisis y renovación en el Derecho Público, Buenos Aires, Ciudad
Argentina, 2003, p. 77, (1ª ed. en Cuadernos y debates nº 30, Madrid, Centro de Estudios
Constitucionales, 1991, p. 11).
7 La tarea de “situar la razón” implica que el sujeto finito debe encontrarse “ya en el
mundo” sin perder totalmente su espontaneidad “creadora del mundo”. Véase
Habermas, Jürgen, Acción comunicativa y razón sin trascendencia, Buenos Aires, Paidós,
2003, p. 15.
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8 Pretender reinterpretar el presente con categorías caducas del pasado nos lleva a con-
siderar que la historia se repite. Sin embargo, “la historia que se repite se convierte en
una farsa”, por tal motivo, el desafío del pensar reside, hoy, en intentar pensar nuestra
época con categorías actuales. Véase Baudrillard, Jean, “El milenio o el suspense del
año 2000”, en Baudrillard, Jean, La ilusión vital, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2002,
p. 43. También, la clásica obra de Collingwood, Robin George, Idea de la historia, 2ª
ed., México, Fondo de Cultura Económica, 1965.
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9 Fue Carlos Fuentes, con su ensayo Tres discursos para dos aldeas, Buenos Aires, Fondo
de Cultura Económica, 1993, el que nos inspiró al pensar en la nueva atmósfera de los
cambios. Cuándo empieza la modernidad o cuándo comienza la posmodernidad es un
interrogante que necesita de precisiones en la reflexión. Dice Carlos Fuentes que la
razón ha intentado dar precisiones que no siempre el espíritu comparte. Así, recuer-
da la anécdota española en la que un Caballero armado desenfunda su espada y pro-
clama ante su estupefacta familia: “¡Parto a la Guerra de los Treinta Años!”. Se dice
que la Edad Moderna comenzó en 1453 con la caída de Constantinopla, en 1492 con
el Descubrimiento de América, en 1543 con la publicación de “Las Revoluciones de
las Esferas”, de Copérnico. Dar una respuesta así equivale al absurdo de exclamar que
“partimos a la Guerra de los Treinta Años”. En cambio Habermas sintetiza qué es lo
propio de la modernidad: “La época moderna se encuentra sobre todo bajo el signo
de la libertad subjetiva. Ésta se realiza en la sociedad como ámbito asegurado en tér-
minos de derecho privado para la persecución racional de los propios intereses, y en
el Estado como participación, a la que todos en principio tienen igual derecho, en la
formación política de la voluntad colectiva”. Habermas, Jürgen, El discurso filosófico de
la modernidad (doce lecciones), Buenos Aires, Taurus, 1989, p. 109.
10 “El choque de lo imposible y lo impensable nos golpea, a partir de ahora, con una
frecuencia que se acelera y no nos deja siquiera tiempo para recuperar el aliento, re-
generar nuestras visiones, repensar nuestros lazos, nuestros proyectos, nuestras acciones”.
Guilhou, Xavier – Lagadec, Patrick, El fin del riesgo cero. Frente a la ruptura histórica y
ambiental, el desafío de reinventar el mundo, Buenos Aires, El Ateneo, 2003, p. 23.
11 La posmodernidad exhibe una aguda crítica a la masificación: “La sociedad es siempre
sociedad de personas. El haber querido separar lo social de su fuente que es la vida
personal no llevó a formas más perfectas de la sociedad, sino a su disolución en la
masa. Donde todo es “social” no hay sociedad. Esta es una evidencia que se desprende
de la tremenda experiencia de la masificación. En la masificación lo social se llevó al ex-
tremo produciendo la muerte de lo social”. Véase Komar, Emilio, Modernidad y posmodernidad,
Buenos Aires, E.S.C., 2001, p. 21.
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12 Como afirma Edgar Morin “una sociedad del conocimiento y una sociedad democrá-
tica son inseparables”, en Luengo, Enrique (comp.), Educación, mundialización y demo-
cracia: Un circuito crítico, México, Universidad Iberoamericana, 2001, p. 10.
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ignorancia. Aquí estamos hoy. Diríamos que a mitad del río. Nos fui-
mos de la modernidad, nos pareció poco la ilustración, mezquina
la vida rural, agrícola y ganadera y nos convocó el riesgo y la aventura
de la innovación, la tecnología versus las incógnitas del hombre, en bús-
queda de despejar las incógnitas del planeta en un mundo superado
por la ambición y escaso de prudencia y moderación.
La vida, como anticipamos, tiene que ser local y global a la vez, para
que tenga auténticamente sentido. El secreto pasa porque la aldea
local preserve su identidad y contenga todos los propios para acceder
a la red planetaria de la globalización15 dominante. En esa instan-
cia, la aldea local auténticamente real y concreta es partícipe del
mundo abstracto de la globalización, se encuentre “donde se encuen-
tre” el hombre y las aldeas, porque la interconexión terminó con mapas
y distancias. Entre satélites, Internet, fax, teléfonos, video conferen-
cias, scanner, cámaras digitales, y otros, han hecho del mundo co-
mún un hábitat entre espejos16 donde los hombres comparten el vivo
retrato de unos y otros17.
15 Cabe señalar que “el proceso de globalización no está determinado, sino que está
abierto y que en su seno se han generado fuerzas nuevas que impulsan un cambio de
dirección. Lo importante, claro, es que estas fuerzas se sepan encauzar y dirigir a los
objetivos de humanidad y solidaridad que harían el proceso beneficioso para todos y
aceptable por todos”. De Sebastián, Luis, Un mundo por hacer. Claves para comprender la
globalización, Madrid, Trotta, 2002.
16 Se plantea así la dificultad posmoderna de establecer qué es lo real. “En nuestro mun-
do virtual, la cuestión de lo Real, del referente, del sujeto y su objeto, ya no se puede
representar. (...) Vamos a aclarar este punto: si lo Real está desapareciendo, no es
debido a su ausencia; es más, hay demasiada realidad. Y es este exceso de realidad lo
que pone fin a la realidad, al igual que el exceso de información pone fin a la informa-
ción y el exceso de comunicación pone fin a la comunicación”. Véase Baudrillard,
Jean, “El asesinato de lo real”, en Baudrillard, Jean, La ilusión vital, Buenos Aires, Siglo
Veintiuno, 2002, pp. 54 y 57.
17 Sin embargo, no hay que dejarse seducir por este espejo virtual, pues la desigual dis-
tribución de las redes se evidencia estadísticamente. “El 72% de los usuarios de Internet
viven en países de la OCDE con alto nivel de ingresos, y representan el 14% de la
población mundial”. Naciones Unidas, Informe sobre desarrollo humano 2002. Profundi-
zar la democracia en un mundo fragmentado, Mundi-Prensa, Madrid, 2002, p. 23.
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19 Como expresa Javier Echeverría, “La revolución tecnocientífica es uno de los motores
principales, aunque no el único, de un cambio social y económico más profundo, la
revolución informacional, que por su relevancia puede ser comparado a la revolución
industrial... así como la ciencia fue vital para el desarrollo de la sociedad industrial, así
también la tecnociencia es una componente básica de la sociedad informacional”.
Echeverría, Javier, La revolución tecnocientífica, Madrid, Fondo de Cultura Económica
de España, 2003, p. 15.
20 Sánchez Noriega, José Luis, “Globalización electrónica y dominación cultural”, en
Blanch, Antonio (ed.), Luces y sombras de la globalización, Madrid, Publicaciones de la
Universidad Pontificia Comillas de Madrid, 2000, pp. 73-74.
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29 “La libre determinación de los pueblos es también el principio que expresa el goce de
derechos fundamentales y libertades públicas por la población del Estado. Cuando es así
la libre determinación se trasunta en la soberanía y puede decirse que Estado soberano y
democrático son uno y el mismo. He ahí su legitimación”. Remiro Brotóns, Antonio, “So-
beranía del Estado, libre determinación de los pueblos y principio democrático”, en Mariño
Menéndez, Fernando M. (ed.), El Derecho internacional en los albores del siglo XXI. Homenaje al
profesor Juan Manuel Castro-Rial Canosa, Madrid, Trotta, 2002, pp. 560-561.
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30 Como apunta Recaséns Siches, las elaboraciones filosóficas modernas sobre la digni-
dad del hombre no habrían sido posibles sin haber contado previamente con la idea
cristiana de la dignidad del individuo humano, con lo que se rebasaron los confines
de la religión para convertirla en un postulado básico de la cultura occidental. Véase
Recaséns Siches, Luis, Tratado General de Filosofía del Derecho, México, Porrúa, 1997, p.
550.
31 Ghirardi realiza una clasificación de los derechos fundamentales a partir de la distin-
ción entre las vertientes biológica y espiritual del hombre. Dice: “la persona es racio-
nal; por esa característica, ella tiene conciencia de su dignidad y se reconoce como
sujeto de derecho para peticionar legítimamente por esa dignidad. Y, como hemos
dicho que la persona es un compuesto, la dignidad asume dos vertientes: el orden
biológico y el espiritual. Por ello, ese ente que llamamos persona reconoce como pro-
pios los derechos que hacen a su entidad en el aspecto biológico, en cuanto reclama
el derecho a la vida y a la integridad física; e, igualmente, en el orden espiritual, recla-
ma el derecho a la libertad, al honor y a la privacidad”. Ghiradi, Olsen A., “Pautas para
una filosofía de elaboración de normas del Mercosur”, en Ciuro Caldani, Miguel Ángel
(coord.), La Filosofía del Derecho en el Mercosur. Homenaje a Werner Goldschmidt y Carlos
Cossio, Buenos Aires, Ciudad Argentina, 1997, p. 180.
32 Respecto de los derechos fundamentales en el derecho constitucional español, se ha
señalado: “Es claro, pues, que los derechos fundamentales, como cualesquiera otros
derechos subjetivos, no son ilimitados, sino que están sujetos a todo un sistema de lími-
tes, y que la garantía constitucional de un contenido esencial en los mismos tiene la
condición de barrera infranqueable (de límite) al resultado del proceso de concreción
de todos los límites posibles”. Parejo Alfonso, Luciano, “El contenido esencial de los
derechos fundamentales en la jurisprudencia constitucional; a propósito de la senten-
cia del Tribunal Constitucional de 8 de abril de 1981”, en Revista Española de Derecho
Constitucional, nº 3, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, septiembre-diciem-
bre de 1981. Sobre el mismo tema, véase Villaverde, Ignacio, “Concepto, contenido, objeto
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titulares contra los agravios de terceros, incluido el propio Estado. De ahí que su in-
clusión en los textos constitucionales con el nivel de un derecho fundamental, tenga
por significado dotarlos de una real garantía para hacer efectivos los demás derechos.
37 Las declaraciones, derechos y garantías que enumeran las Constituciones no pueden
ser entendidos como negación de otros derechos y garantías no enumerados, pero
que nacen del principio de soberanía del pueblo y de la forma republicana de gobier-
no. Este principio tiene consagración en general en las Constituciones actuales. Por
su parte, las Constituciones deben prever en su sistema constitucional interno el reco-
nocimiento de jerarquía constitucional a los tratados sobre derechos humanos. Así ha
ocurrido en múltiples casos, aunque es tarea pendiente en otros.
38 Bidart Campos expresa al respecto: “El Mercosur no tiene por finalidad la tutela de
los derechos humanos, pero sí tiene la obligación de respetarlos. Para nuestro caso
(Argentina), el eje de esta obligación y su recíproca responsabilidad internacional ra-
dica en el Pacto de San José, de forma que la integración aditiva de nuestra Constitu-
ción y del derecho internacional de los derechos humanos incorporados al ordena-
miento interno hace prevalecer a los dos ordenamientos sobre el tratado de integración
y sobre el derecho comunitario derivado en el área del Mercosur”. Bidart Campos,
Germán J., “La relación entre el Derecho Comunitario, los derechos humanos, el
derecho interno y el Mercosur”, en Ciuro Caldani, Miguel Ángel (coord.), La Filosofía
del Derecho en el Mercosur. Homenaje a Werner Goldschmidt y Carlos Cossio, Buenos Aires,
Ciudad Argentina, 1997, p. 372.
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Ello así por cuanto los individuos de los Estados que se incorpo-
ran a la comunidad supranacional vienen investidos de unos derechos
fundamentales reconocidos y protegidos por sus respectivos ordenamien-
tos, que deben ser igualmente preservados en la integración. De lo
contrario se vería deslegitimada la delegación de las porciones de
soberanía nacional a favor de la unidad supranacional39.
El Derecho público, constitucional y administrativo, se desarro-
lla en el marco de las relaciones jurídicas que se producen entre la
Administración y sus distintos organismos (Estado/autoridad) y los
administrados (habitantes, ciudadanos, sujetos de la libertad), las que
se articulan por normas propias de procedimiento40.
Las libertades públicas (categoría política) que titularizan los
hombres se expresan en derechos fundamentales (categoría jurídica),
reconocidos en Tratados Internacionales, que trascienden a los orde-
namientos jurídicos nacionales, a partir de los cuales se verifica una
recreación del modo de actuar de las potestades subjetivas. Los mismos
derivan de una mejor y más ampliada comprensión de la dimen-
sión humana y social.
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41 García de Enterría, Eduardo; La lucha contra las inmunidades del poder, 3ª ed., Madrid,
Civitas, 1983. Puede verse también Martín Retortillo, Lorenzo, El vía crucis de las liber-
tades públicas, 2ª ed., Buenos Aires, Ciudad Argentina, 1996; Nieto, Alejandro, “La re-
lación de causalidad en la responsabilidad del Estado”, en Revista Española de Derecho
Administrativo, nº 4, 1974 y “La relación de causalidad en la responsabilidad adminis-
trativa: doctrina jurisprudencial”, en Revista Española de Derecho Administrativo, nº 51,
1986.
42 “El Estado tiene, además, el derecho a intervenir, cuando situaciones particulares de
monopolio creen rémoras u obstáculos al desarrollo. Pero, aparte de estas incumbencias
de armonización y dirección del desarrollo, el Estado puede ejercer funciones de su-
plencia en situaciones excepcionales, cuando sectores sociales o sistemas de empresas,
demasiado débiles o en vías de formación, sean inadecuados para su cometido. Tales
intervenciones de suplencia, son justificadas por razones urgentes que atañen al bien
común”. Juan Pablo II, Carta Encíclica Centesimus annus en el centenario de la Rerum
novarum, AAS 83, 1991, parágrafo 48.
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43 Al respecto señala Parejo Alfonso que: “Lo esencial de este planteamiento de la refor-
ma o modernización administrativas es que supone que la eficacia (eficiente) consti-
tuye un valor no incorporado efectivamente a la organización y el funcionamiento
actuales de la Administración pública. Valor, cuyo contenido y consecuencias está aún
por definir e implantar. En este punto es donde se produce la penetración -en la inter-
pretación del estatuto constitucional de la Administración pública- de la perspectiva
gerencial gestora o ‹managerial ›…”. Parejo Alfonso, Luciano, Eficacia y administración.
Tres estudios, Madrid, MAP, 1995, p. 117.
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1) La soberanía relativizada
El ejercicio del poder estatal en forma suprema e independien-
te de otros Estados y, por extensión, de otros factores de poder de
alcance estatal, es tradicionalmente denominado “soberanía”44.
Si ya para Maquiavelo la estructura del Estado se construía sobre la
base del poder, fue Bodin quien definió a la soberanía llamándola
“poder absoluto y perpetuo de la república”45. Poder absoluto que
pertenecía al pueblo, que podía siempre revocar el mandato dado al
príncipe cuando pretendiese detentarlo contra su voluntad. Bajo este
techo político se construyeron los “Estados nacionales”.
En la concepción clásica del constitucionalismo sólo el poder
soberano, cuya titularidad se reconocía en cabeza del pueblo, podía
darse válidamente una Constitución, o norma jurídica fundamental
44 De Vega afirma que: “El poder soberano del pueblo, cuya presencia se hacía indiscu-
tible como protagonista del Acto Constitucional, se convertirá así, a partir del momento
de la promulgación de la Constitución, en un poder aletargado y oculto, cuya volun-
tad y existencia sólo podrían adquirir dimensiones históricas concretas en la actua-
ción y en la vigencia de su propia obra como poder constituyente”. De Vega García,
Pedro, “Mundialización y Derecho Constitucional: La crisis del principio democráti-
co en el constitucionalismo actual”, en Revista de Estudios Políticos, nº 100, Madrid, Centro
de Estudios Políticos y Constitucionales, abril/junio 1998, p. 28.
45 “La soberanía es el poder absoluto y perpetuo de una república... Es necesario definir
la soberanía, porque, pese a que constituye el tema principal y que requiere ser mejor
comprendido al tratar de la república, ningún jurisconsulto ni filósofo político la ha
definido todavía. Habiendo dicho que la república es un recto gobierno de varias fa-
milias, y de lo que les es común, con poder soberano, es preciso ahora aclarar lo que
significa poder soberano. Digo que este poder es perpetuo, puesto que puede ocurrir que
se conceda poder absoluto a uno o a varios por tiempo determinado, los cuales, una
vez transcurrido éste, no son más que súbditos. Por tanto, no puede llamárseles prín-
cipes soberanos cuando ostentan tal poder, ya que sólo son sus custodios o deposita-
rios, hasta que place al pueblo o al príncipe revocarlos. Es éste quien permanece siem-
pre en posesión del poder... La soberanía no es limitada, ni en poder, ni en
responsabilidad, ni en tiempo...”. Bodin, Jean, Los seis libros de la República, 3ª ed., Madrid,
Tecnos, 1997, pp. 47-49.
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46 “El tema (de la supranacionalidad) remite al debate sobre la soberanía, toda vez que
el planteo resulta del siguiente interrogante: ¿se hallan los Estados miembros de la
Unión Europea en un tránsito hacia convertirse en Estados federados? ¿O, en cam-
bio, la denominada “constitución europea” plantea –como parece– una gestión com-
partida de las soberanías de los Estados? Si la soberanía es un quantum de poder ma-
terial o el monopolio legítimo de la fuerza... ésta continúa indiscutiblemente en manos
de los Estados... Distinto es el caso si se entiende que la soberanía es la competencia
para determinar la extensión de su propia competencia: cabría plantearse si en esta
concepción los estados europeos son todavía soberanos. Es aquí en donde puede
hablarse del segundo significado de soberanía: es soberano el poder que tiene calidad
para dictar la norma fundamental de una estructura política. El soberano es en tal
caso el titular del poder constituyente originario”. Dalla Via, Ricardo A., “Constitu-
ción europea y soberanía”, en Diario La Nación, 19 de agosto de 2003, en
www.lanacion.com.ar, (Recuperado: 19-08-03).
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54 Arditi sostiene que “los Estados se deben enfrentar con los nuevos problemas deriva-
dos de la cesión, o al menos la vulneración de la soberanía en asuntos de índole eco-
nómica, legislativa, judicial y gubernamental de sus respectivos países... Sea como
opción o por imposición, la soberanía ya no parece ser la última palabra en un orden
internacional cambiante, o al menos no lo es siempre y necesariamente para todos los
países”. Arditi, Benjamín, “Soberanía light y ámbitos políticos supranacionales”, en
Revista Perfiles Latinoamericanos, n° 17, México, diciembre de 2000.
55 “Lo que importa solamente es dejar constancia de que al no recaer la soberanía en los
sujetos que componen la colectividad aisladamente considerados, sino en la nación
en su conjunto, nadie tiene el derecho a ejercitar individualmente ninguna función
soberana”. De Vega, Pedro, “Significado constitucional de la representación política”,
en Revista de Estudios Políticos, nº 44, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitu-
cionales, abril-junio 1985, p. 29. Como lo expresa Tomás y Valiente: “Haciendo uso de
esa soberanía, los ciudadanos de cada sociedad civil, esto es, de cada nación, bien di-
rectamente todos ellos (hipótesis teórica no realizable en la práctica) o bien por me-
dio de representantes, se reúnen y deciden cómo han de organizarse políticamente,
es decir, cómo han de constituirse en Estado. A esta utilización de la soberanía para cons-
tituirse en Estado se llama ‘poder constituyente’ y a la ley en que se recoge la organi-
zación del Estado y los derechos de los ciudadanos se denomina Constitución”. To-
más y Valiente, Francisco, “Manual de Historia del Derecho Español”, en Obras completas,
t. II, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1997, p. 1355.
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59 Afirma Weber: “El prestigio del poder se realiza como tal en el ejercicio del poder
sobre otras comunidades; se realiza en la expansión del poder, aunque no siempre
mediante anexión o sumisión. Estas pretensiones de prestigio encuentran sus expo-
nentes naturales en las grandes comunidades políticas”. Weber, Max, Estructuras de
poder, Buenos Aires, Leviatán, 1987, p. 11.
60 Cabe precisar que “se trata de preestablecer con la mayor fijeza posible cuál es la zona
de despliegue del poder y de sus órganos, no tanto por un prurito de mejorar la divi-
sión técnica de trabajo, sino de trazar fronteras que persiguen una finalidad más alta:
deslindar lo que permanece en la zona de reserva de la sociedad, proteger la libertad
y los derechos del hombre”. Bidart Campos, Germán J., El poder, Buenos Aires, Ediar,
1985, p. 190.
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71 Para Gordillo “este tratado se inscribe en una serie que comienza antes con la Conven-
ción Interamericana contra la Corrupción y se continúa después con la Convención
Internacional contra la delincuencia organizada transnacional, ley 25.632. Todos estos
tratados contemplan delitos o hechos contra la administración pública en los cuales la
supranacionalidad de la norma es la nota dominante”. Gordillo, Agustín, “La jurisdic-
ción extranjera. A propósito del soborno transnacional”, en Principios de Derecho Adminis-
trativo, Nacional, Provincial y Municipal. VIII Encuentro de Asesores letrados, Mar del Plata,
Asesoría General de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, 2000, p. 1. Del mismo
autor, ver “Un corte transversal al derecho administrativo: la Convención Interamericana
Contra la Corrupción”, en Revista Jurídica La Ley, Buenos Aires, La Ley, 1997-E-1091.
72 Véase Gordillo, Agustín, “La contratación administrativa en la ‹Convención sobre la
Lucha contra el Cohecho de Funcionarios Públicos Extranjeros en las Transacciones
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83 Para una mayor profundización véase Dromi, Roberto, Sistema y valores administrativos;
Buenos Aires, Ciudad Argentina, 2003.
84 Así, Leibniz caracteriza al derecho como un sistematicismo, pues “el derecho en su con-
junto es un sistema, es decir, las proposiciones jurídicas se disponen según un orden,
de los axiomas generales y fundamentales de las proposiciones más particulares, y
según el sistema de las cualidades jurídicas determinantes y determinadas, de modo
que cada proposición está en relación sistemática, lógica y conceptual con todas las
demás”. Véase Tarello, Giovanni, Cultura jurídica y política del derecho, México, Fondo
de Cultura Económica, 1995, p. 44.
85 Véase Linares, Juan Francisco, Los sistemas dogmáticos en el Derecho Administrativo, Buenos
Aires, Fundación de Derecho Administrativo, 1984, p.12 y ss.. Este autor afirma que los
sistemas dogmáticos sobre normas, valoraciones y principios jurídicos constituyen una
necesidad científica para la tarea de legislar y juzgar. Y agrega que construir un sistema
jurídico es una empresa para dar “unidad por su fundamento a lo disperso”.
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94 Véase Dromi, Roberto, Sistema y valores administrativos; Buenos Aires, Ciudad Argentina, 2003.
95 Afirma Ortega y Gasset que “justamente la del valor es la cuestión del derecho por
excelencia, representando el Derecho sólo una clase específica de valor: la justicia”.
Ortega y Gasset, José, “¿Qué son los valores?”, en Obras Completas, t. VI, 6ª ed., Madrid,
Revista de Occidente, 1966, pp. 315 y ss.
96 “Las distintas disciplinas que regulan los diferentes planos de la vida humana tienen
sus peculiares criterios de valoración o valores. Así, para la economía, el valor funda-
mental es la utilidad; para la ética, el bien; para la estética, la belleza; para el derecho:
la justicia. La justicia es el valor que permite diferenciar lo que es jurídicamente valio-
so: lo justo; de lo que, por no serlo, entraña el disvalor de la injusticia”. Pérez Luño,
Antonio-Enrique, Teoría del Derecho. Una concepción de la experiencia jurídica, 2ª ed., Madrid,
Tecnos, 2002, p. 214.
60
EL TRÁNSITO AL DERECHO PÚBLICO DE LA POSMODERNIDAD
a) Solidaridad administrativa
La solidaridad administrativa hace jugar en conjunto los valores
de libertad, igualdad y fraternidad. Es la expresión de un nuevo valor
jurídico-político que se manifiesta principalmente en la ayuda con-
creta que exige la ética de la realidad individual y social.
61
CRISIS Y RENOVACIÓN EN EL DERECHO PÚBLICO
62
EL TRÁNSITO AL DERECHO PÚBLICO DE LA POSMODERNIDAD
99 “Por detrás de la expresión (solidaridad) está el término latino solidum, que desem-
peña también su papel en la expresión ‘sueldo’. Significa que lo que importa es que
como remuneración no le den a uno, por ejemplo, moneda falsa. Tiene que ser di-
nero contante y sonante, y la palabra pretende expresar precisamente eso, una inse-
parabilidad sólida y fiable, y eso justamente en situaciones vitales en las que en rea-
lidad la diversidad de intereses y situaciones vitales podría dar pie a la tentación de
buscarse cada uno la vida y olvidar el bienestar ajeno. En la solidaridad que uno
declara... hay siempre una renuncia a los intereses y preferencias más propios. La
solidaridad nos hace renunciar a ciertas cosas en una cierta dirección, en un cierto
momento, al servicio de algún objetivo”. Gadamer, Hans-Georg, Acotaciones herme-
néuticas, Madrid, Trotta, 2002, p. 86.
100 Como lo expresó Juan Pablo II, “en la tutela de estos derechos de los individuos, se
debe tener especial consideración para con los débiles y pobres. La clase rica, podero-
sa ya de por sí, tiene menos necesidad de ser protegida por los poderes públicos; en
cambio, la clase proletaria, al carecer de un propio apoyo tiene necesidad específica
de buscarlo en la protección del Estado. Por tanto es a los obreros, en su mayoría débiles
y necesitados, a quienes el Estado debe dirigir sus preferencias y sus cuidados”. Juan
Pablo II, Carta Encíclica Centesimus Annus. En el centenario de la Rerum Novarum, 1-5-1991,
parágrafo 10.
101 Como afirma Gadamer, “la convivencia entre las personas sería imposible si no hubie-
se entre ellas algo así como una cierta camaradería (solidaridad)”. Gadamer, Hans-
Georg, Acotaciones hermenéuticas, Madrid, Trotta, 2002, p. 87.
63
CRISIS Y RENOVACIÓN EN EL DERECHO PÚBLICO
b) Equidad administrativa
La equidad es el principio o valor que en el sistema administrati-
vo hace efectiva a la igualdad. Es un valor administrativo en sí, ya
que para que el acto de la Administración sea verdaderamente le-
gítimo, razonable, justo, también debe ser equitativo. La equidad se
adjetiva de administrativa cuando lo que era en la norma igualdad
legal, se hace realidad concreta y material a través de la actuación de la
Administración. En ese orden, la equidad administrativa es la igual-
dad en la norma y en la conducta, en los hechos; es el valor de las
equivalencias comparativas en el caso concreto. Para que haya justicia
debe haber igualdad, y para ello es preciso que cada caso en parti-
cular sea tratado de acuerdo a sus circunstancias.
La equidad es la igualdad en la situación o en la posición que
ocupan los administrados en la relación administrativa efectiva que
remite al compromiso recíproco de deberes, obligaciones y presta-
ciones concretas entre la Administración y el administrado, entre
la autoridad y los individuos.
La equidad puede ser: 1) formal (legal) o 2) material (real), y ésta
a su vez resultará: 3) aplicada, 4) ecuacional y 5) razonable. Es preci-
samente la confluencia de estos últimos elementos lo que permite
a la equidad administrativa plasmarse en la realidad y abarcar las más
variadas manifestaciones que tiene lo administrativo en la práctica
jurídica.
De la realización del componente material de la equidad real
administrativa se sigue su componente práctico, esto es, la equidad
aplicada y compartida por la Administración con los administrados y
por éstos entre sí.
64
EL TRÁNSITO AL DERECHO PÚBLICO DE LA POSMODERNIDAD
c) Transparencia administrativa
La transparencia y su derivada, la publicidad de los actos públicos, son
valores predicados por la ética pública que deben imperar en todas las
facetas y dimensiones de la gestión administrativa, estatal o no.
102 Según Linares, “en la técnica se habla de medios razonables para obtener cierto fin…
En axiología jurídica se habla de razonabilidad cuando se busca el fundamento de los
valores específicos del plexo axiológico… En ciencia del derecho la razonabilidad se
presenta cuando se busca la razón suficiente de una conducta compartida… En sen-
tido estricto, pues, razonabilidad equivale a justicia y constituye uno solo de los facto-
res de razón suficiente del derecho…”. Linares, Juan Francisco, Razonabilidad de las
leyes, 2ª ed., Buenos Aires, Astrea, 2002, pp. 108-109.
65
CRISIS Y RENOVACIÓN EN EL DERECHO PÚBLICO
103 “La garantía de oír al interesado antes de dictar una decisión que pueda afectar sus
derechos o intereses es un principio clásico del derecho constitucional y administrativo.
Pero el derecho comparado de antaño introduce una segunda forma de cumplir con el
antiguo principio audi alteram pars, y es la necesidad política y jurídica de escuchar al
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EL TRÁNSITO AL DERECHO PÚBLICO DE LA POSMODERNIDAD
público antes de adoptar una decisión, cuando ella consiste en una medida de carácter
general, un proyecto que afecta al usuario o a la comunidad, etcétera”. Gordillo, Agustín
A., “El procedimiento de audiencia pública”, en Revista Régimen de la Administración Pú-
blica, año XVIII, n° 214, Buenos Aires, julio 1996, p. 5.
104 Así ha sido reconocido por el derecho internacional, en la Convención Interamericana
contra la Corrupción y en la Convención Sobre Lucha Contra el Cohecho de Funcionarios Públi-
cos Extranjeros en las Transacciones Comerciales Internacionales, firmada en París, en el año
1997, por los miembros de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarro-
llo Económico).
105 Preocupado justamente por la imparcialidad y la idoneidad en el servicio de la cosa
pública, Aristóteles decía en la Política: “Muy importante en todo régimen es que las
leyes y el resto de la administración estén organizados de modo que no sea posible
que las magistraturas sean fuente de lucro... Y para que ejerzan los cargos sin lucro, es
necesario que los honores sean establecidos por ley para los de excelente reputación”.
Aristóteles, Política, Madrid, Gredos, 2000, Libro V: Sobre la inestabilidad de los regí-
menes políticos, Capítulo VIII: Los medios para asegurar la estabilidad de los regíme-
nes, 1308b, 15-20.
67
CRISIS Y RENOVACIÓN EN EL DERECHO PÚBLICO
d) Eficiencia administrativa
La eficiencia o eficacia106 administrativa se traduce en el deber
jurídico de dar satisfacción concreta a una situación subjetiva de
requerimiento en la forma, cantidad y calidad y con los medios y
recursos que resultan más idóneos para la gestión.
La eficiencia es también un principio jurídico del que surge para la
Administración un deber positivo de actuación conforme a las exigencias
públicas. Es un bien o interés jurídico que reviste calidad de valor, por
lo que debe garantizarse su existencia y la capacidad de cumplirlo o
alcanzarlo; porque traduce un mandato vinculante para la Adminis-
tración a propósito de su idoneidad para cumplir con sus fines.
Así, la dimensión axiológica encuentra en la eficiencia adminis-
trativa la congruencia en la proyección, la acción y el resultado del
quehacer administrativo, y a tales fines confluyen las siguientes
acciones: 1) realizar el adecuado diagnóstico de las necesidades
públicas, 2) cumplir los objetivos en el marco espacio-temporal
programado, 3) alcanzar la finalidad política, 4) obedecer al con-
trol público, 5) satisfacer las necesidades públicas con costos razo-
nables, 6) respetar reglas de celeridad y sencillez, y 7) actuar con
economía procesal y preservar la legalidad administrativa107.
106 Entendemos por eficacia y eficiencia, “tanto la consecución de objetivos como la con-
secución de esos mismos objetivos al menor coste”. Bauzá Martorell, Felio J., La
desadministración pública, Madrid – Barcelona, Marcial Pons – Ediciones Jurídicas y
Sociales, 2001, p. 189.
107 “La cuestión vuelve a plantearse en una necesidad de conciliación entre ambos térmi-
nos: legitimidad y eficacia. De donde el problema que se nos presenta ronda en la
idea de “eficiencia” y lo que ella significa en el campo económico como óptima mane-
ra de alcanzar rápidamente los objetivos propuestos con el menor costo posible, fren-
te a la eficiencia en materia jurídica y política que se refiere precisamente a lograr la
realización de los valores consagrados en el texto constitucional de cada estado”. Da-
lla Via, Alberto Ricardo, “El nuevo Estado en el nuevo milenio”, en Morodo, Raúl – De
Vega, Pedro (dirs.), Estudios de Teoría del Estado y Derecho Constitucional en honor de Pablo
Lucas Verdú, t. I, Madrid, Servicio de Publicaciones de la Facultad de Derecho de la
Universidad Complutense, 2001, p. 250. Asimismo Bauzá Martorell afirma que “al
margen de la igualdad o de la legalidad, la gestión pública será más rápida, pero no
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EL TRÁNSITO AL DERECHO PÚBLICO DE LA POSMODERNIDAD
Ahora bien, para que haya una real eficiencia en el actuar públi-
co es necesario que los objetivos de bienestar general propuestos
sean cumplimentados en el marco temporal y espacial programado.
La eficacia no impone sólo obligaciones de medio sino también de
resultado, por lo que es necesario que a través del accionar de la
estructura administrativa se alcance la finalidad política de bien co-
mún tenida en miras, lo que acredita la eficiencia por la oportuni-
dad de la gestión.
En el plano formal, la eficacia como categoría axiológica tiene
su positivización en las leyes del procedimiento administrativo.
También se impone respetar reglas de celeridad y sencillez, y actuar
con economía procesal, preservando la legalidad en los trámites ad-
ministrativos108.
La rapidez, la simplicidad y la economía en los trámites deben inter-
pretarse en congruencia con el informalismo en favor del administra-
do, de modo que la aceleración y simplificación procedimental no
impliquen una desnaturalización del debido proceso.
En este marco se inscriben las transformaciones del Derecho Público
de nuestro tiempo, que se edifican y construyen jurídicamente sobre
los cimientos creativos de Luciano Parejo Alfonso, en el libro que
introducimos sobre “la crisis y renovación del Derecho Público”, que aho-
ra el lector tiene a su disposición, para seguir pensando el Derecho
Público y ponerlo cada vez más próximo al orden justo en paz.
69
SEGUNDA PARTE
PRÓLOGO
Los sucesivos trances, uno muy cerca del otro, de los concur-
sos de las Cátedras de Derecho Administrativo de las Universi-
dades de Alcalá de Henares y Carlos III de Madrid me propor-
cionaron, a propósito de la elaboración del denominado
proyecto docente y de investigación, sendas ocasiones para ha-
cer de la situación de la ciencia jurídico-administrativa motivo
central de reflexión. Es ésta sin duda, pues, una palpable utili-
dad de las usualmente denostadas pruebas que jalonan el cursus
honorum académico, en tanto que nos emplazan inexcusablemen-
te a todos los universitarios a reflexionar, más allá de la confian-
za íntima que cada uno podamos tener en nuestras propias fuer-
zas y en ocasiones claves de nuestra vida científica, sobre el objeto
en su conjunto de la ciencia que cultivamos. Debo, pues, a los
aludidos emplazamientos legales, que no a un convencimiento
íntimo de encontrarme en disposición de realizar aportación
alguna relevante, el desvío de la atención de las cuestiones con-
cretas que día a día nos incitan a la preocupación más general
por la evolución del presente y del futuro que ya se delinea ante
nosotros. No puedo ocultar, sin embargo, que hasta cierto pun-
to los experimenté como ocasión propicia para volcar la expe-
riencia proporcionada por la dedicación, durante algunos años,
a la Administración activa; dedicación que, justamente, acaba-
ba de abandonar. Si durante un tiempo las reflexiones que aho-
ra ven la luz no me parecieron merecedoras de publicidad, el
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PRÓLOGO
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INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO I
INTRODUCCIÓN
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INTRODUCCIÓN
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casual que las mismas hayan prendido primero, más fuerte y con
mayor éxito en el mundo anglosajón (el manifiesto electoral de los
conservadores ingleses anunciaba en 1979 una de las reformas más
radicales de la estructura económica e industrial del Reino Unido,
propósito que se ejecutó ciertamente a partir de 1980 bajo el ex-
presivo lema “Less government is good government”)2.
El resultado de todo ello es, por ahora, una situación de conside-
rable confusión. Mientras el Estado continúa basando su organiza-
ción, acción y relación con la sociedad en las ideas, los principios, los
esquemas, las categorías, los conceptos y las técnicas trabajosamente
establecidos y depurados por el Derecho público y aún en proceso
de perfección, condensados en la fórmula “Estado democrático y
social de Derecho”, la rápida evolución social pone éstos diariamen-
te en cuestión, demandando un cambio de rumbo, la adaptación a
las nuevas circunstancias y exigencias y, por ello, haciendo surgir con
pujanza nuevas soluciones y, por tanto, mecanismos y técnicas, que
pugnan por obtener reconocimiento y transformar, cuando no sus-
tituir las aún vigentes. La vida actual del Estado se caracteriza, así,
por la convivencia y la tensión de unos y de otros, lo que significa:
por un proceso de transformación. Este se manifiesta o expresa en
la idea, generalizada y en ocasiones asumida expresamente como
proyecto político, de la necesidad de la reforma del Estado o, menos
pretenciosamente, de su Administración (en el caso español, a la
política en esta materia se le ha dado el nombre, muy significativo,
de “modernización de la Administración Pública”3 . Lo característi-
co de las iniciativas en este sentido es que se verifican sin una reflexión
y debate generales sobre el sistema, sin una maduración del análisis
de las causas de su crisis y una formulación global y coherente de los
objetivos, desarrollándose más bien a impulsos de los problemas
concretos y en el plano de lo puramente pragmático, con una re-
nuncia al marco teórico que ilustra muy bien sobre cuanto ha veni-
do diciéndose. No es sorprendente, pues, que se haya generado una
sensación –cada vez más generalizada y, por desgracia, real– de crisis
incontrolada de lo público. Es éste desde luego un momento de cri-
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INTRODUCCIÓN
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INTRODUCCIÓN
Notas:
1 Sobre esta cuestión, véase el número monográfico, por mí coordinado, dedicado por
la Revista Documentación Administrativa a la eficacia como principio constitucional de
la actuación de la Administración Pública: DA, Ed. INAP, Madrid, número 218-219.
2 Véanse los trabajos dedicados a la privatización en el Reino Unido, Alemania Federal,
Francia, Italia y España, incluidos en el número monográfico de DA citado en la nota
anterior. Sobre la privatización en España, ver también RAMON MARTIN MATEO,
Liberalización de la Economía. Más Estado, menos Administración, Madrid, Trivium, 1988.
3 Véase el volumen publicado por el Ministerio para las Administraciones Públicas bajo
el título Reflexiones para la modernización de la Administración del Estado, Madrid, Ed. MAP
(Secretaría Gral. Técnica e Instituto Nacional de Administración Pública), 1990.
4 Lottermoser, Eckart, Auf der Suche nach einer besseren Verwaltung, Die Öffentliche Verwaltung
(DÖV), Ed. Kohlhammer Verlag, núm. 13, julio 1989, pág. 557 y ss.
En nuestro país, la cuestión de la reforma e, incluso, la modernización de la adminis-
tración pública es también una constante ya de nuestra historia contemporánea. Como
puso de manifiesto el Prof. Dr. Francisco Sosa Wagner en la reunión convocada por el
Ministerio para las Administraciones Públicas en Sigüenza los días 23 y 24 de noviem-
bre de 1990 para el debate del documento citado en la nota anterior, ya en 1853 –es
decir, en los orígenes mismos de la construcción por los moderados del sistema de
Administración sobre el que aún vivimos– Bravo Murillo designa a Posada Herrera
vocal de la Comisión para reformar dicho sistema.
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LAS CAUSAS DE LA CRISIS DEL ESTADO
CAPÍTULO II
LAS CAUSAS DE LA CRISIS DEL ESTADO
EN CUANTO SISTEMA DE DERECHO PÚBLICO
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LAS CAUSAS DE LA CRISIS DEL ESTADO
sí. Además, si hasta hace poco aquella otra relación clásica podía
contemplar como uno de sus términos al ciudadano destinatario de
la acción administrativa correspondiente y tener como finalidad la
producción de un acto dirigido a definir la situación específica del
mismo (o de un grupo determinado o determinable de ciudadanos),
despachando cualesquiera ulteriores complicaciones del modelo con
la figura del tercero interesado, en la actualidad la mayor compleji-
dad de las tareas administrativas y de los problemas a resolver ha
colocado en un primer plano un tipo de relación igualmente más
compleja, en la que es usual el compromiso y la afección de una plu-
ralidad de ciudadanos con intereses de parecida entidad diferencia-
dos entre sí e, incluso, divergentes o contradictorios.
Desde otro punto de vista, la imagen de la relación jurídico-ad-
ministrativa como establecida por principio, cualquiera que sea su
contenido material, entre dos clases de sujetos con un status propio,
determinado a priori y con independencia del contenido material
de aquella, es decir subjetivo y, por tanto, proyectable sobre cuales-
quiera de las relaciones que traben (relación de supra e infraorde-
nación), es hoy asimismo insuficiente e inadecuada para explicar y
dar cuenta del conjunto de las relaciones establecidas entre la Admi-
nistración y los ciudadanos. Ha dejado de responder a la realidad
que la primera entre en relación con los segundos desde y en una
posición subjetiva, siempre igual, de superioridad (dotada de un valor
y una fuerza jurídicos mayores, únicos y tipificados), de suerte que –
correlativamente– éstos, es decir, los ciudadanos se enfrenten a la
Administración desde una también única y constante posición de
inferioridad (el estatuto jurídico-administrativo propio del adminis-
trado). El valor, la consistencia y la fuerza de las respectivas posicio-
nes varían y son distintos hoy según los ámbitos sustantivos, los terre-
nos en los que se materialice en cada caso la relación entre los dos
sujetos de que se viene hablando. Es claro, en efecto, que la situa-
ción del ciudadano (frente al Estado, al poder público) es diferente
cuando aquél se está moviendo en los espacios de actuación e inte-
rés protegidos por el ordenamiento en términos de derechos funda-
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Notas:
5 H. Faber, “Vorbemerkungen zu einer Theorie des Verwaltungsrechts in der
nachindustriellen Gesellschaft”, en la obra colectiva editada por él mismo y E. Stein,
Auf einem dritten Weg. Festschrift für Helmut Ridder zum siebzigsten Geburtstag, Ed.
Luchterhand, 1989, págs. 291 y ss.
Las reflexiones de este autor citadas en el texto le han conducido ya a la formulación de
una nueva explicación teórica, a un nuevo concepto del Derecho administrativo, con-
densado en la expresión “Infrastrukturverwaltung“, alusiva a la concepción de la Adminis-
tración como “infraestructura” del conjunto de la vida social. Para este autor el marco
de la acción administrativa no está constituido ya ni por la ordenación y la coacción, ni
por las prestaciones o la suma de éstas, sino más bien por el perfil del conjunto de dichas
prestaciones como sistema integrado y la utilidad social del mismo. Y ello, como resulta-
do de una evolución que, desde la coacción (la Administración autoritaria) conduce, a
través del consenso (la Administración prestacional), hacia la planificación y la previ-
sión (la Administración infraestructural). A este respecto, H. Faber, Verwaltungsrech,
Tubinga, Ed. J.C.B. Mohr (Paul Siebeck), 1989, 2da ed., pág. 25 y ss. Véase un resumen
de la tesis de este autor en Luciano Parejo Alfonso, A. Jiménez Blanco y L. Ortega Alvarez,
Manual de Derecho Administrativo, Barcelona, Ed. Ariel, 1990, pág. 28 y ss.
6 Véase el estudio preliminar de L. Parejo Alfonso al libro de J. R. Parada Vázquez, La
Administración y los Jueces, Caracas, Ed. Jurídica Venezolana y Marcial Pons, 1988.
7 En este sentido, véase J. A. Santamaría Pastor, Gobierno y Administración: una reflexión
preliminar, DA, INAP, número 215, pág. 67 y ss.
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ESTADO DE SITUACIÓN DE ALGUNAS INSTITUCIONES
CAPÍTULO III
EL ESTADO DE SITUACIÓN DE ALGUNAS INSTITUCIONES
CLAVE DEL DERECHO PÚBLICO, PARTICULARMENTE
DEL ADMINISTRATIVO
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meno atípico más o menos general, sino como atributo cada vez más
ordinario o normal) un espacio o ámbito de decisión y acción pro-
pio, expresado incluso en términos de estricta discrecionalidad. Esta
no puede continuar considerándose, pues, ni como una pervivencia
de “libre ejecución-administración” a la que no ha llegado aún la
conquista por el Derecho, ni tampoco como una patología del siste-
ma, como un mal cuyo rebote hay que extirpar. Ha de contemplarse
como lo que es: una necesidad y, por tanto, un componente más del
sistema estatal. Es lógico, pues, que este cambio de perspectiva re-
percuta sobre la concepción y articulación del control judicial del
poder ejecutivo. Este ha de adoptarse desde la idea del obligado
respeto a la función real de dicho poder en el proceso de integra-
ción social total, en particular del ámbito de decisión reconocido y
asignado al mismo, lo que supone el desarrollo de nuevas vías y téc-
nicas de control (que harán cobrar importancia aún mayor, sin duda,
a los principios jurídicos).
En definitiva, se reproduce aquí el fenómeno de un desarrollo e
influencia desiguales de los principios informadores del Estado. Es
claro, en efecto, la práctica monopolización del tratamiento del
control judicial, de la tutela judicial frente al poder público por los
postulados propios del Estado de Derecho, en detrimento de los
inherentes a los del Estado democrático y social. Desde estos dos
últimos no ofrece duda el imperativo de que la responsabilidad y
la legitimación primarias para el desarrollo del orden constitucio-
nal a los fines de la configuración social, es decir, de la diaria re-
producción del consenso o unidad constitucional (en el sentido
que esta expresión tiene en K. Hesse43 , corresponden al bloque
poder legislativo- poder ejecutivo, por lo que el poder judicial ni
puede ni debe entorpecer, trabar su acción o sustituirse total o
parcialmente en la misma, sino –antes al contrario– contribuir,
desde el respeto a los límites inherentes a su función específica, al
adecuado funcionamiento del sistema (que es justamente la posi-
ción desde la que debe participar, y desde luego participa, de aque-
llas funciones).
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neral de “dirección”, toda vez que ésta, aun cuando de perfiles im-
precisos, pretende claramente la determinación del Gobierno, la
demarcación de su papel constitucional, del que la función ejecuti-
va sólo puede ser considerada como una componente más, aunque
ciertamente capital. Desde esta perspectiva, el artículo 97 revela una
economía interna coherente y trabada: la función ejecutiva y la po-
testad reglamentaria son poderes más o menos formalizados, estric-
tas potestades, que el Gobierno “ejerce” para cumplir su papel o fun-
ción constitucional propios, los determinados por la “dirección”
desplegada en tres órdenes, a saber, la política interior y exterior, la
Administración civil y militar y la defensa del Estado. Más aún la fun-
ción ejecutiva y la potestad reglamentaria no agotan el elenco de
potestades que la Constitución atribuye o autoriza a atribuir; dicho
elenco ha de ser completado, cuando menos, con las de aprobación
de Decretos-Leyes (potestad legislativa extraordinaria y provisional)
y Decretos legislativos (potestad legislativa delegada). Es evidente que
el Gobierno puede actuar todas estas potestades para cumplir su fun-
ción de dirección, puede ponerlas todas o cualesquiera de ellas al
servicio de la misma. No parece que pueda cuestionarse seriamente,
pues, que la definición constitucional del Gobierno desde la expre-
sada condición “directiva” obedece a la pretensión de resaltar su
específico papel –central y activo, inequívocamente político (en el
sentido de “no administrativo”) en la estructura y el funcionamiento
del conjunto de los poderes públicos estatales, como generador,
impulsor y dinamizador del proceso de integración, de unidad polí-
tica, así como garante del sistema mismo y de realizador y asegura-
dor de la eficacia de la decisiones estatales49.
Una no menor innovación es constatable en el diseño organizativo
del Gobierno. Aunque falto desde luego de concreción, descansa (arts.
98.1 y 2, 99, 200, 208 y los que, con distinta ubicación sistemática, con-
templan competencias concretas del Consejo de Ministros) en una
combinación de tres principios: el presidencial (Kanzlerprinzip ), el de
acción colegiada y responsabilidad solidaria y el de acción departa-
mental y responsabilidad ministerial; combinación en todas cuyas
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En suma, parece de todo punto claro que aún penda una adecua-
da y satisfactoria teorización del poder ejecutivo (que no es ya la es-
tructura compacta y homogénea, de la que aún se continúa partien-
do), de sus piezas y, por ende, de la posición de la Administración
pública, de la cual es hoy ya un poder público perfectamente institu-
cionalizado y, por tanto, individualizado. Los esfuerzos doctrinales
ya realizados son aún muy parciales y, en todo caso, no han logrado
todavía alumbrar soluciones dotadas de un consenso suficiente. Por
lo general, además, tales soluciones aparecen fuertemente lastradas
por construcciones dogmáticas arraigadas, que dificultan todo plan-
teamiento incondicionado de los novedosos problemas que la inno-
vadora regulación constitucional suscita. Están abiertas, en efecto,
cuestiones tan relevantes, por ejemplo, como la delimitación y defi-
nición positiva del campo constitucional propio del Gobierno, la
determinación de la función directiva de éste (en especial, el régi-
men de la dirección de la Administración), el replanteamiento de
las relaciones con el poder legislativo (en particular por lo que hace
al régimen de los actos legislativos producidos por el Gobierno en
ejercicio de facultades delegadas por aquél, es decir, de los Decretos
legislativos), o incluso, las condiciones de ejercicio de la función
gubernamental en el Estado autonómico, es decir, en un Estado con
profunda descentralización territorial del poder. Puede decirse, pues,
sin temor a incurrir en exageración, que prácticamente está por hacer
una completa reconstrucción dogmática del poder ejecutivo, en el
doble plano organizativo y funcional; reconstrucción que es condi-
ción para un adecuado replanteamiento de la visión y explicación
de la Administración pública.
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que las posibilidades ofrecidas por las nuevas tecnologías –en conti-
nuo progreso– pueden representar un serio peligro tanto para el
reparto de competencias (la descentralización efectiva del poder),
cuanto para las libertades individuales (interconexión de bancos
públicos de datos con el resultado de la obtención de una “imagen”
acabada de la vida y la historia personales del ciudadano). Aun con
todo, parece clara la existencia de un interés ciudadano en la orga-
nización y el funcionamiento coherentes (con los límites oportunos)
del conjunto de las Administraciones. En concreto, tal interés pue-
de concretarse desde tres perspectivas:
a) La protección jurídica (el ciudadano no puede ver menosca-
bada la tutela de sus derechos e intereses por razón de la comple-
jidad o descoordinación administrativas).
b) La organización administrativa (desde la perspectiva ciuda-
dana y, por tanto, la de la servicialidad de la Administración, ningu-
na duda ofrece que la organización de las competencias no puede
perjudicar –por dispersión, desconexión, solapamiento o conflic-
to– la eficaz satisfacción del interés público; de lo que resulta un
verdadero deber de “correcta” organización).
c) El procedimiento administrativo (justamente la servicialidad
de la Administración antes aludida justifica un deber de ésta en su
conjunto, en beneficio del ciudadano o destinatario de su acción,
de intervenir concurrente y lealmente en los correspondientes pro-
cesos de toma de decisiones, es decir, en los pertinentes procedimien-
tos, para alcanzar soluciones objetivas fruto de la cooperación).
En nuestra Constitución son relativamente abundantes y expresi-
vas las determinaciones que imponen la unidad en beneficio del ciu-
dadano: el art. 103.1 define la Administración (en su conjunto) por
relación al servicio, con objetividad, de los intereses generales e in-
cluye entre los principios ordenadores de la actuación administrati-
va el de eficacia (del que la jurisprudencia del Tribunal Constitucio-
nal ha extraído concretas consecuencias en orden a la coordinación
y la coherencia administrativas68); el art. 139 establece el principio
material de la identidad de derechos y obligaciones de los españoles
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ción o justificación por razón del mejor cumplimiento del fin le-
gal, es decir, del interés general: basta con aludir al problema del
juego de las determinaciones accesorias de la voluntad administra-
tiva en el caso de autorizaciones o, incluso, al de la proporcionali-
dad de la acción administrativa en el campo de la policía de liber-
tades públicas o de la seguridad ciudadana (así, por ejemplo, para
la autorización o la disolución de una manifestación). En cualquier
caso, la realidad misma de la acción informal pone de manifiesto
la inadecuación, por lo menos en determinadas y cada vez más
numerosas materias, de la regulación-programación legal minuciosa
y la estricta necesidad de dotar a la Administración de un marco de
acción suficientemente flexible (con la consecuencia de la creciente
importancia de los principios generales del Derecho y también del
procedimiento).
Hablando con carácter más general, no puede negarse que la
forma clásica de incidencia de la acción administrativa sobre la
actividad del ciudadano (aplicación o actualización en el caso de
consecuencias normativamente prefijadas en términos de órdenes,
prohibiciones, autorizaciones o sanciones) presenta cada vez con
mayor nitidez, al menos en algunos sectores de especial compleji-
dad o de acentuada sensibilidad social, claros inconvenientes, si-
quiera por lo que hace tanto al desproporcionado consumo de
energías administrativas en la determinación de la solución legal
del caso concreto y el seguimiento y control de su observancia y
realización, como al efecto de inhibición de la iniciativa y la res-
ponsabilización por parte de los ciudadanos directamente afecta-
dos, que produce. Este último efecto acaba incidiendo negativa-
mente en la consecución del verdadero interés general. Las normas
generales, en efecto, nunca pueden ir más allá de la fijación de
conductas mínimas-máximas (estándares en el urbanismo, límites
en las normas medioambientales). Cuando tales formulaciones
legales se aplican en términos clásicos se distorsiona el sentido de
su mandato, que no es el de señalar modelos de comportamientos
únicos lícitos (por ejemplo, se cumple siempre con establecer las
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Notas:
8 Véase, al respecto, A. Garrorena, El Estado español como Estado social y democrático de Derecho,
Madrid, Tecnos, 1984; L. Parejo Alfonso, Estado social y Administración pública. Los pos-
tulados constitucionales de la reforma administrativa, Madrid, Civitas, 1983. También Los
valores en la jurisprudencia del Tribunal Constitucional, en el libro-homenaje al profesor
J. L. Villar Palasi, Madrid, Civitas, 1989, y Constitución y valores del ordenamiento, Estudios
sobre la Constitución Española, homenaje al prof. E. García de Enterría, Vol. I, Madrid,
Civitas, 1991, pág. 29 y ss., así como también Madrid, Ed. Ceura, 1991; G. Peces Barba,
Los valores superiores, Madrid, Tecnos, 1984.
9 Se remite a este aspecto a L. Parejo Alfonso, Estado social y Administración pública..., así
como Constitución y valores del ordenamiento, obras citadas en la nota anterior.
10 W. R. Schenke, Probleme der modernen Leistungsverwaltung, die Offentliche Verwaltung (DÖV),
año 42, número 9, mayo 1989, pág. 365.
11 W. R. Schenke, Probleme..., op. cit., en la nota anterior, pág. 366.
12 Véase, por todos, la exposición que del concepto de Ley hacen E. García de Enterría
y T.R. Fernández Rodríguez, en su Curso de Derecho Administrativo, Madrid, Civitas, Vol.
1, así como la evolución de la misma desde la primera edición en 1974 hasta la quinta
en 1989. Una exposición general innovadora en J. A. Santamaría Pastor, Fundamentos
de Derecho Administrativo I, Madrid, Ceura, 1988. En este mismo sentido renovador,
Luis Ma. Diez-Picazo, Concepto de Ley y tipos de Leyes (¿Existe una noción unitaria de Ley en
la Constitución Española?), REDC, Ed. CEC, número 24, septiembre/diciembre 1988,
pág. 47 y ss.
13 En este sentido, G. Ariño Ortiz, Leyes singulares, Leyes de caso único, RAP, Ed. CEC, nú-
mero 118, enero/abril 1989, pág.59 y ss.
14 Véase el trabajo de G. Ariño Ortiz citado en nota anterior y también J. R. Parada
Vázquez, Expropiaciones legislativas y garantías jurídicas, RAP, Ed. CEC, número 100-102,
Vol. II, enero/diciembre 1983, pág. 1139 y ss., y F. Garrido Falla, Sobre la responsabili-
dad del Estado legislador, RAP, Ed. CEC, número 118, enero/abril 1989, pág. 35 y ss.
15 H. Hill, Rechtsstaatliche Bestimmtheit oder situationsgerechte Flexibilität des Verwaltungshandelns,
Die Öffentliche Verwaltung (DÖV), año 40, número 20, pág. 885 y ss.
16 H. Hill, Rechtsstaatliche..., op. cit., en la nota anterior, pág. 886.
17 Véase una descripción de los mismos en H. Hill, Rechtsstaatliche..., op.cit., en la nota
anterior.
18 H. Hill, Rechtsstaatliche..., op.cit.
19 H. Hill, Rechtsstaatliche..., op.cit.
20 Véase, a este respecto y por lo que hace a nuestro Derecho, el número monográfico,
coordinado por L. Martín-Retortillo, dedicado por Documentación Administrativa al
control jurisdiccional de la Administración Pública, especialmente la presentación del
propio L. Martín-Retortillo: DA, Ed. INAP, número 220, octubre/diciembre 1989.
21 H. Hill, Rechtsstaatliche..., op.cit.
22 El sistema de reparto de poder de nuestra Constitución confiere, como es bien sabi-
do, un apreciable campo al legislador ordinario para la ultimación de aquel reparto,
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por lo que la cuestión del legislador aludido por cada reserva de Ley no hace referen-
cia sólo al principio clásico de la división del poder entre legislativo y ejecutivo, incide
necesariamente también, y de forma importante, en la división territorial del poder.
De otro lado, la entrega constitucional al legislador ordinario –con la sola limitación
de la garantía constitucional– de la determinación del marco de la autonomía local,
incluidas las competencias de las instancias locales, hace adquirir a la reserva de Ley
una especial trascendencia para la adecuada configuración de la referida autonomía
local, en tanto que en España no está establecida la distinción, tradicional por ejem-
plo en Alemania, entre las normas propias (autónomas o estatutarias: las Satzungen)
de los entes locales y las que éstos dictan en la misma posición y condiciones que los
aparatos ejecutivos de las instancias estatal y federal superiores o normas reglamenta-
rias stricto sensu (Gemeindeverordnungen o Rechtsverordnungen). Sobre esta distin-
ción en Alemania, véase Schmidt-Assmann, Die kommunale Rechtssetzung im Gefüge der
administrativen Handlungsformen und Rechtsquellen, Munich, Franz Vahlen, 1981.
23 El Tribunal Constitucional fijó un criterio plenamente correcto ya en su Sentencia
del 16 de noviembre de 1981, relativa a la constitucionalidad de la Ley del Parlamento
Vasco sobre centros de contratación de cargas en transporte terrestre de mercancías.
Entre los pronunciamientos recientes importantes, merecen ser citadas las Senten-
cias 37/1987, de 26 de marzo, sobre la constitucionalidad de la Ley del Parlamento de
Andalucía de reforma agraria, y 227/1988, de 29 de noviembre, sobre la constitucio-
nalidad de la Ley de Aguas, en las que se aborda frontalmente la cuestión de la com-
petencia legislativa para la regulación del contenido del derecho de propiedad.
24 Véase L. Parejo Alfonso, La autonomía local, Revista de Estudios de la Administración
Local y Autonómica (REALA), INAP, número 229, pág. 9 y ss., y Derecho básico de la Admi-
nistración Local, Barcelona, Ariel, 1988, pág. 125 y ss.
25 W. R. Schenke, Probleme..., op. cit.
26 W. R. Schenke, Probleme..., op. cit.
27 Así, G. Püttner, Der Rechtstaat und seine offene Probleme, Die Öffentliche Verwaltung (DÖV),
año 42, número 4, febrero 1989, pág. 137 y ss, tras llamar la atención sobre el silencio
doctrinal en los últimos años respecto de la teoría de la esencialidad (incluso tras la
afirmación por O. Bachof –en un Simposio celebrado en Gotinga en 1985– de que,
ante la realidad de la persistencia de un considerable número de importantes normas
reglamentarias, o bien ha de exigirse la entrada en juego del legislador formal, o bien
ha de aceptarse un sinnúmero de excepciones a la aludida teoría), apunta que se está
ante una cuestión aún abierta, en la que es preciso esperar a ver si la teoría en cues-
tión, cuyo planteamiento merece ser compartido, obtiene confirmación en todos los
campos jurídicos relevantes o, por el contrario y allí donde tal confirmación se pro-
duzca, es objeto de las correspondientes modificaciones.
H. H. vn Arnim, Zur “Wesentlichkeitstheorie” des Bundesverfassungsgerichts. Einige
Anmerkungen zum Parlamentsvorbehalt, Deutsches Verwaltungsblatt (DVBI), año 102,
número 24, 15 de diciembre de 1987, pág. 1241 y ss., expone la evolución y el estado
actual de la teoría (cuya denominación proviene de Opperman), en síntesis, en los
términos siguientes: la formulación del criterio de la esencialidad por el Tribunal
Federal Constitucional supuso no una respuesta acabada, sino tan sólo un punto de
partida ante la necesidad de superar la concepción tradicional de la reserva de Ley.
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quía constitucional, en la que las decisiones estatales sólo podían llegar a adquirir
legitimación democrática a través de la reserva en favor de la decisión parlamentaria;
la circunstancia de que en la democracia parlamentaria también el Gobierno posea
legitimación democrática excluye la construcción de una preferencia o prevalencia
de las decisiones parlamentarias sobre las de los restantes poderes constitucionales, al
menos en calidad de principio interpretativo supraordenado al concreto y expreso
sistema de reparto de competencias; consecuentemente, el grado de legitimación
democrática formal de los distintos poderes no puede erigirse en criterio de la teoría
de la esencialidad, por lo menos no en calidad de criterio único. El planteamiento
que asume el Tribunal Federal Constitucional descansa en la consideración de que el
fin de la división de poderes y de la distribución y asignación de funciones distintas a
diferentes órganos no es otro, en la Constitución, que el de asegurar que las decisio-
nes estatales se adoptan lo más acertadamente posible, es decir, por los órganos que,
por su organización, composición, función y funcionamiento, reúnen mejores condi-
ciones para ello; consecuentemente toma como cuestión central la de la corrección
de las decisiones estatales. La principal diferencia entre Parlamento y Ejecutivo radica
justamente en el funcionamiento, en el procedimiento de la toma de decisiones. El
procedimiento legislativo es especialmente complejo y está dirigido a permitir una
plural intervención y un amplio debate. Salvo que se quiera aceptar que tal compleji-
dad constituye un fin en sí mismo, parece claro que su finalidad institucional no es
otra que asegurar un especial grado de acierto en las decisiones adoptadas a través de
tal procedimiento. Queda así planteado el problema de los criterios del acierto o la
corrección. Los principios de Estado democrático y de Estado de Derecho, tradicio-
nalmente invocados para justificar la reserva en favor del Parlamento, proporcionan
en este caso escasa ayuda. Por ello, se considera preciso penetrar hasta los valores básicos
que sostienen, no sólo tales principios, sino el entero orden constitucional. Tales va-
lores se encuentran en los dos siguientes: la razón de ser del Estado y de sus órganos
es el hombre, la persona (y no al revés), de un lado, y el fundamento de todo poder
reside en el pueblo (el pueblo en tanto que constituyente y también en tanto que órgano
elector periódicamente activo); valores, que se entienden expresivos del principio
conforme al cual la Constitución exige que las decisiones sean tomadas no sólo por el
pueblo, sino para el pueblo. Esta reconducción a los valores básicos permite hacer
evidentes dos cosas. En primer lugar, la ordenación teleológica unitaria por la Cons-
titución de todos los órganos del Estado: todos ellos deben servir siempre, desde sus
diferentes funciones, a un mismo y único ciudadano. Y en segundo lugar, el concepto
“acierto” o “corrección” no limita su contenido al acierto sustantivo o material, com-
prendiendo, además, una pluralidad de valores y, concretamente, los siguientes: ar-
monía interna de las decisiones, participación del pueblo en éstas, claridad sobre lo
que sea justo o de Derecho y, en definitiva (por la interacción de los anteriores, en
cuanto facilita la aceptación por los ciudadanos de las decisiones estatales), la integra-
ción política. Pues bien, las características propias del legislativo y especialmente de
su funcionamiento (y, en él, de modo central la publicidad de los debates, que posibi-
lita tanto la función de crítica, exposición de los propios argumentos y búsqueda del
apoyo popular en la oposición, como el reforzamiento de la participación popular al
facilitar la opción entre Gobierno y oposición en las elecciones periódicas y también
la clarificación de lo que sea justo en cada caso; es decir, fomenta los valores de acierto
sustantivo, coparticipación popular y seguridad jurídica) hacen de él un locus espe-
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40 En este sentido y para el Derecho alemán, W. R. Schenke, Probleme..., op. cit., pág. 367,
tras constatar –al analizar la significación del principio de igualdad para la Adminis-
tración prestacional– los graves problemas que presenta ésta desde la perspectiva de
los derechos fundamentales, señala la unanimidad doctrinal sobre la vinculación de
dicha Administración in totum por el aludido principio y apunta que, en este sentido,
la igualdad (como revela el principio de vinculación a los propios actos) tiene no sólo
una función defensiva, presentando una dimensión activa o un elemento de status
positivus.
41 Véase la exposición que hace, a este respecto, W. R. Schenke, Probleme..., op. cit., pág.
367 a 369.
42 Sobre la evolución experimentada por el derecho de propiedad son ciertamente
ilustrativas las cuatro importantes Sentencias del Tribunal Constitucional siguientes:
11/1983, de 2 de diciembre; 166/1986, de 19 de diciembre; 37/1987, de 26 de marzo;
y 227/1988, de 29 de noviembre.
42bis El control judicial del poder público administrativo y, por tanto, la jurisdicción con-
tencioso-administrativa, es cuestión a que la doctrina española, consciente de la gra-
vedad de los problemas existentes, de las transformaciones en curso y de los cambios
y reformas que se hacen necesarios y son urgentes, viene dedicando una especial aten-
ción en los últimos tiempos. En nota anterior se dio ya noticia del número monográ-
fico dedicado por Documentación Administrativa y coordinado por L. Martín-Retortillo
al control jurisdiccional de la Administración Pública. Ha destacado sin duda en la
sensibilidad y preocupación por el tema E. García de Enterría: además de su contribu-
ción al expresado número monográfico (con un trabajo sobre La jurisdicción contencio-
so-administrativa hoy ) y los artículos “El problema de los poderes del Juez nacional para sus-
pender cautelarmente la ejecución de las Leyes nacionales en consideración al Derecho comunitario”
y la “Sentencia Factortame del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas”, publicados
en la REDA, Civitas, número 63, pág. 411 y ss, y 67, pág 401 y ss., respectivamente,
véase su libro Hacia una nueva justicia administrativa, Madrid, Civitas, 1989.
Interesa, no obstante, destacar aquí el artículo publicado por J. Tornos Mas en la Revista
de Administración Pública, Ed. CEC, Núm. 122, pág. 103 y ss. (con el título “La situa-
ción actual del proceso contencioso-administrativo ”), en la medida en que incorpora al cer-
tero planteamiento que hace de la crisis del sistema como desbordamiento de sus
propios límites, justamente la perspectiva que se desarrolla en el texto: la de las trans-
formaciones del Derecho administrativo y su incidencia en el esquema de la tutela
judicial frente a la acción de la Administración. Tornos constata la evolución experi-
mentada por la programación normativa de esta acción, en particular tanto la consis-
tente en un mayor margen de libertad de decisión y de discrecionalidad de la Admi-
nistración, como la que se traduce en una distinta forma de atribución de las potestades
(fijación de directrices y fines, más que ordenación clásica de supuestos) y la identifi-
ca con una de las causas de la crisis del contencioso-administrativo, toda vez que el
Juez se ve emplazado a decidir sin parámetro jurídico claro y al enjuiciamiento no
tanto de concretos actos como de conductas administrativas; función ésta para la que
no se encuentra institucionalmente pertrechado. De ahí que Tornos proponga lúci-
damente, siguiendo a P. Badura, la recuperación de la idea de la distinta vinculación
a la Ley de la Administración y del Juez y recuerde con toda pertinencia que el poder
del Juez es sólo soportable, en tanto que legítimo, si está claramente dominado por la
regla jurídica.
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No puede, sin embargo, dejar de llamarse la atención sobre lo delicado del momento
en nuestro país, en punto a la tutela judicial en el orden contencioso-administrativo.
La tendencia que está generalizada, sobre todo en el plano doctrinal, descansa en la
suposición de la homogeneidad de la vinculación “positiva” de la Administración por
el Derecho y es, por tanto, favorable a la plenitud de aquella tutela, sin matización,
modulación o discriminación significativas, llegando, incluso, a la sustitución de la
Administración por el Juez en la decisión. Y desde tal posición reclama, de manera
creciente en los últimos tiempos, la ampliación y la flexibilización de la tutela judicial
cautelar; reclamación potenciada y favorecida por el deficiente funcionamiento de la
tutela judicial definitiva (el lema podría ser, pues, el siguiente: puesto que el otorga-
miento de la justicia se retrasa, con padecimiento de su efectividad, otórguese cuando
menos una rápida tutela judicial cautelar). En este sentido son altamente ilustrativos
los brillantes trabajos recientes de E. García de Enterría antes citados y la excelente
monografía de C. Chinchilla Marín, titulada expresivamente “La tutela cautelar en la
nueva justicia administrativa” (Madrid, Civitas/INAP, 1991).
Nada hay que oponer, antes al contrario, al desarrollo, para su plenitud, de la tutela
judicial cautelar. Yo mismo he abogado en trabajos anteriores en tal sentido. La pre-
ocupación aquí es de otro orden y, en concreto, la de alertar sobre los riesgos de un
rápido despliegue de las potencialidades de la tutela judicial cautelar, sin previa clari-
ficación del modelo de la tutela judicial definitiva (de la que aquélla debe ser instru-
mento) en el orden contencioso-administrativo; clarificación que es sin duda precisa
en la situación presente de obsolescencia creciente del modelo establecido y aún for-
malmente vigente. A fin de concretar sucintamente tales riesgos, a la evolución en
curso mayoritariamente aceptada pueden formularse las siguientes objeciones (cier-
tamente conocidas, pero que conviene recordar y poner de relieve en tanto que oscu-
recidas y postergadas por la aludida evolución).
a) Se apoya implícitamente en una básica identidad de las tutelas judiciales ordinaria
y contencioso-administrativa especializada; presupuesto tácito este, que es cuestiona-
ble. Pues la tutela judicial que aquí nos ocupa está construida constitucionalmente
desde la idea del control (art. 106 de la norma fundamental) y esta idea evoca la divi-
sión funcional del poder público y el reparto o la distribución constitucional entre los
mismos de la toma de decisiones en el plano de la ejecución y aplicación de las Leyes.
Consecuentemente, en la configuración de la tutela judicial de que se trata está en
juego nada menos que el esquema constitucional de distribución de papeles entre los
poderes (según su respectiva idoneidad, apreciada por el constituyente, para la co-
rrecta adopción de las decisiones) cara al proceso de integración social en que se re-
sume la función última del Estado.
Los Tribunales controlan, en efecto, la potestad reglamentaria y la legalidad de la
actuación administrativa, así como el sometimiento de ésta a los fines que la justifican,
justamente porque la tutela que dispensan está referida a la acción (lógicamente pre-
via) de un poder público distinto, dotado de un estatuto constitucional que debe ser
preservado. Conforme a tal estatuto, a dicho poder está atribuida primariamente la
función de definición y realización –en un contexto de “vinculación positiva” de di-
verso alcance e intensidad por el bloque Constitución/Leyes ordinarias– de interés
general; función que no puede ser íntegramente compartida sin más por el Juez. Jus-
tamente el control (pleno) a que se refiere la Constitución expresa la modulación
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als Rechtsproblem, recogidos en Deutsches Verwaltungsblatt (DVBI), año 102, número 22,
15 de noviembre de 1987, pág. 1150 y ss.
56 Buen ejemplo de ello es la Ley 7/1990, de 19 de julio, sobre negociación colectiva y
participación en la determinación de las condiciones de trabajo de los empleados
públicos, que ha dado nueva redacción al entero Capítulo III de la Ley 9/1987, de 12
de junio, de órganos de representación, determinación de las condiciones de trabajo
y participación del personal al servicio de las Administraciones Públicas.
57 G. Haverkate, Leitsätze, op. cit.
58 Ello no significa que no se estén produciendo ya aportaciones y reflexiones estimables
en la doctrina. Pero éstas se concentran más bien sobre las técnicas concretas para
lograr la articulación de un poder público administrativo complejo y plural, tales como
la colaboración, la cooperación o la coordinación.
59 B. O. Bryde, Leitsätze de su intervención como ponente en la reunión en Passau (1987)
de la Asociación Alemana de Profesores de Derecho del Estado sobre el tema Die Einheit
der Verwaltung als Rechtsroblem, recogidos en Deutsches Verwaltungsblatt (DVBI), año 102,
número 22, 15 de noviembre de 1987, págs. 1149 y 1150.
60 B. O. Bryde, Leitsätze, op. cit.
61 G. Haverkate y B. O. Bryde, Leitsätze, obras citadas.
62 En el caso de ejercicio, por diferentes Administraciones, de competencias concurren-
tes o complementarias. La primera regulación general de la cooperación y la colabo-
ración de y entre Administración territoriales y de las técnicas a su servicio se debe a
la Ley 7/1985, de 2 de abril, reguladora de las bases del régimen local, en la línea
innovadora que siempre ha caracterizado en nuestro ordenamiento a la legislación
local.
La cooperación justamente a través de las técnicas organizativas (consorcios) y funcio-
nales (convenios, acuerdos, etc.) previstas por esa legislación viene experimentando
un considerable desarrollo, que contrasta tanto con su parca regulación, como con su
exigua teorización doctrinal. Recientemente y justamente teniendo como referencia
la legislación local, F Lliset Borrell, Los convenios interadministrativos de los entes locales,
REDA, Civitas, número 67, julio/septiembre 1990, pág. 389 y ss.
63 En numerosos pronunciamientos, el Tribunal Constitucional ha venido insistiendo,
reiteradamente, aunque sin alcanzar una suficiente precisión del concepto, en la ne-
cesidad de la coordinación en un Estado como el autonómico. La reciente e impor-
tante Sentencia de dicho Tribunal de 29 de noviembre de 1988 sobre la Ley 29/1985,
de 2 de agosto, de Aguas, ha venido, en sus ftos. jurídicos 20 y 21, básicamente, ade-
más de a confirmar la doctrina previamente establecida en sus Ss. 32/1983, de 28 de
abril; 42/1983, de 20 de mayo; 11/1984, de 1 de febrero; 144/1985, de 25 de octubre;
y 27/1987, de 27 de febrero, a aportar importantes precisiones a la misma y, en parti-
cular, las siguientes:
– En el caso de competencias concurrentes en una misma materia (como la de las
aguas y, en concreto, la planificación hidrológica), las correspondientes Administra-
ciones no pueden realizar las actividades que les incumben respectivamente en régi-
men de estricta separación, pudiendo calificarse el acto de aprobación definitiva por
la Administración del Estado de los planes autonómicos como una actividad material-
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ÍNDICE
ÍNDICE
Sumario ........................................................................................... 9
PRIMERA PARTE
SEGUNDA PARTE
Prólogo .......................................................................................... 73
CAPÍTULO I
INTRODUCCIÓN
Introducción ................................................................................. 77
Notas: ............................................................................................. 83
206
ÍNDICE
CAPÍTULO II
LAS CAUSAS DE LA CRISIS DEL ESTADO
EN CUANTO SISTEMA DE DERECHO PÚBLICO
CAPÍTULO III
EL ESTADO DE SITUACIÓN DE ALGUNAS INSTITUCIONES
CLAVE DEL DERECHO PÚBLICO, PARTICULARMENTE
DEL ADMINISTRATIVO
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