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Traducción literaria y comunicación: la duplicación del

proceso creativo y comunicativo

Antonio López Fonseca


Universidad Complutense de Madrid

1. Introducción
Hoy son tantas y tan diversas las teorías en torno a la traducción que puede
dar la impresión de que nos encontramos en el escenario de una segunda
Babel. Muy ilustrativo en este sentido es el título del libro de Virgilio Moya
(2004), La selva de la traducción. Cualquiera que haya estado al tanto de la
evolución de la teoría de la traducción de unos años a esta parte habrá po-
dido observar una galopante sensación de «crisis», de crisis etimológica,
de cambio. Esta situación de crisis, que podría ser para algunos algo nega-
tivo, tiene para mí un sentido positivo, ya que para los estudios en torno a
la traducción ha significado dinamismo y productividad. Lo que es innega-
ble es que se han hecho avances importantísimos en el terreno puramente
teórico. Ahora aceptamos como normal que nos encontramos ante un área
o campo de investigación interdisciplinar que necesita de descripciones
más que de prescripciones, un área donde la búsqueda no termina nun-
ca. Más aún, yo me atrevería a decir que la traducción nos enfrenta a pro-
blemas insolubles. Para ilustrar la situación a la que se enfrenta el traduc-
tor, me parece muy apropiado el siguiente fragmento de la obra de Wajdi
Mouawad, Incendios (Oviedo, KRK Ediciones, 2011), en la que se habla de
las matemáticas. Bastaría con sustituir la palabra «matemáticas» por «tra-
ducción»: «Las matemáticas en las cuales os introducís […] son de una
naturaleza completamente diferente, puesto que tratarán sobre problemas
insolubles que os conducirán, siempre, hacia otros problemas igualmente
insolubles […] Vuestra manera de hablar cambiará y, más profundamente
aún, vuestra manera de callar y de pensar […] Bienvenidos a las matemá-
ticas puras, es decir, al país de la soledad» (pp. 62-63).
Hemos pasado de ver el original como una estructura cerrada, y con
un significado claro y preciso, a la plurisignificación de los textos como
estructuras abiertas. Los estudios de teoría literaria se han encargado de

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decirnos que los textos son multiinterpretables, esto es, estructuras for-
malmente cerradas pero semánticamente abiertas. El autor cierra, el re-
ceptor abre, interpreta, y el traductor no es más que eso, un receptor, un
lector, que se convierte en un nuevo autor. Y lo que es más importante,
hemos asistido con el paso de las teorías de la traducción a la desacraliza-
ción del texto original, y el énfasis que, por ejemplo, la teoría lingüística de
la traducción ponían en el original pasa a estar, a partir de G. Toury (2004:
61-159) y los Estudios Descriptivos de Traducción, en el texto traducido,
lo que nos lleva a la independencia del texto traducido respecto al original
en la lengua receptora, hecho al que habría que sumar la visión del texto
como parte integrante del mundo, la multiplicidad de interpretaciones,
la diversidad de traducciones «buenas» y la caducidad de ellas. En este
sentido son muy ilustrativas las palabras de Walter Benjamin en La tarea
del traductor (Vega, 1994: 288-299): «Ninguna traducción sería posible
si su aspiración suprema fuera la semejanza con el original […] Pues así
como el tono y la significación de las grandes obras literarias se modifican
por completo con el paso de los siglos, también evoluciona la lengua ma-
terna del traductor. Es más: mientras la palabra del escritor sobrevive en
el idioma de este, la mejor traducción está destinada a diluirse una y otra
vez en el desarrollo de su propia lengua y a perecer como consecuencia de
esta evolución».
Lógicamente, ha cambiado también el estatus del traductor. La imagen
que las teorías más recientes dan de él queda muy lejos de la que se tenía
de un servidor casi arrodillado de forma reverencial ante el original. Es más
un transcodificador, un mediador, un experto en comunicación intercultu-
ral que tiene voz propia, un comunicador (Hatim y Mason, 1997).
Pero si hay algo que ha cambiado en la teoría de la traducción durante el
último medio siglo es el hecho de que ha desaparecido de su ideal progra-
mático aquel afán de antaño por enseñar a traducir a los traductores, lo que
no significa que los intentos por describir y entender dichos mecanismos
sean inútiles.
La aproximación a la traducción literaria puede realizarse desde muy
diversas perspectivas. Dada la multiplicidad de enfoques traductológicos,
hoy parece necesaria, urgente me atrevería a decir, una teoría de la traduc-
ción integradora: cuando intentamos hacer extensibles los logros de una
determinada teoría a las demás, sus goznes chirrían. En otras palabras, pa-
rece imposible que una sola teoría sea capaz de explicar un tipo de evento
tan complicado como la traducción. Hay que ser «flexibles» y hay que
intentar cerrar la brecha existente entre teoría y práctica.

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Como acertadamente señaló Jenaro Talens (1998), traducir no produ-


ce un espacio «similar», sino un nuevo espacio discursivo y textual, cuyas
relaciones con el original, por mucho que lo acerquen, no llegan a confun-
dirlo con él. Por eso, la lectura de un texto traducido no debería ser enten-
dida como una ilustración o una explicación, sino como la realización de
las posibilidades significativas del original. Es un nuevo punto de partida,
no de llegada.

2. ¿Un nuevo concepto de traducción? «Comprender» textos


¿Se puede reproducir en una traducción «todo» lo que quiso transmitir
un determinado autor? Si esta posibilidad existiera solo haría falta traducir
una vez. En realidad este problema que planteo para la traducción lo pode-
mos llevar a nuestra propia lengua. ¿Entendemos «todo» lo que oímos? E
incluso lo podemos aplicar al arte. Lo cierto es que toda obra de arte, y la
literatura es arte hecho con palabras, es una propuesta formalmente cerra-
da pero semánticamente abierta.
Volvamos a la pregunta: la respuesta debe ser, obviamente, que no
totalmente (ni siquiera en nuestra propia lengua). Ello implica que no
hay «traducción perfecta», porque no habrá un TLT que produzca en
el lector los mismos idénticos sentimientos que suscitó el TLO entre sus
contemporáneos (entre otras cosas, porque el original no solo produjo
un tipo de sentimiento, sino tantos como receptores, que interpretaron a
su manera dicho original, como no puede ser de otro modo ante la pluri-
significación de la obra artística). Creo que podemos afirmar sin miedo a
equivocarnos que no existe la «comprensión total», y no solo por cues-
tiones lingüísticas.
Todo acto de comunicación es traducción. Ello implica que mi óptica
de la traducción parte, precisamente, del principio de que es un «proceso
comunicativo» y como tal me aproximo a su estudio. Y si el proceso de tra-
ducción es un proceso comunicativo (López Fonseca, 2000; Hurtado Al-
bir, 2001: 507-630), ello implica que el papel del receptor es fundamental,
porque sin él no se completa el proceso, y, por tanto, debe estar presente
siempre en la mente del traductor. Entendida la traducción como proceso,
es decir, como algo en movimiento, que va de un punto a otro, trans-du-
cere, cabe intentar delimitar los elementos básicos de ese desplazamiento,
a saber, comprensión y reexpresión. La actividad de comprensión es una
actividad compleja que depende de una serie de factores: del conjunto del
texto, o contexto verbal; de los elementos situacionales, o contexto situa-
cional; y de las ideas previas o simultáneas que se tienen o se reciben, o

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contexto cognitivo. A su vez, la actividad precisa de un vasto saber lingüís-


tico, puesto que hay que conocer a fondo tanto la LO como la LT, y de
un saber extralingüístico compuesto por el conjunto de conocimientos
generales y particulares acerca del tema, la situación, el emisor del texto,
la finalidad, etc.
Se trata de una actividad que lleva implícito un proceso de desverbali-
zación, similar al que se da en todo acto de comprensión: una vez captado
el contenido de un mensaje cualquiera, conservamos el sentido, recorda-
mos el contenido, desnudo de palabras, de modo que olvidamos la forma
verbal exacta empleada por el emisor; es lo que Sáez Hermosilla (2002:
17) denomina EPL (Espacio Perceptual Lingüístico). Pero es que, además,
es una actividad interpretativa, esto es, el sentido depende de la capacidad
de expresión del emisor y de la capacidad de comprensión del receptor.
En el complejo proceso de traducción se cruzan los conjuntos de in-
fluencias o parámetros que intervienen en la creación del TLO y los que
intervienen en la creación del TLT equivalente, produciendo una serie
de «desplazamientos». En primer lugar, lingüísticos, puesto que se trata
siempre de dos lenguas distintas, con todo lo que ello supone (contraste de
sistemas morfosintácticos, estilísticos, semánticos, léxicos e incluso fonéti-
cos y contraste de sistemas lógicos propios para expresar una misma idea);
en segundo lugar, humanos, puesto que el traductor es otra persona, con
sus determinantes socioculturales y psicológicos, y su propia situación; en
tercer lugar, cronológicos (lo que más dificultades objetivas provoca), des-
de el momento en que traducir a la vez que se produce el TLO no es nunca
realmente posible; en cuarto lugar, socioculturales, tanto mayores cuanto
mayor sea la distancia geográfica e histórica, cultural en definitiva, entre
emisor y receptor; por último, de destinatario, con lo que ello significa:
en ocasiones, el destinatario del TLT es muy semejante al del TLO (sobre
todo cuando está bien delimitado, como es el caso de textos para especia-
listas, para profesionales de una esfera concreta de competencia, para un
público perfectamente definido); pero es que los parámetros que inciden
en el autor y en el traductor también lo hacen en el receptor, además de que
cada uno es una persona, con sus peculiaridades propias.

3. El esquema de la comunicación aplicado a la traducción


Tanto si consideramos la traducción como un hecho de bilingüismo o
como la actividad en la que vertemos a otra lengua el significado de un
texto en el sentido pretendido por el autor, lo que estamos haciendo es
reconocer, como mínimo, que la traducción es un forma de comunicación

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entre lenguas, con una triple caracterización: como acto de comunicación,


como operación textual y como actividad del sujeto, siendo, pues, los pro-
blemas que plantea de naturaleza epistemológica y lingüística. La traduc-
ción es un buen banco de pruebas para examinar, en su conjunto, el papel
del lenguaje en la vida social. Al crear un nuevo acto de comunicación a
partir de otro preexistente, los traductores están, quiéranlo o no, actuan-
do bajo la presión de sus propios condicionamientos sociales y, al mismo
tiempo, tratando de colaborar en la negociación del significado entre el
emisor del TLO y el lector-receptor del TLT, los cuales existen, por su par-
te, dentro de sus respectivos y propios marcos sociales diferentes (Hatim y
Mason, 1995: 11-13).
La comunicación es, como mínimo, intención, y para que se produzca
efectivamente son componentes imprescindibles, primero, un remitente
o emisor, alguien que quiera decir algo, segundo, un destinatario o recep-
tor, alguien que entienda algo, y, tercero, una relación entre ambos que se
concreta en el intercambio de ese «algo»: el mensaje, el texto. Cualquier
modelo de comunicación es al mismo tiempo un modelo de trans-lado,
de transferencia de significado (Steiner, 1980: 65). No existen dos épocas
históricas, dos clases sociales, dos localidades que empleen las mismas pa-
labras y sintaxis para expresar exactamente lo mismo. Tampoco dos seres
humanos. Ni un mismo ser humano en dos momentos diferentes. El ser
humano se entrega a un acto de traducción, en el sentido etimológico del
término, cada vez que recibe de otro un mensaje.
En el sentido que le dan los teóricos de la comunicación y los lingüis-
tas, la comunicación es el hecho de que una información se transmita de
un punto a otro. La transmisión de esa información se hace mediante un
mensaje que ha recibido cierta forma, que ha sido codificado. En efecto, la
primera condición para que pueda establecerse la comunicación es la codi-
ficación de la información, es decir, la transformación del mensaje sensible
y concreto en un sistema de signos, o código, cuya característica esencial es
el ser una convención previa, sistemática y categórica. Así pues, el esquema
de la comunicación supone la transmisión de un mensaje entre un emisor
y un receptor que poseen en común, al menos parcialmente, el código ne-
cesario para la transcripción del mensaje (Dubois et alii, 1995: 129).
Las malas traducciones, aquellas que no hacen justicia a su texto fuen-
te por muy diversos motivos, resultan, simplemente, de un «malentendi-
do», de un fallo en algún punto del proceso comunicativo. En términos
generales, todas las faltas de traducción se pueden agrupar en dos grandes
categorías según se produzcan en la primera fase del proceso, el de análisis

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y comprensión, o en la segunda fase de restitución textual o expresión. Sea


lo que fuere, existe una falta de comunicación y se alimenta el viejo dicho
italiano traduttore, traditore.
Muchos han sido los intentos de representar gráficamente el proceso
de traducción, entendido como el conjunto de actividades que se suce-
den desde que el autor-emisor logra crear en su propia lengua un texto
con sus ideas y emociones hasta que, finalmente, llegan al lector de la len-
gua término en un texto construido de forma similar (Pliego, 1995: 56;
Larson, 1989: 3; Nida y Taber, 1986: 55 y 56; Vázquez-Ayora, 1977: 49;
Reiss y Vermeer, 1996: 26). Todas las actividades que competen al autor
tienen como objetivo la expresión o formalización de su pensamiento y la
posterior comunicación con el lector; todas las que competen al traductor
tienen como objetivo garantizar que en dicha comunicación participe un
nuevo lector salvando la barrera de la lengua.
Sea cual sea el proceso propuesto, la traducción consta básicamente de
dos fases para el traductor:

1. Comprensión del TLO, fase en la que el traductor desarrolla una


actividad semasiológica, es decir, busca el contenido, el sentido.
2. Expresión en la LT, actividad onomasiológica, es decir, búsqueda
en la LT de las palabras, expresiones que reproduzcan en esa len-
gua el contenido del TLO.

Al revés que en un enunciado espontáneo, en la traducción encontra-


mos estas dos operaciones de forma consecutiva y no simultánea, pasando
de lo semasiológico a lo onomasiológico, pues traducir consiste en disociar
mentalmente las nociones de sus formas gráficas con el fin de asociar a
aquellas nociones otros signos tomados de un sistema lingüístico diferen-
te. Como norma general, el traductor debe entender el sentido del texto,
la materia del mismo y conocer las dos lenguas que tomarán parte en la
comunicación, si bien esto no es suficiente, ya que no todo el que es capaz
de comprender es capaz de explicar, y además hay que atender al análisis
contextual en su triple dimensión: comunicativa (elementos relacionados
con el uso y el usuario), pragmática (variables de actos de habla, presupo-
siciones, etc.) y semiótica (variables del texto, discurso, género) (Hatim y
Mason, 1995: 297).
A la luz de lo dicho hasta aquí, la propuesta concreta que propongo
del proceso de traducción, reflejada en el gráfico, parte de las siguientes
premisas:

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El proceso de comunicación de la traducción literaria

1. La traducción es un acto de comunicación complejo, en realidad


«doble»: el primer acto tiene lugar entre el emisor del TLO y el
traductor, que en este caso actúa como receptor y pone en liza
su competencia pasiva, de comprensión (descodifica el texto); el
segundo entre el traductor, que ahora es emisor y utiliza su com-
petencia activa, de expresión (recodifica el texto), y los receptores
finales del TLT.
2. La traducción tiene naturaleza textual, pero no es un mero ejerci-
cio de trasvase de lenguas pues los textos no se elaboran solamente
con medios lingüísticos, sino también extralingüísticos.
3. La traducción es un fenómeno de naturaleza intercultural; es un
ejercicio de lectura e interpretación llevado a cabo por un sujeto
que actúa de intermediario, el traductor, y que se convierte en un
lector privilegiado del TLO. El autor del TLO ha actuado bajo
unos condicionantes socio-culturales concretos, del mismo modo
que lo ha hecho el traductor en cuanto receptor y hará en cuanto
nuevo emisor. Finalmente, el receptor de la traducción también
interpretará el texto en una determinada situación socio-cultural.
4. La traducción no es un mero ejercicio de sustitución de un mensa-
je por otro equivalente, sino de creación de un nuevo texto, esto es,
es una operación creativa.
5. Entre TLO y TLT existe una cierta relación especial que se deno-
mina «equivalencia».

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La tarea del traductor literario tiene mucho que ver con la de un escri-
tor: debe trascender las primeras líneas, el primer mensaje, el más obvio, e
ir más allá, descubrir otras referencias, autores, textos… en fin, referencias
implícitas. En este sentido, sería de aplicación la noción de «dialogismo»
desarrollada por M. Bajtin (1986), según el cual todo discurso es expre-
sión, no tanto de un interior que se exterioriza, cuanto de un exterior que
se interioriza de una forma especial, desde el momento en que el ser huma-
no es producto de la sociedad: el yo es esencialmente social. Resulta inne-
gable el atractivo de esta teoría para mi propuesta por cuanto considero al
traductor, como se ve en el gráfico propuesto, tanto receptor como emisor.
A lo dicho hasta ahora se suma que el concepto de fidelidad que manejo,
siguiendo a Hurtado Albir (2001), se reduce a tres obligaciones, tres ele-
mentos ineludibles que el traductor no puede soslayar, a saber, el sentido
del TLO, el respeto a la LT y, por último, el respeto al receptor, obligacio-
nes que se relacionan directamente con el gráfico propuesto.
Terminemos recordando unas palabras de Valentín García Yebra
(1983: 9) que inciden también en la visión de la traducción como un acto
comunicativo: «ser traductor significa ejercer el noble oficio de comunicar
entre sí a hombres separados por barreras lingüísticas, total o parcialmente,
infranqueables para ellos».

4. Referencias bibliográficas
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