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EDICIONES EN DANZA
ISBN XXXXXXXXXXX
1. Literatura. I. Título.
CDD A861
María Teresa Andruetto
Poesía reunida
SERIE NOTABLES
HABLAR DE MUJERES
La poesía de María Teresa Andruetto
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entretanto, bajo oscuras arcadas y lienzos de encaje, una muchacha
con un vestido oscuro con círculos de bordados blancos miraba fi-
jamente al lector con una mano en el corazón, mientras el cuento de
María Teresa Andruetto seguía diciendo, después de los dos puntos:
“Había una vez, en un país extraño, una mujer lejana que contaba
historias. La mujer se llamaba Saläh y las historias que contaba eran
misteriosas, tan misteriosas como ella. De entre todas las historias
que contaba Saläh, había una que era su preferida. Comenzaba así:”.
Así se entrelaza indefinidamente el cuento que habla de
mujeres, Scheherezade y Anú y Saläh y luego Ghuta y Shu-
ra y otra vez Scheherezade, como un tejido de relatos: “Y
así fue que, esperando morir, ella contó más de mil cuentos.
Y en esos cuentos vivió para siempre”, se lee. De una a otra mujer,
todo recomienza, como un ritmo que no cesa, gira sobre sí y vuelve
a empezar. Andruetto lo sabe, como lo supieron tantos otros, como
lo sabía Walter Benjamin cuando escribió en “El narrador”: “La
musa de la narración sería esa mujer infatigable y divina [Mne-
mosyne] que anuda la red que forman a fin de cuentas todas sus
historias reunidas. Una se enlaza a la otra, como han gustado todos
los grandes narradores, y en particular los cuentistas orientales. En
el alma de cada uno de ellos hay una Scheherezade, que con cada
pasaje de sus historias se acuerda de otra historia”. Mnemosyne era
la personificación de la memoria en la mitología griega y Benjamin
la llamó “la musa de la épica”. Veía en el recuerdo el elemento ins-
pirador de la épica en el sentido más amplio, aquella memoria que
se transmite de generación en generación. Pero tanto en Mnemosy-
ne como en Scheherezade el hilo del relato se encarna en una figura
de mujer, como en aquel cuento de Andruetto que comienza una y
otra vez con aquellas muchachas.
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La lengua madre de todas
La escritura poética de María Teresa Andruetto –que no se
limita a un género literario sino que conlleva a menudo una actitud
poética– se forma menos en la lengua materna que en aquello que
llamó, hermosamente, la “lengua madre”. La lengua madre es una
lengua maternal, es decir, originaria, porque en ella se articula cier-
ta voz desinencial, remota y a la vez presente, de una mujer plural
en la que se entretejen todos los relatos, todas las memorias. La
metáfora del hilado, del hilo remoto que conforma esa trama, no es
ajena al estado de un texto. Esa urdimbre textual se devana en torno
de una mujer y ése es uno de los centros de sentido de toda la obra
artística de Andruetto. En su escritura la mujer “se hace un sitio”,
una y otra vez el topos de la narración, del cuento infantil, del en-
sayo y del poema hace lugar al hablar de las mujeres: las familiares
y las desconocidas, las abuelas y las madres y las hijas y las nietas,
las víctimas y las cuestionadas, las olvidadas y las ausentes, las
estridentes y las notables, las muertas y las vivas.
La poesía de Andruetto es su escritura de mayor concentra-
ción, el núcleo de su obra donde busca aquel ideal de su poética: ir
hacia “cierto orden secreto, de un orden propio, momentáneo y úni-
co”. Y esa poesía gira a menudo en torno de un nombre femenino,
de una voz de mujer, de una elección de género. Lo que se descubre
de aquel orden secreto es propio, intransferible, pero a la vez co-
munitario y social. A través de capas y capas de experiencias y de
recuerdos, en el hilo de los relatos como los que tejen Mnemosyne
o Scheherezade, aparece el habla de las mujeres como las guardia-
nas y a la vez las hacedoras de los hechos, cifrados en relatos, en
objetos, en espacios, en recuerdos, en vagas huellas que buscan sus
palabras.
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La poeta entona ese ritmo con una paciencia artesanal, re-
cóndita y amorosa, la entonación que se le da a una anécdota, a un
vocablo o incluso a un gesto, donde se resume una totalidad o una
serie, un ademán cualquiera como los de aquellos infinitos gestos
ínfimos que se remontan en el tiempo cuando, como se lee en la
novela Lengua madre, “repite gestos de su madre y de su abuela,
gestos que le llegan no sabe ella desde dónde, acaso desde cientos
de mujeres que vivieron antes”. Así su poesía habla del habla de
las mujeres anónimas (la extranjera; una niña y su madre; las ami-
gas de la abuela; “la impura, la enferma, la aislada de todos”; las
mujeres solas, donne sole que hablan de algún hombre, de “él”, de
Pavese). O bien, sobre todo, la poeta inscribe nombres de muje-
res: el primer texto de este conjunto se llama Rosa y como la rosa
del célebre epígrafe de Gertrude Stein (a rose is a rose is a rose),
el nombre repetido obra como un arquetipo mitológico y a la vez
como una diversidad. Cada Rosa nombrada es única y es todas en
una serie sin fin. Cada una de ellas podría estar padeciendo una
violencia, o tener “una voz ahogada en la boca, que da vueltas”, o
“la cicatriz en la boca / último asilo en la noche / y el corazón dando
vueltas / como un perro”; cada una podría sentir terror y temblor y
ser arrasada por el miedo y la vergüenza. Y todas las Rosas son, a
la vez, la singularidad y la serie: Rosa la Roja y Rosa la Santa, la
Rosa de Lorca y la Rosa de Sandro, la Rosa de Susques y la Rosa
de Lima, la Rosa rosina y la Rosa de Siena. Y como si ese nombre
del principio fundara una serie retrospectiva, se suceden todos los
nombres de mujer: Teresa, sin duda, y también Patti, Beatriz, Eva,
Melina, Julieta, Griselda, Ramonita, Erminda, Elizabeta, Tula. To-
das aquellas que nombra “como un mantra, dice, Francisca, Petro-
na, Arcadia, Laureana, Gregoria, Gioconda, Juana”. Y, en fin, Cleo-
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fé: la “señorita Cleofé”, la madre, “mi madre”, la sola y única, la
que duplica en su voz doble la lengua maternal, matricial, material:
María Cleofé Boglio.
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aun así, persista en el poema siquiera como un eco desgarrado?
En su sensible presentación de este libro de Andruetto, el
poeta Osvaldo Bossi declaró: “¿Cuál es la voz de la madre y cuál la
voz de la hija? La voz de la poeta, en todo caso, no está, o está, pero
en un segundo plano, casi invisible. Dice Cleofé: No sé quién soy
/ no tengo nombre. Esas mismas palabras podrían ser atribuidas a
la poeta que, como dice Keats, es nada y es nadie y por eso mismo
puede correrse, prestar oído y escuchar las voces, los versos que
están en el aire y llevarlos después al papel, interfiriendo lo menos
posible”. Y Bossi se pregunta: “¿La lengua materna no es la lengua
de la hija también?”. La respuesta posible es que la lengua materna
es aquella que va olvidando la madre para dar lugar a una lengua
madre, en cuyo vacío se abre una matriz engendradora de todas
las voces de las mujeres que atraviesan aquel yo en el dialogismo
de su poesía, en el hablar a través de otra y en el previo acto de
prestar oído a su decir (“Yo sólo quería prestar oído / a tu corazón,
y así estuvimos las dos, / vos en la historia que se quebraba, / yo
en la voz que llegaba cada tanto”, dice un poema posterior). En la
lucidez involuntaria de su consciencia abandonada Cleofé llega a
decirlo todo, tal como se dicen esas frases luminosas en la bruma
de lo que parece indecible: “Las madres quieren manejar eso y las
hijas hacen una crítica. A veces a una le da bronca y en las otras
está el lenguaje”.
En las otras está el lenguaje, dice. ¿Y entonces no es el len-
guaje, bajo la forma de la lengua madre, la que habla en todas y
no es el lenguaje el que abre en todo el libro de Andruetto un arco
entre los dos nombres, Cleofé y Teresa? Esos nombres que son el
segundo nombre de cada una de ellas, porque el primero de ambas
es el mismo, es María. El segundo nombre (que tantas veces es el
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nombre secreto de las personas y correspondería así a ese orden
oculto que el poema quiere develar) es, en cambio, el de las voces
del diálogo: Cleofé y Teresa. La forma del poema en esta sección de
Cleofé favorece esa fluencia: los poemas más extensos son poesía
en prosa y en la continuidad de la frase se entrelazan las voces que
se distinguen mediante las itálicas. La que se inscribe “Teresa” tie-
ne el nombre de la autora, María Teresa, y a la vez lleva el nombre
del primer poema del libro, “Teresa”, así llamada en una genea-
logía: “Me pusieron Teresa / porque era el nombre de mi abuela /
y anduve por la vida / con mi nombre de vieja”, pero luego, en el
orden simbólico del nombre recibido, es reconocida como tal por
otros hombres, su padre y un “hombre de brazos fuertes y barba
oscura”. La que se inscribe “Cleofé” se reconoce con el nombre
de la madre real de María Teresa Andruetto en el poema, como si
fuera el verso mismo el que recordara de pronto pero, al hacerlo,
significativa y misteriosamente, se desdobla, se duplica en (la) otra:
“Claro, vos sos Cleofé. María Cleofé Boglio. ¡Te acordaste! Ahora
me acuerdo mientras hablo con ella”.
Digo, dice
Un ritmo y una forma poéticos no son meros recursos com-
positivos: son un modo de ver el mundo. En su propia forma, que
incluye la tipografía, la poesía de Andruetto dialoga con la otra.
Ese recurso ya había sido usado en Beatriz como otra forma de
fusión y a la vez de diálogo. Aquí “la otra” no es la madre sino una
poeta santafesina algo secreta y extraordinaria, Beatriz Vallejos. El
poema que surge del poema es aquí un diálogo entre los versos de
ambas poetas, pero asimismo de los sujetos del poema, dos yoes
que se con-funden y se fusionan –de nuevo no es un contrapunto
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sino una dualidad que se aduna en los versos: “palabras (o breves
frases) de Beatriz, en muchos casos intervenidas, a la vez que amal-
gamadas con las mías”, declaró Andruetto. Para ello la poeta usa
citas textuales de Vallejos que transcribe en itálicas, pero también
líneas propias “como si de citas se tratara”; asimismo, hay “pala-
bras de Beatriz intervenidas en romanas, más mis palabras también
en romanas”. Otra vez el poema se sostiene a dos voces y, a la vez,
mediante un sujeto imaginario suspendido en una figura de mujer
que constituye su otredad y continuamente afirmara: yo es otra.
La forma, otra vez, es intrínseca a la elección poética y de
nuevo la otra se fija en la incertidumbre, en la inconstancia de sí:
“nada soy todo soy” escribe Beatriz Vallejos en un poema de su
libro Donde termina el bosque, de 2000. En ese espacio del verso,
en ese hiato, algo se cuela para mutar el yo de una en otra, como lo
hace la poesía de Andruetto, que llega para hacerse eco y espejo,
trama y redoble, y cumplir aquel otro ideal de la poeta santafesi-
na, que escribe: “Poesía, si estás en mí / no te quedes en mí”. Y
tal como con la madre, cuando registraba el habla doble –“Digo,
dice”– aquí Andruetto registra “Escribe, digo, escribo” y une el hilo
del poema en el delicado collar de arena de la poeta (El collar de
arena es el nombre de la poesía reunida de Beatriz Vallejos y uno
de sus símbolos): “Anudo / mi palabra a la suya, como un collar /
de arena. Escribe, digo, / escribo. // Todavía”. En la poeta de San
José del Rincón, adonde Andruetto va a visitarla la primera vez en
2001 –la segunda fue en el 2004 en Rosario– reverbera también la
figura de una “madrecita” con la que se canta a dos voces, como en
el poema XII: “Cantemos / a dos voces // y una esperanza: // Árbol
de la esperanza / mantenla firme // ¿y qué es la esperanza / ma-
drecita mía?”. Los poemas van en zigzagueante genealogía matri-
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cial: de la madre Cleofé, pasando por la “madrecita” Beatriz, hasta
la “Marin’a” de Kodak (Marin’a es “madrecita” en piamontés, el
nombre que le daban a la bisabuela de Andruetto). Y si en Cleofé el
poema discurre a menudo en una apretada prosa que alterna grafías
en itálicas y redondas como indicio de la voz dual, en Beatriz los
poemas se espacializan de modo similar a la poesía de Vallejos. Y
los versos se miniaturizan, se esbozan levemente, como los juncos
y siriríes y garzas y pétalos y reverberos del Ubajay en palabras que
se amonedan con fulguración de blancos, con ese tono asordinado
y modesto de la poeta santafesina que se exalta en cada página por
su prístina concentración.
Polaroid y Kodak
En Ritos de la interpretación (Performing rites. On the value
of popular music, 1996), Simon Frith sugiere que en toda forma de
la canción popular, sin importar el género musical, la voz misma
del cantante es un “personaje”, una especie de disfraz en el cual se
proyecta su propia figura como una especie imaginaria, como una
personalidad creada, ya se trate –apunta Frith entre varios ejem-
plos– “de Frank Sinatra haciendo de él mismo una noche melan-
cólica en ‘One for my baby’; se trate, para ser más teatrales, de la
crónica del rock and roll de Patti Smith, ‘Horses’. ¿Pudo provenir
esta inmediata relación del recuerdo de aquellas doce fotografías
con la cámara Polaroid que Robert Mapplethorpe le sacó a Patti
Smith para la tapa de su primer disco incesante de 1975, Horses o,
mejor dicho, del recuerdo que Patti Smith registró acerca de aque-
lla fotografía en una página de su libro Éramos unos niños? En el
ático de un departamento que daba a la Quinta Avenida había un
prisma enorme que refractaba la luz y, antes de que se desvaneciera
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con el paso de las nubes, se dibujó un triángulo luminoso donde
Patti se detuvo. Ella tenía una chaqueta oscura, una corbata suelta,
una camisa blanca. “Me encanta la blancura de la camisa. ¿Puedes
quitarte la chaqueta?”, le dijo Robert. Se desvaneció el triángulo
de luz por un momento. “Me eché la chaqueta al hombro, como
Frank Sinatra. Estaba llena de referencias. Él estaba lleno de luz y
sombra”, recordó Patti. “Ha vuelto, dijo él, lo tengo.” “¿Cómo lo
sabes?”, dijo ella. “Lo sé.” Esa imagen indeleble del primer dis-
co de Patti Smith, Horses, se superpone para siempre a su voz de
furioso carraspeo que se ahonda y sale a la superficie como una
visión bajo un triángulo blanco. La primera canción del lado 1 del
vinilo es una versión de un tema de Van Morrison, se llama “Gloria
(in excelsis deo)”. La primera frase no pertenece al original, sino
a los primeros versos de un poema de Patti escrito en los setenta,
que se llama “Oath” (Juramento): “Jesus died for somebody’s sins
/ but not mine” (“Jesús murió por los pecados de alguien / no por
los míos”). La segunda canción se llama “Redondo beach” y habla
sobre una muchacha suicida. Todo eso está dicho (o cantado) otra
vez en el primer poema de Sueño americano, de María Teresa An-
druetto: “Patti S./1975/ Photograph by Robert Mapplethorpe”. Tal
como Patti Smith intervino con un cover la canción de Van Morri-
son, Andruetto hace un cover e interviene la obra de Patti Smith
con su poema: un cover de la voz como personaje, de la voz de otra
mujer sostenida por su imagen fotográfica y por la historia que la
fotografía oculta y a la vez revela. El epígrafe del libro pertenece a
otra canción de Patti Smith. Dice: “Listen to my story. Got two tales
to tell. / One of fallen glory. One of vanity” (Escucha mi historia.
Tengo dos cuentos que contar. / Uno es de gloria perdida. Otro de
vanidad). Son versos de “1959”, tema de un disco posterior, Peace
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and Noise (las citas y epígrafes elegidos por Andruetto, que abun-
dan en toda su obra, suelen ser hallazgos bellísimos y revelan una
lectora sensible en extremo).
Otro poema del libro se llama: “Teresa A./1975/ Foto de ar-
chivo”. De Patti S. a Teresa A. hay un desplazamiento y una dupli-
cación. Hay otra fotografía del mismo año, 1975; hay otra mucha-
cha y hay alguien que la fotografía; hay, como reza el epígrafe del
libro, alguna inocente vanidad en fotografiarse para preservar una
magia y una belleza posibles; hay, al mismo tiempo, algo que ya
ha sido, una gloria instantánea pero perdida para siempre: “Quiero
una foto que haga historia, dije, y vos hiciste ésa / donde me veo
todavía sin dolor”. Todo el libro se sostiene en esa dualidad entre
ambos nombres de mujer: la fotografía proporciona un suceso pero
el poema lo refiere. Para que el pasado tome su lugar incandescente,
ahora la instantánea es el recurso aunque la fotografía ya no esté
sino su potencia, el poema como relato de un acontecer, la voz de
la otra –célebre, icónica– para que le proporcione un espesor mito-
lógico. En los años setenta la cámara Polaroid resumía ese carácter
inmediato, urgente, donde la pose se arranca al tiempo con premu-
ra. El poema “Polaroid” dice que el tiempo de esos poemas es el del
presente veloz, y esa velocidad atemoriza: “Los pueblos primitivos
/ temen que las fotos los despojen / de su identidad. También yo
tengo / un vago temor a la cámara. / No tanto a la kodak / que tarda
en revelarme, más a la / polaroid que despide tu imagen / de mí
en segundos”. La verdadera oposición que ofrece ese poema no es
con la fotografía, sino con lo que evocan los poemas de otro libro
de Andruetto llamado Kodak. La cámara Kodak no revela lo que
hacía la Polaroid –aspiración a ser como la otra, como la rocker,
para cambiar la experiencia de sí hacia un mundo nuevo y superar
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el dolor de la ausencia en lo inmediato–: la Kodak arraiga en la ex-
periencia fija de los antenati, de los antepasados. La Polaroid es la
cámara de la hija y donde el poema la obtura se obtiene la imagen
de aquello que la joven ha visto por sí misma con su ojo vívido, an-
sioso de mutaciones; la Kodak es la cámara paterna y el diafragma
apresa lentamente un tiempo que vieron otros, los muertos.
El poema “Kodak”, del libro homónimo de Andruetto, dice:
“Yo miraba, / tras la lente de una Kodak / con la que él sacó fotos
de la guerra, / antes que la muerte disolviera / sus pupilas y delega-
ra en mis ojos / el dolor de mirarme devastada / por la ausencia”.
Este poema es una reescritura de un poema anterior, que en este
volumen se halla hacia el final, pero cronológicamente corresponde
a un inicio, en la sección llamada Réquiem. El réquiem es una ora-
ción por los difuntos y así la primera versión del poema “Kodak”
clarifica el carácter tanático de la fotografía junto a la marca de
una mirada paterna. Donde la segunda versión del poema dice “Yo
miraba”, la primera dice “Los miraba” y, en tanto la segunda dice
“tras la lente de la Kodak / con la que él sacó fotos de la guerra”, la
primera dice “tras la lente de la Kodak / con la que padre / registró
la guerra”. Con tal registro la fotografía asume con plenitud lo que
Roland Barthes llamó, en La cámara lúcida, la “muerte llana”: ante
el retroceso de los ritos en la sociedad moderna, al margen de la
religión, la fotografía correspondería a una “inmersión brusca en
la Muerte literal. Vida/Muerte: el paradigma se reduce a un simple
clic del disparador, el que separa la pose inicial del papel final”.
El poema de Andruetto toma la fotografía como una metáfora de
un retorno: si en ella está lo que ha sido, si lo que estuvo frente al
objetivo estuvo vivo siquiera en el instante previo a la muerte, el
poema puede relatar lo mirado a través de la cámara que encuadra
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y detiene la disolución de la experiencia, pero también atestigua el
paso del tiempo destructor, la guerra del tiempo. La mirada ausente
del padre muerto deja, por delegación, el campo de la mirada filial
para abrir el álbum de familia.
Los poemas de Kodak y el poema “Kodak”, después del cual
están las fotos familiares, quieren para sí la contundencia de las
fotografías del final del libro, como si fueran su prueba palpable,
su correlato: los poemas serían la genuina mostración de lo que ha
sido y las fotografías su referente, para que nada ni nadie termine
de morir. Por ello en los epígrafes de las fotografías de la fami-
lia Andruetto hay cruzadas referencias a los poemas. Por ejemplo:
“Foto 5: a los nueve años, junto a su madre y hermanos, José (Bep-
pe) y Ana, fallecida joven, cuya memoria sobrevuela los poemas
de Kodak, en especial ‘Hamaca’, ‘Casa con palmeras’, ‘Carta’ y
‘Desnuda en la tienda’”.
En el poema “En casa” Andruetto escribió que “las verdades
no son sino antiguas metáforas” pero una página antes, en el poema
“Non fiction”, escribió que las placas fotográficas estampadas por
la luz son “Mapas detallados de lo real, para apresar / una verdad,
en la que un resto de magia / permanece”. De ambos versos se de-
duce que los poemas son imágenes de la experiencia vivida, lo que
resta en la luz del sentido, en los signos, todo lo que puede conser-
varse de los hechos reales. Porque sólo la imagen poética garantiza
el incremento de lo real y también su melancolía allí donde alguien
miró. Por eso los extraordinarios poemas de la infancia en Kodak
tienen el aire brillante de las imágenes satinadas de las fotografías
familiares: quieren para sí la fuerza de un mito personal. Pero son
también un réquiem y una redención y giran en torno de otra mujer,
la “fallecida joven” de las fotografías, la que no está y atraviesa otra
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vez la voz del poema como otra interlocutora, el tú del enunciado
poético: Ana Andruetto, hermana de la poeta, que murió de cáncer
y a cuya memoria está dedicado el libro. El poema “Desnuda en la
tienda” logra evocar el cuerpo de la enferma que se quita la ropa y
también lo que el mal ha quitado, para luego vestirlo otra vez de vo-
cablos que nombran y sustantivan la pérdida. “Estas huellas espec-
trales, las fotografías –explica Susan Sontag en Sobre la fotogra-
fía–, constituyen la presencia vicaria de los parientes dispersos. El
álbum familiar se compone generalmente de la familia extendida, y
a menudo es lo único que ha quedado de ella.” La mirada de la poe-
ta sobre sí misma, luego la del pintor (“El secreto de Rembrandt”)
o la del fotógrafo no son más que lances del ojo ante la luz para que
en la palabra poética se materialice lo invisible, lo que desvaneció
el tiempo y desafía a la muerte y al olvido.
Retorno al inicio
Andruetto halló en la literatura de Cesare Pavese la redención
del réquiem, el ritmo de la poesía-racconto –el “poema-relato”– y
la teoría del mito como retorno. Pero también la muerte, porque su
voz y su imagen se unían a la del padre en el Piamonte, en Torino,
al finalizar la guerra en la ciudad destruida: “Porque decir Pavese es
también nombrar la muerte, los muertos que heredamos, la propia
muerte, su presencia constante en la memoria”, escribe. La poeta
tuvo que encontrar el modo de conjurar aquella mirada mortuoria
cuando asume la genealogía familiar, que es también la lengua ma-
dre cruzada por los ritmos hondos del dialecto piamontés, el que
trae consigo los relatos de lo que nunca se vio.
En el encuentro con la literatura de Pavese, como en todos
lo que refiere la escritura de Andruetto, hay una anécdota de gran
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fuerza estética y a la vez de intenso contenido simbólico. Romualdo
Andruetto, el padre de la poeta, fue desertor del ejército fascista y
luego partisano en Ghio, para emigrar a la Argentina después de
la guerra, en 1948. Cuando su hija descubrió a Pavese le dijo a su
padre que había leído a un escritor piamontés de ese nombre “que
parece que hablara de nosotros”. Increíblemente, su padre recorda-
ba haberlo visto: “Yo lo conocí, me lo presentó Lucia Neiroti, una
prima mía pariente del beato Neiroti, ese al que le nació un lirio en
el pecho, y medio pariente de los Pavese. Fue en Torino, cuando
terminó la guerra, lo vimos venir con dos perros dálmatas, a la al-
tura de la caserma”. Ese recuerdo conforma las “Dos versiones de
un poema a Pavese” y también el prefacio del libro, una especie de
manifiesto. El contenido de ese prefacio corresponde a la memoria
del padre, pero luego la voz paterna es referida con las mismas
palabras con las que se menta al tío llegado de las islas del sur a
su pueblo natal de Le Langhe en el gran poema de Pavese “Los
mares del sur”, donde se reconoce, eco de ecos, la voz antigua de
los antepasados: “Cada vez que leo a Pavese vuelven los perros, la
ciudad devastada, los partisanos de Ghio, la guerra, mi padre que
recuerda, la voz que un día tuvo el padre de mi padre y cada uno de
los muertos de la sangre”, escribe Andruetto.
En el final la autora asume en su dicción el poema-relato de
Pavese, es decir, la narratividad de los hechos recordados en un
ritmo propio que desdeñaba la fijación de metros tradicionales pero
conservaba una cierta modulación, una cadencia que hallaba final-
mente algunos patrones (la crítica observó en Pavese el habitual
uso de un verso con una fuerte cesura entre dos hemistiquios: el
primero en general heptasílabo y el segundo, más variable, hexasí-
labo o eneasílabo y, a veces, otro heptasílabo). Andruetto no sigue
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estrictamente el ritmo de Pavese pero sí un cadencioso ritmo de
relato y una sintaxis tersa que refiere una anécdota, un mundo de
objetos cotidianos, un paisaje que reverbera. El poema “Ritorne-
llo”, incluido en Cleofé, sin embargo –donde aparece el padre–,
produce una cadencia de versos encabalgados donde resuena sote-
rrada la música de Pavese, que es decir la greda del Piamonte bajo
el humus cordobés de la tonalidad de Andruetto. En el poema “Las
amigas de la abuela” también está ese ritmo cerrado del piamontés
y en los nombres de los hombres flacos: “Geppo,Vigü, / Gennio,
Chiquinot”.
En el ritornello, todo ritmo del verso es un regreso, una vuel-
ta. Y lo que vuelve en Pavese, dice la poeta, es aquello que se es-
cuchó en la niñez y entonces no se podía contar. El sujeto autoral
de Pavese y otros poemas, que ahora tiene cuarenta años y como el
tío de “Los mares del sur” regresa y halla “todo nuevo”, es el que
retorna en la memoria. La nostalgia se hereda, las memorias de los
otros están inscritas en el texto: “Nostalgia del que quiere volver
pero no vuelve, del que no quiere volver sino en el mito... nostalgia
de trazos de vida en la memoria heredada de otros, porque lo que
se añora es un lugar emocional que ya no existe”, afirma Andruetto.
En la vida no hay retorno, escribe Pavese en su Diario. Pero aca-
so por eso mismo elabora la teoría del mito poético –que tiene la
misma fuerza imaginaria de la teoría del placer en Leopardi. Se
trata de los mitos personales del poeta que componen las diversas
imágenes que brillan en la consciencia artística y que se formalizan
en la obra. Cada mito personal, vivido como un absoluto, siempre
se torna histórico y es también una respuesta en la historia, en la
sociedad, en la cultura de su tiempo. El ritmo del poema de Pave-
se sostiene el mito como vuelta en la memoria: “Precisamente en
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la memoria se celebra la repetibilidad de estos mitos, su unicidad
siempre renovada. En su reflorecer extático, está abolida mítica-
mente la ley del tiempo. (…). Hacer poesía significa llevar a su evi-
dencia y concreción fantástica un germen mítico”, escribe Pavese
en su ensayo “El mito”, de 1950, es decir, escrito unos meses antes
de su suicidio. Ese fondo de muerte vuelve más luminosa la teoría
del mito poético, porque se arraiga en lo que se derrumba.
Andruetto ha aprendido todo esto de él, pero en cierto modo
lo niega, mejor dicho, lo supera en otro relato que le superpone, con
otra voz y otro acto. Algo del orden masculino que hay en aquel
sentimiento (“decir Pavese es nombrar la muerte, los muertos que
heredamos”) se desvía, se desdice con otro decir. No debe olvidar-
se que el ritornello de la memoria cuenta con el don de la lengua
madre. La poeta contó que al leerle a su madre los poemas sobre
Pavese con el recuerdo de su padre en Torino al ver al poeta atra-
vesando la calle con dos perros dálmatas, María Cleofé la corrige:
“No es así, me dijo, no fue en Torino, fue en Roma, y trae el álbum
de fotos y me muestra una fotografía en blanco y negro donde se ve
a mi padre joven y a su prima vestida de oscuro, con el fondo de la
plaza San Pedro. Fue esta tarde, dice señalando la foto. ¿Cómo sa-
bés que fue esa tarde?, pregunto. Porque ese día que le contaste que
habías descubierto a Pavese, cuando te volviste a Córdoba buscó la
foto y me dijo todo”.
Alimento y palabra
La enmienda de la madre es una reescritura del inicio, la
variante de la novela familiar. Esta lengua madre está hecha del
piamontés desaprendido en el ritmo extranjero del español de la
provincia y en la intimidad de la lengua de las otras –“la lengua
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que se hablan las mujeres cuando nadie las escucha para corregir-
las”, como dice el epígrafe de Hélène Cixous. Pavese decía que en
la ceniza de los días “hay un arder como de brasas de los núcleos
míticos personales”. Las palabras de Andruetto arden al rescoldo de
la lengua madre. El padre les leía a Giovanni Pascoli en la luz de la
mañana. La hija no lee a Pascoli nostálgicamente sino hace como
él, escribe poemas que son recetas, como los tercetos que escribió
para definir el riguroso risotto romagnolo que le preparaba Mariù:
“(…) Ella ha tritato un poco / di cipolline in un tegame puro.//
V’ha messo il burro del color di croco / e zafferano (è di Milano!):
a lungo / quindi ha lasciato il suo cibrèo sul fuoco. // Tu mi dirai:
‘Burro e cipolle?’. Aggiungo / che v’era ancora qualche fegatino /
di pollo, qualche buzzo, qualche fungo. // (…) // Poi v’ha spremu-
to qualche pomodoro; / ha lasciato covare chiotto chiotto / in fin
c’ha preso un chiaro color d’oro. // Soltanto allora ella v’ha dentro
cotto / Il riso crudo, come dici tu. / Già suona mezzogiorno… ecco
il risotto / romagnolesco che mi fa Mariù”*. El libro Palabras al
rescoldo está dedicado, en primer lugar, a la madre, llamada “ali-
mento y palabra”.
Andruetto produce una reversión de la futuridad: la muerte
no vendrá, como en el poema de Pavese, para tener tus ojos: la
muerte ya ha venido y está en la ausencia de los ojos deshechos que
un día captaron la apoteosis del final de la guerra antes de emigrar a
24
la Argentina. Atravesando una ascesis de la ausencia, la hija asume
el poema futuro cuando se apropia de la lengua madre, cuyas pala-
bras no son ceniza, sino “palabras al rescoldo”, es decir, lenguaje a
la lumbre del hogar allí mismo donde una mujer brinda el alimento,
vocablo nutricio, matricial, originario. Alimento y palabra. En otro
poema el padre también habla para ausentarse de nuevo, para ma-
nifestar su incapacidad trémula en ese espacio: “No puedo hacer
nada si no / está aquí tu madre, es cuestión de mujeres / los hijos,
la casa. Son cuestiones del hombre / no saber hacer nada. Un día
serás grande, / tendrás un marido, sabrás lo que pasa”. Los poe-
mas de Anduretto, en cambio, saben hacer, ejercitan en el recetario
lírico el nombre elemental de la materia: lo maternal es material y a
la vez comunional. El arroz con alcachofas, las natillas perfumadas,
los tallarines al pesto, el conejo a la cazadora, los higos en almíbar,
los berros, el pan, el mate con hierbabuena… Cuando se lee la lista
de tisanas, las “agüitas de remedio”, el catálogo produce un efecto
de exhaustiva totalidad. La vida es sustantiva, el nombre sensorial,
el decir goloso. Y al fin todo se une en el crisol de la lengua que
alimenta: la receta de la bagna cauda “traducida del piamontés”. Ya
lo decía Cavour: “Parla come mangi!” (“¡Habla como comes!”).
Entre el réquiem y el poema, el ritual del comer. Metáfora de la
postergación de la muerte, la vida se dice en las fantasías del gusto.
25
estaba antes y después el que estaba antes y así siguiendo hasta dar
con una fotografía que amoneda el mito de la ascendencia materna:
la madre de la madre de la madre de la madre hasta ver a aquella
mujer algo borrosa y delgada, con ojos mitológicos de profundidad
animal como los ojos de una diosa. Así la poesía de Andruetto re-
gresa al origen de todos los relatos donde debe hallarse la voz de
Scheherezade, el habla de una mujer que burla y dilata la muerte
con belleza, que conjura la violencia y celebra y alimenta, la que
urde la trama de todas las historias y cuenta cada día y canta los
días.
Jorge Monteleone
26
El oficio debe entrar en la sangre para que sirva.
Extraño oficio. Syria Poletti
Últimos poemas
(2018/2019)
Rosa*
*Inédito
Rose is a rose is a rose is a rose
Gertrude Stein
1.
35
2.
Desde el suelo
Y nos animamos
36
3.
37
4.
Rosa/
América y rosas
Rosa la Roja
Rosario
38
5.
39
Del mismo pan, la misma leche*
*Inédito
Hay una lengua que yo hablo
o que me habla en todas las lenguas.
Hélène Cixous
Versos de hospital
No se preocupe, madre.
45
Volvías del colegio
A Juana
46
Ha visto
47
Sangra
La impura, la enferma,
la aislada de todos, sangra.
Sangra y sana. No es milagro,
dueña de sí toca el borde
de su manto y sana, la extranjera.
La hereje tiene hambre, también
los perros comen las migajas,
dice la que vive entre perros,
y da de comer.
48
Una mujer y un caballo
A Catalina
49
Prestar oído
A mi madre
*Sharon Olds
50
En la cápsula del tiempo
A Preta
51
Del mismo pan, la misma leche
52
Genealogía
53
Era hermosa como una potranca en la llanura y enseñaba
a leer con un peinado de trenzas recogidas.
54
Antes ella no tuvo padre y juró que si tenía hijos,
los hijos tendrían otra vida. Y antes fregó los suelos
de una iglesia y fregando conoció los libros. Los evangelios,
La Filotea, La vida de Santa Cecilia (y se escondió en el pecho,
tal vez robada, esa reliquia, unos pelos de la santa
en una cajita)
55
Cleofé
Mujer colgada al cuello
cada/madre/lleva una mujer colgada al cuello
Sharon Olds
Teresa
Me pusieron Teresa
porque era el nombre
de mi abuela y anduve por la vida
con mi nombre de vieja. Es un nombre
de santas y de reinas pero a mí no me gustaban
las santas ni las reinas. Yo quería un nombre
breve, un nombre leve
y no este nombre de cristiana nueva. Mi buena
Teresita, era la frase de mi padre, pero yo no
quería ser pequeña, hasta que un hombre
de brazos fuertes, de barba oscura dijo
mi abuela se llamaba Teresa, mi
hermana se llamaba Teresa, mi
primera maestra se llamaba
Teresa, ¿cómo te podría
olvidar?
63
Un amigo me escribe desde Siria
a Pablo Sigismondi
64
Con mi hija, en auto
A Josefina
65
Señora en un geriátrico
66
Silencio de radio
Eso dice,
mientras espera, con la impiedad
a cuestas, la vida salpicada de sangre,
la piedra asesina, el plumerío
en el aire.
67
El paraíso es un árbol
68
Mensajes
a Julieta Abiusi
Julieta a Teresa
Teresa a Julieta
69
El olivo de La Perla
a Sandra Siviero
1.
21 imágenes de 4x5
en color azul de Prusia
en ocho minutos
suceden muchas cosas,
sale el sol, hay viento o
hay llovizna; alguien cruza
el campo y un fantasma
impregna la toma
con su sombra
por el antiguo
sistema de los chinos,
el instante deviene azul
de Prusia; después regresa
la fotógrafa al campo
de exterminio. Es
como una plegaria, dice,
vacío, pura angustia,
70
como si algo del lugar,
de su energía, pasara
al papel
y lo impregnara.
ocupada en la faena
podía olvidar un poco
dónde estaba
2.
revelado:
hay un testigo
que nos diga
dónde están los cuerpos,
dónde
y un sistema
para que el olivo revele
su verdad de árbol
71
El vino de la noche
a Miguel Le Roux
Siempre decíamos
que el que se quedara tenía que seguir
bien, nada de andar llorando por los rincones,
pero es muy pronto. Por eso yo le digo
a La Negra, se lo digo a la noche,
porque en el día hay bulla y me distraigo,
pero a la noche, cuando te tomás ese vino
de la noche y encendés un faso... espero
que se acueste el pibe y voy hasta la mesa
de luz donde está la foto, porque la hice
cremar, ¿viste?, así que tengo las cenizas,
y entonces le digo Aguantame, Negra,
aguantame un cacho.
72
Balidos
73
Sólo escucho a la niña
74
Una nieta a su abuela
75
Campo Yucat
Amanece
en la casa de los peones. Griselda,
William, Wilson, Ramonita..., son
chaqueños los peones, de Charata
y Barranquilla. A la pequeña escuela
de la estancia, me han traído a leer
y hemos leído, ayer tarde con los chicos,
las madres, la maestra. En los maizales
de estos campos corría mi madre cuando
niña, ayer le dije que vendría. Tu abuela
iba ahí a hacer colchones; agosto, es un día
de la Virgen y amanece en el campo
de los peones. Griselda hace café,
me trae dulces; le digo que la abuela
de mi madre llegó a este campo en busca
de su hijo. La Palestina se llama
el pueblo que está un poco más allá,
la tierra prometida de los gringos,
el sitio donde la madre de mi madre
casó con el enfardador de Campo Yucat.
Fue en esta casa de los peones
que vinieron de Charata
y Barranquilla.
76
El peso de tu boca
77
Para que fluya
78
***
Ritornello
81
de los ojos, brillando. El piloto, el abrigo
que llevaba mi padre, la corbata..., yo
retengo esas cosas pequeñas, esos mínimos
datos, los preservo de todo, las cuestiones
privadas que se dicen a nadie, las palabras
de siempre: ya sabrás lo que pasa.
82
Conversaciones con mi madre
Mirta Rosenberg
Desayuno
Él lee el diario.
Ella dice: antes yo vivía allá
y ahora vivo acá.
Él sigue leyendo
Ella: antes vivía allá,
ahora acá.
El amor, el amor,
¿qué es el amor?
87
El orden natural
¿Sabe ahora?
Sí, sabe.
Ciao, mamma.
Te bañaba con el agua
Te bañaba con el agua porque eras una nena. Era una nena y vos
me cuidabas. Claro, yo estaba ahí o sea el trabajo que hacía para
comer, bien me lo comía yo. ¿Te gustaba? Sí, pero hay otras mane-
ras. ¿Otras maneras? No es como el plato de comida que uno es muy
rico y otro al que le cae algo... ¿Está todavía? ¿Mi papá? ¿Habla
todavía? No, ya no habla. ¿Hace mucho? Hace mucho. Mirá vos...
¿Te acordás de él? De todo, a mí me gustan mucho los hombres.
¿Te acordás de cuando lo conociste? ¿A Romualdo Andruetto que
sería el tuyo? A mi papá, que vino de Italia y se enamoró de vos.
Ah mirá, pero no lo escuché nunca. Sí, se enamoró. Ah pero no lo
escuché nunca. Vos vivías con tu papá y tu mamá y él pasó por tu
casa y se enamoró. No tenía ningún lugar. Entonces se casaron.
Deben haber sufrido, no tenían a nadie. ¿Los inmigrantes? Son de
mucho trabajo y otros son más vivos, trabajan mejor o tienen la
plata. Tu papá y tu mamá también vinieron de Italia. Oh, sabés que
no me acuerdo. No te acordás porque eras chiquita, pero los nonos
también eran italianos. ¡Mirá cómo te acordás!
89
Van picando
90
Hermanos
91
La señorita Cleofé
92
La chica
93
Ella contaba historias de amor
94
Está largo esto
Ella era joven y era de muerte. Sí, era muy joven. Lo triste es sacar
como son que puede ser de muerte. Eso no tiene remedio. Por eso
yo me retiro, está largo esto, voy un poco más y después chau, duer-
mo y ya está. Nunca sabe una cuándo va a suceder eso. También se
fue ella. Ana. Ay mi amor. Fue con dolor, fue él y fue ella. Se fue él
y se fue ella y vos tuviste que soportar eso, mamá, sos muy fuerte.
Con dolor, como vos decís. Dolor tremendo. Total. Total.
95
El hombre
96
Madres e hijas
97
Cuenta y cuenta
98
Amigas
Cuando eras chica tenías una amiga muy amiga, ¿te acordás de la
Nelly Rosso? Ah... pero no lo escuché nunca. Una vez me dijiste
que querían escribir una novela entre las dos. Era la pasión de ella.
¿O de las dos? Yo miraba. Ella quería hacer todo eso. Me acuerdo
de una foto de ustedes, en Arroyo Cabral, muy lindas, con unos
sombreros grandes de paja. No me acuerdo. ¿Tuviste muchos no-
vios? Ninguno. No quería. No querías, pero te deben haber buscado
muchos hombres porque eras muy linda. Linda nunca fui, no me
gustaba. Yo tenía cosas mías. Te gustaba leer, escribir, coleccionar
estampillas. Era feliz con eso. Y me gustaba yo también. Después te
casaste. Él hablaba de cosas importantes, no hablaba pavadas. ¿Eso
te gustaba? Sí, me gustaba, había algo que me gustaba.
99
Orgullo
100
La cara de nosotras
101
En colores
102
El pequeño alumno
103
La buena hora
No quería casarme
(¿qué es eso?, una persona
que lava y plancha, porque
el hombre tiene más economía),
no quería casarme y no me casé.
¿Te acordás? Él me echaba el ojo
y yo caí; después fue bueno, fue
mi amigo. Ahora estoy enferma
de desacuerdo, veo gente que camina,
que canta todo el día y no sé
quién soy. Pero vos venís
a la buena hora, la hora
en que está abierta
mi casa.
104
es una pasión que no sirve
para nada. ¿Ser madre?
Vivir con eso. ¿No te gustaba
ser mamá? ¿Madre de chicos? No.
¿Y a tu mamá le gustaba? No,
no le gustaba. Nunca me retó
pero cansa un poco, cansa
acompañar. La vida antes
era más dura, ahora es más fácil.
¿Vos estabas ahí? Sí, yo estaba
cuando era chica.
105
Solamor
106
Digo, dice
107
De corazón
¿Sos niña?
No soy niña, soy grande
¿Es lindo ser grande?
Sí, pero más me gustaría ser chiquita y que me cuidaras.
Podría ser.
Podría ser.
Te lo digo bien, te lo digo de corazón. No te
acostumbres. Siento el dolor, la locura, no te acostumbres.
No me acostumbro, pero la vida es como es y no se
puede cambiar.
No se puede. Estoy en medio de la suela.
¿Y está bien eso?
Sí.
¿Estás bien?
Sí
Es lo más importante.
Me pasé de eso
¿Ya no te importa?
No. Tengo años de vivir, de vida
Estás cansada.
Sí
Lo importante es que no sufras, que te cuidemos.
Normal
Eso, normal.
Mi propuesta rosa amorosa
108
Música
¡Qué lindo!
Es una zamba, ¿te gusta la música?
Me gusta todo lo humano que tiene.
109
Ya está dicha la pena
¿Quien sos?
La Tere
¿Qué Tere?
La Tere tuya.
Alumbrame que estoy loca.
No estás loca.
Estoy bien loca porque hay que sacarse
la pena. Es mala la pena,
es toda mala.
Sí, es mala.
Ya está dicha la pena. Es dura.
Sí, es dura.
Cuando veo llorar lloro,
pero no me dejo ver.
¿Querés un poco de agua?
No quiero agua, ni plata ni nada,
quiero amor.
110
Cleofé
no sé quién soy,
no tengo nombre.
111
Cleofé
Contratapa de Alicia Genovese
112
Sueño americano
Listen to my story. Got two tales to tell.
One of fallen glory. One of vanity.
Patti Smith
Patti S./1975/Photograph by Robert Mapplethorpe
117
Lección de piano
118
Teresa A./1975/Foto de archivo
119
La nena de mamá
120
Películas
121
Yo era una buena chica. ¿No es cierto?
J. D. Salinger
Chica Bond
A Istvan Schritter
122
Sueño americano
123
Herencia
124
Interior con naranjas
125
Señora Smith/Pop latino
126
Patricia Lee
127
Tedio
128
Hostería en las sierras/Otoño de 2007
Mi música es para esta gente
Ludwig van Beethoven
129
Historia de vida remota, pero suya.
130
Polaroid
131
Muchacha de Ucrania/2003
(Por la tarde
he llamado a mis hijas.
No estaban)
Yo quería quedarme
cuidando la casa, me dice la chica de Ucrania,
pero es mejor que se quede mi hermano.
Conversando, he olvidado que estoy todavía
en Torino, que el bus no ha arrancado,
que mi prima allá abajo levanta
la mano.
132
Patti and me
133
Non fiction
134
En casa
135
A Greg, en el Hotel Chelsea
...y ella estaba tan ocupada siendo libre
Joni Mitchell
136
Interior con amigos
137
Los hermanos García/1978-1983
A Juan, Antonio y Mary.
138
Sueño americano
Contratapa de Jorge Aulicino
139
Beatriz
Rembrandt
Autorretrato
ante el caballete
a Alejandro Schmidt
El pincel sirve para salvar
las cosas del caos.
Shitao
1.
149
2.
150
3.
151
4.
152
5.
153
6.
154
Beatriz
a Beatriz Vallejos
Atardece:
Apaisado profundo
B.V.
Ayer
incontaminado ayer
de San José del Rincón
B.V.
por aquí pasó un corderito
¿un corderito?
no lo he visto
165
I
Celia
me guió por el jardín,
entre las cañas
sentémonos aquí,
dijo,
de orilla a orilla,
que está buena la luz para ver
166
II
resplandece
amanece, resplandece
167
III
una yegua
y su cría, un hombre de pesca,
una lancha
mientras volvía
a casa
168
Hoy
Llueve en mi corazón y llueve
sobre el Yan Tsé
Juan L. Ortiz
I
hablamos de Ayer,
de tu rincón
del Ubajay con siriríes y garzas
Ahora
ni el grito de los teros
ni sus pequeñas alas
173
por el televisor pasa el entierro
de Arafat
Abu Ammar
Abu Ammar
pasa el entierro de Arafat
si la mecedora fuera
un ala, prepararíamos la huida
para dos.
174
II
yendo iba
descalza yendo iba
pies de arenal cruzando
desvaídos lilas
iba
175
Los camalotes van hacia el olvido
por encima del silencio van
Van.
176
III
Escribo:
tenías, Beatriz, un corderito
y su pelo era blanco como la nieve.
Era, en griego, como la nieve.
un corderito tenías
en el idioma de las gárgaras del rocío,
y en el idioma del pan
tu pelo es blanco
como la nieve.
177
IV
Árbol de la esperanza
–teoría del arbolito–
mantenme firme
¿y qué es la esperanza,
madrecita mía?
178
V
alguien se acerca
con un vaso de agua, una pastilla
trinaba el agua/
trina/
huerto del alba/
trina
sube
¿desde cuándo?
raposa, la rapiña.
trinaba/canoa de la luna/
trina
179
VI
con un poco de fe
llego a su casa esta mañana.
Por un momento la vida vuelve, y reímos
de nada
Acéptala...
una mujer cena sola
¿cómo era cuando todo estaba vivo?
después quedamos
en silencio
es el silencio de la casa
(es el olvido)
180
VII
¿qué sabía,
madrecita mía?
181
VIII
Árbol de la esperanza
mantenme firme:
sobre esta palabra que sostiene,
mantenme firme.
182
IX
(preparo la huida y no sé
hacia dónde)
(ésta no es su casa)
Anudo
mi palabra a la suya, como un collar
de arena. Escribe, digo,
escribo.
Todavía.
183
Hablamos de su gata como un duende,
y de Violeta...
(está sentada frente al plato
de comida)
yo le llevé jazmines
yendo iba
descalza yendo iba
pies de arenal cruzando
desvaídos lilas iba.
Íbamos
y dónde estás.
184
X
casi nada.
185
XI
Casi todo.
y de pronto, nadie
(humo, humus)
nada.
186
XII
Cantemos
a dos voces
y una esperanza:
Árbol de la esperanza
mantenla firme
¿y qué es la esperanza
madrecita mía?
187
Coda
Beatriz
tenía un corderito
que vino a comer
de mi mano
191
arre, corderito
(palabra, mano,
vida)
arre
192
arre
arre
193
San José del Rincón, noviembre de 2001.
Esteros de Iberá, julio de 2005.
194
Apuntes sobre Beatriz
195
Decidí, por una necesidad que me fue manifestando el texto en el
mismo proceso del hacer, tomar las palabras de Beatriz Vallejos
(muchas veces palabras, algunas veces frases), barajarlas y dar de
nuevo, borrando a veces incluso su condición de cita: palabras (o
breves frases) de Beatriz, en muchos casos intervenidas, a la vez
que amalgamadas con las mías. Pero lo que en ella había llegó ade-
más al poema de otra manera: vinieron citas textuales que, esas
sí, puse, en casi todos los casos, en itálicas. También sucedió que
aparecieron frases mías que necesité que tuvieran una tipografía
de cita. Digo necesité: es la palabra que se me ocurre, porque in-
tenté suprimir las itálicas (como me lo pedía la razón, las buenas
razones) y una y otra vez, en sucesivas capas de revisión, volví a
ellas. Palabras de Beatriz intervenidas, modificadas, en romanas.
Más mis palabras también en romanas. Más citas textuales de sus
poemas en itálicas. Más líneas mías en itálicas, como si de citas se
tratara. Y cuando parecía que todo iba a quedarse ahí quieto, vi-
nieron también otros textos, otros restos: una cita de Juanele Ortiz,
transcripta pensando en mis hijas, una frase de Chejov que viene
siempre a mi memoria en una traducción cuyo autor desconozco
o cuyo nombre perdí como tantas otras cosas, porque pertenece a
una lectura de juventud, el esbozo de un relato interrumpido sobre
la propia infancia, la frase Abu Ammar, nombre privado de Arafat
que tampoco pude borrar de una revisión a otra, porque el día de
mi encuentro con Beatriz en su departamento de Rosario era el día
de la llegada a Palestina del ataúd con sus restos y yo veía, de sos-
layo, cómo se interponía entre nosotras la pantalla con la imagen
de una caja, la caja donde cabe un hombre que es tragado por su
pueblo. Eran imágenes de muerte, pero también de gloria, las que
pasaban por el televisor, y ese nombre, ese sonoro nombre repeti-
do, me traía ecos de las celebraciones cristianas, especialmente de
los rezos y letanías escuchados cuando acompañaba a mi madre a
algún velorio en el pueblo y alguien se acercaba para preguntarle si
podía rezar un responso. Recuerdos de su voz diciendo mater dolo-
196
ris, mater pecatoris, la rima insistente en los atributos de madre, y
después rosa mística, torre ebúrnea... mis letanías preferidas y tras
cada frase el murmullo portentoso del ora pro nobis que se desce-
rrajaba sobre nosotros y cuyo significado y cuya música, oscura y
teatral, tardé mucho en descifrar. Entre los muchos textos de otros
que vinieron al poema que se fue escribiendo, llegó también una
frase de la cultura cristiana, Árbol de la esperanza mantente firme,
que recuerdo de los catecismos de la infancia y cuya existencia vi
actualizada en una mayólica expuesta en un geriátrico donde tra-
bajé muchos años, puesto ahí frente a la desesperanza estaba –está
todavía– en aquella mayólica ese llamado a la esperanza. Frase/
llamado que, recordé después, está también en un cuadro de Frida
Kahlo. Y finalmente (¿o fue todo al mismo tiempo?) llegó el título
de un trabajo de semiótica –“Teoría del Arbolito”– que una amiga
escribió y sobre cuyos materiales conversamos alguna vez.
Todo esto (y quién sabe cuánto más) está en la trastienda de lo que
se va escribiendo. ¿Qué hacer con ese pasado de escritura y de vida
que se revela, que se oculta, que resiste en nosotros?, ¿de qué modo
se subsumen en nuestra memoria esos restos?, ¿borramos o hace-
mos visibles los rastros?, ¿borramos primero para evidenciarnos
después, en el título, el epígrafe, en estas conversaciones sobre lo
escrito?, ¿o escribimos un poema sobre Beatriz, para Beatriz, un
poema con sus palabras, para borrarla después? Con lo reciente y lo
lejano, con el ayer y el hoy, se ha ido tejiendo un texto que vino a
ocupar el lugar de la memoria, un texto donde las palabras de Bea-
triz Vallejos aparecen y desaparecen entre las mías mientras yo me
muestro y me oculto en la confesión.
197
Beatriz
Contratapa de Diana Bellessi
198
Kodak
Antes aquí había un cine. Pasaba
películas mudas. Era como mirar el mundo
con gafas negras una tarde de lluvia.
Charles Simic
en memoria de Ana
Trabajo en lo visible y en lo cercano
–y no lo creas fácil–.
No quisiera ir más lejos. Todo esto
que palpo y veo
junto a mí, hora a hora
es rebelde y resiste.
Circe Maia
Hamaca
Estoy en cama
(la enfermera
se llama Erminda)
Por la ventana que da al patio,
mi hermana pasa a bordo de una hamaca.
Pasan también las moras, el verano,
las chicharras. Ha de ser octubre,
como esta tarde, o tal vez noviembre,
y el calor agobia, porque mi padre
que llega del trabajo, se ha soltado,
cosa extraña, la corbata. Yo estoy
en cama. Y Ana que pasa alegre,
viva, a bordo de la hamaca.
Habrá sido de vidrio el aire,
como esta tarde.
207
Peras
208
Las amigas de mi abuela
Íbamos a verlas
los días de los muertos,
cuando la muerte no dolía.
Mi madre (que era hermosa y usaba
tacos altos) nos llevaba de la mano,
se pintaba la boca. Hablaban piamontés,
la palabra cerrada en la garganta a gritos.
Nos ponían vestiditos blancos de piqué
y volvíamos con olor a gladiolos,
a margaritas. Tenían una casa oscura
las amigas de mi abuela, y el tamaño
de un hombre. Ellos en cambio
eran flacos, frágiles como niñas:
se llamaban Geppo,Vigü,
Gennio, Chiquinot.
209
Marin’a*
210
Extravío
Si lo hace bien,
le darán
(caramelos, estampitas,
besos).
Le han ordenado:
No te pierdas, y va mirándose
los pies, cuenta
los pasos.
Cree
(... pero es una intuición
211
oscura) que quien se mira
los pies no se extravía.
212
Teoría sobre el cielo
–¿Quién pasa?
–Un niño.
–¿A dónde va?
–Al cielo.
–¿Y por dónde sube?
–Por una escalera larga/que está allá lejos,/al final del pueblo.
213
Paisaje
En el camino
se largó un aguacero,
¡y ella estaba bajo un toldo
con su vestido nuevo!
214
Lunes
215
Citroën
Regresábamos en un Citroën
rojo, desde una laguna de sal,
un pueblo ahora de fantasmas,
a nuestra casa, en la luz. Y él
cantaba, de viva voz, como
nunca cantaba, voglio vivere
cosí, con il sole in fronte, y
mi madre y nosotras también
cantábamos.
216
Desnuda en la tienda
No era coqueta
Era fuerte.
June Jordan
217
Tendedero
218
Kodak
Yo miraba,
tras la lente de una Kodak
con la que él sacó fotos de la guerra,
antes que la muerte disolviera
sus pupilas y delegara en mis ojos
el dolor de mirarme devastada
por la ausencia.
219
Carta
220
Caballito
221
Banjo en la cocina
He perdido una música
Irene Gruss
222
Casa con palmeras
Después la madre
ofrece flores de calabaza,
semillas secas,
y las dos niñas
se van por el senderito
sin dejar huella.
223
Instantánea con caballo
Tu cuerpo de muchacho
tira las riendas: la pierna
avanza y es bonito el caballo,
te diría, con su pelaje oscuro.
Tal vez sea una yegua mansa
porque hay niños sobre el lomo,
sin cabalgadura. Tu hermano
se ha vuelto hacia el fotógrafo
y están los otros en el cogote
y en la grupa.
224
Visita
225
Víspera
226
Pavese y otros poemas
...hacer poesía es como hacer
el amor: no se sabrá nunca si la
propia alegría es compartida.
Cesare Pavese.
l7 de noviembre de l937.
Diario.
Recién terminada la guerra, un hombre al que arrastran dos
perros dálmatas camina por una ciudad devastada. Atravesar una
calle para escapar de su casa lo hace sólo un muchacho, pero este
hombre que recorre las calles todo el día no es más un muchacho
y no escapa de casa. Es Torino la ciudad devastada y el hombre al
que arrastran los perros se llama Cesare.
Quien recuerda es mi padre, todo esto me ha dicho y no
habla italiano, usa, pausado, el dialecto que, lo mismo que las pie-
dras de estas colinas, es tan escabroso que veinte años de idiomas
y océanos diversos no le han hecho un rasguño, se recuerda un
muchacho, partisano de Ghio, escapando, y recuerda también a su
padre que buscaba las trufas, y al amigo perdido, porque el hombre
sólo escucha la voz antigua que sus padres, en el tiempo, han oído,
clara.
Cada vez que leo a Pavese vuelven los perros, la ciudad
devastada, los partisanos de Ghio, la guerra, mi padre que recuer-
da, la voz que un día tuvo el padre de mi padre y cada uno de los
muertos de la sangre. Porque decir Pavese es también nombrar la
muerte, los muertos que heredamos, la propia muerte, su presencia
constante en la memoria.
Finalmente, decir Pavese es también hablar de aquel poe-
ma-relato del que él hablaba, el poema que viene a contar las his-
torias que no pudimos narrar, aquellas que escuchamos de niños,
para que después, cuando se vuelve, como yo, a los cuarenta años,
se encuentre todo nuevo, todo de nuevo, en la memoria.
M. T. A.
231
Esperar es todavía una ocupación.
Es no esperar nada lo que es terrible.
C. P. 15 de setiembre de 1946.
Diario.
No vayas en noviembre
233
No se recuerdan los días, se
recuerdan los instantes.
C. P. 28 de julio de l940.
Diario.
Instante
234
Estación abierta, retorno.
En la vida no hay retorno.
C. P. 30 de marzo de l948.
Diario.
Primavera de l992.
In memoriam Clara Rut Crimberg.
235
Por qué a cada sobresalto...
te vuelven a la mente los troncos
y el río y la colina con la luna
detrás y el camino...?
C. P. l9 de agosto de l946.
Diario.
Lapataia/94
236
Te asombra que los otros pasen
a tu lado y no sepan, cuando tú
pasas junto a tantos y no sabes?
C. P. l7 de agosto de l950.
Diario.
237
de agua azul sin alimañas. Mira
hacia arriba, dicen, y yo en tus fauces
otra vez, contra la orilla.
238
Dos versiones de un poema a Pavese
Se parece a mí, que me busco
el trabajo en el corazón.
C. P. l2 de setiembre
de l942. Diario.
Pavese
239
el lápiz cruzado sobre el diario. No habrá
qué hacer en la ciudad vacía sino esperar
y esperarás que llegue. Por esta calle hasta
el hotel mañana, vendrá la muerte y tendrá
tus ojos.
240
Nada. Tengo un carbón en el cuerpo,
brasas bajo las cenizas. Oh C., por
qué por qué?
C. P. 27 de marzo de l950 (noche)
Diario.
Pavese
241
sino un aspecto de las cosas ahora devastadas.
La ciudad era como un lago de luz, se ha
vuelto gris, no tiene cielo. Alguna vez dirá
no escribo más, el lápiz cruzado
sobre el diario, y acabará el oficio
de vivir. No habrá qué hacer en la ciudad
vacía sino esperar y esperarás que llegue.
Dirás palabras no, si fuera un gesto. No
escribas más y ella vendrá, por esta calle
hasta el hotel mañana, ella vendrá
y tendrá tus ojos.
242
Tu sei come una terra
che nessuno ha mai detto.
Tu non attendi nulla
se non la parola
che sgorgherá dal fondo
come un frutto tra i rami.
La terra e la morte (l945-l946)
243
No nos liberamos de una cosa
evitándola, sino solamente
atravesándola.
C. P. 22 de setiembre de l945.
Diario.
244
Palabras al rescoldo
A mi madre, alimento y palabra.
Extiende
un manto inmaculado
sobre la tabla.
Eres
una vestal que coloca
en el retablo
los elementos sagrados.
Un corazón de miga.
Una jarra de agua.
Unos platos de terracota.
Un vino grana.
Una vestal que elabora
hostias profanas
y en la mitad de los días
da comunión en la casa.
249
Arroz con alcachofas
El aceite
borbotea en la sartén.
Allí he echado
dos alcachofas acuchilladas.
He convertido esas flores antiguas
en corazones abiertos,
en carne viva.
Me he dedicado después
a esperar que largaran su sangre
o su sudor,
según se mire.
Luego
he reducido una cebolla
grande
y llena de luz
a polvo,
a jugo,
a numen.
Y otra vez he llorado.
Pero tan poca cosa no me amedrenta.
Me zambullo,
con el jugo y las lágrimas,
en el aceite hirviente
y cuando todo se impregna,
paso una lluvia de arroz
de la caja a mi mano
y de mi mano a la sartén
en donde bullen
los zumos
del dolor y de la dicha.
250
Ya puedo esperar
que los granos se hinchen.
Sé que soportarán,
igual que yo,
una hinchazón
tres veces superior
a su tamaño.
Sólo hará falta agregar
de tanto en tanto
agua
o caldo,
un baño de mar
que les permita
transitar por el infierno
de la hornalla.
251
Palomas torcazas con nueces de manteca
Bajarás al vuelo
cuatro palomas torcazas
sin piedad y sin miedo.
Las desplumarás
bajo el agua hirviendo
a pesar de saber
que hasta hace un instante
la vida
ardía allí tan intensamente
como ahora en tu pecho.
Las sumergirás
y elevarás repetidas veces
con la misma saña
que pone un torturador
con sus torturadas.
Las desventrarás luego
hundiendo
un cuchillo filoso
en el sitio exacto
por donde desovaban.
Les pondrás sal, pimienta,
nuez moscada.
Las colocarás en una fuente
plana
y como a un altar de tinieblas
entrarán al horno
de tu casa.
No olvides
barnizarlas con manteca
para
252
que
la transición
de esa fauna del cielo
a cadáver
no sea pálida.
253
Natilla perfumada
Mejor
que la leche pase
tibia,
por obra de tus manos,
desde la vaca
al cuenco
asentado en tu vientre.
Si es así,
sólo bastará espesarla
a fuerza de harina
o de fécula,
mareando la blancura
con una vara
de madera.
No olvides perfumarla
con naranja seca,
con limón,
con ramas de canela.
Y volverás a ser niño
cuando la comas
bajo la luna llena.
254
Tallarines al pesto
Es condición indispensable
que se acompañen con un vaso de borgoña.
Pueden
ser comprados en la fábrica de pastas.
Pero no hay como los hechos en casa
en un día de invierno.
Estirados
hasta dejar pasar la luz.
Colgados a secar
de los espaldares de las sillas
como los relojes blandos
del cuadro de Dalí.
Arrollados,
prietos, sobre el mármol de la cocina.
Cortados en cintas finas,
tan finas que los dedos peligran.
Abiertos luego,
aireados
por las manos llenas de harina.
Son tan tiernos
que apenas llegan al agua
se desmayan.
Y hay que colarlos pronto
y cortarles la quemazón
bajo el chorro de agua fría.
Por eso,
antes de cocinarlos
es preciso hacer el pesto.
Desflorar una cabeza de ajo.
255
Tomar por sorpresa
a cada diente
hasta hacerle saltar el pellejo.
Una vez limpios,
una vez descarnados,
una vez lisos,
excitarlos
con el canto del cuchillo
hasta hacerles perder
la verga verde
que se repite
e inflama las entrañas.
Después,
con el mismo cuchillo
en posición de ataque
hacerlos papilla,
picarlos hasta la exasperación.
Cuando se hayan convertido en puré,
reducir a zumo
un ramito de albahaca
que habremos cultivado en la maceta
del balcón
o en el jardín de la vecina.
Mezclar ambas esencias
y dejar que se peleen
en el fondo de un tazón.
Inundar tanta fragancia
con un chorro de aceite de oliva
y descender con todo
al océano de la fuente.
256
Higos en almíbar
Es en vano comprarlos.
Debe uno
treparse a una higuera
en mitad de la siesta,
cuando todos duermen.
Y allí
dejarse flechar
por el follaje inhóspito
sin rendirse.
Debe uno
ir mordiendo esas bocas
bajo la planta
hasta que los labios ardan.
Y echar los frutos
que no sea capaz de devorar
en una canasta.
Después,
con la piel lastimada,
debe uno arrastrarse a la cocina
o a cualquier otro oasis
de la casa.
Dejarlos en remojo
es asegurarse
de que la maldición
no caerá sobre nosotros.
Una vez limpios,
volcarlos al almíbar
que se habrá preparado
con agua y azúcar
257
por partes iguales
para que sea capaz de sacarles
toda aspereza,
toda acidez.
Si lo hemos hecho bien,
los higos
quedarán enteros,
indemnes a pesar de todo
y lejos
estará la leche amarga
de su escozor
de azúcar.
258
El pan
(de otros el maíz,
el tubérculo,
el arroz;
nuestro
ese grano de oro
en el campo)
Primero
conviértete en fermento,
en levadura,
en volcán.
Construye luego
con tu harina buena
una torre
sobre la mesada.
Y horádate el centro.
Cávate.
Y vuelca en ese pozo
todos tus afanes.
Entonces
enciéndete y crece.
Crece.
Duplícate
una y otra vez.
Cocínate.
Quémate.
Inmólate.
Y ofréndate
como una hostia.
259
Berros
260
Conejo a la cazadora
Su gusto salvaje
no nace en el paladar.
Tampoco durante la víspera
en el tumulto de la maceración.
Nace
en el momento de comprarle a tu hijo
un conejito blanco
y pequeño como un pompón.
Y se acrecienta
mientras le das de comer
en tu mano
brotes frescos
y zanahorias tiernas.
Un día se hará grande
y morderá las patas de los muebles
o esparcirá sus excrementos
por la casa.
Entonces estará a punto.
Lo matará tu marido
o cualquier otro carnicero
de confianza.
Tú
tan sólo lo ahogarás en vino
y lo cocinarás a la cazadora
una mañana.
Pero esos pormenores
se te habrán olvidado
en el momento
de llevarlo a la boca.
261
Mate con hierbabuena
262
Mazamorra
263
Pasas en grappa
264
Bocaditos de cardo
Han estado
cubiertos de tierra
en el fondo del patio.
Sólo así,
cubiertos de tierra,
se conservan
blancos.
Han pasado
largo rato bajo
la canilla.
Luego
los ha traído a casa
como quien trae
un ramo.
Los ha cortado en trozos,
los ha echado al agua
y allí los ha dejado
hasta requebrarlos.
Después
los ha escurrido,
los ha ahogado
en harina y huevo,
los ha largado
a la sartén que hierve
hasta quemarlos.
Y me los ha ofrecido
para que probara
su sabor
amargo.
265
La magdalena
Él antes podía.
Mojaba en el té una magdalena y se la llevaba
a la boca.
Dejaba por un momento esa pasta azucarada sobre
la lengua
y los recuerdos subían por el camino de Swan.
Es invierno
y en vano hoy yo mojo en el té
una vainilla, una galleta, un pedazo de pan.
266
Tisanas
(juro que las llaman
agüitas de remedio)
Menta,
anís,
marcela,
muña,
jengibre,
ruda,
estragón,
eneldo,
mejorana,
paico,
cedrón,
enebro,
manzanilla,
poleo,
peperina,
romero,
belladona,
yerbabuena,
ajenjo...
267
Licor de mandarinas
Ella le ofrece
–jueves y domingo–
licor de mandarinas.
268
Espuma de chocolate
269
Bagna cauda
“...el perfume que da el ajo
hace ir todos los males...”
(de una receta de la bagna cauda
traducida del piamontés)
270
Réquiem
Premio Argos
Señor,
permíteme bajar
a los pozos
de mi pensamiento,
manantiales de sangre,
depósitos intactos
de locura,
con la frente alta,
sin miedo
a los derrumbes.
273
Cayó
esta mañana
la taza.
Cayó de mis manos
y escupió en el piso
sus flores pálidas.
Escupió
astillas blancas.
Réquiem Taza.
274
He muerto otras veces.
Y resucité
buscándome en pedazos.
275
La muerte
copula vientres
como una araña.
276
Kodak
Yo
los miraba
tras la lente de la Kodak
con la que padre
registró la guerra
antes
que la muerte
disolviera sus pupilas
y delegara en mis ojos
el dolor de mirarme
devastada
por la ausencia.
277
1. 2.
3. 4.
1. Los abuelos maternos, Felicitas Martino y Constanzo Boglio, y la bisabuela Elizabeta Pronello (Marin’a).
2. Los abuelos paternos, Teresa Vaudano (a quien la autora se refiere en el poema “Teresa” de Cleofé)
y Giuseppe Andruetto, en la casa de Airasca, Torino, Italia.
3. La madre, Cleofé, maestra en Arroyo Cabral, pueblo natal de la autora, en torno a la cual gira el
libro del mismo nombre.
4. Su padre, Romualdo Andruetto, junto a su amigo Paolo (mencionado en “Del latín recordis”, de
Pavese y otros poemas) en Torino. Fin de la 2da Guerra,antes de migrar a la Argentina.
279
5.
6.
5. A los nueve años, junto a su madre y hermanos, José (Beppe) y Ana, fallecida joven, cuya memoria
sobrevuela los poemas de Kodak, en especial “Hamaca”, “Casa con palmeras”, “Carta” y “Desnuda
en la tienda”
6. De niña, a la derecha con pañuelo al cuello. Picnic en el Día del Estudiante (relacionado con “La
maestra de piano” y “Patti Lee”, de Sueño americano).
280
7.
8.
281
9. 10.
11.
282
12.
13.
283
14.
15. 16.
284
ÍNDICE
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
Cleofé (2017) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57