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Poesía reunida

EDICIONES EN DANZA

Imagen de tapa: Fotografía de Natalia Roca

© 2019, María Teresa Andruetto


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Andruetto, María Teresa


Poesía reunida / María Teresa Andruetto
1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : En Danza, 2019.
290 p. ; 22 x 15 cm.

ISBN XXXXXXXXXXX

1. Literatura. I. Título.
CDD A861
María Teresa Andruetto

Poesía reunida

SERIE NOTABLES
HABLAR DE MUJERES
La poesía de María Teresa Andruetto

Había una vez


Cerca de edificios de colores marfiles y azules con techos de
tres puntas entre flores gigantes de formas ojivales, bajo arcos de-
corados con mosaicos de filigranada geometría, había una mucha-
cha serena y blanca de ojos muy abiertos que se llevaba la mano al
corazón. La atravesaba el comienzo de un cuento infantil de María
Teresa Andruetto, un relato milenario, que comenzaba de nuevo,
sobre una mujer. Decía: “Había una vez, en un país lejano, una
mujer hermosa que entretenía al gran Visir contándole historias.
La mujer se llamaba Scheherezade y las historias que contaba eran
extrañas y misteriosas. Una de ellas comenzaba así:”.
Los dos puntos se abrían a otro comienzo al pasar la pági-
na, donde había una población cercada por un sendero oblongo,
con casas de techos redondeados púrpuras y blancos bajo un cielo
vagamente rosa que agitaba árboles como plumas de pavos reales
y donde una muchacha con un vestido rojo y un manto miraba de
soslayo con una mano en el corazón, mientras el cuento de María
Teresa Andruetto decía, después de los dos puntos: “Había una vez,
en un país hermoso, una mujer extraña que contaba historias. La
mujer se llamaba Anú y las historias que contaba eran misteriosas y
lejanas. Una de ellas comenzaba así:”.
Los dos puntos se abrían a otro comienzo al pasar la página,
donde había un cielo rojo y naranja sobre el que se perfilaban casti-
llos negros de techos puntiagudos como minas de lápices de grafito
junto a un río azul y en la orilla de enfrente se alzaban castillos
rosas y palmeras con hojas verticales como pinceles para acuarelas;

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entretanto, bajo oscuras arcadas y lienzos de encaje, una muchacha
con un vestido oscuro con círculos de bordados blancos miraba fi-
jamente al lector con una mano en el corazón, mientras el cuento de
María Teresa Andruetto seguía diciendo, después de los dos puntos:
“Había una vez, en un país extraño, una mujer lejana que contaba
historias. La mujer se llamaba Saläh y las historias que contaba eran
misteriosas, tan misteriosas como ella. De entre todas las historias
que contaba Saläh, había una que era su preferida. Comenzaba así:”.
Así se entrelaza indefinidamente el cuento que habla de
mujeres, Scheherezade y Anú y Saläh y luego Ghuta y Shu-
ra y otra vez Scheherezade, como un tejido de relatos: “Y
así fue que, esperando morir, ella contó más de mil cuentos.
Y en esos cuentos vivió para siempre”, se lee. De una a otra mujer,
todo recomienza, como un ritmo que no cesa, gira sobre sí y vuelve
a empezar. Andruetto lo sabe, como lo supieron tantos otros, como
lo sabía Walter Benjamin cuando escribió en “El narrador”: “La
musa de la narración sería esa mujer infatigable y divina [Mne-
mosyne] que anuda la red que forman a fin de cuentas todas sus
historias reunidas. Una se enlaza a la otra, como han gustado todos
los grandes narradores, y en particular los cuentistas orientales. En
el alma de cada uno de ellos hay una Scheherezade, que con cada
pasaje de sus historias se acuerda de otra historia”. Mnemosyne era
la personificación de la memoria en la mitología griega y Benjamin
la llamó “la musa de la épica”. Veía en el recuerdo el elemento ins-
pirador de la épica en el sentido más amplio, aquella memoria que
se transmite de generación en generación. Pero tanto en Mnemosy-
ne como en Scheherezade el hilo del relato se encarna en una figura
de mujer, como en aquel cuento de Andruetto que comienza una y
otra vez con aquellas muchachas.

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La lengua madre de todas
La escritura poética de María Teresa Andruetto –que no se
limita a un género literario sino que conlleva a menudo una actitud
poética– se forma menos en la lengua materna que en aquello que
llamó, hermosamente, la “lengua madre”. La lengua madre es una
lengua maternal, es decir, originaria, porque en ella se articula cier-
ta voz desinencial, remota y a la vez presente, de una mujer plural
en la que se entretejen todos los relatos, todas las memorias. La
metáfora del hilado, del hilo remoto que conforma esa trama, no es
ajena al estado de un texto. Esa urdimbre textual se devana en torno
de una mujer y ése es uno de los centros de sentido de toda la obra
artística de Andruetto. En su escritura la mujer “se hace un sitio”,
una y otra vez el topos de la narración, del cuento infantil, del en-
sayo y del poema hace lugar al hablar de las mujeres: las familiares
y las desconocidas, las abuelas y las madres y las hijas y las nietas,
las víctimas y las cuestionadas, las olvidadas y las ausentes, las
estridentes y las notables, las muertas y las vivas.
La poesía de Andruetto es su escritura de mayor concentra-
ción, el núcleo de su obra donde busca aquel ideal de su poética: ir
hacia “cierto orden secreto, de un orden propio, momentáneo y úni-
co”. Y esa poesía gira a menudo en torno de un nombre femenino,
de una voz de mujer, de una elección de género. Lo que se descubre
de aquel orden secreto es propio, intransferible, pero a la vez co-
munitario y social. A través de capas y capas de experiencias y de
recuerdos, en el hilo de los relatos como los que tejen Mnemosyne
o Scheherezade, aparece el habla de las mujeres como las guardia-
nas y a la vez las hacedoras de los hechos, cifrados en relatos, en
objetos, en espacios, en recuerdos, en vagas huellas que buscan sus
palabras.

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La poeta entona ese ritmo con una paciencia artesanal, re-
cóndita y amorosa, la entonación que se le da a una anécdota, a un
vocablo o incluso a un gesto, donde se resume una totalidad o una
serie, un ademán cualquiera como los de aquellos infinitos gestos
ínfimos que se remontan en el tiempo cuando, como se lee en la
novela Lengua madre, “repite gestos de su madre y de su abuela,
gestos que le llegan no sabe ella desde dónde, acaso desde cientos
de mujeres que vivieron antes”. Así su poesía habla del habla de
las mujeres anónimas (la extranjera; una niña y su madre; las ami-
gas de la abuela; “la impura, la enferma, la aislada de todos”; las
mujeres solas, donne sole que hablan de algún hombre, de “él”, de
Pavese). O bien, sobre todo, la poeta inscribe nombres de muje-
res: el primer texto de este conjunto se llama Rosa y como la rosa
del célebre epígrafe de Gertrude Stein (a rose is a rose is a rose),
el nombre repetido obra como un arquetipo mitológico y a la vez
como una diversidad. Cada Rosa nombrada es única y es todas en
una serie sin fin. Cada una de ellas podría estar padeciendo una
violencia, o tener “una voz ahogada en la boca, que da vueltas”, o
“la cicatriz en la boca / último asilo en la noche / y el corazón dando
vueltas / como un perro”; cada una podría sentir terror y temblor y
ser arrasada por el miedo y la vergüenza. Y todas las Rosas son, a
la vez, la singularidad y la serie: Rosa la Roja y Rosa la Santa, la
Rosa de Lorca y la Rosa de Sandro, la Rosa de Susques y la Rosa
de Lima, la Rosa rosina y la Rosa de Siena. Y como si ese nombre
del principio fundara una serie retrospectiva, se suceden todos los
nombres de mujer: Teresa, sin duda, y también Patti, Beatriz, Eva,
Melina, Julieta, Griselda, Ramonita, Erminda, Elizabeta, Tula. To-
das aquellas que nombra “como un mantra, dice, Francisca, Petro-
na, Arcadia, Laureana, Gregoria, Gioconda, Juana”. Y, en fin, Cleo-

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fé: la “señorita Cleofé”, la madre, “mi madre”, la sola y única, la
que duplica en su voz doble la lengua maternal, matricial, material:
María Cleofé Boglio.

Hablo con ella


Un ritmo es un tono, la voz es un ritmo, pero también una al-
ternancia de voces. La poesía de Andruetto está atravesada por esa
alternancia. Sin embargo no es un contrapunto, en el que cada voz
establece una réplica, sino un diálogo, pero en el sentido etimoló-
gico del vocablo: un logos, una palabra entre, a través de dos, deri-
vado propiamente de “yo hablo (légo) a través (diá) de algo”, como
afirma Joan Corominas –de esa misma raíz viene el vocablo dialec-
to, “manera de hablar”. La que habla en la poesía de Andruetto lo
hace a través de otra y es atravesada por otra. La apoteosis de este
modo se halla en Cleofé y en la sección “Conversaciones con mi
madre”, una singular obra maestra en la cual la voz de la hija y la
voz de la madre se con-funden en la grafía del poema, cuya tipo-
grafía distingue dos voces que dicen yo pero una sola música, mo-
dulada, de dos personas que en el poema se fusionan amorosamente
cuando una se desplaza a la otra en esa dádiva intercambiable: “Lo
mejor para vos, hija. / Y para vos, mamá”; “Me quedo aquí, mamá,
con tus manos / en las mías. Para las tuyas todo, / hija, nada para
las mías”; “Digo, dice”; “¿Quién sos? / La Tere / ¿Qué Tere? / La
Tere tuya”. Hasta llega al último poema, llamado “Cleofé”, que
dice “No sé quién soy, / no tengo nombre”, allí donde sólo se halla
la voz de la madre para que acaso persista, en su negación de sí, la
voz y el nombre de la hija, superpuesta en presencia tácita. ¿O aca-
so es la voz de la hija la que en el poema le da voz terminal a la ma-
dre antes de que la enfermedad titubeante arrase su memoria pero,

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aun así, persista en el poema siquiera como un eco desgarrado?
En su sensible presentación de este libro de Andruetto, el
poeta Osvaldo Bossi declaró: “¿Cuál es la voz de la madre y cuál la
voz de la hija? La voz de la poeta, en todo caso, no está, o está, pero
en un segundo plano, casi invisible. Dice Cleofé: No sé quién soy
/ no tengo nombre. Esas mismas palabras podrían ser atribuidas a
la poeta que, como dice Keats, es nada y es nadie y por eso mismo
puede correrse, prestar oído y escuchar las voces, los versos que
están en el aire y llevarlos después al papel, interfiriendo lo menos
posible”. Y Bossi se pregunta: “¿La lengua materna no es la lengua
de la hija también?”. La respuesta posible es que la lengua materna
es aquella que va olvidando la madre para dar lugar a una lengua
madre, en cuyo vacío se abre una matriz engendradora de todas
las voces de las mujeres que atraviesan aquel yo en el dialogismo
de su poesía, en el hablar a través de otra y en el previo acto de
prestar oído a su decir (“Yo sólo quería prestar oído / a tu corazón,
y así estuvimos las dos, / vos en la historia que se quebraba, / yo
en la voz que llegaba cada tanto”, dice un poema posterior). En la
lucidez involuntaria de su consciencia abandonada Cleofé llega a
decirlo todo, tal como se dicen esas frases luminosas en la bruma
de lo que parece indecible: “Las madres quieren manejar eso y las
hijas hacen una crítica. A veces a una le da bronca y en las otras
está el lenguaje”.
En las otras está el lenguaje, dice. ¿Y entonces no es el len-
guaje, bajo la forma de la lengua madre, la que habla en todas y
no es el lenguaje el que abre en todo el libro de Andruetto un arco
entre los dos nombres, Cleofé y Teresa? Esos nombres que son el
segundo nombre de cada una de ellas, porque el primero de ambas
es el mismo, es María. El segundo nombre (que tantas veces es el

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nombre secreto de las personas y correspondería así a ese orden
oculto que el poema quiere develar) es, en cambio, el de las voces
del diálogo: Cleofé y Teresa. La forma del poema en esta sección de
Cleofé favorece esa fluencia: los poemas más extensos son poesía
en prosa y en la continuidad de la frase se entrelazan las voces que
se distinguen mediante las itálicas. La que se inscribe “Teresa” tie-
ne el nombre de la autora, María Teresa, y a la vez lleva el nombre
del primer poema del libro, “Teresa”, así llamada en una genea-
logía: “Me pusieron Teresa / porque era el nombre de mi abuela /
y anduve por la vida / con mi nombre de vieja”, pero luego, en el
orden simbólico del nombre recibido, es reconocida como tal por
otros hombres, su padre y un “hombre de brazos fuertes y barba
oscura”. La que se inscribe “Cleofé” se reconoce con el nombre
de la madre real de María Teresa Andruetto en el poema, como si
fuera el verso mismo el que recordara de pronto pero, al hacerlo,
significativa y misteriosamente, se desdobla, se duplica en (la) otra:
“Claro, vos sos Cleofé. María Cleofé Boglio. ¡Te acordaste! Ahora
me acuerdo mientras hablo con ella”.

Digo, dice
Un ritmo y una forma poéticos no son meros recursos com-
positivos: son un modo de ver el mundo. En su propia forma, que
incluye la tipografía, la poesía de Andruetto dialoga con la otra.
Ese recurso ya había sido usado en Beatriz como otra forma de
fusión y a la vez de diálogo. Aquí “la otra” no es la madre sino una
poeta santafesina algo secreta y extraordinaria, Beatriz Vallejos. El
poema que surge del poema es aquí un diálogo entre los versos de
ambas poetas, pero asimismo de los sujetos del poema, dos yoes
que se con-funden y se fusionan –de nuevo no es un contrapunto

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sino una dualidad que se aduna en los versos: “palabras (o breves
frases) de Beatriz, en muchos casos intervenidas, a la vez que amal-
gamadas con las mías”, declaró Andruetto. Para ello la poeta usa
citas textuales de Vallejos que transcribe en itálicas, pero también
líneas propias “como si de citas se tratara”; asimismo, hay “pala-
bras de Beatriz intervenidas en romanas, más mis palabras también
en romanas”. Otra vez el poema se sostiene a dos voces y, a la vez,
mediante un sujeto imaginario suspendido en una figura de mujer
que constituye su otredad y continuamente afirmara: yo es otra.
La forma, otra vez, es intrínseca a la elección poética y de
nuevo la otra se fija en la incertidumbre, en la inconstancia de sí:
“nada soy todo soy” escribe Beatriz Vallejos en un poema de su
libro Donde termina el bosque, de 2000. En ese espacio del verso,
en ese hiato, algo se cuela para mutar el yo de una en otra, como lo
hace la poesía de Andruetto, que llega para hacerse eco y espejo,
trama y redoble, y cumplir aquel otro ideal de la poeta santafesi-
na, que escribe: “Poesía, si estás en mí / no te quedes en mí”. Y
tal como con la madre, cuando registraba el habla doble –“Digo,
dice”– aquí Andruetto registra “Escribe, digo, escribo” y une el hilo
del poema en el delicado collar de arena de la poeta (El collar de
arena es el nombre de la poesía reunida de Beatriz Vallejos y uno
de sus símbolos): “Anudo / mi palabra a la suya, como un collar /
de arena. Escribe, digo, / escribo. // Todavía”. En la poeta de San
José del Rincón, adonde Andruetto va a visitarla la primera vez en
2001 –la segunda fue en el 2004 en Rosario– reverbera también la
figura de una “madrecita” con la que se canta a dos voces, como en
el poema XII: “Cantemos / a dos voces // y una esperanza: // Árbol
de la esperanza / mantenla firme // ¿y qué es la esperanza / ma-
drecita mía?”. Los poemas van en zigzagueante genealogía matri-

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cial: de la madre Cleofé, pasando por la “madrecita” Beatriz, hasta
la “Marin’a” de Kodak (Marin’a es “madrecita” en piamontés, el
nombre que le daban a la bisabuela de Andruetto). Y si en Cleofé el
poema discurre a menudo en una apretada prosa que alterna grafías
en itálicas y redondas como indicio de la voz dual, en Beatriz los
poemas se espacializan de modo similar a la poesía de Vallejos. Y
los versos se miniaturizan, se esbozan levemente, como los juncos
y siriríes y garzas y pétalos y reverberos del Ubajay en palabras que
se amonedan con fulguración de blancos, con ese tono asordinado
y modesto de la poeta santafesina que se exalta en cada página por
su prístina concentración.

Polaroid y Kodak
En Ritos de la interpretación (Performing rites. On the value
of popular music, 1996), Simon Frith sugiere que en toda forma de
la canción popular, sin importar el género musical, la voz misma
del cantante es un “personaje”, una especie de disfraz en el cual se
proyecta su propia figura como una especie imaginaria, como una
personalidad creada, ya se trate –apunta Frith entre varios ejem-
plos– “de Frank Sinatra haciendo de él mismo una noche melan-
cólica en ‘One for my baby’; se trate, para ser más teatrales, de la
crónica del rock and roll de Patti Smith, ‘Horses’. ¿Pudo provenir
esta inmediata relación del recuerdo de aquellas doce fotografías
con la cámara Polaroid que Robert Mapplethorpe le sacó a Patti
Smith para la tapa de su primer disco incesante de 1975, Horses o,
mejor dicho, del recuerdo que Patti Smith registró acerca de aque-
lla fotografía en una página de su libro Éramos unos niños? En el
ático de un departamento que daba a la Quinta Avenida había un
prisma enorme que refractaba la luz y, antes de que se desvaneciera

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con el paso de las nubes, se dibujó un triángulo luminoso donde
Patti se detuvo. Ella tenía una chaqueta oscura, una corbata suelta,
una camisa blanca. “Me encanta la blancura de la camisa. ¿Puedes
quitarte la chaqueta?”, le dijo Robert. Se desvaneció el triángulo
de luz por un momento. “Me eché la chaqueta al hombro, como
Frank Sinatra. Estaba llena de referencias. Él estaba lleno de luz y
sombra”, recordó Patti. “Ha vuelto, dijo él, lo tengo.” “¿Cómo lo
sabes?”, dijo ella. “Lo sé.” Esa imagen indeleble del primer dis-
co de Patti Smith, Horses, se superpone para siempre a su voz de
furioso carraspeo que se ahonda y sale a la superficie como una
visión bajo un triángulo blanco. La primera canción del lado 1 del
vinilo es una versión de un tema de Van Morrison, se llama “Gloria
(in excelsis deo)”. La primera frase no pertenece al original, sino
a los primeros versos de un poema de Patti escrito en los setenta,
que se llama “Oath” (Juramento): “Jesus died for somebody’s sins
/ but not mine” (“Jesús murió por los pecados de alguien / no por
los míos”). La segunda canción se llama “Redondo beach” y habla
sobre una muchacha suicida. Todo eso está dicho (o cantado) otra
vez en el primer poema de Sueño americano, de María Teresa An-
druetto: “Patti S./1975/ Photograph by Robert Mapplethorpe”. Tal
como Patti Smith intervino con un cover la canción de Van Morri-
son, Andruetto hace un cover e interviene la obra de Patti Smith
con su poema: un cover de la voz como personaje, de la voz de otra
mujer sostenida por su imagen fotográfica y por la historia que la
fotografía oculta y a la vez revela. El epígrafe del libro pertenece a
otra canción de Patti Smith. Dice: “Listen to my story. Got two tales
to tell. / One of fallen glory. One of vanity” (Escucha mi historia.
Tengo dos cuentos que contar. / Uno es de gloria perdida. Otro de
vanidad). Son versos de “1959”, tema de un disco posterior, Peace

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and Noise (las citas y epígrafes elegidos por Andruetto, que abun-
dan en toda su obra, suelen ser hallazgos bellísimos y revelan una
lectora sensible en extremo).
Otro poema del libro se llama: “Teresa A./1975/ Foto de ar-
chivo”. De Patti S. a Teresa A. hay un desplazamiento y una dupli-
cación. Hay otra fotografía del mismo año, 1975; hay otra mucha-
cha y hay alguien que la fotografía; hay, como reza el epígrafe del
libro, alguna inocente vanidad en fotografiarse para preservar una
magia y una belleza posibles; hay, al mismo tiempo, algo que ya
ha sido, una gloria instantánea pero perdida para siempre: “Quiero
una foto que haga historia, dije, y vos hiciste ésa / donde me veo
todavía sin dolor”. Todo el libro se sostiene en esa dualidad entre
ambos nombres de mujer: la fotografía proporciona un suceso pero
el poema lo refiere. Para que el pasado tome su lugar incandescente,
ahora la instantánea es el recurso aunque la fotografía ya no esté
sino su potencia, el poema como relato de un acontecer, la voz de
la otra –célebre, icónica– para que le proporcione un espesor mito-
lógico. En los años setenta la cámara Polaroid resumía ese carácter
inmediato, urgente, donde la pose se arranca al tiempo con premu-
ra. El poema “Polaroid” dice que el tiempo de esos poemas es el del
presente veloz, y esa velocidad atemoriza: “Los pueblos primitivos
/ temen que las fotos los despojen / de su identidad. También yo
tengo / un vago temor a la cámara. / No tanto a la kodak / que tarda
en revelarme, más a la / polaroid que despide tu imagen / de mí
en segundos”. La verdadera oposición que ofrece ese poema no es
con la fotografía, sino con lo que evocan los poemas de otro libro
de Andruetto llamado Kodak. La cámara Kodak no revela lo que
hacía la Polaroid –aspiración a ser como la otra, como la rocker,
para cambiar la experiencia de sí hacia un mundo nuevo y superar

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el dolor de la ausencia en lo inmediato–: la Kodak arraiga en la ex-
periencia fija de los antenati, de los antepasados. La Polaroid es la
cámara de la hija y donde el poema la obtura se obtiene la imagen
de aquello que la joven ha visto por sí misma con su ojo vívido, an-
sioso de mutaciones; la Kodak es la cámara paterna y el diafragma
apresa lentamente un tiempo que vieron otros, los muertos.
El poema “Kodak”, del libro homónimo de Andruetto, dice:
“Yo miraba, / tras la lente de una Kodak / con la que él sacó fotos
de la guerra, / antes que la muerte disolviera / sus pupilas y delega-
ra en mis ojos / el dolor de mirarme devastada / por la ausencia”.
Este poema es una reescritura de un poema anterior, que en este
volumen se halla hacia el final, pero cronológicamente corresponde
a un inicio, en la sección llamada Réquiem. El réquiem es una ora-
ción por los difuntos y así la primera versión del poema “Kodak”
clarifica el carácter tanático de la fotografía junto a la marca de
una mirada paterna. Donde la segunda versión del poema dice “Yo
miraba”, la primera dice “Los miraba” y, en tanto la segunda dice
“tras la lente de la Kodak / con la que él sacó fotos de la guerra”, la
primera dice “tras la lente de la Kodak / con la que padre / registró
la guerra”. Con tal registro la fotografía asume con plenitud lo que
Roland Barthes llamó, en La cámara lúcida, la “muerte llana”: ante
el retroceso de los ritos en la sociedad moderna, al margen de la
religión, la fotografía correspondería a una “inmersión brusca en
la Muerte literal. Vida/Muerte: el paradigma se reduce a un simple
clic del disparador, el que separa la pose inicial del papel final”.
El poema de Andruetto toma la fotografía como una metáfora de
un retorno: si en ella está lo que ha sido, si lo que estuvo frente al
objetivo estuvo vivo siquiera en el instante previo a la muerte, el
poema puede relatar lo mirado a través de la cámara que encuadra

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y detiene la disolución de la experiencia, pero también atestigua el
paso del tiempo destructor, la guerra del tiempo. La mirada ausente
del padre muerto deja, por delegación, el campo de la mirada filial
para abrir el álbum de familia.
Los poemas de Kodak y el poema “Kodak”, después del cual
están las fotos familiares, quieren para sí la contundencia de las
fotografías del final del libro, como si fueran su prueba palpable,
su correlato: los poemas serían la genuina mostración de lo que ha
sido y las fotografías su referente, para que nada ni nadie termine
de morir. Por ello en los epígrafes de las fotografías de la fami-
lia Andruetto hay cruzadas referencias a los poemas. Por ejemplo:
“Foto 5: a los nueve años, junto a su madre y hermanos, José (Bep-
pe) y Ana, fallecida joven, cuya memoria sobrevuela los poemas
de Kodak, en especial ‘Hamaca’, ‘Casa con palmeras’, ‘Carta’ y
‘Desnuda en la tienda’”.
En el poema “En casa” Andruetto escribió que “las verdades
no son sino antiguas metáforas” pero una página antes, en el poema
“Non fiction”, escribió que las placas fotográficas estampadas por
la luz son “Mapas detallados de lo real, para apresar / una verdad,
en la que un resto de magia / permanece”. De ambos versos se de-
duce que los poemas son imágenes de la experiencia vivida, lo que
resta en la luz del sentido, en los signos, todo lo que puede conser-
varse de los hechos reales. Porque sólo la imagen poética garantiza
el incremento de lo real y también su melancolía allí donde alguien
miró. Por eso los extraordinarios poemas de la infancia en Kodak
tienen el aire brillante de las imágenes satinadas de las fotografías
familiares: quieren para sí la fuerza de un mito personal. Pero son
también un réquiem y una redención y giran en torno de otra mujer,
la “fallecida joven” de las fotografías, la que no está y atraviesa otra

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vez la voz del poema como otra interlocutora, el tú del enunciado
poético: Ana Andruetto, hermana de la poeta, que murió de cáncer
y a cuya memoria está dedicado el libro. El poema “Desnuda en la
tienda” logra evocar el cuerpo de la enferma que se quita la ropa y
también lo que el mal ha quitado, para luego vestirlo otra vez de vo-
cablos que nombran y sustantivan la pérdida. “Estas huellas espec-
trales, las fotografías –explica Susan Sontag en Sobre la fotogra-
fía–, constituyen la presencia vicaria de los parientes dispersos. El
álbum familiar se compone generalmente de la familia extendida, y
a menudo es lo único que ha quedado de ella.” La mirada de la poe-
ta sobre sí misma, luego la del pintor (“El secreto de Rembrandt”)
o la del fotógrafo no son más que lances del ojo ante la luz para que
en la palabra poética se materialice lo invisible, lo que desvaneció
el tiempo y desafía a la muerte y al olvido.

Retorno al inicio
Andruetto halló en la literatura de Cesare Pavese la redención
del réquiem, el ritmo de la poesía-racconto –el “poema-relato”– y
la teoría del mito como retorno. Pero también la muerte, porque su
voz y su imagen se unían a la del padre en el Piamonte, en Torino,
al finalizar la guerra en la ciudad destruida: “Porque decir Pavese es
también nombrar la muerte, los muertos que heredamos, la propia
muerte, su presencia constante en la memoria”, escribe. La poeta
tuvo que encontrar el modo de conjurar aquella mirada mortuoria
cuando asume la genealogía familiar, que es también la lengua ma-
dre cruzada por los ritmos hondos del dialecto piamontés, el que
trae consigo los relatos de lo que nunca se vio.
En el encuentro con la literatura de Pavese, como en todos
lo que refiere la escritura de Andruetto, hay una anécdota de gran

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fuerza estética y a la vez de intenso contenido simbólico. Romualdo
Andruetto, el padre de la poeta, fue desertor del ejército fascista y
luego partisano en Ghio, para emigrar a la Argentina después de
la guerra, en 1948. Cuando su hija descubrió a Pavese le dijo a su
padre que había leído a un escritor piamontés de ese nombre “que
parece que hablara de nosotros”. Increíblemente, su padre recorda-
ba haberlo visto: “Yo lo conocí, me lo presentó Lucia Neiroti, una
prima mía pariente del beato Neiroti, ese al que le nació un lirio en
el pecho, y medio pariente de los Pavese. Fue en Torino, cuando
terminó la guerra, lo vimos venir con dos perros dálmatas, a la al-
tura de la caserma”. Ese recuerdo conforma las “Dos versiones de
un poema a Pavese” y también el prefacio del libro, una especie de
manifiesto. El contenido de ese prefacio corresponde a la memoria
del padre, pero luego la voz paterna es referida con las mismas
palabras con las que se menta al tío llegado de las islas del sur a
su pueblo natal de Le Langhe en el gran poema de Pavese “Los
mares del sur”, donde se reconoce, eco de ecos, la voz antigua de
los antepasados: “Cada vez que leo a Pavese vuelven los perros, la
ciudad devastada, los partisanos de Ghio, la guerra, mi padre que
recuerda, la voz que un día tuvo el padre de mi padre y cada uno de
los muertos de la sangre”, escribe Andruetto.
En el final la autora asume en su dicción el poema-relato de
Pavese, es decir, la narratividad de los hechos recordados en un
ritmo propio que desdeñaba la fijación de metros tradicionales pero
conservaba una cierta modulación, una cadencia que hallaba final-
mente algunos patrones (la crítica observó en Pavese el habitual
uso de un verso con una fuerte cesura entre dos hemistiquios: el
primero en general heptasílabo y el segundo, más variable, hexasí-
labo o eneasílabo y, a veces, otro heptasílabo). Andruetto no sigue

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estrictamente el ritmo de Pavese pero sí un cadencioso ritmo de
relato y una sintaxis tersa que refiere una anécdota, un mundo de
objetos cotidianos, un paisaje que reverbera. El poema “Ritorne-
llo”, incluido en Cleofé, sin embargo –donde aparece el padre–,
produce una cadencia de versos encabalgados donde resuena sote-
rrada la música de Pavese, que es decir la greda del Piamonte bajo
el humus cordobés de la tonalidad de Andruetto. En el poema “Las
amigas de la abuela” también está ese ritmo cerrado del piamontés
y en los nombres de los hombres flacos: “Geppo,Vigü, / Gennio,
Chiquinot”.
En el ritornello, todo ritmo del verso es un regreso, una vuel-
ta. Y lo que vuelve en Pavese, dice la poeta, es aquello que se es-
cuchó en la niñez y entonces no se podía contar. El sujeto autoral
de Pavese y otros poemas, que ahora tiene cuarenta años y como el
tío de “Los mares del sur” regresa y halla “todo nuevo”, es el que
retorna en la memoria. La nostalgia se hereda, las memorias de los
otros están inscritas en el texto: “Nostalgia del que quiere volver
pero no vuelve, del que no quiere volver sino en el mito... nostalgia
de trazos de vida en la memoria heredada de otros, porque lo que
se añora es un lugar emocional que ya no existe”, afirma Andruetto.
En la vida no hay retorno, escribe Pavese en su Diario. Pero aca-
so por eso mismo elabora la teoría del mito poético –que tiene la
misma fuerza imaginaria de la teoría del placer en Leopardi. Se
trata de los mitos personales del poeta que componen las diversas
imágenes que brillan en la consciencia artística y que se formalizan
en la obra. Cada mito personal, vivido como un absoluto, siempre
se torna histórico y es también una respuesta en la historia, en la
sociedad, en la cultura de su tiempo. El ritmo del poema de Pave-
se sostiene el mito como vuelta en la memoria: “Precisamente en

22
la memoria se celebra la repetibilidad de estos mitos, su unicidad
siempre renovada. En su reflorecer extático, está abolida mítica-
mente la ley del tiempo. (…). Hacer poesía significa llevar a su evi-
dencia y concreción fantástica un germen mítico”, escribe Pavese
en su ensayo “El mito”, de 1950, es decir, escrito unos meses antes
de su suicidio. Ese fondo de muerte vuelve más luminosa la teoría
del mito poético, porque se arraiga en lo que se derrumba.
Andruetto ha aprendido todo esto de él, pero en cierto modo
lo niega, mejor dicho, lo supera en otro relato que le superpone, con
otra voz y otro acto. Algo del orden masculino que hay en aquel
sentimiento (“decir Pavese es nombrar la muerte, los muertos que
heredamos”) se desvía, se desdice con otro decir. No debe olvidar-
se que el ritornello de la memoria cuenta con el don de la lengua
madre. La poeta contó que al leerle a su madre los poemas sobre
Pavese con el recuerdo de su padre en Torino al ver al poeta atra-
vesando la calle con dos perros dálmatas, María Cleofé la corrige:
“No es así, me dijo, no fue en Torino, fue en Roma, y trae el álbum
de fotos y me muestra una fotografía en blanco y negro donde se ve
a mi padre joven y a su prima vestida de oscuro, con el fondo de la
plaza San Pedro. Fue esta tarde, dice señalando la foto. ¿Cómo sa-
bés que fue esa tarde?, pregunto. Porque ese día que le contaste que
habías descubierto a Pavese, cuando te volviste a Córdoba buscó la
foto y me dijo todo”.

Alimento y palabra
La enmienda de la madre es una reescritura del inicio, la
variante de la novela familiar. Esta lengua madre está hecha del
piamontés desaprendido en el ritmo extranjero del español de la
provincia y en la intimidad de la lengua de las otras –“la lengua

23
que se hablan las mujeres cuando nadie las escucha para corregir-
las”, como dice el epígrafe de Hélène Cixous. Pavese decía que en
la ceniza de los días “hay un arder como de brasas de los núcleos
míticos personales”. Las palabras de Andruetto arden al rescoldo de
la lengua madre. El padre les leía a Giovanni Pascoli en la luz de la
mañana. La hija no lee a Pascoli nostálgicamente sino hace como
él, escribe poemas que son recetas, como los tercetos que escribió
para definir el riguroso risotto romagnolo que le preparaba Mariù:
“(…) Ella ha tritato un poco / di cipolline in un tegame puro.//
V’ha messo il burro del color di croco / e zafferano (è di Milano!):
a lungo / quindi ha lasciato il suo cibrèo sul fuoco. // Tu mi dirai:
‘Burro e cipolle?’. Aggiungo / che v’era ancora qualche fegatino /
di pollo, qualche buzzo, qualche fungo. // (…) // Poi v’ha spremu-
to qualche pomodoro; / ha lasciato covare chiotto chiotto / in fin
c’ha preso un chiaro color d’oro. // Soltanto allora ella v’ha dentro
cotto / Il riso crudo, come dici tu. / Già suona mezzogiorno… ecco
il risotto / romagnolesco che mi fa Mariù”*. El libro Palabras al
rescoldo está dedicado, en primer lugar, a la madre, llamada “ali-
mento y palabra”.
Andruetto produce una reversión de la futuridad: la muerte
no vendrá, como en el poema de Pavese, para tener tus ojos: la
muerte ya ha venido y está en la ausencia de los ojos deshechos que
un día captaron la apoteosis del final de la guerra antes de emigrar a

* “(…) Ella ha picado un poco / de cebolla en la cazuela // Y le echa manteca del


color del croco / y el azafrán (¡que es de Milán!): un buen rato / deja esta mezcla
al fuego. // Tú me dirás ‘¿manteca y cebolla?’. Pero le agrega / además algún
higadito / de pollo, algún menudo, algún hongo. // (…). Luego le añade un poco
de tomate / y lo deja cocer bien despacito / hasta que al fin tiene un color de oro
claro. // Y recién entonces le echa adentro / el arroz crudo, como dices tú. /. Ya
suena el mediodía… está el risotto / romañol que me hizo Mariú.”

24
la Argentina. Atravesando una ascesis de la ausencia, la hija asume
el poema futuro cuando se apropia de la lengua madre, cuyas pala-
bras no son ceniza, sino “palabras al rescoldo”, es decir, lenguaje a
la lumbre del hogar allí mismo donde una mujer brinda el alimento,
vocablo nutricio, matricial, originario. Alimento y palabra. En otro
poema el padre también habla para ausentarse de nuevo, para ma-
nifestar su incapacidad trémula en ese espacio: “No puedo hacer
nada si no / está aquí tu madre, es cuestión de mujeres / los hijos,
la casa. Son cuestiones del hombre / no saber hacer nada. Un día
serás grande, / tendrás un marido, sabrás lo que pasa”. Los poe-
mas de Anduretto, en cambio, saben hacer, ejercitan en el recetario
lírico el nombre elemental de la materia: lo maternal es material y a
la vez comunional. El arroz con alcachofas, las natillas perfumadas,
los tallarines al pesto, el conejo a la cazadora, los higos en almíbar,
los berros, el pan, el mate con hierbabuena… Cuando se lee la lista
de tisanas, las “agüitas de remedio”, el catálogo produce un efecto
de exhaustiva totalidad. La vida es sustantiva, el nombre sensorial,
el decir goloso. Y al fin todo se une en el crisol de la lengua que
alimenta: la receta de la bagna cauda “traducida del piamontés”. Ya
lo decía Cavour: “Parla come mangi!” (“¡Habla como comes!”).
Entre el réquiem y el poema, el ritual del comer. Metáfora de la
postergación de la muerte, la vida se dice en las fantasías del gusto.

Retorno, capa tras capa, al origen desplazado. El orden de


un libro no es una dispositio sino un modelo del tiempo poético.
Andruetto eligió presentar todos sus libros desde los últimos hasta
los primeros, inversamente al orden cronológico de su composi-
ción. Su modelo temporal en miniatura es el que ofrece el poema
“Genealogía”, donde se cuenta cada momento vital y luego el que

25
estaba antes y después el que estaba antes y así siguiendo hasta dar
con una fotografía que amoneda el mito de la ascendencia materna:
la madre de la madre de la madre de la madre hasta ver a aquella
mujer algo borrosa y delgada, con ojos mitológicos de profundidad
animal como los ojos de una diosa. Así la poesía de Andruetto re-
gresa al origen de todos los relatos donde debe hallarse la voz de
Scheherezade, el habla de una mujer que burla y dilata la muerte
con belleza, que conjura la violencia y celebra y alimenta, la que
urde la trama de todas las historias y cuenta cada día y canta los
días.

Jorge Monteleone

26
El oficio debe entrar en la sangre para que sirva.
Extraño oficio. Syria Poletti
Últimos poemas
(2018/2019)
Rosa*

*Inédito
Rose is a rose is a rose is a rose
Gertrude Stein
1.

Una mujer pequeña/una buena esposa/una voz ahogada en la boca/


que da vueltas

Por si alguien manda.

Olvidarlo todo/encontrar a la niña guarra/a su corazón desnudo/


maldita suerte de nadie/Como un mundo perdido/el temor/el tem-
blor/la estúpida risa/dócil la cerviz

Por si alguien manda.

35
2.

Ayúdame rosa blanca/que no se atrevan/rosa del huerto/ayúdame a


ponerme de pie

Desde el suelo

Árboles/piedras/ayuden a este corazón/ayúdalo madre mía/que no


hay agujero donde esconder el miedo

En los torrentes del cielo

Como una mujer que soporta/las cosas ancladas/el asilo en la noche


sin puerta/la luz que empezó a hacerse tierna

Olvidada de todo, durmiendo

Reza/la buena niña de los cuentos/su terror/su temblor/su piel de


loza/su lirio de agua

Dígalo todo mi niña

Que yo robaré las cañas/le inventaré un son/niña guarra/Vuelve la


vida a temblar/como un barco/Una mujer baja del pedestal/no se
vuelve/a mirar nada/era una flor de abismo

Y nos animamos

Saltemos juntas/ahora/por la puerta o la ventana/con ardor en la


frente/y en la boca una granada.

36
3.

Que nadie se atreva a decirle nada/


a mi rosa sola/rosa del huerto donde esconder el miedo/
Ella soporta la lluvia/los árboles/las piedras/
y los tormentos del suelo.

Rosa mía del huerto/no hay agujero donde esconder el miedo/


ni hay alegría para seguir viviendo/Yo quisiera estar de pie/
como una mujer que se levanta del tedio/
pero esta casa no tiene aleros/ni tiene torrentes el cielo/
están las cosas ancladas y todo llueve hacia adentro/
la cicatriz en la boca/último asilo en la noche/
y el corazón dando vueltas/como un perro.

Cómo olvidar/el cuerpo y la vergüenza/cómo rezarle a la niña/


hasta que la luz se haga tierna/Era una flor de abismo y la encerra-
ron/saltemos juntas/ahora/rosa de nadie/con los dormidos del suelo/
y los de estómago lleno/No debieras hacer nada/nada que no hayas
hecho/nada madre de espuma/niña de piedra y agua/
toda de carne o de barro.

Vuélvase a su sitio/dicen en la calle/pero ya no se vuelve/hija/


Una mujer que baja del pedestal/no mira atrás/anda sobre la tierra/
y eso da miedo/su piel como un cuchillo/
o como un barco.

37
4.

Rosa/

Rosa Rosina/Rosa Josefa/Rosa de Lorca/madre soltera/Rosa primera

Roja rosa de Stein

Como blanca diosa/como flor hermosa/su lluvia de pétalos/sus ojos


oscuros/su nombre de pobre

América y rosas

Ay Rosa rosina/ay Rosa Josefa/ay rosa de sangre/ay rosa de Siena/


el rojo en las venas/Que viva la rosa/espinosa/mugrosa/la delicada
rosa/la aparatosa

Rosa la Roja

Vieja/puerca/coja/nuestra Rosa/en la quebrada/desolada/pisoteada


rosa/que desbroza/a todas las rosas

Rosario

Perfuma espinosa/la rosa mística/la torre ebúrnea/el ronroneo/la


rosquita de pan/rodocrosita/toda reina/toda renga/rosa sola/torren-
tosa/de Lima/de Susques/de Lorca

38
5.

Dejá de cantarle a la Rosa/


che/
hacé que florezca.

39
Del mismo pan, la misma leche*

*Inédito
Hay una lengua que yo hablo
o que me habla en todas las lenguas.
Hélène Cixous
Versos de hospital

Un amigo estuvo internado/por una operación extraña/por primera


vez me asomé/al mundo de los enfermeros/dice/a la crueldad de los
hospitales.

También yo ingresé a emergencia hospitalaria/con un palpitar men-


guado/Así dijeron los médicos/y me pusieron en la zurda/una pe-
queña máquina.

Mundo de los enfermeros.

Recuerdo al que me cuidaba/No quería orinar ante sus ojos/ni que


viera el pelo de mi pubis/pero él dijo/Es mi trabajo, madre y me
lavó las partes con merthiolate/El muchacho empezaba a ser hom-
bre/los ojos achinados como rajas/Vine a Córdoba a estudiar/dijo/
era de un pueblo de Salta/es mi trabajo, madre/no podía levantar-
me.

Crueldad de los hospitales.

Yo en una cama/otra mujer en la otra cama/amigas por esos días/Él


le dijo al poner la chata/hay sangre, ¿está menstruando?/A ella le
dio vergüenza/se me adelantó la regla... perdoname/No se preocu-
pe/dijo el muchacho.

No se preocupe, madre.

De azul hielo en la noche/el televisor encendido/y nosotras en un


barco/a merced de aquel muchacho/que limpiaba nuestra sangre/y
nuestras babas.
Así es nuestro trabajo/dijo/y nosotras/coloradas de vergüenza/
diciendo y diciendo/
Gracias

45
Volvías del colegio
A Juana

Volvías del colegio


y me hablabas de los griegos,
mientras yo preparaba la comida.
Yocasta, Alcestes, Medea, Ariadna,
Afrodita. Electra, Athenas, Artemisa,
tremendas de pie sobre sí mismas
arrojaban al aire su moneda. Ismene
temerosa quería disuadirte, no le digas
a nadie, mi hermanita. Antígona
gritaba buscándose a sí misma.
Y vos, con los ojos azorados, la voz
todavía en su capullo, ¿se puede?,
me decías.

46
Ha visto

Ha visto la luna temblando sobre el Po en el agua


que se ondula, y en la noche de allá lejos los yuyales,
las chicharras, sentaditas con su hermana en unos sillones
de jardín que chirriaban. Y vio una ciudad dorada y escuchó
sobre el Moldava conversaciones animosas sin entender nada.
Y una escena perfecta con su padre en el patio de una casa
de la que pronto se fueron y la mudanza a otra casa, ella llevando
un gato y su hermanita una pelela en la mano. El gato
se llamaba Geppo y dormía junto al brasero. Vio también allá
en el sur una ciudad con palafitos y en el norte una sobre agua
y otra toda de sal prendida a una barranca. Y una ciudad rosada
como un labio y los últimos damascos del verano y una tropilla
La desamparada corriendo sin bocado por el campo y una niña
tan pequeña que cabía en la palma de una mano. Ha visto
los basurales, las barracas del hambre y los puppi sicilianos,
y el sol hundiéndose en los maizales, tristeza de puro rojo
sobre la pampa. Animales como troncos manando hilos
de sangre y un camino de penurias cuando ya ha caído
el rayo. Por limitada que sea la vida de cada uno, hay
un rebaño invisible que come pasto en la noche
estrellada.

47
Sangra

La impura, la enferma,
la aislada de todos, sangra.
Sangra y sana. No es milagro,
dueña de sí toca el borde
de su manto y sana, la extranjera.
La hereje tiene hambre, también
los perros comen las migajas,
dice la que vive entre perros,
y da de comer.

48
Una mujer y un caballo
A Catalina

Cierto día, en un campo de allá lejos


una yegua se preñó y al potrillo que le vino
lo llamaron Milagrito. Una mujer tira de las riendas
con la pollera desprolija entre las patas. Sostiene
lo que está en el lomo y en la grupa. Primero
ensilló el caballo, después le dio de comer,
antes lo vio asomarse (grácil, delicado)
entre las patas de su madre.

En el incendio de los maizales


y en las espinas de los tunales
una mujer y un caballo
se sostienen.

49
Prestar oído
A mi madre

Yo sólo quería prestar oído


a tu corazón, y así estuvimos las dos,
vos en la historia que se quebraba,
yo en la voz que llega cada tanto
para sentir en carne viva
que toda madre lleva una mujer
colgada al cuello*

*Sharon Olds

50
En la cápsula del tiempo
A Preta

En la mañana de este mes de enero, viene


mi nieta a visitarme. Tiene tres años esta niña,
juntamos huevos en el gallinero después que canta
la gallina, les damos de comer a los conejos,
buscamos tomates en la huerta (sólo los rojos
o pintones) y encontramos una calabaza pequeña
y otra grande, ésta es la madre, dice. Cocinamos
después para el abuelo y en la tarde viajamos
en un barco de piratas. Ha encontrado un tubo
de cartón y me pide que llame a los marinos.
Sos pirata de mi barco, dice, y yo soy la capitana.
Yo grito ¡A estribor, mis marineros!
Y al servicio de Usted,
mi capitana.

51
Del mismo pan, la misma leche

¿Cómo está tu mamita?, me decía


y yo, muy perdida, tía, muy perdida.
Después mi madre murió
y ahora murió ella
y yo aquí, en la casa
muy perdida.

52
Genealogía

Tengo una foto del casamiento de mis padres,


él con traje oscuro y el pelo peinado a la gomina. Ella
de trajecito claro y una boina (con un moño grande, a cuadros),
la sonrisa perfecta, los ojos bajos, una cartera pequeña
en una mano (la otra mano enlazada a la mano de mi padre).
Con los ojos renegridos y las cejas grandes, a él parecen
molestarle los reflejos del sol en esa tarde. Sé que es abril,
que están frente a la plaza, la sombra de sus cuerpos
se estira en el mosaico, hacia la tapia.

Ella lleva debajo una blusa blanca. Antes


de esa tarde, vendió una cadena de oro de su abuela
para hacerse el anillo de bodas. Si te gusta el oro,
no soy hombre para vos, dijo mi padre.

Antes, mi padre le dio un echarpe de su madre, de color azul


y grana. Si nos dejamos lo quiero de regreso, es un recuerdo
de la madre de mi madre.

Antes, un hombre golpeó la puerta de la casa de mi abuela,


allá en el pueblo, buscando a una amiga de su madre
y se encontró con mi madre.

Antes, ese hombre que venía de otro mundo,


le pidió a mi madre que fuera a la ciudad para conocerla,
pero mi madre le dijo que una buena chica no se movía
de su casa.

Antes mi madre juró y juró que no se casaría con nadie.

53
Era hermosa como una potranca en la llanura y enseñaba
a leer con un peinado de trenzas recogidas.

Antes su madre se inclinó a fregar junto al arroyo


para alimentar a los hijos y al marido, y antes de eso
se le enfermó el marido. Era un hombre flaco como un pájaro
que no podía oler la sopa de porotos, ni la flor del paraíso,
ni el heno que enfardaba ni las hojas satinadas
de los plátanos. Íbamos a verlos los domingos, mi madre
nos llevaba; hablaban piamontés en una casa oscura,
con piso de ladrillos y un patio con glicinas.

Antes los padres de mi madre emparvaban alfalfa


en Campo Yucat y antes la madre de mi madre
tuvo a su primer hijo cuando era apenas una niña.

Antes, su madre casó a la hija casi niña con un hombre


bueno, el más bueno que encontré, decía,
sin preguntarle a esa niña nada.

Antes la madre de la madre de mi madre viajó con su hija


pequeña en la bodega de un barco y después atravesó los campos
como una peregrina, detrás de una máquina de trilla;
y antes escapó de su pueblo con su hija, para que no la casaran
con un hermano del marido.

Antes, en un lugar llamado Casas Viejas, se le murió el marido


y ella se ató un cilicio en la cintura. Cuando yo era niña,
aún vivía, aferrada a un misal y un relicario con pelos
de Santa Cecilia. Era poco agraciada la madre de mi abuela,
la cara angulosa, los ojos hundidos, la boca, pero alguna vez
fue joven y robusta, un animal para el trabajo
cuando conoció al marido.

54
Antes ella no tuvo padre y juró que si tenía hijos,
los hijos tendrían otra vida. Y antes fregó los suelos
de una iglesia y fregando conoció los libros. Los evangelios,
La Filotea, La vida de Santa Cecilia (y se escondió en el pecho,
tal vez robada, esa reliquia, unos pelos de la santa
en una cajita)

Antes fue campesina y ayudó a su madre a cuidar dos vacas


que tenían y antes su madre arrancó raíces
de entre las piedras, para alimentarla.

Encontré una foto de esa mujer, una foto borrosa,


amarillenta. Dijo mi madre que le dijeron
que la sacó el cura de Casas Viejas. Es la foto de una campesina
joven, ya con la espalda curva, una mujer muy flaca,
con la quijada hacia adelante, husmeando como un perro
y los ojos, ay los ojos, tan despiertos, como una rata
o una ardilla, ojos alertas como los de una perdiz
o los de un tero.

55
Cleofé
Mujer colgada al cuello
cada/madre/lleva una mujer colgada al cuello
Sharon Olds
Teresa

Me pusieron Teresa
porque era el nombre
de mi abuela y anduve por la vida
con mi nombre de vieja. Es un nombre
de santas y de reinas pero a mí no me gustaban
las santas ni las reinas. Yo quería un nombre
breve, un nombre leve
y no este nombre de cristiana nueva. Mi buena
Teresita, era la frase de mi padre, pero yo no
quería ser pequeña, hasta que un hombre
de brazos fuertes, de barba oscura dijo
mi abuela se llamaba Teresa, mi
hermana se llamaba Teresa, mi
primera maestra se llamaba
Teresa, ¿cómo te podría
olvidar?

63
Un amigo me escribe desde Siria
a Pablo Sigismondi

Un amigo me escribe desde Siria,


dice pronto esta noche infernal
terminará y volveremos a caminar
sobre cadáveres. Recibo su mensaje
en la casa de la hija de otro amigo,
que ha cumplido quince. Somos viejos
los invitados a la fiesta; alguien canta
coplas, cantos cimarrones, montañeses,
que aprendió en los valles calchaquíes.
La mujer se llama Eva y le dedica sus coplas
a la niña que está cabeza baja mirando
el celular. También yo estoy cabeza baja,
tengo otro mensaje desde Siria, fui a
Maalula a ver a mi familia. No puedo
contarle esto a mi madre, este luto, este
dolor, Dios cubra a mi tierra con su manto.
La copla sale de la garganta de Eva, su
falsete es un grito que llega a Siria,
mientras la chica dice dale papá,
pongan música buena, que esto
está muy triste.

64
Con mi hija, en auto
A Josefina

Íbamos con tu hija durmiendo


en el asiento de atrás, hablando las dos
de un modo nuevo sobre cómo lo real
atraviesa la experiencia del cuerpo
y de la psiquis. ¿Estás cansada?,
pregunté y enseguida pensé que había
hablado por demás. En otros tiempos
reprochabas no hables fuerte, no hables
tanto, no hagas gestos, pero anoche,
en la oscuridad del camino que va a casa,
preguntaste por mis partos, mis puerperios,
y yo te conté de aquella noche
llegando más muerta que viva al hospital.
Largué lo que tenía atascado en la garganta
y vos dijiste a mí si me hacen eso, los mato,
te juro que los mato. Hablábamos las dos
de un modo nuevo, en medio del camino,
con tu hija durmiendo en el asiento
de atrás. Entonces me contaste
lo que habías leído, que todo el dolor
que guarda el útero se sana en los hijos
de los hijos, y la resaca que guardaba
se fue limpiando entre los saltos
del auto sobre el ripio.

65
Señora en un geriátrico

Tengo un chico en la panza,


estoy de cuatro meses. Nadie me cree
porque tengo 79 años, pero con los rayos X
se puede comprobar. Mi nieta Melina
abortó y me lo pusieron a mí. Y ahora
yo no sé qué hacer, quién lo va a criar.
¿Por qué me lo pusieron a mí?

66
Silencio de radio

Una mujer dice


que una banda de narcos
secuestró a su hijo, un muchacho
con cierto retraso. Cuando el hijo
quiso escapar, los narcos
lo convirtieron en alimento
para perros.
Eso dice.

¿Qué espera de la justicia?,


pregunta el locutor.

La madre llora por la radio,


difícil tapar ese silencio
con fondo de sollozos, No había
ido a la escuela pero en estos años
me recibí de abogada, no quiero
que esos perros estén libres.

Eso dice,
mientras espera, con la impiedad
a cuestas, la vida salpicada de sangre,
la piedra asesina, el plumerío
en el aire.

67
El paraíso es un árbol

De chica imaginaba el paraíso


como un árbol más grande que los reales,
con sus flores lilas, allá arriba. Melia
azedarach, cinamomo, agriaz,
había muchos en mi pueblo, enhebrábamos
collares con los estigmas de sus flores
y hacíamos tortitas con bumbulas amarillas.
Lila de Persia, orgullo de la India con frutos
purgantes, abortivos. Frente a la escuela,
había un patio repleto de esos árboles,
una mañana corrió entre los niños la noticia
y cruzamos hacia el cerco de ligustros
intentando ver la cuerda, el sitio oscuro,
hasta que la maestra nos devolvió a los gritos
al mástil, el himno, la bandera. Cuando voy
a la casa de mi madre, veo esos árboles
de frutos venenosos, vuelvo al vecino
que perdió una noche su sentido de vivir
y se colgó en el patio de la casa
esquina, la que tenía un bar
y un almacén.

68
Mensajes
a Julieta Abiusi

Julieta a Teresa

Las hijas sanan algo en sus madres,


la vida funciona de ese modo, un hilo
sigue por las lenguas y los vientres.
Quisiera escribir esto con mi letra,
como le escribe Ema a Julia, en lugar
de un mensaje online esta mañana
de lluvia en Buenos Aires.

Teresa a Julieta

¡Demoré tanto en contestarte!


Estuve internada con mi madre,
pero ayer leí, letra por letra,
como un cuento con ella
tu correo. Y ella dijo: somos
fuertes. Te abrazo,
querida mía.

69
El olivo de La Perla
a Sandra Siviero

1.

21 imágenes de 4x5
en color azul de Prusia

durante ocho minutos abre


la artista su estenopo
para que el árbol se imprima
como bruma

en ocho minutos
suceden muchas cosas,
sale el sol, hay viento o
hay llovizna; alguien cruza
el campo y un fantasma
impregna la toma
con su sombra

por el antiguo
sistema de los chinos,
el instante deviene azul
de Prusia; después regresa
la fotógrafa al campo
de exterminio. Es
como una plegaria, dice,
vacío, pura angustia,

70
como si algo del lugar,
de su energía, pasara
al papel
y lo impregnara.

ocupada en la faena
podía olvidar un poco
dónde estaba

2.

revelado:

hay un testigo
que nos diga
dónde están los cuerpos,
dónde

y un sistema
para que el olivo revele
su verdad de árbol

raíces, copa, frutos


tiene este olivo que camino
hacia el azul pasa por el verde,
se encuentra con su sombra
ahí en el Campo, junto a la sala
de torturas.

71
El vino de la noche
a Miguel Le Roux

Siempre decíamos
que el que se quedara tenía que seguir
bien, nada de andar llorando por los rincones,
pero es muy pronto. Por eso yo le digo
a La Negra, se lo digo a la noche,
porque en el día hay bulla y me distraigo,
pero a la noche, cuando te tomás ese vino
de la noche y encendés un faso... espero
que se acueste el pibe y voy hasta la mesa
de luz donde está la foto, porque la hice
cremar, ¿viste?, así que tengo las cenizas,
y entonces le digo Aguantame, Negra,
aguantame un cacho.

72
Balidos

Balaban las madres


bajo los nubarrones de la víspera,
dóciles, fáciles de guiar. También
yo entré al corral. Ellas desconcertadas,
él con su ojo de águila. Lo vi manotear
a tontas y a locas. Le tocó a la cara
mocha, con algo de corriedale.
Un manotazo al cuero, a la enrulada
lana un manotazo. Después fue
atarle nomás las patas y colgarla
para que desangre. Prepará el mate,
dijo, y yo me distraje para no verla
cabeza abajo, la sangre en tierra,
la baba colgando, los perros
disputándose las tripas, bajo
el agudo balido de las madres.

73
Sólo escucho a la niña

Aprendí mucho de ellas, dice mi hija


por teléfono y comienza a nombrar
a abuelas, madres, tías... en la casa
que queda al pie del cerro, me enseñaron
a bordar, pirograbar, a hacer flores
de papel para los muertos. Me contaron
historias de mujeres, amores de ellas
mismas: alguien le decía mi tusquita,
otro entró a la historia del boxeo,
un cantor cantaba soy del treinta,
un gringo que pasaba por los campos,
una de ellas sedujo a un hombre joven,
otra se olvidó un día del marido,
y otra... las nombro como un mantra,
dice, Francisca, Cleofé, Petrona, Arcadia.
Laureana, Gregoria, Gioconda,
Juana, brotan sus nombres en el teléfono,
mientras la niña tapa con balbuceos
su voz de madre. Y entonces ya no escucho
sino a esa niña que habla con la fuerza
de lo que nace, como debe ser.

74
Una nieta a su abuela

De los regalitos que te traje,


uno es una princesa (una ñusta)
de un lugar que ya no me acuerdo
cómo se llama, pero queda en Cuzco.
El otro es una semilla que encontré
en Humahuaca y el otro una piedrita
del lago Titicaca, para que sepas
que en cada lugar en el que estuve,
estuve pensando en vos.

75
Campo Yucat

Amanece
en la casa de los peones. Griselda,
William, Wilson, Ramonita..., son
chaqueños los peones, de Charata
y Barranquilla. A la pequeña escuela
de la estancia, me han traído a leer
y hemos leído, ayer tarde con los chicos,
las madres, la maestra. En los maizales
de estos campos corría mi madre cuando
niña, ayer le dije que vendría. Tu abuela
iba ahí a hacer colchones; agosto, es un día
de la Virgen y amanece en el campo
de los peones. Griselda hace café,
me trae dulces; le digo que la abuela
de mi madre llegó a este campo en busca
de su hijo. La Palestina se llama
el pueblo que está un poco más allá,
la tierra prometida de los gringos,
el sitio donde la madre de mi madre
casó con el enfardador de Campo Yucat.
Fue en esta casa de los peones
que vinieron de Charata
y Barranquilla.

76
El peso de tu boca

El cabello tomado con hebillas


y tu corazón, pequeña luz, en mi cuaderno.
Yo ardía en la difícil claridad, en las camas
donde duermen los parientes. Vos sobre
tu falda, como una niña cuidada por su madre
y nosotras ahí, entre tus brazos, sin el amor
de nadie y sin consuelo. Eras muy joven
todavía y nos quemaba tu vivo corazón.
Arroyo limpio, humildes aguas, viajes en tren
a la casa de la abuela, tu voz como el cristal
y nosotras esperando esa palabra que no cesa,
que no ha dejado de llegar. Hoy veo cómo
se va muriendo todo, una se va volando a casa
porque es noche, pierde poco a poco las ideas
y hay una chica pobre y sin trabajo, una chica
que no sabe si sabía, si vivía en la carencia.
¿Qué esperabas? El peso de tu boca,
espejo de tu ropa, un gigante
que hace viento con su aliento, con su sangre
hace ríos y hace hombres con las pulgas
de su cuerpo, con nosotros, madre mía,
y completa su tarea de gigante.

77
Para que fluya

Por el Monte de las Ánimas, va


una madre con sus hijas, llevando
las cenizas de su madre. La que ha muerto
amaba las cascadas, las flores amarillas,
las retamas. Hacia allá la llevan
las tres, hacia el nacimiento
del agua, la esparcen
para que fluya.

78
***
Ritornello

Íbamos esa tarde hacia el centro, en el pueblo.


En el brillo de otoño, mi padre es un hombre
que va pensativo, que avanza sereno, con el pelo
retinto y los ojos brillantes. El silencio es su virtud.
Alguno quizás le ha soltado la mano, para hacer
que heredáramos tanta nostalgia. Lo recuerdo
esa tarde y después otra tarde desgranando maíz,
siento ruido de granos cayendo en la lata. Esta
vez me pidió que tuviera paciencia, se le nublan
los ojos. Es el humo, me ha dicho, no he logrado
que el tiraje mejore y ha venido el invierno.
Tiene miedo, lo descubro esa tarde. Es tu madre,
me dice. ¿Sanará?, le pregunto. Sanará, me
responde, y se queda en silencio. Yo
quisiera pedirle que me cuente la historia
del amigo lejano, que hagamos la cena,
pero él se levanta. No puedo hacer nada si no
está aquí tu madre, es cuestión de mujeres
los hijos, la casa. Son cuestiones del hombre
no saber hacer nada. Un día serás grande,
tendrás un marido, sabrás lo que pasa. Pero
yo no sabía, iba sola en el mundo con mi mano
en su mano. No sabía que tendría dos hijas,
que las hijas buscarían un padre, que otro
hombre les daría su moneda de sangre. Han
pasado los años, el invierno ha llegado, se
recuerda la escarcha, puedo ver crisantemos
desde el porche de la casa, una calle de tierra,
la vereda gastada, los zapatos del color

81
de los ojos, brillando. El piloto, el abrigo
que llevaba mi padre, la corbata..., yo
retengo esas cosas pequeñas, esos mínimos
datos, los preservo de todo, las cuestiones
privadas que se dicen a nadie, las palabras
de siempre: ya sabrás lo que pasa.

82
Conversaciones con mi madre

la lengua que se hablan las mujeres cuando


nadie las escucha para corregirlas
Hélène Cixous
A la criatura adorable
fijada en lo remoto de la foto,
que ya a los ocho años parecía
más grande que la vida: te extraño,
aunque no te conocía. Eso fue antes
que a mí me dieras vida
en un tamaño apenas natural.
Igual,
una elegía.
Y a la otra de la foto que espero
conservar, la mujer bella que sostiene
el libro ante la hija de un año
en el engaño de la lectura:
te quiero por lo que dura, y es suficiente
leer en el presente, aunque se haya apagado
tu estrella.
Por ella,
una elegía.
Ahora soy la fotografía
y vos el líquido revelador. Tu muerte
me convierte en yo: como una ciencia aplicada
soy la causa y el efecto,
el ensayo y el error, este vacío
de la nada que golpea mi corazón
como cáscara vacía.
Una elegía,
cada vez con más razón.

Mirta Rosenberg
Desayuno

Él lee el diario.
Ella dice: antes yo vivía allá
y ahora vivo acá.

Él sigue leyendo
Ella: antes vivía allá,
ahora acá.

El amor, el amor,
¿qué es el amor?

87
El orden natural

La nena no sabía hablar, pero la madre


dijo es esto y esto y le enseñó a la nena
y la nena aprendió.

¿Sabe ahora?
Sí, sabe.

La madre dice ésta es la casa


donde se hacía el guiso, la casa donde
estábamos de fiesta. Y ésta es la belleza
de la casa. La belleza es nomás eso,
nadie sabe para qué sirve,
pero ni a nonna ni a figlia
se le olvida.

La hija se pregunta cómo fue


que pasó todo, la rueda del tiempo,
la vida sin fin y sin principio.

¿Sabe ahora la nena?


Sí, sabe.

Ciao cara, ciao figlia

Ciao, mamma.
Te bañaba con el agua

Te bañaba con el agua porque eras una nena. Era una nena y vos
me cuidabas. Claro, yo estaba ahí o sea el trabajo que hacía para
comer, bien me lo comía yo. ¿Te gustaba? Sí, pero hay otras mane-
ras. ¿Otras maneras? No es como el plato de comida que uno es muy
rico y otro al que le cae algo... ¿Está todavía? ¿Mi papá? ¿Habla
todavía? No, ya no habla. ¿Hace mucho? Hace mucho. Mirá vos...
¿Te acordás de él? De todo, a mí me gustan mucho los hombres.
¿Te acordás de cuando lo conociste? ¿A Romualdo Andruetto que
sería el tuyo? A mi papá, que vino de Italia y se enamoró de vos.
Ah mirá, pero no lo escuché nunca. Sí, se enamoró. Ah pero no lo
escuché nunca. Vos vivías con tu papá y tu mamá y él pasó por tu
casa y se enamoró. No tenía ningún lugar. Entonces se casaron.
Deben haber sufrido, no tenían a nadie. ¿Los inmigrantes? Son de
mucho trabajo y otros son más vivos, trabajan mejor o tienen la
plata. Tu papá y tu mamá también vinieron de Italia. Oh, sabés que
no me acuerdo. No te acordás porque eras chiquita, pero los nonos
también eran italianos. ¡Mirá cómo te acordás!

89
Van picando

¿De qué trabajás?


Yo trabajo de escribir libros.
¿Es práctico eso?
Sí, es práctico.
Mirá vos qué maravilla.
¿Te acordás de cuando dabas clases?
Sí, algunos me querían otros me odiaban,
era una cosa fea pero después fue bajando
y quedó como que podía trabajar sola.
¿Por qué era una cosa fea?
Porque estás haciendo una cosa y mientras
vas haciendo eso van picando y vos te dabas
cuenta lo que era familia y saliste bien.
¿Mi familia o tu familia?
Tu familia.

90
Hermanos

El mayor era medio medio. ¿Medio bravo?


A nosotros no nos daba bola. Ellos sabían comprarse
ropa, paseaban, a mí me retaban a cagarse y yo hacía
las cosas hasta que un día arranqué y dije basta.
Te cansaste. Me cansé, no hacía más que ver qué hago,
el placer de ellos. Todo para ellos. Oh no sabés cómo
eran, no eran como yo, yo era pava. ¿Y José? José había
ido a otro lugar, también estaba como distraído. Tenía
una tapicería. Sí, trabajaba ahí. ¿Y de Evancio te
acordás? Evancio trabajaba también, primero para
ayudar y después para hacerlo. Lindo era. ¿Era lindo?
No sé, no me acuerdo.

91
La señorita Cleofé

Trabajaba con la otra mujer y trabajaba acá. ¿Mucho? Bueno tra-


bajando así, ha sido mucho. ¿Te acordás de cuando llevaban con-
tabilidades, cuando hacían con papá las cuentas para los negocios?
Yo no sabía, pero había tomado el lugar. ¿Y de cuando dabas clase,
te acordás? Me acordaba que tenía plata. Eras muy buena maestra,
señorita Cleofé. No me dieron nada, ¿qué plata me dieron?, no sé,
alguna cosa, algún pesito pero no era directo. ¿Querés un poquito
de jugo? No, no. Todo fue bueno, pero me tenía que callar para
ver. Me estabas diciendo de la escuela donde dabas clase. De la
escuela es viejo, en todos los tiempos van cayendo y cambiando.
Claro, pero a mí me dijeron que quien aprendía a leer con vos no
te olvidaba más, porque la señorita Cleofé era la mejor maestra del
mundo. Uno ve ahí cómo tiene que hacer las cosas, porque es lindo
pintar algo, yo trabajé mucho y siempre quise pensar en que tenía
que arreglarme a mí y casarme. ¿Tenías que casarte? Sí, yo tenía
que casarme y no puedo sentir. ¿Pero te gustaba o no te gustaba
casarte? No, si está afuera de todo. ¿Te gustaba trabajar? No tra-
bajaba porque me escribían las cosas y ellos tenían corbata. ¿Eso
era bueno o malo? A mí me ha gustado siempre, era loca de las
cosas... pero nunca me animé a hablar. Conmigo te animás. Con
vos sí, pero yo era más tímida.

92
La chica

Tengo miedo del domingo porque es fiesta. Los domingos son de


fiesta y tenés miedo de que uno coma una cosa el otro otra. Claro.
No sé nada de la chica, de la chica... que estaba a la noche. ¿Vos
decís de Ana? Una de ustedes. Una de nosotras murió. Tenías ra-
zón vos. ¿Yo tenía razón? Tenés toda la idea de andar adelante. Lo
importante es que estés bien, mamá. Estoy pasada de locos... Estás
cansadita, como si estuvieras por dormirte. Es un vicio, si no hago
nada más que esto, pero a veces se van las cosas. Se van las cosas.

93
Ella contaba historias de amor

Llegaba del trabajo, decía prepará el mate y te contaba historias de


amor. Me gustaba que me contaran... ¿Qué era lo que más te gus-
taba? Que estaban ahí, siempre para amarse ellos, yo era chica, no
podía hablar. Gina, Felisa, Pinin, Marin’a, Chiquinot... No eran
en castellano. Eran piamonteses, ¡con Ana nos reíamos porque ha-
blaban fuerte y porque Gina se había casado con un hombre petiso!
¿Ustedes vivían cerca? Nosotras vivíamos con vos, íbamos a visi-
tar a los nonos. ¡Era lindo! Sí, era lindo, después fueron a vivir a
Oliva porque a papá le salió un trabajo bueno, ¿te acordás? No. Te
casaste y fueron a vivir a Oliva. ¿Me había casado? No me acuer-
do, era muy chica. Sí, eras jovencita. ¡Casarme... qué vergüenza!
¿Está hablando todavía? ¿Mi papá?, no, ya no está hablando. Era
sufriente. Era un hombre sufriente, pero vos lo ayudaste para que
fuera menos sufriente. La vida. Sí, la vida.

94
Está largo esto

Ella era joven y era de muerte. Sí, era muy joven. Lo triste es sacar
como son que puede ser de muerte. Eso no tiene remedio. Por eso
yo me retiro, está largo esto, voy un poco más y después chau, duer-
mo y ya está. Nunca sabe una cuándo va a suceder eso. También se
fue ella. Ana. Ay mi amor. Fue con dolor, fue él y fue ella. Se fue él
y se fue ella y vos tuviste que soportar eso, mamá, sos muy fuerte.
Con dolor, como vos decís. Dolor tremendo. Total. Total.

95
El hombre

Voy a hablar del hombre, era un poco triste. No le gustaba mucho


la gente, pero le gustaba estar con vos. Puede ser pero no estoy
segura. La casa donde se hacía el guiso quedaba al lado de una
iglesia. Eran fanáticas de rezar. ¿Tu mamá y tu abuela? No sé si
tanto. Era una cosa guardada, no hacían ohhh. Lo sentían verdade-
ramente, no era para mostrar. Profundo profundo. ¿A vos te gustaba
rezar? Más o menos. Viendo la parte de la gente, esas cosas no
me importaban, porque recién ahí me daba cuenta de lo que era.
¿De lo que era la religión? Sí. Y no te gustaba. No tanto, pero no
sé dónde están, ¿ya murieron? Sí, hace muchos años. ¿Muchos?
Sí, han pasado muchos años. La chica, la chica... no está. ¿Ana?
Sí, la chica. Ya no está. Ha sido muy duro, mamá, y vos has sido
muy fuerte para soportarlo. Yo continué saliendo... Pudiste seguir a
pesar de todo. Pero fallé mal. ¿Fallaste mal? Era una chica joven.
Sí, una hija joven. Qué locura. Es la vida, mamá. Es la vida. Pero
vos fuiste muy valiente. Valiente no, gustarme o no gustarme. Gus-
tarte o no gustarte había que soportarlo, pero pudiste acompañarla.
¿Trabajaba? Sí, era bioquímica. ¿Es práctico eso? Sí, es práctico.
No decía pavadas. No decía pavadas. Nada, nada. No hubo forma
de hacer nada.

96
Madres e hijas

Lo veo raro. Es raro. De locos. ¿Difícil? Para mí sí. ¿Mucho tra-


bajo? El trabajo y el sentimiento de la persona. Cuando se quiere
mucho, se sufre. No cambia. Ese sentimiento no cambia. Nunca
falta, pero tiene juntas las más fuertes obras. ¿Junto con el hijo o
con el marido? Ahí hay que estar comiéndolo con distintas formas.
Entre dos es más fácil criar hijos. Es eso, no es la sola cosa, porque
siempre son más las madres que las hijas. Las madres y las hijas se
llevan bien pero no tanto, porque las hijas tienen la costumbre de
la madre. ¿Son más fáciles los varones? Se ve que sí. Las hijas son
más rebeldes. A mí me parecería que sí, pero no estoy segura. Las
hijas hablan más. Claro y si te ven, te critican todo. ¿Te critican? Sí,
es normal. Las madres quieren manejar eso y las hijas hacen una
crítica. A veces a una le da bronca y en las otras está el lenguaje.

97
Cuenta y cuenta

¿Te gusta ser mujer?


Sí, me gusta. Los varones son mandones,
pero son buenos.
¿Y las mujeres?
Pienso que son cuenta y cuenta.
Mitad y mitad.
Mitad mandonas y mitad gritonas.
¿A vos te gustaba ser mandona o gritona?
Yo siempre las he respetado.
¿Y a los hombres?
Sí, lo mismo pero con un poco más de miedo.
Lo que tiene eso es que es normal.

98
Amigas

Cuando eras chica tenías una amiga muy amiga, ¿te acordás de la
Nelly Rosso? Ah... pero no lo escuché nunca. Una vez me dijiste
que querían escribir una novela entre las dos. Era la pasión de ella.
¿O de las dos? Yo miraba. Ella quería hacer todo eso. Me acuerdo
de una foto de ustedes, en Arroyo Cabral, muy lindas, con unos
sombreros grandes de paja. No me acuerdo. ¿Tuviste muchos no-
vios? Ninguno. No quería. No querías, pero te deben haber buscado
muchos hombres porque eras muy linda. Linda nunca fui, no me
gustaba. Yo tenía cosas mías. Te gustaba leer, escribir, coleccionar
estampillas. Era feliz con eso. Y me gustaba yo también. Después te
casaste. Él hablaba de cosas importantes, no hablaba pavadas. ¿Eso
te gustaba? Sí, me gustaba, había algo que me gustaba.

99
Orgullo

Eran pasiones porque cada uno


tiene su cada qué.
¿Son buenas las pasiones?
Sí, son buenas.
¿Para qué sirven?
Para pelear. Cosi e la vita.
Así es.
Antes no era.
No era.

100
La cara de nosotras

Hablemos de otra cosa, hablemos de la cara de nosotras. ¿De


cómo éramos nosotras? Sí. ¿Vos sabés quién soy yo? Sí, pero ahora
no me acuerdo. Soy la Tere. No te aguanté. A veces peleábamos
un poquito, pero siempre nos quisimos. ¿Y dónde me encontraste?
Vine a verte acá. Vos venías para hacer bien la parte tuya. ¿Hice
bien? Lo arreglaron con plata. Brava, que nadie me ganara y ca-
gaste vos. ¡Qué viva, bien viva eras! Tenía la luz y tengo pus. ¿Y
con quien más te enojabas? ¡Nomás con vos! Qué maldad. Pero ni
así pudiste hacer que no te quisiera. Yo quería hacer lo que quería
para comer todo eso especial. ¿Y con papá eras rebelde? Con to-
dos. ¿Y por qué eras tan rebelde? Porque tenía gusto de hacer las
cosas que ellos no querían. Era más en sociedad. Bueno, era una
cosa que si tuviera que hacerla ahora más bien digo péguenme
un palo. A lo mejor eras rebelde porque querías hacer tu vida a tu
manera. Sí, pero dura. ¿Tu mamá era rebelde? Era el amor. Ellos se
movían para hacer la diversión. Todos unidos. Cosas más fuertes
del alma de cuando son chicos, pero yo no sabía las cosas. Cuando
uno es chico a veces no sabe. A veces sabe y a veces no sabe llevar
esto para allá sin decir nada.

101
En colores

Vos querías ser una cosa sana. ¿Una cosa sana?


Por el trabajo. ¿Vos sabés qué trabajo hago yo?
Me quiero acordar. Yo escribo libros. En colores.
¿En colores quiere decir que me fue bien? Es prometer
a un dios solo. Prometer a un dios. Me gustaban todos
los que hacían eso. ¿Te gustaba leer?
Eso. Te gustaban los libros. No entendía nada,
entendia sí pero mi papá no. No te dejaban leer
cualquier cosa, me contaste que tu abuela una vez
quemó un libro porque estaba prohibido. Era gente
buena, pero no sé, querían una cosa y bueno. Tenían su
forma y querían que todo fuera para bien. Era todo
limpio. Cosas más fuertes del alma de cuando son chicos.
No tenían ni un pedo, nada, y sin embargo sacaban todo.
Siempre máximo. Después salíamos de la casa
y estaba ella haciendo el mismo trabajo. Parece mentira
porque es todo, toda esa cosa que no es tanta.
Quieren otras cosas, en este caso el pan.

102
El pequeño alumno

¿Volverá otra vez el pequeño alumno?


El pequeño alumno. Sí, el pequeño alumno,
¿volverá? ¿Me preguntás si volvemos a ser niños?
Eso. No volvemos a ser niños, una se hace grande
y después más grande y así. No sé, yo no tuve cabeza
pero era una nena. Claro, hace mucho tiempo eras
una nena. Fe. Cleofé. La mujer la esposa. ¿Sabés
quién es Cleofé? Sería la mía. Claro, vos sos Cleofé.
María Cleofé Boglio. ¡Te acordaste! Ahora me acuerdo
mientras hablo con ella.

103
La buena hora

Me gusta porque venís


a la buena hora. Yo borré todo,
había una puerta, la dejé abierta,
y todo se fue. Una vez cerré
y me hablaba todavía. Después
otra vez se fue.

No quería casarme
(¿qué es eso?, una persona
que lava y plancha, porque
el hombre tiene más economía),
no quería casarme y no me casé.
¿Te acordás? Él me echaba el ojo
y yo caí; después fue bueno, fue
mi amigo. Ahora estoy enferma
de desacuerdo, veo gente que camina,
que canta todo el día y no sé
quién soy. Pero vos venís
a la buena hora, la hora
en que está abierta
mi casa.

Las madres no saben


muchas cosas pero son buenas
para encarar las cosas. Eso
fue lo que propuse. ¿Tu mamá
o vos? No sé, no me acuerdo.
Ella tuvo miedo, creo que algo
así, porque no la vi más,
pero fue hace mucho. Madre

104
es una pasión que no sirve
para nada. ¿Ser madre?
Vivir con eso. ¿No te gustaba
ser mamá? ¿Madre de chicos? No.
¿Y a tu mamá le gustaba? No,
no le gustaba. Nunca me retó
pero cansa un poco, cansa
acompañar. La vida antes
era más dura, ahora es más fácil.
¿Vos estabas ahí? Sí, yo estaba
cuando era chica.

Lo mejor para vos, hija.


Y para vos, mamá.
Sí, para mí también,
un poquito,
que me toquen los pellizcos.

105
Solamor

Quiero soledad o amor,


porque solamor es muy duro.
Me quedo aquí, mamá, con tus manos
en las mías. Para las tuyas todo,
hija, nada para las mías.

106
Digo, dice

Digo: ¿Es una canción?


Dice: Es una paloma, una palabra
hecha mía.

107
De corazón

¿Sos niña?
No soy niña, soy grande
¿Es lindo ser grande?
Sí, pero más me gustaría ser chiquita y que me cuidaras.
Podría ser.
Podría ser.
Te lo digo bien, te lo digo de corazón. No te
acostumbres. Siento el dolor, la locura, no te acostumbres.
No me acostumbro, pero la vida es como es y no se
puede cambiar.
No se puede. Estoy en medio de la suela.
¿Y está bien eso?
Sí.
¿Estás bien?

Es lo más importante.
Me pasé de eso
¿Ya no te importa?
No. Tengo años de vivir, de vida
Estás cansada.

Lo importante es que no sufras, que te cuidemos.
Normal
Eso, normal.
Mi propuesta rosa amorosa

108
Música

¡Qué lindo!
Es una zamba, ¿te gusta la música?
Me gusta todo lo humano que tiene.

109
Ya está dicha la pena

¿Quien sos?
La Tere
¿Qué Tere?
La Tere tuya.
Alumbrame que estoy loca.
No estás loca.
Estoy bien loca porque hay que sacarse
la pena. Es mala la pena,
es toda mala.
Sí, es mala.
Ya está dicha la pena. Es dura.
Sí, es dura.
Cuando veo llorar lloro,
pero no me dejo ver.
¿Querés un poco de agua?
No quiero agua, ni plata ni nada,
quiero amor.

110
Cleofé

no sé quién soy,
no tengo nombre.

111
Cleofé
Contratapa de Alicia Genovese

¿Cómo construir una imagen poética con retazos y jirones de fra-


ses que correrían el riesgo de decretarse descartables por falta de
coherencia, demasiado oscuras para la comunicación? A partir de
una hija que toma nota de los dichos deshilachados de la madre y
los regenera en la conversación, María Teresa Andruetto elabora los
poemas centrales de este libro. Una serie de textos que conforman
la imagen oral de ese intercambio, sostén persistente de un vínculo
en su amorosa intimidad, subterfugio de otra comunicación. Sólo
una escucha poética podía internarse dentro de ese bosque sonoro y
encontrar, en la maraña confusa, breves y luminosos claros. El oído
de Andruetto encuentra sentidos en el habla de esa madre que ha
perdido en parte la lógica de la lengua, pero no el grano de la voz.
Cleofé es su nombre y tiene una historia grabada como ecos desga-
jados, una voz oculta del mundo, que revela a su hija ahora, situada
más allá del sigilo impuesto, social y familiar. Andruetto constru-
ye sutilmente desde la hija que replica en la conversación, recorta,
acomoda, encuentra referentes o deja en suspenso la frase cuando
es suficiente con lo dicho. Devuelve a un otro con su voz desnuda
en el acompañamiento adulto del vínculo filial, un amor en el que
ya hemos dejado de pedir y donde a pesar de las transformaciones
seguimos siendo delicados y frágiles.
Dice Andruetto en un poema de este libro que podría tomarse como
su ars poética: “Yo retengo esas cosas pequeñas, esos mínimos/
datos, los preservo de todo, las cuestiones/privadas que se dicen
a nadie”. Así transcurre su poesía haciendo brillar como gemas el
detalle que guarda para sí.

112
Sueño americano
Listen to my story. Got two tales to tell.
One of fallen glory. One of vanity.
Patti Smith
Patti S./1975/Photograph by Robert Mapplethorpe

Yo quería grabar un álbum que hablara de caballos


y te pedí que me sacaras una foto para la tapa.
Una foto que haga historia, dije, y vos hiciste esa
donde yo no era hombre ni mujer. Habíamos dormido
demasiado. Me puse aquella ropa que era como un uniforme,
en la calle y en el escenario. Nada de asistentes,
dijiste, quiero un triángulo de sombras. La luz
ya había muerto entre nosotros. Me pediste que me quitara
el saco porque te gustaba mi camisa blanca
y yo me lo puse al hombro, como Sinatra, y lo sostuve
de un extremo para que no cayera. El álbum
empezaba con esa frase que solía decirte por las noches:
Jesús murió por los pecados de alguien, no por los míos
y la frase que hubiera cabido en boca de mi madre
se mezcló con la canción de una chiquilla suicidándose.

117
Lección de piano

Brilla el asfalto como un vestido de seda


bajo las luces de un teatro. Otra vez marzo
en la avenida que lleva a la maestra de piano.
La llovizna humedece los silos, la alameda,
la resaca de la noche en el billar. Alguien
seca al sol las fachadas de laja en las casas
del centro. Levantan puntos de media,
las chicas de Los Vascos y el verano
peina el pelo en colas de caballo. Cuando
sea grande, seré concertista, dice a todos
la niña que va a piano. Serás profesora,
dice la madre a la vuelta de los años. Piensa
en eso la niña mientras muerde la madera
del piano. Va su pensamiento lejos del pueblo,
más allá de la maestra y del verano.

118
Teresa A./1975/Foto de archivo

Yo quería mandarle fotos a mi primo de Italia


y te pedí que me sacaras una con la minifalda nueva
y las sandalias de corcho. Una donde me vea linda,
dije, y vos hiciste esa donde estoy apoyada en la pared
que da al patio de baldosas. Yo quería ser flaca
y odiaba tener tetas, pero el pelo me caía sobre la frente.
Quiero una foto que haga historia, dije, y vos hiciste esa
donde me veo todavía sin dolor. Me puse el vestido
de salir, como un uniforme de viernes o domingo.
Necesitás ayuda, pregunté, y vos dijiste, sólo
un poco más de luz. El domingo estaba yéndose a otra
parte, pero nadie había muerto todavía. Me pediste
que cruzara las piernas y yo me apoyé sobre la tapia,
como una actriz de pueblo. Después le mandé a mi primo
una carta con esa frase que me da vergüenza recordar
y la frase que podría caber en boca de mis hijas
se mezcló con una historia de catecismo
sobre las bodas de Canaá.

119
La nena de mamá

Era estrábica, estrambótica, ridícula.


Tenía una mamá muy religiosa y se acodaba
en el Guggenheim con la camisa blanca
y los pantalones cigarrette. Era una chica sixty,
heavy, dark, con el saquito black y la remera.
Era la niña buena de un mundo nuevo, la nena
de mamá. Se había enamorado de un chico gay
que estaba perdido en Oklahoma y había mudado
a Camagüey. Como toda sixty adoraba lo dirty.
Era una chica sexy, empapada en heroína
y en alcohol, era la novia del amigo de su hijo,
antes de creer en Dios.

120
Películas

En mi pueblo había un cine. El dueño saludaba


a los vecinos como un cura a la entrada de su iglesia
y era el cine, en verdad, como una iglesia
a la que íbamos, por la tarde, los domingos. Estaba
sobre la ruta, frente a los trenes que cruzaban
la llanura. Por el veredón paseaban las parejas
con cucuruchos de helado y escuchaban los hombres
el partido en pantalón de baño y camiseta. En el atrio
había un kiosco y en el kiosco una mujer vendía
titas y rodhesias. Con vestidos de piqué, los domingos
por la tarde las dos íbamos al cine, a ver a Marisol,
a Doris Day, a Joselito. Un día no llegaron
las películas y pasaron un drama en blanco y negro.
Recuerdo a la salida la cabeza borracha, el veredón
donde arrastraban su tedio las parejas, los hombres
traspirando sus camisetas de tira y los camiones
que rugían por la ruta, con las luces encendidas,
las primeras de la noche que llegaba.

121
Yo era una buena chica. ¿No es cierto?
J. D. Salinger

Chica Bond

Estaba sentada en un parapeto sobre la Cote


d’Azur, con un rolex en la muñeca y de gata
los anteojos para sol. Era una chica sixty,
con camperita verdeagua sobre la piel bronceada
sin rouge.
Era la niña bien
de un pueblo de llanura, la hija de los dueños
de una agencia Ford. Se había instalado
en Barcelona, tras la luna de miel en Tarragona
y estaba enamorada de un arquitecto húngaro,
muy cool. Era una chica Bond. Era la madre
de un amigo, antes que la matara
el desamor.

A Istvan Schritter

122
Sueño americano

Sobre el camino, personajes solitarios


instalados del otro lado del muerto ventanal,
vieron Vietnam, vieron Corea, Afganistán.
Presente perpetuo sacudido por el vértigo
de las autopistas y el desarraigo. Cierta
improvisación también, como una zapada
entre amigos, emerge y arrastra los lugares
comunes. No hay futuro ni tradición, salvo
aquellas hojas de hierba. Todo se funda
a cada instante y coloca en el centro
del mundo su deseo animal
de destrucción.

123
Herencia

Quería ser pintora o profesora.


Después conocí a Dylan, a Burroughs,
a Warhol. Fui a la tumba de Morrison,
a lo de Jim, a París, a París. Y no sentí
nada. Después visité a Rimbaud. A Genet.
Al Conde de Lautréamont. De pintora pasé
a cantante de rock. Y más tarde al Dakota
a recordar a Lennon. Y a Greg. Y a Fred.
Y a Mapplethorpe. De ahí a estrella
con mi hermano Todd. Años buscando
palabras, queriendo decir de otro modo,
pero no encontré nada, así que vuelvo
a casa. ¡No voy a quedarme parada
sobre las tumbas de esta gente!

124
Interior con naranjas

Las casas pintadas de rosa


o de turquesa me hicieron pensar
en un país tropical. También
el hombre que manejaba el taxi,
eléctrico como un músico de jazz.
En el auto habló de unas naranjas,
dijo algo que no entendí. Después,
bajo la noche diáfana, pasando
el Bermejo, esa niña desnuda
sobre el puente. Una luz melosa
atravesaba el agua y en el cielo
negro la luna encendida
como una naranja.

125
Señora Smith/Pop latino

Fuck you, fuck you,


todas quisimos ser como tú.

Se humedece, tiene orgasmos,


es moralista. En vez de inyectarse
se masturba de una manera
nunca vista.

Fuck you, fuck yo

En blanco y negro, lejos de mujer


y de varón, ella es hermosa,
es más hermosa
que Jeanne Moreau.

Fuck you, fuck you,


todas quisimos ser como tú.

126
Patricia Lee

Flota Patricia Lee sobre la vereda, como un poema


de Rimbaud. Es de oro la luz y sin embargo ella sabe
que puede no alumbrar. Cuando era chica quería ser
poeta. Tenía al niño genio de la mano, pasaba con él
su temporada en el infierno. Saludaba el ojo bizco
camino del templo a los vecinos, pensando
que su palabra no era para esa gente. Algún día volveré
y seré millones, se decía, cantaré en estadios,
estudios, festivales, y aplaudirán los músicos del mundo,
no esta gentuza de pueblo. Cuando era chica quería ser
famosa. Más tarde quiso ser la monja de Calcuta.
No la maldita, no la artista consumida, no la puta,
sino la que llora al hermano muerto, al marido muerto,
a los amigos. Ya no hay distancia entre los sueños
y la vida. Por eso canta en la noche en los estadios,
los estudios, los rincones de su casa. Canta Patricia Lee
y mientras canta la maldicen los bizcos y los genios,
gritan camino del templo los poetas, Volvé a tu casa,
Patti, volvé a tu casa. Pero Patti lee,
Patti Lee...

127
Tedio

Junto a los Tintoretto y los Veronese


una mujer con aros sueltos de plata
bamboleando
sus zapatos de taco, hace
crucigramas.

Frente a la Annunciazione de Simone


Martini un guardia joven ojea
La Stampa.

128
Hostería en las sierras/Otoño de 2007
Mi música es para esta gente
Ludwig van Beethoven

Tras la ventana del hotel caen las hojas amarillas,


flotan semimuertas sobre el agua de la piscina, como
en un cuento de Cheever. En la memoria alguien
arrastra una silla hacia el agua sucia, sin embargo
es de oro esta luz y ella sabe que puede no verla más.
Cuando era chica quería ser pianista. Iba con otra
de la mano, iba con El clave bien temperado
bajo el brazo, hacia una casa de la calle Francia.
Saludaba camino del conservatorio a los vecinos,
pensando que su música era para esa gente.
Alguna vez tocaré preludios en un teatro, se decía,
y aplaudirán los vecinos, la buena gente
del pueblo.

Historia de vida suya, pero remota.

Más tarde quiso ser como la puta de Fassbinder,


esa que hacía feliz a todo el mundo. No la maldita,
no la estrella incandescente, no la artista consumida,
sino la monja de clausura, la que alivia al peregrino,
la que no le quita a nadie nada. No hay distancia
entre lo íntimo y lo público, las calamidades
históricas convergen con las privadas. La buena
gente asesina a los débiles y mantener abierta
la herida es la única esperanza.

129
Historia de vida remota, pero suya.

Cuando escribe en la noche, crece el murmullo


de tantos y tantos que vienen llegando, un torrente
que avanza y se dilata, que grita Go Home,
Go Home, necesito un lugar en el mundo. ¡Y ella
que no quería quitarle a nadie nada!

130
Polaroid

Los pueblos primitivos


temen que las fotos los despojen
de su identidad. También yo tengo
un vago temor a la cámara.
No tanto a la kodak
que tarda en revelarme, más a la
polaroid que despide tu imagen
de mí en segundos.

131
Muchacha de Ucrania/2003

¿Cómo van en tu tierra las cosas?,


pregunto. Siempre peor, me responde,
es todo una mafia. Mi prima allá abajo
levanta la mano. La chica se llama Alexandra
y va a trabajar a Gerona. Tiene a su padre
en Valencia y a su madre limpiando
un albergue en Milano.
Su hermano,
que cumple catorce, se ha quedado en Ucrania
cuidando la casa. Hablo tres lenguas, me dice,
ucraniano, moldavo y rumano, pero eso no sirve
en España. En el bus van gitanos, letones
y húngaros, y esta chica que tiene a su madre
en Milano. También va una mujer de Trujillo
que no tiene papeles, me lo dijo comprando
el pasaje. Hay un sitio mejor
y está lejos.

(Por la tarde
he llamado a mis hijas.
No estaban)

Yo quería quedarme
cuidando la casa, me dice la chica de Ucrania,
pero es mejor que se quede mi hermano.
Conversando, he olvidado que estoy todavía
en Torino, que el bus no ha arrancado,
que mi prima allá abajo levanta
la mano.

132
Patti and me

Tuve escarlatina, escalofríos,


estremecimientos y estrabismo.
Soy dark, soy heavy, soy freak,
soy punk. Soy testigo
de Jehová.

133
Non fiction

La luz de una estrella tardó veinte años


en atravesar el espacio, antes
de estamparse en la placa de Daguerre.
Así y todo, nos ha permitido ver asuntos
más remotos que las estrellas.

Es el control de la luz. Capas infinitas


envueltas en películas, exposición
que magnifica detalles hasta que, liberados
de cualquier confinamiento, reducimos
la distancia entre mirar y dejar que una mano
nos toque.

Se trata de un cambio en la experiencia.


Mapas detallados de lo real, para apresar
una verdad, en la que un resto de magia
permanece.

134
En casa

Su abuela iba en tren y soñó la llanura, el manto


verde y el humo de las fábricas (molinos de viento,
tanques australianos, de vez en cuando una
esperanza). Su padre también era amargo, pasó
la guerra, salió del sótano después del bombardeo
con el pelo de repente blanco. En medio está ella
escuchando la historia (el fustín de la noche,
los gritos y una mujer cantándole a un niño).
Vestido de negro va el tren, bajo los pies crujen
huesos, graznan gañotes de muertos. Juran todos
con bulbos de orquídea en las manos, raíces
tuberosas de los muchachos. No es ajena la guerra:
su amado se queda en las tardes mirando
el horizonte, amargo. Recuerda los años de encierro,
el muchacho que allá adentro lo salvó de la muerte
sosteniendo su mano. Gente que migra y campos
de batalla. Testigo de todo, criadilla, escroto, ella
se ha quedado en casa, mirando pasar el río
de la patria, la tierra del terror a sus espaldas.
Las verdades no son sino antiguas metáforas.

135
A Greg, en el Hotel Chelsea
...y ella estaba tan ocupada siendo libre
Joni Mitchell

Cuando lo vi aquella vez, frente al hotel,


tenía insultos colgando de la boca y los pantalones
caídos. Desde entonces fuimos sucios compañeros
en la iglesia de St. Mark’s. Explosivo, rebelde, peleador,
me pidió que olvidara a esos que se dicen poetas y leen
pasquines en los bares, me dijo que confiara más en mí.
Él sí que era poeta. Una vez Papi, desde el cielo, lo llamó
y entonces él lo supo. Su único dilema era a veces
preguntarse ¿por qué yo? Había nacido en New York.
Había estudiado a los griegos. Había vivido en prisión,
hasta que los muchachos del camino le pusieron
sus hojas de laurel sobre la frente.
Puro como un niño,
estaba siempre pidiendo perdón. La última vez que lo vi,
una pantalla proyectaba una película y había fotos de Allen
pegadas en la pared. El cuarto más modesto del mundo
y toda la andrajosa gloria eran suyos, y suyo el aullido
y mis sueños con quemaduras. Una hija había ido a visitarlo,
yo había dejado a los míos en la playa. La luz estaba
cayendo a este lado del mundo y los pibes del camino
lo guiaban. Desde arriba, poco antes de convertirse
en estampita, dejó caer otra vez sus pantalones
y nos mostró el culo.

136
Interior con amigos

Cuatro los botones de tu abrigo


y los cables colgando en la habitación
vacía como tus piernas flacas y la luz
fría del fluorescente.

Tres los poetas malditos, los hijos,


los amigos y vos colgada de las nubes,
se diría, siendo libre.

Dos las botas de caña larga sobre el piso


la mirada bizca y el pelo suelto
desprolijo colgando del cielorraso
como tu amigo.

Todo es precario, está por hacerse,


menos tu erotismo que se
desvanece.

137
Los hermanos García/1978-1983
A Juan, Antonio y Mary.

Por la ventana que da a la Escuela Alberdi, veo pasar


hacia la noche a chicas como yo y a los muchachos.
Los escucho reír en la vereda, bajo esta ventana pequeña.
Es noche de sábado y los hermanos cocinan puchero
de falda y de quijada. Sé que otros se han escondido
en el Tigre, en la Patagonia o en Longchamps. Algunos
mandan señas, flores sobre la falda, desde Oslo,
Gotinga o Ámsterdam. Yo vivo tras este ojo de buey,
con la quijada contra el marco, mirando a las chicas
y muchachos que cruzan la avenida. Es también sábado
en la pieza del hotel, sobre los techos de esta casa
de citas, junto a la comisaría, donde alquilan
los camioneros sus siestas de amor con los colimbas
o las mujeres de la Humberto Primo. Aquí, tras el vidrio
de esta raja de luz, bajo el ala de unos gallegos venidos
de Inriville, espero que pasen los meses o los años.
García quiere decir Smith y el más común de los mortales
se llama Juan. Sube cada mañana la precaria escalera
con su manojo de llaves y comida y como una lonja
de sol me abre paso entre putas, milicos y viajantes.

138
Sueño americano
Contratapa de Jorge Aulicino

La calidad de la relación de la poesía con el lenguaje sufrió un giro


sensible en el mundo, y la calidad de la relación con el mundo su-
frió otro a su vez, en tanto un lugar en el mundo es hoy todos los
lugares a menos que se permanezca sordo y ciego a las imágenes
de la calle, a las señales que emiten, a la música que sugieren, a la
cultura planetaria que exhiben o se agregan. Y así sucede que las
imágenes narradas de María Teresa Andruetto son a la vez las de un
imaginario de literatura y rock y las de ciudades reales y pueblos en
provincias. Pero la forma de este libro no es el collage. Su técnica
es la más ardua y más compleja. Es la del arte de narrar. Como
quería Ezra Pound, no tiene imágenes que no puedan ser sometidas
a examen. Y es allí donde palpita su relación actual y permanente
con los objetos de lenguaje. “Las verdades no son sino antiguas me-
táforas”, dice la autora. Y lo mismo aplica a las cosas, en el lugar de
verdades. La astucia examinadora tiene las puertas abiertas a este
relato: no podrá traducirlo a la obviedad. Andruetto está hablando
de cosas vividas. Sus seres, casos y objetos la tocan. Y trasmiten
límpidamente lo indescifrable. Eso es más que “un resto de magia”.

139
Beatriz
Rembrandt
Autorretrato
ante el caballete
a Alejandro Schmidt
El pincel sirve para salvar
las cosas del caos.
Shitao
1.

Esto es lo que queda


de un hombre que se muere:
un pincel y la mano agrietada
que sostiene el pardo, el rojo,
el amarillo... la mano que va,
que se desvela, desde el charco
de luz hacia la tela.

149
2.

Lenta la pincelada oscura,


el hijo del molinero
tantea con ojos ciegos
la espesura
hasta dar con la luz.

150
3.

Este rostro ya estaba


debajo de la tela, estaba y carcomía
con su podredumbre el retrato del joven
con gorguera. Bajo las arrugas y los ojos
desteñidos están los ojos arrogantes
de otro tiempo, pero ni el otro ni éste
son grandes, a todos los ha herido
esta luz: ya nada es menos,
hasta lo más miserable
tiene su destello.

151
4.

No es la pieza oscura donde pinta,


ni la pobreza que trajo la desnuda forma.
ni la luz que cae sobre la gorra,
ni el pelo desprolijo, ni la barba,
tampoco el cuerpo vencido,
ni el olor rancio del encierro.
Son los ojos que no encuentran
a Saskia, a Hendrickje, al bienamado Tito;
los ojos que se han vuelto
hacia un lugar de nada,
hacia el vacío.

152
5.

Otros buscarán la nota pura,


la imagen que persiste, la tersura,
como buscan sus ojos en la tela

(es la mirada lo que abruma,


lo que desvela)

153
6.

También yo persigo una palabra


oscura en los retratos de Saskia,
en la ternura de Hendrickje, en la viva
luz de Tito, y el aire de bondad,
la carnadura de un hombre
que se deshizo.

154
Beatriz
a Beatriz Vallejos
Atardece:
Apaisado profundo
B.V.
Ayer
incontaminado ayer
de San José del Rincón
B.V.
por aquí pasó un corderito

¿un corderito?

no lo he visto

165
I

detrás del cerco de flores,


la mariposa en la pared de cal
y el grito de los teros

(hila la lumbre, Amor,


y amanece)

Celia
me guió por el jardín,
entre las cañas

(¿hasta cuándo este ayer?)

había retablos en la mesa


y ese poema que habla de la luz
y las naranjas.

En la puerta, ella abrió el Ubajay.

sentémonos aquí,
dijo,
de orilla a orilla,
que está buena la luz para ver

(alguien levanta un vaso


y resplandece)

166
II

resplandece

ella dice una palabra

amanece, resplandece

167
III

cuando el sol se acostaba


en el río, volví por las calles
de arena
hacia el terraplén

hilos de las islas,


aire...

una yegua
y su cría, un hombre de pesca,
una lancha

mientras volvía
a casa

como si no hubiese nadie.

168
Hoy
Llueve en mi corazón y llueve
sobre el Yan Tsé
Juan L. Ortiz
I

hablamos de Ayer,
de tu rincón
del Ubajay con siriríes y garzas

(en el arrozal/una garza


una garza sola/una garza)

tenías en otro tiempo un corderito,


y se lo llevó el río
(¿o aquella casita blanca?)

Ahora
ni el grito de los teros
ni sus pequeñas alas

estoy preparando la huida, decís,


y yo no sé hacia dónde iremos
con el cuerpo o la cabeza
esta mañana

Levantamos los vasos,


la jarra
entorna el agua
pero qué celebrar

173
por el televisor pasa el entierro
de Arafat
Abu Ammar
Abu Ammar
pasa el entierro de Arafat

(si la mecedora fuera un ala,


si el ala fuera una flor)

si la mecedora fuera
un ala, prepararíamos la huida
para dos.

174
II

hay pequeñas azucenas en el patio


y como un collar de arena
donde termina el bosque,

pero dónde termina el bosque


¿en la garganta?

Llamamos a Celia, a Silvia,


a Clara...
ayer fui
hacia tu casa, vi tus lacas, escuché
el latido de tu corazón

yendo iba
descalza yendo iba
pies de arenal cruzando
desvaídos lilas
iba

íbamos las dos

Si el tren pasa, si la vida pasa...


(¿no ha pasado ya?)
es porque el río lleva hacia
tu casa.

175
Los camalotes van hacia el olvido
por encima del silencio van

señalan nuestros pasos,


mi paso igual al tuyo.

Van.

176
III

Con esa edad de Jacinto,


ay, y ese aire vendrán
a verme. En un collar de arena
anudo mis palabras a las tuyas.

Escribo:
tenías, Beatriz, un corderito
y su pelo era blanco como la nieve.
Era, en griego, como la nieve.

Las lacas del Imaginero


con espinas de peces de tu río
y con nácar son ahora suvenires
sobre la mesita.

un corderito tenías
en el idioma de las gárgaras del rocío,
y en el idioma del pan

¿hay un idioma del pan?

tu pelo es blanco
como la nieve.

177
IV

Beatriz era una niña


en el idioma de las gárgaras
del rocío

y en el idioma del corderito.

Cantaré la canción del corderito:


(¡la cantamos a dos voces
y una orquesta!)

Árbol de la esperanza
–teoría del arbolito–
mantenme firme

¿y qué es la esperanza,
madrecita mía?

178
V

¿Cómo está Teresa?


¿escribe?

(escribe, digo, todavía)

alguien se acerca
con un vaso de agua, una pastilla

trinaba el agua/
trina/
huerto del alba/
trina

sube
¿desde cuándo?
raposa, la rapiña.

trinaba/canoa de la luna/
trina

179
VI

con un poco de fe
llego a su casa esta mañana.
Por un momento la vida vuelve, y reímos
de nada

no te alejes, Misha, de la felicidad,


decía Chejov, acéptala...

Acéptala...
una mujer cena sola
¿cómo era cuando todo estaba vivo?

después quedamos
en silencio
es el silencio de la casa

(es el olvido)

180
VII

Una vez con mi madre


en la feria...

una vez con mi madre,


en el último foco de una ruta,
frente a la casa de un tío...

una vez con mi madre...

¿qué sabía yo entonces de la muerte?

¿qué sabía,
madrecita mía?

181
VIII

Árbol de la esperanza
mantenme firme:
sobre esta palabra que sostiene,
mantenme firme.

182
IX

con un poco de fe, una se va sola

(preparo la huida y no sé
hacia dónde)

Algo nos distrae:


Hablamos
(¿o soy yo la que habla?)
de los bambúes al fondo de su casa

(ésta no es su casa)

de ese rincón del Ubajay


donde atardece como en este lugar
esta mañana.

Levantamos los vasos:


una ceremonia
de olvido.

Anudo
mi palabra a la suya, como un collar
de arena. Escribe, digo,
escribo.

Todavía.

183
Hablamos de su gata como un duende,
y de Violeta...
(está sentada frente al plato
de comida)

yo le llevé jazmines

yendo iba
descalza yendo iba
pies de arenal cruzando
desvaídos lilas iba.

Íbamos

pero la vida ha pasado


(aguantaderos
del vivir)

y dónde estás.

184
X

Nos fue dado un día


a un paso del sol

casi nada.

185
XI

cuando Beatriz tenía un corderito


y su pelo era blanco como la nieve,
nos fue quitado un día, a un paso
del sol

Casi todo.

el corderito era como la nieve

en el idioma de las gárgaras del rocío


y en el idioma del pan
era como la nieve.

Tenía un corderito y el corderito


era blanco y Beatriz
era una niña

y de pronto, nadie
(humo, humus)

nada.

186
XII

Cantemos
a dos voces
y una esperanza:

Árbol de la esperanza
mantenla firme

¿y qué es la esperanza
madrecita mía?

187
Coda
Beatriz
tenía un corderito
que vino a comer
de mi mano

191
arre, corderito

(palabra, mano,
vida)

arre

192
arre

que allá arriba


esperan los jotes,

arre

193
San José del Rincón, noviembre de 2001.
Esteros de Iberá, julio de 2005.

194
Apuntes sobre Beatriz

Beatriz fue escrito a partir de dos visitas a la poeta santafesina Beatriz


Vallejos y del encuentro –unos diez años anterior– con su poesía.
La primera visita, hacia noviembre de 2001, poco antes de la deba-
cle nacional, en su casa de San José del Rincón, con recuerdos de
artistas plásticos santafesinos –sus amigos– de la movida cultural
de los sesenta, más un jardín frondoso con bosquecito de bambúes
incluido, más calles arenadas de pueblo y la deslumbrante proximi-
dad del Paraná o, mejor, de uno de sus brazos, el Ubajay. La segun-
da, en octubre de 2004, al pequeño departamento de Rosario al que
la llevaron porque ya no podía vivir sola. A todo lo cual precede, en
diez años por lo menos, el encuentro con su poesía –que provocó
todo el resto– y después, de un modo epistolar, con su persona, a
través de los breves escritos compartidos, en su caso al dorso de
fotografías de lacas, actividad cuya factura en algún momento em-
pezó a ocupar el lugar de la poesía.
Después de muchos titubeos, decidí titular el poema con su nom-
bre, Beatriz, ese nombre que tanto significa en la literatura de oc-
cidente... El proceso de construcción, de progresión, fue complejo
porque la escritura misma fue provocada por su palabra, y es con
esas palabras suyas fragmentadas que se hizo en mí el poema. Yo
ya había trabajado a partir de las palabras de otros poetas, con citas
en itálicas que tenían en todos los casos su referencia que hoy, por
lo menos a mí, me parece excesiva. Más tarde, en algunos cuentos,
tal vez para probarme o por puro divertimento personal, introduje
algunas citas (restos de literatura en la memoria) escondidas, tan es-
condidas que nadie me dijo haberlas visto. Fue divertido saber que
una línea del Poema conjetural de Borges, por ejemplo, una línea
muy conocida, por muchos citada, podía entrar en un texto narrati-
vo sobre mujeres gordas perdiendo toda entidad, aplebeyándose –si
se me permite el término– entre mis palabras.

195
Decidí, por una necesidad que me fue manifestando el texto en el
mismo proceso del hacer, tomar las palabras de Beatriz Vallejos
(muchas veces palabras, algunas veces frases), barajarlas y dar de
nuevo, borrando a veces incluso su condición de cita: palabras (o
breves frases) de Beatriz, en muchos casos intervenidas, a la vez
que amalgamadas con las mías. Pero lo que en ella había llegó ade-
más al poema de otra manera: vinieron citas textuales que, esas
sí, puse, en casi todos los casos, en itálicas. También sucedió que
aparecieron frases mías que necesité que tuvieran una tipografía
de cita. Digo necesité: es la palabra que se me ocurre, porque in-
tenté suprimir las itálicas (como me lo pedía la razón, las buenas
razones) y una y otra vez, en sucesivas capas de revisión, volví a
ellas. Palabras de Beatriz intervenidas, modificadas, en romanas.
Más mis palabras también en romanas. Más citas textuales de sus
poemas en itálicas. Más líneas mías en itálicas, como si de citas se
tratara. Y cuando parecía que todo iba a quedarse ahí quieto, vi-
nieron también otros textos, otros restos: una cita de Juanele Ortiz,
transcripta pensando en mis hijas, una frase de Chejov que viene
siempre a mi memoria en una traducción cuyo autor desconozco
o cuyo nombre perdí como tantas otras cosas, porque pertenece a
una lectura de juventud, el esbozo de un relato interrumpido sobre
la propia infancia, la frase Abu Ammar, nombre privado de Arafat
que tampoco pude borrar de una revisión a otra, porque el día de
mi encuentro con Beatriz en su departamento de Rosario era el día
de la llegada a Palestina del ataúd con sus restos y yo veía, de sos-
layo, cómo se interponía entre nosotras la pantalla con la imagen
de una caja, la caja donde cabe un hombre que es tragado por su
pueblo. Eran imágenes de muerte, pero también de gloria, las que
pasaban por el televisor, y ese nombre, ese sonoro nombre repeti-
do, me traía ecos de las celebraciones cristianas, especialmente de
los rezos y letanías escuchados cuando acompañaba a mi madre a
algún velorio en el pueblo y alguien se acercaba para preguntarle si
podía rezar un responso. Recuerdos de su voz diciendo mater dolo-

196
ris, mater pecatoris, la rima insistente en los atributos de madre, y
después rosa mística, torre ebúrnea... mis letanías preferidas y tras
cada frase el murmullo portentoso del ora pro nobis que se desce-
rrajaba sobre nosotros y cuyo significado y cuya música, oscura y
teatral, tardé mucho en descifrar. Entre los muchos textos de otros
que vinieron al poema que se fue escribiendo, llegó también una
frase de la cultura cristiana, Árbol de la esperanza mantente firme,
que recuerdo de los catecismos de la infancia y cuya existencia vi
actualizada en una mayólica expuesta en un geriátrico donde tra-
bajé muchos años, puesto ahí frente a la desesperanza estaba –está
todavía– en aquella mayólica ese llamado a la esperanza. Frase/
llamado que, recordé después, está también en un cuadro de Frida
Kahlo. Y finalmente (¿o fue todo al mismo tiempo?) llegó el título
de un trabajo de semiótica –“Teoría del Arbolito”– que una amiga
escribió y sobre cuyos materiales conversamos alguna vez.
Todo esto (y quién sabe cuánto más) está en la trastienda de lo que
se va escribiendo. ¿Qué hacer con ese pasado de escritura y de vida
que se revela, que se oculta, que resiste en nosotros?, ¿de qué modo
se subsumen en nuestra memoria esos restos?, ¿borramos o hace-
mos visibles los rastros?, ¿borramos primero para evidenciarnos
después, en el título, el epígrafe, en estas conversaciones sobre lo
escrito?, ¿o escribimos un poema sobre Beatriz, para Beatriz, un
poema con sus palabras, para borrarla después? Con lo reciente y lo
lejano, con el ayer y el hoy, se ha ido tejiendo un texto que vino a
ocupar el lugar de la memoria, un texto donde las palabras de Bea-
triz Vallejos aparecen y desaparecen entre las mías mientras yo me
muestro y me oculto en la confesión.

197
Beatriz
Contratapa de Diana Bellessi

Con el trazo austero y la emoción finamente equilibrada de sus ver-


sos, María Teresa Andruetto nos recuerda en este libro que pintar al
otro, prestarle oído o atención, digamos, es también pintar el propio
autorretrato. Hondo en los otros, hondo en nosotros mismos, y vi-
ceversa. En la mirada de quien nos ha amado se disuelve el olvido,
la anonimia que carcome todos nuestros gestos, y pone a salvo a la
vez su propio rostro. Así, Beatriz, este libro de delicado homenaje,
que entrelaza palabras y visiones de la poeta santafecina Beatriz
Vallejos con las de Andruetto, y teje un extraño yo lírico a dos vo-
ces, de dos mujeres ocultas en la luz y en la sombra de la provincia
y de la vida, es un cruce de aguas profundas y dulces donde cada
una se habla y le habla a la otra; y haciéndolo, abre la cuna de una
intimidad que nos mece, inquietando y sosegando a sus lectores,
todos nosotros, apenas aferrados de la turbulencia del olvido.

198
Kodak
Antes aquí había un cine. Pasaba
películas mudas. Era como mirar el mundo
con gafas negras una tarde de lluvia.
Charles Simic
en memoria de Ana
Trabajo en lo visible y en lo cercano
–y no lo creas fácil–.
No quisiera ir más lejos. Todo esto
que palpo y veo
junto a mí, hora a hora
es rebelde y resiste.

Para su vivo peso


demasiado livianas, se me hacen las
palabras.

Circe Maia
Hamaca

Estoy en cama
(la enfermera
se llama Erminda)
Por la ventana que da al patio,
mi hermana pasa a bordo de una hamaca.
Pasan también las moras, el verano,
las chicharras. Ha de ser octubre,
como esta tarde, o tal vez noviembre,
y el calor agobia, porque mi padre
que llega del trabajo, se ha soltado,
cosa extraña, la corbata. Yo estoy
en cama. Y Ana que pasa alegre,
viva, a bordo de la hamaca.
Habrá sido de vidrio el aire,
como esta tarde.

207
Peras

Había una rosca cubierta


de azúcar, una mesa con el hule
verde y una frutera de vidrio
(por la loneta de las cortinas, el sol
sacaba tornasolados color de ajenjo),
y había peras. Recuerdo los cabos rotos
y el punto negro que, en una de ellas,
hace el gusano. Sé que las dos teníamos
el pelo corto y unos vestidos
almidonados.

Después algo (quizás el viento)


sonó allá afuera y mi madre dijo
que acababan de pasar
Los Reyes.

208
Las amigas de mi abuela

Íbamos a verlas
los días de los muertos,
cuando la muerte no dolía.
Mi madre (que era hermosa y usaba
tacos altos) nos llevaba de la mano,
se pintaba la boca. Hablaban piamontés,
la palabra cerrada en la garganta a gritos.
Nos ponían vestiditos blancos de piqué
y volvíamos con olor a gladiolos,
a margaritas. Tenían una casa oscura
las amigas de mi abuela, y el tamaño
de un hombre. Ellos en cambio
eran flacos, frágiles como niñas:
se llamaban Geppo,Vigü,
Gennio, Chiquinot.

209
Marin’a*

Mi madre está dormida, con su solero


de flores sobre la colcha (tiene el pelo
tomado con invisibles, huele a agua
colonia). Mi abuela se acerca,
le dice algo al oído y lloran las dos.

La que ha muerto tenía las uñas


amarillas, un misal y un relicario
con pelos de Santa Cecilia.

Hay murmullo de rezos,


una cama vacía, una pañoleta
oscura, una taza de café
(pasa el vapor todavía),
el piso de ladrillos,
la mecedora, las glicinas...

Alguien nos alzó


hacia el tufo de la muerta
(se llamaba Elizabeta),
para que viéramos.

*Madrecita, en piamontés, es también la palabra con que llamaban a mi bisabuela.

210
Extravío

Aún no sabe decir


su nombre y la han mandado
(a lo de Rabachino,
a comprar harina, azúcar
negra, polvo de hornear).

Si lo hace bien,
le darán
(caramelos, estampitas,
besos).

En el bar hay olor


a hombres, y a vino viejo.
También un piso
flojo de madera,
y ya está el miedo
de pisar en falso.

Lleva un papel escrito


(en el hueco de la mano
lleva la letra de su madre).

Le han ordenado:
No te pierdas, y va mirándose
los pies, cuenta
los pasos.

Cree
(... pero es una intuición

211
oscura) que quien se mira
los pies no se extravía.

Cuenta los pasos


(y después las sílabas,
los cuentos, las monedas),
con los ojos fijos en los zapatos,
pero lo mismo se pierde
en el recuento.

212
Teoría sobre el cielo

(... tu mano, mi tapadito azul, el cortejo,


los caballos, un sacón que llevabas de pied
de poule...)

–¿Quién pasa?
–Un niño.
–¿A dónde va?
–Al cielo.
–¿Y por dónde sube?
–Por una escalera larga/que está allá lejos,/al final del pueblo.

213
Paisaje

Le dijeron: verás el río


(ella llevaba un vestido con canesú),
verás pajaritos y sauces
(un vestido rosa hecho
por su madre).

En el camino
se largó un aguacero,
¡y ella estaba bajo un toldo
con su vestido nuevo!

(cuando la lluvia acabó


ya era tarde,
no encontró pajaritos ni sauces
y el agua corría por todas
partes).

214
Lunes

Los lunes mi padre llegaba tarde


y traía chocolates amargos.
En la cama grande, mamá nos leía
La Cabaña del Tío Tom.
A nosotras nos gustaban los lunes,
nos gustaba llorar por tristezas
de cuento, sufrir por los negros
mientras comíamos chocolates
Suchard.

215
Citroën

Regresábamos en un Citroën
rojo, desde una laguna de sal,
un pueblo ahora de fantasmas,
a nuestra casa, en la luz. Y él
cantaba, de viva voz, como
nunca cantaba, voglio vivere
cosí, con il sole in fronte, y
mi madre y nosotras también
cantábamos.

216
Desnuda en la tienda
No era coqueta
Era fuerte.
June Jordan

Necesito ropa, dijiste. Una blusa


alegre, de color subido. Y fuimos
a la tienda. La chica que nos llevó
a los vestidores se llamaba Tula.
Te queda rico, dijo, te queda de novela.
Nos metimos las dos en esa caja,
entrábamos apenas.

Como no había asientos ni percheros


te ofrecí mis brazos.

Te sacaste el vestido, la campera,


te sacaste la blusa, las hombreras,
te sacaste el turbante, la remera,
te sacaste el corpiño, la bolsita de mijo,
te miraste al espejo y me miraste
y yo vi tu pecho crudo, las costillas
al aire, y después tu corazón
como una piedra, fuerte y fatal
como una piedra.

217
Tendedero

Mi madre cuelga ropa en la soga,


echa al sol nuestras cosas: blusitas,
pañales, toallones...

(...ya no azula las prendas con azul


de lavar)

A veces se queda mirando la espuma


y en el fondo de su corazón
grita una niña.

Ella la friega, la estruja,


(...y la niña tiembla
en la tarde limpia).

218
Kodak

Yo miraba,
tras la lente de una Kodak
con la que él sacó fotos de la guerra,
antes que la muerte disolviera
sus pupilas y delegara en mis ojos
el dolor de mirarme devastada
por la ausencia.

219
Carta

En la feria, cuando elegía alcauciles


(estaban algo oscuros), un muchacho
que no tenía más de trece años (lo vi
correr, por La Cañada, hacia El Pocito),
me arrancó la cartera (quedaron
las tiras colgando).

¿Tenía dinero, señora?

Nadie preguntó por tu carta


(yo la llevaba conmigo,
tu última carta,
doblada en cuatro).

Era sólo un papel y ese muchacho


lo habrá tirado al agua.

220
Caballito

Eran una niña y su madre.

Esta piedra parece un caballo,


dijo la niña,
y se hincó junto al agua.

La madre abrió las manos


y el caballito galopó
hasta la página.

221
Banjo en la cocina
He perdido una música
Irene Gruss

El padre toca el banjo en la cocina


de la casa. Es la siesta del domingo
y amenaza tormenta (...los chicos
juegan, la madre levanta los platos
de la mesa). Bajo la parra zumban
las moscas. El padre toca rumbas,
habaneras, canciones italianas.

Alguien sostiene las partituras,


da vuelta las páginas
(hasta que salta una cuerda
y la música acaba).

222
Casa con palmeras

Junto a la casa vieja


con cenefas, hay dos palmeras
(y un senderito de piedras negras).

Bajo las plantas y los racimos


de flores blancas, dos niñas juegan

(al gallo ciego).

Después la madre
ofrece flores de calabaza,
semillas secas,
y las dos niñas
se van por el senderito
sin dejar huella.

223
Instantánea con caballo

Tu cuerpo de muchacho
tira las riendas: la pierna
avanza y es bonito el caballo,
te diría, con su pelaje oscuro.
Tal vez sea una yegua mansa
porque hay niños sobre el lomo,
sin cabalgadura. Tu hermano
se ha vuelto hacia el fotógrafo
y están los otros en el cogote
y en la grupa.

Es una foto de blanco


y negro, con los bordes ajados,
te diría (causa gracia esa remera
de banlon, sobre los pantalones
nuevos). Tu madre, escondida
tras los niños, sostiene todo.
Veo las piernas y la pollera;
es su fuerza lo que miro,
te diría.

224
Visita

Hoy vino mi madre a visitarme


y caminamos las dos por estas calles.
Hablamos de mi hermano,
de los hijos, de las chicas del Sur,
de mi cuñado. Otra vez yo critiqué
al gobierno y ella dijo otra vez
“¡Es un país tan grande!”. No quiere
que me queje: “¡Este país generoso
recibió a tu padre!” y rodamos las dos
hacia una zona de tristeza, en silencio,
hasta que se detiene y dice: “Ayer
hice dulce de duraznos” y yo digo
que hablaron de mi libro
en el diario.

225
Víspera

Se va la tarde. Decís, a este sitio


vendremos: escribirás, sembraré,
pasaremos los días de viejos.
Sobre la casa que nace, cruzó
una torcaza. Más allá hay un halcón
y unas loras. La luz moja la falda
del Mogote, aviva los manchones
amarillos. Todo es hermoso, digo,
y sin embargo, hay una nota
de tristeza sobre talas y espinillos.
Será porque es invierno, decís,
será porque es domingo.

226
Pavese y otros poemas
...hacer poesía es como hacer
el amor: no se sabrá nunca si la
propia alegría es compartida.
Cesare Pavese.
l7 de noviembre de l937.
Diario.
Recién terminada la guerra, un hombre al que arrastran dos
perros dálmatas camina por una ciudad devastada. Atravesar una
calle para escapar de su casa lo hace sólo un muchacho, pero este
hombre que recorre las calles todo el día no es más un muchacho
y no escapa de casa. Es Torino la ciudad devastada y el hombre al
que arrastran los perros se llama Cesare.
Quien recuerda es mi padre, todo esto me ha dicho y no
habla italiano, usa, pausado, el dialecto que, lo mismo que las pie-
dras de estas colinas, es tan escabroso que veinte años de idiomas
y océanos diversos no le han hecho un rasguño, se recuerda un
muchacho, partisano de Ghio, escapando, y recuerda también a su
padre que buscaba las trufas, y al amigo perdido, porque el hombre
sólo escucha la voz antigua que sus padres, en el tiempo, han oído,
clara.
Cada vez que leo a Pavese vuelven los perros, la ciudad
devastada, los partisanos de Ghio, la guerra, mi padre que recuer-
da, la voz que un día tuvo el padre de mi padre y cada uno de los
muertos de la sangre. Porque decir Pavese es también nombrar la
muerte, los muertos que heredamos, la propia muerte, su presencia
constante en la memoria.
Finalmente, decir Pavese es también hablar de aquel poe-
ma-relato del que él hablaba, el poema que viene a contar las his-
torias que no pudimos narrar, aquellas que escuchamos de niños,
para que después, cuando se vuelve, como yo, a los cuarenta años,
se encuentre todo nuevo, todo de nuevo, en la memoria.

M. T. A.

231
Esperar es todavía una ocupación.
Es no esperar nada lo que es terrible.
C. P. 15 de setiembre de 1946.
Diario.

No vayas en noviembre

No vayas en noviembre al cementerio


cuando asesina la luz sobre las bardas,
ni vayas en febrero
cuando las bocas de la higuera sangran.

No vayas a esa tierra de álamos.

Los manzanares viejos no tienen brotes,


les ha bordado el viento la noche.

233
No se recuerdan los días, se
recuerdan los instantes.
C. P. 28 de julio de l940.
Diario.

Instante

Una turbulencia balancea


las barcazas. La luz pinta el aire
de amarillos y están cerradas
las viejas puertas. Nadie
en la pescara, ni las góndolas
lúgubres. En el puente de Cannaregio
ni las de lujo ni el vaporetto,
sólo pequeñas barcazas
han pasado la noche entre los palos.
Allá al fondo, un hombre barre
la fondamenta de Ca laria. El resto,
nada.

234
Estación abierta, retorno.
En la vida no hay retorno.
C. P. 30 de marzo de l948.
Diario.

Ahora que viene el tiempo de los pájaros

Ahora que viene el tiempo de los pájaros


y de los brotes en las ramas y la blancura
del almendro,

ahora que salgo al aire por las tardes


y riego plantas y veo cómo la tierra bebe
el agua,

ahora que se agitan las polleras


al murmullo de la brisa,

ahora que los niños conquistan el baldío


y construyen refugios y saltan vallas,

ahora que en el barrio las mujeres se sientan


a la sombra de los fresnos y toman mate
y hablan,

yo miro a cada instante hacia el Oeste, hacia


tu casa.

Primavera de l992.
In memoriam Clara Rut Crimberg.

235
Por qué a cada sobresalto...
te vuelven a la mente los troncos
y el río y la colina con la luna
detrás y el camino...?
C. P. l9 de agosto de l946.
Diario.

Lapataia/94

Caen sobre el camino los troncos


centenarios. Un zorro acecha.
Más allá los manchones
de las castoreras.
Somos nosotros los que vamos
bajo la lluvia, pero parece
que nadie fuera,
que nos hubiéramos hecho de aire
entre las lengas.

236
Te asombra que los otros pasen
a tu lado y no sepan, cuando tú
pasas junto a tantos y no sabes?
C. P. l7 de agosto de l950.
Diario.

Entre tus fauces

Río de lomo azul donde navego


con la cabeza otra vez contra
la orilla, devuélveme el resuello
y el talle que he tenido entre tus fauces;
y esta memoria que se lo come todo,
llévatela. Aquella niña calando
sandía en el patio y los amargos
granados abiertos, diamantes
de azúcar, llévatelos. Llévate también
a ese hombre de cejas espesas
y mirada viva que me ha mirado tanto.
Llévate los días, y el recuerdo
de los días, y la tarde en que se fueron,
y el abrazo. Muchas veces Caronte
me pidió que entregara la dádiva,
y yo la di, y los subí a la barca,
y los empujé hacia el agua
que hace sombra. Vuelve siempre
un camino de cipreses y el crujido
de mis pasos en la arena. Vuelven
los que trazan la huella de los días
y reclaman: Mira hacia arriba.
Y yo por el cielo, huérfana, buscando
el Caprino, los Gemelos, un recuerdo

237
de agua azul sin alimañas. Mira
hacia arriba, dicen, y yo en tus fauces
otra vez, contra la orilla.

238
Dos versiones de un poema a Pavese
Se parece a mí, que me busco
el trabajo en el corazón.
C. P. l2 de setiembre
de l942. Diario.

Pavese

Entre mujeres solas hemos hablado de él


uno de estos días de marzo,
y de la tarde en que mi padre lo vio
pasando la caserma. Dos perros
lo arrastraban y esa tristeza
que no ha vencido nadie. Il diavolo
sulle coline acecha. Es el 45 y la guerra
cansa. Están en Piazza Cavour
o en Superga. En Torino, no en Le Langhe.
Mi padre muerto parece que me dice
al oído “he pasado Stupinigi
hacia mi pueblo”. El otro se llama Cesare
y escribe en plenitud acerca de esas cosas
pequeñas que nos suceden a todos
y de volver y no encontrar ya nada.
Mi padre es partisano, un partisano
de Ghio, y ha cumplido veintitrés. Antes
que cante el gallo me dará esas voces
que se oyen desde lejos, el eco
en la colina. Están cerca las tierras
fértiles, el cuerno de oro devastado,
y la ciudad que es gris, no tiene
cielo. Alguna vez dirá no escribo más,

239
el lápiz cruzado sobre el diario. No habrá
qué hacer en la ciudad vacía sino esperar
y esperarás que llegue. Por esta calle hasta
el hotel mañana, vendrá la muerte y tendrá
tus ojos.

240
Nada. Tengo un carbón en el cuerpo,
brasas bajo las cenizas. Oh C., por
qué por qué?
C. P. 27 de marzo de l950 (noche)
Diario.

Pavese

Entre mujeres solas hemos hablado de él


uno de estos días de marzo oscuros
contra el cielo rojo y de la tarde
en que mi padre lo vio pasando la caserma.
De las correas dos perros lo arrastraban
y una tristeza que no ha vencido
nadie. Il diavolo sulle coline acecha,
siembra de sangre estos lugares familiares.
Es el 45 y la guerra cansa.
Están en Piazza Cavour o en Superga.
En Torino, no en Le Langhe, ciprés
y casa sobre el borde de tu tierra. Mi padre
muerto me dice al oído “he pasado Stupinigi
hacia mi pueblo” y el dolor se desvincula
del ansia y subsiste solo en el alma. El otro
se llama Cesare y escribe sobre las cosas
que nos suceden a todos cuando volvemos
y no encontramos nada. Mi padre
es partisano, un partisano de Ghio
y ha cumplido veintitrés. Antes que cante
el gallo me dará esas voces
que se oyen desde lejos, el eco
en la colina. Están cerca las tierras fértiles,
sitios que no son un lugar entre los otros

241
sino un aspecto de las cosas ahora devastadas.
La ciudad era como un lago de luz, se ha
vuelto gris, no tiene cielo. Alguna vez dirá
no escribo más, el lápiz cruzado
sobre el diario, y acabará el oficio
de vivir. No habrá qué hacer en la ciudad
vacía sino esperar y esperarás que llegue.
Dirás palabras no, si fuera un gesto. No
escribas más y ella vendrá, por esta calle
hasta el hotel mañana, ella vendrá
y tendrá tus ojos.

242
Tu sei come una terra
che nessuno ha mai detto.
Tu non attendi nulla
se non la parola
che sgorgherá dal fondo
come un frutto tra i rami.
La terra e la morte (l945-l946)

Entre los ramos

Hay un olor a flores


cortadas en el campo;
con olor a chinitas salvajes
van a verlos y el sudor las abrillanta.
Es octubre y lastima la resolana
entre los fresnos y el aire está tan quieto
y es tan azul allá a lo lejos...
Es domingo y yo no tengo dónde verte.
Sólo esta palabra como un fruto
entre los ramos y este olor salvaje
que regresa, desde chicos ajenos
y mujeres gordas
con pañuelos.

243
No nos liberamos de una cosa
evitándola, sino solamente
atravesándola.
C. P. 22 de setiembre de l945.
Diario.

Del latín recordis

Él nos leía a Pascoli en la luz


de la mañana y hablaba de las tardes
aquellas del otoño, los perros oliendo
entre las setas, cuando iba con su padre
a buscar trufas. Ella sabía de memoria
la vida de él. Él nombraba la guerra,
los años escapando, el abrazo
de Paolo y Etiopía. Ella escondía
bajo el plato las cartas que llegaban,
y les sabía los nombres a los primos
lejanos. A veces en las tardes
recientes del otoño, ella recuerda
a Pascoli y un pueblo que no ha visto:
hay un niño con su padre y unos perros,
y hay un hombre que se larga por los techos,
y un amigo, y es otoño,
y es la guerra.

Para María Cleofé Boglio.

244
Palabras al rescoldo
A mi madre, alimento y palabra.

A los que cocinaron en los libros:


Antonio Esteban Agüero, Jorge Amado,
Glauce Baldovin, Laura Devetach,
Laura Esquivel, Carlo Emilio Gadda,
Erica Jong, Tununa Mercado,
María Alicia Dillon, Pablo Neruda,
Marcel Proust, Armando Tejada Gómez,
María Elena Walsh, Marguerite Yourcenar...

Y a las recetas de cocina de Blanca Cotta.


Celebración

Extiende
un manto inmaculado
sobre la tabla.
Eres
una vestal que coloca
en el retablo
los elementos sagrados.
Un corazón de miga.
Una jarra de agua.
Unos platos de terracota.
Un vino grana.
Una vestal que elabora
hostias profanas
y en la mitad de los días
da comunión en la casa.

249
Arroz con alcachofas

El aceite
borbotea en la sartén.
Allí he echado
dos alcachofas acuchilladas.
He convertido esas flores antiguas
en corazones abiertos,
en carne viva.
Me he dedicado después
a esperar que largaran su sangre
o su sudor,
según se mire.
Luego
he reducido una cebolla
grande
y llena de luz
a polvo,
a jugo,
a numen.
Y otra vez he llorado.
Pero tan poca cosa no me amedrenta.
Me zambullo,
con el jugo y las lágrimas,
en el aceite hirviente
y cuando todo se impregna,
paso una lluvia de arroz
de la caja a mi mano
y de mi mano a la sartén
en donde bullen
los zumos
del dolor y de la dicha.

250
Ya puedo esperar
que los granos se hinchen.
Sé que soportarán,
igual que yo,
una hinchazón
tres veces superior
a su tamaño.
Sólo hará falta agregar
de tanto en tanto
agua
o caldo,
un baño de mar
que les permita
transitar por el infierno
de la hornalla.

251
Palomas torcazas con nueces de manteca

Bajarás al vuelo
cuatro palomas torcazas
sin piedad y sin miedo.
Las desplumarás
bajo el agua hirviendo
a pesar de saber
que hasta hace un instante
la vida
ardía allí tan intensamente
como ahora en tu pecho.
Las sumergirás
y elevarás repetidas veces
con la misma saña
que pone un torturador
con sus torturadas.
Las desventrarás luego
hundiendo
un cuchillo filoso
en el sitio exacto
por donde desovaban.
Les pondrás sal, pimienta,
nuez moscada.
Las colocarás en una fuente
plana
y como a un altar de tinieblas
entrarán al horno
de tu casa.
No olvides
barnizarlas con manteca
para

252
que
la transición
de esa fauna del cielo
a cadáver
no sea pálida.

253
Natilla perfumada

Mejor
que la leche pase
tibia,
por obra de tus manos,
desde la vaca
al cuenco
asentado en tu vientre.
Si es así,
sólo bastará espesarla
a fuerza de harina
o de fécula,
mareando la blancura
con una vara
de madera.
No olvides perfumarla
con naranja seca,
con limón,
con ramas de canela.
Y volverás a ser niño
cuando la comas
bajo la luna llena.

254
Tallarines al pesto

Es condición indispensable
que se acompañen con un vaso de borgoña.
Pueden
ser comprados en la fábrica de pastas.
Pero no hay como los hechos en casa
en un día de invierno.
Estirados
hasta dejar pasar la luz.
Colgados a secar
de los espaldares de las sillas
como los relojes blandos
del cuadro de Dalí.
Arrollados,
prietos, sobre el mármol de la cocina.
Cortados en cintas finas,
tan finas que los dedos peligran.
Abiertos luego,
aireados
por las manos llenas de harina.
Son tan tiernos
que apenas llegan al agua
se desmayan.
Y hay que colarlos pronto
y cortarles la quemazón
bajo el chorro de agua fría.
Por eso,
antes de cocinarlos
es preciso hacer el pesto.
Desflorar una cabeza de ajo.

255
Tomar por sorpresa
a cada diente
hasta hacerle saltar el pellejo.
Una vez limpios,
una vez descarnados,
una vez lisos,
excitarlos
con el canto del cuchillo
hasta hacerles perder
la verga verde
que se repite
e inflama las entrañas.
Después,
con el mismo cuchillo
en posición de ataque
hacerlos papilla,
picarlos hasta la exasperación.
Cuando se hayan convertido en puré,
reducir a zumo
un ramito de albahaca
que habremos cultivado en la maceta
del balcón
o en el jardín de la vecina.
Mezclar ambas esencias
y dejar que se peleen
en el fondo de un tazón.
Inundar tanta fragancia
con un chorro de aceite de oliva
y descender con todo
al océano de la fuente.

256
Higos en almíbar

Es en vano comprarlos.
Debe uno
treparse a una higuera
en mitad de la siesta,
cuando todos duermen.
Y allí
dejarse flechar
por el follaje inhóspito
sin rendirse.
Debe uno
ir mordiendo esas bocas
bajo la planta
hasta que los labios ardan.
Y echar los frutos
que no sea capaz de devorar
en una canasta.
Después,
con la piel lastimada,
debe uno arrastrarse a la cocina
o a cualquier otro oasis
de la casa.
Dejarlos en remojo
es asegurarse
de que la maldición
no caerá sobre nosotros.
Una vez limpios,
volcarlos al almíbar
que se habrá preparado
con agua y azúcar

257
por partes iguales
para que sea capaz de sacarles
toda aspereza,
toda acidez.
Si lo hemos hecho bien,
los higos
quedarán enteros,
indemnes a pesar de todo
y lejos
estará la leche amarga
de su escozor
de azúcar.

258
El pan
(de otros el maíz,
el tubérculo,
el arroz;
nuestro
ese grano de oro
en el campo)

Primero
conviértete en fermento,
en levadura,
en volcán.
Construye luego
con tu harina buena
una torre
sobre la mesada.
Y horádate el centro.
Cávate.
Y vuelca en ese pozo
todos tus afanes.
Entonces
enciéndete y crece.
Crece.
Duplícate
una y otra vez.
Cocínate.
Quémate.
Inmólate.
Y ofréndate
como una hostia.

259
Berros

Si te llevan hasta el arroyo


y te seducen sobre la hierba,
inventa una cama de berros
junto al agua fresca.

260
Conejo a la cazadora

Su gusto salvaje
no nace en el paladar.
Tampoco durante la víspera
en el tumulto de la maceración.
Nace
en el momento de comprarle a tu hijo
un conejito blanco
y pequeño como un pompón.
Y se acrecienta
mientras le das de comer
en tu mano
brotes frescos
y zanahorias tiernas.
Un día se hará grande
y morderá las patas de los muebles
o esparcirá sus excrementos
por la casa.
Entonces estará a punto.
Lo matará tu marido
o cualquier otro carnicero
de confianza.

tan sólo lo ahogarás en vino
y lo cocinarás a la cazadora
una mañana.
Pero esos pormenores
se te habrán olvidado
en el momento
de llevarlo a la boca.

261
Mate con hierbabuena

Ella enterró una semilla


junto a la tapia
y esperó que creciera
paciente
y cansada.
Después
vio impasible
ahorcarse los frutos
en las frágiles
ramas.
Eligió una calabaza,
la hundió
en el agua
y cuando hubo perdido
el pellejo
la decapitó sin lástima.
Le sacó el amargo
con grappa
y se decidió a llenarla
con un terrón
de azúcar
revuelto en la brasa,
un suspiro profundo
para oler la dulzura
quemada,
un ahogo
de yerba hasta el cuello
y una brizna
de esperanza.

262
Mazamorra

Deja los granos de maíz


en remojo
toda la noche.
Ellos
desbordarán su carne
mientras tú duermes,
o sueñas
o gozas.
A la mañana siguiente,
cuando los que esperan
de ti el alimento
se hayan ido,
ponlos a cocinar.
No te pido
que los coloques
en un cuenco de barro
ni que los hiervas
sobre un brasero
en el patio
porque esos sortilegios
nos han sido vedados.
No tengas miedo.
Los granos
no excederán su punto
tan fácilmente.
Y en cambio, ten paciencia.
Les llevará tiempo
hacerse tiernos.

263
Pasas en grappa

Basta un puñado de pasas


en el fondo de una botella de grappa
para perder la cordura
y encender las entrañas.

264
Bocaditos de cardo

Han estado
cubiertos de tierra
en el fondo del patio.
Sólo así,
cubiertos de tierra,
se conservan
blancos.
Han pasado
largo rato bajo
la canilla.
Luego
los ha traído a casa
como quien trae
un ramo.
Los ha cortado en trozos,
los ha echado al agua
y allí los ha dejado
hasta requebrarlos.
Después
los ha escurrido,
los ha ahogado
en harina y huevo,
los ha largado
a la sartén que hierve
hasta quemarlos.
Y me los ha ofrecido
para que probara
su sabor
amargo.

265
La magdalena

Él antes podía.
Mojaba en el té una magdalena y se la llevaba
a la boca.
Dejaba por un momento esa pasta azucarada sobre
la lengua
y los recuerdos subían por el camino de Swan.

Es invierno
y en vano hoy yo mojo en el té
una vainilla, una galleta, un pedazo de pan.

266
Tisanas
(juro que las llaman
agüitas de remedio)

Menta,
anís,
marcela,
muña,
jengibre,
ruda,
estragón,
eneldo,
mejorana,
paico,
cedrón,
enebro,
manzanilla,
poleo,
peperina,
romero,
belladona,
yerbabuena,
ajenjo...

Ay cómo asfixia el agua las hierbas!

267
Licor de mandarinas

Ella le ofrece
–jueves y domingo–
licor de mandarinas.

Oro en las copas,


plata en las sienes.
Vida que muere
tras las cortinas.

268
Espuma de chocolate

Batir un manojo de claras


hasta que se vuelvan nieve.
Esparcirle el azúcar
como una lluvia tenue.
Después
disolver chocolate
en manteca
y echar esa lava
caliente
a la espuma que crece.
Perfumar con oporto
o con otra bebida fuerte
y sentarse a esperar
que el amor,
ese Dios implacable,
te castigue
o te premie.

269
Bagna cauda
“...el perfume que da el ajo
hace ir todos los males...”
(de una receta de la bagna cauda
traducida del piamontés)

Toma una cacerola


de la mesada.
Échale aceite de olivas
y asiéntala en la hornalla.
Con una cuchilla de asas
muerde, hiere,
trincha, gasta
hasta desmigajarlas
unas cabezas de ajo
y un pequeño cardumen
de anchoas saladas.
Y cuando crepite,
ahoga ese derroche
en un litro de nata.

Pero eso solo no basta


si la tierra
no entrega sus frutos
y el corazón no estalla.
¡Dilo,
que a sabiendas
se sumerja cada uno
en la salsa!

270
Réquiem
Premio Argos
Señor,
permíteme bajar
a los pozos
de mi pensamiento,
manantiales de sangre,
depósitos intactos
de locura,
con la frente alta,
sin miedo
a los derrumbes.

273
Cayó
esta mañana
la taza.
Cayó de mis manos
y escupió en el piso
sus flores pálidas.
Escupió
astillas blancas.

Réquiem Taza.

274
He muerto otras veces.
Y resucité
buscándome en pedazos.

Pero esta vez


repito gestos celebro ritos
y no me encuentro.

275
La muerte
copula vientres
como una araña.

276
Kodak
Yo
los miraba
tras la lente de la Kodak
con la que padre
registró la guerra
antes
que la muerte
disolviera sus pupilas
y delegara en mis ojos
el dolor de mirarme
devastada
por la ausencia.

277
1. 2.

3. 4.

1. Los abuelos maternos, Felicitas Martino y Constanzo Boglio, y la bisabuela Elizabeta Pronello (Marin’a).
2. Los abuelos paternos, Teresa Vaudano (a quien la autora se refiere en el poema “Teresa” de Cleofé)
y Giuseppe Andruetto, en la casa de Airasca, Torino, Italia.
3. La madre, Cleofé, maestra en Arroyo Cabral, pueblo natal de la autora, en torno a la cual gira el
libro del mismo nombre.
4. Su padre, Romualdo Andruetto, junto a su amigo Paolo (mencionado en “Del latín recordis”, de
Pavese y otros poemas) en Torino. Fin de la 2da Guerra,antes de migrar a la Argentina.

279
5.

6.

5. A los nueve años, junto a su madre y hermanos, José (Beppe) y Ana, fallecida joven, cuya memoria
sobrevuela los poemas de Kodak, en especial “Hamaca”, “Casa con palmeras”, “Carta” y “Desnuda
en la tienda”
6. De niña, a la derecha con pañuelo al cuello. Picnic en el Día del Estudiante (relacionado con “La
maestra de piano” y “Patti Lee”, de Sueño americano).

280
7.

8.

7. Con su hija Josefina Luján.


8. Con su hija Juana Luján, también poeta.

281
9. 10.

11.

9. Junto a su hermana, en el patio de la casa de Oliva (1980).


10. En su casa, fotografiada por su hija Juana Luján (2007).
11. Con su marido Alberto (el muchacho de “Instantánea con caballo”, de Kodak, el día de su casa-
miento (2008).

282
12.

13.

12. En el patio de su casa, en Cabana (2004).


13. En Guadalajara, México, tras la obtención del Premio iberoamericano a la Trayectoria de Lite-
ratura Infantil (2009).

283
14.

15. 16.

14. Las manos de la poeta, fotografiadas por Natalia Roca (2013).


15. En su escritorio biblioteca, fotografiada por Natalia Roca (2013).
16. Junto al editor de Poesía reunida y la perra Peia, en su casa de Cabana, Sierras Chicas (2018).

284
ÍNDICE
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

Últimos poemas (2018/2019) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29

Cleofé (2017) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57

Sueño americano (2009) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113

Beatriz (2005) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141

Kodak (2001) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 199

Pavese y otros poemas (1998) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 227

Palabras al rescoldo (1993) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 245

Réquiem (1993) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 271


La presente edición de Poesía reunida,
de María Teresa Andruetto,
se terminó de imprimir en agosto de 2019
en Ameriangraf,
Uruguay 1371, Buenos Aires, Argentina.
Tel.: (011) 4815-6031/0448.
E-mail: info@ameriangraf.com.ar
www.ameriangraf.com.ar

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