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Antología de La Sex. Humana III
Antología de La Sex. Humana III
HUMANA III
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CONDUCTAS SEXUALES
DELICTIVAS:
VIOLACIÓN, ABUSO SEXUAL, HOSTIGAMIENTO SEXUAL,
INCESTO, LENOCINIO Y ESTUPRO
Resumen
Los delitos sexuales como trasgresiones a las normas legales, representan un grave
problema de salud pública. Sus efectos son por lo general más amplios y duraderos de lo que
suele reconocerse, y las consecuencias en quienes son víctimas de ella, llegan a alcanzar niveles
graves.
Este tipo de agresión repercute más allá de la materialidad del hecho violento, atenta
contra la libertad y dignidad personal, genera una compleja gama de trastornos en la integridad de
la víctima y su entorno. Durante la agresión sexual, violenta y humillante, la víctima sufre la
pérdida de su autonomía, control y autoestima, experimentando como resultado una enorme
sensación de impotencia y desamparo.
Existe una amplia literatura que muestra que las víctimas, además de sufrir alteraciones
inmediatas en aspectos físicos y psicológicos, durante un largo periodo de su vida, presenta otro
tipo de consecuencias. Se ha encontrado en poblaciones de adultos evidencia de que la historia
de abuso sexual sufrida durante la infancia está asociada con síntomas de ansiedad y depresión,
problema en relacione interpersonales, uso de sustancias tóxicas, perturbaciones en su vida sexual
y experiencias suicidas.
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Introducción
En 1989 en particular, por lo que se refiere a los delitos sexuales y como respuesta a estas
demandas de la ciudadanía, el Gobierno Federal, a través de la Procuraduría General de Justicia
del Distrito Federal, designó, cuatro agencias de Ministerio Público para la atención de los delitos
sexuales, y en junio del mismo año, se inicio la operación del Centro de Terapia de Apoyo para la
atención a las víctimas de estos delitos. En este artículo se analizan algunos de los aspectos más
relevantes de la agresividad sexual, haciendo hincapié en sus implicaciones psicológicas, sociales
y jurídicas.
Los modelos que pretenden explicar los orígenes, desarrollo y mantenimiento del
comportamiento antisocial como la agresión, en particular la sexual, asumen como hipótesis
central que tales formas de comportamiento se originan en el aprendizaje del medio familiar
básico, de acuerdo a la interacción que el niño mantiene con su medio; este comportamiento llega
a ser precursor de importantes conductas delictivas.
Factores contextuales en la
exhibición de conducta antisocial
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sociales de la víctima potencial y el grado de certeza de poder someterla (Pérez Sánchez, Jorge
1987).
Por otra parte, la posibilidad de prevenir la ocurrencia de una agresión sexual debe
plantearse desde las perspectivas de quién la comete y de quien la sufre. En ocasiones, se plantea
la prevención desde el punto de vista del agresor potencial, y en otras, desde el de la posible
víctima. Estas opciones no deben verse como excluyentes sino, al contrario, como
complementarias. Para poderlo evitar, se requiere contar, por un lado, con la información de
aquellos elementos que hacen más probable que el agresor inicie el ataque sexual y por el otro,
con los factores que permitan desde la óptica de la víctima potencial evitar la agresión.
En este tipo de interacción, con frecuencia vemos como se trastocan valores básicos de
equidad y justicia. Conceptos como el de la responsabilidad personal se vuelven flexibles,
relativos y confusos. La víctima con enorme facilidad es catalogada como responsable o
corresponsable de la agresión sufrida y el agresor, como la víctima de quien en principio fue
agredido. En innumerables casos por presiones sociales y familiares, la propia víctima es quien a
sí misma se concibe como culpable; calla por temor y no se atreve a denunciar la agresión,
colabora de esta forma a mantenerla impune.
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comportamientos altamente diferenciados en los géneros y se muestra preocupada y sin
explicación ante el incremento en la agresividad, manifiesto en las relaciones humanas, debido a
valores y actitudes fomentados por la propia organización social.
Las normas penales, como toda norma, responden a una realidad político-social
determinada. La calidad de delincuente, de víctima y el resultado de su relación en el delito,
quedan definidos por las características del bien jurídico, surgido de aquellos aspectos de las
relaciones sociales que se busca proteger y preservar. Es en este contexto que las penas
encuentran su sentido o función; con ellas se regula y ordena la convivencia humana. Su
formulación, explicitación y difusión busca generar las condiciones motivacionales que llevan a
los ciudadanos a evitar el delinquir y por tanto, se adhieran a la norma de convivencia. La pena
es la consecuencia jurídica que se impone a quien, habiendo cometido un delito, es declarado
responsable y culpable. Es la consecuencia del juicio de culpabilidad que recae sobre el sujeto
por la realización de un hecho; en este sentido, es de esperar que la pena se adecue o guarde una
relación lo más estrecha posible con la gravedad del acto realizado (Pérez Sánchez, Jorge 1987).
Sin embargo, en el campo de los delitos sexuales la aplicación de algunos de los preceptos
anteriores enfrenta diversos obstáculos. Al evaluar y describir de manera objetiva una agresión
sexual y las condiciones de su realización, se hace referencia a innumerables aspectos no
deseados, de la organización y convivencia humana que por lo general se busca ocultar, negar o
restarle importancia. De ahí que sea común, por ejemplo, encontrar que la acción delictiva se
explique o se justifique como el resultado de situaciones excepcionales o de un estado de
perturbación del agresor: “estaba alterado de sus facultades mentales, drogado, alcoholizado, o
debido a otros factores situacionales no tenía control sobre sus emociones”. Concomitantemente,
esto trae como consecuencia la aplicación de la sanción con atenuantes.
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Como ya fue descrito, la víctima de una agresión sexual sufre muy diversos niveles de
consecuencias agravantes. Sería de esperar que éstas fueran resarcidas de alguna manera por las
penas aplicables. En el Código Penal Vigente se contempla reparar el agravio sufrido.
“Artículo 276 bis. Cuando a consecuencia de la comisión de algunos de los delitos en este
título resulten hijos, la reparación del daño comprenderá el pago de alimentos para éstos y para la
madre, en los términos que fija la legislación civil para los casos de divorcio.”
En resumen se puede afirmar, que las agresiones sexuales tienen un impacto sobre quienes
las sufren mucho mayor de lo que normalmente se acepta. El medio familiar básico juego un
papel predominante para la adquisición del comportamiento que puede desembocar en conductas
agresivas en el futuro. La sociedad posee ante ellos una actitud con estándares cambiantes y
conflictivos. Se tiene poco información acerca de las posibilidades reales de ser víctima y existen
algunos preceptos jurídicos cuya aplicación estricta todavía no es posible. Finalmente, es
importante tener en cuenta que los índices de la incidencia de los delitos sexuales, a los que
normalmente se tiene acceso, están sesgados en términos de la clase social y sólo reflejan los
delitos denunciados.
Título decimoquinto
Violación
“Artículo 265. Al que por medio de la violencia física o moral realice cópula con persona
de cualquier sexo, se le impondrá prisión de ocho a catorce años.
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Para efectos de este artículo, se entiende por cópula, la introducción del miembro viril en
el cuerpo de la víctima por vía vaginal, anal u oral, independientemente de su sexo.
Se sancionará con prisión de tres a ocho años al que introduzca por vía vaginal o anal
cualquier elemento o instrumento distinto al miembro viril, por medio de la violencia física o
moral, sea cual fuere el sexo del ofendido”.
La violación entendida como una interacción sexual coercitiva es una conducta que
desestabiliza a la persona que la sufre; en la mayoría de los casos, requiere de un manejo que
involucra a diferentes profesionales principalmente y de la salud (médicos y psicólogos), así
como abogados y trabajadores sociales.
Al ser el presunto agresor conocido de la víctima se establece que las mujeres son
inducidas contra su voluntad a realizar actos sexuales, el problema básico que conlleva a la
agresión es la ideología de muchos hombres, quienes piensan que las mujeres establecen un doble
código de conducta, por ejemplo: cuando dicen no, significa sí; también, hay individuos que
creen tener derecho al sexo de su acompañante porque han cubierto los gastos de una invitación.
Ante estos argumentos son muchas las mujeres que se consideran “culpables” de la agresión.
El tirano sexual sostiene el doble patrón de la moralidad sexual, tiene una conducta sexual
legal y socialmente permisible. Se preocupa porque se atiendan sus recomendaciones en cuanto a
cómo debe ser el placer sexual; mas no le preocupa que se legisle contra las prácticas sexuales de
violación o seducción de menores (Ellis, 1983).
Las consecuencias que se presentan por haber sufrido una violación, se ven matizadas por
las creencias, juicios y conceptos que la persona posee; mismas que ha adquirido a través del
aprendizaje familiar, social, escolar y, que aunado al propio bagaje individual, constituyen la
posibilidad o imposibilidad para que se pueda enfrentar una situación crítica. Son muy
importantes las habilidades de afrontamiento que el paciente tenga, ya que este es un factor
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determinante para recobrar el nivel de funcionamiento previo al evento agresivo; con la dirección
psicoterapéutica se logran mejores alternativas de vida.
Las crisis generadas por violación presentan patrones secuenciales. La primera fase,
también llamada fase aguda, se caracteriza por el impacto emocional, en la segunda fase o de
adaptación al entorno, se regresa a la rutina cotidiana y se expresan sentimientos asociados al
hecho violento; en la tercera fase, se trata de favorecer el dominio cognitivo de la experiencia que
propicia la resolución de la crisis; que a la vez, ayuda a enfrentarla e integrarla a la estructura de
vida.
Algunos especialistas insisten en la necesidad de fijar límites de tres meses para la terapia,
con la finalidad de que la perspectiva cambie con base en los esfuerzos conjuntos del paciente y
del terapeuta. Esto es en promedio, hay que tener presente que se trata de una emergencia y por
lo tanto de una intervención en crisis y no, de una psicoterapia tradicional. La duración de la
intervención será siempre en función de la problemática del paciente.
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También el esposo y familiares cercanos a la víctima suelen enfrentar dificultades
psicológicas. Predomina el impacto y el sentimiento de culpa, con ideas de venganza. Por ello,
resulta conveniente que el apoyo sea extensivo a las personas indirectamente afectadas.
Incesto
Lo que se conoce generalmente como incesto (violación a hijos por figura paterna o por
hermanos) en el Código Penal Vigente para el Distrito Federal se encuentra tipificado en el
Artículo 366 bis Fracción II que dice:
“Las penas previstas para el abuso sexual y la violación se aumentarán hasta en una mitad
en un mínimo y máximo cuando: el delito fuere cometido por un ascendiente contra su
descendiente, éste contre aquél y el hermano contra su colateral, el tutor contra su pupilo o por el
padrastro o amasio de la madre del ofendido en contra del hijastro, además de la pena de prisión,
el culpable perderá la patria potestad o la tutela en los casos en que la ejerciere sobre la víctima.”
Es importante hacer notar la falta de precisión jurídica que existe entre el artículo 366 bis
citado en relación con el artículo 272 Incesto que dice:
“Se impondrá la pena de uno a seis años de prisión a los ascendientes que tengan
relaciones sexuales con sus descendientes.
La pena aplicable a estos últimos será de seis meses a tres años de prisión.
Se aplicará esta misma sanción en caso de incesto entre hermanos”.
Este artículo no determina que la pena al descendiente se está aplicando cuando éste es
mayor de edad, de lo contrario existe una contradicción con el artículo 266 bis en que se penaliza
sólo al agresor (queda entendido más no determinado jurídicamente), no puede castigarse a la
víctima menor de edad.
Es por ello que para no caer en error en este tipo de delito lo he denominado “violación
incestuosa” (Cazorla Gloria, 1992). Ya que se encuentran las dos tipificaciones con penalidad
diferente.
De los casos atendidos por el área de psicología del Centro de terapia de Apoyo fue
denunciado como incesto el 1 por ciento en relación a los demás delitos sexuales.
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natural se modificaron al descubrir los beneficios socioeconómicos y políticos, que el matrimonio
exogámico traía consigo; fue el paso de la naturaleza a la cultura.
Se han presentado, a través del tiempo, diversas explicaciones de las razones por las
cuales el incesto no es permitido. Westernach y H. Ellis (1902), denota que la prohibición del
incesto es una proyección social de un sentimiento de repugnancia instintiva. Levi-Strauss rebate
esta posición en el sentido de que, si existiere esta repugnancia no sería necesario expresarla
como una prohibición solemne y dice: “No hay razón para prohibir lo que incluso sin prohibición
no correría ningún riesgo de ser cometido”.
Pietro Scarduelli (1977), basándose en Lewis Morgan y H. Summer Maine, explica que el
incesto no es permitido, porque es una medida para salvaguardar a la especie, de los resultados
nefastos de los matrimonios consanguíneos. Tomando en cuenta la universalidad del tabú del
incesto, Robin Fox (1980) expone los motivos que permiten objetar su libre ejecución en las
comunidades:
Así, se concluye que por diferentes motivos, las sociedades actuales han excluido de los
patrones normales de comportamiento sexual al incesto. Sin embargo, no obstante su
prohibición, la incidencia del delito es bastante frecuente, por ello es relevante analizar, desde
una perspectiva histórica, las posibles razones de que dicha conducta se mantenga.
Es importante señalar que en nuestra cultura, la asignación de los roles desempeñados por
cada uno de los sexos, ha seguido un patrón fijo de reglas morales y sociales que no han variado
significativamente desde épocas ancestrales. En la actualidad en varios estratos de nuestra
sociedad, dichos roles se mantienen casi sin variación y se han trasmitido por generaciones; por
ello, el incesto sigue siendo un acto discordante con la tradición y las reglamentaciones
predominantes, valederas con la autoridad del padre. La figura paterna domina física y
económicamente a la madre e hijos, ocasionando que la mujer dependa del marido, amante, padre
o hermano.
Generalmente, esta relación de dominio por parte del sexo masculino está asociada con la
violencia para que se acate la sumisión, aceptándose el poder casi sin discusión. Con tales
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antecedentes, las víctimas del delito de “violación incestuosa” se encuentran en graves conflictos:
por una parte, desean tener una conducta asertiva y defensora de sus derechos, y por otra, se
enfrentan a los patrones que han observado desde pequeñas dentro del núcleo familiar, en donde
aprendieron un papel de sumisión y responsabilidad de la unión y armonía familiar (Knudson y
Díaz, 1984).
Otro conflicto presente es la toma de decisiones oportunas que les permita evitar el delito
o bien denunciarlo inmediatamente después de haberse cometido. Estas decisiones implicarían el
rompimiento de una relación de pareja quizá sustentada en la violencia, en la dependencia
emocional o económica. En estos casos la situación de incertidumbre con respecto a su futuro,
les impide decidir entre apoyar a sus hijos o denunciar al agresor (Elbow, M. y Mayfield, J.,
1991).
Las madres de hijas violadas que corren el riesgo de la denuncia, por lo general no están
preparadas para una independencia sexual y económica. Sin embargo, el apoyo que la víctima
reciba de su madre le facilitará el proceso de recuperación, incrementando su autoestima y
ayudándole a resolver favorablemente las emociones y actitudes negativas (Everson, M.; Hunter,
W. y Runyon D., 1989).
Por lo que respecta al agresor, los estudios existentes señalan que un gran número de
padres o padrastros que han agredido a menores, fueron víctima de incesto en su niñez (Coulborn
K., 1989); sin embargo, poca es la evidencia reportada sobre la conducta de los victimarios; por
lo anterior, no hay posibilidades de elaborar perfiles que permitan predecir los casos en donde la
incidencia del delito podría ser más factible.
No hay programas para prevenir la “violación incestuosa” como la agresión más frecuente
y denigrante, porque no se encara públicamente este problema. Sin embargo, todos los países la
penalizan. La falta de información se justifica porque no existe la transmisión del conocimiento
detallado de la violencia sexual, pues ésta provocaría en los menores, cuestionamientos sobre los
cuales no se les puede dar respuesta (Mulhern, 1990).
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4. Depresión. Estado emocional en el que se observa una marcada disminución de
la actividad física o intelectual.
5. Agresividad. Violencia física o verbal dirigida a terceros.
6. Enojo. Emoción en la que el sujeto se siente impotente frente a los hechos
provocándole irritabilidad.
7. Autodevaluación. Emoción relativa a otorgar poco valor a sí mismo.
8. Culpa. Emoción en la que el sujeto asume la responsabilidad del acto.
9. Inseguridad. Emoción en la que al sujeto se le dificulta la toma de decisiones.
Si bien existe un daño psicológico, el problema social es mayor que el sexual (Herman,
1981). Aún cuando un adulto insiste en la relación sexual con un niño que depende de él y éste
accede, se tomará como un delito, en el que el acto es coercitivo.
La relación más común según John Gagnon (1965) es el miedo, pero también se presentan
situaciones más severas como el vómito y la histeria. En un estudio que este autor realizó con un
grupo altamente dañado, el 80 por ciento de estas mujeres tuvieron más de tres divorcios o se
dedicaron a la prostitución. Encontró que las víctimas de incesto siendo niñas, también fueron
violadas de adultas.
Es difícil aceptar que la madre desconoce el problema; pero, dentro de su rol dependiente
del hombre, en el aspecto económico, social y sexual, es común que se decida por “su hombre”.
La adolescente es doblemente traicionada: por el padre, el cual no correspondió a su afecto con la
conducta y por su madre, porque no la defendió de la agresión. Se presenta en la menor
frustración intensa, desconfianza en los adultos y autodevaluación (Cazorla, 1992).
Considerando que las madres tienen, en estos casos, una responsabilidad penal por
conocer el ilícito, que la mayoría apoyan al agresor abiertamente, y basados en los daños sufridos
tanto física como psicológicamente, se propone se aplique el Título Primero Capítulo III referente
a “Personas, responsables de los delitos”. Este dice en la fracción VI: Los que intencionalmente
presten ayuda o auxilien a otro para su comisión se propone insertarlo en el Título XV del
artículo 266 bis, después de la fracción II como coautoría del delito. (Propuesta que se presentó a
la Comisión Nacional de Derechos Humanos en la H. Cámara de Diputados formando parte de
los derechos del Niño). (Cazorla, 1992).
Abuso sexual
“ARTÍCULO 270. Al que sin consentimiento de una persona y sin el propósito de llegar a
la cópula, ejecute en ella un acto sexual o la obligue a ejecutarlo se le impondrá de tres meses a
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dos años de prisión. Si se hiciere uso de la violencia física y moral, el mínimo y el máximo de la
pena se aumentarán en una mitad.”
Este delito es agravado según lo marca el artículo 261, cuando un sujeto sin el propósito
de llegar a la cópula ejecute un acto sexual en una persona menor de doce años de edad, en
personas que no tengan la capacidad de comprender el significado del hecho o que por cualquier
causa no pueda resistirlo o la obligue a ejecutarlo. Se le aplicará una pena de seis meses a tres
años de prisión o tratamiento en libertad por el mismo tiempo.
Las víctimas de abuso sexual en su mayoría son menores de 12 años y de ambos sexos.
Dada la vulnerabilidad de los niños los adultos aprovechan esta situación para efectuar estas
conductas.
Los agresores tienen preferencia por estas personas, porque manejan una perversión de
atracción sexual hacia los niños: “Paidofilia”. Esta constituye una forma de variación sexual, en
la cual los adultos obtienen placer erótico al tener relaciones en una forma u otra con los niños
(McCary, 1983).
Algunos individuos, que padecen el trastorno, amenazan a los niños para impedir que
hablen. Quienes lo hacen con frecuencia, desarrollan técnicas complicadas para conseguir niños,
como: ganarse la confianza de la madre, casarse con una mujer que tenga un niño de atractivo
comercial para otros con el mismo trastorno e incluso en casos raros, adoptar niños de países no
industrializados o encargarse del cuidado de hijos ajenos (D.S.M. III 1988).
Se han atendido algunos casos de abuso sexual realizado por mujeres en niños,
especialmente preescolares. En el estudio realizado en el Centro de Terapia “Alto a la Agresión
Sexual” (1992) se observó que el uso de la fuerza mostró la desventaja entre el menor y el adulto.
En el 65.3 por ciento de los casos, los niños fueron amenazados, intimidados y chantajeados.
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El miedo fue una emoción generalizada. De acuerdo a la ecologista Helen Samuels
(1980), el miedo es una reacción adaptativa programada biológicamente en el individuo y
funciona como un indicador fisiológico, ante un peligro potencial en diversas situaciones; es una
señal de riesgo de amenaza o de peligro que activa la percepción e identificación del fenómeno.
Propicia el impulso a atacar o huir; al huir se presentan las respuestas de escape o evasión. El
miedo, cuando se genera como una forma de supervivencia, es funcional e intencional. De no ser
así, se torna en una respuesta negativa, irracional, displacentera. Al ser aversiva se encauza a la
evasión y al escape.
Mussen, Conger y Kagan (1971) dicen que los miedos en la infancia ocurren en función
de la experiencia directa de acontecimientos aterradores, o son producto de ciertos consejos
protectores de los padres en contra de algunos objetos; también existen miedos cuya naturaleza es
simbólica, carente de realismo y tienen que ver con criaturas imaginarias, con la oscuridad o la
soledad.
De acuerdo a lo anterior, los niños son susceptibles de sentir miedo, y consideramos que,
los miedos que presentaron los niños en este estudio fueron detonados por el evento ocurrido.
Una de las manifestaciones de miedo consiste en evitar enfrentar el estímulo vivido, como
observamos en los niños que dejaron de asistir a la escuela; ya sea porque allí se sufrió el
problema, la agresión fue cercana a la escuela o se asoció con ella. De manera similar, los
miedos colaterales que presentaron fueron asociados al agravio, situación o lugar.
Por ejemplo, un menor que siente miedo por la separación de la madre estará asociando la
ausencia de ésta con situaciones previas en las que vivió una experiencia desagradable. El menor
puede asociar la agresión sexual a cualquier estímulo y manifestar miedo ante una serie de
situaciones, hechos o personas que al intensificarse pueden convertirse en fobias. Por esta razón,
es importante abordar este problema en cuanto se presente, con el fin de evitar consecuencias más
serias. Es aquí donde la función del Centro de Terapia es importante, en cuanto a la oportuna y
adecuada intervención con estos niños; obteniéndose un mejor resultado si se trabaja
conjuntamente con los padres.
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También manejaron adecuadamente los miedos colaterales que presentaban,
corroborándose esto por medio de registros semanales y verbalizaciones de los padres y de los
menores.
Estupro
Se dice en el artículo 262, “al que tenga cópula con persona mayor de 12 años y menor de
18 obteniendo su consentimiento por medio del engaño, se le aplicará de 3 meses a 4 años de
prisión”; el artículo 263 que dice: “en el caso del artículo anterior no se procederá contra el sujeto
activo, sino por queja del ofendido o de sus representantes”.
En este delito existe una participación importante de los padres de la menor, quienes
toman la decisión de presentar una queja; en la mayoría de los casos, se denuncia porque la
menor se encuentra embarazada. Para resolver esta situación los padres proponen el matrimonio.
Existen casos en los que la menor no se encuentra embarazada y tampoco desea casarse o bien,
en los que el sujeto es casado. Los conceptos y valores culturalmente existentes en ciertos
niveles sociales son los preponderantes en el curso de la demanda. Los menores atendidos en el
Centro de Terapia de Apoyo han presentado las siguientes emociones alteradas:
1. Aislamiento
2. No comer o dormir
3. No asistir a la escuela
4. No apoyar en los quehaceres de la casa
5. Baja su atuendo personal
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La recuperación de la menor es lenta debido a las conductas disfuncionales de la madre
las cuales son también reforzadas por otros parientes.
Actitudes de la madre
“Artículo 262. Al que tenga cópula con persona mayor de doce años y menor de
dieciocho, obteniendo su consentimiento por medio del engaño, se le aplicará de tres meses a
cuatro años de prisión.”
“Artículo 263. En el caso del artículo anterior, no se procederá contra el sujeto activo,
sino por queja del ofendido o de sus representantes.”
Hostigamiento sexual
“ARTICULO 259 bis. Al que con fines lascivos asedie reiteradamente a persona de
cualquier sexo, valiéndose de su posición jerárquica derivada de sus relaciones laborales,
docentes, domésticas o cualquiera otra que implique subordinación, se le impondrá sanción hasta
de cuarenta días de multa. Si el hostigador fuese servidor público y utilizase los medios o
circunstancias que el encargo le proporcione, se destituirá de su cargo.
Solamente será punible el hostigamiento sexual, cuando se cause un perjuicio o daño.
Solo se procederá contra el hostigador, a petición de parte ofendida.”
Las prácticas de acoso sexual, que llegan a ser tan cotidianas y que forman parte de la
rutina de la vida, son utilizadas como formas de control informal, que pueden desencadenar la
comisión de otros delitos sexuales, generan sentimientos displacenteros de insatisfacción,
molestia, humillación y frustración llegando al extremo de afectar la condición no sólo moral sino
económica y social de la agraviada.
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Ejemplo de esto son los despidos injustificados, al no acceder a los requerimientos de
quien ejerce una posición de autoridad superior a la del ofendido, medidas de apremio laboral sin
fundamento, negación de goce de los derechos laborales, entre otros.
Lenocinio
El tipo de lenocinio se ubica en el Capítulo III del Título Octavo del Código Penal
Vigente para el Distrito Federal, denominado Delitos contra la Moral Pública y las Buenas
costumbres.
El núcleo del tipo penal lo constituye la explotación que hace el sujeto activo del
comercio carnal (fracción I del artículo 207), comercio sexual (fracción II del artículo 207) y de
la prostitución (fracción III del artículo 107), obteniendo por ende un lucro.
Artículo 208 del Código Penal en estudio, establece una penalidad mayor cuando el sujeto
pasivo del delito es menor de edad, consiste en sanción corporal (seis a 10 años de prisión), y
pecuniaria (de 10 a 20 días de multa).
Las víctimas de lenocinio en su mayoría son menores de edad que han sido seducidas o
contratadas para trabajar en casas o empresas; cuando se dan cuenta del engaño ya no pueden
negarse porque aceptaron dinero por adelantado. Su captación se lleva a cabo en pueblos de
diferentes estados de la República o bien en zonas de bajo nivel económico en el Distrito Federal.
Sin embargo, existen jóvenes de diferentes estatus que son “enganchadas” con plena aceptación.
El motivo por el cual abandonan el hogar se debe a que éste es disfuncional, con maltrato;
muchas veces está incluida la agresión sexual por figura paterna o por otros miembros de la
familia, así como graves problemas económicos.
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Estadísticas sobre víctimas atendidas en
agencias especializadas en delitos sexuales y pacientes
atendidos en el Centro de Terapia de apoyo.
A fin de contar con más herramientas para el desarrollo de las funciones inherentes al
Centro de Terapia de Apoyo y en los programas de prevención de la agresión sexual, en el Centro
y en las cuatro Agencias Especializadas en Delitos Sexuales, permanentemente se recopilan datos
estadísticos victimológicos y socio demográficos, los cuales son utilizados por las terapeutas
como apoyo para: estudios clínicos de casos, adecuación de la metodología terapéutica,
investigación cognitiva-conductual y estudios diversos.
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Incidencia de delitos sexuales por delegación política,
a personas atendidas en el área de psicología de las
agencias especalizadas en delitos sexuales.
Las Delegaciones Políticas del Distrito Federal en donde se observó mayor número de
denuncias sobre delitos sexuales, sin tomar en cuenta Estado de México y otros estados, fueron:
Gustavo A. Madero con 17.5 por ciento, Iztapalapa 14.8 por ciento, Cuauhtemoc 10.7 por ciento,
Coyoacán con 8.6 por ciento y Venustiano Carranza 7.7 por ciento. De acuerdo a los valores
relativos sobre el monto poblacional de cada Delegación del D.F., observados en el XI Censo
General de Población y Vivienda de 1990, estas 5 Delegaciones se encuentran entre las 6 más
pobladas. Lo que nos indica la existencia de una relación directa entre el tamaño de población y
el número de denuncias. El 54.8 por ciento de la población y el número en estas Delegaciones y
la incidencia de agresiones sexuales fue de 59.2 por ciento.
De las 3,039 denuncias, 1,320 se refieren al delito de violación, es decir el 43.4 por ciento
siguiéndole en orden de importancia el abuso sexual con 24.4 por ciento y tentativa de violación
con 7.0 por ciento.
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Comparación de incidencia de violaciones
(enero-noviembre 1992-1993)
De las 3,039 víctimas de agresión sexual entre enero y noviembre de 1993, 2,755 fueron
mujeres y 284 hombres, es decir el 90.7 por ciento en el sexo femenino y el 9.3 en el masculino.
En la pirámide de edades, se observa lo siguiente:
El 60.1 por ciento (1,826 casos) de las agresiones sexuales, se realizan en personas
menores de 19 años; entre éstos el 60 por ciento radica en el grupo de edades 13-18 años
cumplidos, 23.6 por ciento en el grupo 7-12 años y el 16.4 por ciento en el grupo 0-6 años.
En estos mismos tres grupos de edades se encuentran el 84.1 por ciento de los varones
agredidos y de éstos tres de cada cuatro tienen entre 0 y 12 años. En el caso de mujeres el grupo
de edad con mayor incidencia es el de 13-18 años con 37.7 por ciento seguido del grupo 19-24
años con 20.8 por ciento.
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En los niños menores de trece años cumplidos, la distribución de las agresiones sexuales
por sexo son: Varones 25 por ciento, Niñas 75 por ciento. Entre éstos el delito más frecuente es
el abuso sexual con 39 por ciento, seguido de violación con el 33.8 por ciento de los casos.
Al respecto, las estadísticas nos muestran que dos de cada tres victimarios se encuentran
sobrios al momento de realizar la agresión sexual, y sólo uno de cada tres se encuentra
alcoholizado, drogado a ambos.
De las 3,039 víctimas que presentaron denuncias en las Agencias Especializadas, 879, es
decir el 29 por ciento, solicitaron ayuda psicológica en el Centro de Terapia de Apoyo. En el
caso de familiares acudieron a recibir tratamiento psicoterapéutico 438. Estas 1,317 personas
recibieron un total de 7,045 sesiones psicoterapéuticas. (Un promedio de 5.3 consultas por
paciente). De las 7,045 consultas que prestó el Centro de Terapia de Apoyo entre enero y
noviembre de 1993, el 73.5 por ciento fue para víctimas y el resto familiares.
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Programa de apoyo extra-institucional
Para el mismo periodo de estudio, el Centro de Terapia de Apoyo brindó 1,134 apoyos
extrainstitucionales, siendo los más relevantes la canalización a hospitales 47.1 por ciento y
asesoría jurídica 38.3 por ciento.
Conclusiones
En resumen se puede afirmar, que las agresiones sexuales tienen un impacto sobre quienes
las sufren mucho mayor de lo que normalmente se acepta, el medio familiar básico juego un
papel predominante para la adquisición del compartimiento que puede desembocar en conductas
agresivas en el futuro. La sociedad posee ante ellos una actitud con estándares cambiantes y
conflictivos. Tiene poco información acerca de las posibilidades reales de ser víctima y existen
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algunos preceptos jurídicos cuya aplicación estricta todavía no es posible. Es relevante tener en
cuenta que los índices de la incidencia de los delitos sexuales a los que normalmente se tiene
acceso están sesgados, en términos de la clase social, y sólo reflejan los delitos denunciados.
Por otra parte, es importante destacar que las personas agredidas sexualmente, en la
mayoría de los casos, requieren de un apoyo psicológico que les permita restablecer el nivel de
funcionamiento que se tenía antes del suceso violento y evitar trastornos posteriores; entendiendo
que una crisis no es una experiencia patológica, ni una enfermedad sino una oportunidad de
crecimiento y desarrollo que permitirá al individuo la adquisición de nuevas alternativas de
compartimiento ante la vida, por esto resulta primordial su adecuada resolución. Ésta se dará en
función del apoyo integral que la víctima y sus familiares reciban.
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DELINCUENTES SEXUALES:
Métodos de prevención y tratamiento
ELI COLEMAN
Introducción
La opinión que prevalece en todo el mundo es que los infractores sexuales deben ser
castigados y que el castigo servirá para disuadirlos. Muchas culturas prestan más atención al
castigo como medio disuasivo que a la prevención o a los tratamientos de rehabilitación. De
hecho, algunos códigos penales establecen castigos consistentes en la pena capital o en la
castración (véase Vuocolo, 1968, que ofrece un análisis comparativo e histórico de la legislación
sobre delitos sexuales; Pallone, 1993).
A falta de una definición universal de delito sexual, es difícil calcular los índices de
delincuencia. Aún así, se dice que la incidencia de detenciones y condenas por transgresiones
sexuales ha venido aumentando con rapidez. Por ejemplo, el Registro de Estadística Penal del
Departamento de Justicia de Estados Unidos informó que en 1985 6.2 por ciento de los
presidiarios de las penintenciarías federales eran delincuentes sexuales; para 1993, dicha
proporción ascendió a 21 por ciento sólo entre los presos del estado de Minnesota (Departamento
de Correccionales de Minnesota, 1993). Lo anterior ha hecho surgir fuertes presiones sociales y
políticas relativas a la manera en que estos individuos deben ser castigados, rehabilitados o ambas
cosas. A medida que el número de infractores sexuales supera la capacidad del sistema de
justicia penal estadounidense, los costos de encarcelamiento y rehabilitación exigen a los
ciudadanos y a los organismos oficiales adoptar cada vez más medidas preventivas.
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sexuales al limitar o suprimir la necesidad de corroborar los testimonios de las víctimas menores
de edad, y al considerar irrelevantes los hábitos sexuales de estas últimas o la relación de índole
sexual que tuviesen con el agresor antes del acto delictivo. Un hecho que ilustra este cambio es
que muchos estados de la Unión Americana admiten que un hombre puede violar a su esposa y
ser perseguido por ello con base en las leyes penales en materia sexual.
Los delitos sexuales pueden ser consecuencia de diversos factores. Cierto porcentaje de
los infractores padecen un trastorno psicosexual, es decir alguna forma de parafilia. John Money
(1986) define la parafilia como:
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Etiología
Money cree también que las parafilias se desarrollan como reacciones estratégicas al
abandono, la supresión o la traumatización de un desarrollo sexual sano. La actividad sexual se
convierte en un psicodrama en el cual el parafílico intenta sobreponerse a la tragedia del trauma.
Esta explicación se asemeja a la formulación psicodinámica del desarrollo de las parafilias
(Stoller, 1975). Según explica Money, a través de un aprendizaje de proceso opuesto el
psicodrama llega a hacerse compulsivo y sumamente refractario al cambio. Por consiguiente, el
individuo adquiere un mapa de amor o plantilla mental erotosexual en la cual las omisiones, los
desplazamientos y las inclusiones reemplazan compulsivamente a las actividades normofílicas
(homosexuales, bisexuales o heterosexuales). En palabras de Money, “una parafilia permite que
se dé la excitación erotosexual, el funcionamiento de los genitales y el orgasmo, pero sólo bajo la
égida de las imágenes mentales sustitutivas propias de la parafilia, ya sea en la fantasía o llevadas
a la práctica.
De acuerdo con Money, no es del todo correcto definir las parafilias como trastornos
sexuales; en su opinión, sería más exacto describirlas como perturbaciones del amor y de las
relaciones amorosas.
Además de la teoría de los mapas de amor deformados está el enfoque de Neil Malamuth,
quien explica los delitos sexuales violentos desde un punto de vista sociológico y psicológico
Según su teoría, la agresión sexual masculina se deriva de la suma de varios factores: niveles
relativamente altos de “promiscuidad” sexual; hombres que mantienen una actitud hostil y
dominante hacia las mujeres; hombres que creen que la violación se justifica y hombres que
tienen rasgos de personalidad antisocial. Malamuth considera que la agresión sexual se produce
cuando, además de existir ciertas motivaciones, las circunstancias reducen las inhibiciones que
evitarían el ataque y se presenta una ocasión propicia (Malamuth, 1986; Malamuth, Sockloskie,
Koss y Tanaka, 1991).
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Otras teorías hacen hincapié en algunos de los trastornos psíquicos que acompañan las
tendencias parafílicas. A dichos trastornos se debe que el parafílico no domine sus impulsos o
que su conducta sea compulsiva. Algunos infractores sexuales varones en particular padecen de
Comportamiento Sexual Compulsivo (CSC). Esta perturbación consiste en que la actividad
sexual del individuo está motivada, no por el deseo sexual, sino por mecanismos reductores de
ansiedad. Los pensamientos obsesivos y las conductas compulsivas hacen disminuir la ansiedad
y la angustia, pero ponen en marcha un círculo vicioso. La actividad sexual brinda un alivio
temporal, pero éste va seguido de más angustia (Coleman, 1990, 1991, 1992).
Coleman ha propuesto la hipótesis de que el CSC tiene “conexiones permanentes” con las
vías neuronales erotosexuales del cerebro, y que la naturaleza repetitiva de la conducta
autodestructiva podría explicarse por una disfunción de neurotransmisores. El CSC es patológico
porque la patología cerebral es causa de ansiedad, y porque dicho comportamiento tiene un efecto
ansiolítico de corta duración (como lo tienen otros tipos de comportamiento obsesivo-
compulsivo). En su forma obsesivo-compulsiva, el comportamiento sexual carece de sentido y
resulta disfórico y destructivo. Con frecuencia trae consecuencias indeseables como arrestos,
lesiones, pérdida de trabajo y rompimiento de relaciones.
Estrategias de prevención
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hecho llamados a la promoción de la salud sexual de las sociedades como medio para prevenir
trastornos y enfermedades sexuales.
A pesa de que las escuelas suelen impartir educación sexual en cierta medida, esto no se
hace de manera integral, considerando las diversas etapas de desarrollo del niño (Nacional
Guidelines Task Force, 1991). Por regla general, los maestros se sienten incómodos al enseñar la
materia y al dirigir las discusiones del grupo, casi sierre porque carecen de preparación en el
tema, los niños necesitan sentir que sus maestros conocen y ven con simpatía sus emociones y
conductas (Francouer, 1991).
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Tratamiento de los infractores sexuales
El tratamiento indicado para los delincuentes sexuales no es el castigo, sino una terapia de
rehabilitación, que muchas veces da buenos resultados. No debe olvidarse que si en la mayoría
de los casos no se obtiene una curación definitiva, al menos se puede conseguir una rehabilitación
parcial. Casi todos los especialistas coinciden en que la orientación erotosexual de una persona
se establece en la infancia y se manifiesta en la adolescencia y en la edad adulta temprana. Hoy
en día, los sexólogos encuentran cada vez más pruebas científicas para respaldar esta opinión.
Por consiguiente, aún cuando los delincuentes sexuales sean sancionados por multas o condenas
en prisión, también es posible ofrecerles tratamiento psicológico o médico o someterlos
obligatoriamente a él. Quienes incurren en un delito por primera vez tienen mayores
probabilidades de recibir un castigo mínimo y un periodo de libertad condicional durante el cual
se les exhorta a buscar asistencia profesional para infractores sexuales.
Diagnóstico
Identificación del tipo de infractor. La literatura sobre los delincuentes sexuales distingue
entre ellos diversas categorías tipológicas. Groth, Hobson y Gary (1982) clasificaron a los
infractores paidofílicos en dos tipos: regresivos y fijos. El delincuente sexual regresivo es aquel
que recurre a los niños como sustitutos de los adultos, retrocediendo mentalmente a una situación
en que no había adultos disponibles o, si los había no satisfacían sus necesidades. El infractor
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fijo es en sí mismo como un niño y carece de interés sexual para los adultos. Knight y Prentky
(1990) han descrito nueve tipos de violadores, atendiendo a su motivación y a su nivel
socioeconómico. Los tipos 1 y 2 son violadores oportunistas con alto y bajo nivel
socioeconómico, respectivamente. El tipo 3 es un violador invadido de ira y resentimiento. Los
tipos del 4 al 7 son todos violadores sexualmente motivados, si bien difieren entre sí en cuanto al
grado de sadismo de la violación y en cuanto a su nivel socioeconómico. Los tipos 8 y 9 están
motivados por el deseo de venganza y se sitúan en niveles socioeonómicos de bajo a medio.
Es de vital importancia tener en cuenta que no existe un tipo único de infractor y que hay
una amplísima variedad de delitos, motivaciones, rasgos de personalidad, estados de salud mental
y aptitudes sociales (Gebhard, Gagnon, Pomeroy y Christenson, 1965). Este hecho ha causado
muchas confusiones en el conocimiento, el diagnóstico y el tratamiento de los infractores
sexuales, también ha creado confusión a la hora de juzgar la eficacia del tratamiento.
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utilidad para el terapeuta (Nichols y Molinder, 1984). El resultado de los exámenes
psicométricos sólo debe interpretarse a la luz del perfil clínico y confrontarse con otros recursos
psicométricos.
Las pruebas psicométricas también sirven para detectar disfunciones cerebrales, así como
para documentar y señalar áreas de disfunción cognitiva, en particular aquellas que pudieran
obstaculizar los tipos de psicoterapia que exigen ciertas funciones cognitivas. El neurólogo
también puede efectuar diversos exámenes fisiológicos para determinar anormalidades leves o
graves, sobre todo en el sistema límbico y en los lóbulos temporal y frontal, lo anterior permite al
terapeuta descartar el síndrome de Tourette, la epilepsia del lóbulo temporal, lesiones
suprasensoriales focales o anomalías epileptoides, malformaciones cerebrales y lesiones
cerebrales postencefalopáticas. Los infractores sexuales que padecen de retraso mental resultan
más difíciles de evaluar y tratar, pero es posible controlar a muchos de ellos (Griffiths, Quinsey y
Hingsburger, 1989).
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exista dependencia, ambos tratamientos pueden ser simultáneos; en ciertos casos, las pruebas de
detección de drogas en el organismo pueden ser de utilidad para verificar los informes verbales
de los pacientes.
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del operario y sus resultados sólo son válidos si se formulan las preguntas apropiadas de manera
correcta. Su utilidad es tanto mayor cuantos más registros fisiológicos incluya, tales como la
reacción galvánica de la piel, el pulso arterial y el venoso, el latido cardiaco, la respiración y la
fuerza de la voz. Los registros múltiples ayudan a corroborar la interpretación de la prueba.
Existe un acalorado debate sobre la precisión del polígrafo; de ahí que casi nunca se admita en los
tribunales. Sin embargo, como toda herramienta de evaluación, puede resultar útil si se emplea
correctamente y se interpreta con cautela.
Se llama infractor sexual violento al que se ha valido de un arma o de la fuerza física para
cometer el delito, así como al que ha mutilado o matado a su víctima. También en este caso el
diagnóstico debe incluir la detección de padecimientos psiquiátricos acompañantes, en particular
trastornos de personalidad. En todos los casos es de vital importancia determinar si existe una
personalidad antisocial. No obstante, este último resultado debe alcanzarse con extrema cautela,
ya que es fácil caer en los criterios del DSM y pasar por alto un estudio más fenomenológico. A
diferencia de lo que ocurre con los delitos no violentos, el terapeuta tiene en este caso mayor
responsabilidad de emitir un diagnóstico y un pronóstico sólidos.
Tratamiento
Para que el tratamiento del infractor sexual resulte eficaz es necesaria la participación de
un equipo con experiencia en el diagnóstico y el tratamiento de muy diversos trastornos médicos,
psiquiátricos y psicológicos, además, el equipo debe tener adiestramiento y aptitudes adicionales
en el diagnóstico y el tratamiento de los infractores sexuales.
Por medio de la psicoterapia, el paciente puede llegar a resolver las causas de sus trastornos
psiquiátricos y psicosexuales, así como aprender mejores maneras de enfrentarse a la vida y
medios más sanos para expresar su sexualidad y satisfacer sus necesidades íntimas. Como
muchos infractores sexuales proceden de familias aquejadas de disfunciones, o bien que fueron
víctimas de abuso sexual, es indispensable que el tratamiento tenga en cuenta de manera muy
especial los temas familiares, de esta manera la forma indicada de tratamiento es la terapia
familiar. Si el paciente es farmacodependiente, la primera medida terapéutica debe ser la
deshabituación.
No obstante los mejores resultados se obtienen con una terapia de grupo básica,
combinada con una terapia familiar o de pareja accesoria. Los cónyuges o compañeros también
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deben someterse al tratamiento, dado que con frecuencia están aquejados del mismo trastorno o
necesitan ayuda para contrarrestar los efectos dañinos de la conducta delictiva del paciente
principal.
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Eficacia del tratamiento
Desde 1953 hemos aprendido mucho sobre el tratamiento eficaz de los infractores
sexuales, estos avances han redundado en resultados aún mejores (Marshall, 1993.) Según la
revisión de documentos realizada por Marshall, Jones, Ward y Jonson (1991), los programas de
tratamiento cognitivo-conductista resultan razonablemente eficaces para modificar el
comportamiento de quienes han cometido abuso de menores, incesto y actos de exhibicionismo.
Marshall también informa sobre el empleo exitoso de los antiandrógenos como terapia auxiliar.
En nuestro centro de tratamiento, algunos infractores cuidadosamente seleccionados han
presentado índices bajos de reincidencia con programas de seguimiento a largo plazo.
Conclusión
La prevención de los delitos sexuales y el tratamiento de los infractores son posibles, sin
embargo, se necesitan más recursos para fomentar una educación sexual integral y promover una
sexualidad más sana entre todos los ciudadanos. La detección temprana de los infractores puede
reducir el índice de reincidencia, por ello, la primera medida consiste en adoptar una actitud
comprensiva hacia el infractor y reconocer que los delitos son producto de una infinidad de
fuerzas biológicas, psicológicas y sociales. Además de ofrecer más servicios de rehabilitación
para prevenir la reincidencia y evitar así que haya nuevas víctimas, debemos tomar medidas
preventivas de mayor alcance velando por la salud y el bienestar de nuestros hijos.
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