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El análisis del hombre y sus símbolos se vincula al estudio de la relación del hombre
con su propio inconsciente. Y es a través de los sueños, las manifestaciones artísticas,
los estados hipnóticos como actividades privilegiadas, que nos conectamos y
conocemos al inconsciente. “El hombre produce símbolos inconsciente y
espontáneamente en forma de sueños”. Carl J. Jung
Jung nos dice que la vía regia de acceso al inconciente personal no es el sueño sino el
complejo. Los complejos emergen de manera autónoma en aquellas actividades donde
baja el umbral de la conciencia, como en las creaciones artísticas, los síntomas y en los
sueños, lo que posibilita encontrarse con ellos, reconocer su existencia, y asimilarlos
favoreciendo el proceso de individuación.
Por ello “el objetivo del empleo del Arte Terapia en los tratamientos, debe ser el
de la objetivación arquetipal de complejos autónomos independientes que se
encuentran albergados en la sombra” Horacio Ejilevich Grimaldi. “A este respecto,
los símbolos oníricos son los mensajeros esenciales de la parte instintiva enviados a
la parte racional de la mente humana, y su interpretación enriquece la pobreza de la
conciencia de modo que aprende a entender de nuevo el olvidado lenguaje de los
instintos.” Carl J. Jung
Jung reconoce que si bien en los sueños emergen símbolos universales e imágenes o
motivos arquetipales comunes, la interpretación debe ajustarse a la significación
personal y conectar el símbolo con la situación vital inmediata del soñante, con sus
complejos activos y con su estructura de carácter. El psicoanalista Eric Fromm trata a
las imágenes de los sueños como “símbolos accidentales”, donde el significado es
personal, propio de ese sujeto singular.
El árbol de la vida, árbol cósmico, árbol del paraíso, árbol de la sabiduría, árbol del
mundo, es uno de los elementos formales y simbólico del Paraíso, es la variante más
extendida del simbolismo del Centro. Este se halla en medio del Universo y sostiene
como un eje los tres mundos (cielo, tierra e infierno) su importancia es tal que
representa la vida del cosmos: su densidad, crecimiento, proliferación, generación y
regeneración, es vida inagotable, equivale a inmortalidad (Cirlot 1995). Aparece en
todas las culturas y mitologías. En el símbolo del árbol según Cirlot aparece la
duplicación, lo cual no altera el simbolismo característico del árbol, sino que se refiere
al paralelismo del ser y del conocer (árbol de la vida y árbol de la ciencia). La
psicología ha reducido a expresión sexual este simbolismo de la dualidad. Jung afirma
que el árbol posee cierto carácter bisexual simbólico. El árbol cósmico o de la vida
aparece en todas las épocas del Arte desde la Prehistoria a nuestros días. En muchas
ocasiones, asociados al árbol de la vida, aparecen animales guardianes: leones, toros,
grifos, ciervos, pavos y otras clases de pájaros que simbolizan a los guardianes del
Paraíso.
3- Símbolo del mandala y de la piedra (círculo y punto)/ arquetipo de la
cuaternidad y del sí mismo /proceso de individuación
El sí mismo es el núcleo más íntimo de la psique, es un símbolo de totalidad. No está
totalmente contenido en nuestra experiencia consciente pero sí presente de algún modo.
La forma de un ser humano, joven o viejo, es una de las tantas formas en las puede
aparecer el sí mismo representado en sueños o visiones (imagen del Hombre Cósmico
que entraña el secreto y desconocido significado definitivo de la existencia humana).
La realidad psíquica de todo individuo está orientada hacia ese símbolo arquetípico del
sí mismo. El fin último (o primero si se quiere) del hombre es ser humano.
Una piedra redonda o la piedra filosofal son símbolos del sí-mismo y de la totalidad del
hombre. También se simboliza a través de animales que representan nuestra naturaleza
instintiva. El sí-mismo también se representa con un cristal y con mandalas.
Dicho simbolismo de la piedra se refleja en las numerosas personas que coleccionan
piedras compulsivamente sin saber por qué lo hacen; se les supone un misterio y una
fuerza vital. También existe la costumbre de colocar piedras en las tumbas
suponiéndose que algo del muerto se eterniza, como también la construcción de
monumentos en honor a personalidades famosas. También se usan para representar a
Dios y para señalar lugares de adoración. Se creía que ciertas piedras constituían la
morada de dioses y espíritus. Se inviste a la piedra con un poder expresivo más allá de
lo natural. En esculturas y construcciones se proyectan de este modo contenidos
inconscientes a través de dotar a la piedra de un espíritu propio. Sensación de que el
objeto “era más que lo que encuentran los ojos” (Chirico y Chagall).
A.C. Gustav Jung dedicó parte de su obra a realizar un profundo estudio sobre los
mandalas. La universalidad de los mándalas hizo que el psiquiatra Carl Gustav Jung los
privilegiara como expresiones probables de lo inconsciente colectivo. Jung solía
interpretar sus sueños dibujando un mandala diariamente, en esta actividad descubrió en
estos dibujos que el círculo actúa como integrador de la psiquis, ayudando a equilibrar
los hemisferios cerebrales. Estudió técnicas primitivas y experimentó él mismo un
crecimiento espiritual, acercándose a los Mandalas. A partir de allí elaboró una teoría
sobre la estructura de la psique, teoría que hoy es avalada por la ciencia y los estudios
sobre el funcionamiento de la mente humana, sosteniendo que los mandalas representan
la totalidad de la mente. Carl Gustav Jung ha utilizado los mandalas en terapias psiquiátricas
con el objetivo de propiciar la búsqueda individual de cada uno de sus pacientes. Elabora una
teoría sobre la estructura de la psiquis humana De esta manera podría pensarse como una
herramienta diagnóstica ya que reflejan el estado y la estructuración del psiquismo del sujeto, y
terapéutica ya que el accionar con mandalas, a través de su observación, confección, y
atribución de color, permite acercarse a un equilibrio mental y espiritual perdido o jamás
hallado; asimismo posibilita un autoconocimiento que le otorga mayor libertad al sujeto.
El círculo: es la figura más utilizada y con más referencias simbólicas. Es un símbolo que se
remonta a los orígenes del hombre, y que suele vincularse con el tiempo, el infinito, la
perfección y lo cíclico. Al ser la forma más universal e inespecífica, las esferas, los discos, los
anillos figuran en los modelos primitivos de la tierra y el universo. En la confección de algunos
mandalas cumplen las funciones de protección de lo que estaba adentro y de separación entre
dos espacios que podrían representar el espacio sagrado y el profano. El circulo es en sí mismo
inclusivo, completo, genera la sensación de acabado. En la simbología de varias culturas se lo
relaciona con lo femenino, con el agua, el útero, donde todo tiene origen y todo se forma.
También lo encontramos como manifestación espontanea en el arte de los enfermos mentales.
Jung señala el efecto unificador que produce la forma circular en la conciencia, de modo que en
la esquizofrenia y en ciertos tipos de psicosis, donde se manifiesta disgregación de la psiquis,
aparece el círculo como arquetipo o esquema compensador de manera espontanea y como
portador de valiosa información proveniente del inconciente. Organiza el caos, el mundo.
El punto, desde distintas filosofías, es más un concepto que un objeto. Es el primer elemento
gráfico, lo primero en ser manifestado, la huella inicial. Se asemeja a Dios o al principio
creador. Significa unidad, origen. Es el lugar más sagrado del mandala pues personifica a la
divinidad o al propio ser. En muchas culturas se lo encuentra ubicado en el centro de un círculo,
como el origen desde donde lo redondo surge. También era considerado mediador, que
propiciaba la paz entre los enemigos. La idea de un punto como sitio central de algo, sugiere
siempre que es el sitio más importante, ya sea como la meta inmóvil que se desea o se debe
alcanzar, o como aquello que moviliza todo a su alrededor, el sitio desde donde todo se
desarrolla y hacia el cual todo vuelve. Es por este simbolismo que dentro del mandala ocupa el
lugar fundamental y puede ser representado como un simple punto o ponerse en su lugar algún
símbolo sagrado. Para Jung, el centro del mándala figura al sí-mismo (Selbst), que el
sujeto intenta lograr perfeccionar en el proceso de individuación.
Sí-mismo (en alemán: Selbst) es definido por Jung como el arquetipo central de lo
inconsciente colectivo, el arquetipo de la jerarquía. La totalidad del hombre. «El sí-
mismo es una unión de los opuestos». Se representa simbólicamente por el círculo,
cuaternidad, niño, mándala, etc. Representa el fin último del proceso de individuación.
El sí-mismo es una magnitud antepuesta al «yo consciente». Comprende no sólo la
«psique consciente», sino también lo «inconsciente», y por ello es, por así decirlo, una
personalidad que «también» somos. No existe posibilidad alguna de alcanzar una
«consciencia» absoluta del sí-mismo, pues siempre existirá una cantidad indeterminada
e indeterminable de «inconsciente» que pertenece a la totalidad del sí-mismo. El sí-
mismo es no sólo el «centro», sino también aquel ámbito que encierra la «consciencia»
y lo «inconsciente»; es el centro de esta «totalidad» como el «yo» es «el centro de la
consciencia». El sí-mismo es también «la meta de la vida», pues es la expresión más
completa de la combinación del destino que se llama individuo.
Podríamos dar una doble definición al concepto de sí-mismo: 1. Imagen arquetípica de
totalidad, vivenciada como poder transpersonal que confiere sentido a la vida; por ejemplo:
Cristo, Buda, figuras-mándala. 2. Teóricamente, centro y totalidad de la psique, vivenciado
como aquello que gobierna al individuo y hacia lo que se dirige inconscientemente. Principio de
coherencia, estructura y organización que rige el equilibrio y la integración de los contenidos
psicológicos.
Sin la vivencia de los opuestos no existe experiencia de la totalidad y, por ende, tampoco un
acceso interior a las figuras sagradas. Referencia: Carl Gustav Jung (2005). Obras completas.
Volumen 12. Psicología y alquimia. I. Introducción a la problemática psicológica religiosa de
la alquimia. II. 3. D. Sobre el simbolismo del sí-mismo
El doble como alma. ELEMENTO DISPARADOR
En sueños, Recuerdos y Pensamientos, Jung recuerda que, precisamente uno de sus juegos de
niño consistía en pintar y cuidar, ocultándola en algún lugar privado, a una piedra, que
desempeñaba las funciones de doble.
“El mundo de mi infancia, en el que me sentía ahora inmerso, era eterno, y yo me encontraba
desgajado de él; sumido en un tiempo cada vez más lejano. Tenía que separarme bruscamente
de este lugar para no perder mi futuro. Este momento es para mí inolvidable, pues como un
relámpago, aclaró el carácter de eternidad de mi infancia. Lo que quiero decir con la palabra
«eternidad» se me evidenció ya a los diez años. Mi disensión e inseguridad en el ancho mundo
me llevó a tomar una medida entonces incomprensible para mí: utilizaba por aquel entonces un
plumier amarillo lacado, con un pequeño castillo, como poseen los alumnos de primera
enseñanza. En su interior se encontraba una regla. En su extremo tallé un pequeño hombrecillo
de unos seis centímetros con «levita, sombrero de copa y lustrosos zapatos». Lo pinté con tinta
negra, lo aserré de la regla y lo coloqué en el plumier donde le dispuse una camita. Le hice
incluso un abriguito de un trozo de lana. Le coloqué además, un guijarro del Rin liso, alargado
y negruzco al cual había pintado con acuarela multicolor de modo que quedaba dividida en dos
partes, una superior y otra inferior. Esta piedra la llevé mucho tiempo en el bolsillo de mis
pantalones. Ésa era su piedra. Todo ello era para mí un gran secreto del cual, sin embargo, no
comprendía nada. Llevé en secreto el estuche con el hombrecillo al vedado ático (vedado
porque las tablas del piso estaban carcomidas y podridas y por ello resultaban peligrosas) y la
escondí en una viga del techo. Con ello experimenté una gran satisfacción, pues nadie lo vería.
Sabía yo que allí nadie podría encontrarlo. Nadie podría descubrir mi secreto ni destruirlo. Me
sentí seguro y desapareció la penosa impresión de estar en desacuerdo conmigo mismo. En
todas las situaciones difíciles, cuando preparaba algo, o mi sensibilidad había sido herida, o
cuando la irritabilidad de mi padre o la enfermedad de mi madre me agobiaban, pensaba en mi
hombrecillo cuidadosamente acostado y escondido y en su piedra lisa y bellamente pintada. De
vez en cuando —frecuentemente con intervalos de semanas— subía al altillo en secreto, y sólo
cuando estaba seguro de que nadie me veía. Allí trepaba a la viga, abría el estuche y
contemplaba al hombrecillo y a la piedra. Dejaba, además, cada vez un pequeño rollo de papel
en el cual anteriormente había yo escrito algo. Lo hacía en las horas de clase con una escritura
secreta inventada por mí. Eran tiras de papel de escritura apretada, que arrollaba y dejaba a la
custodia del hombrecillo. Recuerdo que el acto de colocar un nuevo rollo comportaba siempre el
carácter de una acción alegre. Lástima que no pueda recordar qué quería comunicarle al
hombrecillo. Sólo sé que mis «cartas» significaban para él una especie de biblioteca. Tengo la
incierta sospecha de que podían ser ciertas frases que me hubieran gustado en especial. El
sentido de estos hechos, o de cómo hubiese podido yo explicármelos, no representaba entonces
problema alguno. Me bastaba con la sensación de renovada seguridad y la satisfacción de poseer
algo a lo cual nadie tuviera acceso y que nadie supiera. Para mí era un secreto inviolable que
nunca podía traicionarse, pues la seguridad de mi existencia dependía de ello. Por qué era así no
me lo pregunté nunca. Era sencillamente así. Esta posesión de un secreto se me grabó entonces
fuertemente. Lo considero como lo esencial de mis primeros años de juventud, como algo que
era para mí sumamente importante. Así, pues, yo no expliqué nunca a nadie mi sueño del falo, y
también el jesuita pertenecía al reino de lo secreto, del cual no estaba permitido hablar. La
pequeña figura de madera con la piedra fue un primer intento, todavía infantil e inconsciente, de
dar forma a lo secreto. Siempre me sentí absorbido por ello y tenía la impresión de que debía
expresarlo. Siempre esperaba que se pudiera encontrar algo, quizás en la naturaleza, que diera la
clave o me mostrara dónde o lo qué era el secreto. Entonces creció en mí el interés por las
plantas, los animales y los minerales. Estaba siempre tratando de descubrir algo enigmático. En
mi conciencia era cristianamente religioso —aunque siempre con la salvedad: « ¡Pero no es tan
seguro!» o con la pregunta «¿Qué sucede con lo que está bajo tierra?». Y cuando se me
enseñaba religión y se me decía: «Esto es bello, esto es bueno», yo pensaba para mis adentros:
«Sí, pero existe, además, algo muy secreto, y esto no lo conoce la gente.» El episodio con el
hombrecillo tallado en madera constituyó la culminación y el final de mi infancia. Duró
aproximadamente un año. Luego olvidé por completo este acontecimiento hasta los treinta y
cinco años. Entonces, de las nieblas de la infancia resurgió este recuerdo con claridad diáfana
cuando, ocupándome en preparar mi libro Wandlungen una Symbole der Libido
(Transformaciones y símbolos de la libido), leí acerca de piedras conmemorativas en
Arlesheimy de los churingas australianos. Descubrí de pronto que me hacía una imagen
perfectamente concreta de una tal piedra, aunque nunca la había visto reproducida. En mi
imaginación veía una piedra lisa pintada de tal modo que se distinguía una parte superior y otra
inferior. Esta imagen me resultaba familiar en cierto modo y entonces recordé un plumier
amarillo y un hombrecillo. El hombrecillo era un dios de la antigüedad, pequeño y oculto, un
Telesforo que se encuentra en varias representaciones junto a Esculapio y a quien lee un
pergamino.
De este recuerdo me vino por vez primera la convicción de que existen elementos anímicos
arcaicos que pueden inculcarse en el alma individual sin que procedan de la tradición. En la
biblioteca de mi padre, la cual exploré a fondo —nótese bien que mucho después—, no había ni
un solo libro que contuviera una información de este tipo. Es notorio que mi padre no sabía
nada de tales cuestiones. C.G.Jung. Sueños, Recuerdos y Pensamientos
Dado que la sombra representa nuestros impulsos más primitivos, nuestra faceta
instintiva animal como sumatorio de todo nuestro pasado evolutivo, las dificultades
vitales encontradas generalmente en hombres y mujeres pueden deberse: -A una
omisión o supresión de la sombra, imposibilidad que produce una revuelta de aquello
que se pretende eliminar. -O a una identificación con el arquetipo, con lo que el Yo
queda a merced de la tempestad de lo inconsciente. De ahí que como parte fundamental
de toda analítica se promueva volver al punto medio entre dos extremos: en este caso, el
devenir consciente de la sombra. Si se permite la integración de la sombra en la
personalidad del individuo podría lograrse que la misma enriquezca y complemente a
las demás facetas del sujeto.
«La sombra es...aquella personalidad oculta, reprimida, casi siempre de valor inferior
y culpable que extiende sus últimas ramificaciones hasta el reino de los presentimientos
animales y abarca, así, todo el aspecto histórico del inconsciente...Si hasta el presente
se era de la opinión de que la sombra humana es la fuente de todo mal, ahora se puede
descubrir en una investigación más precisa que en el hombre inconsciente justamente
la sombra no sólo consiste en tendencias moralmente desechables, sino que muestra
también una serie de cualidades buenas, a saber, instintos normales, reacciones
adecuadas, percepciones fieles a la realidad, impulsos creadores, etc.». C. G. Jung,
Aion, 1951, pág. 379 y s.
La sombra lanzada por la mente consciente del individuo contiene los aspectos escondidos,
reprimidos y desfavorables (o execrables) de la personalidad. Pero esa oscuridad no es
exactamente lo contrario al ego consciente. Así como el ego contiene actitudes
desfavorables y destructivas, la sombra tiene buenas cualidades: instintos normales e
impulsos creadores.
Que la sombra se convierta en nuestro amigo o en nuestro enemigo depende en gran parte
de nosotros mismos. La sombra no es siempre, y necesariamente, un contrincante. De
hecho, es exactamente igual a cualquier ser humano con el cual tenemos que entendernos, a
veces cediendo, a veces resistiendo, a veces mostrando amor, según lo requiera la situación.
La sombra se hace hostil sólo cuando es desdeñada o mal comprendida.
Lectura del texto “Canción en el Río Sava” de Denisse Vega Farfán, Octubre, 2006
Denisse Vega Farfán (Trujillo, 1986). Estudiante de Derecho en la Universidad César
Vallejo de Chimbote, donde obtuvo el Primer puesto en el Concurso “Poesía a Vallejo”.
Profesora de inglés e integrante del taller de Artes Plásticas “Palamenco”. Autora del
poemario Euritmia (2005) y de la plaquette Palabra de junco. Ha participado en varias
exposiciones pictóricas de la ciudad y sus poemas han sido publicados en diarios,
revistas y páginas webs. Incluida en 18 Poetas Peruanos: Muestra Poética del 2000 de la
página web Lapsus collage editorial. Tiene un blog: www.matrizmusical.blogspot.com,
donde figuran sus trabajos y los de otros escritores del país.
El dibujo automático es el dibujo realizado por medio del proceso automático que se
define por la ausencia de un proyecto y donde el ejecutor es guiado por los impulsos del
momento.
Los inicios del dibujo automático se remontan a principios del siglo XX tras
descubrimiento del subconsciente por Sigmund Freud. Es iniciado por el artista
surrealista André Masson. De este modo la vanguardia artística de los surrealistas
adoptan el dibujo como un medio de expresar el subconsciente por medio del proceso
automático.
Dibujo automático significativo: Son dibujos que incluyen símbolos, y pueden
ser realizados en trance.
Dibujo automático abstracto: No existen símbolos ni significados en el dibujo,
solo una voluntad de expresión estética que incluye ciertos tipos de garabato.
Dibujo automático computacional. El ejecutor no es un individuo (persona)
por lo que no hay una consciencia de por medio que condicione el dibujo
Técnica: Se permite que la mano se mueva «al azar» a través del papel. Sin embargo en
la aplicación de azar y accidente para marcar decisiones, el dibujo es en gran medida
liberado de control racional. Por lo tanto el dibujo producido puede ser atribuido en
parte al subconsciente y puede revelar algo de la psique, que de otro modo puede ser
reprimido y hay que tomar una decisión consciente de no controlar el dibujo.
"La mano debe dibujar libremente y sin control practicando hacer figuras simples con
una sola línea mientras no se piensa, es decir, la intención debe simplemente escapar a
la conciencia." Frederick Carter
La obra de Xul Solar se caracteriza por la cantidad de signos y elementos que presenta,
tomados de la astrología, del tarot, del I Ching y de la alquimia. Su simbolismo está basado
en una concepción esotérica entre lo natural y lo sobrenatural. El autor profundizó también
el estudio de las grandes religiones como el cristianismo, el budismo tibetano y japonés, el
taoismo chino, el hinduismo, el islamismo y el judaísmo.
Pan-Tree es uno de los símbolos cabalísticos más importantes formado por diez esferas y
22 senderos que se utilizaba para representar simbólicamente las relaciones que se dan
entre el Universo y los hombres para servir al Eterno. En la Edad Media se desarrolla la
tesis de la analogía entre el macrocosmos y ese universo en miniatura que es el hombre. "El
hombre-microcosmos, colocado en el centro del universo que el reproduce, y en armonía
con él, se halla en condiciones de romper ataduras, en estado de convivencia con el mundo;
se abren infinitas perspectivas…"
Xul Solar diseña sus Pan trees con doce esferas, en sentido vertical, porque es el número
que corresponde a los signos del zodiaco. Coloca a la izquierda en forma ascendente y a la
derecha en forma descendente, los números correspondientes al sistema duodecimal
creado por él: de 0 al 10, a los que le adiciona los símbolos "&" y "Q". De esa manera
muestra el recorrido que debe realizar el hombre para su ascenso espiritual y al mismo
tiempo grafica el funcionamiento del Universo. El Árbol de la Vida surge de un recipiente o
cuenco que simboliza a la madre tierra, de la que sale toda la vida.
En la parte superior podemos apreciar El ojo que todo lo ve, que es un triángulo inscripto
en un círculo con un ojo en el centro, y que posee numerosos significados. Fue usado por
las iglesias cristianas donde generalmente está situado encima del altar o en la fachada.
Significa la razón, formas y modelos de todo lo que ha sido y será para no ser perturbado,
contenido dentro del círculo de eternidad.
En la parte inferior aparecen las estrellas. La de siete puntas llamada vitriol o septagrama
que sintetiza como casi ninguna otra imagen, el saber de los grandes alquimistas como
Paracelso. Expresa el conocimiento sobre la influencia de los siete planetas en el curso de la
energía vital en el ser humano e incluso en el planeta Tierra. Su conocimiento se remonta a
la Edad Media y fue usada por la Orden de los Caballeros Templarios quienes grababan
septagramas.
Por último hacemos referencia a las letras incluidas en la acuarela. La primera es la letra
griega épsilon que en astrología y astronomía sirve para designar constelaciones, por
ejemplo: Épsilon Taurus, Epsilon Leo, Epsilon Virgo, entre otras. La segunda es la letra
griega alfa y la primera del alfabeto semítico, denominada aleph, simbolizado por el buey.
Alfa es el nombre con que se designa la primera estrella o la más brillante de cada
constelación. También simboliza el comienzo "Yo soy el alfa y el omega, el primero y el
último, el principio y el fin". La tercera es la O, símbolo preferido por los alquimistas
porque representa muchos elementos: por ejemplo el oxígeno y el oro, este último como
una O con un punto en el centro. La cuarta es la U, símbolo químico del Uranio. Para los
esotéricos la letra tiene forma de copa y es idónea para los dones místicos y espirituales.
Uranio también significa perteneciente a los astros y al espacio celeste. La quinta letra Pi
proviene del alfabeto griego y de la pei hebrea. Está relacionada con la boca porque de allí
salen las palabras y alude a la comunicación.
Tomado de: http://historiasanfernando.com.ar/
Ensayo de Lluïsa Vert sobre el simbolismo del Árbol bíblico a partir de textos
cabalísticos y pinturas de Marc Chagall sobre el tema.
Marc Chagall fue un pintor judío ruso que por su tradición religiosa no hubiera
debido pintar. En el judaísmo están prohibidas las imágenes figurativas: se
considera que a Dios se le puede oír, escuchar su palabra, pero no ver. Por eso
la letra es tan importante pues asume toda la representación del mundo, o
quizá deberíamos decir de los dos mundos, el holam ha-ze, o este mundo, y el
holam ha-ba, o el mundo por venir.
Para comenzar debe decirse que los cabalistas comparan al árbol con la Torá,
tal como afirma en su Sefer ha-Rimon o Libro de la Granada, rabí Moisés de
León, el autor del famoso Sefer ha-Zohar: “Porque la Torá es denominada
Árbol de Vida. Al igual que éste se compone de ramas, hojas, corteza, médula y
raíces, y cada uno de estos elementos que lo componen puede ser llamado
parte constituyente del árbol… también verás que la Torá contiene muchas
cosas interiores y exteriores y todas forman una sola Torá y un solo árbol sin
que se den diferencias”
El Árbol de la vida surgió tras el siguiente mandato divino: Y Elohim dijo: Que
la tierra produzca un árbol-fruto que da fruto según su especie… (Génesis 1,
11) Un árbol fruto, es decir, un árbol que todo él debía ser fruto, sin las
cortezas que después de la caída lo recubrieron. Que tal desgracia fue
consecuencia de la falta de Adán y Eva, aparece en el siguiente relato del
Midrach Rabá (V-9) sobre este versículo del Génesis: “Que la tierra produzca lo
verde (Génesis 1, 11) Hemos aprendido de Rabí Nahman: el juicio se abrió con
tres acusados y se acabó con cuatro condenados, Adán, Eva, la serpiente y la
tierra maldita con ellos, según las palabras: Maldita sea la tierra (Génesis 3,
17)… ¿Por qué la tierra fue maldita? Rabí bar Chalon dijo: Porque desobedeció
la orden que le habían dado. El Santo, bendito sea, había ordenado: Que la
tierra produzca lo verde… árbol fruto dando fruto” (Génesis 1, 11) al igual que
el fruto, el árbol debía ser comestible. Pero la tierra no lo hizo: La tierra hizo
salir… el árbol dando fruto (Génesis 1, 12) –el fruto era comestible pero no el
árbol”.
De ello es fácil deducir que el agua que necesitan tanto el árbol como el justo
es naturalmente la Sabiduría, como aparece escrito en el apartado 119 del
Sefer ha-Bahir: “¿Y qué es este árbol del que has hablado? Él le dijo: Todas las
fuerzas de Dios se hallan superpuestas unas a otras, y se asemejan a un árbol;
así como el árbol produce sus frutos a causa del agua, igualmente Dios hace
crecer las fuerzas del árbol por medio del agua. Y ¿qué es el agua del Santo,
bendito sea? Es Hokmah (la Sabiduría) y eso son las almas de los justos que
vuelan desde la fuente al gran canal que asciende y se queda adherido al
árbol…”.
Por último, quisiéramos presentar unos fragmentos que pertenecen a dos obras
fundamentales del pensamiento cabalístico, el primero procede de los Pirqué de
rabí Elietzer y los siguientes del ya conocido Bahir, una obra maestra junto con
el Sefer ha-Zohar de esta tradición. A partir de ellos puede concluirse que el
árbol del que se habla en las Escrituras, a pesar de que se describa de maneras
distintas, si aparece siempre tan estrechamente relacionado con el hombre es
porque, justamente, ha de germinar en su interior. Encontrarlo es encontrar la
verdadera Torá, comparada también a un árbol. Encontrar la verdadera Torá
sería encontrar el espíritu vivo y vivificante de las Escrituras, la Hokmah, y no
la letra muerta, imprescindible, pero que no es más que su corteza exterior. Por
eso, en el capítulo XXI de los Pirqué, se dice lo siguiente: “Del fruto del árbol
que está en medio del jardín. (Génesis 3, 3). Se enseña: Dijo rabí Zeirá: Del
fruto del árbol, este árbol no es sino el hombre que es comparado a un árbol,
ya que ha sido dicho: Pues el hombre es el árbol del campo (Deuteronomio 20,
19), que está en medio (en el interior) del jardín, eso es un eufemismo de ‘lo
que está en el interior del cuerpo’”.
La idea de identificar el Árbol del bien y del mal con el Árbol de la cruz de la
redención es muy antigua pues san Ireneo, en el siglo II, ya explicó que la
perdición del hombre vino por el Árbol del paraíso y su salvación por la madera
del Santo leño, es decir, que aquello que originó la caída del hombre, eso
mismo, convertido o santificado, es también la causa de sus salvación.
Otro árbol mítico que aparece en las obras de Chagall es el árbol de Jesé, que
representa, entre otras cosas, la genealogía de Cristo. Su origen se halla en un
versículo de Isaías que anuncia lo siguiente: “Saldrá un vástago del tronco de
Isaí (Jesé), y un retoño de sus raíces brotará, y reposará el espíritu del Señor,
espíritu de sabiduría (Hokmah) y de intelecto (Binah). (Isaías 11, 1). Al
vástago, san Jerónimo lo tradujo por vara, virga, una palabra muy semejante a
virgen, virgo, por lo que en algunas representaciones en vez de la genealogía
de Cristo aparece la Virgen como un árbol con su retoño, que es Jesús. A partir
de esta relación, un poco forzada, pero que encierra una profunda enseñanza,
se entiende que se haya identificado el Árbol de Jesé con el símbolo de la
generación pura y santa, que es la Virgen, en oposición a la generación del
hombre caído. Este árbol es santo porque su semilla también lo es, como
aparece en la primera epístola de Pedro, por ejemplo: “Siendo renacidos, no de
simiente corruptible, sino incorruptible, por la palabra de Dios, que vive y
permanece para siempre.” (1, 23)
[1] Citado por L. Duch, Un extraño en nuestra casa, Herder, Barcelona, 2007,
p. 194.
[2] Cf. G. Sholem, La cábala y su simbolismo, Siglo XXI, Madrid, 1979, pp. 49-
51
[3] Citado por M. Creus, “Quien a buen árbol se arrima buena sombra le cobija”
in http://www.lapuertaonline.es/ar62.html