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Fundamentos de Latín (UNED, 2021-2022) Iniciación en a la traducción

FUNDAMENTOS DE LATÍN

MÓDULO 1
ORIENTACIONES PARA LA INICIACIÓN A LA TRADUCCIÓN 1

Antonio Moreno Hernández

1. La traducción
2. Pautas para el manejo del diccionario

1. LA TRADUCCIÓN

A lo largo de la historia se han propuesto formas muy diversas de entender y practicar


esta actividad, tan antigua y esencial como las mismas lenguas. Para acercarnos a ella
conviene desechar de antemano determinadas prácticas que se salen nítidamente de
esta esfera: no es una traducción, por ejemplo, la creación personal inspirada en un
texto en otra lengua, ni una paráfrasis -como las que realizaban con cierta asiduidad
algunos traductores franceses del s. XVIII, cuyas versiones eran conocidas como "las
bellas infieles"-, ni por supuesto, una ampliación, un resumen o un comentario de un
texto previo.
La traducción es, en esencia, un proceso de desciframiento para trasladar fielmente un
mensaje de una lengua a otra. El problema es, por supuesto, qué es lo que se pretende
traducir. Hay una dicotomía tradicional entre fondo y forma -o
significado/significante, en términos más propios del estructuralismo y la semiótica-,
en torno al cual parece debatirse el traductor: por un lado, su cometido es la traslación
del significado de un texto, pero, al mismo tiempo, debe decidir qué grado de
correspondencia o equivalencia conviene establecer entre la forma de la lengua de
entrada y la forma de la lengua de salida, desde aspectos como los recursos fónicos,
hasta la morfología, la sintaxis, el léxico y, por supuesto, el estilo.

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Copyright: Antonio Moreno Hernández, UNED, 2016. Todos los derechos reservados. Prohibida la
reproducción total o parcial.

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En relación muy estrecha con este debate se encuentra el dilema que muchos
estudiantes se plantean entre optar por una traducción a la que se denomina literaria -
a veces también llamada, sin excesiva fortuna, ‘libre’- o por una traducción literal.
Aunque tal dicotomía responde actualmente a un planteamiento no del todo correcto
de la actividad del traductor, resulta de interés examinarla pues subyace en ella la
tensión entre dos polos que han tenido un reflejo real en la historia de la traducción.

En el caso de la llamada traducción ‘literaria' parece darse primacía a la adaptación a


la lengua de salida del significado del texto original, dando una importancia secundaria
a la captación de las peculiaridades formales de este.

En una línea similar se desenvuelve una de las formas dominantes de practicar la


traducción en la Roma clásica, donde esta actividad resultó vital para impulsar el
desarrollo de la literatura latina a partir de los modelos griegos. Cicerón en un pasaje
bien conocido (De optimo genere oratorum, IV, 14) insiste en que su interés reside en
captar la uis -en este contexto, el 'significado', el valor del original- antes que
reproducir la forma palabra por palabra (uerbum pro uerbo), adaptando las palabras y
el estilo a la ‘costumbre' romana, esto es, a las pautas propias de la escritura literaria
latina, que él estaba contribuyendo a moldear.

En cambio, en la traducción literal se opta por insistir en la correspondencia formal


entre los significantes de una lengua y otra; en su versión más extrema, el literalismo,
el traductor intenta reproducir en la lengua de salida la mayor cantidad posible de
rasgos formales del original, adoptando por ejemplo el vocabulario original a través de
préstamos, o reproduciendo la sintaxis o el orden de palabras del original.

Un buen ejemplo, en el mismo ámbito latino, de esta manera de concebir la traducción


es la práctica de las primeras traducciones bíblicas al latín a partir del griego y del
hebreo (ss. II-IV d.C). En ellas los traductores latinos, guiados por una concepción
sagrada del texto como ‘palabra revelada', se afanan en recoger deliberadamente la
forma del original, incorporando múltiples préstamos o adoptando escrupulosamente
el orden de palabras. El riesgo es por supuesto generar una mera transliteración, un
texto ininteligible en la lengua de salida o accesible solamente a un grupo de iniciados.
De hecho, esta es una de las razones que impulsó al Papa Dámaso en el año 382 d.C, a
encargar a Jerónimo la preparación de una nueva versión latina del texto bíblico, que
se convertiría en la oficial y que se conoce como 'Vulgata'. En ella Jerónimo intentó
compaginar la fidelidad al original con un mayor grado de adaptación latina de la
Biblia, bien con nuevas traducciones de algunos libros, bien revisando versiones
antiguas.

Para enfrentarse a la traducción de los textos literarios clásicos a las lenguas


modernas es, en nuestro caso, preferible resolver la tensión entre fondo y forma, entre
significado y significante, en los siguientes términos:

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La traducción, como ya apuntaba Goethe, es un fenómeno integral, cuyo objetivo es


captar no solo el contenido del original -es decir, lo que quiere decir el texto, con sus
significados actualizados, en su contexto, y no potenciales-, sino también encontrar las
equivalencias formales más adecuadas y elegantes dentro de la norma lingüística de la
lengua de salida. Es en esta búsqueda donde se constata el carácter artesanal y no
mecánico de una traducción, que solo la práctica y la sensibilidad lingüística del
traductor van depurando.

La traducción, por consiguiente, debe ser literal, en el sentido de fiel al original, pero
también literaria, es decir, expresada en una lengua correcta y elegante, con el fin de
intentar provocar en el lector actual un efecto similar o próximo al que los recursos
expresivos del original suscitarían en un lector latino.

Así, pueden respetarse construcciones que guarden una simetría clara de forma y
función entre una lengua y otra. Por ejemplo, una construcción transitiva en latín, de
un verbo con su complemento directo, puede respetarse sin ningún problema en la
traducción castellana. En cambio, en otros casos esto no es posible: así es sabido que el
verbo personal en latín tiende a aparecer al final de la frase, pero esta no es la norma
del castellano y si respetáramos el orden latino la construcción resultaría artificiosa o
incluso ininteligible. En esta situación, es preciso seguir las pautas -que permiten una
cierta flexibilidad, en cualquier caso- de la norma castellana. Pero en cambio, si el
verbo aparece adelantado a la primera posición en latín es porque el autor ha querido
darle una relevancia particular. Entonces debemos procurar traducir con el verbo
también al comienzo de la frase, pues esto no rompe las pautas del orden de palabras
en castellano.

Por consiguiente, debe descartarse la idea de que la traducción, por lo menos la que
aquí nos interesa, la de los textos literarios, es una tarea automática. Por contra,
entraña una labor compleja que incluye, por un lado, la comprensión del original, su
hermenéutica, es decir, la interpretación fiel del texto de entrada, y, por otro, la
elaboración del mensaje de la lengua de salida, una elaboración que exige tomar
múltiples decisiones sobre la sintaxis, el vocabulario o el estilo que se pretende dar a
la traducción.

En cualquier caso, la mejor manera de aprender a traducir es la práctica asidua, y para


que la práctica resulte provechosa, es conveniente aprender una técnica, unas pautas
orientativas para encarar la traducción que sobre todo al comienzo encaminen la
atención y que con el tiempo y el nivel de conocimientos cada traductor adaptará a sus
propias necesidades. Para ello puede consultarse la sección que sigue dedicada a la
técnica de Traducción y los ejemplos que allí se proponen.

Y aunque este proceso está relacionado esencialmente con la lengua, una buena
traducción no debe limitarse al entendimiento gramatical, sino que, a partir de este,
estamos en condiciones de adentrarnos en la comprensión de las distintas
dimensiones que ofrezca el texto, empezando por la estética, pero también otras como
la histórica o la política, etc.
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Es difícil traducir descarnadamente, fuera de contexto, manteniéndonos ajenos a los


autores y a su época, a su manera de escribir. Si además de conocer la gramática,
aprendemos a descubrir la riqueza que encierran esos textos que han sido prototipos
literarios de la cultura occidental, la traducción cobrará un sentido más profundo, y
poco a poco dejará de ser mero desciframiento para pasar a ser una apropiación por
parte del traductor, que redescubre en toda su plenitud un texto escrito hace más de
dos mil años. Quizá entonces comienza a verse el sentido de tantas horas empeñadas
en el estudio de declinaciones, conjugaciones y restantes paradigmas gramaticales que
hasta hace poco eran meras formas: empieza el disfrute, la satisfacción de entablar un
diálogo con nuestros clásicos, empezar a entender por qué son grandes escritores.

No hay que olvidar que estos textos clásicos gozan de una gran virtud: su riqueza no se
agota con la primera lectura, sino que permiten volver a ellos una y otra vez y
encontrar siempre vertientes, detalles, sugerencias que también nos enriquecen como
lectores. Siempre hay algo nuevo en los clásicos. Y no solo eso: al leerlos, empiezan a
retumbarnos las múltiples influencias que han suscitado sobre otras obras en la
historia, sobre otros grandes escritores que, antes que nosotros, leyeron los mismos
pasajes.

2. PAUTAS PARA EL MANEJO DEL DICCIONARIO

Uno de los elementos que debemos administrar con cuidado a la hora de afrontar una
traducción es el manejo del diccionario.
El diccionario es una fuente de información muy importante en el aprendizaje de una
lengua y en la práctica de la traducción. Por eso conviene saber utilizarlo con
inteligencia para aprovechar los datos que suministra e interpretarlos correctamente.
Primero es necesario tener claro qué clase de información aporta el diccionario: en él
se consignan las acepciones significativas de cada palabra latina siguiendo el orden
alfabético de acuerdo con su forma habitual de enunciación (el sustantivo, por
ejemplo, por su nominativo y genitivo, rosa, -ae) y suministrando al mismo tiempo
información gramatical para entender sus usos más relevantes. Cada entrada de
diccionario se denomina, en el ámbito de la lexicografía, 'lema’.
El diccionario es, sobre todo, un instrumento que hay que saber manejar, conocer sus
"instrucciones de uso" para entender cuándo y de qué manera utilizarlo. Esta
condición instrumental implica:
a) Que el diccionario no suple por sí mismo el conocimiento de la gramática. Por el
contrario, el diccionario requiere conocer las bases de la morfología y la sintaxis para
asimilar la información que suministra.
b) Que su uso debe dosificarse adecuadamente. Conviene refrenar el primer impulso
del traductor novel por ir al diccionario a buscar la primera palabra, y la siguiente y la
otra... No hay que acudir a él sino después de haber reflexionado y aplicado lo que ya
se sabe de gramática y de léxico al desciframiento de un texto: antes de usarlo
conviene leer despacio y atentamente el texto y seguir las pautas de la técnica de
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traducción para separar oraciones e identificar los principales elementos que la


forman.
Puede ser útil, por ejemplo, intentar descubrir los significados de las palabras antes de
buscarlas en el diccionario. El castellano como lengua derivada y cercana al latín
aporta información preciosísima.

Conviene entender cómo se organiza la información en una entrada de


diccionario en cada lema:

1) Enunciado de la palabra (las palabras flexivas de acuerdo con su enunciación


habitual).

2) Información gramatical: en el nombre, el género; en el verbo, la conjugación, si es


deponente se indica; transitivo o intransitivo. En las palabras invariables se indica la
clase a la que pertenece: prep. (preposición, y su régimen); conj. (conjunción y modo
verbal, ind. o subj.); adv. (adverbio); inter. (interjección).

3) Acepciones en la lengua de salida. La ordenación de las acepciones se realiza


frecuentemente en función de dos criterios básicos: el rendimiento (es decir las
acepciones más utilizadas van antes de las menos habituales) y la extensión del
significado (los usos más genéricos preceden a los más concretos o especializados),
precisándose en su caso las construcciones características de esa acepción (en el
verbo, por ejemplo, si en esa acepción es transitivo, frente a otra en la que es
intransitivo, o el régimen habitual) y los giros o frases hechas más comunes.
Al examinar cada lema debe quedar claro la clase de palabra a la que pertenece y en su
caso la flexión a la que corresponde (la declinación y el género en el caso de los
sustantivos; la clase de adjetivo; o la conjugación en el caso del verbo). Cuando hay
más de una acepción, deben leerse todas las que propone el diccionario y seleccionar
la más adecuada.
Esta labor de selección del significado más idóneo es una de las tareas más delicadas
para el traductor. Debe quedar claro que no hay una fórmula mecánica para elegir una
acepción, en un terreno donde la práctica, el conocimiento del autor y el texto, así
como las cualidades literarias del traductor resultan de ayuda inestimable. Entre los
criterios que deben barajarse están estos:

a) La adecuación del sentido al contexto del pasaje, tanto el contexto inmediato (las
palabras y oraciones más próximas), como el contexto amplio del tema de que se trate.
Por ejemplo, si se aborda un vocabulario abstracto o concreto. El diccionario suele
citar ejemplos de uso de la palabra con algunas otras con las que acostumbra a
aparecer asociada.
Así por ejemplo, la palabra manus, cuya acepción primera y más genérica es ‘mano', en
un contexto bélico puede significar ‘combate'. Así manum committere cum aliquo, en
un contexto de este tipo significa "trabar combate con alguien".

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b) La construcción sintáctica propia de esta construcción. Por ejemplo, si tenemos un


cum con subjuntivo, debemos explorar los posibles matices de esta conjunción bajo las
acepciones posibles con subjuntivo, información que nos marca el propio diccionario.

Habitualmente el diccionario da distintos sinónimos dentro de cada acepción. Es labor


del traductor elegir el que más conviene al contexto del pasaje que traduce.

En cuanto a la enunciación de las palabras y la organización de la información de las


distintas clases de palabras, la mayoría de los diccionarios latino-españoles enuncian
las palabras con flexión de la siguiente manera:

NOMBRES: nominativo singular; genitivo singular (completo o abreviado); género;


acepciones.
Ej.: rosa, -ae, f.: rosa

ADJETIVOS: En el caso de los adjetivos hay que distinguir los que se declinan por la 1ª
y 2ª declinaciones y los que lo hacen por la 3ª.
a) Adjetivos de la primera clase (1ª y 2ª declinaciones): nominativo masculino
singular; nominativo femenino singular; nominativo neutro singular: acepciones.
Ej.: bonus, bona, bonum: bueno.
b) Adjetivos de la segunda clase (3ª declinación). Se pueden enunciar de las siguientes
formas:
1. nominativo masculino singular; nominativo femenino singular; nominativo neutro
singular. A continuación figuran las acepciones.
Ej.: acer, acris, acre: agudo.
2. nominativo masculino y femenino singular; nominativo neutro singular. A
continuación figuran las acepciones.
Ej.: fortis, forte: valiente.
3. nominativo singular (masculino, femenino y neutro); genitivo singular (masculino,
femenino y neutro). A continuación figuran las acepciones.
Ej.: ferox, ferocis: feroz.

VERBOS: Los verbos se enuncian habitualmente de la siguiente manera:

- 1ª persona del singular del presente de indicativo (algunos diccionarios dan


también la 2ª persona).
- Infinitivo de presente.
- 1ª persona del singular del pretérito perfecto de indicativo.
- Supino.
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Tras indicar si es deponente, o bien si es transitivo o intransitivo, se relacionan sus


acepciones.
Los verbos aparecen en el diccionario de modos distintos según sean regulares o no. Si
es regular solo aparece la forma de primera persona del singular del presente y al lado
“1”,” 2”, etc., indicadores de primera conjugación, segunda etc. Si aparece amo. 1, ya se
sabe que su paradigma es: amo (1ª pers. de singular del presente de indicativo), amas
(2ª pers. sing. presente), amare (infinitivo presente), amavi (1ª pers. sing. pretérito
perfecto), amatum (supino).
Si aparecen solo tres formas, como colligo, collegi, collectum, estas corresponden,
respectivamente a la 1ª pers. sing. presente (colligo), 1ª pers. sing. pretérito perfecto
(collegi) y al supino (collectum); el número 3 indica que se trata de la tercera
conjugación. Del mismo modo, cuando en los verbos enunciados no aparece el supino,
significa que carecen de él.

Los verbos deponentes suelen aparecer de la siguiente forma:


- 1ª persona del singular del presente de indicativo (a veces también la 2ª).
- Infinitivo de presente.
- 1ª persona del singular del pretérito perfecto de indicativo.
Ej.: sequor, sequi, secutus sum (dep.), tr.: seguir.

Gracias al enunciado se puede distinguir si un verbo que se encuentra en una forma


con desinencia pasiva pertenece o no a un verbo deponente. Es fundamental leer hasta
el final las entradas de los verbos, al igual que las demás, teniendo en cuenta los
complementos que lo acompañan en la frase que se está traduciendo y no
aisladamente, pues no solo se podrá deducir por el enunciado la forma verbal, sino que
también se puede aclarar el tipo de complementos que debemos buscar en torno a él.

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