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literario
José Pascual Buxó
-1-
Permítaseme asentar en primer término -y de la manera involuntariamente
apodíctica a que me fuerza la brevedad del tiempo- que el estudio semiótico de
los textos literarios supone la existencia de una teoría de la lengua que incluya tal
clase de textos en el conjunto de los datos que se propone explicar 1.
No quiere decirse con esto que baste la inclusión de una tipología semántica
de los enunciados verbales en el seno de una teoría general de la lengua para que
ésta ya pueda dar razón acabada de la compleja trama de elementos que
interactúan en un texto literario concreto, sino que faltando dicha base tipológica
reconocible resultará una tarea casi impracticable la asignación de una función
literaria a tal o cual conjunto de enunciados (un texto) o, por lo menos, para que
dicha asignación de funciones estéticas sea reconocida por parte de destinatarios
idóneos que -en principio- esperarán ver cumplidas en el texto propuesto ciertas
condiciones fundamentales de orden lingüístico-semiótico.
Hay, pues, dos modos o tipos extremos del significar: el que corresponde a
una conexión unívoca (complementaria) entre signans y signatum (a cuyas
concreciones textuales, siguiendo la nomenclatura de Hjelmslev,
llamaremos semióticas denotativas) y aquel otro modo en el cual una conexión
establecida (una semiótica denotativa) se emplea como signans de otro objeto
que no es el que corresponde a esa conexión, y a cuyas actualizaciones damos el
nombre de semióticas connotativas.
Con todo, esta relación a la vez obligante y contradictoria que parece darse
entre los subsistemas denotativo y connotativo de una lengua, entraña otras
consecuencias de consideración, ya que si bien es cierto que todos los enunciados
connotativos se caracterizan por su estructura semántica aloto- pica, no es menos
cierto que algunos -y quizá muchos- de los ejemplos que pudieran aducirse no
resultarían satisfactoriamente descritos o interpretados si nos atuviéramos
únicamente al fenómeno del sincretismo-sémico a que antes se aludió.
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Hemos dado el nombre de semióticas connotativas a la clase de procesos
verbales que son reductibles a los términos de una semiótica denotativa y,
consecuentemente, llamamos metasemióticas a los procesos cuyo contenido es
una semiótica connotativa y cuya expresión es la reducción del sincretismo
manifestado en el contenido, o sea, la reescrituración de, v. g., labios de
rubí como labios rojos.
Tenemos que dejar de lado -pues aquí no hay tiempo para ello- la discusión
de los problemas generales relativos a las interpretaciones que, por medio de
enunciados lingüísticos, hacemos de todos aquellas prácticas significantes
basadas en sistemas semióticos de otra índole, o de las correlaciones y
homologías que -también por medio de procesos verbales- establecemos entre
sistemas semióticos de distinta naturaleza. Convendrá atender, sin embargo,
algunas cuestiones directamente relacionadas con el análisis de las semiologías
artísticas.
Quiero decir con esto que el análisis semiótico (tal como se le conceptúa en
este escrito) constituye apenas un primer momento en la descripción estructural
de los textos literarios y que -aun sin dejar de concederle la indispensable
atención que merece- no siempre será pertinente o decoroso hacer pasar los
resultados obtenidos por ese medio como logros definitivos en el análisis de la
totalidad textual.
Entiéndaseme bien: no pretendo negar la libertad que cada lector tiene para
darle el uso que más le plazca a los textos literarios -o no literarios-, inclusive si
tal uso los reduce a desempeñar el mero papel de excitadores de evocaciones;
afirmo -en cambio- la necesidad de atender a ese nivel semiológico o
multisistemático de la comunicación a partir del cual el texto sobrepasa su
condición lingüística primordial para convertirse en el vehículo de otras
instancias de significación no menos socializadas y convencionales que la misma
lengua; es decir, de aquellos conjuntos de representaciones ideológicas que no
pueden ser asimilados, sin más, a la clase de «marcos cognoscitivos» de que se
valen ciertas gramáticas del texto para explicar los procesos de comprensión de
los discursos verbales.
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Por lo general, los estudiosos de la lingüística del texto tienden a identificar
el tipo de coherencias lógico-gramaticales propias de los enunciados isotópicos
(o semióticas denotativas) con «la estructura profunda lógico-semántica de un
texto»; sin embargo, suelen pasar por alto otra clase de coherencia -que
podríamos llamar global estratificada7- puesta de relieve por el análisis
semiológico, en cuanto que éste se hace cargo de la interacción en un mismo
proceso textual de sistemas simbólicos de diferente naturaleza.
Pero -se habrá notado ya- ése no es el caso del texto de García Lorca; en él
no subyace únicamente un sistema de conocimientos empíricos del mundo del
que pueda dar noticia fidedigna un cierto número de unidades léxicas, sino un
complejo sistema de representaciones semánticas cuyo origen o procedencia
tampoco será fácil rastrear en lexicones de carácter enciclopédico, por cuanto que
el cabal sentido del texto no depende -en última instancia- de ningún diccionario,
sino de ciertos conjuntos de representaciones semánticas articuladas, primero, en
un determinado repertorio de textos precedentes y, segundo, actualizadas y
-posiblemente- reevaluadas en este (o aquel) texto nuevo.
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Podrá ser útil examinar el ejemplo de un texto explícitamente sincrético -
icónico y verbal a la vez- para poner más en claro las propuestas que anteceden.
Dice Erwin Panofsky en un agudo ensayo sobre esta obra de Tiziano 10 que
las voces praeterito, praesens y futura -que sirven como de rótulos- dan a
entender:
o, acudiendo otra vez a nuestros términos, que tales voces declaran el significado
connotativo del conjunto figurativo sobre el que se hallan inscritos.
Ticiano: Alegoría de la prudencia. Francis Howard Collection (Londres)
Pero una «lectura» de este cuadro que allí se detuviera resultaría poco
satisfactoria, ya que dejaría sin explicar otros muchos elementos de la
composición. En efecto, el propio Panofsky señaló que esos rostros humanos y
sus lemas correspondientes dan sustento a la expresión de una nueva jerarquía de
valores; de hecho, es preciso que relacionemos esas 1res modalidades del tiempo
con la idea de «la Prudencia» o, más concretamente, con las tres facultades
psicológicas en cuyo ejercicio consiste esa virtud: «[...] la memoria, que evoca el
pasado y de él toma enseñanza; la inteligencia, que juzga sobre el presente y obra
en él, y la previsión, que anticipa el futuro y prepara en favor o en contra del
mismo».
Aun así, para un destinatario que no estuviese familiarizado con los «marcos
cognoscitivos» especiales que hemos visto ir combinándose y sintetizándose en
el cuerpo de esa pintura emblemática, el título de «Alegoría de la Prudencia»
podría provocarle un desconcierto aún mayor. El pasaje del nivel pre-icónico
(denotativo), que distinguimos como «las edades del hombre», al nivel
iconográfico (o connotativo) de «las formas del tiempo», resultaría a todas luces
insuficiente para alcanzar una interpretación correcta de ese texto de Ticiano. Es
la actualización de los conceptos de «memoria, inteligencia, previsión» y de los
iconos «lobo», «león» y «perro» -por el intermedio de los signos-significantes
«pasado, presente, futuro»- la que permite pasar de los valores de un sistema de
representación icónica de las edades del hombre a un sistema ético-psicológico
de sus virtudes; es decir, de una convención semiótica a una formación
ideológica, histórica y textualmente determinada.
Tal sería también, humilde y tenazmente aceptada, la tarea del analista y del
crítico literario: la de reconstruir los procedimientos semióticos, las instancias
ideológicas significadas y las sustancias reales referidas en cada uno de esos
textos artísticos cuya profunda e imbricante articulación ha podido ser
confundida por algunos teóricos triviales con la «falta de exactitud», la
«extremada» ambigüedad o la plena incoherencia.