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1. Introducción
Hoy son tantas y tan diversas las teorías en torno a la traducción que puede
dar la impresión de que nos encontramos en el escenario de una segunda
Babel. Muy ilustrativo en este sentido es el título del libro de Virgilio Moya
(2004), La selva de la traducción. Cualquiera que haya estado al tanto de la
evolución de la teoría de la traducción de unos años a esta parte habrá po-
dido observar una galopante sensación de «crisis», de crisis etimológica,
de cambio. Esta situación de crisis, que podría ser para algunos algo nega-
tivo, tiene para mí un sentido positivo, ya que para los estudios en torno a
la traducción ha significado dinamismo y productividad. Lo que es innega-
ble es que se han hecho avances importantísimos en el terreno puramente
teórico. Ahora aceptamos como normal que nos encontramos ante un área
o campo de investigación interdisciplinar que necesita de descripciones
más que de prescripciones, un área donde la búsqueda no termina nun-
ca. Más aún, yo me atrevería a decir que la traducción nos enfrenta a pro-
blemas insolubles. Para ilustrar la situación a la que se enfrenta el traduc-
tor, me parece muy apropiado el siguiente fragmento de la obra de Wajdi
Mouawad, Incendios (Oviedo, KRK Ediciones, 2011), en la que se habla de
las matemáticas. Bastaría con sustituir la palabra «matemáticas» por «tra-
ducción»: «Las matemáticas en las cuales os introducís […] son de una
naturaleza completamente diferente, puesto que tratarán sobre problemas
insolubles que os conducirán, siempre, hacia otros problemas igualmente
insolubles […] Vuestra manera de hablar cambiará y, más profundamente
aún, vuestra manera de callar y de pensar […] Bienvenidos a las matemá-
ticas puras, es decir, al país de la soledad» (pp. 62-63).
Hemos pasado de ver el original como una estructura cerrada, y con
un significado claro y preciso, a la plurisignificación de los textos como
estructuras abiertas. Los estudios de teoría literaria se han encargado de
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decirnos que los textos son multiinterpretables, esto es, estructuras for-
malmente cerradas pero semánticamente abiertas. El autor cierra, el re-
ceptor abre, interpreta, y el traductor no es más que eso, un receptor, un
lector, que se convierte en un nuevo autor. Y lo que es más importante,
hemos asistido con el paso de las teorías de la traducción a la desacraliza-
ción del texto original, y el énfasis que, por ejemplo, la teoría lingüística de
la traducción ponían en el original pasa a estar, a partir de G. Toury (2004:
61-159) y los Estudios Descriptivos de Traducción, en el texto traducido,
lo que nos lleva a la independencia del texto traducido respecto al original
en la lengua receptora, hecho al que habría que sumar la visión del texto
como parte integrante del mundo, la multiplicidad de interpretaciones,
la diversidad de traducciones «buenas» y la caducidad de ellas. En este
sentido son muy ilustrativas las palabras de Walter Benjamin en La tarea
del traductor (Vega, 1994: 288-299): «Ninguna traducción sería posible
si su aspiración suprema fuera la semejanza con el original […] Pues así
como el tono y la significación de las grandes obras literarias se modifican
por completo con el paso de los siglos, también evoluciona la lengua ma-
terna del traductor. Es más: mientras la palabra del escritor sobrevive en
el idioma de este, la mejor traducción está destinada a diluirse una y otra
vez en el desarrollo de su propia lengua y a perecer como consecuencia de
esta evolución».
Lógicamente, ha cambiado también el estatus del traductor. La imagen
que las teorías más recientes dan de él queda muy lejos de la que se tenía
de un servidor casi arrodillado de forma reverencial ante el original. Es más
un transcodificador, un mediador, un experto en comunicación intercultu-
ral que tiene voz propia, un comunicador (Hatim y Mason, 1997).
Pero si hay algo que ha cambiado en la teoría de la traducción durante el
último medio siglo es el hecho de que ha desaparecido de su ideal progra-
mático aquel afán de antaño por enseñar a traducir a los traductores, lo que
no significa que los intentos por describir y entender dichos mecanismos
sean inútiles.
La aproximación a la traducción literaria puede realizarse desde muy
diversas perspectivas. Dada la multiplicidad de enfoques traductológicos,
hoy parece necesaria, urgente me atrevería a decir, una teoría de la traduc-
ción integradora: cuando intentamos hacer extensibles los logros de una
determinada teoría a las demás, sus goznes chirrían. En otras palabras, pa-
rece imposible que una sola teoría sea capaz de explicar un tipo de evento
tan complicado como la traducción. Hay que ser «flexibles» y hay que
intentar cerrar la brecha existente entre teoría y práctica.
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La tarea del traductor literario tiene mucho que ver con la de un escri-
tor: debe trascender las primeras líneas, el primer mensaje, el más obvio, e
ir más allá, descubrir otras referencias, autores, textos… en fin, referencias
implícitas. En este sentido, sería de aplicación la noción de «dialogismo»
desarrollada por M. Bajtin (1986), según el cual todo discurso es expre-
sión, no tanto de un interior que se exterioriza, cuanto de un exterior que
se interioriza de una forma especial, desde el momento en que el ser huma-
no es producto de la sociedad: el yo es esencialmente social. Resulta inne-
gable el atractivo de esta teoría para mi propuesta por cuanto considero al
traductor, como se ve en el gráfico propuesto, tanto receptor como emisor.
A lo dicho hasta ahora se suma que el concepto de fidelidad que manejo,
siguiendo a Hurtado Albir (2001), se reduce a tres obligaciones, tres ele-
mentos ineludibles que el traductor no puede soslayar, a saber, el sentido
del TLO, el respeto a la LT y, por último, el respeto al receptor, obligacio-
nes que se relacionan directamente con el gráfico propuesto.
Terminemos recordando unas palabras de Valentín García Yebra
(1983: 9) que inciden también en la visión de la traducción como un acto
comunicativo: «ser traductor significa ejercer el noble oficio de comunicar
entre sí a hombres separados por barreras lingüísticas, total o parcialmente,
infranqueables para ellos».
4. Referencias bibliográficas
Bajtin, M. M. (1986): Problemas de la poética de Dovstoievski, trad. T. Bub-
nova, México, FCE.
Dubois, J. et alii (1979): Diccionario de Lingüística, trad. I. Ortega y A. Do-
mínguez, Madrid, Alianza.
García Yebra, V. (1983): En torno a la traducción. Teoría, Crítica, Historia,
Madrid, Gredos.
Hatim, B. y Mason, I. (1995): Teoría de la traducción. Una aproximación
al discurso, trad. S. Peña, Barcelona, Ariel.
Hatim, B. y Mason, I. (1997): The Translator as Communicator, Londres,
Routledge.
Hurtado Albir, A. (2001): Traducción y Traductología. Introducción a la
Traductología, Madrid, Cátedra.
Larson, M. I. (1989): La traducción basada en el significado, trad. D.H.
Burns y R. von Moltke, Buenos Aires, EUDEBA.
López Fonseca, A. (2000): «Traduco ergo intellego. La traducción como
proceso de comunicación interlingüística», Cuadernos de Filología Clá-
sica. Estudios Latinos, 18, pp. 77-114.
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