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Criticar un río es construir un puente

Conferencia inaugural del 22º Foro Internacional por el Fomento del Libro
y la Lectura, en Resistencia, Chaco, Argentina y Agosto de 2017.
Por Silvia Castrillón

Voy a compartir con ustedes algunas reflexiones sobre la escritura como bien pú-
blico (...) mediante un análisis muy somero de dos planteamientos: la cultura escrita
y la literatura son al mismo tiempo bienes públicos y medios para la construcción in-
dividual y colectiva de lo público y las bibliotecas son bienes públicos con los que la
comunidad cuenta para la apropiación de la cultura escrita. Obviamente también lo
es la escuela, pero en esta ocasión quisiera concentrarme en la reivindicación de la bi-
blioteca pública como espacio de acceso a la cultura escrita, noción que a mi modo de
ver no es siempre clara. También deseo, esta vez, y aquí en Argentina, insistir sobre el
tema de la biblioteca pública como institución llamada a llevar más allá de la escuela el
proyecto de democratizar la lectura y la escritura, ya que parece ser que el papel de la
escuela está mejor comprendido y asimilado.

No desconozco las bibliotecas populares que en Argentina se constituyeron como es-


pacios de resistencia de generaciones de inmigrantes que se negaron a perder su cultu-
ra, Considero que este símbolo debe renovarse como forma de combate para garantizar
a ésta y a las generaciones futuras el disfrute de la lectura, la escritura y la literatura.

Se da por sentado que la lectura y la escritura son prácticas buenas en sí mismas. Es


un lugar común atribuir a la lectura y a los lectores condiciones asociadas con el saber,
la inteligencia, la sabiduría, la posibilidad de desenvolverse en un mundo cada vez más
competitivo. Se asocia la cantidad de libros leídos per capita con niveles de desarrollo
económico y cultural. Sin embargo, estas creencias no hacen distinción entre diversas
prácticas de lectura, diversos materiales de lectura y, sobre todo, diversos propósitos
e intenciones de lectura.

Empezaré por establecer a qué lectura y a qué prácticas de lectura me refiero cuan-
do hablo de lectura como derecho y como bien público, pues, en mi opinión no cual-
quier lectura –reconozco que hay muchas y que todas pueden ser válidas– tendría
que merecer la inversión de esfuerzos y recursos públicos en su promoción. Quisiera
precisar, en acuerdo con el profesor brasileño Luis Percival Leme Britto, que hablo de

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lectura y escritura de la palabra y no de las múltiples metáforas con que se designan
otras prácticas: la lectura de la mano, lectura del rostro, lectura del mundo, lectura
de la imagen, etc. Me atrevo a plantear que las prácticas de lectura que necesitamos
garantizar como derecho y por consiguiente que merecen la inversión de recursos del
Estado son las prácticas que asocian la lectura con el pensamiento y las que según el
profesor colombiano Didier Álvarez “habilitan a las personas para la comprensión y la
transformación de [sí mismos] y de la sociedad” y “se constituyen en herramientas
del ser humano para vivir una vida que merezca ser vivida”. Esta lectura no excluye, al
contrario, incluye de manera definitiva la lectura de la literatura.

Podríamos entonces llegar a una primera conclusión: cuando se habla de la obliga-


ción del Estado de ofrecer las condiciones de acceso real a la cultura escrita debemos
estar conscientes de que no cualquier forma de lectura merece ser impulsada. De he-
cho hay prácticas y materiales de lectura que no precisan su promoción, ya el mercado
y los medios de comunicación lo hacen cuando proponen el libro y otros impresos
como mercancías producidas por las industrias del entretenimiento; y la lectura como
diversión. La lectura que la sociedad requiere para su transformación es la lectura que
da ocasión a la reflexión, al cuestionamiento, a la toma de distancia frente al lenguaje
y por consiguiente frente al mundo que éste nombra y frente a sí mismo; la que ofre-
ce diversidad de miradas y alternativas para estar e intervenir en el mundo. Y esto lo
ofrece de manera muy especial la literatura.

Y para que la lectura tenga esta condición, debe promoverse como tal. Freire en
alguna ocasión dijo: la lectura es un acto de emancipación pero se promueve como un
acto de sometimiento.

Sin embargo, es preciso aclarar, pues con estas afirmaciones también se crean ma-
los entendidos, que la lectura por sí sola no ofrece las herramientas para la construc-
ción de una ciudadanía crítica con capacidad de discernir, con posibilidades de disentir
y de pensar y de transformar su futuro, ni ofrece por sí sola condiciones para crecer
como seres humanos. Es sólo una condición entre otras, pero una condición necesaria.

A partir de este esbozo, muy esquemático por cierto, del tema de la cultura escrita
como condición para el pensamiento y como derecho, pasaré también muy rápida-
mente al tema de lo público, pues mi propósito es asociar estos dos conceptos, como
se verá más adelante.

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Los colombianos -–y creo que no somos los únicos-– tenemos dificultades para
comprender el concepto de lo público, lo que nos expone, de manera permanente y
generalmente sin que nos demos cuenta de ello, a las manipulaciones de los intere-
ses privados. Nuestra corta historia republicana entre la dependencia colonialista y el
capitalismo neoliberal, empeorada por la ausencia de una burguesía nacionalista que
consolidara los proyectos culturales de la Ilustración y de la sociedad de bienestar, no
nos permitió construir un concepto sólido de lo público. Y en los países en donde este
concepto se construyó, se está corriendo el riesgo de perderlo.

La ausencia de estos proyectos de la burguesía, proyectos que sí fueron asegura-


dos en otras naciones y, sobre todo, en otras latitudes –pues este destino negativo
lo compartimos con buena parte de los países americanos– no nos permitió tener la
experiencia, por ejemplo, de una educación pública sólida y prestigiada. Pero tampoco
nos beneficiamos con una inmigración europea como la que tuvo lugar primero, en
la América del Norte y luego, en Argentina, Chile y buena parte de Brasil, que trajera
con las ideas liberales esta educación y creara bibliotecas públicas y populares como
ocurrió en Norteamérica y en Argentina.

Recordemos que el concepto de lo público, cuya raíz latina es la misma para pue-
blo, fue una de las grandes consignas y de las más importantes realizaciones históri-
cas de la burguesía y de la Ilustración. Veamos algunos apartes de lo que dice L’En-
cyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des
métiers de Diderot y D’Alamabert sobre lo público:

“El bien público o el interés público son la misma cosa […]

“Cuando el interés público se encuentra en competencia con el de uno o varios par-


ticulares, el interés público prevalece. […]

“La conservación del interés público está confiada al soberano y a sus oficiales que
bajo sus órdenes son depositarios de este encargo…”

Creo importante destacar estos tres elementos de la definición de lo público: primero,


el interés público y el bien público son la misma cosa, segundo, el interés público preva-
lece sobre el privado y, tercero, la salvaguarda del bien público está a cargo del Estado.

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Me atrevería a afirmar que el origen de la escasa construcción de lo público en mi
país es justamente la debilidad de la educación pública, la ausencia de una escuela en
la que no solamente se formen las capas más pobres de la población, sino también sus
gobernantes. En este tema Argentina nos lleva una delantera que el resto de América
espera que no pierda con los acontecimientos políticos recientes. No temo en este
caso apoyar unos logros que muchos envidiamos.

Para una mejor comprensión del concepto de lo público asociado al mundo de la lec-
tura o mejor de la escritura, puede ser de mucha utilidad el texto de Constantino Bértolo:
La cena de los notables1. Allí Bértolo formula la tesis de que la palabra, el lenguaje,
la literatura constituían bienes comunes, bienes de la comunidad, hasta el momento en
que “un grupo dominante del conjunto social, impone su dominación sobre la produc-
ción, circulación e interpretación de los discursos” (pp. 148 y 199). Es decir, cuando algu-
nos sectores minoritarios de la sociedad empiezan a explotarlos con fines de lucro y los
intereses privados prevalecen sobre los públicos. En otras palabras, el texto escrito y con
él el discurso literario, pierde la condición de bien común, patrimonio de todos, desde el
momento en que históricamente surge el capitalismo con las reglas del juego que rigen
a la sociedad en la actualidad: las de la oferta, la demanda, el mercado.

Esta apropiación de los aparatos de producción y recreación de los discursos lite-


rarios: editoriales y medios de comunicación de la que habla Bértolo convierte al dis-
curso literario, al libro, en mercancía que se compra y que se vende. E impone modas,
temas, bestsellers, fechas de caducidad para obras de arte literario. En una palabra,
le dice a niños y a adultos qué hay que leer y qué no hay que leer.

Para Bértolo la literatura en particular fue patrimonio de las comunidades quienes


otorgaban a los rapsodas y juglares el derecho de hablar a esas comunidades, pues consi-
deraban que sus discursos serían de provecho para sí mismas, constituían un bien común.

También afirma Bértolo que en estas comunidades, “incluida la polis griega, la des-
igualdad material y por lo tanto la desigualdad de intereses de la comunidad ya era
un hecho. [Y que] esta desigualdad genera la lucha por el poder político, es decir la
lucha por el dominio de lo público. […] Cada grupo dominante impone su dominación
sobre la producción, la circulación y la interpretación de los discursos públicos, […] cada
grupo dominante tiene el monopolio de la escritura y la lectura, al detentar de modo

1. Bértolo, Constantino. La cena de los notables. Bogotá, Babel Libros, 2017.

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restringido el acceso al conocimiento del alfabeto, de los recursos expresivos, o bien
promueve sistemas de censura directa o indirecta, o supervisa la interpretación a tra-
vés del sistema educativo […y a medida] que el grupo dominante crece y se reproduce
coadyuva al dominio y encauzamiento de los aparatos de producción y reproducción
de los discursos literarios: editoriales y medios de comunicación”. (Bértolo, p. 147-149)

Resumiendo y simplificando este pensamiento podríamos decir que en la sociedad


actual, capitalista y neoliberal, los medios de producción, con el Estado y los medios de
comunicación a su servicio, monopolizan, por una parte, la producción y circulación de
la escritura y, por otra, las formas de interpretación y apropiación de la cultura escrita
en las instituciones en donde estas se dan, especialmente la escuela y la biblioteca.

Creo que en este momento sería oportuno y necesario referirme al término de co-
munidad que he venido mencionando a lo largo de estas palabras.

Para ello vuelvo a acudir a Bértolo. “Entiendo por comunidad un conjunto de perso-
nas que no sólo viven en común, sino que participan activamente de una misma visión
de sus vidas y comparten para ello una escala de valores. Una comunidad política y no
una simple comunidad ‘natural’” –-afirma Bértolo-–. Más adelante este autor recono-
ce que tal comunidad no existe y que posiblemente nunca existió. Yo, personalmente
pienso que ha existido en escalas menores. Podría, no sé si mi apropiación sea legíti-
ma, adjudicar esta definición a movimientos y partidos políticos, sindicatos, y grupos
como los clubes de lectura que Asolectura mantuvo a lo largo de más de una década
con el propósito común de leer y discutir textos literarios, propósito que iba
más allá de pasar el tiempo, divertirse por un rato y que en lugar de eso estaba
asociado con la intención más amplia de conocer, de comprender y de construir
otras realidades que les permitiera a sus integrantes existir como seres huma-
nos y seres sociales con deseos de compartir con otros estos intereses.

Es por ello que creo que estas comunidades podrían crearse y, aunque seguramen-
te en pequeñas escalas, pueden ellas hacer de la escritura un bien común que les
pertenece a todos sus miembros y con ello cambiar los propósitos con los que la so-
ciedad les ofrece la lectura como diversión y el libro como mercancía. En una palabra,
no sólo serían comunidades que se constituyan en espacios de resistencia pasiva sino
de combate por la apropiación de ese bien común que es la escritura, en la medida en
que luchan por la transformación de los fines impuestos por la sociedad de consumo.

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Y también creo que estas comunidades se pueden generar en y alrededor de
las bibliotecas y de las escuelas.

En un estudio que se hizo en el 2014 sobre las bibliotecas de Bogotá planteábamos


la necesidad de que se estableciera la “comunidad bibliotecaria” al estilo de la “comu-
nidad educativa” –que, dicho sea de paso, tampoco es ahora una comunidad política
en el sentido planteado por Bértolo, pues al contrario de crear vínculos y propósitos
comunes se plantea como suma de individuos en competencia, dado que es esto lo
que la educación preconiza (pero ese es otro tema). Crear una comunidad bibliotecaria
que haga de la biblioteca un verdadero espacio de apropiación de la cultura escrita y
no un bullicioso parque de diversiones.

Antes de seguir adelante en mi propósito de presentar a las bibliotecas públicas


como espacios, no sólo de resistencia, sino de combate por la cultura escrita, quisiera
contarles que en mi país las bibliotecas públicas han sido objeto de mucha atención
por parte del Estado en todos sus niveles, que coexisten redes de bibliotecas muy con-
solidadas y que no solamente cuentan con edificios, dotaciones en libros y equipos.
Bibliotecas que han sido ejemplares para otros países de América, sino que en ellas
trabajan profesionales muy competentes.

Sin embargo, creo que es necesario adelantar importantes transformaciones si


queremos hacer de ellas verdaderos espacios de democratización de la cultura escrita.

Me parece que para asociar el concepto de lo público con el tema de las bibliotecas
tendríamos, además, que hablar de lo público como espacio y de lo público como bien,
en el entendido de que en ambos casos estamos hablando de nociones asociadas con
los intereses sociales de la mayoría de la población.

Nora Rabotnikof, en un ensayo sobre el espacio público2, plantea que “lo público’
hace referencia a apertura, a debate, a discusión colectiva, a pluralidad de opiniones a
información ampliada”. También afirma esta autora que: “los rasgos centrales de este
espacio público son: “revelación, pluralidad, espacio de la acción y del discurso, […]
lugar de la lucha por el reconocimiento”, (p. 143) entre otros.

2. Rabotnikov, Nora. En busca de un lugar común: el espacio público en la teoría política contem-
poránea. México, Instituto de Investigaciones Filosóficas, 2011.

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Podríamos entonces hablar de la biblioteca como un espacio público en la medi-
da en la que se den en ella los rasgos de los que habla la señora Rabotnikof, y que
se constituya en espacio para la expresión de la pluralidad y para la construcción de
proyectos sociales que fortalezcan la democracia; y así mismo, podríamos hablar de
la cultura escrita como un bien público cuando esté al servicio de estos intereses. Y
podemos también hablar de la biblioteca como bien, en la medida en que alberga y
pone a disposición el patrimonio de la humanidad constituido por su pensamiento
acumulado y lo mejor de la creación y del patrimonio nacional. Es decir la escritura
como herramienta y como patrimonio.

En mi país, la tarea que el Estado y la sociedad le asignan a la biblioteca pública es


la de prestar apoyo eficaz al sistema educativo para que contribuya al éxito escolar
de niños y niñas. Adicionalmente, se le encarga a la biblioteca la tarea de promover
la lectura como una forma de recreación y para un “uso creativo del tiempo libre” o
como una práctica cultural de la misma manera en que se conciben en general todas
las prácticas culturales: como espectáculo, como diversión, como consumo de un pro-
ducto de la industria cultural. En el entendido de que a la larga se tendrá el beneficio
de un lector que posteriormente sabrá hacer uso de la lectura con fines pragmáticos.

Estos dos usos de la biblioteca refuerzan la exclusión y la inequidad porque


dan la ilusión de ofrecer un acceso a la información y al conocimiento, acceso
imposible en la sociedad actual en donde éstos, como cualquier otro bien que ge-
nera riqueza, ya tienen los dueños que se lucran de ellos. Y porque la lectura como
diversión no convence a una población que dispone, gracias a los medios masivos y a
las industrias del entretenimiento, de posibilidades de recreación que exigen menores
esfuerzos y garantizan mayor descanso para reponer sus energías para el trabajo.3

En definitiva, el sentido de lo público no es materia de reflexión por parte de la


biblioteca. La biblioteca considera que su condición de pública se cumple cuando su-

3. A quienes deseen profundizar sobre este tema de las industrias culturales y del entrenamiento, los invito a
consultar el ensayo de Horkheimer y Adorno: La industria cultural publicado en su clásico libro Dialéctica de la
Ilustración, del cual cito lo siguiente: “del proceso de trabajo en la fábrica y en la oficina sólo es posible escapar adap-
tándose a él en el ocio. De este vicio adolece, incurablemente toda diversión. El placer se petrifica en aburrimiento,
pues para seguir siendo tal no debe costar esfuerzos [..]. El espectador no debe necesitar ningún pensamiento propio:
el producto prescribe toda reacción […]. Toda conexión lógica que requiera esfuerzo intelectual es cuidadosamente
evitada.” (p. 181-182) [..]. El espectador no debe necesitar ningún pensamiento propio: el producto prescribe toda
reacción […]. Toda conexión lógica que requiera esfuerzo intelectual es cuidadosamente evitada.” (p. 181-182)

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puestamente abre las puertas a toda la población. Digo supuestamente, pues mien-
tras se mantengan los imaginarios de que los papeles básicos de la biblioteca son
apoyar a la escuela y promover la lectura recreativa, buena parte de la población no se
siente concernida con estos propósitos, y no traspasa estas puertas, y la biblioteca no
hace mayores esfuerzos por transformar esas representaciones.

Si a ello se agrega el hecho de que las bibliotecas son apenas parcialmente sosteni-
das por el Estado, mediante dotaciones de libros que se entregan de forma parterna-
lista y sin mayores compromisos que las habilite como espacios para la apropiación de
la cultura escrita para lo cual no basta la escuela, se priva a la sociedad de las institu-
ciones que les garantice, a la par y más allá de la escuela, la satisfacción del derecho a
la lectura y a la escritura.

Sin embargo, creo que “criticar un río es construir un puente” como dijo el drama-
turgo alemán Bertolt Brecht, y por lo tanto, trataré, en los minutos que me quedan, de
hacer mi contribución a la construcción de este puente.

Me parece que hay dos tareas centrales: la primera tiene que ver con la democrati-
zación de la biblioteca como espacio y como bien y la segunda, con su contribución a
la formación de una ciudadanía crítica, con conciencia de la necesidad de llevar a cabo
importantes transformaciones en la sociedad.

Para dar cumplimiento a la primera gran tarea de la sociedad frente a la biblioteca


pública es necesario dotarla de los rasgos de que habla la señora Rabotnikof, es decir:
“apertura al debate, a la discusión colectiva, a la pluralidad de opiniones, a la información
ampliada” y hacer de ella un “espacio de la acción y del discurso y lugar de la lucha por el
reconocimiento”. Es preciso estar convencido de que las bibliotecas como bien público y
al servicio de lo público deben ser garantizadas integralmente por parte del Estado, con
una organización democrática que incoporpore los intereses de la comunidad.

Sería necesario, introducir ahora un nuevo tema de discusión: el que tiene que ver
con lo que consideramos los “intereses de la comunidad” y preguntarnos sobre el lu-
gar desde donde nos adjudicamos el derecho de determinar estos intereses.

Si se reconoce que los intereses públicos no pueden ser determinados hegemónica


y centralizadamente, desde posiciones autoritarias que pretenden saber lo que los

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demás necesitan, sería necesario convocar a la sociedad civil para que sea ella quien
determine de qué manera las bibliotecas se pueden constituir en espacio público y
para la construcción colectiva de lo público, para lo cual la lectura y la escrita, el deba-
te, el diálogo, la conversación son los instrumentos adecuados. Esta participación de
la sociedad civil tendría además el doble propósito de generar en la sociedad trans-
formaciones de sus representaciones e imaginarios sobre la cultura escrita y sobre la
necesidad de hacerla propia. Sin embargo, no niego con ello la necesidad de ofrecer
alternativas de lectura que vayan más allá de lo que la comunidad conoce y dice nece-
sitar, de proponer una ampliación de los intereses y de los horizontes de lectura.

Por ello corresponde a la biblioteca generar espacios para la organización de la so-


ciedad civil, ofrecer posibilidades de participación y no solamente crear grupos que
colaboren con un proyecto ya configurado y predeterminado de antemano.
La segunda gran tarea tiene que ver con la formación de la ciudadanía. Cuando digo
que la biblioteca le presta un flaco servicio a la educación si sólo apoyan a los estudian-
tes en sus deberes y tareas que refuerzan un modelo educativo que pretende formar
trabajadores eficientes y ciudadanos conformes, o reduce la formación de lectores al
desarrollo de las competencias comunicativas, no pienso que biblioteca y escuela, y
con ella la biblioteca escolar, no puedan y no deban asumir un proyecto común, pro-
yecto que además considero inaplazable si queremos sacar de la postración a nuestra
frágil democracia: la de contribuir a la formación de ciudadanía crítica.. #

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