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PAUL A.

BARAN

La economía política del


crecimiento

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA


MÉXICO

1
Primera edición en inglés, 1957
Primera edición en español, 1959
Primera reimpresión, 1961
Segunda reimpresión, 1964
Tercera reimpresión, 1967
Cuarta reimpresión, 1969
Quinta reimpresión, 2012

Traducción de
NATHAN WARMAN

Título de esta obra: The Political Economy of Growth

© 1957, Monthly Review Press, Nueva York D. R.

© 1959 FONDO DE CULTURA ECONÓMICA


Av. de la Universidad, 975 - México 12, D. F.

Impreso en México

2
A
MI HIJO
NICKY

3
4
PREFACIO

El manuscrito del presente libro se terminó en el otoño de


1955. Desde entonces han ocurrido muchas cosas que guar-
dan una relación directa con varios de los temas que aquí se
tratan. Resistiéndome, por razones obvias, a la fuerte tenta-
ción de incluir algunas de las consideraciones más importan-
tes en las pruebas de galera, decidí tratar de resumirlas bre-
vemente en este prefacio.
Los acontecimientos en el Cercano Oriente, que culmina-
ron con la acción militar anglofrancesa en contra de Egipto,
corroboran una de las tesis centrales de este libro, a saber, la
naturaleza "irreformada" del capitalismo contemporáneo y su
animosidad inherente hacia toda iniciativa genuina de desa-
rrollo económico por parte de los países atrasados. El papel
que en este conflicto jugaron los Estados Unidos, demuestra
la irreconciliable rivalidad que existe entre los países impe-
rialistas, así como la creciente incapacidad de las viejas na-
ciones imperialistas para mantenerse firmes ante las preten-
siones de mayor influencia y poder, por parte de Norteaméri-
ca. Poniéndolo en las amargas palabras de The Economist de
Londres, "debemos aprender que ya no somos hoy ni pode-
mos ser, los iguales de los norteamericanos. Tenemos el de-
recho de exponer nuestros intereses nacionales mínimos y de
esperar que los norteamericanos los respeten... Pero una vez
hecho esto, debemos buscar su dirección" (17 de noviembre
de 1956).
Aunque la afirmación de la supremacía norteamericana en
el "mundo libre" implica reducir a la Gran Bretaña y Francia
(para no hablar de Bélgica, Holanda y Portugal) al status de
socios menores del imperialismo norteamericano, este cam-
bio quizá pueda traer algunas consecuencias favorables para
los países subdesarrollados. Al trasladarse, por decirlo así, del
servicio de un negocio empobrecido al empleo en una em-
presa prosperadlos países coloniales y dependientes pueden
esperar que su nuevo jefe sea menos rapaz, más generoso y
más previsor. Aunque es muy dudoso que este cambio pro-
duzca alguna diferencia fundamental en los problemas bási-
5
cos del desarrollo económico y social de los países atrasados,
no es improbable que ocasione una cierta mejoría en su des-
tino.
Los acontecimientos que han ocurrido recientemente en
los países socialistas de Europa están aún más hermanados
con las proposiciones que se avanzan (y que están subyacen-
tes) en este estudio. Las revelaciones de Kruschev respecto a
ciertos aspectos del régimen de Stalin y los acontecimientos
que tuvieron lugar posteriormente en Polonia y Hungría, han
mostrado más claramente las dificultades que implica el as-
censo de los países atrasados hacia una sociedad más rica y
mejor organizada. Pero, el atribuir todos los crímenes y los
errores que se cometieron en la Unión Soviética antes de la
segunda Guerra Mundial y en toda la Europa Oriental y Su-
doriental después de ésta, a las malévolas personalidades de
Stalin, Beria y sus socios, significa un "culto a la personali-
dad" invertido. Las cosas no son tan simples, y es bastante
comprensible el sentimiento general de que, en realidad,
"todo el sistema" debe ser responsable de los excesos que
perpetraron sus dirigentes. Sin embargo, es una falacia grave
el concluir que el socialismo es "el sistema" que debe repu-
diarse. No es al socialismo a quien deben imputársele los de-
litos de Stalin y sus títeres, sino al sistema político que se
desenvolvió a raíz del movimiento tendiente a desarrollar, a
marchas forzadas, un país atrasado que se encontraba ame-
nazado por una invasión extranjera y se enfrentaba a una re-
sistencia interna. El surgimiento de tal sistema político —en
las. circunstancias excepcionales en que se encontró Rusia
después de que Hitler tomó el poder en Alemania y de las
que atravesaron los países del este y del sudeste de Europa
durante los aterradores años de la guerra fría— no "prueba"
que el socialismo sea en esencia un sistema de terror y de re-
presión. Lo que esto significa —y es una lección histórica de
trascendental importancia— es que el socialismo en los paí-
ses atrasados y subdesarrollados tiene una fuerte tendencia a
convertirse en un socialismo atrasado y subdesarrollado. Lo
que ha ocurrido en la Unión Soviética y en los países de Eu-
ropa Oriental, confirma la proposición básica del marxismo
6
de que el grado de madurez de los recursos productivos de la
sociedad es lo que determina "el carácter general de la vida
social, política e intelectual". No empaña la racionalidad fun-
damental, la deseabilidad y la potencialidad de una trans-
formación socialista del Occidente. De hecho, no hace sino
acentuar su ya desesperada urgencia. Una sociedad socialista
en los países avanzados, no estaría obligada a emprender
"marchas forzadas" para lograr su industrialización, ni a reti-
rar del consumo de las masas una gran parte de sus misera-
bles ingresos, ni tampoco a dedicar a fines militares una par-
te importante de su pequeña producción total. Una sociedad
socialista de este tipo no sólo arremetería en contra del des-
pilfarro, la irracionalidad y la degradación moral y cultural
del Occidente, sino que también se lanzaría a ayudar a resol-
ver todos los problemas de necesidades insatisfechas, enfer-
medades y hambre, que confrontan las partes subdesarrolla-
das del mundo. El socialismo en el Occidente, una vez que
estuviese firmemente establecido, destruiría para siempre las
bases y la necesidad de cualquier reaparición de la represión
social y política que marcó las primeras etapas del socialismo
en el Oriente. Por consiguiente, hoy más que nunca es el
momento para que los socialistas del Occidente renovemos
nuestra dedicación a la causa de la razón, del progreso y de la
libertad, de que redoblemos nuestros esfuerzos para hacer
avanzar la causa del socialismo. Del éxito final de estos es-
fuerzos depende el destino de la humanidad, tanto en el Este
como en el Oeste, únicamente a través de esos esfuerzos es
como podrá restaurarse a los países económicamente más
avanzados la dirección ideológica, política y moral del mun-
do, que ha dejado de pertenecerles. Sólo el progreso y la guía
de los países adelantados por el camino de una democracia
socialista, terminará con los incalculables sufrimientos a que
ha estado condenada hasta ahora la humanidad.
El contenido de esta obra se expuso en sus líneas más ge-
nerales durante unas conferencias dictadas en Oxford en el
período de octubre a diciembre de 1953. Durante el tiempo
necesario para la reelaboración de esas conferencias, con el
objeto de publicarlas, introduje muchos cambios tanto en su
7
forma como en su contenido. El proceso de escribir es un
proceso de aprendizaje; y mucho se me ha mostrado con más
claridad en el intento que he realizado por transformar mis
burdas notas originales en lo que espero sea una presenta-
ción inteligible. No tengo la pretensión de haber cubierto, ni
siquiera en forma aproximada, "todo el terreno". El terreno
es vasto y las complicaciones e implicaciones que se encuen-
tran a cada paso son muchas y muy desconcertantes; a lo
más que puedo aspirar es a haber esbozado sus contornos
generales y, por ende, a presentar un mapa tentativo cuya
función principal, espero, será el alentar los viajes posteriores
y estimular su exploración más a fondo.
A lo largo de este trabajo he tenido la suerte de estar en
contacto con varios buenos amigos que trabajan y piensan
sobre problemas similares. Estoy particularmente agradecido
a Charles Bettelheim, Maurice Dobb, Leo Huberman, Mi-
chael Kalecki, Oskar Lange y Joan Robinson por el tiempo y
la atención que han dedicado a discutir los problemas rela-
cionados con el tema de este libro y a la lectura de algunas
partes o de todo el manuscrito. Sus sugerencias y críticas fue-
ron inestimables. Quisiera también dar las gracias a John Ra-
ckliffe, que realizó un valiente esfuerzo para transformar mi
estilo en un inglés comprensible y ameno; si su éxito fue sólo
parcial, es difícil imaginar lo que hubiese sido este libro sin
su ayuda.
Estoy muy reconocido a Elizabeth Huberman por la prepa-
ración del índice, así como a Sibil May y a Catherine Wins-
ton, quienes cuidaron de la impresión del libro. Mi deuda es
mayor con Paul M. Sweezy, cuya generosa amistad he disfru-
tado por casi dos décadas. El valor, la lucidez y la resuelta
devoción a la razón, hacen de su obra uno de los focos más
brillantes de la historia intelectual de los Estados Unidos en
la postguerra, y ha sido para mí, en todo este tiempo, una
fuente inagotable de estímulo y aliento. Difícilmente se en-
cuentra en este libro un problema que, en una u otra oca-
sión, no haya sido tratado en nuestras discusiones. Me es
imposible precisar qué pensamientos de los que aquí se ex-
presan le corresponden y cuáles son míos. Me apresuro a
8
agregar que ni él ni ningún otro son responsables de cuales-
quiera errores y confusiones que puedan perjudicar mi ar-
gumentación. Éstos se deben, exclusivamente, a mis propias
fallas y, en ocasiones, a mi terquedad.
En las citas de autores extranjeros me he referido a las tra-
ducciones inglesas, y en algunos casos he citado del original,
pero he dado la referencia en inglés; en estos últimos, los pa-
sajes importantes han sido traducidos por mí.

P.A.B.
Los Altos, California. Diciembre de 1956.

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10
PREFACIO A LA EDICIÓN EN ESPAÑOL

Pocos libros —si es que hay alguno— saldrían a la luz si se


publicaran únicamente cuando estuviesen por completo "ter-
minados", cuando ya no pudiesen realizarse nuevas mejoras.
En el presente trabajo, hay varias proposiciones que me hu-
biese gustado desarrollar más ampliamente, diversos argu-
mentos que desearía haber presentado en forma más clara y
cabal. Así, creo que el estudio de las leyes del movimiento
del capitalismo monopolista en los capítulos III y IV, podría
haberse enriquecido y precisado de haber incluido las consi-
deraciones que desarrollé en un trabajo posterior, que ha si-
do traducido y publicado por El Trimestre Económico (julio-
septiembre de 1959) con el título de "Reflexiones sobre el
subconsumo". Hay algo aún más importante, y es que las
conclusiones relativas a la actitud y la política que adopta el
capital monopolista respecto a los países subdesarrollados,
hubieran podido ser reforzadas con pruebas adicionales, si
me hubiera sido posible tomar en cuenta la experiencia
reunida durante los pocos años transcurridos desde que el
manuscrito de este libro se entregó al impresor en los Esta-
dos Unidos. En estos años, la depresión que conmovió a la
economía norteamericana ha demostrado, en forma por de-
más vivida, la fuerte tendencia hacia el subempleo crónico de
los recursos humanos y materiales que es inherente al capita-
lismo monopolista. La respuesta de las clases dirigentes nor-
teamericanas —tanto el ala liberal como la conservadora—
ante la aguda reducción de la producción, del ingreso y de la
ocupación, ha mostrado con igual claridad que la única polí-
tica gubernamental para el mantenimiento de las ganancias y
de la prosperidad que pueden aceptar las grandes corpora-
ciones, es la aceleración de los gastos militares. Al mismo
tiempo, las condiciones que han prevalecido en esos años —y
que todavía persisten— revelan, sin lugar a duda, la odiosa
hipocresía y mendacidad de las protestas de simpatía hacia
los países subdesarrollados que hacen los portavoces —
oficiales y oficiosos— de las potencias imperialistas.
Es evidente que, mientras una fracción considerable del
11
potencial productivo de Norteamérica esté sin utilizar, no
puede hablarse en verdad de una escasez de los recursos ne-
cesarios para impulsar el desarrollo económico de los países
atrasados. ¿Podría haber mejor demostración de la crueldad
e irracionalidad del orden capitalista que el desperdicio de
decenas de miles de millones de dólares de producción po-
tencial, cuando en Asia y en África, en la América Latina y en
gran parte de Europa existe una miseria y un hambre indeci-
bles? ¿Podría haber una prueba más patente de la "profunda
solicitud" del capital monopolista respecto a los esfuerzos de
los países pobres por desarrollarse que la "amistosa" reacción
del gobierno norteamericano hacia el programa de reformas
—que dista de ser radical— que ha iniciado el gobierno de
Fidel Castro en Cuba? De hecho, el sentimiento que "inspira"
a los círculos dirigentes norteamericanos está muy bien sin-
tetizado por un grupo de estudio comisionado por la Presi-
dencia para delinear la política futura de los Estados Unidos
en relación con la ayuda a los países extranjeros. En dicho es-
tudio se asienta, en forma inequívoca, que cierta ayuda eco-
nómica "deberá mantenerse en tanto exista la amenaza co-
munista". La implicación es obvia: en ausencia de la "amena-
za comunista", el capitalismo monopolista podría ignorar, sin
ningún remordimiento, los sufrimientos y privaciones de los
pueblos que habitan los países subdesarrollados o bien po-
dría delegar la tarea de distribuir algunas migajas al "Ejército
de Salvación" y a otras organizaciones religiosas similares.
Los únicos que pueden defender este sistema de inhumani-
dad y locura son aquellos que sólo se preocupan por sus in-
tereses egoístas, o bien aquellos que están tan cegados por la
ideología burguesa, tan anestesiados por la moral y los "valo-
res" burgueses, que son incapaces de ver lo evidente y de ex-
perimentar el sentimiento humanitario más elemental.
Por otra parte, la exposición de los problemas a los que se
enfrenta la planificación socialista en los países poco des-
arrollados (capítulo VIII), habría salido muy beneficiada de
haber podido referirme a las trascendentales realizaciones y
enseñanzas de la construcción socialista en la República Po-
pular China (agudamente analizadas por mi amigo el profe-
12
sor Charles Bettelheim en una serie de excelentes artículos
publicados en The Economic Weekly de Bombay en los meses
de noviembre y diciembre de. 1958, y reimpresos posterior-
mente, con algunas adiciones, en el libro China Shakes the
World Again, Monthly Review Press, Nueva York, 1959). No
necesito agregar que la concepción general del libro podría
haberse expuesto con más lucidez y mayor persuasión, de
haber podido concretarla mediante un análisis de los gigan-
tescos logros de la Unión Soviética durante el último quin-
quenio, no sólo por lo que toca al crecimiento de sus fuerzas
productivas, sino también respecto a la evolución socialista
de sus instituciones políticas y culturales.
Ante el fermento y el descontento popular, que prometen
acabar rápidamente con el estado de estancamiento y explo-
tación semicolonial de la mayor parte de América Latina,
quizá resulte redundante advertir a los lectores de estos paí-
ses de te fábula narratur. Para pocas partes del mundo es el
tema de este libro tan importante como para América Latina.
Pocas son las regiones del mundo en que la dominación mo-
nopolista —tanto de intereses internos como extranjeros—
coexista en forma tan potente con un atraso y una pobreza
tan grandes. Pocas partes hay en el mundo donde pueda ver-
se con mayor claridad cómo la abundancia de recursos hu-
manos y materiales no ha podido convertirse en base de un
rápido progreso económico y social por la manifiesta oposi-
ción del orden capitalista; pero también hay pocas regiones
en el mundo en que, como en América Latina, tantas perso-
nas dediquen toda su energía, todo su talento y todo su valor
a la lucha por un futuro mejor. Nada podría darme una ma-
yor satisfacción que el conocimiento de que este libro pudie-
ra ser de cierta utilidad a aquellos para quienes las ideas no
son medios de ofuscación y perpetuación de un statu quo de
miseria, sino armas para la lucha en pro de una sociedad más
racionalmente ordenada, una sociedad que no esté basada en
la explotación del hombre por el hombre, sino que esté dedi-
cada a la libertad y al desenvolvimiento de la humanidad.
Por último, quisiera aprovechar esta ocasión para agrade-
cer a mis numerosos amigos mexicanos su constante interés
13
por mi trabajo y, en particular, para expresar mi gratitud a
Natán Warman por lo que creo que es una excelente traduc-
ción, a Edmundo Flores por su ayuda en la revisión y a Juan
F. Noyola por su interés en la publicación en español de mi
libro.

P.A.B.
Palo Alto, California. Julio de 1959.

14
La ciencia social necesita menos uso de técnicas elaboradas
y un mayor valor para enfrentarse a los problemas centrales
en vez de esquivarlos. Pero exigir esto, es desconocer las ra-
zones sociales que han hecho de esta ciencia lo que es.

J. D. BERNAL, Science in History.

15
16
Capítulo I

PANORAMA GENERAL

Ocuparse de explicar por qué el desarrollo económico y so-


cial se ha colocado en los últimos tiempos en el primer plano
de la investigación económica, particularmente en los Esta-
dos Unidos, podría dar la apariencia de que se está plantean-
do un problema recóndito y tedioso de la historia del cono-
cimiento, casi sin relación con el desarrollo mismo. No es és-
te el caso. La historia del pensamiento revela también en este
punto, el pensamiento de la historia. Un examen de las cir-
cunstancias que han provocado el inusitado interés que exis-
te en la actualidad por todo cambio económico y social, pue-
de arrojar una luz inapreciable sobre la naturaleza y signifi-
cado del debate en curso, así como sobre el meollo del pro-
blema mismo.
Debe recordarse que el gran interés por el desarrollo eco-
nómico, no constituye en forma alguna una novedad en el
campo de la economía política. De hecho, el crecimiento
económico fue el tema central de la economía clásica. Lo po-
ne de manifiesto plenamente el título y el contenido de la
obra precursora de Adam Smith; varias generaciones de pen-
sadores económicos, independientemente de los nombres
que pusieron a sus escritos, se ocuparon del análisis de las
fuerzas que fomentaron el progreso económico. Su preocu-
pación por las condiciones necesarias para el desarrollo eco-
nómico, surgió del penetrante estudio y observación de la
sociedad en que vivieron y trajo como resultado su firme
convicción de que las relaciones políticas, sociales y econó-
micas que prevalecían en su tiempo, impedían y retardaban
considerablemente el desarrollo de los recursos productivos.
Ya sea que se refiriesen a las falacias de la teoría mercantilis-

17
ta del comercio internacional o a la rigidez del sistema gre-
mial, o bien que el tema se relacionara con las funciones del
Estado en la vida económica o con el papel desempeñado por
la clase terrateniente, los economistas clásicos no tuvieron
dificultades para mostrar que el progreso económico depen-
día de la remoción de las instituciones políticas, sociales y
económicas anticuadas para la época, y de la creación de
condiciones de libre competencia, con lo que se daría a la
empresa y a la iniciativa individual amplias oportunidades
para una actividad sin obstáculos.
No es que se hayan limitado a criticar la sociedad existente
de entonces sin intentar realizar un análisis positivo de los
principios de operación del orden capitalista ascendente. Por
lo contrario, fue precisamente este esfuerzo positivo lo que
nos proporcionó mucho de lo que ahora conocemos sobre el
funcionamiento del sistema capitalista. Sin embargo, lo que
importa en el presente contexto es que el ímpetu central pa-
ra sus prodigiosos esfuerzos científicos y publicitarios, pro-
vino de la intensa necesidad que sintieron de convencer al
público de la urgencia de liberarse de las trabas feudales y
semifeudales. Cuando menos en este sentido, es enteramente
válido ligar la escuela clásica de la economía con el creci-
miento y el desarrollo del capitalismo, con el triunfo de la
burguesía moderna. Como dice el profesor Lionel Robbins:

El Sistema de Libertad Económica no era tan sólo una reco-


mendación indiferente para no interferir: era una demanda im-
periosa para remover los que se consideraban como obstáculos e
impedimentos antisociales para que el inmenso potencial de una
libre, iniciativa individual que se encontraba en sus principios,
pudiese florecer. Por supuesto, fue con este espíritu con el que
sus partidarios se dedicaron a agitar, en el mundo de la práctica,
en contra de las formas principales de estos impedimentos: con-
tra los privilegios de las compañías reguladas y de las corpora-
ciones, contra la ley del aprendizaje, contra las restricciones al
tránsito, contra las restricciones a la importación. El sentido de
cruzada que surgió del movimiento librecambista es típico de la
atmósfera del movimiento general para liberar las empresas y las
energías espontáneas de las cuales, sin duda alguna, los econo-
18
mistas clásicos eran la punta de lanza intelectual.1

Pero tan pronto como el capitalismo quedó plenamente es-


tablecido y el orden económico y social burgués firmemente
atrincherado, este orden fue, "consciente o inconscientemen-
te", aceptado como "la estación terminal" de la historia, y la
discusión sobre el cambio económico y social cesó. Tal como
aquella señora de Boston que, en respuesta a una pregunta
sobre si había viajado mucho, hacía observar que no tenía
necesidad de viajar puesto que había sido lo bastante afortu-
nada para nacer precisamente en Boston, los economistas
neoclásicos, en contraste con sus predecesores clásicos, se
preocuparon mucho menos de los problemas de viajar y mu-
1
Lionel Robbins, The Theory of Economic Policy in English Classical
Political Economy (Londres, 1952), p. 19. Es extraño, por lo tanto, leer
en la página siguiente del libro del profesor Robbins: “…encuentro di-
fícil entender cómo alguien me haya prestado atención seria a la obra
de estos hombres… pueda dudar de su integridad y de su transparente
devoción por el bien común… Se ha puesto de moda desecharlos, a
ellos y a sus ideas, no en el campo de la lógica y de las hipótesis, sino
en el terreno de un supuesto interés de clase. Con este punto de vista,
los economistas clásicos son los portavoces de los negocios y cons-
ciente o inconscientemente, los apologistas de la clase dominante” (el
subrayado es del autor). Sin embargo, en lo “consciente o inconscien-
temente” reside el problema. Ningún escritor serio que yo conozca ha
afirmado que los economistas clásicos —al menos los grandes e im-
portantes—, hayan sido, conscientemente, escribas serviles de una
clase burguesa ascendente o dominante. En ese caso difícilmente hu-
bieran valido el papel en que se imprimieron, dejando de lado el papel
en que constantemente se les reimprime. Lo esencial del asunto es
que fueron (probablemente con plena insconsciencia) los portavoces
de una burguesía ascendente a cuyos intereses objetivamente sirvie-
ron. El mismo profesor Robbins ha visto su contenido objetivo en su
libro The Economic Basis of Class Conflict (Londres, 1939), p. 4. En
general, bien puede decirse que para la apreciación del papel desem-
peñado por un grupo o por un individuo en el proceso histórico, las
motivaciones subjetivas (conscientes o insconcientes) son mucho
menos importantes que su actuación objetiva. En caso de duda, siem-
pre es útil preguntarse en todas estas cuestiones: ¿cui bono? La res-
puesta puede no siempre ser concluyente, pero nunca deja de tener
importancia.
19
cho más de cómo explorar y amueblar mejor la casa en que
nacieron. Claro está, a algunos de ellos la casa no les parecía
perfecta. Sin embargo, todos pensaban que era bastante có-
moda y espaciosa como para poder hacerle varias mejoras.
Pero tales mejoras (por deseables que pareciesen) deberían
realizarse con circunspección, lenta y cuidadosamente, pues
de otra forma se dañarían los cimientos y los pilares de la es-
tructura. Sólo se consideraron prácticos y aconsejables algu-
nos ajustes marginales (nada drástico, nada radical podía es-
perar la aprobación por parte de la ciencia económica).2 La
divisa Natura non facit saltum sugiere claramente que no se
tenía en cuenta ningún cambio; pero, ciertamente, no es ése
el lema que caracterice al desarrollo económico.
El desarrollo económico implica precisamente lo opuesto a
lo que Marshall colocaba en la primera página de sus Princi-
pios. Implica el hecho, crudo pero crucial, que se ha descui-
dado muchas veces si no es que siempre, de que el desarrollo
económico, históricamente, siempre ha significado una
transformación de vasto alcance en la estructura económica,
social y política de la sociedad, en la organización dominante
de la producción, de la distribución y del consumo. El desa-
rrollo económico siempre ha sido impulsado por clases y
grupos interesados en un nuevo orden económico y social,
encontrando siempre oposición y obstáculos por parte de
aquellos que pretenden la preservación del statu quo, que es-
tán enclavados en los convencionalismos sociales existentes
y que derivan beneficios innumerables y hábitos de pensa-
miento de las costumbres prevalecientes y de las institucio-
nes. Siempre ha estado marcado por conflictos más o menos
violentos, ha procedido convulsivamente, ha sufrido retroce-
sos y ganado nuevo terreno. El desarrollo económico nunca
ha sido un proceso suave y armonioso que se desenvuelva
plácidamente en el tiempo y en el espacio.
Sin embargo, esta generalización histórica (probablemente
una de las mejor establecidas que tenemos) fue rápidamente
2
Así pues, no es en forma alguna fortuito que la teoría de la utilidad
marginal, cuyo carácter estático es uno de sus rasgos principales, se
haya convertido en el núcleo de la economía neoclásica.
20
perdida de vista en la economía burguesa. De hecho, habien-
do principiado como la abogada del capitalismo, habiendo
crecido hasta convertirse en su racionalización más refinada
y quizá más influyente, tenía que compartir el destino de to-
das las otras ramas del pensamiento burgués. Mientras la ra-
zón y las lecciones obtenidas de la historia estaban manifies-
tamente de lado de la burguesía en su lucha contra las ideo-
logías oscurantistas y las instituciones del feudalismo, tanto
la razón como la historia fueron invocadas confiadamente
como los árbitros supremos de este inevitable conflicto. No
hay testigos más ilustrativos de esta gran alianza de la bur-
guesía ascendente con la razón y el pensamiento histórico,
que los grandes enciclopedistas del siglo XVIII y los grandes
escritores realistas de la naciente literatura burguesa.
Pero, cuando la razón y el estudio de la historia principia-
ron a revelar la irracionalidad, las limitaciones y la naturaleza
meramente transitoria del orden capitalista, la ideología bur-
guesa como un todo, y con ella la economía burguesa, co-
menzaron a abandonar tanto la razón como la historia. Ya
sea que este abandono asumiese la forma de un racionalismo
encaminado a su autodestrucción y desembocase en el ag-
nosticismo de los positivistas modernos, o bien que aparecie-
se francamente en forma de alguna filosofía existencialista
que rechazara desdeñosamente toda búsqueda y todo apoyo
en una comprensión racional de la historia, el resultado fue
que el pensamiento burgués (y la economía como parte de
él) se transformó cada vez más en un bien arreglado estuche,
conteniendo los variados utensilios ideológicos requeridos
para el funcionamiento y la preservación del orden social
existente.
En sus comienzos la ciencia económica fue un esfuerzo in-
telectual revolucionario para encontrar y establecer los prin-
cipios rectores de un sistema económico capaz en grado má-
ximo de hacer avanzar la causa de la humanidad. Última-
mente se ha vuelto contra su propio pasado, transformándo-
se en un mero intento para explicar y justificar el statu quo
(condenando y suprimiendo, al mismo tiempo, todo esfuerzo
de juzgar al orden económico existente conforme a patrones
21
racionales, o de entender los orígenes de las condiciones pre-
valecientes y las potencialidades de desarrollo que éstas con-
tienen). Como Marx hacía notar: "Los economistas nos expli-
can el proceso de producción en condiciones dadas; lo que
no explican, sin embargo, es tomo esas mismas condiciones
son producidas, es decir, el movimiento histórico que las ge-
nera."3
Así, se dejó a la escuela "herética", de la ciencia económica
y social, toda preocupación sobre los cambios económicos y
sociales. Marx y Engels aceptaron, en lo esencial, la insisten-
cia de los economistas clásicos sobre la gigantesca contribu-
ción del capitalismo al desarrollo económico. Pero, no estan-
do ligados a la clase capitalista ahora dominante, no viéndo-
se obligados "consciente ni inconscientemente", a considerar
al capitalismo como la forma "natural" de la sociedad, ni co-
mo la realización última de las aspiraciones humanas, fueron
capaces de percibir los límites y las barreras inherentes al
progreso dentro del sistema capitalista. De hecho, su forma
de abordar el problema fue radicalmente distinta a la de la
economía burguesa. En tanto esta última estaba (y está) in-
teresada en el desarrollo económico sólo en la medida en que
ha logrado el establecimiento del orden capitalista y conduce
a su estabilidad, Marx y Engels consideraron a dicho orden
como susceptible de sobrevivir, únicamente en tanto no se
convirtiese en una traba para un posterior progreso econó-
mico y social. Superando las limitaciones del pensamiento
burgués, fueron capaces de concebir a la era del capitalismo,
simplemente como la creadora de las condiciones que permi-
tirían un desarrollo de la humanidad que la llevaría más allá
de los límites del orden capitalista. Repitiendo, los esfuerzos
críticos de Marx y de sus discípulos produjeron resultados
positivos muy importantes. Destruyeron el velo de armonía
con el cual la economía burguesa había nublado la imagen
del sistema capitalista y dejaron al descubierto la naturaleza
irracional, cargada de conflictos, de dicho orden. Mucho, si
no es que todo, lo que conocemos acerca del complejo me-

3
Marx, The Poverty of Philosophy (Stuttgart-Berlin, 1921), p. 86.
22
canismo que ocasiona el desarrollo y el estancamiento de las
fuerzas productivas y el ascenso y decadencia de las organi-
zaciones sociales, es el resultado del trabajo analítico em-
prendido por Marx y por aquellos a quienes inspiró.
Pudo haberse mantenido así la situación, con el desarrollo
económico relegado al "bajo mundo" del pensamiento econó-
mico y social, de no ser por los procesos históricos que, en el
curso de unas cuantas décadas, cambiaron drásticamente to-
do nuestro panorama social, político e intelectual. De hecho,
mientras los economistas neoclásicos se ocupaban en afinar
el análisis del equilibrio estático y en elaborar los argumen-
tos adicionales que probaban lo viable del sistema capitalista
y su armonía intrínseca, el propio sistema pasaba por trans-
formaciones de gran trascendencia.
Hacia el final del siglo XIX, la primera fase de la industria-
lización del mundo occidental estaba próxima a completarse.
Las consecuencias económicas de la explotación plena de la
técnica entonces disponible (basada esencialmente en el car-
bón y en el vapor) fueron no sólo una tremenda expansión de
la industria pesada, un vasto incremento de la producción y
una revolución en los medios de transporte y comunicacio-
nes, sino también un cambio monumental de la estructura
de las economías capitalistas. La concentración y la centrali-
zación del capital hizo avances gigantescos, y las grandes
empresas se adueñaron de la vida económica, desplazando y
absorbiendo a las pequeñas. Al destrozar el mecanismo com-
petitivo que regulaba, para bien o para mal, el funcionamien-
to del sistema económico, las grandes empresas se convirtie-
ron en la base del monopolio y del oligopolio, que son los
rasgos característicos del capitalismo moderno. El mundo de
la economía neoclásica se desintegraba rápidamente. En
condiciones de indivisibilidades y discontinuidades ubicuas,
rendimientos crecientes de la producción en gran escala y
disminución de las oportunidades de inversión, no se podía
esperar el crecimiento lento (pero continuo) ni los sucesivos
ajustes marginales, relativamente inofensivos. El movimiento
armonioso del capital de los países avanzados hacia los me-
nos desarrollados, que se esperaba fuera impulsado por el
23
afán de lucro, asumió en realidad la forma de luchas encona-
das por las oportunidades de inversión, por los mercados y
fuentes de materias primas. La penetración occidental en las
regiones atrasadas y coloniales, que se había supuesto exten-
dería los beneficios de la civilización occidental a todos los
rincones del globo, se tradujo de hecho, en la opresión y ex-
plotación brutal de las naciones subyugadas.
Las fuertes tendencias al estancamiento, a las conflagracio-
nes imperialistas y a las severas crisis políticas, atisbadas por
Marx desde la mitad del siglo XIX y posteriormente observa-
das y analizadas por Hobson, Lenin, Hilferding, Rosa Lu-
xemburgo y otros, se expresaron en forma tan manifiesta que
alarmaron a todos, aun a los más complacientes. Una frené-
tica carrera de armamentos entre las grandes potencias co-
menzó a absorber partes cada vez mayores de sus produccio-
nes nacionales y se convirtió en el factor más importante pa-
ra determinar su nivel de actividad económica. En rápida su-
cesión, la guerra chino-japonesa, la guerra hispano-
americana, la guerra anglo-boer, la sangrienta represión de la
rebelión de los bóxers, la guerra ruso-japonesa, la Revolución
rusa de 1905, la Revolución china en 1911-1912 y finalmente la
primera Guerra Mundial, escoltaron a la época presente del
desarrollo del capitalismo (la época del imperialismo, de las
guerras y de las revoluciones sociales y nacionales).4
El reto teórico marxista se ha vuelto eminentemente prác-
tico. La tregua ilusoria de estabilidad, prosperidad y confian-
za en el capitalismo, que siguió a la primera Guerra Mundial,
duró menos de una década. El sueño de un "capitalismo or-
4
"El registro de las principales guerras europeas... aparecen en las si-
guientes series de índices (que combinan el tamaño de las fuerzas en
lucha, el número de bajas, el número de países involucrados y la pro-
porción de los contendientes con respecto al total de la población):
Siglo: XII XIII XIV XV XVI XVII XVIII XIX XX
índice: 18 24 60 100 80 500 370 120 3080
Para detalles, véase la obra de Pitirim Sorokin Social and Cultural Dy-
namics, vol. 3, 1937 y el trabajo de Quincy Wright A Study of War, vol.
1, capítulo 9 y apéndices, 1942", citado en el libro de Harold C.
Lasswell, World Politics Faces Economics (Nueva York y Londres,
1945), p. 7.
24
ganizado", de una solución "Ford-versus-Marx" para todos los
males sociales y económicos y de una "democracia económi-
ca" que asegurase la justicia y el bienestar para todos, se con-
virtió en la utopía de menor duración en toda la historia. La
Gran Depresión, con sus variadas y prolongadas repercusio-
nes, hizo cada vez más difícil que continuara manteniéndose
la "conspiración del optimismo" acerca del progreso social y
el crecimiento económico en el capitalismo. El descubri-
miento "científico y objetivo" hecho por la economía de que
el socialismo era imposible, descubrimiento por tanto tiem-
po tenido por verídico, fue dramáticamente refutado por el
éxito de los esfuerzos de industrialización realizados en la
U.R.S.S.
En forma tardía y a regañadientes, la ciencia económica
comenzó a tener conocimiento de la nueva situación. Aun-
que inspirada por el problema inmediato de contrarrestar la
depresión y el desempleo y, por consiguiente, dirigiendo su
atención principalmente a los problemas a corto plazo, la
"Nueva Economía" de John Maynard Keynes traía aparejadas
implicaciones que trascendieron en mucho a su ámbito ori-
ginal. Intentando aclarar los determinantes de los cambios a
corto plazo en los niveles de producción, empleo e ingreso, la
economía keynesiana se encontró frente a frente con toda la
irracionalidad, con la notoria discrepancia entre las potencia-
lidades productivas y la producción, que caracterizan al or-
den capitalista.
A riesgo de exagerar burdamente la estatura intelectual de
Keynes, puede decirse que lo que Hegel hizo en relación con
la filosofía clásica alemana, Keynes lo logró respecto a la
economía neoclásica. Operando con los instrumentos habi-
tuales de la teoría convencional, permaneciendo muy aden-
tro de los linderos de la "economía pura", refrenándose fiel-
mente de considerar el proceso socioeconómico como un to-
do, el análisis keynesiano llegó hasta los límites mismos de la
teorización económica burguesa e hizo explotar toda su es-
tructura. En verdad, ello equivalió a una admisión "oficial"
por parte de la "Santa Sede" de la economía convencional, de
que son inherentes al sistema capitalista la inestabilidad, una
25
fuerte tendencia hacia el estancamiento y la subutilización
crónica de los recursos humanos y materiales. Esa admisión
repudió, implícitamente, la "pureza" celosamente guardada
de la economía académica, al revelar la suprema importancia
que tienen, para la comprensión de los procesos económicos
de la estructura de la sociedad, las relaciones de clase, la dis-
tribución del ingreso, el papel del Estado y otros factores
"exógenos".
Mas esta resurrección, no intencionalmente emprendida,
de la búsqueda de la "naturaleza y causas de la riqueza de las
naciones", no tiene nada en común con el juvenil entusiasmo
revolucionario de la cruzada primitiva a favor del laissez fai-
re. A pesar de contribuir grandemente al entendimiento de la
mecánica de la economía capitalista, la "Nueva Economía"
fue incapaz de elevarse hasta una comprensión teórica plena
de la crisis general del capitalismo, y no pasó de ser el esfuer-
zo supremo, por parte del pensamiento económico burgués,
para descubrir una manera de salvar al sistema capitalista
pese a sus síntomas manifiestos de decadencia y desintegra-
ción. De ahí que la "revolución keynesiana" nunca haya lle-
gado a asociarse a un movimiento vigoroso tendiente a la
abolición de un orden social caduco y destructivo, y a favor
del desarrollo económico y del progreso social. Nuevamente,
a semejanza de la filosofía de Hegel en su interpretación "iz-
quierdista", suministró las armas intelectuales a un movi-
miento de reforma que esperaba, una vez más, resolver las
contradicciones del capitalismo por medio de cambios en la
distribución prevaleciente del ingreso y teniendo un estado
benévolo que hiciese posible, en el futuro, la expansión eco-
nómica estable y el incremento de los niveles de vida. Pero la
lógica del capitalismo monopolista probó ser mucho más
fuerte que lo que Keynes y sus seguidores radicales habían
pensado. Transformó y utilizó sus realizaciones teóricas para
propósitos bastante ajenos a sus intenciones. El "Estado Be-
nefactor", guiado por los cánones de la economía keynesiana
y los preceptos de las "finanzas funcionales", ha quedado
esencialmente en el papel. La Alemania fascista fue la que,
hasta ahora, ha hecho el uso más amplio de la perspicacia
26
keynesiana, al construir la máquina económica que le permi-
tió desencadenar la segunda Guerra Mundial.
La guerra y la prosperidad de los años de postguerra sus-
pendieron toda la preocupación keynesiana con respecto al
exceso de acumulación de capital y a la escasez de la deman-
da electiva. Lo requerido en algunos países para la recons-
trucción por daños de guerra, la satisfacción en otros de de-
manda diferida por parte de empresas y consumidores y la
urgencia de aprovechar con fines productivos las innovacio-
nes técnicas desarrolladas durante la guerra —
frecuentemente en conexión con ésta—, se combinaron para
crear un enorme mercado para la producción de las empre-
sas capitalistas.
Los economistas que sólo de mala gana y bajo la presión
irresistible de hechos incontrovertibles se habían "tragado"
las implicaciones anticapitalistas de la doctrina keynesiana,
volvieron, con notoria algarabía, a los panegíricos habituales
de la armonía capitalista. Ellos, permaneciendo "pegados a
los hechos observables", jovialmente comenzaron a discutir
la inflación como la mayor amenaza para el equilibrio conti-
nuo de las economías capitalistas y declararon, una vez más,
que el exceso de ahorro, la sobrecapacidad y las depresiones,
eran reliquias de un pasado remoto y primitivo. La econo-
mía, al exaltar las virtudes del mecanismo del mercado, al
glorificar el monopolio y las "grandes empresas", práctica-
mente canceló cualquier avance logrado como resultado de
la revolución keynesiana y volvió a la complacencia de la
"alegre década de los veintes".
Claro está que esta regresión probablemente durará poco
tiempo; de hecho, ni siquiera ha afectado a toda la profesión.
No sólo tras algunos escritos recientes acerca de los proble-
mas del crecimiento económico, sino aun tras las discusiones
más prácticas sobre las condiciones de la actividad económi-
ca en curso y las perspectivas económicas a corto plazo, otea
una incertidumbre corrosiva acerca del futuro del capitalis-
mo y una dolorosa percepción de que los impedimentos al
progreso económico, que son inherentes al sistema capitalis-
ta, tendrán que reaparecer con fuerza renovada y mayor obs-
27
tinación, tan pronto como la extraordinaria situación de in-
vernadero del período de postguerra haya dejado de existir.

II

Pero si la volubilidad de la economía de los Estados Unidos


—y de otros países capitalistas altamente desarrollados— es-
tá ocasionando muchas preocupaciones y proporciona un es-
tímulo para pensar sobre los problemas básicos del creci-
miento y desarrollo económicos, los procesos que libremente
se desencadenan en el mundo, no pueden dejar de dar a es-
tas meditaciones la mayor urgencia, ya que la segunda Gue-
rra Mundial y los acontecimientos que constituyeron su se-
cuela, fueron un tremendo terremoto que sacudió la estruc-
tura del mundo capitalista en forma aún más violenta que la
primera Guerra Mundial y la Revolución rusa. De hecho, la
primera Guerra Mundial condujo "meramente" a la pérdida
de Rusia para el sistema capitalista. La segunda Guerra Mun-
dial, en cambio, ha sido seguida no sólo por la Revolución
china, sino por un despertar casi universal de las enormes
multitudes que habitan las regiones dependientes y colonia-
les del mundo. Despertados por la irracionalidad desconcer-
tante y la opresión de su orden económico y social, cansados
de la explotación continua por sus amos extranjeros y nacio-
nales, los pueblos de los países subdesarrollados han comen-
zado a manifestar su propósito, cada vez más firme, de derri-
bar un sistema político y social que está perpetuando su mi-
seria, degradación y estancamiento.
El trascendente movimiento para suprimir totalmente la
estructura del imperialismo, para poner fin a la postración y
al atraso de la enorme mayoría de la raza humana, hubiese
creado por sí solo gran consternación en la clase dirigente de
los Estados Unidos y de otros países capitalistas arrellanados
en la cima de la pirámide imperialista. Lo que ha trans-
formado esta consternación en un estado de casi pánico es,
sin embargo, la confluencia histórica de la agitación de los
países subdesarrollados con el avance espectacular y la ex-
28
pansión del campo socialista del mundo. La actuación militar
de la Unión Soviética durante la guerra y la rápida recupera-
ción de su devastada economía, dio la prueba decisiva de la
fuerza y viabilidad de una sociedad socialista. No puede ya
quedar duda alguna acerca de que un sistema socioeconómi-
co basado en una planificación económica cabal, puede fun-
cionar, crecer y soportar las pruebas históricas más difíciles
sin necesidad de empresas privadas y sin la institución de la
propiedad privada de los medios de producción. Lo que es
más, un gran número de países dependientes pasaron por
una revolución social después de la guerra y así entraron al
camino de un rápido progreso económico y social. La Europa
Oriental y Sudoriental, y sobre todo China, se salieron de la
órbita del capitalismo mundial y se convirtieron en fuentes
de inspiración y aliento para todos los otros países coloniales
y dependientes.
Como resultado de estos sucesos, la cuestión del progreso
económico y social no sólo vuelve al centro del escenario his-
tórico sino que, como hace dos o tres siglos, se relaciona con
la esencia misma de la lucha cada vez más extensa y aguda
cutre dos órdenes sociales antagónicos. Lo que ha cambiado
no es quizá tanto la trama y la naturaleza de este drama
cuanto sus personajes principales. Si en los siglos XVII y
XVIII la lucha por el progreso equivalía a la lucha contra las
instituciones caducas de la era feudal, en forma similar los
esfuerzos actuales tendientes a crear las condiciones indis-
pensables para el desarrollo económico, tanto en los países
capitalistas avanzados como en los atrasados, entran conti-
nuamente en conflicto con el orden económico y político del
capitalismo y del imperialismo. De ahí que el movimiento
mundial en pos del progreso económico se interprete, inevi-
tablemente, en los Estados Unidos y en otras regiones del
mundo capitalista, como profundamente subversivo del or-
den social y del sistema de dominio internacional vigentes;
como un movimiento revolucionario al que hay que cohe-
char, bloquear y si es posible, quebrantar, si se quiere salvar
al sistema capitalista.
Es inútil decir que, el enfocar el desarrollo económico des-
29
de este punto de vista significa repudiarlo. En lo que se refie-
re a los países capitalistas avanzados, la incompatibilidad en-
tre un crecimiento económico sostenido y el sistema capita-
lista, ha sido puesta de relieve en algunos de los escritos más
recientes sobre el crecimiento económico. La mera especifi-
cación de las condiciones que necesitarían cumplirse para
que la producción se incrementara a tasas que fuesen ase-
quibles con los recursos humanos y materiales de que se dis-
pone (presentada en diferentes formas por Domar, Harrod,
Colm y otros) muestra, con la mayor claridad, que tales tasas
de incremento son imposibles en el capitalismo. De hecho,
tanto el consumo como la inversión privada están estrecha-
mente circunscritos por la exigencia de obtener una ganancia
máxima en condiciones de monopolio y oligopolio, y la natu-
raleza y el volumen de los gastos gubernamentales están de-
terminados, en forma no menos rígida, por la base social y la
función del Estado en una sociedad capitalista. En conse-
cuencia, no pueden esperarse en el sistema capitalista, ni una
producción máxima, racionalmente asignada entre la inver-
sión y el consumo, ni cierto nivel predeterminado de pro-
ducción, combinado con una disminución de la carga del
trabajo. Lo que parece más probable es el resurgimiento con-
tinuo del sombrío dilema entre los incrementos repentinos
de la producción, generados por la guerra y los flujos de des-
empleo provocados por la depresión.
Sin embargo, aunque demostrando y de hecho aclarando
ampliamente, la naturaleza maligna y ominosa de este calle-
jón sin salida, ninguno de los escritores que se acaban de
mencionar ha enunciado lo que es una conclusión inevitable
de sus propias investigaciones, a saber, que la planeación
económica socialista representa la única solución racional
del problema. Por supuesto, puede sostenerse que no hay
necesidad de una declaración explícita de lo que necesaria-
mente surge de la lógica de un argumento riguroso. Sin em-
bargo, aun las verdades evidentes por sí mismas deben ser
comunicadas si se quiere que éstas sean reconocidas como
tales por aquellos a quienes de otra manera se les escaparían.
Nada es quizá más característico de la atmósfera intelectual
30
que rodea la presente controversia sobre el desarrollo eco-
nómico —una controversia en la que abundan lo trivial y las
perogrulladas—, que el hecho de que sea esta verdad, evi-
dente en sí, la que es estrictamente un tabú hasta para los es-
critores más conocedores del tema.
Las cosas empeoran cuando se trata del desarrollo econó-
mico de países subdesarrollados. Allí, un laberinto de disimu-
los, de hipocresía y de ficciones, confunden la controversia,
requiriéndose un gran esfuerzo para traspasar la cortina de
humo que oscurece la cuestión central. Lo decisivo, es que el
desarrollo económico de los países subdesarrollados es pro-
fundamente adverso a los intereses dominantes de los países
capitalistas más avanzados. Abasteciendo de muchas mate-
rias primas importantes a los países industrializados y pro-
porcionando a sus corporaciones grandes beneficios y posibi-
lidades de inversión, el mundo atrasado siempre ha sido el
hinterland indispensable de los países capitalistas altamente
desarrollados del Occidente. De ahí que la clase dirigente de
los Estados Unidos y de otros países se oponga amargamente
a la industrialización de los llamados "países fuentes" y al
surgimiento de economías industriales integradas en las re-
giones coloniales y semicoloniales. Esta oposición aparece
independientemente de la naturaleza del régimen existente
en el país sub-desarrollado que trata de reducir la opresión
extranjera sobre su economía y de tomar medidas para su
desarrollo independiente. Bien sea un gobierno electo demo-
cráticamente como en Venezuela, Guatemala o la Guayana
Británica, un movimiento popular autóctono (como en Ke-
nia, en las Filipinas o en Indochina) o una administración
nacionalista (como en el caso de Irán, Egipto o Argentina), el
que se oponga al dominio extranjero de su país, todas las pa-
lancas de la intriga diplomática, de la presión económica y de
la subversión política, son puestas en juego para derribar al
gobierno nacional recalcitrante y reemplazarlo por políticos
que estén dispuestos a servir a los intereses de los países ca-
pitalistas.
La resistencia de las potencias imperialistas al desarrollo
económico y social de los territorios coloniales y dependien-
31
tes, se hace aún más desesperada cuando las aspiraciones po-
pulares hacia una liberación social y nacional se expresan en
la forma de un movimiento revolucionario que, apoyado o
conectado internacionalmente, amenaza con derribar todo el
orden económico y social del capitalismo y del imperialismo.
En tales circunstancias, la resistencia se recrudece al formar-
se una alianza contrarrevolucionaria de todos los países im-
perialistas (y de sus lacayos de confianza), asumiendo la for-
ma de una cruzada sistemática contra las revoluciones na-
cionales y sociales.
Las exigencias de esta cruzada han moldeado decisivamen-
te la actitud que prevalece actualmente en el mundo occi-
dental, respecto al desarrollo de los países atrasados. Tal co-
mo los junkers prusianos presentaron la continuación de la
servidumbre en sus feudos como indispensable para la de-
fensa de la cristiandad contra el ataque del ateísmo liberal,
así las clases dirigentes occidentales proclaman su campaña
tendiente a mantener el statu quo económico, político y so-
cial en los países subdesarrollados, como una defensa de la
democracia y de la libertad. Tal como el interés de los jun-
kers prusianos por los aranceles elevados a los cereales, se
anunció como dictado únicamente por su profunda preocu-
pación por asegurar las reservas alimenticias de Alemania en
condiciones de guerra, así, a la ansiedad de las corporaciones
occidentales dominantes para salvaguardar sus inversiones
en el exterior y mantener asegurado el flujo acostumbrado de
materias primas de las regiones atrasadas, se le da publicidad
como si se tratase de un interés patriótico por el abasteci-
miento de los materiales estratégicos indispensables para el
"mundo libre".
El arsenal de "acción unida" contra el desarrollo indepen-
diente de los países subdesarrollados, comprende toda una
gama de estratagemas políticas e ideológicas. Están, en pri-
mer lugar, las declaraciones ampliamente difundidas de los
estadistas occidentales que aparentan favorecer el desarrollo
económico de los países atrasados. En realidad, se ha exage-
rado mucho en el presente sobre la ayuda y apoyo que los
países avanzados brindan al adelanto económico de las re-
32
giones atrasadas. Este adelanto se concibe como un mejora-
miento lento y gradual de los niveles de vida de las poblacio-
nes nativas y se hace con la esperanza de disminuir la presión
popular en pro de la industrialización y debilitar el movi-
miento a favor del progreso económico y social.
No obstante, esta conspiración para "sobornar" a los pue-
blos de los países subdesarrollados, con el fin de impedir el
derrocamiento del sistema existente y su entrada al camino
de un rápido desarrollo económico, está plagada por una
multitud de contradicciones insuperables. La lógica del desa-
rrollo económico es tal, que el mejoramiento lento y gradual
de los niveles de vida de los países poco desarrollados es un
proyecto extremadamente difícil, si no es que totalmente
imposible. Cualesquiera incrementos pequeños en la produc-
ción nacional que pudieran lograrse con la ayuda de tal in-
versión occidental y con la caridad que se les otorgara, serían
absorbidos por el rápido crecimiento de la población, por la
corrupción de los gobiernos locales, por el despilfarro de re-
cursos que hacen las clases dirigentes de los países subdesa-
rrollados y por el retiro de ganancias que llevan a cabo los
inversionistas extranjeros.
Porque allí donde se requieren cambios económicos es-
tructurales de gran alcance para que el desarrollo económico
de un país tome un ritmo acelerado y sobrepase el crecimien-
to de la población, donde las indivisibilidades técnicas hacen
depender al crecimiento de grandes inversiones y de la pla-
neación a largo plazo, donde los moldes tradicionales de
pensamiento y de trabajo obstaculizan la introducción de
nuevos métodos y medios de producción, sólo una radical
reorganización de la sociedad y una movilización integral de
toda su potencialidad creadora puede sacar a la economía de
su estancamiento. Como se ha mencionado anteriormente,
las simples nociones de desarrollo y crecimiento sugieren
una transición de algo que es viejo, que ha caducado, hacia
algo que es nuevo. Esto puede lograrse únicamente a través
de una lucha firme contra las fuerzas conservadoras y retró-
gradas, a través de un cambio de la estructura social, política
y económica de una sociedad atrasada y estancada. Dado que
33
una organización social, por inadecuada que sea, nunca des-
aparece por sí misma; dado que una clase dirigente, por pa-
rásita que sea, nunca entrega el poder a menos que se vea
obligada a hacerlo por una abrumadora presión, el desarrollo
y el progreso sólo pueden lograrse si todas las capacidades y
energías de un pueblo, que estaba política, social y económi-
camente desamparado bajo el antiguo sistema, se lanzan a la
batalla contra las fortalezas del ancien régime.
Pero la actual cruzada de las potencias occidentales contra
las revoluciones sociales y nacionales, depende de una movi-
lización de estratos sociales totalmente diferentes. Consolida
una entente internacional, precisamente entre aquellos gru-
pos e intereses económicos que son, y tienen que ser, enco-
nadamente antagónicos al progreso económico y social ge-
nuino, y subordina las consideraciones de desarrollo econó-
mico al propósito de fortalecer esta alianza. Proporciona
ayuda económica y militar a regímenes en países subdesarro-
llados que son manifiestamente adversos al desarrollo eco-
nómico y mantiene en el poder a gobiernos que, de no ser
por esa ayuda, hubieran sido barridos por el movimiento po-
pular en pro de un orden económico y social más racional y
más progresista.
Como parte del mismo esfuerzo para sobornar a los pue-
blos de los países subdesarrollados, a la vez que se evita la
apariencia de un imperialismo pasado de moda, se ha venido
otorgando recientemente la independencia política a nume-
rosas naciones dependientes y se ha permitido a los políticos
nativos elevarse a altos puestos. Casi no hay necesidad de
subrayar que tal independencia y autonomía no serán sino
un engaño en tanto que los países en cuestión continúen
siendo un apéndice económico de los países capitalistas
avanzados y mientras la supervivencia de sus gobiernos de-
penda del capricho de sus amos extranjeros.
Lo que es más, el logro de la independencia política de los
pueblos coloniales produce, en las condiciones del imperia-
lismo, resultados que, a menudo, son totalmente distintos de
los que esperaban obtener esos mismos pueblos. Su indepen-
dencia política, recientemente ganada, con frecuencia preci-
34
pita un simple cambio de sus amos occidentales, apoderán-
dose la potencia imperialista más joven, con más recursos y
más emprendedora, de los controles que se escaparon de las
manos de los viejos y ahora debilitados países imperialistas.
Por lo tanto, donde ya no es políticamente posible operar por
más tiempo con las anticuadas y comprometidas administra-
ciones coloniales e imponer su control simplemente por me-
dio de la infiltración económica, el imperialismo norteameri-
cano apadrina (o tolera) la independencia política de los
países coloniales, convirtiéndose, posteriormente, en la po-
tencia dominante de las regiones recientemente "liberadas".
Ambos métodos de expansión de la influencia norteamerica-
na pueden ser estudiados en África, en el Asia Sudoriental y
en el Cercano Oriente.

III

Se está llevando a cabo una gran campaña ideológica para


"vender" al público esta política más moderna, más sutil y
menos transparente del imperialismo. Como hacía notar re-
cientemente un astuto economista, "el desarrollo" a seme-
janza de la "civilización... [se ha convertido en] un quid pro
quo intelectual para el dominio internacional por una gran
potencia".5 Las ciencias sociales, como de costumbre, dan al
esfuerzo sistemático de las clases dirigentes de los países ca-
pitalistas avanzados las racionalizaciones necesarias para evi-
tar o, cuando menos, retardar, la liberación económica y po-
lítica de las naciones coloniales y dependientes. Estimulados
por el apoyo espléndido de parte de varias agencias guber-
namentales y de organizaciones privadas, los economistas,
antropólogos, psicólogos sociales y otros estudiosos de las
ciencias sociales en el Occidente, vienen prestando una aten-
ción cada vez mayor al crecimiento de los países subdesarro-
llados.
En el campo de la investigación económica, se están dedi-
cando ahora muchas energías al intento de demostrar que

5
H. G. Johnson, Economic Journal (junio de 1955), p. 303.
35
los propios países capitalistas avanzados han llegado a su ac-
tual nivel de desarrollo por un proceso de crecimiento lento
y espontáneo, dentro de la estructura del orden capitalista y
sin grandes choques ni levantamientos revolucionarios. Se
arguye que fue la ausencia relativa de disturbios políticos y la
continuidad y estabilidad de las instituciones sociales, lo que
proporcionó, en realidad, "el clima" esencial para que surgie-
ra y prosperara el empresario capitalista, a quien, en cambio,
se le da el crédito de haber desempeñado un papel decisivo
en la promoción del progreso económico. En consonancia
con esto, grandes recursos están siendo dedicados a una
campaña extensiva para reescribir la historia del capitalismo.
Su propósito es la rehabilitación del caballero de industria y
su glorificación como héroe y primer impulsor del progreso
económico y social, teniendo también como tarea correlati-
va, la reducción al mínimo de los sufrimientos y privaciones
que estuvieron asociados con el principio y crecimiento de la
empresa capitalista.
En consecuencia, los miembros de la profesión económica
con mentalidad de historiadores, tratan de probar que el des-
arrollo económico se logró en el pasado sin sacrificios exce-
sivos, apoyándose en las fuerzas del mercado libre y de la ini-
ciativa privada (con la obvia moraleja de que este método to-
davía representa el camino más recomendable para el pro-
greso económico). Estos historiadores hacen poca mención,
si es que hacen alguna, del papel desempeñado en la evolu-
ción del capitalismo occidental por la explotación de los hoy
países subdesarrollados; escasa o ninguna atención se presta
al hecho de que los países coloniales y dependientes no pue-
den, en la actualidad, recurrir a las fuentes de acumulación
primaria de capital que tuvieron a su disposición los países
capitalistas hoy avanzados; no se menciona el hecho de que
el desarrollo económico en la era del imperialismo y del capi-
talismo monopolista, se enfrenta con obstáculos que tienen
muy poco en común con los encontrados hace dos o tres-
cientos años y que, lo que fue posible en un cierto marco his-
tórico, es irrealizable en otro.
Los economistas con una inclinación más teórica siguen un
36
camino distinto. Tratando los aspectos técnicos del desarro-
llo económico, descubren una multitud de dificultades insu-
perables que impiden la formulación de una teoría coherente
del cambio económico y social. Enlistan, con obvio deleite,
los diversos problemas más o menos hermanados con el te-
ma del desarrollo económico y sobre los cuales "no sabemos
bastante" ; subrayan la falta de criterios precisos para la asig-
nación racional de los recursos en condiciones dinámicas;
describen minuciosamente los obstáculos a la industrializa-
ción que surgen de la naturaleza que en los países subdesa-
rrollados tiene la fuerza de trabajo, de la escasez de talento
dirigente nativo, de los probables desequilibrios en la balan-
za de pagos, con el resultado de que todo esfuerzo para un
rápido desarrollo, tiene la apariencia de una aventura en
aguas inexploradas o de violaciones burdas a todo el razo-
namiento económico aceptado.
Estos esfuerzos por desacreditar, implícita o explícitamen-
te, el movimiento en favor de un desarrollo rápido de los paí-
ses atrasados y para presentarlo como una manifestación de
impaciencia deplorable y de irracionalidad por parte de las
masas ignorantes, diabólicamente manejadas por políticos
siniestros y hambrientos de poder, están apoyadas por los
neomalthusianos, que explican el atraso de los países atrasa-
dos como resultado inevitable del crecimiento "excesivo" de
su población, y por lo tanto, consideran utópica toda tentati-
va de desarrollo económico en estas regiones, mientras el
crecimiento de la población no haya sido detenido. No obs-
tante, puesto que una reducción del crecimiento "de la po-
blación (suponiendo, sin conceder, que tal reducción sea ne-
cesaria) únicamente puede ser lograda como resultado de un
desarrollo integral de las sociedades atrasadas, la posición
neomalthusiana convierte el desarrollo económico en una
tarea inútil, imposible por causa de la naturaleza misma de la
especie humana.
La mayor parte de los escritos antropológicos y cuasi filo-
sóficos relacionados con el problema del desarrollo económi-
co de los países atrasados, produce un efecto similar en la
opinión pública. Se ha puesto de moda en ellos dudar de la
37
"conveniencia absoluta" del desarrollo económico, burlarse
de su identificación con el progreso por considerarla anti-
científica, acusar a sus protagonistas en Occidente de "etno-
centrismo", de desfigurar su propia cultura y de falta de res-
peto a las tradiciones y valores de los pueblos más primitivos.
Al mantenerse dentro del relativismo y agnosticismo típicos
del pensamiento burgués contemporáneo, esta variante de la
ciencia social niega la posibilidad de un juicio racional acerca
de la utilidad, para no hablar de la urgencia, del cambio eco-
nómico y social de las regiones coloniales y dependientes, y
aconseja el máximo cuidado para no interrumpir la conti-
nuidad de las sociedades atrasadas. Aunque no suscriben ex-
presamente el concepto de que el dominio imperialista sea
una "carga para el hombre blanco", su enfoque se acerca mu-
cho a él, al señalar la "heterogeneidad cultural" de las nacio-
nes atrasadas, al destacar la incomparabilidad de los sistemas
de valores y al sugerir que los pueblos coloniales y depen-
dientes pueden, en realidad, "preferir" su estado actual al
desarrollo económico y a la liberación social y nacional. No
es sorprendente que, para el entendimiento de los movi-
mientos populares sin precedente que en la actualidad están
revolucionando y rejuveneciendo a la mayor parte del género
humano, tal doctrina sólo pueda dar un fundamento raquíti-
co; no es sorprendente que ella no suministre ayuda y bie-
nestar a los pueblos de los países coloniales y dependientes
que luchan por la libertad, sino a sus amos que tratan de
conservar el statu quo.
Este trasfondo político e ideológico del planteamiento ac-
tual del desarrollo económico, explica la naturaleza altamen-
te insatisfactoria de lo que se ha logrado hasta ahora. La pre-
gunta formulada en plan de reto por Robert Lynd, "Conoci-
miento, ¿para qué?", no sólo implica el aprovechamiento de
un esfuerzo intelectual en términos de los fines a que debe
servir, sino que también se refiere necesariamente a la con-
ducta y al contenido del esfuerzo en sí. De ahí que la inves-
tigación y los escritos sobre desarrollo económico —a causa
de la desenfrenada preocupación que implican las exigencias
de la cruzada contrarrevolucionaria—, amordazados por el
38
temor de chocar con los intereses dominantes que están de-
terminados a obstaculizar a toda costa el progreso económi-
co y social de los países coloniales y dependientes, esquiven,
en todo lo posible, el referirse al meollo del problema. Omi-
ten las irracionalidades del capitalismo monopolista y del
imperialismo que bloquean el desarrollo económico en los
países capitalistas avanzados, y no prestan atención alguna al
sistema de dominio interior y exterior que impide o distor-
siona el crecimiento económico del mundo subdesarrollado.
Correlativamente, se pone poco énfasis en el estudio de la
experiencia única de desarrollo rápido, obtenida en la
U.R.S.S. y en otros países del sector socialista del mundo,
como si esa experiencia fuese de interés únicamente para el
Servicio de Espionaje Militar. Y, sin embargo, no puede haber
duda alguna de que la comprensión plena del proceso de
crecimiento económico efectuado en la Unión Soviética y en
otros países socialistas, haría que todo esfuerzo a favor del
desarrollo económico obtuviese beneficios inconmensura-
bles.

IV

Hasta aquí, al hablar acerca del desarrollo económico, me


he limitado a hacer alusiones bastante generales sobre este
complejo término. Es tiempo ya de entrar en un examen algo
más detallado de este proceso, y sería conveniente principiar
por elegir una definición del crecimiento económico. No es
que lea mi propósito dar aquí una fórmula excluyente de
cualquier otra, ni que desee sugerir que otras definiciones no
puedan ser superiores para otros fines. Todo lo que me pro-
pongo es organizar mis categorías en tal forma, que me per-
mitan abordar este tema con el método que me parece más
sencillo y Útil, un método que me propongo profundizar en
los capítulos siguientes.
Permítaseme definir el crecimiento —o desarrollo— eco-
nómico, como el incremento de la producción per cápita de

39
bienes materiales en el transcurso del tiempo.6 En esta defi-
nición sería permisible hacer caso omiso de la dificultad in-
herente a la comparación de la producción en diversos pe-
ríodos, dificultad que surge siempre que las producciones
que se comparen consten de más de un bien, en cuyo caso

6
Colin Clark sugiere una definición diferente: "El progreso económico
puede definirse simplemente como un mejoramiento en el bienestar
económico. El bienestar económico, siguiendo a Pigou, puede definir-
se en primera instancia como la abundancia de todos aquellos bienes
y servicios que habitualmente se cambian por dinero. El ocio es un
elemento en el bienestar económico y, con mayor precisión, podemos
definir el progreso económico como la obtención de una producción
creciente de esos bienes y servicios con un gasto mínimo de esfuerzo
y de otros recursos escasos, tanto naturales como artificiales." The
Conditions of Economic Progress (Londres, 1940), p. 1.
Esta definición me parece insatisfactoria por varias razones: 1) la iden-
tificación del crecimiento económico con el incremento en el bien-
estar, deja de tomar en cuenta una porción considerable de la pro-
ducción total que no tiene relación con el bienestar, como quiera que
se conciba este último; pertenecen a este grupo: los bienes de inver-
sión, los armamentos, las exportaciones netas, etc.; 2) considerar un
incremento de producción de "todos aquellos bienes y servicios que
habitualmente se cambian por dinero", como idéntico a un "mejora-
miento en el bien-estar económico" es insostenible. El bienestar eco-
nómico puede mejorarse grandemente por una oferta creciente de
bienes y servicios que habitualmente no se cambian por dinero (es-
cuelas, hospitales, carreteras y puentes), en tanto que, por otra parte,
un gran número de bienes y servicios que habitualmente se cambian
por dinero, no hacen ninguna contribución al bienestar humano
(medicinas de patente y salones de belleza, narcóticos y artículos de
ostentación conspicua, etc.); 3) el bienestar económico puede mejo-
rarse sin ningún incremento de la producción, por un simple cambio
en su estructura y su distribución; 4) aunque obviamente, es deseable
alcanzar cualquier producción dada con un mínimo de insumo, hasta
un incremento de la producción obtenido en forma poco eficaz puede
constituir un crecimiento económico. Parece preferible; por consi-
guiente, considerar al crecimiento económico como un incremento
de la producción de bienes sin tomar en cuenta si contribuyen al bie-
nestar, a las existencias disponibles de bienes de producción o a los
armamentos, dejando los factores determinantes de la composición
de esta producción y los propósitos a los cuales se dedica, para un
examen conexo, pero independiente.
40
los cambios de la producción afectan a sus diversos compo-
nentes en forma desigual, y cuando ciertos bienes que apare-
cen en la producción de un período no figuran en el otro. Es-
te conocido problema de los números índices, perturbador
aun en casos de crecimiento lento y gradual, se vuelve parti-
cularmente enfadoso cuando lo que se considera es un cre-
cimiento económico más o menos rápido, cuya característica
principal es un cambio profundo, no sólo de magnitud, sino
también de composición de la producción. En realidad, las
comparaciones entre diversos períodos amenazan hacerse
francamente engañosas, cuando los lapsos que se van a com-
parar están separados por cambios en la organización eco-
nómica y social, por grandes adelantos en la urbanización,
por disminuciones o aumentos de la parte de la producción
destinada al mercado y por otros factores semejantes. Espe-
cialmente perturbador es el sector de servicios, cuya expan-
sión causaría un incremento en el producto nacional bruto
(como convencionalmente se entiende), sugiriendo así un
"crecimiento económico", aunque en la mayoría de los países
se le tomaría por un paso hacia atrás, más que por uno ten-
diente al progreso económico.7 Viene aquí a la mente el fa-
moso caballero de Pigou, que, al casarse con su cocinera,
disminuye el ingreso nacional. Con igual facilidad se puede
imaginar una tremenda expansión del ingreso nacional, cau-
sada por la implantación de pago obligatorio a las esposas,
por los servicios que prestan.
Pero supongamos que los incrementos de la producción
total en un período dado pudieran ser medidos en alguna
7
Se ha hecho notar esto en el Economic Survey of Europe Since the
War (1953) de las Naciones Unidas. "En los países de Europa Oriental,
los servicios que no están directamente conectados con la producción
y el transporte de. bienes, no se consideran como productivos, y por
consiguiente su valor se excluye del ingreso nacional. Para un país
pobre, que está tratando de desarrollar su industria y de reducir la
subocupación que existe comúnmente en los servicios, la definición
marxista del ingreso nacional tiene algunas ventajas obvias sobre el
concepto más amplio, adecuado para economías de países ricos y al-
tamente industrializados y que comúnmente se adopta ahora en paí-
ses subdesarrollados" (p. 25).
41
forma y preguntémonos cómo surgirían tales incrementos.
Pueden ser resultado de cada uno de los siguientes procesos
(o de una combinación de ellos): 1) La utilización del total de
recursos puede expandirse sin cambios de la organización y
de la técnica o de cualquiera de ambas); es decir, que recursos
no utilizados previamente (fuerza de trabajo, tierra) pueden
introducirse en el proceso productivo. 2) La productividad
por unidad de recursos utilizados puede elevarse como resul-
tado de medidas de organización; es decir, por un traslado de
trabajadores de ocupaciones menos productivas o improduc-
tivas a ocupaciones más productivas, por un alargamiento de
la jornada de trabajo, por una mejora en la nutrición y un
fortalecimiento de los incentivos asequibles a los trabajado-
res, por la racionalización de los métodos de producción y
una utilización más económica del combustible, las materias
primas, etc. 3) "El brazo técnico" de la sociedad puede hacerse
más fuerte; es decir: a) Pueden reemplazarse plantas y equi-
pos obsoletos o desgastados por otros más eficaces, y/o b)
Pueden agregarse nuevas instalaciones productivas (técni-
camente mejoradas o iguales) a las previamente disponibles.
Los tres primeros caminos para la expansión del producto
—1), 2) y 3) a)— no se asocian típicamente a la inversión ne-
ta.
Aunque es probablemente imposible imputar una parte
apropiada del aumento de la producción que realmente se
haya efectuado a cada uno de los cuatro procesos, poca duda
cabe acerca de que la aplicación económica del conocimiento
técnico creciente y la inversión neta en instalaciones produc-
tivas adicionales, han sido las fuentes más importantes del
crecimiento económico.
Seguramente que, en rigor, puede necesitarse alguna inver-
sión neta para todos los caminos indicados: Los recursos pre-
viamente ociosos pueden no ser aprovechables sin algunos
gastos en equipo, mejoras de sueldos o similares; los cambios
de organización pueden depender de la instalación de ban-
das transportadoras y artificios parecidos; el progreso técnico
que traiga consigo la maquinaria mejorada que sustituya o se
agregue al equipo desgastado, puede llegar a implantarse
42
únicamente en condiciones de una inversión neta cuantiosa.
"Si la técnica depende en gran medida del estado de la cien-
cia, la ciencia depende aun más del estado y de las exigencias
de la técnica. Si la sociedad tiene una necesidad técnica, ésta
ayuda a la ciencia más que diez universidades. La hidrostáti-
ca (Torricelli, etc.) surgió de la necesidad de regular las co-
rrientes montañosas de Italia en los siglos XVI y XVII. Sólo
hemos llegado a saber algo razonable de la electricidad desde
que su aplicabilidad técnica fue descubierta." 8
Por otra parte, la reinversión de reservas de amortización
(sin inversión neta alguna) en un nivel técnico más elevado,
puede, de por sí, dar base a una expansión considerable de la
producción. Por consiguiente, allí donde la intensidad de ca-
pital del proceso productivo ya es grande (en otras palabras,
donde las reservas para depreciación constituyen una parte
importante del costo de la producción), se dispone en forma
continua de una fuente de capital para financiar mejoras téc-
nicas sin necesidad alguna de inversión neta. Aunque esto
agrava la inestabilidad en las economías capitalistas avanza-
das, al aumentar la cantidad del excedente generado en el
proceso corriente de producción que debe absorber la inver-
sión, también da a los países avanzados una importante ven-
taja sobre los países subdesarrollados, donde la reserva de
amortización anual es necesariamente muy pequeña.9
En todo caso, la inversión neta puede efectuarse única-
mente si la producción total de la sociedad excede a lo que
usa en su consumo corriente y en reparar el uso y el desgaste
causados en las instalaciones productivas empleadas durante
el período en cuestión. Por consiguiente, el volumen y la na-
turaleza de la inversión neta que se efectúa en una sociedad

8
F. Engels, carta a H. Starkenburg, en Selected Works de Marx y En-
gels (Moscú, 1949-1950), volumen II, p. 457. Sobre la interesante rela-
ción que existe entre el desarrollo económico, por una parte, y el pro-
greso de la ciencia y la técnica por otra, Cf. B. Hessen, The Social and
Economic Roots of Newton's Principia. (Sydney, 1946), lo mismo que la
obra de J. D. Bernal Science in History (Londres, 1954).
9
Cf. Marx, Theories of Surplus Value (Londres, 1951), pp. 354 ss., en las
que se subraya este punto.
43
en un tiempo dado, depende del tamaño y del modo de utili-
zación del excedente económico generado en el proceso pro-
ductivo.
Como lo veremos posteriormente, ambos están determi-
nados esencialmente por el grado en que se han desarrollado
los recursos productivos de la sociedad, y por la estructura
social dentro de la cual se desenvuelve el proceso productivo.
La comprensión correcta de los factores a que se debe atri-
buir el tamaño y el modo de utilización del excedente eco-
nómico, es una de las principales tareas de una teoría del
desarrollo económico. La economía "pura" ni siquiera ha lle-
gado a asomarse a este problema. Hemos de buscar su solu-
ción en la economía política del crecimiento.

44
Capítulo II

EL CONCEPTO DE EXCEDENTE ECONÓMICO

El concepto de excedente económico lleva sin duda consi-


go algunas posibilidades de error, y al aclararlo y utilizarlo
para comprender el proceso de desarrollo económico, ni las
definiciones simples ni las mediciones refinadas pueden sus-
tituir al esfuerzo analítico y al juicio racional. Pero, cierta-
mente, sería deseable romper con la larga tradición de la
economía académica de sacrificar la importancia del tema a
la elegancia del método analítico; es mejor tratar en forma
imperfecta lo que es sustancial, que llegar al virtuosismo en
el tratamiento de lo que no importa.
Con objeto de facilitar la discusión tanto como sea posible,
hablaré ahora en términos de "estática comparativa", es de-
cir, haré caso omiso de los pasos de una situación económica
a otra y consideraré estas situaciones como si fuesen ex post.
Procediendo en esta forma, podemos distinguir tres variantes
del concepto de excedente económico.
El excedente económico real es la diferencia entre la pro-
ducción real generada por la sociedad y su consumo efectivo
corriente.10 Es, por lo tanto, idéntico al ahorro corriente o
acumulación, y toma cuerpo en los activos de diversas clases
que se agregan a la riqueza de la sociedad durante el período
correspondiente: instalaciones productivas y equipo, existen-
cias, saldos en el exterior y atesoramientos de oro. Parecería
ser sólo un problema de definición el determinar si los bienes

10
Comprende obviamente una parte menor del producto total que la
abarcada por la noción de plusvalía de Marx. Esta última, como se re-
cordará, consiste en la diferencia total entre el producto neto total y
el ingreso real del trabajo. El "excedente económico real" tal como se
ha definido arriba es simplemente la parte de la plusvalía que está
siendo acumulada; en otras palabras, no incluye el consumo de la cla-
se capitalista, ni los gastos gubernamentales en administración, esta-
blecimientos militares, etc.
45
de consumo duraderos (residencias, automóviles, etc.) cons-
tituyen ahorros o consumo y es, sin lugar a duda, bastante
arbitrario considerar a las casas como inversión en tanto se
trata a los pianos de cola, por ejemplo, como consumo. Si la
duración de la vida útil fuese el criterio, ¿dónde deberíamos
poner el límite? De hecho, para la comprensión del proceso
económico, es esencial distinguir los activos en cuestión, no
con base en sus propiedades físicas, sino a la luz de su fun-
ción económica, es decir, dependiendo de si entran al con-
sumo como "bienes finales" o sirven como medios de pro-
ducción, contribuyendo, por lo tanto, al incremento de la
producción del período siguiente. De ahí que un automóvil
comprado para pasear, sea un objeto de consumo, mientras
que un coche idéntico agregado a una flotilla de autos de al-
quiler, sea un bien de inversión.11
El excedente económico real ha sido generado en todas las
formaciones socioeconómicas y, aunque su tamaño y es-
tructura han diferido notoriamente de una fase de desarrollo
a otra, su existencia ha caracterizado a casi toda la historia.
La magnitud del excedente económico real —ahorro o for-
mación de capital— es, cuando menos conceptualmente, fá-
cil de establecer y en la actualidad se estima con regularidad
por las oficinas estadísticas de casi todos los países. Las difi-
cultades que se han encontrado para medirlo son de carácter
técnico y se deben a la carencia de información estadística o
a lo inadecuado de la misma.
El excedente económico potencial es la diferencia entre la
producción que podría obtenerse en un ambiente técnico y
natural dado con la ayuda de los recursos productivos utili-
zables, y lo que pudiera considerarse como consumo esen-

11
Aunque no necesitamos detenernos en este punto, conviene tener
en consideración que desde el punto de vista del desarrollo económi-
co, es de primordial importancia que el excedente económico real
asuma la forma de bienes de capital que incrementan la productivi-
dad, o bien aparezca como adiciones a las existencias o a los atesora-
mientos de oro, los cuales están ligados muy tenuemente, si es que lo
están, al fortalecimiento del "brazo técnico de la sociedad".
46
cial.12 Su realización presupone una reorganización más o
menos drástica de la producción y distribución del producto
social, e implica cambios de gran alcance en la estructura de
la sociedad. Este excedente aparece bajo cuatro aspectos dis-
tintos. El primero es el consumo excesivo de la sociedad
(predominantemente de los grupos de alto ingreso, pero en
algunos países —como, por ejemplo, los Estados Unidos—
también de las llamadas clases medias); el segundo es el pro-
ducto que pierde la sociedad por la existencia de trabajado-
res improductivos ; el tercero es el producto perdido a causa
de la organización dispendiosa e irracional del aparato pro-
ductivo existente; y el cuarto es el producto no materializado
a causa de la existencia del desempleo, el cual se debe fun-
damentalmente a la anarquía de la producción capitalista y a
la insuficiencia de la demanda efectiva.
La identificación y la medición de estas cuatro formas del
excedente económico potencial, tropiezan con algunos obs-
táculos. Éstos pueden, en esencia, reducirse al hecho de que
el concepto mismo de excedente económico potencial, tras-
ciende el horizonte del orden social existente, al relacionarse
no sólo con la actuación fácilmente observable de una orga-
nización socioeconómica dada, sino también con la imagen,
menos fácil de concebir, de una sociedad ordenada en forma
más racional.

II

Esto requiere una breve digresión. De hecho, si se mira


desde el punto de vista del feudalismo, era esencial, produc-
tivo y racional todo lo que resultaba compatible con el siste-

12
También esto se refiere a una cantidad del producto distinta de la
representada por el concepto de plusvalía de Marx. Por una parte, ex-
cluye de la plusvalía elementos tales como lo que hemos llamado más
arriba el consumo esencial de los capitalistas, los gastos en la adminis-
tración gubernamental que pueden ser considerados como esenciales,
etc.; por otra parte, comprende lo que no abarca el concepto de plus-
valía, es decir, la producción perdida a causa del desempleo o el mal
uso de los recursos productivos.
47
ma feudal y que tendía a lograr su estabilidad y continuidad.
Lo no esencial, improductivo y dispendioso, era todo aquello
que interfería o era superfluo para la preservación y el fun-
cionamiento normal del orden social existente. En concor-
dancia con esto, Malthus defendió vigorosamente el consu-
mo superfluo de la aristocracia terrateniente, destacando los
efectos estimulantes que tenían tales gastos en la ocupación.
Por otra parte, los economistas de la burguesía ascendente
no tenían escrúpulos en arremeter en contra del ancien régi-
me por lo dispendioso de su organización socioeconómica ni
en señalar el carácter parasitario de muchos de sus funciona-
rios e instituciones más apreciados.13
Pero en cuanto la crítica de la sociedad precapitalista per-
dió su urgencia y las deliberaciones de la ciencia económica
fueron dominadas por la tarea de racionalizar y justificar el
orden capitalista victorioso, fue desechada hasta la simple
pregunta sobre la productividad o esencialidad de cualquier
tipo de actividad que se realizara en la sociedad capitalista.
Al elevar el fallo del mercado al papel de único criterio de
eficacia y racionalidad, la economía niega toda "respetabili-
dad" a la distinción entre consumo esencial y no esencial, en-
tre trabajo productivo e improductivo, entre excedente real y

13
"El trabajo de algunos de los órdenes más respetables en la socie-
dad, es semejante al de los servidores domésticos y no producen nin-
gún valor... El soberano, por ejemplo, con todos los funcionarios —
tanto de justicia como de guerra— que sirven a sus órdenes, con toda
la marina y el ejército, son trabajadores improductivos. Son los servi-
dores del público y son mantenidos por una parte del producto anual
de la industria de otras gentes... en la misma clase deben colocarse...
los clérigos, los abogados, los doctores, los hombres de letras de toda
clase: actores, músicos, cantantes de ópera, bailarines, etc..." Adam
Smith, Wealth of Nations (ed. Modern Library, p. 295).
"Cuando la producción anual de un país repone más que su consumo
anual, se dice que incrementa su capital; cuando su consumo anual
no llega a ser reemplazado por su producción anual, se dice que dis-
minuye su capital. El capital puede, por lo tanto, ser aumentado por
un incremento de la producción o por una disminución del consumo
improductivo." D. Ricardo, Principies of Political Economy and Taxa-
tion (ed. Every-man's Library), p. 150.
48
potencial. Se justifica al consumo no esencial arguyendo que
proporciona incentivos indispensables, se glorifica al trabajo
improductivo alegando que contribuye indirectamente a la
producción, se defienden las depresiones y el desempleo
considerándolas como el costo del progreso y se disculpa el
despilfarro presentándolo como un requisito previo de la li-
bertad. Como dice Marx, "cuando el dominio del capital se
extendió, y de hecho, aun aquellas esferas de la producción
no relacionadas directamente con la producción de riqueza
material se hicieron más y más dependientes de él, y en es-
pecial las ciencias positivas (ciencias naturales) le fueron
subordinadas como medios para la producción material, los
sicofantes de segunda fila de la economía política pensaron
que era su deber glorificar y justificar cada esfera de la activi-
dad, demostrando que estaba 'eslabonada' a la producción de
la riqueza material y que era un medio para lograrla; enalte-
cieron a todo mundo haciéndolo un 'trabajador productivo'
en el sentido 'más estrecho de la palabra', es decir, estable-
ciendo que un trabajador que labora al servicio del capital, es
útil, en una forma u otra, a su incremento".14
Sin embargo, "el capitalismo crea un estado de ánimo críti-
co tal que, después de haber destruido la autoridad moral de
tantas otras instituciones, finalmente se vuelve contra las
propias; el burgués encuentra, para su sorpresa, que la acti-
tud racionalista no se detiene ante los títulos de reyes y de
papas, sino que continúa con el ataque a la propiedad priva-
da y a todo el sistema de valores burgueses".15 De ahí que,
desde una posición neutral y externa al marco de la sociedad
capitalista, desde la posición de una sociedad socialista, mu-
cho de lo que aparenta ser esencial, productivo y racional pa-
ra el pensamiento económico y social burgués, resulte ser no
esencial, improductivo y dispendioso. En general, puede de-
cirse que sólo la posición que, intelectualmente, está fuera
del orden social prevaleciente, que está al margen de sus "va-
lores", su "inteligencia práctica" y sus "verdades axiomáticas",
14
Marx, Theories of Surplus Value (Londres, 1951), p. 177.
15
J. A. Schumpeter, Capitalism, Socialism and Democracy (Nueva
York, 1950), p. 143.
49
permite una introspección crítica de sus contradicciones y
posibilidades ocultas. El ejercicio de la autocrítica es tan mo-
lesto para una clase dirigente como lo es para un simple in-
dividuo.
Como puede verse fácilmente, la decisión respecto a lo que
constituye el excedente económico potencial, respecto a la
naturaleza del consumo no esencial, del despilfarro y del tra-
bajo improductivo, está ligada a los cimientos mismos de la
economía burguesa y en particular, a lo que se ha llamado la
economía del bienestar. De hecho, el objetivo de esta rama
de la teorización económica —quizá la más apologética e
ideológica—, es organizar nuestro conocimiento de las con-
diciones que determinan el bienestar económico de la gente.
Resulta ocioso decir que la condición primera y más impor-
tante para que tal esfuerzo tenga sentido, es la existencia de
una noción clara de lo que se entiende por bienestar econó-
mico y del criterio por el cual pueden distinguirse los estados
de bienestar económico. Los economistas del bienestar abor-
dan el problema (o más bien, creen que lo abordan), refi-
riéndose a la utilidad o satisfacción que experimentan los in-
dividuos. El individuo mismo, con sus hábitos, gustos y pre-
ferencias, se toma como dado. Sin embargo, debería ser ob-
vio que tal visión del individuo es totalmente metafísica y
que, de hecho, pasa por alto el aspecto más esencial de la his-
toria humana. Como Marx hacía notar en un pasaje dedicado
a Bentham: "si queremos saber qué es útil para un perro, te-
nemos que estudiar la naturaleza del perro. Pero a ella no
llegaremos jamás partiendo del 'principio de utilidad'. Apli-
cado al hombre, si queremos enjuiciar con arreglo al princi-
pio de utilidad todos los hechos humanos, sus movimientos,
relaciones, etc., tendremos que conocer, ante todo, la natura-
leza humana en general y luego, la naturaleza humana histó-
ricamente modificada por cada época. Bentham no se anda
con cumplidos. Con la más candorosa ingenuidad, toma al
filisteo moderno, especialmente al filisteo inglés, como al
hombre normal. Todo lo que sea útil para este lamentable
hombre normal y su mundo, es también útil en forma abso-
luta. Por este rasero mide después el pasado, el presente y el
50
porvenir".16
De hecho, en el curso de la historia, el individuo, con sus
exigencias físicas y síquicas, con sus valores y sus aspiracio-
nes, ha estado cambiando con la sociedad de la cual forma
parte. Las modificaciones de la estructura de la sociedad lo
han cambiado y los cambios en su naturaleza han cambiado
a la sociedad. ¿Cómo podemos, pues, emplear la utilidad o la
satisfacción que corresponde a un individuo en cualquier
tiempo dado como criterio para juzgar la tendencia al bie-
nestar de las instituciones económicas y sus relaciones? Si
nos referimos a la conducta observable de un individuo, ob-
viamente estamos en un círculo vicioso. Su conducta está de-
terminada por el orden social en que vive, en el que se crió y
el cual ha modelado y determinado la estructura de su carác-
ter, sus categorías de pensamiento, sus esperanzas y sus te-
mores. De hecho, la capacidad de producir el mecanismo que
plasma tal personalidad, de proporcionar la estructura mate-
rial y síquica para un tipo específico de existencia humana, es
lo que hace de una constelación social un orden social.
No obstante, los economistas tratan de valorar este orden
social, su llamada eficacia, su contribución al bienestar hu-
mano, con criterios que éste mismo ha desarrollado. 17 ¿Qué
pensaríamos, a juzgar por el código de conducta establecido
en una sociedad caníbal, de la contribución que el homicidio
hace al bienestar? Lo más que puede lograrse de este modo
es un juicio acerca de la congruencia de la conducta de los
caníbales con sus propios cánones y reglamentos. Esta clase
de pesquisa puede ser útil a un esfuerzo para idear los arre-
glos necesarios a la preservación y el mejor funcionamiento
de la sociedad caníbal; pero ¿qué puede derivarse de una tal
investigación en términos de bienestar humano? Si se supo-
ne que la vida de los caníbales se ajusta completamente a los

16
Marx, El Capital (ed. Kerr), vol. I, p. 668.
17
"La función de las instituciones económicas es organizar la vida
económica, de acuerdo con los deseos de la comunidad... la eficacia
de la organización económica, será... juzgada por su avenencia con las
preferencias de la comunidad." T. Scitovsky, Welfare and Competition
(Chicago, 1951, p. 5).
51
preceptos de su sociedad, que su jefe obtiene exactamente
tantos cueros cabelludos al año como lo requieren sus rique-
zas, su status y sus relaciones, y que los otros caníbales con-
sumen exactamente el número de extranjeros que corres-
ponde a su productividad marginal y nunca de otra forma
que a través de una compra libre en un mercado libre: ¿Te-
nemos en este caso un estado óptimo, podemos decir que el
bienestar de los caníbales está bien logrado? Debería ser ob-
vio que nada de esto se desprende de lo anterior. Todo lo que
hemos establecido es que la práctica de la sociedad caníbal
corresponde más o menos integralmente, a los principios
desarrollados por esa sociedad. No hemos dicho nada acerca
de la validez o racionalidad de esos principios en sí, ni de su
relación con el bienestar humano.
De ahí que la economía del bienestar se dedique a algo que
se acerca mucho a una introspección compulsiva: determinar
en qué medida la organización económica existente satisface
las reglas de juego establecidas por la organización económi-
ca existente; en qué grado el aparato productivo de la socie-
dad capitalista está "eficazmente" organizado para obtener
una producción cuyo tamaño y composición están determi-
nados por la estructura de ese aparato productivo. Más aún,
investiga laboriosamente el grado en que la organización so-
cioeconómica existente asigna los recursos para que se ajus-
ten a la demanda de los consumidores, la cual, a su vez, está
determinada por la distribución de la riqueza y del ingreso,
por los gustos y valores de la gente, que a su vez está mol-
deada por la organización socioeconómica existente. Todo
esto no tiene absolutamente nada que ver con la exploración
de las condiciones que tienden al bienestar ni con el estudio
de la medida en que las instituciones económicas y sociales y
las relaciones de la sociedad capitalista, promueven o impi-
den el bienestar de la gente.
Pero un exponente convencional de la economía del bie-
nestar nos detendrá aquí y preguntará si tenemos algún otro
criterio del bienestar.18 Si la actuación real y observable del
18
Por ejemplo, el profesor Scitovsky —uno de los escritores más auto-
rizados sobre el tema— observa: "... Si comenzamos a dudar de la ca-
52
individuo en el mercado, no se acepta como la prueba última
de lo que constituye su bienestar, ¿qué otra prueba usare-
mos?
El simple hecho de que esta pregunta se haga, indica qué
lejos hemos llegado en el camino hacia la irracionalidad y el
oscurantismo desde los días de la filosofía clásica y la econo-
mía clásica. En verdad, la respuesta a esta pregunta es más
simple de lo que uno pudiese pensar —a la vez, más simple y
más complicada. La respuesta es que, el único criterio por el
cual es posible juzgar la naturaleza de una organización so-
cioeconómica, su capacidad para contribuir al desenvolvi-
miento general y al crecimiento de las potencialidades hu-
manas, es la razón objetiva. Fue la razón objetiva la que ci-
mentó la crítica de la sociedad existente, realizada por hom-
bres como Maquiavelo y Hobbes; fue la razón objetiva la que
inspiró a Smith y a Ricardo a calificar de parásitos a los seño-
res feudales, a los cortesanos y al clero establecido de su
tiempo, puesto que no sólo no contribuían al adelanto de sus
sociedades, sino que les impedían todas sus posibilidades de
crecimiento.
No es que la substancia de la razón objetiva esté fijada en
forma inmutable en el tiempo y en el espacio. Por lo contra-
rio, la razón objetiva misma está enclavada en el flujo incan-
sable de la historia, estando sus linderos y contenidos tan
sometidos a la dinámica del proceso histórico, como la natu-
raleza y la sociedad en general. "No se puede entrar dos veces
en el mismo río", y lo que es la razón objetiva en una etapa
histórica, es la sinrazón, la reacción, en otra. Esta dialéctica
de la razón objetiva no tiene nada en común con el cinismo
relativista del pragmatismo, ni con la indeterminación opor-
tunista de las diversas filosofías del élan vital; está firme-
mente anclada en el conocimiento científico —cada vez más

pacidad del consumidor para decidir lo que le conviene, nos lanzamos


a un camino en el cual es difícil detenerse y terminaremos por
desechar todo el concepto de soberanía del consumidor". Op. cit., p.
184. De hecho, lo que está a discusión no es el "concepto de soberanía
del consumidor", sino simplemente la versión no histórica y apologé-
tica de este concepto en que se apoya la economía burguesa.
53
amplio y más profundo— que el hombre tiene tanto de la na-
turaleza como de la sociedad, está en la exploración concreta
y la explotación práctica de las condiciones naturales y socia-
les del progreso.
La actitud, históricamente cambiante y ambivalente, hacia
el progreso y la razón objetiva —que ha sido característica
del pensamiento burgués desde que la burguesía principió a
desgarrarse continuamente entre la oposición al feudalismo y
el miedo al socialismo naciente—, explica el hecho de que la
crítica socialista a las instituciones económicas y sociales
prevalecientes haya tenido ocasionalmente —cuando estaba
dirigida en contra de los residuos del orden feudal— una
acogida favorable de parte de la economía burguesa. El des-
pilfarro de la riqueza por parte de los terratenientes en los
países atrasados, era un blanco tan admisible como su prodi-
galidad en los países más adelantados durante el ancien ré-
gime.
Siempre ha habido mucho menos tolerancia, cuando se lle-
ga a la crítica de las instituciones capitalistas sensu stricto. Y
en la actual etapa imperialista del desarrollo del capitalismo,
el señalar, por ejemplo, la estructura sociopolítica de los paí-
ses atrasados como el principal obstáculo a su progreso, se
considera casi tan sospechoso como el insistir sobre el obs-
táculo que representa el imperialismo —en los países capita-
listas avanzados— al retrasar su propio desarrollo interno y
al perpetuar el estancamiento de las regiones subdesarrolla-
das.
En forma similar, los economistas que están social y men-
talmente anclados en la fase —y en el estrato— pequeño
burgués y competitivo de la sociedad capitalista, han desa-
rrollado un cierto grado de clarividencia respecto a la irra-
cionalidad, al derroche y a las consecuencias culturales del
capitalismo monopolista. Olvidándose del hecho de que el
capitalismo liberal y competitivo, es el que forzosa e ineluc-
tablemente gesta al monopolio, aceptan algunos de los cos-
tos que ha tenido la fase monopolista del capitalismo; en lo
económico, en lo social y en lo humano, disciernen algunas
de las manifestaciones más obvias del consumo excesivo, de
54
las actividades improductivas y la brutalidad e irracionalidad
del "realismo económico". Al mismo tiempo, son los escrito-
res que se han liberado de las trabas de una etapa anterior o
que han crecido precisamente en la "nueva era", los que, en
ocasiones, son extraordinariamente perspicaces para des-
prestigiar al orden competitivo del pasado —a las virtudes
sacrosantas de la adolescencia competitiva del capitalismo.
Aunque esta tensión dentro del pensamiento burgués
permite ciertos atisbos (e informaciones) que facilitan, cuan-
do menos, una valuación aproximada de la naturaleza —y
magnitud— del excedente económico potencial, el conflicto
siempre latente y esporádicamente activo, entre los intereses
de la clase capitalista como un todo y los de sus miembros
individuales, ofrece otra oportunidad para la comprensión de
los problemas involucrados. De ahí que, en tiempos de gue-
rra, cuando la victoria se transforma en el interés principal
de la clase dominante, se permita obrar a lo que en esas cir-
cunstancias constituye la razón objetiva, sin tomar en consi-
deración los intereses particulares ni las utilidades subjetivas.
Bien sea que se trate del servicio militar obligatorio, de con-
troles económicos para la guerra, o de la requisición y confis-
cación de los abastecimientos necesarios, las necesidades ob-
jetivas son reconocidas como totalmente identificables y se
les asigna una importancia muy superior a la de las preferen-
cias individuales dadas a conocer por la conducta del merca-
do. Sin embargo, en cuanto pasa la emergencia y una admi-
sión más prolongada de la existencia y cognoscibilidad de la
razón objetiva amenaza convertirse en fuente de crítica so-
cial peligrosa, el pensamiento burgués se retira precipitada-
mente de cualesquiera posiciones avanzadas que temporal-
mente haya logrado y cae nuevamente en su estado habitual
de agnosticismo e "inteligencia práctica".
Lo que constituye el "consumo excesivo" en una sociedad
podría ser fácilmente establecido, si este problema recibiera
aunque no fuese sino una parte de la atención que se dedica
a problemas tan urgentes y tan importantes como, digamos,
la posibilidad de medición de la utilidad marginal. Lo que
representa el "consumo esencial" —no sólo en los países
55
subdesarrollados sino también en los avanzados— está lejos
de constituir un misterio. Allí donde los niveles de vida son
por lo general bajos y los bienes obtenibles por la gente poco
diversificados, el consumo esencial puede determinarse en
términos de calorías, de otros alimentos, de cantidades de
ropa, de combustible, de espacio habitable, etc. Aun donde el
nivel de consumo es relativamente elevado e involucra una
gran variedad de bienes de consumo y de servicios, puede
hacerse un juicio acerca de la cantidad y composición del in-
greso real necesario para lograr lo que socialmente se consi-
dera una "vida decente".19
Como se ha mencionado anteriormente, es esto precisa-
mente lo que se ha hecho en todos los países en situaciones
de emergencia, tales como la guerra, el reajuste de la post-
guerra, etc. Lo que los agnósticos apologistas del statu quo y
los adoradores de la "soberanía del consumidor" tratan como
obstáculo insuperable o como manifestación de una arbitra-
riedad censurable, es enteramente accesible a la investiga-
ción científica y al juicio racional.

III

Más complicada y cuantitativamente menos fácil de de-


terminar, es la identificación de los trabajadores improducti-
vos. Como se señaló anteriormente, la sola distinción entre

19
El Bureau of Labor Statistics del Departamento de Trabajo de los
Estados Unidos utiliza ciertas nociones de "consumo esencial" para
compilar sus índices del costo de la vida. El Heller Committee for Re-
search in Social Economics de la Universidad de California, emplea
conceptos similares. Los alimentos, la habitación y las necesidades
médicas en varios países han sido estudiados por las Naciones Unidas,
por la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y
otras instituciones, representando un campo muy importante para
mayores investigaciones. Cf. Food and Agriculture Organizaron, FAO
Nutritional Studies Nª 5. Caloric Requirements (Washington, junio de
1950); National Research Council, Reprint and Circular Series, Rec-
ommended Dietary Allowances (Washington, 1948); United Mations,
Housing and Town and Country Planning (1949-1950), así como los
materiales a que se refieren dichas fuentes.
56
trabajo productivo e improductivo, encuentra una firme opo-
sición por parte de la economía burguesa. Por la experiencia
de su propia juventud, sabe que esta distinción es una he-
rramienta poderosa de la crítica social, que puede volverse
fácilmente en contra del propio orden capitalista.
Al tratar de suprimirla totalmente, intenta ahogar todo el
problema al juzgar la productividad, la esencialidad y la utili-
dad de cualquier trabajo, en términos de su capacidad para
obtener un precio en el mercado. De esta forma, en verdad,
desaparecen todas las diferencias entre los diversos tipos de
trabajo —todas, excepto una: la magnitud de la remunera-
ción que obtiene cualquier actividad dada. En tanto una acti-
vidad obtenga cualquier remuneración monetaria, se la trata,
por definición, como útil y productiva.20
De lo anterior, debería desprenderse claramente que la va-
luación del mercado no puede considerarse como una prue-
ba racional de la "adecuación" o "eficacia" de una organiza-
ción socioeconómica. De hecho, como se ha subrayado arri-
ba, el aceptar esta prueba implica un razonamiento circular:
juzgar a una estructura socioeconómica dada con un criterio
que es, a su vez, un aspecto importante de esa propia estruc-
tura económica.
20
Sería interesante hacer notar que este impulso para glorificar al or-
den capitalista eliminando la distinción entre trabajo productivo e
improductivo, ha contribuido en gran medida a la autocastración de
la economía moderna. Al obligar a sus protagonistas a considerar co-
mo productivas a todas las actividades que obtienen una remunera-
ción monetaria en la sociedad capitalista, los criterios de aprobación y
valuación del mercado, que en las condiciones del capitalismo puro
podrían tener cuando menos una pretensión de consistencia, dan ori-
gen a perturbaciones graves cuando con lo que se tiene que tratar es
una sociedad afectada por residuos feudales. En estas circunstancias,
la adhesión al principio de valuación del mercado forza a los econo-
mistas a la posición algo ridícula de criticar el estado de cosas existen-
te con el punto de vista no histórico e irreal de Mises, Hayek, Knight y
otros de esta escuela, o bien a la incómoda necesidad de torcer y do-
blar el "principio" cuando sostienen la utilidad y esencialidad de di-
versas actividades en vista de su contribución "indirecta" al producto
corriente o por su esencialidad para la preservación y funcionamiento
del sistema capitalista como un todo.
57
De ahí que, en la sociedad capitalista, lo que es trabajo
productivo y lo que es trabajo improductivo, no pueda ser
determinado con referencia a la práctica diaria del capitalis-
mo. Nuevamente aquí, la decisión debe hacerse en forma
concreta, desde el punto de vista de las necesidades y poten-
cialidades del proceso histórico, a la luz de la razón objetiva.
Considerado de esta manera, es trabajo improductivo una
parte importante de la producción de bienes y servicios que
entra al mercado y luego se registra en las estadísticas de in-
greso nacional de los países capitalistas. Para que quede bien
claro: Todo lo que en conjunto es productivo o útil dentro de
la estructura del orden capitalista, puede ser, de hecho, indis-
pensable para su existencia. Es inútil decir que los individuos
que realizan este tipo de trabajo pueden ser, y en la mayoría
de los casos son, "ciudadanos destacados", hombres meticu-
losos y esforzados que hacen el trabajo cotidiano por el sala-
rio diario. De ahí que su clasificación como "trabajadores im-
productivos" no implique ni oprobio moral ni cualquier otra
afrenta. Como sucede muy frecuentemente, gente bien in-
tencionada puede no sólo no lograr lo que quería, sino obte-
ner el resultado opuesto, si está obligada a vivir y a trabajar
en un sistema cuyo timón está fuera de su control.
Como puede verse fácilmente, la delimitación y medición
de esta porción improductiva del esfuerzo económico total
de la nación, no puede intentarse por la aplicación de una
fórmula simple. Hablando en términos generales, está consti-
tuido por todo el trabajo que da por resultado la producción de
bienes y servicios cuya demanda puede atribuirse a condicio-
nes y relaciones específicas del sistema capitalista y la que no
existiría en una sociedad ordenada racionalmente. Por consi-
guiente, buena parte de esos trabajadores improductivos es-
tán ocupados en fabricar armamentos, artículos de lujo de
todas clases, objetos de ostentación conspicua y de distinción
social. Otros son funcionarios gubernamentales, miembros
del cuerpo militar, clérigos, abogados, especialistas en eva-
sión fiscal, expertos en relaciones públicas, etc. Otros grupos
más de trabajadores improductivos son los agentes de publi-
cidad, los corredores de bolsa, comerciantes, especuladores y
58
similares. Un ejemplo particularmente bueno es el dado por
Schumpeter, uno de los pocos economistas contemporáneos
que no se contentó con especular al nivel de la "inteligencia
práctica", sino que intentó elevarse a cierto entendimiento
del proceso histórico:

Una parte considerable del trabajo social efectuado por los


abogados, se dedica a la lucha de los negocios en contra del esta-
do y sus órganos... en una sociedad socialista no habría necesidad
ni lugar para esta parte de la actividad legal. El ahorro resultante
no es medido satisfactoriamente por los honorarios de los abo-
gados que están ocupados en eso. Éstos no son dignos de consi-
deración. Pero no puede decirse lo mismo de la pérdida social
que representa una utilización tan improductiva de muchos de
los mejores cerebros. Considerando cuán terrible-mente escasos
son los buenos cerebros, su traslado a otros empleos puede ser de
una importancia más que infinitesimal.21

Es esencial recordar que el trabajo improductivo, tal como


se ha definido, no está ligado directamente con el proceso de
producción esencial y está mantenido por una parte del ex-
cedente económico de la sociedad. Sin embargo, esta carac-
terística la comparte con otro grupo de trabajadores que no
caen dentro de nuestra definición de trabajo improductivo.
Los hombres de ciencia, los médicos, artistas, profesores y
gente con ocupación semejante, viven del excedente econó-
mico, pero tienen un trabajo cuya demanda, lejos de desapa-
recer, se multiplicaría e intensificaría a un grado sin prece-
dente en una sociedad ordenada de forma racional. De ahí
que, si bien desde el punto de vista de la medición del exce-
dente económico total generado corrientemente por la so-
ciedad, es perfectamente apropiado incluir a estos trabajado-
res dentro de la clase de individuos mantenidos por el exce-
dente económico, parezca aconsejable considerarlos separa-
damente, si lo que se está buscando es valuar la magnitud del
excedente potencialmente obtenible para una utilización ra-

21
J. A. Schumpeter, Capitalism, Socialism and Democracy (Nueva York,
1950), p. 198.
59
cional. "El trabajo puede ser necesario sin ser productivo."22
Esta distinción se hace particularmente útil cuando se con-
sideran no sólo las posibilidades de crecimiento económico,
sino también la transición del capitalismo al socialismo. Por-
que lo que antes se ha definido como trabajo improductivo,
está condenado a desaparecer gradualmente cuando una so-
ciedad socialista avanza hacia el comunismo. De hecho, al-
gunas clases de trabajadores improductivos se eliminan in-
mediatamente con la introducción de una economía planifi-
cada, en tanto que otras permanecen por períodos conside-
rables en los sistemas que están en transición del capitalismo
al comunismo, como es el caso, digamos, de la U.R.S.S. Pue-
de decirse que el grado en que ha sido abolido el trabajo im-
productivo —según nuestra definición—, la medida en que
se prescinde de instituciones tales como el ejército, la Iglesia,
etc., y la intensidad en que los recursos así liberados se han
dirigido hacia el adelanto del bienestar humano, representan
el índice particular más importante del progreso de una so-
ciedad socialista hacia el comunismo.
Por otra parte, el grupo de trabajadores que está manteni-
do por el excedente económico y no está abarcado por nues-
tra definición de trabajo improductivo, se amplía grande-
mente con el desarrollo de una sociedad socialista. Como
predijo Marx, la parte del producto total "...que se destine a
satisfacer necesidades colectivas tales como escuelas, institu-
ciones sanitarias, etc... desde el primer momento... aumenta-
rá considerablemente en comparación con la sociedad actual
y seguirá aumentando proporcionalmente en la medida en
que la nueva sociedad se desarrolle... [en tanto que] los cos-
tos generales de administración que no pertenezcan a la pro-
ducción... serán, desde el primer momento, considerable-
mente reducidos en comparación con los de la sociedad ac-
tual e irán reduciéndose en proporción, a medida en que la
nueva sociedad se desarrolle".23 De ahí que los recursos usa-
22
Marx, Grundrisse der Kritik der Politischen Ökonomie (Rohentwurf),
Berlín, 1953, p. 432.
23
Marx, Critique of the Gotha Program, en los Selected Works de Marx
y Engels (Moscú, 1949-1950), vol. II, pp. 20 ss.
60
dos para el mantenimiento de aquellos individuos que gravi-
tan sobre el excedente económico de la sociedad, pero que
no están incluidos en el trabajo improductivo, tal como yo lo
definí, no puedan considerarse como representando una re-
serva potencial disponible para objetivos de desarrollo eco-
nómico.
Repitiendo; si se hace caso omiso de las dificultades que
puedan encontrarse al intentar medir con precisión el volu-
men de trabajo improductivo que se efectúa en una econo-
mía capitalista, la naturaleza de esta tarea, en tiempos de
emergencia, no es menos clara que la necesidad de restringir,
y aun de eliminar, el consumo no esencial. Los trabajadores
improductivos son enrolados en el ejército, en tanto que se
aplaza el de los trabajadores productivos. Las bolsas de tra-
bajo tratan de desplazar gente de las ocupaciones improduc-
tivas hacia las productivas. Las juntas de racionamiento ex-
piden distintas cartillas a individuos con ocupaciones dife-
rentes, recibiendo los trabajadores productivos un tratamien-
to privilegiado.
La tercera forma en la cual el excedente económico poten-
cial está oculto en la economía capitalista, no es más comple-
ja conceptualmente, aunque es quizá más difícil de medir. El
desperdicio y la irracionalidad de la organización productiva,
que corresponden a esta categoría, pueden observarse en nu-
merosos ejemplos, teniendo como resultado una producción
notoriamente inferior de la que podría obtenerse con el
mismo insumo de recursos humanos y materiales. Está en
primer término, la existencia (y reproducción continua) de
un exceso de capacidad que absorbe, improductivamente,
una porción importante de la inversión corriente. No nos re-
ferimos aquí a la planta, equipo y la mano de obra que están
reducidos a la ociosidad en los períodos de depresión. Esto lo
trataremos posteriormente. Lo que estamos considerando
ahora, es la capacidad física que permanece sin utilizar, aun
en años de prosperidad, no sólo en las industrias en deca-
dencia sino también en las que están en expansión.24
24
Dicho sea de paso, en una economía racionalmente planificada, no
es necesario que exista un exceso de capacidad prolongado, aun en las
61
La Brookings Institution realizó una investigación sobre el
exceso de capacidad en los Estados Unidos en el período
1925-1929.25 En ella se define la "capacidad" de una industria
como la producción que podría obtenerse a lo largo de una
jornada de trabajo con el número de turnos que se utilizan
ordinariamente en ella, y con las normas adecuadas de man-
tenimiento de la planta —es decir, tomando en considera-
ción las suspensiones de trabajo necesarias para reparacio-
nes, etc.—. Las plantas que están cerradas han sido exclui-
das, de modo que ellas no se consideran en el exceso de ca-
pacidad. La capacidad así definida (en forma conservadora)
es, por lo tanto, menor que la "capacidad estimada" que habi-
tualmente dan las estadísticas y que se basa en cálculos téc-
nicos. La Brookings Institution descubrió que "en general...
en los años de 1925 a 1929, las instalaciones disponibles fue-
ron utilizadas entre un 80 y 83% de su capacidad". 26 El estu-
dio previene que "probablemente no toda la productividad
adicional que se indica como posible en las cifras antes cita-
das hubiese podido ser obtenida, pues existían grandes dife-
rencias en la capacidad potencial de las distintas ramas de la
industria y, si cada industria hubiese trabajado a su capaci-
dad total, sin lugar a duda se habrían apilado rápidamente
enormes excedentes de algunos bienes".27
Sin embargo, como se dan cuenta los autores del estudio,
"si los nuevos esfuerzos productivos se dirigiesen hacia la
coordinación de las diversas industrias", esta desproporcio-
nalidad, aunque no se eliminaría totalmente, podría reducir-

industrias en decadencia, esto es, en aquellas industrias que se en-


frentan a una reducción de la demanda para sus productos. La con-
versión oportuna de esas capacidades hacia la producción de otros
bienes, puede reducir tal exceso de capacidad al mínimo.
25
America's Capacity to Produce and America's Capacity to Consume
(Washington, 1934). Para una excelente síntesis de este estudio, cf. J.
Steindl, Maturity and Stagnation in American Capitalism (Oxford,
1952), pp. 4 ss., del cual se han tomado algunas frases del texto de
arriba.
26
America's Capacity to Produce and America's Capacity to Consume
(Washington, 1934), p. 31.
27
Ibid.
62
se en una gran medida. No estiman el monto del producto
que hubiese podido obtenerse de existir tal coordinación. Pe-
ro, aun en ausencia de ésta, hubiera sido posible lograr "un
producto 19 % mayor del que se obtuvo. Expresado en térmi-
nos de dinero, este aumento en la productividad se hubiese
aproximado a 15 mil millones de dólares", es decir, casi un 20
% del ingreso nacional de 1929.
Durante el período de la postguerra no se han realizado es-
tudios de alcance similar sobre este problema. Sin embargo,
y a juzgar por los datos dispersos de que se dispone, parece
ser que el exceso de capacidad en la industria americana
asumió proporciones gigantescas, aun en los años de prospe-
ridad sin precedente que siguieron a la segunda Guerra
Mundial. Las estimaciones de un investigador, sugieren que
sólo un 55 % de la capacidad (conservadoramente estimada)
se estaba utilizando en el auge del año 1952.28 Esto no incluye
las prodigiosas cantidades de víveres cuya producción se im-
pide por diversos programas de control o que se dejan echar
a perder, se destruyen o sirven para alimentar animales.
Todas las estimaciones de la capacidad (y del exceso de ca-
pacidad) son muy dudosas. Además de adolecer de lo inade-
cuado de la información estadística básica, dependen de la
definición que se adopta de capacidad, del grado de utiliza-
ción "normal" que se supone y de la medida en la que se to-
man en cuenta las consideraciones de mercado, demanda y
ganancias para decidir acerca de la magnitud del excedente.
Sin embargo, no debe permitirse que las dificultades encon-
tradas en la medición de un fenómeno oscurezcan la existen-
cia del fenómeno mismo; de cualquier forma, estas dificulta-
des no importan en el contexto presente, en el cual nuestro
propósito no es valorar la magnitud del excedente económi-
co potencial en un país en particular y en un tiempo dado,
sino simplemente esbozar las formas en que existe.
El desperdicio de recursos que causan diversos aspectos de
monopolio y de competencia monopólica es perceptible con
igual claridad. Nunca ha sido analizado totalmente el exce-
28
Lewis H. Robb, "Industrial Capacity and Its Utilization", Science &
Socieíy (Otoño de 1953), pp. 318-325.
63
dente económico potencial de este rubro, aunque sus com-
ponentes se han mencionado a menudo en la literatura eco-
nómica. En primer lugar y quizá en el más importante, está
la producción que no ha llegado a materializarse por la
subutilización de las economías en gran escala que causa la
diferenciación irracional de los bienes. Nadie, que yo sepa,
ha intentado calcular el ahorro total que se obtendría si se
uniformara la presentación de un gran número de artículos
que sólo son distintos de nombre y si su producción se con-
centrase en las plantas que fuesen técnica y económicamente
las más eficientes. Bien sea que observemos los automóviles y
otros bienes de consumo durable, como refrigeradores, estu-
fas, artículos eléctricos, etc., o bien que pensemos en produc-
tos como jabones, pastas de dientes, artículos textiles, zapa-
tos o alimentos para el desayuno, poca duda puede haber
acerca de que la uniformación y la producción en masa pue-
den disminuir considerablemente los costos unitarios de
producción. Claro está que podremos encontrar ejemplos en
donde una sola empresa, en condiciones de monopolio, ope-
re con plantas cuyo tamaño es técnicamente el óptimo, es
decir, donde ya no puedan realizarse mayores economías en
gran escala con el estado actual de la técnica. Sin embargo,
existen razones suficientes para creer que tales casos son re-
lativamente raros y que son las limitaciones del mercado pa-
ra las marcas individuales, y las del capital disponible para
las empresas individuales, las que explican el hecho de que
haya plantas cuyo tamaño es menor (y con frecuencia mucho
menor), de lo que sería racional. La continua existencia y
proliferación de empresas pequeñas, ineficaces y redundan-
tes —no sólo en la industria sino en particular en la agricul-
tura, en la distribución y en la venta de servicios—, se tradu-
ce en un desperdicio de recursos humanos y materiales cuya
magnitud difícilmente puede determinarse en su totalidad.29

29
Aunque en condiciones de emergencia, sólo una parte relativa-
mente pequeña de este tipo de excedente económico potencial se
aprovecha realmente, lo hecho en algunas ocasiones basta, cuando
menos, para indicar las dimensiones del problema involucrado. Los
incrementos en la producción obtenidos durante la guerra, simple-
64
La multiplicación de las instalaciones y el derroche de re-
cursos provocado por la pequeñez irracional de las empresas,
tiene su contrapartida en el desperdicio que hacen los gigan-
tes monopolistas, los cuales, protegidos por sus posiciones de
monopolio, no necesitan molestarse por reducir al mínimo
sus costos ni en aumentar al máximo su eficacia. A este res-
pecto, tenemos que considerar lo elevado de los llamados
costos generales fijos de las grandes empresas, con sus me-
teóricas cuentas de gastos, con los exorbitantes salarios que
se pagan a funcionarios que no contribuyen a la producción
de la empresa, pero que obtienen sus ingresos gracias a la
fuerza de sus conexiones financieras, a su influencia personal
o a sus rasgos característicos que los adaptan particularmen-
te a la política de las corporaciones.
Tampoco debe dejar de considerarse el activo potencial
imponderable, pero quizá el más valioso, que está siendo sis-
temáticamente desperdiciado por las empresas monopolis-
tas, a saber, la pulverización del material humano en el mo-
lino degradante, corruptor y desmoralizador del vasto impe-
rio de las corporaciones; el hombre y la mujer comunes cuya
educación y desenvolvimiento están siendo torcidos y muti-
lados por estar expuestos al efecto continuo de la produc-
ción, la propaganda y los esfuerzos de venta de las grandes
empresas.30
Todavía más esquivo es el beneficio que podría obtener la
sociedad de la investigación científica, si su dirección y ex-
plotación no estuviesen sometidas al control de empresas en

mente por la concentración de la producción en plantas enormes y


por la eliminación de los casos más flagrantes de duplicación, trans-
portación irracional e ineficacia, fueron muy impresionantes tanto en
los Estados Unidos como en la Gran Bretaña y Alemania.
30
Y no es que Babbit —el participante más apto en la "brutal" lucha
competitiva por la supervivencia—, a quien idolatran algunos eco-
nomistas liberales y algunas anticuadas Cámaras de Comercio, sea un
ser humano más atractivo que el hombre "moderno" descrito por Da-
vid Riesman en The Lonely Crowd, por C. Wright Mills en White Co-
llar: The American Middle Classes, por T. K. Quinn, en Giant Business.
En realidad, no se podría confiar en el futuro de la raza humana si no
hubiese otra alternativa que la de escoger entre estos dos tipos.
65
busca de ganancias o de gobiernos orientados hacia la pro-
ducción de armamentos.31
Aunque en condiciones de emergencia, sólo una parte rela-
tivamente pequeña de este tipo de excedente económico po-
tencial se aprovecha realmente, lo hecho en algunas ocasio-
nes basta, cuando menos, para indicar las dimensiones del
problema involucrado. Los incrementos en la producción ob-
tenidos durante la guerra, simplemente por la concentración
de la producción en plantas enormes y por la eliminación de
los casos más flagrantes de duplicación, transportación irra-
cional e ineficacia, fueron muy impresionantes tanto en los
Estados Unidos como en la Gran Bretaña y Alemania.
Esta clase de administración y patrocinio del trabajo cien-
tífico, influye fuertemente en su perspectiva general, su elec-
ción de temas y los métodos que emplea. Obstaculiza y de-

31
"Sabemos que, bajo los acuerdos internacionales de cartel, las pa-
tentes sirven frecuentemente no como incentivo para la inversión
sino más bien como un instrumento para limitar la producción, esta-
blecer zonas de mercado restringidas, reducir la tasa de progreso téc-
nico, fijar los precios, etc. Sabemos que la unión realizada en la pre-
guerra, entre la Standard Oil y la I. G. Farben, retardó seriamente el
desarrollo de la industria del hule sintético en los Estados Unidos. Sa-
bemos que las concesiones de la Standard a la Farben estaban motiva-
das, en gran medida, por el deseo de impedir que se usaran las paten-
tes de gasolina sintética fuera de Alemania. Sabemos que los arreglos
de la Dupont con la I. C. I. tuvieron como resultado un reparto de los
mercados mundiales más que un desarrollo dinámico y competitivo
de los mismos... las investigaciones han mostrado... que cuando Du-
pont descubrió un pigmento que podía ser utilizado tanto en las pin-
turas como en el teñido de textiles, el director de uno de sus laborato-
rios de investigación escribió: "Será necesario un mayor trabajo para
agregar contaminantes a los colores 'Monstral' de modo que sean
inapropiados para los textiles pero satisfactorios para las pinturas."
Los estudios muestran el esfuerzo de investigación de la Rohm &
Haas para descubrir un contaminante que hiciese al metil metacrilato
apto para usarse como polvo de moldeo comercial, pero inadecuado
como ingrediente para las dentaduras. Los estudios nos dicen del es-
fuerzo heroico del Departamento de Investigación de la General Elec-
tric para reducir la duración de los acumuladores, etc." Walter
Adams, American Economic Review (mayo de 1954), p. 191.
66
forma el desarrollo de la ciencia, desmoralizando y desorien-
tando a los investigadores al quitarles los estímulos genuinos
para el trabajo creador. Simultáneamente, la utilización que
se hace de los adelantos logrados por ella, limita severamente
los beneficios que se obtienen del progreso científico. Trátese
de la energía atómica y de los servicios públicos, de la substi-
tución de materiales o bien de los procesos de producción,
abundan las pruebas de que el empleo productivo de las po-
sibilidades técnicas está seria y frecuentemente paralizado
por los intereses de aquellos que financian la investigación
técnica.
Esta miríada de formas —más o menos fáciles de identi-
ficar— en las que el excedente económico se oculta en la
compleja telaraña de la economía capitalista, nunca ha sido
sometida a una investigación sistemática y menos aún a una
valuación estadística. Los economistas en el pasado no deja-
ron de apuntar el desperdicio y la irracionalidad que afectan
al orden capitalista. Sin embargo, los trataron como friccio-
nes e imperfecciones del sistema que podían superarse por
reformas adecuadas, o bien los consideraron como residuos
anacrónicos del pasado que podían desaparecer en el curso
del desarrollo capitalista. Posteriormente, cuando se hizo ca-
da vez más obvio que el desperdicio y la irracionalidad, lejos
de ser taras fortuitas del capitalismo, están ligados a su esen-
cia misma, se ha puesto de moda menospreciar la importan-
cia de todo el problema, considerándolo como un "asunto
secundario" que no tiene ninguna trascendencia para nuestra
era de abundancia.32
En nuestro catálogo de las formas en que se oculta el exce-
dente económico potencial en la economía capitalista, el últi-
mo, pero no el menos importante, es el cuarto rubro. Éste es
el producto que se pierde para la sociedad por el desempleo

32
Este enfoque, originalmente sugerido por Schumpeter, ha sido am-
pliamente difundido por J. K. Galbraith en su libro American Capita-
lism (Boston, 1952). En él leemos: "...la ineficacia social de las comu-
nidades ricas crece con el incremento de su riqueza, el cual es tan
grande que hace posible que esta ineficacia no tenga ninguna conse-
cuencia" p. 103.
67
de recursos humanos y materiales, causado, en parte, por la
falta de coordinación de las instalaciones productivas, pero
principalmente por la insuficiencia de la demanda efectiva.
Aunque es muy difícil, si no es que imposible, desenredar es-
tas dos causas de desempleo, atribuyendo a cada una la parte
de que es responsable, es de gran utilidad, para propósitos de
análisis, mantenerlas claramente separadas. La falta de coor-
dinación de las instalaciones productivas, comúnmente lla-
mada en la ciencia económica desempleo "friccionar', fue tra-
tada sucintamente con anterioridad. Se presenta como un
desplazamiento de obreros ocasionado por cambios en la
composición de la demanda del mercado o por la introduc-
ción de diversas invenciones que ahorran trabajo, y que van
acompañadas de la reducción de la planta y del equipo pro-
ductivos. Aunque la mano de obra y las instalaciones involu-
cradas son susceptibles de aprovecharse y, por consiguiente,
reintegrarlas al proceso productivo, tal conversión, si es que
tiene lugar, se realiza en la economía capitalista con gran re-
tardo y despilfarro, aun en las circunstancias más favorables.
En condiciones de planificación racional, es posible que no
pueda evitarse totalmente este tipo de pérdidas; sin embar-
go, podrían reducirse en gran medida.
Aún más importante es el desempleo ocasionado por la in-
suficiencia de la demanda efectiva y que es, después de los
gastos militares, la causa particular de mayor peso para la
existencia continua de una amplia brecha entre el excedente
real y el potencial. Afecta tanto a la mano de obra susceptible
de ocuparse, cuanto a las instalaciones productivas que pue-
den utilizarse y, aunque cambia de intensidad de período a
período, inmoviliza una gran proporción de los recursos hu-
manos y materiales de que se dispone. El impacto de este
desempleo continuo de la potencialidad productiva no se
aprecia en forma adecuada por la valuación y totalización de
las diferencias existentes entre la producción en tiempos de
prosperidad y la correspondiente a épocas de depresión. En
primer lugar, este procedimiento omite la existencia de un
desempleo considerable de fuerza de trabajo y de capacidad
productiva, aun en aquellos períodos de llamada ocupación
68
plena y, en segundo lugar, pasa por alto que, aun en tiempos
de prosperidad, la producción es más baja de lo que podría
ser si las empresas no estuviesen obligadas a tener en cuenta
los años malos y los años buenos y a efectuar ajustes de
acuerdo con sus planes de producción y de inversión. De ahí
que las estimaciones que se basan únicamente en la compa-
ración de los productos en las distintas fases del ciclo eco-
nómico, subestimen necesariamente el volumen de produc-
ción que se pierde por las fluctuaciones en el nivel de em-
pleo.
Sin embargo, aun tales estimaciones —conservadoras co-
mo son— dan una imagen bastante ilustrativa del volumen
del excedente económico potencial imputable al desempleo
masivo. Por ejemplo, Isador Lubin, miembro en aquel enton-
ces de la Comisión de Estadísticas del Trabajo del Departa-
mento del Trabajo de los Estados Unidos, expresó, en su de-
claración en las audiencias del Temporary National Econo-
mic Committee (1º de diciembre de 1938), lo siguiente: "Su-
poniendo una población laborante de la magnitud de la que
existía en 1929, ustedes observarán que, si se suma al empleo
perdido en los años de 1930 a 1938 el número total de años-
hombre desperdiciados durante ese período, la cifra total as-
ciende a 43.435,000. Para expresarlo en otra forma, si los que
trabajaron en 1929 hubieran continuado en su empleo duran-
te los últimos nueve años, todos los que ahora estamos traba-
jando podríamos tomar unas vacaciones de un año y dos me-
ses y la pérdida en el ingreso nacional no sería mayor de lo
que en realidad ha sido." 33 En términos del ingreso nacional
computado a precios de 1929, la pérdida total fue de 133 mil
millones de dólares (comparada con un ingreso nacional de $
81 mil millones en 1929).34 Este desempleo de la mano de
obra estuvo acompañado de un excedente de la capacidad de
las instalaciones productivas, que ascendió, en total, a un 20
% "en su máximo" (es decir, en 1929) y a "más de un tercio"

33
TNEC Investigation of Concentrationi of Economic Power, Hearings,
Part 1 (Washington, 1939), p. 12.
34
Ibid., p. 16.
69
en la época de las audiencias, esto es, en 1938.35 Debe recor-
darse que las estimaciones de Lubin están basadas en el su-
puesto de que la población laborante permaneció constante
de 1929 a 1938 y que la productividad también se mantuvo
inalterable durante todo el período. De hecho, como él mis-
mo se dio cuenta, la población trabajadora se incrementó en
seis millones y, por otra parte, la producción per cápita pudo
haber crecido a las tasas usuales, suponiendo condiciones
económicas más o menos prósperas. Tomando en cuenta es-
te incremento de la mano de obra susceptible de ocuparse y
considerando que las tasas de crecimiento que se observaron
en los años de la década de los veintes, podría suponerse que
prevalecerían durante la década de los treintas, "el Dr. L. H.
Bean, del Departamento de Agricultura, ha estimado que la
pérdida en el ingreso nacional desde 1929 ha sido de 293 mil
millones de dólares".36 Estas estimaciones se hicieron hasta
1938, porque en ese año se efectuaron las audiencias. Las
condiciones de desempleo que allí se describen continuaron
hasta el estallido de la segunda Guerra Mundial. La moviliza-
ción para la guerra demostró, en forma todavía más convin-
cente que todos los cómputos estadísticos, la magnitud de la
potencialidad productiva de la economía norteamericana
que había estado inactiva. Como es bien sabido, durante los
años de guerra, los Estados Unidos no sólo fueron capaces de
reclutar un cuerpo militar que comprendía más de doce mi-
llones de hombres, de producir una cantidad fabulosa de ar-
mamentos y de abastecer ampliamente a sus aliados con ali-
mentos y otros bienes, sino también de incrementar, al mis-
mo tiempo, el consumo de su población civil. En otras pala-
bras, toda la guerra —la mayor y más costosa de la historia—
fue sostenida por los Estados Unidos con la movilización de
una parte de su excedente económico potencial.
Es evidente que el desperdicio que provoca el desempleo
no es un fenómeno exclusivo de los Estados Unidos ni tiene
únicamente un interés histórico. Puede ser observado fácil-
mente en los tiempos actuales y ha sido característico de to-
35
Ibid., p. 77.
36
Ibid., Declaración de León Henderson, p. 159.
70
da la historia del capitalismo. Aunque su magnitud ha sido
distinta en diversos países y en diferentes épocas, siempre ha
mantenido a la producción total muy por abajo de lo que po-
dría haberse alcanzado en una sociedad organizada de ma-
nera racional. El impacto del desempleo tampoco se expresa
correctamente por ninguna medición de la producción no
materializada. Nadie puede estimar los beneficios que hubie-
se obtenido la sociedad si la energía, la capacidad de trabajo
y el genio creador de los millones de desocupados, hubiesen
sido empleados para fines productivos.

IV

Si el excedente económico potencial es una categoría de


gran interés científico para el entendimiento de la irraciona-
lidad del orden capitalista y tiene un enorme significado
práctico para una sociedad capitalista en condiciones de
emergencia o que se enfrenta a la necesidad del desarrollo
económico, el excedente económico planificado es importan-
te únicamente para la planeación económica cabal del régi-
men socialista. Este tipo de excedente es la diferencia entre
el producto "óptimo" que puede obtener la sociedad en un
ambiente natural y técnico históricamente dado y en condi-
ciones de una utilización planeada "óptima" de todos los re-
cursos productivos disponibles, y el volumen "óptimo" de
consumo que se elige. El significado y contenido de los "óp-
timos" involucrados, son esencialmente distintos de los que
se ligan a esta noción en la economía burguesa. No reflejan
una configuración de la producción y del consumo determi-
nada por consideraciones de ganancia de las empresas indi-
viduales, por la distribución del ingreso, los gustos y las pre-
siones sociales de un orden capitalista; representan el juicio
sereno de una comunidad socialista guiada por la razón y la
ciencia. De ahí que, en lo que respecta a la utilización de los
recursos, implique una racionalización de gran alcance del
aparato productivo de la sociedad (liquidación de las unida-
des de producción ineficaces, máximas economías de gran
escala, etc.) la eliminación de las diferencias entre los pro-
71
ductos redundantes, la abolición del trabajo improductivo
(como se definió previamente), una política científica de
conservación de los recursos humanos y naturales, etc. Estos
"óptimos" no presuponen elevar al máximo la producción
que podría lograrse en un país en un tiempo dado. Pueden
estar asociados a una producción inferior a la máxima, en
virtud de una reducción voluntaria de la jornada de trabajo,
de un incremento en el tiempo dedicado a la educación, de la
supresión consciente de algunos tipos nocivos de producción
(las minas de carbón por ejemplo). Lo que importa es que el
volumen de producción no estará determinado por el resul-
tado fortuito de un número de decisiones no coordinadas de
los empresarios individuales y de las grandes empresas, sino
por un plan racional que expresará lo que la sociedad quiera
producir, consumir, ahorrar e invertir en un tiempo dado.37
Más aún, la asignación "óptima" de los recursos en una
economía socialista no requiere de manera alguna la reduc-
ción del consumo a lo esencial. Puede y debe estar asociada a

37
El hecho de que una economía planificada pueda eliminar fácil-
mente la irracionalidad más notoria del sistema capitalista —el des-
empleo causado por una demanda insuficiente— es mostrado en for-
ma muy sucinta por M. Kalecki: Es útil considerar cuál sería el efecto
de una reducción de la inversión en un sistema socialista. Los trabaja-
dores liberados de la producción de bienes de inversión serian em-
pleados en industrias productoras de bienes de consumo. La oferta
incrementada de estos bienes sería absorbida por una reducción de
sus precios. Puesto que las ganancias de las industrias socialistas se-
rían iguales a la inversión, los precios tendrían que reducirse hasta el
punto en que el descenso de las ganancias fuese igual a la baja en el
valor de la inversión. En otras palabras, la ocupación plena se man-
tendría a través de la reducción de los precios con relación a los cos-
tos. En cambio, en el sistema capitalista la relación precio-costo... se
mantiene y las ganancias descienden en la misma cantidad que la in-
versión más el consumo de los capitalistas, a través de la contracción
de la producción y del empleo. Es, en verdad, paradójico, que en tanto
los apologistas del capitalismo consideran habitualmente al 'meca-
nismo de los precios' como la mayor ventaja del sistema capitalista, la
flexibilidad de los precios pruebe ser un rasgo característico de la
economía socialista." Theory of Economic Dynamics (Londres, 1954),
pp. 62 ss.
72
un nivel de consumo mucho más alto que lo que el criterio
de esencialidad pueda sugerir. Repitiendo, lo decisivo es que
el nivel de consumo y, por lo tanto, también el volumen del
excedente real que se genera, no estará determinado por el
mecanismo de la elevación al máximo de las ganancias sino
por un plan racional que reflejará las preferencias de la so-
ciedad respecto al consumo corriente frente al consumo fu-
turo. Por lo tanto, el excedente económico en el socialismo
puede ser mayor o menor que el excedente económico real
en el capitalismo o aun llegar a cero si la sociedad opta por
abstenerse de toda inversión neta. Dependerá de la etapa que
se haya alcanzado en el proceso histórico, del grado de desa-
rrollo de los recursos productivos y de la estructura y creci-
miento de las necesidades humanas.
Esto es todo por lo que respecta a nuestros primitivos ins-
trumentos. Tratemos ahora de usarlos en algún material his-
tórico.

73
74
CAPÍTULO III

ESTANCAMIENTO Y DESARROLLO DEL CAPITALISMO


MONOPOLISTA (I)

Como se sugirió anteriormente, la tasa y la dirección del


desarrollo económico de un país en un tiempo dado depende
tanto de la magnitud como del modo de utilización del exce-
dente económico. Éstos, a su vez, están determinados por (y
recíprocamente determinan) el grado de desarrollo de las
fuerzas productivas, la correspondiente estructura de las re-
laciones socioeconómicas y el sistema de apropiación del ex-
cedente económico que entrañan las relaciones. De hecho,
como Marx lo apuntó:

... La forma económica específica en que se extrae el excedente


del trabajo no pagado de los productores directos, determina la
relación entre dirigentes y dirigidos, tal como surge directamente
de la producción y a su vez, influye en ella como un elemento de-
terminante... siempre es la relación directa de los propietarios de
los medios de producción con los productores directos la que re-
vela el secreto más íntimo, los cimientos más ocultos, de toda la
estructura social... la forma de esta relación entre dirigentes y di-
rigidos corresponde siempre a una etapa definida del desarrollo
del trabajo y de su productividad social. Esto no impide que una
misma base económica muestre, en apariencia, variaciones infi-
nitas y graduaciones diversas aunque sus condiciones fundamen-
tales son, en todas partes, las mismas.38

Sería una tarea fascinante seguir la evolución de la magni-


tud del excedente económico y de la forma como se ha utili-
zado en el curso del desarrollo precapitalista. El material ne-
cesario podría integrarse con los escritos disponibles de an-
tropología y de historia, y su examen sistemático significaría

El Capital, vol. III, p. 919 (ed. Kerr). El autor ha cambiado algunas


38

palabras donde le pareció inapropiada la traducción.)


75
un adelanto para proporcionar el tan urgentemente necesi-
tado principio de organización para un análisis significativo
de la historia económica y social. Es obvio que tal tarea no
puede ni siquiera intentarse dentro de los límites del presen-
te ensayo. Bástenos subrayar que la transición del feudalismo
al capitalismo representó un cambio radical en el método de
obtención y en el modo de utilización del excedente econó-
mico y, por lo tanto, en su magnitud.39 Los economistas clá-
sicos se dieron perfectamente cuenta de esta implicación
crucial del orden capitalista ascendente; de hecho, vieron su
principal raison d'étre en la capacidad para promover un rá-
pido progreso económico, no sólo por la elevación al máximo
del excedente económico, con un nivel dado de producción y
productividad —a pesar de todo, este problema se resolvía
también en el feudalismo—, sino principalmente por su uti-
lización racional y productiva.
En el orden económico que surgió de la decadencia del
feudalismo, captado en sus rasgos más esenciales por los
grandes economistas clásicos, aparecieron enormes posibili-
dades para la inversión en gran escala en las instalaciones
productivas. El empeño de los empresarios individuales —
ahora operando en un ambiente socioeconómico distinto,
libres de las antiguas restricciones y capacitados para dar
rienda suelta a su incansable afán de ganancias— para "avan-
zar", para acumular y ampliar sus empresas, forzosamente
serviría de motor a la expansión de la producción total. La
competencia forzaría constantemente a los hombres de em-
presa tanto a mejorar sus métodos de producción, a promo-
ver el progreso técnico y a darle aplicación completa a sus
resultados, como a incrementar y diversificar su producción.
Como todos los recursos productivos tenderían a estar em-
pleados útilmente —y la reducción de los costos se converti-
ría en la preocupación más importante de los capitalistas en
busca de la elevación al máximo de sus ganancias—, el des-
39
Al igual que el cambio de la esclavitud a la servidumbre —la base
del orden feudal— que se efectuó al final de la antigüedad, constituyó
un punto de referencia muy importante del desarrollo económico y
social.
76
pilfarro y la irracionalidad serían eliminados del proceso
productivo. El funcionamiento de la Ley de Say cuidaría que
el producto total encontrase normalmente una demanda
adecuada; los "desajustes fricciónales" que pudieran surgir a
causa de un cambio técnico o de una modificación en los
gustos, serían simplemente "males de crecimiento" de ampli-
tud casi nula y no muy peligrosos en sus repercusiones. De
hecho, los ajustes del aparato productivo a las exigencias
cambiantes de la sociedad y la eliminación de tiempo en
tiempo de las unidades atrasadas e ineficaces, no serían sino
crisis cortas que tendrían un efecto benéfico, ya que promo-
verían un progreso general y facilitarían la supervivencia de
los más aptos.
De esta máxima producción, la mayor parte debería cons-
tituir el excedente económico. La competencia entre los
obreros impediría que aumentasen los salarios por encima
del mínimo de subsistencia y que consumieran las ganancias
—la forma característica en la cual aparecería el excedente
económico de una sociedad capitalista—.40 No habría, por lo
tanto, ningún peligro de que la demanda de trabajo —
acumulación de capital— se excediera a la oferta del mismo.
Podría confiarse en que el incremento de la población pre-
sionaría al mercado de trabajo e impediría cualquier expan-
sión de la parte del producto que absorbe el "fondo de sala-
rios".
En un orden capitalista competitivo tampoco deberían ca-
ber los trabajadores "improductivos" que no contribuyesen a
la acumulación del capital. No debería permitirse a los gran-
des séquitos de las cortes feudales, con su modo de vida ex-
travagante, ni a los patricios medievales, con sus comodida-
des y sus lujos, el continuar usurpando el excedente econó-

40
"El precio natural del trabajo es aquel que es necesario para per-
mitir a los trabajadores, uno con otro, subsistir y perpetuar su raza,
sin que haya ni incremento ni disminución." D. Ricardo, Principies of
Polítical Economy and Taxation (ed. Everyman's Library), p. 53. Dice
también: "Si los salarios no varían, las ganancias de los industriales
permanecerán iguales, pero si... los salarios aumentan... sus ganancias
deberán disminuir necesariamente." Ibid., p. 64.
77
mico.41 El culto de Dios debería hacerse menos costoso: los
ritos modestos y sencillos de un clero humilde, frugalmente
mantenido por sus congregaciones, deberían substituir a la
pompa y circunstancia organizadas por la jerarquía refinada
y rica de la Iglesia Católica Romana o de la Iglesia Oficial.
En forma similar, los grandes costos de venta, los gastos
enormes en propaganda, los excesos de capacidad, los depar-
tamentos legales o de relaciones públicas, no entraban en el
modelo de una economía que se pensaba iba a estar com-
puesta de empresas relativamente pequeñas que producían
bienes más o menos intercambiables y homogéneos. Habría
necesidad, es verdad, de algunos trabajadores improductivos
(banqueros, corredores de bolsa, comerciantes), pero, una
vez integrados en el sistema capitalista, jugarían un papel to-
talmente distinto comparados a los de la sociedad feudal. No
sólo ayudarían a generar el excedente económico, sino que la
porción de éste que les correspondería como recompensa por
los servicios prestados, sería acumulada en su mayor parte en
vez de ser consumida. De hecho, al apropiarse de una parte
del ingreso real de las masas, haciéndolas absorber algo del
costo de sus operaciones, harían una contribución indepen-
diente a la formación de capital más que a la disminución de
éste.42
Todavía más importante era la restricción prevista, si no es

41
"Por lo general, el gasto de un gran señor alimenta más gente ociosa
que industriosa. El mercader rico, aunque con su capital mantiene
solamente gente industriosa, por sus gastos, esto es, por el empleo de
sus ingresos, alimenta generalmente a la misma especie de gente que
el gran señor." Adam Smith, Wealth of Nations (ed. Modern Library),
p. 317. Es interesante hacer notar que para Adam Smith "el mercader
rico" es todavía una figura del pasado feudal y no un héroe del orden
capitalista excedente. Este papel se lo reserva el empresario agrícola e
industrial, para el cual el sentido de la existencia está dado por la
acumulación del capital y su utilización lucrativa, más que por una
vida regalada.
42
Cuando se opera en un medio más capitalista que feudal, los ban-
queros facilitarán la formación de capital, en parte al centralizar los
pequeños ahorros y en parte, al extraer de la población un excedente
económico adicional por medio de la inflación.
78
que la desaparición, de lo que entonces se consideraba como
uno de los succionadores más voraces del excedente econó-
mico, a saber, la red gubernamental corrupta, dispendiosa e
ineficaz que databa de la era feudal. Probablemente, en nada
fueron los economistas clásicos tan francos e insistentes co-
mo en este punto. "La mayor importancia y presunción... de
los reyes y los ministros, es pretender vigilar la economía de
los particulares y restringir su gasto... todos ellos son siem-
pre, y sin ninguna excepción, los dilapiladores más grandes
que existen en la sociedad. Que vigilen bien su propio gasto y
podrán confiar tranquilamente en que los particulares harán
lo mismo."43 En una sociedad dedicada a la elevación al máxi-
mo del excedente económico, a su utilización racional, todo
lo que el Estado debería hacer era abstenerse de interferir en
la formación de capital, no cobrando impuestos excesivos,
dejando de entrometerse en los asuntos sociales de subsidiar
a los pobres y reduciendo notoriamente el número de traba-
jadores improductivos mantenidos por recursos que, de otra
manera, formarían parte del excedente económico real.44 Se-
ría de la incumbencia del Estado el salvaguardar la ley y el
orden y, posiblemente, pudiese ser invocado para proteger
los mercados, las fuentes de abastecimiento y las oportuni-
dades de inversión en el exterior. Pero no se esperaba que es-
tas actividades gubernamentales asumiesen mayores propor-
ciones ni que estuviesen asociadas con gastos muy grandes.
Sin embargo, debería cumplirse con una condición más, si
se quería que el máximo excedente económico disponible
43
Adam Smith, op. cit., p. 329
44
"La tendencia clara y directa de las leyes para los pobres... no es,
como benévolamente pretendió la legislatura, mejorar la condición de
los pobres, sino deteriorar la condición tanto de los pobres como de
los ricos; en vez de hacer al pobre rico, están calculadas para hacer al
rico, pobre; y mientras estas leyes estén en vigor, está en el orden na-
tura} de las cosas, que el fondo para el mantenimiento de los pobres
aumentará progresivamente hasta que haya absorbido todo el ingreso
neto de este país." D. Ricardo, op. cit., p. 88. La aversión de la burgue-
sía clásica por el militarismo y los gastos militares, fue subrayada por
Schumpeter en Capitalism, Socialism, and Democracy (Nueva York,
1950), p. 122.
79
proporcionase las mayores tasas de crecimiento. Esta condi-
ción es la frugalidad y el deseo de invertir por parte del nue-
vo receptor del excedente económico, es decir, del empresa-
rio capitalista.
Había buenas razones para esperar que esta condición se
cumpliese. En primer lugar, el mecanismo competitivo obli-
garía al empresario a acumular, ya que sólo con una reinver-
sión continua de sus ganancias en innovaciones que reduje-
sen el costo, podían esperar mantenerse en la lucha competi-
tiva. Podía considerarse como seguro que no habría escasez
de descubrimientos técnicos. No sólo eran casi infinitas las
perspectivas potenciales del adelanto científico, sino que
también podía confiarse en que el interés de las empresas en
obtener costos más bajos, en fabricar nuevos productos y en
la posibilidad de utilizar nuevos materiales, pondría de mani-
fiesto el ingenio científico y la inventiva técnica.
En segundo lugar, el ascenso de los miembros de la clase
empresaria desde sus humildes orígenes hasta la riqueza y el
poder, era explicado por su propensión al trabajo asiduo y al
ahorro. Se consideraba probable —con fundamento en la so-
ciología y la caracterología— que conservaran el modo de vi-
da que los había llevado a triunfos espectaculares y les había
asegurado un status social que nunca antes habían disfruta-
do.
En tercer lugar, el advenimiento de lo que Weber y Som-
bart llamaron "el espíritu capitalista" —y al cual de hecho le
atribuyen el génesis del capitalismo moderno—,45 junto con
la aceptación de la ética puritana, estableció un sistema de
valores sociales en el cual la frugalidad y el deseo de acumu-

45
Dicho sea de paso, el desarrollo del cálculo racional y de la con-
tabilidad, en el que tanto énfasis pusieron Weber y Sombart, ya en
1847 había sido apuntado por Marx como un factor importante del
crecimiento de la cultura burguesa. "La burguesía es demasiado ins-
truida, demasiado calculadora para compartir los prejuicios del señor
feudal y hacer alarde de la brillantez de su séquito. Las condiciones de
existencia de la burguesía, la obligan a calcular." "Wage Labor and
Capital", en las Selected Works de Marx y Engels (Moscú, 1949-1950),
vol. I. p. 91.
80
lar fueron elevados a la posición de mérito supremo y virtud
principal.46 La relación íntima entre el nacimiento del protes-
tantismo y del puritanismo por una parte y el génesis y desa-
rrollo del capitalismo por la otra —una relación que se ex-
presa no sólo en los cambios profundos de la ideología do-
minante, sino también en la reducción drástica de la parte
del excedente económico absorbida por la Iglesia—, relación
cuyo descubrimiento se atribuye habitualmente a Weber, fue
claramente apuntada por Marx. "El culto del dinero implica
su propio acetismo, su propio sacrificio, su propia renuncia-
ción; exige la parsimonia y la frugalidad, el desprecio de las
satisfacciones temporales, mundanas y transitorias; implica
el esfuerzo por lograr un tesoro eterno. De ahí la Conexión
que existe entre el lucro y el puritanismo inglés y el protes-
tantismo holandés."47
La única nube negra que flotaba sobre el claro panorama
del progreso económico era el miedo a "los rendimientos de-
crecientes" de la agricultura, los que, al elevar los costos de
los alimentos, provocarían la elevación del costo de aquellos

46
"¿Es una mera coincidencia o es una consecuencia, el que la orgu-
llosa profesión de espiritualidad hecha por los cuáqueros haya ido de
la mano con la astucia y el tacto en la transacción de los asuntos
mundanos? La piedad verdadera favorece el éxito de un mercader al
asegurar su integridad y fortalecer los hábitos de prudencia y previ-
sión, que son condiciones importantes para obtener la posición y el
crédito que en el mundo comercial, son requisito para la acumulación
constante de la riqueza." G. A. Rowntree, Quakerism, Past and Present
(Londres, 1859), p. 85. O bien: "En pocas palabras, el camino a la ri-
queza, si se la desea, es tan llano como el camino a la plaza. Depende
principalmente de dos palabras: frugalidad y laboriosidad; es decir, no
desperdicies el tiempo ni el dinero; haz el mejor uso de ambos. Sin in-
dustriosidad y frugalidad nada se hará y con ellas se hará todo. Aquel
que obtiene honestamente todo lo que puede y ahorra todo lo que
obtiene (exceptuando los gastos necesarios), seguramente se hará rico
si el Ser que gobierna al mundo, a quien todos deben pedir su bendi-
ción en los manejos honestos, no dispone con su sabia providencia de
otra forma." Benjamín Franklin, Works (ed. Jared Sparks, Boston,
1840), vol. II, pp. 87 ss.
47
Marx, Grundrisse der Kritik der Politischen Ökonomie (Rohent-
wurf). (Berlín, 1953), p. 143 (subrayado en el original).
81
bienes que constituían el mínimo de subsistencia para los
trabajadores. El resultado sería un incremento continuo de
los ingresos de la clase terrateniente y, por lo tanto, una pre-
sión continua sobre las ganancias, fuente principal de la
acumulación de capital. "El interés del señor feudal está
opuesto siempre al del consumidor y al del industrial", advir-
tió Ricardo.48 Y la lucha en contra del señor feudal —el que,
como dueño parásito de la tierra y sin contribuir en nada al
proceso de producción, se apoderaría de una parte creciente
del excedente económico y lo dilapidaría para fines no pro-
ductivos— se convirtió en el interés principal de la clase ca-
pitalista, de la cual Ricardo fue uno de sus portavoces más
destacados.
No fue sino hasta una generación después de la publica-
ción de los Principios de Ricardo, cuando el progreso técnico
de la agricultura y la apertura de los enormes recursos agrí-
colas de ultramar disipó los temores sobre la lentitud e insu-
ficiencia del crecimiento de la productividad en la agricultu-
ra. Para entonces, el aristocrático terrateniente de antaño es-
taba despojado de su propiedad por su incapacidad para "no
excederse en sus gastos" y pagar sus deudas, o bien, él mismo
se había convertido en un empresario capitalista que explo-
taba su empresa agrícola en la misma forma en que los capi-
talistas urbanos manejaban sus empresas industriales.49 En
esta época, el fervor antifeudal de la burguesía ascendente
sólo inspiraba a algunos cuantos lunáticos —reformadores
sociales, partidarios del impuesto único—, en tanto que la
gran mayoría de la clase dirigente cerraba filas con los ha-
cendados (que para entonces tenían ya intereses en gran
medida capitalistas) en un frente común en contra de la cre-

48
Principies of Political Economy and Taxation (ed. Everyman's Li-
brary), p. 225.
49
"Los Comunes en Inglaterra, el Tiers Etat en Francia y en general la
burguesía del Continente... fue una clase ahorrativa, en tanto que, en
sus últimas etapas, la aristocracia feudal fue una clase dispendiosa...
De ahí que, gradualmente, los primeros substituyesen a los segundos
como dueños de una gran parte de la tierra." John Stuart Mill, Princip-
ies of Political Economy (Nueva York, 1888), p. 38.
82
ciente amenaza socialista. Desde aquel momento, después de
que la Comuna de París había sido ahogada en sangre por la
"acción unida" de todas las clases poseedoras de Europa, y el
movimiento obrero internacional había sufrido uno de sus
retrocesos más serios, nada pareció oponerse a un progreso
económico rápido y sostenido dentro de la estructura del or-
den capitalista. El único problema con el que se enfrentaba la
sociedad, era la creación y el mantenimiento de las institu-
ciones sociales y políticas que permitiesen funcionar armo-
niosamente al mecanismo capitalista, sin disturbios exterio-
res ni obstáculos. La mano invisible de Dios conduciría en-
tonces a la sociedad por ¡os senderos de la producción cre-
ciente, del bienestar en aumento y de la distribución cada
vez más equitativa de los bienes del mundo.

II

No es necesario señalar que este cuadro del modus operan-


di de una economía capitalista —esbozado tan precipitada-
mente— es, en el mejor de los casos, una descripción bastan-
te apologética, y en gran medida inexacta, incluso de la pri-
mitiva fase competitiva del desarrollo capitalista. No obstan-
te, vale la pena que la mantengamos ante nuestros ojos; nos
indica, cuando menos de manera aproximada, los principios
esenciales del mecanismo que en realidad creó las condicio-
nes para un gran volumen de inversión productiva, un desa-
rrollo sin precedente de las fuerzas productivas, un adelanto
gigantesco de la técnica y un importante incrementa de la
producción y del consumo. Más aún, sugiere —aunque sea
en forma indirecta— la naturaleza del proceso que ha llevado
al crecimiento de las grandes empresas —principales medios
para la expansión de la productividad— y a la evolución del
monopolio y del oligopolio, que son las formas dominantes
de la organización económica del capitalismo actual. 50 Por
50
Esto no quiere decir que no hubiese monopolio durante la "edad de
oro" de la competencia. Por lo contrario, el monopolio estuvo pre-
sente en todas partes desde los inicios mismos del orden capitalista.
Sin embargo, es una falacia del "modernismo", que se encuentra fre-
83
consiguiente, puede servir como un punto de partida apro-
piado para el entendimiento de los rasgos salientes de la fase
avanzada y monopolista del desarrollo capitalista, que es el
tópico de este capítulo y del siguiente.
De hecho, creo que es importante considerar el grado en
que nuestras "condiciones clásicas" para el desarrollo econó-
mico se cumplen en la fase corriente, monopolista, del capi-
talismo. ¿Son los cambios que han ocurrido lo suficiente-
mente importantes para hacer obsoleto al modelo competiti-
vo y para producir un desarrollo económico, político y social
del capitalismo avanzado que difiera sustancialmente del de
la etapa competitiva del capitalismo? ¿Existen ciertas regula-
ridades en el funcionamiento económico, social y político del
capitalismo monopolista, que puedan comprenderse mejor
con la ayuda de un marco distinto?
Comencemos por el principio; se recordará que la primera
y quizás más importante de las cuatro condiciones que for-
mulamos previamente —y a la cual el resto está íntimamente
ligada—, es la utilización plena de todos los recursos produc-
tivos disponibles. En condiciones de una competencia abso-
luta, los costos reales y el desperdicio se suponen reducidos
casi a un mínimo y los factores asignados en tal forma, que
aseguren el máximo de producción. Aunque nunca hubo ra-
zón suficiente para esperar tal elevación al máximo de la
producción en el capitalismo competitivo, en la actualidad,
ni siquiera los apologistas más celosos del capitalismo que-
rrán sostener que esta condición está siendo cumplida por la

cuentemente en los escritos de historia (tanto política como social y


económica), igualar indiscriminadamente a las instituciones primiti-
vas con aquellas que existen actualmente en condiciones distintas. La
base y la naturaleza del monopolio en los siglos XVII y XVIII, lo hicie-
ron un fenómeno bastante distinto de lo que es ahora. En aquella
época, tenía su origen en las instituciones restrictivas de los gremios
feudales; era generado por la continua recurrencia de escasez local y
temporal, por la inmovilidad de los recursos, por los deficientes sis-
temas de comunicación y transporte, asumiendo la forma de acapa-
ramiento de un mercado débil y limitado, más que la forma moderna
de grandes empresas que controlan porciones decisivas de una gran
producción.
84
economía capitalista. Lo que se dijo antes —en el curso de
nuestra argumentación sobre el excedente económico poten-
cial—, acerca del desempleo, del exceso de capacidad, de la
reducción de la producción agrícola, etc., basta para mostrar
que, con la posible excepción de los años de guerra, el siste-
ma capitalista de nuestros días ha estado generando una
producción menor —y frecuentemente mucho menor— de
lo que hubiese sido posible con el equipo, los recursos natu-
rales y la mano de obra disponible, suponiendo la división
prevaleciente del tiempo entre el trabajo y el ocio. La bús-
queda de la ventaja individual, la competencia entre los em-
presarios, el funcionamiento del mecanismo del mercado y
todos los otros factores que habitualmente se consideran por
los economistas burgueses como los motores indispensables
para el progreso, produjeron un gran adelanto económico,
pero no permitieron obtener las tasas de crecimiento que co-
rresponderían al desarrollo de la técnica, al crecimiento y a la
potencialidad creadora de la población.
La información disponible no permite calcular la magnitud
de la discrepancia que existe entre la producción real y la po-
tencial en la historia del capitalismo en distintos países. Por
lo tanto, es imposible tener una medición precisa del grado
en que esta brecha se ha incrementado en el capitalismo
monopolista en relación con el capitalismo competitivo. To-
do lo que podemos estudiar —y aun esto con enormes difi-
cultades— es la actuación real, es decir, las tasas de creci-
miento que fueron logradas en algunos países. Poco pode-
mos avanzar en la determinación de lo que pudo haberse rea-
lizado en condiciones de ocupación plena y de asignación
eficaz de los recursos disponibles.
De ahí que, aunque parezca que las tasas de crecimiento de
la producción per cápita de los Estados Unidos eran menores
antes de la Guerra Civil que después de ésta, 51 debe conside-
rarse que en aquella época la potencialidad de crecimiento
51
Cf. S. Kuznets, National Income, A Summary of Findings (Nueva
York, 1946), p. 33, en donde se cita al libro de R. F. Martin, National
Income in the United States, 1799-1938 como fuente de esta afirma-
ción.
85
demográfico, económico y técnico, era más pequeña que en
las décadas subsecuentes. Al generarse una porción mucho
mayor de la producción total en los sectores no capitalistas
de la economía (la agricultura, el artesanado, etc.), la brecha
entre la producción real y la potencial era, probablemente,
mucho más angosta que lo que fue después, cuando la parte
no capitalista de la economía principió su rápida contrac-
ción. Lo que se aplica a los Estados Unidos tiene aún mayor
vigor en los países de Europa Occidental, donde los sectores
no capitalistas de la economía fueron mayores en un co-
mienzo y donde el proceso de contracción fue mucho más
lento.
Por otra parte, aparentemente no hay duda entre los exper-
tos acerca de que las tasas de crecimiento disminuyeron no-
toriamente a partir de la Guerra Civil, es decir, durante el pe-
ríodo que comúnmente se asocia con el capitalismo monopo-
lista o avanzado. El incremento del ingreso nacional total de
los Estados Unidos descendió de aproximadamente un 27 %
quinquenal en la primera parte del período, a cerca del 9 %
en su última parte. Claro está que una parte de esta reduc-
ción de la tasa de desarrollo se relaciona con un menor au-
mento del crecimiento demográfico. En los Estados Unidos,
la tasa de incremento de la población varió aproximadamen-
te del 12 % al 6.5 % quinquenal del principio al fin del perío-
do que siguió a la Guerra Civil; aun así, la tasa de crecimiento
del ingreso per cápita descendió del 13.5 % a menos del 3 %
quinquenal.52 Por ende, como señala Kuznets, la tasa de va-
riación de la población puede ser en sí el resultado del cam-
bio en la tasa del crecimiento económico.53
Un factor al cual debe atribuirse cierta responsabilidad in-
dependiente en la mayor lentitud del crecimiento del pro-
ducto, es la reducción considerable del número de horas tra-
bajadas semanalmente que se operó durante ese período. Es-

52
S. Kuznets, op. cit., p. 34; Colin Clark presenta varias estimaciones
para otros países avanzados, apuntando todas en la misma dirección;
Cf. sus Conditions of Economic Progress (2? ed., Londres, 1951), capítu-
lo III.
53
S. Kuznets, op. cit., p. 54.
86
ta reducción neutralizó en cierta medida el incremento de la
productividad por hombre-hora, ocasionando que una parte
del incremento potencial de la producción fuese realmente
absorbido en forma de ocio adicional.54
Sin embargo, las razones principales de la disminución re-
gistrada en la tasa de crecimiento de los Estados Unidos y de
la lenta expansión que caracteriza a otros países avanzados
durante el siglo actual, deben buscarse en otra parte. Se en-
cuentran, en primer lugar, en las violentas fluctuaciones de
la actividad económica y de la ocupación, que distinguen es-
pecialmente a la última parte del período, siendo la baja tasa
de formación de capital a la vez la causa y el efecto de estas
fluctuaciones.55
Repitiendo; aunque no hay una base satisfactoria para
comparar la magnitud de la discrepancia entre la producción
real y la potencial en el siglo XIX y en el siglo XX, parece ser
que ésta se ha agrandado considerablemente. Es posible que,
durante el período competitivo, los altibajos de la actividad
económica hayan sido más frecuentes y su aparición y desa-
parición más dramática; sin embargo, existen muchas prue-
bas que respaldan el punto de vista según el cual la pérdida
total de producción respecto al total posible que pudo haber-
se obtenido, provocada por el desempleo, la capacidad no
utilizada, las restricciones a la producción, etc., ha sido mu-
cho mayor en el siglo presente que durante el anterior.56 Si se
hiciesen cálculos similares a los realizados por el Dr. Luis

54
Departamento de Comercio de los Estados Unidos, Oficina del Cen-
so, Historical Statistics of the United States. 1789-1945 (Washington,
1949), Sección D.
55
Cf. S. Kuznets, op. cit., p. 58 y pp. 61 ss.
56
Aunque tales generalizaciones son obviamente arriesgadas, puede
decirse que si en el siglo XIX las fluctuaciones económicas asumieron
esencialmente la forma de movimientos de precios, en el siglo XX, se
manifiestan fundamentalmente por variaciones en el nivel de la pro-
ducción Esto también se relaciona claramente con el incremento de la
proporción que representa la producción industrial dentro del pro-
ducto total. En este caso, la producción industrial reacciona ante los
cambios en la demanda, en forma bastante distinta de como lo hace
típicamente la producción agrícola.
87
Bean —respecto a la década de los treintas en los Estados
Unidos— para todo el período en que ha existido el capita-
lismo monopolista, la estimación resultante de la brecha to-
tal entre lo que pudo haber sido producido y la producción
efectuada en realidad, alcanzaría cifras astronómicas. Por
consiguiente, nuestra primera condición apenas si se ha
cumplido en el curso del desarrollo capitalista. No fue obser-
vada durante su etapa competitiva y ha estado cada vez más
lejos de realizarse en su fase monopolista avanzada.

III

El caso es más complejo y un tanto distinto en nuestra se-


gunda condición. Ésta exigía, como se recordará, un nivel de
salarios (y correlativamente, un nivel de consumo masivo)
tal, que el excedente económico obtenible del ingreso total
generado en condiciones de ocupación fuese el mayor posi-
ble, pudiendo, por consiguiente, ser utilizado para la acumu-
lación de capital. Al intentar determinar, cuando menos en
forma aproximada, el grado en que se ha cumplido esta con-
dición en las distintas fases del desarrollo capitalista, debe-
mos seguir teniendo en cuenta lo que se ha dicho sobre el
cumplimiento de la primera condición. Como en realidad la
producción máxima sólo se obtuvo esporádicamente en el
curso del desarrollo capitalista —con una subproducción
más pronunciada en el capitalismo avanzado que en el com-
petitivo—, el excedente económico fue necesariamente mu-
cho menor de lo que pudo haber sido en condiciones de
ocupación plena. Además, debemos tener una idea clara del
significado específico de los conceptos tales como "mayor ex-
cedente económico posible y complementariamente, "menor
nivel posible de salarios y de consumo masivo", que son los
que permiten la generación del excedente máximo en una
producción máxima. Dentro de la estructura general de la
ciencia económica clásica, difícilmente surgían estos pro-
blemas; se daba por supuesta la producción a niveles de ocu-
pación plena y se pensaba que los salarios (y el consumo ma-
sivo) tenderían hacia un "mínimo de subsistencia". El mínimo
88
de subsistencia representaba, por lo tanto, un tope por abajo
del cual los salarios no podían descender por un período lar-
go y constituía un límite efectivo a la magnitud del excedente
económico posible.
Sin embargo, los hechos históricos nos muestran que, en
realidad, el mínimo de subsistencia no es, ni con mucho, el
tope supuesto; es más bien una escalera mecánica que está
en continuo movimiento, y no puede haber duda de que lo
que se ha considerado como el "mínimo de subsistencia" de
un período dado —cuando menos en los países capitalistas
avanzados— ha sido una cantidad creciente de bienes y servi-
cios. En tales circunstancias, la hipótesis de que en el capita-
lismo los salarios oscilan alrededor del mínimo de subsisten-
cia no nos lleva muy lejos. Esto puede afirmarse respecto a
cualquier nivel de salarios y de consumo, es decir, aun cuan-
do los niveles de vida estuviesen mejorando notoriamente y
aunque el excedente económico estuviese declinando. En
otras palabras, la validez de esta hipótesis no puede ser ni
probada ni refutada con base en los anales históricos. Cual-
quiera que haya sido el nivel de salarios y de consumo masi-
vo de un período dado, éste puede hacerse coincidir —por
definición— con el "mínimo de subsistencia" de ese perío-
do.57

57
Es por esta razón que la teoría del mínimo de subsistencia en los
salarios no puede ser fincada en comparaciones entre los salarios ga-
nados en realidad y los diversos "mínimos de subsistencia" o "presu-
puestos mínimos", como los que han sido computados por el Heller
Committee ior Research in Social Economics de la Universidad de Cali-
fornia y otras organizaciones. Aunque tales comparaciones son im-
portantes e ilustrativas cuando lo que se busca es un cuadro del nivel
de vida prevaleciente y del nivel de bienestar económico logrado por
la masa de la población, no pueden usarse como argumentos para
apoyar el punto de vista de que los salarios están más altos, más bajos
o en el mínimo de subsistencia. Una rápida ojeada al "presupuesto
mínimo" del Heller Committee, por ejemplo, muestra fácilmente que
lo que allí se describe no era, con seguridad, el mínimo de subsisten-
cia que tenía en cuenta, digamos, Ricardo, o el que "disfrutaron" los
trabajadores ingleses o norteamericanos hace un siglo o aun hace cin-
cuenta años.
89
El que el enfoque del mínimo de subsistencia no nos pro-
porcione una definición fácil del máximo excedente econó-
mico posible o del nivel más bajo posible de salarios (y de
consumo masivo), no significa que estemos totalmente per-
didos ni que no exista solución para nuestro problema. De
hecho, no necesitamos preocuparnos de los factores que de-
terminan el tamaño absoluto del excedente económico o el
volumen absoluto de los salarios (y del consumo masivo).58
Lo esencial para nuestros propósitos es saber si existe alguna
relación determinante entre las porciones relativas del ingre-
so que corresponden al excedente económico y al consumo
masivo respectivamente. Tal relación indudablemente existe;
aunque con serias divergencias sobre la explicación del fe-
nómeno, los economistas están de acuerdo en su mayoría, en
que existen límites para la porción del producto disponible
para salarios (y consumo masivo) al igual que para la parte
que constituye el excedente económico. Como quiera que
sea, la presencia de tales límites es todo lo que se requiere
para darle un significado histórico concreto a las nociones de
"mayor excedente económico posible" y de monto más bajo
posible" de salarios (y del consumo masivo) en cualquier vo-
lumen dado del producto total.
Podemos, por lo tanto, volver a nuestro problema original:
¿Cómo se ha comportado nuestra segunda condición de cre-
cimiento en la historia del capitalismo? Aunque los estudios
estadísticos de la distribución del ingreso por clases que se
han efectuado, difieren un poco en cuanto a las estimaciones
específicas, existen pruebas abundantes de que dicha distri-
bución ha mostrado una estabilidad notable durante todo el
período para el que existe información. Los datos reunidos
por Kalecki muestran una sorprendente constancia de la par-
ticipación del trabajo en la producción total del Reino Unido
durante el período 1899-1938; constancia que, según otros es-
tudiosos del problema, no fue turbada ni aun en los años de

58
Éstos dependen de una multitud de circunstancias históricas, geo-
gráficas y demográficas que influyen en el desarrollo económico y el
estado de la productividad de un país en cualquier tiempo.
90
postguerra, bajo un gobierno laborista.59
Para los Estados Unidos, las conclusiones a que han llega-
do diversos investigadores son menos uniformes. Mientras
algunos de ellos mantienen que "se observa una ligera pero
definida tendencia al alza de la participación del trabajo den-
tro del producto de los Estados Unidos",60 otros consideran
que, en realidad, no ha habido tal mejoramiento o aun que la
participación del trabajo tiende a disminuir. De acuerdo con
los cálculos de Kuznets, la participación de los trabajadores
dentro de la producción de 1949 era una quinta parte menor
que en 1939.61 El Economic Report of the President to Con-
gress (enero de 1953) afirma: "Los incrementos en el ingreso
real disponible por persona, durante el período de postgue-
rra, han sido relativamente pequeños... A este respecto, es
interesante hacer notar... que contrariamente a la impresión
general, si se toma el período en su conjunto, las ganancias-

59
Hasta un ferviente partidario de las posibilidades de un "Estado Be-
nefactor" como John Strachey, declara que "en los últimos 15 años [la
parte de los asalariados dentro del ingreso nacional] pudo haber au-
mentado nuevamente pero quizá tan sólo lo suficiente para regresarla
al nivel de 1860". "Marxism Revisited", New Statesman and Nation
(1953), p. 537. Contrariamente a los puntos de vista sostenidos con fre-
cuencia, una redistribución del ingreso tal como la que se efectuó en
la Gran Bretaña después de la guerra, a consecuencia de la política
económica del gobierno laborista, no tuvo influencia en la participa-
ción del trabajo dentro del ingreso nacional. "Los gastos sociales para
la salud y la alimentación... han sido neutralizados ampliamente por
los mayores impuestos sobre el tabaco, la cerveza y otras compras, de
tal forma que los asalariados no han obtenido ningún beneficio neto
de estos subsidios." Clark Kerr, "Trade Unionism and Distributive
Shares", American Economía Review (mayo de 1954), p. 291, en donde
se cita el artículo de Findlay Weaver "Taxation and Redistribution in
the United Kingdom", Review of Economics and Statistics (mayo de
1950) como fuente para esta afirmación. Cf. también A. A. Rogow,
"Taxation and Fair Shares Under the Labour Governments", Canadian
Journal of Economics and Political Science (mayo de 1955).
60
Colin Clark, Conditions of Economic Progress (2? ed., Londres, 1951),
p. 524.
61
Citado por Víctor Perlo, en The Income Revolution (Nueva York),
1954), p. 54.
91
hora promedio de las ramas industriales, ajustadas a los
cambios de los precios al menudeo, no sólo no han crecido
con mayor rapidez que los aumentos reales de la productivi-
dad ocurridos en la economía sino que, aparentemente, se
han rezagado bastante (p. 111).
Claro está que estas discrepancias en los resultados de las
investigaciones pueden deberse a diferencias en los puntos
de partida. En un caso es la tendencia a largo plazo la que es-
tá en estudio; en el otro se enfoca la atención en las variacio-
nes a corto plazo, ligadas a los cambios en el nivel de precios,
de ingresos y de ocupación. Además, es importante conside-
rar que, cualquier pequeña ganancia que haya podido obte-
ner la participación de los asalariados en el curso de los últi-
mos 50 años, en su mayor parte, no se debió a un alivio de la
posición relativa de la clase obrera, sino a su expansión a tra-
vés de la absorción de pequeños empresarios, artesanos, etc.,
que habían sido independientes anteriormente.62 La parte
del ingreso que corresponde a las ganancias quedó sin afec-
tar. Esta situación se describe muy bien en un estudio recien-
te: "...durante los últimos veinticinco años, en varias ramas
industriales de características distintas, se han producido
grandes incrementos de los salarios —tanto en los períodos
de depresión como en los de sobre-ocupación— sin que ha-
yan llegado a ocasionar una disminución importante en la
participación de las ganancias... La potencialidad de distri-
buir las ganancias es muy pequeña en tanto los productores
sigan siendo libres de ajustar sus precios, sus técnicas y su
ocupación, a fin de proteger sus utilidades",63
Pero, el hecho de que en el curso de las cinco o siete últi-

62
"Los empresarios autoempleados constituían en 1880 el 36.9 % de
los trabajadores ocupados, pero sólo el 18.8 % en 1939. De una gran
importancia para el tema, es la decadencia del empresario indepen-
diente. Los empresarios no agrícolas descendieron del 8 % en 1880 al
6 % en 1939." House of Representatives, Committee on Small Busi-
ness, United States Vs. Economic Concentration and Monopoly (Wash-
ington, 1949), p. 96.
63
Harold M. Levinson, "Collective Bargaining and Income Distribu-
tion", American Economic Review (mayo de 1954), pp. 314-316.
92
mas décadas —que es el período que comúnmente se asocia
al capitalismo monopolista— la participación relativa del in-
greso total que corresponde al trabajo haya permanecido ge-
neralmente estable (o registrando sólo pequeñas fluctuacio-
nes), deja sin resolver el problema de si hubo algún cambio
con relación al capitalismo competitivo. Que yo sepa, no
existe una respuesta estadística a esta pregunta; ningún es-
tudio comparable con los antes mencionados, parece haber
sido viable en la segunda mitad del siglo XVIII ni en los tres
primeros cuartos del siglo XIX. Sin embargo, en el terreno de
la especulación, es permisible suponer que no ha habido
cambios importantes en la participación relativa de los sala-
rios (y del consumo masivo) dentro del ingreso nacional. La
evolución de las grandes empresas, del monopolio y del oli-
gopolio, que principió en el último cuarto del siglo pasado,
ha venido ganando impulso desde entonces, perturbando un
segmento cada vez mayor del sistema económico. Coma esta
ampliación y profundización de la influencia del monopolio
que se ha operado durante los últimos cincuenta u ochenta
años, no parece haber deprimido notoriamente la porción
correspondiente al trabajo, puede suponerse que el surgi-
miento de las empresas monopolistas tampoco provocó una
declinación de esta especie. Este razonamiento se encuentra
reforzado por consideraciones teóricas. Éstas fueron clara-
mente formuladas por Marx: "El precio de monopolio de al-
gunas mercancías no haría sino transferir a las mercancías
(con el precio de monopolio) una parte de la ganancia de los
otros productores de mercancías. Se produciría indirec-
tamente una perturbación local en la distribución de la plus-
valía entre las distintas ramas de la producción, pero el límite
de la plusvalía quedaría intacto."64 Lo que esto sugiere, es

64
Marx, El Capital (ed. Kerr), p. 1003. Como Marx dice en la misma
página, esto no significa que no exista la tendencia de los monopolios
a disminuir el ingreso de los obreros como consumidores. Sin embar-
go, si de todas formas la parte del ingreso correspondiente al trabajo
tiene una estabilidad considerable, esta estabilidad puede deberse en
gran medida a los esfuerzos de los sindicatos para neutralizar las pre-
siones del monopolio y mantener los salarios en una cierta relación
93
que la expansión de las grandes empresas y de los monopo-
lios afectará principalmente la distribución de las ganancias
entre las empresas capitalistas más que la participación rela-
tiva de las ganancias totales en el ingreso nacional. En las pa-
labras de Kalecki, "El aumento del grado de monopolio, oca-
sionado por la expansión de las grandes empresas, da lugar a
que una parte considerable del ingreso total sea absorbido
por las industrias que dominan dichas corporaciones, en de-
trimento de las otras industrias; en esta forma, el ingreso se
redistribuye de las pequeñas a las grandes empresas."65 Sobre
esto existen pruebas abundantes.
Puesto que es legítimo suponer que la concentración de las
ganancias está estrechamente ligada a la concentración de
los activos (al igual que a la de ventas y a la de ocupación), la
tendencia básica está fuera de discusión. "Es claro... que ha
habido una tendencia al alza, más o menos constante, en la
concentración del control ejercido por las grandes corpora-
ciones. De ahí que las doscientas corporaciones no financie-
ras más grandes, incrementasen su importancia relativa des-
de poseer la tercera parte de los activos en 1909, al 48 % en
1929 y al 55 % en los primeros años de la década de los trein-
tas." 66 Aunque no se han hecho para el período de postgue-
rra estudios comparables a los de los años anteriores a ésta,
no puede haber duda de que el movimiento de fusión en
gran escala que se ha estado efectuando desde el final de la
segunda Guerra Mundial ha fortalecido la posición de un pe-
queño y poderoso grupo de corporaciones.67 Observando la
poca información directa que existe sobre la distribución de
las ganancias, se tiene exactamente la misma impresión. En
1923, las 1,026 corporaciones más grandes —0.26 % de todas
las corporaciones inscritas en el Bureau of Internal Revenue—
recibían el 47.9 % de todas las ganancias netas de las corpo-

con los precios y las ganancias.


65
Theory of Economic Dynamics (Londres, 1954), p. 18.
66
Smaller War Plants Corporation, Economic Concentration and
World War II (Washington, 1946), p. 6.
67
Federal Trade Commission, Report on the Merger Movement (Wash-
ington, 1948).
94
raciones. En 1951 —último año del cual se tienen datos publi-
cados—, 1,373 corporaciones (0.23 % del total) recibieron el
54 % de las ganancias netas totales de las corporaciones, y de
éstas, 747 (0.12 % de todas las corporaciones) obtuvieron el
46.5 % del total de ganancias netas.68 De hecho, las tasas de
concentración, tanto de los activos como de las ganancias,
subestiman en mucho la parte del total que está controlada
por un reducido grupo de empresas. Muchas corporaciones
que se declaran independientes, están en realidad íntima-
mente ligadas por compañías tenedoras de acciones, accio-
nistas comunes, juntas directivas entrelazadas, etc.69
Empero, se cree frecuentemente —una creencia diligente-
mente nutrida por diversas publicaciones que emanan de
fuentes obvias— que la concentración de las ganancias en
manos de un pequeño número de empresas tiene poca im-
portancia, puesto que estas empresas gigantescas pueden a
su vez ser poseídas por un número muy grande de indivi-
duos. Sin embargo, este cuadro de una democracia de accio-
nistas no es más que un mito. Como lo han mostrado diver-
sos estudios, el control de las pocas corporaciones que tienen
la parte del león de los activos y obtienen, en consecuencia,
una porción mayor de las ganancias totales, corresponde a
un pequeño número de individuos, los cuales reciben el
grueso de las ganancias distribuidas.70 Esto se refleja plena-

68
Para el año de 1923, véase Statistics of Income, United States Treas-
ury Department, Burean of Internal Revenue, p. 118; para 1951, véase
Statistics of Income, Preliminary Report, p. 41.
69
Para la situación de la preguerra, véase el excelente estudio de Paul
M. Sweezy, Interest Groups in the American Economy, publicado ori-
ginalmente como el apéndice 13 de la primera parte del libro Structure
of the American Economy del National Resources Committee y recien-
temente reeditado en el libro The Present as History (Nueva York,
1953), pp. 158 ss., del propio Sweezy.
70
Cf. Share Ownership in the United States (Washington, 1952) de la
Brookings Institution, en el cual se exagera la importancia del hecho
de que aproximadamente seis y medio millones de norteamericanos
posean en promedio cuatro acciones de los stocks de propiedad pú-
blica. Pero, también allí, se reconoce —aunque en forma mucho me-
nos conspicua— que el 2.3 % de todos los accionistas de las corpora-
95
mente en la distribución del ingreso personal y de los aho-
rros, como puede verse en los recientes estudios que han si-
do efectuados por el Federal Reserve Board, el Michigan Sur-
vey Research Center y un grupo de economistas de la Harvard
Graduate School oí Business. Revisando este material, Víctor
Perlo llega a la conclusión de que, "si se promedia su parte de
ganancias no distribuidas y de ahorros individuales, queda
claro que el 1 % posee entre el 50 y 55 % de todos los ahorros,
considerando los individuales y los de las corporaciones".71
Tratemos ahora de resumir esta breve exposición de la se-
gunda condición "clásica" del crecimiento. Aunque en el ca-
pitalismo monopolista el excedente económico es mucho
mayor en términos absolutos que en el capitalismo competi-
tivo, es notoriamente inferior al mayor excedente posible, de-
finiendo a este último como la diferencia entre la producción
en condiciones de ocupación plena y algún nivel mínimo de
subsistencia fisiológica del consumo masivo. Sin embargo, el
excedente económico generado por el capitalismo monopo-
lista, es el más grande posible en el único sentido importante
de la noción, esto es, tomando en cuenta el nivel prevalecien-
te de producción, el mecanismo del mercado responsable de
la distribución del ingreso en el capitalismo, así como el as-
censo más o menos constante de las normas convencionales
de subsistencia.72 En este terreno, la diferencia principal en-

ciones industriales, poseen el 57 % del total de acciones de dichas


corporaciones. En el terreno de los servicios públicos, el 1 % de los ac-
cionistas posee el 46 % de todas las acciones. En las compañías finan-
cieras y de inversión, el 3 % de los accionistas controla el 53 % del
número de acciones; en los transportes el 1.5 % de los accionistas tie-
ne el 56 % del stock. Un cuadro similar del período de preguerra se da
en el libro de M. Taitel, Profits, Productive activities and New Invest-
ment, TNC. Monografía Nº 12 (Washington, 1941).
71
The Income Revolution (Nueva York, 1954), p. 58.
72
Gestionando este mejoramiento de lo que se considera socialmente
como el nivel mínimo de vida, los sindicatos han jugado su papel más
importante. La acción de éstos ha tenido mucho que ver con el creci-
miento de la productividad y del producto total. Al elevar el precio
del trabajo han estimulado la introducción de inventos que ahorran
trabajo y fomentan la expansión del progreso técnico.
96
tre el capitalismo monopolista y el competitivo, se encuentra
en la distribución del excedente económico entre sus recep-
tores. Así como la transición del feudalismo al capitalismo
competitivo condujo no sólo a una vasta expansión del exce-
dente económico, sino también a la transferencia de una
gran parte de éste de las manos del señor feudal a las del
empresario capitalista, la transición del capitalismo competi-
tivo al monopolista, ha tenido un resultado similar, al au-
mentar fabulosamente el volumen absoluto del excedente
económico y al trasladar el control que sobre éste se tenía, de
los capitalistas relativamente pequeños a unas cuantas cor-
poraciones gigantescas.

IV

Por consiguiente, con el crecimiento y propagación de las


grandes empresas, del monopolio y del oligopolio, la distri-
bución del excedente económico se ha hecho incompara-
blemente más desigual que en la época de las pequeñas em-
presas competitivas; la concentración resultante de los acti-
vos y de las ganancias en manos de un pequeño grupo de gi-
gantescos consorcios (y del pequeño círculo de capitalistas
que controla a éstos), adquiere una importancia preponde-
rante cuando consideramos las demás condiciones "clásicas"
del crecimiento. Éstas son, en primer término, la elevación al
máximo, no sólo del excedente económico, sino también de
la parte de éste disponible para la reinversión en los negocios
—en otras palabras, la frugalidad y la austeridad en el gasto
por parte de sus receptores—; y en segundo lugar, la dispo-
nibilidad de suficientes oportunidades para su inversión lu-
crativa. Basta con una simple ojeada al desarrollo económi-
co reciente (y a la literatura económica), para observar que es
aquí donde el capitalismo monopolista se ha alejado más del
período competitivo.
Respecto a la primera de las dos condiciones, las cosas han
tomado un giro algo paradójico. En la actualidad, el capitalis-
ta individual se ha apartado mucho de la forma de vida de
sus antecesores puritanos; la frugalidad, la sobriedad y la
97
inexorable renunciación, difícilmente pueden considerarse
en la actualidad como las características sobresalientes de él
y de su esposa. Sin embargo, la resultante esencial de la so-
briedad del capitalista individual, todavía se sigue obtenien-
do en el capitalismo monopolista, aunque en una forma radi-
calmente distinta. La impresionante desigualdad de la distri-
bución de las ganancias, hace que sólo una porción relativa-
mente pequeña del excedente económico total se oriente ha-
cia el consumo de los capitalistas. En condiciones de ocupa-
ción plena, de una gran producción y un vasto excedente
económico, la pequenez de esta parte se hace aún más pro-
nunciada. Por consiguiente, la proporción del excedente
económico que es retenida por las corporaciones y está dis-
ponible para la inversión, no es tan sólo grande sino que se
incrementa notoriamente en períodos de prosperidad.73
La situación es mucho más compleja cuando se aborda el
otro aspecto del problema, es decir, cuando no se considera
el volumen del excedente económico y la necesidad de opor-
tunidades de inversión, sino la demanda de capital acumula-
do y la disponibilidad de inversiones lucrativas. De hecho,
tendremos que detenernos un poco más en este aspecto del
problema.
Durante mucho tiempo, la ciencia económica apenas si li-
gaba el desarrollo de las grandes empresas, del monopolio y
del oligopolio, con el problema de las oportunidades de in-
versión y con la existencia de una demanda de los fondos
disponibles para la inversión que pudiese absorber el exce-
dente económico generado en condiciones de ocupación
plena. Como se suponía que prevalecían nuestras condicio-
nes "clásicas", es decir, se consideraba como válida la Ley de
Say, la utilización del excedente económico difícilmente apa-
rentaba ser un problema. Se daba por sentado que el exce-
dente que obtenía el empresario capitalista —monopolista o
de otra forma— se reinvertía en la empresa, impulsando con
esta inversión el progreso económico. De hecho, en tanto
fuese mayor dicho excedente, más rápido sería el crecimiento
73
Esto es un principio importante de la llamada "Teoría del Sub-
consumo". Para un juicio sobre ella, véase la página 108.
98
de la productividad y de la producción. Por eso, aun admi-
tiendo la posibilidad de que un excedente excesivo redujera
indebidamente el consumo corriente a favor del consumo fu-
turo, no se consideraba prudente inmiscuirse en el tamaño
de ese excedente. El reducirlo, podía hacer menos atractiva la
inversión para aquellos que estaban en posición de invertir,
provocando así el descenso de la inversión (y un retardo del
progreso económico) totalmente desproporcionado al bene-
ficio temporal asegurado por el incremento original del con-
sumo. De ahí que, la preocupación de algunos escritores por
el volumen de un excedente económico que consideraban
demasiado grande, su insistencia en frenar una acumulación
"excesiva" de capital y sus quejas respecto al "subconsumo",
fuesen tomadas como una sobrestimación algo miope del
presente con respecto al futuro, que, aunque mostraba una
loable piedad hacia sus prójimos menesterosos, difícilmente
reflejaba una justa apreciación de los cánones de la ciencia
económica ortodoxa.
Esto no quiere decir que la proliferación del monopolio y la
magnitud de sus ganancias dejaran de preocupar a los eco-
nomistas. Por lo contrario, en el último cuarto del siglo XIX y
en el primero del siglo XX, los economistas de los países ca-
pitalistas avanzados se preocuparon grandemente por la cre-
ciente importancia de las empresas monopolistas y oligopo-
listas. Sin embargo, la economía académica —reflejando su
formación y sus antecedentes de clase media, expresando la
frustración creciente y la ansiedad de los pequeños empresa-
rios competitivos que, de buena o mala gana, contemplaban
impotentes el avance gigantesco de su gran rival monopolis-
ta— fue incapaz de asumir una posición históricamente pre-
visora acerca del crecimiento de las grandes empresas. Por
consiguiente, todos los ataques que se lanzaron en contra del
monopolio, se inspiraron en la teoría de la competencia per-
fecta —la perfecta ideología de las pequeñas empresas—, cri-
ticando fundamentalmente los efectos desastrosos que las
grandes empresas introdujeron al distorsionar el orden "ópti-
mo" que se esperaba surgiese del reino del mercado libre.
Identificando los intereses de los pequeños empresarios con
99
los intereses de la sociedad como un todo,74 su denuncia del
monopolio acusaba a éste de distorsionar la distribución "óp-
tima" del ingreso, aunque lo que realmente estaba en juego
era el efecto de los monopolios en la distribución de las ga-
nancias. Los críticos del monopolio, impulsados tanto por el
miedo como por la envidia, lapidaban la política de precios y
de producción monopolista, acusándola de abatir el bienes-
tar del consumidor, aunque lo que estaba casi siempre a dis-
cusión era la superioridad competitiva de la gran empresa.
Ante el ascenso espectacular de los monopolios al poder y a
la influencia social, sus enemigos lo vituperaban por consti-
tuir una amenaza a la libertad y a la democracia de la entidad
política, aunque lo que se atacaba era la amenaza que repre-
sentaba para el ascendiente inicial que había tenido el pe-
queño empresario en la sociedad capitalista. Preocupados
por la conservación del statu quo, tratando de aferrarse al
mejor de los mundos posible, no pensando jamás en térmi-
nos de cambio histórico y de desarrollo, esta hostilidad pe-
queño burguesa hacia la gran empresa y los monopolios, no
permitió el entendimiento racional del impacto de éstos so-
bre el proceso de inversión y el crecimiento económico.75
Aun después de que la llamada revolución keynesiana re-
pudió la Ley de Say y puso la determinación del nivel de in-
gresos y de ocupación en el centro de la discusión económi-

74
Cf. Lee Benson, Merchants, Farmers, and Railroads (Cambridge,
Massachusetts, 1955).
75
Schumpeter es una notable excepción, pues no mantuvo en secreto
su desdén por el enfoque de "tendero" frente al problema del mono-
polio. En su obra, la importancia del monopolio se considera funda-
mentalmente desde el punto de vista del desarrollo a largo plazo del
capitalismo. Sin embargo, fueron necesarios cuarenta años para que la
anticipación de Schumpeter sobre la economía del capitalismo mo-
nopolista, atrajese la atención (y las alabanzas) de los economistas,
tínicamente en la literatura marxista se ha tratado al crecimiento del
monopolio como un aspecto crucial del desarrollo general del capita-
lismo. El Finanzkapital (1910) de Hilferding fue la contribución mar-
xista clásica a este tema, continuado después por el famoso Imperia-
lism: The Highest Stage of Capitalism (1917) de Lenin y por otros tra-
bajos.
100
ca, la relación entre el proceso de inversión (y del desarrollo
económico) y la importancia creciente de la gran empresa y
del monopolio ha recibido una atención fragmentaria y espo-
rádica. Siguiendo las huellas de Keynes, al tratar la inversión
(o más bien lo central de ella) como un dato "autónomo" de-
terminado exógenamente, y preocupándose poco de su com-
posición, la exposición de la teoría del ingreso y de la ocupa-
ción pasó por alto, por así decirlo, el problema del impacto
del monopolio y del oligopolio en el volumen y en el efecto a
largo plazo de la inversión. Más aún, esta orientación del
pensamiento económico puso en un segundo plano a la críti-
ca primitiva del monopolio, basada en el "bienestar", y des-
pejó intelectualmente el campo a la tendencia actual de
aceptación total, y aun de glorificación, del monopolio.
Ciertamente, la "Nueva Economía" sugería una actitud an-
timonopolista al preocuparse de la sobreacumulación Sin
embargo, el énfasis de ese razonamiento se ha puesto en la
necesidad de aumentar la parte del consumo dentro del in-
greso nacional más que sobre el papel del monopolio en el
proceso de inversión. Desde este punto de vista, el exceden-
te económico —sea qué se apropiasen de él los monopolistas
o los empresarios competitivos—, se consideró como dema-
siado grande, no tanto porque usurpase, en términos de bie-
nestar, una proporción inadecuada del consumo corriente,
sino porque no encontró una utilización suficiente a través
de la inversión privada. Como dice el profesor Alvin H. Han-
sen, "el problema de nuestra generación es, sobre todo, el
problema de oportunidades inadecuadas de inversión".76
Lo inadecuado de las oportunidades de inversión ha sido
atribuido por casi toda la ciencia económica contemporánea
—como hubiese dicho Schumpeter— no a causas inherentes
al funcionamiento de la maquinaria económica, sino a la ac-
ción de factores externos a ésta. Una expresión típica de este
enfoque es la llamada "teoría del desvanecimiento" de las
oportunidades de inversión", que ha recibido su formulación
76
"Economic Progress and Declining Population Growth", American
Economic Review (marzo de 1939), reeditado en los Readings in Busi-
ness Cycíe Theory (Filadelfia-Toronto, 1944), p. 379.
101
más conocida en los escritos del profesor Hansen. Pero aun-
que los economistas ligados a este concepto han registrado
correctamente el fenómeno de desajuste creciente entre el
volumen de oportunidades que tiene la inversión privada y el
tamaño del excedente económico generado en condiciones
de ocupación plena, difícilmente puede decirse que lo hayan
explicado satisfactoriamente. Ni la baja de la tasa de creci-
miento de la población, ni la desaparición de la llamada fron-
tera, ni los supuestos cambios en el tiempo y la naturaleza
del progreso técnico, que constituyen la parte central de esta
argumentación, pueden proporcionar tal explicación.
Sin considerar el hecho de que un descenso del crecimien-
to de la población como el que ha tenido lugar en los países
capitalistas avanzados, puede ser en sí un fenómeno que de-
ba explicarse en términos de insuficiencia de inversión, em-
pleo e ingreso, no existe razón alguna para esperar que los
cambios de la población en sí ejerzan una influencia funda-
mental en el volumen de la inversión. Por lo que respecta a la
relación que existe entre los cambios de la población y los de
la demanda efectiva, Kalecki señala que: "...lo que interesa...
no es el incremento de la población sino el incremento del
poder de compra. Un aumento del número de gente pobre
no ensancha el mercado. Por ejemplo, una población más
grande no significa necesariamente una mayor demanda de
casas, ya que sin la elevación del poder de compra, el resul-
tado puede ser más bien el hacinamiento de un mayor nú-
mero de gente en las viviendas disponibles".77
Esto no quiere decir que el aumento de la población no
pueda tener algún efecto en la demanda total. Una población
creciente puede generar una estructura de consumo distinta
a la que puede caracterizar a una población estancada. Puede
comprar más leche y menos whisky, más pañales y menos
corbatas, más casas y menos automóviles. Estas diferencias
en la composición del gasto de los consumidores, pueden te-
ner cierta importancia en el volumen y la rentabilidad de la
inversión.78 Sin embargo, el que una población ascendente
77
Theory of Economic Dynamics (Londres, 1954), p. 161.
78
"Por consiguiente, un cambio en la demanda de los bienes en gene-
102
ahorre más o menos es, a fin de cuentas, un problema deba-
tible y no de mucha importancia. Puede argumentarse que
un mayor gasto para el mantenimiento de familias numero-
sas reducirá el ahorro personal, pero, con igual fuerza puede
sostenerse que la responsabilidad que implica la educación
de familias numerosas exigirá mayores reservas y una reduc-
ción en el gasto corriente. Puesto que la enorme mayoría de
la gente, aun en los países más ricos del mundo, casi no aho-
rra, la diferencia no será mucha, cualquiera que sea la hipó-
tesis que se sostenga.
Algo más apropiado puede parecer el argumento de que los
hombres de empresa, al hacer las decisiones de inversión, es-
tán fuertemente influidos por las estadísticas de la población.
Si esto fuese verdad, y si todos los capitalistas invirtiesen ex-
cesivamente cuando el crecimiento de la población es rápido
(reduciendo la inversión cuando éste sea lento o no exista),
sus perspectivas de ganancia podrían ser confirmadas tempo-
ralmente por la experiencia, pero no por los incrementos
previsibles de la población sino por el volumen de la inver-
sión total y el volumen resultante de ingreso y demanda tota-
les. Sin embargo, en la realidad sólo unas cuantas empresas
—fundamentalmente aquellas que operan en el campo de los
servicios públicos y de las comunicaciones— probablemente
se dejen guiar en sus planes de inversión por las estadísticas
de población; y aun así, las estadísticas importantes no son
aquellas que reflejan cambios totales en la población, sino
más bien las que describen la migración interna y el surgi-
miento y decadencia de regiones o localidades individuales.
Una cierta importancia puede darse también a las asigna-
ciones presupuestales de todo tipo que hacen las autoridades
del gobierno para ayudar a los pobres, para escuelas, hospita-
les, jardines, etc. Estas asignaciones presupuestales pueden
estar determinadas, en lo esencial, por la estructura social y
la magnitud de la población (así como por sus cambios). Sin

ral hacia la habitación, tiene el mismo efecto que una sucesión de in-
novaciones, "favorables al capital" y tiende a promover la inversión en
la misma forma". Joan Robinson, The Rate of Interest and Other Es-
says (Londres, 1952), p. 109.
103
embargo, es de gran importancia hacer notar que tales gastos
constituirán un aumento neto al gasto total y ejercerán un
efecto estimulante sobre la economía en su conjunto, sólo si
no son neutralizados por una contracción del gasto en otra
parte. Pero si son emprendidos por las municipalidades —
como frecuentemente sucede—, estos gastos pueden hacerse
bien por el ahorro en algunos otros renglones del presupues-
to o por impuestos locales adicionales.79 Cuando éste sea el
caso, el efecto de estos gastos "ligados a la población" será
insignificante.
Sin embargo, se considera que los cambios de la población
afectan frecuentemente a la inversión, no tanto por el au-
mento que tengan en la demanda efectiva como por su im-
pacto en la oferta de trabajo. Se arguye a este respecto, que el
rápido incremento de la población ejerce una presión sobre
el nivel de salarios y conduce a mayores ganancias, promo-
viendo, por lo tanto, la acumulación del capital y haciendo al
mismo tiempo la inversión más atractiva para el empresario
capitalista. Sin embargo, las implicaciones de este razona-
miento no dejan de tener una cierta ambigüedad.80 En pri-
mer lugar, debe considerarse que lo que importa en relación
con esto, no son los cambios en el total de la población a tra-
vés del tiempo, sino los cambios en el número de personas
que se incorporan al mercado de trabajo.81 Empero, esto de-
pende en mayor o menor grado del desarrollo de la pobla-
ción en su conjunto, así como de la medida en que la migra-
ción interna de los sectores no capitalistas de la economía
(agricultura de subsistencia, artesanía, etc.) se agregue a la
reserva de fuerza de trabajo disponible para la empresa capi-
talista.82

79
Cf. Joan Robinson, op. cit., p. 107.
80
Cf. Kalecki, op. cit., p. 160.
81
Este importantísimo punto, que muchas veces se olvida, es sub-
rayado por Paul M. Sweezy en su libro Theory of Capitalism Develop-
ment (Nueva York, 1942), pp. 222 ss.
82
Esta migración interna, típicamente está ocasionada por los despla-
zamientos económicos o técnicos de la mano de obra de los sectores
no capitalistas de la economía. Aunque en numerosos casos fue resul-
104
Más aún, a no ser que se suponga que la elasticidad de la
demanda de trabajo de los capitalistas es cuando menos igual
a uno —y ciertamente no hay ninguna razón obvia para ha-
cer tal suposición—, el descenso de los salarios que produce
una intensa competencia entre los obreros por la obtención
de los puestos, reducirá el ingreso de los asalariados y causa-
rá una caída de la demanda total de los consumidores, sin
que ésta sea neutralizada por un incremento correspondien-
te de la inversión. De hecho, la inversión se desalentará por
la reducción de las compras de los consumidores y además,
la disponibilidad de trabajo barato tenderá a debilitar los in-
centivos para la introducción de maquinaria que ahorre tra-
bajo —cuyo desarrollo y producción representan en sí una
oportunidad de inversión bastante importante—. De ahí que
el incremento de la oferta de trabajo y el abaratamiento del
mismo puedan conducir no a un crecimiento de la inversión
y de la producción, sino más bien al crecimiento del desem-
pleo, abierto o disfrazado.83 Que este resultado es bastante

tado de una coerción "extraeconómica" (como los cercamientos de


tierra en la Gran Bretaña y los Bauernlegen en Alemania), su trasfondo
fue dado por el desarrollo industrial de las ciudades. En países nuevos
y originalmente poco poblados como los Estados Unidos, el Canadá,
Australia y Nueva Zelanda, los sectores no capitalistas de donde se
obtuvieron las adiciones a la reserva de mano de obra industrial, estu-
vieron situados no sólo dentro de esos países, sino también en el Viejo
Mundo. La inmigración fue, por consiguiente, la forma en la que gran
parte de este flujo se manifestó.
83
Esto no choca con la importante consideración de que el abarata-
miento de la fuerza de trabajo y el desaliento del progreso técnico que
produce un crecimiento rápido de la población, son favorables para la
estabilidad a largo plazo del capitalismo; retardan su desarrollo y, por
lo tanto, posponen las crisis que surgen en su madurez (cf. Paul M.
Sweezy, loc.cit.). Como lo dice Hans Neisser: "la estabilidad económi-
ca no implica un alto nivel del ingreso per capita y ni siquiera excluye
el llamado desempleo estructural; por lo contrario, las economías po-
bres posiblemente manifiesten una mayor estabilidad económica que
las ricas". "Stability in Late Capitalism", Social Research (primavera de
1954), p. 85. De hecho, el crecimiento rápido de la población, al man-
tener estable el equipo de capital por obrero, la productividad y la
producción total, reduce el volumen del excedente económico co-
105
probable, lo sugiere fuertemente la experiencia de los viejos
países subdesarrollados que no pueden quejarse de un cre-
cimiento insuficiente de la población. Al mismo tiempo,
puede hacerse una convincente defensa del punto de vista de
que fue precisamente la escasez relativa de mano de obra, a
lo largo de la historia primitiva de los Estados Unidos, la que
impulsó el gran volumen de inversión, el rápido progreso de
la técnica y el incremento que se obtuvo en la productividad
norteamericana.
Claro está que una población creciente es una condición in-
dispensable para la inversión y la expansión económica,
cuando no existe progreso técnico —en la industria y en la
agricultura—, cuando no se ponen en explotación nuevos re-

rrientemente generado. Más aún, en el caso de una producción total


lograda con ayuda de poco capital, los descuentos por el consumo del
capital representan necesariamente sólo una porción pequeña de su
valor, y correspondientemente, el excedente bruto es menor que en el
caso en que la depreciación del equipo de capital constituye un com-
ponente importante de la producción total. Dado que en tales cir-
cunstancias la cantidad del excedente económico disponible para la
inversión es pequeña —después de hecho el descuento por el consu-
mo de los capitalistas—, el número de trabajadores que pueden agre-
garse a la fuerza de trabajo ocupado es también pequeño, sin impor-
tar la reducida cantidad de capital que es necesaria para equipar un
nuevo obrero. Por consiguiente, aun si los capitalistas asignan todo el
excedente invertible a plantas y equipos productivos —lo que de nin-
guna forma debe tomarse como un hecho—, es probable que el resul-
tado sea una expansión lenta y una ocupación plena (del equipo de
capital existente) en el sector industrial de la economía, en tanto que
los sectores no capitalistas (agricultura, artesanías, comercio distribu-
tivo, etc.) se vuelcan hacia los barrios bajos, que se congestionan con
un "excedente de población" rápidamente en ascenso. Esto pone de
relieve una de las contradicciones más notables del orden capitalista,
a saber, que la rápida expansión de la productividad y de la produc-
ción trae como consecuencia la inestabilidad, las depresiones y el
desempleo en el sector industrial de la economía, con las repercusio-
nes que esto tiene en toda la sociedad. Un pequeño aumento de la
productividad y de la producción, provoca el desempleo disfrazado, la
pobreza y el estancamiento en los amplios sectores no industriales de
la sociedad, hundiendo continuamente en el mar del atraso de los is-
lotes industriales relativamente adelantados.
106
cursos naturales y cuando el desplazamiento de la mano de
obra de la agricultura, por medio de presiones extraeconómi-
cas, no llega a materializarse. Pero en tales circunstancias, el
problema difícilmente surgiría, pues la imposibilidad de la
inversión iría acompañada de la carencia de todo incentivo
para invertir. Es obvio que una constelación de este tipo no
guarda ninguna semejanza con la realidad. Hasta para apli-
carla a una sociedad feudal resulta demasiado estática. Allí
donde existe cuando menos cierto progreso técnico, cierto
aprovechamiento de nuevos recursos naturales, cierta migra-
ción interna fuera de la agricultura, la inversión puede efec-
tuarse y la productividad puede avanzar sin considerar si la
población está creciendo o está estancada o aun en descenso.
Puede afirmarse que los proyectos de inversión, a la vez que
fuerzan su propio financia-miento, dan origen a la oferta de
trabajo que se necesita para su realización. Esto se aplica no
sólo a los viejos países en donde la agricultura, la artesanía, el
comercio al menudeo, etc., proporcionan reservas perma-
nentes de mano de obra; se aplica también a los países nue-
vos y poco poblados, donde la inmigración abastece la fuerza
de trabajo necesaria cuando la acumulación capitalista crea
una demanda de ésta lo bastante fuerte.
La conclusión que se desprende es que, lejos de determinar
el volumen de la inversión, la misma situación demográfica
tiene una naturaleza distinta en las diversas etapas del desa-
rrollo económico, que depende del grado de acumulación de
capital, de la naturaleza de los cambios técnicos, de la velo-
cidad e intensidad de las modificaciones de la estructura
ocupacional de la sociedad, etc.
En forma similar, tampoco es obvia la importancia, si es
que tiene alguna, que debe darse al llamado paso de la fron-
tera. En primer lugar, las fronteras de la expansión económi-
ca y del desarrollo no coinciden con las fronteras geográficas:
hay un amplio campo para el crecimiento económico dentro
de casi todos los límites geográficos. Nadie negará, por ejem-
plo, que ha habido un desarrollo mucho mayor en Bélgica
que en España. En segundo lugar, existen grandes regiones
sub-desarrolladas dentro de los países capitalistas más avan-
107
zados; hay gran cantidad de oportunidades de inversión en el
sur de los Estados Unidos, en las llamadas regiones deprimi-
das de la Gran Bretaña, en varias partes de Francia, Italia o
Escandinavia. Más aún, los territorios menos desarrollados
fuera de las fronteras nacionales de los países avanzados,
pueden proporcionar oportunidades de inversión tan buenas
o mejores que las que tienen en su propio país. Por consi-
guiente, podría pensarse que cuando las condiciones son
propicias para la inversión, se encuentran las oportunidades
para invertir, y que, cuando la inversión baja, quedan sin uti-
lizar lo que se hubiese considerado en otros tiempos como
magníficas oportunidades de inversión.
La situación no parece ser muy distinta por lo que respecta
a las innovaciones técnicas. Es muy dudoso que la intensidad
o la naturaleza de los descubrimientos técnicos en las últi-
mas décadas, hayan sido de tal tipo que requieran para lle-
varse a cabo una inversión de capital menor que las exigidas,
por ejemplo, hace un siglo. Kalecki puede estar en lo cierto al
llamar la atención sobre la importancia decreciente que tiene
el aprovechamiento de nuevas fuentes de materias primas y
la creciente importancia de la "organización científica" del
proceso de montaje, la cual no implica cuantiosas inversio-
nes.84 Quizá Sweezy haya acertado al destacar la extraordina-
ria importancia que tuvieron los ferrocarriles, proporcionan-
do una oportunidad para la inversión durante la segunda mi-
tad del siglo XIX.85 Quizá también pueda darse cierto alcance
al argumento de que el abaratamiento relativo de los bienes
de capital que se ha efectuado en el curso de los 100 últimos
años, ha reducido las exigencias de capital respecto a la pro-
ducción física que se desea, aunque no es la producción física
lo que le importa al capitalista que invierte.
Por otra parte, podría sostenerse —y a mi juicio con un
gran vigor— que las anteriores consideraciones tienen poca
importancia para el problema y que en realidad anteponen la
carreta al caballo. Tanto en el mundo antiguo como durante
la Edad Media, existieron muchos inventos técnicos ingenio-
84
Theory of Economic Dynamics (Londres, 1954), p. 159. 48
85
Econometrica (octubre de 1954), p. 532.
108
sos que no se utilizaron debido a que faltaban las condicio-
nes socioeconómicas para su realización. Podríamos listar
un gran número de descubrimientos técnicos que han evolu-
cionado más o menos recientemente y cuya utilización re-
querirá grandes gastos de capital —tan cuantiosos, de hecho,
como cualquiera realizado anteriormente en la historia—.
Sea en el campo de la energía atómica o de la "automación",
de los transportes o de las mejoras en las tierras, de los bie-
nes de consumo o del equipo agrícola, de la habitación o en
los alimentos, existen proyectos que son técnicamente tan
factibles y económicamente tan racionales corno cualquiera
realizado en el pasado. La diferencia consiste "tan sólo" en
que las primitivas innovaciones técnicas atrajeron inversio-
nes suficientes para convertirlas en una realidad, mientras
que las posibilidades técnicas recientes se escogen menos fá-
cilmente (y en forma más selectiva) por las empresas capita-
listas. Por consiguiente, es más probable que las innovacio-
nes técnicas, al igual que las regiones subdesarrolladas o po-
co desarrolladas dentro y fuera de los países capitalistas
avanzados, ofrezcan una reserva de oportunidades de inver-
sión constantemente disponible, determinándose, por otros
factores, la cantidad que deba usarse de él en un tiempo da-
do. Como dice J. Steindl, "las innovaciones técnicas acompa-
ñan al proceso de inversión como su sombra, pero no actúan
sobre él como una fuerza motriz".86
Lo anterior no pretende, claro está, apoyar la respuesta que
tan frecuentemente se da a los "profetas del fatalismo y de la
desesperanza", respuesta que señala el gran número de pro-
yectos útiles que "pudieron" haberse emprendido y cuya rea-
lización hubiese contribuido al bienestar humano. De hecho,
esta respuesta comparte plenamente la falacia fundamental
que sustenta al mismo argumento que tratan de refutar.
Aunque un libro de texto elemental de economía, habitual-
mente principia su exposición subrayando que lo que impor-
ta en una economía capitalista no son las necesidades huma-
nas en su totalidad, sino únicamente aquellas que están res-
86
Maturity and Stagnation in American Capitalism (Oxford, 1952), p.
133 y p. 235 n. (subrayado en el original).
109
paldadas por un poder de compra suficiente ("demanda efec-
tiva"), tan pronto como la exposición se lleva a un nivel más
"avanzado", hasta los economistas más refinados tienden a
olvidarse de este principio básico.
Sea que los economistas culpen al insuficiente o mal diri-
gido progreso técnico de lo inadecuado de las oportunidades
de inversión, o bien que consideren a estas oportunidades de
inversión como prácticamente ilimitadas, dada la multitud
de necesidades de los consumidores que todavía no están sa-
tisfechas,87 el error del razonamiento es el mismo. Ambas
partes parecen evadir al problema central en su argumenta-
ción. En realidad, hay una deficiencia continua y creciente de
la inversión privada respecto al volumen del excedente eco-
nómico generado en condiciones de ocupación plena. Más
aún, existe —y es visible para todos— una gran cantidad de
proyectos técnicamente posibles y socialmente urgentes, que
fácilmente podrían absorber todo ese excedente económico y
aun uno mucho mayor. Por lo tanto, el problema a resolver,
es averiguar por qué la estructura del capitalismo avanzado y
los cambios en el proceso de inversión que se han efectuado
en el curso de las últimas cinco u ocho décadas, han hecho
que el empleo del excedente económico para la realización
de estos proyectos sea difícil, si no es que totalmente impo-
sible.
No es que sólo deban considerarse los llamados factores,
endógenos en los intentos para responder a esta pregunta. La
distinción entre elementos endógenos y exógenos en lo que
constituye el todo socioeconómico, es de cualquier forma
muy tenue y arbitraria. Como Lenin hacía notar, "el proble-
ma de si estos cambios (de la estructura del sistema capitalis-
ta)... son 'puramente' económicos o no económicos (por
ejemplo, los militares), es secundario, y en última instancia
no afecta el panorama fundamental de la última etapa del

87
Quizá los mejores ejemplos de este tipo de construcción de castillos
en el aire, pueden encontrarse en el artículo de J. K. Galbraith, "We
Can Prosper Without War Orders", New York Times Magazine (junio
22, 1952), y en el libro de David Lilienthal, Big Business, A New Era
(Nueva York, 1953), pp. 8ss.
110
capitalismo".88
Pero lo que sí es de primordial importancia, es saber si los
cambios trascendentales que han ocurrido durante la prime-
ra mitad de nuestro siglo en el funcionamiento del sistema
capitalista, se han debido a una configuración más o menos
accidental y fortuita de los acontecimientos, o bien si estas
transformaciones constituyen el resultado natural del desa-
rrollo' capitalista y en realidad son exigencias de la lógica in-
trínseca de este desarrollo. Atribuírselos a los factores que
abarca la teoría del desvanecimiento de las oportunidades de
inversión o explicarlos por la filosofía que achaca a inciden-
tes desafortunados todos los contratiempos que ha tenido el
capitalismo durante los últimos cincuenta años, no sólo es,
como se indicaba antes, analíticamente inconcluyente, sino
que también significa una aceptación implícita del enfoque
agnóstico y apologético que imputa todas las contradicciones
e irracionalidades del sistema capitalista, a "disturbios" acci-
dentales de carácter económico, político y otros —y sin los
cuales el capitalismo podría operar de manera armoniosa—,
y no a sus leyes inherentes de movimiento.

En realidad, para explicar lo inadecuado de la inversión


privada respecto al volumen del excedente económico gene-
rado en condiciones de ocupación plena, no es necesario re-
fugiarse en los factores "externos" a los principios rectores de
la economía capitalista, ni en los errores del gobierno, o en
las adversidades del destino. Esto puede dilucidarse satisfac-
toriamente, por el proceso hondamente arraigado en la es-
tructura básica del capitalismo y que ha sido impulsado por
todo su desarrollo, a saber, el crecimiento de las grandes em-
presas, del monopolio y del oligopolio, así como la siempre
creciente influencia de éstos en todos los sectores y ramas

88
E. Varga y L. Mendelsohn, New Data for Lenin's Jmperialism —The
Highest Stage of Capitaíism (Nueva York, 1940), p. 168 (subrayado en
el original).
111
del sistema capitalista.89
Se ha mencionado anteriormente uno de los resultados
más notorios de este desarrollo, la concentración de las ga-
nancias en manos de un pequeño número de capitalistas.
Debemos regresar a este punto después del largo rodeo que
hemos hecho. En el mundo competitivo, reflejado en forma
aproximada por nuestro modelo "clásico", no había lugar pa-
ra una tal distribución de las ganancias. A causa de la gran
cantidad de empresas de diferentes tamaños —
correspondiéndole a cada una sólo una pequeña fracción de
sus mercados respectivos—, las ganancias totales deberían
repartirse necesariamente en un gran número de pequeñas
porciones, aunque desiguales entre sí. Más aún, no sólo las
diferencias entre las ganancias absolutas, obtenidas por las
empresas individuales, deberían ser comparativamente pe-
queñas, sino que las tasas de utilidades en relación al capital
invertido deberían tender a ser aproximadamente iguales en
todas las ramas de los negocios. A esta igualación de las tasas
de beneficio se le atribuía en realidad una enorme importan-
cia. Era la responsable de la asignación de los recursos y del
mantenimiento del equilibrio del sistema competitivo. El
mecanismo del que dependía puede esbozarse brevemente.
Supongamos un estado de equilibrio en que las tasas de be-
neficio de las empresas individuales están igualadas. En esta
situación, permitamos a alguna de ellas introducir una mejo-
ra técnica que reduzca sus costos de producción. La pequeña
baja del precio, que la reducción de los costos ha hecho fac-
tible, permitirá a esta empresa vender una cantidad mayor de
su producción y obtener ganancias adicionales. Esta tasa de
beneficio, superior a la habitual, no sólo estimulará un mayor
incremento de la producción de la empresa precursora, sino
que atraerá al capital de aquellas otras ramas de la economía
donde la tasa de ganancia es normal. Empero, las ganancias

89
La adopción y la interesante exploración que de este enfoque hace J.
Steindl en su Maturity and Stagnation in American Capitalism (Ox-
ford, 1952), es lo que hace a su libro singularmente valioso e impor-
tante. Mucho de lo que sigue lo he tomado en gran medida del traba-
jo de Steindl.
112
adicionales que deriva la empresa innovadora sólo serán
transitorias. Las otras empresas de la rama industrial, se en-
frentan con la alternativa de ser expulsadas del mercado por
el competidor que tiene costos más reducidos o de adoptar
ellas mismas el nuevo método de producción. Las más débi-
les financieramente (o dicho de otra forma, las inflexibles) no
tendrán alternativa y tenderán a ser eliminadas de la rama
industrial. El resto introducirá los nuevos métodos de pro-
ducción, reducirá sus costos y sus precios, reteniendo, por lo
tanto, sus porciones del mercado. De esta forma, las ganan-
cias adicionales de los pioneros serán eliminadas y la tasa de
ganancia normal será restaurada nuevamente.
Lo más importante es hacer notar que, en esas condicio-
nes, la transición hacia el método de producción nuevo y
técnicamente mejorado no depende de la voluntad de la em-
presa competitiva. Sólo a riesgo de perecer puede dejar de
considerar las posibilidades disponibles de reducir sus cos-
tos. Por consiguiente, además de ofrecerle el atractivo de las
ganancias adicionales, el sistema competitivo amenaza con el
garrote de la bancarrota para promover y reforzar la inver-
sión y el progreso técnico. El que en esta carrera competitiva
"el diablo se apodere de los rezagados" y que las empresas
menos eficaces y menos viables caigan a la cuneta, tiene en sí
un papel muy importante en el funcionamiento del meca-
nismo. De esta forma, la capacidad excesiva de producción
que se desarrolla en las etapas primitivas del nexo esbozado
arriba, tiende a ser eliminada.90 Esto, a su vez, desbroza el
campo para la repetición de toda la secuela de acontecimien-
tos, cuando nuevas mejoras técnicas crean nuevamente ga-
nancias adicionales que se usan y atraen otras inversiones, ya

90
De ninguna manera deja de ser importante el que esta liquidación
de la capacidad excesiva se haga mediante el desmantelamiento del
equipo anticuado o que éste persista en una industria, que se convier-
te en "enferma" crónica, por las dificultades que tiene para desemba-
razarse de la capacidad redundante. Este fenómeno abunda en la his-
toria económica de los Estados Unidos (el carbón, los textiles, la agri-
cultura) y ha sido una de las causas más importantes de la monopoli-
zación o de la regulación gubernamental de estas industrias.
113
que la presencia de una capacidad excesiva muy grande re-
tardará y obstruccionará las nuevas inversiones en la rama
industrial, al hacer difícil la introducción de métodos nuevos
de producción y de reducción de costos.91
Por lo tanto, el proceso nunca termina. El abaratamiento
de la producción de una industria creará "economías pecu-
niarias externas" allí donde dicha producción sirva de insu-
mo."'92 De esta forma se crearán ganancias adicionales en di-
versas ramas de la economía y la inversión se verá estimulada
ya sea en una u otra industria, impulsando este "perenne
viento" —para usar la expresión favorita de Schumpeter— al
desarrollo económico. "Vemos, pues, cómo se transforman,
se revolucionan incesantemente, el modo de producción y
los medios de producción, cómo la división del trabajo aca-
rrea necesariamente una mayor división del trabajo, la apli-
cación de la maquinaria otra aplicación de maquinaria toda-
vía mayor, la producción en gran escala una producción en
otra escala mayor aún. Tal es la ley que una y otra vez saca a
la producción burguesa fuera de su cauce y obliga al capital a
intensificar las fuerzas productivas del trabajo, por haberlas
[ya] intensificado anteriormente; la ley que no da punto de
sosiego al capital y que incesantemente le susurra al oído:
¡Adelante! ¡Adelante!"93
Sin embargo, para que este "adelante" se lleve a cabo, debe
llenarse cierto número de condiciones a las cuales aludimos
explícita o implícitamente con anterioridad. La primera y
más importante es que el número de empresas en la econo-
mía (y en cada rama industrial) tiene que ser grande y la
producción de cada empresa individual tiene que ser peque-

91
Esto se subraya por Steindl, quien menciona igualmente la califi-
cación que se hace necesaria a consecuencia de la existencia de lo que
podía llamarse capacidad excesiva "normal".
92
J. Viner, "Cost Curves and Supply Curves", Zeitschrift fur Natio-
nalokonomie (1931), vol. III, núm. 1, p. 98.
93
K. Marx, "Wage Labor and Capital", en las Setected Works de Marx
y Engels (Moscú, 1949-1950), vol. I, p. 93 (subrayado en el original; la
palabra entre paréntesis ha sido agregada por el autor con base en el
original alemán).
114
ña en relación a la producción total de su rama industrial.
Además, los productos de las empresas comprendidas en una
rama industrial deben ser más o menos sustitutos perfectos
los unos de los otros, de tal manera que una pequeña dife-
rencia en el precio desvíe la demanda del mercado de una
empresa a otra. Únicamente en tales condiciones, la empresa
individual no podrá influir de manera sustancial por su pro-
pia producción y política de precios sobre los precios preva-
lecientes en el mercado; sólo en tales circunstancias la em-
presa individual podrá decidir acerca de las inversiones, la
expansión de la producción, etc., sin tomar en cuenta las po-
sibles represalias de parte de sus competidores. Puesto que
todas ellas son pequeñas, ninguna estará en situación de in-
fluir en forma decisiva en la situación del mercado, que fun-
damenta las decisiones de la empresa a invertir y a incremen-
tar su producción. Al mismo tiempo, siendo grande el núme-
ro de empresas, la empresa individual tendrá escasas posibi-
lidades de conocer con precisión lo que el resto de la rama
industrial está a punto de realizar. Por lo tanto, la empresa,
al formular su política de inversión, estará guiada por sus
propias consideraciones "internas", es decir, por las posibili-
dades existentes de reducir sus costos, su capacidad para
aumentar el capital, sus tasas reales de utilidad y las que pre-
vén en el futuro. No estará capacitada ni obligada a conside-
rar el efecto combinado que tendrán en el futuro las decisio-
nes de inversión de otras empresas de su rama industrial y de
fuera de ella que concurran al mercado.
Es esta anarquía de los mercados capitalistas —a la que
Marx dio tanto énfasis— la que, junto con la aparición, la
desaparición y la reaparición continua de ganancias adicio-
nales, produjo una fuerte tendencia hacia un gran y de hecho
excesivo volumen de inversión durante la fase competitiva
del capitalismo.94 El resultado fue una utilización dispendio-

94
Cf. Joan Robinson, "The Impossibility of Competition", en el libro
Monopoly and Competition and Their Regulation (ed. E. H. Chamber-
lin, Nueva York, 1955.) Fue esta naturaleza específica del proceso de
inversión en el capitalismo competitivo, su frecuente falta de modera-
ción e irracionalidad, lo que le dio el molde tan particular a las crisis
115
sa del excedente económico, la destrucción prematura de los
activos de capital, que fue acompañada de las pérdidas que,
tanto en las decisiones de inversión como en el capital, oca-
sionaron los caprichos del desarrollo técnico y el surgimiento
esporádico y fortuito de ganancias adicionales. Sin embargo,
en el reverso de la medalla, puede "acreditársele" a la organi-
zación competitiva de la economía capitalista, el haber dado
suficientes oportunidades (o casi suficientes) para absorber
el excedente económico generado en condiciones de una casi
ocupación plena, aunque mucha de esta inversión constituyó
una pérdida para la sociedad, lo que a su vez deprimió las ta-
sas de crecimiento muy por abajo de su magnitud potencial.
Esta pérdida se manifestó no sólo por una producción mucho
menor de la obtenible, sino también por una ocupación mu-
cho menor a la posible. Esto no contradice lo que se acaba de
decir sobre la suficiencia de la inversión para absorber el ex-
cedente económico generado en condiciones de ocupación
plena. El subempleo en el capitalismo competitivo tendía a
ser de un tipo muy distinto del que en la actualidad ha sido
llamado desempleo keynesiano. Aquél no se debía tanto a lo
inadecuado de la inversión respecto al excedente económico
potencial, sino más bien a lo inadecuado de la inversión (tan-
to en volumen como en composición), en relación al número
de gente disponible para trabajar. Con la cantidad mínima de
capital que se requería para equipar un trabajador, fijada de
manera más o menos rígida por el nivel prevaleciente de la
técnica (que a su vez estaba determinado por la competen-
cia), y con mucho desperdicio de capital en el proceso com-
petitivo, el número de individuos que podían encontrar un
empleo remunerado fue necesariamente menor de lo que
habría sido posible de haberse utilizado el capital de un mo-
do racional.

VI

económicas que caracterizaron al siglo XIX. Olas de insolvencia, pá-


nicos derivados del efecto acumulativo de las quiebras de las empre-
sas, agudos y efímeros congestionamientos de los mercados indi-
viduales, etc.
116
Sin embargo, cualesquiera que hayan sido las fallas (abso-
lutas) y los méritos (relativos) del proceso de inversión en el
sistema competitivo, sólo se necesita una moderada reflexión
para darse cuenta de que muy poco ha quedado de sus carac-
terísticas esenciales en la actual etapa monopolista del des-
arrollo del capitalismo. La diferencia más drástica se refiere a
las condiciones de acceso a una rama industrial. De hecho,
cuando una economía está constituida por ramas industria-
les que comprenden multitud de pequeñas empresas, cada
una de las cuales es responsable de una parte insignificante
de la producción más o menos homogénea de la rama indus-
trial, el acceso de una nueva empresa a esa rama industrial
no presenta ningún problema. Cualquier capitalista que po-
sea la cantidad de capital necesaria, puede convertirse en
empresario y principiar un nuevo negocio. Con la estructura
del mercado bastante simple, con el producto de la rama in-
dustrial bastante homogéneo, las condiciones para empren-
der un negocio no son tantas y los obstáculos a vencer son
relativamente pequeños. Esto, obviamente, está muy alejado
de la estructura de la industria monopolista y oligopolista.
En ésta, el número de empresas de una rama industrial es
pequeño, el tamaño de la empresa típica es grande, el mer-
cado al que se enfrenta complejo y el producto que vende —
aunque en algunos casos no es muy distinto por lo que res-
pecta a sus características físicas— está fuertemente diferen-
ciado por las marcas de fábrica, la propaganda intensiva, etc.
En tales circunstancias, las condiciones de acceso a una rama
industrial son de una naturaleza totalmente nueva. Dejando
a un lado obstáculos legales tales como las patentes, las con-
cesiones gubernamentales y otros que puedan ser manteni-
dos por los consorcios existentes, la cantidad de capital que
se requiere para establecer una nueva empresa asume pro-
porciones prodigiosas.95
95
Es obvio que lo que está a discusión no es el monto absoluto de di-
nero que puede involucrarse, sino el volumen de riqueza medido bien
sea en unidades de salario, en proporción al ingreso nacional, o en
cualquier otra unidad real. Las necesidades de capital para la funda-
117
No sólo tienen las actuales normas de la técnica un carác-
ter tal, que hace muy costosa la instalación de una planta
moderna y científicamente adecuada, sino que los gastos ini-
ciales con que tiene que enfrentarse una nueva empresa para
propaganda, campañas de promoción de ventas y otros por el
estilo, exigen grandes cantidades de inversión. Lo que es
más, la naturaleza extremadamente efímera del "activo" ini-
cialmente adquirido (buena voluntad, conexiones de merca-
do, etc.) incrementa grandemente el riesgo del nuevo pro-
ducto. Por lo tanto, se hace totalmente inaccesible para los
pequeños empresarios o aun para grupos de empresarios
(corporaciones) que no tienen los fondos necesarios ni son
capaces de obtener un apoyo suficiente del mercado de capi-
tales.96 El empresario enérgico y osado de Schumpeter es en
nuestros días una figura legendaria de un pasado remoto —si
no es que de la mitología del capitalismo— o debe buscarse
sólo en el demi-monde de los negocios, fundando nuevas
confiterías o "clubes de compras de congelado-ras en abo-
nos".97

ción de nuevas plantas del tamaño técnicamente más deseable, fue-


ron estudiadas por J. S. Bain; Cf. su "Economies of Scale, Concentra-
tion and Entry", American Economic Review (marzo de 1954), donde
se resumen algunas de sus investigaciones.
96
"Por consiguiente, la limitación del crédito a muchas empresas, que
no permite a ninguna de ellas obtener más que una cantidad limitada
de capital a la tasa corriente de interés, es en muchas ocasiones una
consecuencia directa del conocimiento que se tiene de que una em-
presa dada es incapaz de incrementar sus ventas fuera de su propio
mercado particular, sin incurrir en fuertes gastos de mercado." P.
Sraffa, "Law of Return Under Competitive Conditions", Economic
Journal (diciembre de 1926), p. 550. Lo que es verdad para una empre-
sa existente es verdad también a fortiori para una empresa "en proyec-
to". Tampoco debe descuidarse el hecho de que la íntima conexión
que existe entre el mercado de capitales y las poderosas corporaciones
establecidas desde hace largo tiempo, reduce grandemente las opor-
tunidades que tiene el recién llegado para asegurarse apoyo financiero
en condiciones razonables.
97
"No hay ningún aspecto de la economía norteamericana que haya
sido más celebrado, que aquel que la considera como un proceso bio-
lógico en el cual lo viejo y senil está siendo continuamente reempla-
118
La extraordinaria dificultad, si no es que la imposibilidad,
de que entren nuevas empresas a las ramas industriales mo-
nopolistas y oligopolistas, les da a los monopolios y oligopo-
lios establecidos, el rango de lo que podría llamarse un "san-
tuario privilegiado". Sin embargo, las reglas de conducta en
la relativa tranquilidad y seguridad de esos lugares de retiro,
son muy distintas de aquellas que se aplican a las ramas in-
dustriales expuestas al cortante viento de la competencia.
Aunque, como se mencionó anteriormente, la relación entre
el proceso de inversión y esta transformación trascendente
de la estructura básica del capitalismo, ha recibido en la lite-
ratura económica una atención mucho menor de la que ob-
viamente merece dada la importancia del tema, cierto núme-
ro de proposiciones pueden considerarse como bien estable-
cidas. La más importante de éstas puede plantearse con la
mayor simplicidad. En cualquier situación dada una expan-
sión de la producción es probable que sea contraria a la polí-
tica monopolista de elevar al máximo las ganancias. Depen-
diendo de la elasticidad de la demanda prevaleciente para su
producto (y de la forma de su curva de ingresos marginales
que de ella se deriva), un incremento en la producción puede
no elevar sus ganancias totales o puede aun reducirlas por
abajo de su nivel de producción que tenía antes de la expan-
sión. Como dice Paul M. Sweezy: "...la política de inversiones
del monopolista no puede estar determinada por la tasa glo-
bal de ganancias ni por la tasa obtenible sobre la inversión
adicional tomada en sí misma. Debe guiarse más bien por lo

zado por lo joven y vigoroso. Ésta es una ficción placentera, pero casi
seguramente una ficción muy traída de los cabellos. De hecho, la pre-
sente generación de norteamericanos, si sobrevive, comprará su ace-
ro, su cobre, su bronce, sus automóviles, sus llantas, su jabón, su
manteca, sus alimentos para el desayuno, su tocino, sus cigarrillos, su
whiskey, sus cajas registradoras y sus féretros, en una u otra de ese
puñado de empresas que actualmente los abastecen de estos produc-
tos. Como lo confirmará un instante de reflexión, no ha habido mu-
chos cambios en las empresas abastecedoras de estos productos du-
rante varias décadas." J. K. Galbraith, American Capitalism (Boston,
1952), p. 39.

119
que podemos llamar la tasa de la ganancia marginal, es decir,
la tasa sobre la inversión adicional después de tomar en
cuenta el hecho de que la inversión adicional, al incrementar
la producción total y reduciendo el precio, traerá consigo
una reducción de la ganancia sobre la antigua inversión".98
Claro está que un monopolista, como cualquier otro capi-
talista, siempre estará interesado en reducir sus costos de
producción. En la medida en que la reducción de costos esté
basada en la introducción de maquinaria y equipos nuevos y
mejorados, representa una oportunidad importante para la
nueva inversión. Pero el impulso para reducir los costos pue-
de estar (y frecuentemente está) neutralizado por otras con-
sideraciones. En primer lugar, el deseo de conservar el valor
de la inversión existente y de posponer la nueva inversión
hasta que haya sido amortizado el equipo disponible.99 Esto
parecería ir en contra de la bien conocida regla de que debe
introducirse una nueva máquina para reemplazar a una vieja,
cuando los costos totales medios de una unidad de produc-
ción lograda con la nueva máquina, prometan ser menores
que los costos primos unitarios promedio de la producción
obtenida con la vieja máquina. Sin embargo, esta contradic-
ción es sólo aparente; en realidad, la regla es mucho más
precisa de lo que podría parecer inicialmente. En primer
término, para que la substitución de la vieja maquinaria por
la nueva sea racional según los términos de esta regla, el aho-
rro que se asegura con la ayuda de la nueva máquina tiene
que ser de tal magnitud que no sólo pague los intereses sobre
las pérdidas de capital que han tenido lugar en el proceso de
substitución, sino que también liquide esta pérdida de capi-
tal en un período relativamente corto.100 Esto significa que

98
Tcory of Capitalism Development (Nueva York, 1942), p.275.
99
O. Lange, On the Economic Theory of Socialism (Mineápolis, 1938, 2ª
ed. en 1948), p. 114; Cf. también E. D. Domar, "Investment, Losses and
Monopolies", en la compilación de Lloyd Metzler y de otros autores
Income, Emptoyment and Public Poticy: Essays in Honor of Alvin H.
Hansen (Nueva York, 1948), p. 39.
100
Esta exigencia se impone no sólo por las limitaciones del capital de
que dispone la empresa, sino también por las consideraciones de ries-
120
sólo las mejoras técnicas más importantes tendrán oportuni-
dad de "abrirse paso", en tanto que las otras deberán esperar
hasta que el equipo existente se desgaste. Por otra parte, la
aplicabilidad de la regla que acabamos de mencionar, depen-
de claramente de la capacidad del inversionista o del direc-
tor, para prever con exactitud la vida útil de la nueva máqui-
na. Es la vida útil la que determinará la magnitud del costo
unitario promedio total de la producción que se obtendrá con
su ayuda.101 Es obvio que lo que importa a este respecto, no
es prever la duración física de la máquina, sino el tiempo du-
rante el cual se estima no será superada por un adelanto téc-
nico mejor y más eficaz. Es por eso que, en tiempos de rápi-
dos cambios técnicos, la situación se torna particularmente
compleja. La máquina A será reemplazada por una máquina
B nueva y mejorada, cuando tal substitución prometa un
ahorro importante. Sin embargo, si hay razones para creer
que la máquina C, que a su vez puede significar un adelanto
considerable en relación a la máquina B, está ya por salir, se-
ría tonto desmantelar el equipo A sólo para adquirir el equi-
po B, el cual, lo más probable, es que sea necesario desman-
telar mucho antes de que haya sido utilizado totalmente.102
Por lo tanto, al mismo tiempo que el progreso técnico esti-
mula la inversión, puede haber, en condiciones de monopo-
lio y oligopolio, una marcada tendencia a retardar los gastos
en nuevo equipo, hasta que las condiciones técnicas se hayan
más o menos asentado, o bien a contener el adelanto técnico
hasta que el equipo existente esté amortizado.
No es que esta tendencia sea peculiar a la empresa mono-
polista y que no pueda ser igualmente válida para la empresa
competitiva. La diferencia sólo es —y esta diferencia es muy
importante— que la empresa competitiva estará obligada por
la competencia, bien a introducir la nueva maquinaria sin to-

go, que toman proporciones más grandes cuanto mayor es el período


involucrado.
101
Cf. G. Terborgh, Dynamic Equipment Poticy (Washington, 1949),
capítulo 11.
102
Esto se aplica, obviamente, tanto a Ja nueva inversión como a las
reposiciones.
121
mar en consideración las pérdidas de capital concomitantes
o a ser liquidada por sus viejos o recientes competidores, que
estarán ya en capacidad de producir y vender más barato, en
tanto que la empresa monopolista no está expuesta a esta
presión. Tal como lo plantea el profesor Hansen: "Bajo una
vigorosa competencia de precios, las nuevas técnicas para
reducir los costos eran introducidas forzosamente, aun
cuando el desmantelar una maquinaria obsoleta pero no de-
preciada, implicase una pérdida de capital. Pero, bajo el prin-
cipio de obsolescencia monopolista, las nuevas máquinas no
serán introducidas hasta que el valor no depreciado de la an-
tigua máquina sea cubierto cuando menos por las economías
de las nuevas técnicas. Por lo tanto, el progreso se hace más
lento y desaparecen las oportunidades de nueva formación
de capital que existían en una sociedad más despiadadamen-
te competitiva."103 Esto significa que, en condiciones de mo-
nopolio, los gastos y las mejoras técnicas, al igual que las
pérdidas de capital —que son las dos formas más importan-
tes de la utilización del excedente económico en el capita-
lismo—, se reducen considerable-mente.104
103
"Economic Progress and Declining Population Growth." American
Econotnic Review (marzo de 1939), reimpreso en Readings in Business
Cycle Theory (Filadelfia-Toronto, 1944), p. 381.
104
Sin embargo, es erróneo afirmar, como lo hace Schumpeter, que la
política económica de una economía socialista planificada será igual
en este sentido a la de las grandes empresas en condiciones de mono-
polio. Capitalism, Socialism and Democracy (Nueva York, 1950), pp.
96 ss. En términos de una economía racional de los recursos de la so-
ciedad, la política de conservación del capital de la empresa monopo-
lista puede ser frecuentemente preferible a los excesos de inversión y
a la destrucción de capital que tienen lugar en condiciones competiti-
vas. Pero, como sucede a menudo en el capitalismo, un adelanto en la
racionalidad como el que ha sido logrado, se convierte en su contrario
cuando la política de conservación del capital de los monopolios con-
tribuye a una contracción de las oportunidades de inversión y condu-
ce a una reducción de la producción, del ingreso y de la ocupación. En
una economía socialista planificada, la situación es completamente
distinta, ya que la decisión de posponer cualquier inversión dada (en
reposición o en nuevas instalaciones), no implica necesariamente una
reducción de la inversión total o, en el caso de que tal reducción se
122
Hay otro punto que está íntimamente ligado con lo ante-
rior. Un gran número —si no es que el grueso— de las mejo-
ras técnicas y las innovaciones que reducen el costo se basan
en la expansión de la escala de operaciones. En realidad, las
"economías internas" o los "rendimientos crecientes de la
producción en gran escala" son los principales responsables
del crecimiento de las grandes empresas y del desarrollo de
la producción masiva. Empero, el fenómeno de los rendi-
mientos crecientes de la producción en gran escala aparece
en el campo económico en dos ocasiones muy distintas. En
una primera fase, elimina al taller artesanal, da un poderoso
impulso al desarrollo de las fuerzas productivas y, de este
modo, trastorna la competencia al concentrar la producción
en un número relativamente pequeño de grandes empresas
técnicamente avanzadas, de carácter monopolista (y oligopo-
lista). Todo esto, sólo para presentarse posteriormente como
un freno para un mayor progreso técnico al vincular los ade-
lantos técnicos con lo que se ha convertido en una expansión
indeseable de la producción.105 Una invención que redujese
los costos unitarios, digamos, aumentando al doble el núme-
ro de unidades producidas, podría no tener ningún interés

desee, puede ir acompañada de un incremento apropiado del consu-


mo. Esto no se traduce en una baja de la producción o en el desem-
pleo. Lo que significa, es que al distribuir el capital escaso (en la for-
ma de nueva inversíón o de reposición), la Junta Planificadora Socia-
lista lo ocupará de tal forma, que dará prioridad a aquellas ramas de la
economía y a aquellas empresas donde la inversión adicional sea so-
cialmente más deseable. En otras palabras, algunas empresas podrán
continuar produciendo durante cierto tiempo con un equipo anticua-
do, pero no porque necesiten retener el valor de su capital, sino a cau-
sa de que el capital necesario para la introducción de la nueva maqui-
naria puede ser empleado en forma más productiva en otra parte. Es
obvio que dicha asignación de capital, conforme a prioridades socia-
les, es algo totalmente distinto a la práctica monopolista de elevar al
máximo las utilidades de su capital o a la retención del valor de sus
activos.
105
Aparece por tercera vez en una economía socialista planificada,
donde su papel de promotor de la productividad ya no está frenado
por la política de obtención del máximo beneficio de las empresas
monopolistas.
123
para el monopolista (u oligopolista) cuyas ganancias, en vez
de incrementarse, se reducirían a consecuencia de esa inun-
dación del mercado. "Por lo tanto... el oligopolio ejerce una
acción discriminatoria en contra de las innovaciones que in-
crementan la producción y a favor de aquellas que represen-
tan un ahorro de los factores de la producción." 106
Sin embargo, puede surgir la pregunta de por qué una em-
presa oligopolista, que controla sólo una parte —aunque sea
grande— del mercado para su producto, no debe aprovechar
las posibilidades técnicas existentes de reducir sus costos
unitarios, expandiendo la producción de tal forma que sea
capaz de vender a un precio menor que sus competidores y
conquistar todo el mercado (o una parte mucho mayor de
él). Varios elementos intervienen en la respuesta. Entre ellos,
el crucial, es que la competencia de precios en condiciones
de oligopolio, tiene la tendencia a hacerse cada vez más
odiosa para los empresarios involucrados.107 Cualquier re-

106
O. Lange, "Note on Innovations", en Readings in the Theory of In-
come Distribution (ed. W. Fellner, B. F. Haley) (Filadelfia y Toronto,
1946), p. 194. Una observación semejante se encuentra en el artículo
de P. Sraffa "Law of Return Under Competitive Conditions", Economic
Journal (diciembre de 1926), p. 543. Esta relación entre las mejoras
que reducen los costos y el volumen de la producción, explica am-
pliamente el atraso técnico que frecuentemente existe en muchas
empresas monopolistas y oligopolistas de la Gran Bretaña y de otras
partes de la Europa Occidental. Referirse a esta situación como si fue-
se causada por la "estrechez de los mercados" que confrontan las em-
presas en cuestión —lo que se hace muy a menudo en los estudios
sobre las economías de Europa Occidental—, equivale a poner la ca-
rreta frente al caballo, puesto que lo que está a discusión es la "estre-
chez del mercado" causada por el monopolio.
107
La siguiente información sobre las declaraciones del señor Benja-
mín Fairless, presidente de la Junta Directiva de la United States Steel
Corporation, ante un comité del Senado, se publicó el 22 de marzo de
1955 en el New York Times: "Ha habido un cambio en nuestra forma
de pensar —asentó el señor Fairless—, pues el precio no es la única
forma de la competencia. También podemos competir en calidad y en
servicio. El senador preguntó: "¿Así que hablar sobre una competen-
cia de precios puede ser irreal en nuestras nuevas condiciones?" El
testigo contestó afirmativamente y luego hizo notar que con su "obje-
124
ducción moderada de los precios, por parte de un oligopolis-
ta que pretenda aumentar su parte del mercado, será inme-
diatamente neutralizada mediante reducciones correspon-
dientes de los precios de los otros oligopolistas, que son lo
bastante fuertes y lo suficientemente grandes para poder ab-
sorber el sacrificio que resulte en las ganancias.108 Por otra
parte, una guerra de precios a muerte entre los gigantes oli-
gopolistas, requerirá cantidades de capital tan grandes e in-
volucrará riesgos tan enormes, que se prefiere el arreglo a la
lucha ruinosa. Se concluyen acuerdos más o menos explícitos
o se establece una "colusión de precios", que tiene como con-
secuencias la eliminación de la competencia aniquiladora y la
aceptación, por las partes contratantes, del principio de vivir
y dejar vivir, más que el intentar destruirse una a otra. Esta
tendencia se encuentra grandemente reforzada por el hecho
de que los grupos financieros, que tienen intereses en más de
una gran empresa de una rama industrial, ejercen habitual-
mente su influencia para impedir las enormes pérdidas de
capital que generalmente trae consigo la expansión agresiva
de una empresa oligopolista, y cuya posible recuperación se-
rá siempre más o menos incierta.109
El abstenerse de la competencia de precios y la adhesión al
principio de vivir y dejar vivir, ejercen una influencia consi-

tivo de ganancia" en mente, la United States Steel Corporation algunas


veces decidió no reducir sus precios frente a una política de este tipo
seguida por otras empresas. "¿Usted piensa —se le preguntó— que
tenemos una idea falsa del valor de la competencia de precios tal co-
mo existía hace 50 años y que la gente que está a favor de ella está to-
talmente equivocada?" "Sí" —contestó el señor Fairless. Ante el mis-
mo Comité, el señor Harlowe Curtise, presidente de la General Motors
Corporation, dijo: "La industria del automóvil está compitiendo inten-
samente, pero sobre todo en el campo del diseño y de la calidad." New
York Times, 19 de marzo de 1955.
108
Cf. Paul M. Sweezy, "Demand Under Conditions of Oligopoly",
Journal of Political Economy (agosto de 1939).
109
Para este punto, véase el libro de Hilferding, Das Finanzkapital,
donde se hace hincapié en la precaución habitual de las grandes insti-
tuciones financieras y en su repugnancia para comprometerse en jue-
gos demasiado arriesgados.
125
derable sobre la estructura de la industria oligopolista. Las
empresas que tienen altos costos no son expulsadas del mer-
cado, sino que se les permite continuar al lado de empresas
más productivas y lucrativas. Por consiguiente, la capacidad
excesiva que se ha desarrollado como consecuencia de las
primitivas economías en gran escala o bien con el objeto de
abastecer una demanda fluctuante, no tiende a ser eliminada
de la rama industrial. Sigue existiendo no sólo en la forma de
capacidad de producción potencial de aquellas empresas de
costos reducidos cuya planta es mayor de la que necesitan
para su producción ordinaria, sino también en la forma de
establecimientos que producen a costos elevados y que son
protegidos de las tempestades por el paraguas de la rama in-
dustrial oligopolista. La capacidad excesiva desalienta a su
vez a la nueva inversión, particularmente en aquellas ramas
industriales donde su existencia es bien conocida, en virtud
del pequeño número de empresas importantes.
Por lo tanto, el monopolista y el oligopolista se vuelven ne-
cesariamente cada vez más cautos y circunspectos en sus de-
cisiones de inversión, sin encontrar en ninguna situación el
incentivo necesario para reinvertir sus utilidades en su pro-
pia empresa. Las elevadas ganancias que obtienen pueden
dar ese aliciente a un inversionista potencial. Sin embargo, el
apetito de ese inversionista exterior será frustrado de manera
efectiva, tanto por los obstáculos que se le presentan para en-
trar a una rama industrial monopolista u oligopolista, como
por el conocimiento de que su acceso al mercado de esa ra-
ma industrial no dejará de afectar desfavorablemente el nivel
existente de precios. En otras palabras, el oligopolista poten-
cial, al igual que los ya establecidos, tiene que pensar no tan-
to en términos de las tasas de ganancia que obtiene en la ac-
tualidad el capital ya invertido en la rama industrial, sino
más bien en términos de las presuntas tasas de ganancia de
la nueva inversión. En el caso de que el posible inversionista
exterior sea también miembro de alguna rama industrial oli-
gopolística, lo que se dijo antes acerca de las limitaciones de
la lucha entre los oligopolistas se aplica también mutatis mu-
tandis. Un oligopolista que se inmiscuya en otra rama indus-
126
trial oligopolista, no sólo corre el riesgo de represalias en su
propio mercado por parte de algunos miembros de la indus-
tria invadida, sino que también es posible que sea atacado
por los poderosos intereses financieros que simultáneamente
están inmiscuidos en varias de esas ramas industriales.
Tanto la amenaza como la dificultad de tales invasiones,
juegan un papel importante en la política de las grandes em-
presas. La primera puede ejercer un efecto restrictivo en sus
ambiciones de ganancias e inducirlo a tener precios bajos y
contentarse con ganancias menores a las compatibles con la
elasticidad de la demanda que prevalece en el mercado para
su producto. Sin embargo, con mayor frecuencia actúa como
un poderoso estímulo para fortalecer la posición de una em-
presa monopolista u oligopolista en el mercado, para llevarla
a gastar cantidades crecientes en publicidad (fortaleciendo,
por lo tanto, la diferenciación de sus productos), para propi-
ciar fusiones verticales, para desarrollar y multiplicar sus la-
zos con instituciones financieras, etc. Cuanto más éxito tiene
en edificar tales defensas, menos debe temer que sus ganan-
cias induzcan a un inversionista exterior a probar suerte en el
coto de los monopolistas o de los oligopolistas.
Por otra parte, la dificultad de introducirse a una rama in-
dustrial monopolista u oligopolista, influye grandemente en
la política de inversión de la empresa monopolista u oligopo-
lista. Incapacitada para invertir remunerativamente sus ga-
nancias en su propia empresa, impedida para invertirlas en
otras ramas industriales fuertemente concentradas, la em-
presa monopolista u oligopolista "que se ahoga" en sus ga-
nancias, busca emplearlas en las industrias competitivas o en
aquellas en las que el grado de concentración es relativamen-
te bajo. Allí no debe temer una fuerte resistencia, no hay pe-
ligro de represalias, no es probable que se encuentre con la
mano restrictiva de las instituciones financieras. Una vez que
ha entrado en esa rama industrial, la empresa monopolista y
oligopolista trata de estructurarla a su imagen. La produc-
ción se concentra en las comparativamente pocas grandes
empresas, se introducen mejoras técnicas modernas y las po-
líticas de precios, de ganancias y de inversiones se ajustan
127
para adaptarlas a las prácticas que prevalecen en los merca-
dos monopolistas y oligopolistas. El resultado es que el mo-
nopolio y el oligopolio se extienden de una a otra rama de la
economía, que la gran empresa predomina allí donde ante-
riormente el control lo tenían pequeñas empresas competiti-
vas, y que la economía como un todo, tiende, cada vez con
mayor fuerza, a transformarse en un sistema de imperios
monopolistas y oligopolistas, cada uno formado por relati-
vamente pocas empresas gigantescas.
Se sobrentiende que existen varias ramas industriales don-
de, por razones técnicas, el funcionamiento de grandes em-
presas es imposible y, por consiguiente, no son accesibles a
las inversiones de las empresas monopolistas y oligopolistas.
La agricultura es quizá el ejemplo más importante, aunque
aún allí, las grandes empresas juegan un papel cada vez ma-
yor, sea como productoras directas o bien en la elaboración y
distribución. Existen otros negocios que no es fácil concen-
trar, encontrándose sobre todo en la esfera de los servicios.
Pero también muchos artesanos y empresarios aparentemen-
te independientes, no son sino empleados más o menos bien
pagados de las enormes corporaciones, como es el caso del
remendón que trabaja una máquina de la United Shoe o un
vendedor de automóviles que tiene una licencia de la Gene-
ral Motors Corporation.110
Cuando avanza el proceso de concentración, cuando una
industria tras otra se "oligopolizan", el sector competitivo de
la economía tiende a reducirse al islote en que puede operar
técnicamente. Lo que de él queda no puede ya servir como
una oportunidad de inversión para las desbordantes ganan-
cias de las empresas monopolistas y oligopolistas.111

110
Véase el instructivo del libro de C. Wright Mills, "White Collar: The
American Middle Classes (Nueva York, 1951), passim, pero particu-
larmente las Partes I y II.
111
Claro está que el sector competitivo continúa siendo grande en
términos del número de personas que encuentran sus medios de vida
en él. En realidad, cada vez se llena más de pequeños capitalistas que
no tienen acceso a los grandes negocios y de empleados y trabajado-
res que no están capacitados, que no quieren, o no pueden, unirse a
128
Sin embargo, hay otro escape para estas ganancias, un es-
cape que históricamente ha jugado un papel trascendente. Es
el fundar nuevas industrias que, a semejanza de la mayor
parte de las regiones de África en los principios del siglo XIX,
todavía no son propiedad de ninguna gran potencia y repre-
sentan una "tierra de nadie" que está disponible para todos.
Como se ha mencionado anteriormente, este modo de utili-
zación del excedente económico no se cierra por las posibili-
dades técnicas. Tales posibilidades siempre han existido en
cantidad suficiente y son en el presente —si esto es posible—
más amplias que nunca. Lo que en la actualidad limita la
fundación de nuevas industrias es la estructura del proceso
de inversión. Únicamente las grandes empresas están en po-
sibilidad de obtener el capital necesario para su estableci-
miento. Estas empresas o bien operan ellas mismas en ramas
industriales monopolistas u oligopolistas o, si son institucio-
nes financieras, están en estrecha conexión con tales indus-
trias. Por consiguiente, al decidir si emprenden el desarrollo
de una nueva industria, tienen que considerar, en primer lu-
gar, si ésta no competirá con sus empresas ya establecidas.
Claro está que una empresa de una rama industrial oligopo-
lista puede promover el desarrollo de una nueva industria
que no compita con su propio producto sino con un tercero.
Pero, por las razones antes mencionadas, estas operaciones
se consideran con recelo en el mundo de los grandes nego-
cios y de las finanzas, y tienden a hacerse sólo en raras oca-
siones.

las filas de la fuerza de trabajo organizada. Por consiguiente, las ga-


nancias obtenidas en el sector competitivo tienden a ser pequeñas, la
eficacia de la pequeña empresa baja y sus precios altos. Cf. N. Kaldor,
"Market Imperfection and Excess Capacity", Economica, New Series
(1935). Es interesante hacer notar que en la medida en que las grandes
corporaciones se liberen a sí mismas de una parte de sus ganancias no
invertibles mediante el pago de grandes dividendos, esta situación
puede tender a hacerse cada vez más grave, puesto que los dividendos
extraordinarios, particularmente aquellos que pertenecen a los pe-
queños capitalistas, es probable que traten de invertirse precisamente
en el sector competitivo de la economía.
129
VII

¿Cuál es el resultado final de esta exposición? Puede resu-


mirse brevemente como sigue: En la fase monopólica del
desarrollo capitalista, el mecanismo de igualación de las ta-
sas de ganancia opera sólo en el sector competitivo —que es-
tá fuertemente comprimido— del sistema económico. Allí,
las tasas de beneficio son bajas y la masa de ganancias dispo-
nible para la inversión relativamente pequeña. En las esferas
monopolistas y oligopolistas de la economía, las tasas de ga-
nancia del capital invertido son desiguales, pero predomi-
nantemente altas, y la masa de ganancia disponible para la
inversión prodigiosamente grande. Esto tiende a reducir el
volumen de la inversión total, puesto que las relativamente
pocas empresas monopolísticas y oligopolísticas a las que co-
rresponde la mayor parte de las utilidades no encuentran lu-
crativo el invertirlas en sus propias empresas y se hace cada
vez más difícil invertirlas en otras esferas de la economía. Es-
to último se dificulta progresivamente a medida que el sector
competitivo se "oligopoliza" cada vez más y las oportunida-
des de crear nuevas industrias que no compiten con las em-
presas oligopolísticas establecidas se tornan más escasas. Por
consiguiente, en cualquier situación dada, el volumen de la
inversión tiende a ser menor que el volumen del excedente
económico que se obtendría en condiciones de ocupación
plena. Hay, por lo tanto, una tendencia hacia el es-
tancamiento y el desempleo, una tendencia hacia la sobre-
producción, que fue claramente identificada por Marx hace
cien años. "La sobreproducción general no surge a causa de
que exista relativamente poca producción de los bienes de
consumo para los trabajadores o para los capitalistas, sino
debido a que hay una producción excesiva de ambos; dema-
siada producción que no es para el consumo, pero demasiada
para mantener la relación correcta entre el consumo y la
acumulación: es decir, demasiada para la acumulación." 112
Aunque la mayor parte, si no es que la totalidad, de la ex-
112
Grundrisse der Kritik der Politischen Ökonomie (Rohentwurf) (Ber-
lín, 1953), pp. 346-347 (subrayado en el original).
130
posición anterior puede encontrarse en uno u otro de los es-
critos de muchos economistas, por lo general se le da una in-
terpretación distinta. Se arguye, por ejemplo, que sólo con la
presencia del monopolio es posible el progreso técnico en
una economía capitalista. Que ni el capitalista ya establecido,
ni el posible inversionista, soñarían en arriesgarse en empre-
sas que requiriesen fuertes capitales, si no estuvieran prote-
gidos contra la competencia incipiente por ciertos obstáculos
que impiden la entrada a su esfera de negocios. Más aún, que
únicamente una gran empresa estará en capacidad de finan-
ciar los gastos que se requieren para una técnica moderna. Y,
por último, que sólo las grandes empresas pueden costear el
mantenimiento de los equipos de investigación que son in-
dispensables para el avance de la técnica. Sin embargo, a la
luz de la exposición anterior, parecería que esta línea de ra-
zonamiento descuida completamente la dialéctica histórica
de todo el proceso. Poca duda puede haber de que en cierta
etapa del desarrollo capitalista (hace cincuenta u ochenta
años), el crecimiento de las grandes empresas, del monopolio
y del oligopolio, fue un fenómeno progresista que impulsó el
avance de la productividad y de la ciencia. En la actualidad,
las pruebas son igualmente claras de que este mismo fenó-
meno tiende a convertirse económica, social, cultural y polí-
ticamente, en una fuerza retrógrada que obstaculiza y co-
rrompe un mayor desarrollo. El hecho de que la competencia
no sea compatible con la producción moderna y técnicamen-
te avanzada, no equivale en forma alguna a la proposición de
que el monopolio es una estructura racional para el desarro-
llo de las fuerzas productivas. Como Lenin lo señala, "...si
ahora los monopolios han comenzado a retardar el progreso,
esto no es un argumento a favor de la libre competencia, la
cual se ha hecho imposible puesto que dio lugar al surgi-
miento del monopolio".113

113
E. Varga y L. Mendelson, New Data for Lenin's Imperialism —The
Highest Stage of Capitalism (Nueva York, 1940), p. 236.
131
CAPÍTULO IV

ESTANCAMIENTO Y DESARROLLO DEL CAPITALISMO


MONOPOLISTA (II)

Hasta aquí, se ha considerado a la insuficiencia de la inver-


sión en el capitalismo monopolista en términos estáticos. Se
hizo hincapié que en cualquier situación dada existe una ca-
rencia de oportunidades para la reinversión remunerativa de
las ganancias acumuladas por la empresa capitalista. Aunque
el "equilibrio de subempleo" resultante puede ser bastante
lucrativo, difícilmente puede considerarse como una situa-
ción estable o satisfactoria. En primer lugar, resulta muy
exasperante para el capitalista, cuyo elemento es la acumula-
ción del capital y cuya raison d'être no es cortar cupones,
sino incrementar continuamente sus ganancias.114 Peor aún,
la mera prolongación de la "situación dada" no representa
una alternativa disponible por mucho tiempo para la clase
capitalista. El estancamiento de la producción implica nece-
sariamente un volumen creciente de desempleo. El simple
reemplazo del equipo desgastado por maquinaria nueva y

114
Los cambios en la estructura, la dirección de las empresas, su "bu-
rocratización" y "despersonalización", que tanto se han exagerado en
la literatura económica reciente, aunque tienen interés desde otro
punto de vista, difícilmente requieren una reconsideración de los ob-
jetivos fundamentales de la empresa capitalista. Sin embargo, pueden
ser de bastante importancia para acentuar la precaución y circunspec-
ción de las empresas monopolistas y oligopolistas, cuando se las com-
para con las empresas que funcionaban en condiciones competitivas.
Un resumen de algunos de los escritos más importantes puede encon-
trarse en el trabajo de A. G. Papandreou, "Some Basic Problems in the
Theory of the Firm", en el libro A Survey of Contemporary Economics
(ed. B. F. Haley) (Home-wood, Illinois, 1952), vol. II. Véase también el
brillante, ensayo de Paul M. Sweezy "The Illusion of the Managerial
Revolution", Science & Society (invierno de 1942), reimpreso en su li-
bro The Present as History (Nueva York, 1953).
132
más eficaz, haya o no inversión neta, incrementa la producti-
vidad de la fuerza de trabajo y, de manera más o menos cons-
tante, desplaza parte de los trabajadores ocupados, a la vez
que el crecimiento normal de la población aumenta año tras
año la fuerza de trabajo disponible. Se ha estimado que, aun
en ausencia de inversión neta, la simple sustitución del equi-
po desgastado por maquinaria moderna ocasionaría en los
Estados Unidos un incremento anual de la productividad de
aproximadamente 1.5%. Acompañado de una expansión
anual de la fuerza de trabajo superior al 1%, esto implicaría
que la simple reproducción de cualquier cantidad producida,
necesariamente provocaría un aumento anual del desempleo
superior al 2.5 % de la fuerza de trabajo. Es obvio que tal
acrecentamiento del desempleo amenazaría seriamente el
equilibrio social y político del orden capitalista y haría muy
precario el mantenimiento de la "situación dada".
Sin embargo, en el capitalismo monopolista no existe una
acusada tendencia al desarrollo automático de las condicio-
nes que permiten romper la "situación dada" y que propor-
cionen incentivos adicionales para la inversión del excedente
económico. Dos de los campos de maniobra que surgen en
forma automática se mencionaron anteriormente, a saber: la
inversión en las industrias competitivas sometidas a la mo-
nopolización y a la oligopolización,115 y el desarrollo de nue-
vas industrias que pueden crearse sin dañar los poderosos
intereses monopolísticos y oligopolísticos ya establecidos.
Pero, como estas reservas internas del sistema —por así lla-
marlas— se agotan progresivamente, la posibilidad de su-
perar la "situación dada" depende en medida creciente de
impulsos exteriores a las relaciones inmediatas de mercado
del capitalismo monopolista. No existe una línea divisoria
definida entre las oportunidades que surgen automáticamen-

115
Debe hacerse notar que la desigualdad del desarrollo dentro del
propio sector monopolista y oligopolista, frecuentemente colocará a
ciertas ramas industriales "atrasadas" de esos sectores en una situa-
ción similar a la de las empresas competitivas, pudiendo ser invadida
y "modernizada" por otras industrias más avanzadas y con un grado
mayor de concentración.
133
te y las que se crean deliberadamente para dar salida al des-
bordante excedente económico. Sin embargo, es de gran im-
portancia —por razones que aclararemos posteriormente—
tener plena conciencia de esta distinción.
Una manera obvia y "sencilla" de proporcionar un estímulo
exterior a la empresa monopolista y de ampliar el mercado
para su producción, sería incrementar el consumo (en rela-
ción a la producción total). Por un lado, esto reduciría la par-
te de la producción que constituye el excedente económico
real y, por el otro, crearía oportunidades de inversión como
consecuencia de la expansión de la demanda total. Sin em-
bargo, tal solución no es generada por un sistema económico
en el cual la distribución del ingreso entre el capital y el tra-
bajo está determinada por la elevación al máximo de las ga-
nancias por parte de las empresas individuales. Como hemos
visto anteriormente, la parte del ingreso que corresponde al
trabajo tiende a ser más bien estable y no hay razón para su-
poner la existencia de tendencias que ocasionen cambios
importantes a este respecto. No es de esperar que las empre-
sas individuales se comporten como Santa Claus con sus tra-
bajadores y compradores, con objeto de aumentar el consu-
mo masivo. Aquellas medidas que podrían considerarse co-
mo plenamente racionales desde el punto de vista del siste-
ma capitalista en su conjunto, representarían una pérdida o
aun la bancarrota para los capitalistas individuales que las
emprendieran.
Claro está que un incremento del consumo total puede ob-
tenerse también por una expansión del consumo personal de
los propios capitalistas. En realidad, éste ha sido el caso, y la
forma en que ha ocurrido merece atención particular. Aun-
que los gastos y el nivel de vida de los capitalistas modernos
se han elevado grandemente respecto a los de sus antepasa-
dos, puede afirmarse que el incremento del consumo que
han ocasionado no ha sido más que proporcional —
probablemente ha sido menor que el crecimiento del exce-
dente económico—. Para una tal afirmación existen podero-
sas razones. En primer lugar, la concentración de las ganan-
cias y de los dividendos en manos de un número relativa-
134
mente pequeño de accionistas, se convierte en un obstáculo
real para el volumen de gastos en consumo que pueden espe-
rarse de esta fuente. Ni los Cresos contemporáneos más ex-
travagantes pueden gastar una gran parte de sus ingresos con
fines de uso personal. Más aún, la paradoja que acabamos de
encontrar con respecto al consumo masivo, surge aún con
más fuerza cuando se trata del consumo de los capitalistas.
Aunque para la estabilidad de la economía capitalista el in-
cremento de su consumo sería enteramente favorable, para
el capitalista individual ése no puede ser un principio rector
en su vida. La armonía entre el puritanismo y las exigencias
del desarrollo capitalista, armonía que tan poderosamente
hizo avanzar al primero y con tanta felicidad ha servido al
segundo, se quebranta al llegar a las condiciones del capita-
lismo monopolista y del desbordante excedente económico.
En estas circunstancias, los intereses de los capitalistas in-
dividuales ya no corresponden a los intereses de su clase o a
los de la sociedad capitalista como un todo. Para él, la acu-
mulación y la sobriedad todavía son medios indispensables
para el adelanto y el éxito, y la vida ostentosa, por encima de
lo que convencionalmente se considere como el nivel de la
vida de la gente de su grupo, puede ser no sólo destructiva
para su capital, sino también dañina para su crédito y su po-
sición en la comunidad.116

116
Sin embargo, un elemento bastante importante de racionalidad ge-
neral refuerza la racionalidad subjetiva de la abstinencia relativa del
capitalista individual. Allí donde la lucha de clases es intensa y la es-
tabilidad política del orden capitalista es precaria, una ostentación
"indecente" de la riqueza y una vida "disipada" chocarán con la pobla-
ción oprimida y, por consiguiente, serán considerados como de mal
gusto. En estas condiciones la simplicidad y la funcionalidad de la fa-
chada se hacen esenciales y los gastos frivolos, los excesos y la disolu-
ción que existen en la cima de la pirámide capitalista, se ocultan cui-
dadosamente a los ojos del público. Éstos se llevan a cabo en centros
extranjeros de recreo, en fincas campestres exclusivas o en suntuosas
residencias citadinas con exteriores engañosamente sencillos. En los
países y en los períodos históricos en que la atención social es menos
pronunciada, esta necesidad de hipocresía y disimulo disminuye co-
rrespondientemente, y el "consumo conspicuo" se hace más aparente.
135
Esta contradicción entre lo que es racional para el capita-
lista individual y lo que requiere la sociedad capitalista en su
conjunto no puede ser resuelta individualmente. Puede su-
perarse únicamente por cambios en la estructura socioeco-
nómica, cambios que a su vez son producto de modificacio-
nes en las costumbres y valores que determinan las volicio-
nes y la conducta de los individuos. Hacia una tal transfor-
mación de la sociedad debe dedicarse la mayor parte del in-
cremento de los gastos improductivos en el capitalismo mo-
nopolista. La causa de esta contradicción no radica en los
cambios de los hábitos de distribución del ingreso del capita-
lista individual, ni en su mayor o menor "propensión a con-
sumir"; hay fuertes indicaciones de que esta propensión ha
sido notoriamente estable durante un largo período de tiem-
po. Sus raíces se encuentran en los cambios de gran alcance
de la estructura de la empresa capitalista y en las modifica-
ciones —estrechamente vinculadas a ellos— de la distribu-
ción y de la forma de utilización del excedente económico.
En realidad, el patrón de gastos de una empresa monopolista
y oligopolista se parece muy poco a lo que era (y todavía es)
dicho patrón en una empresa competitiva comparativamente
pequeña. Los pródigos sueldos y bonificaciones a los directo-
res de la corporación, las generosas igualas a los abogados, a
los expertos en relaciones públicas, a los especialistas en pu-
blicidad, a los analizadores del mercado y a los "agentes de
enlace", los grandes gastos en burocracias cada vez más ex-
tensas, en representaciones y gastos de la empresa, todos és-
tos eran desembolsos desconocidos en la época del capita-
lismo competitivo y todavía están fuera del alcance del pe-
queño enjambre que opera en las trastiendas competitivas de
la economía capitalista avanzada. El empresario competitivo
de antaño ni siquiera soñó en las fabulosas sumas que asig-
nan las gigantescas corporaciones a fundaciones de diversos
tipos, cuyo propósito, más o menos explícito, es predisponer

El resultado es una declinación de los niveles de "buen gusto", decli-


nación tan frecuentemente lamentada por los europeos que observan
el comportamiento de las clases altas norteamericanas, socialmente
más seguras.
136
a los hacedores de la "opinión pública" a favor del capital
monopolista. Todo esto se ha convertido en parte integrante
de la sabiduría del capitalismo monopolista y absorbe una
gran parte del monto considerable del excedente económico
total que corresponde a las grandes empresas.117 El grado a
que ha crecido (y sigue creciendo) en el capitalismo mono-
polista el contingente de trabajadores improductivos —
directa o indirectamente mantenidos por el excedente eco-
nómico de la sociedad— difícilmente se concibe en todo su
alcance. "Por ejemplo, mientras en 1929 había en los Estados
Unidos 74 personas empleadas en otras actividades por cada
100 ocupadas en la producción de mercancías, en 1939 la re-
lación fue de 84 a 100 y para 1949, de 106 a 100." 118
Sin embargo, siendo considerable el gasto de las corpora-
ciones en actividades no productivas, ni siquiera puede pro-
porcionar las oportunidades de inversión que necesita el
desbordante excedente económico o estimular en forma
adecuada la inversión adicional para incrementar la deman-

117
Como Marx lo previó, "la sociedad burguesa reproduce en forma
propia todo aquello contra lo que luchó en la forma feudal o absolu-
tista", Theories of Surplus Value (Londres, 1951), p. 176. Aquí se señala
el dilema verdaderamente trágico que confronta continuamente una
sociedad capitalista avanzada. Una baja en la utilización dispendiosa
del excedente económico provoca la depresión y el desempleo. La in-
tensificación —cada vez más indispensable— del despilfarro del ex-
cedente económico con fines improductivos, trae consigo un volumen
siempre creciente del consumo conspicuo, un crecimiento parasitario
de "industrias recreativas", que venden sus mercaderías a públicos
cautivos, una decadencia acelerada de todos los cánones de cultura.
Cf. el interesante artículo de Russell Lynes, "What's So Good About
Good Times", Harper's Magazine (junio de 1956), donde el problema,
sin ser analizado, está correctamente planteado.
118
Víctor Perlo, American Imperialism (Nueva York, 1951), p. 226. Una
nota en la misma página explica que "los ocupados en la producción
de mercancías" incluye a los empleados en la agricultura, la minería,
la construcción, las manufacturas, los transportes, las comunicaciones
y los servicios públicos, al igual que los granjeros. Estimaciones cons-
truidas en forma distinta pero que, sin embargo, revelan la misma
tendencia, son dadas por C. Wright Mills en su libro White Collar:
The American Middle Classes (Nueva York, 1951), cap. 4.
137
da global. Mucho de lo que las corporaciones desembolsan
en trabajadores improductivos, ha llegado a ser considerado
como "gastos necesarios" para la conducción de los grandes
negocios, y se les trata como parte de los costos fijos que de-
ben cubrirse (cuando menos a largo plazo) por el precio del
producto.119 En esta medida, el mantenimiento de los traba-
jadores improductivos no proviene de las ganancias de los
grandes negocios, sino que se traslada a los compradores de
sus productos. También tiene gran importancia el que una
parte apreciable del ingreso recibido por aquellos que son
normalmente los favoritos consentidos de la generosidad de
las corporaciones —la "nueva clase media"— no se gasta en
consumo, sino que se ahorra. El ahorro de este grupo consti-
tuye, en realidad, una gran parte del ahorro individual que se
efectúa corrientemente en un país capitalista avanzado. De
ahí que el efecto neto de la proliferación de trabajadores im-
productivos para la acumulación del capital y la demanda
global ni siquiera sea sugerido por la suma total de sus ingre-
sos. Una parte del incremento en el consumo total produci-
do por el mantenimiento de los trabajadores improductivos
es neutralizada por la disminución del consumo del resto de
la población y, por consiguiente, se cancela. Sin embargo,
otra parte de ese incremento en el consumo provoca una re-
ducción del ahorro en el resto de la población y, por ende,
conduce a una absorción genuina del excedente económico.
Además, parte del excedente económico absorbido de esta
forma, o algunos de los ingresos pagados a los trabajadores
improductivos que no pudieron ser trasladados por sus pa-
trones y de hecho se extrajeron de las ganancias, reaparecen
119
El principio de un margen fijo de ganancia en el precio de venta
con respecto al costo primo promedio de una producción normal, ha
sido reconocido cada vez más en la literatura económica como regla
general de fijación del precio en las empresas monopolistas y oligopo-
lis-tas. Su importancia para el problema de traslación de los gastos
improductivos, así como de las cargas fiscales es obvio. Cf. Elmer D.
Fagan, "Impot sur le revenu net des sociétés et prix", Revue de Science
et de Legislation Financieres, vol. XLVI, núm. 4 (1954), al igual que el
libro Taxation and the American Economy (Nueva Yovk, 1951), cap. 16,
de William H. Anderson.
138
una vez más como excedente económico en la forma de aho-
rro personal de los trabajadores improductivos.
Resumiendo; aunque el mecanismo automático del capita-
lismo monopolista indudablemente ha incrementado la por-
ción utilizada en forma improductiva del producto total, es-
te incremento no basta para reducir adecuadamente el vo-
lumen del excedente económico disponible para la inversión
en condiciones de ocupación plena ni para crear una expan-
sión adecuada de las oportunidades de inversión. Se requie-
ren "impulsos del exterior" más premeditados para que la
economía del capitalismo monopolista sea capaz de aban-
donar el punto muerto al que ha llegado y encontrar los in-
centivos necesarios para una utilización lucrativa del exce-
dente económico corrientemente generado.

II

Lo anterior sólo puede ser logrado por el Estado. No es que


el Estado no haya jugado un papel determinante en la vida'
económica durante toda la historia del capitalismo. En for-
ma directa o bien indirectamente; sea subsidiando la cons-
trucción de ferrocarriles como en Alemania y los Estados
Unidos o bien promoviendo por medios adecuados los in-
tereses económicos de sus capitalistas nativos en el extranje-
ro, como en la Gran Bretaña y en Holanda, o a través de
complicadas transacciones financieras e imposiciones aran-
celarias como en Francia y en Rusia, el Estado en todas par-
tes tuvo un papel importante en la determinación del curso
y velocidad del desarrollo económico en la época capitalista.
Sin embargo, al principio, las actividades económicas del Es-
tado tenían esencialmente un carácter esporádico, estaban
dirigidas hacia aspectos económicos específicos o bien res-
pondían a una exigencia más o menos general de la clase ca-
pitalista en su conjunto. Sirviendo, como dicen Marx y En-
gels, de "comité para la conducción de los asuntos comunes
de toda la burguesía", el Estado realizó en forma enérgica e
inequívoca su función básica, a saber, el mantenimiento y
139
protección del orden capitalista. En lo que se refiere a su pa-
pel en la esfera estrictamente económica, las cosas fueron un
poco más complejas. De hecho, la "burguesía en su conjun-
to", en favor de la cual el gobierno actuaba como su "comi-
té", era un compuesto de una vasta multitud de empresarios
que aparecían como un conglomerado de muchos grupos e
intereses diferentes y divergentes. Sin embargo, lo importan-
te es que estos hombres de empresa eran relativamente poco
importantes, de alcance y de fuerza aproximadamente igual,
con sus agrupamientos industriales o regionales también de
una influencia y poder similares. En tales circunstancias, el
Estado podía satisfacer su mandato común de proteger y for-
talecer al propio orden capitalista en contra de los ataques
de las clases explotadas. En teoría, no le correspondía inmis-
cuirse en las relaciones entre los grupos individuales o las
facciones de la burguesía, ni tampoco debería servir a uno de
estos grupos en su lucha competitiva en contra del otro. La
igualdad, o cuando menos la similitud, del peso que cada
componente de la burguesía podía aportar a las escalas polí-
ticas y sociales, tendían a crear un equilibrio de fuerzas den-
tro de la burguesía y a hacer del Estado el instrumento de
toda una clase. En tanto que la expresión política de esta
constelación socioeconómica básica aparece en el mecanis-
mo clásico de la democracia burguesa, la fórmula ideológica
de esta neutralidad del Estado en la lucha competitiva den-
tro de la clase capitalista, es la creencia en el automatismo
económico, el credo de la no intervención del Estado en el
libre juego de las fuerzas del mercado. Como sucintamente
lo planteó Thomas Jefferson, el Estado debería garantizar
"derechos iguales a todos; privilegios especiales a ninguno".
Queda claro que, en tanto el poder de los contendientes en
la lucha competitiva era aproximadamente igual, mientras
ninguno podía ejercer una influencia mayor sobre el Estado
que cualquiera otro, tanto la confianza en el automatismo
del mercado, como la insistencia en la neutralidad del go-
bierno, podían ser fácilmente aceptadas por toda la clase ca-

140
pitalista y, por consiguiente, ser elevados unánimemente al
status de valores sociales supremos.120
El desmoronamiento de esta estructura se hizo visible con
el advenimiento de las grandes empresas. Los participantes
en el bellum omnium contra omnes no sólo se hicieron cada
vez más desiguales en poder político y económico, sino que,
en su ascenso, las grandes empresas minaron progresiva-
mente al resto de la clase capitalista toda capacidad y deseo
de resistir a su dominio. Al apoderarse de uno tras otro de
los segmentos del sistema económico, transformaron en em-
pleados y comisionistas de las grandes corporaciones a un
número creciente de empresarios previamente independien-
tes, de artesanos y granjeros. Aunque les dejaban frecuente-
mente la ilusión de que continuaban siendo independientes,
las empresas monopolistas hicieron depender su sustento y
su status social —en un grado cada vez mayor— de la buena
voluntad de la dirección de las corporaciones.121 De miembro
con todos los derechos de la clase capitalista —pequeño, pe-
ro en peso e importancia igual a todos— el empresario com-
petitivo se convirtió en un empleado de las grandes empre-
sas, cuya dirección económica, política y social no estaba en
posición de desafiar. Quizá lo más prodigioso fue que perdió

120
La utilidad política de estos conceptos fue grandemente reforzada
por el hecho de que la imparcialidad del gobierno ante las diversas
partes de la burguesía, podía fácilmente ser presentada al pueblo en
general como la imparcialidad del Estado ante las diferentes clases de
la sociedad en su conjunto. Algunas desviaciones esporádicas del go-
bierno, tales como la legislación fabril, las restricciones al trabajo de
menores, etc. —que eran imparciales respecto a la burguesía puesto
que afectaban a todos sus miembros—, parecieron corroborar el pun-
to de vista de que el Estado también era guardián de las "clases bajas".
El campesino ruso que consideraba al zar como un árbitro objetivo
entre él y el terrateniente, es un ejemplo tan contundente del impacto
de esta ideología, como el tendero norteamericano que espera que el
gobierno lo defienda contra sus competidores monopolistas.
121
"El poder de las grandes empresas es tal que, aun cuando muchas
pequeñas empresas permanezcan independientes, en realidad se con-
vierten en agentes de los grandes negocios." C. Wright Mills, White
Collar: The American Middle Classes (Nueva York, 1951), p. 26.
141
en forma creciente la voluntad de enfrentárseles. Identifi-
cándose a sí mismo con los señores feudales del capitalismo
monopolista, reverenciándolos como figuras heroicas, dignas
de respeto y emulación, el nuevo lacayo social de los dirigen-
tes de las grandes empresas se transformó rápidamente en la
claque más importante de élite monopólica de la clase capita-
lista. Así como los campesinos alemanes, cuyos intereses
eran diametralmente opuestos a los de los junkers, siguieron
fielmente la dirección de los aristocráticos señores en las filas
del famoso Landbund, las empresas competitivas en la época
del capitalismo monopolista marchan obedientes bajo las
faldas de los "realistas económicos". Al principio, el ascenso
del capital monopolista al poder económico y social no im-
plicó una renuncia de los principios sagrados del rudo indi-
vidualismo, de automatismo del mercado y de neutralidad
gubernamental. Por lo contrario, utilizando admirablemente
bien estos principios como cortina de humo tras de la cual
podían amasar enormes fortunas y apoderarse del Estado, los
dirigentes de las grandes empresas no escatimaron esfuerzo
alguno para hacer avanzar y aceptar la ideología de la franca
supervivencia de los más aptos. Como observa astutamente
Max Horkheimar, en el curso de la historia el "valor del indi-
viduo ha sido exaltado por aquellos que tuvieron una posibi-
lidad de desarrollar su individualidad a expensas de los
otros".122 En realidad, habiendo llegado a la cima de la pirá-
mide social, las grandes empresas no podían encontrar una
fórmula ideológica mejor adaptada a sus exigencias que el
principio de la libertad intocable del individuo, para hacer
con esas oportunidades el máximo que su capacidad le per-
mitiese. Combinado con el mandato de que la interferencia
social a los esfuerzos individuales debería reducirse al míni-
mo, este principio no sólo sanciona la desigualdad, los privi-
legios y la explotación, sino que da a la víctima de la de-
sigualdad de los privilegios y de la explotación un hondo sen-
tido de la inevitabilidad y aun de lo adecuado de su destino.
Si bien es cierto que en los países capitalistas avanzados la

122
Eclipse of Reason (Nueva York, 1947), p. 178.
142
propia clase obrera se ha visto afectada profundamente por
esta ideología, por su parte los empresarios competitivos, los
granjeros y otros pequeños burgueses han sido incapaces, en
todas partes, de resistirla. Aunque eran devorados gradual-
mente por las grandes empresas, aunque perdían tanto sus
ganancias como su independencia, estos grupos continuaban
considerándose a sí mismos como miembros de la clase capi-
talista, como un estrato privilegiado notoriamente superior a
cualquier simple proletariado. El compartir, en forma real o
ilusoria, los privilegios y los frutos de la explotación —aun si
su parte declina en forma perceptible—, despojó a la peque-
ña burguesía de toda independencia política y moral, ha-
ciéndola un instrumento obediente en manos de sus nuevos
amos monopolistas.
Este proceso no se llevó a cabo sin oposición. Sin embargo,
ésta nunca fue muy fuerte; apareció en dos corrientes clara-
mente discernibles. Una de ellas fue la demanda populista en
pro de una acción gubernamental en contra del poder econó-
mico de los pocos que estaban usurpando el gobierno para
su propio beneficio. Este movimiento fue dirigido primera-
mente por los elementos no capitalistas de la sociedad —
obreros, artesanos, algunos agricultores— y gozó de un cier-
to apoyo entre algunos segmentos de la pequeña empresa
competitiva. Estaba fuertemente imbuido con las nociones
de democracia jeffersoniana, con la ideología de la imparcia-
lidad estatal hacia todas las clases sociales y daba por senta-
do que el gobierno suprimiría los abusos de las empresas
monopolistas con el mismo vigor que desplegaba en el trato
con las nacientes organizaciones sindicales. El logro más im-
portante de este movimiento en los Estados Unidos fue la le-
gislación anti-trust, la cual comisionó al gobierno —que es-
taba cada vez más subordinado a las grandes empresas— a
limitar el poder de las mismas.
La otra tendencia de la oposición, no menos ingenua (a la
cual se adhirieron principalmente la comunidad de empresas
competitivas, así como intelectuales atraídos por los lemas
tradicionales de la economía de laissez faire y de la democra-
cia burguesa), demandaba el retorno a los "buenos viejos
143
tiempos", insistía en el respeto honrado y congruente a los
principios de automatismo y no intervención, y dirigía su ira
no tanto contra las empresas monopolistas sino contra el
gobierno, al cual culpaba de todos los males.123 Al refrenarse
de atacar seriamente a las grandes empresas, este tipo de
"oposición leal" fue particularmente atractivo para las mis-
mas grandes empresas. Al proporcionar una inofensiva vál-
vula de escape al descontento y al no poner en peligro nin-
guna de las posiciones importantes de las grandes empresas,
adecuándose perfectamente con su propia fraseología, esta
ideología antiestatalista y de libre competencia, no sólo fue
enteramente compatible con la hegemonía creciente del ca-
pital monopolista, sino que también pudo ser encauzada a la
noble tarea de frenar la oposición de tipo populista, al igual
que otros movimientos de reforma social.
Todas esas corrientes políticas e ideológicas continúan
existiendo, aunque su papel y su coloración han cambiado
considerablemente junto con la situación socioeconómica en
la que se basan. El desmembramiento de la economía capita-
lista en la década de los treintas, comprometió en forma
irrevocable el concepto de automatismo del mercado. La ca-
tastrófica baja de la producción y del ingreso hacía imposible
sostener que el sistema capitalista, por sí mismo, tiende a
generar el mayor bienestar para el mayor número de perso-
nas. Tampoco podía sostenerse por más tiempo que el me-
canismo del mercado daba a todos los "aptos" una oportuni-
dad de avance y de triunfo, cuando existía una enorme mul-
titud de hombres y mujeres que querían y eran capaces de
trabajar, pero que no tenían ocasión de encontrar trabajo. Se
hizo imperativa la necesidad de cierta acción gubernamental
para mitigar, por lo menos, los aspectos más degradantes de
la situación. Mediante la construcción de obras públicas, a
través de pagos de ayuda a los desempleados, con el otorga-

123
Este antiestatalismo encaja con toda la tradición de la lucha políti-
ca de la burguesía en contra del feudalismo y era particularmente ca-
ro a los inmigrantes europeos en los Estados Unidos, cuyo bagaje
ideológico tenía como rasgo característico el odio a los gobiernos ti-
ránicos de sus países de origen.
144
miento de subsidios a los agricultores o por dádivas a los ve-
teranos, el gobierno tuvo que intervenir para que el desmo-
ronamiento económico no condujera al colapso del orden
capitalista. Era necesario dar una salida compatible con la
conservación del sistema capitalista a las energías de aque-
llas fuerzas sociales que tradicional-mente habían estado a
favor de la intervención estatal, a la desesperación acumula-
da de los estratos no capitalistas menos afectados por la
ideología del automatismo y de la neutralidad gubernamen-
tal (o más dispuestos a desecharla bajo el impacto de la
realidad que los rodeaba). En los Estados Unidos, el New
Deal realizó totalmente esta función. Con el bajísimo costo
que significó el reconocimiento y la protección guberna-
mental a los sindicatos, la institución de ayudas sistemáticas
a los agricultores, cierta legislación de seguridad social y una
vigilancia moderada de los mercados financieros, la primera
administración del presidente Roosevelt fue capaz de conte-
ner los disturbios políticos y sociales que pudieron haber
resquebrajado los propios cimientos del capitalismo.
La crisis era tan seria, era tan profunda la bancarrota de las
nociones de automatismo y de no intervención estatal, que
aun las empresas monopolistas tuvieron que reajustar su fi-
losofía pública. Obviamente, esto no ocurrió de la noche a la
mañana, y aun hoy, una parte considerable de la comunidad
de las grandes empresas parece no haber sido afectada por el
terremoto de la década de los treintas. Sin embargo, en sus
principales sectores, la opinión de éstas se trasladó rápida-
mente a sus nuevas posiciones ideológicas. Este cambio se
facilitó por el hecho notable de que casi no implicó una mo-
dificación ideológica real.124

124
De hecho, es dudoso que el término "ideología", tal como conven-
cionalmente se usa en la sociología del conocimiento, sea aplicable en
el capitalismo monopolista. Aun cuando denota una concepción
inadecuada, parcial y prejuiciada de la realidad, imputable a la estruc-
tura de la sociedad y al lugar que en ésta ocupa una clase, la "ideolo-
gía" tiene dos características importantes. La inadecuación, parciali-
dad y prejuicios que la han convertido en una verdad a medias, hacen
que comparta al mismo tiempo la verdad misma. En otras palabras,
145
Las primitivas empresas monopolistas no exaltaron al auto-
matismo y a la neutralidad estatal porque creyesen firme-
mente en ellos, sino porque al ser aceptados y apoyados, tan-
to por la clase capitalista en su conjunto como por la mayo-
ría del resto de la población, les proporcionaban una pantalla
muy adecuada para la penetración creciente de las grandes
corporaciones en el gobierno. En la década de los treintas es-
ta filosofía había perdido ya su utilidad. Su notoria insufi-
ciencia se puso de manifiesto, sus cualidades políticas para
consumo de las masas se habían desvanecido, y los sectores
de empresas competitivas que todavía se aferraban a las vie-
jas nociones rápidamente perdían importancia. De hecho, el
programa de ocupación plena, asegurado por una acción es-
tatal apropiada que sustituyó al rudo individualismo y a la
neutralidad estatal, tenía todas las virtudes de lo que despla-
zaba y ninguno de sus defectos más obvios. Le quitó a la cla-

abarca un aspecto de la verdad al expresar algunos puntos de vista de


la realidad y ciertos intereses compartidos en realidad, por una clase o
estrato social. Por esta razón, una "ideología" es creída firmemente
por aquellos que la comparten; no es algo que puedan cambiar, quitar
o ajustar a voluntad. En este sentido, la "ideología" es similar a la "ra-
cionalización" de Freud, excepto que en la primera se considera como
surgiendo de la estructura de la sociedad y la última de la estructura
psíquica del individuo (el que a su vez está determinado por la socie-
dad en que vive). "Un concepto totalmente distinto es el conjunto de
nociones inadecuadas, parciales y prejuiciadas, que se implantan
conscientemente en la mente de los hombres mediante las manipula-
ciones de una clase, con objeto de lograr ciertos fines al inducir la
aceptación más o menos general de ellos. Por lo tanto, en la época del
capitalismo monopolista, época en la que las creencias, los valores y
las convicciones sucumben cada vez más ante el ataque pragmático,
la ideología cede rápidamente ante el acondicionamiento de las ma-
sas, sus ajustes, etc., dejando de ser su estudio parte de la sociología
del conocimiento para trasladarse al reino de las investigaciones en la
conducción de la opinión. Como brillantemente lo percibió Engels, "la
ideología es un proceso que el llamado pensador cumple consciente-
mente, pero con una conciencia falsa. Las verdaderas fuerzas motrices
que le impulsan le permanecen desconocidas, pues de lo contrario no
sería un proceso ideológico". Carta a Mehring, julio 14, 1893, en la Se-
lected Correspondence de Marx y Engels (Nueva York, 1934), p. 511.
146
se capitalista la responsabilidad del deficiente funcionamien-
to de la economía, descargándola sobre toda la sociedad y
sus desechables funcionarios políticos; proporcionó una
ideología atractiva a los sindicatos advenedizos; satisfizo las
exigencias de los agricultores; aseguró altas ganancias al ca-
pital monopolista y al mismo tiempo prometió buenos ingre-
sos a la "nueva clase media", cada vez más importante políti-
ca y socialmente. Lo que puede parecer sorprendente no es
el júbilo con que los dirigentes más perspicaces de las gran-
des empresas otorgaron su lealtad al nuevo curso, sino más
bien la lentitud relativa con la que muchos otros adoptaron
las nuevas posiciones. Sin embargo, la razón de esto es bas-
tante sencilla. Además del "rezago cultural" que inevitable-
mente surge cuando una concepción consagrada tiene que
ceder terreno ante la realidad cambiante del proceso históri-
co, existía una importante justificación objetiva para la pru-
dencia y la desconfianza en adoptar el "nuevo curso". Siendo
mejores historiadores y sociólogos que muchos de los estu-
diosos profesionales, los dirigentes del capital monopolista
comprendieron muy bien que lo que importaba no era la
teoría del nuevo curso, ni la compleja trama de agencias gu-
bernamentales creadas para ponerlo en marcha, sino que la
cuestión básica era determinar quién controlaría en realidad
su ejecución.125 Lo que a ciertos economistas, que observa-
ban la realidad con anteojeras, les pareció un aspecto secun-
dario, para el capitalismo monopolista, con astuta intuición,
fue el meollo de todo el problema. La manifestación suprema
del poder de las grandes empresas y de la incapacidad de
Roosevelt para resistirlas fue que, una vez pasado el peligro
—al principio de su segundo período—, individuos que go-
zaban de la confianza de las grandes empresas comenzaron a
desplazar a los elementos sospechosos que se habían infil-
trado en el gobierno con la ola populista de 1932. Sin embar-

125
Como claramente lo vio Schumpeter, "el personal y los métodos, así
como el espíritu en el que una medida o un conjunto de medidas son
administradas, tienen una importancia mucho mayor que todo lo
contenido en cualquier decreto". Business Cycles (Nueva York, 1939),
vol. II, p. 1045.
147
go, no fue sino hasta la guerra y durante las administraciones
subsecuentes de Truman y Eisenhower, cuando el control
del gobierno por parte de las corporaciones fue restablecido
totalmente y éste se convirtió otra vez, aun en su composi-
ción personal, en el "comité", pero ya no de la "burguesía en
su conjunto", sino de su elemento decisivo que son las em-
presas monopolistas y oligopolistas.
Una vez que el capital monopolista logró establecer en for-
ma inequívoca la ruta que debía seguir el nuevo curso, una
vez que fueron eliminados del gobierno los grupos que tra-
taban —por lo general en vano— de promover la reforma
social bajo el disfraz de las políticas de ocupación plena,
cuando la dirección de la política de "ocupación plena" fue
puesta en manos totalmente aceptables para las grandes em-
presas, entonces, aun los contingentes retrasados del campo
monopolista encontraron la forma de apoyar la nueva línea.
Este apoyo trajo consigo una vigorosa campaña para hacer
penetrar esta política en la conciencia de las masas, para
convertirla en la estructura ideológica que ate al pueblo al
sistema capitalista, para darle a este último la misma fuerza
y estabilidad que gozaba previamente con las nociones de
automatismo y neutralidad gubernamental. Esta aceptación
por parte del capital monopolista de la llamada política de
ocupación plena, junto con la capacidad de este programa
para satisfacer actualmente las necesidades de la mayoría de
la nación, es lo que creó la atmósfera de unanimidad en la
escena política, una atmósfera no perturbada por la continua
presencia de aquellos que todavía están subalimentados, mal
vestidos y peor alojados, ni por la apenas oculta inestabilidad
de la prosperidad reinante. J. K. Galbraith está totalmente en
lo cierto al observar que "gran parte de nuestros debates son
violentos y estridentes no porque los problemas sean discu-
tidos, sino porque no lo son. Hay ira, no porque se estén re-
solviendo los problemas sino porque éstos ya lo están. Sin
embargo, el ruido deja la impresión de que el tema todavía
está en duda. Aunque una discusión vehemente puede signi-
ficar que se está decidiendo un asunto importante, más a
menudo sólo indica que una pequeña minoría, irremedia-
148
blemente superada en número, se esté haciendo sentir en la
única forma en que puede".126
Sin embargo, sólo tiene razón en un sentido. Muchos pro-
blemas están resueltos en la medida en que el programa de
intervención estatal de ocupación plena está apoyado por el
segmento dominante de la clase dirigente, por el estrato do-
minante de los sindicatos y por la nueva clase media, por la
mayoría de agricultores, intelectuales, etc. De hecho, como
hace notar correctamente Galbraith, la disyuntiva "de un go-
bierno [que se enfrenta a la realidad de la depresión] acerca
de si debe o no ser keynesiano... equivale más o menos a una
disyuntiva sobre si debe o no suicidarse políticamente".127 Sin
embargo, éste es sólo un aspecto del asunto, y ni siquiera el
más importante. En realidad, tanto la conspicua alharaca que
se produce en los debates públicos acerca de problemas rela-
tivamente poco importantes, así como el acuerdo implícito
sobre el problema más significativo de la necesidad de una
política gubernamental de ocupación plena, oscurecen los
problemas verdaderamente serios como son el sentido de la
ocupación plena y las formas y medios por las cuales la in-
tervención estatal debe lograrla y mantenerla.
Una cosa debe quedar clara y es que el impulso del capital
monopolista para asegurar el control sobre el Estado, para
concentrar en sus manos la dirección de la intervención esta-
tal que demanden los problemas económicos, para eliminar
del gobierno a todos aquellos elementos que, aun ligeramen-
te, estén inclinados hacia una interpretación reformista de la
política de ocupación plena, no surgen de las ambiciones de
poder del capital monopolista o de su avidez de puestos pú-
blicos.128 De hecho, en distintas condiciones, el capital mo-

126
Economics and the Art of Controversy (Nueva Brunswick, Nueva
Jersey, 1955), p. 103.
127
Ibíd., p. 100
128
Para no hablar de la superficialidad, si no es que de la absoluta va-
cuidad, tan corrientemente de moda, que trata de explicar los aconte-
cimientos históricos por el "anhelo de poder", el cual se considera
como un instinto inherente a la especie humana. Además del hecho
de que un "anhelo de poder", tal como el que puede caracterizar al
149
nopolista preferiría mantenerse fuera de las candilejas de la
vida política, permanecer entre bambalinas moviendo alam-
bres invisibles tras de sus poderosos "títeres", únicamente
cuando las operaciones del gobierno asumen una importan-
cia capital, cuando lo que está involucrado no puede confiar-
se a políticos veleidosos o a funcionarios de segunda fila, la
capa dirigente del capital monopolista se coloca abiertamen-
te en mitad de la escena. Porque lo que está en juego son los
intereses vitales del capital monopolista, aquellos que de he-
cho afectan su propia existencia.

III

El manejo de la intervención estatal para lograr y mantener


la ocupación plena, comprende varios problemas de natura-
leza distinta, aunque estrechamente ligados entre sí. En tér-
minos muy generales, cuando la demanda total, es decir, la
demanda de los consumidores, de los inversionistas y del go-
bierno, es menor que la producción total en condiciones de
ocupación plena, el gobierno se enfrenta con cinco posibili-
dades distintas (o algunas combinaciones de éstas). La pri-
mera es permitir cualquier desempleo que se produzca y de-
jar que la producción se ajuste al volumen de demanda efec-
tiva que aparezca en el mercado. Como hemos visto ante-
riormente, la irracionalidad manifiesta y la explosividad polí-
tica y social de este camino lo hace inaceptable, no sólo para
la sociedad en su conjunto, sino para todos los grupos y fac-
ciones decisivas de la clase capitalista. Sin embargo, el recha-
zo de esta alternativa deja el problema enteramente abierto
respecto a lo que debe entenderse por ocupación plena. Le-
jos de ser una sutileza semántica, lo que está a discusión tie-
ne una trascendental importancia. La ocupación plena ha si-

hombre, es en sí mismo una categoría histórica que requiere una ex-


plicación y no su simple invocación como un deus ex machina, lo que
importa es saber cuáles son los intereses económicos y las fuerzas so-
ciopolíticas en que se basa ese impulso de poder por parte de las na-
ciones, clases y aun individuos ambiciosos.
150
do definida en la literatura económica como una condición
en la cual quienquiera que sea capaz y desee trabajar por el
sueldo corriente, debe estar en posición de obtener un em-
pleo. Lo que esto implica en realidad, es que el número de
vacantes debe ser, normalmente, algo mayor que el número
de personas que buscan empleo, es decir, que el mercado de
trabajo sea por regla general un mercado de vendedores.129
Sin embargo, nuevamente en esto los dirigentes del capital
monopolista han mostrado tener un mejor instinto de los
principios de operación de la economía capitalista que los
economistas profesionales, quienes consideran a la ocupa-
ción plena (tal como se ha definido) como un objetivo posi-
ble de alcanzar en el capitalismo. Los dirigentes del capital
monopolista tienen plena conciencia del hecho de que una
ocupación plena de esta clase es incompatible con el funcio-
namiento normal del sistema capitalista. En condiciones de
una escasez permanente de trabajo, la empresa capitalista
tiene que operar bajo una fuerte presión, pues tiene que in-
cluir en su nómina de pagos a trabajadores marginales y aun
submarginales, aun cuando su contribución a la producción
de la empresa sea relativamente pequeña; la tarea de supervi-
sión se hace mucho más pesada y los costos tienden a au-
mentar. Hay algo todavía más grave y es que en un mercado
de trabajo de vendedores se hace cada vez más difícil limitar
las aspiraciones de los sindicatos y mantener, dentro de lími-
tes "razonables", sus demandas por salarios más altos, por

129
Esto todavía deja lugar para lo que se llama "desempleo friccional",
el cual puede deberse a factores estacionales, al movimiento de perso-
nas de una a otra localidad, a cambios en la técnica o en la estructura
industrial, etc. Tal desempleo, considerado habitualmente por los eco-
nomistas como insignificante e inevitable, es en realidad bastante
grande y en una economía planificada podría reducirse notoriamente, al
facilitar la reasignación y el reentrenamiento necesario de la mano de
obra, al anticipar el desarrollo técnico, etc. Tampoco debe cometerse
el serio error de igualar la ocupación plena, tal como se ha definido
arriba, con el empleo racional, puesto que la primera es totalmente com-
patible con el mantenimiento de actividades improductivas de toda
clase.

151
mejores condiciones de trabajo y por otras ventajas adiciona-
les. La existencia continua de un ejército industrial de reser-
va es indispensable para mantener a los trabajadores en su
lugar, para asegurar la disciplina de trabajo de la empresa
capitalista, para preservar la posición de mando del empresa-
rio, salvaguardando su fuente fundamental de ganancias y de
poder, a saber, la capacidad de contratar y despedir.130
De ahí que un gobierno controlado por el capital monopo-
lista no conduzca su política de ocupación plena en forma tal
que realmente la logre.131 De conformidad con esto, en los Es-
tados Unidos el Employment Act de 1946 —generalmente
considerado como la Carta Magna de la ocupación plena—
declara que es una responsabilidad continua del gobierno
"usar todos los medios practicables... con objeto de crear y
mantener la máxima ocupación, en forma tal que impulse y
promueva la libre empresa competitiva..." En consecuencia,
el nivel de empleo que ha de procurarse no deberá ser supe-
rior a aquel que "impulse y promueva la libre empresa com-
petitiva", siendo esto último la forma habitual y discreta en
que se designa a las empresas oligopolistas y monopolistas.
Sin embargo, lo importante no son los decretos o las decla-
raciones de los portavoces de las empresas o del gobierno.
130
"El desempleo permanece demasiado bajo para que la fuerza de
trabajo tenga flexibilidad. Siempre que los desocupados totales no so-
brepasen a dos millones, aun la mano de obra no calificada escasea.
Muchos patrones están obligados a atesorar fuerza de trabajo califica-
da. Y, por supuesto, los sindicatos son los que tienen la sartén por el
mango en las negociaciones sobre salarios. Es obvio que pueden con-
seguirse más trabajadores, pero sólo a un costo considerable. Es pro-
bable, además, que éstos no sean de la calificación más conveniente.
No hay mayor seguridad contra la inflación que una reserva genuina
de desocupados. Ésta es una afirmación franca y tozuda, pero es un
hecho." Business Week, mayo 17 de 1952.
131
"En un promedio de buenos y malos años (estadísticos), el des-
empleo debe ser mayor a cinco, a seis millones y quizá entre siete u
ocho. Esto no es algo que deba horrorizarnos, puesto que puede ha-
cerse una provisión adecuada para los desempleados." J. Schumpeter,
Capitalism, Socialism and. Democracy (Nueva York, 1950), p. 383.
Véase también el libro de John Jewkes, Ordeal by Planning (Nueva
York, 1948), pp. 78 ss., para puntos de vista y estimaciones similares.
152
Los hechos son más elocuentes que las palabras; en la prime-
ra gran oportunidad que tuvo la filosofía del nuevo curso pa-
ra aplicarse en la práctica (el notorio aumento del desempleo
en el verano de 1953), el gobierno —y los círculos de las gran-
des empresas en cuya representación actúa—, pusieron en
claro el alcance que debe dársele al término "ocupación ple-
na". Permitieron la existencia de un desempleo que abarcaba
aproximadamente a cinco millones de personas.132 Esto no es
el resultado de accidentes desafortunados o de un conoci-
miento insuficiente acerca de los métodos para combatir un
desempleo creciente. El mantenimiento de una cantidad tan
"saludable" de desempleados es una política deliberada, co-
mo puede verse con entera claridad aun a través de la niebla
de frases altisonantes que llena el Economic Report for 1955
del "Council of Economic Advisers": "es necesario reconocer
que, a veces, los procesos de crecimiento pueden vacilar... sin
embargo, el conocimiento creciente por parte del público
debe estar, acompañado por una comprensión realista de las
dificultades prácticas con que se tropieza para obtener in-
crementos ininterrumpidos de la producción total, de la
ocupación y del ingreso personal. La habilidad en la conduc-
ción de los asuntos del Estado exige que no escatimemos
ningún esfuerzo para canalizar el idealismo de nuestra gene-
ración hacia los fines prácticos de reducir a un mínimo las
fluctuaciones económicas..." 133 Sin embargo y en tanto esto
se logra, "debemos dirigir nuestro programa para 1955, prin-
cipalmente a impulsar el crecimiento económico a largo pla-
zo más que a tratar de dar un impulso ascendente inmediato
a la actividad económica general" (p. 48). El "impulso al cre-
cimiento económico a largo plazo" consiste en promover la
libre empresa competitiva y en crear un "sentimiento de con-
fianza en el futuro económico... que sea compartido amplia-
mente por inversionistas, trabajadores, hombres de negocios,
agricultores y consumidores" (p. 2).
132
Report of the Joint Committee on the Economic Report, en el Eco-
nomic Report of the President de enero de 1955 (Washington, 1955),
pp. 95 ss.
133
Ibid., pp. 65 ss.
153
De ahí que el abrazo del capital monopolista a la "ocupa-
ción plena" se convierta en un beso mortal. No tiene por ob-
jeto realizar una política estatal a fin de lograr y mantener la
ocupación plena tal como fue concebida por economistas
bien intencionados o como fue soñada por los reformadores
sociales trasnochados; su propósito es impedir catástrofes
ruinosas como el desplome de 1929-1933; su finalidad es evi-
tar depresiones ruinosas como las que caracterizaron toda la
década de los treintas. No se propone eliminar las crisis
"normales" o abolir el desempleo "normal". De hecho, éstos
se consideran como "reajustes saludables", deseables no sólo
para conservar el indispensable ejército industrial de reserva,
sino como condiciones propicias en las que las empresas
monopolistas y oligopolistas pueden concertar pactos, ab-
sorber a los competidores más débiles y consolidar sus posi-
ciones de mercado.134
Claro está que no debe permitirse que el desempleo y el
descenso del ingreso vayan tan lejos que tengan repercusio-
nes políticas peligrosas para la estabilidad del sistema. Las
obras públicas, los pagos a los desocupados y ayudas de di-
versas clases, deben mantenerse listas para aliviar la miseria
extrema y para sobornar a las víctimas del "reajuste", de tal
forma que no se pierda la "confianza" en un "sistema econó-
mico que es a la vez fuerte y humano, un sistema que puede
proporcionar tanto la gran abundancia material como un
mejor modo de vida".135 Los límites al desempleo y a la baja
de la producción que pueden tolerarse, no están fijados por
la tan alabada "dignidad individual", ni por la igualmente
propagada solicitud a favor de la gente hambrienta de los
países subdesarrollados del mundo; estos límites son dicta-
dos por las necesidades y la conveniencia de las grandes em-
presas y por la credulidad de la gente para soportar la hipo-
cresía y la irracionalidad de un orden económico gobernado
por los intereses del capital monopolista.
134
La ola de fusiones que inundó a la economía norteamericana du-
rante el receso 1953-1954, proporciona una excelente ilustración de
este punto.
135
Council of Economic Advisers, Economic Report for 1955, p. 3.
154
Otra posibilidad sería reducir la producción mediante una
disminución general del número de horas trabajadas. Debe-
ría ser obvio que este método de establecer un equilibrio en-
tre la demanda global y la oferta total —es decir, reduciendo
la producción total junto con el mantenimiento de la ocupa-
ción plena— sería racional hasta el punto en que la incapaci-
dad de la demanda efectiva prevaleciente para absorber la
producción de ocupación plena obtenida en una semana de
trabajo dada, expresase una saciedad real de la gente respec-
to a todos los bienes y servicios, bien fuesen para el consumo
o para la inversión. Que tal saciedad todavía no existe —aun
con una distribución igual del ingreso—, no necesita mayor
explicación. Más aún, si ella existiese, el sistema capitalista
únicamente admitiría una reducción general de la semana de
trabajo en forma lenta y bajo una severa presión. Esto obede-
ce a que, por lo que concierne a la empresa capitalista indi-
vidual, una reducción de la semana de trabajo que trajese
como resultado una baja en la producción, implicaría una
reducción de las ganancias. En el proceso histórico, la reduc-
ción de las primitivas 16 horas de trabajo a las 14 y a las 12 ho-
ras diarias, hasta llegar a las 40 horas a la semana que se tra-
bajan actualmente en los Estados Unidos, se ha obtenido en-
frentándose a la tenaz oposición de parte de la clase capita-
lista y reflejan la intensificación del trabajo y los incrementos
en la productividad que tuvieron lugar durante un siglo, al
igual que el surgimiento de un poderoso movimiento obrero
al que no podía resistírsele por más tiempo.136 No puede ha-
ber duda de que, en la actualidad, una reducción mayor de la
136
Aun así, sólo la conjunción de factores políticos y económicos par-
ticularmente afortunados, permitió la mayor parte de las victorias ob-
tenidas por la reforma social. En parte, la alianza temporal de los ele-
mentos feudales de la sociedad con el ascendente movimiento obrero,
afianzada por la hostilidad común de ambos hacia la clase capitalista
(como sucede en el caso de la Gran Bretaña, de la Alemania de Bisr-
nark y de algunos otros países europeos) y en parte las grandes crisis
del orden capitalista, fueron las que dieron las oportunidades de
arrancar importantes concesiones a una burguesía debilitada y ate-
morizada (como sucedió en los Estados Unidos en la década de los
treintas).
155
semana de trabajo establecida por la ley, sería combatida por
los intereses capitalistas con igual vigor que antaño. Más
aún, si una tal reducción en el número de horas de trabajo
no fuese compensada por un incremento cuando menos co-
rrespondiente de la productividad y, por ende, se tradujese
en una reducción absoluta de la producción total (único caso
importante para esta argumentación), es casi seguro que una
gran parte de esta baja, si no es que la totalidad de ella, sería
deducida de los salarios totales, es decir, tendría que ser ab-
sorbida por la clase obrera. En tales circunstancias, una nue-
va disminución en la semana de trabajo no resolvería el pro-
blema del excedente económico excesivo ni tampoco sería
aceptable para los obreros. Por consiguiente, además de que
todavía debe recorrerse un largo camino para que la produc-
tividad llegue a un punto en el cual, en una sociedad racio-
nalmente ordenada, no existan ya deseos insatisfechos que
sean más urgentes que el deseo de ocio —esto es, en una so-
ciedad en la que disminuir la producción sería el procedi-
miento adecuado—, es imposible que pueda resolverse, ni
siquiera en forma parcial, el problema constante de una so-
breproducción potencial en el capitalismo por una reducción
voluntaria de la semana de trabajo. Un intento para obligar a
una tal reducción por parte del gobierno —si tal intento pu-
diese esperarse de un gobierno dominado por la clase capita-
lista— encontraría una enconada oposición no sólo por parte
de las empresas, sino también por parte de las masas traba-
jadoras, que difícilmente podrían resistir una disminución en
los salarios reales.
Por lo tanto, al no ser ni posible ni deseable una baja vo-
luntaria de la producción, el equilibrio —promovido por el
gobierno— de la demanda global con la producción total (a
un nivel predeterminado de ocupación) puede asumir la
forma de un gasto gubernamental en consumo adicional, in-
dividual o colectivo. De hecho, el desembolso estatal de fon-
dos gubernamentales, a las personas incapaces de satisfacer
sus necesidades de consumo, no puede dejar de incrementar
la demanda efectiva total. Tales desembolsos pueden tomar
diversas formas y estar dirigidos hacia los individuos que
156
tienen ingresos menores que el nivel estipulado de ingreso, o
bien hacia grupos especiales de la población, tales como los
agricultores, los obreros industriales, los veteranos de gue-
rra, los estudiantes universitarios o los padres de muchos (o
de pocos) niños. El único requisito para que esta clase de
gastos se traduzca en un incremento relativamente grande
del ingreso total y de la ocupación, es que los beneficiarios
iniciales sean gente con alta propensión marginal a gastar, es
decir, que sean personas que pertenezcan a los grupos de in-
gresos más bajos de la población.
Sin embargo y salvo en condiciones de una severa crisis, los
subsidios en gran escala al consumo individual son total-
mente incongruentes con el espíritu del capitalismo y des-
agradan a los intereses dominantes. Tales subsidios acarrea-
rían diversas repercusiones que irían en gran detrimento del
funcionamiento normal del orden capitalista. Los pagos no
compensados del gobierno a los individuos no sólo tenderían
a elevar el tope inferior de salarios, dando al asalariado un
mínimo de subsistencia independiente de la ocupación y, por
lo tanto, cambiando su valoración relativa de ingreso y ocio,
sino que, lo que es quizás tan importante, tales ingresos no
ganados serían totalmente ajenos a las normas fundamenta-
les de la ética y de los valores del sistema capitalista. El prin-
cipio de que el hombre común tiene que ganar el pan con el
sudor de su frente, es la argamasa de un orden social cuya
cohesión y funcionamiento se basa en castigos y recompen-
sas monetarias. Al reducirse la necesidad de trabajar para vi-
vir, la distribución gratuita de un gran volumen de bienes y
servicios minaría inevitablemente la disciplina social de la
sociedad capitalista y debilitaría las posiciones de prestigio y
de control social que coronan su pirámide jerárquica.137

137
Es ésta la razón por la que, cuando los subsidios al consumo indi-
vidual se realizan en situaciones que exigen el alivio de una enorme
miseria, la aceptación de esos beneficios está asociada con un serio
oprobio social. Lo que fue cierto con los tristemente célebres asilos de
pobres de la Gran Bretaña hace 100 años, es igualmente cierto en las
condiciones modernas, aun cuando el gran incremento en el número
de gente que ha tenido que depender en una u otra ocasión de la asis-
157
Puesto que estas consideraciones se aplican en mucho me-
nor grado a las contribuciones estatales al consumo colecti-
vo, se ha considerado al gasto destinado a este fin como un
método más respetable para cebar la bomba. Este gasto, al
involucrar generalmente una mayor construcción, eleva más
directamente la demanda de productos de las industrias pe-
sadas que los subsidios individuales al consumo y, en mu-
chos casos, les proporciona valiosas "economías externas". La
construcción de nuevas carreteras en localidades adecuadas,
obviamente tiene esas implicaciones favorables, la construc-
ción de oficinas de correos, escuelas, hospitales, etc., en el
lugar apropiado, puede-ser de una gran utilidad para las em-
presas. Sea que proporcionen sus servicios gratuitamente,
como sucede en algunas ocasiones, o bien mediante el pago
de cuotas, tales establecimientos de consumo colectivo no
tienen las desventajas materiales e ideológicas de los subsi-
dios al consumo individual. No afectan negativamente al de-
seo de trabajar de la clase obrera ni a su precio, y no pertur-
ban la regla soberana del becerro de oro.
Sin embargo, la cantidad de dinero que el gobierno puede
gastar para tales objetivos es algo limitada. En primer lugar,
tropieza con la seria resistencia de los estratos de altos ingre-
sos para costear con sus impuestos el establecimiento de ins-
talaciones que ellos mismos usarán poco.138 Más aún, algunos
de los establecimientos de consumo colectivo interfieren con
poderosos intereses creados; así, por ejemplo, las habitacio-
nes baratas y la eliminación de tugurios son combatidos en-
conadamente por el influyente grupo que controla los bienes
raíces. Además, el alcance de los programas de este tipo está
tencia pública, ha hecho que la desgracia que ello representa sea un
poco más soportable para los individuos que la han recibido.
138
Esto obviamente se aplica también a los subsidios gubernamentales
al consumo individual. La oposición vociferante de estos círculos al
apoyo estatal a la educación es un ejemplo excelente de su actitud.
Bastante interesante es también el hecho de que esta oposición no
provenga tanto de los círculos de las grandes empresas, en donde el
valor de la mano de obra bien entrenada se entiende más o menos
claramente, sino de las pequeñas empresas, mucho menos dadas a
pensar en términos "globales" semejantes.
158
estrechamente limitado, en ciertas épocas, por las posibili-
dades de la industria de la construcción. Es obvio que el po-
tencial de esta industria puede ser ampliado, pero una tal ex-
pansión puede ser difícil a corto plazo dada la inmovilidad de
diversos recursos y la naturaleza temporal de los proyectos
de que se trata. Las empresas constructoras no serán induci-
das fácilmente a efectuar inversiones cuantiosas sabiendo
que sus negocios pueden reducirse sustancialmente en unos
cuantos años. En la actualidad, en la mayoría de los países, si
no es que en todos, una gran expansión de los establecimien-
tos de consumo colectivo probablemente sería de todas for-
mas altamente irracional, dada la prioridad social existente.
No hay justificación para construir caminos adicionales o
monumentos, cuando existe una necesidad imperiosa de li-
quidar tugurios, de hacer escuelas, de proporcionar alimen-
tos y vestidos; tampoco hay justificación para transferir a los
sastres a trabajos de construcción cuando hay necesidad de
desarrollar, por un plazo largo, la industria del vestido. Por
consiguiente, aunque el gasto gubernamental destinado al
consumo colectivo es más sensato que los gastos en empre-
sas del todo inútiles que únicamente proporcionan salarios a
individuos contratados sin ningún provecho, cabe dudar de
su racionalidad. Aquello que pueda tener un significado
"práctico" todavía mayor, difícilmente será de una magnitud
suficiente para absorber una parte importante del excedente
económico.
Esto nos lleva al cuarto método posible de intervención es-
tatal, a saber, la inversión en instalaciones productivas. Ya
que no son factibles ni una reducción planeada de la produc-
ción total, ni un incremento suficiente del consumo corrien-
te, un aumento de la inversión representa la única forma ra-
cional en que la utilización de la producción puede elevarse
al nivel de la oferta global en condiciones de ocupación ple-
na. Sin embargo, es obvio que de todas las formas concebi-
bles del gasto gubernamental, éste es el único totalmente ve-
dado en un régimen de capital monopolista. De hecho, todas
las consideraciones que impiden a las empresas monopolis-
tas invertir ellas mismas sus desbordantes ganancias, exclu-
159
yen a fortiori la tolerancia para dicha inversión gubernamen-
tal. Sea que la inversión estatal se dirija hacia las ramas in-
dustriales monopolistas u oligopolistas, donde se mantiene a
bajos niveles a causa de la política de elevación al máximo de
las ganancias de las empresas involucradas, o bien que tenga
por objeto desarrollar nuevas industrias, atractivas por sí
mismas al capital monopolista, o cuya producción puede
competir con la de las empresas existentes, resulta igualmen-
te intolerable para los intereses dominantes.
Donde el gobierno tiene "permiso" para invertir es en las
esferas de actividad que, hasta ese momento, están fuera de
toda explotación comercial y no tienen importancia para los
intereses de las grandes empresas. Este tipo de inversiones,
en que el gobierno absorbe los costos y los riesgos de explo-
ración y experimentación, recibe el aliento del capital mono-
polista. Pero en el caso de que esta acción tenga éxito en sus
primeras fases, el desarrollo posterior y los beneficios que re-
sulten de ellas deben traspasarse rápidamente a las empresas
privadas.139

139
"Los que se oponen a una mayor actividad de la libre empresa en el
programa de energía atómica señalan que aproximadamente trece mil
millones de dólares han sido gastados en el campo de la energía ató-
mica por los contribuyentes americanos, incluyendo este año fiscal. A
voz en cuello afirman que sería una estupidez traspasar tal inversión a
la empresa privada... Sin embargo, no debemos olvidar los miles de
millones de dólares de impuestos que se han gastado en impulsar el
aeroplano, la turbina y el motor diesel, así como en muchos otros
campos del desarrollo industrial y que posteriormente fueron transfe-
ridos a la libre empresa para su mejoramiento y desarrollo en benefi-
cio de la humanidad. .. A causa del costo exorbitante inicial, la indus-
tria privada quizá no puede ser capaz de soportar el peso de la indus-
tria de energía atómica. Esto significa que el gobierno tendrá que
compartir los costos iniciales durante los años de experimentación.
Sin embargo, y después de haber adquirido el conocimiento y la expe-
riencia necesarios, el genio de nuestro sistema americano de libre
empresa la capacitará para impulsarla tal como lo ha hecho en otras
ocasiones cuando ha trabajado con el gobierno y se ha encargado del
programa del desarrollo industrial." Discurso del representante James
E. Van Zandt, miembro del Joint Congresíonal Committee on Atomic
Energy, en el Decimoctavo Congreso de la Industria Norteamericana,
160
Queda entonces la quinta posibilidad de acción guberna-
mental, a saber, los gastos gubernamentales exhaustivos que
no sean en bienes de consumo individual o colectivo ni en
inversiones útiles, sino en empresas improductivas de todas
clases. De hecho, esta forma del gasto gubernamental es la
más amplia de todas y, sin lugar a dudas, la de mayor impor-
tancia. Excede en mucho a la suma de todos los otros rubros
del presupuesto gubernamental y constituye el principal
"impulso externo" que impide a la economía del capitalismo
monopolista estancarse en la "situación dada", dotándola, en
ocasiones, de capacidad para generar condiciones de prospe-
ridad y de ocupación relativamente elevadas. Este escape pa-
ra el desbordante excedente económico de un país capitalista
avanzado, está asociado con sus relaciones internacionales.
Dada su enorme importancia, esto requiere una exposición
algo más detallada.

IV
Cuando anteriormente se trató sobre las posibilidades de
igualar la demanda global a la oferta total, se estaba consi-
derando lo que en la literatura económica se denomina habi-
tualmente un "sistema cerrado". Sin embargo, una vez que se
toman en consideración las relaciones económicas interna-
cionales de un país capitalista avanzado, la situación se pre-
senta bajo una luz algo distinta. Es obvio que el comercio ex-
terior proporciona una salida al excedente económico sólo
en el caso de que las exportaciones se hagan a cambio de oro
o cuando las ganancias se inviertan en el exterior. Si las ex-
portaciones se compensan por las importaciones, no hay, a
primera vista, ningún cambio en la magnitud del ingreso na-
cional y, en consecuencia, ninguna modificación en el volu-
men del excedente económico. Sin embargo, aun el simple
intercambio de exportaciones por importaciones tiene vital
importancia para algunos países. En realidad y en muchos de
ellos, el simple mantenimiento de la "situación dada" sólo es
posible cuando existe un comercio exterior de cierta magni-
auspiciado por la National Association of Manufacturers, el 4 de di-
ciembre de 1953 (citado en Monthly Review, mayo de 1953).
161
tud, aunque esté equilibrado. Únicamente a través del co-
mercio exterior puede obtenerse la diversidad física de bienes
que requiere la estructura de su producción, consumo e in-
versión. Más aún, mediante el aprovechamiento de fuentes
de materias primas más baratas, nuevas o de mejor calidad,
de combustible, etc., hasta un comercio exterior equilibrado
puede hacer que surjan nuevas industrias, nuevas técnicas o
nuevos productos que pueden estimular una inversión adi-
cional. En forma similar, a través de la expansión del merca-
do para los productos de las empresas individuales, el co-
mercio exterior puede provocar incrementos de la produc-
ción y de la inversión que de otra manera no se efectua-
rían.140 De todas formas, la importancia del comercio exterior
como factor dinámico, como fuente de un impulso que ayu-
da a la economía capitalista a romper la "situación dada", ra-
dica fundamentalmente en que proporciona el mecanismo
para exportar capital.141
Sin embargo, esto es sólo una parte, y ni siquiera la parte
decisiva, de todo el problema. En un país capitalista, el co-
mercio exterior, a semejanza de cualquier otro comercio, se
lleva a cabo por empresas individuales, y éstas no pueden
guiarse en sus actividades por consideraciones "globales", es
decir, por la preocupación del impacto que tienen sus opera-
ciones en la economía en su conjunto. Si se quiere compren-
der el efecto de las transacciones de las empresas individua-
les en el ingreso nacional y en la ocupación, debe investigar-
se qué resultados pueden esperarse de la interinfluencia de
estas transacciones en las distintas circunstancias históricas.
En el capitalismo competitivo, los empresarios estaban an-
140
Sin embargo, en condiciones de comercio equilibrado, este efecto es
menos seguro en la economía en su conjunto, puesto que la expan-
sión en las industrias exportadoras puede ser neutralizada por la con-
tracción de aquellas industrias que se vean afectadas por la entrada de
bienes importados a sus mercados.
141
La importación de oro difiere en muchos aspectos de la exportación
de capital. Su volumen es naturalmente limitado, no constituye un
acto de inversión para una empresa individual y, por lo tanto, no pro-
duce ingresos, etc. Sin embargo, en el contexto presente, puede tra-
tarse como equivalente a la exportación de capital.
162
siosos de vender sus mercancías en el extranjero. Cuando los
precios del mercado exterior eran más tentadores que los in-
ternos y los ingresos esperados eran más elevados, la empre-
sa competitiva realizaba todos los esfuerzos para penetrar en
esos mercados y, por consiguiente, para incrementar sus ga-
nancias medias. También estaban ansiosos de obtener de los
países extranjeros materias primas y productos de cualquier
clase, cuando tales importaciones podían venderse con ga-
nancia en el mercado interno o en el internacional. Sin em-
bargo, en las condiciones competitivas funcionaba un cierto
mecanismo automático que imponía una seria limitación a la
actividad del comercio exterior. Esta barrera era el balance
de pagos con el exterior. Cuando los capitalistas de un país
tendían a exportar a otro más de lo que importaban de ese
país, se producía una reacción más o menos rápida, y más o
menos automática, para remediar el desequilibrio del balan-
ce de pagos. Un cambio en el nivel de actividad económica o
la salida de oro del país deficitario, producían un descenso
de su nivel de precios y, por lo tanto, desalentaban las im-
portaciones e impulsaban las exportaciones, o bien provoca-
ban una depreciación de su moneda (o la posible modifica-
ción de la estructura de su arancel, que tenía el mismo efec-
to). El capitalista individual, tanto en el país acreedor como
en el deficitario, normalmente no estaba en posición de in-
fluir en este proceso y tenía que aceptarlo, bien que mal,
como un hecho que debía tomar en cuenta.
En forma similar, las exportaciones de capital efectuadas
durante el capitalismo competitivo, fueron en gran medida el
resultado de una multitud de movimientos de capital relati-
vamente pequeños. De hecho, una empresa competitiva, do-
tada de un capital relativamente pequeño, no podía típica-
mente dedicarse a exportar capital; todas las exportaciones
de capital en ese período se debieron fundamentalmente a
constelaciones históricas más o menos accidentales. De ahí
que las exportaciones de capital de la Gran Bretaña en la
primera parte del siglo XIX estuviesen estrechamente ligadas
con la emigración de súbditos británicos hacia diversas par-
tes del Imperio (donde se establecieron con ayuda del dinero
163
traído de su país nativo) y con las actividades de los merca-
deres aventureros que empleaban su capital en el exterior
como préstamos a corto plazo.142 Del mismo tipo fueron las
inversiones de "cartera", basadas en la adquisición de accio-
nes de las empresas de un país por los residentes de otro.
Ninguna de éstas llegó a tener grandes proporciones, ni tam-
poco representaron un esfuerzo sistemático para invertir en
el exterior.
En el capitalismo monopolista, tanto en éste como en otros
muchos aspectos, las cosas han tomado un giro totalmente
distinto. La empresa monopolística y oligopolística, que tra-
baja en condiciones de costos rápidamente decrecientes, está
aún más ansiosa que su antecesora competitiva por ampliar
sus ventas en el exterior. De hecho, aun cuando los precios
que prevalecen en los mercados exteriores sean más bajos
que los del interior, puede convenirle impulsar sus exporta-
ciones y emprender una discriminación de precios, pues ésta
no afectará su posición en el mercado interno. Al mismo
tiempo, como tiene una producción masiva y es un compra-
dor en gran escala de materias primas, estará muy interesada
en el abastecimiento y el precio de tales importaciones, que
pueden ser indispensables para la marcha de sus negocios.
Debe tratar de mantener y desarrollar las fuentes exteriores
de abastecimiento y maniobrar con el objeto de asegurar, lo
más que pueda, una posición monopsonista mediante las in-
versiones en los "países fuentes" (inversiones que fácilmente
puede costear dadas las grandes cantidades de capital que
tiene a su disposición).
De hecho, la situación que era (y todavía es) inmutable pa-
ra la pequeña empresa competitiva, está ahora sujeta a las
maniobras de las gigantescas corporaciones. El mecanismo
más o menos automático del funcionamiento del balance de

142
Véase el interesante artículo de Ragnar Nurkse, "The problem of In-
ternational Investment Today in the Light of Nineteenth Century Expe-
rience", Economic Journal (diciembre de 1954). Es obvio que aquí la ar-
gumentación no se refiere a los préstamos gubernamentales a otros
gobiernos, o a mercados privados de capital, que han sido motivados
en su mayoría por consideraciones políticas o militares.
164
pagos, que equilibraba las importaciones y las exportaciones
de innumerables empresas y los movimientos a corto y a lar-
go plazo de una multitud de capitales relativamente peque-
ños, ya no representa un obstáculo real para los esfuerzos de
una empresa monopolista u oligopolista. Cuando su movi-
miento de exportación tropieza con la existencia de un défi-
cit en el balance de pagos del país importador, está en capa-
cidad de otorgar grandes créditos a sus compradores o de in-
ducir a las poderosas instituciones financieras con las cuales
está ligada, para que proporcionen el financiamiento necesa-
rio. Si el gobierno del país importador preparase una deva-
luación de su moneda o el establecimiento de medidas res-
trictivas a la importación, la empresa puede ejercer su propia
influencia u organizar la presión conjunta de varios enormes
consorcios con el objeto de impedir tales manifestaciones
hostiles. Cuando las materias primas que puede necesitar es-
tuviesen escasas en el país fuente o gravitasen hacia algún
otro mercado de exportación, puede hacer grandes inversio-
nes de capital en ese país, para asegurarse así esas materias
primas.
No debe suponerse que las exportaciones de capital en el
capitalismo monopolista no tropiezan con problemas y fácil-
mente pueden asumir proporciones cada vez más grandes.
Por lo contrario, las exportaciones privadas de capital no sólo
se encuentran con que varias de las fuerzas que obstaculizan
la inversión en sus propios países existen en el exterior, sino
que deben, además, superar muchos obstáculos adicionales.
El impulso de las empresas monopolistas y oligopolistas (y
de los grupos financieros conectados con ellas), para invertir
en el exterior, está estrechamente limitado por su política
económica general.
Raramente se inclinan a emplear sus fondos en el exterior
para construir plantas y equipos que pudiesen abastecer las
necesidades de los mercados extranjeros. Es natural que pre-
fieran exportar a esos mercados sus propios productos, cuyos
costos marginales tienden a ser muy bajos. Tampoco su inte-
rés en desarrollar la explotación de las materias primas ex-
tranjeras es tal que los induzca a impulsar su producción óp-
165
tima. La inversión que se efectúa en este renglón, depende
más bien de la cantidad de materias primas que la corpora-
ción inversionista puede usar en sus propias plantas o utili-
zar lucrativamente en su propio país o en algún otro.
Por lo tanto, esto implica que los principios familiares de
elevación al máximo de las ganancias en condiciones de mo-
nopolio y oligopolio (no "deteriorar el mercado", no lanzarse
a una competencia degolladora con los rivales poderosos,
etc.) son tan válidos para la inversión extranjera como para la
inversión interior. Es evidente que en tanto más grandes y
más importantes sean las empresas, cuanto mayor sea su im-
portancia en sus economías nacionales o en cualquier rama
particular de la economía mundial, más capacitadas estarán
para valorar la estructura de cualquier mercado particular y
serán más circunspectas y cautas en sus decisiones de inver-
sión.
Sin embargo, además de estos obstáculos "normales" a la
inversión, existen otros impedimentos no menos importan-
tes en el caso de la inversión extranjera. Aun donde la inver-
sión extranjera parece ser prometedora para la corporación
de un país capitalista avanzado, ésta debe considerarse a la
luz de las incertidumbres políticas y sociales que se asocian a
las aventuras en el exterior. Estas incertidumbres se han in-
crementado notoriamente en la era del imperialismo, de las
guerras y de las revoluciones nacionales y sociales, y el riesgo
que esto ha traído consigo a las exportaciones de capital re-
duce grandemente su atractivo para los posibles inversionis-
tas. El temor a las conflagraciones militares, a los "motines,
agitación y revolución", a las medidas de nacionalización, a
restricciones cambiarias o comerciales en otros países, nece-
sariamente ha tenido un efecto deprimente sobre el volumen
de la inversión en el exterior.
Pero lo que tiene una importancia trascendente y realmen-
te hace época, es que ninguno de estos obstáculos a la ex-
pansión de los mercados exteriores y a la exportación de ca-
pital ha sido aceptado pasivamente por las empresas mono-
polistas y oligopolistas. Representando una parte importante
de la producción global de su rama industrial (o aun de su
166
país), controlando una gran cantidad de riquezas, dispo-
niendo de conexiones en escala mundial y de una vasta in-
fluencia, una corporación gigantesca puede, por sí sola o jun-
to con otros consorcios en posición similar, jugar un papel
tan importante en la determinación de la actitud de su go-
bierno en los asuntos políticos y económicos extranjeros,
como el que desempeña en la orientación de la política inte-
rior.143 Como consecuencia de esto, una gran empresa de un
país capitalista avanzado puede disponer, para sus operacio-
nes internacionales, no sólo de su prodigioso poder financie-
ro, sino también de los gigantescos recursos del gobierno na-
cional de su país.
La disponibilidad de este apoyo estatal fortalece notoria-
mente la capacidad de las empresas monopolistas y oligopo-
listas para lidiar con las dificultades que se les presentan en
sus actividades económicas en el exterior. Por lo que se refie-
re a las limitaciones que les impone la estructura de los mer-
cados internacionales, el apoyo de su gobierno incrementa
grandemente su poder competitivo. De todas formas, la esta-
bilidad de la estructura de cualquier mercado internacional
será siempre más precaria que la de cualquier mercado inter-
no. El número de empresas oligopolistas en la economía
mundial es, naturalmente, más grande que en la de un solo
país y los controles financieros comunes, las juntas directivas
coaligadas, etc., son menos frecuentes. Por lo tanto, las res-
tricciones a la competencia entre las empresas oligopolistas
de diferentes nacionalidades son menos pronunciadas y las
consideraciones que actúan en contra de sus tácticas agresi-
vas dentro de la economía de su país son menos obligatorias
en el caso de la economía mundial.144 Empero, el hecho de

143
Para un estudio brillante y cabal del papel dominante que han ju-
gado las grandes empresas en las políticas exteriores de las grandes
potencias antes de la primera Guerra Mundial, véase G. W. F. Hall-
garte, Imperialismus vor 1914 (Munich, 1951).
144
Los miembros de una rama industrial oligopolista de un país, rara-
mente compiten entre sí en los mercados mundiales. Las considera-
ciones que restringen y aun impiden su competencia efectiva en el
interior se aplican con igual fuerza a sus operaciones en el exterior.
167
que cada titán oligopolista, en la lucha competitiva en los
mercados mundiales, pueda apoyarse en su gobierno nacio-
nal, reduce todavía más la influencia de los factores que de-
terminan la estabilidad estructural de los mercados indivi-
duales. Confiada en el apoyo económico, diplomático y mili-
tar de su gobierno nacional, la empresa oligopolista que ope-
ra en el mercado mundial se ve tentada, irresistiblemente, a
tratar de conquistar una porción mayor de éste, o a buscar
oportunidades adicionales para su inversión. Cuando el otor-
gar crédito a los compradores de un país importador que tie-
ne un déficit en su balance de pagos, se considera como una
práctica comercial poco prudente, las empresas monopolis-
tas pueden utilizar a su gobierno para que otorgue los prés-
tamos y las garantías necesarias, o bien para que asuma los
riesgos y proporcione las garantías adecuadas. Cuando los
gastos necesarios para eliminar o restringir las actividades de
una empresa competidora de otro país son demasiado gran-
des, las empresas monopolistas pueden transferirlos más o
menos fácilmente al tesoro nacional de su país. Cuando la
inversión para desarrollar la producción de materias primas
en un país fuente no atrae a una corporación, o al grupo fi-
nanciero asociado a ésta —sea por los costos demasiado altos
de la exploración inicial o bien porque se esperan de ella ga-
nancias insuficientes—, su gobierno nacional puede ser in-
ducido a soportar toda o parte de la carga financiera.145
El apoyo estatal a las gigantescas corporaciones que compi-
ten en la economía mundial también influye de otra forma.
La presión política, económica y militar que sobre el país
más pequeño y débil ejerce el gobierno nacional de la corpo-
ración, puede excluir del mercado de ese país a los competi-
dores de algún otro. Un préstamo otorgado a ese país por

De hecho, es frecuente que los oligopolistas de un país operen unidos


los mercados mundiales fundando sindicatos comunes, agencias de
compra, etc. Las leyes anti-trust de los Estados Unidos consideran es-
pecíficamente la posibilidad de tales combinaciones (Webb-
Pomerane).
145
Véase mi artículo "The Rich Got Richer", The Nation (enero 17 de
1953).
168
parte del gobierno de una empresa oligopolista, puede estar
ligado a condiciones que orienten decisivamente la balanza
competitiva a favor de esa empresa.146
En forma similar, los impedimentos a la inversión extran-
jera que surgen de las incertidumbres políticas, del peligro
de levantamientos sociales o de la alharaca de los gobiernos
de los países dependientes, frecuentemente pueden ser supe-
rados con la ayuda de los gobiernos de las potencias imperia-
listas. Una gigantesca corporación a menudo se enfrenta a
una nación pequeña y débil no sólo como el único compra-
dor de sus exportaciones o como una fuente importante de
sus importaciones (y de sus créditos), sino que está en capa-
cidad por sí sola, o haciendo uso de las facilidades apropia-
das de su propio gobierno, de intervenir activamente en la
política materna de ese país, de comprar, de instalar o de de-
rribar su administración, de hacer o deshacer a sus políti-
cos.147 Y, cuando sea necesario, puede usar la potencia militar

146
"En varias partes del mundo una corporación norteamericana debe
realizar sus negocios en forma franca y abierta con el gobierno extran-
jero, con o sin apoyo del Departamento de Estado de los Estados Uni-
dos. Las compañías petroleras norteamericanas que hacen negocios
en Venezuela, las compañías norteamericanas de cobre que hacen ne-
gocios en Chile, las compañías azucareras norteamericanas que hacen
negocios en la República Dominicana, para dar algunos ejemplos, tra-
tan directamente con las autoridades competentes de esos Estados.
Aunque las prácticas de las corporaciones están lejos de ser unifor-
mes, parece ser que la mayoría de las corporaciones norteamericanas
prefieren el trato directo que el que se hace a través de las Embajadas
norteamericanas y de los funcionarios diplomáticos, aunque los di-
plomáticos pueden ayudar en ciertas circunstancias. Algunas de las
corporaciones más grandes disponen de informes continuos y deta-
llados sobre las actitudes y aptitudes de los funcionarios diplomáticos
norteamericanos, clasificándolos de acuerdo a su utilidad probable
para hacer avanzar o para proteger los intereses de la compañía." A.
A. Berle, Jr., The Twentieth Century Capitalist Revolution (Nueva York,
1954), pp. 131 ss. Los antecedentes del profesor Berle dan un peso ex-
cepcional a su testimonio. Él fue Secretario de Estado Adjunto de 1938
a 1944 y Embajador de los Estados Unidos en Brasil de 1945 a 1946.
147
Los ejemplos de esto tienen tal ubicuidad que pueden escogerse al
azar. Sea que consideremos las prácticas británicas o norteamericanas
169
del país imperialista para asegurar la "libertad" a las activida-
des de las empresas monopólicas.
De ahí que la competencia entre los oligopolistas en la are-
na mundial se convierta cada vez más en una lucha por el
poder entre los países imperialistas. Su resultado depende no
sólo de la fuerza de las empresas que están en competencia,
sino de la potencia política y militar de sus propios países.
Los límites a esa expansión del comercio exterior o a la in-
versión extranjera de las empresas oligopolistas y monopolis-
tas apoyadas por el gobierno de un país, están determinados
por la resistencia de las empresas oligopolistas y monopolis-
tas apoyadas por los gobiernos de otros países, por la resis-
tencia de las naciones dependientes y por el grado en que las
condiciones sociales y políticas internas faciliten u obstaculi-
cen el servilismo del gobierno a los intereses de las grandes
empresas.
Esto da lugar necesariamente a una gran fluidez en los be-
neficios que derivan del comercio y de la inversión extranje-
ros los países capitalistas en lo individual. La disparidad en el
desarrollo de su política interna y del crecimiento de su po-
derío nacional (y de la fuerza de sus grupos industriales y fi-
nancieros) es la causa de los continuos cambios en el status
que guardan en la economía mundial. A los períodos de paz
precaria y estabilidad se suceden condiciones de disturbio y
fricción. La coexistencia "normal" bajo los acuerdos de cartel
o de cuotas, cede su puesto a enconados conflictos y a la
guerra abierta. La intensidad del impulso que una economía
capitalista avanzada recibe de sus relaciones exteriores difie-
re, por consiguiente, no sólo de país a país, sino de un perío-
do histórico al siguiente, siendo en ocasiones más pronun-
ciado a favor de un país y en otras a favor de uno o varios de
sus rivales.

respecto a los países del Cercano Oriente, de Latinoamérica o del Asia


Sud Oriental, el modelo de las maniobras imperialistas en las condi-
ciones políticas de los países pequeños y débiles no varía. Volveremos
sobre este punto posteriormente.
170
El monto del excedente económico que se absorbe "auto-
máticamente" a través de las relaciones económicas con el
exterior, no proporciona ni siquiera una medida aproximada
de su importancia para las economías de las potencias impe-
rialistas. Lo que tiene una enorme trascendencia es el impac-
to de estas relaciones en el ámbito y la naturaleza de las acti-
vidades estatales en los países capitalistas avanzados. Como
se mencionó anteriormente, el status competitivo en la eco-
nomía mundial de las empresas oligopolistas y monopolistas
de un país imperialista, depende de hecho y en gran propor-
ción del apoyo sistemático y cabal por parte de su gobierno.
Lo que resolvía el problema hace uno o dos siglos ya no basta
en la actualidad. Ni una démarche ocasional y enfadada por
parte del Ministerio de Relaciones y ni siquiera la moviliza-
ción de buques de guerra a un punto conveniente —que en
los buenos viejos tiempos bastaba frecuentemente para
"normalizar" las relaciones de un país irrazonable con los
empresarios de una gran potencia— esbozan, en el presente,
el alcance de la intervención gubernamental que se necesita.
Lo que se requiere actualmente, en términos económicos,
son grandes préstamos gubernamentales, dádivas y "asisten-
cia técnica" apropiada para los países que interesan a las ac-
tividades exteriores de las corporaciones. Lo que hace falta
en la actualidad, en términos políticos, es el establecimiento
de bases militares donde esto sea posible con objeto de ase-
gurar la estabilidad política y social, la existencia de gobier-
nos acomodaticios y una política apropiada en lo económico
y en lo social en todos los países accesibles del mundo. Cual-
quier equilibrio que se logre en estas circunstancias, es, por
consiguiente, muy inestable. Guerras grandes y pequeñas
marcan el reajuste de las condiciones mundiales respecto al
poderío cambiante de las potencias que compiten y tienen
como único resultado un nuevo equilibrio precario de una
duración incierta.
La constelación socioeconómica en el capitalismo mono-
polista es tal, que condiciona al público, a los funcionarios
importantes, a los legisladores y a los dirigentes intelectua-
les, a las políticas del imperialismo. Escribiendo hace ya
171
más de cincuenta años, Hobson nos dio un atisbo del me-
canismo involucrado.148 Pero, pese a lo justo de su percep-
ción, no penetró totalmente en lo intrincado del problema.
Lo que ha sido decisivo para promover el éxito espectacular
que las empresas monopolistas han tenido al transformar al
cuerpo político de los países capitalistas avanzados en un
instrumento dócil a sus intereses en el extranjero, es que
estas políticas no están basadas meramente, y ni siquiera en
una forma fundamental, en la ofuscación de las masas ni en
la corrupción de los funcionarios o en la traición de los po-
líticos. La política del imperialismo puede, de hecho, bene-
ficiar al hombre común de un país imperialista, tal como
claramente lo percibió Lenin, al llamar la atención sobre la
existencia de una "aristocracia obrera" que compartía las
ganancias adicionales de las empresas monopolistas.149 Esto
fue captado quizá en una forma más amplia por Engels,
quien, en una carta a Marx (7 de octubre de 1858), escribió
proféticamente: "El proletariado inglés se está aburguesan-
do cada vez más, de manera tal que ésta, la más burguesa
de las naciones, aparentemente tiende a poseer una aristo-
cracia burguesa y un proletariado burgués además de una
burguesía. Para una nación que explota a todo el mundo es-

148
"El agente que controla y dirige todo el proceso... es la presión de
los motivos financieros industriales, que se manejan en favor de los
intereses materiales inmediatos de los grupos pequeños, capaces y
bien organizados" de una nación. Estos grupos aseguran la coopera-
ción activa de los hombres de estado y de las cliques políticas que
manejan el poder de los "partidos", en parte al asociarlos directamen-
te a sus maniobras de negocios y en parte apelando a los instintos
conservadores de los miembros de las clases poseedoras, cuyos intere-
ses creados y su dominio de clase están más resguardados cuando se
desvían las corrientes de energía, de la política interior hacia la exte-
rior. La aceptación, y aun el apoyo activo y entusiasta, del cuerpo de
una nación a un curso político fatal para sus propios intereses, se ase-
gura parcialmente apelando a su misión civilizadora pero, fundamen-
talmente, recurriendo a los instintos primitivos de la raza." J. A. Hob-
son, Imperialism (Londres, 1902), p. 212.
149
E. Varga y L. Mendelsohn (eds.), New Data for Lenin's Imperialism.
The Highest Stage of Capitalism (Nueva York, 1940), p.224.
172
to es, en cierta forma, comprensible."150 En realidad, los fru-
tos de la política imperialista corresponden no sólo a la ci-
ma plutocrática de un país capitalista avanzado y a sus de-
pendientes y agentes inmediatos, sino que afectan, en gran
medida, la existencia de la sociedad del capitalismo mono-
polista. Lo que aquí importa no es el incremento del ingre-
so y de la ocupación que puede derivar un país imperialista
del comercio y de la inversión en el exterior. Éstos no nece-
sitan ser muy grandes, aun cuando sean de considerable
importancia para las corporaciones individuales involucra-
das y a los grupos asociados con ellas.151 De hecho, en tanto
las ventajas ligadas en forma inmediata a las actividades
económicas en el exterior representaron la consideración
más importante en el fomento de las políticas imperialistas,
sus cimientos políticos y su justificación ideológica fueron,
inevitablemente, algo endebles. Es imposible manipular,
más que por períodos relativamente cortos, a una nación
adelantada mediante el fraude abierto y la corrupción, así
como tampoco puede durar mucho la filosofía de "la carga
del hombre blanco" y la doctrina de la superioridad racial
frente al contraste tan marcado que existe entre los aterra-
dores costos humanos y materiales del imperialismo y los
resultados que se obtienen, es decir, las enormes ganancias
de un puñado de grandes negociantes. Este contraste tenía
que desacreditar al corrupto portavoz del imperialismo y
hacer explotar sus fábulas hipócritas y fraudulentas, limi-
tando la circulación de ambos a las franjas jingoístas de los
políticos imperialistas y de la "cultura".
El problema se presenta en una perspectiva totalmente dis-
tinta cuando se toman en consideración no sólo las ventajas
directas que la política imperialista proporciona a la socie-
dad de un país capitalista avanzado, sino cuando se observan
todos sus efectos. Los préstamos y créditos a los llamados

150
Marx y Engels, Selected Correspondence (Nueva York, 1934), p. 115.
Un ligero cambio en la traducción ha sido hecha por el autor.
151
Sin embargo, la Gran Bretaña es un caso especial', donde el comer-
cio exterior y las inversiones han constituido per se las fuentes más
importantes del ingreso nacional.
173
gobiernos amigos de los países dependientes, los gastos para
los establecimientos militares necesarios para "proteger"
ciertos territorios o para reforzar alguna política en el exte-
rior, los desembolsos que implica un enorme aparato desti-
nado a organizar la propaganda, la subversión y el espionaje
tanto en las regiones sometidas, como en otros países impe-
rialistas competidores o "inseguros", asumen magnitudes
prodigiosas. Aunque representan una gran parte del Produc-
to Nacional Bruto —en los Estados Unidos el promedio de la
última década fue casi del 20 %—, su importancia no la refle-
ja enteramente ni siquiera esta proporción. Ésta puede acla-
rarse cuando se comprende que la parte del excedente eco-
nómico que absorben estos gastos es substancialmente más
grande. De ahí que el impacto de esta forma de utilización
del excedente económico sobre el nivel de ingreso y ocupa-
ción de un país capitalista avanzado, trascienda por mucho
al efecto generador que en el ingreso y la ocupación repre-
sentan las actividades económicas en el exterior propiamen-
te dichas. Estas últimas, de hecho sólo tienen una importan-
cia accidental si se les compara con las primeras, que son la
piedra suelta que pone en movimiento a una enorme roca.
El que los medios de que se vale la política imperialista
opaquen completamente sus objetivos originales, tiene im-
plicaciones de gran alcance. Al proporcionar un amplio es-
cape para el desbordante excedente económico, este gasto
para financiar la política imperialista se transforma en la
forma central de los "gastos exhaustivos" del gobierno, en la
médula de la intervención estatal a favor de la "ocupación
plena". En realidad, este tipo de gasto gubernamental es el
único que el capital monopolista acepta íntegramente. Favo-
rece a las grandes empresas, al proporcionarles demanda
adicional para su producción sin interferir en sus mercados
normales; no tiene ninguna de las desventajas de todos los
otros tipos de gasto gubernamental, asegurando al mismo
tiempo altos niveles de ganancia y los niveles requeridos de
ocupación. De ahí que la continuación y aun la expansión de
las políticas imperialistas y de los gastos militares ligados a
éstas, obtengan el apoyo no sólo de sus beneficiarios direc-
174
tos, es decir, de las corporaciones que obtienen grandes ga-
nancias de sus transacciones apoyadas por el gobierno en el
exterior, las empresas cuyo negocio es abastecer al gobierno
con equipo militar, los generales y los almirantes que están
ansiosos de que no se les releve de sus responsabilidades no
muy arduas, los intelectuales que encuentran amplia aplica-
ción a sus talentos en diversas organizaciones que deben su
existencia a estas políticas, y la "aristocracia obrera" que re-
coge las migajas de las mesas de los monopolios. El gasto
gubernamental en gran escala para propósitos militares apa-
rece así como esencial para la sociedad en su conjunto, para
todas sus clases, grupos y estratos, cuyos trabajos e ingresos
dependen del mantenimiento de los altos niveles de activi-
dad económica.
En tales circunstancias, se produce una gran armonía entre
los intereses de las empresas monopolistas, por una parte, y
los del resto de la población, por la otra. La fórmula unifica-
dora de este "imperialismo del pueblo" —para usar la ade-
cuada expresión de Oskar Lange— es la "ocupación plena".
Con esta fórmula en su bandera, las empresas monopolistas
tienen pocos problemas en asegurar el apoyo de las masas a
su régimen indivisible, en controlar abierta y cabalmente al
gobierno y en determinar sin disputa su política interna y ex-
terna. Esta fórmula atrae al movimiento obrero, satisface las
exigencias de los agricultores, da gusto al "público grueso" y
ahoga en su nido toda oposición al régimen del capital mo-
nopolista.

VI
Sin embargo, esta brillante fachada de la prosperidad eco-
nómica y de la cohesión política y social es muy engañosa.
Puede fácilmente dar la impresión de que el problema básico
del capitalismo monopolista —el problema de la sobrepro-
ducción y del desempleo— ha sido dominado y que la estabi-
lidad y el funcionamiento del sistema están, "en principio",
asegurados. Esta visión del capitalismo, que está siempre
presente de una u otra forma en la ciencia económica bur-
guesa, recibe en la actualidad su formulación más refinada
175
de manos de los teóricos keynesianos de la ocupación plena.
Enfrentados con la sobre acumulación persistente y las insu-
ficientes oportunidades de inversión para el excedente eco-
nómico, y habiendo captado la teoría de la determinación
del ingreso a corto plazo, los keynesianos proclaman como la
sabiduría final de la ciencia económica el que cualquier gasto
promueve la prosperidad, que cualquier utilización del exce-
dente adelanta el bienestar general, quedando muy conten-
tos con este profundo análisis.152 Cuando les molesta la irra-
cionalidad manifiesta de una posición que exalta como un
bien absoluto, lo que cuando más podría considerarse como
un mal menor —aunque en el caso de los gastos para la pre-
paración de guerra aun esto es profundamente falso—, estos
economistas reculan a "posiciones previamente preparadas"
y subrayan que un aumento del ingreso y del empleo, como
quiera que se obtenga, causa una expansión de la demanda
total y conduce, por consiguiente, a un consumo más grande
y a cierta inversión adicional inducida por la ampliación del
mercado. No existe quizás un mejor ejemplo de los absurdos
a que puede llegarse mediante el ejercicio de esta "inteligen-
cia práctica". ¿Qué otra cosa puede decirse a favor de un ra-
zonamiento que justifica el desperdicio de cantidades enor-
mes de recursos materiales y humanos haciendo hincapié en
el subproducto de ese desperdicio, es decir, un cierto incre-
mento del consumo y otro "incierto" de la inversión?153
La irracionalidad de los economistas no es sino un reflejo

152
Comentando a Malthus, Ricardo hace notar que el punto de vista
de éste implicaría que "un cuerpo de trabajadores improductivos es
tan útil y necesario respecto a la producción futura como un incendio,
que consumiese en el almacén de la fábrica los bienes que esos traba-
jadores improductivos de otra manera hubieran consumido", y agre-
ga: "no puedo expresar en un lenguaje tan fuerte, como me gustaría,
mi asombro ante las diversas proposiciones que se adelantan en esta
sección". Ricardo, Works (edición de P. Sraffa) (Cambridge, 1951), vol.
II, pp. 421 y 423.
153
En presencia de un exceso de capacidad muy grande, la cantidad de
inversión "inducida" que resulta de un aumento en la demanda de los
consumidores puede ser en realidad muy pequeña y puede expresarse
fundamentalmente en un incremento de los inventarios.
176
de la irracionalidad del sistema económico y social que están
tratando de servir y de perpetuar.154 Es un componente im-
portante de todo un aparato ideológico que acondiciona con-
tinuamente a la gente a las exigencias del capitalismo mono-
polista. En realidad bajo la égida del principio de que "cual-
quier gasto es bueno", toda pesquisa acerca de la racionali-
dad de la utilización de un recurso pierde todo sentido. To-
dos los gastos de las empresas monopolistas, sin tomar en
consideración su naturaleza, su productividad o su contribu-
ción al bienestar humano, se encuentran actualmente santi-
ficados no sólo por haber pasado la prueba central de redi-
tuabilidad; también se santifican por ser esenciales al man-
tenimiento de la ocupación y del ingreso.155 Simultáneamen-
te, este principio desecha toda preocupación sobre la natura-
leza y propósitos del gasto gubernamental, al racionalizarlo
en todos los casos como un suplemento bienvenido a la de-
manda total, que conduce a la expansión necesaria de la ac-
tividad económica.
Claro está que el desperdicio sistemático de una propor-
ción bastante grande del excedente económico en fines mi-
litares, en la acumulación de inventarios redundantes, en la
multiplicación de los trabajadores improductivos, puede dar
el "impulso exterior" necesario a la economía del capitalismo
monopolista, puede servir como un remedio inmediato con-

154
De ahí que una colección de ensayos sobre la ocupación plena y
problemas conexos, hechos por un grupo de prominentes keynesianos
y editado hace algunos años por S. E. Harris, se hubiese titulado en
forma característica Saving American Capitalism.
155
Incidentalmente, el propio Keynes, que en lo esencial pertenece a
una época en la cual la razón todavía no se expulsaba totalmente del
templo de las ciencias sociales, era bastante ambivalente acerca de
este problema. Por una parte, hacía notar que "la experiencia no da
pruebas claras de que la política de inversión socialmente más venta-
josa, coincida con la más productiva". General Theory of Employment
Interest, and Money (Londres, 1936), p. 157. Por otra parte, observaba
que "no hay razón para suponer que el sistema existente emplee mal
los factores de producción que se utilizan... Es en determinar el volu-
men, pero no la dirección del empleo efectivo, donde el sistema exis-
tente ha fallado". Ibid., p. 379.
177
tra las depresiones, puede "matar el dolor" del desempleo
rampante. Pero como sucede con muchos otros narcóticos,
la aplicabilidad de estas inyecciones es limitada y su efecto
de muy corta duración. Y lo que es peor, con frecuencia
agrava la condición a largo plazo del paciente.
Un cierto volumen del gasto gubernamental eleva al ingre-
so y al empleo a un nuevo nivel. Este impulso se refuerza por
una cierta cantidad de inversión privada realizada como res-
puesta directa a la demanda estatal de abastecimientos mili-
tares; el negocio armamentista exige continuamente la cons-
trucción de nuevos equipos productivos, la realización de rá-
pidos cambios técnicos, la introducción expedita de los mé-
todos y medios de producción más adelantados.156 La expan-
sión de la demanda total que provocan, amplía a su vez el
mercado con el que se enfrenta la empresa capitalista. Un
incremento en la producción que anteriormente hubiese
conducido a niveles de precios más bajos y reducido las ga-
nancias, puede ser efectuado ahora sin tales repercusiones
desagradables. Esto estimula la inversión tanto en el sector
monopolista como en el sector competitivo de la economía,
en forma de maquinaria más eficaz y de una mayor capaci-
dad en el primero y, fundamentalmente, por el estableci-
miento de nuevas empresas en el último.157 Es obvio que este
incremento en la planta productiva total de la nación, ni si-
quiera se aproxima en su volumen y composición a lo que
hubiese sido de haberse orientado originalmente el exceden-

156
La industria de pertrechos se convierte en una especie de "industria
nueva" permanente, proporcionando vastas oportunidades a los fon-
dos invertibles y con la ventaja adicional que representa la disposición
gubernamental de asumir todos los riesgos y costos de la investiga-
ción, exploración y experimentación iniciales.
157
Debe hacerse notar que un incremento de la producción en la parte
monopolista y oligopolista de la economía, exige casi automáticamente
una cierta expansión en el número de empresas semi-independientes
que viven con más o menos dificultades en las márgenes de los impe-
rios de las grandes empresas, como son los talleres de reparación de
automóviles, las estaciones de gasolina, las tiendas de abarrotes y es-
tablecimientos de tintorería, las agencias de seguros y pequeñas com-
pañías de préstamos.
178
te económico hacia una inversión asignada racionalmente.
De todas formas, aun en un país tan rico como los Estados
Unidos, esta inversión "inducida" tiene una enorme impor-
tancia. Provoca un incremento de la productividad que so-
brepasa ampliamente lo que se hubiese logrado en ausencia
de inversión neta. Si se ha estimado que el simple reemplazo
de la maquinaria desgastada por un equipo más moderno y
más eficaz ocasionaría un incremento anual de la producti-
vidad de 1.5 % por obrero, con la asistencia de una inversión
neta tal como la que se ha estado efectuando bajo la presión
de los "impulsos exteriores", este incremento de la producti-
vidad promedio ha sido aproximadamente de un 3% anual
por obrero. Esto implica que obtener cualquier volumen da-
do de producción requiere una baja anual en el empleo de un
3 % de la fuerza de trabajo. A su vez, esto significa que, to-
mando en cuenta el incremento natural de más del 1 % anual
que tiene la fuerza de trabajo, la simple reproducción de
cualquier producción dada estará acompañada por un cre-
cimiento anual del desempleo de más del 4 % de la fuerza de
trabajo. Es obvio que el desempleo, cuando crece a una tasa
semejante, asume rápidamente proporciones tan grandes
que sobrepasa por mucho la magnitud "apropiada" del ejérci-
to industrial de reserva, cualquiera que ésta sea. En otras pa-
labras, si se quiere mantener la "ocupación plena" —aun su-
poniendo la existencia del volumen de desempleo que los in-
tereses dominantes juzguen imprescindible— debe incre-
mentarse la producción continuamente y al mismo ritmo
que el crecimiento de la productividad y la expansión de la
fuerza de trabajo.
Esto nos conduce nuevamente al problema con que princi-
piamos. Una vez que el sistema se ha ajustado al nuevo nivel
de ingreso y de ocupación, ese nuevo nivel se convierte una
vez más en una "situación dada", cuyas características se
analizaron anteriormente. La demanda total se estabiliza, las
empresas monopolistas y oligopolistas alcanzan otra vez sus
posiciones óptimas de producción y precio, y el sector com-
petitivo de la economía vuelve a su estado de apiñamiento y
bajas ganancias. Sin embargo, el incremento del ingreso pro-
179
vocado por la inyección del gasto gubernamental, cuando es
de una magnitud adecuada, puede generar un clima de op-
timismo y "confianza" tal, que tanto los pequeños hombres
de negocios emprendedores como las direcciones de los con-
sorcios, habitualmente prudentes y cautelosas, considerarán
ilimitadas sus posibilidades de expansión posterior. En este
estado de euforia, el incremento de la capacidad que se reali-
za sobrepasa al que estaría garantizado por el nuevo nivel de
demanda global. Aunque esta inversión adicional ocasiona
un incremento del ingreso, la expansión de la demanda no
puede mantener el ritmo de expansión de la capacidad. El
exceso de capacidad se hace cada vez más pronunciado, no
sólo en las ramas competitivas de la economía, sino también
en las industrias monopolistas y oligopolistas. Por consi-
guiente, la situación que el sistema económico afrontaba en
un principio, aparece, en estas circunstancias, amplificada y
en forma más aguda. En la nueva "situación dada", el exceso
de capacidad es más grande y los incentivos para invertir son
consecuentemente más débiles, mientras que el excedente
económico de la sociedad no sólo es mayor en términos ab-
solutos, sino que representa una parte más grande de la pro-
ducción total y del ingreso. Lo último se debe fundamental-
mente al método por el cual deben ser financiados los gastos
estatales. Esto exige cierta explicación.

VII

Debe recordarse que una política gubernamental que persiga


un nivel predeterminado de ocupación, tendrá que depen-
der, en lo fundamental, de un gasto lo suficientemente gran-
de para llenar la brecha entre el excedente económico real
producido a ese nivel de ingreso y el volumen de inversión
privada que se piensa realizar en esas condiciones. Es claro
que en tanto mayor sea la brecha y más alto el nivel de ocu-
pación que se haya decidido, más grande será el gasto reque-
rido. El procedimiento más sencillo para financiar dicho gas-
to parecería ser un franco déficit presupuestal, en el cual se
incurriría, sea por la emisión de moneda o bien por présta-
180
mos de empresas, instituciones financieras e individuos.
Aunque aparenta ser el más factible y el que menos proble-
mas plantea, este método es, no obstante, difícil de practicar
por un período largo. Si dichos gastos del gobierno se orien-
tan hacia la inversión productiva, la contrapartida a las can-
tidades cada vez más grandes de efectivo o cuasi efectivo en
las manos del público, sería un volumen continuo y rápida-
mente ascendente de la producción. Pero como el grueso del
gasto gubernamental no va a las construcciones de instala-
ciones productivas, sino que se traduce en abastecimientos
militares y "activos" de este tipo, el financiamiento deficita-
rio de los gastos gubernamentales conduce a incrementar en
forma continua la discrepancia entre el efectivo y cuasi efec-
tivo en manos del público y la producción corriente destina-
da a la venta. A su vez, ésta crea una amenaza inflacionaria
cada vez mayor. Bajo el impacto de circunstancias imprevis-
tas (particularmente las amenazas de guerra y la escasez
concomitante), las cantidades acumuladas de efectivo y cuasi
efectivo pueden repentinamente buscar su propia trans-
formación en bienes tangibles —reduciéndose la oferta por
la especulación— y provocar un giro inflacionario en la eco-
nomía. Aunque en condiciones de inflación las ganancias se
incrementan y la distribución del ingreso se modifica a favor
de la clase capitalista, esta clase no desea afrontar las conse-
cuencias de una declinación más grande del poder de com-
pra. Al socavar así la posibilidad de un cálculo racional, al
devaluar los activos líquidos de empresas e individuos capi-
talistas, la inflación —y ésta es quizás una de sus caracterís-
ticas más dañinas por lo que respecta a los negocios— pone
en peligro toda la complicada estructura crediticia del capi-
talismo moderno y se convierte en una gran amenaza para
los bancos y las instituciones financieras.158 Más aún, al pro-
piciar la creación de un rompimiento entre los intereses de
los acreedores y de los deudores, al desposeer a la nueva cla-
se media y a los rentistas y al deprimir el ingreso real de los
trabajadores, la inflación debilita seriamente la autoridad del
158
Schumpeter consideró que un buen mecanismo de crédito era la
conditio sine qua non para el funcionamiento del sistema capitalista.
181
gobierno y resquebraja la cohesión política y social del orden
capitalista. Es obvio que el peligro de la inflación y de sus
consecuencias se hará progresivamente más grande cuanto
más frecuentemente se aplique la medicina del déficit. La
espada de Damocles de los ingresos potenciad mente gasta-
bles se hace aún más fuerte y el riesgo de su caída sobre la
economía cada vez más ominoso. De ahí que esta medida
tenga que ser usada con mucha cautela y su adopción se re-
serve sólo para situaciones excepcionalmente críticas, como
son la guerra o una depresión particularmente intensa.
Es precisamente el objetivo de los gastos gubernamentales
—armamentos— lo que, al hacer del déficit presupuestal un
método inadecuado de financiamiento, aumenta el peligro
de guerra cuando las presiones inflacionarias se hacen mayo-
res. Por consiguiente, en una política a largo plazo, los gastos
gubernamentales necesarios al mantenimiento de un nivel
predeterminado de ingreso y de ocupación deben ser com-
pensados —cuando menos en forma aproximada— por in-
gresos fiscales. Esto significa que los gastos gubernamentales
deben permanecer dentro de límites más o menos estrechos.
Está en la propia naturaleza del mecanismo impositivo que
se emplea normalmente en el capitalismo, que a la vez que
absorbe parte del excedente económico (en forma de ganan-
cias de las empresas y de ahorros personales), necesariamen-
te reduce también el consumo. De ahí la paradoja que, mien-
tras más grande sea el monto del excedente que el gobierno
debe gastar con objeto de mantener el nivel deseado de in-
greso y de ocupación, mayor tiende a hacerse dicho exceden-
te, al apropiarse de una parte del ingreso que de otra forma
se hubiese gastado en consumo. En tanto el monto total de
los impuestos sea "razonable", las cosas quedan bajo control.
Como hemos visto anteriormente, las empresas monopolis-
tas y oligopolistas están en aptitud de transferir todos —o
una buena parte— sus impuestos a los compradores de sus
productos. Por lo tanto, el excedente económico adicional
que se extrae del sistema proviene del sector competitivo de
la economía que no goza de esa posición favorecida, así co-
mo del grueso de la población, que está formado por "paga-
182
dores de precios", más que por "hacedores de precios", para
usar la expresión del profesor Scitovsky.159 La magnitud que
puede tener esta carga sólo puede lograrse mediante ensayo
y error. Por una parte, esto depende obviamente de su dis-
tribución entre los diferentes grupos de ingreso. Por la otra,
no debe olvidarse que la reducción resultante del ingreso
real entre ciertos sectores de la población, está acompañada
por un aumento de la ocupación que afecta favorablemente
al ingreso real de otros. En conjunto, puede parecer que el
equilibrio de intereses resultante sería tal que un nivel ade-
cuadamente alto de imposición podría mantenerse durante
mucho tiempo, de existir una atmósfera política adecuada.160
El cuadro cambiará considerablemente cuando el gasto gu-
bernamental que es necesario para obtener un nivel prede-
terminado de ocupación (para no hablar de una ocupación
plena genuina) tenga que hacerse muy grande y deba ser fi-
nanciado dentro de la estructura de un presupuesto equili-
brado. Aunque se ha demostrado que técnicamente un arre-
glo de este tipo no es imposible,161 sus posibilidades prácticas
están totalmente fuera de consideración. Dada la naturaleza
del gasto gubernamental, una porción exorbitante del pro-
ducto total se destinaría a gastos militares y objetivos im-
productivos de tipo similar, "nacionalizando" y redistribu-
yendo al mismo tiempo el resto del producto nacional. En
tales condiciones, la transferencia de las cargas impositivas
de las empresas monopolistas y oligopolistas se haría extre-
madamente difícil, si no es que imposible, y la carga fiscal
que deberían soportar las empresas competitivas, las nuevas
159
¡Éstos son los estratos más característicos que exigen con mayor
energía un menor impuesto!
160
La producción y reproducción continua de esta atmósfera se con-
vierte, por lo tanto, no sólo en un desideratum político, sino en una
necesidad económica de primera importancia para el capitalismo
monopolista.
161
Véase, para un resumen excelente de esta exposición, el artículo de
Paul A. Samuelson, "Simple Mathematics of Income Determination",
en el libro de Lloyd Metzler y otros, Income, Employment and Public
Policy: Essays in Honor of Alvin H. Hansen (Nueva York, 1948), así
como la literatura a que allí se hace referencia.
183
clases medias, los agricultores, los obreros y otros grupos, se-
ría casi prohibitiva. Las repercusiones de una política de este
tipo en la estabilidad social del sistema capitalista y los peli-
gros políticos que entrañaría, serían peores que los ocasio-
nados por una inflación continua.
Hasta el momento no se ha mencionado el modo de acción
gubernamental para elevar el nivel de ingreso y de ocupa-
ción, que es el preferido por las empresas y el público en ge-
neral. Este procedimiento es un incremento del gasto total
por una reducción en los impuestos. Con un volumen fijo de
gasto gubernamental, este método conduce a lo que ocasio-
nalmente se ha llamado "déficit sin gasto". Obviamente está
expuesto a las mismas objeciones que tienen las otras formas
deficitarias de financiamiento. Sin embargo, lo grave de este
método es su muy limitada eficacia. Esto obedece a la asime-
tría que tienen los efectos de un incremento en los impuestos
respecto a los de una reducción. Dentro de los límites mar-
cados por los niveles de vida prevalecientes, por los hábitos
usuales de disciplina impositiva, etc., en los países capitalis-
tas avanzados, el primero siempre conduce a un incremento
del excedente económico, cuando menos a corto plazo.
Cuando se elevan las tasas impositivas, el gobierno se apode-
ra de cierto excedente económico —parte de las ganancias y
de los ahorros—. Sin embargo, al mismo tiempo un ingreso
adicional se "transfiere" al excedente económico —aquella
parte que, de otra forma, hubiese sido gastado en consumo—
. De hecho, siempre ha sido la esencia de la política impositi-
va del capitalismo reducir al mínimo la parte de los impues-
tos que confiscan el excedente económico de que se han
apropiado los particulares e incrementar simultáneamente la
porción que constituye un excedente económico adicional.
Como es obvio, este principio básico se halla tras de todas las
reducciones de impuestos en el capitalismo. Éstas se calculan
de tal forma, que eleven al máximo las cantidades que se re-
integren al excedente económico de que se han apropiado
los particulares y reduzcan al mínimo las sumas que se libe-
ran del excedente económico y que quedan disponibles para

184
el consumo.162
En consecuencia, las reducciones impositivas que se reali-
zan habitualmente no ejercen un impacto marcado en el ni-
vel de consumo. Para lograr éste tendrían que afectar fun-
damentalmente a los impuestos de la gran masa de consu-
midores, es decir, a los grupos de bajo ingreso. Tendrían que
asumir la forma de exenciones más altas de impuestos, de
eliminación de impuestos indirectos a los bienes de consumo
popular, etc. No es necesario repetir que esta clase de políti-
ca impositiva no goza de la estimación de la clase capitalista
y que la reducción de impuestos que se ha realizado en la
historia reciente (y en la muy reciente) seguramente no se ha
ajustado a este modelo. Una disminución de la carga fiscal de
los grupos de alto ingreso tendrá una influencia relativamen-
te pequeña en el gasto total de los consumidores. En cambio,
incrementará el volumen del excedente económico en la
forma de ahorros individuales.163
Tampoco es muy acertada la creencia de que una reduc-
ción de impuestos sobre las ganancias y el impulso que esto
daría al excedente económico de que se apropian los particu-
lares, estimularía seriamente la inversión privada. Como ya
vimos, la deficiencia de la inversión privada en el capitalismo
monopolista no puede atribuirse de ninguna forma a la insu-
ficiencia de capital invertible o a un nivel no satisfactorio de
ganancias (una vez que se han descontado los impuestos).
En rigor, las ganancias muy grandes y el exceso de fondos
para la inversión en una economía capitalista avanzada son
característicos de los sectores monopolistas y oligopolistas
de la economía y se presentan junto con bajas ganancias y
162
Esto se facilita grandemente por el hecho de que las reducciones
regresivas e inequitativas de los impuestos son siempre más fáciles de
realizar políticamente que los aumentos regresivos e inequitativos de
los impuestos. Las primeras no imponen nuevas cargas a nadie, y, por
lo tanto, se notan menos que los últimos.
163
Cf. R. A. Musgrave y M. S. Painter. "Impact of Alternative Tax
Structures on Consumption and Saving", American Economic Review
(junio de 1945), asi como el artículo de R. A. Musgrave, "Alternative
Budget Polícies For Full Employment", Quarterly Journal of Econom-
ics (junio de 1945).
185
escasez de capital en su sector competitivo. De ahí que,
cuando no hay una expansión general de la demanda, una
reducción de los impuestos sobre las ganancias no estimula-
rá la inversión por parte de las empresas monopolistas y oli-
gopolistas, ya que su resistencia a invertir no está motivada,
en lo fundamental, por la insuficiencia de las utilidades co-
rrientes o por la escasez de capital. Todo lo que una reduc-
ción de impuestos puede lograr en ese caso es permitir un
grado más alto de financiamiento interno (de una inversión
que de cualquier forma se proyectaba) y, por consiguiente,
impedir que algunos ahorros personales tengan las oportu-
nidades de inversión que de otra forma hubiesen encontrado
en los valores emitidos por las empresas, o bien proporcionar
un volumen más grande de ganancias retenidas (y que no se
invierten) y/o un pago mayor de dividendos, en caso de que
no se haya planeado ninguna inversión adicional. En ambos
casos, la reducción de impuestos es probable que aumente
los ahorros personales y de las corporaciones y no que alien-
te un mayor volumen de inversión.
El efecto puede ser bastante distinto por lo que respecta al
sector competitivo de la economía. En él, una reducción de
impuestos puede de hecho provocar una expansión de la in-
versión, en la medida que tal inversión haya sido realmente
obstaculizada anteriormente por una perspectiva no satisfac-
toria de ganancias o por una escasez de fondos invertibles.
Es bastante dudoso que una expansión del sector competiti-
vo tenga un fuerte impacto en el conjunto de la economía, a
causa de la relativamente baja intensidad de capital de este
sector y su relativa contracción a largo plazo. Todavía más
dudosa es la racionalidad de una política que promueva la
inversión en las áreas congestionadas de la distribución, de
los servicios comerciales y de actividades competitivas simi-
lares.
Sin embargo y volviendo al punto en que iniciamos este
largo rodeo, puede afirmarse que cualquiera que haya sido la
forma en que se financió el gasto gubernamental que puso
en marcha la expansión original, éste tiene por resultado no
sólo un incremento de la producción total, sino también una
186
elevación del excedente económico, tanto en su magnitud
absoluta como en su participación dentro del ingreso nacio-
nal.164 Por lo tanto, si quiere evitarse el crecimiento del des-
empleo en el período siguiente, el excedente económico uti-
lizado por las empresas y/o el gobierno, no debe permanecer
simplemente en el nivel dado, sino que debe aumentar. Sin
embargo, un incremento similar a éste no puede esperarse
que se logre por la inversión privada. Por lo contrario, una
vez que se ha logrado un nuevo nivel de ingreso y demanda,
la inversión privada, como se ha visto, tiende a estancarse.
Lo que es peor, el mayor volumen de capacidad excesiva ha-
ce que el sistema sea menos sensible al estímulo de un pos-
terior gasto gubernamental. Cuando se ha creado una gran
industria de armamentos y el crecimiento de la demanda y
de la "confianza" han provocado una gran inversión, las po-
sibilidades de nuevas inversiones "inducidas" se reducen
sensiblemente. Al mismo tiempo, la posibilidad de un mayor
gasto gubernamental exige una elevación en los impuestos.
Esto, a su vez, significa una reducción adicional del consu-
mo, una expansión más acentuada del excedente económico
y una estabilidad económica que dependerá en mayor medi-
da de los gastos del gobierno.165

VIII
De lo anterior se desprende que la estabilidad del capitalis-
mo monopolista es muy precaria. Incapaz de realizar una po-
164
Una excelente ilustración de esto se tiene en el desarrollo de los
Estados Unidos en el período de postguerra. Mientras el Producto
Nacional Bruto (medido en precios de 1954) aumentó de 1946 a 1954
en cerca de un 11 % per capita, el consumo se elevó, durante el mismo
período, aproximadamente en un 5 % per capita. Economic Report of
the President (enero de 1955), pp. 138, 149. El incremento real del ex-
cedente económico debe de haber sido aún mayor que lo sugerido por
esta diferencia, pues en ese período es probable que el consumo de
los capitalistas se haya elevado más que proporcionalmente a los lige-
ros incrementos del consumo popular.
165
Para un análisis magistral de las principales cifras, véase el artículo
"The Economic Outlook", hecho por los editores de Monthly Review
en el mes de diciembre de 1954.
187
lítica de verdadera ocupación plena y de progreso económico
genuino, y absteniéndose de realizar inversiones productivas
y una expansión sistemática del consumo, tiene que depen-
der fundamentalmente de los gastos militares para poder
mantener la prosperidad y el alto grado de ocupación que
necesita tanto para la obtención de las ganancias como para
contar con apoyo popular. Este camino, aunque aparente-
mente da la impresión de proporcionar "buen tiempo a todo
mundo", equivale de hecho a un continuo despilfarro del ex-
cedente económico de la nación y no conduce al mejora-
miento del ingreso real de la población. Y lo que es peor, no
puede proseguirse en forma indefinida. El hombre común
que tiene empleo y trabaja duramente, pero que no experi-
menta un avance en sus condiciones de vida, estará cada vez
más molesto de tener que pagar impuestos para mantener un
aparato militar cuya necesidad se hace progresivamente más
dudosa. Aunque durante cierto tiempo esté conforme con el
arreglo que le proporciona un alto grado de ocupación, a lar-
go plazo dicha conformidad está condenada a tropezar con
dificultades crecientes. Por lo tanto, se hace cada vez más
urgente una "preparación" ideológica sistemática de la po-
blación que asegure la lealtad de ésta al capitalismo monopo-
lista. Para lograr la aceptación del programa de armamentos,
es necesario el martilleo sistemático de las mentes con la
existencia de un peligro extraño. Se lleva a cabo una incesan-
te campaña de propaganda oficial y semioficial, financiada
por el gobierno y las grandes empresas, con objeto de produ-
cir una casi total uniformidad de opinión acerca de los pro-
blemas importantes. Un complicado sistema de presiones
económicas y sociales se desarrolla a fin de silenciar el pen-
samiento independiente y ahogar toda expresión científica,
artística o literaria que se juzgue "indeseable". Una tela de
araña de corrupción se tiende sobre toda la vida política y
cultural del país imperialista, eliminando los principios, la
honradez, el humanismo y el valor.166 El descaro del empi-
166
Hablando en la LIX Reunión Anual de la American Academy of Po-
litical and Social Science, Adolf A. Berle, Jr., observaba que "se han es-
tado manifestando en forma creciente una serie de influencias que
188
rismo vulgar destruye la fibra moral, el respeto por la razón y
la capacidad de distinguir entre el bien y el mal en grandes
estratos de la población. El énfasis en un pragmatismo bru-
tal, en la "ciencia" del control y de la manipulación, mata to-
da preocupación sobre los propósitos y objetivos de la activi-
dad humana y eleva a la eficacia como fin en sí, sin importar
qué es lo que debe realizarse "eficazmente". El no confor-
mismo y la no obediencia a la "cultura" del capitalismo mo-
nopolista, conduce a la pérdida del empleo, al ostracismo so-
cial y a un acoso sin fin por parte de las autoridades.
En caso de que la propaganda, el adoctrinamiento y las
presiones sociales y administrativas no logren mantener al
pueblo en consonancia con las exigencias del imperialismo,
se provocan incidentes para dar base a los temores cultiva-
dos, para dar fundamento a una histeria sistemáticamente
mantenida. Tales incidentes se producen fácilmente. Rodea-
dos por naciones coloniales y dependientes, subdesarrolla-
das, hambrientas y en continua ebullición, las potencias im-
perialistas se enfrentan ininterrumpidamente con desafíos a
su autoridad y a su hegemonía. La oferta de incidentes po-
tenciales es, por lo tanto, muy grande y las oportunidades
para acciones de policía, grandes o chicas, se presentan en
todo el tiempo. Estas acciones de policía crean una y otra vez
el peligro de guerra, encienden una y otra vez el fuego bajo la
caldera hirviente de la histeria de las masas.
En el pasado las tensiones internas y las frustraciones del
imperialismo encontraron su salida catastrófica en la guerra.
Aunque la tendencia del imperialismo para escapar del im-
passe por medio de la guerra es en la actualidad tan fuerte
como siempre, existe un número de factores nuevos que tie-
nen que tomarse en cuenta para un análisis de la situación
presente. La arrolladora preponderancia de una potencia
imperialista sobre todas las otras potencias imperialistas, ha-

tienden a expulsar a aquellos hombres cuya manera de pensar o cuya


investigación honrada, o cuyas especulaciones o expresiones artísti-
cas, tienden a estar en desacuerdo con el tono habitual de las opera-
ciones corrientes o que son antagónicas al pensamiento corriente de
las grandes empresas". New York Times, 2 de abril de 1955.
189
ce de la guerra entre ellas algo cada vez más difícil. Aun los
antes orgullosos imperios tienden a descender al status de
satélites del país imperialista dominante, asumiendo este úl-
timo, cada vez más, el papel de árbitro supremo dentro del
campo imperialista. Aunque las guerras entre países imperia-
listas de segunda o entre combinaciones de países imperia-
listas, queda como una posibilidad, ésta es más bien remota.
Al mismo tiempo, surge el peligro creciente de una guerra
en la cual todas o algunas potencias imperialistas pueden
tratar de restablecer su dominio sobre los países que consti-
tuyen hoy la parte socialista del mundo. Empero, esta posibi-
lidad es quizá también menos aguda que lo que frecuente-
mente se supone. El sector socialista del mundo —habitado
por una tercera parte de la raza humana— no sólo se está
haciendo cada vez más fuerte, sino que una guerra en su
contra causaría casi seguramente el colapso total de la es-
tructura imperialista. Serían pocas, si es que habría alguna,
las naciones dependientes y coloniales de Asia, de África y
del resto del mundo, que no viesen en dicho conflicto la
oportunidad para una revolución social y nacional. Es esta
consideración, junto con la inestabilidad social y política in-
terna, más o menos pronunciada, la que explica la notoria
carencia de entusiasmo por nuevas aventuras militares que
se observa en las cancillerías de las potencias imperialistas.167
Sin embargo, el impedimento más importante a su excesi-
vo "afán belicoso" lo constituye el poder destructivo sin pre-
cedente de las armas termonucleares recientemente descu-
biertas y continuamente perfeccionadas. El hecho de que el
mundo imperialista no posea el monopolio de estos instru-
mentos de destrucción, hace que su empleo sea un riesgo ca-
si imposible de tomar. La perspectiva de una represalia ató-
mica tiende a acobardar hasta a los espíritus más marciales
de los consejos de las potencias imperialistas, y de hecho
tiende a reducir en gran medida la atracción de la guerra aun
en un campo puramente económico. Si en las guerras ante-
riores la división de funciones era tal que correspondía al
167
Es obvio que esto no elimina la amenaza de accidentes en donde
los "riesgos calculados" pueden tener consecuencias incalculables.
190
hombre común el combatir y morir, mientras las clases diri-
gentes se ocupaban de los aspectos políticos, administrativos
y económicos de las hostilidades, en una guerra atómica ha-
bría poca esperanza para un arreglo de este tipo. No sólo las
vidas, sino también las propiedades de la clase capitalista,
tendrían pocas oportunidades de quedar intactas en un ho-
locausto de bombas atómicas y de hidrógeno. Dos economis-
tas de empresa, en un rasgo accidental de humor siniestro,
expresaron recientemente un juicio correcto sobre la guerra
en la actual era atómica. "La marcha de la ciencia y de las in-
venciones, puesta de relieve por el dominio de la energía
atómica en el mes de agosto de 1945, recalca el hecho de que
los activos de capital se encuentran siempre en camino al
montón de chatarra. La continua destrucción creadora del
capitalismo dinámico abre amplias oportunidades de inver-
sión."168 Una grave objeción a este análisis, y sin la cual sería
acertado, es que un dominio de la energía atómica como el
que tuvo lugar en el mes de agosto de 1945 en Hiroshima y
Nagasaki pondría, en caso de repetirse, no sólo a los activos
de capital en camino al montón de chatarra, sino también a
los posibles inversionistas en camino al cementerio.
La perspectiva de destrucción ilimitada que está asociada a
la guerra atómica no sólo ejerce su influencia sobre los diri-
gentes del capital monopolista, sino que hace surgir serias
dudas respecto a su viabilidad política. Una cosa es movilizar
el apoyo popular para las políticas imperialistas y la produc-
ción de armamentos con el señuelo de un alto nivel de em-
pleo y la guerra psicológica, y otra muy distinta es asegurarse
la cooperación popular frente a la posibilidad de una repre-
salia atómica. Como lo sugieren enfáticamente varios estu-
dios sobre las experiencias de la segunda Guerra Mundial, no
es posible confiar en que la moral del pueblo soporte fácil-
mente una catástrofe de esta clase. En tales circunstancias, se
hace progresivamente más dudosa la conveniencia de este
juego, pues una guerra general (lejos de resolver, aun tempo-
ralmente, el problema del capitalismo monopolista) podría,
168
E. W. Swanson y E. P. Schmidt, Economic Stagnation or Progress
(Nueva York, 1946), p. 197.
191
de hecho, destruir nuestra civilización.
Por consiguiente, no parece imposible que en los asuntos
mundiales la dirección del capital monopolista (que controla
los destinos de los países imperialistas) intente desplegar al-
go de la cautela y la circunspección que ha utilizado en sus
negocios. Aun cuando dejan que sus servidores políticos más
entusiastas y los militares más belicosos redoblen los tambo-
res de la guerra preventiva, los hombres de estado más res-
ponsables del capital monopolista parecen preferir cada vez
más las guerras "frías" a las guerras "calientes", las pequeñas
acciones de policía a las conflagraciones generales y la at-
mósfera de peligro al peligro mismo. Un arreglo de esta na-
turaleza les proporcionaría la mejor parte de ambos mundos,
es decir, una prosperidad continua basada en los enormes
gastos de armamentos, un dominio ininterrumpido sobre
una población aterrorizada y políticamente sumisa, al mismo
tiempo que evitaría un conflicto atómico que enterraría bajo
sus escombros al propio orden capitalista.
Esta posibilidad está lejos de ser una certeza. Los políticos
del imperialismo tienen su dinámica propia; los intereses e
ideologías, una vez que están desencadenados, tienden a ad-
quirir su propio impulso, los títeres serviles de pronto se
convierten en factores políticos independientes, y lo que se
creía sujeto a control y manipulación completas, repentina-
mente hace erupción con una fuerza elemental. Los espíritus
que una vez se invocaron no se desvanecen tan fácilmente,
como lo descubrieron, para su desgracia, muchos grandes
magnates de Alemania durante los años que siguieron a 1930.
Lo que es peor, la situación de 'ni guerra ni paz, mantenien-
do un equilibrio precario al borde del abismo, no proporcio-
na una solución a largo plazo a los problemas básicos del ca-
pitalismo monopolista. Para que su prosperidad sea durade-
ra, para que la ocupación se mantenga a niveles altos, no
basta con el impulso de los grandes gastos en armamentos.
Este impulso debe seguir fortaleciéndose y estos gastos tie-
nen que elevarse continuamente, pues el sistema tiene que
marchar rápidamente si quiere mantenerse en donde está.
Sin embargo, cuanto más grande y más permanente es la
192
fuerza militar, cuanto más complicada y de mayor tamaño es
la acumulación de stocks de armamentos, tanto más fuertes
son los intereses creados de quienes producen abastecimien-
tos militares.169 Y a medida que el aparato militar se hace
más extenso y más permanente, mayor es la tentación de
"negociar desde posiciones de fuerza", lo que significa enviar
ultimátums a las naciones débiles y pequeñas y respaldarlos,
si es necesario, por la fuerza. De ahí que el peligro de una
explosión espontánea esté siempre presente y la amenaza de
una conflagración no planificada sea muy grande. "Pero si las
naciones pueden aprender a asegurarse la ocupación plena
por su política interna... no se necesita que tengan fuerzas
económicas importantes destinadas a enfrentar el interés de
un país con el de sus vecinos."170 Esta profunda observación
de Keynes abarca la mitad del problema. La otra mitad, que
permaneció en una total oscuridad para él, fue claramente
vista por uno de sus discípulos más brillantes: "En la época
actual, cualquier gobierno que tuviese el poder y la voluntad
de remediar los defectos más graves del sistema capitalista,
tendría la voluntad y el poder de abolirlo por completo,
mientras que los gobiernos que tienen el poder para conser-
var el sistema carecen de voluntad para remediar sus defec-
tos." 171

169
"Por primera vez en su historia, los Estados Unidos están mante-
niendo una industria de armamentos de tiempo completo y en escala
nacional, la cual es considerada por la gran mayoría de las empresas
como una parte permanente de sus negocios", Business Week, 27 de
septiembre de 1952. Un ejemplo de la naturaleza de esta "industria de
armamentos de tiempo completo y en escala nacional" lo da el Pull
Magazine de marzo de 1955, al afirmar que "hace algunos años, cinco
consorcios producían municiones. En la actualidad estas compañías
han sido absorbidas por dos empresas —la Du Pont Company de
Wilmington, Del., y la Olin-Mathieson Chemical Company de East
Alton—. Estas dos gigantescas corporaciones tienen un control total
sobre las municiones y sus partes componentes en los Estados Uni-
dos".
170
J. M. Keynes, General Theory of Employment, Interest, and Money
(Londres, 1936), p.382.
171
Joan Robinson, Economic Journal (diciembre de 1936), p. 693.
193
194
CAPÍTULO V

LAS RAÍCES DEL ATRASO

I
Hasta aquí nos hemos ocupado de sociedades capitalistas al-
tamente desarrolladas, con un excedente económico desbor-
dante e incapaces de darle una utilización racional. Sin em-
bargo, ellas representan tan sólo un aspecto del panorama
general del capitalismo contemporáneo. Otro componente
no menos importante, es el gran segmento del "mundo libre"
que usual-mente se considera como subdesarrollado. Así
como el sector avanzado incluye una multitud de regiones
tan distintas en sus características económicas, sociales, polí-
ticas y culturales como son los Estados Unidos y el Japón,
Alemania y Francia, la Gran Bretaña y Suiza, el sector subde-
sarrollado está compuesto por una amplia variedad de países
con enormes diferencias entre sí. Nigeria y Grecia, Brasil y
Tailandia, Egipto y España, pertenecen por igual al grupo de
las regiones atrasadas.
Sin embargo, para intentar llegar a la comprensión de las
leyes del movimiento, tanto de las zonas avanzadas como de
las regiones atrasadas del mundo capitalista, es menester y
de hecho es obligatorio, prescindir de las peculiaridades de
los casos particulares y concentrarse en las características
esenciales que les son comunes. En realidad, ningún trabajo
científico es concebible sin este método. Trátese del "capita-
lismo puro" de Marx, de la "empresa representativa" de
Marshall o del "tipo ideal" de Weber, el hacer abstracción de
los atributos secundarios de un fenómeno y el concentrarse
en su andamiaje básico, siempre ha sido la herramienta fun-
damental de todo esfuerzo analítico.172 Importa poco y no

172
Esto no quiere decir que el conocimiento de lo que son los rasgos
esenciales de un fenómeno sea dado por Dios a "los suyos durante el
sueño". Éste sólo puede lograrse como resultado de un estudio me-
ticuloso y detallado del problema y esta investigación forma el criterio
para decidir lo que debe suprimirse y lo que debe ser incluido en el
modelo teórico. En este sentido, las ciencias sociales, al igual que
195
constituye un reproche válido para el método en sí o para sus
resultados, el que el "modelo" que se obtenga en cualquier
tipo de estudio no se ajuste completamente a cualquier caso
particular o que no se acomode perfectamente a todas sus
peculiaridades y especificaciones. Si el modelo logra su obje-
tivo, si tiene éxito en captar los rasgos dominantes del proce-
so real, contribuirá más a su entendimiento que cualquier
cantidad de información detallada y de datos particulares.
Aún más, sólo con la ayuda de un modelo tal, únicamente
teniendo claros los contornos del "tipo ideal", es como puede
dársele un significado a toda la información y datos que se
recopilan continuamente por la investigación organizada y
que muy frecuentemente se utilizan como sustituto para la
comprensión de un fenómeno más que como una ayuda para
entenderlo.
La importancia de esto para el estudio de las condiciones
que prevalecen en los países subdesarrollados y para la com-
prensión de los problemas que confrontan, fue reconocida en
un informe reciente de la Organización de las Naciones Uni-
das: "...aunque pueda ser verdad que no haya dos países que
tengan dificultades idénticas en su proceso de industrializa-
ción, también es cierto que los países que están en una etapa
similar de desarrollo se enfrentan con dificultades casi del
mismo tipo y, estando sometidos a casi las mismas fuerzas
económicas, muchas veces se encuentran en situaciones muy
similares".173 Por consiguiente, en lo que sigue no se intenta
presentar un cuadro fotográfico de un país capitalista subde-
sarrollado en particular, ni de analizar los obstáculos que
existen para la industrialización en determinadas regiones

otras ciencias, transmiten un conocimiento acumulativo; no es nece-


sario que todos y cada uno de los investigadores principie desde el
principio. Se dispone de guías totalmente adecuadas acerca de cuáles
son los elementos esenciales de un proceso socioeconómico. Como en
todo trabajo científico, lo adecuado o no de estas guías sólo puede es-
tablecerse por medio de la práctica, es decir, por su aplicación teórica
y empírica a un material histórico concreto.
173
Processes and Problems of Industrialization of Under-developed Coun-
tries (1955), pp. 6 ss.
196
geográficas del capitalismo. El propósito de éste y de los ca-
pítulos siguientes es más bien identificar los que a mi juicio
constituyen los elementos esenciales del problema y armar-
los como si fuesen el esqueleto desnudo de éste, sin preocu-
parme de la forma y del aspecto concreto que puedan asumir
en cualquier caso particular.
Teniendo en cuenta esta reserva, podemos proceder in me-
dias res. Lo que caracteriza a todos los países subdesarrolla-
dos, lo que de hecho cuenta para que se les considere como
tales, es la pequeñez de su producción per cápita. Aunque las
comparaciones entre los cálculos del ingreso nacional de di-
versos países están sujetas a multitud de dificultades bien
conocidas, podemos tener una idea de la situación existente
en los países subdesarrollados por el cuadro que aparece a la
cabeza de la página siguiente.
Distribución del ingreso en el mundo en 1949 174
Ingreso Población
mundial mundial Ingreso
(porciento) (porciento) Per cápita
Países de alto ingreso 67 18 Dls. 915
Países de mediano ingreso. 18 15 „ 310
Países de bajo ingreso 15 67 „ 54

Puede observarse que, aproximadamente dos terceras par-


tes de la raza humana, tienen un ingreso per cápita prome-
dio que equivale a más o menos 50 a 60 dólares por año; no
necesita mayor explicación el que en casi todas las regiones
a que se refieren estas estadísticas, haya hambre crónica,
una indigencia infinita y una enfermedad rampante. No ha
habido un cambio apreciable en su condición desde hace
uno o dos siglos; en algunos países subdesarrollados las co-
sas hasta han empeorado en el curso de los últimos cien
años. Puesto que durante este período los niveles de vida de
los países avanzados han mejorado notoriamente, "la distri-
174
Ragnar Nurkse, Problems of Capital Formation in Underdeveloped
Countries (Oxford, 1953), p. 63, donde se indica la fuente para este
cálculo.
197
bución del ingreso per cápita entre los países del mundo se
ha hecho más desigual".175
Inmediatamente surge la pregunta: ¿cómo es posible que
en los países capitalistas atrasados no haya habido ningún
adelanto conforme al desarrollo capitalista, similar al que
ha existido en la historia de los otros países capitalistas?;
¿por qué el movimiento de avance ha sido lento, o bien ha
sido nulo? La respuesta correcta a esta pregunta es de capi-
tal importancia. De hecho es indispensable si se quiere cap-
tar lo que en la actualidad obstruye el camino al progreso
económico y social de los países subdesarrollados y si se
quiere entender la forma y dirección que probablemente
tenga su futuro desarrollo.
Como mejor puede abordarse este problema, es recordan-
do las condiciones desde donde evolucionó el capitalismo,
tanto en las zonas hoy avanzadas como en las regiones ahora
sub-desarrolladas del mundo. Estas condiciones fueron en
todas partes un modo de producción y un orden político y
social que se sintetiza convenientemente con el nombre de
feudalismo. Y no es que la estructura del feudalismo fuese la
misma en todos los casos. Por lo contrario, así como "estaría
uno en lo cierto al hablar no de una sola historia del capita-
lismo y de la estructura general que éste tuvo, sino de una
colección de historias del capitalismo, teniendo todas ellas
una estructura general similar, pero cada una de ellas atrave-
sando en fecha distinta sus principales etapas".176 Así debe
uno tener presente las enormes diferencias que hay entre las
historias de los sistemas feudales en las distintas partes del
mundo. En realidad, las profundas divergencias existentes
entre la estructura precapitalista de China, la sociedad basa-
da en las aldeas comunales de la India y el orden social
arraigado en la servidumbre que caracterizó a la mayor parte
del desarrollo precapitalista de Europa, han llevado a mu-
chos historiadores a dudar de la aplicabilidad general del
175
E. S. Mason, Promoting Economic Development (Claremont, Ca-
lifornia, 1955), p. 16.
176
Maurice Dobb, Studies in the Development of Capitalism (Londres,
1946), p. 21.
198
término "feudalismo". Sin terciar en este debate, podemos
limitarnos a una proposición sobre la cual parece haber un
consenso casi general de opiniones, a saber que el orden
precapitalista, fuese en Europa o en Asia, entró en una cierta
etapa de su desarrollo en un período de desintegración y de-
cadencia. Esta descomposición fue más o menos violenta y el
período de decadencia fue más corto o más largo en unos
países que en otros, pero la dirección general del movimien-
to fue en todas partes la misma. A riesgo de una exagerada
simplificación, puede considerarse que los siguientes proce-
sos, distintos entre sí, aunque estrechamente interrelaciona-
dos, constituyeron los rasgos sobresalientes. Primero hubo
un lento, pero apreciable, incremento de la producción agrí-
cola, que fue acompañado de una intensa presión feudal so-
bre la población rural que la sostenía y por crecientes re-
beliones y desplazamientos masivos de campesinos. Esto dio
lugar al surgimiento de una fuerza de trabajo industrial en
potencia. En segundo lugar, hubo una propagación más o
menos grande y más o menos general de la división del tra-
bajo y, con ella, la evolución de la clase de mercaderes y arte-
sanos, que fue acompañada por el crecimiento de las ciuda-
des. En tercer lugar, hubo una acumulación de capital más o
menos espectacular por parte de la clase de mercaderes y
campesinos ricos cuya influencia y número crecía en forma
más o menos constante.
Es la confluencia de todos estos procesos (y de varios otros
cambios secundarios) lo que constituye la condición previa
indispensable para el surgimiento del capitalismo. Como di-
ce Marx, "lo que permite a la riqueza monetaria convertirse
en capital es, por una parte, su encuentro con trabajadores
libres; en segundo lugar, está su encuentro con los medios
de subsistencia, materias primas, etc., igualmente libres y
disponibles para la venta, que de otra forma serían d'une
manière ou d'une autre propiedad de las masas actualmente
desposeídas".177 Pero es a la tercera —la acumulación prima-
ria del capital— a la que indudablemente, como sugiere el
177
Grundrisse der Kritik der Politschen Ökonomie (Rohentwurf) (Ber-
lín, 1953), p. 404
199
término capitalismo, debe darse importancia estratégica.
Claro está que la mera acumulación del capital mercantil no
lleva per se al desarrollo del capitalismo.178 Sin embargo, son
dos consideraciones las que exigen que se les preste una
atención singular. En primer lugar, otras condiciones que
determinaban la transición del feudalismo al capitalismo es-
taban madurando casi en todas partes —si bien en tiempos
distintos y con velocidades diferentes— bajo el impacto de la
tensión y tirantez interna del orden feudal. En segundo lu-
gar, estaba la velocidad y la amplitud de la acumulación del
capital mercantil y del ascenso- de la clase comerciante, que
jugó por sí misma un papel importante en el debilitamiento
de la estructura de la sociedad feudal al crear las condiciones
para su muerte. Citando nuevamente a Marx: "está determi-
nada por la naturaleza misma del capital... por su génesis,
que la hace surgir del dinero y, por consiguiente, de la rique-
za que existe en la forma de dinero. Por la misma razón, apa-
rece como surgiendo de la circulación, como un producto de
ésta. Por lo tanto, la formación de capital no proviene de la
propiedad de la tierra (cuando más, del tenant, en la medida
en la que éste es un comerciante de productos agrícolas); ni
tampoco de los gremios (aunque hay una posibilidad), sino
de la riqueza del comerciante y del usurero".179
En Europa Occidental la acumulación mercantil fue par-
ticularmente grande y —lo que es muy importante— extre-
madamente concentrada. Esto se debió en parte a la localiza-
ción geográfica de los países europeos occidentales, que les
dio la posibilidad de un desarrollo temprano de la navega-
ción y con éste, de una rápida expansión del comercio marí-
timo y fluvial. Secundariamente, fue causada —en forma bas-
tante paradójica— por las condiciones de Europa Occidental
en cuanto a sus recursos naturales y a su desarrollo económi-
co, pues en ese tiempo y en muchos aspectos, era más pobre

178
Como lo apunta Dobb, "un rasgo de esta nueva burguesía mercan-
til, tan sorprendente como universal, es la facilidad con que esta clase
transó con la sociedad feudal una vez que sus privilegios hubieron si-
do ganados" op. cit., p. 120.
179
Loc. cit
200
y más atrasada que las partes del mundo a donde dirigió su
penetración comercial. De ahí el impulso para procurarse
productos tropicales de toda clase (especias, té, marfil, índi-
go, etc.) que no podían obtenerse en sus proximidades; de
ahí también el esfuerzo para importar valiosos productos de-
bidos a la destreza oriental (ropas de alta calidad, ornamen-
tos, cerámica, etc.) y, finalmente, de ahí la avalancha por
apoderarse de los metales y las piedras preciosas que esca-
seaban en sus propios países. El vasto comercio que se pro-
dujo, combinando la piratería, el pillaje abierto, el tráfico de
esclavos y el descubrimiento de oro, trajo como consecuen-
cia la rápida formación de enormes fortunas por los merca-
deres de Europa Occidental.180
Esta riqueza tuvo la tendencia usual a acrecentarse. Las
exigencias de la navegación dieron un fuerte estímulo a los
descubrimientos científicos y al progreso técnico. La cons-
trucción de barcos, el pertrechamiento de expediciones a ul-
tramar, la manufactura de armas y de otros productos reque-
ridos para su protección y para la conducción de las "nego-
ciaciones" con sus socios comerciales de ultramar, dieron un
poderoso impulso al desarrollo de la empresa capitalista. El
principio de que "una cosa produce otra" tuvo una completa
aplicación; se dispuso de economías externas de diversas cla-
ses en forma creciente, permitiendo que el desarrollo poste-
rior tuviese una tasa acelerada. No necesitamos seguir la pis-
ta detalladamente a las diversas formas como el capital acu-
mulado se trasladó gradualmente a fines industriales. Los
mercaderes ricos entraron a las manufacturas para asegurar-
se un abastecimiento barato y continuo. Los artesanos enri-
quecidos, o en sociedad con comerciantes adinerados, ex-
pandieron la escala de sus operaciones. Con bastante fre-
cuencia, hasta los ricos terratenientes entraron a la industria
(particularmente minera) sentando, por consiguiente, los
cimientos de las grandes empresas capitalistas. Pero lo más
180
Cf. Dobb, op. cit., pp. 207 ss. Sobre el papel jugado por la esclavitud
y el tráfico de esclavos en la acumulación primaria de capital, Cf. Eric
Williams, Capitalism and Slavery (Chapel Hill, Carolina del Norte,
1944).
201
importante de todo fue que el Estado, bajo el control cre-
ciente de los intereses capitalistas, se hizo cada vez más acti-
vo en la ayuda y promoción a los incipientes empresarios.
"Todos ellos emplearon el poder del Estado —la fuerza con-
centrada y organizada de la sociedad— para precipitar de
manera violenta la transformación del modo feudal de pro-
ducción al modo capitalista, y acortar así el período de tran-
sición."181
El gran salto hacia adelante dado por Europa Occidental,
no debió necesariamente haber impedido el crecimiento eco-
nómico de otros países. Aunque éstos no hubieran estado ca-
pacitados para disminuir, para no hablar de eliminar, la bre-
cha entre sí mismos y los "pioneros" de Europa Occidental,
sin embargo podían haber iniciado un proceso de crecimien-
to propio, alcanzando niveles de productividad y de produc-
ción más o menos avanzados. De hecho, pudo haberse espe-
rado que el contacto cada vez mayor con las naciones más
adelantadas, técnica y científicamente, de Europa Occiden-
tal, facilitaría el movimiento de avance de los países con que
esta última se puso en contacto. Durante los siglos XVII y
XVIII, durante la era inicial del capitalismo moderno, parecía
que esto iba a ser así. Los cambios que se efectuaron en ese
tiempo en varios de los hoy países subdesarrollados, apoya-
ban ampliamente esta suposición. La acumulación primaria
de capital estaba haciendo rápidos progresos, las manufactu-
ras y el artesanado se expandían y las revueltas crecientes del
181
Marx, El Capital (ed. Kerr), vol. I, p. 823. Sobre el papel jugado por
el Estado dominado por los capitalistas en la etapa primitiva del desa-
rrollo del capitalismo, es útil recordar, aun en un país donde prover-
bialmente hay poca participación gubernamental en los asuntos eco-
nómicos, lo dicho por el profesor E. S. Mason: "La mayoría de los nor-
teamericanos no se dan cuenta del grado en que los gobiernos federa-
les y estatales promovieron el desarrollo económico primitivo de los
Estados Unidos, a través del abastecimiento de capital social en la
forma de canales, ensanche de ríos, caminos de peaje, ferrocarriles,
instalaciones portuarias, etc. La construcción gubernamental de obras
públicas de esta especie fue, claro está, esencial para la expansión de
la inversión privada. Promoting Economic Development (Claremont,
California, 1955) p. 47.
202
campesinado, combinadas con la presión cada vez más fuerte
de la burguesía ascendente, conmovieron en todas partes los
cimientos del orden precapitalista.
Esto puede verse sea que consideremos la historia inicial
del capitalismo en Rusia y en Europa Oriental y Sud-oriental,
o bien que observemos el principio del capitalismo en la In-
dia, en el Cercano Oriente o aun en China. No se trata de que
estos y otros países tuvieran que evolucionar de la misma
forma que la Gran Bretaña, Holanda, Alemania o Francia. Las
diferencias, no sólo en los prerrequisitos naturales del desa-
rrollo económico, en la localización geográfica y en el clima,
sino también en el trasfondo político, cultural y religioso,
alentaban la creación de divergencias en los niveles y las ta-
sas de crecimiento de la productividad. En forma similar, es-
tas diferencias no podían sino causar fuertes variaciones en
las cantidades de capital acumulado por las clases capita-
listas de cada nación en lo particular, así como en los grados
de cohesión y flexibilidad de sus respectivas estructuras so-
ciales y políticas precapitalistas. De todas formas, cualesquie-
ra que hayan sido su velocidad y su zigzagueo, la dirección
general del movimiento histórico parece haber sido la misma
tanto para los contingentes atrasados como para los avanza-
dos. "El país que está más desarrollado industrialmente
muestra únicamente a los países menos desarrollados la
imagen de su propio futuro."182
El hecho de que en realidad las cosas no se hayan desarro-
llado en esta forma, y que Europa Occidental dejase muy
atrás al resto del mundo, no se debe a un accidente fortuito o
a ciertas peculiaridades raciales de los distintos pueblos. De
hecho, esto estuvo determinado por la naturaleza del desa-
rrollo de la propia Europa Occidental. Los efectos de la pene-
tración capitalista en el mundo exterior fueron extremada-
mente complejos. Dependieron de la naturaleza predatoria
de esta penetración. También dependieron del estadio de
desarrollo alcanzado por las sociedades que estuvieron ex-
puestas al contacto exterior. Por lo tanto, debe hacerse una

182
Marx, El Capital (ed. Kerr), vol. I, p. 13.
203
estricta distinción entre el impacto que tuvo la entrada de
Europa Occidental en Norteamérica (y Australia y Nueva Ze-
landa) por una parte, y la penetración del capitalismo occi-
dental en Asia, África o Europa Oriental. En el primer caso,
los europeos occidentales entraron a un vacío social más o
menos completo y se establecieron en esas regiones, convir-
tiéndose ellos mismos en sus residentes permanentes. El que
fuesen éstas o no sus intenciones originales, que fuesen
aventureros mercantiles que buscaban ganancias rápidas pa-
ra llevarlas a su país de origen, o refugiados de las persecu-
ciones religiosas y políticas, como sucedió en el caso de Nor-
teamérica; el que fuesen deportados de todas clases, como en
el caso de Australia; o que hubiesen traído con ellos algún
capital o simplemente la iniciativa, la calificación y la inge-
niosidad, todo esto importa poco. Ellos vinieron a las nuevas
tierras con el "capitalismo en sus huesos" y no encontraron
una resistencia digna de este nombre —a pesar de las haza-
ñas de Davy Crockett—; lograron establecer en un tiempo
corto su propia sociedad nativa en un suelo casi virgen y ex-
cepcionalmente fértil. Partiendo de una estructura capitalis-
ta, libre de los obstáculos y de las barreras del feudalismo,
esta sociedad pudo entregarse de lleno al desarrollo de sus
recursos productivos. Sus energías políticas y sociales no es-
tuvieron desviadas por una lucha enconada en contra del or-
den feudal, ni disipadas en superar los convencionalismos y
las tradiciones de la era feudal. El único obstáculo a la acu-
mulación y a la expansión capitalista fue la dominación ex-
tranjera. Sin embargo, aunque no estuvieron libres totalmen-
te de tensiones y de conflictos internos de gran intensidad —
¡el caso de Benedict Arnold, por ejemplo!— las sociedades
burguesas recientemente surgidas tuvieron, desde sus etapas
iniciales, la suficiente cohesión y fuerza para derribar esa
dominación y crear una estructura política adecuada para el
crecimiento del capitalismo.
Esto es algo muy distinto de lo que ocurrió en otras partes
del mundo. Lo decisivo no es tanto que los empresarios de
Europa Occidental que se introducían en la India, en China,
en los países del Asia Sudoriental, en el Cercano Oriente y en
204
África, fuesen en muchos aspectos distintos de aquellos que
se habían dirigido a Norteamérica. Siendo también producto
del desarrollo capitalista del Occidente, estaban nutridos por
aspiraciones que eran egoístas y se dedicaban a actividades
predatorias. La diferencia crucial reside en lo que encontra-
ron a su llegada a Asia y a África. Aquél era un mundo total-
mente distinto del que habían encontrado en América o en
Australia.
Donde el clima y el ambiente natural eran tales que invita-
ban a quedarse, los colonizadores de Europa Occidental se
enfrentaron a sociedades ya establecidas con ricas y antiguas
culturas en un estadio precapitalista o en un estado de gesta-
ción del desarrollo capitalista. Donde las organizaciones so-
ciales existentes eran primitivas y tribales, las condiciones
generales y en particular el clima, eran tales que impedían
cualquier colonización masiva por parte de los europeos oc-
cidentales; por consiguiente, en ambos casos, los visitantes
de Europa Occidental decidieron extraer rápidamente las
mayores ganancias posibles de los países huéspedes, y llevar-
se el botín a su país de origen. De ahí que se dedicasen al sa-
queo abierto o al saqueo ligeramente disfrazado de comercio,
apoderándose y llevándose enormes riquezas de los lugares
en que penetraron. "La cruel rapacidad de su política de ex-
plotación colonial, durante los siglos XVII y XVIII, difirió po-
co de los métodos con que los cruzados y los comerciantes
armados de las ciudades italianas habían robado a los territo-
rios bizantinos del Levante en los primeros siglos."183 De esta
forma, "los tesoros capturados fuera de Europa por el saqueo
descarado, la esclavitud y el crimen, fluyeron hacia el país de
origen, transformándose así en capital".184
La importancia de estas "transferencias unilaterales" de la
riqueza de los países no europeos hacia los de Europa Occi-
dental, generalmente se oscurece al enfocar únicamente la
atención sobre su magnitud, en términos de la producción
total de los países a los cuales se agregó o de los que se extra-
183
Dobb, Studies in the Development of Capitalism (Londres, 1946),
p.208.
184
Marx, El Capital (ed. Kerr). vol. I, p. 826.
205
jo. Y no es que no fuese grande, aun medida de esa forma.
Sin embargo, lo que les da una importancia decisiva para el
desarrollo de Europa Occidental y de los hoy países subdesa-
rrollados es la naturaleza, o, por decirlo así, el locus econó-
mico de los recursos implicados. En realidad, cualquiera que
haya sido el incremento del ingreso nacional que Europa Oc-
cidental obtuvo de sus operaciones de ultramar, éstas multi-
plicaron el excedente económico de que disponía. Lo que es
más, el incremento del excedente económico apareció inme-
diatamente en una forma concentrada, apropiándoselo, en
gran medida, los capitalistas, que pudieron usarlo para fines
de inversión. La intensidad del impulso que dieron al desa-
rrollo de Europa Occidental estas contribuciones "exógenas"
a su acumulación de capital, difícilmente puede exagerarse.185
La transfusión misma y sobre todo los métodos con que se
perpetró, tuvieron quizá un impacto aun más profundo sobre
los países víctimas. Sacudieron a fondo todo su desarrollo y
afectaron drásticamente su curso posterior. Resquebrajaron
con violencia explosiva el movimiento glacial de sus antiguas
sociedades y aceleraron vertiginosamente el proceso de des-
composición de sus estructuras precapitalistas. Al hacer pe-
dazos los antiguos moldes de su economía agrícola y al for-
zarla a que se desviase a la producción de cultivos de expor-
tación, el capitalismo occidental destruyó la autosuficiencia
de su sociedad rural —que era la base del orden precapitalis-
ta en todos los países en donde penetró— y rápidamente
amplió y profundizó el radio de la circulación de mercancías.
Mediante la franca (y en muchos países masiva) apropiación
de la tierra que ocupaban los campesinos, para ser utilizada
en plantaciones y otros usos por parte de empresas extranje-
ras y al exponer a sus manufacturas rurales a la devastadora

185
Esto no quiere decir que, en total, el efecto sobre los países "bene-
ficiarios" fuese una bendición "pura". La corrupción de la vida social y
política de Europa Occidental, el crecimiento del "chauvinismo" y del
racismo, el desarrollo inevitable del imperialismo y del jingoísmo, to-
do esto se debe en gran medida a la odiosa violación de los pueblos
no europeos que acompañó al desarrollo primitivo del capitalismo
occidental.
206
competencia de sus exportaciones industriales, el capitalis-
mo occidental creó un enorme contingente de fuerza de tra-
bajo empobrecida.186 Por lo tanto, al ampliar el área de las ac-
tividades capitalistas, propició la evolución de las relaciones
legales y de propiedad, acordes a las necesidades de una eco-
nomía mercantil y estableció las instituciones administrati-
vas necesarias para su cumplimiento. Aunque sólo fuese con
el objeto de agrandar y fortalecer el control económico y po-
lítico sobre las regiones que dominaba, las obligó a dedicar
una parte de sus excedentes económicos al mejoramiento de
sus sistemas de comunicación, a la construcción de ferroca-
rriles, puertos y carreteras, lo que trajo consigo, como sub-
producto, las instalaciones que se necesitaban para la inver-
sión lucrativa de capital.
Sin embargo, ésta es sólo una cara del problema. La irrup-
ción del capitalismo occidental en los hoy países subdesa-
rrollados, al precipitar con irresistible energía la madura-
ción de algunas de las condiciones básicas para el desarrollo
de un sistema capitalista, bloqueó con igual fuerza el creci-
miento de las otras. La remoción de una gran parte del ex-
cedente corrientemente generado y previamente acumulado
por los países afectados, no podía sino causar un serio retro-
ceso de su acumulación primaria de capital. El estar expues-
tos a una ruinosa competencia del exterior, no podía sino
asfixiar a sus incipientes industrias. Aunque la expansión de
la circulación de mercancías, la pauperización de un gran
número de campesinos y artesanos y el contacto con la téc-
nica occidental dio un poderoso impulso al desarrollo del
capitalismo, este desarrollo fue violentamente desviado de
su curso normal, fue deformado y mutilado para que se
adaptase a los objetivos del imperialismo occidental.
De ahí que los pueblos que cayeron en la órbita de expan-
sión del capitalismo occidental se encontrasen con el ocaso
del feudalismo y del capitalismo, sufriendo las peores carac-
terísticas de ambos y, como si fuese poco, con todo el impac-
to de la subyugación imperialista. A la opresión de sus seño-
186
Cf. W. E. Moore, Industrialization and Labor (Ithaca y Nueva York,
1951), p. 52.
207
res feudales, opresión despiadada, aunque mitigada por la
tradición, se agregó el dominio de los capitalistas nacionales
y extranjeros, un dominio brutal, limitado sólo por lo que el
pueblo podía tolerar. El oscurantismo y la violencia despóti-
ca que heredaron de su pasado feudal se combinaron con la
rapacidad racional y rigurosamente calculadora de su pre-
sente capitalista. Su explotación se multiplicó, pero sus fru-
tos no incrementaron su riqueza productiva; ésta se fue al
exterior o bien sirvió para sostener a una burguesía parásita
en su propio país. Vivían en una miseria abismal, pero no te-
nían perspectivas de un futuro mejor. Se encontraban en el
capitalismo, pero no había acumulación de capital. Perdieron
sus medios tradicionales de vida, sus artes y sus oficios, pero
no había una industria moderna que les proporcionase otros
nuevos en su lugar. Fueron lanzados a un contacto extensivo
con la adelantada ciencia del Occidente, pero quedaron en
un estado de profundo atraso.
II
El caso más señalado es obviamente la India. Los anales de la
India desde los días de la "East India Company" son bien co-
nocidos y no requieren mayor elaboración. Sobre pocos pro-
blemas históricos existe tanto acuerdo entre los estudiosos
de distintas opiniones, como respecto a lo que ocurrió en la
India después de que el capitalismo occidental la anexó a su
carruaje. Esto está bien presentado por una autoridad que,
ciertamente, no es sospechosa de tener prejuicios antibritá-
nicos, y quien resume sus investigaciones como sigue: "...en
el siglo XVIII, la situación económica de la India era relativa-
mente avanzada y los métodos hindúes de producción y de
organización industrial y comercial podían compararse con
los que estaban en boga en cualquier otra parte del mundo...
Un país que había fabricado y exportado las muselinas más
finas y otros artículos y productos de lujo en una época en
que los antepasados de los ingleses llevaban una vida extre-
madamente primitiva, no pudo tomar parte en la revolución
económica que iniciaron los descendientes de esos mismos

208
bárbaros".187 Este "fracaso" no fue algo accidental ni se debió
a ninguna ineptitud peculiar de la "raza" hindú.188 Fue cau-
sada por la explotación brutal, consciente y sistemática de la
India por el capital británico desde el comienzo mismo del
dominio inglés. Tan extraordinario fue el grado del saqueo,
tan increíblemente fantástica la suma de lo que se extrajo de
la India que, en 1875, el Marqués de Salisbury —en aquel en-
tonces Ministro de la India— advirtió que "si la India debe
sangrarse, esta sangría debe hacerse juiciosamente".189 El vo-
lumen de riqueza que la Gran Bretaña obtuvo de la India y
que se agregó a la acumulación de capital de Inglaterra, nun-
ca ha sido, que yo sepa, enteramente valuada. Digby hace
notar que, según los cálculos hechos, el tesoro extraído por
los británicos de la India, entre Plassey y Waterloo —un pe-
ríodo de vital importancia para el desarrollo del capitalismo

187
Vera Anstey, The Economic Development of India (Londres, Nueva
York, Toronto, 1929, citado de la 4ª edición, 1952), p. 5.
188
Como apuntó ya uno de los primeros observadores de la India, "la
gran masa del pueblo hindú posee una gran energía industrial, está
muy capacitado para acumular capital y es notable por la claridad ma-
temática
de su mente y el talento para los números y las ciencias exactas. Sus
intelectos son excelentes". Citado en la obra de Marx, The Future Re-
sults of the British Rule in India, en la compilación de artículos de
Marx y Engels publicados bajo el título de On Britain (Moscú, 1953), p.
390 (subrayado en el original). Que al mismo tiempo el sistema edu-
cativo, organizado y supervisado por los británicos, hiciese todo lo
que estuvo a su alcance para reprimir el crecimiento de la aptitud
científica e industrial entre los hindúes, ha sido atestiguado por nu-
merosos estudiosos de la India. Como dice Vera Anstey: "...¿No de-
bemos investigar el grado en que el sistema de educación introducido
por los británicos ha ayudado a generar el espíritu científico y la ex-
pansión del conocimiento científico? ¿No encontramos que, en vez de
enseñar al pueblo a entender el mundo que lo rodea, a cómo poder
utilizar y controlar mejor las fuerzas naturales, se le ha enseñado a
escribir notas sobre las frases arcaicas que se encuentran en los traba-
jos de los ingleses del siglo XVI y XVII y a aprenderse de memoria la
historia personal de los oscuros dirigentes de una tierra extranjera?",
op. cit.,, p. 4.
189
William Digby, "Prosperous" British India (Londres, 1901), p. XII.
209
británico—, asciende a un valor que oscila entre 500.000,000
y 1,000.000,000 de libras esterlinas. Lo gigantesco de esta
cantidad puede verse con claridad si se considera que, al ini-
ciarse el siglo XIX, el capital total de todas las sociedades
anónimas que operaban en la India se elevaba a 36 millones
de libras esterlinas. Los autorizados estadígrafos hindúes K.
T. Shah y K. J. Khambata, calcularon que en las primeras dé-
cadas del presente siglo la Gran Bretaña se apropiaba anual-
mente, bajo uno u otro título, más del 10% del producto na-
cional bruto de la India.190 Puede suponerse, sin riesgo al-
guno, que este drene fue más pequeño en el siglo XX que en
los siglos XVIII y XIX. Más aún, puede considerarse como
cierto que este coeficiente subestima el grado del usurpa-
miento británico de los recursos de la India, ya que se refiere
únicamente a las transferencias directas y no incluye las pér-
didas de la India que fueron causadas por la desfavorable re-
lación de intercambio que le impusieron los ingleses. Consi-
derando el problema en términos de lo que significó para la
Gran Bretaña, merece la pena citar con cierta extensión el vi-
vo cuadro que pinta Brooks Adams:
Sobre el saqueo de la India no hay mejor autoridad que
Macaulay, quien ocupó un alto puesto en Calcuta... y
quien, menos que cualquier otro de los escritores que lo
han seguido, fue portavoz de las clases oficiales. Él ha con-
tado cómo después de Plassey "la lluvia de riqueza" princi-
pió a caer y ha descrito las propias ganancias de Clive: "po-
demos afirmar, sin ningún riesgo, que no ha habido inglés,
que partiendo de la nada, haya creado, en ninguna esfera
de actividad, una fortuna tan grande a la temprana edad de
34 años. Pero lo que Clive obtuvo, bien sea para él o para el
gobierno, fue una bagatela si se compara con el robo al
mayoreo y la explotación que siguieron a su partida cuando
Bengala se rindió y fue presa indefensa de una miríada de
funcionarios ambiciosos. Estos funcionarios eran absolutis-
190
Citado en el libro de R. Palme Dutt, India Today (Bombay, 1949), p.
32. Este coeficiente debe considerarse a la luz de la parte del ingreso
que podría esperarse fuese el excedente económico en un país tan po-
bre como la India.
210
tas, irresponsables y rapaces y saquearon los tesoros priva-
dos. Su único pensamiento era extraer algunos cientos de
miles de libras de los nativos lo más rápidamente posible y
regresar a Inglaterra a ostentar su riqueza. De ahí que
enormes fortunas hayan sido rápidamente acumuladas en
Calcuta, en tanto que 30 millones de seres humanos fueron
reducidos a la más extrema de las miserias... El mal go-
bierno de los ingleses llegó a un punto tal, que difícilmente
parece ser compatible con la existencia de la sociedad. El
procónsul romano que en uno o dos años exprimía a una
provincia los recursos para erigir palacios de mármol y ba-
ños en las costas de Campania, para beber en copas de ám-
bar, para deleitarse con el canto de los pájaros, para exhibir
ejércitos de gladiadores y manadas de jirafas; el virrey es-
pañol que, dejando tras de sí las maldiciones de México o
de Lima, entraba a Madrid con un largo tren de carrozas
doradas con suntuosos caballos enjaezados y herrados con
plata, habían sido superados".191 Inmediatamente después
de Plassey, el saqueo de Bengala comenzó a llegar a Lon-
dres y su efecto parece haber sido instantáneo, pues todas
las autoridades coinciden en que la "revolución industrial",
el acontecimiento que separó al siglo XIX de todos los
tiempos anteriores, principió en el año de 1760. Con ante-
rioridad a 1760... La maquinaria usada para tejer algodón
en Lancashire era casi tan simple como la de la India, en
tanto que alrededor de 1750, la industria inglesa del hierro
estaba en plena decadencia... es al capitalista, más que al
inventor, a quien la civilización debe la máquina de vapor
como parte de la vida diaria.192
Un análisis cabal del impacto que tuvo esta frenética orgía
de la acumulación primaria de capital sobre el desarrollo de
la India se da en la obra clásica de Romesh Dutt, The Econo-
mic History of India,193 y no podemos menos que citar sus pa-
191
Este pasaje es del libro de Macaulay, Lord Clive.
192
The Law of Civilization and Decay, An Essay on History (Nueva York,
1896, citado de la reimpresión de 1943), pp. 294 ss.
193
Londres, 1901; citado de la 7ª edición, 1950, pp. VII ss. Este escritor, al-
to funcionario de la administración británica de la India y conferen-
211
labras:
Desgraciadamente, es un hecho que las fuentes de la ri-
queza nacional de la India se han empobrecido de diversas
maneras bajo el gobierno británico. La India en el siglo
XVIII era un gran país industrial y a la vez un gran país agrí-
cola y los productos de los telares hindúes abastecían los
mercados de Asia y Europa. Desgraciadamente es verdad
que la East Indian Company y el Parlamento Británico, si-
guiendo la política comercial egoísta de hace 100 años, des-
alentaron a los fabricantes hindúes durante los primeros
años de gobierno británico, con el objeto de impulsar las
crecientes industrias de Inglaterra. La política que se fija-
ron y que fue seguida durante las últimas décadas del siglo
XVIII y las primeras del siglo XIX fue hacer de la India un
país dependiente de las industrias de la Gran Bretaña y lo-
grar que el pueblo hindú produjese sólo materias primas
para abastecer de material a los telares e industrias de In-
glaterra. Esta política se prosiguió con una resolución in-
quebrantable y con un éxito nefasto; se dieron órdenes para
obligar a los artesanos hindúes a trabajar en las fábricas de
la East Indian Company; se invistió legalmente a los resi-
dentes comerciales con extensos poderes sobre las villas y
comunidades de tejedores hindúes; mediante aranceles
prohibitivos se excluyó la entrada a Inglaterra de los artícu-
los de seda y de algodón hindúes; en cambio, los artículos
ingleses fueron admitidos en la India libres de impuestos o
con el pago de un impuesto nominal... con la invención del
telar mecánico en Europa, se completó la decadencia de las
industrias de la India y cuando en años recientes se intro-
dujo el telar mecánico en ésta, Inglaterra actuó una vez
más respecto a la India con un celo injusto. Se gravó la
producción de las fábricas de algodón de la India, lo cual...
ahogó las nuevas industrias textiles de este país. En la ac-
tualidad la agricultura es virtualmente la única fuente que

cista sobre la historia hindú del University College de Londres, no debe


confundirse con R. Palme Dutt, autor del importante libro sobre la In-
dia, India Today (Londres, 1940; 2; ed., Bombay, 1949).
212
queda de la riqueza nacional de la India... pero lo que el
gobierno británico... obtiene actualmente a través del Im-
puesto sobre la tierra, se aproxima algunas veces al total de
la renta económica... Esto... paraliza la agricultura, impide
el ahorro y mantiene al labrador en un estado de pobreza y
de endeudamiento... En la India, el Estado se inmiscuye vir-
tualmente con la acumulación de la riqueza del suelo, in-
tercepta los ingresos y las ganancias de los labradores... de-
jando a éstos en una miseria permanente... En la India, el
Estado no ha impulsado nuevas industrias y no ha revivido
las viejas industrias para el pueblo... En una u otra forma,
todo lo que pudo extraerse de la India a través de una im-
posición excesiva fluyó hacia Europa, después de pagar una
administración hambrienta. .. En verdad la humedad de la
India bendice y fertiliza otras tierras.
La catástrofe que acarreó a la India la invasión del capita-
lismo británico asumió proporciones alarmantes. Claro está
que el proceso de transición del feudalismo al capitalismo y
el desplazamiento de recursos hacia la formación del capital
que es parte integrante de esta transición, causó gran canti-
dad de sufrimientos, de miseria y de indigencia donde quiera
que ha seguido su curso inexorable. El excedente económico
de la sociedad no sólo se, transfirió de un uso a otro con to-
das las sacudidas, luchas y privaciones consiguientes: la ma-
yor parte de él se obtuvo de las masas subalimentadas, semi-
des-nudas, mal alojadas y agotadas por exceso de trabajo. Sin
embargo, este excedente —aunque sólo en forma incompleta
y de manera irracional— se usó para la inversión productiva
y sentó las bases para la futura expansión de la productividad
y de la producción. De hecho, no puede haber duda de que si
la cantidad del excedente económico que la Gran Bretaña ex-
trajo de la India hubiese sido invertido en esta última, el
desarrollo económico de la India tendría en la actualidad po-
ca similitud con este sombrío cuadro. Es ocioso especular
acerca de si la India, en la actualidad, tendría un nivel de
adelanto económico acorde con sus fabulosos recursos natu-
rales y con la potencialidad de su pueblo. De cualquier ma-
nera, el destino de las sucesivas generaciones hindúes no se
213
hubiese parecido ni siquiera remotamente a la catástrofe
crónica de los últimos siglos.
El perjuicio hecho al potencial económico de la India sólo
es superado por el daño y la mutilación, quizá más durade-
ros, que se infringieron a su pueblo. "Todo el efecto sobre el
Indostán de calamidades como las guerras civiles, invasiones,
revoluciones, conquistas y hambres extrañamente complejas,
por rápidas y destructoras que pudiesen parecer, sólo afecta-
ron a su superficie. Inglaterra, en cambio, destrozó toda la
estructura de la sociedad hindú, sin que se haya manifestado
hasta ahora ningún síntoma de reconstitución. Esta pérdida
de su viejo mundo, sin conquistar otro nuevo, imprime un
sello de abatimiento particular a la miseria del hindú y des-
vincula al Indostán gobernado por la Gran Bretaña de todas
sus antiguas tradiciones y de toda su historia pasada."194
La política británica en la India ha estado modelada aproxi-
madamente de acuerdo con la práctica seguida por algunos
tiranos hindúes tan elocuentemente descritos por Macaulay:
"Cuando temían la capacidad y el espíritu de algún súbdito
distinguido, pero no podían aventurarse a asesinarlo (acos-
tumbraban)... administrarle una dosis diaria de pousta, un
preparado de opio, que tenía por resultado el destruir en po-
cos meses todos los poderes mentales y corporales del pobre
diablo que se había drogado con ella y convertirlo en un idio-
ta irremediable. Este artificio tan detestable, más horrible
que el asesinato mismo, era digno de aquellos que lo em-
pleaban."195 De esta forma, la administración británica de la
India destruyó sistemáticamente todas las fibras y todo el
cimiento de la sociedad hindú. Su política impositiva y agra-
ria arruinó la economía aldeana de la India, sustituyéndola
por los terratenientes parásitos y los prestamistas. Su política
comercial destruyó al artesano hindú y creó los infames tu-
gurios de las ciudades de la India, llenas de millones de pa-
rias hambrientos y enfermos. Su política económica desbara-
194
Marx, "British Rule in India", en los Selected Works de Marx y En-
gels (Moscú, 1949-1950), vol. I, p. 313.
195
Speeches, citados en el libro de Digby "Prosperous" British India
(Londres, 1901), p. 63.
214
tó todos los intentos que hubo a favor de su desarrollo indus-
trial propio y promovió la proliferación de especuladores,
pequeños negociantes, agentes y especuladores de toda clase,
que a duras penas llevan una vida estéril y precaria en medio
de una sociedad decadente. "El dominio británico se consoli-
dó mediante la creación de nuevas clases y de intereses crea-
dos, que estaban ligados a ese régimen y cuya existencia de-
pendía de su continuidad. Había los terratenientes y los
príncipes, existía un gran número de miembros subordina-
dos a los servicios de diversos departamentos de gobierno,
desde el patwari (cabecilla de la aldea) para arriba... A todos
estos métodos debe sumarse la política que deliberadamente
se siguió durante todo el período de la dominación británica
y que consistió en crear división entre los hindúes, en alentar
un grupo a costa de otro."196 Ya se ha hecho referencia a la
política británica en lo que respecta a la educación. En el ca-
pítulo del libro de Nehru, del que se ha tomado el pasaje an-
terior, se hace la siguiente cita de la Life of Metcalfe de Kaye:
"...El temor a la libre difusión del conocimiento se convirtió
en malestar crónico... que angustiaba continuamente a los
miembros del gobierno con toda clase de pesadillas y sueños
hipocondriacos, en los cuales las visiones de las imprentas y
de la Biblia les estremecían el cuerpo y les ponían los pelos
de punta. Nuestra política, en aquellos días, tendía a mante-
ner a los nativos de la India en el más profundo estado de os-
curantismo y barbarie y todo intento para difundir la luz del
conocimiento entre el pueblo, tanto en nuestros estados co-
mo entre los independientes, fue vehementemente obstacu-
lizado y causó resentimientos."
Por consiguiente, es un juicio ecuánime sobre los efectos
de los dos siglos de dominación del capitalismo occidental
en la India, y es un análisis correcto de las causas de su atra-
so actual el que hace Nehru cuando dice: "...casi todos los
problemas principales que tenemos en la actualidad se gesta-
ron durante el dominio británico y son el resultado directo
de la política británica; el problema de los príncipes, el de las
196
Jawaharlal Nehru, The Discovery of India (Nueva York, 1946), pp.
304 ss.
215
minorías, el de los diferentes intereses creados, tanto extran-
jeros como hindúes; el de la carencia de industrias y el des-
cuido de la agricultura; el del profundo atraso de los servicios
sociales ; y sobre todo, el de la trágica miseria del pueblo".197
No es necesario añadir que esto no significa idealizar el pa-
sado prebritánico de la India y pintarlo románticamente co-
mo un Paraíso Perdido. Como Marx lo subrayaba en un mag-
nífico pasaje de uno de sus artículos ya citados sobre la India:
...No debemos olvidar que esas idílicas comunidades rurales, por
inofensivas que pareciesen, siempre fueron la sólida base del despo-
tismo oriental; que restringieron el intelecto humano a los límites
más estrechos, convirtiéndolo en el instrumento sumiso de la su-
perstición, sometiéndolo a la esclavitud de sus reglas tradicionales y
privándolo de toda grandeza y de toda iniciativa histórica. No de-
bemos olvidar el egoísmo bárbaro que, concentrado en un mísero
pedazo de tierra, contemplaba apaciblemente la ruina de imperios
enteros, la perpetración de crueldades, inenarrables, la masacre de
la población de las grandes ciudades, sin prestar a todo esto más
atención que a los fenómenos de la naturaleza y convirtiéndose a su
vez en presa fácil para cualquier agresor que se dignase fijar en ella
su atención. No debemos olvidar que esa vida sin dignidad, vegeta-
tiva y estática, esta forma pasiva de existencia, despertaba, por otra
parte y por oposición, fuerzas destructivas salvajes, ciegas y desen-
frenadas que hicieron del asesinato un rito religioso del Indostán.
No debemos olvidar que estas pequeñas comunidades estaban con-
taminadas por la distinción de casta y por la esclavitud, que some-
tían al hombre a las circunstancias externas, en vez de hacerlo so-
berano de ellas, que transformaron su estado social, que se desarro-
llaba por sí solo en un destino natural inmutable, creando así un
culto grosero a la naturaleza...198
Al mismo tiempo, no debe pasarse por alto que la India, de
haberse dejando a sus propias fuerzas, podría haber encon-
trado en el curso del tiempo un camino más corto y segu-
ramente menos tortuoso hacia una sociedad mejor y más ri-
ca. No puede caber duda alguna de que, en ese camino, hu-
biese tenido que pasar por el purgatorio de una revolución
burguesa y que una larga fase de desarrollo capitalista habría
sido el precio inevitable que habría tenido que pagar por el
197
Ibid., pp. 306 ss.
198
"British Rule in India", op. cit., p. 317.
216
progreso. Sin embargo, sería una India totalmente distinta (y
un mundo totalmente distinto), si se le hubiese permitido —
como sucedió con otros países más afortunados— realizar su
destino a su manera, emplear sus recursos en beneficio pro-
pio y dedicar sus energías y capacidades al adelanto de su
propio pueblo.
III
Esto, claro está, es una especulación, pero una especulación
legítima. La alternativa al despojo masivo de la riqueza acu-
mulada y de la producción generada corrientemente, que fue
impuesta por el capitalismo occidental a todos los actual-
mente países subdesarrollados, no es hipotética; tampoco lo
es la despiadada supresión y distorsión de todo crecimiento
económico nativo, ni la corrupción sistemática de la vida so-
cial, política y cultural que se le infligieron a estos países.199
Esto puede verse con claridad en la historia del único país
asiático que logró escapar al destino de sus vecinos y obtener
un grado relativamente avanzado de desarrollo económico.

199
Hemos tratado a la India con cierta amplitud, pero lo que se aplica
a la India es válido mutatis mutandis para todas las otras regiones
atrasadas. Para investigaciones más a fondo de la experiencia de Bir-
mania y de las Indias Orientales Holandesas (asi como para una exce-
lente exposición de toda la política colonial de las potencias occiden-
tales), véanse los libros de J. S. Furnivall, y en particular Netherlands
Indies (Cambridge, Inglaterra, 1944) y Colonial Policy and Practice
(Cambridge, Inglaterra, 1948). También es de gran utilidad el libro de
J. H. Boecke, The Evolution of the Netherlands Indies Economy (Nueva
York, 1946). La literatura sobre China es muy amplia. En el contexto
de la presente exposición, los más ilustrativos son los libros de Mi-
chael Greenberg, British Trade and the Opening of China 1800-1842
(Cambridge, Inglaterra, 1951), y de G. E. Efimov, Ocherki po Novoy i
Noveyshev Istorii Kitaya (Ensayos sobre la historia reciente de China)
(Moscú, 1951). Un buen estudio de lo sucedido en África se encontrará
en el libro de Leonard Wolf, Empire and Commerce in África (Londres,
n. d.), mientras que, sobre la increíble catástrofe que sufrió la región
del Caribe, el libro clásico de Fray Bartolomé de las Casas, Historia de
las Indias, reeditado en inglés con el título de "The Tears of the In-
dians" (Stanford, California, n.d), sigue siendo probablemente la me-
jor relación.
217
Para el período que estamos considerando —cuando el capi-
talismo occidental arruinaba a la India, hundía sus garras en
África, subyugaba a Latinoamérica e iniciaba la penetración
de China— las condiciones del Japón eran igualmente propi-
cias, mejor dicho, igualmente desfavorables, para el desarro-
llo económico que en cualquier otra parte de Asia. De hecho,
el Japón, "con una organización exclusivamente feudal de la
propiedad agraria y su desarrollada economía de pequeños
campesinos" (Marx), mientras era desgarrado por todas las
tensiones internas y todos los conflictos de una sociedad
feudal, estaba quizá aun más sofocado por la camisa de fuer-
za de los obstáculos y las restricciones feudales que cualquier
otro país precapitalista. "Durante más de 200 años no se es-
catimó esfuerzo para suprimir el crecimiento y el cambio... la
sociedad estaba congelada dentro de un molde clasista le-
galmente inmutable... el mantenimiento de la clase guerrera
continuaba absorbiendo el excedente de la sociedad, sin de-
jar casi nada para la inversión... el cerrado sistema de clases
asfixiaba las energías creadoras y tendía a paralizar al trabajo
y al talento dentro de las ocupaciones tradicionales. Quitar
estos obstáculos para iniciar un desarrollo industrial, era in-
concebible."200
Sin embargo, al mismo tiempo y bajo el caparazón rígido
del orden feudal, existía una rápida acumulación de capital
en manos de los mercaderes urbanos y rurales.201 Para tener

200
Thomas C. Smith, Political Change and Industrial Development in
Japan: Government Enterprise, 1868-1880 (Stanford, California, 1955),
capítulo II. Le estoy muy agradecido al profesor Smith por haberme
dejado ver las pruebas de galera de esta excelente monografía.
201
Es de gran importancia hacer notar que, ya en el siglo XVIII, pode-
rosos clanes feudales (particularmente los de Satsuma en el sur de
Kyushu) iniciaron un vasto comercio y acumularon grandes capitales.
Sobre lo anterior véase el libro de E. Herbert Norman, Japan's Emer-
gence as a Modern State (Nueva York, 1946), p. 15. La orientación ini-
cial hacia las actividades mercantiles por parte de algunos señores
feudales, probablemente tuvo mucho que ver con el hecho de que,
por pertenecer a los 86 tozama o señores "del exterior", fueron exclui-
dos por el grupo dirigente Tokugawa de toda participación en el go-
bierno y fueron obligados, por ende, a buscar una salida para sus
218
una medida de la magnitud de la riqueza que se estaba ama-
sando por esta próspera burguesía, los siguientes datos pue-
den servir: "En 1760, el Bakufu 'pidió prestado' a los miem-
bros de los grandes gremios comerciales aproximadamente
1.781,000 ryo, una suma de la misma magnitud que el total de
los gastos ordinarios del gobierno durante un año."202 Como
estos "préstamos" frecuentemente no eran pagados, esta su-
ma nos proporciona no sólo una indicación de la riqueza de
la clase mercantil, sino también una idea del alcance de las
exacciones a que el gobierno la tenía sometida. Éstas no eran
tan sólo financieras.203 "Las autoridades tenían cercada [a la
clase mercantil]... con numerosas restricciones; el estilo de
vestir, el uso de calzado, de sombrillas, y mil otros pequeños
detalles, estaban regidos por la ley. El gobierno ni siquiera
permitía que un mercader tuviese un nombre que se parecie-
ra a un nombre daimyo, ni dejaba que viviera en un distrito
samurai. De hecho, ninguna aristocracia feudal pudo mos-
trar una mayor aversión al lucro y a las personas que acumu-
laban dinero, que la externada por los moralistas y legislado-
res Tokugawa." 204
Aunque parece haber algún desacuerdo entre los historia-
dores del Japón sobre el "crédito" que debe atribuirse a las
distintas clases en su esfuerzo por derribar al régimen Toku-
gawa, casi no hay duda de que la presión que ejercían las re-
laciones capitalistas —que se estaban desarrollando rápida-
mente— en contra de las barreras del orden feudal, fue la
fuerza básica que condujo a la restauración Meiji. Con esto
no se intenta disminuir la enorme significación política de la
creciente oposición de los pequeños samurai o de la ascen-
dente ola de levantamientos campesinos que conmovió du-
rante la primera mitad del siglo XIX los cimientos mismos
del régimen Tokugawa, ni tampoco exagerar el papel político

energías en otras actividades.


202
G. B. Samsom, The Western World and Jopan (Nueva York, 1950), p.
240.
203
Éstas se describen con algún detalle por G. B. Sansom, loc.cit.
204
E. Herbert Norman, Japan's Emergence as a Modern State (Nueva
fork, 1946), p. 17.
219
jugado por la clase mercantil en el establecimiento del nuevo
orden.205
Como en todas las revoluciones, fue una combinación de
205
En general, es bastante problemático el determinar la importancia
que debe dársele al trasfondo clasista de los individuos que participan
en acontecimientos revolucionarios. Demasiados factores de azar in-
fluyen en las decisiones y la conducta de los miembros individuales
de las distintas clases, para que sea posible encontrar una estrecha
relación entre el contenido de clase de un movimiento histórico y el
origen clasista de gran número de sus participantes y dirigentes. Una
revolución burguesa no deja de serlo por el hecho de que sea seguida
por un gran número de nobles que, precisamente a causa de sus ante-
cedentes y de su educación, pueden haber superado el punto de vista
de su propia clase, llegando a puestos de dirección de un movimiento
progresista; tampoco una revolución proletaria se hace menos prole-
taria a causa de que en sus puestos dirigentes se encuentren, por ra-
zones similares, muchos individuos de extracción burguesa o aristo-
crática. Por eso, no concederé gran importancia a la información pre-
sentada por Thomas C. Smith (op. cit., cap. II) sobre los orígenes de
clase de los dirigentes de la restauración, a los que se dio un rango en
la corte en forma póstuma, seguramente en reconocimiento del papel
que jugaron en ella. La sorprendente pequeñez del número de merca-
deres que fue objeto de una distinción similar, parecería sugerir que
la clase mercantil jugó sólo un pequeño papel en el movimiento revo-
lucionario. Sin embargo, esta impresión sería muy engañosa. Tradi-
cionalmente, los burgueses, como individuos, no han participado acti-
vamente en ningún lugar, en la política revolucionaria. De hecho, es
ésta, probablemente, una de las características sobresalientes de la
clase capitalista y está íntimamente ligada a su habitat ideológico y
económico, que la hace operar habitualmente en la escena política —
particularmente en épocas de conmoción social— a través de corifeos,
agentes y aliados, más que en forma directa, es decir, con la participa-
ción de sus propios miembros. Con seguridad que en el Japón, en un
medio político totalmente dominado por la tradición feudal y donde
existían samurai y ronin hambrientos y fogosos en cantidad excesiva,
los mercaderes de Yedo y Osaka fácilmente descubrieron lo prudente
que resulta sustituir sus personas con dinero en la lucha por la liber-
tad. "Los descendientes de los ricos tenderos de Yedo y Osaka jugaron
un papel importante, casi indispensable, en el movimiento que cul-
minó con el derrumbe del Shogunate en 1868, ya que dicho movi-
miento difícilmente pudo haber triunfado sin su apoyo financiero. B.
B. Sansom, op. cit., p. 189.
220
grupos sociales heterogéneos la que llevó a cabo el derrum-
bamiento del ancien régime. Pero aunque los más activos y
más destacados de entre ellos fueron los guerreros declassé y
los intelectuales frustrados, los amargados señores feudales y
los cortesanos descontentos que habían sido excluidos por el
grupo dirigente Tokugawa, fue la burguesía ascendente la
que determinó tanto la dirección como el resultado del mo-
vimiento y fue la clase capitalista la que cosechó los frutos
económicos y políticos de la revolución. "Menos dramático
que las hazañas políticas y militares de los samurai, pero más
trascendente para la realización de la caída de los Bakufu y
para la estabilización del nuevo régimen, fue el apoyo finan-
ciero prestado por los grandes chonin, especialmente de
Osaka, en donde se decía que estaba concentrada el 70 % de
la riqueza del Japón... Las batallas decisivas en la guerra de
Restauración... fueron peleadas y ganadas con fondos pro-
porcionados por los chonin."206
Nos alejaría demasiado, y sería innecesario para nuestro
propósito inmediato, delinear detalladamente los cambios
que ocurrieron en el Japón a raíz de la revolución Meiji. Bas-
te con decir que tuvo éxito en crear la estructura económica
y política indispensable para el desarrollo capitalista. Dando
un sorprendente ejemplo de la forma en que "los gobiernos
(por ejemplo, Enrique VII, VIII, etc.) intervienen como ins-
trumentos del proceso de disolución histórica y como crea-
dores de las condiciones para la existencia del capital",207 el
régimen surgido de la restauración cambió drásticamente la
marcha de la economía del país y propició un gigantesco im-
pulso de la acumulación primaria del capital que estaba aún
sin terminar, precipitando su transferencia de prácticas pu-
ramente mercantiles a ocupaciones industriales.
Por lo que a esto último se refiere, no se ahorró ningún es-
fuerzo para exprimir al máximo posible a los acosados pro-
ductores directos. Siendo la economía predominantemente
agraria y ocupando la agricultura entre el 70 y el 75 % de la
206
E. Herbert Norman, op. cit., p. 49.
207
Marx, Grundrisse wer Kritik der Politischen Ökonomie (Rohent-
wurf) (Berlín, 1953), p. 406 (subrayado en el original).
221
población, la mayor parte del excedente económico no podía
sino continuar siendo extraído del campesinado.208 Esto fue
asegurado por lo que constituyó el rasgo sobresaliente del
desarrollo del Japón, a saber, la mezcla de las relaciones feu-
dales de la agricultura con un estado fuerte, centralizado y
dominado por los capitalistas, que impulsaba por todos los
medios a su alcance el crecimiento de la empresa capitalis-
ta.209 De hecho, la presión combinada del estado reorganiza-
do y "modernizado" y de los nuevos burgueses terratenientes
que formaban la clase dominante de los jinushi, condujo a un
notorio incremento de la carga impuesta al campesinado. Si
la parte de la producción agrícola que era retenida por el
productor directo había sido de 39 % durante la primera mi-
tad del siglo XIX, este porciento se redujo al 32 después de la
reforma agraria promulgada por el gobierno Meiji, para no
volver a incrementarse hasta los años de 1933-1935, cuando
representó más del 42 %.210 Por lo tanto, no es exagerado de-
cir que la fuente principal de la acumulación primaria de ca-
pital del Japón fue la aldea, que, en el curso de toda la histo-
ria moderna, jugó para el capitalismo japonés el papel de una
colonia interior.211
La política tradicional de extorsión despiadada y directa de
los campesinos fue apoyada por otras numerosas medidas,
calculadas para elevar al máximo el excedente económico to-
tal. Los salarios de los trabajadores ocupados en actividades
no agrícolas fueron rigurosamente mantenidos en su nivel
208
"El mercader japonés... careció de las oportunidades para la acu-
mulación de capital a través del comercio y del pillaje que disfrutaron
los mercaderes europeos en los siglos XVI y XVII", Norman, op. cit., p.
51.
209
"La revolución Meiji, lejos de suprimirlos, los incorporó a la nueva
sociedad capitalista del Japón y santificó legalmente las relaciones
fundamentales de la propiedad feudal." H. Kohachiro Takahashi, "La
Place de la Revolution de Meiji dans l'histoire agraire du Japón", Re-
vue His-torique (octubre-noviembre de 1953), p. 248.
210
Ibid., p. 262, donde se citan los trabajos del conocido estadístico e
historiador japonés M. Yamada como la fuente de estos datos.
211
Ya. A. Pevsner, Monopolisticheski Kapital Yaponii (Capital Monopo-
lista del Japón) (Moscú, 1950), p. 11.
222
más bajo —un principio que era fácil aplicar en un mercado
de trabajo invadido por una población agrícola excedente—.
Aún más importante fue la política de inflación sistemática
iniciada por la administración Meiji, que trajo como resulta-
do no sólo una mayor redistribución del ingreso a favor de la
acumulación de capital, sino también la expansión del exce-
dente económico a través de la utilización de recursos pre-
viamente desocupados.212 Sin embargo, la contribución más
importante para la acumulación primaria de capital fue re-
sultado de la emisión de bonos gubernamentales para in-
demnizar a los señores feudales desalojados y de la absorción
de sus deudas por el gobierno.
"El señor feudal dejó de ser un magnate territorial que ob-
tenía su ingreso de los campesinos y se convirtió, en virtud
de la conmutación de su renta, en un magnate financiero que
invertía su riqueza recientemente capitalizada en bancos, ac-
ciones, industrias, o bienes raíces, incorporándose así a la
pequeña oligarquía financiera."213 En forma similar, la de-
manda de los samurai para que se les otorgase un estipendio
gubernamental, fue solucionada de manera tal que su capita-
lización, en la forma de bonos redituables, tuvo como conse-
cuencia un mayor aumento de las existencias de capital dis-
ponibles. Este capital, centralizado y administrado por un
sistema bancario que se encontraba en rápido crecimiento,
se convirtió en la base para una expansión masiva del crédi-
to. Los préstamos directos otorgados al gobierno por los
bancos, la casi completa amalgamación de la Hacienda pú-
212
El alcance y método del déficit financiero involucrado se estudia en
el libro de Thomas C. Smith, Poliíical Change and Industrial Devetop-
ment in Japan: Government Enterprise, 1868-1880 (Stanford, 1955), ca-
pítulo VII.
213
Norman, op. cit., p. 94. Takahashi hace una importante observación
adicional: "Estas medidas tomadas por el gobierno de la Restaurción,
por una parte liberaron a los magnates (daimyo) de sus antiguas deu-
das con los usureros y, por otra, transformaron a los usureros capita-
listas que estaban a menudo obligados a prestar dinero bajo coerción
feudal, en poseedores de bonos redimibles por la nación. Lo que to-
davía ayer era un papel sin valor, se convirtió en capital con una fun-
ción moderna", op. cit., p. 252 n.
223
blica con algunos de los bancos más importantes de esa épo-
ca (Mitsui, Ono, Simanda, Yasuda y otros) y las pródigas ga-
nancias obtenidas por estos últimos en el proceso de esta
cooperación, agigantó todavía más la espectacular concen-
tración de capital en las manos de un pequeño número de
instituciones financieras.214
Pero aunque de esta forma se hizo todo lo que se pudo pa-
ra llenar los cofres de la burguesía, para crear nuevas y cuan-
tiosas fortunas y aumentar el capital disponible para la clase
empresaria actual y en potencia, este esfuerzo, per se, no lo-
gró estimular la inversión para el desarrollo industrial. Des-
pués de la restauración Meiji y a semejanza de las últimas
etapas del régimen Tokugawa, la simple concentración de
una fabulosa riqueza en las manos de los mercaderes, aun
combinada como estaba con una gran cantidad de mano de
obra barata, no bastó para provocar un cambio de las activi-
dades mercantiles a las industriales por parte de los empre-
sarios. "Muchas... familias de mercaderes, entre ellas princi-
palmente la de Mitsui... asumieron una posición dirigente en
el desarrollo de la industria, pero en los primeros años del
período Meiji... los comerciantes, como un solo hombre, se
aferraron resueltamente a sus campos tradicionales de acti-
vidad (especulación mercantil, comercio y usura)."215 El pro-
ceso de acumulación primaria de capital estaba lejos de
completarse; el Japón todavía atravesaba por la fase mercan-
til del capitalismo.
Ya se apuntó anteriormente que la burguesía mercantil
nunca realizó por sí sola la transición hacia el capitalismo
industrial. Siempre necesitó un apoyo enérgico y generoso
por parte del Estado controlado por la ascendente clase capi-

214
De 1875 a 1880, el capital total de los bancos aumentó de 2.450,000
a 43.040,000 yen. "El incremento obedeció, en gran medida, a la emi-
sión de fondos de pensiones destinados a los samurai y a los daimyo
que se realizó en 1876; estos bonos podían cambiarse en la tesorería
por billetes, que deberían usarse para el establecimiento de bancos
nacionales." Thomas C. Smith, op. cit., capítulo IV. Véase también Ya.
A. Pevsner, op. cit., p.20.
215
Thomas C. Smith, op. cit,, capítulo IV.
224
talista. Tal impulso fue proporcionado por el Estado capita-
lista modernizado que creó la revolución Meiji; fue un im-
pulso que sacó a la economía japonesa del estancamiento y
la lanzó al camino del capitalismo industrial. Lo que Marx
observó en términos generales sobre el génesis del capitalis-
mo industrial, describe con precisión las condiciones japone-
sas en la época de la restauración Meiji. "La cantidad mínima
de que debe disponer un poseedor de dinero o de mercan-
cías para transformarse en capitalista, varía con las distintas
etapas de desarrollo de la producción capitalista y, dentro de
cada una de estas etapas, es distinto para las diferentes esfe-
ras de la producción, dependiendo en cada caso de condi-
ciones técnicas específicas. Hay ciertas esferas de producción
que, aun en los orígenes del capitalismo, exigen un mínimo
de capital que todavía no se encuentra reunido por ningún
individuo. Esto origina, en parte, la concesión de subsidios
estatales a particulares como aconteció en Francia en la épo-
ca de Colbert y aún hoy en ciertos Estados alemanes; tam-
bién da origen a la creación de sociedades que detentan un
monopolio legal para la explotación de ciertas ramas indus-
triales o comerciales."216
El estado Meiji fue más lejos; invirtió fuertes sumas en la
construcción de ferrocarriles, en la construcción naval, en el
desarrollo de un sistema de comunicaciones, en industrias
básicas, en la producción de maquinaria, etc. La historia de
la industrialización primitiva del Japón se ha contado mu-
chas veces; a través de ella se distingue, como un hilo rojo, el
papel dominante jugado por el gobierno en la aceleración del
desarrollo del capitalismo industrial. La manera en que esta
política gubernamental fue realizada carece relativamente de
importancia. Algunas de las inversiones gubernamentales
fueron financiadas directamente con lo que ya no se necesi-
taba para pagar los estipendios a los samurai —una cantidad
que, en los primeros días, absorbía casi todos los ingresos
216
El Capital (ed. Kerr), vol. I, p. 338. (La traducción ha sido ligera-
mente modificada a la luz del original alemán.) La primera parte de
este pasaje es, dicho sea de paso, muy apropiada para nuestra anterior
exposición sobre el capitalismo monopolista (véase la p. 92).
225
ordinarios del gobierno—. Otras empresas se realizaron con
las amplias garantías gubernamentales dadas a los inversio-
nistas. Otras más se promovieron a través de pedidos del go-
bierno que aseguraban la compra de la producción de varios
años de las empresas recientemente establecidas. Cuales-
quiera que haya sido el camino escogido, el resultado, inva-
riablemente, fue un tremendo fortalecimiento del poder del
capital industrial. Las ganancias obtenidas por los Mitsuik,
Mitsubishi, Sumitomo, Okura, y otros futuros "Zaibatsu" en
los diversos contratos gubernamentales, fueron verdadera-
mente fabulosas. Éstas se vieron quizá eclipsadas sólo por las
ganancias dadas a estos consorcios a través de la política gu-
bernamental de "devolver" a la propiedad privada aquellas
empresas industriales que eran propiedad del Estado. "No
hay duda alguna de que esta política fortaleció grandemente
el poder de la oligarquía financiera, sobre todo si se toman
en cuenta los precios ridiculamente bajos a que el gobierno
vendió sus fábricas modelo."217
De ahí que en la historia primitiva del desarrollo de Japón,
como en la de otros países, no se encuentre mucho a ese em-
presario audaz e innovador que nuestros modernos reescri-
tores de la historia, por razones demasiado transparentes,
consideran como creador y promotor original de todo pro-
greso económico.218 En realidad, lo que resulta obvio es la
exorbitante cantidad de protecciones y de sobornos que fue-
ron necesarios por parte del Estado para arrancar al capital
217
Norman, Japan's Emergence as a Modern State (Nueva York, 1946),
p. 131. "Las fábricas fueron vendidas, por regla general, de un 15 % a un
30 % de las cantidades que le habían costado al gobierno y en condi-
ciones de pago tales, que se permitió a los compradores cubrir el pre-
cio de compra a través de largos períodos, que alcanzaron en ocasio-
nes hasta veinte y treinta años. Pevsner, op. cit., p. 23.
218
Sobre las estridentes investigaciones que, generosamente costeadas
por las corporaciones y las doctas fundaciones, se realizan corriente-
mente acerca de la "historia de los empresarios" con el propósito de
glorificar al "Caballero de Industria", cf. Leo Huberman, "The New
History of the Crowning of Mammon", Monthly Review (agosto de
1952), así como el libro de Herbert Aptheker, Lauréates of Imperialism
(Nueva York, 1954).
226
de sus actividades favoritas de especulación y usura, y orien-
tarlo hacia la inversión en empresas productivas.
Esto nos trae de nuevo a la pregunta que originó la presen-
te exposición y que abarca su tema central: ¿Qué fue lo que
capacitó al Japón para tomar un curso tan radicalmente dis-
tinto al de todos los otros países que forman en la actualidad
el mundo subdesarrollado? Planteándola de otra forma,
¿cuál fue la constelación histórica que permitió la revolución
burguesa en el Japón y condujo al establecimiento de un ré-
gimen dominado por la burguesía, que sirvió, desde su con-
cepción, como un incansable y poderoso motor al capitalis-
mo japonés?
La respuesta a esta pregunta es extraordinariamente com-
pleja y a la vez muy sencilla. Es sencilla porque, en esencia,
se reduce al hecho de que el Japón es el único país de Asia (y
de África y de la América Latina) que se salvó de ser conver-
tido en una colonia o en una dependencia del capitalismo
norteamericano o de Europa Occidental; fue el único país
que tuvo oportunidad de tener un desarrollo nacional inde-
pendiente. Es compleja, debido a que sólo la feliz concurren-
cia de un gran número de factores, más o menos indepen-
dientes, pudo proporcionarle al Japón esa coyuntura afortu-
nada.
Un factor básico entre todos —y que recuerda la paradoja
que presentó Europa Occidental y en particular la Gran Bre-
taña— fue el atraso y la pobreza del pueblo japonés y lo exi-
guo de sus recursos naturales.219 "Japón tenía muy poco que
ofrecer, sea como mercado para las manufacturas extranjeras
o como granero de materias primas para la industria del Oc-

219
Aun en la actualidad, después de casi 100 años de exploraciones in-
tensivas, la riqueza natural conocida del Japón no puede compararse
con la de la mayoría de los otros países industriales. No tiene petró-
leo, ni bauxita, ni metales no ferrosos y tiene muy poco hierro y acero.
La única excepción es su gran capacidad para generar energía hidro-
eléctrica, Cf. E. W. Zimmermann, World Resources and Industries (ed.
revisada, Nueva York, 1951). Véanse particularmente las pp. 456, 525 y
718.
227
cidente." 220 En consecuencia, la atracción del Japón para los
capitalistas y los gobiernos de Europa Occidental nunca se
aproximó a la irresistible fascinación que ejercieron el oro de
América Latina, la flora, la fauna y los minerales de África,
las fabulosas riquezas de la India y el mercado de China, que
se suponía inagotable.
No menos importante fue el hecho de que, a mediados del
siglo XIX, cuando la penetración occidental Asia alcanzó su
mayor intensidad, los recursos de los países más avanzados
de Europa Occidental estaban ya seriamente abrumados por
otros compromisos. Particularmente la Gran Bretaña, que era
la potencia colonial dirigente en todo el mundo, tenía las
manos muy ocupadas en Europa, en el Cercano Oriente, en
la India y en China como para lanzarse a la escabrosa cam-
paña que implicaba la conquista del Japón. Este impedimen-
to de la capacidad de expansión de la Gran Bretaña aceleró el
cambio trascendental que se Operó en la naturaleza y orien-
tación de su política colonial a partir de la mitad del siglo
XIX. Aunque velado por un debate político que parecía ser
una mera lucha en contra de enemigos imaginarios —con la
aceptación total por parte de los tories de la esencia de la po-
lítica extranjera de Palmerston—, este cambio implicó, en
realidad, una transición de la anticuada piratería que carac-
terizó a la fase mercantil del capitalismo y de la acumulación
primaria de capital, hacia la estrategia más sutil y compleja
del imperialismo moderno.221
Pero lo que influyó decisivamente en la posición del Japón
fue otra de las características del imperialismo moderno, a
saber, la rivalidad creciente entre los gigantes imperialistas
220
Norman, op. cit., p. 46.
221
"El viejo imperialismo exigía tributos; el nuevo imperialismo presta
dinero a interés", H. N. Brailsford, The War of Steel and Gold (Lon-
dres, 1914), p. 65. La importancia menguante del capital mercantil y el
crecimiento de los intereses industriales y financieros, llevaron a un
marcado enfriamiento del entusiasmo por nuevos esfuerzos para con-
quistar los mercados, bastante dudosos, del Lejano Oriente. Esto se
reflejó en la baja progresiva de la influencia de los "expertos" en Chi-
na. Cf. el excelente trabajo de N. A. Pecolvits, Old China Hands and
the Foreign Office (Nueva York, 1948).
228
ya establecidos y la llegada a la escena mundial de una nueva
potencia imperialista: los Estados Unidos. Fue esta rivalidad,
con los ajustes y oscilaciones que produjo en la política inter-
nacional de las potencias, la que de manera casi decisiva im-
pidió que la Gran Bretaña impusiese a China todo el castigo
que había sufrido la India; fueron también estos mismos ce-
los internacionales los que hicieron imposible a cualquier
otra potencia imperialista intentar la conquista del Japón.222
Aunque en el caso del Japón fueron los Estados Unidos los
que llevaron a cabo su penetración inicial y los que le impu-
sieron el primer tratado injusto, ni la etapa alcanzada por el
capitalismo norteamericano en su desarrollo, ni su status in-
ternacional le permitían todavía tratar de establecer un con-
trol exclusivo sobre el Japón.
"La proximidad con China le dio al Japón una importancia
estratégica extraordinaria. Las potencias que habían obligado
al Japón a firmar tratados arbitrarios cuidaban celosamente
que ninguna de ellas obtuviese una influencia predominante
en el Japón, y menos aún que pudiese transformarlo en su
colonia y, por ende, convertirlo en un trampolín para una
mayor penetración en China." 223
La posibilidad y la necesidad de detener la amenaza occi-
dental tuvieron un poderoso impacto en la velocidad y la di-
rección del desarrollo subsecuente del Japón. No sólo pudo
invertir su excedente económico en su propia economía, sino
que, al haberse escapado de la invasión masiva de soldados,
marineros, cazadores de fortuna y "civilizadores" occidenta-
les, lo salvó también de llegar a los extremos de xenofobia
que tan notoriamente retardaron la expansión de la ciencia

222
"La singular complejidad de la situación internacional desde 1850
hasta el final de la Guerra Civil de los Estados Unidos y el estallido de
la Guerra Francoprusiana, así como el punto muerto a que llegaron
las intrigas anglofrancesas en el Japón... dieron a éste el respiro nece-
sario para derribar los restos del feudalismo que habían conducido al
país a la quiebra económica y lo habían expuesto a los peligros de la
dominación comercial y militar del exterior." Norman, op. cit., p. 46.
223
Kh. Eydus, Y aponía ot Pcrvoy do Vtoroy Mirovoy Voiny (El Japón
de la primera a la segunda Guerra Mundial) (Moscú, 1946), p. 4.
229
occidental en otros países de Asia. La excepcional capacidad
receptiva del Japón a los conocimientos occidentales —
capacidad que tan frecuentemente comentan y alaban con
calor los escritores occidentales— se debió, en gran medida,
a la circunstancia afortunada de que la civilización occiden-
tal no fue introducida al Japón a punta de bayoneta y a que el
pensamiento y la técnica occidentales no estuvieron asocia-
dos directamente con el saqueo, el incendio y el asesinato,
como sucedió en la India, China y otros países que hoy son
subdesarrollados. Esto permitió mantener en el Japón un
"clima" sociosicológico no adverso a la adopción de la ciencia
occidental, tanto a través de la importación de técnicos co-
mo por el envío de jóvenes a los centros de enseñanza del
Occidente.
Por otra parte, la amenaza de la penetración occidental ac-
tuó como un estímulo permanente para el desarrollo eco-
nómico del Japón. Hacia el final del período de los Tokugawa
esta amenaza tomó la forma de un peligro militar de primer
orden y fue tratado como tal por los gobernantes feudales.
Hicieron enormes esfuerzos para establecer industrias estra-
tégicas como la del acero, la de los armamentos y la de la
construcción naval.224 Pero esos modernos centros industria-
les, estando sobrepuestos a una sociedad atrasada y feudal,
sin bases para el crecimiento de su estructura socioeconómi-
ca, no fueron más que cuerpos extraños de escasísima impor-
tancia dentro de una economía precapitalista y preindustrial.
Las cosas tomaron un giro totalmente distinto en la década
de los sesentas. La amenaza extranjera no fue "simplemente"
una amenaza a la independencia nacional del Japón. Los
mercados japoneses, indefensos a raíz de la celebración de
tratados arbitrarios, fueron inundados por mercancías ex-
tranjeras.
La existencia misma del naciente capitalismo japonés co-
rría un grave riesgo. La política del gobierno que surgió de la
revolución Meiji estuvo totalmente a tono con los intereses
224
Thomas C. Smith, Political Change and Industrial Development in
Japan: Government Enterprise, 1868-1880 (Stanford, California, 1955),
capítulo I.
230
que ésta representaba y con los problemas que tenía que re-
solver. No se podía alejar a la competencia extranjera ni a la
agresión del exterior con la sola construcción de unas cuan-
tas fábricas de armamentos o mediante el amontonamiento
de un stock de armas. Lo que se requería era un desarrollo
rápido de una economía industrial integrada, que fuese ca-
paz de sostener una guerra moderna y al mismo tiempo pu-
diese contener la arremetida de la competencia extranjera.
La correspondencia que existió entre los intereses vitales
del capitalismo japonés y las necesidades militares para la
supervivencia nacional tuvo una importancia capital para fi-
jar la velocidad del desarrollo económico y político del Japón
después de la revolución Meiji. Aceleró grandemente su cre-
cimiento económico al dirigir la inversión hacia las indus-
trias básicas, la construcción naval, las comunicaciones, etc.,
en vez de orientarla exclusivamente a las fábricas de arma-
mentos. Al mismo tiempo capacitó al nuevo gobierno bur-
gués para ligar el fervor patriótico y marcial de las castas mi-
litares desclasa-das a sus esfuerzos por lograr una economía
moderna. Bastó con menos de medio siglo para que esta in-
dustria, concentrada y controlada monopólicamente, sumi-
nistrase una base firme a un impresionante poderío militar,
el cual, combinado con el chauvinismo, conscientemente
alimentado, de los samurai y de sus descendientes, transfor-
mó al Japón, que era objeto de las intrigas imperialistas, en
uno de los socios menores más brillantes del imperialismo
occidental. Como dice Lenin, "mediante el pillaje colonial de
los países asiáticos, los europeos foguearon a uno de ellos —
el Japón— y lo hicieron capaz de realizar grandes hazañas
militares, que le aseguraron su desarrollo nacional indepen-
diente".225

IV
Resulta obviamente imposible conjeturar sobre la velocidad
con que los hoy países atrasados habrían recorrido el camino
del Japón y generado un proceso autónomo de desarrollo ca-

225
Sochinenya (Obras) (Cuarta edición, Moscú, 1947), vol. 15, p. 161
231
pitalista y de crecimiento económico, si no hubiesen existido
la invasión y la explotación occidentales. De hecho, la rapi-
dez de la transformación del Japón en un país capitalista e
industrializado se debió, en gran medida, a la amenaza eco-
nómica y militar por parte del Occidente. Pero cualquiera
que haya sido el ritmo y las circunstancias específicas en que
se efectuó su movimiento de avance, existen amplias pruebas
en la historia de todos estos países que indican la naturaleza
de la tendencia general. Sin tomar en cuenta sus peculiarida-
des nacionales, los sistemas precapitalistas de Europa Occi-
dental, del Japón, de Rusia y de Asia, estaban llegando en
distintas épocas y por caminos diferentes a su destino histó-
rico común.226 Para los siglos XVIII y XIX, ya se encontraban
en un estado de desintegración y decadencia en todo el
mundo. Las revueltas campesinas y el ascenso de la burgue-
sía hacían añicos en todas partes sus propios cimientos. Las
revoluciones burguesas y el desarrollo del capitalismo fueron
resistidos o retardados en forma más o menos efectiva, según
las condiciones históricas específicas, la fuerza interna de los
órdenes sociales precapitalistas y la intensidad de las presio-
nes antifeudales. En ninguna parte hubiesen sido impedidos
indefinidamente. De hecho, si el contacto de los países más
avanzados con el mundo atrasado hubiese sido distinto de lo
que fue, si hubiera habido una cooperación y ayuda genuina
en vez de la opresión y la explotación, en ese caso, el desarro-
llo progresista de los hoy países subdesarrollados habría
marchado con una dilación mucho menor, con menos fric-
ciones, menos sacrificios y sufrimientos humanos. Un tras-
plante pacífico de la ciencia, de la cultura y de la técnica oc-
cidentales a los países menos adelantados, habría operado en
todas partes como un poderoso elemento catalizador del
progreso económico. La violenta, destructiva y predatoria

226
"En la producción mercantil que se desenvolvió en lo más pro-
fundo de la sociedad feudal china estaban ya en germen los primeros
inicios del capitalismo. Por lo tanto, China se hubiese desarrollado en
forma gradual hasta convertirse en un país capitalista, aun sin el im-
pacto del capitalismo extranjero." Mao Tse-tung, Isbran nye Prizvede-
nia (Obras escogidas) (Moscú, 1953), vol. III, p. 142.
232
penetración de los países débiles que realizó el capitalismo
occidental, distorsionó inconmensurablemente su desarrollo.
La comparación entre el papel jugado por la ciencia y la téc-
nica británicas en el desarrollo de los Estados Unidos y el pa-
pel jugado por el opio inglés en el desarrollo de China, com-
pendia totalmente esta diferencia.

233
CAPÍTULO VI

HACIA UNA MORFOLOGÍA DEL ATRASO (I)

I
Volviendo la vista a la situación corriente que prevalece en
los países subdesarrollados, debemos tratar de reunir nue-
vamente, aun a costa de ciertas repeticiones inevitables, los
distintos cabos del desarrollo histórico que se han esbozado
anteriormente, para dar mayor relieve a aquello que consti-
tuye una consecuencia directa y natural de éste. De hecho,
las fuerzas que han forjado el destino del mundo subdesarro-
llado todavía afectan poderosamente las condiciones en que
se desenvuelve en la actualidad. Sus formas han cambiado y
su intensidad es distinta, pero tanto en su origen como en su
dirección, han permanecido inalterables. Controlan hoy, tal
como controlaron en el pasado, los destinos de los países ca-
pitalistas subdesarrollados y todo su futuro desarrollo eco-
nómico y social depende de la rapidez y de los procesos me-
diante los cuales se superen estas condiciones.
La forma en que el capitalismo irrumpió en el desarrollo
histórico de los hoy países atrasados, impidió la materializa-
ción de lo que hemos denominado condiciones "clásicas" del
crecimiento. No es mucho lo que se necesita decir sobre
nuestra primera condición clásica. Como lo sugiere el tér-
mino "subdesarrollado", la producción en estos países ha si-
do baja y sus recursos humanos y materiales han estado
subutilizados en gran medida o totalmente inútiles. En vez
de servir de motor a la expansión económica, al progreso
técnico y al cambio social, el orden capitalista ha sido para
estos países el andamiaje del estancamiento económico, de la
técnica arcaica y del atraso social. De ahí que el excedente
económico de los países atrasados, en la medida en que éste
depende del volumen total de producción y de ingreso, haya
sido forzosamente pequeño. Esto no significa que haya re-
presentado una proporción pequeña dentro del ingreso total.
Por lo contrario, en este aspecto se ha satisfecho plenamente
nuestra segunda condición clásica, es decir, el consumo de la
234
población productiva se ha reducido al nivel más bajo posi-
ble, correspondiendo en este caso el "nivel más bajo posible"
al mínimo de subsistencia y en muchos países atrasados, a un
nivel muy inferior a éste. Por lo tanto, el excedente económi-
co de los países subdesarrollados, aunque es pequeño en
términos absolutos si se compara con el de los países avan-
zados, ha absorbido una parte de su producto total que es
proporcionalmente tan grande, o quizá mayor, que la de los
países capitalistas avanzados.
Por consiguiente, no es ahí donde se encuentra el escollo
principal, ni donde debe buscarse la discrepancia central en-
tre la situación que priva en los países subdesarrollados y lo
que se preveía en el modelo clásico de crecimiento económi-
co.
La discrepancia se hace mucho más profunda y, de hecho,
decisiva, cuando se llega a nuestra tercera y cuarta condicio-
nes clásicas, que son las que se refieren al modo de utiliza-
ción del excedente económico. Esto tiene que ser analizado
con cierto detalle.
Un rasgo característico del atraso económico, aunque no
siempre sinónimo de éste, es que la mayoría de la población
dependa de la agricultura y que ésta represente una porción
muy grande de la producción total de los países subdesarro-
llados. Aunque esta relación difiere de país a país, casi inva-
riablemente una parte muy importante de la producción
agrícola proviene de campesinos que se encuentran a niveles
de subsistencia, los que, a su vez, constituyen el grueso de la
población rural. Sus propiedades son por regla general pe-
queñas y su productividad (por hombre y por hectárea de
tierra) es sumamente baja. De hecho, en la mayoría de los
países subdesarrollados la productividad marginal de los
campesinos es tan baja que, aun cuando se separe del trabajo
agrícola una parte importante de la población rural, esto no
provoca una reducción del producto agrícola total.227 Aun en
227
Una buena exposición de este desempleo estructural en el campo o
como se ha denominado, del "desempleo disfrazado", se encontrará
en el libro de B. Datta, The Economics of Industrialization (Calcuta,
1952), cap. V, en donde se cita también buena parte de la literatura
235
el caso de que las parcelas campesinas fuesen propiedad ab-
soluta de los que las trabajan, la producción que se obtendría
con su ayuda apenas si proporcionaría a la familia rural un
nivel de subsistencia casi circunscrito al mínimo, y en mu-
chos países ni siquiera llegaría a él. Pero de hecho, en casi
todos los países subdesarrollados, una gran proporción de las
pequeñas parcelas no son propiedad de los campesinos, sino
que son rentadas por los terratenientes y ocasionalmente por
el Estado. Pero propias o rentadas, estas parcelas no sólo de-
ben mantener a las familias de los campesinos, sino que
también deben soportar el pago de la renta o de los impues-
tos, o bien de ambos. Además, en un gran número de casos
tienen que proporcionar los medios necesarios para cubrir
los pagos de los intereses de deudas que han sido contraídas
por los campesinos en la adquisición original de las parcelas,
o con fines de consumo en los años de sequía o en casos de
emergencia. Las obligaciones de estos campesinos (que están
a niveles de subsistencia) por concepto de pago de renta, de
impuestos y de intereses, son muy elevadas en todos los paí-
ses subdesarrollados. Frecuentemente absorben más de la
mitad de su magra producción neta. Una exacción adicional
a su ingreso disponible la constituye la relación de intercam-
bio altamente desfavorable a que se ven forzados habitual-
mente a trabajar. Explotados por intermediarios de todas cla-
ses, obtienen precios bajos de lo poco que tienen para vender
y pagan altos precios por los pocos productos industriales
que pueden comprar. De ahí que el excedente económico
que se exprime al sector campesino se apropie por los terra-
tenientes, los prestamistas y los comerciantes y, en una me-
nor proporción, por el Estado.228

importante a este respecto.


228
Existe además, en la mayoría de los países subdesarrollados, un
pequeño estrato rural, comparativamente rico, que constituye una
mezcla híbrida de campesino, comerciante y usurero. Son los que, en
la terminología rusa, reciben el nombre de "Kulaks". Éstos emplean
trabajo asalariado, se dedican al comercio y a prestar dinero, funcio-
nando típicamente como "sanguijuelas" de sus respectivas aldeas y
apropiándose en ocasiones de una parte muy grande del excedente
236
En el sector de la economía agrícola formado por las gran-
des propiedades que no se dividen en pequeñas parcelas,
sino que se trabajan como plantaciones con ayuda de trabajo
asalariado, la producción (por hectárea de tierra) es frecuen-
temente mayor que la de las pequeñas propiedades. El exce-
dente económico obtenido por los terratenientes en forma
de ganancias tiende también a ser mayor, particularmente
por el hecho de que su relación de intercambio es en general
mejor que la de los pequeños campesinos.229
Tomando a la agricultura en su conjunto, es muy probable
que el excedente económico generado por este sector de la
economía subdesarrollada comprenda cuando menos la mi-
tad y en muchos países una proporción mayor de su produc-
to total. Es obvio que el uso que se haga de esta parte tan
significativa del producto nacional tenga una importancia
crucial para el desarrollo económico de los países atrasados.
Y no es menos obvio el que en todos los países subdesarro-
llados el grueso de este excedente no se usa para ampliar y
mejorar sus plantas y equipos productivos. Una porción muy
importante del excedente económico que corresponde a la
clase terrateniente lo absorbe su consumo excesivo. Lo que
provocó la ira de Adam Smith, Ricardo y otros economistas
clásicos, todavía es usual en los países atrasados. El mante-
nimiento de residencias suntuosas, la vida ostentosa, la ad-
quisición de bienes de lujo que se convierten en símbolos de
la riqueza y de la posición social, el sostenimiento de un gran
número de sirvientes, las diversiones y los viajes, todo esto
da cuenta de mucho de lo que recibe y gasta la aristocracia
terrateniente.230 Ésta encuentra poco atractivo utilizar sus
económico.
229
La información sobre mucho de lo que se ha descrito aquí se en-
cuentra excelentemente resumida en el libro Land Reform de las Na-
ciones Unidas (1951).
230
Es obvio que una parte del excedente económico despilfarrado
vuelve al consumo masivo. Como en el caso de la Iglesia y de los seño-
res feudales en la Edad Media, las limosnas de todo tipo, el manteni-
miento de parientes, de viejos partidarios y de toda clase de protegi-
dos, ocupan una posición importante en los presupuestos de los terra-
tenientes. También es evidente que, aunque sea más racional desde
237
ingresos en el mejoramiento de sus tierras o en la introduc-
ción de mejores aperos de labranza. Hasta cierto punto esta
actitud puede ser irracional y estar nutrida por la tradición,
el modo de vida y los convencionalismos sociales que son
peculiares a los señores hacendados; sin embargo, en su ma-
yor parte está en completo acuerdo con las condiciones eco-
nómicas objetivas.
Si la tierra se explota en forma de latifundios, lo caro de la
maquinaria agrícola (que generalmente es de importación) y
lo barato del trabajo rural actúan en contra de la inversión
en empresas de plantación. Más aún, los rendimientos del
capital invertido en la agricultura tienden a materializarse
lentamente, por lo que las altas tasas de interés que prevale-
cen en los países subdesarrollados desalientan grandemente
la inversión de fondos en el mejoramiento agrícola. Al mis-
mo tiempo, las amplias fluctuaciones que por lo general su-
fren los precios agrícolas hacen que tal inversión sea particu-
larmente arriesgada. En estas circunstancias, el terrateniente
tiene toda la razón en evitar comprometerse con la obliga-
ción de pagar intereses por una deuda fija, en tanto que los
prestamistas tienen toda la razón en discriminar los présta-
mos a largo plazo para usos agrícolas.
La situación todavía es peor cuando la tierra está en manos
de pequeños arrendatarios. La mayoría de las mejoras agrí-
colas, basadas en la aplicación de una técnica moderna, sólo
pueden realizarse en una agricultura en gran escala. Ni los
tractores ni las segadoras mecánicas pueden ser utilizados
adecuadamente en parcelas minúsculas. Pero aun en los ca-
sos en que puedan efectuarse mejoras sin que importe el ta-
maño de las parcelas individuales (por ejemplo, la irrigación
de toda una zona), los incentivos de los terratenientes para
hacer dicha inversión son forzosamente muy débiles. Con
rentas muy altas y con un nivel de vida de los arrendatarios
desesperadamente bajo, será muy difícil para ellos (si no es
que imposible) elevar la renta de las tierras mejoradas. Los

un punto de vista humanitario, esta forma de utilización del exceden-


te económico no es más favorable al desarrollo que la prodigalidad de
los propios terratenientes.
238
incrementos de productividad que esta inversión pueda
aportar a la tierra rentada, quizá aumenten ligeramente el
ingreso del arrendatario, pero difícilmente podrán tomarse
en cuenta como una fuente de reembolso para la inversión
del terrateniente.
Las cantidades de que disponen los terratenientes para fi-
nes de inversión no son grandes. Por lo contrario, la necesi-
dad de mantener el modo de vida adecuado a su status so-
cial, produce una cuantiosa sangría en sus ingresos y obliga a
muchos de ellos —particularmente en los malos años— a
endeudarse en condiciones ruinosas, a hipotecar y en oca-
siones aun a perder sus propiedades. Lo poco que queda en
poder de los propietarios más ahorrativos o más afortunados
no se dedica al mejoramiento de sus propiedades, sino que,
atraídos por las altas tasas de interés que pagan los présta-
mos, utilizan sus fondos —directamente o a través de inter-
mediarios— para operaciones de usura o para adquirir tie-
rras adicionales que continuamente se encuentran en el
mercado a causa de la bancarrota de los campesinos y de
otros terratenientes.
Por consiguiente, mientras una parte muy elevada del ex-
cedente económico generado por la agricultura se convierte
en un excedente potencial, que podría utilizarse para la in-
versión si se eliminasen el consumo excesivo y los gastos im-
productivos de todas clases, todo el excedente real disponi-
ble se incrusta en los poros de las sociedades atrasadas, ha-
ciendo una contribución insignificante al incremento de la
productividad. Sin embargo, sería una falacia creer que la
eliminación del despilfarro y de la mala asignación del exce-
dente económico, bastarían para generar una marcada ten-
dencia al alza en la inversión y en la producción agrícolas.
Esta falacia sustenta el punto de vista de que una reforma
agraria —fraccionando las grandes fincas, dando en propie-
dad pequeñas parcelas a algunos campesinos sin tierra y li-
berando a los arrendatarios de sus asfixiantes obligaciones—
pondría fin al estancamiento de la agricultura en los países
atrasados. Sin duda alguna, el efecto inmediato de tales me-
didas sería un incremento más o menos importante del in-
239
greso disponible de los campesinos. Pero, con un nivel de
ingresos tan bajo como el que tienen y que permanecería ca-
si inalterable —aun después de que los latifundios hubiesen
sido divididos en una multitud en pequeñas parcelas y de
que el pago de rentas hubiese sido completamente abolido—
poco o nada de estos incrementos del ingreso quedaría dis-
ponible para el ahorro. Más aún, todo aumento logrado de
esta forma en el nivel de vida de los campesinos estaría con-
denado a ser efímero. Rápidamente sería eliminado por in-
crementos de población que exigirían mayores repartos en
las propiedades y retraería nuevamente al ingreso per cápita
a su nivel anterior o a uno todavía más bajo. Y, lo que es
peor, el parcelamiento de la tierra reduciría las posibilidades
de lograr lo que obviamente es la necesidad fundamental de
la agricultura de los países atrasados, a saber, un rápido y
sustancial incremento en la producción total. Una economía
agrícola basada en pequeñas unidades rurales, ofrecería po-
cas oportunidades de elevar la productividad. Claro está que
algo puede lograrse mediante una mejora en las semillas, un
uso más intenso de fertilizantes, etc. Sin embargo, tal como
antes se señaló, un incremento importante de la productivi-
dad y de la producción dependerá de la posibilidad de intro-
ducir la especialización, la maquinaria moderna y el poder
de tracción; esta posibilidad se presenta sólo en condiciones
de cultivos en gran escala.
Lo anterior constituye probablemente la paradoja más irri-
tante a que se enfrentan la gran mayoría de los países subde-
sarrollados. Una reforma agraria, cuando se realiza en medio
de un atraso general, retardará más de lo que adelantará el
desarrollo económico de un país.
Aunque mejorará por cierto tiempo las condiciones de vida
de los campesinos, deprimirá la producción total y eliminará
cualquier pequeño excedente económico que hasta entonces
se hubiese utilizado con fines productivos en la agricultu-
ra.231 Sin embargo, lo que es aún más grave es que el aumento
del consumo —tanto de los viejos como de los nuevos cam-
231
Cf. W. E, Moore, Economic Demography of Eastern and Southern
Europe (Ginebra, 1945), pp. 55-98.
240
pesinos que vivían a niveles de subsistencia—, junto con la
división de las grandes fincas que se dedicaban a la produc-
ción de cultivos comerciales, reducirán considerablemente la
parte de la producción agrícola que estaba disponible para
usos urbanos, es decir, para la alimentación, para fines in-
dustriales o para la exportación.
En el pasado, este problema fue resuelto por los países ca-
pitalistas avanzados mediante un proceso sembrado de es-
pinas. En primer lugar, el desarrollo capitalista invadió la
agricultura y provocó una especie de contrarrevolución que
canceló la revolución agraria, en cuya gestación había jugado
originalmente un papel decisivo. Al elevar la agricultura a un
nuevo nivel, la condujo a su "capitalización", a una nueva
concentración de la producción en manos de los agricultores
capitalistas y a la diferenciación de los campesinos de subsis-
tencia en trabajadores agrícolas y empresarios agrícolas
orientados hacia el mercado. En segundo lugar, mediante el
señuelo de las ocupaciones industriales, pero fundamental-
mente empuñando el garrote de la coerción física, transfirió
a un gran número de campesinos a la mano de obra indus-
trial, aliviando de esta manera la presión de la población so-
bre las economías campesinas y elevando simultáneamente
el ingreso per cápita de los que permanecieron en la agricul-
tura. En tercer lugar, mediante la expansión de la industria,
el desarrollo capitalista pudo rápidamente ofrecer a los pro-
ductores rurales mercancías industriales a cambio de las que
ellos tenían para la venta. Por consiguiente, fue capaz de
asegurar la alimentación de una creciente población urbana
y de abastecer a la agricultura con aperos de labranza, fertili-
zantes, etc., impulsando así una elevación de la productivi-
dad agrícola.
Por lo tanto, si se quiere que, en las condiciones del capita-
lismo, la reforma agraria contribuya a impulsar el desarrollo
económico general y no se reduzca a ser un vehículo de pro-
pagación y de multiplicación de los tugurios rurales, ésta no
sólo debe traer consigo una acumulación de capital, sino que
debe estar acompañada de un avance rápido hacia el capita-
lismo industrial. Este avance depende de los resultados que
241
se obtengan tanto en la revolución agraria como en lo que
hemos llamado la contrarrevolución agraria.
Unicamente una revolución agraria puede derribar el orden
feudal y subordinar al Estado a las exigencias del desarrollo
capitalista. Si se quiere que la transición hacia el capitalismo
industrial se efectúe con cierta rapidez, es decisiva la crea-
ción de un Estado que, dominado por la burguesía, sea capaz
y esté resuelto a promover directamente el crecimiento de
las empresas industriales y a crear las condiciones que, indi-
rectamente, lo estimulen.232 Al mismo tiempo, es únicamente
a través de la contrarrevolución agraria como el ascendente
capitalismo industrial adquiere el hinterland agrícola que le
es indispensable y asegura una oferta suficiente de mano de
obra, de alimentos y de materias primas industriales.
A renglón seguido debe agregarse que lo anterior no sig-
nifica que las reformas agrarias de los países subdesarrolla-
dos sean redundantes o que no representen un movimiento
en la dirección correcta. Lo que se persigue, simplemente, es
prevenir en contra de la noción "liberal" —tan ampliamente
mantenida en la actualidad—, de que la reforma agraria es
una panacea para todos los males del atraso económico y so-
cial. ¡Nada más lejano de la realidad! Su papel histórico es
muy incierto y depende en su totalidad de las condiciones en
que se efectúa, y de las fuerzas que la impulsan. Si es alenta-

232
Esto debe tomarse en cuenta cuando se consideran reformas agra-
rias como las realizadas por Stolypin en la Rusia zarista, las efectuadas
antes de la segunda Guerra Mundial en la Europa Oriental y Sudo-
riental o bien aquellas que actualmente se promulgan (o de las que
corrientemente se habla), en algunos países de la América Latina, del
Sudeste de Asia y del Cercano Oriente. Éstas reformas agrarias, que se
realizan de "manera ordenada", no son sino mendrugos que otorgan
los gobiernos controlados por los intereses terratenientes, con el fin
premeditado de apaciguar a los campesinos descontentos, y se com-
binan por lo general con generosas compensaciones a los señores feu-
dales. Frecuentemente sirven más para fortalecer la garra feudal sobre
el Estado que para destruirla. Por lo tanto, tienden a acentuar todas
las repercusiones negativas de las reformas agrarias sin abrir el ca-
mino al desarrollo industrial y a la reorganización y racionalización
de la economía agrícola que resulta de ésta.
242
da por un gobierno dominado por una coalición feudal-
mercantil, se convierte en el estabilizador temporal de una
constelación económica, política y social que, por su natura-
leza misma, es hostil al desarrollo progresista. Y aunque a
largo plazo lo hace avanzar, a corto plazo tiende a retardarlo
en forma más o menos importante. Por otra parte, si se lleva
a cabo por la gigantesca presión de los campesinos y a pesar
de la obstrucción de un gobierno de esta especie, es decir, si
toma el carácter de una revolución agraria, representa un
enorme adelanto en el camino hacia el progreso. En realidad,
es indispensable para eliminar a una clase terrateniente pa-
rásita y para romper el cerco que ésta impone a la vida de un
país subdesarrollado. Es indispensable para satisfacer las le-
gítimas aspiraciones de los campesinos y asegurar la condi-
ción previa más importante de todo desarrollo económico y
social, que es la liberación de la energía y de la potencialidad
creadoras de las masas rurales, que han sido contenidas y
mutiladas por siglos de opresión y de servidumbre degradan-
te. Finalmente, es indispensable debido a que sólo mediante
la distribución de tierras entre los campesinos que lo traba-
jan, pueden lograrse las condiciones políticas y sicológicas en
que es posible aproximarse a una solución racional del pro-
blema agrario, es decir, a la existencia de granjas de tipo
cooperativo provistas de adelantos técnicos y dirigidas por
productores libres e iguales.

II
Como hacía notar alguna vez un escritor alemán, el hecho de
que haya carne en la cocina nunca se decide en ésta. En el ca-
pitalismo, el destino de la agricultura tampoco se decide en
ella. En sus orígenes, los procesos económicos, sociales y po-
líticos que ocurrían fuera de la agricultura (particularmente
la acumulación de capital y la evolución de la clase capitalis-
ta) estuvieron determinados, en gran medida, por los proce-
sos que" se habían estado desarrollando en ella; sin embargo,
con la instauración del capitalismo, se convirtieron en los
motores esenciales del desarrollo histórico. En los países ca-
pitalistas subdesarrollados —predominantemente agríco-
243
las—, esto puede verse con más dificultad que en los avanza-
dos, pero no por eso deja de ser válido.
Aun en un país capitalista atrasado, una gran parte del ex-
cedente económico total de la nación corresponde al sector
no agrícola, formado por cuatro clases distintas de recepto-
res, estrechamente relacionados entre sí. En primer lugar, es-
tán los comerciantes, los prestamistas y los intermediarios de
todas clases, algunos de los cuales viven en regiones agríco-
las, pero que, por la naturaleza de sus actividades, no perte-
necen a la población rural. El rasgo más sobresaliente de este
estrato socioeconómico es su tamaño. Nadie que haya visita-
do alguna vez la antigua China, el Asia Sudoriental, el Cer-
cano Oriente o la Europa Oriental de la preguerra, pudo ha-
ber dejado de observar la impresionante multitud de comer-
ciantes, tratantes, vendedores ambulantes, puesteros y gente
con ocupaciones indefinidas, que abarrotaban las calles, las
plazas y los cafés de sus ciudades. En cierta medida, sus acti-
vidades también se realizan habitualmente en todos los paí-
ses capitalistas, aunque son más notorias en los países sub-
desarrollados que en aquellos lugares en que el mismo tipo
de "trabajo" se realiza por correspondencia o por teléfono. En
su mayor parte, sin embargo, la naturaleza de sus transac-
ciones es peculiar a las condiciones que prevalecen en las fa-
ses primitivas del desarrollo capitalista.
Ya hemos mencionado la relación de intercambio altamen-
te desfavorable que tienen los productores rurales. Ignoran-
te, provinciano y pobre, teniendo sólo una pequeña produc-
ción disponible para la venta, el campesino individual o el
pequeño propietario, es un sujeto ideal para la explotación
mercantil. Frecuentemente se encuentra con dificultades fi-
nancieras, sobre todo en los años de malas cosechas, de ma-
los precios o en los casos de emergencia, viéndose forzado a
pedir adelantos sobre sus entregas futuras, a pagar tasas de
interés usurarias por estos préstamos y aceptar el precio que
su comprador quiera pagar por su producción. Como recibe
poco dinero al final de su cosecha, no puede evitar pedir
nuevos adelantos, se ve atrapado por contratos desfavorables
y compra al mismo comerciante a quien vende sus productos
244
cualquier artículo manufacturado que puede costearse, ca-
yendo en una completa dependencia respecto a su comer-
ciante y a su prestamista. Es obvio que las ganancias que ob-
tienen estos últimos asumen proporciones exorbitantes. Pero
el comerciar con productos agrícolas y con sus productores,
no es la única fuente para la obtención de grandes ganancias
mercantiles. Allí donde los mercados están tan desorganiza-
dos y tan aislados, como sucede en los países subdesarrolla-
dos, estas ganancias se buscan y se encuentran en una varie-
dad increíble de formas. Los negocios con bienes raíces, la
explotación de carencias temporales y locales de diversos ar-
tículos, las especulaciones y los arbitrajes, las cuotas de co-
rretaje por establecer contactos de compra-venta, todos estos
campos de actividad producen cuantiosas ganancias a los
hábiles especuladores que están ocupados en tales transac-
ciones. La inflación más o menos crónica que existe en la
mayoría de esos países, da origen a los mercados negros de
divisas extranjeras, de oro y de otros valores, que ofrecen
oportunidades adicionales al comercio lucrativo. Al mismo
tiempo, la posibilidad siempre presente de conseguir diver-
sas concesiones del gobierno, atrae continuamente a los re-
cursos, a la energía y a la ingeniosidad de los ricos y bien re-
lacionados hombres de negocios.
Por la naturaleza de sus actividades, la clase de gente que
se mueve en la esfera de la circulación no opone restriccio-
nes a los que quieren entrar y, en consecuencia, hay un flujo
continuo de recién llegados. Son, por lo general, descendien-
tes de familias de comerciantes y de nobles; miembros de la
clase media declassé; campesinos más aptos y emprendedo-
res que los demás; artesanos desalojados por la competencia;
gente de todo tipo que adquirió una educación y no tuvo
oportunidad de usarla, etc. La competencia entre ellos es
despiadada y, por lo tanto, su promedio de ingresos es bas-
tante bajo. Sin embargo, la ganancia total que están en posi-
ción de obtener asume una magnitud muy importante.233 Sin
233
"Es inaceptable —dice Ricardo Torres Gaitán, uno de los economis-
tas mexicanos más sobresalientes— que el comercio produzca un in-
greso mayor que la agricultura y, sobre todo, es totalmente inadmisi-
245
casi contribuir al producto social, este grupo constituye la
contrapartida urbana del desempleo estructural que existe
en las aldeas. Sin embargo, si se considera en relación con el
desarrollo económico, su papel es totalmente distinto y mu-
cho más importante. El consumo que hacen los desocupados
estructurales en la agricultura proviene de los medios de
subsistencia de las masas campesinas. Sólo afecta al exceden-
te económico en la medida en que eleva el mínimo de subsis-
tencia de los campesinos y, por ende, cuando se restringe el
monto de la renta que puede extraer de ellos el terrateniente.
Es obvio que, en la medida que este ingreso se derive de la
explotación directa del sector campesino, el mantenimiento
de una población mercantil sobreabundante también se nu-
tre de la misma fuente. Pero en gran parte el ingreso de estos
grupos está formado por transferencias del excedente eco-
nómico que corresponde a otras clases, es decir, a los terra-
tenientes, a las empresas extranjeras y a los industriales nati-
vos. La utilización de este excedente para el sostenimiento
de un estrato parásito, constituye una mengua muy impor-
tante para la acumulación de capital.234

ble que la actividad de los comerciantes cree un ingreso más de dos


veces superior al de la agricultura." Citado en el artículo de A. Stur-
mthal, "Economic Development, Income Distribution and Capital
Formation in Mexico" Journal of Political Economy (junio de 1955), p.
198 n
234
Este grupo, al mismo tiempo que absorbe algunos de los individuos
más capaces y dinámicos de su sociedad, desperdicia, corrompe y des-
truye una gran cantidad de lo que es quizá uno de los recursos pro-
ductivos más escasos de todos, a saber, el talento creador. Aunque
esto no es muy distinto de lo que ocurre en los países capitalistas
avanzados, la proliferación de ocupaciones "terciarias" en un país
subdesarrollado no debe confundirse con su expansión en condicio-
nes económicas y sociales avanzadas. Al igual que la obesidad puede
ser un síntoma tanto de riqueza como de miseria, un gran número de
gentes dedicadas a la esfera de la circulación y de los servicios pueden
testimoniar tanto un adelanto como un atraso económico. Este punto
se explica claramente en el libro de B. Datta, The Economics of Indus-
trialization (Calcuta, 1952), cap. vi, aunque parece que la importancia
del desperdicio de recursos involucrado se subestima. Este error sur-
ge, como de costumbre, del hecho de visualizar este desperdicio en
246
Aunque tiene importancia el que el elemento "lumpenbur-
gués" de la clase mercantil absorba una gran parte del exce-
dente económico que corresponde a esa clase como un todo,
es de mayor trascendencia el hecho de que dicho capital,
cuando es acumulado por sus miembros más ricos, no se
vuelque, por lo general, al segundo sector de la economía no
agrícola, esto es, a la producción industrial. Estando dividido
en su mayor parte en pequeñas cantidades, sólo puede en-
contrar una aplicación lucrativa en la esfera de la circulación,
en la cual las cantidades de dinero, relativamente pequeñas,
van muy lejos, en donde las utilidades de las transacciones
individuales son grandes y en la que la rotación de los fondos
implicados es rápida. Los comerciantes que poseen grandes
recursos encuentran oportunidades todavía mejores para el
lucro en el acaparamiento de tierras que producen renta,235
en las diversas actividades que auxilian el funcionamiento de
los negocios occidentales, en la importación, en la exporta-
ción, en el préstamo de dinero y en la especulación. De ahí
que, aunque una transferencia de capital y de energías de los
fines mercantiles a los industriales es posible, el precio de es-
ta transferencia se hace desmesuradamente alto.
Es evidente que los hoy países subdesarrollados tienen esta
característica en común con la fase primitiva del desarrollo

relación con el ingreso total, más que con respecto al excedente eco-
nómico.
235
Debe hacerse notar que no se puede determinar si las cantidades
que se pagan por la tierra son transferencias del excedente o bien si
representan deducciones del excedente acumulado que se usa para
fines de consumo. Donde los vendedores de tierras son terratenientes
arruinados o campesinos expulsados por deudas —aunque la propia
deuda puede ser originada en el consumo—, es probable que se trate
del primer caso: el producto de la venta de la tierra será usado para
liquidar la deuda y, por lo tanto, aumentará el capital del prestamista.
Donde los vendedores sean campesinos o terratenientes dispuestos a
deshacerse de sus propiedades por la imposibilidad de cubrir sus gas-
tos corrientes o alguna situación de emergencia, la segunda posibili-
dad será la correcta. De cualquier caso, las sumas que se obtienen de
la venta de las tierras generalmente no se dedican a la inversión in-
dustrial.
247
capitalista de Europa Occidental o del Japón, en donde fuer-
zas muy potentes tendieron también a impedir la salida de
capitales de la esfera de la circulación y en los que, a pesar de
todo, la transición en el uso del capital de los fines mercanti-
les a los industriales se realizó en el transcurso del tiempo.
Sin embargo, lo que diferencia radicalmente su situación de
la que existió en el pasado histórico de los países capitalistas
avanzados, es la presencia de formidables obstáculos que
impiden el ingreso de estas acumulaciones mercantiles a la
esfera de la producción industrial.

III
La expansión industrial en el capitalismo, depende en gran
medida de que genere su propia fuerza impulsora. "El capital
rápidamente se crea un mercado interno, destruyendo todas
las artesanías rurales a través de la fabricación de hilados, te-
jidos, manufactura de vestidos, etc., para todos, es decir,
transformando en mercancías con valor de cambio lo que
hasta entonces se producía como un valor de uso directo. És-
te es un proceso que surge espontáneamente de la separa-
ción del obrero (aunque fuera siervo) de la tierra y de la pro-
piedad de sus propios medios de producción."236 Es evidente
que esta disolución de la economía precapitalista, esto es, la
desintegración de su autosuficiencia natural, no ha ocurrido
en la mayoría de los hoy países subdesarrollados. Por lo con-
trario, como se mencionó anteriormente, en todas las regio-
nes de penetración occidental, la agricultura comercial des-
plazó en gran medida a los cultivos tradicionales de subsis-
tencia y las mercancías manufacturadas invadieron el mer-
cado de los productos artesanales indígenas. Pero aunque es
cierto (como dice Allyn Young) que "la división del trabajo
depende en gran parte de la propia división del trabajo",237
en las regiones atrasadas de hoy, esta secuela no se desen-
volvió "de acuerdo con el plan". Tomó un curso distinto, es
236
Marx, Grundrisse der Kritik der Politischen Ökonomie (Rohen-twurf)
(Berlín, 1953), p. 411.
237
"Increasing Returns and Economic Progress", Economic Journal (dic-
iembre de 1928), p. 533.
248
decir, la división del trabajo, tal como surgió, se parecía más
a la distribución de funciones entre un jinete y su caballo.
Todo mercado para los productos manufacturados que apa-
recía en los países coloniales y dependientes, no se convertía
en el "mercado interno" de estos países, sino que, a través de
la colonización y de los tratados injustos, se transformaba en
un apéndice del "mercado interior" del capitalismo occiden-
tal.
Aunque esta secuela de acontecimientos estimuló de ma-
nera importante el crecimiento industrial del Occidente, ex-
tinguió, en los hoy países subdesarrollados, la chispa que po-
ne en marcha la expansión industrial. En una coyuntura his-
tórica en que la protección de la industria incipiente hubiese
sido aconsejada aun por los partidarios más fervientes de la
libertad de comercio, los países que más la necesitaban fue-
ron obligados a entrar en un régimen que podríamos calificar
de infanticidio industrial. Esto influyó en todo su desarrollo
posterior. Estando abastecida su limitada demanda de bienes
manufacturados en forma amplia y barata por el exterior, no
hubo posibilidad de hacer una inversión lucrativa en una in-
dustria nativa que proveyera al mercado interno disponible.
Además, en ausencia de este tipo de inversión, no hubo
oportunidad para otras inversiones. La inversión atrae a la
inversión; una inversión da lugar a otra y la segunda hace po-
sible realizar una tercera. De hecho, este encadenamiento de
las inversiones y su sincronización, es lo que provoca la reac-
ción en cadena que puede considerarse como sinónimo de la
evolución del capitalismo industrial. Pero al igual que la in-
versión tiende a convertirse en autogeneradora, la carencia
de ésta tiende a convertirse en autoestancadora.
Sin el impulso amplificador de la inversión, un mercado
que originalmente fue estrecho permaneció necesariamente
igual.238 En estas condiciones, no pudieron cundir los peque-
ños talleres industriales que caracterizaron en otros lugares a
238
Esto, para su desgracia, también fue descubierto por los capitalistas
occidentales, los cuales habían supuesto ilimitada la capacidad para
exportar productos manufacturados a las regiones densamente po-
bladas en que se efectuó la penetración comercial del Occidente.
249
la transición de la fase mercantil del capitalismo a su fase in-
dustrial. Cuando, en el transcurso del tiempo, surgió la posi-
bilidad de realizar cierta producción industrial —quizá a
causa de la implantación de altos impuestos de importación
o por otras concesiones gubernamentales—, estas empresas
fueron fundadas, en muchas ocasiones, por extranjeros (por
lo general, ligados a intereses del país), que pusieron su ex-
periencia y su "know-how" en la organización de esta nueva
actividad. Proponiéndose producir mercancías similares en
calidad y diseño a aquellas que previamente se traían del ex-
terior, erigieron unas cuantas grandes plantas modernas, que
fueron suficientes para abastecer la demanda existente.
Aunque la cantidad de capital total que se necesitaba para
hacer frente a tales empresas era frecuentemente muy gran-
de, la parte de éste que se gastó en el país subdesarrollado
fue pequeña, efectuándose en el exterior el grueso de los gas-
tos en la adquisición de maquinaria extranjera, de patentes
extranjeras, etc. El efecto estimulante que sobre la economía
en su conjunto tuvieron tales inversiones fue, por lo tanto,
muy pequeño. Lo que es más, una vez instalada una empresa
de tal envergadura en una rama industrial, las limitaciones
de la demanda y la magnitud de la inversión exigida reduje-
ron grandemente, o bien eliminaron en su totalidad, las
oportunidades de que otra empresa se lanzase al mismo
campo. La cantidad de capital exigida para introducirse al
santuario privilegiado de los monopolios, los riesgos caracte-
rísticos de una lucha inevitable, las palancas que los consor-
cios establecidos podían usar para hostilizar y expulsar al in-
truso, todo esto tendió a diezmar los incentivos que se le
ofrecían al capital mercantil para lanzarse a la actividad in-
dustrial. El estrecho mercado quedó controlado monopóli-
camente y el control monopolístico se transformó en un fac-
tor adicional que obstaculizaba la ampliación del mercado.
Esto no quiere decir que el desarrollo industrial, tal como
se ha realizado en los países atrasados, no represente un ade-
lanto portentoso respecto a la etapa primitiva, en que sus
mercados industriales estaban totalmente a merced de la
producción del exterior. Esta producción arruinó a la artesa-
250
nía nativa y asfixió el incipiente desarrollo industrial de esos
países, sin ofrecer a los artesanos desplazados ninguna alter-
nativa de ocupación en la industria. La expansión industrial
que esto provocó tuvo lugar en Occidente. Frente a esto, las
empresas industriales, recientemente creadas representaban,
por decirlo así, un antídoto. Repatriaron cuando menos algo
de la manufactura, realizaron al menos algunas inversiones
industriales en su patria y proporcionaron siquiera cierto
empleo e ingreso a la fuerza de trabajo nativa. Pero el antído-
to no fue eficaz. No sólo fue insuficiente para neutralizar el
daño que se había hecho con anterioridad, sino que la forma
en la que se administró fue tal, que dio origen a un creci-
miento canceroso tan potente y tan dañino como el mal que
en sus principios parcialmente curó.
Las nuevas empresas obtuvieron rápidamente un control
exclusivo de sus mercados, cercándolos mediante aranceles
proteccionistas y concesiones gubernamentales de toda cla-
se.
Con estas medidas, bloquearon un mayor crecimiento in-
dustrial, al mismo tiempo que sus precios monopolistas y sus
políticas de producción reducían al mínimo la expansión de
sus propias empresas. Pasando rápidamente por diversas fa-
ses, desde haber tenido un papel progresista hasta tener uno
regresivo en el sistema económico, se convirtieron, desde
una etapa inicial, en obstáculos al desarrollo económico, con
efectos bastante similares a los de la propiedad semifeudal
de la tierra que prevalecía en los países subdesarrollados. No
sólo no promueven una mayor división del trabajo y un cre-
cimiento de la productividad, sino que, de hecho, provocan
un movimiento en la dirección opuesta. Por una parte, la in-
dustria monopolista amplía la fase mercantil del capitalismo,
al obstaculizar la transición del capital y de la gente de la es-
fera de la circulación a la de la producción industrial. Por
otra, al no proporcionar un mercado a la producción agríco-
la, ni una salida al excedente de mano de obra rural y al no
abastecer a la agricultura con bienes de consumo manufac-
turados y aperos de labranza baratos, obliga a ésta a volver a
la autosuficiencia, perpetúa la ociosidad de los desocupados
251
estructurales y favorece una mayor proliferación de peque-
ños mercaderes, de industrias domésticas, etc.239
De ahí que, en la mayoría de los países subdesarrollados, el
capitalismo haya tenido una carrera particularmente torcida.
Habiendo pasado por todos los dolores y frustraciones de la
infancia, nunca experimentó el vigor y la exhuberancia de la
juventud y comenzó a mostrar, prematuramente, todos los
rasgos penosos de la senilidad y de la decadencia. Al peso
muerto del estancamiento que caracterizó a la sociedad
preindustrial, se sumó todo el impacto restrictivo del capita-
lismo monopolista. El excedente económico de los países
subdesarrollados, de cuya parte más importante se apoderan
239
No sería necesario ni siquiera mencionar la naturaleza profunda-
mente retrógrada de este retorno a las "felices" condiciones de auto-
suficiencia rural y de industria de aldea, si no fuese porque se ha po-
pularizado y estimulado este retorno en los países occidentales. El
gobierno de los Estados Unidos, en el llamado programa del Punto IV,
al igual que la Fundación Ford por ejemplo, han dedicado fondos muy
importantes para "vender" este esquema a los gobiernos de los países
subdesarrollados, en tanto que los economistas lo han estado propo-
niendo en sus recientes escritos sobre el desarrollo económico. Véase,
por ejemplo, el artículo de V. H. Nicholls, "Investment in Agriculture
in Underdeveloped Countries", American Economic Review (mayo de
1955), o el de H. G. Aubrey, "Small Industry in Economic Develop-
ment", Social Research (septiembre de 1951). No podemos hacer nada
mejor que repetir los elocuentes comentarios que acerca de este mé-
todo de "ayudar" al campesinado de los países atrasados expresaba
hace más de medio siglo Karl Kautsky: "En la industria hogareña ex-
plotada por los capitalistas encontramos las jornadas de trabajo más
largas y más exhaustivas, la remuneración más mísera por el trabajo
realizado, la incidencia más grande del trabajo de niños y mujeres, el
hacinamiento más miserable en el trabajo y en la habitación; en una
palabra, las condiciones más ultrajantes que pueden encontrarse en
nuestro modo de producción. Es el sistema más infame de explota-
ción capitalista y la forma más degradante de proletarización del
campesinado. Todo intento para ayudar a una población de pequeños
campesinos, que ya no pueden seguir subsistiendo con el solo trabajo
agrícola, mediante el impulso a la industria hogareña, deberá condu-
cir, tras de un corto y dudoso mejoramiento, a la caída en la miseria
más profunda y desesperada." Die Agrar Frage (Stuttgart, 1899), pp.
180 ss.
252
los consorcios monopolistas, no se utiliza para fines produc-
tivos. No se reinvierte en sus propias empresas ni tampoco
sirve para desarrollar otras. Aquel que no fluye al exterior a
manos de accionistas extranjeros, se utiliza en forma casi
igual a como lo hace la aristocracia terrateniente. Sirve para
mantener una vida ostentosa de los que lo reciben, se gasta
en la construcción de residencias urbanas y rurales, en sir-
vientes, en consumo excesivo, etc. Lo que queda se invierte
en la adquisición de tierras rentables, en el financiamiento
de actividades mercantiles de todas clases, en la usura y en la
especulación. Por último, aunque no por ello menos impor-
tantes se llevan al exterior fuertes cantidades, donde se tie-
nen como protección contra una devaluación de las monedas
nacionales o bien como una reserva que asegure a sus pro-
pietarios un retiro decoroso en caso de que surjan disturbios
sociales y políticos en esos países.

IV
Esto nos lleva a la tercera rama del sector no agrícola del sis-
tema económico de los países subdesarrollados, es decir, a la
empresa extranjera.240 Las empresas que son propiedad total
o parcial de extranjeros, pero que abastecen al mercado in-
terno de los países subdesarrollados, no presentan ningún
problema en especial.241 Lo que anteriormente se dijo sobre
la industria en su conjunto, se aplica igualmente a ellas.
Aunque parte del excedente económico de que se apropian
se gasta local-mente en el mantenimiento de funcionarios
altamente remunerados, la mayoría de éste (incluyendo los
ahorros personales de estos funcionarios) se transfiere al ex-
terior. Por consiguiente, contribuyen a la formación de capi-
tal en los países subdesarrollados en menor medida que las

240
Como en el caso de los negocios comerciales, gran parte de ésta se
encuentra localizada de hecho en las regiones rurales y está física-
mente ligada a la agricultura. Sin embargo, su status económico no
tiene casi nada que ver con la agricultura propiamente dicha!
241
"Las industrias manufactureras típicas que trabajan principalmente
para el mercado interno, no parecen atraer al capital extranjero." So-
ciedad de Naciones. Industrialization and Foreign Trade (1945), p. 66.
253
empresas de origen nacional.
Más complejo, pero también más importante, es el papel
que juegan los monopolios extranjeros en un país subdesa-
rrollado cuando producen mercancías destinadas a la expor-
tación. Éstas no sólo absorben la mayor parte de los intereses
extranjeros en las regiones atrasadas y representan grandes
inversiones de capital, sino que son también las que produ-
cen la mayor parte de estos artículos, tanto en los países
huéspedes como en el mundo. Para tener cierta idea de su
impacto en el desarrollo económico de los países atrasados
en donde se localizan, será de gran utilidad considerar sepa-
radamente los distintos aspectos de sus actividades, a saber:
a) la importancia de la inversión realizada por las empresas
extranjeras; b) el efecto directo de sus operaciones corrientes;
y c) su influencia más general en el país subdesarrollado en
su conjunto.
Comenzando con la primera, debe hacerse notar que, por
regla general, los consorcios extranjeros que se dedican a la
producción de productos exportables (con la excepción del
petróleo) iniciaron sus actividades con una inversión de capi-
tal relativamente pequeña. El control sobre los recursos na-
turales que les eran necesarios —fundamentalmente la tierra
para plantaciones o para minas—fue asegurado mediante la
expropiación forzada de las poblaciones nativas, o bien a tra-
vés de la adquisición de éstas por un precio más o menos
nominal que pagaron a los gobernantes, a los señores feuda-
les o a los jefes de tribu que dominaban las regiones respecti-
vas. Por consiguiente, el acrecentamiento del capital de los
países subdesarrollados que se obtuvo en la primera etapa de
lo explotación extranjera de sus recursos naturales, fue insig-
nificante. Aun posteriormente, cuando el campo de acción
de las empresas orientadas a la exportación se incrementó
notoriamente en los países subdesarrollados, la cantidad de
capital de los países avanzados que se transfirió a éstos fue
mucho menor de lo que comúnmente se supone. La expan-
sión que interesaba a las empresas que producían para ex-
portar podía financiarse fácilmente con las ganancias que ob-
tenían de sus muy remunerativas operaciones. Hablando de
254
la experiencia británica, Sir Arthur Salter observa que "sólo
en el período inicial, que terminó poco después de 1870, los
recursos para la inversión extranjera se obtuvieron del exce-
dente de las exportaciones corrientes sobre las importacio-
nes. En el período de 1870 a 1913, cuando el total de la inver-
sión extranjera se elevó de cerca de mil millones a casi cuatro
mil millones de libras esterlinas, el total de las nuevas inver-
siones que se hicieron sólo fue de aproximadamente el 40 %
de los ingresos obtenidos por las anteriores inversiones en el
mismo período".242 El crecimiento de los activos en el exte-
rior de Holanda, Francia y, posteriormente, de los Estados
Unidos, siguió sustancialmente el mismo modelo, es decir,
puede atribuírsele, en gran medida, a la reinversión de las
ganancias que habían realizado en sus operaciones en los
países extranjeros.243 De ahí que el incremento de los activos
occidentales en el mundo subdesarrollado se deba sólo en
parte a exportaciones de capital en el sentido estricto del
término; fundamentalmente, es el resultado de la reinversión
en el exterior de parte del excedente económico que se obtu-
vo de esos lugares.244
Esto, en sí mismo, tiene cierto interés, dada la indignación
moral que tan frecuentemente se expresa acerca de la viola-
ción de los "sagrados" derechos de propiedad de los capitalis-

242
Foreign Investment (Princeton, 1951), p. 11.
243
Respecto a las inversiones norteamericanas en el exterior durante el
período de la postguerra, se afirmaba recientemente, en una autori-
zada publicación gubernamental, que "muchas de ellas consistieron
en la reinversión de las ganancias de las ramas extranjeras, más que
de nuevos capitales provenientes de los Estados Unidos". Report to
President on Foreign Economic Policies ("Gray Report") (Washington,
1950), p. 61. Ya en 1954, las inversiones privadas de los E.U.A. en el ex-
terior "se habían incrementado en aproximadamente tres mil millo-
nes de dólares, en tanto que las ganancias de las inversiones realiza-
das con anterioridad, sumaban aproximadamente 2.8 mil millones de
dólares". S. Pizer y F. Cutler, "International Investments and Earn-
ings", Survey of Current Business (agosto de 1955).
244
Véase también el artículo de Erich Schiff, "Direct Investments,
Terms of Trade, and Balance of Payments", Quarterly Journal of Eco-
nomics (febrero de 1942).
255
tas occidentales en algunos países subdesarrollados.245 Sin
embargo, lo que importa en el presente contexto es determi-
nar si el excedente económico generado e invertido en los
países subdesarrollados ha contribuido en forma importante
al desarrollo económico de esos países. Aun con la interpre-
tación más favorable de los hechos, tal afirmación difícil-
mente puede sostenerse. Una parte de la inversión realizada
por los consorcios en cuestión consistió en el precio que se
pagó por el título de propiedad de los recursos naturales que
adquirieron. Como se acaba de mencionar, este precio gene-
ralmente era muy bajo y a menudo no era mayor al necesario
para corromper a los funcionarios y potentados. Ya nos he-
mos referido a la forma en que gastan su ingreso y, de hecho,
ellos no han contribuido al aumento de la riqueza productiva
de los países atrasados.246
Una parte muy grande de la inversión necesaria, de hecho
el grueso de ésta, consiste en lo que se ha denominado "in-
versión en especie". Esto significa que las empresas que rein-
vierten sus ganancias (o, según el caso, sus fondos adiciona-
les) para la ampliación de sus operaciones o el establecimien-
to de nuevas plantas, gastan una gran proporción de las can-
tidades así empleadas en equipos producidos en sus países
de origen. No podía ser de otra forma, pues el equipo necesa-
rio no se encuentra disponible en las regiones en donde se
realiza la inversión y, además, la empresa inversionista y su
personal tienen un prejuicio comprensible a favor de las he-
245
Es obvio que el problema se complica seriamente por el hecho de
que, lo que se ha afirmado arriba, se refiere a balances netos globales,
en tanto que los individuos y las corporaciones involucrados hoy pue-
den ser, y frecuentemente lo son, distintos de los que recogieron las
ganancias en una etapa anterior
246
En las condiciones actuales, que son mucho menos "románticas" el
pago para obtener el permiso necesario para explotar los recursos na-
turales tiene, en algunos países subdesarrollados, la forma de regalías
más o menos cuantiosas y de impuestos sobre la producción corriente
que cobran los gobiernos locales. En ocasiones también llevan involu-
crados el proporcionar a estos países préstamos o dádivas esporádi-
cas, haciéndolos así más moldeables en las negociaciones posteriores.
A esto nos referiremos más adelante.
256
rramientas que conocen y que son fabricadas en sus países.
Esto tiene como resultado que las inversiones en una nueva
empresa o en la expansión de una empresa extranjera en un
país subdesarrollado, así como las reposiciones que realizan
de su equipo, representan, por los pedidos de bienes de in-
versión que se hacen a la industria del país avanzado, una
expansión del mercado interno de este último más que una
ampliación del mercado del país subdesarrollado. Claro está
que, en la medida en que es necesario realizar construcciones
locales en caminos, minas, edificios de oficinas, residencias
para el personal extranjero, campamentos para los trabajado-
res nativos, etc., que deben hacerse con materiales y fuerza
de trabajo locales, una parte del gasto total de inversión se
realiza en el país subdesarrollado y se traduce en un incre-
mento correspondiente de su ingreso y demanda totales. Sin
embargo, su monto es generalmente pequeño, ya que, aun
esta parte del programa de inversión descansa, en gran me-
dida, en artículos importados tales como los materiales de
construcción, el equipo de transportes, los artefactos para la
casa y la oficina, al igual que en ingenieros, técnicos y capa-
taces que se traen del exterior para supervisar o realizar los
proyectos de construcción.
Por consiguiente, los beneficios que obtiene un país subde-
sarrollado de las inversiones que trae consigo el estableci-
miento o la expansión de empresas extranjeras orientadas a
la exportación, son de pequeña cuantía. Debemos asomarnos
ahora a los efectos de sus operaciones corrientes. Éstas con-
sisten en producir bienes agrícolas o materiales como los
minerales y el petróleo y embarcarlas al exterior. Es impor-
tante que indiquemos el modo de utilización de los recursos
así obtenidos.
Podemos principiar con la parte de ellos que se utiliza para
la remuneración de la fuerza de trabajo. Determinada siem-
pre por las tasas increíblemente bajas de los salarios nativos
y teniendo, en ciertas ramas de producción, un alto grado de
mecanización, y una cantidad de fuerza de trabajo corres-
pondientemente pequeña, la parte del ingreso total de las
compañías que es absorbida por los salarios es, por lo gene-
257
ral, reducida. En Venezuela, el petróleo representa más del
90 % de todas las exportaciones y una gran parte del produc-
to nacional total, pero la industria petrolera ocupa solamente
un 2 % aproximadamente de la fuerza de trabajo venezo-
lano,247 y sus gastos en moneda local (excluyendo pagos al
gobierno) no son superiores al 20 % del valor de las exporta-
ciones.248 Alrededor de 7 octavas partes de estos gastos se
dedican a pagar la nómina de sueldos y salarios, usándose el
resto para compras dentro del país. En Chile, "antes de la
primera Guerra Mundial, cerca del 8 % de la población activa
trabajaba en las minas o en las plantas de beneficio asociadas
a éstas; pero esta proporción ha disminuido progresivamen-
te".249 De acuerdo con un estudio inédito del Fondo Moneta-
rio Internacional, la parte valor del producto total de la in-
dustria que se gasta localmente es también de cerca del 20 %;
no ha podido determinarse qué proporción corresponde a la
fuerza de trabajo y al costo de los materiales. En Bolivia, cer-
ca del 5 % de los obreros están ocupados en las minas de es-
taño; se ha estimado que durante la última mitad de la déca-
da de los cuarentas, cerca del 25 % de los ingresos totales se
utilizaron para pagar salarios, pero seguramente esta porción
es muy elevada a causa de la baja tasa de cambio oficial que
se usó para comparar las cifras de venta en dólares con las
cifras de salarios bolivianos.250 En el Cercano Oriente, sólo
un 0.34 % de toda la población está empleada en la industria
petrolera,251 y se paga, por concepto de salarios, menos del 5

247
Ragnar Nurkse, Problems of Capital Formation in Underdeveloped
Countries Oxford (1953), p. 23.
248
Banco Central de Venezuela, Memoria (1950), p. 36, citado por C.
E. Rollins, en "Mineral Development and Economic Growth", Social
Research (otoño de 1956). Le estoy muy agradecido al Dr. Rollins por
haber puesto a mi disposición el manuscrito de este excelente trabajo,
del que he obtenido gran número de referencias adicionales.
249
United Nations, Development of Mineral Resources in Asia and the
Far East (1953), p. 39.
250
Rollins, op. cit., donde se cita la tesis de M. D. Pollner, "Problems of
National Income Estimation in Bolivia" (Master's Thesis, New York
University, 1952), como fuente de esta afirmación.
251
United Nations, Review of Economic Conditions in the Middle East
258
% de los ingresos derivados del petróleo. En algunos países
que tienen una población muy pequeña y grandes explota-
ciones de materias primas, la proporción de gente ocupada
en la extracción de éstas es, por supuesto, más elevada (por
ejemplo, cerca del 10 % en las minas de cobre de Rhodesia
del Norte), pero estos casos son excepcionales. Todavía más,
aun ahí, la parte de los ingresos de todas las industrias que se
distribuye como salarios es casi la misma que en los otros
ejemplos que se acaban de citar.
Sin embargo, sería erróneo pensar que esta pequeña parte
del ingreso total que se asegura a través de la explotación de
las materias primas, sirve íntegramente para ampliar el mer-
cado interno del país subdesarrollado. En primer lugar, parte
de la fuerza de trabajo empleada está formada por extranje-
ros que ocupan posiciones directivas o semidirectivas y cuyos
sueldos son bastante elevados. Aunque mantienen un alto
nivel de vida, están en posición de ahorrar una parte consi-
derable de su ingreso. De hecho, uno de los atractivos prin-
cipales de sus trabajos es la posibilidad de acumular ahorros
considerables en un tiempo relativamente corto. Es evidente
que estos ahorros se envían regularmente fuera del país, o
bien salen de éste cuando sus propietarios abandonan sus
puestos.252 Las cantidades que usan con fines de consumo
tampoco se gastan en su totalidad en la producción local.
Aunque el mantenimiento de los extranjeros en los países
subdesarrollados incluye típicamente el empleo de numero-
sos sirvientes nativos y aun cuando es obvio que muchos
bienes de consumo se obtienen de fuentes locales, una gran
proporción de su gasto está orientado hacia los artículos a
que están habituados, los cuales se importan del exterior. Por
consiguiente, el monto total que los extranjeros gastan de
sus salarios en bienes producidos por la industria y los servi-
cios locales, y que constituye un incremento de la demanda
total de los países subdesarrollados, es normalmente muy

(1951), p.63.
252
Los casos, poco frecuentes, de individuos que se enamoren de los
países en donde están trabajando y se deciden a obtener su "naturali-
zación económica", pueden considerarse como una excepción.
259
pequeño.
En el caso de la fuerza de trabajo nativa, la situación es al-
go distinta. Al realizar trabajos que requieren poca califica-
ción, ganan salarios muy bajos que, con frecuencia, apenas si
bastan para darles un mínimo de subsistencia estrechamente
definido. Pero aun allí donde sus sueldos son mayores y les
permiten un nivel de vida algo mejor, difícilmente pueden
ahorrar. Por lo tanto, los salarios qué reciben los trabajado-
res nativos pueden considerarse como gastados en el consu-
mo.253 Sin embargo, una parte de lo que compran es propor-
cionado por la propia compañía que los ocupa, en particular
las casas en que habitan. Más aún, muchos campamentos de
trabajadores están localizados de tal forma, que es más fácil y
más barato importar muchos de los bienes de consumo que
compran, que obtenerlos de las fuentes locales que, con fre-
cuencia, están bastante alejadas.254
En suma, el ingreso obtenido por los habitantes de los lla-
mados países fuentes por las actividades de las empresas ex-
tranjeras orientadas a la exportación y que consiste funda-
mentalmente en salarios a un número relativamente peque-
ño de empleados, es, en todas partes, muy pequeño. Puesto
que las variaciones de la demanda mundial de las mercan-
cías en cuestión afectan más a su precio que al volumen de
producción (por razones técnicas y económicas en las que
no necesitamos detenernos), el nivel de la ocupación nativa

253
En algunos países —como, por ejemplo, Birmania— el flujo de
fondos enviados por los trabajadores semimigratorios a su país de ori-
gen para el mantenimiento de sus familias, es un renglón de gran im-
portancia.
254
Esto se ve claramente en el caso de las compañías de estaño boli-
vianas: "Por muchos años, las compañías mantuvieron tiendas que
eran abastecidas en su mayor parte desde el exterior..." C. E. Rollins,
op. cit. No es necesario insistir en que la razón de esto, en muchos ca-
sos, no es tanto el bajo precio de los bienes importados, como los mo-
tivos que habitualmente yacen bajo el llamado sistema de pago de sa-
larios en especie. En el caso de las empresas orientadas a la exporta-
ción, lo barato de los fletes de regreso es un factor de peso que alienta
la importación de los bienes que se venderán en las tiendas de la
compañía.
260
tiende a variar muy poco. Y como sus salarios son también
relativamente rígidos, su ingreso total, en términos absolu-
tos, es, en conjunto, bastante estable. Obviamente, repre-
sentan una porción cambiante del valor total de la produc-
ción, dependiendo de los precios a que ésta se vende. Pero,
considerando buenos y malos años, parece ser que su pro-
porción oscila alrededor del 15 %, variando ésta desde un
mínimo de 5 % en algunas regiones y en algunos años, hasta
un máximo de 25 % en otros. Aunque una contribución de
este tipo tiene indudablemente gran valor para las misérri-
mas poblaciones de los países subdesarrollados, si la juzga-
mos respecto a su significación para el desarrollo eco-
nómico, debe tenerse muy en cuenta la naturaleza de sus re-
ceptores. Correspondiendo en su mayor parte a obreros de
bajos salarios, esta suma se orienta hacia la adquisición de
los bienes más elementales de consumo que produce la agri-
cultura y la artesanía locales o que se importan y, por consi-
guiente, no pueden de manera alguna constituir un mercado
que aliente el desarrollo de las empresas industriales.255
El balance de los beneficios totales derivados de la venta
de la producción de las empresas extranjeras orientadas a la
exportación, puede agruparse en dos rubros. El grueso de
éstas corresponde a las ganancias brutas de las compañías
(una vez pagados los impuestos y las regalías) e incluye los
gastos por depreciación y agotamiento; el resto se dedica al
pago de impuestos, de regalías, etc., al gobierno del país en
donde se realiza la producción. A este último nos referire-
mos más adelante. Por lo que respecta al primer rubro, su
modo de utilización está sujeto a variaciones considerables.
Como hemos visto anteriormente, la mayor parte de estas
ganancias se han reinvertido en el extranjero. Sin embargo,
esto sólo es un balance estadístico relativo a cifras totales y a
períodos largos. Para los países individuales y para períodos
particulares, las fluctuaciones, tanto del retiro de ganancias
como de las inversiones extranjeras, han sido bastante di-
vergentes y violentas. Aunque en algunos países los retiros
255
Esto da origen a ganancias mercantiles. Sin embargo, éstas no son
las que hacen falta en los países subdesarrollados.
261
han superado en varias ocasiones a las inversiones, en otros
el proceso ha sido inverso. Aunque ciertas empresas se lle-
van a sus países de origen la totalidad o la mayor parte de
sus ganancias, otras las dedican a realizar inversiones ex-
tranjeras adicionales. Las empresas que operan en escala
mundial, frecuentemente han transferido sus ganancias del
país o países en que se originaron, hacia regiones donde las
oportunidades de inversión eran mayores. Tampoco puede
decirse que los países subdesarrollados en su conjunto ha-
yan tenido un destino común, ni que las ganancias genera-
das en un país subdesarrollado de no reinvertirse allí, se in-
viertan en otro país subdesarrollado. En realidad ha sucedi-
do lo contrario, es decir, las ganancias obtenidas de las ope-
raciones en los países subdesarrollados se han dedicado en
gran medida a financiar inversiones en las regiones altamen-
te desarrolladas del mundo. Por consiguiente, aunque han
sido muy grandes las diferencias entre los países subdesarro-
llados respecto al monto de ganancias que se han reinverti-
do en sus economías o que han sido retiradas por los inver-
sionistas extranjeros, estos países, en conjunto, han enviado
continuamente una gran parte de su excedente económico
hacia los más adelantados, en la forma de intereses y divi-
dendos.256

V
Sin embargo, lo más grave es que resulta muy difícil precisar
qué ha perjudicado más al desarrollo económico de los paí-
ses atrasados, si la extracción de su excedente económico por
el capital extranjero o su reinversión por las empresas ex-
tranjeras. Si se observan los magros beneficios directos que
derivan estos países de la inversión extranjera y, sobre todo,
cuando se considera el impacto total que han tenido las em-
presas extranjeras en su desarrollo, se ve que éste ha sido, de
hecho, el sombrío dilema a que se enfrentan los países atra-
sados.
256
Cf. Jacob Viner, "America's Aims and the Progress of Underde-
veloped Countries", en el libro The Progress of Underdeveloped Áreas
(ed. B. F. Hoselitz) (Chicago, 1952), pp. 182 ss.
262
No es ésta la forma en que se enfoca el problema en los es-
critos occidentales más o menos oficiales sobre el tema. Así,
los autores del antes citado artículo del Survey of Current Bu-
siness, del Departamento de Comercio de los Estados Uni-
dos, afirman, sin ambages, que "la gran expansión de las ins-
talaciones productivas extranjeras realizadas por la inversión
[de las corporaciones de los Estados Unidos] ha tenido una
gran importancia en el mejoramiento de las condiciones eco-
nómicas del exterior".257 Aunque aparentemente con menor
confianza, el profesor Mason sostiene que "...la expansión de
la producción de minerales es, por lo general, no sólo compa-
tible con el crecimiento económico de las regiones subdesa-
rrolladas, sino que puede facilitar grandemente su industria-
lización".258 Y el profesor Nurkse, también no muy seguro,
concluye que "...el problema de la inversión extranjera de ti-
po 'tradicional' no es que ésta sea mala o que no tienda a im-
pulsar por lo general el desarrollo; de hecho lo hace, aunque
en forma indirecta y desigual. El problema reside más bien
en que esto simplemente no sucede en una escala importan-
te..."259
Esta posición se basa fundamentalmente en las siguientes
consideraciones: la primera es que el envío al exterior de las
utilidades de las inversiones extranjeras no debe considerar-
se como una succión del excedente económico de los países
sub-desarrollados, ya que lo que se transfiere no existiría
simplemente de no haber inversión extranjera. Por consi-
guiente y puesto que en ausencia de estas transferencias no
habría inversión extranjera, las transferencias en sí no impli-
can un costo real para el país que las paga y, por lo tanto, no
pueden considerarse que influyan de manera adversa a su
desarrollo económico.260 En segundo lugar, se arguye que las

257
S. Pizer v F. Cutler, "International Investments and Earnings" (ago-
sto de 1955), p. 10.
258
"Raw Materials, Rearmament and Economic Development", Quart-
erly Journal of Economics (agosto de 1952), p. 336.
259
Op. cit., p. 29.
260
Cf. S. Herbert Frankel, The Economic Impact on Under-Developed
Societies (Oxford, 1953), p. 104.
263
operaciones de las empresas extranjeras, al pasar parte de su
producción a la población nativa como pago de los servicios
que ésta ha prestado, incrementan en cierta medida su ingre-
so total. En tercer lugar, se apunta que la inversión extranje-
ra, cualesquiera que sea su contribución directa al bienestar
de los pueblos que habitan los países subdesarrollados, les
hace un servicio más grande en forma indirecta, al estimular
la construcción de caminos, ferrocarriles, plantas eléctricas,
etc., así como al imbuirles a sus capitalistas y a sus obreros el
know-how de los negocios y la preparación técnica de los paí-
ses avanzados. En último lugar, se hace hincapié en que las
empresas occidentales, al pagar impuestos y regalías a los
gobiernos de los países fuentes, ponen en sus manos fondos
muy importantes para financiar el desarrollo de sus econo-
mías nacionales.
Como sucede con la mayor parte del razonamiento eco-
nómico burgués basado en la "inteligencia práctica", esto es
juicioso y veraz en la superficie. Pero al abarcar meramente
un segmento de la realidad y al no tratarlo de manera histó-
rica, sino con el método —tan de moda en la actualidad—
que podría denominarse "estática animada", da una concep-
ción prejuiciada y que conduce al error. Tomemos estos ar-
gumentos para analizarlos.
Sin duda alguna, es correcto que, si los recursos naturales
de los países subdesarrollados no estuviesen explotados, no
habría producción que hiciese posible la transferencia de las
ganancias al exterior. Sin embargo, éste es el único sustento
real que tiene la primera de las proposiciones antes mencio-
nadas, ya que en forma alguna debe tomarse por un hecho el
que los hoy países subdesarrollados, de haber tenido un des-
arrollo independiente, no habrían iniciado por su cuenta la
utilización de sus recursos naturales, en términos más favo-
rables que los que reciben de los inversionistas extranjeros.
Esto podría desecharse si la inversión extranjera y el curso
tomado por el desarrollo de los países atrasados fueran inde-
pendientes uno del otro. Sin embargo, como se vio ante-
riormente y como demuestra de manera tan convincente el
caso del Japón —y como se verá más adelante con mayor cla-
264
ridad—, tal independencia no puede suponerse en forma al-
guna. De hecho, el suponerlo equivale a salirse por la tan-
gente y a prejuiciar el problema desde su planteamiento.
Existe, además, otro aspecto que debe considerarse. En rela-
ción con ciertos productos agrícolas, cabe pensar que, puesto
que están formados por cosechas recurrentes y dado que una
salida para ellos sólo puede encontrarse en las exportaciones,
su producción y envío al exterior no constituye ningún sacri-
ficio para los países fuentes. Esto es una falacia atroz, si bien
comúnmente aceptada. Además de que las corporaciones
orientadas a la exportación se han dedicado tradicionalmen-
te a la explotación más ruinosa de las tierras de plantación
que controlan, el establecimiento y la expansión de estas
plantaciones ha traído consigo el empobrecimiento sistemá-
tico y, en muchas ocasiones, el aniquilamiento físico de una
gran parte de la población nativa. Estos casos forman legión
y basta con citar unos cuantos: "El monocultivo de la caña de
azúcar en el noroeste del Brasil es un buen ejemplo. Esta re-
gión tuvo uno de los pocos suelos tropicales realmente férti-
les. Tuvo un clima favorable para la agricultura y original-
mente estaba cubierta por extensiones de bosques extrema-
damente ricos en árboles frutales. En la actualidad, la voraz y
autodestructiva industria azucarera ha arrasado toda la tierra
disponible y la ha cubierto de caña de azúcar; como conse-
cuencia de esto, el noroeste del Brasil es una de las regiones
de hambre en el Continente Americano. El no plantar árbo-
les frutales, pastos y verduras y la carencia de cría de ganado
en esta región, ha creado un problema de alimentación muy
difícil en una zona donde una agricultura diversificada po-
dría producir una variedad infinita de alimentos." 261 En la
mayor parte de América Latina, lo que "ayudó a arruinar de-

261
Josué de Castro, The Geography of Hunger (Boston, 1952), p. 97. Los
tres primeros pasajes que se citan en el texto son de las páginas 105,
215 y 221 de este sobresaliente trabajo. El profesor De Castro apunta de
paso que, aunque la erosión del suelo y el agotamiento son una plaga
para todo el mundo colonial, los expertos "van tan lejos, que llegan
hasta afirmar que, para todo propósito práctico, no existe la erosión
en el Japón" (p. 192).
265
finitivamente a las poblaciones nativas fue la explotación
unilateral a que se dedicaron casi todas las regiones; algunas
se entregaron a la minería, otras a la plantación de café, al-
gunas al tabaco y otras al cacao. Esta especialización trajo
consigo una economía deformada, que todavía se encuentra
en países como El Salvador, que prácticamente sólo produce
café y Honduras, que únicamente exporta plátanos". En
Egipto, "una gran parte de las tierras irrigadas se reservaron
para la producción de cultivos de exportación... en particular
el algodón y el azúcar, lo que agravó todavía más la pobreza
alimenticia de los fellah". En África, "la primera innovación
europea que trastornó los hábitos alimenticios nativos, fue la
producción en gran escala de cultivos para la exportación,
como son el cacao, el café, el azúcar y los cacahuates. Ya sa-
bemos cómo funciona el sistema de plantación... un buen
ejemplo de éste es la colonia británica de Gambia en el Áfri-
ca Occidental, donde el cultivo de alimentos para el consu-
mo local se abandonó completamente para concentrarse en
la producción de cacahuates. Como consecuencia de este
monocultivo... la situación alimenticia de la colonia difícil-
mente puede ser peor". En lo que ha sido durante mucho
tiempo la colonia interna del capitalismo norteamericano —
los Estados del sur de los Estados Unidos— se produjeron
efectos muy similares por el cultivo del azúcar y particular-
mente del algodón. "En los Estados Unidos, los Estados al-
godoneros forman el grupo de ingresos más bajos de todo el
país. La correlación estadística que existe entre el cultivo del
algodón y la pobreza es sorprendente. El cultivo del algodón
tiene dos efectos nocivos sobre los suelos: a) La pérdida de la
fertilidad y b) el daño causado por la erosión... Todo esto se
ve con claridad actualmente, pero no se entendió ni se apre-
ció durante el siglo XIX, el siglo que midió el éxito en dólares
y centavos, a expensas de los activos perdurables." 262

262
E. W. Zimmermann, World Resources and Industries (edición re-
visada, Nueva York), p. 326. Es obvio que el autor discrimina injusta-
mente al siglo xrx. Para el mundo capitalista del siglo xx, el éxito to-
davía se mide por el mismo talón y la única diferencia consiste en que
las empresas en gran escala piensan más en sus utilidades a largo pla-
266
Para evitar malos entendimientos, debo aclarar que lo an-
terior no debe tomarse como una censura a la división del
trabajo o a la especialización intranacional e internacional, o
a los incrementos en la productividad que de ellas resultan.
Sin embargo, lo que se demuestra claramente es que la espe-
cialización intranacional e internacional está organizada en
tal forma, que un miembro del equipo se especializa en mo-
rirse de hambre en tanto que el otro lleva la "carga del hom-
bre blanco", consistente en recoger las ganancias. Esta divi-
sión difícilmente puede considerarse como un arreglo satis-
factorio para la obtención de la mayor felicidad para el ma-
yor número de gente.
El postulado de que no existe "ningún sacrificio" tampoco
tiene mayor validez cuando la producción de las empresas
extranjeras orientadas a la exportación no se realiza en los
cultivos agrícolas, sino en productos de industrias extractivas
como los minerales, el petróleo, etc. Aunque en estos pro-
ductos el desplazamiento de la población nativa y la destruc-
ción de sus bases tradicionales de existencia, quizá tuvo pro-
porciones algo menores que en el caso de la agricultura de
plantación (sin que esto quiera decir que sean insignifican-
tes), el efecto a largo plazo de este tipo de explotación de
materias primas no es menos impresionante. De hecho, no
hay razón para considerar a los recursos de materias primas
de los países subdesarrollados como un producto del que se
dispone libremente en cantidades ilimitadas. Aun cuando el
agotamiento de las materias primas del mundo en su conjun-
to es un espantajo que no merece tomarse en consideración,
por lo que respecta a un país en particular y a ciertos mate-
riales específicos, el peligro está lejos de ser infundado.263 Por

zo.
263
Lo que el profesor Mason observa con respecto a los Estados Uni-
dos, se aplica —o se aplicará— más o menos pronto y en mayor o
menor grado, a otros países: "Las pruebas de que disponen respecto al
petróleo y a otros minerales... indican muy claramente una elevación
en los costos reales de exploración. Además, sabemos que con respec-
to al cobre, el plomo y el zinc, la tendencia durante décadas ha sido
hacia la extracción de minerales de grados cada vez más bajos. Final-
267
consiguiente, para varios de los países subdesarrollados, lo
poco que reciben en la actualidad por las materias primas de
que están dotados, puede muy bien resultar un plato de len-
tejas por el cual se ven obligados a vender su primogenitura
de un futuro mejor.
Ya se vio anteriormente que este plato de lentejas no es
grande y que su calidad y cantidad son muy modestas. Los
pueblos de los países afectados se están dando cuenta de es-
to cada vez más, como lo demuestra la creciente hostilidad
hacia las empresas extranjeras y las triquiñuelas y coerción
que se usan continuamente, para alentar a los obreros nati-
vos a que trabajen en las empresas occidentales. Aunque
quizás sea cierto que la resistencia de los obreros nativos a
trabajar adecuadamente por un salario de hambre se deba al
"atraso cultural" y a la insuficiente comprensión de lo que les
conviene, lo más probable es que su resistencia sea provoca-
da por el simple hecho de que están en mejores condiciones
con sus formas tradicionales de vida, comparados con lo que
el capital extranjero los obliga a realizar.
Desde la decadencia de la esclavitud como una forma de mo-
vilización del trabajo, el sistema más frecuente de reclutamiento y
de retención de los obreros nativos reticentes ha sido el contrato a
largo plazo apoyado por sanciones penales para su cumplimiento.
Esta relación es contractual sólo de nombre... En los pueblos iletra-
dos el contrato es muy a menudo una protección más formal que
real para el trabajador y, por lo general, no hay control efectivo so-
bre las promesas hechas por el reclutador y que no forman parte del
contrato. Una vez que han aceptado el contrato y han sido llevados

mente, debe mencionarse el hecho de que, cuando menos durante las


tres últimas décadas, no se ha realizado ningún descubrimiento ver-
daderamente importante de varios de nuestros metales más valiosos.
"Raw Materials, Rearmament, and Economic Deveiopment", Quarter-
ly Journal of Economics (agosto de 1952), p. 329. Esto se ve claramente
en varios de los países productores de materias primas, como por
ejemplo en Venezuela, donde la consigna de "sembrar petróleo" ex-
presa la ansiedad que existe sobre el posible agotamiento o baja en el
valor de sus reservas petroleras. Esto también se ve en Bolivia, donde
la preocupación sobre el estaño no es menos acentuada, así como en
varios otros países exportadores de madera, donde se vislumbra el fin
de la bonanza maderera.
268
lejos de su aldea nativa, los trabajadores tienen pocos recursos para
hacer cumplir las falsas promesas y casi ninguna forma efectiva de
romper la relación... Es por esto que el contrato, sea que surja de la
fuerza y del fraude o bien de la presión de la miseria, involucra un
elemento sustancial de compulsión directa. En las Indias Holande-
sas, particularmente en las provincias exteriores, la sanción penal
por la ruptura de un contrato de trabajo estuvo en vigor hasta
1940... Todavía se usa ampliamente en África, especialmente con los
obreros de las minas... En todas las regiones coloniales y depen-
dientes del sureste de Asia y del Pacífico, la escasez de trabajadores
locales para trabajar en las plantaciones o en las fábricas, así como
su resistencia, ha sido la causa de que se recurra en gran escala a las
obligaciones contractuales... El uso de diversas formas de coerción
más o menos moderada, para asegurar el trabajo en las haciendas,
en las minas y aun en las fábricas, es un mal endémico en la Améri-
ca Latina. Las formas difieren desde el simple peonaje o servidum-
bre por deudas, hasta el contrato forzoso a largo plazo, semejante al
usado en muchas regiones coloniales...264
Por ello, si los apologistas del imperialismo insisten en que
"...debe demostrarse que la simple inversión geográfica es de
hecho dañina para el país que la recibe, es decir, que trae
como resultado un ingreso real de los habitantes más bajo
que el que hubieran obtenido de otra forma",265 tal demos-
tración puede proporcionarse fácilmente, si se exceptúa al
puñado de compradores, que son los únicos habitantes de los
países subdesarrollados que obtienen beneficios importantes
de la operación de las empresas extranjeras extractoras de
materias primas.

VI
264
W. E. Moore, Industrialization and Labor (Itaca y Nueva York,
1951), pp. 60-62, Cf. también las obras citadas en esas páginas y en
particular el informativo libro de B. Lasker, Human Bondage in Sout-
heast Asia (Chapel Hill, Carolina del Norte, 1950).
265
A. N. McLeod, "Trade and Investment in Underdeveloped Áreas: A
comment", American Economic Review (junio de 1951), p. 411. El tér-
mino "simple inversión geográfica", certeramente acuñado por H. W.
Singer, se refiere a la "inversión extranjera que se localiza geográfica-
mente en los países subdesarrollados, pero nunca se convierte en par-
te de sus economías, permaneciendo en realidad como una parte de
las economías que realizan las inversiones".
269
Esto nos lleva a nuestra tercera pregunta —que es también el
tercero de los argumentos listados anteriormente— respecto
al efecto indirecto que tienen las empresas extranjeras orien-
tadas a la exportación sobre el desarrollo económico de los
países atrasados. En numerosas regiones, el establecimiento
y operación de las empresas extranjeras ha requerido invertir
en instalaciones que no forman parte integral del proceso de
producción y exportación de materias primas, pero que son
totalmente indispensables. Tales instalaciones son los ferro-
carriles y los atracaderos, los caminos y los aeropuertos, los
teléfonos y los telégrafos, los canales y las estaciones eléctri-
cas. En general, éstos son buenos para cualquier país subde-
sarrollado. Aun cuando su construcción per se no contribuye
mucho a la expansión del mercado interno de las regiones
atrasadas (puesto que el grueso de la inversión que se requie-
re puede estar constituido por "inversiones en especie" de
equipo importado) a estos proyectos, una vez terminados se
les atribuye habitualmente el efecto benéfico de incrementar
las posibilidades de la inversión local. El efecto a que se refie-
ren son las "economías externas" que surgen siempre que la
operación de una empresa facilita —es decir, abarata— el es-
tablecimiento o la realización de otra. Por lo tanto, la cons-
trucción de una planta eléctrica para abastecer a una unidad
industrial o minera, puede ahorrar a otra unidad similar el
gasto de construir su propia planta eléctrica, abasteciéndola
con energía más barata de la que podría obtener de cualquier
otra forma. De igual modo, el establecimiento de un aserra-
dero para las necesidades de una fábrica puede abaratar la
construcción de otra en la misma región.
Es muy importante distinguir el mejoramiento de las con-
diciones para la expansión económica que se obtiene de esta
forma, de lo que podía llamarse el "efecto acumulativo de la
inversión", es decir, el proceso antes citado por el cual la in-
versión en una empresa se hace posible gracias a la expan-
sión del mercado provocada por la inversión de otras empre-
sas. Esta distinción debe subrayarse, pues tiende a ser oscu-
recida en la mayor parte de los escritos sobre el desarrollo
económico, provocando así una confusión que conduce a
270
graves errores. Si bien el efecto acumulativo de la inversión
es casi sinónimo del desarrollo económico y necesariamente
implica la aparición de economías externas, el surgimiento
de las instalaciones que podrían dar lugar a estas economías
externas no trae necesariamente como consecuencia un au-
mento de la inversión y del crecimiento económico general.
Planteándolo de otra forma: los actos sincronizados de la in-
versión interna que reflejan una mayor división del trabajo y
que provocan una expansión acumulativa de los mercados
internos, crean como un subproducto las economías exter-
nas, es decir, las condiciones que a su vez facilitan una ma-
yor división del trabajo y una mayor inversión. Sin embargo,
para que este mejoramiento de las condiciones de inversión
se traduzca realmente en una mayor inversión, el desarrollo
económico y social tiene que haber llegado a una etapa en
que exista la posibilidad de efectuar la transición al capita-
lismo industrial. De otra forma, estas fuentes virtuales de
economías externas que pueden aparecer en el sistema eco-
nómico, sólo robustecerán a las fuerzas que mantienen a la
estructura económica y social en cualquier molde en que és-
ta se encuentre, o bien, quedarán como una mera potenciali-
dad —disponible pero no utilizada— y se sumarán a las otras
fuerzas productivas que no se ocupan y que contribuyen
muy poco o nada al desarrollo económico del país.
Esto quiere decir que el papel que pueden jugar las econo-
mías externas en el fomento de la inversión es el mismo que
el que puede realizar el abaratamiento de cualquier factor de
costo, por ejemplo la reducción de la tasa de interés. Al igual
que se ha reconocido como un error el esperar que, a un ni-
vel dado de ingreso y de demanda efectiva, una simple re-
ducción de la tasa de interés dé por resultado un incremento
de la inversión, es también una falacia creer que la simple
presencia de fuentes potenciales de economías externas pue-
de generar la expansión económica. La similitud va todavía
más lejos. De la misma forma en que la insistencia inicial de
la ciencia económica sobre la significación estratégica de la
tasa de interés no fue de ninguna manera "inocente" —
implicando como lo hizo la conveniencia de laissez faire y de
271
la no intervención gubernamental en los asuntos económi-
cos—, de manera similar, el clamor corriente para que se
proporcione a los países subdesarrollados las instalaciones
que originan economías externas (estaciones eléctricas, ca-
minos, etc.) está lejos de ser una simple manía teórica en bo-
ga. Su significación se vuelve transparente tan pronto como
se pregunta: ¿a quién proporcionarán economías externas las
instalaciones que van a construirse? Basta con sólo dar una
ojeada a las declaraciones de los economistas oficiales y de
varias organizaciones dominadas por las grandes empresas,
para ver con claridad que las fuentes de "economías exter-
nas" que deben crearse en Tos países subdesarrollados servi-
rán fundamentalmente para ayudar a las empresas occiden-
tales en su explotación de los recursos naturales de esos paí-
ses. Más aún, el énfasis tan pronunciado sobre lo indispensa-
ble de la ayuda gubernamental para financiar estos proyectos
refleja la tradicional noción de las empresas sobre lo que
constituye la "cooperación armoniosa" entre las administra-
ciones nacionales y las corporaciones monopolistas ; las pri-
meras deben cargar con los costos de instalación y realizar
sus negocios con la menor intervención financiera que sea
posible de las empresas interesadas, en tanto que estas últi-
mas deben recoger las ganancias que resultan con la menor
intervención financiera posible de la hacienda pública.
De ahí que, mientras el señor Nelson Rockefeller y socios
subrayan que, "dada la escasez crítica que se está desarro-
llando con rapidez, es de gran importancia la producción
ampliada y acelerada de materias primas en los países subde-
sarrollados",266 el profesor Mason señale que "tal desarrollo
difícilmente puede realizarse sin la expansión de instalacio-
nes auxiliares (ferrocarriles, carreteras, puertos, energía eléc-
trica, etc.) que deben contribuir al desarrollo económico ge-
neral".267 No muestran recato alguno respecto a quién debe
pagar las inversiones necesarias, ni sobre lo que gozará de
266
"International Development Advisory Board", Partners in Progress,
a Report to the President (Washington, 1951), p. 8.
267
"Raw Materials, Rearmament, and Economic Development",
Quart-erly Journal of Economics (agosto de 1952), p. 336.
272
preferencias al juzgar la urgencia de la inversión en "instala-
ciones auxiliares", es decir, si aquellas que promoverán "una
producción ampliada y acelerada de materias primas en los
países subdesarrollados" o las que "pueden hacer una contri-
bución a su desarrollo económico general". El famoso Gray
Report responde ambas preguntas con toda claridad. Des-
pués de expresar la vieja concepción de que "la inversión pri-
vada probablemente elegirá sólo unos cuantos países para
invertir en ellos el grueso de los nuevos fondos que destinará
al desarrollo de las explotaciones de minerales", sus autores
explican que "la inversión privada es el método más deseable
de desarrollo" y que "el campo de la inversión privada debe
ampliarse lo más que sea posible, ajustando en consonancia
la inversión pública".268
El meollo del asunto reside en que las "instalaciones auxi-
liares" de que se trata son, en su mayor parte, auxiliares tan
sólo de las empresas extranjeras orientadas a la exportación y
que las economías externas que de ellas se derivan sólo bene-
fician a la producción adicional de materias primas para la
exportación. Esto obedece, en parte, al hecho de que las ins-
talaciones que hacen directamente las empresas extranjeras,
o las que se hacen por orden suya, son naturalmente de un
diseño tal y están localizadas en forma que sirvan a sus nece-
sidades. La construcción de ferrocarriles que se realizó bajo
el auspicio de las empresas extranjeras en la India, en África
o en América Latina, se hizo de tal forma que facilitaran el
movimiento de las materias primas hacia los puertos de sali-
da, mientras que el desarrollo de las instalaciones portuarias
ha sido dictado por las necesidades de los exportadores de
materias primas; lo mismo sucede si pensamos en las plantas
eléctricas —que se localizan en forma que surtan de energía
a las empresas mineras extranjeras— o en los proyectos de
irrigación, diseñados para servir a las plantaciones extranje-
ras. En todas ellas el cuadro es siempre el mismo. Como dice
el Dr. H. W. Singer, "las instalaciones productivas para la ex-
portación en los países subdesarrollados, que fueron en tan
268
Report to the Prcsident on Foreign Economics Policios (Washing-
ton, 1950), pp. 52, 61.
273
gran medida el resultado de la inversión extranjera, nunca se
convirtieron en parte integrante de la estructura interna de
la economía de esos países, salvo en el sentido puramente
geográfico y físico".269
Empero, las características físicas de las instalaciones auxi-
liares auspiciadas por las empresas extranjeras, no son la
causa fundamental de su esterilidad para el desarrollo eco-
nómico de los países subdesarrollados. Mucho más impor-
tante es la consideración de que, aun cuando su diseño y lo-
calización sean tales que correspondan plenamente a las exi-
gencias técnicas del desarrollo económico de los países atra-
sados, su efecto seguirá siendo nulo (o negativo), en tanto
sigan siendo cuerpos extraños a una estructura socioeconó-
mica en la cual se han injertado artificialmente. Porque no
son los ferrocarriles, las carreteras y las estaciones eléctricas
las que dan origen al capitalismo industrial, sino que, por el
contrario, es el surgimiento del capitalismo industrial lo que
conduce a la construcción de ferrocarriles y carreteras y al
establecimiento de estaciones eléctricas. Estas mismas fuen-
tes de economías externas, de surgir en un país que atraviesa
la fase mercantil del capitalismo, proporcionarán "economías
externas" al capital mercantil. De ahí que los bancos moder-
nos establecidos por los ingleses durante la segunda mitad
del siglo XIX en la India, en Egipto, en Latino América y en
otras partes del mundo subdesarrollado, no se convirtieran
en fuentes de crédito industrial, sino en bolsas de compensa-
269
"The Distribution of Gains Between Investing and Borrowing
Countries", American Economic Review (mayo de 1950), p. 475. Es in-
teresante hacer notar que !a misión de Asistencia Técnica de las Na-
ciones Unidas en Bolivia, concluye su análisis de la economía minera
del país con la afirmación de que "esta nueva economía comercial
permaneció divorciada en grado extraordinario de la del resto del
país". "Report of the UN Mission of Technical Assistance to Bolivia"
(1951), p. 85. De manera similar, la Comisión Económica para la Amé-
rica Latina de las Naciones Unidas, en su publicación Recent Facts
and Trenas in the Vene-zuelan Economy (1951), observa que las opera-
ciones petroleras en Venezuela pueden considerarse con mayor pro-
piedad como parte de la economía de donde provienen las compañías
inversionistas, que de la propia Venezuela.
274
ción en gran escala para el financiamiento mercantil, pujan-
do sus tasas de interés con las de los usureros locales. De la
misma forma, los puertos y ciudades que surgieron en mu-
chos países subdesarrollados en conexión con la brusca ex-
pansión de sus exportaciones, no se conviertieron en centros
de actividad industrial, sino que se desarrollaron como gran-
des centros de mercado que dieron el "espacio vital" necesa-
rio para los ricos traficantes y se poblaron de una abigarrada
multitud de pequeños comerciantes, agentes y comisionistas.
Tampoco los ferrocarriles, los caminos troncales ni los cana-
les, fueron construidos con la finalidad de que las empresas
extranjeras se convirtieran en las arterias centrales de las ac-
tividades productivas; simplemente sirvieron para acelerar la
desintegración de la economía campesina y proporcionaron
medios adicionales para una explotación mercantil más in-
tensiva y más cabal del hinterland rural.
El profesor Frankel está totalmente en lo cierto cuando di-
ce que "la historia de esas 'inversiones' en África y en otras
partes del mundo proporciona muchos ejemplos de líneas
ferroviarias, caminos, puertos, obras de irrigación, etc., que
fueron construidos en 'sitios equivocados' y que, en vez de
contribuir a un desarrollo que generase un mayor ingreso,
de hecho inhibieron muchos procesos de crecimiento eco-
nómico que, de no haber existido, pudieron haberse realiza-
do".270 No es posible dar el énfasis adecuado al hecho de que
el daño principal que hicieron estas inversiones, no consiste
en que fuesen dirigidas hacia proyectos "equivocados" y "mal
situados" y que, por ello, disminuyeran los fondos con que
se contaba para los proyectos "adecuados" en los lugares
"apropiados". El impacto principal de la empresa extranjera
sobre el desarrollo de los países atrasados, radica en que for-
talece y afirma el dominio del capitalismo mercantil y en
que reduce, y de hecho impide, su transformación en capita-
lismo industrial.

270
Some Conceptual Aspects of International Economic Development of
Underdeveloped Territories (Princeton, 1952), p. 14.
275
VII
Ésta es la "influencia indirecta" verdaderamente importante
que tienen las empresas extranjeras en la evolución de los
países subdesarrollados. Fluye a través de una multitud de
canales, impregna toda su vida económica, social, política y
cultural y determina de manera decisiva todo su curso. En
primer lugar, propicia el surgimiento de un grupo de comer-
ciantes que se expande y prospera dentro de la órbita del
capital extranjero. Sea que actúen como mayoristas
(reuniendo, clasificando y uniformando las mercancías que
ellos compran de los pequeños productores y venden a los
representantes de los consorcios extranjeros), como abaste-
cedores de productos locales a las empresas extranjeras, o
bien como proveedores dé las distintas necesidades de las
empresas extranjeras y de su personal, muchos de ellos se
las arreglan para amasar enormes fortunas y para colocarse
en la cima de la clase capitalista de los países subdesarrolla-
dos. Este sector mercantil de la burguesía nativa, que deriva
sus ganancias de las operaciones de las empresas extranje-
ras, está vitalmente interesado en su expansión y prosperi-
dad y utiliza su considerable influencia para fortificar y per-
petuar el statu quo.
En segundo lugar, están los industriales monopolistas nati-
vos que, en muchos casos, están coludidos y entrelazados
con el capital mercantil interno y con las empresas extranje-
ras. Este sector depende totalmente del mantenimiento de la
estructura económica existente y su status monopolista sería
arrasado con el ascenso del capitalismo industrial. Preocu-
pados en impedir el surgimiento de competidores en sus
mercados, ven favorablemente la absorción del capital por la
esfera de la circulación y no tienen nada que temer de las
empresas extranjeras que están orientadas hacia la exporta-
ción. Ellos también son acérrimos defensores del orden esta-
blecido.
Los intereses de estos dos grupos corren totalmente para-
lelos a los de los terratenientes feudales, que están firme-
mente atrincherados en las sociedades de las regiones atra-
sadas. De hecho, éstos no tienen razón alguna para quejarse
276
de las actividades de las empresas extranjeras en sus países.
Éstas les producen beneficios considerables. Frecuentemen-
te, le dan salida a la producción de sus haciendas y en mu-
chos lugares aumentan el precio de la tierra, ofreciendo,
además, oportunidades de empleo muy lucrativas a los
miembros de la clase media rural.
El resultado de todas esas fuerzas es una coalición política
y social de los mercaderes ricos, de los poderosos monopolis-
tas y de los grandes terratenientes, que se consagra a la de-
fensa del orden feudal-mercantil existente. Gobernando sus
dominios, sin importar por qué medios políticos —como una
monarquía, como una dictadura militar fascista o como una
república del tipo Kuomintang—, esta coalición no tiene na-
da que esperar del surgimiento de un capitalismo industrial
que los desalojaría de sus poderosas y privilegiadas posicio-
nes. Al bloquear todo progreso económico y social en sus
países, este régimen no tiene bases políticas reales en la ciu-
dad ni en la aldea y vive en un temor continuo de las ham-
brientas e inquietas masas populares, confiando para mante-
ner su estabilidad en un cuerpo de guardias pretorianas for-
madas por mercenarios relativamente bien pagados.
En la mayoría de los países subdesarrollados, los aconteci-
mientos sociales y políticos acaecidos en las últimas décadas
habrían derribado a los regímenes de esta clase. El que hayan
sido capaces de seguir medrando —y ésta ha sido realmente
su única preocupación— en la mayor parte de la América La-
tina y del Cercano Oriente, en ciertos países "libres" del sur-
este de Asia y en otros países igualmente "libres" de Europa,
se debe, de manera fundamental y quizá exclusiva, a la ayuda
y al apoyo que "libremente" les ha otorgado el capital occi-
dental y los gobiernos occidentales que lo representan. El
mantenimiento de estos regímenes y la operación de las em-
presas extranjeras en los países subdesarrollados se han he-
cho mutuamente interdependientes. La estrangulación eco-
nómica de los países coloniales y dependientes por parte de
las potencias imperialistas, es lo que ha ahogado el desarrollo
del capitalismo industrial nativo y, por ende, ha impedido el
derribamiento del orden feudal mercantil y ha asegurado la
277
supervivencia de los regímenes mercantiles. La preservación
de estos gobiernos serviles, que impiden el desarrollo eco-
nómico y social y suprimen todo movimiento popular a favor
de la liberación social y nacional, es lo que hace posible, en la
actualidad, la explotación extranjera de los países subdesa-
rrollados y su dominación por las potencias imperialistas.
El capital extranjero y los gobiernos por los que está repre-
sentado, han cumplido con el papel que les toca y lo han sa-
bido conservar hasta estos días. Aunque la opinión oficial en
la actualidad admite que "las potencias coloniales se suma-
ron al peso de la prohibición y del desaliento gubernamental
a las fuerzas económicas, impidiendo así la expansión indus-
trial de las regiones productoras de materias primas", cree
firmemente que "aquellos días... se han ido para siempre".271
Desgraciadamente, no puede encontrarse una interpretación
más falaz de la historia contemporánea. Sea que observemos
la conducta británica en Kenia, en Malaya o en las Indias Oc-
cidentales, las operaciones francesas en Indochina y en el
África del Norte, las actividades norteamericanas en Guate-
mala y las Filipinas, o bien consideremos las transacciones
algo más "sutiles" de los Estados Unidos en el Cercano
Oriente y en la América Latina y las todavía más complejas
maquinaciones angloamericanas en el Cercano Oriente,
puede decirse que muy poco de la esencia del imperialismo
de "aquellos días" se ha "ido para siempre".
Es evidente que tanto el imperialismo como su modus ope-
randi y su ropaje ideológico no son, actualmente, lo que eran
hace cincuenta o cien años. De la misma forma en que el pi-
llaje descarado del mundo se transformó en un comercio or-
ganizado con los países subdesarrollados —comercio que, a
través de un mecanismo de relaciones contractuales "impe-
cables", ha rutinizado y racionalizado el saqueo—, la racio-
nalidad de un comercio que funciona sin fricciones se ha
convertido en el sistema moderno de explotación imperialis-
ta, que es todavía más avanzado y mucho más racional. Al
igual que todo fenómeno histórico en proceso de cambio, la
271
E. S. Mason, "Nationalism and Raw Materials", The Atlantic (marzo
de 1953), p. 62.
278
forma contemporánea del imperialismo contiene y conserva
sus modalidades primitivas, pero las eleva a un nuevo nivel.
Su rasgo característico, en la actualidad, es que ya no persi-
gue únicamente la obtención rápida de enormes ganancias
de los objetos que domina, ni se satisface simplemente con
asegurar un flujo más o menos constante de estas ganancias
por un período más o menos largo. Impulsado por empresas
monopolistas bien organizadas e inteligentemente maneja-
das, trata de racionalizar el flujo de estos ingresos para dis-
poner de ellos a perpetuidad. De esta forma se aclara la tarea
principal del imperialismo en nuestra época, que consiste en
impedir o, si esto es imposible, en retardar y controlar el
desarrollo económico de los países atrasados.
Como puede verse fácilmente, este desarrollo es profunda-
mente adverso a los intereses de las corporaciones producto-
ras de materias primas para la exportación. En primer lugar,
pesa sobre ellas la amenaza mortal de la nacionalización, que
acompaña el ascenso al poder de aquellos gobiernos de los
países atrasados que están decididos a promover el progreso
de sus naciones. Pero, aun en ausencia de tales nacionaliza-
ciones, el desarrollo económico de los países fuentes sólo
acarrea perjuicios al capital occidental. Sea cual fuere el as-
pecto del desarrollo económico que se considere, éste va en
detrimento de la prosperidad de las corporaciones producto-
ras de materias primas.272 Como en condiciones de creci-
miento económico las oportunidades de empleo y de produc-
tividad se propagan a otros sectores de la economía y aumen-
ta la conciencia de clase y el poder de contratación de la
fuerza de trabajo, los salarios tienden a elevarse en el sector
productor de materias primas. Aunque en algunas ramas de

272
Quizá el único efecto favorable del crecimiento del ingreso en los
países fuentes —el aumento de su propia demanda de materias pri-
mas— pueda pasarse por alto sin que tenga mayor efecto. Probable-
mente, en ninguna parte será muy grande y, ciertamente, no podrá
serlo, a menos que se llegue a una etapa relativamente avanzada de
desarrollo. De ahí que, aun en el caso de Venezuela, que es el país cu-
yo consumo interno absorbe la proporción más alta de su producción
total, esta parte apenas si llega al 4%.
279
producción —fundamentalmente en las plantaciones— tales
aumentos de costos pueden neutralizarse por la introducción
de técnicas mejoradas, esa mecanización implica gastos de
capital que, obviamente, repugnan a las corporaciones invo-
lucradas. En la minería y en el petróleo, aun esta solución se
dificulta. Por lo general, estas industrias emplean los mismos
métodos de producción que se utilizan en los países avanza-
dos y, por lo tanto, las mejoras técnicas que pueden implan-
tarse son muy pequeñas. Como los precios de sus productos
en los mercados mundiales representan un dato fijo para las
compañías en lo individual —cuando menos a corto plazo—,
el aumento del costo de la fuerza de trabajo, junto con los
otros beneficios que trae consigo una sindicalización crecien-
te, así como la elevación de costos de otros abastecimientos
locales, conducen necesariamente a la reducción de las ga-
nancias. De ahí que, si los efectos a largo plazo del desarrollo
económico perjudican a las corporaciones exportadoras de
materias primas, las consecuencias inmediatas que provoca
dicho desarrollo son todavía más perturbadoras. Por regla
general, se aumentarán los impuestos y las regalías que pa-
gan las empresas extranjeras, pues los gobiernos locales re-
quieren ingresos para financiar sus proyectos de desarrollo;
se implantarán controles de cambio para impedir el envío de
ganancias al exterior; se impondrán tarifas arancelarias que
harán la importación de equipos extranjeros más cara o que
elevarán los precios de los bienes de consumo importados.
Existen otras medidas que, al igual que las anteriores, inter-
fieren de manera inevitable con la libertad de acción de las
empresas extranjeras y absorben parte de las ganancias que
de otro modo obtendrían.273
No es sorprendente que, en estas circunstancias, las gran-
des empresas occidentales que se dedican a la explotación de
materias primas muevan todas las palancas con tal de obsta-
culizar cualquier evolución de las condiciones políticas y so-
ciales de los países atrasados que puedan propiciar su desa-
273
El párrafo anterior es, en lo fundamental, una reformulación de lo
que afirma el Dr. C. E. Rollins en su trabajo ya citado, "Mineral Deve-
lopment and Economic Growth", Social Research (otoño de 1956).
280
rrollo económico. Utilizan su gigantesco poder para apunta-
lar las administraciones mercenarias de los países atrasados,
para desbaratar y corromper los movimientos políticos y so-
ciales que se les oponen y para derribar cualquier gobierno
progresista que pueda llegar al poder y se niegue a realizar
los mandatos de los señores imperialistas. Allí donde sus
imponentes recursos no bastan para mantener las cosas bajo
su control o cuando el costo de esas operaciones puede tras-
ladarse a los gobiernos de sus países de origen, o a las agen-
cias internacionales del tipo del Banco Internacional de Re-
construcción y Fomento, las potencias imperialistas toman
rápida y eficazmente todas las medidas diplomáticas, finan-
cieras y, de ser necesario, aun militares, para ayudar a que la
empresa privada en desgracia cumpla su misión.274

VIII
El engranaje de la política y de la opinión en el Occidente pa-
ra apoyar a las grandes empresas en sus esfuerzos por con-
servar sus posiciones en los países atrasados y sabotear el
desarrollo económico de éstos, se refleja tanto en las declara-
ciones oficiales como en los escritos económicos. Por ejem-
plo, el presidente Eisenhower definió los objetivos de la polí-
tica exterior norteamericana como tendiente a "hacer correc-
tamente todo lo que nuestro gobierno pueda, para alentar el

274
Desgraciadamente, no nos es posible extendernos sobre este tema
tan extraordinariamente importante. Un estudio cabal del imperia-
lismo contemporáneo todavía no se hace y el cuadro total debe ar-
marse con información dispersa. Además de lo dicho en un capítulo
anterior, puede verse la interesante relación de las actividades impe-
rialistas en el petróleo en el libro de Harvey O'Connor, The Empire of
Oil (Nueva York, 1955). Una descripción muy documentada del caso,
que quizá es el más importante de toda la intervención imperialista
en el período de postguerra, se encuentra en el trabajo de N. Keddie,
The Impact of the West on Iranian Social History (tesis inédita de la
Universidad de California. Berkeley, 1955). Para una información útil
sobre la intervención de los Estados Unidos en la América Latina,
puede consultarse el libro de O. E. Smith, Jr., Yankee Diplomacy (Da-
llas, 1953). Éstas son unas cuantas de las obras que pueden citarse al
respecto.
281
flujo de la inversión privada al exterior. Esto involucra, como
objetivo serio y explícito de nuestra política exterior, el crear
un clima hospitalario para una inversión de este tipo en los
países extranjeros".275 Este punto de vista fue repetido por el
señor C. B. Randall, presidente de la Commission of Foreign
Economic Policy, quien insistió en que "un clima nuevo y más
favorable para la inversión norteamericana debe crearse",
alegrándose al mismo tiempo por el hecho de que, "felizmen-
te, esto ya está reconociéndose, y países como Turquía, Gre-
cia y Panamá han sido los primeros en modernizar sus leyes
sobre corporaciones y crear la atmósfera adecuada para
nuestra inversión".276 La posición de las grandes empresas
fue expuesta, con una "des-armadora brutalidad", por August
Maffry, vicepresidente del Irving Trust Company y uno de los
economistas más influyentes de Wall Street. En un informe
especial preparado para el Departamento de Estado de los
Estados Unidos, pide una "diplomacia total" al servicio del
impulso de inversión norteamericano en el exterior. "El me-
joramiento en el clima de inversión en países amigos me-
diante medidas más directas, debe ser objeto de un esfuerzo
diplomático total y sostenido de los Estados Unidos... Todas
las oficinas del gobierno de los Estados Unidos que están re-
lacionadas con el desarrollo económico del exterior, deben
ejercer una vigilancia constante sobre las acciones discrimi-
natorias o similares que se realicen por parte de gobiernos
extranjeros y afecten adversamente los intereses de los inver-
sionistas norteamericanos. Al mismo tiempo, deben utilizar-
se todas las presiones diplomáticas posibles para impedir o
remediar tales acciones." Sin preocuparse mucho de los mé-
todos, sugiere más adelante: "Hay otra forma —y que tiene
amplias perspectivas— mediante la cual el gobierno de los

275
State of the Union Message, 1953.
276
A Foreign Economic Policy for the United States (Chicago, 1954),
cap. II. Merece citarse la lista de países que se incluyen en esta curiosa
alabanza. Podría, además, extenderse hasta incluir la España de Fran-
co, la Corea de Syngman-Rhee, la Formosa de Chiang Kai-Shek, la
Guatemala de Castillo Armas y algunas otras partes del "mundo libre"
igualmente "favorables" al desarrollo.
282
Estados Unidos puede ayudar a crear mejores condiciones
para la inversión en los países extranjeros. Ésta es apoyar y
sostener, por todos los medios a su disposición, el esfuerzo
de los inversionistas privados para obtener concesiones de
los países extranjeros respecto a las inversiones específicas
que pretendan realizar... Una vez que, en un caso particular,
estas concesiones se hayan logrado por los esfuerzos combi-
nados de los particulares y del gobierno, el camino está
abierto para generalizarlas en beneficio de todos los otros in-
versionistas privados."277
Dado "que la inversión norteamericana en el exterior está
concentrada en gran medida en inversiones mineras, y sobre
todo en el campo petrolero", y puesto que, "en lo sustancial,
quizá sea cierto que de no existir circunstancias muy especia-
les, ningún capital privado norteamericano se aventurará ac-
tualmente hacia el exterior, a menos que las perspectivas
sean tan buenas que las utilidades amorticen la inversión en
un plazo de más o menos cinco años",278 puede verse con fa-
cilidad qué tipo de gobierno se necesita en los países subde-
sarrollados para asegurar la hospitalidad necesaria a tales in-
versiones. Tampoco es más difícil percibir qué tipo de régi-
men y qué clase de fuerzas sociales y políticas deben alentar-
se en los países subdesarrollados por esa "diplomacia total" y
por la aplicación de "medidas más directas" en el caso de que
se cree la "atmósfera propicia" para la inversión extranjera en
las regiones del mundo subdesarrollado ricas en materias
primas.

277
Program for Increasing Prívate Investment in Foreign Countries (en
mimeógrafo, Nueva York, 1952), pp. 10-12.
278
Jacob Viner, "America's Aims and the Progress of Underdeveloped
Countries", in the Progress of Underdeveloped Áreas (ed. B. F. Hose-
litz) (Chicago;, 1952), p. 184.
283
CAPÍTULO VII

HACIA UNA MORFOLOGÍA DEL ATRASO (II)

I
Trataremos ahora de completar nuestro rápido examen del
modo de utilización del excedente económico de los países
sub-desarrollados y, al mismo tiempo, analizaremos el últi-
mo de los argumentos que se citaron anteriormente en favor
de las empresas extranjeras. Para ello, debemos investigar
brevemente qué uso se hace de la parte del excedente eco-
nómico que se adjudica al cuarto de sus demandantes, ade-
más de la agricultura, es decir, al Estado. Las magnitudes que
ésta asume, varían obviamente, de país a país. En algunos de
ellos es muy pequeño, como por ejemplo en la mayoría de los
de América Latina o en las Filipinas; en otros es muy grande,
como en el caso de Venezuela y de ciertas regiones petroleras
del Cercano Oriente. Las variaciones no son menos pronun-
ciadas con respecto a lo que hemos llamado el locus econó-
mico de los ingresos del gobierno, así como a los métodos
(estrechamente ligados a éste) mediante los cuales se recau-
da. En varios países los ingresos del gobierno constituyen
transferencias fácilmente identificables del excedente eco-
nómico (también son típicas en este aspecto las regiones
productoras de petróleo). En los otros representan adiciones
al excedente económico, a causa de la restricción que provo-
can en la parte de la producción total que está disponible pa-
ra el consumo masivo. En el primer caso, surgen sobre todo
de los impuestos, de los aranceles a la exportación y de las
regalías que pagan principalmente las empresas extranjeras.
En el último, sus fuentes son diversas, sobre todo las cargas
impositivas indirectas que se le imponen a la población a tra-
vés de impuestos a la importación y gravámenes sobre los
bienes de consumo masivo, o bien mediante emisiones infla-
cionarias de moneda.279
279
En aquellos países —relativamente poco numerosos— en que los
aranceles elevados y los impuestos sobre ventas afectan a los artículos
de lujo, los ingresos fiscales que por ellos se obtienen pueden conside-
284
Aunque también existen grandes diferencias en la forma en
que los gobiernos en lo individual gastan sus ingresos, la di-
versidad a este respecto es mucho menor. De hecho, estos
países pueden agruparse fácilmente en tres grandes grupos.
El primero está formado por los vastos territorios coloniales
que están administrados directamente por las potencias im-
perialistas (casi toda el África, algunas partes de Asia y unas
cuantas regiones, relativamente pequeñas, de América). El
segundo grupo lo constituye la enorme mayoría de los países
atrasados que están gobernados por regímenes de un marca-
do carácter mercenario, y el tercero lo integran unos cuantos
países sub-desarrollados que tienen gobiernos con una orien-
tación que podría calificarse de "New Deal"; entre ellos están
los de la India, de Indonesia y de Birmania.280
Por lo que se refiere al primer grupo, desde que terminó la
guerra se ha realizado una gran campaña publicitaria para
mostrar que la actual administración de las colonias por las
potencias imperialistas es radicalmente distinta en su espíri-
tu, sus objetivos y sus resultados, de lo que era en un pasado
que se pretende haber liquidado. De hecho, así como el pre-
sidente Truman prometió, al anunciar el famoso Punto Cuar-
to de su Discurso Inaugural de 1949, "proporcionar la fuerza
vivificadora que impulse a los pueblos del mundo a la acción
triunfante, no sólo en contra de sus opresores humanos, sino
también de sus antiguos enemigos —el hambre, la miseria y
la desesperación—", los gobiernos de la Gran Bretaña, Fran-
cia, Bélgica y Portugal, iniciaron una campaña de publicidad
anunciando planes de desarrollo colonial de diez años, con el
propósito declarado de mejorar la salud y el bienestar de los
pueblos que habitan los territorios que están bajo su control.
Pero la estrategia que siguieron tanto los Estados Unidos

rarse más como una transferencia que como un incremento del exce-
dente económico.
280
En la América Latina hubo, en el pasado, unos cuantos países que
pertenecían a este grupo; en particular, México bajo el gobierno de
Lázaro Cárdenas, así como Guatemala y Chile. Pero estas "situaciones
especiales" se han "ajustado" de entonces acá y estos países han sido
llevados nuevamente a nuestro segundo grupo.
285
en su programa de actividades del Punto IV, como las po-
tencias de Europa Occidental en sus esfuerzos para realizar
sus planes de desarrollo colonial, estuvo inspirada por un es-
píritu muy similar. En el programa del Punto IV "debe dar-
se... un énfasis particular... al estímulo de un amplio flujo de
la inversión privada".281 En forma similar, los gobiernos de
Europa Occidental afirmaban que "no se ha escatimado nin-
gún esfuerzo, y tampoco se escatimará en el futuro, para
alentar el flujo del capital privado. Cabe esperar que los in-
versionistas privados se den cuenta plenamente de las venta-
jas que puede ofrecer la inversión en estos territorios".282 En
realidad, parecería que la elevación al máximo de esas venta-
jas era el objetivo fundamental de los arquitectos del Punto
IV y de los planificadores de Europa Occidental. Los planes
de la "acción triunfante" en las colonias, que aparentemente
seguían interesándose —para usar la famosa expresión de
Cecil Rhodes— "en la tierra y no en los negros", pusieron el
acento principal en el desarrollo de las materias primas. De
esto se trata en el programa del Punto IV, como lo declara
abiertamente el organismo encargado de su ejecución: "La
localización, el desarrollo y la utilización económica de los
recursos energéticos y minerales, es un aspecto fundamental
del programa de cooperación técnica para el desarrollo eco-
nómico de los países atrasados" y puede presumirse que esto
se debe a que "muchos de los recursos minerales que están
por desarrollar en las regiones que participan en este esfuer-
zo de cooperación, tienen una enorme importancia para las
naciones altamente desarrolladas del mundo, incluyendo a
los Estados Unidos".283 Los benefactores de las colonias de
Europa Occidental pretenden lo mismo, como lo comprueba
la "Organización para la Cooperación Económica Europea":
"Dentro del presente programa de desarrollo, los territorios

281
United States Department of State, Point Fonr, Cooperative Pro-
gram for Aid in the Development of the Economically Underdeveloped
Áreas (Washington, 1949), p. 4.
282
Organization for European Economic Cooperation, Investments in
Overseas Territories in África South of the Sahara (París, 1951), p. 79.
283
U. S. Department of State, op. cit., p. 20.
286
pueden dar una colaboración importante para la defensa del
mundo libre al cual pertenecen [¡sic!], particularmente a tra-
vés del incremento de su producción de materias primas."284
Pero la rentabilidad que exige la explotación privada de las
materias primas se basa en la existencia de diversas "instala-
ciones auxiliares" como los ferrocarriles, los caminos tronca-
les, los puertos, las estaciones eléctricas, etc. Sin embargo, su
construcción casi nunca ha atraído al capital privado.285 Co-
mo sabemos, la "libre empresa" nunca le ha regateado al te-
soro público esa parte del trabajo y, en concordancia con
ello, más de las tres cuartas partes de todos los gastos pro-
yectados en los territorios franceses, están destinados a la
creación de estas fuentes de "economías externas" para las
empresas productoras de materias primas. Dentro del gasto
total planeado por los belgas, corresponden a este tipo de
obras aproximadamente las dos terceras partes, y, en el caso
de la Gran Bretaña, su proporción es casi de la mitad.286
Claro está que el resto deberá gastarse en los llamados
"servicios sociales", es decir, en mejorar la alimentación, en
atención médica, en educación, etc. Pero aun estos gastos es-
284
Organization for European Economic Co-operation, loc. cit.
285
Esto obedece a las bajas utilidades que tienen las inversiones en
servicios públicos en los países subdesarrollados, comparadas con las
que ofrecen las que se realizan en empresas productoras de materias
primas. En el período 1945-1948, la utilidad promedio anual de las in-
versiones norteamericanas en las regiones subdesarrolladas —en rela-
ción con su valor en libros— fue de 3.2 % en los servicios públicos, en
tanto que, para las empresas de todo tipo (incluyendo los servicios
públicos), éstas ascendieron al 13.4 % y en las ¡Aversiones petroleras
alcanzaron el 26.7 %. H. J. Dernburg, "Prospects for Long-Term For-
eign Investment", Harvard Business Review (julio de 1950), p. 44. La
causa de estos rendimientos tan bajos en las empresas de servicios
públicos de los países subdesarrollados no debe buscarse muy lejos.
Fundamentalmente, se debe a los altos costos promedio por unidad
producida que se derivan de la incapacidad de utilizar plenamente las
economías de la producción en gran escala que, a su vez, está ocasio-
nada por la carencia de una inversión simultánea suficiente en las
empresas que deberían ser las usuarias de estos servicios.
286
Cf. United Nations, Review of Economic Conditions in África (1951), pp.
m ss.
287
tán gobernados, esencialmente, por consideraciones que
afectan a los "esclarecidos intereses" del capital occidental y
se orientan a proporcionar a las empresas productoras de
materias primas mayores fuentes humanas de economías ex-
ternas. Lo que dice a este respecto el profesor De Castro me-
rece citarse con cierta amplitud.
Cuando el colonizador europeo le ofrece al negro una mayor can-
tidad de alimentos de la que puede obtener en su aldea nativa, sim-
plemente está tratando de atraer trabajadores y de proporcionarles
una cantidad de energía que confía recuperar en la forma de trabajo
productivo. Lo que en realidad le está otorgando no es una mejor
alimentación, sino tan sólo un combustible abundante. Lo que ac-
tualmente está pasando en África, es lo mismo que ocurrió en los
trópicos americanos respecto a la alimentación de los esclavos ne-
gros. Los dueños de los esclavos, ansiosos de obtener la mayor pro-
ducción que fuese posible, siempre se preocuparon de proporcio-
narles... una dieta que los mantuviese, aparentemente, en buenas
condiciones y que los capacitase a realizar el duro trabajo agrícola
que se les exigía. Esta política de los dueños de las plantaciones del
Brasil y de las Antillas... condujo a la errónea conclusión de que los
esclavos negros eran uno de los grupos mejor alimentados de la po-
blación colonial. Esto nunca fue cierto. La dieta de los esclavos era
abundante, pero siempre era de mala calidad. La llamada política de
la barriga llena empeoró grandemente la situación alimenticia de
los negros del África Ecuatorial...; el negro comenzó a mostrar sín-
tomas más frecuentes de deficiencia alimenticia... una vez que hubo
iniciado sus trabajos a las órdenes de los colonizadores. .. La situa-
ción alimenticia es especialmente precaria en los distritos mineros,
donde prácticamente se desconocen los alimentos frescos.287
No cabe duda de que, en la actualidad, es la misma política
de barriga llena la que guía los gastos en servicios sociales de
las administraciones coloniales de las potencias imperialis-
tas. El secretario de Estado para las colonias de la Gran Bre-
taña declaró, el 27 de mayo de 1949 en la Cámara de los Co-
munes, que "una gran parte de los gastos que se agrupan ba-
jo el rubro de 'servicios sociales' se consideran como un 'gas-
to económico' para promover una mayor eficacia del obrero
e impedir un desperdicio muy considerable".288 Son estos
287
The Geography of Hunger (Boston, 1952), p.223.
288
United Nations, loc. cit.
288
mismos motivos los que inspiran a los benefactores norte-
americanos de los pueblos coloniales, como puede verse en
el siguiente pasaje del informe antes citado de los señores
Nelson Rockefeller y socios: "el absentismo en el ferrocarril
Victoria-Minas se extirpó dramáticamente mediante un con-
trol efectivo del paludismo. Esto ha hecho que sea posible
reducir las brigadas de mantenimiento en una tercera parte
y, a su vez, ha reducido el costo de extracción y de transporte
del mineral de hierro y de la mica del Valle del Río Doce".289
No hace falta una mayor elaboración para darse cuenta de
que este "renovado impulso para encontrar materias primas
baratas, nuevos yacimientos de minerales y abastecimientos
frescos de alimentos para la exportación, en aquellos países
que se encuentran desesperadamente subalimentados",290 re-
presenta una omisión flagrante de las necesidades del desa-
rrollo de las regiones atrasadas. Esto es evidente tanto a la
luz de toda la experiencia histórica, como a través de todas
las consideraciones teóricas relativas al desarrollo económico
y social de los países atrasados basado en la explotación ex-
tranjera de las materias primas. Esto se expresa con admira-
ble precisión en el informe de las Naciones Unidas a que nos
referimos anteriormente: "La inversión en el sector desarro-
llado de la economía se concentra en la producción de bienes
primarios destinados a la exportación... Prácticamente, todo
el capital con el que se ha desarrollado esta producción ha
tenido que ser importado de fuera de África y, con excepción
de la Unión de Sudáfrica y de algunas regiones del África del
Norte, esta inversión ha tenido un efecto relativamente pe-
queño en la generación de ingresos e inversiones secunda-
rias. Los ingresos brutos que se obtienen de la exportación se
transfieren al exterior en la forma de intereses y dividendos
sobre el capital invertido."291

289
International Development Advisory Board, Partners in Progress, A
Report to the President (Washington, 1951), p. 54.
290
Basil Davidson, Report on Southern África (Londres, 1952), p. 271.
291
Review of Economic Conditions in África. (1951), p. 17.
289
II
La situación no presenta un mejor aspecto si observamos al
segundo grupo de países subdesarrollados, es decir, aquellos
que ya no son simples colonias de las potencias capitalistas,
pero que se encuentran dirigidos por ellas a través de admi-
nistraciones mercenarias locales. Los más importantes de
ellos son las regiones productoras de petróleo en el Medio
Oriente y en la América Latina, así como varios países lati-
noamericanos que producen minerales valiosos y alimentos.
En el presente contexto, la diferencia que nos interesa entre
los dos grupos, es que la explotación de las materias primas
en el primero de ellos —los territorios coloniales— aún no
ha alcanzado una etapa muy avanzada, en tanto que la pro-
ducción de éstas en el segundo grupo de países ha logrado ya
un volumen impresionante. Es evidente que esta diferencia
tiene un origen reciente y aun donde ha existido por un pe-
ríodo más largo, no ha afectado gran cosa la situación de sus
respectivos países. La producción de petróleo —salvo en el
Irán— sólo asumió grandes proporciones en el período de
entreguerra y no fue sino al final de la segunda Guerra Mun-
dial cuando los gobiernos de los países fuentes pudieron ob-
tener cantidades importantes de dinero de las explotaciones
petroleras.292
Sin embargo, a partir de esta fecha, las administraciones de
casi todos los países productores de petróleo han logrado
asegurar arreglos contractuales más ventajosos para ellos,
con las compañías que explotan sus recursos petroleros.293
292
Para una sinopsis gráfica de la historia de las concesiones petro-
leras del Medio Oriente, véase el trabajo de las Naciones Unidas, Re-
view of Economic Conditions in the Middte East (1951), pp. 58 y 59; una
buena relación concisa de la historia inicial de los acuerdos sobre re-
galías entre los diversos gobiernos locales y las compañías petroleras,
se encontrará en el libro de R. F. Mikesell y H. B. Chenery, Afabian Oil
(Chapel Hill, Carolina del Norte, 1949), capítulo IV. Esta relación se
ha actualizado en el artículo "Oil and Social Change in the Middle
East", publicado en The Economist (2 de julio de 1955).
293
En parte, esto se debió a la gran expansión de la demanda de petró-
leo durante la guerra y después de ella, así como a la intensificación
de la rivalidad entre las compañías que se produjo como consecuencia
290
Aunque las remisiones reales que hacen dichas corporacio-
nes extranjeras no corresponden necesariamente a la propor-
ción de sus ingresos que deben pagar a los gobiernos regio-
nales de acuerdo con lo que establecen las concesiones, 294 las
cantidades que obtienen corrientemente las autoridades na-
cionales de las zonas productoras de petróleo, si bien difie-
ren de país a país, son por lo general muy elevadas. De he-
cho, son portentosas, sea que se juzguen en conjunto o bien
en términos de ingreso per cápita de la población.
En el Medio Oriente, seis regiones —el término "país" no
sería una designación apropiada para algunas de ellas—, ha-
bitadas por 30 millones de personas contienen el 64 % de los
recursos petroleros conocidos y representan aproximada-
mente el 20 % de la producción mundial de petróleo. Según
el orden de importancia de su producción, en 1954 éstas eran
Kuwait, Arabia Saudita, Irak, Qatar, Irán y Bahrein. Durante
los nueve años siguientes a la segunda Guerra Mundial, los
gobiernos de estas seis regiones recibieron, por concepto de
pagos directos de las compañías petroleras extranjeras, el
equivalente de 3 mil millones de dólares.295
La transferencia de tal cantidad de dinero en un lapso tan
corto, a los gobiernos de los países fuentes, podría ser consi-
derada como una trascendental contribución "indirecta" de

de ello, particularmente entre las domiciliadas en los Estados Unidos


y en la Gran Bretaña. Por otra parte, también obedeció a la creciente
presión popular en los países subdesarrollados, que amenazaba la es-
tabilidad política de los gobiernos locales y limitaba el grado de su
servilismo a los intereses extranjeros.
294
"Puesto que la mayoría de las compañías concesionarias están
controladas o integradas con las compañías distribuidoras, los mon-
tos de sus ganancias que deben atribuirse a las operaciones realizadas
dentro del país concesionario, pueden manipularse de tal forma que
reduzcan dichos pagos al mínimo." Mikesell y Chenery, op. cit., p. 39.
295
Para los años de 1946 a 1949, la estimación se ha hecho con base en
los datos que se encuentran en el Balance of Payments Yearbook (Wa-
shington, 1949) y en el Balance of Payments Yearbook, vol. V (Wash-
ington, 1954) del Fondo Monetario Internacional. Las estimaciones
para los años 1950-1954 se dan en el artículo antes citado del The Eco-
nomist.
291
las empresas extranjeras. Una contribución tan grande, que
de hecho opacaría completamente a cualquier otra conside-
ración que pudiera llevarnos a un cierto escepticismo con
respecto a la naturaleza favorable de su impacto en el desa-
rrollo económico de los países atrasados. Pero, por desgracia,
difícilmente puede encontrarse una afirmación menos fun-
dada en los hechos observables. Su validez depende entera-
mente del uso que las administraciones locales hayan hecho
del dinero que recibieron y del papel que estos pagos jugaron
para hacer avanzar a los pueblos de estos países en el camino
del progreso económico y social. Como decía Al Smith,
"¡veamos qué ha sucedido!"
"En el Golfo Pérsico —escribe The Economist— ...los Es-
tados y califatos todavía se gobiernan con bases feudales, ha-
ciéndose pocas distinciones entre el ingreso nacional y los
fondos para los gastos del gobernante." Considerando a cada
uno de estos "Estados y califatos", empezaremos con Kuwait.
Este reino, habitado por menos de 200 000 personas, obtuvo
en un solo año (1954) casi 220 millones de dólares de la Ku-
wait Oil Company, que es propiedad de ingleses y norteame-
ricanos. No existe información precisa acerca del modo en
que se han utilizado estos fabulosos ingresos. Sin embargo,
por lo que se conoce, no queda ninguna duda de que, ni si-
quiera en parte, se usaron para aumentar la productividad y
el nivel de vida de la población de Kuwait. Ésta es, de hecho,
una de las más pobres del mundo —se estima su ingreso
anual en cerca de 50 dólares per cápita— y más del 90 % de
ella está padeciendo hambre y tuberculosis crónicas. Al
mismo tiempo, de la cantidad total de dinero que la Kuwait
Oil Company entrega al jeque, una tercera parte se va a su
fondo para gastos personales, otro tercio se invierte por lo
general en valores extranjeros y el resto se dedica a los servi-
cios públicos. Éstos han consistido, fundamentalmente, en la
modernización de la ciudad y del puerto, en la construcción
de una planta purificadora de agua (para no tener que im-
portar agua salobre del Shatt-al-Arab de Irak), y en la edifi-

292
cación de un nuevo palacio "de fábula".296 Todas éstas son
obras más favorables a la felicidad de la familia del jeque y
del personal extranjero de la Kuwait Oil Company que al bie-
nestar de los árabes de Kuwait.
Aunque los ingresos que el rey de la Arabia Saudita deriva
del petróleo, si se dividen entre sus seis millones de súbditos,
son muy inferiores a la bonanza que logró el jeque de Ku-
wait, cuando se comparan las cifras absolutas, se tiene que
los ingresos del primero, tanto en la actualidad como en to-
do el período de la postguerra, son mucho más altos que los
del gobernante de Kuwait. Por ejemplo, durante 1954, los del
rey de la Arabia Saudita ascendieron a 260 millones de dóla-
res. Lo que se ha hecho con este dinero es casi un misterio.
"El único intento que se ha realizado en los últimos años
(1947) para manejar la administración sobre la base de un
presupuesto publicado —al que se le dio gran publicidad—,
fue un fracaso tan estrepitoso que no se ha vuelto a efectuar
ningún otro experimento de este tipo para lograr la confian-
za del pueblo hacia el gobierno."297 Esta reticencia para reve-
lar algo acerca del uso que se ha hecho del "creciente flujo de
oro [que se vierte] en los cofres del gobierno", obedece a
muy buenas razones. Ya durante la guerra, cuando con base
en los programas de Préstamos y Arrendamientos anglonor-
teamericanos se pagaron fuertes cantidades a Ibn Saud, "la
respuesta árabe fue una mayor orgía de extravagancia y mala
administración, acompañada del crecimiento de la corrup-
ción en una escala aun más grande y en los niveles más ele-
vados":
El petróleo hizo posible que Arabia, con sus propios recursos, die-
se rienda suelta a todo tipo de extravagancias. Lo hizo en una escala

296
Harvey O'Connor, The Empire of Oil (Nueva York, 1955), capítulo
28.
297
H. St. J. B. Philby, Arabian Jubilee (Londres, 1952), p. 228. Vale la
pena hacer notar que el autor de este informativo libro no puede ser
acusado de tener algún prejuicio en contra del régimen de la Arabia
Saudita. En realidad, el libro fue dedicado a Ibn Saud y su lema es:
"Alabadlo por sus poderosos actos, alabadlo de acuerdo a su excelsa
grandeza."
293
que puede calificarse literalmente de principesca: comenzó con el
envío de una docena de príncipes al Nuevo Mundo para inaugurar
la nueva era de las Naciones Unidas y para saquear a los Estados
Unidos de automóviles y de otros artículos que ayudan a gozar de la
vida. Luego siguieron otras expediciones, una encabezada por el
príncipe heredero, y otra por el propio Abdula Soliman. Cada una
de ellas volvió a Arabia con valiosos recuerdos de su invasión al país
más rico del mundo; entre las maravillas que encontraron, un
miembro de una de esas expediciones escogió, como la más asom-
brosa de todas ellas, un night club submarino con paredes de vidrio,
a través de las cuales los peces que los rodeaban podían observar el
baile. Con los automóviles norteamericanos y los otros productos
industriales —que incluían cámaras y proyectores cinematográficos,
aparatos de aire acondicionado y arreos deportivos— vinieron mu-
chas baratijas y aun un gusto por los alimentos norteamericanos.
Fui invitado a comidas al fresco en los jardines del príncipe herede-
ro en Riyad, en las que cada plato del menú había sido traído de los
Estados Unidos en aviones refrigeradores.298
The Economist juzga la situación en forma sucinta: "los
egresos efectivos [de la Arabia Saudita]... han excedido en
gran medida y de manera persistente a los ingresos durante
los últimos años, a pesar del crecimiento astronómico de es-
tos últimos. A juzgar por las apariencias, una causa de este
déficit se encuentra en que una gran parte de estos ingresos
se utiliza para proporcionar una vida regalada y realizar in-
versiones privadas en bienes raíces palaciegos en el extranje-
ro, a los príncipes, ministros, rivales políticos y otras cone-
xiones del palacio".299 Lo que queda se emplea en el mante-
nimiento de un amplio aparato militar —que absorbe casi un
35 % del gasto total— y de una extensa sección eclesiástica.
298
Ibid., pp. 227, 231. El Abdula Solimán a que se refiere el pasaje arri-
ba citado, es el Ministro de Finanzas de la Arabia Saudita y el en-
cargado del presupuesto, el que, "con la única excepción del intocable
fondo real y de las repentinas incursiones que se hacen de esa misma
dirección sobre los recursos del Estado, se administra a plena discre-
ción del Departamento de Finanzas, quien puede retener los fondos
señalados en el presupuesto para cualquier otro departamento y que
normalmente demora el pago de los funcionarios de más baja gradua-
ción por períodos que oscilan entre ocho meses —en el peor de los
casos— y cuatro meses (en el mejor de ellos)", p. 228.
299
"Oil and Change in the Middle East" (2 de julio de 1955).
294
Según varios autorizados observadores, el primero constituye
el principal instrumento físico para el mantenimiento del ré-
gimen, en tanto que la última representa el pilar ideológico,
que es igualmente necesario.300
La necesidad urgente de ambos puede verse fácilmente. El
ingreso per cápita de la población es similar al de Kuwait. A
pesar de que el paludismo, la tuberculosis y las enferme-
dades venéreas están presentes en todas partes y de que el
grueso de la población es analfabeta, el presupuesto de 1953-
1954 dedicó sólo un 5.3 % del gasto total a la educación, la
salubridad y los servicios sociales.301 En tanto que el 80 % de
la población vive de dátiles —que en gran parte se impor-
tan—, un funcionario de la Comisión Agrícola de los Estados
Unidos que visitó la Arabia Saudita en la década de 1940,
manifestó la creencia de que la superficie cultivable "podría
aumentarse cuando menos diez veces con el solo uso de las
aguas subterráneas".302 Resulta evidente que la potencialidad
de una expansión industrial en estas regiones es fabulosa.
Las condiciones prevalecientes en los otros países petrole-
ros del Medio Oriente son tan similares a las de la Arabia
Saudita y de Kuwait, que casi se puede sustituir el nombre de
un país por el de otro. En Irak, poblado por cinco millones de
habitantes, el gobierno recaudó de las compañías petroleras
más de 191 millones de dólares en 1954. Aunque aparente-
mente, el ingreso anual per cápita de los iraqueses es supe-
rior al de la mayoría de los otros árabes (aproximadamente
es de 90 dólares), únicamente se utiliza el 20 % de las tierras
potencialmente cultivables y sólo una porción insignificante
de ellas se encuentra bajo riego. La salud de la población es
300
Henry A. Atkinson y socios, Security and the Middle East, The Prob-
lem and Its Solution, Proposals Submitted to the President of the
United States (Nueva York, 1954), p. 81. El Sr. Philby relata que Ibn
Saud, cuya perspicacia política admira, sostenía que "los comisiona-
dos eclesiásticos beneficiaban más al país que todos los otros depar-
tamentos juntos, al velar por el bienestar espiritual del pueblo".
301
Security and the Middle East, p. 82. Es obvio que no se puede tener
la certeza de que esta adjudicación se haya gastado realmente para el
pronósito fijado.
302
Ibid., p. 83.
295
abominable; casi el 90 % es analfabeta, y el desempleo se en-
cuentra muy extendido. Los ingresos que se obtienen del pe-
tróleo se hunden en el barril sin fondo de una administra-
ción corrupta, que se halla bajo el control de terratenientes
absentistas, los cuales "al... manejar sus propias regalías pe-
troleras a través del presupuesto... han podido reducir los
impuestos a la clase capitalista, al mismo tiempo que am-
plían su aparato administrativo. Esto ha favorecido al go-
bierno, pero ha empeorado los niveles de vida de la pobla-
ción".303
Aunque "tanto el Irak como el Irán tienen una gran varie-
dad de recursos naturales alternos"304 y, por consiguiente,
tienen grandes posibilidades para desarrollarse económica-
mente, el segundo de ellos no está más adelantado que el
primero. Si bien los ingresos que el Irán obtiene del petróleo
son mucho menores que los del Irak, el tiempo durante el
cual los ha recibido es mucho mayor. Sin embargo, el destino
que se les ha dado es el mismo que en todos los otros países
petroleros, es decir, se han hundido en la cloaca de la co-
rrupción, de las extravagancias y del despilfarro.
Por lo tanto, lo que el señor Philby afirmó sobre la Arabia
Saudita, en el sentido de que "basta con la simple modera-
ción y con una administración juiciosa para que el país se
encuentre libre de deseos insatisfechos y se coloque en un
alto nivel de prosperidad permanente",305 puede hacerse ex-
tensivo a todos los países productores de petróleo del Medio
Oriente. En realidad, basta un cálculo muy simple para tener
una noción aproximada de las oportunidades que se han
desaprovechado. Supongamos que los tres mil millones de
dólares que obtuvieron los seis países productores de petró-
leo en el curso de los nueve años que siguieron al fin de la
guerra (hasta 1954), se hubiesen usado para realizar inversio-
nes productivas. Supongamos también que la relación entre
la cantidad de plantas y equipo y la producción lograda con

303
Ibid., p. 72.
304
The Economist, loc. cit.
305
Op.cit., p.231.
296
su ayuda, fuese, como quiera que se mida, de 3:1 para el Me-
dio Oriente, es decir, similar a la que tienen los Estados Uni-
dos.306 En estas circunstancias, el ingreso corriente de los 30
millones de habitantes de la zona petrolera del Medio Orien-
te hubiese sido (¡sin considerar los nuevos ingresos obteni-
dos del petróleo!) superior al actual en mil millones de dóla-
res al año, es decir, casi en un 50 %. Aun más, si los ingresos
anuales del petróleo se hubieran invertido en forma produc-
tiva a medida que se obtenían, el incremento total del ingre-
so durante el período de nueve años hubiese alcanzado casi
tres mil millones de dólares. En esto no se toma en cuenta el
efecto acrecentador de la inversión, es decir, el incremento
total del ingreso que se produciría como resultado de las in-
versiones que se habrían visto estimuladas por la propia in-
versión de las rentas del petróleo. Tampoco se ha incluido
ninguna suposición "subversiva" acerca de lo que hubiera su-
cedido si los recursos petroleros de esos países fuesen explo-
tados en su propio beneficio en vez de favorecer a las compa-
ñías petroleras de Occidente.
En Venezuela —que es el escaparate oficial para la exhibi-
ción de los beneficios que obtiene un país subdesarrollado

306
Esta suposición no está tan traída de los cabellos como podría pen-
sarse a primera vista. Si bien es cierto que, en las primeras fases de la
industrialización, esta relación puede aumentar a causa de lo inade-
cuado de la mano de obra y del mayor desgaste de la maquinaria que
de ello resulta, no lo es menos el que, en los países subdesarrollados,
existen fuerzas que tienden a reducir esta relación con respecto a la
de los países avanzados. Esto se debe a que, en primer lugar, los paí-
ses subdesarrollados cuentan con la ventaja de poder introducir direc-
tamente los equipos productivos más modernos, sin tener el lastre de
una gran parte de las instalaciones anticuadas; en segundo lugar, en
condiciones de una industrialización racionalmente planeada, pueden
utilizarse plenamente los bienes de capital de que disponen, a dife-
rencia de lo que acontece en el capitalismo monopolista, donde se
presenta continuamente un exceso de capacidad. Para un estudio in-
teresante, aunque incompleto, sobre este problema, cf. el artículo de
V. V. Bhatt, "Capital-Output Ratios of Certain Industries: A Compara-
tive Study of Certain Countries", Review of Economics and Statistics
(agosto de 1954), pp. 309 ss.
297
con la explotación extranjera de sus materias primas 307—, la
comparación entre lo que pudo haberse logrado y lo que
realmente se ha alcanzado con ayuda de los ingresos que re-
cibe el gobierno del petróleo, es tan reveladora como en el
Medio Oriente. Los ingresos totales que obtiene el gobierno
de Venezuela de las compañías petroleras ya eran superiores,
en 1954, a 500 millones de dólares anuales y sobrepasan, con
mucho, a los que recibe cualquier otro país petrolero del
mundo. Con una población de 5 millones de habitantes, sus
ingresos per cápita sólo son inferiores a los de Kuwait, Qatar
y Bahrein. Claro está que una parte de esos fabulosos ingre-
sos ha sido utilizada por el gobierno para promover el desa-
rrollo económico, pero, tal como dice The Economist, "la po-
lítica de sembrar petróleo ha sido dolorosamente lenta en
fructificar... Hablando en términos generales, sólo se han uti-
lizado marginalmente los recursos económicos de la na-
ción".308
Es importante comprender las causas de ambos fenóme-
nos, es decir, tanto de la obtención de cuando menos un
cierto avance en la posición económica del país mediante los
ingresos del petróleo, cuanto de la desesperante lentitud del
adelanto. Por lo que respecta al primero, el factor más im-
portante que debe considerarse es que las circunstancias so-
ciopolíticas de Venezuela han sido tales, que han impedido
la existencia de un régimen tan ultrajante como los de la
Arabia Saudita, el Irak o el Kuwait. Por una parte, Venezuela
estaba un poco más adelantada que los países del Medio
Oriente aun antes de la llegada de la industria petrolera. Sin
embargo, lo que tuvo vital importancia fue el movimiento
democrático que se produjo en Venezuela a raíz de la Gran
Depresión, de la atmósfera del "New Deal" de los Estados

307
Véase, por ejemplo, "The President's Raw Materials Policy Com-
mission", Resources for Freedom ("Paley Report") (Washington, 1952),
vol. I, p. 61.
308
Número del 7 de enero de 1950. Aunque desde entonces se han rea-
lizado algunos avances, la tasa de progreso ha sido muy pequeña. Cf.
Naciones Unidas, Economic Survev of Latín America 1953 (1954), pp:
177, 223.
298
Unidos y de la creciente resistencia al imperialismo en toda
la América Latina.
En tanto gobernó el dictador Gómez, casi no hubo dis-
turbios. Los verdugos y los carceleros silenciaban a los des-
contentos. Pero, después de su muerte en 1935, Venezuela
salió de un siglo siniestro de guerras civiles, de anarquía y
de despotismo militar... Cuando, después de 1935, se forma-
ron los partidos políticos, la prensa se volvió inquisitiva, los
obreros petroleros y otros trabajadores se organizaron en
sindicatos y el país se encontró en un "New Deal" propio.
En 1943, las compañías se vieron finalmente obligadas a re-
partir sus ganancias con el gobierno en proporción de mi-
tad y mitad... Detrás de la docilidad de las compañías, se
encontraba el amenazante crecimiento del nacionalismo en
América Latina, al igual que en el resto del mundo. México
había expulsado, algunos años antes... a las compañías ex-
tranjeras y nacionalizó el petróleo... Su ejemplo de confian-
za en sí mismo era embriagador... Por su parte, las compa-
ñías, tratando de sacar el mejor partido de la situación, de-
clararon humildemente que el reparto de las ganancias por
mitad, era su contribución a la política del "buen vecino".309
Los gobiernos relativamente independientes —aunque en
ocasiones demasiado circunspectos y vacilantes— que estu-
vieron en el poder en Venezuela durante toda una década, y
en particular el Partido de Acción Democrática a partir de
1945, trataron de conservar su amplio apoyo popular, no sólo
forzando un aumento de los ingresos que obtenían del petró-
leo, sino que comenzaron a dedicar una parte de ellos al
desarrollo económico e iniciaron una política económica y
social que era tan desagradable para las compañías petroleras
como para los intereses capitalistas nativos. Lo peor, era que
no podía confiarse en que estos gobiernos resistieran la pre-
sión popular, cada día más grande, para que se nacionalizara
la industria petrolera. Sin embargo, éste era un problema an-
te el cual el gobierno de los Estados Unidos se mostraba, se-

309
Harvey O'Connor, The Empire of Oil (Nueva York, 1955), capítulo
25.
299
gún dice el corresponsal Milton Bracker, "muy sensible".310
Como consecuencia, una junta militar derrocó, en 1948, al
gobierno del presidente Rómulo Gallegos —"un gobierno
democráticamente electo y que obviamente cuenta con el
apoyo de una gran mayoría del pueblo"— y rápidamente
ofreció "proteger y respetar las inversiones extranjeras". Ró-
mulo Gallegos, "un hombre que goza de una gran reputación
como escritor y educador liberal dentro y fuera de su patria",
declaraba unos días después: "Las compañías petroleras de
los Estados Unidos y los grupos reaccionarios locales, han si-
do los responsables del reciente golpe militar en Venezuela.
La clique del ejército fue alentada por las compañías petrole-
ras y los capitalistas locales para apoderarse del país. El agre-
gado militar de una gran potencia estuvo en el cuartel gene-
ral del ejército cuando el golpe se preparó." 311 De esta forma,
Venezuela se hizo "segura para la democracia", se desvaneció
la pesadilla de la nacionalización y las compañías locales se
aseguraron los leales servicios de una administración local
subordinada a sus intereses.
Esto proporciona la respuesta a la segunda mitad de nues-
tra pregunta original. Bajo el reinado de la actual dictadura
mantenida por las compañías, los fondos que se dedican a
fomentar el desarrollo económico son considerablemente
más bajos que los que pueden disponerse para este propósi-
to. Además, los objetivos que persiguen dichos gastos están
determinados por las necesidades del capital extranjero y no
por los intereses del pueblo venezolano. Por consiguiente,
aparte de que se dedica una proporción desmesuradamente
elevada de los ingresos del gobierno al sostenimiento del
aparato militar, muy pocos fondos se asignan para el mejo-
ramiento de la agricultura. El grueso de los gastos es absor-
bido por la construcción de carreteras, aeropuertos e instala-
ciones portuarias, por la expansión y modernización de la

310
New York Times, 8 de diciembre de 1948.
311
New York Times, 25 de noviembre, 27 de noviembre y 6 de di-
ciembre de 1948. El agregado militar al que se refiere el señor Gallegos
fue identificado posteriormente como el coronel Adams, de la Emba-
jada de los Estados Unidos en Caracas.
300
ciudad de Caracas y por empresas similares; éstas son alta-
mente deseables desde el punto de vista del capital extranje-
ro que opera en Venezuela, pero, de hecho, contribuyen muy
poco al surgimiento de una economía nacional equilibrada.312
El gobierno, fiel a las instrucciones de sus patrocinadores
norteamericanos, se abstiene de inmiscuirse en los sectores
que se le ha ordenado reservar a la inversión privada, confi-
nando sus gastos a la mera tarea de proporcionar fuentes de
"economías externas" a la libre empresa. Pero como Vene-
zuela, al igual que cualquier otro país capitalista subdesarro-
llado, todavía está atravesando lo que constituye esencial-
mente la fase mercantil del capitalismo y puesto que, por las
razones que se apuntaron anteriormente, no existen estímu-
los ni posibilidades suficientes para que los capitalistas nati-
vos realicen inversiones industriales, el único tipo de inver-
sión que facilitan las generosas economías externas que otor-
gan los gobiernos mercenarios de esos países, es fundamen-
talmente la inversión extranjera. Pero estas inversiones —
aun cuando se orientan hacia el mercado interno— están
constituidas principalmente por plantas de montaje o por fá-
bricas que producen bienes de consumo para satisfacer el in-
cremento de la demanda que ocasionan los gastos guberna-
mentales. Siendo sobre todo inversiones en especie, éstas
apenas si expanden el mercado interno del país huésped y no
propician el surgimiento de las industrias básicas que son in-
dispensables para lograr un crecimiento económico rápido y
duradero. En concordancia con esto, el desarrollo industrial
que ha podido llevarse a cabo en Venezuela, ha afectado
principalmente —salvo el caso de la industria del cemento,
que ha crecido rápidamente como consecuencia de la de-
manda gubernamental— a mercancías como la leche enlata-
da, los aceites comestibles, las galletas, los chocolates y "la
producción de cigarrillos y cerveza, que ha alcanzado niveles

312
Respecto al programa de gastos gubernamentales de Venezuela en
1936-1937 y 1950-1951, Cf. United Nations, Public Finance Surveys: Ve-
nezuela (1951), p. 82; la información para los años siguientes se en-
cuentra reunida en la tesis de C. E. Rollins, "Raw Materials and Eco-
nomic Development" (tesis inédita, Universidad de Stanford, 1955).
301
sin precedente".313
Es evidente que este incremento de la producción de bie-
nes de consumo (complementada como está por un volumen
creciente de importaciones) refleja por sí sola un mejora-
miento en la condición económica del país. Empero, una me-
joría lograda de esta forma, no tiende a generar su propio
impulso y, lo que es más, no puede confiarse en que sobrevi-
va a su estímulo original, es decir, a los gastos gubernamen-
tales derivados de los ingresos del petróleo. Una baja en el
precio de éste, con la consiguiente reducción de los ingresos
del gobierno (para no hablar del agotamiento de los recursos
petroleros), destruiría la prosperidad artificial casi tan rápi-
damente como la produjo el auge petrolero de la postgue-
rra.314
La magnitud astronómica de los ingresos que obtienen de
las empresas extranjeras, hace de los países productores de
petróleo una élite dentro del grupo de regiones subdesarro-
lladas que se encuentran administradas por gobiernos mer-
cenarios. Los otros países, aquellos que exportan productos
agrícolas y minerales de todas clases, no participan, por regla
general, de las ganancias de los consorcios extranjeros; aun-
que recaudan impuestos sobre su producción (o sobre sus

313
Naciones Unidas, Economic Survey of Latín America, 1951-1952
(1954), p. 195 y Economic Survey of Latin America, 1953 (1954), p. 224.
314
Para no hablar del hecho de que esta prosperidad sólo afecta a un
segmento muy pequeño del país, tanto en área como en población.
Tal prosperidad, "simplemente es un motivo de asombro para las
nueve décimas partes de la población que viven fuera del mundo en-
cantado del petróleo. Enfermizos y hambrientos, habitan en los mi-
núsculos conucos en las faldas de las montañas o en las chozas cam-
pesinas de los latifundios, en casi las mismas condiciones que antes
de que se descubriera el petróleo. Cuando menos unos 200,000 han
abandonado el campo y se han ido a la dorada Caracas, donde viven
debajo de los puentes, a lo largo de las barrancas y en lo alto de las
laderas de la montaña, en los irónicamente llamados ranchos, que
han construido con los desechos de la ciudad. Las bellas publicacio-
nes del gobierno en las que se exaltan loa glorias de la capital, igno-
ran, naturalmente, estas moradas de los olvidados". Harvey O'Connor,
The Empire of Oil (Nueva York, 1955), p.267.
302
ingresos), las rentas que perciben son considerablemente
menores —tanto en términos absolutos como de ingreso per
cápita— que las de los países productores de petróleo. Sin
embargo, los ingresos que Chile —país de más de seis millo-
nes de habitantes— obtuvo de las compañías mineras ex-
tranjeras, fueron superiores, en 1951, a 60 millones de dóla-
res. Los ingresos que Bolivia —con cuatro millones de habi-
tantes— recibe del estaño, fueron superiores a 20 millones
de dólares en 1949 y de cerca de 15 millones en 1950. Cuando
se cuenta con ingresos de esta magnitud por un período bas-
tante largo, su utilización prudente con miras al adelanto de
la economía nacional, puede darle al país que los recibe la
capacidad de iniciar, cuando menos, el camino hacia el desa-
rrollo económico. Lo poco que se ha conseguido a este res-
pecto es bien conocido para cualquiera que se haya tomado
la molestia de informarse de la historia de estos países o de
los que están en una situación similar. El desperdicio, la co-
rrupción y el despilfarro de grandes sumas de dinero en el
sostenimiento de aparatos militares y burocráticos cada vez
más extensos y cuya única función es mantener en el poder a
los regímenes mercenarios, son características de todos estos
países.315

315
El uso que se ha hecho de los ingresos gubernamentales en Bolivia,
se describe en la tesis de C. E. Rollins, "Raw Materials and Economic
Development" (1955), que se citó en la nota 34. En Colombia, "se ha
gastado mucho en empresas económicamente dudosas... pero muy
por encima de esto, están los fuertes gastos militares. Estos últimos,
que el gobierno estima en un 18 % del presupuesto corriente, pero
que probablemente se aproximan al 35 %, sirven para apuntalar la
dictadura colombiana... Para fortalecer su régimen en contra del des-
contento popular, Rojas Pinilla ha colocado inexperimentados oficia-
les del ejército en todo tipo de puestos públicos. La corrupción es fla-
grante... los bogotanos, inventan diariamente nuevos chistes sobre el
robo en las altas esferas del gobierno, sin excluir la Presidencia". Busi-
ness Week, 27 de agosto de 1955, pp. 11655. Para saber lo que se hace
con los ingresos del gobierno en otros países de este grupo, Cf. Ant-
hony H. Galatoli, Egypt in Midpassage (El Cairo, 1950), y el Economic
Survey Mission to the Philip-pines, Report to the President of the Uni-
ted States (Washington, 1950), para sólo nombrar dos fuentes.
303
Hasta aquí, nos hemos ocupado del uso que hacen las ad-
ministraciones controladas por el imperialismo de los ingre-
sos que obtienen de las empresas extranjeras. Muy poco ne-
cesita agregarse con respecto al excedente económico que
extraen directamente de las poblaciones que mantienen a di-
chos gobiernos. Este excedente constituye una parte variable
de sus ingresos totales que de ninguna forma es insignifican-
te, ni siquiera en el caso de los países petroleros. Sus fuentes
principales son los impuestos altamente regresivos que gra-
van las ventas y los bienes importados, así como las contri-
buciones territoriales y personales que recaen fundamental-
mente sobre los campesinos. Aunque en diversos países sub-
desarrollados se ha instituido nominalmente el impuesto
progresivo sobre la renta, en la mayoría de ellos sólo existe
en el papel. La evasión fiscal es un arte muy desarrollado en
estas regiones y son innumerables los recursos que tienen a
su disposición los terratenientes y comerciantes adinerados,
para evitar el pago del impuesto —por pequeño que éste
sea— que nominalmente se les asigna. Esta tarea no requiere
desplegar mucho ingenio. Como tratan con un régimen do-
minado por ellos y constituido de arriba a abajo por miem-
bros de su propia clase y por sus corruptos y serviles lacayos,
no tienen ninguna dificultad para impedir que se les impon-
ga una contribución onerosa, o bien, cuando esto presenta
algunas complicaciones políticas, en evitar el pago de ésta. El
que el grueso de la carga impositiva recaiga en las amplias
masas y no en las clases capitalista y feudal de los países sub-
desarrollados, no es un problema de administración fiscal.
Esto lo determina la estructura de las sociedades y el carácter
de clase de sus gobiernos. Como observa correctamente el
profesor Mason, "el eliminar la evasión fiscal que realizan al-
gunos receptores de ingresos muy grandes, puede requerir
cambios que están muy alejados de una simple mejora en la
administración".316 Como es obvio, el modo de utilización del
excedente que se obtiene del interior no se distingue del que
se hace de las transferencias del excedente de las empresas
316
Promoting Economic Development (Claremont, California, 1955),
p.60.
304
extranjeras.
Antes de abandonar este tópico, sobre el cual existe un ma-
terial abundantísimo, debemos considerar otros dos puntos
que están estrechamente ligados a él. El primero se refiere.,
al hecho —ampliamente dado a conocer con fines publicita-
rios— de que las compañías extranjeras destinan sumas más
o menos grandes con el objeto de mejorar las condiciones de
vida de los pueblos de algunos países subdesarrollados en
donde operan. Es cierto que, en muchos lugares, las compa-
ñías petroleras y los consorcios mineros han proporcionado
mejores casas para sus empleados y han construido escuelas,
hospitales, cinematógrafos, etc. Pero por lo que toca al bie-
nestar de las poblaciones nativas, tiende a exagerarse bur-
damente la importancia de estos tipos de gastos que realizan
las compañías. En primer lugar, esto no es sino un aspecto de
la política de barriga llena que antes se mencionó y que es
indispensable para asegurar la fuerza de trabajo necesaria e
incrementar su eficacia.317 En segundo término, aun así las
cosas no marchan a pedir de boca, como puede verse fácil-
mente por las dificultades con que continuamente tropiezan
las empresas petroleras y mineras para asegurar el número
de obreros que necesitan,318 y por las huelgas periódicas tan
317
"La compañía no debe conformarse con sólo entrenar a los obreros
y con pagarles buenos salarios... El trabajador debe ser acondicionado
sociológicamente a un modo de vida distinto, para que no se eche a
perder en el proceso. Es también un hecho que una de las contribu-
ciones más importantes para la productividad que se logra con un ni-
vel de vida más elevado, reside en una mejor salud del obrero... Por
consiguiente, es esencial para la eficacia del obrero, que el mayor in-
greso que recibe le proporcione, tanto a él como a su familia, condi-
ciones de vida más saludables." R. F. Mikesell y H. B. Chenery, Ara-
bian Oil (Chapel Hill, Carolina del Norte, 1949), pp. 81 ss. Como tan
nítidamente lo asienta The Economist, "el paternalismo hacia los em-
pleados locales se ha vuelto parte de la ciencia del negocio petrolero".
"Oil and Change in the Middle East" (2 de julio de 1955).
318
El patrón local, aunque a menudo paga salarios más bajos y no
proporciona ninguna de las atenciones que dan las compañías extran-
jeras, "puede conseguir toda la gente que quiere, sea porque el traba-
jar con él tiene la ventaja de no gastar tanto tiempo en ir y venir dia-
riamente del desierto, o bien porque exige menos aplicación durante
305
violentas a que han tenido que enfrentarse las empresas ex-
tranjeras en casi todos los países subdesarrollados. De todas
formas, el número de gente que supuestamente se beneficia
con la generosidad de las corporaciones, es tan sólo, como se
vio anteriormente, una pequeña porción de la población to-
tal de esos países. Por ello, "la Anglo-Iranian Oil Company no
sólo superó inicialmente en producción a todos sus rivales,
sino que también, ya en los años de la preguerra, iba adelan-
te por lo que toca a su contribución al bienestar. Aun en la
actualidad, ninguna otra compañía ha igualado su marca, al
proporcionar alojamientos a 16 000 familias del Irán".319
¡Realmente ésta es toda una hazaña en un país donde viven
18 millones de personas y del cual la Anglo-Iranian Co. ha ob-
tenido utilidades de cientos de miles de millones de dólares!
El otro punto se refiere a la observación, que se encuentra
tan frecuentemente, de que, después de todo, lo que el go-
bierno de un país fuente haga con los ingresos que recibe de
las compañías extranjeras, no tiene nada que ver con el juicio
"puramente económico" de la contribución de esas empresas
al desarrollo económico de los países atrasados. Este punto
de vista proporciona un ejemplo clásico de la incapacidad in-
trínseca de la ciencia económica burguesa para penetrar en
el tema de su investigación. Al dividir burdamente un fenó-
meno histórico, al desechar una unidad compleja con objeto
de apreciar mejor sus componentes más simples, la ciencia
económica burguesa llega a conclusiones que, aun cuando
son ciertas respecto a cada una de sus partes, son falsas con
relación al todo. Un fenómeno histórico es inseparable de lo
que constituye su consecuencia inevitable. Tal como lo he-
mos subrayado antes, la explotación de las materias primas
de los países sub-desarrollados por el capital extranjero y la
existencia de regímenes mercenarios dispendiosos, corruptos
y reaccionarios en esos países, no es una coincidencia fortui-
ta, sino que ambos son, simplemente, aspectos distintos y es-
trechamente ligados que sólo pueden comprenderse en for-
ma adecuada como el fenómeno global del imperialismo.
todo el día" The Economist, loc. cit.
319
Ibid.
306
Tal como lo dice The Economist, "en la actualidad es obvio
que los gobiernos y las compañías se encuentran estrecha-
mente ligados por un mutuo abrazo y que, en los próximos
años, ninguno de los dos podrá prescindir del otro".320 Los
gobiernos de los países de origen de las compañías, con el
objeto de perpetuar e intensificar este abrazo, ayudan a des-
truir cualquier movimiento progresista que llegue a alcanzar
el poder en las regiones atrasadas, otorgan su apoyo diplo-
mático, militar y financiero a las administraciones mercena-
rias que se "comportan" adecuadamente y auxilian y favore-
cen a las fuerzas política y socialmente reaccionarias sobre
las que descansan dichas administraciones. Por las mismas
razones, las propias compañías tratan de crear "mediante sus
planes de ahorro, sus facilidades para la obtención de casas
propias, sus sistemas de entrenamiento y otros métodos...
una clase que tenga interés en mantener una vida tranquila
en toda la comunidad.
Este ideal se logra "cuando un conferencista local se refiere
a "nuestra compañía" y no a "la compañía".321 El que este
"ideal" pueda alcanzarse es, afortunadamente, muy dudoso.
Aunque los especialistas del Punto IV del Departamento de
Estado de los Estados Unidos tienen indudablemente razón
cuando afirman que los pueblos de los países subdesarrolla-
dos, si "se les deja sin posibilidades de colmar sus legítimas
aspiraciones, se convierten, por su miseria, en un terreno
fértil para cualquier ideología que les prometa, aunque sea
falsa, la perspectiva de una vida mejor",322 los acontecimien-
tos que han tenido lugar en todo el mundo subdesarrollado
en la última década, permiten esperar que la ideología de
"nuestra compañía", aun allí donde pudiese arraigar, sólo se-
rá una ceguera de corta duración.
III
320
Ibid. Lo que es aplicable al Medio Oriente, es igualmente válido pa-
ra los países de América Latina, para las Filipinas y para algunas re-
giones del sudeste de Asia.
321
Ibid.
322
Point Four, Cooperative Program for Aid in The Development of the
Economicmly Underdeveloped Áreas (Washington, 1949), p. 2.
307
En el tercer grupo de países subdesarrollados, formado por
aquellos que han alcanzado en fechas recientes su soberanía
y están administrados por los que hemos denominado regí-
menes de "New Deal", los problemas tienen una coloración
distinta. Sus gobiernos fueron llevados al poder por amplios
movimientos populares, cuyo propósito común y fundamen-
tal era derribar el dominio colonial y establecer la indepen-
dencia nacional. Luchando en contra del imperialismo —y
de su aliado interior, la coalición feudal mercenaria—, los
movimientos nacionales tomaron el carácter de frentes po-
pulares en los que se reunieron la burguesía progresista que
se esforzaba por encontrar la ruta del capitalismo industrial,
los intelectuales que aspiraban a un futuro mejor para su pa-
tria y los elementos activos del proletariado urbano y rural
que se enfrentaban a la miseria y a la opresión en que los te-
nía el dominio feudal mercenario. En ciertos países, aun al-
gunos sectores esencialmente reaccionarios de la aristocracia
feudal se unieron al campo nacionalista, con el objetivo fun-
damental de desviar las energías populares de la lucha por la
transformación social, hacia un combate en contra de la sub-
yugación extranjera.323
La unidad del movimiento nacionalista ha estado sometida,
durante toda su lucha, a severas tensiones y violencias. Su ala
derecha, temerosa de que la lucha nacionalista, al movilizar y
organizar a las masas populares, pudiese crear las condi-
ciones para una revolución social, trató de reducir al mínimo
el papel de los obreros y los campesinos en el frente anti-
imperialista, buscando cautelosamente entrar en negocia-
ciones y arreglos con los poderes establecidos y encontrán-
dose siempre tentada a claudicar y aceptar un modus vivendi
con los gobernantes coloniales. Su ala izquierda, ansiosa en
realidad de combinar la independencia nacional con la libe-
ración social, presionaba incansablemente por lograr la am-
plia participación de las masas en el combate nacional para
una acción revolucionaria intransigente. Pero, en tanto no se
hubo alcanzado la finalidad fundamental, que era la inde-
323
Los partidarios del Dr. Mossadegh en el Irán, son el mejor ejemplo
de esto.
308
pendencia nacional, las fuerzas centrípetas fueron, en con-
junto, más fuertes que las centrífugas y el combate por la in-
dependencia eclipsó y absorbió a la lucha por el progreso so-
cial.
Todo esto comenzó a cambiar en el momento en que se lo-
gró el objetivo básico de los movimientos nacionales. Las po-
tencias imperialistas, debilitadas por la segunda Guerra
Mundial e incapaces de resistir el empuje de liberación na-
cional de las colonias, se vieron obligadas a inclinarse ante lo
inevitable y otorgar la independencia política a aquellos paí-
ses donde las fuerzas anti-imperialistas eran más fuertes y en
los que no podían esperar mantener ya su régimen colonial.
Como dice John Foster Dulles, "cuando tocaron a su fin los
combates 'de la segunda Guerra Mundial, el problema políti-
co particular más importante era el problema colonial. Si el
Occidente hubiera intentado perpetuar el statu quo del co-
lonialismo, hubiese hecho inevitable la revolución violenta y
la derrota. La única política que podía triunfar era la de otor-
gar pacíficamente la independencia a las personas más avan-
zadas de los 700 000 000 que forman los pueblos dependien-
tes".324
Sin embargo, una vez que se resuelve el problema de la in-
dependencia nacional —aunque exclusivamente la política y
no la económica—, el conflicto básico entre las clases anta-
gónicas de una sociedad necesariamente se intensifica y se
aclara. Aunque un número importante —y de hecho cen-
tral— de los problemas del desarrollo económico y social de
los países coloniales y dependientes se halla estrechamente
vinculado al problema de la independencia nacional, existe
cuando menos un número igual de ellos cuya relación con el

324
War or Peace (Nueva York, 1950), p. 76. Éste es un análisis mucho
más sólido de los factores que obligaron a otorgar la independencia a
esas colonias —que de todas formas, hubieran expulsado a sus gober-
nantes occidentales—, que la hipótesis que el Sr. Dulles esboza inme-
diatamente después de que "la religión occidental, junto con las filo-
sofías económicas y sociales del Occidente, se combinaron para pro-
mover la eliminación pacífica del dominio occidental y sustituirlo por
un gobierno propio", p. 87.
309
problema nacional estriba, fundamentalmente, en que éste
los confunde y los oscurece. Ni la explotación ni la opresión
de los campesinos por la aristocracia terrateniente, ni tam-
poco el estrangulamiento del desarrollo industrial por las
empresas monopolistas, son simplemente problemas nacio-
nales; éstos son, en igual grado —o quizá mayor—, proble-
mas sociales, que deben ser encarados y resueltos como ta-
les. Por consiguiente, los movimientos nacionalistas, des-
pués de haber alcanzado el poder en los Estados nacionales
recién establecidos, están condenados a entrar en un proce-
so de desintegración. Los elementos socialmente heterogé-
neos que durante el período de lucha antiimperialista se
aliaron aunque fuese tenuemente, se polarizan y se identifi-
can más o menos rápidamente con las fuerzas de clase que
entran en conflicto dentro de la estructura de la nueva so-
ciedad.
La rapidez con que se realiza este resquebrajamiento de la
unidad nacional y se agudiza la lucha de clases interna, de-
penderá de las circunstancias históricas específicas de cada
país en lo individual. La ruptura del campo nacionalista será
muy rápida allí donde el proletariado urbano haya jugado el
papel más importante dentro del movimiento nacionalista y
tenga la fuerza y la organización suficientes para tomar la di-
rección de la lucha de los campesinos a favor de una revolu-
ción agraria. Su componente burgués y capitalista se enfren-
ta, desde un principio, con el espectro de la revolución social
y se lanza, rápida y resueltamente, en contra del compañero
de ruta de ayer, convertido ya en su mortal enemigo del ma-
ñana. De hecho, la burguesía no tiene escrúpulos en hacer
causa común con los elementos feudales, que constituyen el
principal obstáculo para su propio desarrollo, ni con los go-
bernantes imperialistas recién desalojados por la liberación
nacional, ni con los grupos mercenarios que se hallan ame-
nazados por la retirada política de sus patronos extranjeros.
Como hacía notar sabiamente Lord Acton, "los lazos de clase
son más fuertes que los de la nacionalidad". 325 En estas con-
325
Essays an Freedom and Power (Meridian Edition, Nueva York,
1955), p. 224.
310
diciones, la independencia política que se ha ganado, se
vuelve un timo, se alian los nuevos grupos dirigentes con los
antiguos y la amalgama de las clases poseedoras, apoyadas
por los intereses imperialistas, utiliza todo su poder para li-
quidar el movimiento popular tendiente a lograr una genui-
na liberación social y nacional, restableciendo el ancien ré-
gime, si no de jure, sí de facto. Para ejemplificar este proceso,
basta con pensar en China bajo el gobierno de Kuomintang,
en las Filipinas, en Corea del Sur, en Pakistán y en el Viet-
nam del Sur.
Allí donde la presión popular en favor de la liberación so-
cial es menos acentuada en el momento en que se logra la
independencia nacional —sea por la debilidad numérica y
política de la clase obrera, o bien por la pasividad de los
campesinos, que obedece a una servidumbre inmemorial y a
las supersticiones religiosas profundamente arraigadas—, la
burguesía nacional se siente más segura y puede tratar de
impedir el surgimiento futuro de poderosas fuerzas revolu-
cionarias mediante un esfuerzo total para sentar los cimien-
tos de un capitalismo industrial nativo y crear un estado ca-
pitalista moderno. El destino de esta empresa depende de
diversos factores. Los principales son la fuerza económica y
política de la burguesía nacional; la calidad de sus dirigentes;
su determinación para desalojar a los elementos feudales y
mercenarios de su posición dominante; la intensidad con
que éstos resistan y la medida en que la situación interna-
cional permita la eliminación o el debilitamiento considera-
ble del apoyo que dan a estos estratos sociales las potencias
imperialistas del mundo.
Podría suceder que, en la actualidad, las condiciones sean
más propicias en el caso de Egipto para que este país se lance
al camino del "desarrollo japonés". El apoyo aparente que da
a la burguesía el cuerpo de oficiales y el ejército, la actitud
que sus dirigentes parecen haber tomado para superar la
oposición de los intereses feudales y mercenarios, así como
el hecho de que la situación internacional sea tal que le per-
mita llevar una política independiente, son factores que se
combinan para aumentar las oportunidades de triunfo que
311
tiene su campaña para hacer avanzar al país hacia el capita-
lismo industrial. Pero obviamente Egipto sólo es un miembro
relativamente pequeño del tercer grupo de países subdesa-
rrollados. La situación se hace mucho más compleja cuando
se llega al país más importante de esa categoría, es decir, a la
India.
Allí, el frente popular de las fuerzas antiimperialistas toda-
vía se mantiene intacto —aunque en forma precaria— y pro-
porciona una amplia base política para el gobierno de la bur-
guesía nacional. Pero, en la actualidad, esta amplitud de la
coalición nacional, que fue la causa de la enorme fuerza del
"Partido del Congreso" durante los días de su lucha por la in-
dependencia nacional, casi paraliza a la administración que
apoya. A pesar de que todavía cuenta con la aprobación de la
enorme mayoría de la parte articulada de la nación, se tro-
pieza con dificultades insuperables cuando intenta formular
y realizar un programa de regeneración económica y social.
Trata de fomentar el desarrollo del capitalismo industrial y,
sin embargo, no se atreve a ofender a los intereses de los te-
rratenientes. Quiere mitigar las desigualdades de ingreso
más ultrajantes, pero se abstiene de interferir en las activida-
des de los comerciantes y de los prestamistas. Aunque desea
una mejoría de la lastimosa situación de la mano de obra,
teme irritar a los patronos. Siendo antiimperialista por sus
antecedentes, está tratando de obtener favores del capital ex-
tranjero. Adoptando los principios de la propiedad privada,
le promete a la nación un "modelo socialista de sociedad". El
aparato administrativo, imaginándose que está au-dessus de
la mêlée, que se encuentra por encima de la lucha entre las
clases antagónicas, refleja tan sólo la etapa a que ha llegado
la lucha de clases en la sociedad hindú. El gobierno, ansioso
de reconciliar necesidades irreconciliables, de avenir diferen-
cias radicales, de buscar mediaciones allí donde la decisión
es inevitable, perdiendo mucho tiempo y energías que son
valiosos, en tratar de evitar conflictos periódicos dentro de
su propia organización, sustituye a los cambios radicales por
las pequeñas reformas, a los hechos revolucionarios por fra-
ses revolucionarias y, por ende, pone en peligro no sólo la
312
posibilidad misma de realizar sus esperanzas y aspiraciones,
sino aun su propio mantenimiento en el poder. El régimen,
esencialmente pequeño burgués, estorbado por la heteroge-
neidad y la fragilidad de sus bases sociales y por las limita-
ciones ideológicas que de ello resultan, es incapaz de propor-
cionar un mando eficaz en la batalla a favor de la industriali-
zación y es impotente para movilizar lo que todavía es más
importante, es decir, el entusiasmo y las energías creadoras
de las masas populares para el asalto decisivo en contra del
atraso, la pobreza y el letargo en que se encuentra el país.
Hemos estudiado anteriormente las fuerzas que impiden la
formación de capital y la inversión productiva tanto en el
sector rural cuanto en el urbano de la economía de un país
atrasado. Estas fuerzas son tan poderosas en la India como
en cualquier otra parte del mundo subdesarrollado. Por con-
siguiente, tanto en la India como en los otros países subdesa-
rrollados, el Estado es el único factor que está en posibilidad
de movilizar el excedente que, potencialmente, se encuentra
en el sistema económico y utilizarlo para la expansión de los
medios productivos del país. Pero si en las actuales regiones
coloniales, el excedente que extraen sus administraciones no
se utiliza para favorecer a sus propios pueblos, sino que, fun-
damentalmente se usa para fortalecer los intereses de las po-
tencias imperialistas, y si en los países de nuestro segundo
grupo el enorme volumen del excedente de que se apropian
los gobiernos mercenarios se emplea de forma similar o se
despilfarra totalmente, en el caso de la India, el problema
tiene una estructura distinta. Allí, la cantidad de los recursos
de que se apropia el Estado es mucho menor que el exceden-
te económico potencial y lo que es también muy grave, el
uso que de él se hace, a pesar de las buenas intenciones, no
es el que puede conducir al crecimiento más rápido y más
equilibrado. Aunque, como dice The Economist, "la India, a
semejanza de la Reina Roja, tiene que correr aprisa aun si
quiere permanecer parada",326 las medidas parciales y el an-
dar a la deriva, son las características sobresalientes de su

326
"India-Progress and Plan" (22 de enero de 1955).
313
política, a pesar de las altisonantes declaraciones al respecto.
"De tiempo en tiempo, el socialismo se proclama como el ob-
jetivo final de la política del Partido del Congreso y de la
planeación de la India. En una declaración sobre política in-
dustrial publicada en 1948, se establecía que el Estado sería
el responsable del desarrollo básico y controlaría todos los
sectores clave de la economía. Pero los ministros que han si-
do los directamente responsables del desarrollo económico
de la India —el ministro de Finanzas y el ministro de Co-
mercio—, conocen muy bien los límites de la acción estatal...
En los primeros tres o cuatro años, el realismo y el pragma-
tismo se habían convertido, hasta cierto punto, en la base de
la política oficial".327 Este "realismo y pragmatismo" encon-
traron su expresión en los objetivos profundamente inade-
cuados que establecía el primer Plan Quinquenal, el cual,
"aun en su forma final en que fue publicado en el mes de di-
ciembre de 1952... parece más bien modesto en la escala de
gastos que propone, tanto en términos absolutos como en
relación al ingreso nacional. Un gasto de 20 mil millones de
rupias para un período de cinco años, representa un poco
más de 5 % del ingreso nacional, lo que no es una tasa de in-
versión más alta que la que existía antes de que el plan se
realizara".328
Esta prudencia puede encontrar su justificación aparente
en las condiciones en que se encontró el país al final del pri-
mer Plan Quinquenal. De hecho, se produjo una notoria me-
joría en la situación económica general, que se expresa tanto
por el marcado incremento del volumen disponible de ar-
tículos alimenticios, como por un cierto aumento de la pro-
ducción industrial. Sin embargo, sería precipitado concluir,
con base en este "auge" de los últimos años, que el país ha
entrado en la ruta del desarrollo económico y de un progreso
rápido y estable. Existe un consenso de todos los estudiosos
de la economía de la India, en el sentido de que el relativo
éxito que se logró durante la última parte del primer Plan
327
Ibíd.
328
United Nations, Economic Survey of Asia and the Far East, 1953
(1954), p. 59
314
Quinquenal, obedeció, fundamentalmente, a dos cosechas
excepcionales y a sus repercusiones favorables en el balance
de pagos, en la disponibilidad de materias primas, etc. Este
golpe de fortuna no se puede atribuir al modesto incremento
del área que se puso bajo riego durante el primer Plan Quin-
quenal, ni a ninguna otra medida gubernamental tomada
hasta el presente. Lo que sí proporcionó el primer Plan
Quinquenal fue una impresionante demostración del tre-
mendo potencial de crecimiento de la India. La construcción
de grandes proyectos de objetivos múltiples, la realización de
impresionantes proyectos de riego y el establecimiento de
algunas plantas modernas, demostró, sin lugar a dudas, las
prodigiosas capacidades de los técnicos y de los obreros hin-
dúes.
Pero el segundo Plan Quinquenal, que abarcará el período
1956-1961, no está proyectado de ninguna manera para ofre-
cerles las oportunidades necesarias. Aun el documento de
mayor alcance que ha aparecido hasta la fecha con respecto
al mismo, el Draft Plan-Frame 329 del profesor P. C. Maha-
lanobis, adolece de la falla de no atacar frontalmente los
principales obstáculos que obstruyen el progreso económico
de la India. Planteando como objetivo la obtención de un in-
cremento anual del 5 % en el ingreso nacional —una tasa
modesta de crecimiento que representa, sin embargo, una
aceleración considerable con respecto a lo que se hizo en el
pasado—, acepta la tasa de inversión existente como punto
de partida y trata de alcanzar su meta mediante un despla-
zamiento parcial de la inversión que corrientemente se reali-
za en las industrias productoras de bienes de consumo hacia
el sector de bienes de producción. Como no cabe esperar que
el capital privado efectúe este desplazamiento, le asigna al
gobierno la responsabilidad tanto de la inversión inicial en
las industrias que fabrican bienes de producción, como de la
futura inversión que se requiere para absorber su producto.
Sin embargo, deja sin resolver todo el problema de las formas
329
Iridian Statistical Institute, The Second Five Year Plan, 1956/57-
1960/61, Recornmendations for the Formulation of the Second Five Year
Plan (Calcuta 1955).
315
mediante las cuales el gobierno ha de obtener los recursos
necesarios. De esta manera, el trabajo del profesor Maha-
lanobis proporciona una elegante demostración de lo que la
sociedad podría realizar si tuviese tan sólo la posibilidad de
determinar el modo de utilización de su excedente económi-
co real, pero no da un plan concreto de política económica.
En manos de la "realista" y "pragmática" Comisión Plani-
ficadora, el Draft Plan-Frame ha sido reelaborado en lo que
aparentemente se convertirá en el plan definitivo,330 habien-
do perdido en el proceso el rasgo progresista del documento
original. Si en los programas de industrialización más realis-
tas la parte de la inversión que se destina a las industrias que
fabrican bienes de producción asciende cuando menos al 40
% y el Draft Plan-Frame les asignaba un 20 % de la inversión
total, la Comisión Planificadora la ha reducido al 11%. Y los
gastos gubernamentales proyectados ya no se financiarán por
un esfuerzo enérgico para lograr la movilización del exce-
dente económico existente, sino a través de su incremento, es
decir, mediante la inflación y los impuestos a la venta de bie-
nes de consumo masivos. Siendo los niveles de vida de la po-
blación hindú tan bajos, la posibilidad de reducir aun más el
consumo masivo es, obviamente, muy limitada. A menos que
ocurran cambios importantes en este sentido durante el
quinquenio, el segundo Plan Quinquenal se convertirá en
una segunda edición del primero, alcanzando tasas de creci-
miento que sólo representarán un incremento insignificante
del ingreso per capita.
La única política que puede considerarse adecuada para la
presente etapa del desarrollo económico de la India consiste
en adoptar, como base para su programa de crecimiento, el
principio de invertir la mayor parte que se pueda del ingreso
nacional. De acuerdo con varias estimaciones independientes
que se han realizado, no puede caber ninguna duda acerca
de que el 15 % del ingreso nacional puede invertirse sin redu-
cir el consumo de las masas. Para ello, es necesario lograr la
movilización más completa del excedente económico poten-
330
Comisión Planificadora del Gobierno de la India, Second Five Year
Plan, A Draft Outline (1956).
316
cial que genera corrientemente el sistema económico del
país. Éste se encuentra en la proporción del ingreso nacional
de la India (más del 25 %) que su paupérrima sociedad pone
a la disposición de los sectores improductivos. Esta parte del
excedente salta a la vista en la porción que los terratenientes
—en forma de renta— y los prestamistas —a través de in-
tereses de usura— le quitan del producto agrícola a los pro-
ductores directos. Puede verse también en las utilidades de
los negocios, de las cuales la mayor parte no se reinvierte en
las empresas productivas, sino que se dedica al consumo que
realizan sus propietarios.331
No hace falta insistir en que tal movilización del excedente
económico potencial se enfrentaría con la resuelta oposición
de los sectores poseedores y sólo podría obtenerse mediante
la lucha inexorable en contra de la "pequeña clase, cuyo prin-
cipal interés es la conservación de sus riquezas y de sus privi-
legios".332 Sin embargo, el actual gobierno hindú no puede ni
quiere aceptar este reto, ni tomar la iniciativa para romper la
resistencia de los intereses creados, tanto en la ciudad como
en el campo. El gobierno, al intentar evadir este conflicto
inevitable, al soslayar su responsabilidad en la realización de
un verdadero programa de progreso económico y social,
arriesga su gran oportunidad histórica, a saber, transformar
pacíficamente a un gran país en una democracia socialista
que progrese rápidamente, partiendo de un nivel de hambre
y de opresión. Pues el desarrollo económico y social, al igual
que un aeroplano, tiene que marchar a una velocidad míni-
ma muy alta, si se quiere que avance. Si no se alcanza el im-
pulso necesario para el crecimiento, se corre el peligro de
331
Mientras una gran parte de las utilidades totales todavía se envía a
los accionistas extranjeros, de la cantidad que de éstas queda en el
país, casi la mitad se distribuye en la forma de dividendos. Cf. United
Nations, Economic Survey of Asia and the Far East, 1953 (1954), p. 63,
así como el libro de B. Datta, The Economics of Industrialization (Cal-
cuta, 1952), p. 229. Los cálculos más recientes que se han hecho con
base en los últimos datos disponibles, indican que la reinversión de
utilidades no es superior al 25 o 30%.
332
United Nations, Measures for the Economic Development of Under-
Devetoped Countries (1951), párrafo 37.
317
que, una vez más, las fuerzas reaccionarias logren evitar un
"desastre" y obstruyan —aunque sólo sea provisionalmen-
te— la única salida posible al impasse de la explotación, de la
opresión y del estancamiento. Pueden aprovecharse de la
irritación de las masas y de su desilusión ante la vacua fra-
seología socialista, para llevar a cabo un golpe fascista e im-
ponerles una dictadura, la cual daría nueva vida al dominio
capitalista en la ciudad y en el campo. Si el tortuoso camino
del pueblo hindú tendrá que atravesar por un período fascis-
ta o si esta prueba les será evitada, sólo la historia podrá de-
cirlo.

IV
Tres corolarios importantes se desprenden del análisis ante-
rior. El primero, es que el principal obstáculo al desarrollo no
es la escasez de capital. Esto es contrario al punto de vista
que se sostiene comúnmente y sobre el cual tanto énfasis se
pone en los escritos occidentales sobre el desarrollo econó-
mico. Lo escaso en todos esos países es lo que hemos llama-
do el excedente económico real que se invierte en la expan-
sión de los medios de producción. El excedente económico
potencial de que puede disponerse para tales inversiones, es
grande en todos ellos. Claro está, no es grande en términos
absolutos, es decir, en términos de las magnitudes absolutas
con que tratamos en los países avanzados como los Estados
Unidos o la Gran Bretaña; sin embargo, hay algunos países
subdesarrollados en que éste es muy elevado, aun medido
por este patrón. Empero, este excedente potencial es grande
en los países subdesarrollados en proporción a su ingreso na-
cional y en consonancia con esto, aunque no basta para ob-
tener grandes incrementos absolutos de la producción, sí
permite alcanzar tasas muy elevadas de crecimiento. Debe
subrayarse que no se trata aquí del excedente económico
planificado —cuya realización, como se recordará, implica,
entre otras cosas, el empleo racional de los recursos que co-
rrientemente están desocupados—, sino únicamente de su
excedente económico potencial, es decir, lo que quedaría
disponible para la inversión si suponemos una utilización de-
318
liberada del producto nacional que se obtiene con los recur-
sos que actualmente están ocupados. El Dr. Harry Oshima,
en una monografía inédita, ha realizado cuidadosos cálculos
para los diversos países en los que puede obtenerse informa-
ción más o menos adecuada y ha llegado a las siguientes
conclusiones tentativas: En Malaya, en el año de 1947, el ex-
cedente económico potencial representaba el 33 % del pro-
ducto territorial bruto, mientras que la inversión bruta sólo
constituía el 10 % de dicho producto. Para Ceilán (1951), estas
relaciones eran, respectivamente, del 30 % y del 10 % ; para
las Filipinas (1948), del 25 % y del 9 % ; para la India, del 15 %
y del 5 %; para Tailandia, del 32 % y del 6 %. En México, de
1940 a 1950, la participación de las utilidades en el producto
nacional neto se elevó del 28.6 % al 41.4 %.333 En Rhodesia
del Norte (1949), el ingreso de las propiedades (sin contar el
ingreso de las empresas que no están en sociedad) ascendió
al 42.9 %; en Chile (1948), al 26.1 %; en el Perú (1947), al 24.1
%.334 No necesitamos agregar nada a lo que se ha dicho sobre
el desbordamiento —literalmente hablando— del excedente
económico potencial de los países productores de petróleo.
Por lo que respecta a los países del este y del sureste de Eu-
ropa, tanto Rosentein-Rodan como Mandelbaum estimaron
—o como sabemos actualmente, subestimaron— su capaci-
dad para invertir en aproximadamente un 15 % de su ingreso
nacional.335
El principal obstáculo al crecimiento económico rápido de
los países atrasados, es la forma en que se utiliza a su exce-
dente económico potencial. Éste es absorbido por diversas
formas de consumo excesivo de las clases altas,336 por un
333
A. Sturmthal, "Economic Development, Income Distribution and
Capital Formation in Mexico", Journal of Potiticat Economy (junio de
1955), p. 187.
334
United Nations, National Income and its Distribution in Under-
Developed Countries (1951), p. 17.
335
P. N. Rosenstein-Rodan, "The Industrialization of Eastern and
South-Eastern Europe", Economic Journal (junio-septiembre de 1943);
K. Mandelbaum, The Industrialization of Backward Áreas (Oxford,
1945), p. 34.
336
Esto es algo totalmente distinto al "aumento de la tensión, la impa-
319
aumento de los atesoramientos tanto en el interior como en
el exterior, por el mantenimiento de enormes burocracias
improductivas y de aparatos militares no menos redundan-
tes y aun más costosos.337 Una gran parte de este excedente
—cuya magnitud se conoce mejor que la de las otras— la re-
tira el capital extranjero. Es bien conocido el hecho de que
las ganancias que obtienen los intereses extranjeros en los
países subdesarrollados son muy altas, y, de hecho, son mu-
cho mayores que las utilidades que logran en sus países de
origen. En un trabajo extraordinariamente interesante que se
publicó hace poco tiempo, se proporciona un excelente es-
tudio de las ganancias que obtuvieron las empresas británi-
cas en los países subdesarrollados.338 Aunque el material que
reúne abunda en ejemplos de empresas que han obtenido
por períodos superiores a cuarenta años utilidades que, en
promedio, son del 50 % o más por año, "los hechos que se
presentan pueden resumirse en pocas palabras: en primer
lugar, de más de 120 compañías... cuyos registros de dividen-
dos se presentan en diversos cuadros, únicamente diez de
ellas no alcanzaron utilidades superiores al 10 % del valor

ciencia y el desasosiego que ocasiona una modificación al alza de la


función consumo, y que actúa como un obstáculo al ahorro", que
atribuye el profesor Nurkse al funcionamiento de! "efecto demostra-
ción" de los altos niveles de vida de los países avanzados. Ante la ina-
nición de la enorme mayoría de los pueblos que habitan las regiones
atrasadas y el despilfarro y la extravagancia de sus estratos capitalis-
tas, es una simple burla el "dudar" —como el profesor Nurkse— "en
hacer distinciones de clase a este respecto" y hablar de cierta "propen-
sión nacional a consumir". Problems of Capital Formation in Under-
devetoped Countries (Oxford, 1953), pp. 65, 68, 95.
337
La naturaleza de la información estadística que reúnen y publican
los gobiernos de los países capitalistas atrasados es tal —y esto no de-
be causar extrañeza—, que hace muy difícil la estimación de estas
cantidades. El estudio antes citado del Dr. Oshima, intenta llenar este
hueco, aunque sea parcialmente, en aquellos países en que los datos
han podido reunirse. Este intento es, por lo que conozco, el primero
que se hace.
338
J. F. Rippy, "Background for Point Four: Samples of Profitable Brit-
ish Investments in the Underdeveloped Countries", Journal of Bus-
iness of the University of Chicago (abril de 1953).
320
nominal de sus acciones ordinarias, considerando períodos
de una a varias décadas; sólo 17 de ellas no pudieron, en los
cinco años más prósperos, pagar dividendos totales que fue-
sen, cuando menos, equivalentes a su capital. En segundo
término, setenta compañías, durante sus cinco años más flo-
recientes, efectuaron pagos que, en total, ascienden a más
del doble de su capital; ...más de una cuarta parte de todo el
grupo recuperó todo su capital en el plazo de un año o me-
nos. Finalmente, las utilidades obtenidas durante el período
de 1945 a 1950, sugieren que los años de jugosos dividendos
no han desaparecido".
También es muy sugestiva la comparación entre los divi-
dendos pagados por las corporaciones holandesas que ope-
ran principalmente en los Países Bajos (I) y los que han
otorgado las corporaciones holandesas que actúan funda-
mentalmente a través de sucursales o de compañías subsidia-
rias en las Indias Orientales Holandesas (II): 339

Dividendos del Dividendos del


Años
grupo I (porciento) grupo II (porciento)
1922 4.8 10.0
1923 4.2 15.7
1924 4.5 22.5
1925 5.0 27.1
1926 5.2 25.3
1927 5.6 24.8
1928 5.6 22.2
1929 5.4 16.3
1930 4.9 7.1
1931 2.2 3.0
1932 2.1. 2.5
1933 2.2 2.7
1934 2.1 3.3

339
J. Tinbergen y J. J. J. Dalmulder in De Nederlandsche Kon-junktuur
(agosto de 1939), p. 122. Citado en el artículo de Erich Schiff, "Direct
Investments, Terms of Trade, and Balance of Payments", Quart-erly
Journal of Economics (febrero de 1942), p. 310.
321
1935 2.0 3.9
1936 3.3 6.7
1937 4.5 10.3

En forma similar, las inversiones belgas en el Congo Belga,


obtuvieron utilidades considerablemente superiores a las
que alcanzaron las compañías en su propio país. "Las utilida-
des netas de las corporaciones que operan principalmente en
el Congo fueron, en promedio de 16.2 % del conjunto de sus
acciones y reservas de capital durante los años de 1947 a 1951,
en contra de 7.2 % para las corporaciones que actuaban en
Bélgica." 340
Se tiene la misma impresión cuando comparamos las ga-
nancias de las empresas norteamericanas que funcionan en
los países subdesarrollados, con las que registran las inver-
siones internas.341

Relación de las Relación de las


ganancias respecto al ganancias respecto al
Años valor en libros en los valor en libros en los
países subdesarrollados Estados Unidos
(porciento) (porciento)
1945 11.5 7.7
1946 14.3 9.1
1947 18.1 12.0
1948 19.8 13.8

340
United Nations, The International Flow of Prívate Capital, 1946-1952
(1954), p. 26.
341
H. J. Dernburg, Prospects for Long-Term Foreign Investments",
Harvard Business Review (julio de 1950), p. 44. Un cálculo burdo, con
base en los datos que proporcionan S. Pizer y F. Cutler en su artículo
"International Investments and Earnings", Survey of Current Business
(agosto de 1955), lleva a la conclusión de que, desde 1949, esta discre-
pancia ha aumentado considerablemente.
322
De acuerdo con esto, las remesas del capital extranjero de-
mandan una parte muy importante del total de los ingresos
del exterior que obtienen los países subdesarrollados. Así, los
pagos por las inversiones realizadas —calculadas en relación
a los ingresos corrientes del exterior— durante 1949, fueron
de 5.0 % en la India, de 8.5 % en Indonesia, de 6.5 % en Egip-
to, de 10.0 % en México, de 8.6 % en el Brasil, de 17.1 % en
Chile, de 17.7 % en Bolivia, de 34.3 % en Rhodesia del Norte y
de 53.1 % en el Irán, para mencionar sólo algunos de los paí-
ses más importantes.342
Donde la situación es simplemente ultrajante —sólo supe-
rada quizá por lo que pasa con el excedente económico de
los países productores de petróleo—, es en el imperio colo-
nial de la Gran Bretaña. Estas regiones, que están habitadas
por los pueblos que, sin lugar a dudas, tienen el ingreso per
cápita más bajo del mundo, han sido obligadas por los go-
biernos "paternales" de la Gran Bretaña (tanto los laboristas
como los conservadores) a sostener, durante todo el período
de la postguerra, el nivel de vida del Reino Unido, que es
muy superior al suyo propio. En los años que van de 1945 a
1951 las colonias fueron obligadas con toda clase de pretextos
a acumular saldos por no menos de mil millones de libras es-
terlinas. Dado que estos saldos representan la diferencia en-
tre los ingresos del exterior de las colonias y sus pagos a
otros países, los mil millones constituyen ¡la exportación de
capital de las colonias a la Gran Bretaña! Tomando las mesu-
radas palabras del autor del excelente estudio en que hemos
basado lo anterior, la "inversión de £ 1,000 millones hecha
por las colonias en la Gran Bretaña, no concuerda con las
342
D. Finch, "Investment Services of Underdeveloped Countries",
Fondo Monetario Internacional, Staff Papers (septiembre de 1951), p.
84. Debe hacerse notar que, en varios países, estos porcientos son
considerablemente más bajos en 1949 que antes de ¡a segunda Guerra
Mundial. Esto obedece a que los controles de cambios que se han es-
tablecido en esos países durante la postguerra, han impedido la salida
de los rendimientos de las inversiones. Obviamente, es imposible
predecir qué parte de esas cantidades bloqueadas serán reinvertidas
en esos países y qué parte se retirará en el momento que esto se per-
mita.
323
ideas que comúnmente se tiene acerca de la dirección desea-
ble del flujo de capital entre los países que se encuentran en
diversos niveles de desarrollo".
Existe la creencia de que la política colonial británica ha si-
do llevada a cabo con gran generosidad financiera. Las nece-
sidades de las colonias eran grandes, "por lo que el contribu-
yente británico venía al rescate". Se piensa que el Reino Uni-
do, desde la guerra, ha dado grandes cantidades de dinero
para ayudar a las colonias. Uno de los objetivos de este estu-
dio ha sido "probar el orden del pensamiento mediante el
orden de las cosas".343
Como se subrayó anteriormente al analizar otro problema,
la importancia que tienen para el desarrollo económico de
los países atrasados los pagos que éstos hacen al exterior, no
se mide en forma adecuada a través de la proporción que és-
tos representan dentro del ingreso nacional. La importancia
trascendental de las transferencias sólo se aprecia en toda su
magnitud cuando se comprende qué parte del excedente
económico de los países subdesarrollados se extrae en esta
forma. No debe extrañar que "muchos países subdesarrolla-
dos consideren muy elevado este precio del capital",344 parti-
cularmente cuando se observa la pequeña contribución, si es
que la hay, que el capital extranjero hace al crecimiento eco-
nómico de los países que lo reciben.
Ligada a la falsa concepción de que la escasez de capital es
el factor más importante que impide el desarrollo económico
de los países atrasados, está la noción bastante generalizada
de que el deterioro en la relación de intercambio de las re-
giones productoras de materias primas ha retardado seria-
mente su desarrollo económico.345

343
A. D. Hazelwood, "Colonial External Finance Since the War", Re-
view of Economías Studies (diciembre de 1953), pp. 49ss. La primera
cita del Sr. Hazelwood es de la publicación oficial del gobierno, Intro-
ducing the Colonies (1949), p. 58.
344
United Nations, Measures for the Economic Devetopment of Under-
Developed Countries (1951), párrafo 225.
345
"Los datos estadísticos de que se dispone, indican que, desde la úl-
tima parte del siglo XIX hasta la víspera de la segunda Guerra Mun-
324
Si bien no puede negarse que esta tendencia exista —
aunque se han expresado dudas al respecto—346 y que su im-
portancia para algunos países es evidente, lo menos que
puede decirse es que su validez general para el desarrollo
económico de los países atrasados es muy dudosa. Para afir-
mar esto, se tienen dos razones. En primer lugar, para mu-
chos países subdesarrollados, el concepto "relación de inter-
cambio" casi no tiene sentido. Habíamos hecho notar ante-
riormente que las compañías petroleras pueden manipular
sus utilidades y, por lo tanto, los precios L. A. B. de sus pro-
ductos, de tal forma que reduzcan al mínimo el monto de las
regalías que deben pagar a los gobiernos de los países fuen-
tes. Lo que es cierto para las empresas productoras de petró-
leo, lo es también para las otras empresas extranjeras pro-
ductoras y exportadoras de materias primas. Muchos de es-
tos consorcios de gran envergadura son los propietarios tan-
to de las instalaciones productivas como de los medios de
compra y venta en el mercado de sus exportaciones —que
por lo general se localizan en el exterior—, y a, menudo ma-
nejan por su cuenta (o están estrechamente ligados) a las or-
ganizaciones que proporcionan los servicios de transporte
que se requieren. En estas circunstancias, los precios L. A. B.
de las materias primas que exportan los países subdesarro-
llados se determinan por numerosas y complicadas conside-
raciones relativas a las diferencias de los sistemas im-

dial, es decir, un período de más de medio siglo, se registró una ten-


dencia secular descendente de los precios de los bienes primarios con
respecto a los de los productos manufacturados. Una cantidad dada
de exportaciones de productos primarios, obtendría en promedio, al
final del período, únicamente el 60 % de la cantidad de bienes manu-
facturados que hubiese podido comprar al principio de éste." United
Nations, Relative Prices of Exports and Imports of Under-Developed
Countries (1949), p. 7. Esto lo subraya con gran énfasis H. W. Singer
en su artículo "The Distribution of Gains Between Investing and Bor-
rowing Countries", American Economic Review (mayo de 1950), en es-
pecial las páginas 447 ss.
346
A. N. McLeod, "Trade and Investment in Underdeveloped Áreas: A
Comment", American Economic Review (junio de 1951). Cf. también la
"Respuesta" de W. H. Singer en ese mismo número.
325
positivos y de los acuerdos de regalías con los gobiernos lo-
cales, así como a los arreglos financieros internos de las
compañías con los consorcios individuales, que están en li-
bertad de asignar sus utilidades a una u otra de sus afiliadas
o subsidiarias. Por lo tanto, los precios altos o bajos (y las
utilidades pequeñas o grandes) pueden aparecer en los libros
de las compañías productoras y exportadoras de materias
primas, de las empresas que las elaboran y aun de las com-
pañías navieras —que pueden estar bajo el control de los
mismos intereses—, según las circunstancias que les sean
más ventajosas en un período dado.347
Esto nos conduce a otro aspecto más importante del pro-
blema. Para la mayoría de los países subdesarrollados expor-
tadores de materias primas, especialmente para la mayoría
de aquellos en que la producción y exportación de esas ma-
terias primas es realizada por empresas extranjeras, los cam-
bios en la relación de intercambio, en la medida que éstos
dependen de los cambios de los precios de las materias pri-
mas más que de las variaciones de los precios de los bienes
importados, no representan, de hecho, una diferencia impor-
tante. Es evidente que si cuentan con precios L. A. B. más
elevados para las materias primas que exportan, esto puede
fortalecer el poder de contratación de la mano de obra nativa
o de los agricultores nacionales en sus tratos con las compa-
ñías productoras o vendedoras. En forma similar, el que los
precios L. A. B. se reduzcan, puede ocasionar la suspensión
de algunas operaciones y un aumento del desempleo. Sin
embargo, como se mencionó anteriormente, las economías
productoras de materias primas son generalmente de una
naturaleza tal, que la oferta es bastante inelástica y los cam-
bios de la demanda afectan fundamentalmente al nivel de
precios y de ganancias. No puede subrayarse con la fuerza

347
Por ejemplo, la existencia de controles de cambios proporciona un
gran estímulo para declarar menos ganancias que las que obtienen en
los países subdesarrollados, traspasándolas tanto como sea posible a
las ramas de las corporaciones que están establecidas en sus países de
origen. Es evidente que esta política puede dar un sesgo peculiar a la
"relación de intercambio" de un país como, digamos, Guatemala.
326
suficiente el hecho de que la importancia que tiene la magni-
tud de las utilidades con respecto al bienestar de los pueblos
de los países atrasados o al desarrollo económico de esos
países depende, exclusivamente, de quienes se benefician
con ellas, así como del uso que se hace de éstas. 348 Una dis-
minución de las ganancias puede implicar, simplemente, la
reducción de los envíos al exterior. Posiblemente esto resulte
doloroso para los accionistas extranjeros de las compañías
involucradas y aun perturbador para los países cuyo balance
de pagos se ve afectado de manera adversa. Pero esta dismi-
nución quizá no tenga graves consecuencias para la econo-
mía de la región exportadora de materias primas. Por el con-
trario, si se elevan las ganancias que obtienen las empresas
que exportan materias primas, ello podría traducirse en un
mayor envío de fondos al exterior como pago de dividendos
o en una cierta inversión para el aumento de la producción
de materias primas. Esto, como hemos visto, tampoco tiene
una mayor importancia para las regiones subdesarrolladas.
En realidad, puesto que el incremento de los precios de las
materias primas y la correspondiente elevación de las ganan-
cias de las empresas conducen, por lo general, a que los pa-
gos al capital extranjero sean más grandes, los precios más
elevados de sus exportaciones no se traducen en un aumento
de la capacidad de los países subdesarrollados para importar
bienes del exterior, sino más bien en una expansión "no pa-
gada" de sus exportaciones. Como dice el Dr. Schiff, que fue
el primero —que yo sepa— en subrayar esta importante con-
sideración, "el hecho de que, como consecuencia de un au-
mento de las exportaciones y, con ello, de una elevación de
las ganancias brutas y netas de las empresas, salgan más fon-
dos del país, significa que el mundo exterior, con sólo inten-
sificar la demanda de los artículos que exporta ese país, se
provee de parte de los medios para pagar los artículos adi-
cionales que compra. En última instancia, no necesita enviar
348
Esto se apunta, aunque en un marco de referencia algo distinto, en
el importante trabajo de H. Myint, "The Gains from International
Trade and the Backward Countries", Review of Economic Studies
(1954-1955). Nº 58, pp. 129 ss.
327
a dicho país los bienes o servicios adicionales equivalentes a
la cantidad adicional total de bienes que compró. En cierta
medida, el sistema se financia por sí solo".349 No tiene caso
agregar que, si las ganancias adicionales corresponden a los
comerciantes y exportadores nativos y no a las empresas ex-
tranjeras, lo que ellos hagan con esta bonanza es decisivo pa-
ra juzgar el papel que pueda tener una mejoría de la relación
de intercambio en la vida económica del país beneficiado.350

V
El segundo corolario se relaciona con otra manía muy en bo-
ga en los escritos que circulan sobre el desarrollo económico
y que tienen por característica el no cansarse nunca de expli-
car el atraso de los países subdesarrollados por el fun-
cionamiento de "fuerzas eternas" o bien mediante el acopio
al azar de reflexiones que tienen visos de profundidad, pero
que son muy superficiales. A estas últimas corresponde el la-
mento quejumbroso sobre la carencia de "espíritu de empre-
349
"Direct Investments, Terms of Trade, and Balance of Payments",
Quarterly Journal of Economics (febrero de 1952), p. 310.
350
Por lo tanto, de la misma forma en que los pueblos de la Arabia
Saudita o del Irán pueden seguir ecuánimemente los cambios de los
precios del petróleo, existen amplias pruebas de que al auge de post-
guerra en diversos alimentos y materias primas producidos y exporta-
dos por algunos países de América Latina, ha tenido pocos efectos en
la vida de sus poblaciones o en la velocidad de su desarrollo económi-
co. Dicho sea de paso, debe tenerse presente que las estadísticas glo-
bales del ingreso nacional no tienen ninguna importancia a este res-
pecto, pues un incremento de los precios de las materias primas que
se exportan se reflejará en ellas como un aumento del ingreso nacio-
nal, sin tomar en consideración si dicha elevación aparece en la forma
de un incremento de los salarios de la población trabajadora, o bien
como un aumento de las ganancias del capital extranjero. Ésta es la
razón por la que Venezuela —de acuerdo con las estimaciones oficia-
les del ingreso nacional— tiene un ingreso per cápita de la misma
magnitud que Francia, Holanda o Bélgica. Cf. United Nations, Na-
tional Income and Its Distributtium in Under-Developed Countries
(1951), p. 3.
328
sa" en los países subdesarrollados y a cuya abundancia debe
supuestamente atribuirse el adelanto económico de los paí-
ses occidentales. Inspirados por los trabajos de Weber y
Schumpeter —que, dicho sea de paso, están muy por encima
de estas tonterías—, los economistas identificados con este
punto de vista destacan el papel crucial que jugaron los "em-
presarios creadores" en el fomento del progreso económico.
Con base en esto, el profesor Yale Brozen sostiene que "un
adelanto técnico eficaz, es decir, el desarrollo y el uso de las
técnicas que más contribuyen a elevar la productividad y a
aumentar el ingreso, necesita de la existencia de empresarios
innovadores, frenados o aguijoneados por un mercado li-
bre".351 A su vez, el profesor Moses Abramovitz, encuentra
que "una parte muy importante de la explicación que puede
darse sobre las diferencias que existen entre los niveles de
inversión de los países desarrollados y los de los subdesarro-
llados, entre las economías adelantadas y entre las distintas
etapas de desarrollo en un mismo país, reside en la magni-
tud, la energía y el ámbito que tiene la clase de los empresa-
rios o de los hombres de negocios".352 El profesor Arthur Cole
está tan entusiasmado que proclama que "el estudiar al em-
presario es estudiar la figura central de la historia económica
moderna, y... la figura central de la economía".353
Sin embargo, lo malo de la teoría que se enfoca a esta "fi-
gura central" es que o se reduce a una tautología, o bien su
contenido es simplemente sofístico. Si se le atribuye la pri-
mera interpretación, que es más misericordiosa, la doctrina
puede limitarse al descubrimiento de que, en ausencia del
capitalismo industrial, no existen capitalistas industriales y

351
"Entrepreneurship and Technological Change", en el libro editado
por H. F. Williamson y J. A. Buttrick, Economic Developmení, Princip-
ies and Patterns (Nueva York, 1954), p. 224.
352
"Economics of Growth", en el libro editado por B. F. Haley, A Sur-
vev of Contamporary Economics (Homewood, Illinois, 1952), vol. II, p.
158.
353
"An Approach to the Study of Entrepreneurship", en el libro edi-
tado por F. C. Lane y J. C. Riemersma, Enterprise and Secular Change
(Homewood, Illinois, 1953), p. 187.
329
viceversa, la cual, sin duda alguna, es una proposición co-
rrecta, pero es también una proposición singularmente ino-
cua. En todas las partes del mundo y en todos los períodos
de la historia han existido hombres emprendedores, ambi-
ciosos y despiadados que tuvieron la oportunidad y la dispo-
sición de "innovar" de llegar a un primer plano, de conquis-
tar el poder y de ejercer la autoridad. En algunos tiempos y
lugares, esta élite proporcionó los caciques de tribus, en
otros produjo los caballeros, los cortesanos y los dignatarios
eclesiásticos, mientras en otra fase del proceso histórico en-
gendraba los príncipes mercaderes, los aventureros, los ex-
ploradores y los pioneros de la ciencia. Finalmente, durante
el último período del desarrollo histórico —en la época del
capitalismo moderno—, ha dado lugar al surgimiento del
empresario capitalista que organiza la producción industrial
o que domina el arte de las finanzas en forma tal, que es ca-
paz de someter a su control enormes concentraciones de ca-
pital. Debería ser evidente que lo que el teórico del empresa-
rio tiene que explicar, no es la aparición repentina de hom-
bres de genio —¡tal tipo de hombres los hemos tenido siem-
pre!—, sino el hecho de que ese hombre, en una determi-
nada constelación histórica, haya dedicado su "genio" a la
acumulación de capital y descubriese que la mejor forma de
realizar este objetivo era la inversión en las empresas indus-
triales. El no aclarar esto y el invocar en vez de ello a un deus
ex machina equivale a "explicar" el hambre por la existencia
de la pobreza e invalida totalmente la importancia estratégi-
ca del empresario. Pero el explorador, tan de moda actual-
mente, de la historia de los empresarios, "cuando trata con
una relación histórica cuya génesis desconoce, encuentra na-
turalmente muy cómodo el explicar su surgimiento en tér-
minos de la filosofía de la historia y recurre a la mitología: la
idea de esta relación se presentó un día, totalmente acabada,
en el espíritu de Adán o de Prometeo, quienes, entonces, la
introdujeron al mundo, etc... No existe nada más fastidioso y
más aburrido que esta especie elaborada de locus commu-

330
nis".354
Puesto que una comprensión histórica y sociológica de la
supuesta insuficiencia de la capacidad de empresa en los paí-
ses subdesarrollados ni siquiera se intenta por la literatura
que atribuye el atraso de esos países a la escasez de este "fac-
tor de la producción", cabe suponer que el objetivo de esos
escritores no es tanto exponer una teoría general del desarro-
llo, cuanto registrar un hecho específico que se observa en
esos países. Este hecho, presumiblemente, es la carencia de
los atributos del carácter de los empresarios en los indivi-
duos que habitan las regiones atrasadas, debiéndose explicar,
por lo tanto, esta carencia únicamente por ciertas peculiari-
dades bióticas o síquicas de estas subprivilegiadas naciones.
No necesitamos perder el tiempo en tales explicaciones, cu-
yos tintes e implicaciones racistas quizá se oculten aun al
apologista más entusiasta de lo que a menudo se presenta
como una virtud particular de los pueblos anglosajones, a
saber, la capacidad para asumir riesgos, la audacia, la fruga-
lidad y la imaginación del hombre de negocios. Esto puede
afirmarse por la sencilla, pero suficiente razón de que la es-
casez de la capacidad de empresa —así como de cualquier
otra— sólo existe en las disquisiciones occidentales sobre el
desarrollo económico. En realidad, para ponerlo lisa y llana-
mente, existe una abundancia —y aun una superabundan-
cia— de espíritu de empresa en los países subdesarrollados.
Sea que observemos a la India, al Cercano Oriente, a la Amé-
rica Latina, o bien a los países atrasados de Europa como
Grecia y Portugal, en todos ellos abundan los empresarios
tortuosos, imaginativos, arriesgados y agudamente calcula-
dores, que se dedican a "combinar los recursos" para su ma-
yor provecho y están decididos a elevar al máximo sus ga-
nancias dentro de la estructura de oportunidades prevale-
ciente. El problema de la capacidad de empresa de los países
subdesarrollados es muy similar al del excedente económico.
No consiste tanto en la insuficiencia de su oferta cuanto en
el uso que se hace de la que está disponible en el orden eco-
354
K. Marx, Grundrisse der Kritik der Politischen Ökonomie (Rohen-
twurf) (Berlín, 1953), p. 6.
331
nómico y social existente. Dejemos que un distinguido ob-
servador hable por nosotros: "Aunque el sur de Asia no care-
ce de una clase empresaria, las empresas tienden a concen-
trarse en el comercio, en la importación y la exportación, en
la especulación con bienes raíces y en el préstamo de dine-
ro."355 Esto puede decirse con la misma propiedad respecto a
la mayor parte del mundo subdesarrollado.356

VI
Sin embargo, como dice un proverbio ruso, éstas no son sino
las flores, los frutos aún está por venir. De hecho, el supremo
esfuerzo de las ciencias sociales burguesas para atribuir el
atraso y el estancamiento de una gran parte del mundo capi-
talista a factores que podrían suponerse ajenos al orden eco-
nómico y social en el cual viven, se realiza en el campo de las
teorías sobre la población, de las que están repletas los escri-
tos que circulan corrientemente acerca de los países atrasa-
dos. En ellas, el desaliento está a la orden del día y se man-
tiene un punto de vista sombrío sobre la posibilidad de me-

355
E. S. Mason, Promoting Economic Development (Claremont, Ca-
lifornia, 1955), p. 46.
356
El asunto puede quedar perfectamente ilustrado con el ejemplo de
Portugal. Allí, "la clase de personas, en la actualidad bastante grande,
que tienen un capital importante, muestra una marcada preferencia
por mantenerlo en formas líquidas o por comprar tierras... Unas
cuantas de ellas sólo son capaces de animarse para combatir a alguna
empresa portuguesa más vigorosa que trate de entrar a cierta rama de
la producción que ellos han logrado monopolizar". "Portugal", The
Economist (17 de abril de 1954). Puede suponerse, sin riesgo alguno,
que una vez que se han "animado", utilizan todos sus talentos de em-
presarios que, probablemente, fueron los que le dieron la posibilidad
de amasar su "importante capital" y de obtener su posición monopo-
lista. Es en la existencia de estas condiciones monopolistas, así como
de todas las otras relaciones que se analizaron previamente, en las
que debe buscarse la explicación de la lentitud o la ausencia de cre-
cimiento industrial en los países subdesarrollados y no en las estériles
especulaciones sobre el "letargo inherente", "la preferencia por el
mantenimiento de negocios familiares" y la falta de "espíritu de em-
presa" que supuestamente caracteriza a los capitalistas de los países
atrasados.
332
jorar la suerte de los "prolíficos millones" de personas que
habitan los países subdesarrollados. El incremento continuo
y posiblemente acelerado de la población, que obedece a una
alta tasa de natalidad, que crece día a día, y a una reducción
de la tasa de mortalidad por el adelanto de las condiciones
de higiene, se juzga como un factor que impide la rápida ele-
vación del ingreso per cápita. Así, la pesada nube de la ame-
naza malthusiana oscurece aún el horizonte de los pueblos
que viven en las regiones subdesarrolladas y el único rayo de
luz que perciben es la adopción ingente de medidas más o
menos drásticas para limitar la expansión de sus poblaciones.
Los economistas académicos expresan este profundo pesi-
mismo en los mesurados términos que encuadran los escri-
tos de este tipo: "Si las tasas de natalidad no pueden reducir-
se en una proporción bastante cercana a la baja que puede
esperarse de las tasas de mortalidad, no sólo no habrá un in-
cremento de los ingresos per cápita, sino que puede preverse
aun un descenso." 357 Los escritores populares que se dirigen
a auditorios más amplios, utilizan un lenguaje más florido.
De entre ellos, uno de los que más éxito tienen, exclama:
"¡Nunca antes, en el curso de la historia, tantos cientos de
millones de personas han estado al borde del precipicio!" Es-
to obedece, según él, al hecho de que "las dos curvas —la de
la población y la de los medios de supervivencia— se han...
cruzado. Y se están apartando cada vez con mayor rapidez.
En tanto más se separen, más difícil será volverlas a jun-
tar".358 Otro autor, cuyo libro se adorna con una in-
troducción de Julián Huxley, advierte sombríamente que
"dentro de cierto tiempo, 'lo inevitable sucederá y el número
total de personas que habitan el mundo... será demasiado
grande para los alimentos producidos".359 De hecho, si no se
le pone un fin a la "cópula sin trabas" de "millones de pro-

357
E. S. Mason, Promoting Economic Developmert (Claremont, Cali-
fornia, 1955), p. 53.
358
W. Vogt, Road to Survival (Nueva York, 1948), pp. 265, 267. A este
libro se le impulsó con una introducción de Bernard M. Baruch.
359
R. C. Cook, Human Fertility: The Modern Dilemma (Nueva York,
1951), p. 322
333
creantes", nada puede hacerse respecto a la condición preva-
leciente del mundo subdesarrollado. "Si no puede ser dete-
nido el incremento de la población, no tiene caso que conti-
nuemos la lucha." 360 Es evidente que el plural de la frase an-
terior sólo es una forma de expresión. Aquellos para los que
"no tiene caso que continuemos la lucha" no somos "noso-
tros" —quienquiera que seamos—, sino las hambrientas, en-
fermas y desesperadas masas de los países atrasados. Para
ellas, es posible que tampoco "tenga caso" seguir conservan-
do esta "forma de pensar... que lleva a escribir y a aceptar do-
cumentos como el Manifiesto Comunista o la Carta del
Atlántico, que engañan a los hombres, haciéndolos buscar
soluciones políticas y económicas para problemas que son
políticos, económicos, sociales, geográficos, sicológicos, ge-
néticos, fisiológicos, etc.". Todos estos profundos pensamien-
tos no conducen a nada, a menos que esta ominosa lista de
los factores que son responsables del actual estado de cosas
tenga por objeto indicar a los pueblos de los países subdesa-
rrollados que deben ser muy cuidadosos antes de atreverse a
decir —y muchos menos a realizar— cualquier cosa para re-
mediar la miseria existente. Según Vogt, "nuestra educación
debe reelaborarse, mostrando la historia de nuestra exis-
tencia en un medio ambiente completamente sometido a las
leyes físicas, de la misma forma que la pelota que dejamos
caer de nuestras manos".361
Aunque "es obvio que a las clases dirigentes les conviene
mucho más y corresponde más a sus intereses... explicar... la
'sobrepoblación' por las leyes eternas de la naturaleza, que
hacerlo a través de las leyes históricas de la producción capi-
talista",362 esta "explicación" no tiene nada que ver hoy con la
ciencia, como no lo tuvo en el caso de Malthus. Los hechos
científicos sobre este problema son totalmente distintos de
lo que los neomalthusianos nos quisieran hacer creer. Para
mencionarlos con una "desesperada brevedad": en primer lu-
gar, no es verdad que los niveles miserables de vida, el ham-
360
Vogt, op. cit., p. 279.
361
Ibid., pp. 53, 286 (subrayado por el autor).
362
K. Marx, El Capital (ed. Kerr),. vol. I, p. 580.
334
bre y las epidemias, siempre se presenten en poblaciones
muy densas o con su crecimiento rápido. El profesor
Grundfest ha elaborado el siguiente cuadro, en el que se pre-
sentan, en números redondos, las densidades de población
en algunos países "pobres" (atrasados) y "ricos" (avanzados).
"Pobres" "Ricos"
Surinam ............... 4 Bélgica ................... 800
Bolivia ................... 10 Inglaterra y Gales . 750
Congo Belga ......... 13 Reino Unido ......... 500
Colombia .............. 26 Holanda ............... 610
Irán, Irak .............. 30 Italia ...................... 400
Filipinas ............. 175 Francia ............... 200
India ..................... 250 Escocia ............... 170
Martinica ........... 615 España .................. 140
Como él hace notar "estas cifras ponen de relieve ciertos
hechos: a) Los países 'pobres' lo son independientemente de
su densidad de población y a pesar de contar con recursos
agrícolas y minerales abundantes, b) Las colonias pueden te-
ner densidades de población más bajas que sus 'metrópolis' y
contar con recursos más abundantes (por ejemplo, Surinam
y el Congo Belga) y, sin embargo, ser mucho más pobres, c)
No existe ninguna correlación entre la densidad de pobla-
ción y los niveles de vida de los países 'ricos'. Respecto a esto
último, se encuentran en el orden siguiente. Inglaterra, Es-
cocia, Francia, los Países Bajos, Italia y (mucho después) Es-
paña, que es el menos poblado, d) Sin embargo, existe una
correlación directa entre el orden que guardan los niveles de
vida y el grado de industrialización... e) Todos los países 'po-
bres' también tienen un factor común, a saber, todos ellos
son industrialmente subdesarrollados y sus recursos se ex-
plotan extractivamente para el mercado (capitalista) mun-
dial".363 Las dos últimas conclusiones, las que señalan como
determinante crucial del ingreso per cápita al grado de in-
dustrialización y no a la densidad de población, se encuen-
tran corroboradas plenamente por la relación que existe en-

363
"Malthusiasm", Monthly Review (diciembre de 1951), p. 251.
335
tre la energía consumida y el producto nacional.364 Ésta es la
siguiente:
Consumo de energía
per cápita Ingreso nacional
(equivalentes per cápita
en carbón dados (en dólares)
en millones de tons.)
Estados Unidos 16,100 1,810
Canadá ............. 15,600 970
Gran Bretaña .... 9,500 954
Bélgica .............. 7,770 582
Suecia ................ 7,175 780
Alemania (Occidental) 5,785 604
Francia .............. 4,755 764
Suiza ................ 4,685 849
Polonia ............. 4,600 300
Hungría ........... 2,155 269
Japón ................. 1,670 100
Italia ................. 1,385 394
Portugal ........... 570 250
Turquía ............. 570 125
India ................. 155 57
Birmania .......... 45 36
Pero si es una mera lucubración el que la pobreza de un
país sea provocada por la presión de su población, también
es pura fantasía el atribuirla a la imposibilidad "física" de
abastecer con suficientes alimentos a una población crecien-
te.365 Cuando consideramos el problema a través del tiempo o
364
Estas cifras se refieren al año de 1950 y se recopilaron de los datos
que aparecen en el libro de J. F. Dewhurst y compañeros, America's
Needs and Resources (Nueva York, 1955), p. 1099, y en la obra de M.
Gilbert e I. B. Kravis, An International Comparison of National Pro-
ducts and the Purchasing Power of Currencies (París, N. D.), p. 30. Es
inútil subrayar que las estimaciones de los ingresos per capita son
bastante inciertas. Las de la Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia
se basan en un estudio de precios relativos. Las otras se han converti-
do de sus propias monedas a dólares, según la tasa de cambio oficial.
Sin embargo, dan una idea aproximada de las posiciones relativas de
los países en lo individual.
365
De ahí que un informe publicado nada menos que por la "Rockefe-
ller Foundation" (Public Health and Demography in the Far East, 1950)
336
seguimos a los profetas del desastre en sus cálculos de cien-
cia-ficción relativos al año 2100 o 2200, es igualmente obvio
lo absurdo de este punto de vista. Por lo que se refiere al
primer punto, la respuesta la da el excelente trabajo del Dr.
C. Taeuber, jefe de la Sección de Estadística de la Organiza-
ción de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimen-
tación. Éstas son las conclusiones a que llegaron los investi-
gadores en este campo de estudio: "Es viable abrir al cultivo
cerca de mil millones de acres de tierra en las regiones tropi-
cales y cerca de 300 millones de acres fuera de los trópicos. El
nivel de producción por acre cosechado que se ha supuesto
en los trópicos, es equivalente al que ya se ha alcanzado en
las Filipinas. En relación con los suelos no tropicales, el equi-
valente de la producción que se ha supuesto ya se ha logrado
en Finlandia. Si se suma la producción supuesta en esas con-
diciones, a la que se considera asequible en las actuales tie-
rras de cultivo, se podría disponer en forma más que adecua-
da de todos los alimentos necesarios; en tanto que, para los
cereales, las raíces y los tubérculos, el azúcar y las grasas y
aceites, el total posible de 'alcanzar' sería, en estas condicio-
nes, de más del doble que las metas que se han supuesto para
estos cálculos."366 Colin Clark va todavía más lejos. Él cree
que, sin considerar las nuevas tierras que podrían abrirse al
cultivo, es posible producir lo suficiente con sólo proporcio-
nar una dirección científica a las que ya están en uso. "Cabe
esperar que la población mundial se incremente a una tasa
anual de 1 %, en tanto que puede suponerse que las mejoras
de la técnica agrícola elevarán la producción por hombre-año
a la tasa de 11/2 % anual (y en algunos países al 2 %). De ahí
llegue a afirmar que, "tarde o temprano, la creciente presión de la po-
blación sobre las subsistencias conducirá al restablecimiento de las
fuerzas de la muerte, sea por la debilidad general de la gente o por el
hambre y la pestilencia", en tanto que el señor Cook retóricamente
pregunta: "Aun si la ciencia pudiese encontrar la forma de producir,
por síntesis, pan y filetes partiendo del agua del mar, ¿podría alimen-
tarse a una tal multitud?", Human Fertility: The Modern Dilemma
(Nueva York, 1951), p. 323.
366
"Utilization of Human Resources in Agriculture", The Milbank
Memorial Fund Quarterly (enero de 1950), p. 74.
337
que el profundo pesimismo malthusiano esté completamente
desacreditado, pues los adelantos científicos, por sí solos, son
capaces de abastecer al incremento de la población mundial."
367

Todo lo que necesita decirse con respecto a los cálculos a la


Julio Verne de los neomalthusianos está admirablemente ex-
presado en la lúcida monografía del profesor M. K. Bennett,
Director del Food Research Institute de la Universidad de
Stanford: "A nadie deben impresionar los cálculos de relacio-
nes hombre-tierra, que demuestran, con perfección aritméti-
ca, que si la población mundial se incrementase a su tasa co-
rriente del 1% anual, podría señalarse un año específico en el
futuro en que sólo una pulgada cuadrada de la superficie de
la Tierra estaría disponible para cada habitante. Esto sólo es
un puro ejercicio aritmético. Es también un ejercicio estéril.
Puede confiarse en que la sociedad actuará de tal forma que
el impecable cálculo aritmético no se realizará; la sociedad
tiene el poder de actuar. La aritmética no lleva en sí misma
ningún elemento de predicción, ningún factor compulsivo.
Igualmente estériles y carentes de interés son todos los es-
fuerzos para calcular cuántas personas, en última instancia,
podrían ser nutridas por la producción agrícola que puede
alcanzarse en la superficie de la Tierra... Sin embargo, en la
actualidad, hay estudiosos que enfocan su capacidad y sus
instrumentos de análisis hacia una o varias partes del mundo
en vez de abarcarlo en su totalidad; hacia la historia y las
tendencias observadas, más que en las predicciones; hacia las
perspectivas de unas cuantas décadas, más que a los siglos o
a los eónes por venir." 368 Un académico británico concluye
un esclarecido "estudio de las capacidades productivas del
hombre" con esta afirmación: "Este planeta no es ilimitado,
pero es suficiente para mantener a todos los que quieran vi-
vir en él. En rigor, podría decirse que los hombres han alcan-

367
"The World's Capacity to Feed and Clothe Itself", Way Ahead (La
Haya, 1949), vol. II, núm. 2, citado en el libro de Josué de Castro The
Geography of Hunger (Boston, 1952), p. 286.
368
Population, Food, and Economic Progress, Rice Institute Pamphlet
(julio de 1952), p. 58.
338
zado una etapa de desarrollo técnico en la que pueden pro-
ducir con los recursos disponibles no sólo la subsistencia,
sino la abundancia." 369
Por consiguiente —y ésta es la tercera falacia básica del
malthusianismo de antes y de hoy—, no tiene ningún senti-
do hablar de "sobrepoblación" en su acepción más amplia.
Para que esta noción tenga algún significado, debe estipular-
se, de manera inequívoca, con respecto a que se está supo-
niendo que es excesiva la población. Sin embargo, una vez
aclarado esto, debe comprenderse que hay pocos lugares en
el mundo, si es que existe alguno, del cual pueda decirse que
propiamente padece una sobrepoblación en relación con los
recursos naturales. Esto, con toda certeza, no puede ni si-
quiera insinuarse en relación al mundo en su conjunto. La
sobrepoblación, tal como existe en la presente etapa del
desarrollo histórico, no es una sobrepoblación respecto a los
recursos naturales, sino en relación con la planta y los equi-
pos productivos. Como lo dijo tan penetrantemente Engels,
"la presión de la población no se ejerce sobre los medios de
subsistencia, sino sobre los medios de empleo".370
Sin embargo, la oferta de los "medios de empleo" necesa-
rios no es un dato natural, sino un fenómeno social que sólo
puede entenderse y considerarse como tal. Como hemos
mostrado antes, la diferencia entre el excedente económico
real invertido en la expansión de la riqueza productiva de la
humanidad y el excedente económico potencial que pudo
haberse utilizado para ese fin en una sociedad racionalmente
organizada, se ha hecho tan grande —tanto en los países
avanzados como en los atrasados— que un enorme incre-
mento de las instalaciones productivas puede obtenerse con

369
R. Brittain, Let There Be Bread (Nueva York, 1952), p. 223. En la in-
troducción de este fascinante trabajo, John Boyd Orr dice: "Este libro
proporciona la relación más completa que he visto de lo que puede
hacer la ciencia moderna para crear un mundo de abundancia." Debe
ser leído por todos aquellos que no sean totalmente inmunes al bacilo
neomalthusiano.
370
Carta a F. A. Lange, 29 de marzo de 1865, en la Selected Correspoti-
dence de Marx y Engels (Nueva York, 1934), p. 198.
339
un esfuerzo relativamente pequeño.371 Como lo explica el Dr.
Taeuber, "dado el conocimiento... el problema... que queda
por resolver, es si se harán los cambios necesarios en las ins-
tituciones económicas, sociales y políticas para lograr los
adelantos que están a nuestro alcance".372
Por consiguiente, "lo que a menudo se denomina la carrera
entre la población y la oferta de alimentos, debe mejor consi-
derarse —si es que existe dicha carrera— como una carrera
entre la población y el desarrollo económico".373 El desarrollo
económico y sólo éste, puede resolver los dos aspectos del
llamado problema de sobrepoblación. Aumenta la oferta de
alimentos y al mismo tiempo reduce el crecimiento de la po-
blación. Para citar nuevamente al profesor Bennett, "en tér-
minos generales, pienso que puede decirse sin riesgo alguno
que, al elevarse los niveles de consumo, la tendencia a largo
plazo de las tasas de natalidad tiende a decrecer —el matri-
monio se difiere un poco, el tamaño de la familia se limita
mediante la previsión y el uso de prácticas anticonceptivas—
. Cuando el nivel de consumo se hace lo suficientemente al-
to, las tasas de natalidad tienden a estabilizarse".374 Más aún,
el crecimiento económico, al mejorar las instalaciones médi-
cas y extender las medidas profilácticas, tiende a reducir en
la tasa de mortalidad, lo que constituye el adelanto más ne-

371
Debe hacerse notar que aun las categorías ortodoxas de ia ciencia
económica burguesa como la "escasez de recursos" y la "escasez de
capital", que tuvieron sentido durante la juventud competitiva del ca-
pitalismo, en tanto el orden capitalista todavía era progresista con
respecto a la época anterior al feudalismo, se vuelven ficticias en Ja
fase del capitalismo monopolista y del imperialismo. Son tan vacuas
como la noción de "asignación óptima de los recursos" en condiciones
de desempleo y desperdicio y sólo sirven para perpetuar la niebla
ideológica en la cual la "sobrepoblación", el atraso y la miseria se ha-
cen aparecer como consecuencias inexorables de las leyes eternas de
la naturaleza o de "relaciones económicas inmutables", en vez de atri-
buirse a la irracionalidad del orden económico y social del capitalismo
y del imperialismo.
372
Op. cit., p. 83.
373
Bennett, op. cit., p. 27.
374
Ibíd. p. 54.
340
cesitado y más saludable en todas partes y en particular en
los países atrasados. Una reducción de la tasa de mortalidad
no sólo implica una mejora en la salud, la vitalidad y la efica-
cia productiva de la población, sino que también —y esto es
de gran importancia— trae como consecuencia un descenso
de la mortalidad infantil. La significación que esto tiene, en
términos puramente económicos, puede apreciarse plena-
mente cuando se considera que, aproximadamente el 22.5 %
del ingreso nacional de la India, lo absorbe el mantenimiento
de niños que mueren antes de llegar a los 15 años de edad y
que, por ende, nunca tienen oportunidad de llevar a cabo
una vida productiva.375
Obviamente, no puede negarse que sea "concebible el que,
una vez que se hayan creado las condiciones para un adelan-
to económico rápido y racional, después de que se haya sen-
tido su impacto en las tasas de natalidad y de mortalidad, y
cuando ya se hayan agotado todas las posibilidades de una
utilización científica de los recursos de la tierra, todavía pue-
da surgir una escasez de alimentos o de otros productos in-
dispensables para el mantenimiento de la raza humana. Sin
embargo, esto es, en la etapa actual del desarrollo histórico,
una artimaña tan patente para desviar la atención, que po-
demos unirnos al profesor Bennett y "confesar nuestra ca-
rencia total de interés" respecto al problema. Como lo apun-
taba Engels en su carta antes citada a F. A. Lange, si "la cien-
cia por fin se aplica en la agricultura, en la misma escala y la
misma consistencia que en la industria", si todas las regiones
no utilizadas o subutilizadas "han sido aradas y entonces
aparece una escasez, será tiempo de decir caveant consules".
Por lo tanto, es desesperadamente urgente hacer sonar la
alarma, pero no debido a que las leyes eternas de la naturale-
za impidan alimentar a la población terrestre. Debe sonarse
la alarma porque el capitalismo y el imperialismo condenen a
enormes multitudes a la privación, a la degradación y a la
375
D. Ghosh, Pressure of Population and Economic Efficiency in India
(Nueva Delhi, 1946), p. 22, citado en el artículo de J. J. Spengler, "The
Population Obstacle to Economic Betterment", American Economic
Review (mayo de 1951), p. 351.
341
muerte prematura. Debe sonarse la alarma porque el sistema
económico y social del capitalismo y del imperialismo es el
que impide realizar la tan apremiantemente necesitada mo-
vilización plena del excedente económico potencial, así co-
mo la obtención de las tasas de adelanto económico que
pueden lograrse con su ayuda. Como hemos visto anterior-
mente, el excedente económico potencial de la mayoría de
los países atrasados oscila alrededor (o aun por encima) del
20 % de sus ingresos nacionales. Con cualquier relación pro-
ducto-capital que pueda suponerse razonablemente, la in-
versión productiva de estos países proporcionaría incremen-
tos del ingreso del 7 al 8 % al año y frecuentemente aún más
elevados.376 Los incrementos que se logran en la actualidad,
allí donde se obtienen, apenas si bastan para marchar al rit-
mo de la tasa de crecimiento de la población (del 1 al 2 %
anual) o para superarla en una proporción insignificante.
En verdad, ésta es "una carrera entre la población y el des-
arrollo económico", una carrera doblemente dramática por el
frío gesto de misantropía y crueldad que se desprende de ca-
da página de los escritos imperialistas sobre el problema de
la población en los países subdesarrollados. No interesa que
el "humanitarismo no sea un interés nacional importante; los
gobiernos, simplemente, no actúan con base en considera-
ciones tan puras".377 Lo que importa es la diseminación sis-
temática de una ideología que desprecia la felicidad humana
y desdeña la vida del hombre, cuando la felicidad y la vida de
que se trata son las de los "amarillos", los "negros" y otras
"razas inferiores". Ninguna otra interpretación puede darse a
declaraciones como las siguientes: "La moderna profesión
médica, encuadrando todavía su ética en las dudosas afirma-
ciones de un hombre ignorante que vivió hace más de dos

376
Obviamente, esto no considera la posibilidad de la enorme acele-
ración del proceso de desarrollo económico que se lograría si las regio-
nes atrasadas recibiesen una ayuda generosa y desinteresada por parte
de las naciones avanzadas. Pero es evidente que esta ayuda no podrá
lograrse dentro de la estructura del orden capitalista.
377
E. S. Mason, Promoting Economic Development (Claremont, Cali-
fornia, 1955), p. 13.
342
mil años —ignorante, en los términos del mundo moderno—
, continúa creyendo que es su deber mantener vivas al mayor
número de gentes que pueda."378 Seguramente, la profesión
médica obtendría una guía más adecuada en el descubri-
miento de que "hay pocas esperanzas de que el mundo se
evite los horrores del hambre extensiva que se producirá en
China dentro de unos cuantos años. Pero, desde un punto de
vista mundial, esto no sólo puede ser deseable sino indispen-
sable. Una población china que continúe creciendo a una ta-
sa geométrica, sólo puede ser una calamidad mundial".
Cuando menos algunos miembros de la profesión médica
han comenzado a "encuadrar su ética" de acuerdo con "los
términos del mundo moderno", como lo indica una afirma-
ción como la siguiente: "Es evidente que el primer objetivo
del programa médico-sanitario no debe ser el simple y natu-
ral de salvar vidas; por lo contrario, su meta debe ser el desa-
rrollo de los medios por los cuales el pueblo chino reduzca su
tasa de natalidad."379
El profesor Norbert Wiener comprende plenamente las im-
plicaciones de esta nueva barbarie: "Si esta negativa para
otorgar asistencia médica se hace con un propósito conscien-
te o aun si se realiza sin propósito alguno y si de ello se ente-
ran los norteamericanos e ingleses de hoy día, que creen ser
lo que les gusta pensar que son, esto condenaría todas sus
pretensiones de una elevada condición moral, hasta volverse
simplemente intolerable. Aun la pérdida de la posición que
ocupa el hombre blanco será una calamidad mucho más
aceptable."380
El profesor Wiener, obviamente, aun no ha "encuadrado su
ética" de acuerdo con las exigencias del "mundo moderno".
Estas "exigencias" son asidas plenamente por nuestros "mo-

378
W. Vogt, Road to Survival (Nueva York, 1948), p. 48; la cita que si-
gue es de la página 238.
379
G/F. Winfield, China: The Land and the People (Nueva York, 1948),
p. 344. Es importante hacer notar que el autor es un médico enviado a
China por el Board of Foreign Missions de la Iglesia Presbiteriana de
los Estados Unidos.
380
The Human Use of Human Beings (Boston, 1950), p. 52.
343
dernos" amigos de los pueblos que viven en los países subde-
sarrollados. "Eliminar una serie de enfermedades contagiosas
de una población que no tiene suficiente para comer, in-
troducir un torrente de nuevas criaturas en una economía
que ni siquiera puede mantener a la gente que ya nació, son
invitaciones al desastre." Lo peor de todo sería "una dismi-
nución constante del porciento de la población terrestre que
suscribe las ideas y los moldes culturales [¡sic!] que han evo-
lucionado en el mundo occidental desde el año de 1600". Lo
que hará inevitable el desastre es que, a menos que se adopte
un plan "para mejorar las cualidades congénitas de las futu-
ras generaciones... (mediante) la elevación de la tasa de nata-
lidad de los competentes y los dotados... una fecundidad mal
distribuida provocaría... una mayor rapidez en la erosión de
nuestra herencia biológica y cultural".381 El señor Vogt se
preocupa porque esto significaría un "alto costo de la vigi-
lancia de las partes sobrepobladas de Asia y de Europa".382
Podría objetarse que, si bien es cierto que la "prosecución
de esta línea de pensamiento con el propósito de asegurar la
supremacía blanca, no es sino la aceptación de una guerra de
todos contra todos",383 afortunadamente, estas líneas de pen-
samiento no caracterizan más que la "periferia lunática" de

381
R. C. Cook, Human Fertility: The Modern Dilemma (Nueva York,
1951), pp. 282, 295, 255 y 315. Aunque obviamente no hay razón para
sugerir la posibilidad de plagio por parte del señor Cook, sería intere-
sante hacer notar cómo "pensadores distintos" llegan a conclusiones
similares de forma independiente, dadas unas premisas socioeconó-
micas e ideológicas similares. "Puesto que lo inferior siempre es nu-
méricamente superior a lo mejor, lo peor se multiplicará mucho más
rápidamente —si se les dan las mismas oportunidades para crear y
procrear— y lo mejor se verá empujado, necesariamente, al fondo.
Por lo tanto, se impone realizar una corrección a favor de lo mejor. La
naturaleza la proporciona al someter a los peores a condiciones de
vida difíciles, las que por sí solas reducen su número. Finalmente, a
los que quedan tampoco les permite indiscriminadamente su multi-
plicación, sino que realiza una elección brutal de acuerdo con su fuer-
za y su salud." Adolf Hitler, Mein Kampf (Munich, 1934), p. 313.
382
Op. cit., p. 79.
383
Wiener, op. cit., p. 53.
344
nuestra sociedad. Pero desgraciadamente esto no es así. No
se sabe que el Sr. Baruch, que endosó el libro del señor Vogt,
ni el Sr. Julián Huxley, que alabó el libro del señor Cook, ha-
biten los arrabales intelectuales de nuestra sociedad. Tampo-
co puede sostenerse que sea injusto imputarles a esas figuras
públicas puntos de vista que no titubearían en repudiar
cuando comprendiesen sus implicaciones. Lo que se discute
no es la buena voluntad subjetiva o la maldad de los indivi-
duos —aunque, como hacía notar agudamente J. S. Furnivall,
"en la política, como en la ley, deben imputarse al hombre las
consecuencias de sus actos"—, sino exclusivamente la parte
que juega en el mundo objetivo la mentalidad que ellos refle-
jan y que continuamente fomentan. Ésta es la mentalidad de
un sistema económico y social que se encuentra arrinconado
por su monstruosa insuficiencia, que se opone a un mayor
progreso y, de hecho, a la supervivencia de la raza humana.
El desarrollo económico es, en la actualidad, la necesidad
más urgente y vital de la enorme mayoría de la humanidad.
Cada año que se pierde, significa la pérdida de millones de
vidas. Cada año que transcurre en la pasividad, representa
un mayor debilitamiento y una exasperación más grande de
los pueblos que vegetan en los países atrasados. John Foster
Dulles puso por excepción el dedo en el meollo del asunto:
"Podemos hablar elocuentemente de la libertad, de los dere-
chos humanos y de las libertades fundamentales, de la dig-
nidad y la valía de la personalidad del hombre, pero la mayor
parte de nuestro vocabulario proviene de un período en que
nuestra sociedad era individualista. En consecuencia, no sig-
nifica gran cosa para aquellos que viven en condiciones tales
que el individualismo representa la muerte prematura."384
En realidad, éstas no son las condiciones de una sociedad
individualista, sino las condiciones del capitalismo monopo-
lista y del imperialismo.
Con cada día que pasa, este estado de cosas se vuelve más
absurdo y más innecesario. Debe eliminarse y puede elimi-
narse. Es posible un nuevo orden social en el que desaparez-

384
War or P'eace (Nueva York, 1950), p. 257.
345
can las actuales diferencias de clase y en el que —tal vez des-
pués de un breve período de transición, acompañado de cier-
tas privaciones, pero en todo caso muy provechoso moral-
mente—, mediante el aprovechamiento y el desarrollo con
arreglo a un plan de las inmensas fuerzas productivas ya exis-
tentes de todos los miembros de la sociedad e imponiendo el
deber general de trabajar, todos dispondrían por igual y en
proporciones cada vez mayores, de los medios necesarios pa-
ra vivir, para disfrutar de la vida y para educar y ejercer todas
las facultades físicas y espirituales.385
Este "estado de cosas", que ya era "innecesario" en 1891,
cuando Engels escribió lo anterior, lo es todavía más en
nuestros días. Las "inmensas fuerzas productivas" que ya
existían entonces, han logrado alcanzar un poder prodigioso.
Los problemas del subdesarrollo, de la sobrepoblación, de las
necesidades insatisfechas y de las enfermedades, pueden re-
solverse en la actualidad por un esfuerzo planificado y coor-
dinado de todo el mundo en el plazo de una generación. Sin
embargo, no puede concluirse de lo anterior que éste vaya a
ser el curso de los acontecimientos históricos. Como dice Le-
nin, "sería erróneo creer que las clases revolucionarias siem-
pre tienen la fuerza suficiente para realizar la transformación
en el momento en que las condiciones del desarrollo socio-
económico han hecho que la necesidad de esa transforma-
ción esté totalmente madura. Esto no es así; la sociedad no
está arreglada de una manera tan racional y tan 'conveniente'
para sus elementos progresistas. La necesidad de una trans-
formación puede estar madura, pero la fuerza de los creado-
res revolucionarios de dicha transformación puede resultar
inadecuada para lograrla. En estas condiciones, la sociedad
se pudre y su putrefacción puede durar décadas enteras".386
En la actualidad, una gran parte del mundo está atravesan-
do por uno de esos períodos de putrefacción. Como dice el
señor Vogt en la conclusión de su libro, "la raza humana está
385
F. Engels, Introducción a la obra de Marx, Wage Labor and Capital,
en las Selected Works de Marx y Engels (Moscú, 1949-1950), vol. I, p.
73.
386
Sochinenya (Obras) (Moscú, 1947), vol. 9, p. 338.
346
atrapada en una situación tan concreta como un par de zapa-
tos que son dos números más chicos". La imagen es exacta.
Pero el par de zapatos son el capitalismo monopolista y el
imperialismo. El dilema al que se enfrenta la mayor parte del
género humano en la actualidad es o liberarse a sí mismo de
ambos, o bien ser mutilado por ellos para encajarlo en esos
zapatos de tortura.

347
CAPÍTULO VIII

EL ASCENSO A LA CUMBRE

I
Es en el mundo subdesarrollado donde puede observarse, a
simple vista, el hecho más característico y sobresaliente de
nuestra época, es decir, cómo el sistema capitalista, que fue
un poderoso impulsor del desarrollo económico, se ha con-
vertido en un obstáculo formidable para el adelanto humano.
Lo que Alexis de Tocqueville hacía notar con respecto a las
instituciones políticas, tiene actualmente una mayor validez
que la que él mismo pudo imaginarse: "La fisonomía de un
gobierno puede juzgarse con mayor certeza en sus colonias,
pues allí sus rasgos se amplifican y se hacen más notables.
Cuando quiera estudiar los méritos de la administración de
Luis XIV, debo ir al Canadá; allí se ven sus deformidades co-
mo a través de un microscopio."387 En realidad, la discrepan-
cia entre lo que podría obtenerse con las fuerzas productivas
de que dispone la sociedad y lo que de hecho se logra con
ellas, es incomparablemente más grande en los países avan-
zados que en las regiones atrasadas.388 Pero, en tanto en los
países avanzados esta discrepancia se oscurece por el nivel
absoluto tan elevado de la productividad y de la producción
que se ha logrado en la era capitalista, en los países subdesa-
rrollados la discrepancia entre lo real y lo posible se hace
evidente y sus implicaciones son catastróficas. En éstos la di-
ferencia no reside, como en los países avanzados, entre un
grado más bajo o más alto de desarrollo, o entre la solución
final que pueda darse actualmente al problema de la escasez
y la continuación de la monotonía del trabajo, la pobreza y la
degradación cultural. La diferencia, en los países atrasados,

387
Citado en el libro de S. Herbert Frankel, The Economic Impact on
Under-Developed Societies (Oxford, 1953), p. 17.
388
En este sentido, el profesor Mason indudablemente está en lo cier-
to cuando dice que "quizá los Estados Unidos sean una región atrasa-
da en un mayor grado que el Medio Oriente". Promoting Economic
Develop-ment (Claremont, California, 1955), p. 9.
348
está entre una miseria abismal y una existencia decente, en-
tre la pobreza sin esperanzas y la euforia del progreso, entre
la vida y la muerte de cientos de millones de gentes. Por con-
siguiente, aun los escritores burgueses admiten en ocasiones
que en los países subdesarrollados el cambio hacia una orga-
nización social y económica racional es de una urgencia vital,
aun cuando al mismo tiempo sostienen que los países avan-
zados pueden "darse el lujo" de permanecer bajo el dominio
del capitalismo monopolista y del imperialismo.389 Sin em-
bargo, nada podría ser más erróneo. Como hemos visto, el
dominio del capitalismo monopolista y del imperialismo en
los países avanzados está estrechamente ligado al atraso eco-
nómico y social de los países subdesarrollados, pues son
simplemente dos aspectos distintos de un problema global.
Una transformación socialista del Occidente no sólo abriría a
sus propios pueblos el camino hacia un progreso económico,
social y cultural sin precedentes, sino que, al mismo tiempo,
permitiría a los pueblos de los países subdesarrollados su-
perar rápidamente las condiciones de pobreza y estanca-
miento. No sólo terminaría con la explotación de los países
atrasados, sino que la organización racional y la utilización
plena de los enormes recursos productivos del Occidente fá-
cilmente les permitiría compensar, cuando menos en parte,
su deuda histórica con los pueblos atrasados y prestar una
ayuda generosa y desinteresada a sus esfuerzos por aumentar
rápidamente sus desesperados e inadecuados "medios de
empleo".
Por las razones a que nos referimos anteriormente, 390 y cu-
yo análisis nos alejaría del ámbito de este estudio, puede
afirmarse que el proceso histórico no ha seguido ese camino.
La transición de los países subdesarrollados hacia un orden

389
Por ello, los autores del informe de las Naciones Unidas, "Measures
for the Economic Development of Under-Developed Countries" (1951),
no consideran "para muchos países subdesarrollados. . . la perspectiva
de un verdadero progreso económico hasta que una revolución social
logre un cambio en la distribución del poder y del ingreso". Párrafo
37.
390
Cf. la primera parte del capítulo v del presente libro.
349
económico y social que les asegure un desarrollo progresista,
lejos de contar con la ayuda de los países avanzados, se está
efectuando en contra de la enconada oposición de las poten-
cias imperialistas. Lo que Lenin escribió en 1913 acerca de los
países europeos, podía muy bien haberse escrito en la actua-
lidad respecto a todos los países occidentales avanzados: "La
civilizada y avanzada Europa, con el brillante desarrollo de la
industria mecánica, con la rica conformación general de su
cultura, ha alcanzado un momento histórico en que la bur-
guesía dominante, por temor al proletariado que crece y se
hace más fuerte, apoya todo lo atrasado, agonizante y me-
dieval. La caduca burguesía se une a todas las fuerzas decré-
pitas y obsoletas para mantener la tambaleante esclavitud
asalariada."391 Este apoyo a "todo lo atrasado, agonizante y
feudal" puede observarse en todas partes, sea que miremos a
China y al sudeste de Asia, al Cercano Oriente y a la América
Latina, a la Europa Oriental y Sudoriental, o a Italia, a Espa-
ña y a Portugal. Tiene como objetivo impedir las revolucio-
nes sociales dondequiera que esto sea posible y obstaculizar
la estabilización y el progreso de las sociedades socialistas
donde se han realizado tales revoluciones.
En esta coyuntura, poco cabe decir sobre los aspectos pura-
mente militares del problema. Los pocos rasgos de genuino
humanismo que todavía quedaban en la conciencia de la
burguesía como un residuo de los días de su gloriosa juven-
tud, se han desvanecido ante el impacto de la intensificación
de la lucha de clases. Si la segunda mitad del siglo XIX y el
primer cuarto del siglo XX todavía estuvieron marcados por
una serie de acuerdos internacionales con el objeto de "hu-
manizar la guerra", en la lucha actual que dirige el imperia-
lismo en contra de la liberación social y nacional de los pue-
blos que habitan los países subdesarrollados, no se establece
ninguna limitación. La Operation Killer se considera tan legí-
tima como la Operation Strangle, y el incendio de pueblos y
poblados enteros es tan inobjetable como el arrojar "napalm"
sobre la población civil. Esta posición fue resumida en una
391
V. I. Lenin, "Backward Europe and Advanced Asia", Selected Works
in two Volumes (Moscú, 1950), yol. I, Parte Segunda, p. 314.
350
declaración del presidente Eisenhower: "El uso de la bomba
atómica debe decidirse sobre la base siguiente: ¿Significa o
no su empleo una ventaja para mí...? Si pensase que la ga-
nancia está de mi lado, la usaría sin titubear." 392 Es obvio que
esta fórmula no refleja una ferocidad excepcional de un indi-
viduo en lo particular, sino que representa la extrema banca-
rrota moral de un orden social en decadencia.393
Pero, como no es seguro que la "ganancia" vaya a estar del
lado del campo imperialista, el expediente final de la guerra
debe manejarse con gran precaución y ser empleado única-
mente allí donde la existencia misma del capitalismo y del
imperialismo esté amenazada. Mientras tanto, toda guerra
pequeña se utiliza para sabotear el desarrollo de los países
socialistas. No dejan de reconocerse los progresos que han
realizado, ni los que pueden alcanzar las naciones que han
adoptado un sistema de planificación socialista. De hecho,
los autores del informe de las Naciones Unidas sobre las
"medidas para el desarrollo económico de los países subde-
sarrollados", afirman acertadamente que "si los dirigentes se
ganan la confianza del país y se muestran enérgicos en la li-
quidación de los privilegios y de las desigualdades más evi-
dentes, pueden inspirar a las masas un entusiasmo por el
progreso que arrolle todos los obstáculos que se les presen-
ten".394 Esto es cierto, y el propio John Foster Dulles recono-
ce que "los comunistas soviéticos... pueden hacer, y de hecho
realizan, su política con la exaltación 'del gran experimento
de los comunistas soviéticos', cautivando con ello en este si-
glo la imaginación de los pueblos del mundo, en forma simi-
392
Citado en el brillante artículo de Helen M. Lynd, "Realism and the
Intellectual in a Time of Crisis", The American Scholar (invierno de
1951-1952), p. 26.
393
Como observaba Marx, hablando de la Comuna de París, "todo es-
to... sólo demuestra que el burgués de nuestros días se considera el
legítimo heredero del antiguo señor feudal, para quien todas las ar-
mas eran buenas contra los plebeyos, mientras que, en manos de és-
tos, toda arma constituía por sí sola un crimen". "The Civil War in
France", en las Selected Works de Marx y Engels (Moscú, 1949-1950),
vol. I, p. 489.
394
Párrafo 38.
351
lar a como lo hicimos nosotros en el siglo XIX con 'el gran
experimento norteamericano' ".395 Aunque por lo general se
reconoce que la necesidad más urgente y más imperiosa que
tienen los países subdesarrollados es la de acrecentar rápi-
damente su ingreso nacional, el profesor Mason afirma que
"en la promoción del desarrollo económico, el comunismo
puede traer enormes ventajas... A largo plazo, y suponiendo
un cierto nivel de capacidad administrativa en la inversión y
el uso de los nuevos recursos de capital, su ingreso nacional
puede ser elevado a una tasa extremadamente rápida".396
Podía suponerse que, en tales circunstancias, los países
atrasados que por fin han logrado salir de un secular estado
de estancamiento, recibirán el aliento y las felicitaciones —y
quizá algo más tangible— de aquellos que han mostrado una
honda preocupación por su avance. Sin embargo, tal supo-
sición reflejaría una concepción totalmente ingenua de la si-
tuación existente. Como pregunta Lenin, "¿dónde, fuera de la
imaginación de los reformistas sentimentales, existe algún
trust capaz de preocuparse de la situación de las masas y no
de la conquista de las colonias?"397 De hecho, el progreso que
se ha realizado en los países subdesarrollados mediante la
planificación socialista, desconcierta mucho a la opinión ofi-
cial del Occidente. Aunque el señor Dulles señale que, en
China, los comunistas "han tenido cierto éxito en crear un
sentido de responsabilidad social y en imponer la disciplina
entre sus partidarios" —lo que sin duda alguna es un paso de
capital importancia en la lucha por el desarrollo económi-
co—, piadosamente espera que este adelanto sea nulificado
en virtud del "carácter nacional" de los chinos. Con una apa-
rente admiración, describe este "carácter" en los siguientes
términos: "los chinos, a través de sus costumbres religiosas y
de sus hábitos de pensamiento tradicionales, se han conver-
tido en un pueblo individualista. La familia ha sido la unidad

395
War or Peace (Nueva York, 1950), p. 256.
396
Promoting Economic Development (Claremont, California, 1955), p.
6.
397
E. Varga y L. Mendelsohn (eds.), New Data for Lenin's Imparialism
—The Highest Stage of Capitalism (Nueva York, 1940), p. 184.
352
más alta de valor y la lealtad individual únicamente ha exis-
tido para los ancestros y sus descendientes. Sólo en muy pe-
queña escala ha existido esa lealtad más amplia hacia sus
compatriotas, hacia cierto grupo o clase social o hacia la na-
ción".398 Un "carácter nacional" de esta naturaleza es, indu-
dablemente, un dón de Dios para los imperialistas, cuya úni-
ca preocupación es dominar al pueblo que recibe tal bendi-
ción. En concordancia con esto, el señor Dulles estima que
"las religiones del Oriente están profundamente arraigadas y
contienen muchos valores preciosos. Sus creencias espiritua-
les no pueden ser reconciliadas con el materialismo y el
ateísmo comunista. Esto establece un lazo común entre ellos
y nosotros y es nuestra responsabilidad encontrarlo y desa-
rrollarlo".399 Este sentimiento encuentra eco en el profesor
Mason, quien confía en que la religión se convierta en el obs-
táculo más importante para el progreso de los países socialis-
tas, y afirma que "en el Asia Sudoriental, al igual que en to-
das partes, la religión es un fuerte baluarte en contra del co-
munismo".400 No debe sorprender el que "todo lo atrasado,
agonizante y feudal" de los propios países subdesarrollados,
marche codo con codo con sus amigos y protectores del Oc-
cidente. Las clases directoras en los países subdesarrollados,
vitalmente interesadas en convertir a las poblaciones subyu-
gadas en una "sociedad espiritual de individuos que aman a
Dios... que trabajan duramente, tanto por considerarlo un
deber como por propia satisfacción... y para quienes la vida
no es un mero crecimiento y gozo físicos, sino un desarrollo
intelectual y espiritual",401 no ahorran ningún esfuerzo, reci-
biendo una fuerte ayuda norteamericana para fortalecer el
dominio de las supersticiones religiosas en la mente de sus
hambrientos súbditos. ¡Qué les importa, a ellas o a los impe-
rialistas, el que estas supersticiones constituyan un enorme
impedimento en el camino del progreso! ¡Qué les importa, a
ellas o a sus cómplices occidentales, que el costo de mante-
398
Op. cit., p. 245.
399
Ibid., p. 229.
400
Op. cit., p. 29.
401
Dulles, op. cit., p. 260.
353
ner la ofuscación religiosa sea una miseria creciente y una
mortandad cada vez mayor! Como observaba el Dr. Balogh
en su viaje a la India, "el renacimiento religioso, propiciado
por las clases más ricas... impide una política racional de me-
joramiento del ganado. La India tiene 200 millones de cabe-
zas de ganado, muchas de ellas inútiles, que viven de una re-
serva alimenticia bastante limitada. Pero, en varias regiones,
está prohibida por la ley la matanza del ganado y, de facto,
en la mayor parte de ellas, ésta se ha suspendido. Hasta los
monos son sacrosantos, aunque destruyan o se coman, según
se ha estimado, un millón y cuarto de toneladas de granos
cada año".402 Al igual que los aristócratas a fines de la era
feudal, los realistas económicos en estos últimos días del ca-
pitalismo monopolista y del imperialismo, no están bajo el
dominio de un oscurantismo de esta especie. Sin embargo, lo
consideran bastante edificante para sus leñadores y aguado-
res, tanto en su propio país como en el exterior. 403 John Fos-
ter Dulles ha resumido el problema al afirmar: "no tenemos
otra política afirmativa fuera de ésta, pues no podemos ir
más lejos con las cosas materiales".404
De hecho, es esta incapacidad del capitalismo para "ir más
lejos con las cosas materiales", para servir de andamiaje al
desarrollo económico y social, lo que obliga a sus apologistas
y políticos a confiar más su estabilidad en el circo que en el
pan, en las artimañas ideológicas que en la razón. Por eso la
campaña para conservar el capitalismo tiene actualmente
una publicidad más intensa que nunca, presentándola como
una cruzada a favor de la democracia y de la libertad. En los
días de las primeras luchas en contra del feudalismo, cuando
el capitalismo era un poderoso vehículo del progreso, y la ra-
zón y la ilustración era la bandera de la clase capitalista as-

402
"How Strong is India?", The Nation (12 de marzo de 1955), p. 216.
403
Es por eso que, en tanto la Rockefeller Foundation ha dedicado una
parte creciente de sus actuales desembolsos a impulsar las escuelas de
Teología y otras prácticas religiosas en los Estados Unidos, la Ford
Foundation ha estado financiando generosamente a musulmanes, a
budistas y a otras empresas similares en los países subdesarrollados.
404
Op. cit., p. 254.
354
cendente, esta pretensión tenía al menos una validez históri-
ca parcial. Casi toda se perdió en la segunda mitad del siglo
XIX, cuando la dominación burguesa se vio cada vez más
amenazada por el ascendente movimiento socialista y se hizo
aun más transparente que "por libertad, en las condiciones
actuales de producción burguesa, se entiende la libertad de
comercio, la libertad de comprar y de vender".405 En la época
del imperialismo, ésta se ha convertido en una farsa total-
mente hipócrita, cuando el capitalismo, habiendo perdido el
control sobre una tercera parte del globo, está luchando por
su propia existencia. Como Engels previó brillantemente, "en
el día de la crisis y al día siguiente... toda la reacción colecti-
va... se agrupará en torno a la democracia pura".406 Tanto "to-
da la reacción colectiva" como la "democracia pura" por la
cual supuestamente lucha, no son sino pura libertad de ex-
plotación. Esto puede verse fácilmente en la lista de miem-
bros del llamado mundo libre; España y Portugal, Grecia y
Turquía, Corea del Sur y el Vietnam del Sur, Tailandia, Pakis-
tán y los califatos del Medio Oriente, las dictaduras militares
de la América Latina y la Unión de Sudáfrica, todos ellos han
sido ascendidos por los cruzados imperialistas al rango de
"estados democráticos". Si el profesor Mason, en un pasaje
que se omitió en una cita anterior, objeta que una tasa de in-
cremento del ingreso nacional tan "extremadamente rápida"
como la que puede lograrse en una sociedad socialista, de-
pende de "un régimen totalitario que ejerce las armas del te-
rror [y]... reduce el nivel de vida en forma tal... como ningún
Estado democrático puede hacerlo",407 es porque no toma en
cuenta el hecho de que el terror que ha existido en el curso
de todas las revoluciones sociales —terror que con frecuen-
cia es excesivo y siempre doloroso y deplorable— no consti-
tuye sino el dolor del parto de una nueva sociedad, y que la

405
Marx y Engels, Manifesto of the Communist Party, en las Selected
Works (Moscú, 1949-1950), vol. I, p. 46.
406
Carta a Bebel del 11 de diciembre de 1884, en la Selected Corres-
pondence, de Marx y Engels (Nueva York, 1934), p. 434 (subrayado en
el original).
407
Op. cit., p. 6.
355
reducción del nivel de vida que ha tenido lugar afecta fun-
damentalmente, si no es que únicamente, a la clase domi-
nante cuyo consumo excesivo, su despilfarro de recursos y su
fuga de capitales, deben "inmolarse" al desarrollo económico.
Sin embargo, la economía burguesa no suele expresar reser-
vas de este tipo respecto a los regímenes coloniales y merce-
narios, que "ejercen las armas del terror [y]... reducen el nivel
de vida" para preservar la riqueza y las ganancias de sus par-
tidarios y para perpetuar la miseria y el estancamiento de sus
países. Éste es el caso de Formosa o de Grecia, de Malaya o
de Kenia, de Madagascar o de Argelia, de las Filipinas o de
Guatemala.
La burda apologética que identifica la libertad con la liber-
tad del capital, que iguala los intereses de una minoría pará-
sita con las necesidades vitales del pueblo, y considera al im-
perialismo como sinónimo de democracia, no ameritaría
mayor atención de no ser por dos consideraciones que la re-
lacionan directamente con el problema del desarrollo futuro.
La primera consideración se refiere al profundo impacto que
tiene esta ideología y las circunstancias históricas que la
fundamentan, en la evolución social, política y cultural de las
propias naciones imperialistas. Este impacto está sintetizado
en la cortante observación de Marx y Engels de que "ninguna
nación puede ser libre cuando oprime a otras naciones"; su
trágica importancia se manifiesta, sin ninguna posibilidad de
error, sea que observemos la historia primitiva de las "nacio-
nes opresoras" o su historia más reciente; sea que pensemos
en Europa Occidental o en la Rusia zarista, en Asia o en
América. Todo lo que nos es posible hacer a este respecto, es
apuntar este problema tan terriblemente importante; exten-
dernos sobre él nos llevaría muy lejos de nuestro campo de
estudio.408

II
La otra consideración que está directamente relacionada con
nuestro presente problema, se refiere al efecto directo de las

408
Cf. el capítulo IV, sección VII de la presente obra.
356
actividades imperialistas —que han estado reflejadas e inspi-
radas por el "neojingoísmo"— en el curso de los aconteci-
mientos de los países subdesarrollados. Este efecto es de lo
más revelador, y su magnitud puede estudiarse con la con-
creción necesaria. Asume, por lo que respecta a aquellos paí-
ses subdesarrollados que todavía forman parte del "mundo
libre", dos formas principales. En primer lugar, el elemento
mercenario, que es el dominante y siempre está apoyado por
las potencias imperialistas, es ayudado en forma más enérgi-
ca, más sistemática y más abierta. No sólo reciben subsidios
para el fomento de la religión y para la conducción de sus ac-
tividades políticas, sino que también se les otorga ayuda mi-
litar directa para su lucha en contra de un pueblo cada vez
más inquieto. En un número cada vez más grande de estos
países, los regímenes basados en las fuerzas reaccionarias
deben su existencia, exclusivamente, a esta ayuda que les
prestan los países imperialistas del Occidente.409
En segundo término, un gran número de estos gobiernos
—si no es que todos ellos— no sólo reciben armamentos,
sino que se ven obligados a dedicar una parte muy importan-
te del ingreso nacional de sus países a la construcción y al
mantenimiento de extensas instalaciones militares. La pro-
porción del ingreso nacional que se gasta con fines militares
es superior al 5 % en el Pakistán, casi igual en Turquía, ma-
yor del 3% en Tailandia, y todavía más elevado en las Filipi-
nas, en Grecia y en algunos otros países, para no hablar de
Corea del Sur, Formosa y el Vietnam del Sur, donde el por-
ciento es aun más alto. Debe recordarse que la importancia
de esta carga sólo puede apreciarse cuando se la considera
en relación con el excedente económico y no con respecto al
ingreso nacional total. De hecho, en la mayoría, si no es que
en todos estos países, el gasto militar es igual o superior al
total de su inversión productiva. Esta destrucción en gran
escala de recursos que podrían servir por sí solos como base
para un crecimiento masivo de "los medios de empleo", es
justificada por las potencias imperialistas y sus agentes en los
409
Esto se aplica por igual a las Filipinas que a Formosa, al Irán que a
Corea del Sur y a España que a Guatemala.
357
países subdesarrollados, alegando una supuesta amenaza de
agresión soviética. Sin embargo, algunos de los que anuncian
a voz en cuello la agresión de la Unión Soviética, no creen
realmente en su propia propaganda y tienen plena concien-
cia de que la U.R.S.S. no intenta atacar a los países capitalis-
tas. La exactitud de esto la confirman varios estudiosos de la
política soviética, a los que no puede acusarse de simpatías
socialistas. Uno de los principales expertos norteamericanos
sobre los problemas soviéticos, no deja la menor duda a este
respecto: "La teoría de la inevitabilidad del derrumbamiento
del capitalismo tiene la afortunada connotación de que ésta
no corre ninguna prisa. Las fuerzas del progreso pueden to-
marse el tiempo que sea necesario en la preparación del coup
de grace final... El Kremlin... no tiene el derecho de arriesgar
las conquistas que ha logrado la revolución por unas vanas
fruslerías sobre el futuro... En la psicología soviética no se
encuentra ningún sentimiento que indique que este objetivo
debe alcanzarse en un momento dado."410 Charles E. Wilson,
secretario de Defensa de los E.U.A., que obviamente es la
persona más conectada con este problema, comparte esen-
cialmente este punto de vista. El Sr. Wilson "declaró, ante el
subcomité de Adjudicaciones del Senado... que el pueblo
norteamericano puede confiar en que la concentración so-
viética en la producción de aviones de caza es una señal de
que los rusos tratan de formar una fuerza aérea de capacidad
fundamentalmente defensiva".411 Otros innumerables obser-
vadores de los Estados Unidos y de Europa Occidental han
expresado la convicción de que es totalmente improbable
que el campo socialista, preocupado por la construcción in-
terna, inicie una guerra.412

410
George F. Kennan, American Diplomacy, 1900-1950 (Chicago, 1951),
pp. 116, 118.
411
New York Times, 20 de mayo de 1953.
412
Esta convicción es responsable, en cierta medida, de la pronun-
ciada tendencia que existe tanto en la Europa Occidental como en la
India, de culpar a la política exterior de los Estados Unidos por crear
artificialmente una atmósfera de peligro de guerra. Esta convicción
existe aún entre personas que critican severamente a la Unión Sovié-
358
Por lo tanto, el peligro de una "agresión soviética", de he-
cho equivale al peligro de la llamada "subversión", que es el
nombre de moda que se le da a la revolución social. Esto fue
claramente expresado por John Foster Dulles: "La imposición
por cualquier medio del sistema político de la Rusia comu-
nista y de su aliada, la China comunista, en el sureste de
Asia, será una grave amenaza al conjunto de las comunida-
des libres. Los Estados Unidos consideran que no debe acep-
tarse pasivamente esta posibilidad, sino que debe ser impe-
dida mediante la acción unificada."413 Sin embargo, esto no
es sino una fatua incomprensión de la historia, o más bien
una distorsión deliberada para tratar a las revoluciones so-
ciales de los países individuales como si fuesen el resultado
de una "subversión del exterior", o estuviesen "impuestas"
por maquinaciones y conjuras extranjeras. De hecho, como
lo hace notar el gran historiador inglés de la Unión Soviética,
"la Revolución de 1917 —ella misma producto de los distur-
bios de 1914— marcó un rumbo nuevo a la historia universal,
cuya importancia es comparable a la de la Revolución Fran-
cesa realizada ciento veintiocho años antes, y quizá más
trascendental que ésta".414 ¿Fue este "nuevo rumbo de la his-
toria mundial" el resultado de una "subversión" hábilmente
organizada? ¿O fue la Revolución China —otro aconteci-
miento de enorme significación histórica— planeada por los
especialistas soviéticos en "subversión"? La respuesta a estas
preguntas la da tanto el Departamento de Estado de los Es-
tados Unidos como el Sr. Kennan, quien durante mucho
tiempo fue uno de los funcionarios más importantes del De-
partamento de Estado. "Es un hecho desgraciado, pero inevi-
table, que el resultado ominoso de la guerra civil en China
estuvo fuera del control del gobierno de los Estados Unidos.
Nada de lo que este país hizo o pudo haber hecho dentro de
los límites de su capacidad, hubiese cambiado el resultado;

tica.
413
Discurso ante el "Overseas Press Club", el día 29 de marzo de 1954.
Citado en Monthly Review (mayo de 1954), p. 2 (el subrayado es del
autor).
414
E. H. Carr, Studies in Revolution (Londres, 1950), p. 226.
359
nada de lo que este país dejó de hacer, contribuyó a él. Fue el
producto de las fuerzas internas de China, fuerzas en que los
Estados Unidos trataron de influir, pero sin lograrlo."415 El Sr.
Kennan "le resta importancia al hecho" de que "el atribuir la
revolución que se efectuó en China en estos últimos años a la
propaganda soviética o a su instigación, significa subestimar
gravemente, por no decir más, varios otros factores de gran
importancia".416 Este problema está hábilmente resumido en
una observación de Lenin: "El dominio del capitalismo no se
derrumba porque alguien quiera adueñarse del poder. Tal
conquista del poder sería una tontería. La terminación del
dominio del capitalismo sería imposible si todo el desarrollo
económico de los países capitalistas no hubiese conducido a
ello. La guerra ha acelerado este proceso y ha hecho que el
capitalismo sea imposible. Ninguna fuerza podría destruir al
capitalismo si éste no estuviese ya minado y subvertido por
la historia." 417
Es inevitable la conclusión de que el prodigioso desperdicio
que se hace de los recursos de los países subdesarrollados a
fin de mantener grandes instalaciones militares, no está dic-
tado por la existencia de una amenaza externa. La atmósfera
de este peligro es creada una y otra vez con el simple objeto
de facilitar la existencia de regímenes mercenarios en tales
países; las fuerzas armadas que mantienen se necesitan fun-
damental y casi exclusivamente para suprimir los movimien-
tos populares internos en favor de la liberación social y na-
cional. La tragedia de esta situación tiene las dimensiones de
un drama griego. En los campos de exterminio hitlerianos,
las víctimas eran obligadas a cavar sus propias tumbas antes
de ser maceradas por los verdugos nazis. En los países sub-
desarrollados del "mundo libre", los pueblos se ven forzados
a usar una porción considerable de los recursos que les per-
mitirían superar su estado actual de miseria y enfermedades,
en el mantenimiento de soldados mercenarios cuyo objeto es
415
Departamento de Estado de los Estados Unidos, United States Rela-
tions with China (Washington, 1949), p. 16.
416
Op. cit., p. 152.
417
Sochinenya (Obras) (Moscú, 1947), vol. 24, p. 381.
360
proporcionar carne de cañón a sus señores imperialistas y
sostener a los regímenes que perpetúan este estado de mise-
ria y enfermedades.418
La cruzada contrarrevolucionaria no tiene sólo un efecto
mutilador en las regiones subdesarrolladas que están bajo el
control imperialista, sino que sus repercusiones se resienten
también con gran fuerza en los países que pertenecen al
campo socialista. La más importante de ellas, es la necesidad
inevitable en que se ven de asignar una parte muy importan-
te de sus recursos nacionales al sostenimiento de instalacio-
nes militares. Pero, en el caso de estos países, estas instala-
ciones son defensivas. Enfrentándose al odio implacable de la
clase capitalista, amenazados con programas de "liberación"
y con "guerras preventivas", los países socialistas se ven obli-
gados continuamente a temer una agresión de parte de las
potencias imperialistas. David Sarnoff, uno de los principales
dirigentes monopolistas de los Estados Unidos, ha aclarado
suficientemente todo el problema. "Aunque los soviéticos no
desean más que nosotros una guerra atómica, aceptan el
riesgo de ella impulsando su ofensiva política. Nosotros tam-
poco podemos evitar los riesgos. (El Sr. Dulles dijo reciente-
mente que podía hacerse necesario '¡abandonar la paz con el
objeto de asegurar las bendiciones de la libertad!')."419 Sin

418
El general brigadier del ejército de los Estados Unidos, W. L. Ro-
berts, comandante de! Korean Miíitary Advisory Group, le informó al
corresponsal del New York Herald Tribune el 5 de junio de 1950... "El
KMAG es la demostración viviente de cómo una inversión inteligente
e intensiva en 500 soldados y oficiales norteamericanos fogueados en
el combate, pueden entrenar a 100 000 hombres para que peleen por
nosotros... En Corea, el contribuyente norteamericano tiene un ejérci-
to que es un estupendo perro de presa que vigila las inversiones reali-
zadas en este país y una fuerza que representa el máximo resultado
obtenido al menor costo." Citado en el libro de Gunther Stein, The
World the Dollar Built (Londres, 1953), p. 253.
419
"A New Plan to Defeat Communism", U. S. News and World Report
(27 de mayo de 1955), p. 139. Incidentalmente, debe hacerse notar que
los puntos de vista del general Sarnoff, en aquel entonces presidente
de la Radio Corporation of America, no pueden ser considerados como
los de un excéntrico. Como apuntaban los editores del U. S. News &
361
embargo —y en esto contrasta notablemente con los propa-
gandistas antisocialistas de un nivel más elevado—, David
Sarnoff percibe con gran agudeza que "es necesario darnos
cuenta de que el comunismo mundial no es un instrumento
en manos de Rusia, sino que Rusia es una herramienta en las
manos del comunismo mundial. En repetidas ocasiones,
Moscú ha sacrificado sus intereses nacionales por ajustados a
las necesidades del movimiento revolucionario mundial". Por
consiguiente, es obvio que la "ofensiva política" a la que se
refiere el general Sarnoff no tiene relación alguna con la ab-
surda noción del "imperialismo ruso", sino que es, sencilla-
mente, la propagación de la revolución social. De hecho,
"debe tenerse siempre a la vista el hecho de que el reto es
global. Las guerrillas rojas en Birmania, los comunistas en
Francia o en los Estados Unidos, los 'Huks' en las Filipinas,
los agentes rojos en la América Central, todos ellos son el
'enemigo' en igual medida que el mismo Kremlin".
Sin embargo, como hemos visto anteriormente, no es posi-
ble sostener que las revoluciones sociales son hechura de há-
biles agentes o que deben atribuirse a "la propaganda o insti-
gación soviética". Son el resultado de las luchas de clases
dentro de las sociedades capitalistas y nadie puede abolirías
o suspenderlas. De esto se desprende que una revolución so-
cial en un país que hoy es capitalista, puede inducir a los im-
perialistas a "abandonar la paz" y hundir al mundo en una
guerra atómica. Se desprende también, que el campo socia-
lista puede enfrentarse con una catástrofe de este tipo en
cualquier momento. El campo socialista no puede "regular"
las revoluciones sociales de forma tal que no molesten inde-
bidamente a los beneficiarios imperialistas de las "bendicio-
nes de la libertad"; tampoco puede prever cuál revolución se-
rá considerada por las potencias imperialistas como un casus
belli, como una señal para iniciar un holocausto general.
Esto no significa que una guerra total pueda estallar en
"cualquier momento", ni que el mundo viva permanente-

World Report en su nota de presentación, éstos fueron "discutidos


ampliamente con el presidente Eisenhower, quien alabó... este enfo-
que en su conferencia de prensa."
362
mente sobre un volcán, ni menos aún que el curso futuro sea
completamente impredecible. Sin embargo, sí quiere decir
que en nuestra época de imperialismo y de revoluciones so-
ciales, el peligro de una guerra está siempre presente y que
los países socialistas no tienen otra alternativa que la de sa-
crificar una parte muy importante de sus recursos en el man-
tenimiento de una defensa adecuada.420 La lentitud de su
avance que de ello resulta y la presión consiguiente sobre sus
niveles de vida, representan el costo principal que el imperia-
lismo impone a los pueblos de los países socialistas. Los efec-
tos de las campañas de propaganda que el imperialismo des-
encadena contra ellos provocan una tirantez adicional. Éstas
se calculan para que creen "un espíritu de motín, para que
mantengan al Kremlin fuera de equilibrio, para que ahonden
las grietas ya existentes, para que agudicen los problemas
económicos e imperiales" y a menudo consisten en "progra-
mas de carácter religioso y espiritual... [que] predican la fe en
lo Divino, el aborrecimiento de la impiedad comunista y la
resistencia al ateísmo".421 Estas campañas proporcionan cier-
to auxilio a los restos de las antiguas clases dirigentes en los
países socialistas, fortalecen las supersticiones en las mentes
de los campesinos y de los obreros atrasados, aumentan las
dificultades con que se tropiezan al educar y organizar al
pueblo para realizar un esfuerzo colectivo que elimine la po-
breza. Por consiguiente, estas campañas agravan las condi-
ciones internas de esos países, hacen más pesada la mano de
los que más desconfían de las intenciones de las potencias
occidentales y de esta forma, obstaculizan el progreso de es-
tas naciones hacia la democracia y el socialismo. Pero seguir
el consejo del general Sarnoff para que la "Voz de los Estados
Unidos de Norteamérica" se rebautice con el nombre de "Voz
de los Estados Unidos de Norteamérica por la libertad y la

420
Es aquí donde la lucha política e ideológica en contra del impe-
rialismo en los países capitalistas avanzados —lucha que reduce su
complacencia por iniciar guerras— se encadena directamente con el
esfuerzo por acelerar y facilitar el progreso económico y social de los
países sub-desarrollados, tanto capitalistas como socialistas.
421
Sarnoff, op cit., pp. 138 y 140.
363
paz", no hace diferencia alguna. "Los hechos son tercos" y
Dulles lo ha reconocido con la precisión necesaria: "No tiene
objeto contar con 'Voces de los E.U.A.' en mayor número y
de más potencia, a menos que tengamos algo que decir que
sea más persuasivo que lo dicho hasta ahora".422

III
El establecimiento de una economía socialista planificada es
una condición esencial, y de hecho indispensable, para lograr
el progreso económico y social de los países subdesarrolla-
dos. Pero, como Lenin lo plantea, "para la revolución bur-
guesa, que brota del feudalismo, se van creando gradualmen-
te, en el seno del viejo régimen, nuevas organizaciones eco-
nómicas, que modifican poco a poco todos los aspectos de la
sociedad feudal. La revolución burguesa tenía una sola mi-
sión: barrer, arrojar, romper todas las ataduras de la sociedad
anterior. Al cumplir esta misión, toda revolución burguesa
lleva a cabo lo que de ella se exige: acelerar el desarrollo del
capitalismo".423 La misión a que se enfrenta una revolución
socialista en un país atrasado es mucho más compleja. No
sólo debe generar un amplio desarrollo de las fuerzas pro-
ductivas del país, sino que también, con el objeto de lograr lo
primero, debe crear el orden social y económico totalmente
nuevo del socialismo. "La revolución burguesa termina, gene-
ralmente, con la conquista del poder, mientras que, para la
revolución proletaria, la conquista del poder no es más que
el comienzo, con la particularidad de que, en este caso, el
poder se utiliza como palanca para transformar la vieja eco-
nomía y organizar la nueva." 424
En esta "reconstrucción de la vieja economía y la organiza-
ción de la nueva", el primer paso y en muchas ocasiones el
decisivo, lo constituye la movilización del excedente econó-
mico potencial del país. En cierta medida, esto es relativa-
422
War or Peace (Nueva York, 1950), p. 261.
423
Selected Works in Two Volumes (Moscú, 1950), vol. II, Parte pri-
mera, pp. 418 ss.
424
J. V. Stalin, Sochinenya (Obras), vol. 8 (Moscú, 1948), p. 21 (sub-
rayado en el original).
364
mente sencillo. La expropiación de los capitalistas extranje-
ros y nacionales y de los terratenientes, así como la elimina-
ción consecuente de la sangría del ingreso corriente que pro-
vocan el consumo excesivo, los envíos de capital al exterior,
etc., conducen a un crecimiento instantáneo del excedente
económico real. A este respecto, el único problema económi-
co que surge es el de la naturaleza física de los recursos que
se liberan para usos alternos. Sin embargo, y en su mayor
parte, éstos existen ya en una forma tal que permiten su
transferencia inmediata a usos productivos. Sea que se pre-
senten en la forma de fuerza de trabajo y materiales utiliza-
dos en la construcción de casas habitación o para la fabrica-
ción de los artículos de lujo que consumen las clases de altos
ingresos, o bien que se disponga de ellos en forma de divisas
extranjeras que antes se gastaban en la importación de ar-
tículos no necesarios o se enviaban como transferencias de
fondos al extranjero, esta parte del excedente económico po-
tencial puede trasladarse directamente a usos productivos.425
Más complicada resulta la movilización del excedente eco-
nómico potencial que se presenta en la forma de cualquier
clase de mano de obra improductiva. Aunque desaparece la
estructura económica y social que mantenía a los comercian-
tes, corredores, prestamistas, etc., y por lo tanto también se
eliminan los cabarets, los hoteles, las tiendas y los distintos
establecimientos que satisfacían sus necesidades, las perso-

425
Obviamente, lo anterior se modifica en gran medida en el caso de
un bloqueo económico impuesto a un país socialista por el mundo
capitalista. En esas circunstancias, la venta normal de las exportacio-
nes puede ser imposible, teniendo consecuencias inmediatas desas-
trosas para el país bloqueado. Aunque en las condiciones del boicot al
petróleo del Irán, a raíz de la nacionalización temporal de las empre-
sas de la Anglo-Iranian Company, no se trataba del socialismo, éste
puede considerarse como un ejemplo bastante ilustrativo. Sin embar-
go, en conjunto, es apoco probable que tales bloqueos sean de larga
duración; la competencia entre los compradores de las mercancías de
exportación puede considerarse lo bastante aguda como para romper
el bloqueo al poco tiempo de iniciado. Esto se aplica particularmente
a situaciones en que las mercancías involucradas son materias primas
y productos alimenticios de un mercado mundial amplio.
365
nas que se ven afectadas por ello no siempre es posible
transferirlas fácilmente a otras ocupaciones alternas. Si bien
en un período un poco más largo la reasignación se opera
por sí sola, durante el lapso de transición, las dificultades y
las privaciones individuales que esto implica pueden asumir
proporciones considerables. Es evidente que el problema
disminuye en la medida que algunas de estas personas emi-
gren, como ha sucedido en numerosos países. Pero si per-
manecen dentro del país, se convierten en una carga para
sus parientes o para la asistencia pública, o bien encuentran
alguna forma de emplearse en trabajos productivos en los
que, por razones caritativas, reciben salarios excesivos para
lo que en realidad contribuyen a la producción social. Es ob-
vio que la crisis es más aguda en los casos de personas de
edad avanzada. En la gente joven, su reorientación hacia un
nuevo modo de vida se realiza con relativa facilidad. De to-
das maneras, el volumen total de consumo que realizan las
clases improductivas se reduce en proporción muy impor-
tante.
Esta declinación del consumo improductivo no puede, de
ninguna manera, traducirse en un aumento correspondiente
del excedente económico real. En gran medida, conduce a
un incremento del consumo masivo. Si la expropiación de las
empresas industriales y mineras, de los ferrocarriles, de los
grandes establecimientos de materias primas, etc., normal-
mente transferirá a la sociedad el control del excedente que
éstas generaban, la revolución agraria, que forzosamente de-
be ser parte integrante de la revolución en la mayoría de los
países subdesarrollados, al dividir las grandes propiedades y
abolir el pago de las rentas de los campesinos, así como me-
diante la eliminación de comerciantes, usureros, etc., y al
terminar con la explotación del pueblo por el capital mer-
cantil, no transfiere el excedente económico de las manos
privadas a las públicas. Al destruir sus bases sociales, barre
con ello totalmente y por ende incrementa el ingreso real de
la población rural en la proporción correspondiente.426
426
En la Rusia de antes de la primera Guerra Mundial, los terrate-
nientes y los kulaks tenían entre ambos el 50% de la producción total
366
Esto no quiere decir que este incremento del consumo y
del excedente económico real se efectúe inmediatamente
después de realizada la revolución. El descenso de la produc-
ción total, que probablemente tendrá lugar a causa de los
disturbios y de la desorganización que necesariamente
acompañan y siguen a las crisis revolucionarias, puede no só-
lo impedir un aumento de la inversión y el mejoramiento de
las condiciones de vida, sino que, en realidad, puede ocasio-
nar una reducción más o menos drástica de ambos. De he-
cho, no sólo puede desaparecer el excedente económico, sino
que las regiones urbanas pueden tropezar con serias dificul-
tades. Es evidente que no puede postularse un principio ge-
neral sobre la duración probable y la profundidad que alcan-
ce esta postración. Esto dependerá de la intensidad de la lu-
cha política que acompañe a la transición revolucionaria, del
alcance de la resistencia que la clase dirigente oponga al
nuevo gobierno revolucionario, etc. Dependerá también del
entusiasmo, de la conciencia cívica y de la disciplina del pue-
blo, así como de la madurez de las fuerzas socialistas que lle-
guen al poder y su capacidad para encontrar la política ade-
cuada y crear rápidamente la maquinaria de la nueva admi-
nistración. "La diferencia entre la revolución socialista y la
burguesa está precisamente en que esta última encuentra

de cereales para la fabricación de pan, vendiendo el 47% y el 34% de


sus producciones respectivas. Los pequeños y medianos propietarios,
que producían la otra mitad de granos, llevaban al mercado el 14.7 %
del total de sus cosechas. En los años de 1926-1927, los kulaks, que co-
sechaban el 13 % de la producción total de granos, vendían el 20 % de
dicha producción, en tanto que los pequeños y medianos campesinos,
a los que ya correspondía el 85.3 % de la producción total, apenas si
vendían el 11.2 %. Como resultado de esto, las ciudades recibieron
aproximadamente la mitad de grano que antes de la revolución. El
hecho notable es que procesos similares han tenido lugar en la China
posrevolucionaria, como se puede observar en el interesante estudio
de M. Ganguli, "Reorganization of Chínese Agricultura after land Re-
form", Iridian Economic Review (agosto de 1953). Doreen Warriner se-
ñala algo similar en los países de Europa Oriental y Sudoriental des-
pués de sus revoluciones. Véase su libro Revolution in Eastern Europe
(Londres, 1950).
367
formas plasmadas de relaciones capitalistas, mientras que el
poder soviético, el poder proletario, no hereda estas relacio-
nes ya hechas... La organización de la contabilidad, el control
sobre las empresas más grandes, la transformación de todo el
mecanismo económico del Estado en una sola máquina gi-
gantesca, en un organismo económico que funcione de tal
modo que centenares de millones de personas se rijan por un
solo plan: he aquí la gigantesca tarea de organización que
descansa sobre nuestros hombros."427 En este aspecto, así
como en muchos otros, cada nuevo gobierno socialista se en-
frenta a una tarea más sencilla que a la que se enfrentó un
gobierno socialista que en fecha anterior conquistó el poder
en otro país. La experiencia histórica es acumulativa para
aquellos que la entienden y el famoso aforismo de Hegel de
que "los pueblos y los gobiernos nunca han aprendido nada
de la historia" es ya una generalización que el propio curso
de la historia ha hecho obsoleta. Los partidos socialistas que
en el futuro lleguen al poder en diversos países, podrán nu-
trirse con la rica experiencia de la Unión Soviética, tanto en
lo positivo como en lo negativo, y podrán, por lo tanto, aho-
rrarse, aunque sea parcialmente, las penalidades de andar a
tientas a cada paso, que fue el destino del primer gobierno
socialista de la historia.
Sin embargo, no puede confiarse en que esto, o la asisten-
cia técnica y la ayuda material que recibirán los países recién
llegados al campo socialista de parte de los miembros más
antiguos, pueda evitar totalmente las fricciones y las dificul-
tades del período inicial. Estas fricciones y dificultades, que
se agravan más o menos según sean las intervenciones ex-
tranjeras en lo militar, lo político y lo económico, son las que
ocasionan la "reducción de los niveles de vida" que tanto de-
ploran y condenan los escritores burgueses sobre este tema.
Pero, como lo subrayó Lenin, "para que la revolución tenga
éxito, el proletariado no tiene el derecho a detenerse ante la
baja temporal de la producción, así como no se detuvieron
los burgueses enemigos de la esclavitud ante la baja temporal

427
Lenin, op. cit., p. 420.
368
de la producción de algodón a consecuencia de la guerra civil
en los años de 1863-65".428
Sin embargo, lo que tiene una importancia decisiva es
que la agitación revolucionaria durante la cual se hace
inevitable la baja de la producción, del consumo y de la in-
versión, sea un fenómeno transitorio, cuya duración se exa-
gera habitualmente por la propaganda contrarrevoluciona-
ria. En Rusia, donde la postración económica fue causada
tanto por la primera Guerra Mundial como por la revolu-
ción que la siguió y la guerra civil, tomó únicamente unos
cuantos años alcanzar en la producción el nivel de pregue-
rra y aproximadamente ocho años el tener nuevamente la
posición industrial de la preguerra. En China, al igual que
en la mayoría de los países socialistas de Europa Oriental y
Sudoriental, donde la destrucción provocada por la guerra
también dañó en gran medida su capacidad productiva, los
niveles de producción de la preguerra fueron superados
dentro del lapso de los dos o tres años que siguieron a sus
revoluciones.429
Una vez terminada la crisis revolucionaria, cuando se ha
alcanzado el volumen del producto prerrevolucionario y se
ha estabilizado el nuevo orden tanto en lo político como en
lo administrativo, la expansión económica no se basa en la
baja del consumo masivo a un nivel inferior al prerrevolu-
cionario. Sin embargo, esta expansión dependerá fundamen-
talmente de que, en aquellos países en que la revolución
agraria haya acompañado a la revolución social, se obtenga
nuevamente el excedente económico potencial que ha sido
absorbido por un aumento del consumo de los campesinos.

428
Selected Works in Two Volumes (Moscú, 1950), vol. II, Parte se-
gunda, p. 457 (las fechas 1863-65 están en el texto de Lenin).
429
En la mayoría de las economías planificadas de Europa Oriental y
Suroriental, el volumen de producción de la preguerra se alcanzó en
el año de 1949; Cf. United Nations Economic Survey of Europe in 1949
(1950). En China, la producción total para el año de 1952, es decir, tres
años después de la formación de la República Popular, fue mayor que
la lograda en cualquier otro año de su historia; Cf. United Nations,
Eco nomic Bulletin for Asia and the Far East (noviembre de 1953).
369
La importancia que asume este problema difiere obviamente
de país a país, dependiendo de la estructura económica que
tenían con anterioridad a la revolución. En numerosos paí-
ses, como por ejemplo los productores de petróleo en el Me-
dio Oriente o las regiones que producen minerales en África
o en la América Latina, el monto del excedente económico
que la revolución social coloca en manos de la sociedad pue-
de ser tan grande, que aun cuando se use una parte de éste
para el incremento inmediato del consumo masivo, quedará
bastante para que el gobierno pueda iniciar un ambicioso
programa de inversiones productivas. En otras partes, allí
donde el grueso de la producción (y, por consiguiente, del
excedente económico) se obtiene de la agricultura y éste ha
sido absorbido después de la revolución por los pequeños y
medianos campesinos, la movilización de este excedente re-
presenta la condición indispensable para cualquier intento
de desarrollo.
Empero, es precisamente allí donde es inevitable esa movi-
lización del excedente económico, que las dificultades que
ésta ofrece son más grandes. El incremento del consumo ma-
sivo que provocó la revolución agraria, aunque absorbe una
gran parte del excedente potencial total, apenas si permite
un aumento per cápita relativamente pequeño y no constitu-
ye un cambio cualitativo en los niveles de vida de los campe-
sinos. Alivia su estado de inanición, pero no termina con su
estado de pobreza abismal. Por consiguiente, todos los es-
fuerzos que haga el gobierno por apoderarse de este aumen-
to de sus ingresos reales y dedicarlo a fines productivos, en-
contrarán una resistencia amarga.
La experiencia soviética durante la década de los veintes, es
típica de lo que ocurre inmediatamente después de una revo-
lución agraria. Aunque un impuesto sobre la renta parece ser
la solución más simple a este problema, una medida de este
tipo es completamente inútil dentro de la estructura de una
economía campesina de minifundio. Ni la determinación del
ingreso correspondiente a cada campesino, ni la recaudación
del impuesto a un número cada vez más elevado de campe-

370
sinos de subsistencia,430 es una tarea viable. Las autoridades
fiscales tropiezan con una fuerte oposición por parte de los
campesinos que acaban de liberarse de la carga de las rentas
y de los impuestos de la época prerrevolucionaria y, lo que es
más importante todavía, la propia naturaleza de la produc-
ción de la agricultura de subsistencia hace el pago del im-
puesto casi imposible. Formada por una gran variedad de
productos agrícolas y vendiéndose sólo una mínima parte,
esta producción sólo deja al campesino de subsistencia in-
gresos monetarios mínimos. Además, la recolección de im-
puestos en especie es una tarea administrativamente irreali-
zable. Otro de los métodos que pueden concebirse para "ex-
traer" parte de la producción agrícola, tampoco promete
buenos resultados; me refiero a la llamada "apertura de las
tijeras", es decir, un cambio en los precios relativos a favor de
la industria nacionalizada. Tal estrategia también se ve frus-
trada por la pobreza del campesino de subsistencia, cuya
economía seminatural reduce al mínimo la cantidad de pro-
ductos que canjea por los bienes manufacturados más indis-
pensables (kerosena, cerillos, etc.). Por otra parte, los campe-
sinos más ricos, los kulaks, que son los que están en posesión
de ciertas cantidades de productos agrícolas destinados al
mercado, tienden a incrementar su propio consumo o a utili-
zar sus excedentes en la compra de ganado o de otros activos
de los campesinos (o de los residentes particulares de la ciu-
dad) y no a comerciar con el gobierno cuando estiman que la
relación de precios está por abajo de la relación de "paridad".
Al mismo tiempo, el Estado y las empresas cooperativas que
se hacen cargo de la distribución y de las funciones crediti-
cias, no pueden emprender las actividades extorsionadoras
que realizaban los comerciantes y los prestamistas de antes.
Por consiguiente, la movilización del excedente económico
potencial, que estaba inactivo en la estructura de la sociedad
prerrevolucionaria, se convierte en el problema primordial
que tiene que resolver el gobierno socialista, si quiere ser ca-
430
Antes de la primera Guerra Mundial, había en Rusia de 15 a 16 mi-
llones de parcelas campesinas. Para 1927 su número era de 24 a 25 mi-
llones.
371
paz de emprender un programa planificado de desarrollo
económico. De hecho, en tanto no se realiza esta moviliza-
ción, la planificación no logra uno de sus principales aspec-
tos, que es efectuar la distribución de la producción total en-
tre el consumo corriente y el excedente económico. En esto
radica una de las diferencias fundamentales entre el orden
socialista y el capitalista. En el capitalismo, la estructura de la
producción total, su distribución entre el consumo masivo y
el excedente económico, así como la asignación del propio
excedente económico entre el consumo de los capitalistas y
los diversos tipos de inversión, está determinada por las rela-
ciones de producción prevalecientes, por la elevación al má-
ximo de las ganancias por parte de la clase capitalista y por la
distribución existente de los medios de producción y de in-
greso. En una economía socialista planificada, tanto la es-
tructura de la producción social como la disposición que de
ella se hace, están sujetas a una decisión consciente y racio-
nal por parte de dicha sociedad. "Las condiciones de vida que
rodean al hombre y que hasta ahora lo dominaban, se colo-
can a partir de este punto bajo su dominio y su control, con-
virtiéndose el hombre, por vez primera, en el amo consciente
y real de la naturaleza, puesto que se ha transformado en
amo de su propia organización social. Las leyes de su propia
actividad social, que hasta ahora las había considerado como
extrañas, como leyes naturales que lo dominaban, serán apli-
cadas y dominadas por el hombre con un pleno conocimien-
to de ellas."431
Sin embargo, esta situación no puede existir en tanto una
parte bastante grande y vitalmente importante del producto
nacional —la de la agricultura— sea inaccesible a la planifi-
cación de un gobierno socialista. La única forma de incluirla
dentro del vínculo general de la economía nacional es elimi-
nando a la agricultura de subsistencia como la forma princi-
pal de la actividad agrícola y transformando a la agricultura
en una industria especializada, con división del trabajo y
orientada hacia el mercado. De esta forma, la estructura de la

431
F. Engels, Anti-Duhring (Nueva York, 1939), p. 309.
372
producción, así como su distribución entre el consumo de los
trabajadores y el excedente que corresponde a la sociedad en
su conjunto, puede ser determinada por la autoridad planifi-
cadora, como sucede en las otras industrias. En las condicio-
nes del socialismo, esta transformación sólo puede realizarse
mediante cooperativas campesinas de producción, a través
de la colectivización de la agricultura —tema al que nos refe-
riremos a continuación—. Aunque a este aspecto del pro-
blema no debe dársele un énfasis excesivo a expensas de
otros que son igualmente importantes, debemos insistir en
que aunque no existiesen otras razones poderosas que hicie-
sen deseable la colectivización de la agricultura, la necesidad
vital de movilizar el excedente económico generado por la
agricultura sería por sí sola suficiente para hacer indispensa-
ble la colectivización. Al transferir el control de la produc-
ción agrícola de los campesinos a las administraciones de las
granjas colectivas, que están supervisadas por el gobierno, la
colectivización destruye la base de resistencia de los campe-
sinos para la "extracción" del excedente económico. Una vez
que se logra la colectivización, la parte de la producción total
que va a ser consumida por los campesinos puede fijarse me-
diante asignaciones directas a los miembros de las granjas
colectivas, en tanto que el consumo de mercancías no agríco-
las que éstos hacen puede regularse fijando los precios que
paga el gobierno por la parte de la producción agrícola que
se destine al mercado y cargarse al sector nacionalizado de la
economía a cambio de los bienes de que abastece a la pobla-
ción rural.
El que al gobierno socialista le toque decidir qué parte de
la producción total debe retirarse del consumo y dedicarse a
la inversión (o a usos colectivos), no implica en sí nada acer-
ca del contenido de esa decisión. Aunque el objetivo de la
planificación económica en el socialismo es, de acuerdo con
el planteamiento de Stalin, "asegurar la máxima satisfacción
de las necesidades materiales y culturales, en constante as-
censo, de toda la sociedad, mediante el desarrollo y el per-
feccionamiento ininterrumpidos de la producción socialista

373
sobre la base de la técnica más elevada",432 la distribución de
los recursos entre las necesidades materiales y culturales, así
como la velocidad de expansión y de perfeccionamiento de la
producción socialista, deben decidirse con base en las condi-
ciones concretas que prevalezcan en cualquier fase particular
del desarrollo histórico de un país. Por consiguiente, un país
socialista económicamente avanzado puede, en una cierta
fase de su evolución, considerar innecesario el esforzarse en
lograr un incremento particularmente rápido de su produc-
ción material per cápita. La eliminación del desperdicio y de
la irracionalidad, que caracterizan al orden capitalista, y la
reorganización de la producción social concomitantes, pue-
den considerarse como los requisitos necesarios para asegu-
rar a la sociedad una oferta suficiente de bienes materiales.
La reposición corriente del desgaste normal del equipo pro-
ductivo, realizada con base en una técnica avanzada y com-
binándola con una inversión productiva comparativamente
pequeña, respecto al producto neto, puede bastar para al-
canzar tasas de crecimiento tales, que no sólo proporcionen
niveles de vida adecuados para una población creciente, sino
que permitan una generosa ayuda a los países subdesarrolla-
dos y una notoria disminución de la jornada de trabajo. Co-
mo la expansión de las necesidades culturales posiblemente
sólo requiera una inversión relativamente pequeña y, en su
mayor parte, quizá sólo se traduzcan en un ocio adicional,
las autoridades planificadoras pueden, en esas circuns-
tancias, mantener el excedente económico real dentro de lí-
mites bastante estrechos. Por otra parte, un país socialista
atrasado como la Unión Soviética, cercada por potencias ca-
pitalistas hostiles, ha tenido que enfrentarse a una situación
totalmente distinta. Las tasas máximas de crecimiento de la
producción material que podrían obtenerse, eran dictadas no
sólo por la necesidad de elevar de una manera radical la ofer-
ta per cápita tan increíblemente baja de alimentos, vestidos,
habitaciones, etc., sino también por la urgencia que tenían
de crear rápidamente un potencial militar suficiente para
432
Economic Problem of Socialism in the USSR (Nueva York, 1952), p.
33.
374
desalentar a cualquier agresor extranjero.433 Es obvio que,
dentro de este marco, la autoridad planificadora tratará de
dividir la producción total de tal forma que le permita tener
la máxima inversión que sea posible para la producción de
los bienes materiales que constituyen las bases indispensa-
bles para el progreso. En forma similar, en algunos de los
países que han entrado recientemente en el campo socialista,
la asignación masiva de recursos para fines de defensa podría
considerarse como innecesaria en virtud de la localización
geográfica y de otras razones, en tanto que la construcción
acelerada de los medios de transporte puede estimarse como
vital. En otro país, lo más indicado puede ser prestar la ma-
yor atención a las necesidades educativas, dando a los otros
objetivos una prioridad más baja. En todos estos casos, debe-
rán retirarse diferentes proporciones de la producción total
para fines de inversión.
Por lo tanto, ni siquiera pueden hacerse generalizaciones
sobre la magnitud total de la producción material que una
sociedad socialista se esforzará en obtener una vez que se
haya alcanzado un cierto nivel de adelanto. Tampoco es po-
sible formular principios abstractos acerca de la división de
la producción total entre el consumo y la inversión. Más aún,
aunque la elevación al máximo de las tasas de crecimiento —
si es esto lo que se requiere en una situación concreta—
equivale a la reducción al mínimo del consumo corriente (o
inversamente a la elevación al máximo del excedente eco-
nómico), sería erróneo igualar esta reducción del consumo
que favorece al crecimiento acelerado con su disminución a
niveles mínimos. Dada la obvia relación que existe entre los
niveles de consumo y la capacidad y el deseo que tiene la po-
blación para trabajar, la determinación del consumo mínimo
que sea compatible con la producción y el crecimiento má-

433
"Marchamos con un atraso de cincuenta a cien años respecto a los
países adelantados. En diez años tenemos que salvar esta distancia. O
lo hacemos o nos aplastan." J. Stalin, Sochinenya (Obras), vol. 13
(Moscú, 1951), p. 39. Es interesante apuntar que esta declaración fue
hecha el 4 de febrero de 1931, es decir, casi exactamente diez años an-
tes de la invasión alemana a la Unión Soviética.
375
ximo podrá requerir —y en la mayoría de los países subdesa-
rrollados esto será una exigencia— un incremento más o me-
nos sustancial de los niveles de consumo existentes. Si se
considera una pequeña producción inicial y, de acuerdo con
esto, una posibilidad limitada para lograr dicho incremento,
éste deberá diferenciarse, otorgándose los aumentos más
grandes a aquellos sectores donde se considere que este in-
centivo será más eficaz. Por ende, aunque a primera vista
puede parecer correcto suponer que la elevación al máximo
de las tasas de crecimiento exige la reinversión con fines
productivos de todos los aumentos de producción que se ob-
tengan de la inversión corriente, de hecho, el dividir dichos
incrementos de tal forma que se aumenten tanto la inversión
como el consumo, puede ser el método más efectivo, y en
ocasiones el único posible, para lograr el mayor crecimiento
de la producción.
Este problema fue captado plenamente en la famosa reso-
lución del Decimoquinto Congreso del Partido Comunista de
la U.R.S.S. "Sobre las directivas concernientes a la formula-
ción del Plan Quinquenal de desarrollo económico": "Por lo
que respecta a la relación entre la acumulación y el consumo,
es necesario tener presente que es imposible abordar este
problema desde el punto de vista de una magnitud máxima
simultánea para los dos... ya que esto es un problema irreso-
luble. Tampoco es posible abordarlo con una preocupación
unilateral por la acumulación para un período dado, o con
un interés unilateral por el consumo. Tomando en cuenta
tanto la contradicción relativa entre estos elementos como
su interacción e interdependencia, y considerando que para
un período largo de desarrollo ambas preocupaciones coin-
ciden, se hace necesario enfocar el problema desde el ángulo
de una combinación óptima de los dos factores. Con relación
a la velocidad del desarrollo, también es necesario tener pre-
sente la extrema complejidad de esta tarea. En este aspecto,
no es imprescindible tratar de alcanzar un ritmo de acumu-
lación máximo para el próximo año o para los dos o tres si-
guientes, sino que debe buscarse una coordinación tal de to-
dos los componentes de la economía nacional, que asegure el
376
desarrollo más rápido por un período largo."434
Por consiguiente, la parte de la producción total que se
transforma en excedente económico real, se determina, en el
socialismo, con base en las posibilidades específicas, las ne-
cesidades y las tareas que caracterizan a una sociedad socia-
lista particular en una etapa dada de su desarrollo histórico.
Por lo que toca a la magnitud, a los procesos por los que se
genera y a los fines que sirve, ese excedente económico no
tiene nada en común con el de la sociedad capitalista. Como
es un excedente económico planificado, puede mantenerse
dentro de los límites que marcan las necesidades de toda la
sociedad; como es un excedente económico planificado, pue-
de ser movilizado de tal forma que su carga se distribuya
equitativamente entre toda la población y, como es un exce-
dente económico planificado, puede utilizarse de manera que
propicie el desarrollo óptimo de los recursos humanos y ma-
teriales de la sociedad a largo plazo.

IV
Habiéndose decidido el volumen del excedente que va a in-
vertirse en un período dado, la tarea central de los organis-
mos de planificación de una sociedad socialista es determi-
nar su asignación más adecuada. Como no es nuestra inten-
ción invadir el terreno vecino de la teoría de la planificación
económica, trataremos meramente de esbozar los que pare-
cen ser los principales problemas involucrados.
En primer lugar, está la cuestión —a la que se le ha pres-
tado gran interés en la literatura económica occidental— de
si debe buscarse el desarrollo económico a través de la in-
dustrialización, o bien si debe irse al encuentro del progreso
mediante la elevación de la productividad de la agricultura.
Planteado como una generalización, el problema es total-
mente inabordable. Pero si se le enfoca en forma concreta,

434
VKP (B) v Resolutsiakh i Reshiniakh S'ezdov, Konferentzii i Ptenu-
mov TsK (Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética; Re-
soluciones y Decisiones de sus Congresos, Conferencias y Sesiones
plenarias del Comité Central) (Moscú, 1941), Parte 2, p. 236.
377
desaparece el dilema que ello implica, o bien la respuesta es
casi axiomática. Podemos aclarar esta cuestión si la visuali-
zamos en relación con los países capitalistas subdesarrolla-
dos y si suponemos que lo que se persigue es la política más
deseable por parte de alguna autoridad planificadora, pues
de otra manera la investigación pierde todo sentido. El pro-
blema puede abordarse considerando a la agricultura en sus
dos formas más generalizadas, es decir, las empresas de plan-
tación en gran escala y la agricultura de subsistencia. En lo
que respecta a la primera, nada necesitamos agregar a lo que
se dijo anteriormente. La mecanización y la mayor producti-
vidad de las plantaciones que producen predominantemente
para la exportación, difícilmente mejorarán las condiciones
de los países del caso. De hecho, el efecto de ésta puede ser
completamente desventajoso, ya que las máquinas adiciona-
les desplazarán algunos de los trabajadores nativos de la
plantación, privándolos de los magros medios de vida que
anteriormente podían obtener. Como los implementos que
se usan para mecanizar las operaciones de la plantación, ha-
bitualmente se importarán, su manufactura no ofrecerá
oportunidades de empleo que compensen la reducción que
ella provoca. El incremento de la productividad de la mano
de obra que permanece ocupada tampoco se traducirá en
una elevación de las tasas de salarios; es casi seguro que el
exceso de oferta de mano de obra ahogue en el nido tales
procesos. Lo único que se conseguirá será una expansión de
las utilidades que obtienen los propietarios (nacionales y ex-
tranjeros) de las plantaciones, las cuales se irán al exterior y
se utilizarán en la misma forma que las que se obtuvieron
antes. La expansión de las plantaciones que quizá provoque
el aliciente de las mayores utilidades, tampoco tendrá conse-
cuencias favorables. Las plantaciones adicionales acarrearán
más desplazamientos de los campesinos de subsistencia, un
mayor empobrecimiento de la población rural y un desequi-
librio más acentuado en el desarrollo económico del país
atrasado.
El problema se complica en el caso de la agricultura de
subsistencia. No hay duda alguna de que, en los países sub-
378
desarrollados, pueden tomarse varias medidas para favorecer
a los campesinos de subsistencia. Puede elevarse su ingreso
real si se les proporciona mejores semillas y ganado o se les
da asesoramiento agronómico y crédito más barato. Sin em-
bargo, la tasa de mejoramiento que puede obtenerse por es-
tas medidas es tan pequeña, que probablemente el creci-
miento de la población impedirá cualquier aumento aprecia-
ble en la producción per cápita. Ciertamente, no puede espe-
rarse que, en esta forma, se lograrán excedentes. Sin embar-
go, todas estas medidas de mejoramiento, cuando no se tra-
ducen en excedentes, se convierten en acciones casi filantró-
picas, asumiendo la forma de un "reconstituyente" esporádi-
co; dichas medidas no desarrollan un impulso propio y no
pueden constituir la base de una expansión posterior. De he-
cho, sólo puede obtenerse un incremento importante de la
productividad agrícola cuando se utilizan técnicas modernas
de cultivo —tracción mecánica, equipos complejos, abo-
nos—, las cuales en su mayor parte sólo son aplicables a la
agricultura en gran escala. El campesino de subsistencia de
las regiones atrasadas (y en este aspecto, también el de cual-
quier otra) no tiene los medios para adquirir los instrumen-
tos necesarios y, lo que es todavía más importante, tampoco
podrá utilizarlos en su pequeña parcela.
Es evidente que la agricultura en gran escala puede surgir
en el curso del desarrollo capitalista (de hecho, en algunos
países avanzados ha surgido). Pero esto será el resultado de
lo que llamamos anteriormente la "contrarrevolución agra-
ria", de la penetración masiva del capitalismo en la agricultu-
ra, de una enorme diferenciación de la población rural y de la
consiguiente evolución de los capitalistas y del proletariado
agrícolas. Pero, además del hecho de que este proceso fue ex-
tremadamente doloroso, pues estuvo acompañado del cer-
camiento de tierras y de la ruina de grandes masas de cam-
pesinos, únicamente pudo realizarse una vez efectuada la
transición de la fase mercantil del capitalismo a la etapa in-
dustrial. Fue esta transición lo único que propició la invasión
capitalista de la agricultura y la revolución técnica en los mé-
todos de cultivo, creando al mismo tiempo un mercado para
379
los productos de las grandes empresas agrícolas, y una opor-
tunidad de empleo, aunque en forma parcial, para las masas
rurales desplazadas y desposeídas. Por lo tanto, debe quedar
claro —aun para aquellos que en la actualidad gustan de re-
comendar esta forma de desarrollo a los países atrasados—
que sólo mediante la industrialización de esos países puede
alcanzarse un incremento sustancial de la productividad de
su agricultura. Sin embargo, en los escritos burgueses sobre
este tema abundan las advertencias en contra de un "énfasis
exagerado" en la industrialización y de un "nacionalismo fa-
nático que conduzca a una precipitación excesiva del desa-
rrollo industrial", etc. En realidad, el hacer énfasis en la prio-
ridad de la agricultura —admitiendo como concesión la
deseabilidad de algunas industrias de bienes de consumo—
se ha convertido en el signo distintivo de una actitud "pru-
dente" y "propia de estadistas" de la opinión oficial occiden-
tal respecto al desarrollo económico de los países atrasados.
Aunque esta posición puede tener cierto mérito en el caso de
algunos países capitalistas subdesarrollados que emprenden
la realización de proyectos industriales más o menos aisla-
dos, que no están planeados adecuadamente, ni se encuen-
tran coordinados con otras políticas económicas, fundamen-
talmente refleja una preocupación por los intereses del capi-
tal monopolista occidental y no por los de los pueblos que
habitan los países subdesarrollados. Esto se ha declarado de
una manera tan franca en un documento oficial de gran im-
portancia, que merece citarse con cierta amplitud. "La po-
tencialidad y los problemas de los países subdesarrollados,
así como la naturaleza de nuestro interés en su desarrollo
económico, nos indica el tipo de programas de desarrollo que
debemos apoyar... Para aquellos países cuyos recursos pue-
dan desarrollarse y abastecer provechosamente la demanda
mundial, éste parece ser el modo más eficaz de obtener bie-
nes adicionales... En la mayoría de los casos, la exigencia
principal será lograr un desarrollo que mejore la producción
agrícola. Este tipo de desarrollo debe equilibrarse mediante
el otorgamiento de mayores facilidades a la producción in-
dustrial, que en sus comienzos deberá orientarse especial-
380
mente hacia las industrias ligeras que producen bienes de
consumo... Los Estados Unidos tendrán una necesidad cre-
ciente de materias primas, particularmente de minerales, en
la medida que sus recursos internos se agoten progresiva-
mente." 435
Es obvio que un gobierno socialista de un país subdesarro-
llado no puede tener nada en común con una política de
"desarrollo" que se calcula para mantener a los países atra-
sados como fuentes de materias primas para las potencias
imperialistas del Occidente y, por ende, para perpetuar su
estado de atraso económico, político y social. En una socie-
dad socialista, el dilema entre la industrialización y el mejo-
ramiento de la agricultura carece totalmente de sentido,
puesto que el progreso es indivisible y una de las condiciones
más importantes para lograr un desarrollo rápido y saludable
es el mantenimiento de la armonía entre estos dos sectores
de la sociedad. Puesto que una revolución social en los países
subdesarrollados no puede esperar, y de hecho no espera, a
que "se desarrolle en todas partes, hasta sus últimas conse-
cuencias, la producción capitalista, a que hayan caído en las
garras de la gran explotación capitalista hasta el último pe-
queño artesano y el último pequeño campesino",436 el atraso
que prevalece en la mayoría de los países, y el estado casi
medieval en que se encuentra su agricultura, constituyen el
legado más importante del capitalismo que tiene que superar
la sociedad socialista. El método mediante el cual esto debe
realizarse, fue señalado por Engels. Para evitar a los peque-
ños campesinos la experiencia destructiva y espontánea del
desarraigo y de la proletarización a que los condena la trans-
formación capitalista de la agricultura, debe ofrecérseles "la
oportunidad de que implanten ellos mismos la gran explota-
ción, no por cuenta del capitalismo sino por su propia cuen-
ta, colectivamente", y capacitarlos para realizar "la transfor-
mación de sus empresas privadas y de sus posesiones priva-
435
Report to the President Foreign Economic Policies ("Gray Re-port")
(Washington, 1950), p. 59 (subrayado por el autor).
436
F. Engels, "The peasant Question in France and Germany", en las
Selected Works de Marx y Engels (Moscú, 1949-1950), vol. II, p. 395.
381
das en empresas cooperativas".437
Este programa fue desarrollado —dándole la concreción y
la precisión necesarias— por Lenin en la Unión Soviética.
En 1918, lo formuló con gran claridad: "El desperdicio de
fuerza de trabajo y de energía que se efectúa en la pequeña
economía campesina no puede continuar. Si se realizase una
transformación de esta economía pulverizada en una eco-
nomía socializada, la productividad del trabajo podría dupli-
carse o triplicarse y el trabajo humano podría reducirse dos o
tres veces, tanto en la agricultura como en todas las otras ac-
tividades humanas... Es nuestra tarea y nuestro deber dirigir
[todas las fuerzas de la técnica]... de tal forma que la rama
más atrasada de la producción, que es la agricultura... sea
puesta sobre nuestra ruta, para que se transforme y deje de
ser un oficio obsoleto e irracional, y se convierta en una acti-
vidad basada en la ciencia y en los adelantos de la técnica."
438

No es necesario reflexionar profundamente para compren-


der que este reconocimiento de la urgencia del desarrollo
agrícola no tiene nada en común con la idea de que la agri-
cultura debe tener prioridad sobre la industria o con la de
que su mejoramiento debe considerarse la "necesidad princi-
pal" de los países subdesarrollados. En innumerables ocasio-
nes Lenin hizo hincapié en la importancia trascendental que
tiene la industrialización. "La salvación de Rusia no reside en
una buena cosecha en el campo —esto no basta—; ni está só-
lo en el buen estado de la industria ligera, que abastece a los
campesinos de los artículos de consumo —esto tampoco bas-
ta—; necesitamos, además, una industria pesada. Mas, para
ponerla en buenas condiciones, se necesitarán muchos años
de labor."439 Desde un punto de vista más amplio y más ge-
neral, Lenin subrayaba que "cuando Rusia esté cubierta por
un gran sistema de estaciones eléctricas y de potentes insta-
laciones técnicas", nuestra construcción económica comunis-
437
Ibid., pp. 393, 394.
438
Sochinenya (Obras) (Moscú, 1947), vol. 28, p. 319.
439
Selected Works in Two Volumes (Moscú, 1950), vol. II, Parte se-
gunda, p. 697 (subrayado en el original).
382
ta servirá de ejemplo para Asia y Europa cuando inicien su
construcción del socialismo".440 En realidad, la moderniza-
ción de la agricultura y la industrialización en gran escala es-
tán ligadas tan estrechamente como dos hermanos siameses.
El crecimiento de la industria es el que abastece a la agricul-
tura de la técnica necesaria para su desarrollo y de los bienes
de consumo manufacturados que requiere la población rural,
mientras la expansión agrícola proporciona los alimentos
que consume la creciente mano de obra ocupada en la indus-
tria y muchas materias primas para la ascendente producción
industrial. Más todavía, "el ahorro de trabajo es precisamente
una de las ventajas de la gran explotación agrícola",441 y re-
presenta un prerrequisito indispensable para la industrializa-
ción, en tanto que la evolución de la industria moderna es lo
que proporciona el mercado para una producción agrícola
más amplia.
Es evidente que la comprensión de esta interdependencia
no parece señalar directamente el punto de apoyo desde el
que puede sacarse a toda la industria del punto muerto. ¿El
excedente económico de que se dispone debe usarse funda-
mentalmente para inversiones en la agricultura, o se debe
dedicar a la construcción industrial? El primero de estos ca-
sos nos conduce a la comprobación antes mencionada de
que, en las condiciones de una economía campesina "pulve-
rizada", no se tienen las oportunidades suficientes para reali-
zar inversiones beneficiosas ni las perspectivas adecuadas
para que la inversión que se realice proporcione, en un plazo
corto, un excedente importante para usarse en el desenvol-
vimiento industrial. Al mismo tiempo, la creación de granjas
cooperativas —que constituyen la estructura socioeconómica
en la que puede lograrse tanto el aumento sustancial de la
producción agrícola como la movilización del excedente ge-
nerado por la agricultura— dependerá de la disponibilidad
de implementos agrícolas y de otros recursos con que deben
equiparse las explotaciones agrícolas en gran escala. Como lo
apuntaban Marx y Engels, "la implantación de una economía
440
Sochinenya (Obras) (Moscú, 1947), vol. 31, p. 486.
441
F. Engels, loc, cit.
383
colectiva se basa en el desarrollo de la maquinaria, de la uti-
lización de los recursos naturales y de muchas otras fuerzas
productivas... En ausencia de tales condiciones, la economía
colectiva no constituirá, por sí misma, una nueva fuerza pro-
ductiva, pues carecerá de todo fundamento material y se
apoyará en simples bases teóricas. Es decir, no representará
sino un capricho parecido al de la administración de un mo-
nasterio".442 De hecho, si estas condiciones no existen, la co-
lectivización podría permitir movilizar el excedente econó-
mico generado por la agricultura, pero no elevar el nivel de
la productividad agrícola y, por ende, no se podrá transfor-
mar la agricultura en una "actividad basada en la ciencia y en
los adelantos de la técnica". Las granjas colectivas podrán
convertirse en latifundios de gran escala, trabajados por
campesinos hambrientos en vez de prósperas empresas agrí-
colas que proporcionen un alto nivel de vida a sus miembros
y grandes excedentes agrícolas al conjunto de la sociedad. Lo
que es más, ¿cómo podrá inducirse en esos casos a los cam-
pesinos a que se asocien (y permanezcan) en las cooperativas
de producción y a que se transformen en agricultores colec-
tivos? Para que quede más claro, la posibilidad de obtener el
apoyo de los campesinos para la colectivización y de desper-
tar su entusiasmo por la construcción de una economía agrí-
cola moderna, se basa en hacerlos "comprender que esto va
en su propio interés, que es su único medio de salvación". Es-
to no puede lograrse "mediante la fuerza, sino por el ejemplo
y brindando la ayuda social para este fin".443 Pero el estable-
cimiento de grandes explotaciones agrícolas modelo, en nú-
mero suficiente para que impresionen, y "el brindar ayuda
social" en una escala adecuada, es precisamente lo que resul-
ta imposible si no se cuenta con una industria desarrollada.
Todavía es más grave el hecho de que aun el esfuerzo decisi-
vo para influir en el ánimo de los campesinos, tanto "por el
ejemplo" como por una ayuda en gran escala, puede tropezar
con la suspicacia y la oposición por parte de éstos. Sin em-
442
"Marx und Engels über Feuerbach", Marx-Engels Archiv (Frankfurt,
N. D.), vol. I, p. 284.
443
Ambas citas son de F. Engels, op. cit., pp. 393, 394.
384
bargo, el superar esto "presupone un grado tal de cultura de
los campesinos... que no puede lograrse sin una revolución
cultural completa". A su vez, esta revolución cultural "pre-
senta dificultades increíbles, tanto en su aspecto puramente
educacional (pues somos analfabetos) como en el aspecto
material (pues para ser culto es necesario un cierto desarro-
llo de los medios materiales de producción, es decir, necesi-
tamos cierta base material)".444 Esto sugiere que la política
correcta consistirá en iniciar el desarrollo en la industria, en
darle al desenvolvimiento industrial todo el apoyo que se
pueda, mientras que la revolución técnica, social y cultural
de la agricultura, deberá posponerse hasta que la sociedad
haya reunido una fuerza industrial suficiente para que pue-
dan sentarse las bases materiales de la reconstrucción agríco-
la. La viabilidad de este programa depende de la disponibili-
dad de recursos para una expansión significativa de la indus-
tria, es decir, de la capacidad de la agricultura para propor-
cionar un excedente que sea lo bastante grande para sostener
un volumen suficiente de construcción industrial.
A primera vista, parecería que nos enfrentamos a un círcu-
lo vicioso. No puede haber modernización de la agricultura
sin industrialización, y no puede haber industrialización sin
un incremento de la producción y del excedente agrícolas.
Pero, como es usual en el universo de las relaciones econó-
micas y sociales, el entrelazamiento de factores aparenta ser
muy estricto, y la circularidad de la constelación obligada só-
lo en la medida en que el problema se considera meramente
en abstracto, o como Marx hubiera dicho, exclusivamente en
lo "especulativo". En una situación histórica concreta, hay
diversos elementos que se introducen en el proceso y permi-
ten abrirse paso allí donde en "lo grisáceo de la teoría" pare-
cía imposible encontrar una salida. En la historia primitiva
del capitalismo, la solución fue dada por una transfusión ma-
siva del excedente económico del exterior (mediante el sa-
queo de las colonias o por el metódico proceso de importa-
ción de capital), así como por una severa presión sobre los
444
V. I. Lenin, Selected Works in Two Volumes (Moscú, 1950), vol. II,
Parte segunda, pp. 722, 723.
385
niveles de vida de las masas urbanas y rurales. Como lo plan-
tea el profesor Mason, "al ajustarse el equilibrio entre los
llamados 'derechos de propiedad' y los 'derechos del hom-
bre', no fueron seguramente los derechos de propiedad los
que sufrieron".445 Como resultado de ello, "una gran parte del
conjunto del capital que disfrutamos en la actualidad, es el
producto de los salarios que no se pagaron a nuestros pa-
dres".446
La Rusia socialista tuvo que buscar una salida distinta a es-
te impasse. No sólo no podía contar con la explotación de co-
lonias o con préstamos del exterior, sino que tuvo que dedi-
car una parte considerable de sus escasos recursos al mante-
nimiento de las instalaciones de defensa indispensables. Sin
embargo, se lanzó a romper el nudo Gordiano creando una
poderosa industria y, simultáneamente, proporcionando a la
agricultura el equipo técnico necesario para su moderniza-
ción y colectivización. La solución de esta tarea gigantesca se
logró a un costo tremendamente alto. Como dice Stalin, "fue
necesario aceptar sacrificios e imponer la más severa econo-
mía en todo. Fue necesario economizar en alimentos, en es-
cuelas, en bienes manufacturados, para poder acumular los
medios indispensables para la creación de la industria. Éste
era el único camino para superar el hambre de equipo técni-
co".447 Los costos no fueron sólo económicos. El principio de
libre adhesión de los campesinos a las granjas colectivas fue
burlado continuamente. Aunque las declaraciones oficiales
subrayaban la naturaleza voluntaria del movimiento de co-
lectivización, en realidad la coerción y el terror fueron deci-
sivos para ayudar a lograr el resultado deseado y alcanzar es-
te "profundo cambio revolucionario, este salto de un viejo
estado cualitativo a un nuevo estado cualitativo, que por sus
consecuencias puede igualarse al cambio revolucionario de

445
Promoting Economic Development (Claremont, California, 1955), p.
44.
446
Aneurin Bevan, Democratic Values, Fabian Tract Nº 282 (Londres,
1950), p. 12.
447
Voprosy Leninisma (Cuestiones del Leninismo) (Moscú, 1939), p.
487.
386
octubre de 1917".448
No cabe duda alguna acerca de que esta ruptura revolucio-
naria del atraso secular de la antediluviana aldea rusa no pu-
do haberse logrado con el consentimiento de un campesina-
do irracional, iletrado e ignorante. Como en todas las situa-
ciones en que las necesidades objetivas chocan con el juicio
que tienen los individuos de tales necesidades, estos últimos
sólo pueden obstaculizar y retardar el proceso histórico, pero
no pueden detenerlo indefinidamente. Más aún, las actitudes
individuales respecto a un curso dado de los acontecimien-
tos, lejos de ser inmutables y rígidas, en ocasiones se colocan
en armonía con los cambios objetivos, unas veces con rapi-
dez y otras lentamente. Lo decisivo y determinante para que
tal armonía surja en el curso del tiempo, es que los cambios
que se efectúen correspondan a las necesidades vivientes y
objetivamente determinables de la sociedad. El hecho de que
la colectivización de la agricultura en Rusia —a pesar de to-
dos los sufrimientos que produjo su fase inicial— fuera la
única forma posible de lograr un amplio progreso económi-
co, social y cultural, le aseguró tarde o temprano su éxito. El
que la fuerza haya tenido que utilizarse para realizar la trans-
formación revolucionaria de la agricultura, "no implica", co-
mo dice Oskar Lange, "que el gobierno soviético no estuviese
preocupado por obtener el asentimiento de la población para
los objetivos que perseguía, así como para los métodos con
los que trataba de lograrlos. Sin embargo, este consentimien-
to se obtuvo ex post facto a través de la propaganda y de las
actividades educativas del Estado y del Partido Comunis-
ta".449 Todavía más importante es que ese asentimiento se
haya obtenido mediante el hecho contundente de que la rea-
lización material fue tal, que demostró a un número crecien-
te de gente que la colectivización era un paso trascendental e
indispensable hacia el adelanto económico y social. Con la

448
Istorya Vsesoyuznoy Kommunisticheskoy Partii (Bolshevikov) -Kra-
ti Kurs (Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la U.R.S.S.
Compendio) (Moscú, 1938), p. 281.
449
The Working Principies of the Soviet Economy (Nueva York, 1943),
p. 7.
387
"enorme contribución que hicieron al progreso de la indus-
trialización las formas colectivas de la agricultura durante...
[los] años difíciles del primer quinquenio, al proporcionar un
incremento sustancial de los excedentes agrícolas destinados
al mercado",450 fue posible superar, en un plazo de cuatro
años, los efectos adversos que habían tenido en la produc-
ción agrícola los disturbios que provocó la colectivización.
En el año final del segundo Plan Quinquenal, la cosecha de
granos alcanzó una cifra sin precedentes, en tanto que la
producción de los llamados cultivos técnicos (fibra de lino,
algodón y remolacha) se habían más que duplicado con res-
pecto a 1928.451
En esta forma no sólo se resolvió el problema de los ali-
mentos en las aldeas colectivizadas y en las ciudades, que
crecían a un ritmo acelerado, sino que las industrias produc-
toras de bienes de consumo obtuvieron las materias primas
indispensables para su desarrollo y el gobierno pudo acumu-
lar importantes reservas de alimentos para los posibles casos
de emergencia. El papel que estas reservas jugaron durante la
guerra, pocos años después, es bien conocido. Sin embargo,
esto no es todo. Igual importancia tiene el hecho de que el
aumento de la producción agrícola haya estado acompañado
por la liberación de 20 millones de personas de la agricultu-
ra, provocándose una migración del campo a la ciudad que
era indispensable al crecimiento de la industria. Esto se refle-
jó en un incremento per cápita de la productividad agrícola,
que fue de casi 60 % entre 1928 y el final de la década de los
treintas.452 Esto, a su vez, fue el resultado de "brindar ayuda
social" a la agricultura en una escala gigantesca. Habiendo
recibido en el transcurso del primer Plan Quinquenal casi

450
Maurice Dobb, Soviet Economía Development Since 1917 (Londres,
1948), p. 247, donde se afirma que "en el año agrícola 1932-33... (la co-
secha) fue casi el doble de lo que había sido seis años antes en el caso
de los granos y de las patatas, y más del doble en el caso del algodón,
del lino y de la lana".
451
Cf. A. Baykov, The Development of the Soviet Economic System
(Cambridge y Nueva York, 1947), p. 325.
452
M. Dobb, op. cit., pp. 253, 285.
388
250 000 tractores y aproximadamente el doble de éstos al fi-
nal del segundo Plan Quinquenal, la agricultura rusa, "que
era una de las más atrasadas... [pudo] acumular en el lapso
de unos cuantos años un enorme capital de producción —en
la forma de maquinaria industrial y edificios— y mecanizar
los sectores más importantes de cultivo, en un grado mucho
mayor al que habían logrado otros países en el curso de un
largo período histórico".453 En resumen, y tomando las pala-
bras del autor de un estudio monumental sobre la agri-
cultura soviética (cuya actitud crítica hacia la U.R.S.S. es bien
conocida), "el movimiento de socialización de la agricultura
logró ampliamente su principal objetivo económico, que era
el servir como base al impulso industrializador. Pero esto fue
casi todo lo que se logró...".454
En realidad, ¡esto es "casi todo"! Se ha contado muchas ve-
ces la historia de la industrialización soviética y no es ne-
cesario repetirla. Baste con señalar que las tasas de creci-
miento de la producción industrial desde que se inició la
campaña industrializadora, fueron superiores al 18 % anual
—sin considerar los años de la segunda Guerra Mundial—,
mientras la producción total creció a una tasa aproximada
del 16 % al año. "Esta tasa de crecimiento significa duplicar la
producción cada 5 años y es casi dos veces más elevada a la
que se ha registrado en los períodos excepcionales de auge
en el mundo capitalista; en los Estados Unidos, en la segun-
da mitad de la década de 1880, ésta fue de 8.6 %; en Rusia, en
la década de 1890, fue del 8 %, y en Japón, entre 1907 y 1913,
la tasa de crecimiento se elevó al 8.6 % anual. Puede compa-
rarse también con las tasas de crecimiento de la producción
industrial de los Estados Unidos entre 1899 y 1929 (5 %), y la
de la Gran Bretaña, que fue de 3 % al año", 455 en el período

453
A. Baykov, op. cit., p. 323.
454
Naum Jasny, The Socialized Agriculture of the USSR (Stanford, Cali-
fornia, 1949), p. 33.
455
Maurice Dobb, "Soviet Economy: Fact and Fiction", Science & Soci-
ety (primavera de 1954). "Inspirados" por las exigencias de la guerra
fría y por las implicaciones obvias que tienen estas realizaciones de la
planificación socialista para los países subdesarrollados, un gran nú-
389
mero de expertos en asuntos de la Unión Soviética, especialmente en
los Estados Unidos, se han consagrado a desinflar el alcance de este
triunfo histórico sin precedentes. Pero aún el Sr. Jasny, que es el que
más ha avanzado en ese camino, no puede menos que reconocer un
crecimiento del ingreso del 8 % al 9 % anual para el período 1928-
1937. The Soviet Economy During the Plan Era (Stanford, California,
1951), p. 85. Otros investigadores, aunque tratan de "revisar" y "corre-
gir" las estadísticas soviéticas, de hecho las han corroborado sustan-
cialmente. El profesor D. R. Hodgman, en su libro Soviet Economic
Growth (ed. A. Bergson) (Nueva York, 1953), presenta un índice de la
producción industrial en que se observan tasas anuales de crecimien-
to del 15 al 16 % para el período que abarca de 1927-1928 a 1937 y una
tasa de incremento de más del 20 % para los años de 1946 a 1950. Por
otra parte, el profesor Alexander Gerschenkron ha probado, a través
de laboriosas compilaciones, que no hay más bases para sospechar
una "parcialidad" al alza en las series estadísticas soviéticas que en
cualquier otra serie cronológica de números índices. Aunque afirma
que "la medida exacta —por lo demás tan evasiva— de la parcialidad
de los índices de 1926-1927 debe quedar como tema de conjetura" (A
Dollar Index of Soviet Machinery Output, 1927-28-1937 ("The Rand
Corporation", 1951), p. 58), no ha considerado apropiado sacar la con-
clusión de sus propias investigaciones y repudiar los regüeldos ten-
denciosos sobre la "parcialidad" de las estadísticas soviéticas. Hace
cierto tiempo, yo mismo era de la opinión de que esa parcialidad da-
ñaba la confianza en las estadísticas del ingreso nacional soviético
(véase mi artículo "National Income and Product of the U.S.S.R. in
1940", Review of Economic Statistics (noviembre de 1947). Sin embar-
go, después de un mayor estudio y reflexión, he concluido que, en la
medida en que exista dicha exageración, ésta es una falla común a to-
das las comparaciones cronológicas de números índices y que, por
otra parte, existen amplias pruebas, en los datos sobre producciones
físicas parciales, que corroboran la impresión general de las estadísti-
cas soviéticas. De todas formas, la preocupación corriente acerca de la
información estadística soviética y los esfuerzos de los señores Jasny,
Gerschenkron, Schwartz y otros, no son de ninguna manera ejercicios
científicos "puros", sino que son parte de una campaña general para
denigrar la planificación socialista, cuyo significado histórico está, a
pesar de todo, muy por encima de estas sutilezas insignificantes. Co-
mo dice el Sr. P. J. D. Wiles, "aun reduciéndolas todo lo que quera-
mos, estas estadísticas [soviéticas] continuarán mostrando una tasa
de crecimiento de la producción industrial que siempre será más ele-
vada que la que jamás haya logrado cualquier país capitalista. Hasta
ahora, no he leído a ningún experto, por escéptico y hostil que sea al
390
que va de 1885 a 1913.
La "revolución desde arriba", que consolidó el orden socia-
lista en Rusia y marcó el inicio real de una planificación so-
cialista cabal, condujo a un agudo deterioro en la situación
económica inmediata, a una grave desorganización del flujo
normal de la producción agrícola y de bienes de consumo, y
ocasionó una dolorosa caída del nivel de vida. En esto fue
muy semejante a casi todos los movimientos revolucionarios
de la historia. Pero, aunque el mal que provocó fue agudo y
doloroso, éste era, manifiestamente una enfermedad de cre-
cimiento; llegó a su crisis con gran rapidez y dio paso a la
convalescencia en unos cuantos años. Al finalizar el primer
Plan Quinquenal, ya se había superado la peor etapa de "pre-
sión" sobre los consumidores; para 1935 pudo ser abolido el
racionamiento y, en 1937, "los niveles de vida eran quizá más
elevados que en cualquier otro año desde 1928 —año en que
se inició el primer Plan Quinquenal— y, según ciertas indi-
caciones, probablemente hasta habían superado a los del año
anterior".456 Aunque este aumento de los niveles de vida fue
interrumpido por la amenaza de guerra y por la propia gue-
rra, la década que siguió a ésta atestiguó su mejoramiento
rápido y consistente. Para fines de 1954, el nivel de vida era
superior en un 75 % al del último año de antes de la gue-
rra.457
Dos conclusiones muy importantes se desprenden de lo
anterior: la primera es que, en las condiciones de planifica-
ción socialista, no hay duda acerca de si el desarrollo debe
realizarse a través de la industrialización, o bien mediante el

régimen soviético, que pruebe lo contrario". Carta a The Economist, 19


de septiembre de 1953 (subrayado en el original).
456
A. Bergson, Soviet National Income and Product in 1937 (Nueva
York, 1953), p. 10. En una nota en la misma página, el profesor Berg-
son se refiere al hecho de que aun los cómputos del señor Jasny mues-
tran que los niveles de vida de 1937 eran aproximadamente un 10 %
más elevados que los del año de 1928.
457
Cf. el informe de G. Malenkov al XIX Congreso del Partido Comu-
nista, el 5 de octubre de 1952, y el "Informe sobre la realización del
Plan: Económico de 1954" (Pravda, 21 de enero de 1955).
391
mejoramiento de la agricultura. Éste sólo puede realizarse
por medio de un esfuerzo simultáneo en ambas direcciones.
Es evidente que las dificultades que ello implica son enor-
mes, aunque su naturaleza e intensidad cambian incesante-
mente en el curso del desarrollo histórico. Éstas pueden
asumir formas tan diversas como la amenaza extranjera a la
seguridad de un país socialista, la irracionalidad por parte de
los estratos populares que aun se hallan bajo la influencia de
las ideologías de su pasado capitalista, la carencia general de
recursos, etc. Estando tan estrechamente ligadas unas a
otras, no pueden ser superadas aisladamente. De la misma
manera que la pobreza, el analfabetismo y las enfermedades
incuban la mitología, las supersticiones religiosas y el oscu-
rantismo, la ofuscación retarda el desarrollo de las fuerzas
productivas. Al igual que el peligro de una agresión capitalis-
ta impide el uso de los recursos para fines racionales, el atra-
so y la debilidad militar que éste implica aguzan el apetito
del imperialismo. Pero aun si tal interdependencia hace la
tarea del gobierno socialista especialmente ardua en sus
primeras fases, y si lleva a la necesidad exasperante de atacar
simultáneamente en innumerables frentes, es precisamente
esa concatenación de los factores que determinan las posibi-
lidades de avance en un momento dado, la que provoca una
aceleración de los resultados en cada etapa sucesiva. En se-
gundo lugar, lo que demuestra claramente la experiencia de
la Unión Soviética y de otros países socialistas, es que el ex-
cedente económico real no necesita elevarse al máximo para
asegurar una tasa de inversión y de expansión económica ex-
cepcionalmente grande. Estas tasas son plenamente compa-
tibles con un aumento consistente y efectivo de los niveles
de vida del pueblo.458 Estas tasas son posibles a condición de
que exista una asignación correcta y una utilización racional
del excedente económico que está disponible para la inver-
sión productiva. En tanto que la primera debe estar dirigida
458
Esto ha sido correctamente puesto de relieve por Maurice Dobb en
diversas ocasiones. Cf. su Soviet Economic Development Since 1917
(Londres, 1948), particularmente su capítulo 10, así como Some As-
pects of Economic Development (Delhi, 1951), p. 37 y passim.
392
por las exigencias a largo plazo del crecimiento económico,
más que por el deseo de obtener un incremento inmediato
de la producción destinada al consumo, la segunda consiste
en lograr la máxima explotación de todo el capital producti-
vo de que se dispone. En concordancia con esto, la política
de inversión debe poner el énfasis en el desarrollo de la in-
dustria —elevando al mismo tiempo a la agricultura a un ni-
vel que le permita apoyar el proceso de industrialización—
para poder, en un momento dado, invertir el proceso y otor-
gar a la agricultura un impulso trascendental con ayuda de
los recursos que se han obtenido de la producción industrial.
En consecuencia, debe procurarse que la relación producto-
capital sea lo más favorable posible, utilizando el equipo de
que se dispone en la industria, los transportes y la agricul-
tura, hasta el límite máximo de su capacidad de servicio.459

V
El segundo problema que surge con respecto a la tarea de lo-
grar la asignación óptima del excedente económico, es deter-
minar si el desarrollo económico debe realizarse a través de
la expansión de las industrias (pesadas) que fabrican bienes
de producción, o bien mediante un incremento de las indus-
trias (ligeras) que producen bienes de consumo. Este pro-
blema implica, en realidad, la distribución del ingreso nacio-
nal entre el consumo y el excedente económico, o lo que es
esencialmente lo mismo, el grado del crecimiento que debe
alcanzarse durante el período de planificación que se consi-
dere. Al analizar la reproducción ampliada, Marx formuló
con claridad la condición básica del crecimiento económico,
a saber, que el producto bruto corriente del Departamento I

459
Se ha calculado que la relación producto-capital de la U.R.S.S. es
aproximadamente la mitad de la de los países capitalistas occidenta-
les. Dada la menor calificación de los trabajadores rusos en varios sec-
tores de la economía, esta relación sugiere que la intensidad de la uti-
lización de los activos de producción en la Unión Soviética es más de
dos veces superior a la de los países occidentales. Academia de Cien-
cias de la U.R.S.S., Instituto de Economía, Politicheskaya Economya-
Uchebnik (Economía Política-Texto) (Moscú, 1954), p. 470.
393
(industrias productoras de bienes de producción) debe ser
superior a la demanda corriente que hacen de sus productos
tanto el mismo Departamento I como el Departamento II
(industrias productoras de bienes de consumo).460 O como
Lenin lo planteó, "con objeto de elevar la producción... es
necesario producir primeramente los medios de producción
y, por consiguiente, es necesario ampliar la rama de la pro-
ducción social que elabora los medios de producción".461 Re-
sulta evidente que la cantidad de bienes de producción adi-
cionales que debe obtenerse en un año dado, depende del
grado de expansión del producto total que quiera alcanzarse
en los años siguientes.
Las nuevas industrias que fabrican bienes de producción,
producirán durante el período en que funcionen, bienes de
inversión, los cuales sólo podrán ser utilizados adecuada-
mente cuando el volumen de inversión durante ese período
sea tal, que absorba su producción. En otras palabras, el ex-
cedente económico durante ese período debe ser tal, que
coincida con la producción física de las crecientes industrias
productoras de bienes de inversión. Recíprocamente, las in-
dustrias recién establecidas que fabriquen bienes de consumo
estarán utilizadas en forma adecuada únicamente cuando el
consumo sea tan amplio (y el excedente tan reducido) que
proporcione un mercado apropiado para su producción. La
decisión sobre la rapidez del crecimiento económico deter-
minará, por ende, tanto la parte del ingreso nacional que
constituirá el excedente económico, como la naturaleza físi-
ca de la inversión que se requiere. Una gran inversión en las
industrias que fabrican bienes de producción es equivalente
a una alta tasa de crecimiento mantenida durante todo el
período de planificación y, de la misma forma, un programa
de desarrollo económico a través de las industrias producto-
ras de bienes de consumo, implica automáticamente no sólo
una inversión inicial más pequeña, sino también menores
tasas de desarrollo en el futuro.462 Esto no significa que la
460
El Capital (ed. Kerr), vol. II, capítulo 21.
461
Sochinenya (Obras) (Moscú, 1947), vol. 2, p. 137.
462
Véase a este respecto el excelente trabajo de Maurice Dobb, "Rates
394
inversión pueda orientarse hacia uno de los objetivos con
exclusión del otro. La expansión del Departamento I se basa
en un incremento de la oferta de bienes de consumo, que se-
rán absorbidos por los nuevos obreros que se emplean en las
industrias que fabrican bienes de producción; igualmente, la
inversión en el Departamento II exige un aumento en la
oferta de bienes de producción para equipar las nuevas plan-
tas que elaboran bienes de consumo.463
El mantener las proporciones que se requieren para un de-
senvolvimiento armónico del proceso de crecimiento, es la
misión principal de las autoridades planificadoras. Los erro-
res que se cometan a este respecto, particularmente en rela-
ción a un aumento adecuado de la producción de bienes de
consumo, pueden provocar serias tensiones económicas y
políticas, y poner en peligro la realización de los planes de
desarrollo.464 Como se dijo anteriormente, un país socialista
que haya llegado a la etapa en que una mayor inversión neta
no se considera necesaria, reducirá el excedente económico
que se retira corrientemente para hacer frente a ciertos gas-
tos colectivos en administración, etc., y la obtención de los

of Growth Under the Five-Year Plans", Soviet Studies (abril de 1953),


reimpreso en el libro On Economic Theory and Socialism (Londres,
1955).
463
La accesibilidad al comercio exterior no modifica la esencia de este
argumento. En este caso, las industrias de exportación, independien-
temente de la naturaleza física de su producción, se convierten en
"industrias que fabrican bienes de producción", puesto que sus pro-
ductos —divisas extranjeras— pueden transformarse en bienes de ca-
pital. El que dicho curso sea aconsejable, dependerá de los recursos
naturales del país en cuestión, de las posibilidades comparativas que
ofrezcan las industrias que producen bienes de inversión para elevar
su productividad con respecto a las que trabajan para la exportación,
así como de la relación de intercambio a que espera enfrentarse el
país que se está desarrollando, una vez que haya logrado aumentar
sus exportaciones.
464
Tales errores se cometieron tanto en la Unión Soviética como en
algunos países socialistas del este y del sudeste de Europa, y ocasiona-
ron grandes dificultades en el aprovisionamiento de las ciudades. Cf.
el interesante estudio "The Economy of Hungary, 1950 to 1954", en el
Economic Bulletin for Europe (agosto de 1955) de las Naciones Unidas.
395
aumentos de la producción que se requieran para el creci-
miento de la población, dependerá del reemplazo de la ma-
quinaria desgastada por un equipo técnicamente más avan-
zado. En este caso, las instalaciones del Departamento I de-
berán ser reducidas al nivel que exijan los reemplazos de
maquinaria, efectuándose éste mediante la conversión de las
plantas existentes en plantas que elaboren bienes de consu-
mo y, en los casos en que esto no sea posible, dejando de
producir los reemplazos. Es obvio que ninguna de las eco-
nomías planificadas que existen hoy en día se ha aproximado
a esta etapa, y el énfasis que continuamente se pone en esos
países sobre la inversión en la industria pesada, refleja el he-
cho brutal, pero innegable, de que por un período bastante
largo la rápida expansión de la producción total continuará
siendo la consigna.

VI
Estrechamente ligado con esta esfera de actividad, está el
tercero de los problemas que se presentan para la planifica-
ción del desarrollo económico. Aunque sea brevemente, de-
bemos tratarlo, y se refiere a la ya venerable cuestión de qué
métodos de producción deberá elegirse para los programas
de desarrollo de los países atrasados, es decir, si deben utili-
zarse métodos de producción de alta intensidad de capital, o
bien de una elevada intensidad de mano de obra. En la lite-
ratura convencional sobre el tema, la respuesta a esto se con-
sidera como una conclusión determinada de antemano. Por
ejemplo, el profesor Nurkse estima que en los países subde-
sarrollados "no debe desearse, ni permitirse, la misma inten-
sidad de capital que se emplea en los países económicamen-
te más avanzados".465 Este punto de vista se basa, general-
mente, en la existencia de un gran excedente de población
rural en la mayoría de los países atrasados y cuya transferen-
cia del estado de desempleo "disfrazado" a alguna ocupación
alterna tendrá como consecuencia un incremento de la pro-

465
Problems of Capital Formation in Underdeveloped Countries (Ox-
ford, 1953), p. 45. La siguiente cita es de la misma obra, p. 44.
396
ducción total. Sin considerar la poco verosímil sugestión de
que "los trabajadores que van a emplearse en la construcción
de una pieza de capital fijo del tipo de un camino, pueden,
después de todo, fabricar por sí mismos las herramientas
primitivas que más necesitan, empezando si es preciso de la
nada", es evidente que a un obrero que se transfiere de su al-
dea a una ocupación industrial, debe dársele, cuando menos,
la cantidad de equipo suficiente para permitirle producir el
equivalente a su propio sustento. A menos que esto pueda
hacerse, su transferencia de la aldea no será sino un simple
subsidio al consumo del nuevo trabajador que reducirá en la
proporción correspondiente, el excedente económico de que
dispone la sociedad para fines de inversión. Más aún, la
transferencia de una persona desocupada "disfrazadamente",
de su aldea a un centro industrial, exige ciertos gastos en ha-
bitación, servicios comunales, hospital, escuelas, etc., que, si
se calculan per cápita, fácilmente duplicarán la cantidad que
se necesita para establecer a un obrero industrial adicional.
Si se toma en consideración este gasto, las técnicas que utili-
zan la mano de obra intensamente, bien pueden representar
un gasto de capital más grande por unidad producida que las
técnicas alternativas de fuerte intensidad de capital.466
466
Una excepción de lo anterior puede suponerse en el caso de que
una parte de la fuerza de trabajo potencial esté formada por una va-
riedad de desempleo distinta a la desocupación "disfrazada" rural,
como sucede con aquellas personas que viven ya en las ciudades. És-
tos no deben confundirse con los que se denominan "desempleados
keynesianos", es decir, aquellos individuos que perdieron sus trabajos
a causa de la baja de la producción que provoca una depresión total o
parcial. A los que nos referimos, son gente que ha llegado a las ciuda-
des en busca de trabajo y, al no encontrarlo, se ha quedado en ellas
como desempleados "disfrazados", que vegetan al margen de la socie-
dad y sobreviven gracias a algunos ingresos ocasionales, a la limosna,
los latrocinios, etc. En algunos países, el número de estos "lumpen-
proletarios" es bastante elevado. Su importancia para lo que se está
argumentando se reduce grandemente debido a que la mayoría de
ellos están tan desmoralizados que, de hecho, no pueden ser ocupa-
dos, cuando menos de inmediato. En los casos en que su empleo es
posible, no puede esperarse que se conviertan en trabajadores útiles si
se les deja vivir en las chozas en que habitualmente "residen".
397
Otra consideración adicional tiene una gran importancia.
Los nuevos obreros industriales deben ser remunerados de
acuerdo con el salario industrial prevaleciente, lo que equi-
vale a asegurarles la cantidad de alimentos, vestidos, etc.,
que constituyan el nivel de vida necesario en el país de que
se trate. Además de la dificultad de obtener los alimentos
necesarios del campo —ya que el rasgo característico del
desempleado rural "disfrazado" es el no traer consigo sus
alimentos—, la necesidad de abastecer a los trabajadores de
los nuevos proyectos de inversión con bienes de consumo,
lleva implícito el que, cuando se usan técnicas que requieren
mano de obra en gran intensidad, la expansión del Departa-
mento I exige una mayor expansión del Departamento II,
que cuando se utilizan técnicas de elevada intensidad de ca-
pital. Por consiguiente, las técnicas de gran intensidad de
mano de obra provocan una reducción del proceso de expan-
sión y una baja en las tasas de desarrollo económico. Esto lo
formula muy bien Maurice Dobb, y lo mejor que podemos
hacer es citar sus propias palabras: "La elección entre las in-
versiones que tienen una intensidad de capital más o menos
grande, no tiene nada que ver con las relaciones existentes
entre los factores... No depende de la relación existente entre
la mano de obra disponible y el capital (considerado como
un stock), sino de los mismos factores que determinan la
elección entre una tasa de inversión alta o baja... y en parti-
cular de la importancia que se le dé al crecimiento del con-
sumo en un futuro inmediato respecto al incremento poten-
cial del consumo en un futuro más distante, que haría posi-
ble una tasa de inversión y una forma particular de ésta. En
otras palabras, los mismos motivos que justificarían una tasa
elevada de inversión... justificarían también un alto grado de
intensidad de capital en la elección de las formas de inver-
sión y viceversa."467
Además, al decidir entre la utilización de técnicas de alta
467
"A Note in the So-Called Degree of Capital-Intensity of Investment
in the Under-Developed Countries", Economie Appliquée (París, 1954),
N° 3, reimpreso en el libro On Economie Theory and Socialism (Lon-
dres, 1955), del cual se ha citado lo anterior (p. 149).
398
intensidad de capital versus técnicas de una elevada intensi-
dad de mano de obra, la autoridad planificadora tiene que
tomar en cuenta el hecho de que la abundancia y lo "barato"
de la fuerza de trabajo de que se dispone corrientemente,
puede ser quizá una condición provisional que antecede a la
realización de una etapa dada del programa de desarrollo.
Consciente de la demanda total de mano de obra que impli-
can sus propios planes, la autoridad planificadora debe con-
siderar, por lo tanto, que en un plazo relativamente corto, en
el período que tarda en desgastarse el equipo que va a insta-
larse, la fuerza de trabajo puede convertirse de un factor re-
lativamente abundante en un factor relativamente escaso, en
particular cuando se trata de mano de obra calificada.
Esto no es todo. Como hemos visto, el desarrollo económi-
co se basa en la expansión de las industrias que fabrican bie-
nes de producción y da la casualidad que casi no hay indus-
tria de este tipo que pueda producirse haciendo que el traba-
jador en esa esfera de actividad "empiece de la nada. De he-
cho, las técnicas que se requieren para producir tractores o
máquinas herramientas, equipos eléctricos o aluminio, dejan
muy poco margen de elección entre los procesos de alta in-
tensidad de capital y los de elevada intensidad de mano de
obra. En la mayoría de los casos, la elección que queda es
acerca de producir o no una mercancía particular. Por consi-
guiente, los países subdesarrollados pueden o bien industria-
lizarse, y en esto deben utilizar la única ventaja que el desa-
rrollo histórico les ha otorgado —la capacidad de aprovechar
los adelantos científicos y técnicos que han logrado los paí-
ses más avanzados—, o renunciar a la industrialización y
contentarse con unos cuantos mendrugos de la rica mesa del
progreso técnico mediante la importación de algún equipo
de segunda mano de los países industriales y así elevar su
"bienestar" a paso de tortuga. De allí que el mandato de los
economistas para que se conceda preferencia a las técnicas
de alta intensidad de mano de obra en la formulación de
programa de desarrollo económico, esté lejos de ser una
"inocente" falacia teórica, como podría aparecer a simple vis-
ta. Constituye un importante eslabón de la campaña, tan de
399
moda en la actualidad, de probar "científicamente" que los
países atrasados deben "marchar lentamente" (o más bien,
no marchar del todo) hacia la industrialización y el desarro-
llo económico.

VII
A lo largo de esta exposición, se ha supuesto implícitamente
que un país socialista, al planear su desarrollo, se constituye
en una economía cerrada dentro de un medio circundante
capitalista hostil. Esta suposición está bastante alejada de la
realidad, hasta en el caso de Rusia. Aunque las relaciones
económicas de Rusia con el exterior después de la Revolu-
ción no fueron en ningún momento muy intensas, el inter-
cambio económico con el mundo capitalista jugó un papel
muy importante en el proceso de industrialización, particu-
larmente en los años del primer Plan Quinquenal. En ese pe-
ríodo, no sólo le permitieron obtener fuertes cantidades de
préstamos a corto plazo, pues los países capitalistas estaban
severamente afectados por la depresión y ansiosos de encon-
trar salida para sus exportaciones, sino que tuvieron una
contribución aun más importante para su desarrollo econó-
mico, al permitir a la Unión Soviética adquirir una cantidad
importante de equipo industrial que técnicamente era inca-
paz de producir internamente.468 De no haberse podido im-
portar dicha maquinaria, las dificultades iniciales del proce-
so de industrialización habrían sido aun mayores y los sacri-
ficios ligados a ésta todavía más graves y más prolongados.
No fue sino hasta la terminación del primer Plan Quinque-
nal, cuando el comercio de Rusia con los países extranjeros
declinó notoriamente y cuando el país alcanzó una autosufi-
ciencia casi completa, tanto técnica como económica.469

468
Para un breve estudio y análisis de las relaciones económicas con
el exterior de la Unión Soviética, véase mi ensayo "The U.S.S.R. in the
World Economy", publicado en el libro Foreign Economic Policy for
the United States (ed. S. E. Harris) (Cambridge, Massachusetts, 1948).
469
Lo que debería sobrentenderse, y debe ser subrayado a causa de las
frecuentes confusiones y tergiversaciones, es el hecho de que en nin-
gún momento el esfuerzo por lograr una independencia económica
400
Pero a este respecto la posición de Rusia fue más bien ex-
cepcional; en la actualidad, existen muy pocos países del
mundo a los que pueda aplicárseles el aforismo de Lenin de
que tienen, por sí mismos, "todo lo que es necesario y sufi-
ciente para la construcción de una sociedad socialista". En la
mayoría de los otros países, particularmente en los países
subdesarrollados, la estructura económica y la dotación de
recursos de que disponen son tales, que las relaciones eco-
nómicas con el exterior constituyen no sólo una atenuación
de dificultades que casi serían insuperables, sino que de he-
cho son una condición para su misma supervivencia. Hasta
un país tan grande y tan rico en recursos naturales como lo
es China, habría tropezado con serias dificultades para sen-
tar las bases de una economía industrial si no hubiese con-
tado con la posibilidad de importar el equipo industrial (y
agrícola) más esencial. Lo que es cierto para China se aplica

respecto a los países capitalistas, fue dictado por una "filosofía autár-
quica" u otras nociones igualmente irracionales. Se hizo exclusiva-
mente por el conocimiento que se tenía del peligro de agresión eco-
nómica y militar que continuamente pendía sobre la U.R.S.S., así co-
mo por la necesidad que había de aislar el desarrollo económico de
Rusia de los. caprichos de los mercados mundiales. La primera consi-
deración estaba apoyada en la amplia experiencia que se había tenido
con las intervenciones extranjeras que siguieron a la Revolución, en
tanto que la última se justificaba plenamente por el desarrollo de la
relación de intercambio para los países exportadores de materias pri-
mas. Ya en el mes de octubre de 1927, la Resolución del Comité Cen-
tral del Partido Comunista en que se formulaban los principios que
deberían seguirse para la elaboración del primer Plan Quinquenal,
decía explícitamente que: "Tomando en cuenta la posibilidad de una
agresión militar de los países capitalistas contra el primer Estado pro-
letario de la historia, es necesario elaborar el plan quinquenal de tal
forma que se dé la máxima atención a aquellos sectores de la econo-
mía nacional en general y de la industria en particular, que deberán
jugar el papel más importante para asegurar la defensa y la estabilidad
económica del país en tiempo de guerra." VKP (B) v Resolutziakh i
Resheniakh S'ezdov, Konferentzii i Plenumov TsK (Partido Comunista
(bolchevique) de la Unión Soviética; Resoluciones y Decisiones de sus
Congresos, Conferencias y Sesiones Plenarias del Comité Central)
(Moscú, 1941), Parte 2, p. 202.
401
a fortiori a otros países atrasados mucho menos autosufi-
cientes.
Poco necesita decirse acerca de los beneficios que un país
socialista atrasado deriva de los préstamos del exterior. Éstos
pueden reducir en gran medida la necesidad de movilizar to-
do el excedente económico de que disponen en un principio
para el proceso de industrialización y, por ende, aligerar las
tensiones y los esfuerzos que van inevitablemente asociados
con esta fase del desarrollo económico. Pueden facilitar la
superación de los obstáculos que se presentan a causa de la
interdependencia del desarrollo agrícola e industrial, y aun
hacer posible la resolución de algunos de los problemas de
transición mediante la importación de maquinaria agrícola,
de equipo industrial o de alimentos. Pueden evitarle al país
que los recibe la necesidad de una colectivización precipita-
da de los pequeños campesinos y permitirle "hacer todo
cuanto sea admisible para que su suerte sea más llevadera,
para facilitar el paso al régimen cooperativo si se decide por
él, e incluso para permitirle que permanezca en su parcela un
largo tiempo para que lo piense, si no se decide todavía a
tomar esta determinación".470 Sin embargo, es evidente que
aunque los países capitalistas fácilmente podrían otorgar ta-
les créditos, difícilmente puede pensarse en que lo hagan en
una escala importante. Por lo general, ligan tales créditos a
condiciones políticas y económicas que son inaceptables pa-
ra los países socialistas, o bien se los hacen por períodos cor-
tos en épocas de depresión, cuando la necesidad de ventas
adicionales neutraliza provisionalmente la aversión básica
que sienten para ayudar a los países socialistas. En realidad,
sólo los países socialistas concederán préstamos en condi-
ciones aceptables a los otros países socialistas; sin embargo,
esta posibilidad está bastante limitada por la pobreza en que
todavía se encuentran hasta los más adelantados de ellos, o
dicho con mayor propiedad, hasta los menos atrasados de los
países socialistas.
Pero la oportunidad de conseguir préstamos del exterior es
470
F. Engels, "The Peasant Question in France and Germany", en los Se-
lected Works de Marx y Engels (Moscú, 1949-1950), vol. II, p. 394.
402
sólo una de las ventajas, y ni con mucho la más importante,
que surgen del contacto económico con los países extran-
jeros. La que puede ser de gran importancia —y, de hecho,
vital— para algunos países, es la posibilidad de intercambiar
una parte más o menos grande de sus producciones naciona-
les, con el objeto de obtener el acopio físico de bienes que
necesitan para su consumo y sus inversiones agrícolas e in-
dustriales. Es obvio que la mayoría de los países —si no es
que todos— pueden utilizar sus recursos productivos de tal
forma que les permita lograr una economía autosuficiente.
De hecho, esta política puede ser imprescindible en condi-
ciones de guerra o de bloqueo económico y político. Sin em-
bargo, esto no significa, salvo en condiciones de emergencia,
que exista algún interés especial por parte de los países so-
cialistas en llevar la diversificación de su producto hasta un
grado tal que tengan todos los productos que requieren para
su desarrollo económico y para el bienestar de su población.
En ciertos países, este grado de diversificación sería técnica-
mente imposible y en otros los costos serían tan altos que
reducirían en gran medida la productividad y la producción
total. Aunque esta baja de la productividad y la producción
no deprimiría necesariamente los niveles de vida de los pue-
blos que habitan los países subdesarrollados —y en algunos
casos, de manera bastante paradójica, sucedería lo contrario,
disminuyendo exclusivamente la parte de las utilidades en el
producto nacional—, sí reduciría en gran proporción, y aun
eliminaría totalmente, el excedente económico potencial que
podría utilizarse con fines de desarrollo económico. Basta
con pensar en los países productores de petróleo en el Medio
Oriente o en Venezuela, en la Malaya que produce hule o en
la Cuba productora de azúcar, para tener una visión clara del
efecto de la autosuficiencia sobre la magnitud de su exceden-
te económico potencial. Por consiguiente, todos los países
socialistas, los grandes y los pequeños, los más adelantados y
los menos, están interesados en mantener relaciones comer-
ciales con los países extranjeros, tanto capitalistas como so-
cialistas. Sin embargo, la realidad es que el mantenimiento y
el desarrollo de tales relaciones con los países capitalistas, ha
403
tropezado con grandes dificultades a lo largo de la historia
de todos los países socialistas. Por una parte, la realización
de sus programas de industrialización reduce inevitablemen-
te su capacidad para seguir exportando los alimentos y las
materias primas que habitualmente les compraban los países
industriales y, por otra, los obstáculos políticos para dicho
comercio han asumido una enorme importancia. Después
del fin de la segunda Guerra Mundial, tanto los países socia-
listas del este y del sudeste de Europa, como China, fueron
sometidos por las potencias capitalistas a lo que fue virtual-
mente un bloqueo económico, y privados de la posibilidad
de adquirir precisamente aquellos bienes que más necesita-
ban para su industrialización. Indudablemente, es exacta la
afirmación que hizo la Comisión Económica de las Naciones
Unidas para Europa en un boletín reciente, en el sentido de
que "los costos del desarrollo en un país pequeño, pobre-
mente dotado de recursos energéticos y materiales, se harán
más elevados y retardarán su crecimiento, a menos que esté
en posibilidad de aprovechar plenamente las ventajas que
ofrece la división internacional del trabajo".471 ¡Pero no está
enteramente en las manos de un pequeño país el seguir este
buen consejo! En realidad, de no haber tenido la posibilidad
de comerciar con otros países socialistas, la hostilidad de las
potencias occidentales los hubiera obligado, de facto, a se-
guir una política de autosuficiencia. En este caso, los países
socialistas más pequeños y aun aquellos cuyos recursos son
actualmente pobres o altamente especializados, hubiesen si-
do incapaces de sobrevivir y habrían sucumbido ante las
fuerzas combinadas de la dependencia económica y de la
presión política.
Sin embargo, la situación se modifica drásticamente con el
surgimiento y la industrialización de un amplio grupo de
países socialistas, que están en posibilidad de establecer en-
tre ellos la cooperación económica a la asistencia mutua. Es-
to no sólo les permite otorgarse mutuamente créditos cuan-
do existe esa posibilidad, sino que también facilita el mante-

471
Economic Bulletin for Europe (agosto de 1955), p. 94.
404
nimiento de sus relaciones comerciales sobre una base firme,
mediante tratados a largo plazo que los liberan de la incerti-
dumbre del precio y del volumen de sus exportaciones e im-
portaciones. Además, favorece una coordinación de gran al-
cance de sus planes de desarrollo económico, asegurándoles
la posibilidad de aprovechar plenamente las ventajas de las
economías en gran escala; evita la duplicación innecesaria de
las instalaciones productivas; permite intercambiar informa-
ciones técnicas, etc. Como señala Oskar Lange, sólo en la es-
tructura de la colaboración internacional entre los países so-
cialistas llega a plasmarse la división internacional del traba-
jo y el principio de los costos comparativos, transformándo-
se, así, de meras frases ideológicas que enmascaran la explo-
tación de los países débiles por los fuertes, en principios de
funcionamiento de la actividad económica.472
Es aun más importante la transformación radical que expe-
rimenta el contenido de los principios de división interna-
cional del trabajo y de asignación de los recursos conforme a
las ventajas comparativas de los distintos países. Estas má-
ximas, al gobernar las relaciones económicas entre los países
socialistas, ya no se interpretan de tal forma que congelen la
división del trabajo existente y que conserven la especializa-
ción prevaleciente entre las naciones en lo individual. Por lo
contrario, el objetivo de la planificación económica, nacional
e internacional, dentro del campo socialista, es eliminar rá-
pidamente las desequilibradas estructuras económicas de los
países subdesarrollados, que a menudo están basadas en la
producción de una o dos mercancías de exportación.
Tal alejamiento en pro de la diversificación de sus activida-
des productivas no sólo es muy deseable, sino que es absolu-
tamente indispensable. Sin él no existe la oportunidad de lo-
grar un crecimiento económico a largo plazo ni la posibili-
dad de liquidar su atraso económico y cultural, es decir, la

472
Zagadnenia Economiii Politycznei (Problemas de Economía Políti-
ca) (Varsovia, 1953), pp. 127 ss. Véase también el artículo de D.
Granick, "The Pattern of Foreign Trade in Eastern Europe and its Re-
lations to Economic Development Policy", Quarterly Journal of Eco-
nomics (agosto de 1954).
405
terminación de lo que Marx denominaba "la idiotez de la vi-
da rural".473
Sin embargo, la reorganización obligatoria de las econo-
mías de los países subdesarrollados con miras a lograr la di-
versificación y el incremento rápido de la producción total,
no significa una reasignación precipitada de sus recursos
productivos ni la adopción indiscriminada de nuevas líneas
de producción. La decisión que se haga, tanto sobre la rapi-
dez como sobre la naturaleza de los cambios deseados, debe
tomar en cuenta un gran número de consideraciones eco-
nómicas, sociales, técnicas y de localización que, en conjun-
to, determinan el atractivo de cada una de las alternativas de
que se dispone. Así se puede obtener un programa compara-
tivo de las ventajas que tiene cada una de las posibles líneas
de inversión, el que, obviamente, será distinto para cada país.
Éste no puede basarse en las condiciones que prevalecen en
un momento dado, sino que tiene que abarcar los cambios
que se espera puedan ocurrir en el transcurso del período de
planificación, tanto en el país que planifica como en el exte-
rior.474 Es evidente que este programa logrará una asignación
473
Por consiguiente, ésta es una condición vitalmente importante pa-
ra lograr una reducción gradual en la tremenda disparidad económica
y cultural que se observa entre las regiones urbanas y las rurales de
todos los países capitalistas.
474
Sería quizá apropiado denominarlo "programa comparativo de
las desventajas" cuando lo que se debate es la diferencia que existe
entre el costo de producir un nuevo artículo y el costo de adquirirlo a
cambio de los que se producen corrientemente en el país subdesarro-
llado. En ciertos casos, esta diferencia puede ser casi prohibitiva; en
otros, puede ser muy grande por el momento, pero susceptible de re-
ducirse conforme se incremente la producción interna de este nuevo
artículo y se desarrollen otros sectores de la economía; en otros más,
esta diferencia puede obedecer simplemente a la escasez existente de
mano de obra calificada y, por ende, puede desaparecer totalmente
como consecuencia de unos cuantos años de experiencia y entrena-
miento. La magnitud total de esta diferencia (calculada con base en la
producción que se prevé durante el período de planificación y consi-
derando los cambios que pueden ocurrir en los costos de los principa-
les productos durante el período en cuestión, tanto en el interior co-
mo en el extranjero) debe aumentarse al costo de la inversión directa
406
más racional de los recursos, en la medida que cuente con la
máxima ayuda y con un mayor conocimiento de la naturale-
za y ritmo de los planes de desarrollo de otros países.
Esta colaboración entre los países socialistas representa un
adelanto trascendental si se compara con la estructura que
tienen las relaciones económicas internacionales entre las
potencias imperialistas y los países subdesarrollados. En ésta
"la supremacía inicial respecto al poder permite a la potencia
imperial moldear la dirección y la composición del comercio
de las colonias. Las relaciones comerciales que se establecen
entre ellas, fortalecen, a su vez, el poder original de la poten-
cia imperial".475 La colaboración entre los países socialistas
tan sólo constituye un primer paso hacia una organización
plenamente racional de la economía mundial. Su naturaleza
actual, todavía "subdesarrollada", está dada por la circuns-
tancia de que afecta únicamente a un número pequeño de
países y, sobre todo, por el hecho de que todos ellos son paí-
ses que se encuentran en mayor o menor grado en una situa-
ción de atraso económico. La primera limitación reduce en
gran medida los beneficios que pueden obtenerse de la divi-
sión mundial del trabajo y de la especialización, en tanto que
la última restringe el alcance de la ayuda mutua que cada
país en lo individual puede proporcionar.
En un commonwealth socialista avanzado, la colaboración
entre sus componentes individuales irá mucho más lejos y,
de hecho, tendrá una nueva calidad. Cuando la era del capi-
talismo haya retrocedido cada vez más a la "prehistoria de la

en sus plantas y equipos respectivos. Las empresas que requieran los


menores gastos totales deberán ser preferidas a aquellas que exigen
una asignación de recursos más elevada, considerando que el resto no
varía. Es evidente que en la mayoría de los casos ese "resto" no es
probable que permanezca igual. El establecimiento de una imprenta
puede implicar gastos más elevados que la construcción de una fábri-
ca de licores, debiéndose de todas formas dar prioridad a la primera.
Sin embargo, este programa permite darse cuenta de los costos que
implica una elección, sin tomar en cuenta las consideraciones con ba-
se en las cuales deberá hacerse ésta.
475
A. O. Hirschman, National Power and the Structure of Foreign
Trade (Berkeley y Los Ángeles, 1945), p. 13.
407
humanidad", uno de sus legados más sobresalientes iniciará
su salida del escenario histórico. El fenómeno económico y
político de la nación desaparecerá lenta pero seguramente,
siguiendo las huellas del sistema económico y social al cual
debe su origen y su cristalización. El capitalismo, que en su
etapa ascendente creó y desarrolló la entidad nacional, con
todos los rasgos progresistas y bárbaros que trae consigo,
produjo también las condiciones para su desintegración y
desaparición final; aunque le dio "un carácter cosmopolita a
la producción y al consumo de cada país" y ha sustituido el
"antiguo aislamiento de naciones y regiones que se bastaban
a sí mismas... [por] un intercambio universal, por una inter-
dependencia universal de las naciones",476 este "carácter
cosmopolita" y esta "interdependencia universal" fue logrado
de una forma antagónica e intrínsecamente explosiva. Se lle-
gó a ellos mediante la subyugación de los países débiles por
los fuertes, a través del imperialismo, el colonialismo y la ex-
plotación. Habiendo transferido las nociones de democracia
burguesa a las relaciones internacionales, proclamó la "co-
munidad mundial", que estaría formada por Estados iguales
y soberanos, reconociendo por su insistencia en la igualdad
de status y de derechos de las potencias imperialistas y de
sus dependencias, de los grandes y de los pequeños, de los
dirigentes y de los dirigidos, la profunda desigualdad de los
pueblos que habitan respectivamente los países adelantados
y los subdesarrollados. Lo que Marx hacía notar en relación
con los individuos que forman la sociedad capitalista, se
aplica también a las naciones en lo individual dentro del sis-
tema mundial del imperialismo. "Este derecho igual es un
derecho desigual para trabajo desigual. No reconoce ninguna
distinción de clase, porque aquí cada individuo no es más
que un obrero como los demás; pero reconoce, tácitamente,
como privilegios naturales, las desiguales aptitudes de los
individuos y, por consiguiente, la desigual capacidad produc-
tiva. Por lo tanto, es en el fondo, como todo derecho, el dere-

476
The Communist Manifesto, en las Selected Works de Marx y Engels
(Moscú, 1949-1950), vol. I, p. 36.
408
cho de la desigualdad." 477
En esta desigualdad perece la mayor parte de la humanidad
a causa de una miseria continua, mientras una pequeña mi-
noría, que ha logrado su status avanzado apoyándose en esta
misma miseria, permanece como espectadora ociosa; es este
estado de "derechos iguales para todas las naciones" lo que
da lugar a los potentes movimientos populares en contra del
imperialismo y el colonialismo y a favor de la liberación so-
cial y nacional. Pero, aunque este movimiento ha triunfado
en parte y finalmente triunfará completamente, derribando
el dominio del imperialismo y terminando con la opresión
de una nación por otra, esto sólo creará las condiciones in-
dispensables para la liquidación de la desigualdad entre las
naciones y no la eliminación de ésta. De la misma forma en
que la revolución conduce, pero no produce en sí, la aboli-
ción de las clases, las revoluciones nacionales conducen, pe-
ro no producen en sí, la abolición de las naciones. Para que
ambas se materialicen, deben efectuarse procesos de gran al-
cance, que modifiquen completamente la estructura y el
contenido de la vida social. El crecimiento económico debe
realizar enormes adelantos que propicien el desarrollo de las
fuerzas productivas hasta un nivel tal, que permitan condi-
ciones de vida y de salud decentes no sólo a unas cuantas
naciones "elegidas", sino a todos los sectores y miembros del
mundo socialista. Más aún, los niveles de vida deben igualar-
se en lo sustancial, tomando naturalmente en cuenta las pe-
culiaridades de clima y las culturales que existan en las dis-
tintas regiones. Esto requerirá, indudablemente, el otorga-
miento de "subsidios" a ciertas regiones por parte de aquellas
que disfruten de "rentas diferenciales" por tener suelos más
fértiles, recursos naturales más amplios o una mayor tradi-
ción de actividad industrial. Contra este "subsidio" no puede
decirse más que lo que se dice en contra de una parte de un
país que "subsidia" a otra parte del mismo, que lo que se dice
en contra de la distribución de casa, comida y vestido entre
de una familia, sin juzgar la contribución individual al ingre-
477
Critique of the Gotha Program, ibid., vol. II, p. 22 (subrayado en el
original).
409
so total de la misma. En otras palabras, requiere el destro-
namiento de la relación que gobierna todos los aspectos de
la vida en el capitalismo, es decir, la relación de quid pro quo,
de la ley del valor. Es evidente que esto no es algo que pueda
lograr la revolución por sí sola. Para alcanzar esta etapa, que
es la única propia de la dignidad y de la potencialidad del
hombre, serán necesarias décadas enteras, décadas en que
las nuevas generaciones de seres humanos serán educadas
como miembros de una sociedad socialista cooperativa y no
como lobos en competencia en la selva del mercado capita-
lista. Ésta es y será una lucha ardua, ya que están hondamen-
te arraigadas las formas de pensamiento y de actuación que
una "cultura" de compra-venta ha implantado a la humani-
dad a través de siglos de dominar y de estar dominados, de
explotar y de ser explotados. Las dificultades para vencer es-
ta tradición serán muy grandes en el ámbito nacional y aún
mayores en el internacional. "Cuanto más atrasado es un
país, más control tiene en él la pequeña explotación agrícola,
el patriarcalismo y la ignorancia, las que otorgan, inevi-
tablemente, una fuerza particular y una tenacidad especial a
los prejuicios pequeño burgueses más arraigados, particular-
mente el egoísmo y la estrechez nacional. Estos prejuicios no
mueren sino muy lentamente, ya que sólo pueden desapare-
cer cuando el imperialismo y el capitalismo se hayan esfu-
mado de los países avanzados y todos los cimientos de la vi-
da económica de los países atrasados se hayan modificado
radicalmente."478 Stalin formuló correctamente varias de las
condiciones inmediatas para lograr un progreso decisivo ha-
cia la obtención de este objetivo más lejano: "Es necesario...
alcanzar un ascenso cultural de la sociedad que asegure a to-
dos sus miembros el desarrollo pleno de sus capacidades físi-
cas e intelectuales... Para eso es necesario, ante todo, reducir
la jornada de trabajo por lo menos a seis, y más adelante a
cinco horas. Esto es necesario para que los miembros de la
sociedad dispongan del tiempo libre suficiente para recibir
una instrucción universal... Para ello es necesario, además,
478
V. I. Lenin, Selected Works in Two Voluntes (Moscú, 1950), vol. II,
Parte segunda, p. 469.
410
mejorar radicalmente las condiciones de vivienda y elevar al
doble, cuando menos, el salario real de los obreros y de los
empleados."479 Sólo con base en una revolución cultural,
mediante un gigantesco aumento de los niveles de educa-
ción, a través de la "rendición incondicional" de la supersti-
ción, de la ignorancia y de la ofuscación ante la realidad, la
razón y la ciencia, podrá lograrse intranacionalmente la abo-
lición de las clases y un commonwealth socialista. Únicamen-
te sobre la base de un alto nivel de vida, de una abundancia
de bienes materiales, es como puede efectuarse una iguala-
ción internacional, en la que todos los sectores de la sociedad
contribuirán al adelanto del conjunto de ésta, en donde los
que "tienen" están en disposición y con deseos de ayudar a
los que "no tienen" a medida que estos últimos se liberan
progresivamente de la necesidad de que les ayuden los pri-
meros. Un cínico y un escéptico dirán que, en el mejor de los
casos, esto no es sino una "sinfonía del futuro". Induda-
blemente lo es. Sin embargo, es una sinfonía cuyo primer
movimiento puede ya ser escuchado por todos aquellos que
han logrado liberarse a sí mismos del estupor físico y mental
en que continuamente se les sumerge —de manera sistemá-
tica, intencional e implacablemente— por las múltiples y re-
finadas agencias de la ideología capitalista.
El alcanzar un orden social en el cual el crecimiento eco-
nómico y cultural sea posible de realizar fundándose en un
creciente dominio racional del hombre sobre la inagotable
fuerza de la naturaleza, es un reto que supera en alcance a
todo lo que hasta la fecha se ha logrado en el curso de la his-
toria. Si, como decía Marx, la riqueza de la humanidad está
constituida, esencialmente, por el total de sus capacidades y
de sus aspiraciones, entonces su pobreza no es más que su
ignorancia y su timidez. El esforzarse porque la razón desa-
loje a la superstición y en sustituir la sumisa aceptación de
una realidad nociva por la confianza en la capacidad del
hombre, siempre ha sido una empresa azarosa y ardua. Se
enfrenta no sólo con la enconada resistencia de todas las "fu-
479
Economic Problem of Socialism in the USSR (Nueva York, 1952), p.
53.
411
rias de la propiedad privada", sino que también se tropieza
con personajes como el de las "Memorias del subsuelo", de
Dostoievsky, que "vomitan la razón" y que se pregunta "¿qué
me importan las leyes de la naturaleza y de la aritmética,
cuando por una u otra causa me repugnan dichas leyes tanto
como el hecho de que dos por dos sean cuatro?" Este hom-
bre del subsuelo ha sido mimado y cultivado por todo el apa-
rato de la civilización burguesa. Los economistas han contri-
buido a ello presentando al sistema capitalista como la única
estructura básicamente posible de la actividad económica (y,
de hecho, como su estructura "natural") —aunque quizá
pueda admitir ciertas mejoras—. Los sicólogos han coopera-
do, al declarar a lo inconsciente como la fuerza impenetrable
y oscura que, inevitablemente, reduce a la nada todos los es-
fuerzos por hacer avanzar la causa de la razón, al mismo
tiempo que achacan la estructura observable del "Id" a fuer-
zas bióticas perennes en vez de atribuirla a las frustraciones
y angustias que continuamente produce y reproduce una so-
ciedad inhumanamente organizada.480 Los literatos, como
Aldous Huxley, Orwell, Koestler, cumplen con su tarea pin-
tando cuadros surrealistas de lo que ellos piensan que es una
sociedad racional, buscando así provocar el rechazo de la ra-
zón entre las multitudes de quienes son incapaces de perci-
bir la diferencia entre la caricatura y la realidad.481 Otros,
como Ernest Hemingway —desilusionados de que la historia
no se "conduzca" de acuerdo con sus preferencias— predican
la desesperanza, la desorientación y la futilidad. Los artistas
desempeñan su parte creando obras escapistas, oscureciendo
y deformando la comprensión del mundo real y, para culmi-
nar todo esto, la industria del cine, la prensa, la radio y la te-
levisión, proporcionan pasatiempos estupefacientes que des-

480
Ésta es la principal falla de Freud y la que lo conduce, particular-
mente en sus últimos trabajos, a una peligrosa cercanía con el misti-
cismo.
481
Esto ha sido analizado incisivamente por T. W. Adorno en su ma-
gistral ensayo "Der Entzauberte Traum", publicado en la revista Die
Neue Rundschau (segundo número, 1951), y reimpreso en su libro
Prismen, Kulturkritik und Gesellschaft (Berlín y Frankfort, 1955).
412
truyen sistemática e incansablemente todo pensamiento in-
teligente, tanto en los viejos como en los jóvenes, en los ig-
norantes como en los instruidos, en los países avanzados al
igual que en los atrasados.
El hombre del subsuelo, moldeado y educado en el molino
de la cultura capitalista, no desaparecerá en el alba de la re-
volución social. La destrucción de las bases sociales en que
se nutre debilita en gran medida su resistencia, pero no lo
elimina de la noche a la mañana. Para superar la herencia de
lo que con el tiempo se considerará como el fin de la época
del oscurantismo de la humanidad, será necesaria una larga
campaña a lo largo de varias generaciones. Como bien lo
comprendía Hegel, el ascenso de la razón nunca ha seguido
una línea recta. Continuamente se ha visto obstaculizado y
retardado por las inquisiciones y los campos de concentra-
ción, por las cámaras de gases y por las cacerías de brujas. Ha
estado marcado por brillantes victorias y se ha detenido por
penosas derrotas, ha pasado por avances estimulantes y se ha
hundido en descorazonadoras retiradas. Los obstáculos que
obstruyen el camino de la razón no son simplemente el odio
y la tenacidad de las fuerzas que se aferran desesperadamen-
te al statu quo y el oscurantismo del pueblo que se encuentra
bajo su férula. Los obstáculos también incluyen las exaspe-
rantes insuficiencias y equivocaciones que a menudo come-
ten aquellos que con gran dedicación luchan por su triunfo.
Estas aberraciones han desalentado y desorientado a muchos
de los que quizá hubiesen tenido la fuerza y el valor para so-
portar las dificultades y el ostracismo que les impone la so-
ciedad burguesa y para aliarse a la causa del progreso. Sin
embargo, la estratagema habitual de los oportunistas consis-
te en apoyarse en los errores que se han cometido en el pro-
greso de la causa de la razón, para abandonar la propia causa
y caer en el agnosticismo y en la pasividad.
Pero los errores son inevitables en todo esfuerzo humano;
de hecho, el que ocurran no es sino un aspecto del progreso
mismo de la razón, pues es en el transcurso de este proceso
cuando pueden cometerse y corregirse. De todos los defectos
del pensamiento, probablemente ninguno sea tan peligroso y
413
destructivo como la incapacidad para distinguir entre la irra-
cionalidad y el error. Es la misma diferencia que existe entre
las incoherencias de un sicótico y las afirmaciones erróneas
de una persona cuerda. La primera surge de una profunda
enfermedad, en tanto que la última proviene de lo inadecua-
do del conocimiento y de la percepción. Tanto en escala so-
cial como individual, ninguna de las dos puede eliminarse a
menos que se liquiden las causas que la provocan. La irra-
cionalidad, como fenómeno social, no podrá ser superada en
tanto que el sistema capitalista, que es su fundamento, siga
existiendo. Más aún, de la misma forma que a un sicótico no
puede influírsele mediante los argumentos y la persuasión,
un orden social cuyo principio de organización es la irracio-
nalidad, no puede convertirse en racional a través de la cien-
cia y de la educación. De hecho, todo el conocimiento adi-
cional que adquiera una sociedad irracionalmente constitui-
da sólo contribuirá a ampliar y fortalecer la potencia de la
muerte y de la destrucción.
En una sociedad en que la razón se ha constituido en el
principio rector de las relaciones sociales, la situación es ra-
dicalmente distinta. Nuevamente aquí, la evolución de dicha
sociedad será un proceso largo y penoso. "De lo que aquí se
trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado
sobre su propia base, sino, por el contrario, de una que
emerge de la sociedad capitalista y que, por lo tanto, presenta
todavía, en todos sus aspectos —en el económico, en el mo-
ral y en el intelectual—, el sello de la antigua sociedad de cu-
yas entrañas procede."482 En realidad, por un período bastan-
te largo, tanto la irracionalidad como el error obstrucciona-
rán también al orden socialista. Se cometerán crímenes, se
perpetrarán abusos y la crueldad y la injusticia serán inevita-
bles. Tampoco cabe esperar que no se cometan errores en la
dirección de sus asuntos. Se harán planes equivocados, se
desperdiciarán recursos, se erigirán puentes donde no hacen
falta, se construirán fábricas donde debió haberse cultivado
482
K. Marx, "Critique of the Gotha Program", en las Selected Works de
Marx y Engels (Moscú, 1949-1950), vol. II, p. 21 (subrayado en el ori-
ginal).
414
más trigo. Sin embargo, lo decisivo es que la irracionalidad
ya no será forzosamente —como en el caso del capitalismo—
algo inherente a la estructura de la sociedad. Ya no será la
consecuencia inevitable de un sistema basado en la explota-
ción, en los prejuicios nacionales y en las supersticiones que
incesantemente se cultivan. La irracionalidad se convertirá
en un residuo de un pasado histórico, desprovista de sus ci-
mientos socioeconómicos, desarraigada por la desaparición
de las clases sociales y por el fin de la explotación del hom-
bre por el hombre. A medida que la sociedad socialista ma-
dure, cuando comience a "desarrollar sus propias bases", se
liberará progresivamente a sí misma del legado del pasado
capitalista. Sus propios desórdenes y errores de funciona-
miento no serán sino equivocaciones de hombres racionales
y se deberán a la insuficiencia de sus capacidades síquicas e
intelectuales o a las limitaciones del estado prevaleciente del
conocimiento. El remediar ambas para hacer avanzar la habi-
lidad de los hombres en el control de la naturaleza y en el
mejoramiento de sus relaciones entre ellos mismos se con-
vierte entonces en un potente y orgulloso reto a todo el es-
fuerzo científico. Habiendo convertido al conocimiento en
un poderoso instrumento del progreso humano, éste se con-
vertirá en la principal preocupación de hombres y mujeres en
todos los campos de la vida. Obteniendo sus energías de los
inconmensurables recursos del pueblo libre, no sólo derrota-
rá definitivamente al hambre, las enfermedades y al oscuran-
tismo, sino que en el proceso mismo de su avance victorioso,
creará nuevamente la estructura síquica e intelectual del
hombre.
Contribuir al surgimiento de una sociedad en la que el des-
arrollo suplante al estancamiento, en la cual el crecimiento
desaloje a la decadencia y en la que la cultura liquide a la
barbarie, es la función más noble y, de hecho, la única digna
del esfuerzo intelectual. La necesidad del triunfo de la razón
sobre el mito, de la victoria de la vida sobre la muerte no
puede ser demostrado por medio de la inferencia lógica.
Como dijo en una ocasión un gran físico, "la lógica por sí sola
es incapaz de llevar a nadie más allá del reino de su propia
415
percepción; ni siquiera puede obligarlo a reconocer la exis-
tencia de sus semejantes".483 Esta necesidad debe descansar
en la proposición de que la demanda de la humanidad en fa-
vor de la vida, del desarrollo y de la felicidad, no necesita ser
justificada. Con esta proposición se mantiene y cae. Sin em-
bargo, ésta es la única premisa que no puede probar y que es
irrefutable.

483
Max Planck, Das Weltbild der Neuen Physik (Leipzig, 1929), p. 9.
416
NOTA DEL TRADUCTOR
En la lista que ofrecemos a continuación figuran las obras
publicadas en español por el Fondo de Cultura Económica, a
las que el autor hace referencia en su texto o en las notas de
pie de página. En el caso de muchas de las transcripciones
hemos preferido ofrecer nuestra propia versión, tanto para
conservar algunos cambios de traducción que el mismo au-
tor introduce como para mantener cierta unidad en la ter-
minología.
N.W.

Kalecki, M. Teoría de la dinámica económica. 1956. (Traduc-


ción de Felipe Pazos y Víctor L. Urquidi).
Keynes, J. M. Teoría general de la ocupación, el interés y el di-
nero. 2ª reimpresión (1958) de la 3ª ed., 1951. (Traducción de
Eduardo Hornedo).
Marx, Karl. El Capital. 2ª ed. del F. de C. E., 1959. 3 volúme-
nes. (Traducción de Wenceslao Roces).
Mill, John Stuart. Principios de Economía Política. 1943. (Tra-
ducción de Teodoro Ortiz).
Nurkse, Ragnar. Problemas de formación de capital en los paí-
ses insuficientemente desarrollados. 1955. (Traducción de
Martha Chávez D.).
Ricardo, David. Principios de Economía Política y tributación
(Obras y correspondencia, tomo I). Ed. de Piero Sraffa.
1959. (Traducción de Juan Broc B., Nelly Wolff y Julio Es-
trada M.).
—. Obras y correspondencia, tomo II. Ed. de Piero Sraffa.
1958. (Traducción de Florentino M. Torner).
Robinson, Joan. La tasa de interés y otros ensayos, en el libro
Ensayos de economía poskeynesiana. 1959. (Traducción de
Domingo Alberto Rangel y Martha Chávez D.).
Smith, Adam. Investigación sobre la naturaleza y causas de la
riqueza de las naciones. México, 1958. (Traducción de Ga-
briel Franco).
Sweezy, Paul M. Teoría del desarrollo capitalista. 2ª ed., 1958.
(Traducción de Hernán Laborde).
Zimmermann, E. W. Recursos e industrias del mundo. 1957.
417
(Traducción de Gonzalo Robles, José Bullejos, Alfonso
Ayensa, Adrián Esteve, Emilio Rodríguez Mata, Francisco
González Aramburo y Leopoldo Gutiérrez de Zubiaurre).

418
ÍNDICE ANALÍTICO

Abramovitz Moses, 265


Academia de Ciencias de la U.R.S.S., 316 n
Acton, John Edward Dalberg, Primer Barón, 250
Adams, Brooks, 170
Adams, Walter, 56 n
administraciones coloniales en los países atrasados, 229-233
Adorno, T. W., 331 n
África, 31, 166, 176, 214, 220, 232, 286, 297
agricultura, condiciones para una reforma efectiva de la, 195;
endeudamiento de los trabajadores agrícolas con los pres-
tamistas, 197; industria vs. agricultura, 303-316; necesidad
de la colectivización, 300; necesidad de movilizar el exce-
dente económico, 297; en los países atrasados, 190-191; en
los países capitalistas avanzados, 194; reforma de la, con fre-
cuencia es inútil, 193-194; su relación con el capitalismo, 67-
69; revolución agrícola en el socialismo, 295, 297
América Latina, 176, 214, 220-224, 226 n, 229, 230 n, 240n,
241, 264 n, 282, 286, 297
Anderson, William H., 113 n
Anglo-Iranian Oil Companv, 246, 294 n
Anstey, Vera, 169 n
Aptheker, Herbert, 183 n
Arabia Saudita, 235-240, 264
armas termonucleares, 154-155
Atkinson, Henry A., 238 n
Aubrey, H. G., 203 nt
Bain, J. S., 96 n
Balance of Payments Year-
book, 235 n Balogh, Thomas, 284
Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, 226
Baran, Paul A., 137n, 313-314 nn, 322 n
Baruch, Bernard M., 268 n, 277
Baykov, A., 312 n
Bean, L. H., 59, 72
Bennett, M. K., 272, 274
419
Benson, Lee, 81 n
Bentham, Jeremy, 43
Bergson, A., 313 n, 314 n
Berle, A. A., Jr., 137 n, 153 n
Bernal, J. D., 38 n
Bevan, Aneurin, 310 n
Bhatt, V. V., 239 n
Boeke, J. H., 175 n
Bolivia, 208, 216 w, 221 n, 244, 260
Bracker, Milton, 241
Braílsford, H. N., 184 n
Brasil, 214, 232, 260
Brittain, R., 272 n
Brookmgs Institution, 52, 78 n
Brozen, Yale, 264
Bureau of Internal Revenue, 77
Bureau of Labor Statistics (Comisión de Estadísticas del
Trabajo), 48 n, 58 Business Week, 124 n, 156 n, 244 n
capitalismo, en América del Norte y en Australia, 165; defen-
sores del, 32; en Europa occidental, 163-164; fase mo-
nopolista del, 95-107; funcionamiento corriente del, 69-91;
igualación de ganancias en el, 91-95; en el Japón, 176-187;
primitiva política colonial del, 166-170; en relación con la
agricultura, 194; surgimiento del, 62-68, 161
Cárdenas, Lázaro, 230 n
Carr, E. H., 289 n
Casas, fray Bartolomé de las, 176 n
Castillo Armas, Carlos, 227 n
Castro, Josué de, 214n, 232, 272 n
Clark, Colin, 35n, 71 n, 75 n, 271
clase mercantil, drene de la acumulación de capital, 198-199;
su papel en la perpetuación del statu quo, 222-226; su posi-
ción en las sociedades atrasadas, 191, 197-198, 220-221
Cole, Arthur, 265
Colm, Gerhard, 27
Colombia, 244
combinaciones Webb-Pomera-ne, 136 n
comercio exterior, 132; apoyado por el Gobierno, 135-141; en el
420
capitalismo competitivo, 132-133; en el capitalismo monopo-
lista, 132-133; con los países socialistas, 321-328
Commission on Foreign Eco-nomic Policy, 227
Committee on Small Business, 75 n
competencia de precios, eliminación de la, 101-102
Comuna de París, 68, 282 n
comunismo, 283, 288-290
"condiciones clásicas" para el crecimiento económico, 62-68;
acumulación del máximo excedente económico, 63-67, 79;
plena utilización de los recursos, 69-72; relación del nivel de
salarios con el excedente económico, 63-64, 72-79; uso de
las oportunidades de inversión, 80-90
conformismo, tendencia al, 152-
Congo Belga, 259
Consejo de Asesores Económicos (Council of Economic Advi-
sers), 124-125, 126 n
consumo de la clase capitalista, 65-67, 110
consumo esencial, 47-51
consumo excesivo, 47-51
Cook, R. C, 268 n, 271 n, 277 n corporaciones holandesas,
sus
ganancias, 258-259 crecimiento económico, 17; condiciones
necesarias para el, 37-38, 63-67, 69-83; definición del, 35-36;
implicaciones del, 19; oposición al, de las regiones atrasadas,
por parte de las potencias imperialistas, 225; en el socialismo,
328-334 crecimiento de la población, su relación con el desa-
rrollo económico, 267-279; su relación con la inversión, 83-
85; su relación con la oferta de mano de obra, 85, 86-87 Cur-
tise, Harlowe, 101 n Cutler, J., 206 n, 212 n, 259n
Chenery, H. B., 235 n, 246 n Chile, 137 n, 208, 230 n, 244, 257
China, 26, 165-166, 184-185, 187, 188 n, 250, 276, 282, 283, 289,
295 n, 297, 322, 323, 324
Dalmulder, J. J. J., 258 n Datta, B., 190 n, 199 n, 255 n David-
son, Basil, 233 n democracia, propaganda del imperialismo,
285-286, 328 Departamento de Estado, de los Estados Unidos,
230 n, 231 n, 247, 289 n depresión, 23, 27, 118, 241 Dernburg,
H. J., 231 n, 259 n desocupación de recursos humanos y na-
421
turales, 51-59, 69, 108-109, 122-125, 318-321 • "desvanecimiento
de las oportunidades de inversión", teoría del, 83-91 De-
whurst, J. F., 270 n Digby, William, 169 n, 173 n Dobb, Mau-
rice, 161 n, 162 n, 163 n, 166 n, 312 n, 313 n, 315 n, 320 Domar, E.
D., 27, 98 n Dostoyevski, Feodor, 331 Dulles, John Foster,
249, 277-278, 283-285, 288, 291
Dutt, R. Palme, 170 n Dutt, Romesh, 171
economía del bienestar, 43-45
"economías externas", 217-222, 231-232, 242
Economic Report for 1955 (Council of Economic Ad-visers),
124-125, 126 n
Economic Report of the Pre-sident to Congress, 1953, 75; 1955,
124 n
Economist, The, 234 n, 235 n, 237, 239 n, 240, 246 n, 247, 252,
267, 314 n
Efimov, G. E., 176 n
Egipto, 28, 214, 221, 251
Eisenhower, Dwight D., 120, 282, 291 n
Employment Act of 1946,124
empresas extranjeras en los países subdesarrollados, 204-211;
apoyo de las, a los regímenes reaccionarios, 196-228; bajos
salarios que pagan las, 208-210; el capital mercantil prolon-
gado por las, 221-222; su dependencia de los regímenes
reaccionarios, 224; efecto destructivo de las, 211-217; instala-
ciones que requieren las, 217-222; pequeñas inversiones de
capital de las, 205-206
empresas norteamericanas en los países atrasados, sus ga-
nancias, 259
Engels, Friedrich, 21, 37n, 119 n, 140, 273, 274, 278, 286, 299 n,
306 n, 307, 308, 309 n, 323, 328 n
Estado, apoyo que presta a las operacienes internacionales
de los monopolios, 135-138, 223-228; ayuda a las empresas
occidentales para desarrollar los países atrasados, 219-230;
control de las corporaciones sobre el, 119-120; su función en
el capitalismo primitivo, 113-114, 163; ingresos del, en las re-
giones productoras de petróleo, 234-242; intervención del,
en la Economía, 118; magnitud de la intervención necesaria,

422
140-142; métodos de fmandamiento, 146-148; papel del, en el
desarrollo del Japón, 181-183; parte del excedente que le co-
rresponde en los países atrasados, 229-230
estados surianos (de los Estados Unidos), 214
excedente económico, 38-67; su absorción por el Estado para
gastos imperialistas, 141-142; en la agricultura de los países
atrasados, 190-196; apropiación del, por parte de la clase
mercantil, 198-199; búsqueda de regiones para la inversión
del, 81-114, 146, 151-152; disminución de la reinversión del,
79-80; distribución del, 79; elevación al máximo del, 64-67,
79; modo de utilización del, en los países socialistas, 298-
303; en relación con el nivel de salarios, 72-75; transferencia
del, a los países más adelantados, 211, 260, 261; uso impro-
ductivo del, 204; utilización del, 62-63; utilización del, en
los países subdesarrollados, 257-258
excedente económico planificado, 59-61, 293-321
excedente económico potencial, 40-59, 69; asignación del,
al militarismo, 287-288; cuatro formas del, 40-41; extracción
del, por las empresas extranjeras, 259-264; modo de uti-
lización del, en los países atrasados, 189-257, 258; la movili-
zación del, primer problema del socialismo, 299-303; obsta-
culizada por el capitalismo monopolista, 275; necesidad de
recuperar el ex cedente absorbido por la agricultura, 297-
299
exceso de capacidad, 52-57, 69, 102
Eydas, Kh., 185 n
Fagan, Elmer D., 112 n
Fairless, Benjamin, 101 n
Federal Reserve Board, 78
Federal Trade Commission, 77 n
feudalismo, 41, 62-65, 79, 160-161; desintegración del, en los
países atrasados, 187, 192; en el Japón, 176-180; supervivencia
con el mercantilismo, 223
financiamiento deficitario, 147
Finch, D., 260 n
Fondo Monetario Internacional, 235 n,, 260 n
Food and Agriculture Organ-ization, 48 n, 271

423
Frankel, S. Herbert, 212 n, 222, 280 n
Franklin, Benjamin, 67 n
Freud, Sigmund, 331 n
frontera, paso de la, 87-88
Fundación Ford (Ford Foundation), 203 n, 285 n
Fundación Rockefeller, 271 n, 285 n
Furnivall, J. S., 175 n, 277
Galatoli, Anthony H., 244 n
Galbraith, J. K., 57 n, 90 n, 97 n, 121
Gallegos, Rómulo, 241
Ganguli, M., 295 n
gasto gubernamental, apoyo popular del, 142-144; aumento
del consumo por el, 127-129; consecuencias peligrosas del,
144-146; financiamiento del, 146-152; propósitos militares e
imperialistas del, 131-142; utilización del excedente econó-
mico propiciado por el, 141
Gerschenkron, Alexander, 313 n, 314 n
Ghosh, D., 274 n
Gilbert, M., 270 n
gobiernos mercenarios en los países atrasados, 234-248; su
dependencia de las empresas extranjeras, 246-247; mayor
ayuda de los estados extranjeros a los, 286-287; métodos
impositivos de los, 243-245; uso de los ingresos que ob-
tienen de las empresas extranjeras, 234-244
Gran Bretaña, 164-165, 168-175, 258-260
Granick, D., 325 n
"Gray Report", 206 n, 220, 306 n
Greenberg, Michael, 176 n
Grundfest, Harry, 269
Guatemala, 28, 227 n, 230 n, 262 n, 286
guerra, impulso capitalista hacia la, 22, 25, 27, 153-156
Hallgarte, G. W. F., 136 n Hansen, Alvin H., 83, 99 Harris, S.
E., 143 n, 322 n Harrod, Roy Phillips, 27 Hazelwood, A. D., 261
n Hegel, G. W. F., 23-24, 296, 332 Heller Committee for Re-
search
in Social Economics, 48 n,
73 n Hemingway, Ernest, 331 Henderson, León, 59 n Hessen,
424
B., 38 n Hilferding, Rudolf, 22, 82 n,
102 n Hirschman, A. O., 327 n Hitler, Adolf, 277 « Hobbes,
Thomas, 45 Hobson, J. A., 22, 139 Hodgman, D. R., 313 n ho-
ras de trabajo, reducción de
las, 126-127 . Horkheimar, Max, 116 Hubertnan, Leo, 183
n Huxley, Aldous, 331 Huxley, Julián, 268, 277
Ibn Saúd, 236, 238 n igualación de las tasas de ganancia, 91-
95, 105
imperialismo, apoyo popular del, 142; desaparición final del,
329; el desarrollo de los países atrasados obstaculizado por
el, 27-32, 201-204, 225-228, 275-279; efectos del, en los países
coloniales, 164-168, 184-185; explotación de los países atra-
sados por el, 205; sus ganancias, 258-261; gobiernos merce-
narios apoyados por el, 222-224, 230-248; en la India, 168-
175; el Japón como potencia imperial, 186; la liberación so-
cial de los países atrasados obstaculizada por el, 281-282; en
el monopolio, 135-142; nuevas racionalizaciones a favor del,
46-47; en los países productores de petróleo, 234-243; los
países socialistas forzados a estar a la defensiva por el, 281-
282, 328; Punto Cuarto, 230-233
India, 230, 257, 260, 274, 284, 288 n; colonialismo británico
en la, 164-165, 168-175, 221; construcción de ferrocarriles en
la, 221; Primer Plan Quinquenal, 253; Segundo Plan Quin-
quenal, 253; situación corriente de la, 251-256
individuo, libertad del, 115-116
industria petrolera en las regiones atrasadas, 234-243
industrialización en el socialismo, bienes de producción vs.
bienes de consumo, 316-318; métodos de intensidad de capi-
tal vs. intensidad de mano de obra, 318-321; relación con la
agricultura, 303-316
industrias competitivas, monopolización de las, 103-104, 109
inflación, peligro de, 147-148
innovaciones técnicas en la industria monopolista, 97-102; en
relación con la inversión, 88
intensidad de capital vs. intensidad de mano de obra, 318-321
International Development Advisory Board, 219 n, 233 n
inversión del excedente económico, 64-67, 79-91; insuficien-

425
cia de la, en el monopolio, 95-107; mecanismo de la, en el
capitalismo competitivo, 91-95; papel del Gobierno en la
expansión de la, 114, 122-142
investigación científica, su relación con las empresas, 55-56
Irak, 235, 238, 240
Irán, 28, 234-235, 239, 248 n, 260, 264 n, 294 n
Japón, 213, 214 n; carencia de recursos naturales, 183-184;
desarrollo económico, 176-187; gobierno Tokugawa, 177-178,
181, 185; proximidad estratégica con China, 185; revolución
Meiji, 178-182
Jasny, Naum, 313 n, 314 n
Jefferson, Thomas, 114
Jewkes, John, 124 n
Johnson, H. G., 31 n
Kaldor, N., 104 n
Kalecki, M., 60 n, 74, 77, 83, 85 n,
88 Kautsky, Karl, 203 n Keddie, N., 226 n Kennan, George F.,
288 n, 289 Kerr, Clark, 74 n Keynes, John Maynard, 23-25,
82. 121, 143, 144 n,-157 Khambata, K. J., 170 Koestler, Ar-
thur, 331 Kravis, J. B., 270 n Kuwait, 235-238, 240 Kuznets,
S., 70 n, 71, 75
Lange, Oskar, 98 n, 101 n, 147,
311, 325 Lasker, B., 217 n Lasswell, Harold C, 23 n Lenin, V. J.,
23, 82 n, 90, 107, 140, 186, 278, 281, 283, 289, 293, 296, 307,
309 n, 316, 322, '330 n
Levinson, Harold M., 76 n
Ley de Say, 63, 80-81
Lilienthal, David, 90 n
Lubin, Isador, 58
Luxemburgo, Rosa, 22
Lynd, Helen M., 282 n
Lynd, Robert, 34
Lynes, Russell, 112 n
Macaulay, Thomas Babington, 170, 173
Maffry, Aügust, 227
Mahalanobis, P. C, 254
426
Malenkov, George, 314 n
Malthus, Thomas R., 41, .143 n, 269
Mandelbaum, K., 257
Manifiesto comunista, 285 n, 328 n
Mao-Tse-Tung, 187 n
Maquiavelo, Nicolás, 45
Marshall, Alfred, 19, 158
Martin, R. F., 70 n
Marx, Karl, 21-23, 38 n, 39 n, 40 n, 42-43, 51, 62, 66 n, 67, 76,
93 n, 94, 106, 112 n, 114, 119n, 140, 158n, 161, 162, 163n, 164 n, 166
n, 169 n, 173 n, 174, 176, 179 n, 181, 200 n, 266 n, 269 n, 282 n,
285 n, 286, 308-309, 316, 326, 328 n, 330, 333 n
Masón, E. S., 160 n, 163 n, 212, 215 n, 219, 224 n, 245, 267 n, 268
n, 275 n, 280 n, 283-286, 310
McLeod, A. N., 217 n, 261 n
métodos impositivos, 148-151, 298 ^
Metzler, Lloyd, 98 n, 149 n
México, 230 n, 241, 257, 260
Mikesell, R. R, 235 n, 246 n
militarismo en los países atrasados, 287-290
Mili, John Stuart, 68 n
Mills, C. Wright, 55 n, 104 n, 112 n, 115 n
mínimo de subsistencia, 63, 72-73 monopolio, 22, 27, 46 54-
55, 68-72, 76-79; control por él, de la industria en los países
atrasados, 201-204; creación de nuevas industrias en el, 97;
impulso hacia el imperialismo en el, 136-142; impulsos y obs-
táculos a la guerra en el, 153-157; incitación al conformismo
en el, 152-153; ines-tabilidad del, 152; oposición de las peque-
ñas empresas al, 81; relación del, con la inversión, 80-92; su
resistencia a expandir la producción, 97-107 Monthly Review,
152 n, 183 n, 270 n, 289 n Moore, W. E., 167 n, 194 n,217n Mos-
sadegh, Mohammed, 248 n movimiento populista, 117-121
Musgrave, R. A., 150 n Myint, H., 263 n
nación, desaparición del concepto de, 327-328
Naciones Unidas, 48 n, 159, 191 n, 208 n, 221 n, 232 n, 233, 234
n, 240 n, 242 n, 243 n, 253 n, 255 n, 257 n, 259 n, 261 n, 264 n,
281n, 283, 297 n, 318 n, 324
National Research Council, 48 n
427
National Resources Committee, 78 n
Nehru, Jawaharlal, 174
Neisser, Hans, 86 n
New Deal, 118, 241
New York Times, 101 n, 153 n, 242 n, 288 n
Nicholls, V. H., 203 n
nivel de salarios, en las empresas extranjeras en los países
coloniales, 208-210, 225-226, 319-320; en los países atra-
sados, 190; su relación con el excedente económico, 63, 72-
79, 85-86, 109-110
Norman, E. Herbert, ,176 n, 178 n, 180 n, 182 n, 184 n, 185 n
"Nueva Economía", 23-24, 82
nuevas empresas, establecimiento de, 96-97
Nurkse, Ragnar, 133 n, 160 n, 208 n, 212, 257 n, 318
O'Connor, Harvey, 226 n, 236 n,
241 n, 243 n Oficina del Censo (Estados Unidos), 71 n
Organization for European Econornic Cooperation, 230 n
Orwell, George, 331 Oshima, Harry, 257, 258 n
Painter, M. S., 150 n
países subdesarrollados, agotamiento de los recursos natu-
rales de los, 213-216; aparato militar en los, 287-291; carac-
terísticas esenciales de los, 158-160; la clase mercantil y sus
funciones en los, 198-200; comercio con el capital monopo-
lista, relación de intercambio de los, 136-141; crecimiento
económico de los, obstaculizado por los intereses imperia-
listas, 27-30, 225-228, 275-279; desintegración del feudalis-
mo en los, 187; las empresas extranjeras en los, 204-228; go-
biernos mercenarios en los, 234-243; gobiernos tipo "New
Deal" en los, 248; industrialización vs. agricultura en los,
303-316; instalaciones irracionales en los, 217-222; penetra-
ción europea, sus efectos sobre los, 163-175; producción in-
dustrial de los, 200-204; Punto Cuarto, sus efectos en los,
230-231; razones del atraso de los, 256-279; regiones produc-
toras de petróleo y sus condiciones en los, 234-243; rela-
ciones internacionales socialistas, 321-330; la religión en los,
283-285; situación agrícola de los, 190-196; el socialismo, ne-
cesario para el crecimiento económico de los, 293
428
Paley Report, 240
Palmerston, 184
Papandreou, A. G., 108 n
Partido Comunista de la Unión Soviética, 311, 322 n; Décimo-
quinto Congreso del, 302-303; Decimonoveno Congreso del,
314 n
Partners in Progress, a Report to the President, 219 n, 233 n
Pecolvits, N. A., 184 n
Perlo, Víctor, 75 n, 78, 112
Pevsner, Ya. A., 179 n, 181 n, 182 n
Philby, H. St. J. B., 236, 238 n, 239
Philippines, Economic Survey Mission to the, 244 n
Pizer, S., 206 n, 212 n, 259 n
Planck, Max, 334 n
Planes Quinquenales, de la In-dia, 253-255; de Rusia, 311-314,
321-322
planificación económica socialista, 26-27; asignación del ex-
cedente en la, 303-321; esen-cialidad de la, para el creci-
miento económico, 281-287, 293; el excedente económico
planificado en la, 59-61; planificación internacional entre
los países socialistas, 325-328; proceso de establecimiento
de la, 293-303; razones para tomar en cuenta las ne-
cesidades defensivas en el, 291-292
política de ocupación plena, 119-123; definición de la, 123;
función real de la, 123; mantenimiento ulterior de la, 145-
146; métodos efectivos de lograrla, 142
Portugal, 267 n, 282, 286
producción y consumo "óptimos", 60
Programa del Punto Cuarto, 203 n, 230-231, 248 n
protestantismo, su relación con el capitalismo, 66-67
Quinn, T. K., 55 n
Randall, C. B., 227
Raw Materials Policy Commis-sion, 240 n
recursos, plena utilización de los, 37-60, 69-72, 189
regiones petroleras del Medio Oriente, 208, 229, 234-240,
257, 282, 297, 324
relaciones internacionales de los países capitalistas, 131, 133-

429
142, 153-157; confianza de las empresas extranjeras en el
apoyo gubernamental, 135-138; impacto en la actividad de
los gobiernos, 139-141; tendencias a favor y en contra de la
guerra, 153-157
religión, en los países subdesarrollados, 284-285
Report of the Joint Committee on the Economic Report, 124n
Rhodes, Cecil, 231
Ricardo, David, 41 n, 45, 64 n, 65 n, 67, 73 n, 143 n, 191
Riesman, David, 55 n
Rippy, J. F., 258 n
Robb, Lewis H, 53 n
Robbins, Lionel, 18 n, 19 n
Roberts, W. L., general briga-dier, 290 n
Robinson, Joan, 84 n, 85 n, 94 n, 157 n
Rockefeller, Nelson, 219, 233
Rogow, A. A., 74 n
Rollins, C. E., 208 n, 210 n, 226 n, 242 n, 244 n
Roosevelt, Franklin D., 118-120
Rosenstein-Rodan, P. N., 257
Rowntree, G. A., 67 «
Salter, Sir Arthur, 205 Samuelson, Paul A., 149 n Sansom, G.
B., 177 n, 178 n Sarnoff, David, 290, 291 n, 292 Scitovsky, T.,
44 n, 45 n, 148 Schiff, Erich, 206 n, 258, 263 Schmidt, E. P.,
155 n Schumpeter, J. A., 42 n, 50, 57 n, 65 n, 82 n, 83, 93,
96, 99 n, 120 n, 124 n, 147 n, 264
Shah, K. T., 170
sindicatos, 70n, 118-119, 123, 126, 225
Singer, H. W., 217 n, .220, 261 n
Smaller War Plants Corporation, 77 n
Smith, Adam, 41 n, 45, 64 n, 65 n, 191
Smith, O. E., Jr., 226-227 nn
Smith, Thomas C, 176 n, 178 n, . 180 n, 181 n, 186 n
Sociedad de Naciones, 204 n
Solimán, Abdula, 237
Sombart, Werner, 66
Sorokin, Pitirim, 23 n
Spengler, J. J., 274 n

430
Sraffa, P., 96 n, 101 n
Stalin, Joseph, 293 n, 300, 301 n, 310, 330
Stein, Gunther, 290 n
Steindl, J., 52 n, 89, 91 n, 93 n
Strachey, John, 74 n
Sturmthal, A., 198 n, .257 n
Swanson, E. W., 155 n
Sweezy, Paul M., 78 n, 85 n, 86 n, 88,97, 102 n, 108 n
Taeuber, C, 271-273
Taitel, M., 78 n
Takahashi, H. Kohachiro, 179 n, 180 n
Temporary National Economic Committee, 58, 78 n
Terborgh, G., 98 n
Tinbergen, J., 258 n
Tocqueville, Alexis de, 280
Torres Gaitán, Ricardo, 198 n
trabajo improductivo, 41-42, 48-52, 64; su incremento en el
monopolio, 111-113; su transferencia a la producción en el
socialismo, 293-294
Traman, Harry S., 120, 230
Unión Soviética, 23-26, 34, 51, 283, 288-289, 295 n, 196-199,
307; colectivización de la agricultura en la, 310-316; desarro-
llo de la industria en la, 310-316, 318 n; relaciones comercia-
les do la, con otros países, 321-322; resoluciones del Parti-
do Comunista de la, 302-303 Universidad de Staford, Food
Research Institute, 272 V. S. News and World Report, 291 n
Van Zandt, James E., 130 n Venezuela, 28, 137 n, 208, 216 n,
221 n, 225 n, 229, 240-243, 264 n, 324 Verne, Julio, 272
Viner, Jacob, 93 n, 211 n, 228 n Vogt, W., 268 n, 276 n, 277,
279 Voz de los Estados Unidos de Norteamérica. 292
Warriner, Doreen, 295 n Weaver, Findlay, 74 n Weber, Max,
66, 67, 158, 264 Wiener, Norbert, 276, 277 n Wiles, P. J. D.,
314 n Wilson, Charles E., 288 Williams, Eric, 163 n Winfield,
G. F., 276 n Wolf, Leonard, 176 n Wright, Quincy, 23 n

Yamada, M., 179 n Young, Allyn, 200

431
Zimmermann, E. W., 183 n

432
ÍNDICE GENERAL

Prefacio
Prefacio a la edición en español
Capítulo I
Panorama general
Capítulo II
El concepto de excedente económico
Capítulo III
Estancamiento y desarrollo del capitalismo monopolista (I)
Capítulo IV
Estancamiento y desarrollo del capitalismo monopolista (II)
Capítulo V
Las raíces del atraso
Capítulo VI
Hacia una morfología del atraso (I)
Capítulo VII
Hacia una morfología del atraso (II)
Capítulo VIII
El ascenso a la cumbre
ÍNDICE ANALÍTICO

433
Este libro se terminó de reimprimir el día 25 de agosto de
1969, en los talleres de Litográfica Ingramex, S. A., Prosperi-
dad 75, México 18, D. F., siendo Director del Fondo de Cultu-
ra Económica el Lic. Salvador Azuela. Se tiraron 10 000 ejem-
plares.

434

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