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Celso Furtado

DESARROLLO Y
SUBDESARROLLO

EDITORIAL UNIVERSITARIA DE BUENOS AIRES


DESARROLLO Y
SUBDESARROLLO

CELSO FURTADO

EUDEBA

EDITORIAL UNIVERSITARIA DE BUENOS AIRES

Segunda edición, agosto de 1965


A LUCIA PIAVE TOSI

En un triángulo rectángulo, el cuadrado de la hipotenusa es


igual a la suma de los cuadrados de los otros dos lados; pero conviene
agregar la pregunta: ¿se trata realmente de un triángulo rectángulo?

Stanley Jevons
INTRODUCCIÓN

Desarrollo y subdesarrollo reúne una serie de estudios realizados durante un periodo de


casi diez años. Su unidad se debe a que, durante todo ese tiempo el trabajo del autor persiguió un
mismo objetivo: encontrar caminos de acceso a la comprensión de los problemas específicos del
subdesarrollo económico.
Cuando, más de diez años atrás, el autor comenzó a interesarse en el subdesarrollo, la
ciencia económica de los Estados Unidos, difícilmente ofrecía punto de partida alguno para
abordar la materia. La teoría de los precios, cuerpo central de la ciencia económica, estructurada
dentro del marco de concepción del equilibrio general, excluye toda actitud mental dirigida a los
problemas de dinámica social. El estudiante se habituaba a traducir en términos de análisis
infinitesimal la relaciones básicas de actividad económica, refugiándose en la atmósfera
ratificada de las altas abstracciones. De allí descendía directamente a la geografía económica y a
la descripción de las instituciones. Toda insistencia en las diferencias estructurales hacía nacer la
sospecha de una asimilación insuficiente del método científico de la economía.
Junto a la teoría de los precios y sus ramificaciones, habría de surgir, como una erupción
volcánica, la compleja construcción keynesiana, cuya larga digestión proseguiría en los medios
académicos. Para los economistas formados en la tradición de la teoría del equilibrio, constituye
una auténtica acrobacia mental recorrer las sendas, colmadas de imprevistos, del pensamiento
keynesiano. Mientras tanto, la herramienta del análisis macroeconómico abría perspectivas
enteramente nuevas y contribuía poderosamente a romper la gruesa capa de preconceptos que se
fue acumulando a la sombra de un rigor metodológico cada vez más esteril. Con todo, la
elegancia del modelo keynesiano ocultaba en sus agregados muchos de los problemas más
sugestivos que comenzaban a ser vislumbrados mediante el enfoque macroeconómico.
La tercera ventana que se abría ante quienes pretendían estudiar y comprender el mundo
de los problemas económicos, era la doctrina marxista. En la medida en que ésta descubría la
urdimbre de irracionalidad subyacente en la realidad social contemporánea e impulsaba la
capacidad creadora del hombre hacía la reconstrucción social, contribuía a aproximar los
economistas a los grandes problemas culturales y humanos de la época. Pero, si bien fomentaba
una actitud crítica —casi siempre positiva en los países sudesarrollados, donde la persistencia de
las instituciones superadas constituye un pasivo de difícil liquidación—, el marxismo dificultaba
el libre desarrollo del trabajo científico en el campo de la economía, ya que sus postulados
filosóficos, aceptados como dogma, revestían al análisis económico de un carácter teleológico.
Como en los países subdesarrollados el trabajo más urgente y socialmente necesario, desde el
punto de vista social, era de naturaleza crítica, el pensamiento marxista resultaba sumamente
eficaz, lo que contribuye a su rápida penetración en las fases donde se acelera el proceso de
transformación social. Pero, al no ofrecer soluciones constructivas, fuera de sus posiciones
dogmáticas, limitaba extremadamente la perspectiva del esfuerzo intelectual creador.
Si pretendiésemos sintetizar la contribución de las tres corrientes antes mencionadas a la
aparición de un comienzo de pensamiento económico autónomo y creador en el mundo
subdesarrollado, diríamos que el marxismo fomento una actitud crítica y de desacuerdo, la
economía clásica sirvió para imponer una disciplina metodológica, sin la cuál se produce la
desviación hacia el dogmatismo, y la eclosión keynesiana favoreció la mejor comprensión del
papel del Estado en el plano económico abriendo nuevas perspectivas al proceso de reforma
social.
La evolución del autor en este terreno se cumplió a través de años de trabajo como
investigador y analista, principalmente en su calidad de economista de la CEPAL. La necesidad
de diagnosticar la problemática de los sistemas económicos nacionales en distintas fases del
subdesarrollo, lo llevó a aproximar el análisis económico del método histórico. El estudio
comparativo de problemas similares en el plano abstracto, con variantes condicionadas por
situaciones históricas diversas y con distintos contextos nacionales, lo fue llevando a adoptar,
gradualmente, un enfoque estructural de los problemas económicos. Se halla convencido de que
el esfuerzo más necesario, en el plano teórico, que debe ser realizado en la etapa actual consiste
en la identificación progresiva de aquello que resulta crítico para cada estructura. Posteriormente,
ese esfuerzo servirá de base para una tipología de las estructuras. Evidentemente, se trata del
punto de vista de un economista de país subdesarrollado. No Excluye la posibilidad de que el
trabajo teórico —que se realiza actualmente en los países desarrollados—; tendiente a la
construcción de modelos cada vez más completos de las estructuras industriales típicas más
avanzadas, dentro del cuadro institucional de la libre empresa, siga prestando su utilidad para
precisar conceptos y relaciones de amplia eficacia explicativa.
El primer capítulo de este libro presenta un esquema de la evolución de las ideas relativas
al desarrollo a partir de los clásicos ingleses. El método adoptado fue el de reconstruir el modelo
adoptado en la teoría económica aceptada. El autor no se ha preocupado por lo que pensaban los
economistas sobre el desenvolvimiento en general. Indagó hasta qué punto sus teorías lograban
“explicar” el proceso de crecimiento. Aquellos economistas que realizaron un trabajo
especialmente crítico, como los de la escuela histórica alemana o los institucionalistas
norteamericanos, fueron excluidos por el simple hecho de que no aportaban a la interpretación
sistemática del proceso de crecimiento. En 1954 apareció una primera versión parcial del
presente capítulo, en portugues y en español.1
El segundo capítulo se refiere al mecanismo del crecimiento y constituye un intento de
identificación de aquellas categorías del análisis económico actual, que poseen alguna validez
universal desde el punto de vista de la explicación del proceso de desarrollo. La primera versión
de este capítulo fue preparada en 1952, y fue el resultado de un intento de sentar las bases de una
técnica de la planificación económica. Fue publicada parcialmente en portugues en 1952; en
traducciones al español en 1953 y al inglés en 1954.2

1 Ver A Economia Brasileira, Rio, 1954, Cap. VI, y El Trimestre Económico, julio-septiembre 1954.
2 Ver Revista Brasileira de Economia, septiembre 1952; El Trimestre económico, enero-marzo 1953:
International Economic Papers N° 4, 1954.
El capítulo tercero es un ensayo de integración del análisis económico con el método
histórico, en un intento de explicar los orígenes de la economía industrial, base de la moderna
cultura occidental. La primera versión de ese ensayo fue publicada en portugues, en 1955, y
traducida al español en 1956.3
El capítulo cuarto inicia una discusión en torno del problema específico del
subdesarrollo, discusión que se extiende a los dos capítulos siguientes. Junto con el capítulo
quinto, el cuarto constituye una monografía presentada por el autor en 1958, como tesis del
concurso para la cátedra de Economía Política de la Facultad de Derecho de la Universidad del
Brasil.
El capítulo sexto fue escrito en 1960, y constituye un ensayo de aplicación de las ideas
formuladas en los capítulos anteriores a la interpretación del desarrollo brasileño durante las tres
últimas décadas.
Desarrollo y subdesarrollo se dirige a una cantidad creciente de personas, particularmente
de la nueva generación, que se preocupan por los problemas del subdesarrollo. El autor está
convencido de que resulta cada vez más urgente realizar un esfuerzo de crítica y de nueva
formulación del pensamiento económico, tendiente a un conocimiento más eficaz de los
problemas de subdesarrollo. Con el objeto de contribuir a que se realice dicho esfuerzo, pública
estos ensayos —simples exploraciones en tierras casi vírgenes— que podrán tener la virtud de
sugerir algunos puntos de partida para una discusión preparatoria de esa tarea constructiva.

C.F.

Recife, febrero de 1961.

3 Ver Econômica Brasileira, enero-marzo 1955, y El Trimestre Económico, abril-junio 1956.


PRIMERA PARTE

DESARROLLO
CAPÍTULO 1

LA TEORÍA DEL DESARROLLO EN LA CIENCIA ECONÓMICA

INTRODUCCIÓN

La teoría del desarrollo económico trata de explicar, en una perspectiva macroeconómica,


las causas y el mecanismo de aumentos persistentes de la productividad del factor trabajo, y sus
repercusiones en la organización de la producción y en la forma en que se distribuye y utiliza el
producto social. Esa tarea explicativa se proyecta en dos planos. El primero —en el que
predominan las formulaciones abstractas— comprende el análisis del mecanismo, propiamente
dicho, del proceso de crecimiento, lo que exige la construcción de modelos o esquemas
simplificados de los sistemas económicos existentes, basados en relaciones estables entre
variables de posible representación numérica y consideradas de sobresaliente importancia. El
segundo —que es el plano histórico— incluye un estudio crítico, confrontando con una realidad
determinada, de las categorías básicas definidas por el análisis abstracto. No basta construir un
modelo abstracto y elaborar la explicación de su funcionamiento. Resulta de igual importancia
verificar la eficacia explicativa de este modelo frente a una realidad histórica. Solamente esa
verificación podrá indicar las limitaciones que se producen en el nivel de abstracción en que fue
elaborado el modelo y sugerir las modificaciones que deben ser introducidas para darle validez
desde el punto de vista de determinada realidad.
Las relaciones estables (de tipo funcional o causal-genético) con que trabaja el
economista no se derivan directamente de la observación del mundo real, sino de esquemas más
o menos simplificados de esa realidad. Por lo tanto, el problema metodológico que se presenta al
economista es el de definir el nivel de generalidad —o de concreción— en el que resulta válida
una relación de valor explicativo, cualquiera que sea. En otras palabras: hasta qué punto es
posible eliminar, de determinado modelo abstracto, las suposiciones simplificadoras que resultan
incompatibles con la realidad histórica en estudio sin que ello signifique anular su eficacia
explicativa. Este problema metodológico tiene particular importancia en el terreno de la teoría
del desarrollo, por dos razones principales. La primera es que, en este caso, no es posible
eliminar el factor tiempo o ignorar la irreversibilidad de los procesos económicos históricos. Eso
dificulta toda generalización basada en observaciones realizadas en determinado momento. La
segunda, es que tampoco pueden pasarse por alto las diferencias de estructura entre las
economías de distinto grado de desarrollo. Como las relaciones mencionadas presuponen cierta
estabilidad estructural, el problema que se nos presenta es doble: primero, saber hasta qué punto
es posible generalizar, para otras estructuras, las observaciones efectuadas respecto de una de
ellas; segundo, definir relaciones que sean suficientemente generales como para tener validez en
el curso de determinadas modificaciones estructurales. ¿Qué validez explicativa podrán tener las
observaciones realizadas respecto de un modelo suficientemente general como para cumplir
todos esos requisitos? El rigor del análisis económico consiste, precisamente, en definir los
límites de esa validez. El esfuerzo en el sentido de alcanzar más altos niveles de abstracción debe
ser acompañado por otro cuyo objeto sea definir, en función de las realidades históricas, los
límites de validez de las relaciones deducidas. El doble carácter de la ciencia económica
—abstracto e histórico— se hace así evidente, con toda plenitud, en la teoría del desarrollo
económico.
El hecho de que la economía haya parecido, hasta nuestros días, una ciencia puramente
abstracta se debe a que, a partir de Ricardo, su objetivo se ha limitado, prácticamente, al estudio
de la repartición del producto social. Cuando se encara el proceso económico desde el punto de
vista de la distribución del flujo de la renta social, pronto se identifican algunas categorías que,
por su generalidad, permiten el análisis en un elevado nivel de abstracción. Esa generalidad
alienta al analista a revestir de validez universal las teorías que formula, aunque la base de sus
observaciones resulte sumamente limitada. Veamos un ejemplo: la teoría ricardiana de la renta de
la tierra. La escasez relativa y la diversidad de tipos de tierra arable son observaciones que, si
bien fueron realizadas en un condado de Inglaterra, tienen toda la apariencia de una vigencia
universal. Al hacer derivar de estos factores el fenómeno de la renta, Ricardo podía esperar que
su teoría tuviese un carácter de universalidad. Sin embargo, ni la escasez relativa de la tierra
puede ser universalizada o considerada en términos absolutos, ni pueden pasarse por alto, en
cualquier estudio del producto social, las formas de organizar la producción.
El economista que observa los procesos económicos, no con una perspectiva
exclusivamente distributiva sino, principalmente, como un sistema de producción, deberá
necesariamente descender al plano histórico, lo que lo obligará a ser más prudente en sus
generalizaciones. El mismo Ricardo puede servirnos de ejemplo. Es sabido que dicho economista
no se interesaba por los problemas ligados a la producción, considerándolos explícitamente fuera
del campo de la economía. A pesar de todo, en la tercera edición de sus Principles, incluyó un
capítulo dedicado al estudio de las repercusiones que tuvo la introducción de las máquinas en la
organización de la producción. Afirma allí, con la gran oportunidad, que las generalizaciones
efectuadas sobre la base de la experiencia inglesa no se aplican a muchos países (que hoy
llamaríamos subdesarrollados), cuya disponibilidad relativa de factores difiere de la que
caracteriza a Gran Bretaña.1 Así el problema de la naturaleza abstracta o histórica del método
con que trabajaba el economista, no es independiente de los problemas que lo preocupan. El
desarrollo económico constituye un fenómeno de evidente dimensión histórica. Toda economía
en evolución debe enfrentar una serie de problemas que le son específicos, aunque muchos de
ellos resulten comunes a otras economías contemporáneas. El conjunto de los recursos naturales,

1 D. Ricardo: On the Principles of Political Economy and Taxation, cap XXXI (incluido en Works).
las corrientes migratorias, el orden institucional o el grado relativo de evolución de las
economías contemporáneas singularizan cada fenómeno histórico de desarrollo. Tomemos un
ejemplo al respecto: Cuba. Pocas economías se han desarrollado con mayor rapidez que la de ese
país, gracias a una creciente integración en el comercio internacional. Pero también pocas
economías encuentran hoy, como esa, mayores dificultades para salir del estancamiento debido a
la índole de sus relaciones de intercambio exterior. Así el comercio exterior aparece, en este
caso, como un factor que al mismo tiempo estimula y traba el desarrollo.2
A pesar de todo, no resultaría menos anticientífica la posición del economista que se
limitase a una simple descripción de los casos históricos de desarrollo. Jamás lograría
comprender, por ejemplo, el papel que desempeñan las fluctuaciones en la exportación del azúcar
en relación al proceso de formación del capital en la economía cubana, a menos que contase con
el adecuado instrumental analitico, el cuál no existiria si la ciencia económica no hubiese
alcanzado cierto grado de universalidad en la definición de una serie de conceptos básicos, cuya
validez explicativa, aunque limitada, tiene innegable importancia práctica. Y cuando olvidamos
los límites de esa validez al abordar los problemas inherentes a las situaciones históricas,
pasamos subrepticiamente del campo de la especulación científica al de la dogmática. Por
ejemplo, entre las llamadas “grandes leyes” de la economía clásica se encontraban la de la “libre
competencia” y la del “libre cambio”. En última instancia, ambas constituían construcciones
lógicas basadas en observaciones fragmentarias, en una psicología humana simplificada, en
determinada estructura social y en las relaciones existentes entre economías en expansión y
economías relativamente paralizadas. Y a fuerza de ser repetidas acabaron por convertirse en
dogmas. Por ese motivo, y durante mucho tiempo, la economía perdíó el carácter de ciencia
objetiva, para transformarse en un conjunto de preceptos.3
De este modo, la crítica permanente del pensamiento económico, por parte de los propios
economistas, constituye un requisito para el adelanto de esta ciencia.

2 Escrito en 1954.
3 “Nos damos perfecta cuenta de que, durante el siglo pasado, los economistas, al hablar en nombre de su
ciencia, estaban ventilando puntos de vista respecto de lo que consideraban socialmente imperativo. Basándose en
sus descubrimientos científicos, trataban de determinar el sentido de aquello que resulta económicamente «deseable»
o «justo», del mismo modo que se oponen a ciertas políticas con el argumento de que su realización disminuye el
«bienestar» general o implicaría «descuidar» (o hasta «infringir») las leyes económicas. Aun cuando no sea
expresado en forma explícita, las conclusiones implican indudablemente la idea de que el análisis económico puede
proporcionar leyes en el sentido de normas, y no simplemente leyes en el sentido de repeticiones comprobables y de
regularidad en hechos reales y posibles” Gunnar Myrdal, The Political Element in the Development of Economic
Theory, Londres, 1953, pág. 4.
EL PUNTO DE VISTA DE LA ECONOMÍA CLÁSICA

Decíamos antes que el aumento de la productividad del trabajo y sus repercusiones en la


distribución y utilización del producto social constituyen el problema central de la teoría del
desarrollo. Sin embargo, en este caso, lo que interesa no es el aumento de productividad en esta o
aquella empresa, per se. Si bien es cierto que, de manera general, no se puede aumentar la
productividad del conjunto sino a través de mejoras en la productividad de las empresas
individuales, resultaría erróneo pretender deducir del estudio específico de dichas empresas, o
del mecanismo de mercados aislados, una teoría del desarrollo.4
El aumento de productividad económica en el plano de la empresa sólo significa, algunas
veces, el aumento de ganancias para el empresario, sin repercusión alguna sobre la renta global.
Por consiguiente, no se debe confundir el aumento de productividad —en el plano
microeconómico— con el desarrollo, el cuál difícilmente podría concebirse sin un aumento de la
renta real per cápita. Sin embargo, el aumento de productividad física en el plano de la empresa,
es un fenómeno de gran importancia para el mecanismo del desarrollo por el hecho de que,
muchas veces, es un factor la mano de obra.
Definiendo la productividad social como el producto total por unidad de tiempo de
ocupación de la fuerza de trabajo de una colectividad, se deduce que la teoría del desarrollo
constituye, principalmente, una teoría macroeconómica de la producción. Es por esta vía que
puede encuadrarse la teoría del desarrollo dentro de la teoría económica general. Por
consiguiente, al formular la teoría de la variantes de producción a largo plazo, los economistas
estarían suministrándonos las bases para una teoría del desarrollo económico.
Veamos hasta qué punto llegó a ser efectivamente formulada dicha teoría. ¿Qué cabe
esperar de una teoría de la producción? Que nos describa de qué manera se va transformando,
históricamente, el proceso de la producción; que nos indique las causas de las modificaciones en
sus niveles; que nos exponga el mecanismo del proceso de producción y las relaciones
funcionales y de casualidad entre las variables correspondientes; que nos indique las relaciones
entre la estructura del aparato productivo y la forma de distribución de la renta, y entre las
modificaciones de esta última y el ritmo de acumulación; finalmente, que nos diga cuál es la tasa
máxima virtual de acumulación y en qué condiciones puede ser lograda, ya sea en las economías
de libre empresa como aquellas que cuentan con un control central sobre la utilización de los
factores de producción.
Ahora bien, en líneas generales, los economistas no solo no se preocupan,
sistemáticamente, por los problemas relacionados con el proceso productivo, sino que algunas
veces llegan a declarar, explícitamente, que los mismos escapan a los objetivos de la ciencia
económica.5 En la obra de Adam Smith, el estudio de la producción, aunque tratado en forma
desigual, ocupa un espacio considerable. Se aplicó a un problema que luego desaparecería,
prácticamente, del pensamiento de los clásicos ingleses: ¿Por qué aumenta el producto social?

4 Véase, más adelante, pág. 68, la crítica keynesiana sobre el enfoque neoclásico a este respecto
5 Edwin Canaan: Historia de la Teorías de la Producción. Fondo de Cultura Económica. México, 1942.
Atribuyó la causa de este fenómeno a la división del trabajo, a la cuál adjudica tres virtudes:
aumento de habilidad en el trabajo, economía de tiempo y posibilidad de usar las máquinas.
Después de una salida tan feliz, el análisis de Smith desciende bruscamente de nivel: afirma que
la división del trabajo es el resultado de la “tendencia a comerciar” que tiene el hombre, y que el
volumen del mercado limita la división del trabajo. Caemos así en un círculo vicioso, ya que el
volumen del mercado depende del nivel de la productividad y este último de la división del
trabajo, a la que, a su vez, depende del volumen del mercado.6
Siguiendo a J. B. Say, los clásicos de la primera mitad del siglo XIX clasificaban los
“elementos de producción” en tres grupos: tierra, capital y trabajo. Eso no obstante, atribuían al
trabajo el origen de todo “valor”, resultando el producto social de la cantidad de trabajo
realizado, directa e indirectamente. Con todo, la cantidad de trabajo que podía ser empleado se
hallaba determinada por la suma del capital acumulado. Esa teoría establecía, implícitamente,
que el nivel de los salarios reales no era arbitrario y que por consiguiente, no podía ser
modificado por la acción de los sindicatos o del gobierno, sino que dependía de la oferta de
trabajo y de la capacidad de empleo de la economía. Ahora bien, la capacidad de empleo era una
función de la acumulación del capital.7 No obstante su objetivo limitado, resulta evidente el
alcance que podría tener esa teoría como explicación del proceso histórico del aumento de la
producción.
Sin embargo, los economistas de la primera mitad del siglo XIX —por lo menos en
Inglaterra— no veían en el proceso de la acumulación del capital la clave de una teoría del
desarrollo progresivo, sino una prueba de que la evolución que entonces se observaba constituía
un fenómeno fugaz. Su razonamiento se encontraba preso en las tenazas del “principio de la
población”, formulada por Malthus, y de la “ley de los rendimientos decrecientes”, que se
suponía prevalecía en la agricultura. Estas dos tenazas poseían un claro fundamento ideológico,
orientándose la primera hacia la teoría de los salarios y la segunda a la renta de la tierra. Ricardo,
gran ideólogo de la clase industrial inglesa, aducía que la renta de la tierra tendía a crecer a
medida que se utilizaban tierras de inferior calidad. Por otra parte, siguiendo el “principio de
Malthus”, afirmaba que la población tendía a crecer siempre que el salario obrero iba más allá
del nivel de la simple subsistencia. Cuando la relación tierras-población era favorable, como
sucedía en los países de colonización reciente, los salarios eran altos y los lucros elevados. El
ritmo de acumulación tenía que ser grande y baja la renta del suelo. Pero los salarios elevados
significaban un crecimiento rápido de la población y la utilización de tierras de calidad inferior.
Aumentando el precio de los alimentos, aumentaba también el costo de la mano de obra, al
mismo tiempo que subía la renta de la tierra. De esa manera, la productividad media de la
población ocupada tendía a bajar, al mismo tiempo que se elevaba la renta de la tierra. Los
salarios descienden al nivel de subsistencia y las ganancias tendían a desaparecer. Teniendo en
cuenta ese patrón, Ricardo establecía dos principios de grán alcance práctico. El primero era que

6 Adam Smith: In Enquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations. Ed. de Edwin Cannan. Ver
capítulos I, II y III.
7 En estricta verdad, era función del “fondo de salarios”, que venía a ser el capital circulante disponible .
la elevación de los salarios presupone la acumulación de capital, no pudiendo ser realizada a
costa del sacrificio de las ganancias de los empresarios; el segundo era que la clase de los
terratenientes constituye un creciente peso social, el que solamente podía ser reducido mediante
una política de libre importación de productos agrícolas.
Sobre la base de estos argumentos polémicos, desarrollados por los economistas de la
clase industrial inglesa al calor de la lucha contra los propietarios de la tierra y contra la clase
obrera que comenzaba a organizarse, J.S. Mill formuló su célebre “teoría general del progreso
económico”, que, en rigor de verdad, constituía una teoría sobre “la tendencia al estado
estacionario”.8
Cabría preguntar: ¿y qué papel desempeña el progreso técnico dentro del proceso
económico? Para J. S. Mill, ese progreso retarda el advenimiento del estado estacionario, pero no
puede evitarlo, ya que la presión tendiente a la disminución de las ganancias sería cada vez
mayor. Ricardo, con mayor sentido práctico, supo utilizar el argumento del progreso técnico con
fines polémicos: “A medida que el capital y la población de un país aumentan, decía, la
producción se hace más costosa, y los precios de la subsistencia, en líneas generales, se elevan.”
Ahora bien, el alza de los alimentos provoca el aumento de los salarios, y el alza de los salarios
tiende a orientar más activamente al capital hacia el uso de las máquinas. Las fuerzas mecánicas
y las humanas se encuentran en perpetua competencia y sucede a menudo que las primeras no
son empleadas sino cuando se eleva el precio de las segundas.9 Por consiguiente, el progreso
técnico representaría un medio de defensa de la clase capitalista contra la elevación de los
salarios. Pero el aumento de los salarios no beneficiaría a los obreros sino a aquellos que
usufructuarían la renta del suelo. Por consiguiente, la clase obrera quedaba comprimida entre los
capitalistas —que se podían defender con el progreso técnico— y los dueños de la tierra,
beneficiarios de un monopolio particularmente antisocial. De esta manera, Ricardo conjuraba
todas las fuerzas sociales contra el principal adversario de la clase industrial, que eran los
propietarios de las tierras. Pero este argumento incluía, asimismo, de manera igualmente
implícita, la idea de una tendencia a la paralización.
Ricardo admite también que el progreso técnico, en determinados casos, aumenta de tal
forma el producto líquido que todas las clases resultan beneficiadas, incluso la obrera. De todos
modos, los economistas clásicos, en líneas generales, veían en el progreso técnico, sobre todo, un
medio para substituir la mano de obra por el capital. La sutileza de Smith, que atribuía el
aumento de la productividad a la división del trabajo, dejando de lado los efectos ejercidos sobre
aquélla en virtud de la mayor densidad de capital por persona ocupada, creó serias dificultades
verbales casi insuperables para sus adeptos. Si el aumento de la productividad resultaba de la
división del trabajo, entonces aquél debía ser atribuido al trabajo, y no al capital. La acumulación
de este último resultaba apenas una exigencia emanada de la misma división del trabajo.10

8 John Stuart Mill, Principles of Political Economy, Londres, ed. 1895, págs. 494-8
9 Obra citada
10 Para Smith, la división del trabajo debía ser precedida por la acumulación del capital (circulante), (obra
citada, tomo I, pág. 258), pero aquélla la que estimulaba el uso del capital fijo, particularmente [Sigue adelante]
No cabe duda, los economistas clásicos, al constituir sus esquemas, siempre parecen tener
en cuenta las economías que se hallan en proceso de desarrollo. En Adam Smith, esa idea del
desarrollo surge explícitamente y en forma dogmática. El progreso económico parecería ser un
fenómeno natural que se produce “en casi todas las naciones… hasta en aquellas que no han
disfrutado de gobiernos prudentes y parsimoniosos”.11
Pero esa idea del progreso económico no encuentra, en Smith, una explicación que la
integre en el cuerpo de la ciencia económica. Si bien se refiere ampliamente a la acumulación de
capital, se limita a describir exteriormente ese proceso, sin percibir sus vinculaciones íntimas con
el progreso técnico y con el aumento de la productividad. Como ya hemos visto, los discípulos
de Smith, llevados por sus preocupaciones polémicas, enfocaron el problema de la acumulación
del capital desde el punto de vista de la teoría de la distribución.12 Les interesaba saber si los
niveles de rendimiento del suelo y de los salarios tenderían o no a elevarse, en términos relativos,
con la acumulación del capital. Por consiguiente, convertirse a este proceso en un dato cuyas
vinculaciones causales poco preocupaban.
Finalmente, J. S. Mill, al intentar una nueva formulación de la teoría del desarrollo de la
producción, mediante instrumentos y conceptos que habían sido forjados al calor de la polémica
sobre la distribución, nos presentó ese gran absurdo que es una teoría del “progreso económico”
que solamente nos dice por qué no puede haber progreso. Reconoce que la economía de su época
se encuentra en crecimiento, pero para ser consecuente con sus premisas, insinúa que una
paralización es fatal. A pesar de todo, hace la siguiente afirmación sumamente vaga, que abre la
puerta a cualquier salida: “...si no la hemos alcanzado (la paralización) hace ya mucho tiempo, es
porque ese objetivo huye delante de nosotros.”13 ¿Y cuál es el motivo? Y aquí tenemos lo más
sorprendente de todo el cuadro: porque el progreso de la técnica y la exportación del capital han
modificado los datos del problema. Es obvio si J. S. Mill hubiese pensado inicialmente en
términos de producción, no habría construido su modelos pasando por alto el más dinámico de
todos los elementos que intervinieron en aquélla: el adelantado de la técnica. Habría percibido,
sin lugar a dudas, que lo más importante era explicar por qué se modifican los términos del
problema. Sin embargo, se limitó a llevar a sus últimas consecuencias el argumento con que
Ricardo pretendió demostrar que el motor del progreso social, que son las ganancias, se
encuentra constantemente amenazado, en su funcionamiento, por el aumento del costo de la
mano de obra, sea por el alza arbitraria de los salarios, sea por el aumento de la renta de la tierra,
producida por una política proteccionista.

[Viene de la página anterior] máquinas (ob. cit. Tomo I, pág. 325). De todos modos, no parece reconocer que una
mejora técnica pueda aumentar la productividad del trabajo, sin que se produzca antes una acumulación de capital:
“Solamente por medio de un agregado de capital un empresario puede proveer a sus obreros de mejores máquinas o
lograr una mejor distribución del trabajo entre ellos” (Obra citada, Tomo I, pág. 325.)
11 Obra citada, Tomo I, pág. 326.
12 En el prefacio de sus Principles, Ricardo afirma que el principal problema de la Economía Política es
“determinar las leyes que regulan” la distribución.
13 Obra y lugar citados
EL MODELO DE MARX

La posición de Marx dentro del desarrollo de las ideas que forman la ciencia económica
constituye un caso particular que se presta a interpretaciones contradictorias. Las siguientes
observaciones tienen el objeto limitado de investigar su contribución a la formulación de una
teoría del desarrollo o, en otras palabras, de definir el alcance del modelo que construyó como
elemento explicativo del proceso de desarrollo de la economía capitalista.
Es necesario no olvidar, de entrada, que Marx partió de una posición filosófica
determinada, respecto a la historia, para efectuar su análisis económico. No una filosofía de la
historia. Pero ninguno de los que hemos mencionado hasta ahora utilizó el análisis económico
como principal instrumento para fundamentar una teoría de la historia. Correspondió a Marx
realizar esa tarea por primera vez, y esta circunstancia revistió a sus ideas de una extraordinaria
fuerza de penetración. La enorme influencia que alcanzó no se debe al hecho de que sus teorías
económicas representasen un gran adelanto para el desarrollo del análisis económico de su
época, ni a que su filosofía de la historia (y el mensaje en ella implícito) constituyese un avance
considerable dentro del movimiento de las ideas socialistas del siglo XIX, sino al hecho de que
valiéndose de los instrumentos de análisis de la única ciencia social que alcanzó cierto rigor
metodológico, sentó las bases de un conjunto de concepciones filosóficas que traducían, y siguen
traduciendo, los anhelos de constante renovación de la cultura moderna surgida de la revolución
industrial.
En un pasaje repetidamente citado,14 Marx nos relata cómo sus conjeturas filosóficas lo
llevaron al análisis económico. La Filosofía del Derecho, de Hegel, lo indujo a meditar sobre las
causas que determinaran las formas del Estado y sobre las relaciones jurídicas entre los
ciudadanos. ¿Cómo explicar esos hechos sobre la base de una simple hipótesis relativa a la
evolución general del espíritu humano? ¿Hasta qué punto desempeñan allí un papel las
relaciones materiales de la vida? A medida que meditaba sobre esa materia, iba dándose cuenta
de que “la anatomía de la sociedad debe ser buscada en la economía política”. Finalmente, llegó
la conclusión —que pasará a ser la base filosófica definitiva de su obra— de que la producción
de los medios de subsistencia del hombre constituye un hecho social, del que derivan relaciones
de producción determinadas y necesarias y que esas relaciones corresponden al grado de
desarrollo de las fuerzas productivas. Posteriormente, todos los esfuerzos de Marx, en el plano
económico, se orientarán hacia: a) identificar las relaciones de producción fundamentales del
régimen capitalista y b) determinar los factores que actúan en el sentido de desarrollo de las
fuerzas productivas, esto es, los factores que conducen a la superación de ese régimen. Es
menester no perder de vista estos objetivos últimos, ya que todo el pensamiento económico de
Marx constituye un esfuerzo en esa dirección.

14 Contribución a la crítica de la economía política, 1859, “Prefacio” Las referencias al texto han sido
tomadas de la traducción francesa de Laura Lafargue.
Hemos visto, en la sección anterior, que el pensamiento de los clásicos asume una forma
activa, pudiendo considerársela hasta cierto punto revolucionaria. Efectivamente, los clásicos
adoptaron una actitud de aguda crítica respecto a los resabios de sociedad feudal que
entorpecían, en su tiempo, el pleno desarrollo de las fuerzas del capitalismo. Como consecuencia
de su actitud filosófica, Marx asumirá, frente al conjunto de las instituciones políticas de su
época, una posición casi única entre los economistas de la segunda mitad del siglo XIX. Imbuido
de la dialéctica hegeliana, a la que llamó “ciencia de las leyes generales del movimiento, tanto
del mundo externo como del pensamiento humano”, Marx observaba el capitalismo no
solamente desde el punto de vista de su dinámica general, de sus “contradicciones internas”, de
sus dimensiones históricas, de su comienzo y fin. Los clásicos pensaban en términos evolutivos
en retroceso, como el coronamiento de la evolución humana. Marx, atribuyendo un fundamento
ideológico a esa posición, trató de demostrar el sentido histórico de las instituciones capitalistas.
En síntesis, la posición de los clásicos puede ser calificada de ideológico-revolucionaria,
tratándose de una racionalización de fuerzas tendientes a consolidar una situación histórica en
franco avance. La posición de Marx, por otra parte, podría ser calificada de
utópica-revolucionaria: racionalización de fuerzas tendientes a superar una situación histórica
consolidada.

Relaciones de producción y teoría de la plusvalía

Veamos ahora de qué manera utilizó Marx el análisis económico clásico para
fundamentar su concepción de la historia, sentando las bases de una teoría de acción política.
Hacemos notar que en el centro de sus preocupaciones se encontraba el problema de las
relaciones de producción. No tardó Marx en darse cuenta del alcance que tenía, para el análisis
de las relaciones de producción en el régimen capitalista, la teoría del valor-trabajo de los
economistas clásicos. Éstos la habían utilizado como instrumento para la formulación de una
teoría elemental de los precios. Pero Marx vio en ella algo mucho más importante: el fundamento
para su teoría de la plusvalía que, en última instancia, es la “anatomía” de la lucha de clases en el
régimen capitalista.
La ley del valor o teoría del valor-trabajo surgió en la economía clásica, de acuerdo a
Myrdal,15 como consecuencia de la doctrina del derecho natural, el cuál “legitimaba” la
propiedad mediante el trabajo. Ya con Adam Smith, sirvió de fundamento para una teoría de los
precios, resultando más o menos obvio que dos cosas que requerían el mismo tiempo para ser
hechas, debían tener el mismo valor, debiendo ser vendidas a precios aproximadamente iguales.
Dentro de una economía de artesanos y agricultores, este raciocinio revestía amplia validez. Tal
como hemos visto, Smith contribuyó a que esa manera de encarar el problema del “valor” se con-

15 The Political Element in the Development of the Economic Theory, Londres, pág. 80.
solidase, sobreestimando los efectos de la división del trabajo, al que atribuía todos los aumentos
de productividad. El menester no olvidar que en la época de Smith, el capital no era otra cosa que
en la reserva de los bienes de consumo, cuyo periodo de rotación era sumamente reducido.
Bastaba aumentar esa reserva para que incrementase el número de personas ocupadas, lo que
determinaba un mayor rendimiento. Los economistas clásicos siguieron pensando en el capital en
términos de “fondo de salarios”, no obstante el enorme desarrollo experimentado posteriormente
por el capital fijo en los procesos productivos. Pero Marx refutó ampliamente ese punto de
vista.16
La ley del valor, que en una economía precapitalista constituía un simple punto de partida
para una teoría de los precios relativos, en manos de Marx asume otra importancia. En primer
lugar, éste razona en términos abstractos y macroeconómicos. Define al trabajo como el conjunto
de la capacidad de trabajo de una colectividad. El valor de cada bien es la materialización de una
parcela de ese “trabajo abstracto”, Independientemente el precio que pueda tener en el mercado
ese bien, su “valor”, para la colectividad, es dado por esa parcela de trabajo abstracto. Sin
embargo, ese trabajo abstracto no existe en el aire y sin la “fuerza de trabajo” de los trabajadores.
Ahora bien, la fuerza de trabajo es una mercadería que se vende y se compra en el mercado, y
que tiene el don de traer implícito aquel trabajo abstracto. Marx utiliza una dicotomía
aristotélico-smithiana entre valor-de-uso y valor-de-trueque para explicar ese fenómeno. El valor
de uso del trabajo es la capacidad creadora del “valor” del trabajo abstracto, y su valor de trueque
es el precio de venta de la fuerza de trabajo, o sea el salario del trabajador. El alcance de esa
diferencia es muy grande. En efecto, si se limita la capacidad de crear “valor” al trabajo, siendo
su precio el salario, puede deducirse que el “valor” de los bienes es dado por lo que ellos cuestan
en salarios. La diferencia establecida por Marx tiende a dejar bien en claro que el “valor” es
creado por aquella parcela de trabajo “socialmente necesario” que se incorpora al bien, la que de
ninguna manera corresponde a la cantidad de fuerza de trabajo que el obrero vende al patrón, de
acuerdo con las condiciones del mercado.
Veamos ahora el verdadero alcance de la dicotomía entre el trabajo y la fuerza de trabajo.
Desde el punto de vista macroeconómico, el trabajo es, evidentemente, la fuente del producto
social, o sea de la cantidad de “valor” que la colectividad crea en determinado periodo de tiempo.
Concebida una colectividad de recursos naturales y los equipos acumulados, pueden ser
considerados como datos. El trabajo pasa a ser el único factor de producción, pudiendo afirmar
que el nivel de producción será determinado por la cantidad de trabajo realizado. Después de
razonar en ese nivel de abstracción, Marx pasa de inmediato a argumentar en términos del
trabajador individual, cuya fuerza de trabajo sería la fuente de toda aquella masa de trabajo
social. En otras palabras sólo existe una fuente de trabajo socialmente útil, que es la fuerza de
trabajo del asalariado. Y de allí dedujo que la capacidad productiva de las colectividades es la
suma de las fuerzas de trabajo de los asalariados.

16 Véase en particular El Capital, vol. I, capítulo XXIV, sección 5. Todas las citas de esta obra son de la
edición inglesa realizada bajo la dirección de Engels y reimpresa en Moscú en 1954.
Todo lo que no sea trabajo asalariado es pasado por alto, no teniendo capacidad alguna
creadora de “valor”. De este modo, basta comparar el producto líquido social con la masa de
salarios pagados en su producción, para definir la “plusvalía” que corresponde al fruto del
trabajo no pagado de los obreros.
La teoría del “valor” de Marx ha sido ampliamente criticada, desde la época de
Bohn-Bawerck. Aunque esas críticas parezcan contundentes, sus efectos sobre los adeptos de
dicha teoría han sido mínimos. Es que dichas críticas, por lo general, tienden a objetivos
secundarios. En efecto, los críticos han partido siempre de la idea de que una teoría del valor no
puede tener otro objetivo que servir de base para una teoría de los precios relativos. Es fácil
demostrar que, como base de una teoría de los precios relativos, los alcances de la teoría del
valor de Marx resultan limitados17. Ahora bien, lo que éste tenía en vista no eran los precios
relativos de las mercaderías, sino establecer las bases para una teoría de la plusvalía.
La transición efectuada por Marx desde el plano macroeconómico (masa del trabajo
social) al microeconómico (fuerza de trabajo del individuo) tiene implicaciones muy distintas
cuando se pasa de la estática a la dinámica. Efectivamente, en “determinado período de tiempo”
se puede admitir, como datos los recursos, la técnica y el capital acumulado, razonándose como
si existiese un solo factor de producción: el trabajo. Pero si comparamos dos períodos de tiempo
distintos, el problema se presenta de otra forma, puesto que para seguir razonando en términos de
un solo factor debemos atribuir todos los aumentos de productividad a ese factor único. A fin de
mantener esa posición, Marx desvío dejar de lado el “tiempo” en el proceso productivo, pero lo
hizo razonando en términos microeconómicos. Rebatió las tesis clásicas de que el ahorro es un
sacrificio y demostró que se trata, simplemente, de una consecuencia de la gran concentración de
recursos en pocas manos. Al ahorrar, los capitalistas solo están asegurando su monopolio de los
bienes de producción, y preparándose para apoderarse de una mayor parte del producto social.
Evidentemente, este argumento tiene sentido en el plano microeconómico, pero no en el
macroeconómico. Cualquiera que sea la forma de apropiarse del producto social, si una parte del
mismo no es ahorrada no se producirá aumento de productividad. Puede afirmarse que ese ahorro
es “trabajo sin retribución” de los trabajadores. Pero no se puede pasar por alto el hecho de que
sin él no habría aumento de productividad. Descendiendo al plano microeconómico, Marx
argumentó en términos estrictamente morales, indicando que el “sacrificio” sería hecho por los
trabajadores. Y para evitar contracciones en el plano macroeconómico, estableció arbitrariamente
una diferencia entre el producto resultante del trabajo y el que deriva del aumento de la
productividad. El primero constituía una fuente de “valor”, y el segundo no.
Según Marx, el trabajo no solamente es la única fuente de “valor”, sino que también
posee el don de “transmitir a su producto el valor de los medios de producción incorporados al
mismo”18. Llegó a afirmar que un tejedor inglés y otro chino que trabajan el mismo número de

17 En el tomo III de El Capital, Marx desarrolla su teoría de los precios sobre la base de los “precios de
producción”, y los que incluyen una “tasa media de lucro”. Esa teoría ya se encontraba implícita en el tomo I, tal
como indicaremos más adelante.
18 “Capital”, Tomo I, Pág. 605.
horas y con la misma intensidad, “crean valores iguales”19. Por otro lado afirma: “Si bien la
misma cantidad de trabajo agrega a su producto solamente la misma suma de valor nuevo, el
valor del capital pre-existente, trasmitido por el trabajo a los productos, aumenta con la creciente
del trabajo”20. Con este argumento intenta restar toda validez a la idea de que el capital posea
capacidad alguna para crear “valor”. El adelanto de la técnica permite al trabajador controlar
mayor cantidad de equipos, materias primas, etc., y producir más por unidad de recursos
utilizados. Aumenta asimismo el producto real por unidad de trabajo utilizada. Por consiguiente,
el “valor” creado por el trabajo, directamente, no puede aumentar. Para mantener ese argumento
es necesario reconocer que el “valor” de la unidad física de producción tiende a declinar en la
medida en que aumenta la productividad física del trabajo, como consecuencia del avance de la
técnica. De este modo, el concepto de “valor” se vuelve sumamente ambiguo y su utilización
produce serios inconvenientes al análisis económico del propio Marx.
Si bien no entra a explicar de inmediato su teoría de los precios relativos, Marx la utiliza
para explicar el precio de la fuerza de trabajo, sin la que no conseguiría completar la teoría de la
plusvalía. En efecto, la diferencia entre el “valor” de la fuerza de trabajo y la capacidad de la
misma para crear “valor” es lo que define la magnitud de la plusvalía. Ahora bien, el “valor” de
la fuerza de trabajo está dado por su “precio de producción”, esto es, por el precio de los bienes
necesarios para mantener y reproducir la clase obrera. Esa formulación de una teoría de los
precios, implícita en la teoría de la plusvalía, solo fue desarrollada por Marx, en una etapa muy
posterior. De acuerdo a la misma, los precios de mercado no tienden a fijarse en torno al “valor”,
sino al precio de producción. En el primer caso, se computa la tasa de plusvalía21, mientras que
en el segundo, el cómputo es realizado en base a esa media de ganancia. A pesar de todo, el
precio de la producción es solamente el precio de la oferta. Los factores que actúan del lado de la
demanda pueden hacerlo subir o bajar. Según sea la situación del mercado del trabajo, el precio
de la fuerza del trabajo puede ser más alto o más bajo y, por consiguiente, la masa de plusvalía
será menor o mayor. Dentro de una sociedad determinada, es posible establecer el máximo de
plusvalía que los capitalistas pueden lograr en un periodo de tiempo dado. Ese máximo está dado
por el salario de subsistencia fisiológica. Marx admite que en condiciones corrientes los salarios
están por encima de ese nivel, ya que en los mismos existe un componente histórico, que integra
el mínimo psicológico.
Mediante esa compleja teoría de la plusvalía, Marx pretendió dar un fundamento
científico a su doctrina de la lucha de clases. Al afirmar que la producción tiene carácter social,
ya que la única fuente creadora de “valor” es el trabajo social, aplicado en cada actividad de
acuerdo a la técnica predominante, y que la apropiación del producto tiene carácter privado, ya
que la fuerza de trabajo es vendida como mercadería a los propietarios de los instrumentos de
producción, creyó él haber identificado la relación de producción básica del sistema capitalista.

19 Idem, pág. 605. Evidentemente se trata de una tesis insostenible, ya que por ser de naturaleza social, el
“trabajo abstracto” no puede ser la misma cosa en Inglaterra y en la China.
20 Idem, pág. 605.
21 Relación entre el trabajo sin retribución y con retribución, conforme se explica más adelante.

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