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Psicología | Jueves, 10 de febrero de 2005

COMO NOS ENGAÑAMOS Y COMO DEBERIAMOS SABER

“Yo solía pensar...”


El terapeuta familiar Tom Andersen reflexiona sobre
cinco preconceptos básicos, que nos engañan, y
señala cuatro clases de saber (el racional, el
práctico, el relacional, el corporal) de las que
dependemos para vivir.

Por Tom Andersen *

La concepción de que la
persona es independiente
y adquiere un conocimiento
individual se ha convertido
en el supuesto básico
acerca de lo que significa
ser una persona.
Supuestos básicos de esta
índole llevaron a Martin
Heidegger a hablar de la
“pre-comprensión”, y otro
filósofo alemán, Hans Georg Gadamer, empleó una palabra aún más
fuerte: “prejuicio”. Decía Gadamer que no podemos no tener
prejuicios. Y estos prejuicios o pre-comprensiones influyen mucho en
la comprensión que tenemos de nuestros semejantes.

En el período moderno, una de las grandes pre-comprensiones ha


sido que lo que una persona dice y hace viene de su interior, es una
señal externa que representa lo que está adentro. Ejemplo de esta
pre-comprensión son las ideas de Freud sobre ciertas estructuras
psicológicas internas.

Existe, empero, la posibilidad de modelar nuestra pre-comprensión, en

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el sentido de que si nos encontramos con una persona y vemos u


oímos algo que jamás hemos experimentado, esta nueva experiencia
podría realimentarnos y modificar o matizar nuestra pre-comprensión
previa.

El debate epistemológico (se llama “epistemología” al acto de tratar de


comprender cómo comprendemos) que hoy tiene lugar en el campo
de la terapia familiar podría considerarse un círculo hermenéutico en
curso. En la época posmoderna, algunas personas, provenientes de
distintas disciplinas, han llegado a dudar de la mencionada pre-
comprensión moderna. El nuevo supuesto es que el centro de la
persona está fuera de ella, en las conversaciones que mantiene con
los demás. El centro está en la cultura y en el lenguaje.

El lenguaje es transmitido por nuestras voces. Por todas ellas: las


internas y las externas. En diferentes ocasiones podemos recurrir a
otras tantas de ellas. Gary Saul Morson, hablando en nombre de Mijail
Bakhtin, crítico literario ruso, dice que “somos las voces que nos
habitan”.

Es oportuno referirnos a ciertas pre-comprensiones, o supuestos


básicos, o prejuicios, acerca del lenguaje:

1) Yo solía pensar que el lenguaje crece y se desarrolla desde el


interior de la persona, como afirma el psicólogo suizo Jean Piaget. El
psicólogo ruso Lev Vygotsky pensaba diferente. Decía que el lenguaje
nos es dado desde afuera. Ante todo, el niño aprende, jugando con
sus padres, a imitar sus palabras. En un principio las palabras son
sonidos imitados. Luego, entre los dos y los tres años de edad, y
hasta los cinco, seis o siete, el niño juega solo y habla en voz alta.
Este tipo de juego suele ser más frecuente cuando hay un adulto
presente. No hace falta que el adulto dialogue con el niño, sino sólo
que esté presente y sea testigo del juego del niño. Más tarde este tipo
de juego llega a su fin, el niño lleva a su interior esa charla externa y
crea un diálogo interno con voces internas.

2) Dentro de las ciencias físico-naturales (v. gr., el Círculo de Viena en


la década de 1920), se ha hablado mucho de que las palabras son
signos que representan lo que describen, como si hubiese algún tipo
de conexión entre cada palabra y aquello a lo que remite. El filósofo
francés Jacques Derrida pensaba distinto. Sostenía que las palabras
sólo remiten a otras palabras en el lenguaje. Esto quiere decir que, si
escucho una palabra, ella me remite a algo que he visto y oído antes.
El lenguaje se vuelve así algo muy personal. No privado, sino
personal.

3) Yo solía pensar que llevábamos el lenguaje dentro de nosotros. El


filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein me llevó a pensar otra cosa.
Según él, no tenemos el lenguaje en nosotros sino que nosotros
estamos en el lenguaje, como un pez está en el agua. Aquí el

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supuesto es que no hay nada detrás o debajo de las palabras, como


sugirió Freud, sino que todo está en las palabras mismas. El armenio-
norteamericano Harry Goolishian siempre decía: “Escuchen lo que
ellos dicen realmente, y no lo que ustedes creen que ellos realmente
quieren decir”.

4) Yo solía pensar que las palabras son pasivas, una herramienta para
sacar el pensamiento que está dentro. Ahora, gracias a Wittgenstein y
Bahktin, he llegado a pensar distinto. Primero vienen las palabras,
después el pensamiento. Hurgamos en las palabras para encontrar
significados. Goolishian acostumbraba decir: “Necesitamos hablar
para aprender lo que pensamos”, y aludiendo a su héroe, Richard
Rorty, agregaba: “Lo más importante es que continúe la
conversación”.

5) La mayoría de nosotros acepta la definición según la cual las


palabras son informativas. No estamos igualmente habituados a
pensar que las palabras son además formativas. Ellas forman
nuestros significados, y éstos influyen en nuestra manera de vivir.

Aquí me apresuro a añadir que las palabras son muy materiales, muy
corporales. Están hechas de la corriente de aire producida por el
cuerpo. Nuestra respiración configura las palabras. Y las palabras se
incorporan a las conversaciones que mantenemos con los otros
configurando los significados.

Por lo tanto, ser-en-el-mundo es ser-en-el-lenguaje y ser-en-los-


movimientos (corporales).

En el instante en que proferimos una palabra, en el instante en que


nos expresamos, nos convertimos. Dice Bakhtin que la vida es una
serie de proferencias ligadas entre sí. Y una proferencia sucede una
sola vez, ocurre en una sola ocasión, constituye un ser-suceder.

Cuando hablamos, las palabras llegan también a nuestros oídos.


Pueden así tocarnos y conmovernos, física y emocionalmente. Por
consiguiente, las palabras no son inocentes.

Las palabras, sostiene Wittgenstein, nos ayudan a “saber cómo seguir


adelante”. Pero, ¿qué es saber?

Para referirme al acto de saber, dividiré una larga oración en cuatro


renglones, que en verdad indican cuatro niveles diferentes:

4: La comunidad limita

3: las palabras para formular

2: las descripciones (relatos)

1: del problema.

En el nivel 1 (el inferior) está el problema, que podría ser un cierto


acontecimiento que queremos comprender. En el siguiente, el nivel 2,
están las descripciones del problema. Lo pongo en plural porque
siempre hay muchas descripciones posibles, dado que para un mismo
problema pueden establecerse numerosas distinciones. Una de las

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distinciones es lo que vemos y oímos. En el nivel 3 están las palabras


para formular las descripciones. Como pueden utilizarse muchas
palabras diferentes, podría haber muchas descripciones diferentes de
una misma distinción. En el nivel 4 se indica que la comunidad a la
que pertenecemos influye muchísimo en las palabras que podemos
usar. El filósofo francés Michel Foucault se ocupó bastante de esto.
¡Piénsese en las revistas científicas y en las actas de los congresos
académicos! ¿En qué lenguaje uno tiene que estar para ser aceptado
e incluido?

Yo entiendo que hay cuatro clases de saber, de las que dependemos.

1) Hay un saber racional. Es el pensar, o sea, la memoria y el


razonamiento. 2) Hay un saber práctico, que abarca el repertorio de
todo lo que me permite hablar y actuar; por ejemplo, mi lengua emite
palabras y mis manos pueden construir casas. 3) Hay un saber
relacional, que nos sensibiliza ante el modo en que otra persona se
relaciona con otras en el tiempo y en el espacio. Este saber nos hace
aprender cuándo debemos hablar y cuándo debemos hacer silencio.
También nos hace aprender a qué distancia debemos mantenernos de
los demás. Distintas personas tienen distintos tiempos. Hay distintos
momentos para destruir y construir. Hay distintos momentos para
llorar y para reír. Hay distintos momentos para arrojar piedras y para
reunirlas en un montón. 4) Por último, hay un saber corporal, que nos
ayuda a aprender cuál es nuestra posición con respecto a los demás.
En esto nos ayudan las sutiles alteraciones de nuestra respiración; si
atendemos a ellas, podemos saber cuándo estamos demasiado lejos
o demasiado cerca, cuándo nos mantenemos demasiado callados o
nos entrometemos demasiado. Por ejemplo, existe una conexión entre
la decepción que puedo ver en el rostro del otro y los sutiles cambios
en nuestra respiración.

* Profesor en el Instituto de Medicina Comunitaria, sección de


Psiquiatría Social, en la Universidad de Tromso, Noruega. Creador del
Equipo Reflexivo, intervención que sentó las bases para los modelos
reflexivos en la terapia familiar.

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