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ANTOLOGÍA DE LA SEXUALIDAD

HUMANA III

Pérez Fernández, Celia Josefina


Coordinadora general

Grupo Editorial Porrúa


México, 1998
INDICE

Conductas sexuales delictivas. Resumen ........................................................................ 3


Introducción .............................................................................................................. 4
Factores contextuales en la exhibición de conducta antisocial ................................. 4
Paradojas erróneas acerca de la agresión sexual ....................................................... 5
Aspectos jurídicos de la agresión sexual ................................................................... 6
Incesto ....................................................................................................................... 10
Abuso sexual ............................................................................................................. 13
Estupro ...................................................................................................................... 16
Hostigamiento sexual ................................................................................................ 17
Lenocinio ................................................................................................................... 18
Estadísticas ................................................................................................................ 19

Delincuentes sexuales: Métodos de prevención y tratamiento ..................................... 25


Introducción .............................................................................................................. 25
Conocimiento del infractor sexual ............................................................................ 26
Etiología .................................................................................................................... 27
Estrategias de prevención .......................................................................................... 28
Tratamiento de los infractores sexuales .................................................................... 30
Conclusión ................................................................................................................. 36

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CONDUCTAS SEXUALES
DELICTIVAS:
VIOLACIÓN, ABUSO SEXUAL, HOSTIGAMIENTO SEXUAL,
INCESTO, LENOCINIO Y ESTUPRO

Gloria Cazorla González

Resumen
Los delitos sexuales como trasgresiones a las normas legales, representan un grave
problema de salud pública. Sus efectos son por lo general más amplios y duraderos de lo que
suele reconocerse, y las consecuencias en quienes son víctimas de ella, llegan a alcanzar niveles
graves.

Este tipo de agresión repercute más allá de la materialidad del hecho violento, atenta
contra la libertad y dignidad personal, genera una compleja gama de trastornos en la integridad de
la víctima y su entorno. Durante la agresión sexual, violenta y humillante, la víctima sufre la
pérdida de su autonomía, control y autoestima, experimentando como resultado una enorme
sensación de impotencia y desamparo.

En la vida de un individuo el episodio en el que ocurre la agresión sexual no es un hecho


aislado, sin significado ni repercusión. Viene a ser la culminación de un conjunto de situaciones
individuales, familiares y sociales concatenados, que a su vez son el inicio de un proceso de
victimización y de crisis en el grupo familiar.

Existe una amplia literatura que muestra que las víctimas, además de sufrir alteraciones
inmediatas en aspectos físicos y psicológicos, durante un largo periodo de su vida, presenta otro
tipo de consecuencias. Se ha encontrado en poblaciones de adultos evidencia de que la historia
de abuso sexual sufrida durante la infancia está asociada con síntomas de ansiedad y depresión,
problema en relacione interpersonales, uso de sustancias tóxicas, perturbaciones en su vida sexual
y experiencias suicidas.

Las modificaciones y adiciones al Código Penal para el Distrito Federal en el Título


Decimoquinto: delitos contra la libertad y el normal desarrollo psicosexual, adecuó a la realidad
social el obsoleto Código Peal de 1931 usando reformas de fondo, utilizando mejor técnica
jurídica, estableciendo como pena única la corporal y aumentando al doble la pena. En el aspecto
psicoterapéutico se aplicó a los pacientes el modelo cognitivo conductual y según el caso,
racional emotivo.

Las estadísticas demográficas y victomológicas realizadas fundamentan con base en los


datos, los programas para una atención integral a la víctima.

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Introducción

Los movimientos feministas a nivel internacional y nacional se preocuparon desde hace


varias décadas por proporcionar apoyo a las víctimas de delitos sexuales, las cuales formaban
parte de la población más indefensa. En México Distrito Federal los reclamos de una acción
eficaz contra este tipo de agresiones incluyó adecuar el Código Penal vigente a las condicione del
desarrollo de la sociedad, el cual no había tenido modificaciones sustanciales desde su
publicación en 1931, y en muchos de sus aspectos era ya caduco. Por otra parte, se planteó la
necesidad de obtener una mayor atención a las denuncias de los hechos delictivos; se planteó la
necesidad de que las Instituciones encargadas de la impartición de justicia se modernizaran y
mejoraran sus niveles de eficiencia.

En 1989 en particular, por lo que se refiere a los delitos sexuales y como respuesta a estas
demandas de la ciudadanía, el Gobierno Federal, a través de la Procuraduría General de Justicia
del Distrito Federal, designó, cuatro agencias de Ministerio Público para la atención de los delitos
sexuales, y en junio del mismo año, se inicio la operación del Centro de Terapia de Apoyo para la
atención a las víctimas de estos delitos. En este artículo se analizan algunos de los aspectos más
relevantes de la agresividad sexual, haciendo hincapié en sus implicaciones psicológicas, sociales
y jurídicas.

La presentación de esta breve caracterización ofrece un panorama que permite identificar


los niveles y factores que impactan a la víctima de agresión sexual; los modelos que explican los
orígenes, desarrollo y mantenimiento del comportamiento antisocial. Asimismo, se hace
referencia a los delitos sexuales y a su tipificación en el Código Penal Vigente para el Distrito
Federal, que servirá para identificar los aspectos relevantes, ya que representan una nueva
conceptualización de los delitos sexuales y el tratamiento a las víctimas de ellos, todo esto, de
acuerdo a la experiencia obtenida en la atención de los problemas mencionados.

El desarrollo de la agresión sexual

Los modelos que pretenden explicar los orígenes, desarrollo y mantenimiento del
comportamiento antisocial como la agresión, en particular la sexual, asumen como hipótesis
central que tales formas de comportamiento se originan en el aprendizaje del medio familiar
básico, de acuerdo a la interacción que el niño mantiene con su medio; este comportamiento llega
a ser precursor de importantes conductas delictivas.

Factores contextuales en la
exhibición de conducta antisocial

El aprendizaje de formas de conducta antisocial, y probablemente de agresiones sexuales,


es una condición necesaria pero no suficiente para su realización. La decisión de iniciar un
episodio agresivo dependerá, además, de la presencia de ciertos factores, entre los que destacan:
modelos agresivos, la probabilidad de ser detenido, agentes punitivos, las características físicas y

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sociales de la víctima potencial y el grado de certeza de poder someterla (Pérez Sánchez, Jorge
1987).

Aunque en términos funcionales, se pudiera interpretar la agresión sexual como el


resultado de la tendencia a vencer las barreras que opone la víctima en la interacción, representa
una de las más graves disfunciones de la convivencia humana. En la relación sostenida por la
víctima y el victimario se proporcionan el uno al otro elementos que hacen más probable
exarcerbar la violencia. Si como actores de un episodio de agresión, tanto la víctima como su
agresor, pudieran, mediante estrategias diferentes restablecer el equilibrio en la relación, sería
posible no escalar el episodio o interrumpirlo.

Por otra parte, la posibilidad de prevenir la ocurrencia de una agresión sexual debe
plantearse desde las perspectivas de quién la comete y de quien la sufre. En ocasiones, se plantea
la prevención desde el punto de vista del agresor potencial, y en otras, desde el de la posible
víctima. Estas opciones no deben verse como excluyentes sino, al contrario, como
complementarias. Para poderlo evitar, se requiere contar, por un lado, con la información de
aquellos elementos que hacen más probable que el agresor inicie el ataque sexual y por el otro,
con los factores que permitan desde la óptica de la víctima potencial evitar la agresión.

Paradojas sociales de la agresión sexual

En muchos de sus aspectos la agresión sexual es fuente de constantes paradojas:


Por ejemplo, se observa que la sociedad, por la vía de sus principales instituciones ha
desarrollado formas muy elaboradas de control de la sexualidad, buscando acallar o disfrazar sus
expresiones; sin embargo, al mismo tiempo y como consecuencia de la competencia mercantil,
favorece, facilita o permite el empleo de símbolos y el uso indiscriminado de expresiones
altamente sexualizadas. Esta situación la mayoría de las veces lleva a la frustración engendradora
de violencia y agresión sexual.

En este tipo de interacción, con frecuencia vemos como se trastocan valores básicos de
equidad y justicia. Conceptos como el de la responsabilidad personal se vuelven flexibles,
relativos y confusos. La víctima con enorme facilidad es catalogada como responsable o
corresponsable de la agresión sufrida y el agresor, como la víctima de quien en principio fue
agredido. En innumerables casos por presiones sociales y familiares, la propia víctima es quien a
sí misma se concibe como culpable; calla por temor y no se atreve a denunciar la agresión,
colabora de esta forma a mantenerla impune.

En otro sentido, también resulta paradójico que a lo largo de su proceso de socialización y


como parte del entorno en el cual se desarrollan los niños, éstos adquieren valores en los que
resalta la separación tajante de los roles de género: se asume el predominio de un género sobre
otro, la sumisión y la agresión son inculcadas diferencialmente, se difunde y se premia a imagen
del hombre activo y violento, y de la mujer pasiva y sumisa. Muchos valores inculcados en este
proceso, mantienen la concepción de un hombre que todo lo puede y que obtiene lo que quiere
con sólo desearlo. Al mismo tiempo, se trasmite la concepción de que la mujer está destinada a
la resignación y todo lo debe soportar. Sin embargo, esa misma sociedad cuestiona los

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comportamientos altamente diferenciados en los géneros y se muestra preocupada y sin
explicación ante el incremento en la agresividad, manifiesto en las relaciones humanas, debido a
valores y actitudes fomentados por la propia organización social.

Concepciones erróneas acerca de la agresión sexual

La imagen de la agresión sexual, en particular de la violación, ha servido de obstáculo


para su estudio. Por ejemplo, se piensa que es un hecho poco frecuente; que sólo ocurre en
mujeres jóvenes y llamativas, que los agresores son desconocidos, que sucede en lugares
obscuros, alejados y despoblados. Asimismo, es común que se conciba a la víctima de la
violación como una mujer propensa a la victimización, en donde conductas de “coqueteo y
exhibicionismo” son los factores determinantes. Sin embargo, la evidencia sistemática obtenida
en los cuatro años y medio de funcionamiento del Centro de Terapia de Apoyo lleva a plantear un
panorama muy distinto; entre las víctimas de una agresión sexual se pueden encontrar hombres y
mujeres, en edades que van de los primeros meses hasta los 80 años; las agresiones pueden
ocurrir en lugares alejados y despoblados, pero también y con mayor frecuencia en lugares
públicos, concurridos y cercanos; es común que las perpetren personas conocidas que gozan de la
confianza de las víctimas.

Aspectos jurídicos de la agresión sexual

Las normas penales, como toda norma, responden a una realidad político-social
determinada. La calidad de delincuente, de víctima y el resultado de su relación en el delito,
quedan definidos por las características del bien jurídico, surgido de aquellos aspectos de las
relaciones sociales que se busca proteger y preservar. Es en este contexto que las penas
encuentran su sentido o función; con ellas se regula y ordena la convivencia humana. Su
formulación, explicitación y difusión busca generar las condiciones motivacionales que llevan a
los ciudadanos a evitar el delinquir y por tanto, se adhieran a la norma de convivencia. La pena
es la consecuencia jurídica que se impone a quien, habiendo cometido un delito, es declarado
responsable y culpable. Es la consecuencia del juicio de culpabilidad que recae sobre el sujeto
por la realización de un hecho; en este sentido, es de esperar que la pena se adecue o guarde una
relación lo más estrecha posible con la gravedad del acto realizado (Pérez Sánchez, Jorge 1987).

Sin embargo, en el campo de los delitos sexuales la aplicación de algunos de los preceptos
anteriores enfrenta diversos obstáculos. Al evaluar y describir de manera objetiva una agresión
sexual y las condiciones de su realización, se hace referencia a innumerables aspectos no
deseados, de la organización y convivencia humana que por lo general se busca ocultar, negar o
restarle importancia. De ahí que sea común, por ejemplo, encontrar que la acción delictiva se
explique o se justifique como el resultado de situaciones excepcionales o de un estado de
perturbación del agresor: “estaba alterado de sus facultades mentales, drogado, alcoholizado, o
debido a otros factores situacionales no tenía control sobre sus emociones”. Concomitantemente,
esto trae como consecuencia la aplicación de la sanción con atenuantes.

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Como ya fue descrito, la víctima de una agresión sexual sufre muy diversos niveles de
consecuencias agravantes. Sería de esperar que éstas fueran resarcidas de alguna manera por las
penas aplicables. En el Código Penal Vigente se contempla reparar el agravio sufrido.

“Artículo 276 bis. Cuando a consecuencia de la comisión de algunos de los delitos en este
título resulten hijos, la reparación del daño comprenderá el pago de alimentos para éstos y para la
madre, en los términos que fija la legislación civil para los casos de divorcio.”

Al identificar las agresiones sexuales con aspectos sumamente desagradables de la


convivencia humana, que se piensa sólo ocurren en condiciones de atraso o incultura, se tiende a
concebirla como exclusiva de una clase social marginada y difícilmente, se acepta que ocurra en
clases de mayor nivel. Esto produce, entre otras cosas, que en algunos círculos exista una enorme
reticencia a denunciarlo; por lo que, por un lado hay un sub registro de este tipo de delito y, por
otro, una impunidad diferencial con respecto a la clase social a la que se pertenece.

En resumen se puede afirmar, que las agresiones sexuales tienen un impacto sobre quienes
las sufren mucho mayor de lo que normalmente se acepta. El medio familiar básico juego un
papel predominante para la adquisición del comportamiento que puede desembocar en conductas
agresivas en el futuro. La sociedad posee ante ellos una actitud con estándares cambiantes y
conflictivos. Se tiene poco información acerca de las posibilidades reales de ser víctima y existen
algunos preceptos jurídicos cuya aplicación estricta todavía no es posible. Finalmente, es
importante tener en cuenta que los índices de la incidencia de los delitos sexuales, a los que
normalmente se tiene acceso, están sesgados en términos de la clase social y sólo reflejan los
delitos denunciados.

A partir de la implementación del programa para la atención de los delitos sexuales, el


Código Penal para el Distrito Federal ha tenido varias reformas.

“Artículo 12. Existe tentativa punible cuando la resolución de cometer un delito se


exterioriza ejecutando la conducta que debería producirlo u omitiendo la que debería evitarlo, si
aquél no se consuma por causas ajenas a la voluntad de la gente.
Para imponer la pena de la tentativa, los jueces tendrán en cuenta la temibilidad del autor
y el grado a que se hubiere llegado en la ejecución del delito.
Si el sujeto desiste espontáneamente de la ejecución o impide la consumación del delito,
no se impondrá pena o medida de seguridad alguna por lo que éste, sin perjuicio de aplicar lo que
corresponda a actos ejecutados u omitidos que constituyan por sí misma delitos.”

Título decimoquinto

Delitos contra la libertad y el normal desarrollo psicosexual

Violación
“Artículo 265. Al que por medio de la violencia física o moral realice cópula con persona
de cualquier sexo, se le impondrá prisión de ocho a catorce años.

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Para efectos de este artículo, se entiende por cópula, la introducción del miembro viril en
el cuerpo de la víctima por vía vaginal, anal u oral, independientemente de su sexo.
Se sancionará con prisión de tres a ocho años al que introduzca por vía vaginal o anal
cualquier elemento o instrumento distinto al miembro viril, por medio de la violencia física o
moral, sea cual fuere el sexo del ofendido”.

La violación entendida como una interacción sexual coercitiva es una conducta que
desestabiliza a la persona que la sufre; en la mayoría de los casos, requiere de un manejo que
involucra a diferentes profesionales principalmente y de la salud (médicos y psicólogos), así
como abogados y trabajadores sociales.

La violación sobre la que han predominado una serie de mitos y prejuicios, se


contextualiza como la expresión de un irresistible impulso sexual masculino; la más de las veces,
provocado por la forma de comportarse de las mujeres. Es sobre todo, una expresión de violencia
y agresividad en donde se pone de manifiesto el ejercicio de poder de un individuo sobre otro; las
víctimas pueden ser hombres o mujeres, niños o adultos y pertenecer a cualquier estrato social.

Existen subcategorías en la violación, la más frecuente es aquella perpetrada por un solo


individuo, que también es la más denunciada; la violación en grupo presupone la participación de
dos o más hombres, es una experiencia sumamente agresiva en donde generalmente existe una
violencia exacerbada (artículo 266 bis en su Fracción I contempla una mayor sanción cuando “El
delito fuere cometido con intervención directa o inmediata de dos o más personas”). El tipo
menos frecuente es la violación de mujeres hacia hombres y la sodomización entre varones.

Al ser el presunto agresor conocido de la víctima se establece que las mujeres son
inducidas contra su voluntad a realizar actos sexuales, el problema básico que conlleva a la
agresión es la ideología de muchos hombres, quienes piensan que las mujeres establecen un doble
código de conducta, por ejemplo: cuando dicen no, significa sí; también, hay individuos que
creen tener derecho al sexo de su acompañante porque han cubierto los gastos de una invitación.
Ante estos argumentos son muchas las mujeres que se consideran “culpables” de la agresión.

El tirano sexual sostiene el doble patrón de la moralidad sexual, tiene una conducta sexual
legal y socialmente permisible. Se preocupa porque se atiendan sus recomendaciones en cuanto a
cómo debe ser el placer sexual; mas no le preocupa que se legisle contra las prácticas sexuales de
violación o seducción de menores (Ellis, 1983).

La violación desencadena en sus víctimas estados de crisis. El impacto psicológico puede


ser profundo desde los primeros momentos y prolongarse, a veces durante años. Los criterios
psiquiátricos lo definen como “un estado temporal de trastorno y desorganización, caracterizado
principalmente por la incapacidad del individuo para abordar situaciones particulares, utilizando
los métodos acostumbrados para la solución de problemas” (Slaikeu, 1988).

Las consecuencias que se presentan por haber sufrido una violación, se ven matizadas por
las creencias, juicios y conceptos que la persona posee; mismas que ha adquirido a través del
aprendizaje familiar, social, escolar y, que aunado al propio bagaje individual, constituyen la
posibilidad o imposibilidad para que se pueda enfrentar una situación crítica. Son muy
importantes las habilidades de afrontamiento que el paciente tenga, ya que este es un factor

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determinante para recobrar el nivel de funcionamiento previo al evento agresivo; con la dirección
psicoterapéutica se logran mejores alternativas de vida.

La víctima de violación centra sus percepciones en su inadecuación, falta de poder,


incompetencia, culpabilidad y devaluación; en su mayoría, presentan cuadros de estrés
postraumático, trastornos adaptativos a la situación de conflicto y tendencias depresivas. Las
consecuencias a nivel somático comprenden diversas alteraciones físicas que van desde malestar
generalizado hasta traumatismos significativos que pueden requerir de hospitalización,
embarazos no deseados y el riesgo de contraer enfermedades de transmisión sexual. El área
emocional se caracteriza por la intensidad con la que se manifiestan las emociones, tiene gran
importancia la interpretación del hecho violento como su vinculación con la historia personal;
finalmente, son los componentes individuales los que van a determinar la evolución de la crisis.

Meichembaum D. y Jarenko Matt E. (1983) afirman que los problemas experimentados


por la víctima de una violación puede variar dependiendo de las cogniciones, creencias y
expectativas de las personas con quien trate; además, por su propia estructura o marco cognitivo.
Existen tres aspectos fundamentales:

1. Teoría de las expectativas.


2. Teoría de la atribución.
3. Evaluación cognitiva.

La expectativa consiste en la creencia de que algo ocurrirá de una manera determinada.


Las expectativas en el caso de las víctimas de violación, tienen relación con sus acciones o falta
de ellas al enfrentarse a la agresión, en respuesta al asaltante, con las circunstancias que preceden
a la agresión y con sus reacciones ante ella.

Las crisis generadas por violación presentan patrones secuenciales. La primera fase,
también llamada fase aguda, se caracteriza por el impacto emocional, en la segunda fase o de
adaptación al entorno, se regresa a la rutina cotidiana y se expresan sentimientos asociados al
hecho violento; en la tercera fase, se trata de favorecer el dominio cognitivo de la experiencia que
propicia la resolución de la crisis; que a la vez, ayuda a enfrentarla e integrarla a la estructura de
vida.

Casi siempre, es preciso un asesoramiento o una psicoterapia adecuada a las


circunstancias para poder afrontar las secuelas. Se recomienda una intervención activo-directiva,
en donde se toma una postura a favor de la actividad intensa de los dos, paciente y terapeuta, a fin
de cambiar las actitudes del paciente para consigo mismo y con los demás, utilizando un método
didáctico (Ellis, 1983).

Algunos especialistas insisten en la necesidad de fijar límites de tres meses para la terapia,
con la finalidad de que la perspectiva cambie con base en los esfuerzos conjuntos del paciente y
del terapeuta. Esto es en promedio, hay que tener presente que se trata de una emergencia y por
lo tanto de una intervención en crisis y no, de una psicoterapia tradicional. La duración de la
intervención será siempre en función de la problemática del paciente.

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También el esposo y familiares cercanos a la víctima suelen enfrentar dificultades
psicológicas. Predomina el impacto y el sentimiento de culpa, con ideas de venganza. Por ello,
resulta conveniente que el apoyo sea extensivo a las personas indirectamente afectadas.

Incesto

Lo que se conoce generalmente como incesto (violación a hijos por figura paterna o por
hermanos) en el Código Penal Vigente para el Distrito Federal se encuentra tipificado en el
Artículo 366 bis Fracción II que dice:

“Las penas previstas para el abuso sexual y la violación se aumentarán hasta en una mitad
en un mínimo y máximo cuando: el delito fuere cometido por un ascendiente contra su
descendiente, éste contre aquél y el hermano contra su colateral, el tutor contra su pupilo o por el
padrastro o amasio de la madre del ofendido en contra del hijastro, además de la pena de prisión,
el culpable perderá la patria potestad o la tutela en los casos en que la ejerciere sobre la víctima.”

Es importante hacer notar la falta de precisión jurídica que existe entre el artículo 366 bis
citado en relación con el artículo 272 Incesto que dice:

“Se impondrá la pena de uno a seis años de prisión a los ascendientes que tengan
relaciones sexuales con sus descendientes.
La pena aplicable a estos últimos será de seis meses a tres años de prisión.
Se aplicará esta misma sanción en caso de incesto entre hermanos”.

Este artículo no determina que la pena al descendiente se está aplicando cuando éste es
mayor de edad, de lo contrario existe una contradicción con el artículo 266 bis en que se penaliza
sólo al agresor (queda entendido más no determinado jurídicamente), no puede castigarse a la
víctima menor de edad.

Es por ello que para no caer en error en este tipo de delito lo he denominado “violación
incestuosa” (Cazorla Gloria, 1992). Ya que se encuentran las dos tipificaciones con penalidad
diferente.

De los casos atendidos por el área de psicología del Centro de terapia de Apoyo fue
denunciado como incesto el 1 por ciento en relación a los demás delitos sexuales.

La “violación incestuosa” presenta una mayor repercusión en el aspecto psicológico,


social y económico en los menores que la sufren que en las demás víctimas de delitos sexuales,
por lo que se hace explícita su presentación, citando el proceso histórico del tabú del incesto, así
como una evaluación de las conductas perturbadas que presentaron las víctimas.

Toda sociedad humana rige las condiciones de su perpetuación física mediante un


conjunto de reglas dadas en la exogamia según las formas seleccionadas: monogamia, poligamia,
poliandría, regulando el matrimonio entre ciertos tipos de parientes todos ellos bajo normas
morales, sociales y económicas. Específicamente, los estudios etnográficos en la familia nuclear

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natural se modificaron al descubrir los beneficios socioeconómicos y políticos, que el matrimonio
exogámico traía consigo; fue el paso de la naturaleza a la cultura.

Diferentes autores, entre otros Levi-Strauss (1961) a través de su investigación en Las


estructuras del parentesco en las sociedades primitivas, encuentran que la prohibición del incesto
posee tanto la universalidad de las tendencias y de los instintos como el carácter coercitivo de las
leyes y de las instituciones. La severidad con que se le reprime y las consecuencias en las
víctimas de incesto, hacen considerarlo como un “peligro real para la sociedad”.

Se han presentado, a través del tiempo, diversas explicaciones de las razones por las
cuales el incesto no es permitido. Westernach y H. Ellis (1902), denota que la prohibición del
incesto es una proyección social de un sentimiento de repugnancia instintiva. Levi-Strauss rebate
esta posición en el sentido de que, si existiere esta repugnancia no sería necesario expresarla
como una prohibición solemne y dice: “No hay razón para prohibir lo que incluso sin prohibición
no correría ningún riesgo de ser cometido”.

Pietro Scarduelli (1977), basándose en Lewis Morgan y H. Summer Maine, explica que el
incesto no es permitido, porque es una medida para salvaguardar a la especie, de los resultados
nefastos de los matrimonios consanguíneos. Tomando en cuenta la universalidad del tabú del
incesto, Robin Fox (1980) expone los motivos que permiten objetar su libre ejecución en las
comunidades:

A. Los individuos fijarían sus selecciones primarias de sexo en los padres y


dificultarían las relaciones sexuales fuera de su familia.
B. En el seno de la familia se establecería un nivel de competencia intolerable
entre las mujeres del hogar, para atraer al varón; lo cual ocasionaría una feroz
pugna intrafamiliar.
C. Existiría la posibilidad de efectos genéticos adversos en el grupo.
D. La construcción de vínculos sociales más amplios no sería fácil e iría en
detrimento de la especie.

Así, se concluye que por diferentes motivos, las sociedades actuales han excluido de los
patrones normales de comportamiento sexual al incesto. Sin embargo, no obstante su
prohibición, la incidencia del delito es bastante frecuente, por ello es relevante analizar, desde
una perspectiva histórica, las posibles razones de que dicha conducta se mantenga.

Es importante señalar que en nuestra cultura, la asignación de los roles desempeñados por
cada uno de los sexos, ha seguido un patrón fijo de reglas morales y sociales que no han variado
significativamente desde épocas ancestrales. En la actualidad en varios estratos de nuestra
sociedad, dichos roles se mantienen casi sin variación y se han trasmitido por generaciones; por
ello, el incesto sigue siendo un acto discordante con la tradición y las reglamentaciones
predominantes, valederas con la autoridad del padre. La figura paterna domina física y
económicamente a la madre e hijos, ocasionando que la mujer dependa del marido, amante, padre
o hermano.

Generalmente, esta relación de dominio por parte del sexo masculino está asociada con la
violencia para que se acate la sumisión, aceptándose el poder casi sin discusión. Con tales

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antecedentes, las víctimas del delito de “violación incestuosa” se encuentran en graves conflictos:
por una parte, desean tener una conducta asertiva y defensora de sus derechos, y por otra, se
enfrentan a los patrones que han observado desde pequeñas dentro del núcleo familiar, en donde
aprendieron un papel de sumisión y responsabilidad de la unión y armonía familiar (Knudson y
Díaz, 1984).

Otro conflicto presente es la toma de decisiones oportunas que les permita evitar el delito
o bien denunciarlo inmediatamente después de haberse cometido. Estas decisiones implicarían el
rompimiento de una relación de pareja quizá sustentada en la violencia, en la dependencia
emocional o económica. En estos casos la situación de incertidumbre con respecto a su futuro,
les impide decidir entre apoyar a sus hijos o denunciar al agresor (Elbow, M. y Mayfield, J.,
1991).

Las madres de hijas violadas que corren el riesgo de la denuncia, por lo general no están
preparadas para una independencia sexual y económica. Sin embargo, el apoyo que la víctima
reciba de su madre le facilitará el proceso de recuperación, incrementando su autoestima y
ayudándole a resolver favorablemente las emociones y actitudes negativas (Everson, M.; Hunter,
W. y Runyon D., 1989).

Por lo que respecta al agresor, los estudios existentes señalan que un gran número de
padres o padrastros que han agredido a menores, fueron víctima de incesto en su niñez (Coulborn
K., 1989); sin embargo, poca es la evidencia reportada sobre la conducta de los victimarios; por
lo anterior, no hay posibilidades de elaborar perfiles que permitan predecir los casos en donde la
incidencia del delito podría ser más factible.

No hay programas para prevenir la “violación incestuosa” como la agresión más frecuente
y denigrante, porque no se encara públicamente este problema. Sin embargo, todos los países la
penalizan. La falta de información se justifica porque no existe la transmisión del conocimiento
detallado de la violencia sexual, pues ésta provocaría en los menores, cuestionamientos sobre los
cuales no se les puede dar respuesta (Mulhern, 1990).

A efecto de contar con definiciones útiles para homogenizar los criterios, en la


identificación y registro de las emociones presentes en las víctimas de este ilícito se realizó un
análisis de expedientes, del cual surgió la determinación de registrar las emociones que presentan.
Una emoción es considerada como “presente” si la víctima verbaliza sentir dicha emoción o bien,
cuando manifiesta claramente las emociones contempladas en las definiciones; puede decir, estoy
muy deprimida, señalar que todo el día duerme o que no tiene ganas de hacer nada. Las
emociones y actitudes que se registraron con más frecuencias fueron:

1. Miedo. Emoción en la que el sujeto siente que un peligro amenaza su integridad


física o psicológica, actual o futura; dirigido hacia su propia persona o hacia
terceros.
2. Tristeza. Emoción en la que el sujeto reporta sufrimiento, aflicción o pena de su
estado actual.
3. Angustia. Emoción en la que el sujeto manifiesta tener incertidumbre en
relación al futuro o bien, presenta un estado de inquietud generalizado.

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4. Depresión. Estado emocional en el que se observa una marcada disminución de
la actividad física o intelectual.
5. Agresividad. Violencia física o verbal dirigida a terceros.
6. Enojo. Emoción en la que el sujeto se siente impotente frente a los hechos
provocándole irritabilidad.
7. Autodevaluación. Emoción relativa a otorgar poco valor a sí mismo.
8. Culpa. Emoción en la que el sujeto asume la responsabilidad del acto.
9. Inseguridad. Emoción en la que al sujeto se le dificulta la toma de decisiones.

Si bien existe un daño psicológico, el problema social es mayor que el sexual (Herman,
1981). Aún cuando un adulto insiste en la relación sexual con un niño que depende de él y éste
accede, se tomará como un delito, en el que el acto es coercitivo.

La relación más común según John Gagnon (1965) es el miedo, pero también se presentan
situaciones más severas como el vómito y la histeria. En un estudio que este autor realizó con un
grupo altamente dañado, el 80 por ciento de estas mujeres tuvieron más de tres divorcios o se
dedicaron a la prostitución. Encontró que las víctimas de incesto siendo niñas, también fueron
violadas de adultas.

Cuando la “violación incestuosa” se hace manifiesta por el embarazo de la adolescente o


bien, porque un pariente o amistad lo descubrió y lo denunció, la madre toma una actitud de
sorpresa; dice desconocer la agresión sexual, aunque esta situación pudo haberle sido comentada
por la hija en varias ocasiones.

Es difícil aceptar que la madre desconoce el problema; pero, dentro de su rol dependiente
del hombre, en el aspecto económico, social y sexual, es común que se decida por “su hombre”.
La adolescente es doblemente traicionada: por el padre, el cual no correspondió a su afecto con la
conducta y por su madre, porque no la defendió de la agresión. Se presenta en la menor
frustración intensa, desconfianza en los adultos y autodevaluación (Cazorla, 1992).

Considerando que las madres tienen, en estos casos, una responsabilidad penal por
conocer el ilícito, que la mayoría apoyan al agresor abiertamente, y basados en los daños sufridos
tanto física como psicológicamente, se propone se aplique el Título Primero Capítulo III referente
a “Personas, responsables de los delitos”. Este dice en la fracción VI: Los que intencionalmente
presten ayuda o auxilien a otro para su comisión se propone insertarlo en el Título XV del
artículo 266 bis, después de la fracción II como coautoría del delito. (Propuesta que se presentó a
la Comisión Nacional de Derechos Humanos en la H. Cámara de Diputados formando parte de
los derechos del Niño). (Cazorla, 1992).

Abuso sexual

“ARTÍCULO 270. Al que sin consentimiento de una persona y sin el propósito de llegar a
la cópula, ejecute en ella un acto sexual o la obligue a ejecutarlo se le impondrá de tres meses a

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dos años de prisión. Si se hiciere uso de la violencia física y moral, el mínimo y el máximo de la
pena se aumentarán en una mitad.”

Este delito es agravado según lo marca el artículo 261, cuando un sujeto sin el propósito
de llegar a la cópula ejecute un acto sexual en una persona menor de doce años de edad, en
personas que no tengan la capacidad de comprender el significado del hecho o que por cualquier
causa no pueda resistirlo o la obligue a ejecutarlo. Se le aplicará una pena de seis meses a tres
años de prisión o tratamiento en libertad por el mismo tiempo.

Las víctimas de abuso sexual en su mayoría son menores de 12 años y de ambos sexos.
Dada la vulnerabilidad de los niños los adultos aprovechan esta situación para efectuar estas
conductas.

Los agresores tienen preferencia por estas personas, porque manejan una perversión de
atracción sexual hacia los niños: “Paidofilia”. Esta constituye una forma de variación sexual, en
la cual los adultos obtienen placer erótico al tener relaciones en una forma u otra con los niños
(McCary, 1983).

La sintomatología esencial de este trastorno consiste en intensas necesidades recurrentes y


de fantasías sexualmente excitantes. La edad de los niños suele ser de trece años o menos.

Algunos individuos, que padecen el trastorno, amenazan a los niños para impedir que
hablen. Quienes lo hacen con frecuencia, desarrollan técnicas complicadas para conseguir niños,
como: ganarse la confianza de la madre, casarse con una mujer que tenga un niño de atractivo
comercial para otros con el mismo trastorno e incluso en casos raros, adoptar niños de países no
industrializados o encargarse del cuidado de hijos ajenos (D.S.M. III 1988).

Se han atendido algunos casos de abuso sexual realizado por mujeres en niños,
especialmente preescolares. En el estudio realizado en el Centro de Terapia “Alto a la Agresión
Sexual” (1992) se observó que el uso de la fuerza mostró la desventaja entre el menor y el adulto.
En el 65.3 por ciento de los casos, los niños fueron amenazados, intimidados y chantajeados.

Las consecuencias emotivo-cognitivo-conductuales varían de acuerdo a la forma en que se


haya vivido el evento; influye la intensidad de la agresión, si fue engañado, amenazado o
lesionado. Del citado estudio se desprenden las siguientes conductas alteradas:

A. Bajo rendimiento escolar.


B. Miedo a ser nuevamente agredidos.
C. Otros miedos.
D. Agresividad.
E. Demandas de afecto.
F. Aislamiento.
G. Regresiones conductuales
H. Enuresis
I. Coraje contra el agresor

14
El miedo fue una emoción generalizada. De acuerdo a la ecologista Helen Samuels
(1980), el miedo es una reacción adaptativa programada biológicamente en el individuo y
funciona como un indicador fisiológico, ante un peligro potencial en diversas situaciones; es una
señal de riesgo de amenaza o de peligro que activa la percepción e identificación del fenómeno.
Propicia el impulso a atacar o huir; al huir se presentan las respuestas de escape o evasión. El
miedo, cuando se genera como una forma de supervivencia, es funcional e intencional. De no ser
así, se torna en una respuesta negativa, irracional, displacentera. Al ser aversiva se encauza a la
evasión y al escape.

El enfoque conductual define al miedo como una reacción de asociación de situaciones


adversas e incómodas ante ciertos estímulos aprendidos a través de la vida. Albert Ellis (1981)
dice que “los temores” que tienen todos los niños se clasifican en dos tipos:

a) Temores a cosas y hechos exteriores tales como animales, ruidos, oscuridad,


objetos en movimiento, etcétera.
b) Temores a sus propias insuficiencias básicas, también calificadas como
“angustias”.

Mussen, Conger y Kagan (1971) dicen que los miedos en la infancia ocurren en función
de la experiencia directa de acontecimientos aterradores, o son producto de ciertos consejos
protectores de los padres en contra de algunos objetos; también existen miedos cuya naturaleza es
simbólica, carente de realismo y tienen que ver con criaturas imaginarias, con la oscuridad o la
soledad.

De acuerdo a lo anterior, los niños son susceptibles de sentir miedo, y consideramos que,
los miedos que presentaron los niños en este estudio fueron detonados por el evento ocurrido.
Una de las manifestaciones de miedo consiste en evitar enfrentar el estímulo vivido, como
observamos en los niños que dejaron de asistir a la escuela; ya sea porque allí se sufrió el
problema, la agresión fue cercana a la escuela o se asoció con ella. De manera similar, los
miedos colaterales que presentaron fueron asociados al agravio, situación o lugar.

Por ejemplo, un menor que siente miedo por la separación de la madre estará asociando la
ausencia de ésta con situaciones previas en las que vivió una experiencia desagradable. El menor
puede asociar la agresión sexual a cualquier estímulo y manifestar miedo ante una serie de
situaciones, hechos o personas que al intensificarse pueden convertirse en fobias. Por esta razón,
es importante abordar este problema en cuanto se presente, con el fin de evitar consecuencias más
serias. Es aquí donde la función del Centro de Terapia es importante, en cuanto a la oportuna y
adecuada intervención con estos niños; obteniéndose un mejor resultado si se trabaja
conjuntamente con los padres.

Parte de las técnicas empleadas terapéuticamente fueron conductuales, como ejercicios de


relajación, respiración y desensibilización sistemática. En una semana los niños manifestaron
cambios favorables, y en unos meses una adecuada recuperación, que fue corroborada cuando la
víctima enfrentaba adaptativamente al agresor en el proceso legal o en cualquier otro lugar.

15
También manejaron adecuadamente los miedos colaterales que presentaban,
corroborándose esto por medio de registros semanales y verbalizaciones de los padres y de los
menores.

Del mismo modo se requirió la recuperación de la confianza en el adulto, la cual se había


deteriorado significativamente. Esta emoción puede extenderse al entorno de la victimización, y
consecuentemente desarrollará en el niño un temor a situaciones o personas que le recuerden la
agresión sexual. Por ello es importante investigar cómo interpreta el niño el evento. En el caso
del victimario adulto, éste era una persona con autoridad que lo obligó de diversas maneras a
hacer cosas “extrañas”; ya que por educación, se les ha infundido la idea de que los genitales
tienen una connotación especial en su cuerpo. Todo este desconcierto va creando una situación
de miedo, que no saben cómo manejar.

Estupro

Se dice en el artículo 262, “al que tenga cópula con persona mayor de 12 años y menor de
18 obteniendo su consentimiento por medio del engaño, se le aplicará de 3 meses a 4 años de
prisión”; el artículo 263 que dice: “en el caso del artículo anterior no se procederá contra el sujeto
activo, sino por queja del ofendido o de sus representantes”.

En este delito existe una participación importante de los padres de la menor, quienes
toman la decisión de presentar una queja; en la mayoría de los casos, se denuncia porque la
menor se encuentra embarazada. Para resolver esta situación los padres proponen el matrimonio.
Existen casos en los que la menor no se encuentra embarazada y tampoco desea casarse o bien,
en los que el sujeto es casado. Los conceptos y valores culturalmente existentes en ciertos
niveles sociales son los preponderantes en el curso de la demanda. Los menores atendidos en el
Centro de Terapia de Apoyo han presentado las siguientes emociones alteradas:

1. Pérdida de la confianza en las personas, especialmente en los hombres.


2. Ambivalencia; es decir, sentimientos de afecto y odio hacia la persona que las engañó.
3. Tristeza y enojo.
4. Angustia
5. Autodevaluación
6. Baja estima hacia el sujeto
7. Frustración
8. Vergüenza

Las conductas fueron las siguientes:

1. Aislamiento
2. No comer o dormir
3. No asistir a la escuela
4. No apoyar en los quehaceres de la casa
5. Baja su atuendo personal

16
La recuperación de la menor es lenta debido a las conductas disfuncionales de la madre
las cuales son también reforzadas por otros parientes.

Actitudes de la madre

A. No permitir que salga sola.


B. Prohibirle todo trato con jóvenes.
C. No aceptar actividades en su tiempo libre que ella no pueda controlar.
D. Se encuentra en constante fricción con su hija.

A la madre se le otorga también terapia, pues la pérdida de la confianza en la hija de cómo


resultado alteraciones en las relaciones familiares, que agudizan el problema.

El cambio obtenido en el desarrollo de conceptos, siendo este un campo cognoscitivo


especialmente popular, sobre el estupro, favorecerá la parte psicológica y conciliatoria en el
aspecto jurídico.

“Artículo 262. Al que tenga cópula con persona mayor de doce años y menor de
dieciocho, obteniendo su consentimiento por medio del engaño, se le aplicará de tres meses a
cuatro años de prisión.”

“Artículo 263. En el caso del artículo anterior, no se procederá contra el sujeto activo,
sino por queja del ofendido o de sus representantes.”

Hostigamiento sexual

“ARTICULO 259 bis. Al que con fines lascivos asedie reiteradamente a persona de
cualquier sexo, valiéndose de su posición jerárquica derivada de sus relaciones laborales,
docentes, domésticas o cualquiera otra que implique subordinación, se le impondrá sanción hasta
de cuarenta días de multa. Si el hostigador fuese servidor público y utilizase los medios o
circunstancias que el encargo le proporcione, se destituirá de su cargo.
Solamente será punible el hostigamiento sexual, cuando se cause un perjuicio o daño.
Solo se procederá contra el hostigador, a petición de parte ofendida.”

El hostigamiento sexual, de reciente inclusión en el Código Penal para el Distrito Federal,


presenta un índice de denuncia significativamente bajo en relación a otros delitos sexuales. Se
piensa que esto refleja el trasfondo ideológico de quien se encuentra en una relación desigual de
poder; queda plasmada claramente en los ámbitos laborales en donde la mujer no es reconocida
en sus derechos ni en su capacidad de desempeño.

Las prácticas de acoso sexual, que llegan a ser tan cotidianas y que forman parte de la
rutina de la vida, son utilizadas como formas de control informal, que pueden desencadenar la
comisión de otros delitos sexuales, generan sentimientos displacenteros de insatisfacción,
molestia, humillación y frustración llegando al extremo de afectar la condición no sólo moral sino
económica y social de la agraviada.

17
Ejemplo de esto son los despidos injustificados, al no acceder a los requerimientos de
quien ejerce una posición de autoridad superior a la del ofendido, medidas de apremio laboral sin
fundamento, negación de goce de los derechos laborales, entre otros.

Lenocinio

El tipo de lenocinio se ubica en el Capítulo III del Título Octavo del Código Penal
Vigente para el Distrito Federal, denominado Delitos contra la Moral Pública y las Buenas
costumbres.

La penalidad se establece en el artículo 206 del citado ordenamiento y consiste en sanción


corporal (prisión de dos a nueve años) y pecuniaria (de 50 a 500 días de multa). El artículo 207
del mencionado código define el delito del lenocinio y prevee tres supuestos (fracciones I, II, III).

El núcleo del tipo penal lo constituye la explotación que hace el sujeto activo del
comercio carnal (fracción I del artículo 207), comercio sexual (fracción II del artículo 207) y de
la prostitución (fracción III del artículo 107), obteniendo por ende un lucro.

Artículo 208 del Código Penal en estudio, establece una penalidad mayor cuando el sujeto
pasivo del delito es menor de edad, consiste en sanción corporal (seis a 10 años de prisión), y
pecuniaria (de 10 a 20 días de multa).

Las víctimas de lenocinio en su mayoría son menores de edad que han sido seducidas o
contratadas para trabajar en casas o empresas; cuando se dan cuenta del engaño ya no pueden
negarse porque aceptaron dinero por adelantado. Su captación se lleva a cabo en pueblos de
diferentes estados de la República o bien en zonas de bajo nivel económico en el Distrito Federal.
Sin embargo, existen jóvenes de diferentes estatus que son “enganchadas” con plena aceptación.

El motivo por el cual abandonan el hogar se debe a que éste es disfuncional, con maltrato;
muchas veces está incluida la agresión sexual por figura paterna o por otros miembros de la
familia, así como graves problemas económicos.

Tomando en cuenta su historia personal realizamos una evaluación para el tratamiento


psicoterapéutico emocional y de conductas observadas: temor, ansiedad, autoinculpación y baja
estima. Estas conductas son el resultado de sentirse indefensas y en grave peligro de sufrir daño
físico, golpes, lesiones, enfermedad e incluso la muerte (Kilpatrick y Veronen, 1987)

Una de las técnicas aplicadas, es la de desarrollo de habilidades sociales para conseguir un


reforzamiento a su estima; al mismo tiempo se pretende bajar su estigmatización al comprobar
que puede ser aceptada.

Esta técnica va a ser importante o funcional dependiendo de la frecuencia en que la


persona aplicarla, así como del valor del objetivo a alcanzar mediante el empleo de la misma
(Kelly, 1987).

18
Estadísticas sobre víctimas atendidas en
agencias especializadas en delitos sexuales y pacientes
atendidos en el Centro de Terapia de apoyo.

A fin de contar con más herramientas para el desarrollo de las funciones inherentes al
Centro de Terapia de Apoyo y en los programas de prevención de la agresión sexual, en el Centro
y en las cuatro Agencias Especializadas en Delitos Sexuales, permanentemente se recopilan datos
estadísticos victimológicos y socio demográficos, los cuales son utilizados por las terapeutas
como apoyo para: estudios clínicos de casos, adecuación de la metodología terapéutica,
investigación cognitiva-conductual y estudios diversos.

Total de víctimas y familiares atendidas


en el área de psicología de las agencias
especializadas en delitos sexuales.

De enero a noviembre de 1993 se atendieron a 4,675 personas. De éstas 3,039 fueron


víctimas y 1,636 familiares. El número de víctimas atendidas representan el 65.0 por ciento de
total de atenciones en las 4 agencias, lo que nos indica que por cada dos personas que sufrieron
algún tipo de agresión sexual, un familiar fue atendido en el área de psicología. La agencia en
donde más denuncias se recibieron fue la de Gustavo A. Madero con un 35.1 por ciento del total.

19
Incidencia de delitos sexuales por delegación política,
a personas atendidas en el área de psicología de las
agencias especalizadas en delitos sexuales.

Las Delegaciones Políticas del Distrito Federal en donde se observó mayor número de
denuncias sobre delitos sexuales, sin tomar en cuenta Estado de México y otros estados, fueron:
Gustavo A. Madero con 17.5 por ciento, Iztapalapa 14.8 por ciento, Cuauhtemoc 10.7 por ciento,
Coyoacán con 8.6 por ciento y Venustiano Carranza 7.7 por ciento. De acuerdo a los valores
relativos sobre el monto poblacional de cada Delegación del D.F., observados en el XI Censo
General de Población y Vivienda de 1990, estas 5 Delegaciones se encuentran entre las 6 más
pobladas. Lo que nos indica la existencia de una relación directa entre el tamaño de población y
el número de denuncias. El 54.8 por ciento de la población y el número en estas Delegaciones y
la incidencia de agresiones sexuales fue de 59.2 por ciento.

Distribución por tipo de delito denunciado


en agencias especializadas en delitos sexuales

De las 3,039 denuncias, 1,320 se refieren al delito de violación, es decir el 43.4 por ciento
siguiéndole en orden de importancia el abuso sexual con 24.4 por ciento y tentativa de violación
con 7.0 por ciento.

20
Comparación de incidencia de violaciones
(enero-noviembre 1992-1993)

El número total de violaciones denunciadas ante el Ministerio Público de las agencias


especializadas en delitos sexuales disminuyó entre 1992 y 1993 de 1,645 a 1,320. Lo que implica
un decremento del 19.8 por ciento. Pasando de un promedio diario de violaciones de 5.0 a 4.0.
No se observa una relación directa por mes de ocurrencia; en 1992 los meses con mayor
frecuencia fueron enero y julio, mientras que para 1993 fueron agosto y marzo.

Distribución por sexo y edad de las víctimas

De las 3,039 víctimas de agresión sexual entre enero y noviembre de 1993, 2,755 fueron
mujeres y 284 hombres, es decir el 90.7 por ciento en el sexo femenino y el 9.3 en el masculino.
En la pirámide de edades, se observa lo siguiente:

El 60.1 por ciento (1,826 casos) de las agresiones sexuales, se realizan en personas
menores de 19 años; entre éstos el 60 por ciento radica en el grupo de edades 13-18 años
cumplidos, 23.6 por ciento en el grupo 7-12 años y el 16.4 por ciento en el grupo 0-6 años.

En estos mismos tres grupos de edades se encuentran el 84.1 por ciento de los varones
agredidos y de éstos tres de cada cuatro tienen entre 0 y 12 años. En el caso de mujeres el grupo
de edad con mayor incidencia es el de 13-18 años con 37.7 por ciento seguido del grupo 19-24
años con 20.8 por ciento.

21
En los niños menores de trece años cumplidos, la distribución de las agresiones sexuales
por sexo son: Varones 25 por ciento, Niñas 75 por ciento. Entre éstos el delito más frecuente es
el abuso sexual con 39 por ciento, seguido de violación con el 33.8 por ciento de los casos.

Estado físico del victimario a


al momento de realizar el delito

Al respecto, las estadísticas nos muestran que dos de cada tres victimarios se encuentran
sobrios al momento de realizar la agresión sexual, y sólo uno de cada tres se encuentra
alcoholizado, drogado a ambos.

Número total de sesiones psicoterapéuticas a


pacientes atendidos en el centro de terapia de apoyo

De las 3,039 víctimas que presentaron denuncias en las Agencias Especializadas, 879, es
decir el 29 por ciento, solicitaron ayuda psicológica en el Centro de Terapia de Apoyo. En el
caso de familiares acudieron a recibir tratamiento psicoterapéutico 438. Estas 1,317 personas
recibieron un total de 7,045 sesiones psicoterapéuticas. (Un promedio de 5.3 consultas por
paciente). De las 7,045 consultas que prestó el Centro de Terapia de Apoyo entre enero y
noviembre de 1993, el 73.5 por ciento fue para víctimas y el resto familiares.

22
Programa de apoyo extra-institucional

Para el mismo periodo de estudio, el Centro de Terapia de Apoyo brindó 1,134 apoyos
extrainstitucionales, siendo los más relevantes la canalización a hospitales 47.1 por ciento y
asesoría jurídica 38.3 por ciento.

Conclusiones

En resumen se puede afirmar, que las agresiones sexuales tienen un impacto sobre quienes
las sufren mucho mayor de lo que normalmente se acepta, el medio familiar básico juego un
papel predominante para la adquisición del compartimiento que puede desembocar en conductas
agresivas en el futuro. La sociedad posee ante ellos una actitud con estándares cambiantes y
conflictivos. Tiene poco información acerca de las posibilidades reales de ser víctima y existen

23
algunos preceptos jurídicos cuya aplicación estricta todavía no es posible. Es relevante tener en
cuenta que los índices de la incidencia de los delitos sexuales a los que normalmente se tiene
acceso están sesgados, en términos de la clase social, y sólo reflejan los delitos denunciados.

Por otra parte, es importante destacar que las personas agredidas sexualmente, en la
mayoría de los casos, requieren de un apoyo psicológico que les permita restablecer el nivel de
funcionamiento que se tenía antes del suceso violento y evitar trastornos posteriores; entendiendo
que una crisis no es una experiencia patológica, ni una enfermedad sino una oportunidad de
crecimiento y desarrollo que permitirá al individuo la adquisición de nuevas alternativas de
compartimiento ante la vida, por esto resulta primordial su adecuada resolución. Ésta se dará en
función del apoyo integral que la víctima y sus familiares reciban.

24
DELINCUENTES SEXUALES:
Métodos de prevención y tratamiento

ELI COLEMAN

Introducción

Algunas conductas socialmente inaceptables se clasifican en los códigos penales como


delitos sexuales. Por regla general estas faltas incluyen el estupro, la violación, el abuso
deshonesto de menores, el incesto, el exhibicionismo y el voyerismo. Se llama delincuente
sexual al individuo que transgredí las leyes que regulan la conducta sexual. Sin embargo, la
definición de lo que constituye un delito sexual, así como los criterios para castigarlo, son
factores que varían según el estado, la época y la cultura. A través del tiempo se han llevado a
cabo múltiples reformas a los códigos penales en materia sexual (Pallone, 1990).

La opinión que prevalece en todo el mundo es que los infractores sexuales deben ser
castigados y que el castigo servirá para disuadirlos. Muchas culturas prestan más atención al
castigo como medio disuasivo que a la prevención o a los tratamientos de rehabilitación. De
hecho, algunos códigos penales establecen castigos consistentes en la pena capital o en la
castración (véase Vuocolo, 1968, que ofrece un análisis comparativo e histórico de la legislación
sobre delitos sexuales; Pallone, 1993).

A falta de una definición universal de delito sexual, es difícil calcular los índices de
delincuencia. Aún así, se dice que la incidencia de detenciones y condenas por transgresiones
sexuales ha venido aumentando con rapidez. Por ejemplo, el Registro de Estadística Penal del
Departamento de Justicia de Estados Unidos informó que en 1985 6.2 por ciento de los
presidiarios de las penintenciarías federales eran delincuentes sexuales; para 1993, dicha
proporción ascendió a 21 por ciento sólo entre los presos del estado de Minnesota (Departamento
de Correccionales de Minnesota, 1993). Lo anterior ha hecho surgir fuertes presiones sociales y
políticas relativas a la manera en que estos individuos deben ser castigados, rehabilitados o ambas
cosas. A medida que el número de infractores sexuales supera la capacidad del sistema de
justicia penal estadounidense, los costos de encarcelamiento y rehabilitación exigen a los
ciudadanos y a los organismos oficiales adoptar cada vez más medidas preventivas.

La reciente toma de conciencia de la sociedad en relación con los delitos sexuales es


consecuencia de diversos factores enumerados por Pallone (1990). En primer lugar, el
movimiento de emancipación femenina ha hecho del asunto uno de sus temas más importantes,
dado que las mujeres son víctimas desproporcionadamente más frecuentes de la agresión y la
violencia sexuales. En segundo lugar, existe cada vez mayor disposición a reconocer y
promulgar leyes que obliguen a denunciar y perseguir el maltrato de menores, incluyendo el
abuso sexual. En tercer lugar, la reforma judicial ha facilitado la condena de los infractores

25
sexuales al limitar o suprimir la necesidad de corroborar los testimonios de las víctimas menores
de edad, y al considerar irrelevantes los hábitos sexuales de estas últimas o la relación de índole
sexual que tuviesen con el agresor antes del acto delictivo. Un hecho que ilustra este cambio es
que muchos estados de la Unión Americana admiten que un hombre puede violar a su esposa y
ser perseguido por ello con base en las leyes penales en materia sexual.

Conocimiento del infractor sexual

Los delitos sexuales pueden ser consecuencia de diversos factores. Cierto porcentaje de
los infractores padecen un trastorno psicosexual, es decir alguna forma de parafilia. John Money
(1986) define la parafilia como:

Un estado que se presenta tanto en hombres como en mujeres y que consiste en la


necesidad compulsiva de un estímulo fuera de lo común, y personal o socialmente
inaceptable, ya sea real o imaginario, para iniciar y mantener de manera óptima la
excitación erotosexual y para facilitar o alcanzar el orgasmo (del griego para +philia). El
individuo parafílico puede reproducir el estímulo imaginario en la fantasía al masturbarse
o al tener relaciones sexuales con otra persona. En terminología jurídica, una parafilia es
una perversión o desviación; en lenguaje común se le llama sexualidad caprichosa o
extravagante.

Se debe precisamente a Money que el término “parafilia” se haya adoptado oficialmente


como sustitutivo del término jurídico “perversión” en la edición de 1980 del Manual de
diagnóstico y estadística de trastornos mentales (DSM, por sus siglas en inglés) de la Asociación
Estadounidense de Psiquiatría (DSM-III, 1980). En el DSM-III-R (1987), las parafilias se
definen como:

(comportamientos que) se caracterizan por una excitación ante objetos o situaciones


sexuales que no corresponden a los modelos normativos de conducta sexual y que pueden
interferir en mayor o menor medida con la capacidad de tener relaciones sexuales
recíprocas y cariñosas. p. 279.

Los ejemplos más comunes de comportamiento parafílico son la paidofilia (atracción


erotosexual hacia los niños o los púberes), el exhibicionismo, el voyerismo, el sadismo sexual, el
masoquismo sexual, el fetichismo transvestista, el rozamiento erógeno y el fetichismo. Aunque
en la edición de 1987 (DSM-III-R) sólo figuran las ocho parafilias mencionadas, John Money ha
identificado casi 50 formas de trastorno. Una parafilia adicional (la escatolalia telefónica) se ha
propuesto para incluirse en el DSM-IV (Task Forceo n DSM-IV, 1991). No todas las parafilias
son ilegales, también sería posible que una persona cometiera un delito sexual sin que se le
pudiera diagnosticar una parafilia. “Delito sexual” es un concepto jurídico, en tanto que
“parafilia” es el nombre de un trastorno psiquiátrico.

26
Etiología

Aspectos determinantes individuales y de relación

No está claro de qué manera se desarrollan y se determinan nuestras preferencias sexuales


(Money, 1988). John Money ha formulado un modelo hipotético de desarrollo erotosexual en el
que entran en juego las influencias de la naturaleza, la época y la educación. Asimismo ha
expuesto el concepto “mapa de amor”, una especie de inscripción o plantilla grabada en el
cerebro, la cual esboza el tipo de amante que buscamos, así como las actividades sexuales que
preferimos (Money, 1986). Los mapas de amor, al igual que otras esferas de la psique del
individuo, se desarrollan durante la infancia. Cada niño irá adquiriendo su mapa peculiar por
medio de las relaciones positivas y negativas que tenga con los adultos, y mediante la
observación del comportamiento sexual de éstos. Money cree que el mapa de amor de un niño es
particularmente vulnerable a la deformación entre los cinco y los ocho años de edad (Money y
Lamarcz, 1989). El desarrollo de dicho mapa continúa a través de los años previos a la pubertad,
pero después de ella las posibilidades de modificación se hacen más difíciles. Cuando un mapa
de amor queda organizado del todo, resulta sumamente refractario al cambio; si se pretende
modificarlo, será necesario un esfuerzo de reestructuración, tal como un proceso de psicoterapia.

Money cree también que las parafilias se desarrollan como reacciones estratégicas al
abandono, la supresión o la traumatización de un desarrollo sexual sano. La actividad sexual se
convierte en un psicodrama en el cual el parafílico intenta sobreponerse a la tragedia del trauma.
Esta explicación se asemeja a la formulación psicodinámica del desarrollo de las parafilias
(Stoller, 1975). Según explica Money, a través de un aprendizaje de proceso opuesto el
psicodrama llega a hacerse compulsivo y sumamente refractario al cambio. Por consiguiente, el
individuo adquiere un mapa de amor o plantilla mental erotosexual en la cual las omisiones, los
desplazamientos y las inclusiones reemplazan compulsivamente a las actividades normofílicas
(homosexuales, bisexuales o heterosexuales). En palabras de Money, “una parafilia permite que
se dé la excitación erotosexual, el funcionamiento de los genitales y el orgasmo, pero sólo bajo la
égida de las imágenes mentales sustitutivas propias de la parafilia, ya sea en la fantasía o llevadas
a la práctica.

De acuerdo con Money, no es del todo correcto definir las parafilias como trastornos
sexuales; en su opinión, sería más exacto describirlas como perturbaciones del amor y de las
relaciones amorosas.

Además de la teoría de los mapas de amor deformados está el enfoque de Neil Malamuth,
quien explica los delitos sexuales violentos desde un punto de vista sociológico y psicológico
Según su teoría, la agresión sexual masculina se deriva de la suma de varios factores: niveles
relativamente altos de “promiscuidad” sexual; hombres que mantienen una actitud hostil y
dominante hacia las mujeres; hombres que creen que la violación se justifica y hombres que
tienen rasgos de personalidad antisocial. Malamuth considera que la agresión sexual se produce
cuando, además de existir ciertas motivaciones, las circunstancias reducen las inhibiciones que
evitarían el ataque y se presenta una ocasión propicia (Malamuth, 1986; Malamuth, Sockloskie,
Koss y Tanaka, 1991).

27
Otras teorías hacen hincapié en algunos de los trastornos psíquicos que acompañan las
tendencias parafílicas. A dichos trastornos se debe que el parafílico no domine sus impulsos o
que su conducta sea compulsiva. Algunos infractores sexuales varones en particular padecen de
Comportamiento Sexual Compulsivo (CSC). Esta perturbación consiste en que la actividad
sexual del individuo está motivada, no por el deseo sexual, sino por mecanismos reductores de
ansiedad. Los pensamientos obsesivos y las conductas compulsivas hacen disminuir la ansiedad
y la angustia, pero ponen en marcha un círculo vicioso. La actividad sexual brinda un alivio
temporal, pero éste va seguido de más angustia (Coleman, 1990, 1991, 1992).

Coleman ha propuesto la hipótesis de que el CSC tiene “conexiones permanentes” con las
vías neuronales erotosexuales del cerebro, y que la naturaleza repetitiva de la conducta
autodestructiva podría explicarse por una disfunción de neurotransmisores. El CSC es patológico
porque la patología cerebral es causa de ansiedad, y porque dicho comportamiento tiene un efecto
ansiolítico de corta duración (como lo tienen otros tipos de comportamiento obsesivo-
compulsivo). En su forma obsesivo-compulsiva, el comportamiento sexual carece de sentido y
resulta disfórico y destructivo. Con frecuencia trae consecuencias indeseables como arrestos,
lesiones, pérdida de trabajo y rompimiento de relaciones.

El CSC se ha asociado estrechamente con varios factores: traumas o abusos sufridos en la


primera infancia; ambientes sumamente estrictos en cuanto a la sexualidad; actitudes enfermizas
hacia el sexo y la intimidad; una autoestima deficiente, así como la ansiedad y la depresión
(Coleman, 1987). Muchos infractores sexuales han sido a su vez víctimas de abuso sexual en la
infancia (Groth, 1979; Becker, 1988; Money y Lamarcz, 1989; Bagley, 1991).

Coleman conjetura que estas experiencias traumáticas desencadenan o intensifican un


trastorno de ansiedad latente o en desarrollo; con frecuencia se produce una distimia secundaria a
la ansiedad primaria. Ciertos avances recientes en el estudio de la neurosis obsesivo-compulsiva
indican que la mayoría de los casos de CSC parafilico y no parafílico podrían definirse mejor
como variantes de dicha neurosis, en los casos restantes, el CSC podría deberse a otras
perturbaciones psíquicas o neurológicas que explicarían la naturaleza compulsiva de la expresión
sexual. En suma, para que se produzca la conducta sexual delictiva concurren varios factores.

Aunque todavía no se conoce cabalmente la etiología de los delitos sexuales, el


conocimiento científico ha alcanzado un punto que permite planear estrategias de prevención y
programas de tratamiento.

Estrategias de prevención

Creación de un ambiente sexualmente positivo

Se ha establecido una correlación entre la violencia sexual y aquellas sociedades que


podrían definirse como “sexualmente negativas” (Reiss, 1990; Kutchinsky, 1991). Ira Reiss ha
señalado que una sociedad sexualmente sana sería aquella que adoptara tres principios básicos de
salud sexual: honestidad, igualdad y respeto. La organiación Mundial de la Salud (1974) ha

28
hecho llamados a la promoción de la salud sexual de las sociedades como medio para prevenir
trastornos y enfermedades sexuales.

Además, Money ha advertido que la supresión de los juegos sexuales preparatorios de la


infancia podría impedir un desarrollo sexual sano. Algunas culturas temen que los niños se
expongan tempranamente a la actividad sexual. Sin embargo, las investigaciones han demostrado
de manera consistente que es común entre los pequeños la participación en diversas actividades
sexuales (Kinsey, 1948, 1953; Lamb y Coakley, 1993). El hecho de castigar esta conducta
natural puede obstaculizar el desarrollo de un mapa de amor normofílico.

Importancia de una educación sexual integral

La educación siempre ha sido elemento fundamental de cualquier programa destinado a


promover la salud. Las investigaciones indican que la educación sexual contribuye a reducir la
incidencia de embarazos indeseables y enfermedades de transmisión sexual (Kirby, 1992-1993).
Asimismo, los estudios señalan que los infractores sexuales adolescentes son especialmente
desconocedores de la sexualidad (Kaplan, Becker y Tenke, 1991).

A pesa de que las escuelas suelen impartir educación sexual en cierta medida, esto no se
hace de manera integral, considerando las diversas etapas de desarrollo del niño (Nacional
Guidelines Task Force, 1991). Por regla general, los maestros se sienten incómodos al enseñar la
materia y al dirigir las discusiones del grupo, casi sierre porque carecen de preparación en el
tema, los niños necesitan sentir que sus maestros conocen y ven con simpatía sus emociones y
conductas (Francouer, 1991).

Programas de prevención de la violencia sexual

Además de una educación sexual básica, es necesario implantar programas de prevención


destinados a evitar que los niños sean víctimas de abusos, enseñándoles qué situaciones deben
regir y dónde pueden encontrar ayuda en caso necesario (Conte, Rosen y Saperstein, 1986). Sin
embargo, estos limitados programas han recibido críticas por varias razones. Constantine (1983),
por ejemplo, afirma que no deben limitarse a enseñar “cómo mantenerse apartado de los
desconocidos” y otras cosas por el estilo; en su opinión los niños deben tener conocimientos más
amplios de las situaciones sexuales en las que pueden llegar a encontrarse, por consiguiente
propone programas más profundos, que incluyan diversos temas de conducta sexual. Además,
los programas deben favorecer la independencia temprana del niño y promover la sexualidad
como un aspecto saludable y deseable de la vida diaria, dicha promoción debe comenzar desde
los primeros años de enseñanza (Constantine, 1983).

Las estrategias de prevención de la violencia sexual deben darse en el marco de


programas de educación sexual integrales. A veces, éstos forman parte de asignaturas como
salud escolar o educación física, pero en la mayoría de los casos son independientes de los cursos
escolares; pueden aplicarse en forma de presentaciones audiovisuales o de conferencias dictadas
por especialistas externos a la escuela.

29
Tratamiento de los infractores sexuales

El tratamiento indicado para los delincuentes sexuales no es el castigo, sino una terapia de
rehabilitación, que muchas veces da buenos resultados. No debe olvidarse que si en la mayoría
de los casos no se obtiene una curación definitiva, al menos se puede conseguir una rehabilitación
parcial. Casi todos los especialistas coinciden en que la orientación erotosexual de una persona
se establece en la infancia y se manifiesta en la adolescencia y en la edad adulta temprana. Hoy
en día, los sexólogos encuentran cada vez más pruebas científicas para respaldar esta opinión.
Por consiguiente, aún cuando los delincuentes sexuales sean sancionados por multas o condenas
en prisión, también es posible ofrecerles tratamiento psicológico o médico o someterlos
obligatoriamente a él. Quienes incurren en un delito por primera vez tienen mayores
probabilidades de recibir un castigo mínimo y un periodo de libertad condicional durante el cual
se les exhorta a buscar asistencia profesional para infractores sexuales.

Dicha asistencia consiste en tratar el comportamiento delictivo, la parafilia y cualquier


otra alteración física o mental que pudiera haber contribuido a que cometieran el delito.

En los últimos decenios ha aumentado la demanda de tratamiento para infractores


sexuales, así como el número y la variedad de terapias biomédicas, psiquiátricas y psicológicas
posibles. La base que sustenta dichas terapias se ha hecho cada vez más compleja, ya que
numerosos profesionales que se dan a conocer como terapeutas de infractores sexuales han
propuesto diversas filosofías y metodologías de tratamiento. Las normas para la atención y el
tratamiento de los transgresores fueron propuestas (Coleman y Dwyer, 1990), revisadas y
aprobadas por un equipo de terapeutas profesionales que asistieron al Tercer Congreso
Internacional para el Tratamiento de los Infractores Sexuales, celebrado en 1993 (Coleman y
colaboradores, 1994). Los principios de atención fueron desarrollados por la Asociación para el
Tratamiento de los Agresores Sexuales, en 1993. Actualmente existe un acuerdo creciente en
cuanto a los principios y las normas básicas de dicha atención.

Diagnóstico

Aunque cada vez es mayor el apoyo brindado al conocimiento y al tratamiento de los


infractores sexuales, todavía existen presiones para que el terapeuta demuestre que efectivamente
existe un trastorno y que sería conveniente para la sociedad intentar la rehabilitación por medio
de un tratamiento médico y psicológico, y no solamente mediante un castigo. También hay
intensas presiones para que el terapeuta reúna información sustancial a fin de recomendar el
tratamiento de rehabilitación. A continuación se resumen algunos puntos de diagnóstico
señalados por Dwyer y Coleman (1994); otros métodos de diagnóstico podrán encontrarse en los
artículos de McGrath (1990, 1993) y de Langevin (1994a)

Identificación del tipo de infractor. La literatura sobre los delincuentes sexuales distingue
entre ellos diversas categorías tipológicas. Groth, Hobson y Gary (1982) clasificaron a los
infractores paidofílicos en dos tipos: regresivos y fijos. El delincuente sexual regresivo es aquel
que recurre a los niños como sustitutos de los adultos, retrocediendo mentalmente a una situación
en que no había adultos disponibles o, si los había no satisfacían sus necesidades. El infractor

30
fijo es en sí mismo como un niño y carece de interés sexual para los adultos. Knight y Prentky
(1990) han descrito nueve tipos de violadores, atendiendo a su motivación y a su nivel
socioeconómico. Los tipos 1 y 2 son violadores oportunistas con alto y bajo nivel
socioeconómico, respectivamente. El tipo 3 es un violador invadido de ira y resentimiento. Los
tipos del 4 al 7 son todos violadores sexualmente motivados, si bien difieren entre sí en cuanto al
grado de sadismo de la violación y en cuanto a su nivel socioeconómico. Los tipos 8 y 9 están
motivados por el deseo de venganza y se sitúan en niveles socioeonómicos de bajo a medio.

En nuestra clínica hemos identificado tres tipos de agresores sexuales:


a) infractores con personalidad psicopática o que han llegado a la psicosis,
y que no responden en absoluto a los tratamientos disponibles;
b) infractores que muestran poco o ningún dominio de sus impulsos, pero
que pueden ser tratados eficazmente como pacientes internos, y
c) transgresores que muestran suficiente autocontrol o que pueden ser
controlados por medio de un plan de tratamiento como pacientes
externos (Dwyer y Cesnik, 1991).

Para elegir el tratamiento es indispensable, además, que el terapeuta determine la


motivación del infractor. En general, la terapia es de larga duración (de dos a cinco años) y
costosa y el profesional no sólo se encarga de atender al infractor, sino que es responsable de
proteger a la comunidad contra ulteriores delitos. Los transgresores necesitan estar sumamente
estimulados para soportar los rigores del tratamiento, un incentivo que generalmente resulta
provechoso es que uno de los requisitos de la libertad condicional sea la terminación exitosa del
tratamiento, no obstante, si la única motivación del paciente consiste en escapar del castigo, es
poco probable que el tratamiento lo ayude. Cuando un paciente no reconoce que padece un
trastorno psiquiátrico o psicológico, o si no admite su responsabilidad en el delito cometido,
consideramos que no sería ético brindarle tratamiento.

Es de vital importancia tener en cuenta que no existe un tipo único de infractor y que hay
una amplísima variedad de delitos, motivaciones, rasgos de personalidad, estados de salud mental
y aptitudes sociales (Gebhard, Gagnon, Pomeroy y Christenson, 1965). Este hecho ha causado
muchas confusiones en el conocimiento, el diagnóstico y el tratamiento de los infractores
sexuales, también ha creado confusión a la hora de juzgar la eficacia del tratamiento.

Proceso de diagnóstico. Para evaluar a un infractor sexual a quien se ha declarado


culpable, es necesario reunir información de múltiples fuentes, entre ellas el infractor mismo, sus
familiares, los informes de la policía y los tribunales, las declaraciones de la víctima y las
averiguaciones hechas por los funcionarios de libertad condicional. A la par de la evaluación
inicial, el terapeuta debe seguir juzgando la evolución del paciente en el curso del tratamiento;
por otro lado, se reúne la mayor cantidad posible de datos a fin de emitir un diagnóstico y
determinar la tratabilidad del caso, como los informes reunidos con frecuencia son
contradictorios, se requiere de un excelente criterio clínico por parte del terapeuta.

Pruebas psicométricas. Ningún tipo de examen psicométrico basta para hacer la


descripción completa de una persona. Sin embargo, estas pruebas constituyen un valioso
instrumento para brindar al terapeuta un panorama del funcionamiento psicológico del paciente y
son un auxiliar para el proceso de diagnóstico. Existen diversos recursos que pueden ser de

31
utilidad para el terapeuta (Nichols y Molinder, 1984). El resultado de los exámenes
psicométricos sólo debe interpretarse a la luz del perfil clínico y confrontarse con otros recursos
psicométricos.

Cuestionarios e inventarios. Los pacientes no siempre revelan sus conductas sexuales


inusitadas al terapeuta y en muchos casos están más dispuestos a hacerlo por medio de un
cuestionario. Por el contrario, otros pacientes no desean poner nada por escrito, y prefieren
discutir estos asuntos directamente con el terapeuta. Así pues, se requiere tanto de entrevistas
como de cuestionarios para completar el diagnóstico. Aun con una evaluación exhaustiva, es
posible que el terapeuta no obtenga una imagen clara de todas las situaciones sexuales en que ha
participado el individuo. Para que éste revele una información tan íntima y secreta, es necesario
infundirle confianza en alto grado. Casi siempre el terapeuta va reuniendo más datos a medida
que avanza el tratamiento. En ciertos casos el paciente bloquea inconscientemente parte de la
información, pero en el curso de la terapia suele “recordarla”. No es nada raro que al principio
informe haber tenido relaciones sexuales sólo con uno o dos menores, y que más tarde reconozca
haberlas tenido con muchos más.

Evaluación neurológica. Muchos infractores sexuales padecen lesiones o anomalías


neurológicas (Lang, 1993), de ahí la importancia de buscar en su historia clínica algún
antecedente de este tipo. Sin embargo, también se dan muchos casos en que no existen trastornos
orgánicos declarados o evidentes, por consiguiente, es necesario buscar hasta el menor indicio de
padecimientos neurológicos, como trastornos del aprendizaje, deficiencias neurocognitivas
(langevin, Marentette y Rosati, 1991), síndrome cerebral orgánico (Langevin y Bain, 1992),
dificultades de concentración o de memoria, alteraciones psicomotoras y deficiencias sensoriales.
Un antecedente de lesión en la cabeza, lo mismo en la infancia que en la edad adulta, debe
considerarse como causa posible de un daño neurológico.

Las pruebas psicométricas también sirven para detectar disfunciones cerebrales, así como
para documentar y señalar áreas de disfunción cognitiva, en particular aquellas que pudieran
obstaculizar los tipos de psicoterapia que exigen ciertas funciones cognitivas. El neurólogo
también puede efectuar diversos exámenes fisiológicos para determinar anormalidades leves o
graves, sobre todo en el sistema límbico y en los lóbulos temporal y frontal, lo anterior permite al
terapeuta descartar el síndrome de Tourette, la epilepsia del lóbulo temporal, lesiones
suprasensoriales focales o anomalías epileptoides, malformaciones cerebrales y lesiones
cerebrales postencefalopáticas. Los infractores sexuales que padecen de retraso mental resultan
más difíciles de evaluar y tratar, pero es posible controlar a muchos de ellos (Griffiths, Quinsey y
Hingsburger, 1989).

Examen psiquiátrico/psicológico. El terapeuta debe evaluar cuidadosamente los


trastornos psiquiátricos o psicológicos acompañantes. Como se dijo antes, la conducta delictiva
puede estar complicada con trastornos psiquiátricos de los ejes I o II (DSM-III-R, Asociación
Estadounidense de Psiquiatría, 1987). El diagnóstico de estos trastornos es importante para
elaborar un plan de tratamiento individualizado, así como tratarse antes o al mismo tiempo que la
conducta delictiva. También reviste importancia la detección de cualquier toxicomanía
(Langevin y Lang, 1990). Numerosos infractores sexuales tienen antecedentes de drogadicción y
en muchos casos su delito está relacionado con ella. El tratamiento de la drogadicción debe
preceder al de la conducta delictiva, por ejemplo en los casos de abuso simple de drogas, sin que

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exista dependencia, ambos tratamientos pueden ser simultáneos; en ciertos casos, las pruebas de
detección de drogas en el organismo pueden ser de utilidad para verificar los informes verbales
de los pacientes.

Examen físico. Es necesario incluir un examen físico completo como parte de la


evaluación general. Dicho examen debe consistir en una revisión exhaustiva del organismo, así
como en las pruebas de laboratorio pertinentes. El médico deberá determinar la existencia de
trastornos orgánicos para saber si éstos contribuyen a explicar la conducta delictiva, si el paciente
será capaz de soportar las presiones del tratamiento y si hay medicamentos que estén
contraindicados. Es necesario que el médico descarte trastornos tiroideos y lesiones hepáticas y
habrá que efectuar análisis hormonales para descartar anomalías o tumores endocrinos. En los
pacientes varones conviene determinar el nivel sanguíneo de testosterona y de hormona
luteinizante. Sobre esto, algunos laboratorios de análisis clínicos difieren en cuanto a los
márgenes de normalidad, en general, el nivel normal de testosterona oscila entre 300 y 120
nanogramos por decilitro. En caso de existir anomalías en dicho nivel, convendrá hacer
determinaciones de las hormonas hipofisarias (las gonadotropinas y las hormonas
folículoestimulante y luteinizante, que estimulan la producción de testosterona en los testículos).

En caso de diagnosticar un padecimiento orgánico, éste deberá tratarse antes o al mismo


tiempo que la conducta delictiva.

Pletismograma y examen falométrico. Se trata de dos pruebas destinadas a medir la


excitación física como reacción a un estímulo erótico estandarizado El pletismograma es un
registro gráfico de las variaciones de la circunferencia del pene por medio de un medidor de
tensión colocado en éste. El examen falométrico es la medición de los cambios en el volumen
total del pene. Ambos métodos han demostrado su utilidad en el tratamiento de los infractores
varones: sirven para distinguir el tipo de excitación sexual por edad y preferencia sexual, así
como para detectar la tendencia a la violencia. Aun así, los resultados generalmente no son
admisibles en los tribunales y, si lo son, deben interpretarse cuidadosamente: la excitación
provocada por una persona de cierta edad no significa necesariamente que el infractor actúe en
consecuencia; es posible que la atracción exista únicamente en sus fantasías.

Cabe señalar que al ser sometidos a exámenes falométricos, algunos infractores


incestuosos presentan registros “normales”, lo cual impide saber si sienten atracción erotosexual
hacia los niños. Sin embargo, otros infractores incestuosos también son paidofílicos (Langevin,
1983). Es evidente que no todos los terapeutas tienen acceso a un laboratorio psicofisiológico.
Aunque la disponibilidad de la pletismografía es mucho mayor que la del examen falométrico
(más sencillo y menos costoso), aún se carece del equipo necesario en la mayoría de las zonas
rurales, poblaciones pequeñas y clínicas. Por ahora, su empleo se limita casi exclusivamente a
Estados Unidos y Canadá. Sin embargo, la información adicional que proporciona puede ser
muy útil para evaluar al infractor y alcanzar un diagnóstico diferencial. Si el terapeuta no cuenta
con este auxiliar, deberá confiar en su observación y en su aptitud clínica para llegar a un
diagnóstico preciso.

Polígrafo. El “detector de mentiras” o polígrafo permite en algunos casos sacarle la


verdad a un infractor que está “mintiendo” o que se niega a reconocer su responsabilidad en el
delito que se le imputa. La eficacia de esta herramienta de evaluación depende de la habilidad

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del operario y sus resultados sólo son válidos si se formulan las preguntas apropiadas de manera
correcta. Su utilidad es tanto mayor cuantos más registros fisiológicos incluya, tales como la
reacción galvánica de la piel, el pulso arterial y el venoso, el latido cardiaco, la respiración y la
fuerza de la voz. Los registros múltiples ayudan a corroborar la interpretación de la prueba.
Existe un acalorado debate sobre la precisión del polígrafo; de ahí que casi nunca se admita en los
tribunales. Sin embargo, como toda herramienta de evaluación, puede resultar útil si se emplea
correctamente y se interpreta con cautela.

Diagnóstico del infractor sexual violento

Se llama infractor sexual violento al que se ha valido de un arma o de la fuerza física para
cometer el delito, así como al que ha mutilado o matado a su víctima. También en este caso el
diagnóstico debe incluir la detección de padecimientos psiquiátricos acompañantes, en particular
trastornos de personalidad. En todos los casos es de vital importancia determinar si existe una
personalidad antisocial. No obstante, este último resultado debe alcanzarse con extrema cautela,
ya que es fácil caer en los criterios del DSM y pasar por alto un estudio más fenomenológico. A
diferencia de lo que ocurre con los delitos no violentos, el terapeuta tiene en este caso mayor
responsabilidad de emitir un diagnóstico y un pronóstico sólidos.

Tratamiento

Tratamiento psicológico. El tratamiento psicológico que se brinda al infractor sexual


puede basarse en distintas teorías psicológicas y psiquiátricas, que difieren en cuanto al origen de
la conducta parafílica y del delito sexual. Existen diversas opiniones sobre las causas y el
tratamiento, según el enfoque utilizado: psicoanalítico, conductista, de aprendizaje social o de
sistemas familiares. Ahora bien, el tratamiento tiene diversas modalidades, entre ellas la
psicoterapia individual, de pareja, familiar y de grupo y el objetivo común de todas estas terapias
es prevenir la reincidencia y evitar así que haya nuevas víctimas. Recientes revisiones de los
textos sobre el tema recomiendan un enfoque cognitivo-conductista concentrado en aptitudes.

Para que el tratamiento del infractor sexual resulte eficaz es necesaria la participación de
un equipo con experiencia en el diagnóstico y el tratamiento de muy diversos trastornos médicos,
psiquiátricos y psicológicos, además, el equipo debe tener adiestramiento y aptitudes adicionales
en el diagnóstico y el tratamiento de los infractores sexuales.

Por medio de la psicoterapia, el paciente puede llegar a resolver las causas de sus trastornos
psiquiátricos y psicosexuales, así como aprender mejores maneras de enfrentarse a la vida y
medios más sanos para expresar su sexualidad y satisfacer sus necesidades íntimas. Como
muchos infractores sexuales proceden de familias aquejadas de disfunciones, o bien que fueron
víctimas de abuso sexual, es indispensable que el tratamiento tenga en cuenta de manera muy
especial los temas familiares, de esta manera la forma indicada de tratamiento es la terapia
familiar. Si el paciente es farmacodependiente, la primera medida terapéutica debe ser la
deshabituación.

No obstante los mejores resultados se obtienen con una terapia de grupo básica,
combinada con una terapia familiar o de pareja accesoria. Los cónyuges o compañeros también

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deben someterse al tratamiento, dado que con frecuencia están aquejados del mismo trastorno o
necesitan ayuda para contrarrestar los efectos dañinos de la conducta delictiva del paciente
principal.

Aunque algunos tratamientos hacen hincapié en la supresión de toda conducta sexual


desviada, en nuestra clínica hemos descubierto que es preferible ayudar a los pacientes a
identificar sus hábitos de excitación y a controlar aquellos que los llevan a incurrir en conductas
delictivas. Cuando un paciente es intensamente obsesivo, compulsivo o propenso a la falta de
autocontrol, también recurrimos a un tratamiento biomédico que le permita alcanzar dominio
sobre su excitación sexual. Así pues, de acuerdo con nuestra filosofía terapéutica, el tratamiento
del infractor sexual no significa suprimir totalmente los hábitos desviados de excitación o fantasía
sexuales. Por otro lado, los pacientes deben establecer límites para ciertas formas de fantasía,
excitación y expresión sexuales. Para ello deberán identificar primero con toda claridad sus
conductas obsesivas, compulsivas o impulsivas. Por ejemplo, un hombre que ha abusado
sexualmente de un menor no deja de sentir atracción por los niños, lo que ocurre es que identifica
las causas de su conducta delictiva y desarrollará estrategias para no llevar a la práctica sus
pensamientos, fantasías o impulsos. Al mismo tiempo, necesita aprender medios distintos de
expresión sexual, que se ajusten a lo permitido por las leyes; aunque es necesario restringir el
comportamiento sexual delictivo, hay que permitir que el paciente sea un ser humano sexual.

Tratamiento biomédico. Este enfoque terapéutico consiste en el empleo de fármacos o


cirugía para modificar las fantasías, los impulsos y las conductas erotosexuales. La castración ha
demostrado su eficacia en el tratamiento de ciertos tipos de infractores sexuales (Langenluddeke,
1965; Sturup, 1972). Sin embargo, es una medida extrema que ha hecho surgir graves escrúpulos
éticos: se ha visto como una forma de mutilación y como un castigo excesivo y cruel; desde que
existe la terapia antiandrogénica, cuyos efectos son revertibles, la castración se ha vuelto
obsoleta. La terapia medicamentosa generalmente incluye el uso de antiandrógenos,
antidepresivos, ansiolíticos, antiepilépticos y antipsicóticos. Los antiandrógenos, empleados por
primera vez por el psicólogo estadounidense John Money (1970), han resultado eficaces. La
terapia antiandrogénica consiste en la administración de una progesterona sintética, la
medroxiprogesterona (Depo Provera R, Upjohn), o bien el acetato de ciproterona (Androcur R,
Schering, A.g. en Europa). Este fármaco generalmente reduce la excitación y las fantasías
sexuales, con lo que favorece un mayor control de los impulsos. Los pacientes que lo toman se
sienten menos sujetos a su conducta sexual compulsiva o a sus fantasías parafílicas.

En tiempos recientes, los infractores sexuales han respondido favorablemente a los


medicamentos que estimulan los circuitos sinápticos serotonérgicos. En muchos casos estos
fármacos alivian las inquietantes imágenes mentales recurrentes de la parafilia y mejoran el
control de los impulsos. El carbonato de litio, la fluoxetina y otros antidepresivos heterocíclicos
con acción serotonérgica son prometedores, en particular si se emplean en combinación con la
psicoterapia (Coleman, Cesnik, Dwyer y Moore; 1993). Para los pacientes que sufren de CSC
está indicado un tratamiento mixto, a base de psicoterapia y medicación; con frecuencia el
tratamiento comienza con la administración de un fármaco serotonérgico para interrumpir cuanto
antes los pensamientos obsesivos o las conductas compulsivas y para reducir la ansiedad y la
depresión. A continuación se procede con la psicoterapia.

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Eficacia del tratamiento

La eficacia del tratamiento es un tema que ha suscitado acaloradas controversias. En


1983, el destacado psicólogo correccional canadiense Vernon Quinsey señaló que “existen
muchos casos, algunos documentados y otros no, que parecen prometedores” (Quinsey, 1983, p.
36). Sin embargo, en 1993, el mismo especialista afirmó: “La eficacia del tratamiento para
reducir la reincidencia de los infractores sexuales todavía no se demuestra científicamente”. Por
otra parte, Furby, Weinrott y Blackshaw (1989) revisaron unos 57 estudios publicados entre 1953
y 1987 y concluyeron que el tratamiento no tenía ninguna ventaja sobre el encarcelamiento. El
índice de reincidencia entre los infractores sexuales que no recibían tratamiento era variable, pero
no excedía el 12 por ciento. Cuarenta por ciento de los estudios revisados por Furby y sus
colegas informaban de índices de reincidencia del 12 por ciento o menos; otros arrojaban índices
más altos; el mayor era de 40 por ciento. La principal objeción que se ha hecho a la revisión de
Furby y colaboradores es que no distinguió entre los diversos tipos de infractores. También es
posible que los delincuentes sometidos a tratamiento tuviesen mayor índice de reincidencia.

Desde 1953 hemos aprendido mucho sobre el tratamiento eficaz de los infractores
sexuales, estos avances han redundado en resultados aún mejores (Marshall, 1993.) Según la
revisión de documentos realizada por Marshall, Jones, Ward y Jonson (1991), los programas de
tratamiento cognitivo-conductista resultan razonablemente eficaces para modificar el
comportamiento de quienes han cometido abuso de menores, incesto y actos de exhibicionismo.
Marshall también informa sobre el empleo exitoso de los antiandrógenos como terapia auxiliar.
En nuestro centro de tratamiento, algunos infractores cuidadosamente seleccionados han
presentado índices bajos de reincidencia con programas de seguimiento a largo plazo.

Conclusión

La prevención de los delitos sexuales y el tratamiento de los infractores son posibles, sin
embargo, se necesitan más recursos para fomentar una educación sexual integral y promover una
sexualidad más sana entre todos los ciudadanos. La detección temprana de los infractores puede
reducir el índice de reincidencia, por ello, la primera medida consiste en adoptar una actitud
comprensiva hacia el infractor y reconocer que los delitos son producto de una infinidad de
fuerzas biológicas, psicológicas y sociales. Además de ofrecer más servicios de rehabilitación
para prevenir la reincidencia y evitar así que haya nuevas víctimas, debemos tomar medidas
preventivas de mayor alcance velando por la salud y el bienestar de nuestros hijos.

“Antología de la Sexualidad Humana III”, Grupo Editorial Porrúa, México, 1998.

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