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VOLVER A LEER
edhasa
Giardinelli, Mempo
Volver a leer : propuesta para ser una nación de lectores. · la cd.
la reimp. - Buenos Aires : Edhasa, 2007.
240 p. ; 23115 cm. - (Otras obras)
ISBN 978-950-9009-70-7
ISBN-: 978-950-9009-70-7
Impreso en Argentina
Dedico este libro a la memoria de mi única hermana,
Beby (1936-2005), guien fue mi lectora cuando yo era niño
y me abrió —sin proponérselo, pero con sabia intuición-
ai universo de la literatura. Beby leyó toda su vida,
fite una de las primeras bibliotecarias diplomadas
de la UNNE, y fundó y dirigió la Biblioteca Municipal de
Resistencia y Biblioteca Popular Hipólito Yrigoyen.
índice
Introducción..................................................................................................... 11
Las reflexiones que contiene este libro son el producto de más de veinte
años de trabajo, consciente de la importancia y necesidad de una Política
de Lectura que la Argentina —como muchos países— necesita.
A las experiencias de lectura personales, que todo escritor tiene, y a las
de intención y objeto educativo, cabe añadir las que se dirigen a definir
una política de Estado. Es decir, la coordinación organizada y armónica de
estrategias de lectura consensuadas que ayuden a elevar ínteleccualmente
al pueblo, diagramen un programa político-pedagógico a tal efecto y lo
gren, en un período de tiempo determinado, hacer de un país una nación
de lectores.
Todo eso debería contenerse en una futura Reforma Constitucional
que incorpore el Derecho a Leer como esencial para la ciudadanía de la
República, y/o una Ley de Política de Lectura, o Ley del Derecho a Leer,
cuyos lincamientos generales este libro intentará desarrollar.
Estas reflexiones empezaron a escribirse en 1985, cuando al regreso
del exilio en México intenté contribuir a la entonces flamante Democracia
creando una revista literaria dedicada al cuento que, sin dejar de lado su
especificidad de género, fuera también tribuna cultural y ética en el pro
ceso de construcción de ciudadanía. Los 36 artículos editoriales que firmé
número a número en aquella revísta que se llamó Puro Cuento (entre Julio
de 1986 y Sepriembre de 1992) dan cuenta de la preocupación constante
por la carencia de una Política de Lectura, que la Argentina nunca había
tenido, y que era compartida por casi todos los autores y lectores.1
A lo largo de aquella experiencia lanzamos, en 1987, lo que quizá pom
posamente llamamos Primera Campaña Nacional Privada de Promoción de
la Lectura, En 1989 creamos una entidad, la Fundación Puro Cuento, cuya
misión era estimular la lectura y crear bibliotecas allí donde no las había.
12 Volver a leer
M.G.
Resistencia, Septiembre de 2003 / Agosto de 2006.
Notas
1 Es de toda justicia recordar que desde el inicio de la revista conté con el aporte del
talento de Silvia Jrkin, y luego, a lo largo*de los años, me acompañó también un grupo
extraordinario de colaboradores, encabezados por Ignacio Xurxo y Norma Báez.
2 Para esta publicación fue detisivo el asesoramicnto de Sujana Itzcovich.
3 Cabe aclarar que a lo largo de este libro utilizo los vocablos "papás” o “padres” en
plural, abarcando a la madre y/o el padre. Del mismo modo que utilizo “maestro” en sin
gular o plural sin hacer distinción de género. Y lo mismo, en muchos casos, cuando me
refiero a “los chicos" o “los niños”.
14 Volver a leer
pre estaba disponible en la biblioteca» junto con el otro libro más popular
de aquel tiempo: el Martín Fierro, de José Hernández.1
Desde entonces» y creo que para siempre, mi lectura personal del
Quijote procuró establecer cómo Cervantes supo captar eso que llamamos
condición humana, o sea la naturaleza y modo de ser, la suma de conduc
tas y creencias, y el temperamento de ese pueblo, el español, que es a la vez
todos los pueblos del mundo, y al que nuestro Hidalgo va encontrando
con su preciosa inocencia de loco, o de niño, que para el caso es igual. Y
condición que determina su peripecia cuando en ventas y poblados, en
campos y caminos, las gentes lo reciben ora con atención, ora con burla,
allá con poca piedad y aquí para aporrearlo de la manera más cruel, y pe
ripecias, todas, que son empecinada, inexorablemente literarias.
Es eso lo fascinante: la suma del genio cervantino radica en que el reper
torio de calidades humanas que hay en el Quijote, pleno de idealismo y sa
brosura, de valores y principios irrenuncíables, y de una moralidad y una iro
nía excepcionales -es grandioso hoy, pero sobre rodo lo fue en su época- es
una construcción literaria. La literatura hasta entonces era, como la pintura
bizantina, carente de perspectivas y de sombras, vacía de matices y perfiles.
Lo que hace Cervantes en la literatura es lo que hicieron Leonardo y Miguel
Angel en la Pintura. Cervantes es a las letras del mundo, en el siglo XVII, lo
que mucho después sería Albert Einstein a la Ciencia del siglo XX.
Y esto es así para todos sus personajes —no solamente Don Quijote y
Sancho— pues todos simbolizan la más extraordinaria gama de tipos y con
ductas, y acaso ésta es la primera vez que la literatura universal muestra la
importancia de lo que no es pero parece ser; lo que es en tanto obra de ar
te, aunque no sea en lo que llamamos realidad; lo que es capaz de ser por
que está creando su propia, otra, diversa y verosímil realidad.
Para aquella época, eso fue revolucionario. La universalidad del Quijote,
enancada en la fabulosa popularidad que se ganó en poco tiempo, excedió
los límites de su época como excedió también la geografía de España. Y es
ta Fama y trascendencia, me parece, hacen al aspecto menos abordado acer
ca de Cervantes y el Quijote: su relación con'la lectura, antes que con la es
critura. Y cuando digo lectura digo tanto lo que leyó Cervantes como lo que
él quiso que nosotros —por les siglos de los siglos- siguiéramos leyendo.
Sostengo, pues, que él era plenamente consciente de la importancia de la lec
tura en la formación de los pueblos. Y fue asombrosamente anticipatorio.
Mempo Giardinelli 17
sólo para su época sino para siempre, con la inversión de perspectiva que
también nos ha enseñado Ayala, pues lo que en 1605 “era extraño y es
trambótico” -Don Quijote mismo, y su complemento— resulta absoluta
mente familiar para cualquier lector de nuestros días; mientras que el
mundo de Cervantes, que para los lectores de su época era inmediato y co
tidiano, hoy nos es completamente ajeno.
Cervantes quiso cambiar la lectura de su nación y de su tiempo. Nada
menos. Martín de Riquer, en “Cervantes y el Quijote”, lo advierte cuando
sostiene que el Quijote no es un libro de caballerías, sino una parodia de
los libros de caballería: “Cervantes se propuso satirizar y parodiar los libros
de caballerías a fin de acabar con su lectura, que él consideraba nocivas”.4
Y vaya que logró desterrar la lectura de aquellos libros que eran can
populares: en los años siguientes a la publicación de las dos partes del
Quijote la circulación de los libros de caballería disminuyó en forma irre
versible, hasta que prácticamente el género desapareció, condenado por ser
obra de autores que escribían mal o eran considerados vulgares y medio
cres, y cuya popularidad (hasta entonces incuestionada) no significaba más
que la certeza de que —como ha sido y será— lo popular no siempre es si
nónimo de calidad.
Ésta es, para mí, la más sutil y trascendente lección que nos legara
Don Miguel de Cervantes Saavedra: la Biblioteca (o sea la lectura) como
castillo y fortaleza, como templo en el que reside un poder superior (el del
saber) al que la ignorancia siempre intenta derrocar. La Biblioteca como
centro medular de todo pueblo, al que atacan desde el vamos todas las dic
taduras, todos los autoritarios y todos los necios.
Se me hace, incluso, que Cervantes, a la edad provecta en que parió a
su héroe, ya sabía que el orgullo de lo bien escrito es siempre inferior al or
gullo de lo mejor leído. Esa enseñanza —que Borges asimiló y de la que hi
zo docencia, y hoy tanto se repite— nos viene de Cervantes. Como tantas
otras que devinieron lugares comunes de la sabiduría popular latinoame
ricana de los últimos cuatro siglos.
De ahí que su escudero funge, más que como servicial ladero, como
antítesis moral y, desde luego,, resumen de la ignorancia de un pueblo al
que sólo se redimirá por medio de la lectura. El analfabetismo y la simple
za conrumaz de Sancho Panza, que sólo sabe de placeres, zafir de respon
sabilidades y no tener más juicio que la repetición de lugares comunes ni
20 Volver a leer
con el 2,1%. Las cinco provincias con tasas de analfabetismo más elevadas
en 2001 eran: Chaco 8%; Corrientes 6,5%: Misiones 6,2% y Formosa y
Santiago del Estero 6%.iQ
Obviamente la sucesión de crisis sociopolíticas y socioeconómicas po
dría hacer pensar que la Argentina está, todavía, en el primer día de la
Creación. Hay quienes sugieren con ironía, inclusive, cierto talento nacio
nal para embadurnarnos el futuro con actitudes irracionales, infantiles, vo
tos suicidas y otras calamidades. Y no faltan los que piensan que somos un
país que no lee y que eso solo explica por qué tantas veces parecemos es
tar caminando alegremente, y sin saberlo» hacia nuestro propio funeral co
mo nación, como sociedad.
Esas duras aseveraciones (es sabido que al autocastigo de que somos
capaces los argentinos es casi infinito, tan grande como la autoestima y la
autoconmiseración) sólo nos interesan para subrayar la severa conciencia
de que en el desarrollo de políticas de fomento lector la realidad social es
determinante. Y tan así es que carece de rodo sentido hablar de estrategias
de lectura sin atender al contexto. Y es que cuando se nos está incendian
do la casa no podemos ponernos a ordenar la biblioteca.
Por eso las comprobaciones sobre el estado de la lectura, las costum
bres y prácticas que son habituales en nuestro país, imponen primero ver
el contexto en el que nos desenvolvemos. Porque hace sólo quince años
que en este país varios millones de personas fueron condenadas a la mar-
ginación, la pobreza y la indigencia. Decenas de miles de familias fueron
despedazadas, como si hubiera estallado una bomba de neutrones. El
Estado se apartó de tareas básicas como garantizar la salud, la educación,
la vivienda y el trabajo honrado. Y se dejó de enseñar a pensar para dar pa
so a la promoción de un pensamiento único y un actuar maníaco» a la vez
que las personas dejaron de ser consideradas tales, para pasar a ser clientes,
consumidores, número, sujetos de asistencialismo electoral.
No esta de más recordar que en 1974 la Argentina tenía sólo 22 mi
llones de habitantes y menos del 9% de pobreza, mayorítariamente rural,
y el desempleo bordeaba el 2,5%. En cambio hoy, 32 años más tarde y
Dictadura mediante, cuando se escribe esto la Argentina tiene 37 millones
de personas y casi el 50% está en la pobreza, muchísimos'de ellos en la in
digencia. Basta mencionar el calamitoso caso de las provincias del Chaco
y Corrientes, donde en pleno 2006 el 75% de los menores de 18 años es
Mempo Giardinelli 27
pobre, o sea que tres de cada cuatro chicos están por debajo de la línea de
pobreza, y el 38,3% son indigentes.11
Correlativamente, en esos pocos años se logró desprestigiar la escue
la pública que durante décadas había sido impulsora del saber y sobre to
do del pensar. Liberal y formadora, hace 40 ó 50 años la educación pú
blica era sinónimo de excelencia y motivo de orgullo, mientras que la
enseñanza privada era para los vagos, los repitentes, los de menor nivel.
Era casi un descrédito haber recibido educación en institutos privados.
Hoy es exactamente al revés, pero eso no se debe a que la educación pri
vada ha alcanzado finalmente la excelencia. Se debe a que se ha echado a
perder el rol del Estado como docente, civilizador y formador de ciuda
danos de la democracia, y a que el negocio de la educación empezó a
prosperar.
De los alumnos matriculados en unidades educativas en el nivel ini
cial, sobre un total de 1.256.011 chicos, en 2003 el 28% ya estaba siendo
educado por el sector privado y ese porcentaje seguramente sigue crecien
do.12 Esto se debe, muy probablemente, al hecho de que todavía el nivel
inicial no es obligatorio ni acreditable para el ingreso a primaria, al menos
en Capital Federal y varias provincias.
Es como si a la vuelta de un siglo y medio, Sarmiento se revolviera en
su tumba porque la batalla por la universalización de la escuela pública se
resuelve a contramano de la historia, mientras triunfan la barbarie, el bes
tiario, la corrupción, el autoritarismo y la falsificación, y todo ello avalado
por millones de votantes.
En ese contexto, es muy difícil imaginar y poner en marcha políticas
de fomento de la lectura. ¿Y cómo íbamos a pensar en hacerlo hace quin
ce años, cuando se veía venir el desastre, si desde que se recuperó la
Democracia hemos venido siendo, y somos, una sociedad sometida a la
dictadura de los medios audiovisuales, que dan todo previamente organi
zado precisamente para que la gente no piense?
Y sin embargo, se ha venido haciendo. Ésta es una enorme paradoja,
a la vez que la prueba más fuerte deí tamaño de la resistencia cultural de
los argentinos. Porque hoy, en .2006, también podemos decir que buena
parte de esta sociedad resistió y hoy tiene una conciencia clara y extendi
da acerca de la importancia de la lectura. Eso habla muy bien de nosotros
como pueblo. Aunque no es suficiente.
28 Volver a leer
docentes. De ahí que codas las campañas» públicas y privadas, están po
niendo más y más el acento en capacitar a los mediadores, que son los que
transmiten a los chicos y jóvenes la pasión por leer, por la literatura y por
el conocimiento. Si nadie recomienda libros mejor que un buen lector, los
mediadores son los que mejor promueven la lectura. Y si además lo hacen
con entusiasmo y sinceridad, eso se les noca enseguida y es fantástico.
Los niños hoy tienen derechos reconocidos y en general han perdido co
da inocencia. Sobre todo los ricos disponen de una información asombrosa,
antes impensada, y muchos, de cualquier clase social, son capaces de juzgar
con solvencia y espíritu crítico. Pero la niñez de hoy tiene la mirada y el es
píritu entrenados mucho más para el vértigo que para la reflexión. Y aunque
es un verdadero misterio la conjugación de todo eso en el alma y la concien
cia de un niño, convengamos en que el mundo adulto —en las últimas déca
das y en la Argentina— distó de transmitirles confiables modelos éticos.
Como no podía ser de otra manera, entonces, todo eso atentó tam
bién contra la costumbre de leer. ¿Cuántos padres, cuántos abuelos siguen
hoy leyendo cuentos? ¿Cuántas mamás o papas tienen tiempo, ganas, vo
cación y amor suficientes para leerles cuentos a sus hijos?
Admitámoslo: salvo en casos excepcionales, la sociedad le dejó ese es
pacio, esa responsabilidad y ese placer a la televisión, que cuenta desalma
damente. O sea sin alma» sin conversación.
De manera que no es sólo que hemos dejado de ser una sociedad lec
tora como alguna vez fuimos, sino que además —y esto es lo peor— hoy so
mos una sociedad que mira televisión la mayor parte del tiempo. La cita
da ENL de 2001 comprobó que el 78% de los argentinos mira televisión
“todos o casi todos los días” y que un alto porcentaje mira entre una y cua
tro horas diarias. Y una encuesta referida a un segmento clave —los jóvenes
universitarios— mostró claramente que sus preferencias no están en la lec
tura sino en Internet, la televisión, las radios FM y la música en general.
Son muy pocos los que leen diarios o revistas, y los que leen con frecuen
cia libros no destinados al estudio son sólo el 17%. Pero el 90,3% de ellos
ve televisión todos los días y varias'horas por semana. Y aunque casi no
compran libros, el 70% sí compra de dos a seis discos compactos por año.
Y esto es así tanto en la universidad pública como en la privada.21
No quisiera abrumar al lector con este tipo de informaciones, que
además luego son descalificadas por algunos especialistas que dicen que es
32 Volver a leer
tos datos son “alarmistas” y producen lina “visión negativa”. Pero es evi
dente que con estos índices no podemos pretender que los padres, docentes y es
tudiantes sean buenos inductores de lectura para los niños.
Es fácil apreciar que nos hemos convertido en una sociedad que se in
forma por la tele, que le cree a la tele, que piensa (o cree que piensa) por
lo que dice y muestra la tele, y no dudo de que éste fue y es un factor cla
ve que explica los grados de manipulación y estafa que padece.
Lo cierto es que hemos perdido esa costumbre de la libertad y la inteli
gencia que produce leer y eso ha disminuido nuestra capacidad intelectual:
hoy en la Argentina se enriende menos, se entiende mal, hay menos inter
pretación, y se perdió espíritu crítico, que se confunde con protesta y grito.
Basta escuchar el lenguaje coloquial de los argentinos, pauperizado
hasta límites insólitos y que expresa otro problema que también ha sido, úl
timamente, abordado de múltiples maneras. El primero que alertó sobre es
to íue el notable escritor cordobés Juan Filloy, quien en la primera gran en
trevista que concedió, en 1986 y para la revista Puro Cuento, dijo: “Si
nosotros tenemos un idioma de 70.000 palabras, ¿por qué vamos a utilizar
un castellano básico de 800? El pueblo argentino no habla más que con 800
a 1.200 palabras. Es muy poco, muy pobre. Ése es todo el idioma coloquial
de los argentinos. ¿No le produce espanto?”.22
A partir de esa dura inquisición —y esto se aprecia en casi cualquier
nota periodística o cuaderno de promoción lectora— se ha generalizado la
costumbre de repetir aquella aguda observación de Filloy, que él comple
taba con la metáfora sobre la vestimenta: “Disponer de una lengua tan ri
ca y hablar con tal pobreza de vocabulario es como tener un guardarropas
elegante pero andar todo el día en chancletas y con una camiseta rotosa”.
Pero el deterioro coloquial argentino se ha acrecentado dramática
mente en los últimos 20 años. El Castellano tiene hoy cerca de 90.000 vo
cablos23 y sin embargo estimaciones autorizadas como la de Pedro Barcia
(Presidente de la Academia Argentina de Letras) dicen que los jóvenes “ha
ce unos diez años hablaban con unas 800 palabras y ahora con menos de
la mitad (...) y los que son adolescentes ahora están en 200 palabras”.24
Para tener un punto de comparación más preciso, cabe recordar que
el léxico básico deHdíoma Inglés que se habla en los Estados Unidos es de
5.000 palabras, a las que se suman otras 5.000 de uso menos frecuente.25
Y en The Story ofEnglishsus autores dicen que el Inglés, “de todos los idio
Mempo Giardinei li 33
valor y la significación”, como dice el DRAE. Porque leer es» como define
María Moliner: “entender e interpretar mentalmente o traduciendo en so
nidos los signos de un escrito”.31
Leer, pues, como acto de inteligencia. Como trabajo intelectual.
Entendiendo» interpretando. Eso es lo que queremos. Y eso es lo que nos
preocupa porque vivimos en un mundo en el que los signos ya no están
solamente escritos; hoy están en movimiento y lo zarandean todo. Hoy los
iconos, la televisión e Internet nos imponen discursos muchas veces difí
ciles de entender, o sospechosamente demasiado fáciles. Y casi siempre, au
toritarios y embrutecedores.
Desde Paulo Freiré sabemos que el proceso de lectura establece una
relación dinámica entre el lenguaje y la realidad. Pero hoy esa relación ya
no es sólo dinámica sino también confusa. Porque hoy nos enfrentamos a
sonoros discursos apocalípticos y a una visión espantosa del futuro del li
bro y la lectura que, es verdad, también tienden a minar nuestra capacidad
de resistencia. Y lo mismo sucede con la literatura: que ya no se lee; que el
libro está muerto; que hasta los periódicos impresos desaparecerán dentro
de un par de décadas.
Roger Chartier, el famoso académico de la Escuela de Altos Estudios,
de París, dice al respecto, irónicamente, que el 'acta de defunción” del li
bro se manifiesta de “tres formas principales”: una es la comparación de
datos estadísticos que dan cuenta de la disminución de los hábitos lecto
res, sobre rodo entre los jóvenes; otra es la información de las editoriales
de todo el mundo alertando sobre la disminución de títulos, tiradas y ven
tas de libros; y la tercera es el auge de “la civilización de la pantalla”, las
imágenes y la comunicación electrónica.32
Todas las observaciones de nuestra realidad lectora apuntan a lo mis
mo: padres sin tiempo ni ganas, maestros desalentados. ¿Cuántos son lec
tores habituales y competentes?; ¿qué estrategias de lectura producen re
almente nuevos lectores convencidos?; ¿cuántos chicos son lectores
cotidianos gracias a sus lazos parentales y/o a la escuela que los educa?
Hay que tener mucho cuidado con esas profecías —que suelen ser in
teresadas— porque se trata de verdades paralelas: la crisis es innegable, pe
ro nuestra resistencia también lo es.33
Hay que saber que es posible contrarrestar todos los malos augurios so
bre la extinción del libro a causa de la televisión y de Internet. Y no sola
36 -------------------------------------------------------------------------- Volver a leer
Y tampoco estaría mal poner en dudas eso de que el libro, tal como
lo concebimos hoy, va camino del cementerio y sólo servirá para excéntri
cos o especialistas, como preconiza el italiano Geminello Alvi37 que dice
que el libro desaparecerá porque ya existe la Book builder (algo así como
máquina constructora de libros), tecnología que permite que cualquiera
tenga su propio libro impreso en cinco minutos. Esto quizás afecte a los
derechos de autor y a las librerías, pero no al pensamiento ni a la literatu
ra (véase Capítulo 6).
También las plasticolas y luego la computación, hicieron que cualquie
ra pudiese pintar, dibujar, diseñar y creerse un genio de la gráfica casero, y
hoy cualquiera, grande o niño, puede hacer monigotes que parecen cuadros
de Joan Miró. Sin embargo Miró seguirá siendo Miró y la pintura univer
sal seguirá reconociendo y distinguiendo a los artistas verdaderamente bue
nos. De igual modo la música fue revolucionada con la reproducción: el
disco de pasta primero, luego el multisurco (el famoso long-play), después
el disco compacto (el colonizado Cidi) y las siempre cambiantes formas de
reproducción sacudieron a la música, hicieron que cualquier sonido tuvie
se difusión y desataron la ilusión de que cualquiera podía ser compositor.
Sin embargo Mozart, Beethoven, Los Beatles o Piazzolla seguirán siendo los
verdaderos grandes, y los clásicos de la música de cada época serán sólo los
verdaderamente buenos, los talentosos, los originales.
Y todavía habría que ver si es verdad que el futuro es tan sombrío.
Alberto Manguel dice que no ha podido comprobar “que los jóvenes lean
menos ahora que antes. No estoy seguro de que las estadísticas -si uno cree
en las estadísticas- muestren eso. Tenemos una nostalgia falsa de nuestra
juventud, de las juventudes del pasado. Creemos recordar un prestigio de
la lectura y del libro que no sé si fue cierto”.38
Como se ve, conviene estar atentos a todo lo que rebaja nuestra ca
pacidad de resistencia. El pesimismo siempre es reaccionario e incondu
cente.
También correspondería prestar más atención a la colonización cultu
ral y a las modas, como la que llevó a rendir tan exagerado culto a libros
oportunos y entusiasmantes como el de Daniel Pennac,39 que contiene un
sabio repertorio de ideas como el derecho a no leer, a saltarse de páginas o
abandonar el libro que no nos gusta, pero no deja de ser un libro que pos
tula lo que ya en América Latina venían desarrollando desde hace mucho
38 Volver a leer
Notas
1 Me parecen dos lecturas fundamentales, más allá de algunos reparos morales que
tengo con nuestro libro canónico por excelencia.
2 Casi rodo$/as hemos heredado los rasgos utópicos de los personajes del Quijote en
nuestras propias criaturas. Bartolo, el oscuro militar paraguayo que protagoniza mi prime
ra novela {La revolución en bicicleta), todavía hoy es representado en cada nueva edición
como un Quijote rodante.
3 Edición del IV Centenario, Real Academia Española, 2004, pp. XXIX y ss.
7 Por lo menos desde 2002 proliferan las campañas de promoción del libro y la lec
tura. Y a partir de 2003 el Estado argencino relanzó o puso en marcha muchas de las cam
Economía.
15 Noca de Susana Reinoso en el diario La Nación, del 25 de febrero de 2005.
16 Creada por Domingo Faustino Sarmiento. Ley N° 419 de septiembre de 1870.
Véase: htrp://ww.conabip.gov.ar
17 José Nun. Discurso inaugural de la Feria Internacional del Libro. Buenos Aires,
20 de abril de 2006.
’* Encuesta Nacional de Lectura 2001. Realizada por Caterberg y Asociados, por
cuenta del MECYT.
19 Sistema Nacional de Consumos Culturales. Secretaría de Medios de Comuni
cación, Jefatura de Gabinete, Presidencia de la Nación. Agosto de 2005. Los datos corres
ponden a la Capital Federal y seis estratos poblacionalcs en todo el país, sobre 2.974 casos
encuestados en octubre 2004 y 2.996 en diciembre 2004. www.consumosculturales.gov.ar
20 “Así leen los argentinos”, nota de Vicente Muleíro en TV del 22 de abril de 2006;
y “Panorámica de la lectura en Argentina”, nota de Carolina GrufFat en Clarín del 28 de
abril de 2006.
21 Encuesta realizada por la consultora lbope, de Enrique Zuleta Puceiro, sobre un
universo de 1.000 universitarios, todos porteños: 800 de la Universidad de Buenos Aires
(UBA) y los otros 200 de la Universidad Católica Argentina (UCA). Información toma
da de una nota de Susana Reinoso en el diario La Nación, sábado 1 de junio de 2002.
Mempo Giardinfjli — 41
Jim Trelease
ciar a ser ciudadanos del mundo. Una educación apasionada por la cien
cia, y no por eso menos alegre. Una educación que retome sus principios
humanísticos. Que coloque al ser humano en el centro de las preocupacio
nes y que lo trace como sujeto. Y en todo esto, la lectura y le escritura ten
drán que ser protagonistas” (p. 41).
Todo eso queremos recuperar, y es alentador que en estos últimos
años empezó a parecer posible reencaminar la cuestión. De hecho, se con
voca ahora a debatir una nueva Ley Nacional de Educación que es de es
perar producirá algunos de los grandes cambios que el país y la docencia
roda necesitan, aunque es de lamentar que en el proyecto que circula en
todo el país la lectura prácticamente no existe.6
Y es una ausencia grave, porque trabajar por el fomento de la lectura
implica redoblar esfuerzos e imaginación para impulsar una recuperación
educativa basada ahora, también, en la lectura. Porque la educación que se
brinda hoy en la Argentina sabe transmitir la importancia de la lectura, pe
ro no sabe crear nuevos lectores.
Y eso se debe a que, salvo raras excepciones, la sociedad moderna fue
dejando el espacio que ocupaba la lectura de literatura en cada hogar —es
pacio de placer, reflexión y conocimiento- a la televisión primero y ahora
a Internet, que con su velocidad fascina, simplifica y plantea adaptaciones
y desafíos que deben ser atendidos muy cuidadosamente, como veremos
más adelante en el Capítulo 6.
La relación entre Educación y Lectura en la Argentina, entonces,
obliga a admitir ante todo el retroceso vivido. Porque la crisis de la lectu
ra, en nuestro país, va de la mano de la crisis de la Educación. Y las evi
dencias están a la vista: se ha deteriorado contundentemente la costumbre
de leer; son cada vez menos las personas lectoras; y la sociedad parece con
vencida de que el libro y la lectura están en una misma crisis y son lo mismo.
Y no lo son, porque el libro es un objeto de consumo, un bien transable, y
sobre todo últimamente responde a lógicas y estrategias de comercialización,
mientras que la lectura es otra cosa, como este libro intentará explicar en todo
su desarrollo.
Ese retroceso es la historia misma de la Educación en la Argentina de
las últimas décadas. Comenzó —para adoptar una fecha reconocible como
punto de partida que hoy nadie cuestiona- con la dictadura de Juan
Carlos Onganía (1966-1970). Fue entonces que empezaron las políticas
46 Volver a leer
gado, desde luego. Pero eso no significaba que la educación privada hubie
ra alcanzado la excelencia, sino que se había destruido el rol del Estado co
mo civilizador y formador de ciudadanos para la democracia. La Ley
Federal de Educación 24.195» de abril de 1993, vació el Ministerio a ni
vel nacional y arrojó la responsabilidad de la educación a 23 provincias
que no estaban preparadas para ello.
Así nos fue. Hoy el MECyT es un ministerio sin escuelas, lo que su
braya que la famosa “descentralización” iniciada en 1978 por la Dictadura
y redondeada por la mencionada ley de 1993 tuvo un efecto peor inclu
so que en la Salud Pública, porque los hospitales nacionales no se “pro-
vincializaron”, pero sí las escuelas. Queda por ver si la nueva Ley de
Educación Nacional, cuyo debate se inició a mediados de 2006, corregi
rá este disparate.
El desastre que vivimos en 2001 dejó chiquita a la palabra “crisis”.
¿Cómo hablar, entonces, de estrategias de promoción de la lectura, cuan
do no sabíamos si íbamos a tener un país en el que aplicar esas estrategias?
Pero la emergencia misma impuso un formidable ejercicio de imaginación
y audacia intelectual para rearmar la esperanza. Y los docentes argentinos,
los intelectuales, los que trabajan con libros en las manos y saben del be
neficio magistral de la lectura, asumieron esa tarea, que —desde ya— no ha
terminado. Queda todavía una gigantesca labor por delante, y nos está ve
dado desalentarnos o distraernos. Ya una vez, por estar adormecidos, nos
dejamos saquear de la manera más feroz.
Y en este punto, permítaseme una digresión porque es demasiado fre
cuente el cuestionamiento al rol de los intelectuales, desde perspectivas ba
sadas exclusivamente en el prejuicio y la ignorancia. Dice la especialista co
lombiana Silvia Castrillón: “Numerosas posiciones se plantean en contra
de este deber ético y político que tiene el ser humano de intervenir en el
mundo: una de ellas es el menosprecio por la política, asimilada a la ac
tuación de quienes se lucran de ella para fines particulares; otra es la posi
ción elitista que asume al intelectual como un ser que está por encima del
bien y del mal y que no debe comprometerse, pues en ello consiste su li
bertad y autonomía; una tercera plantea que no es profesional asumir una
posición a favor o en contra de algo, y una última es la fatalista, que pre
tende que ya no existe ninguna posibilidad de cambio, que no es posible
hacer nada contra el deterninismo neoliberal” (p. 28).
Mempo Giardinelli 49
Por cierto, cuando la crisis pegaba más fuerte supe de un informe del
Fondo Monetario Internacional que sugería que es mejor ser brutos. No
exagero: en un artículo del diario PáginaJ12 del que lamento confesar que
perdí la referencia (pero recuerdo que se publicó entre enero y abril de
2002) se mencionaba un informe del FMI en el que se decía que nuestro
país había recibido durante décadas lo que se llama “sobreeducación”, que
es fuente, decían, de muchos problemas porque los pueblos sobreeducados
tienen expectativas demasiado elevadas, superiores a las que puede brin
darle la realidad económica y social en la que se desenvuelven.
El concepto de sobréeducación plantea un problema que consisre en
que cuando un pueblo está “sobreeducado” resulta ser inconformista,
cuestionador y no deja de buscar mejores niveles de vida, lo cual provoca,
entre otras cosas, problemas de desempleo y subempleo, conflictos migra
torios y tanto más. O sea que, en dos palabras, un pueblo “sobreeducado”
(como se suponía que éramos los argentinos) es cuestionador y pcotestón
porque exige mejorar su nivel de vida. Habráse visto semejante pretensión.
Entonces -está implícito en las conductas de los genios desalmados
del Fondo- es mejor embrutecer» es mejor que las nuevas generaciones
constituyan un pueblo subeducado. O sea manso y manipulable, porque
suponen que los ignorantes son mansos y manipulables. No han andado
esos señores por el conurbano bonaerense, evidentemente, ni por las peri
ferias de nuestras capitales de provincia.
Como fuere, la propuesta de profundizar la ignorancia fue la que se
impuso, de la mano de Las exigencias de más y más ajuste, que fue el men
saje monocorde de esos sinvergüenzas de la economía mundial que, desdi
chadamente» tuvieron y siguen teniendo gerentes entre nosotros. En la
Casa Rosada, en el Parlamento, en el Palacio de Justicia, en casi todos los
economistas y en Bancos y empresas, y también en las corporaciones em
presariales y en las sindicales. Es un sistema, digamos, que desde hace por
lo menos cincuenta años socava el granedificio de la educación pública ar
gentina.
No obstante ello, el sistema edticativo que por décadas tuvo un des
arrollo notable» importante, formador de generaciones de hombres y mu
jeres que dieron lo mejoF que tuvo nuestro país, mantiene un alto presti
gio todavía. Cualquier familia argentina sabe que si elfuturo está en algún
lado es en la educación de sus hijos. No hay clase social que no lo estime así
50 Volver a leer
y que no valore y desee que sus descendientes crezcan sobre la base del co
nocimiento por encima de cualesquiera otros valores.11
Claro que tuvimos, y todavía tenemos, que encontrar las salidas en
pleno derrumbe, las soluciones en la desesperanza, las vías de recuperación
en medio del escepticismo, la confusión y el miedo. Porque no es verdad
que este país no tiene remedio ni que la única salida es Ezeiza. Esa feroz
autoagresión oculta la responsabilidad que como sociedad nos toca, para
la construcción de un futuro posible y vivible, lo que sólo depende de noso
tros mismos. Y también en este punto es esencial recuperar la posibilidad
de construirnos como una nación de lectores.
Me parece que es por eso que tantos argentinos se han hecho militan
tes de la causa de la lectura en esta década. Porque además de las muchas
razones pedagógicas, saben que cuando afuera triunfa el bestiario, cuando
en calles y esquinas los chicos y chicas se suicidan lentamente con cerveza
y porros y cocaína, eso no es “un asunto de ellos”. Esos son asuntos com
pletamente nuestros y la lectura literaria puede y debe ser nuestro instru
mento. Una buena novela de Verne, Soriano, Salgari o Shúa marcarán
siempre senderos de salud, pero de salud mental. Un poema de Alfredo
Veiravé, de Olga Orozco o de Juan Gelman, un cuento de Quiroga, uno
de Cortázar o uno de Isidoro Blaísten, siempre ayudarán a salvar a alguno
de esos chicos/as, cauterizarán sus heridas, abrirán sus mentes y los salva
rán de la pobreza. Igual que los diccionarios, por modestos que sean, por
que un diccionario es como un bolsillo lleno de oro y a la mano.
Dice bien Ricardo Piglia: “La lectura es el arte de construir una me
moria personal a partir de experiencias y recuerdos ajenos”.12
Los maestros son los primeros que deben volver a esas amistades. Hay
que alentarlos a ese retorno. ¡Que maravilla sería que nuestros maestros se
preocuparan más por el diccionario que tienen y los diarios que pueden le
er, que por puntajes y presentismos! No hay foro, congreso, encuentro de
docentes en el que los organizadores no lamenten que la mayoría de los
presentes no asisten por conciencia o voluntad de aprender, sino más bien
por los puntajes que van a acumular.13
Y esto obliga a sincerarnos: es insoportable la dictadura de los buró
cratas que someten el conocimiento a las reglamentaciones. Y en ese sin-
ceramiento debemos recordar que más allá de las reglas del sistema -y de
la crisis que padecemos, nos enfurece y agobia—, la primera misión del
Mempo Giardinelli----------- —-------------------------------------------------- 51
sivos” (dijeron haber leído cinco o más libros durante el último año). El
29% era identificado como “lectores no intensivos’’, o sea que leían entre
uno y cuatro libros, y el 51% restante no había leído ningún libro.18
Posteriormente, en abril de 2000, durante la gestión de Andrés Delich
al frente del MECyT se puso en marcha el que entonces se llamó Plan
Nacional de Lectura y Escritura coordinado por Carlos Silveyra, también
especialista en literatura infantil.
Todos esos antecedentes, más el surgimiento de planes y programas de
promoción en todo el país, se completan con la reciente política de provi
sión de libros para las escuelas de todo el país que inició el MECyT en res
puesta a una preocupante realidad: hasta 2005, de la población en edad es
colar el 29% (o sea, unos 3,2 millones de chicos y chicas) no compraba ni
recibía ningún libro duran re todo el año lectivo.19 Según evaluaciones de
la Cámara Argentina del Libro, sobre una población estimada de 10,7 mi
llones de alumnos, otro 32,7% compraba por lo menos un libro por año
escolar, mientras el 37,4% restante sólo dispone de textos si los provee el
MECyT.
La encuesta mostró también que en las escuelas argentinas el uso de
libros por alumno, que era 0,9 en la década pasada, había descendido a
apenas 0,7 en 1998. Claro que un sondeo más reciente realizado entre di
rectores y vicedirectores de escuelas públicas de todo el país por el Centro
de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento
(Cippec) reveló que cada alumno argentino lee hoy un promedio de 1,3
libros de texto durante el ciclo lectivo, aunque según el Ministro de Edu
cación Daniel Filmus, en 2003 la situación era mucho peor. “Cuando asu
mimos, el promedio era de 0,33 libros por alumno. Y la nueva cifra de 1,3
no incorpora el mercado del libro usado. Desde el inicio nos propusimos
unlversalizar el libro de texto, que es imprescindible”.20
Como fuere, todavía estamos en niveles comparativamente muy ba
jos. Según el vicepresidente de la Cámara Argentina de Publicaciones,
Pablo Avelluto, el empleo de textos en las escuelas argentinas es muy infe
rior al de otros países, por ejemplo Brasil, donde cada alumno lee 3,3 li
bros por año escolar, Chile (3,6) y México, donde se alcanzan los 10 libros
por alumno/año.21
De todos modos, no se puede sino saludar la oportuna y reciente in
tervención del Estado, que hizo que el uso de libros en las aulas se dupli
54 — Volver a leer
cepto que suena muy bien, resulta atractivo y merece, sin dudas, conside
ración. Y en nuestro campo podría sintetizarse en la siguiente pregunta:
¿qué define y cómo se define la Cultura del Trabajo, y qué tiene que ver
con la lectura?
En mayo de 2006, en Córdoba, fui invitado a disertar en el 2o
Congreso Internacional “La Cultura del Trabajo y sus Valores”24 y allí sos
tuve que desde la Pedagogía de la Lectura debíamos asociai ese concepto
a la recuperación de conductas y valores que los argentinos alguna vez tuvi
mos pero se perdieron por muy diversas causas. Cabe subrayar esas con
ductas y valores: esfuerzo, constancia, decencia, cumplimiento riguroso de
las obligaciones, ejercicio responsable de los derechos y valoración de las
jerarquías de acuerdo a méritos y conocimientos. Todo eso, por lo menos.
Y nada menos.
Ese deterioro moral que hoy es evidente25 Ríe parido sin duda en los 90,
cuando hasta se llegó a ver cómo prácticamente todos los hombres del po
der consideraban el virtual cierre de las universidades públicas. Ahí están los
periódicos de la época enumerando el auge de los “estudios” sobre gerencia-
miento universitario, arancelamienro, privatización de áreas y más.26
El origen de estas “ideas” puede encontrarse en la intervención dis
puesta en 1974, con la definición primero de Oscar Ivanisevich y luego de
los ministros de facto, después de 1976, quienes sostenían que la univer
sidad pública no debía investigar porque eso era competencia de las áreas
privadas, y que la universidad no debía ser para todos. En corresponden
cia con tales concepciones, devino ese brutal desfinanciamiento.
El resultado fue el deterioro presupuestario que amenazó lisa y llana
mente el funcionamiento de las universidades nacionales, a la que se quiso
reconvertir en fábrica de jóvenes en busca de “salida laboral”, idea que tam
bién se ha puesto de moda desde hace un tiempo y que es tan corrientemen
te aceptada como la de “Culrura del Trabajo”. Y concepto éste que no pue
de ser concebido desde una respuesta sino desde una suma de interrogantes
que plantean desafios sobre la marcha y tienen que ver con la complejidad
de conductas que hoy definen y describen a este país atormentado.
¿Puede la lectura, realmente, ser una semilla fértil para desarrollar en
nuestro pueblo uná renovada valoración del trabajo? ¿Es posible leer la rea
lidad socioeconómica haciendo abstracción del rebaje moral que padece
mos? ¿Cómo, de qué manera, soñar siquiera con un pueblo que recupere
56 Volver a leer
para aprender esto o aquello, leer para tal o cual actividad. Y entraron las
modas “laboralistas”, tanto las que hacían de la lectura un trabajo tedioso
como las que sostenían —y sostienen aún- que sólo hay que leer para estu
diar, y que estudiar solamente sirve para conseguir trabajo rentable.
Y sucedió además que esas modas confrontaron a la sociedad con la
virtual desaparición del trabajo —cuando el desempleo se disparó en los
90- y entonces se terminó culpando tácitamente a la escuela y a la lectu
ra de que no servían para nada, porque desde esa perversa concepción Msi
no sirven para algo concreto para qué están”.
Así, el sistema educativo escolar y también el familiar, empujaron a los
chicos de las últimas generaciones a huir de la lectura y, a la vez, a ingre
sar en el tonco mundo del consumismo. Se perdió el placer de la lectura,
el leer para nada, el leer por leer, el leer para transportarse a otros mundos,
generar y estimular la propia fantasía, desarrollar el sentido común y tener
sentido crítico. O sea, leer para ser mejores personas, que es, en definitiva,
para lo que sirve la cultura.
Por eso hoy hasta se habla menos. ¿Cuánto diálogo fluido se sostiene
hoy en la familia argentina, y en la escuela argentina? Y éste es otro asun
to clave: se conversa menos, casi no se discute, no se alienta el debate, no
hay democracia de pensamiento. Hay unilateralidad y eso también con
funde al niño, cuya potencia mental y honestidad innatas quedan expues
tas en terrenos en los que no se establecen ni respetan jerarquías, valores,
orientaciones.
Es terrible todo esto porque la Humanidad —para bien y para mal— se
hizo contando, conversando y leyendo. El Trabajo y los valores, los paradig
mas históricos como Verdad y Justicia, Honradez y Esfuerzo, y rodos los de
más, se platicaron. Se transmitieron mediante lecturas y conversaciones.
Pero hay aún más, y es doloroso: hubo un tiempo —no lejano- en el
que los libros estaban llenos de lecciones de moral y de conducta para los
niños, los que a medida que crecían iban descubriendo cómo aquellas her
mosas lecciones eran violadas y transgredidas por los adultos. Que eran sus
padres, sus dirigentes. Y muy probablemente esa traición también influyó
en el descrédito de la lectura, tanto que ha venido dificultando todas las
acciones de promoción.
Todo esto nos ha costado carísimo. Cuando la gente no tiene dinero
para leer libros o diarios; cuando el sistema político es mentiroso, corrup
62 Volver a leer
Notas
6 Los temas que estarán en debate son, por ¡o menos: derecho social a la educación:
igualdad de condiciones para el acceso y permanencia escolar; obligatoriedad de la educa
ción para todos los niveles (inicial, primario y secundario); unificación de la estructura del
Sistema Educativo Nacional hoy fragmentado; armonización de la nueva ley con la de
Financiamiento Educativo que establece un piso del 6% del presupuesto nacional desti
nado a Educación; garantía de la formación docente gratuita y continua.
Mempo Giardinf.lli 63
’·’ Por cierto, después de una década de Foros Internacionales por el Fomento del
Libro y la Lectura, en Resistencia, las autoridades educativas chaqucñas eliminaron todo
reconocimiento oficial en forma de puntaje. Curiosamente, ral decisión política permitió
comprobar que es posible construir un público independienre pues los Foros de 2005 y
2006 han sido igualmente multitudinarios.
14 Guillermo Jaím Eccheverry, “¿Qué universidad y para qué?”, discurso de clausura
del 7o Foro Internacional, en Fomento del Libro y la Lectura/4, FMG, Resistencia, 2004,
pp. 101-108.
15 La corrupción en los concursos universitarios, así como los “negocios” vinculados
a posgrados e incluso titulaciones han sido denunciados reiteradamente. Los escándalos
conocidos, sin embargo, han sido silenciados constantemente, cuestión que ameritaría un
estudio serio y bien fundado.
Graciela Cabal decía en 2000: “El plan a caigo de esa persona desmesurada y mag
nífica que es Hebc Clementi llega con libros y con personas especializadas —escritores,
plásticos, guionistas, etc.- a los puntos más distantes del país, permitiéndonos a los ralle-
ristas, en su mayoría mujeres, abandonar rodo el tiempo los hogares llenos de caños rotos
y de hijos adolescentes con problemas de conducta, sin culpa y encima trabajando, cosa
de llevar el pan a la mesa”, http://www.hispanista.com.br/revista/artigo49esp.htm
17 Carolina Arenes, “En busca de los lectores perdidos”, en La Nación, 5 de marzo
de 2000.
18 Cámara Argentina del Libro, Cámara Argentina de Papelerías, Librerías y Afines,
y Dirección de Bibliotecas del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Encuesta sobre
64 -------------------------------------------------------------------------- Volver a leer
hábitos de lectura y mercado del libro. Catterbcrg y Asociados. Muestra de Capital Federal
y GBA con 600 casos. Agosto de 1998. http://www.editorcs.org.ar/habicos.litml
19 Artículo de Susana Reinoso en 1.a Nación, 26 de marzo de 2005.
*’ La encuesta fue realizada por Mori Argentina entre -454 directores y viccdirecto-
res de escuelas públicas de todo el país (sepcicmbre/octuhrc de 2005). Véase La Nación del
5 de febrero de 2006.
22 Artículo de Susana Reinoso en La Nación, 2o de marzo de 2005-
2* Nuestra Fundación, cuando fue invitada a realizar la investigación y preparación
de las dos colecciones más importantes de literatura para jóvenes que hoy tiene nuestro
país (los 5 tomos de LeerXLeery los siete de Leer la Argentina) sugirió que la impresión de
esos libros (500.000 y 750.000 ejemplares, respectivamente) se hiciera en editoriales uni
versitarias.
24 Organizado por la Fundación Inclusión Social Sustentable en la Facultad de
Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba, entre los días 20 y 21 de mayo.
25 Remito al lector a los impactances resultados de una encuesta de la AFIP publica
da por el diario PáginaJ12 el domingo 2 de Julio de 2006, en la que señala el altísimo ni
vel de corrupción de los argentinos.
26 El arancclamiento ya existe. En la Universidad Nacional de Córdoba hay que pa
gar $7 por mes para cursar. Y en la Universidad Nacional de La Rioja la inscripción cues
ta $70 y por ejemplo en Enfermería hay que pagar $40 por mes. Medicina y otras facul
tades son más caras. Esta educación arancelada se llama, eufemísticamente, ‘'contribución
académica”. No se dice que es "obligatoria", pero alumno que no está al día no rinde. Esto
lo comprobé personalmente en la UNLAR en julio de 2006. Son las consecuencias de la
Ley de Educación Superior, de 1994.
27 DUDH. Adoptada y proclamada por Resolución de la Asamblea General de la
Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948.
2,1 El Licenciado Daniel Filmus asumió el 25 de Mayo de 2003.
29 “Población universitaria y desigualdad”, artículo editorial del diario La Nación, 4
de agosto de 2005.
Capítulo 3
Qué es la pedagogía de la lectura
que todo chico tiene desde que empieza el jardín de infantes. ¿Cómo es
que se desactivó esa maravillosa e innata propensión? ¿Cómo la activamos
nuevamente?
Las estrategias y experiencias multiplicadoras son muchísimas, casi in
contables porque de hecho cada lectura compartida es una experiencia en
sí misma. Todas apuntan a desarrollar nuevos hábitos familiares y a recu
perar en los profesores, docentes y bibliotecarios el placer, el amor y las ganas
de leer, porque sólo si los maestros leen podremos llegar a ser una nación de lec
tores y podremos formar para las nuevas generaciones ciudadanos compe
tentes, responsables, capaces de cuestionar rodas las ideas y de brindar así
a la sociedad ideas nuevas y mejores.
Y es que somos lo que hemos leído. La ausencia o escasez de lectura es un
camino seguro hacia la ignorancia y ésa es una condena individual gravísi
ma, pero lo es más cuando deviene colectiva. La no lectura, desdichadamen
te, es un ejemplo que ha cundido impunemente en la Argentina, y en parte
eso es lo que ha generado dirigencias autoritarias, ignorantes y frívolas.
Por eso sostengo que no hay peor violencia cultural que elproceso de em
brutecimiento que se produce cuando no se lee. Una sociedad que no cuida a
sus lectores, que no cuida sus libros y sus medios, que no guarda su me
moria impresa y no alienta el desarrollo del pensamiento, es una sociedad
culturalmente suicida. No sabrá jamás ejercer el control social que requie
re una democracia adulta y seria. Que una persona no lea es una estupidez,
un crimen que pagará el resto de su vida. Pero cuando es un país el que no lee,
ese crimen lo paga con su historia, máxime si lo poco que lee es basura y si
la basura es la regla en los grandes sistemas de difusión masivos.
Por lo tanto, visto a la inversa y admitiendo que es una generalización,
podemos decir que toda persona que lee con cierta consistencia finalmen
te dulcifica su carácter, no sólo porque los libros son de aparente manse
dumbre sino porque la práctica de la lectura es una práctica de reflexión,
meditación, ponderación, balance, equilibrio, mesura, sentido común y desa
rrollo de la sensatez. Por supuesto que también han sido y son lectores com
petentes algunas personas despreciables, pero aquí no se está afirmando
que “leer nos hace más buenos?» sino que toda regla tiene excepciones.
Leer es un ejercicio mental excepcional, un precioso entrenamiento de la
inteligencia y los sentidos. Correlativamente, las personas que no leen es
tán condenadas a la ignorancia, la improvisación y el desatino.
68 ------------------------------------------------------ —---------------- Volver a leer
1) que entre la lectura y la escuela hay una relación de una riqueza po
tencial extraordinaria, no totalmente explorada ni explotada;
2) que las bibliotecas públicas, escolares y/o comunitarias son un terre
no de asombrosa fertilidad, no aprovechado en su totalidad;
3) que los lazos familiares y afectivos -históricamente comprobados co
mo el punto pionero de transmisión de la conciencia y el placer de la
lectura— eran sin embargo el terreno menos trabajado por la promo
ción lectora;
4) que en toda comunidad hay personas con tradición y conciencia lec
tora, con capacidad y deseos de leer a otros, y a quienes sólo hace fal
ta estimular, orientar y comprometer para la acción; y que para con
vocarlos era necesario brindarles el respaldo de una institución seria y
perseverante.
Los modos de entusiasmar a los no lectores (que son las grandes mayorí
as, verdaderas inválidas en materia de lectura) para que se pasen al campo
de los lectores más o menos constantes y conscientes, definen a la pedago
gía de la lectura en su sentido más amplio e implican innumerables posi
bilidades, estrategias y resultados para lograrlo, a la vez que exigen el reco
nocimiento de que las dificultades son enormes.
Esto plantea la siguiente paradoja: por un lado la pedagogía de la lec
tura es asombrosamente sencilla, insólitamente rica en resultados (que ade
más son mucho más veloces que lo que muchos piensan) y capaz de repor
tar enormes beneficios en términos de conducta social. Pero por el otro,
como esos resultados “no se ven”, todo conspira para que no sea sencillo ha
cerlos masivos.
Y hay otra cosa que complica más de lo que ayuda. Y es que práctica
mente cualquier persona con buena práctica lectora tiene, o cree tener, la fór
mula perfecta para "hacer leer". Esto es muy común no sólo entre educado
res, mediadores y expertos en promoción sino incluso en padres y madres
que han sido eficaces lectores. Y lo anterior no quiere ser ofensivo, sino
que solamente describe algo que sucede y muchas veces dificulta (cuando
no descalifica) apones que se basan en experiencias adquiridas y aplicadas
en combinación con la psicología infantil y el sentido común.
Como fuere, la pedagogía de la lectura exige, además de conocimien
to y experiencia aplicada, una decisiva dosis de tiempo, paciencia y cons
tancia. Sobre todo esto último: la perseverancia es elfactorfundamental en
toda estrategia de fomento lector.
Precisamente por la decisión de ser perseverantes, desde el comienzo
en 1996 orientamos nuestra labor hacia cuatro campos de trabajo que son
como las cuatro patas de una mesa: 1) en la Educación; 2) en la Biblioteca;
3) en los lazos parentales; 4) en el trabajo comunitario.
La Fundación consta de un Centro de Estudios que trabaja con do
centes y con bibliotecarios a fin de que adquieran nociones teóricas y co
nozcan estrategias de lectura para aplicar en el aula, dotándolos a la vez
de una fuerte conciencia social dada la multiplicidad de factores que in
tervienen en los procesos de lectura. Para ello se imparten cursos de Peda
gogía de la Lectura, Didáctica de la Literatura para Niños y otras alterna
Mempo Giardinelli 73
Y también:
Se
d) controla la actividad. Esto se hace en un formulario que recoge el
relato de cada experiencia de lectura, desde la perspectiva de los vo
luntarios y con los daros necesarios para llevar una estadística de la vi
da del Programa.
Semestralmente se solicita también una evaluación de la institu
ción receptora.
Todos los programas, una vez pasada su etapa de prueba, pueden ser trans
feridos porque han sido imaginados previendo su sistematización y el con
trol de indicadores de éxito. Por ser la nuestra una ONG pequeña y caren
te del poder para unlversalizar estos proyectos, desde el inicio decidimos
fungir como laboratorio de ideas para que otras instituciones o gobiernos
puedan adoptarlos y eventualmente convertirlos en políticas de estado.
El mejor ejemplo de esto es el extraordinario contagio que produjo el
Programa de Abuelas Cuentacuentos, que la comunidad internacional ha re
conocido con cuatro importantes distinciones, a saber:
Notas
www.fundamgiardinclli.org.ar
10 Se tuvieron en cuenta algunas experiencias, antecedentes y fuentes de material di
dáctico, tales como el Programa "Invitemos a Leer’ de la SAP y el Cuadernillo "Sana-
Sana, Atención Temprana en Lectura" del programa “Volver a Leer" de la Provincia de
Córdoba.
11 En junio de 2006 el MECyT puso en marcha un programa similar (médicos que
recetan cuentos), dirigido a todo el país, dotándolo de libros que se entregan a los niños
en la consulta.
“Sólo con los libros no basta para crear buenos lectores”. Entrevista de Raquel San
El habernos convertido en una nación poco lectora es, acaso, una de las
principales causas profundas de la demora de toda posible modernización
de la Argentina. La no-lectura dificulta los cambios, estructura el conser
vadurismo más reaccionario y da pie a constantes improvisaciones que, de
paso, arraigan en la ignorancia de gran pane de la población.
Ιλ cierto es que somos un país en el que se lee poco, y es también a
consecuencia de ello que quienes ejercen el poder consiguen tantas veces
perpetuarse, como sucede en muchas provincias y municipios. El proble
ma no es sólo que los dirigentes políticos no leen (aunque la mayoría de
ellos acaso son profesionales con estudios universitarios, es obvio que se
embrutecieron con los años y tanto pragmatismo), sino que los mismos
votantes suelen proceder como sujetos cautivos, incapaces de criterio pro
pio, o como masa neutralizada en sus voluntades.
La crisis, además, pone a muchísima gente nerviosa porque está desem
pleada, o tiene trabajos mal remunerados, o forma parte de esa masa margi
nal contenida por el Estado que son los Mjefes y jefas de hogar”. Con miedo
a la violencia y a la inseguridad derivada de la exposición a un sistema judi
cial injusto, a policías temibles y a un servicio penitenciario antihumano;
con servicios públicos deficientes en Tas capitales e inexistentes en la mayor
parte del país; y sin dinero en muchos casos ni para comer. Todo eso envile
ce educativamente a la sociedad, obviamente, porque los chicos ven cómo
están los mayores de las familias más pobres, cuya degradación (económica
y/o moral) muchas veces no les permite ni mandar a sus hijos a la escuela.
88 Volver a leer
O van a escuelas destartaladas en las que hay piojos y hace frío, y donde las
principales tareas son el almuerzo, la leche, la conducta de los chicos o los
asuntos sindicales.
Los aumentos presupuestarios dispuestos a partir de 2003 y que per
mitieron cierto mejoramiento salarial docente, aunque importantes, resul
tan todavía bastante insuficientes. Con la ley de financiamiento educativo
-que es un buen paso, hay que decirlo— el mismo Estado que en Edu
cación había casi desaparecido, ahora va a poner el 40% y las provincias el
60%, pero sólo se va a alcanzar el 6% del PBI en cinco años si la econo
mía sigue creciendo, con lo que la inversión educativa continuará someti
da a la lógica economicista.
Es una triste, vergonzosa verdad reconocer que todavía —en pleno
2006 y a pesar de algunos cambios positivos que se están evidenciando-
son muchísimos los chicos argentinos que van a la escuela solamente a co
mer algo y a ser “contenidos”, como si las escuelas Riesen aguantaderos o
reservónos de infantes que “es mejor que estén allí y no en la calle”.
En todo lo que se refiere a la lectura, en la Argentina actual, debemos
tener en cuenta, siempre» que vivimos en un país en el que las familias in
digentes están más preocupadas por el pan de cada día y por la falta de un
trabajo digno, que por los libros y la lectura. Esto es lógico, no puede ser
de otra manera. Y eso mismo ensancha el absurdo de que las familias ricas
(e incluso las de clase media) se preocupen tanto por darles a sus hijos ro
pas de marcas y/o por acumular tecnologías novedosas en la casa, todo en
completo desmedro de la lectura.
¿Cómo hacer para que todos esos chicos lean, cualquiera sea su con
dición social? ¿Cómo convencer a esos maestros cansados, deprimidos,
enojados, para que lean ellos mismos y estimulen la lectura en sus alum
nos? ¿Cómo hacer para que los papas y las mamas lean?
Hay que reconocer, entonces, y desde el vamos, que si en la Argentina
no se lee es, en gran medida, porque el contexto social, cultural político y eco
nómico no estimula la lectura. Al contrario: atenta contra cualquier vocación
lectora.
Y sumemos aun el descrédito de los libros que fomentó la Dictadura
y que todavía dificulta todas las políticas de fomento. El hecho es que los
resultados destructivos de la fobia a la lectura están a la vista. Del pueblo
otrora orgullosamente culto que fuimos, hoy quedan solamente restos de
Μεμιό Giardinei.i.i 89
Gomo cualquier docente habrá comprobado más de una vez, hoy la in
mensa mayoría de los alumnos solamente lee lo necesario para aprobar,
cuando no le queda más remedio y manteniéndose en la secreta espera del
momenco de terminar la escuela (o la universidad) para no tener que leer
nunca más. Eso es terrible. Doloroso, pero cierto. Y decirlo no significa
echarles la culpa a los alumnos, como suelen acusar ligeramente algunos
especialistas. Ni tampoco al docente.
En realidad, parece haber una trampa en algún punto del sistema edu
cativo, que lleva a esa especie de oscilación constante entre culpar ora al
docente, ora al no-lector.
Esa actitud culpabilizadora no contempla ni tiene en cuenca los infi
nitos condicionamientos y las múltiples mediaciones impuestas por el pro
pio sistema educativo y por la industria editorial, que a través de "manua
les”, “actualizaciones”, “prácticas" y toda una artillería de propuestas
lectoras (cierto que muchas son muy bien intencionadas) finalmente sue
len resultar más desalentadoras que proactivas, y muchas veces más reac
cionarias que estimulantes.
Amado de Nieva ha desarrollado con agudeza la evolución de los mo
delos lectores impuestos durante la dictadura militar, dirigidos a que el lec
tor fuera “un consumidor pasivo de los textos y significados de otros". Para
ello se instrumentó “el estudio dirigido de manera acrítica” y en la lectura
"no se planteaba discusión, ni concextualización alguna. El significado era
único, hegemónico, y debía ser consumido por el alumno lector”. Por eso,
ahora “sería deseable que los docentes pudieran reconocer y tomar con
ciencia del atravesamiento ideológico al que son sometidos desde la selec
ción e imposición invisible de un tanon escolar empobrecido, hasta los
modelos y concepciones lectoras que estructuran sus prácticas”.4
Explicar cómo leen los jóvenes es un asunto muy complejo. Según
Paulina Brunetti, Candelaria Stancato y María Carolina Subtíl, de la Fa
cultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Cór
92 Volver a leer
más o menos famosos, padres y madres. En codos los casos, y mediante di
ferentes estrategias, se planteó el común desafío de específicamente ver qué
se hacía para que los chicos leyeran y, en general, cómo desarrollar el espí
ritu lector que parecía haberse extraviado y que todo el mundo estaba de
acuerdo en que era urgente recuperar.
Lentamente, y casi imperceptiblemente, el acento se fue poniendo en
la labor de los docentes, a quienes se dirigieron los mayores esfuerzos, se
guramente porque son los mediadores naturales (al menos para el imagi
nario colectivo), por la enorme trascendencia de su trabajo, por ser los re
presentantes del sostenido prestigio de la educación instalado en rodas las
clases sociales, y también, y esto no se puede negar, porque son una im
portantísima porción del mercado consumidor de libros.
“Desde hace varias décadas, tres o cuatro, el mundo entero ha veni
do promoviendo la lectura mediante campañas, planes y proyectos que
desvían la atención del verdadero problema y crean la ilusión de que se
está haciendo algo por la lectura”, acusa Castrillón, para quien las cam
pañas de fomento de la lectura “desvían la atención del verdadero pro
blema, pues éste se ubica en la educación y en las posibilidades reales de
acceso democrático a la lectura y a la escritura (...) Elevar nuestros índi
ces de ‘lectura’ per cápita sólo significa incrementar la compra de libros,
y no estaríamos haciendo nada por una verdadera democratización de la
lectura”. Así, cuestiona “la bien intencionada pero cal vez equivocada de
cisión de pretender democratizar la lectura con estímulos a la oferta”
(pp. 12-13).
Pero si nunca faltan los cuestionamientos, algunos son inesperados
porque provienen de lectores macizos como el gran escritor portugués José
Saramago, Premio Nobel de Literatura 1998, quien en la Biblioteca
Municipal de Oeiras, en las afueras de Lisboa, se despachó hace muy po
co con estas palabras: “No vale la pena el voluntarismo, es inútil; leer siem
pre fue y siempre será cosa de una minoría. No vamos a exigir a todo el
mundo la pasión por la lectura”. Lo fantástico fue que lo dijo ante la
Ministra de Cultura después de haber aceptado ser parte de la Comisión
de Honor del Programa Nacional de Lectura de Portugal9 y de que él mis
mo fuera, durante el 111 Congreso Mundial de la Lengua Castellana, en
Rosario y noviembre de 2004, uno de los principales apoyos de la
Campaña Nacional de Lectura de la Argentina, con un brillante discurso
Μν.ΜΡΟ GlARniNEI.l l 95
sita que la escuela y los docentes escolaricen, en el mejor y más amplio sen
tido de la palabra, los temas que la patria necesita y que pasan, también y
primordialmente, porque la gente del pueblo lea y piense”, como dice con
tundente y acertadamente Graciela Bialet.10
Y es claro que hay múltiples prácticas de lectura, tanto individuales
como colectivas, así como diferentes maneras de leer y diversos propósitos
de lectura, que pueden ser plausibles o criticables según el contexto. Pero
cuando cierro tipo de acciones no toma en cuenta el contexto social ni los
antecedentes comunitarios, lo más probable será no sólo el fracaso de la
experiencia sino incluso (a frustración general reinstalada.
Se trataría, por lo tanto, de no invalidar a priori ningún esfuerzo pe
ro a la vez impulsar el modo de aplicar siempre propuesras y programas
adecuados a cada comunidad.
Es cierto, de rodos modos, que hay sectores abiertamente interesados en
que “los demás lean” por razones que van más allá de la lectura, empezando
por editores y libreros, lo cual es, desde luego, coherente y lógico. Para casi
todos ellos, obviamente, la problemática de la lectura se reduce a la crisis del
libro, y suelen equiparar uno y otro concepto. De hecho las ferias de libros
que se organizan en todo el país -en todo el continenre, e incluso en todo
el mundo- apuntan más a la promoción del objeto libro que a la lectura en
sí. Eso no es demasiado grave, después de todo, porque ineludiblemente una
nación de lectores comprará más libros, pero un país de consumidores difícilmen
te será alguna vez un país de lectores. El problema se plantea, en todo caso,
cuando hay miopía en algunos editores que no lo entienden así.
Y aparre de todo esto, están los punteros políticos (los hemos visto en
acción más de una vez) que utilizan las reuniones comunitarias con inte
reses completamente diversos de la promoción lectora. Verdaderos alacra
nes de la Democracia, muchas veces alimentados desde oficinas del poder,
es necesario denunciar constantemente su nefasta participación porque
pueden tirar abajo más de un programa de promoción lectora, mediante
manipulaciones o chantajes. Y esto, quede claro, no es un problema exter
no a las escuelas. Al contrario, suele suceder dentro de y en torno a las es
cuelas, los comedores y las bibliotecas escolares, las cooperadoras y los cen
tros comunitarios. —
Y es que una y otra vez es indispensable reconocer el carácter político
de la educación y de la lectura, de la escuela y de las posibilidades de trans
Mkmpo Giaroinhi.li 97
formación social de la ardua realidad que nos circunda. Sobre todo por
que, como denuncia Castrillón, es urgente “regresar a la escuela, recuperar
el tiempo perdido en intentos erráticos, en modas importadas, en tecnolo
gía educativa, en acuerdos con Microsoft, en fórmulas impuestas por el
Banco Mundial, en compras masivas e indiscriminadas de textos que no
responden a las verdaderas necesidades de la formación de lectores y que de
paso comprometen, a largo plazo y con altos intereses, los escasos recursos.
Es preciso apostar por la formación de los docentes, abandonada ahora al
talierismo y a la educación no formal con que se pretende Henar los vacíos
que deja su formación básica, talleres que dotan al docente con técnicas de
carácter instrumental que ofrecen la vana ilusión de poder enseñar a leer sin
ser lector.” (p. 44)11
Por supuesto, también están interesados en las campañas los padres y
maestros, aunque ellos mismos no lean o incluso sean reacios a cambiar.
Es verdad que suelen resistirse, por pura ignorancia, y muchas veces con
ellos debe procederse con serenidad y franqueza, para derribar prejuicios.
Porque, reitero, desde la Dictadura el autoritarismo argentino dejó insta
lado el temor a la lectura. Y no piense el lector de estas páginas, ingenua
mente, que eso es cosa del pasado.
Finalmente, las mejores campañas son las que logran comprometer a
los bibliotecarios. Estos mediadores (me refiero más extensamente a ellos
en el Capítulo 8) son fundamentales porque ante el imaginario social re
presentan, son la cara, del saber y el conocimiento. Y si ellos no leen, cla
ro, caen en abierta contradicción más allá de sus habilidades técnicas, por
que un bibliotecario que no lee es como un carpintero incapaz de usar el
escoplo y el formón.
las efemérides, los libros de texto, los cursos de capacitación, los esfuerzos
caniculares y, en fin, todo lo que administra, supervisa, controla y autori-
za/prohíbe determinadas lecturas y hasta las pedagogías adecuadas, mu
chas veces a la moda. Por el otro está la posibilidad no de transgredir todo
eso, pero sí de ejercer la libertad de lectura. Que es precisamente lo que
mejor puede conectarlo con los llamados ‘ educandos".
En otras palabras: el docente apegado a las normas puede enseñar a le
er y escribir, seguro, pero no necesariamente formará lectores.
Pero esta realidad, que me consta que para muchos maestros suele re
sultar frustrante, no es la única circunstancia a la que se enfrentan los do
centes argentinos.
A veces les faltan materiales y eso también atenta contra sus capacida
des. La escuela argentina, más allá de los esfuerzos recuperáronos que se
están haciendo, viene con un retraso de décadas. Lo que queda en eviden
cia cuando se recorre el país, cuando se habla con los maestros de las po
blaciones más alejadas, o en los barrios carenciados de las afueras de las
grandes ciudades. El reclamo es unánime: queremos materiales de lectura,
nos faltan libros, no tenemos manuales y los que hay son caros o se dcsac-
tualizan cada equis años...
Es imposible responder a esa demanda, pero sobre todo es indignan
te cuando uno compara los niveles de ciertos gastos oficiales y la dilapida
ción de dinero y la corrupción que todavía existe en vastos sectores de la
administración pública y en la mayoría de las provincias. Y aunque uno sa
be que la cuestión no se resolverá solamente con más y mejores materiales
de lectura en las escuelas, lo indudable es que el Estado debe proveer más
y mejores materiales y eso tenemos que exigirlo porque lo pagamos todos
con nuestros impuestos.14
Tampoco sé si la problemática docente es solamente salarial, como
pretenden algunas argumentaciones más o menos reaccionarias, pero sé
que urge represtigiar la docencia y eso es innegociable, básico y prioritario.
Dignificar profesionalmente al maestro es un verdadero primer paso tam
bién para esrimular a los nuevos lectores mediante la libertad y la alegría.
Sonará idealista, pero yo quisiera un docente comprometido con la
lectura, sí, pero sobre todo lector. Un docente que respire lectura pero que
además reciba del Estado toda la provisión necesaria y más, para él y sus
alumnos. Y por supuesto un docente que no sea solamente un profesional
104 VOLVER A LEER
que, como ironiza Edward Said, concibe su trabajo sólo para ganarse la vi
da, con un ojo en el reloj y el otro en lo que se considera debe ser la con
ducta adecuada, o sea “no causando problemas, no trasgrediendo los para
digmas y límites aceptados, haciéndote a ti vendible en el mercado y sobre
todo presentable, es decir, no polémico, apolítico y objetivo’”.H
En cambio, queremos profesionales de la docencia activos, inquietos
y disconformes, comprometidos con su escuela y su entorno social, y dis
puestos a las transformaciones que sean necesarias. Empezando, desde lue
go, por la lectura cotidiana como motor de todas las transformaciones y
de los cambios de paradigmas que necesitamos. Los ejemplos en este país
deben volver a ser las buenas personas, y mejor aún si son además buenos
lectores, como los hay en cualquier comunidad, y qué mejor si ellos son los
docentes.
Determinar nuevas posibilidades lectoras para una nación que ha vi
vido décadas en vías de subdesarrollo educacional y necesita con urgencia
recuperar el tiempo perdido, implica cuestionarlo todo: qué es leer, qué
queremos que lean los argentinos de hoy y de mañana, cómo imaginamos
que será un futuro canon literario organizado sin la prerensión autoritaria
de fijar también la interpretación que debe hacerse de las obras.
Es una enorme responsabilidad, para el docente, ser intermediario del
saber y el conocimiento. Por eso, y teniendo en cuenta tal intermediación,
proponemos no sólo la libertad del docente sino también un ejercicio de
libertad absoluta por parre de los alumnos lectores. No para que el maes
tro se desentienda o alivie, sino para que cada lectura sea un disparador del
imaginario y el criterio propio de los estudiantes, y desde allí y sólo desde
allí (o sea, desde la lectura) se establezca un nuevo diálogo enriquecedor
entre docentes y alumnos alrededor de la mejor Literatura.
Por eso, aunque suene provocador, la propuesta de resistirnos a las mo
das pedagógicas que hicieron del placer de leer un trabajo pesado. Es necesario
y urgente despojar a la lectura de ejercitaciones obligatorias y propuestas de
trabajo, porque más allá de las buenas intenciones que las alientan, en mu
chos casos sólo entorpecen el simple y grandioso placer de leer.16
Es interesante citar, en este punto, la crítica que hace Graciela Montes
a la lectura “por placer” respecto de la escuela. Ella admite que leer por pla
cer “recupera el orden de la emoción”, pero señala que “poco a poco el
concepto fue perdiendo claridad y terminó entendiéndose de muy diver
Μεμιό Giahdinei.i.i ----------------------------------------------------------------- 105
hubiera ocurrido si el corazón alemán hubiera estado tan bien educado co
mo su mente” (Trelease, p. 109).
Todo escritor/ora tiene en cuenta esta circunstancia, aunque no sea
conscientemente. La impunidad de algunos monstruos despierta aquel
compromiso excluyeme con la propia obra, pero también produce una
fuerce rebelión interna. Y surge la pregunta: ¿qué obra produce el artista
que es capaz de eludir pronunciamientos sobre las miserias y desdichas
que definen el curso político, económico y social de nuestros países?
Jamás le diré a nadie lo que debe escribir, pensar o callarse. Pero no pue
do dejar de sostener que la literatura, la escritura y la lectura, hoy como
siempre nos imponen una enorme responsabilidad.
Por supuesto que la literatura no está para dar respuestas. Pero suele
darlas.
La literatura, se dice por ahí, no sirve para nada. Pero no es tan inútil.
También se afirma que no hace revoluciones. Muy bien, pero ha con
tribuido a ellas y a todas las ha escrito.
Cada escritor que se pregunta lo que no comprende, lo que no sabe,
lo que duda, cada escritor que cuestiona su propio infierno nos cuestiona
a todos, como estableció Quevedo hace cuatro siglos.
Ahora nosotros sabemos también que el buen lector lo cuestiona todo y
es por eso que la lectura representa un peligro para el Poder.
¿Debo recordar que vivimos en América Latina, este continente me
nos feroz y exótico que lo que los europeos suelen creer, pero mucho más
destruido que lo que los globalizadores quieren admitir?
Cuando en América Latina recuperamos la democracia, también re
cuperamos el uso de la palabra, pero ni la democracia ni la libertad signi
ficaron por sí solas recuperar lo perdido.
Por eso mismo, en nuestro país y en nuestra América, o sea en estos
suburbios del así llamado Mundo Global, el pensamiento, la razón y la po
esía son oficios cada vez más complejos. Y en paralelo, la lectura se ha ido
convirtiendo casi en una extravagancia. Ya sabemos que la falca de trabajo
y el deterioro económico enturbian el ánifno, envilecen los ideales y debi
litan la creatividad. Son implacables enemigos de la lectura y de su hijo di
lecto: el saber. Pero como Cultura, Democracia y Libertad son términos
inseparables, entonces se trata de resistir el desastre económico a la vez que
se reinventa la esperanza.
MeMPO GfARDINEl.t.i ------------------------------------------------------------------111
Notas
1 Cuando terminaba de escribir este libro, en julio de 2006, conocí a una profesora
de una universidad andina cuyos alumnos -me explicó- no conocían los libros. No es me
táfora: hasta ingresar en la universidad no habían visto un libro en codas sus vidas. Son
una generación (mal) formada con fotocopias.
2 No he encontrado constancia citable de cal estadística, pero recuerdo un informe
de la UNESCO sobre el estado social de la educación y la lectura en América Latina que
se publicó en ios diarios Clarín y Página/i2 a mediados de los 90.
3 En la Feria del Libro de Buenos Aires, el 20 de mayo de 2006, el Secretario de
Cultura de la Nación, José Nun, anunció que en el futuro la construcción de viviendas so
ciales por parce del Estado va a contemplar la provisión de una pequeña biblioteca básica
de 20 libros que entregará la SCN.
4 Elsa Rosa Amado de Nieva, Dossier PNL, Escuela de Verano para Docentes,
Corrientes, febrero de 2004, pp. 11-13.
5 Paulina Brunetti, Candelaria Scancaco y María Carolina Subid, “Lectores y prácti
cas, los sujetos ignoran su propia ignorancia”, en “No leo, no sabe, no aprendo”, artículo
en el Periódico de la UNC, N° 16, 12 de marzo de.2006.
ύ Graciela Bialet, “Ni la nada ni sólo esto. Diez 'ideas ideológicas' para repensar la
lectura literaria "n la escuela”, Ponencia en el 8o Foro Internacional, en Fomento del Libro
y la Leaura¡5> FMG, Resistencia, 2005, p. 36.
7 “Ángela Pradelli. “Desafíos para leer la realidad", enrrevisra de Silvina Friera, en
diario Página/12 del 3 de julio de 2006. Asimismo, son interesantísimas algunas de las re
flexiones de Pradelli en su reciente Libro de Lectura, Emecé, Buenos Aires, 2006.
Mempo Giardineuj----------------------------------------------------------------- 113
8 Silvia Castrillón, op.cii., pp. 16-17. En adelante, se cita la paginación entre paren-
mis.
9 Clarín. Io de junio de 2006. Servicio de EFE.
1(1 Graciela Bialet, op. cit., pp. 33-39.
Definición e importancia
re una buena historia. Son los típicos libros que se llevan “para leer duran
te las vacaciones". Bueno» con los chicos sucede lo mismo: quieren buenas
historias, con acción, intriga, suspenso. He ahí ios Harry Potterde J. K.
Rowlings, o Ja serie Narnia, de C. S. Lewis. Lo veo en mi casa y me pare
ce fantástico: ¡esos libros retienen a los niños lejos del televisor!
Uno lee a otro como quien da de comer al que tiene hambre, pero no
como dádiva sino como acto de fraternidad: etimológicamente el verbo
“compartir” significa “partir lo que se tiene”. O sea, partir el pan para que
el otro también coma.
La lectura en voz alta es el mejor camino para crear lectores, simple
mente compartiendo las palabras que nos vinculan. Compartir la lectura
es compartir el lenguaje placenteramente, afirmándolo como vehículo de
entendimiento, fantasía y civilidad.
Para la lectura en voz alta no hace falta “saber” de literatura ni de li
bros. Sólo hacen falta unos minutos, y basta con leer en voz alta y clara. Se
puede leer un cuento, una poesía, un artículo de una revista o cualquier
noticia del periódico. Los niños, por sí solos, decidirán si eso que se les lee
es interesante. A cualquier edad, sabrán mostrar su interés o manifestar su
desinterés.
Tampoco hace falta tomar cursos de literatura infantil, ni asistir a un
taller de lectura. No se requiere ningún esfuerzo o talento especial. Sólo
hay que leer. Generosamente, intensamente si es posible, histriónicamen-
te si el texto lo propone o autoriza. Leer en voz alta conlleva siempre la po
sibilidad de un encuentro precioso con el niño que escucha.
Un factor que Trelease subraya es, precisamente, que mediante la lec
tura en voz alta se nutre la capacidad de escucha de los niños, tanto en la
casa como en el aula. Y esto, dice, “suministra los cimientos de la lectura”
porque “¿z comprensión oral (escucha) aparece antes que la comprensión lec
tora” (p. 41)
Específicamente referida a los mediadores escolares, Liliana Argiró
dice: “La lectura en voz alta encierra para los lectores de hoy, lectores si
lenciosos, misterios y secretos. Pero'leer en voz alta es como una doble lec
tura, la vista y el oído se apoyan entre sí, se potencian recíprocamente.
Ixer en voz alta multiplica, expande, convoca”. ’
La cuestión del vocabulario también es esencial, porque codo niño va
a la escuela a aprender mediante las palabras. De donde resulta obvio que
118 Volver a i.ef.r
los niños que lleguen a la escuela con vocabulario más rico tendrán mejo
res posibilidades, a la vez que los niños con menos recursos verbales más
dificultades tendrán.
Bueno, ¿y dónde aprenden los niños más palabras? ¿Cómo alcanzan
un vocabulario más rico? Sin dudas, en la lectura en voz. alta, que además
de mejorar su capacidad de escucha los familiariza con un léxico mejor
provisto, que a su vez les permitirá entender más y mejor todo lo que se
les enseñe en la escuela. Y más: en cuanto el niño empiece a leer por sí mis
mo, el vocabulario que traiga desde la casa será determinante de su grado
y facilidad de comprensión.
“Si un niño tiene edad para que se le converse, ya tiene edad para que
se le lea. Es el mismo idioma” (Trelease, p. 69).
Desde luego que todos sabemos que el vocabulario no se adquiere so
lamente en la escucha o en la lectura. Se desarrolla, sobre todo y de mejor
manera, mediante ese ejercicio del vocabulario que es la conversación.
Seguramente por eso Jorge Luis Borges solía subrayar cierta nostalgia por
la pérdida de la costumbre de charlar. Y cualquier persona de edad avan
zada recordará, si se le pregunta, la importancia que antaño tenía la con
versación, el intercambio de ideas que era el intercambio de palabras. Que
remitía, siempre, a la literatura, a aquella vieja y hermosa idea de “hablar de
libros”, todavía vigente en algunos sectores intelectuales y que exige siempre
dos cualidades: pasión y sinceridad, igual que sucede con las opiniones po
líticas, al “hablar de libros” se defiende lo que uno cree. Y esro invita a con
versar, y posiblemente, como etapa posterior, también lleva a leer.
las palabras maternas que enuncian las primeras sílabas para el bebé; en esa
voz interior que oye el bebé, esa voz que transmite un sentido; un sentido
que todavía se le escapa pero que presiente. Esa voz cuyas modulaciones
cambian según que la madre hable de la realidad cotidiana o que se aban
done a la fantasía y a las cuales muy pronto el niño es sensible', dice Pctit?
Se trata de leer en voz alta, no de cuestionar el entendimiento de los
que escuchan. Quienes, por cierto, ya se encargarán de diversas maneras
de hacernos conocer sus “opiniones’’ y gustos.
En lo concreto, la lectura en voz alta exige que los padres comiencen
leyendo textos breves, ajustados a la capacidad de atención de los niños.
Ambas cosas irán creciendo con los años: la extensión de los textos y la
arención. Y también la famosa comprensión, desde luego, porque será pro
ducto de una evolución bien guiada y acompañada.
Sabemos que el niño ve imágenes y colores, reconoce los rostros fami
liares y va descubriendo el mundo, su entorno. Luego llena su espíritu de
mensajes, carteles, imágenes, propagandas, movimiento. En estado de pu
reza virginal se asoma a la vida, a la televisión, a los estímulos de un mun
do que no siempre lo recibe con sonrisas. Extrae significaciones de todo
eso y lentamente aprende a hablar y a expresarse, e inventa historias y quie
re historias porque su vínculo con la vida no distingue todavía lo cierto de
lo ficticio. Por eso es esencial que en esta etapa el niño incorpore la lectu
ra, el objeto libro y la narración como parte de la vida. Cuanto más peque
ño, mejor. No hay que esperar ni un segundo. No importa si el niño “no
entiende". Yo diría, incluso, que lo mejor que puede pasar es que no en
rienda. ¡No entendamos la lectura! Simplemente leamos, compartamos
historias con ellos. El libro puede ser, y debería ser (depende de nosotros
los adultos) uno de sus juguetes preferidos.
En la escuela, por eso, habría que estimular a los chicos a que sientan
que el momento de la lectura (esos pocos minutos de lectura en voz alta o
los que se destinen a la Lectura Libre Silenciosa Sostenida» de la que ha
blaré más adelante en este mismo capítulo) son como un recreo encanta'
dor, enriquecedor y divertido, en el que el aprendizaje va de la mano de la lee-
tura en libertad absoluta.
Se trata siempre de estar del lado de las mentes más abiertas e incon
taminadas. Es lo que nos recordaba Graciela Cabal en cada una de sus en
trañables participaciones en los Foros del Chaco, a los que asistió año a
120 Volver a leer
año hasta su fallecimiento en 2004: “Yo estoy del lado de los niños. El ni
ño, en general, hace alianzas con los abuelos, con los viejos, porque los dos
están en los extremos, en una instancia que no es el trabajo, la convulsivi-
dad de ser efectivos o exitosos, están marginados cada uno en su extremo.
Entonces se unen, como hacen los marginados. Y en el medio quedan los
padres que siempre están como en otra cosa, como que no entienden (...)
Los padres aparecen mandando, no entienden lo que pasa, sólo el nene y
la abuela. Y entonces ellos están confabulados para ayudarse. Y eso no sig
nifica que el nene no quiere a sus padres”?
Ya llegará el tiempo del cambio, cuando aprenda a leer. La lectura aca
so no resulte tan placentera entonces, seguramente se convertirá en algo
trabajoso. Pero el niño estará mejor preparado si tiene naturalmente incor
porada la lectura como parte de la vida. Se equivocará, le costará compren
der todo lo que lee. Y ahí nuevamente la familia deberá acompañarlo com
partiendo lecturas, poemas, cuentos. En todo caso, ése será el tiempo de
“entender”, o-mejor, de ir entendiendo.
Añade Petit: “Fortalecido con ese poder que le da la voz incorporada,
la voz protectora, el niño puede alejarse un poco (...) Dibuja su espacio, se
dibuja a sí mismo. Comienza a ser su propio Pigmalión, a construirse co
mo sujeto (...) Nos encontramos realmente en las premisas de la emancipa
ción del pequeño ser humano” (p. 21). Y apoyándose en Gilíes Deleuze,6
concluye que “la cancioncita o el relato de la noche son un principio de
orden en el caos y lo seguirán siendo durante toda la vida” (p. 23).
También entre nosotros se ha resaltado esta maravillosa estrategia.
Graciela Montes habla de “la moderada libertad de leer en voz alta” en la
que el texto “marcará su presencia: el timbre de voz, la entonación, los ti
tubeos, las pausas son reflejo de su actividad, su trabajo... Pequeñas inter
venciones, comentarios, críticas, referencias a otros textos, preguntas a ve
ces insólitas, gestos mínimos son las grietas por donde, muchas veces, la
lectura personal se deja ver".7
Me ha pasado muchas veces, cada vez que visito escuelas y hablo con
los estudiantes. Me encanta el silencio de esos “pequeños vándalos" como
los llamaba Cabal, una vez que son cautivados por una buena lectura en
voz alta. He probado con chicos de todas las edades textos cuya lectura de
manda entre cinco y diez minutos, y nunca falla. Textos míos y de otros
autores, siempre leídos con pasión, con ganas de cautivar su interés. Y me
Mf.mpo Giardjneu i 121
encanta ver incluso a los profesores en silencio, también ellos tomados del
pescuezo por la lectura y luego, ante el diálogo libre que inexorablemente
se entabla, disfruto al apreciar cómo acaban siendo parte del encuentro,
porque ahí pasan a ser lectores adultos y ya no profesores. Y Jo confieso:
más de una vez he gozado íntimamente la desubicación de algún docente
que se puso a “profcsorear”, con lo que logró solamente —contraste impla
cable—el fastidio de Jos chicos que en el acto comprendieron la diferencia
mucho mejor que el docente.
Y no se crea que la charla posterior debe ser sobre nada especial. En
realidad, rodo lo que yo hago es preguntar si les gustó o no, y a veces les
pregunto si ellos conocen algún otro texto, y cuál, y por que, y termina
mos hablando de nuestros libros favoritos, míos y de ellos, y los compro
meto a que traigan a la escuela, cuanto antes, esos libros y los compartan
con sus compañeros y amigos.
El problema suele ser, creo que va quedando claro, que quienes de
berían incitar a la lectura y ocupar el lugar del mediador que estimula, no
lo hacen. Los maestros, los profesores, debieran ser los primeros lectores, los
más entusiastas, los que contagiaran el deseo de leer. Y no siempre lo ha
cen. He ahí gran parte del problema, y decir esto no va en contra de los do
centes sino todo lo contrario: ¡decir esto es absolutamente a favor de ellos!
produjo la persistente crisis económica de los años 90, cuyos peores resulta
dos empiezan a advertirse más de quince años después. Es urgente que la lec
tura en voz alta sea considerada en una categoría superior en la labor educativa.
“L· lectura en voz alta es mucho más importante que los módulos, las
tareas» los cuestionarios, ¡os informes de lecturas y las tarjeras didácticas”, di
ce Trelease (p. 33). Y en efecto, en las circunstancias actuales la escuela ar
gentina bien haría en cambiar algunos de sus paradigmas lectores, de mane
ra de aceptar que cualquier trabajo de interpretación o comprensión, y toda otra
labor didáctica vinculada a la lectura, en definitiva no hace más que interferir
entre el libro y el estudiante, o sea entre lectura y enseñanza, entre construc
ción de personalidad y transmisión de conocimientos.
Y ése es, para mí, el más grave problema de la promoción de la lectu
ra, al menos en la Argentina: que todos los esfuerzos y estrategias destina
dos a fortalecer la comprensión lectora no hacen más que neutralizar la
emoción del descubrimiento, interfieren en la imaginación, interponen
cláusulas y condicionantes que anulan el placer.
Imaginemos el siguiente cuadro para focalizar uno de los problemas
más frecuentes de la pedagogía imperante en materia de lectura: somos un
nifto/a que asistimos a la escuela 180 días cada año y prácticamente cada
día nos hablan de lo importante que es leer (que es lo que nosotros no ha
cemos), nos hablan pestes de la televisión (que en realidad nos encanta y
entretiene) y nos dan guías de lecturas que más o menos sutilmente nos
obligan a leer una hora o más por día, y encima nos imponen “propuestas
de producción" e interpretación y nos presentan cuestionarios para ver si
entendimos o no entendimos... No hay dudas: más temprano o más tarde
terminaremos odiando la lectura.
Al respecto, y acaso con típica mentalidad capitalista, Jim Trelease
compara en determinado momento a la lectura con los negocios. Lo hace
con gracia y aguda ironía: “La lectura es el producto que tratamos de ven
der. Cada vez que leemos en voz alta hacemos una propaganda del placer
que depara”. Por consiguiente, y en contrario, continúa, “cada hoja de
ejercicios es una propaganda del tormento. Si el tormento sobrepasa el pla
cer, el cliente se va para otra parre” (p. 94).
Por cierro, ya hay un-chiste que circula por Internet sobre el retorci
do lenguaje academicoide de ciertos ambientes de la docencia argentina,
que es representativo del disparate a que se ha llegado.10
Mempo Giardinei i.i 127
seguro de que debe ser un porcentaje ínfimo de las cuarto o cinco horas
de cada ¡ornada.
“Si la mayoría de los niños aprende a leer pero no lee, debemos pre
guntarnos por quena está leyendo -razona Trelease (p. 176)-. Las únicas
respuestas lógicas son: porque no les gusta o porque no tienen tiempo (...)
La lectura en voz alta resolvería el primer problema, y la lectura silenciosa
sostenida atacaría el seguí.do”.
El único indicador que conozco en el plano familiar es de los Escados
Unidos, donde en 1990 se realizó un estudio en este sentido. Y demostró
que sólo el 20% de los padres leía diariamente a sus hijos (Trelease, p.
47).
En cambio, en materia escolar hay experiencias maravillosas de apli
cación de esta doble propuesta. Obviamente es Trelease (pp. 60-63) quien
desarrolla el caso de la escuela pública Solomon Lewenberg, de Boston,
que estuvo a punto de ser cerrada en 1984 por sus bajísimos niveles aca
démicos y sus innumerables problemas de conducta. Allí se aplicó una
combinación de lectura en voz alta y lectura silenciosa sostenida y en sólo
cuatro años los casi 600 chicos de esa escuela pasaron a tener los puntajes
más altos de lectura de roda la ciudad.
Otro caso es el de Hiroshi Hayashi, un profesor de secundaria japo
nés que implemento el sistema en su propia escuela, harto de ver cómo los
jóvenes empeoraban su conducta. Al contrario de lo que se piensa habi
tualmente, parece que los chicos japoneses son indolentes y la deserción
escolar aumentó un 20% desde 1997 (Trelease, p. 62). La lectura silencio
sa y sostenida produjo resultados extraordinarios en esa escuela, a tal pun
to que Hayashi empezó a enviar cartas a sus colegas de otras escuelas, los
que a su vez incitaron a otros. Los resultados fueron asombrosos, hoy más
de 3.500 escuelas japonesas aplican esta combinación y sus alumnos alcan
zan las mejores calificaciones.12
La estrategia que -siguiendo a Trelease— propongo para las escuelas ar
gentinas, públicas y privadas, es muy sencilla, casi diría extremadamente
sencilla porque consiste en que cada docente, cada día y todos los días, lea en
voz alta un texto brevete puede ser narrativo, poético o informativo, uni
tario o secuenciado (capítulo de novela) dependiendo de la edad de los
alumnos, y que luego eso se complemente con algunos minutos de lectura si
lenciosa en libertad.
ΜΚΜΡΟ GlARD1NEI.il 129
E^ra lectura -que propongo para rodos los niveles* del inicial al univer
sitario—conviene que sea muy breve {no más de 10ό 12 minutos al inicio
de cada turno y antes de comenzar cualquier actividad) y sólo se requie
re que el docente lea en voz alta, clara y atractiva. Luego de lo cual y sin
necesidad de comentarios ni opiniones* se da comienzo a las clases de la jor
nada.
Es condición sinc qua non la persistencia y consistencia de esta activi
dad, de manera que rápidamente los alumnos sepan que cada jornada se
inaugurará con una lectura. Así, muv pronto ellos comenzarán a esperarla
y luego participarán pidiendo determinados textos, o la repetición de lec
turas, e incluso no faltarán los alumnos que se ofrezcan para leer lo que
ellos mismos trajeron de sus casas o de la biblioteca.
Por cierto, esta sencilla práctica lectora permitirá, además, una intere
sante recuperación lexical. Tomemos por ejemplo cuentos breves, de entre
600 y 1.000 palabras. En voz alta, clara y lentamente, se pueden leer en
diez minutos. En silencio, en menos de diez. Pero lo más importante es
que, si lo proyectamos, eso significaría la posibilidad de multiplicar el len
guaje coloquial de los chicos por el solo hecho de que estarían leyendo por
lo menos unas 5.000 palabras semanales, lo que es decir unas 20.000 men
suales. No se me ocurre ninguna posibilidad mejor, más rápida y más agra
dable, para aumentar el vocabulario de los estudiantes.
A ese pequeño, trascendente momento, se lo debe completar con
otro, a manera de cierre de la jornada: la Lectura Libre Silenciosa y Sostenida,
que no es otra cosa que un permiso de pocos minutos, alfinal de Lis clases, pa
ra que cada alumno lea lo que tenga ganas, en silencio, antes de irse.
La lectura libre silenciosa y sostenida consiste en destinar los últimos
10 ó 12 minutos de cada jornada a que cada alumno lea en silencio lo que
quiera. La clave es la libertad a partir de la única consigna: leer en silencio,
y con Ja garantía de que el docente no vigilará ni la conducta del grupo ni
las distracciones de cada uno.
Para esto es fundamental, al principio, disponer de un menú de textos
en canasta, o traídos cada día de la biblioteca, o -con el tiempo esto es lo
ideal- los mismos alumnos irán trayendo los textos que ellos quieran leer si
lenciosamente o acaso compartirlos o intercambiarlos con sus compañeros.
Lo fundamental es que toda la clase lea en silencio, cada uno concentrado
en lo suyo, sin controles, hasta que suene el timbre y se vayan a sus casas.
130 ---------------------------------------------------------------------------Volver a leer
Ya verán cómo los alumnos agradecen que se les permita leer en silen
cio. Ellos también necesitan (aunque no sepan expresarlo en palabras) que en
algún momento del día se detenga el mundo.
Se trata de ayudarlos a leer como se sueña, porque siempre los chicos
sueñan —todas las personas soñamos— y los sueños son narrativos. Aun los
más mediocres o lineales, todos los sueños contienen historias. Cada sue
ño es una narración. Aunque una persona sólo soñara números, o signos,
por ejemplo, sería imposible que ellos no compusieran una narración, por
que siempre hay un significado en los sueños, o sea una historia. Y así es
como leemos y nos interesa lo que leemos. Y en el silencio es donde ama
samos y cocinamos lentamente, en nuestro espíritu, lo que hemos leído, o
soñado.
Y ese hermoso momento recoleto, íntimo, no debe, de ninguna ma
nera, ser arruinado forzándolos a explicar lo que sintieron, ni encargándo
les trabajo alguno, ni sometiendo a evaluación lo que acaso comprendie
ron, o no, ni lo que “vieron” en el texto, o pensaron o lo que fuere. ¡Es
indispensable ayudarlos garantizándoles ese espacio de lectura en silencio!
De paso, eso instala y fortalece la idea de que la escuela es un espacio en
el que se lee y no un lugar en el que se habla de la importancia de la lectura.
Propuesta:
* Lectura en voz alta para iniciar la jomada: cada mañana (o cada tarde)
antes de empezar las clases, cada maestro (o profesor en el nivel secunda
rio, EGB o Polimodal) lee un texto en voz alta durante 10 a 12 minutos.
El texto que desee, el que haya leído la noche anterior, el que le parezca in
teresante y quiera compartir con sus alumnos. No hace falta, como introi
to, nada más que decir que quiere compartir con ellos el texto que va a le
er. Nada más. Y lee. Diez o doce minutos. Luego de los cuales, y como sin
transición, inicia las clases con toda naturalidad.
En este punto hay que decir que es esencial que el docente lea a la par
de los alumnos. De ninguna manera su labor termina con la lectura en voz
alta del inicio de la jornada. Es indispensable que en el cierre el docente
también lea en silencio, lo que desee. Y esto no sólo por “dar el ejemplo”
sino también porque los alumnos suelen identificarse con maestros y pro
fesores y perfectamente podrían tomar ejemplo tanto si el docente busca
alguna palabra en el diccionario como sí lee el diario, una revista o un li
bro en particular.
En el Capítulo 2 ya adelantamos que la lectura en voz alta y la lectu
ra libre silenciosa y sostenida pueden concebirse como un recreo encanta
dor, enriquecedory divertido, en el que el aprendizaje va de la mano de la lec
tura en libertad. Y en efecto es así. Conviene entonces pedirles a los chicos
que sean ellos los que traigan lecturas; hay que motivarlos para que cada
día sean ellos quienes propongan nuevos textos para compartir en clase (y
teniendo en cuenta que la palabra “clase” siempre remite a obligaciones y
evaluaciones, de manera que habría que tener mucho cuidado al usarla en
lectura libre silenciosa y sostenida); estimularlos a_que compartan la lectura
que más les gustó en sus casas, con padres y hermanos, o con sus amigos; y
así, lentamente, se podrá ir preguntándoles cuál es el mejor libro que han leí
do, cuál el peor, cuál es el que aman o abominan sus padres y hermanos, o
sus amigos; cuál el que más recomiendan y por qué, y etc., etc., etc.
Queda claro que por ninguna razón se interrumpirán esos minutos fi
nales de cada jornada, que son de propiedad, digamos, de los alumnos.
Tampoco se harán preguntas ni se encargarán tareas, ni mucho menos se
evaluará nada.
Y aquí corresponde una aclaración importantísima, porque más de un
docente puede brincar al leer lo anterior, puesto que el solo vocablo eva
luación es clave para la docencia.
Ante todo, separemos los términos. Cuando digo que “no se evaluará
nada” me refiero a que no habrá examen, no se evaluará a los alumnos de
modo convencional Lo cual no impide que los maestros sí puedan llevar
evaluaciones personales, íntimas e incluso curriculares, para ir viendo có
mo se desarrolla la estrategia y qué nuevas lecturas proponer. Así, los do
centes sabrán qué leer, intercambiando títulos y experiencias» y llegarán a
ser lectores ellos mismos. Para eso, el establecimiento podrá organizar reu
niones de evaluación de la experiencia para ver cómo cada docente la lie-
Mempo Giardini-i.i i 133
Notas
1 Jim Trclcasc, Manual de la lectura en voz alfa, Bogotá, Fundalectura, 2005. En ade
lante, todas las citas de este libro se harán mencionando nombre del autor y número de
página.
2 Graciela Montes, La gran ocasión. La escuela como sociedad de lectura. Plan Nacional
de Lrccura, MECyT, marzo de 2006, p.17.
J “Lectores de hoy, lectores de ayer, lectores de siempre. Un itinerario posible para
que la lectura nos encuentre’ desde la escuela", en 9a Publicación del programa “Volver a
Leer" de la Provincia de Córdoba, 2004, p. 32.
4 Michelle Petit, Chamal Balley y Raymonde lutdefroux, De la bibliothéque au droit
de cité. Biblioteca Pública de la Información, BPI/Centrc Georgcs Pompidou, París, 1997.
5 “Yo no escribo para la infancia, escribo desde la infancia: entrevista a Graciela
Cabal", entrevista de Adriana Malvido, en 9a Publicación del programa “Volver a Leer”,
Provincia de Córdoba, 2004, p. 47.
6 Gilíes Deleuze, “De la ritournelle", en Milla Plateaux, París, Minuit, 1980, p. 382.
Planteo de la cuestión
Y como codo lo que se ignora suele producir temor, sucede que mu
chos padres y maestros se dejan llevar por fobías inconducentes, prohibi
ciones neuróticas y otras actitudes negativas, o bien -como me parece es
tá siendo cada vez más común en nuestra sociedad— por una peligrosa
permisividad derivada de cierta especie de comodísimo estado de resignación.
El cual, dicho sea con toda franqueza, hay que denunciar.
De manera que vayamos por parres y empecemos por descartar la idea
simplíficadora de que los chicos de hoy han dejado de leer porque ven te
levisión, como se decía hace una década, o porque están cautivos de
Internet y de los videojuegos, como se preconiza ahora. Eso no es verdad.
No toda la verdad, por lo menos.
Sin dudas la pésima televisión que impera en nuestros países, y la tec
nología fascinante de los juegos virtuales, ejercen una muy fuerte influen
cia en los chicos, claro que sí, pero ya sabemos que si ellos no leen —no de
jaré de repetirlo— es en primer lugar porque sus padres y sus maestros
tampoco. Y después sí: es indudable la responsabilidad no de las tecnolo
gías pero sí de los responsables, que en la Argentina son el poder político
y comunicacional, cuya miopía cultural y capacidad de vulgarización son
tan grandes como groseras.
Muy bien. Pero condenar todo eso no es suficiente, no alcanza ni co
rrige nada, ni mucho menos mitiga la angustia de padres y madres cuando
ven que sus hijos están como dominados por máquinas y tecnologías cuyas
consecuencias ignoran y temen.
Por (o tanto, en primer lugar me gustaría señalar una actitud no del
todo acertada por parte de la sociedad, que en esta materia ha sido víctima,
cierto, pero también cieñe alguna responsabilidad por su casi única cohe
rencia: la de casi nunca reaccionar frente a lo que la perjudica, o hacerlo
siempre tarde y mal. Por esa abrumadora pasividad y la inaudita compla
cencia que los diferentes sectores sociales han mostrado más de una vez en
la historia argentina de, por lo menos, los últimos setenta años, me pare
ce que como sociedad muchas veces nos hemos comportado como ajenos
a nuestra propia suerte, y hemos dejado hacer demasiadas barbaridades,
irresponsablemente. El resultado está a la vista: somos una sociedad que se
degradó velozmente en sólo un par de generaciones. Y esto abarca los más
diversos aspectos: desde la política a la educación, desde la economía a la
comunicación, desde la salud a la lectura.
Mempo Giardinei 1.1 139
Por eso los argentinos ven tele un promedio de 3,4 horas diarias, lo
“que quiere decir que la 1*V sigue siendo el principal consumo cultural de
los argentinos”, concluye el informe oficial de consumos culturales.
Por su parte, una encuesta del diario La Razón* realizada entre 10.714
votantes, mostró que el 58,1 % de las personas (presumiblemente todas
de la Ciudad de Buenos Aires) mira televisión entre dos y cuatro horas
diarias, y el 9.5% mira más de cinco horas. En contrario, sólo el 8,5% di
ce no mirar televisión, mientras que el 23,9% mira una hora o menos ca
da día.
Por supuesto, decir lo anterior tampoco significa acusar a los invento
res de la televisión, ni a una tecnología, ni mucho menos a quienes la dis
frutan. No se trata de acusaciones, en realidad, sino de reconocer que las
causas de la mala calidad son de gestión y son políticas, económicas, publici
tarias, sociales y culturales. El desenfreno comercial, el mal gusto, la incapa
cidad estatal de controlar, junto con la idiota apología de lo ordinario y lo
vulgar, se combinan a diario para deslucir el lenguaje de nuestro pueblo,
proponer el ocio improductivo, desviar la atención de problemas impor
tantes,’’ resaltar nimiedades y. entre muchísimos otros resultados negati
vos, hacer que el entretenimiento sea un modo de parálisis social a la par
del extravío de las tradiciones lectoras.
Así, perdieron sentido el placer de la lectura y la lectura que forja sen
tido común. Todo eso fue perdiendo atención, interés, tiempo y hasta sen
tido frente a la llamada “caja boba”, que de boba nunca tuvo nada, ni fue
ron bobos sus propietarios ni los sistemas político-económicos que los
legislaron y siguen legislando.
Ya hemos dicho que no se rrara de satanizar a la televisión, y que los
medios masivos de comunicación no son ni buenos ni malos. Son las fal
sificaciones, el consumismo exacerbado y neurótico y el falso democratis
mo lo que está despalabrando a la sociedad. Porque cuando las personas se
ven forzadas a no hablar ni pensar sino en términos económicos, y sus
convicciones están teñidas de miedo frente a la incertidumbre, se dificul
ta todo razonamiento. Y si en ese contexto familiar y social, y aun educa
tivo, los chicos no leen porque no se los estimula en absoluto, la culpa de
eso no es de la televisión. Ahmenos no únicamente. Pensar lo contrario me
parece un excesivo rcduccionismo, aunque de rodos modos, y para des
arrollar el juicio crítico de los futuros ciudadanos de la democracia, sería
142 Volver a leer
Y esto es algo que» me parece, debemos explicar a casi rodos los do
centes y padres que preguntan casi a coro» en cada presentación pública:
¿Qué hacemos frente a Inrerner?
Mi respuesta es que lo primero y mejor que podemos hacer es apren
der nosotros mismos a usarla, para poder acompañar a nuestros hijos en
ese proceso de descubrimiento. A la vez, preguntarnos a nosotros mismos
qué hacemos y qué no hacemos para que los chicos sepan defenderse me
jor, tengan criterio y disfruten la tecnología sabiendo poner límites. Y pa
ra todo eso se trata de leer, nosotros y los chicos; no hay otra alternativa.
Lectura. Libros o no libros, pero leer.
Por eso la cuestión está en los padres, una vez más. Y en los docentes,
en tanto fungen como padres sustitutos durante varias horas al día. Hay
demasiadas personas que creen que la no lectura, hoy, se debe a la televi
sión y sobre todo últimamente a la difusión de los “juegos en red”.
Muchos padres están preocupados por los juegos de guerra y de matar, por
esa lúdica violencia que apasiona a millones de chicos y chicas como los
que vemos en los cybers.
No digo que los cybers no sean nocivos, en el sentido de que inutili
zan el tiempo libre de los chicos y les quitan tiempo para otras activida
des. Tampoco digo que para un espíritu juvenil sea inocuo el estar prac
ticando formas de muerte durante horas cada día. No digo eso. Sí digo,
en cambio, que el problema principal no está en los cyber ni en los jue
gos, sino en la comodidad de los padres, en el abandono de la responsabi
lidad de enseñar.
Pero esas personas no parecen darse cuenta de que las causas no están
en lo que demonizan, sino en lo que no hicieron. Ninguna persona nació
sabiendo atarse los cordones de los zapatos. Es tarea de los papas enseñar
les pacientemente la necesidad, la utilidad y los modos de atárselos. Igual
sucede con la lectura, y por supuesto con los valores y principios. No se
los trae de nacimiento. Los aprendemos. Pero para aprender hace falta que
alguien nos los enseñe. Se trata de transmitir valores desde el hogar, y un va
lor principal es aprender a distinguir entre realidad y ficción. Y entre jue
go y trabajo, o entre verdad y mentira.
De todos modos es cierto que en la sociedad contemporánea —la socie
dad informática, como se la llama- se da la paradoja de que se conversa me
nos, se discute poco y no se alienta el debate enriquecedor. Y si encima se
148 -------------------------------------------------------------------------- Volver a leer
el descontrol de las miserias que también trae (como cualquier otra) esta
tecnología. Por caso, la pornografía infantil (se estima que hay más de
20.000 sirios dedicados a la pedofilia, y cada canto leemos en los diarios
situaciones de abusos horrorosos); (a comercialización indiscriminada (se
calcula que hay 200 millones de cuentas señuelo, que envían y distribuyen
basura electrónica todo el tiempo); y el gran riesgo que, en el apogeo me-
nemista, me pareció más evidente; la desinformación intencionada, el uso
de Internet para la falsificación y la mentira.
Es menester reconocer que la lectura y el conocimiento al que por ella
se accede, si se falsifica, pueden resultar afectados. Y ahí radica, en mi opi
nión, el verdadero gran riesgo: otra vez en la cuestión ética.
Por caso, y como ya es evidente, Internet ha venido también a refor
mular un montón de conceptos: el copyright, los derechos de autor, los de
rechos de traducción, la industria gráfica, las imprentas, los archivos y bi
bliotecas, las formas de catalogación y clasificación, todo eso está ahora
cuestionado.
El texto electrónico produce cambios técnicos, pero también modifi
ca la manera y la costumbre de leer. Es la lectura misma la que resulta afec
tada, y ahí sí estamos ante una verdadera crisis. Por tanto, como decíamos
ya en 1995, “es vano todo rechazo y es mejor comprender el fenómeno,
para ver de qué modo puede ser útil a lo que verdaderamente nos impor
ta: el crecimiento intelectual, el desarrollo de las armas morales que nos
permitan combatir el embrutecimiento ”.
Por aquellos días un historiador del libro, Henri-Jean Martín, soste
nía: “El libro ya no ejerce más el poder que ha sido suyo, ya no es más el
amo de nuestros razonamientos o de nuestros sentimientos frente a los
nuevos medios de información y comunicación de los que a partir de aho
ra disponemos”.17 Tan apocalíptica idea dio lugar formidables debates y
respuestas, algunas de las cuales hemos visto páginas atrás. Roger Chartier
propuso discutir alrededor de la idea de que el libro tal como materialmen
te lo conocemos ha perdido su poder y eso plantea una revolución remida
por muchos y alentada por otros cómo sucede con todas las revoluciones,
y que consiste -según Chartier- en “la transformación radical de las moda
lidades de producción, de transmisión y de recepción de lo escrito”.
Desde luego que la lectura seguirá siendo el modo de acceder a codo
conocimiento, esté domiciliado donde esté. Siempre es necesario leer, y to
152 Volver a leer
Quijote y Crimen y Castigo podrían acabar siendo una misma masa textual
difusa.
También lo señaló hace poco el conocido dentista político ítalo-nor
teamericano Giovanni Sartori: “En la red, información es todo lo que cir
cula. Por lo tanto, información, desinformación, verdadero, falso, todo es
uno y lo mismo. Incluso un rumor» una vez que ha pasado a la red se con
vierte en información”.19
La indeclinable batalla por la restauración de la Ética y los valores que
conlleva -honradez, trabajo, solidaridad» rectitud— tendrá que ser librada
porque no tenemos alternativa.
Escribir, hoy y siempre, es vivir. Si escribimos para no morirnos, co
mo enseñaba Juan Rulfo, parafraseándolo podríamos decir que también le
emos para vivir. Si promover la lectura es una tarea de hormiga porque es
enorme para nuestra pequeña capacidad, es silenciosa y casi imperceptible,
y exige una constancia y paciencia formidables, también las nuevas tecno
logías —sobre todo si sabemos acotarlas y ponerlas a nuestro servicio— es
tán de nuestro lado para ello.
No podemos tapar el cielo con un dedo: el texto electrónico es un he
cho, es la cultura del presente, lo será más y más en el futuro, y a su ritmo
seguirá cambiando nuestro sentido crítico. No van a ser sustituidos nues
tros libros, esos hermanos amorosos que nos dan la posibilidad de la ano
tación, la acotación al margen, el subrayado y el recorte, la cita y el comen
tario, el doblez y el salto de páginas, en fin, el placer íntimo de volver a la
página sabia cada vez que lo deseamos con sólo tomarlo del anaquel don
de reposa su saber. Pero las cosas cambian y tenemos que admitir que el
texto electrónico también permite todo eso. La cuestión entonces, ahora y
siempre, no es la suerte del libro, sino la lectura.
Si escribiéramos el elogio del papel diríamos que lo amamos porque
puede ser cortado, doblado, guardado en bolsillos o en sobres, lavado, es
condido, fotocopiado, reciclado, reescrito, dibujado, tachado, manchado,
hecho un bollo, desenrollado, recuperado y no sé qué más... Y por supues
to, todo eso para ser leído. Pues bien, con el texto electrónico se puede hacer
exactamente lo mismo y hasta másfácilmente y más velozmente.
Para ser leído.
r;· Z;.·.:.·
Μεμιό Gíaroính.i.í 155
Notas
’ El Pequeño Larousse Ilustrado, Buenos Aires. Liroussc. 2005. p. 941. Todas las de
funciones que siguen son (ornadas de este mismo Diccionario, con indicación de página
entre paréntesis.
? Sistema Nacional de Consumos Culruralcs (SNCC), Secretaría de Medios de
Comunicación de la Jefatura de Gabinete, Presidencia de la Nación. Datos de Agosto de
2005: hi(p://www.consumosculiuralcs.guv.ar/sncc.hnn
1 Según daros de 1999. en los Estados Unidos el 53% de los hogares tiene televiso
res incluso en la cocina. Jim Trelease (op. cit., p. 90) no vacila en calificar de “tan torpes”
a los padres de familia que los ponen. Aunque no he podido encontrar datos equivalentes
de nuestro país, no me extrañaría que en la Argentina esa torpeza sea igual o mayor.
* Realizada por la consultora D’Alcssio-Irol. !a Razón del 10 de noviembre de 2005.
5 I n influencia de este medio es formidable: la encuesta de la SNCC dice que el
84,9% de los argentinos se informa a través de los noticieros de televisión.
6 Pablo Mancini. "Día Internacional de Internet”, en Cultura Digital, portal de
Educar; hnp://wvblog.educ.ar/sociedad-informacion/archives/aii_cultura_digital.php
” Op. cit.
19 Giovanni Sartori, Homo tñdens: 1.a sociedad teledirigida, Madrid, Taurus. 1998-
Capítulo 7
El derecho a leer
Iodo niño/joven goza a plenitud del derecho a conocer los cuentos, po
emas y leyendas de su país.1 (...) también tiene derecho a inventar y
contar sus propios cuentos, asi como a modificar los ya existentes cre
ando su propia versión (...) a escuchar cuentos sentado en las rodillas
de sus abuelos; aquellos que tengan vivos a sus cuatro abuelos podrán
cederlos a otros niños/jóvenes que por diversas razones no tengan abue
los que les cuenten; del mismo modo, aquellos abuelos que carezcan de
nietos están en libertad de acudir a escuelas, parques y otros lugares de
concentración infantil en donde con entera libertad podrán contar
cuantos cuentos quieran (...) a exigir atentos nuevos (...) a quedarse
dormido mientras le leen un cuento (...) a exigir que sus padres y
maestros le cuenten cuentos a cualquier hora del día (...) a pedir otro
cuento, y a pedir que le cuenten un millón de veces el mismo cuento
158 Volver a leer
El itinerario de la lectura, y del libro, fue siempre riesgoso. Desde los pri
meros rollos que fijaron el saber, el conocimiento, las leyes, los relatos y el
discurso que enseguida pasó a ser oficial, hacia el siglo IV -dice Roger
Charrier— “se impuso definitivamente una nueva forma de libro... El códi
ce, es decir un libro compuesto por hojas dobladas, retiñidas y encuader
nadas (que) reemplazó a los rollos que hasta entonces habían transporta
do la cultura escrita*.4 El códice modificó el uso de los textos al establecer
la paginación.
Pero no fue sino hasta mediados del siglo XV cuando Johannes
Gutenberg inventó en Maguncia la primera prensa de tipos móviles que
permitió la reproducción infinita de los textos, con lo que se los sacaba del
convenro, el monasterio, el control real o vaticano y empezó así su formi
dable democratización: la era de la circulación de los libros.
jMEMI’O GlAltDINM l.l 161
Complejidades argentinas
Para recuperarnos y llegar a ser una Nación de lectores hace falta en pri
mer lugar fortalecer nuestra democracia y consolidarla como todos la que
remos: participativa, satisfactoria, igualadora. Y para eso no hay mejor ca
mino que desplegar y afianzar codas las acciones necesarias para estimular
la lectura en todos los sectores de la población. Porque un pueblo que no
lee no sabe ni siquiera preguntarse por qué no sabe lo que Jo atormenta.
De manera que los convencidos necesitamos convencer a los demás de
que la lectura puede salvar a este país. De que leer y hacer leer es el camino
idóneo para recuperar la capacidad de pensamiento autónomo y la histórica
sensibilidad de un pueblo hoy anestesiado por la crisis.
Por fortuna, son mayoría los que desesperan por reconstruir esta na
ción. Por eso la lectura es una misión que muchos asumimos casi religio
samente. Porque la República Argentina ha carecido, por décadas, de una
Política Nacional de Lectura y ya es hora de empezar a debatirla para algún
día llegar a convertirla en ley. Lo antes posible, y para ello debería figurar
específicamente y «le modo medular en la nueva Ley Nacional de
Educación, y también en la nueva Ley Nacional de Educación Superior. O
sea que se trata de darle un lugar determinante en el corazón mismo del sis
tema educativo. atravesándolo de lado a lado, y tanto en lo que concierne
a la educación de millones de alumnos como a las prioridades de la forma
ción docente continua y gratuita. ■
Mempo Giardinei i i 171
Propuesta:
Suscribo totalmente estas palabras: “No ha sido ingenuo que hayan des
aparecido los espacios disciplinares llamados anteriormente Literatura y
ahora incluidos en el área de Lengua, a secas (como si nuestro idioma no
tuviese nombre -en el año 1949 se le llamó Idioma Nacional y por déca
das Castellano-), y en muchas jurisdicciones se implementaran grandes
disminuciones en sus horas de enseñanza”.,f*
Y en un artículo que resume una investigación acerca del devenir cu-
rricular de la enseñanza de la lectura en la Argentina,19 Bialet refiere: “El
Programa de estudios vigente en 1913 nacionalmente, en su primer capí-·
MVMI’O GíARIMNEl.l.l 173
Notas
una de las mayores deudas de la Democracia, como viene observando el Comité contra la
Tortura de la Comisión Provincial por la Memoria, de la provincia de Buenos Aires:
http:llhrw.orgl$panishldocsl2006l01l 1fVargentl2444. htm
9 Todos estos datos son del Programa Nacional de Educación en Contextos de
Encierro. Estadística Penitenciaria Nacional realizada por el Ministerio de Justicia,
Seguridad y Derechos Humanos, octubre de 2002.
10 Sólo en los primeros dos meses (enero y febrero) de 2005 se produjeron 51 muer
tes en los penales bonaerenses, de las cuales 29 fueron por ahorcamiento, asfixia, quema
duras y heridas de arma blanca y 11 por SIDA. Datos del propio Ministerio de Justicia de
la Provincia de Buenos Aíres.
II Michelle Petit, “Lecturas: del espacio íntimo al espacio público”, FCE. México,
2001. Escuelas Centro de Cambios, Ministerio de Educación de la Provincia de Córdoba,
2006.
12 Véase en Internet por lo menos: http://www.clarin.com/diario/1998/01/10/o-
00601d.htm y http://www.ulpiano.com/dataprotection_clarin.pdf
14 María Silvia G. Maine e Inés Montaldo de Del Vado, Identidad. Identificación.
Indocumentado», Colegio de Abogados de Córdoba, http://www.abogadosdccor-
doba.org.ar/d_19t01.htm
14 La desaprensión cultural de muchos gobiernos es de larga data y supera las bue
nas intenciones de algunos funcionarios. ■
Gustavo Bombini, “Prácticas usuales y nuevas urgencias para una agenda de la
promoción de la lectura”, Dossier del PNL, Seminario Nacional para mediadores de lec
tura, mayo de 2005.
Mempo Giardinei i.i------------------------------- - -------------------------------------------- 175
16 Silvia Cawrillón nos recuerda en su libro (p. 59) que va se ρη·.»νηη> a los gobier
nos la primera propuesto que pretendía que ¿r lectura merrciera Li condición de ob¡r¡<> dv
política pública en tos países de la región (Reunión lnrcrnacion.il de Políticas Nacionales de
I .cetina para América Luiito v El ( .aribe. 1992).
'■ En reemplazo de las actuales l engua o Lengua y Lncratura.
Pero eso no es todo. Hay que añadir otra circunstancia, que puede
juzgarse incluso más grave. Y es que la sociedad argentina también en es
ta materia permaneció bastante indiferente ante la destrucción, deterioro
o decadencia (como prefiera llamarse) de ese sistema. Y no es que se lo ha
ya descuidado sólo en términos de infraestructura edilicia y de actualiza
ción de acervo (en lo cual influyeron sin dudas las políticas de “ajuste”
aplicadas durante los últimos treinta años, con achiques presupuestarios
generalizados) sino que además de eso hubo una prédica y una acción de
la Dictadura que dejó huellas muy profundas y todavía vigentes. Porque
hay que reconocer que desdichadamente el discurso autoritario y perverso
de que el libro era subversivo prendió en vastos sectores sociales, particu
larmente los más atrasados, como siempre sucede. El libro era subversivo
pero también el saber lo era. Y el conocimiento, el pensamiento, la libre
expresión de las ideas, rodo, todo fue considerado peligroso, Los libros se
quemaban, bibliotecas enteras fueron destruidas, y con ello la lectura era
vista como cuna y nido de contestatarios. Eso no se ha terminado en este pa
ís. Parece mentira, pero basta recorrer pequeños pueblos del interior, los
más alejados de los centros culturales, para constatarlo.
Somos, pues, un país con una curiosísima y paradojal vida biblioteco-
lógica. Porque disponemos de una red formidable de bibliotecas, pero no
se la usa en su totalidad y no todos los bibliotecarios están consustancia
dos de su enorme responsabilidad social.
Propongo considerar la cuestión, en relación con la lectura, yendo por
partes.
Aunque mucha gente lo ignora, y a veces la alharaca confunde a nues
tro pueblo, de entre todos los mediadores de lectura ¿os bibliotecarios son
los encargados de una transmisión aparentemente más pasiva de la pasión por
la lectura, pero no menos importante que la de padres y maestros.
Aunque el concepto clásico dice que el bibliotecario es la “persona en
cargada del cuidado técnico de una biblioteca”,14 hay una concepción mo
derna, por lo menos en nuestra América, que supera ampliamente la cues
tión técnica. Es la misión esencialmente política que destaca la especialista
colombiana Silvia Castrillón: “Es claro suponer que el bibliotecario, en su
papel de intelectual comprometido y que (...) tiene en sus manos un ins
trumento de democratización como debería ser la biblioteca, debe contri
buir a la lucha contra la miseria, contra la injusticia, contra la explotación,
Mempo Giardinelli 187
do, al revés de las argentinas, están abiertas los sábados y domingos. Ponen
sillones cada vez más cómodos para leer, e incluso echarse una siestita con
los libros en brazos. Tienen cafeterías o máquinas expendedoras, y muchos
estantes abiertos, mesas de revistas o canastos para que quien quiera meta
mano y saque y lea lo que se le dé la gana. También los sistemas de prés
tamo han variado: hoy se ofrecen credenciales que acreditan ser miembro
y permiten llevar libros a la casa por más tiempo y con menos trámites.
Hay algo que seguro no son esas bibliotecas: almacenes o bodegas os
curas llenas de libros que nadie lee. Que es lo que distorsiona el sentido
mismo de una biblioteca, cuya misión es servir a la comunidad. De mane
ra que si un acervo no se consulta y no tiene lectores, quiere decir que ese
servicio no se está cumpliendo.
El fenómeno, sin dudas, está asociado al marketing editorial y librero.
Y es que si algo cambió revolucionariamente en el mundo del libro fue la
comercialización. Mientras la literatura y la paraliteratura mutaban lenta
mente e iban por las arduas escaleras de la escritura, las estrategias de ven
ta de libros se dispararon por el ascensor. Basta ver las librerías actuales, que
se han convertido en centros de peregrinación popular tan concurridos y
económicamente poderosos como cualquier centro comercial. Y es por eso
mismo que hoy hay librerías en todos los centros comerciales. “La librería
—dice Trelease— se ha convertido en uno de los últimos lugares públicos
donde la gente se siente tranquila y enriquecida mentalmente y en donde
curiosear gratis, sin intención de comprar, es bien visto"* (p. 236). ¿Que hay
mucho robo, como denuncian y se quejan no pocos libreros? Bueno, ahí es
tán los controles magnéticos, que también van llegando a algunas bibliote
cas y resuelven el problema. Tienen un costo, desde luego, pero es un cos
to de inversión, no un gasto, y a la larga es redituable.
¿Y cuáles son los mejores momentos para esas peregrinaciones?
¿Cuáles los días de mayor asistencia de público? Obviamente los fines de
semana y los feriados. Existen montons de estudios de mercado que in
dican que las ventas en librerías crecen justamente en esos días.
Bueno, ésos son los días en que casi todas las bibliotecas de la
Argentina están cerradas. Clausuradas absurdamente, negadas a la socie
dad que tanto las necesita. Vedadas para miles de chicos y chicas que “se
aburren”, que se revientan la cabeza viendo telebasura o jugando en redes
muchas veces violentas, inmovilizantes y embrutecedoras.
Mempo Giardinelli 191
den resulrar tan heterodoxas que han de espantar a algunos espíritus conser
vadores. Pero qué bien les vendría leer esas páginas a muchos bibliotecarios
argentinos, y sobre todo a las diferentes autoridades bibliotecológicas, mu
chas de las cuales se mantienen, todavía, en el siglo XIX en esta materia.
En fin, la comercialización ha hecho milagros y así como en tantos as
pectos nos fastidia inundándonos de necesidades idiotas, y nos invita a un
consumismo vacuo, en este caso ¡as buenas bibliotecas deberían adoptar
muchas de estas estrategias comerciales. En muchos países lo han hecho y
hoy, en el mundo, las bibliotecas son lugares luminosos, alegres, abiertos y en los
que dan ganas de estar y de quedarse. Y no pienso solamente en los Estados
Unidos y Europa. Yo las he visto en Chile, en Colombia, en México, en
Brasil: bibliotecas de puertas abiertas, luminosas, alegres, con cafeterías o
espacios para sentarse cómodamente, o mejor aún, para echarse λ leer. Y son
países con iguales o peores contrastes sociales que la Argentina.
Parece mentira que todavía entre nosotros (y éste es otro desdichado
signo de nuestro atraso secular) haya personas (¡e incluso bibliotecarios!)
que preservan ¡a oscuridad, la distancia, la prohibición y el temor a los li
bros. Y no hablo de un caso especial porque, lamentablemente, esro lo he
visto en muchas ciudades y en muchas provincias, incluso en la mía.
Claro que todo esto debemos hacerlo a la latinoamericana: Castrillón
aconseja que nuestras bibliotecas deben "organizar debates públicos que
no se parezcan al espectáculo, ni cuyos temas se decidan exclusivamente
por su actualidad, sino por su necesidad” (p. 30) y tiene razón. Por eso di
ce también que: “Espreciso que las bibliotecas se planteen un objetivo políti
co, social y cultural muy claro a partir del cualformulen sus planes de traba
jo y su programación de actividades. Llenar estadísticas de "usuarios’, como
suele designar el argot bibliotecario a quienes visitan las bibliotecas, y de
actividades aisladas de un plan, no garantiza una contribución al propósi
to de democratizar la cultura escrita”. (Castrillón, p. 17)
La biblioteca, pues, debe ser un lugar atractivo y cómodo, y sobre to
do un lugar resignficado desde el que toda la actividad se oriente al fomen
to de la lectura. En voz alta, silenciosa, individual, grupal, actuada colec
tivamente o íntima, cerrada o al aire libre.
Quizás no sea la gran cosa, pero toda pequeña revolución biblioteca-
ria es capaz de cambiar muchísimo a cualquier comunidad. No sería inútil
intentarlo.
194 Volver a leer
Todo escritor tiene, porque la elabora a lo largo de su vida, una lista de lec
turas favoritas. Son sus autores y títulos predilecros, los que considera sus
maestros y a quienes rinde homenaje, culto, memoria. En ellos se apoya, son
como bastones de vida, muletas para andar en el mundo de la literatura.
En mi caso fueron dos grandes escritores, ñus padres literarios, dos
maestros que además me brindaron el honor de su amistad, un tesoro pa
ra el joven escritor que yo era cuando los frecuenté.
Uno ya es universal (Juan Rulfo, 1918-1986) y al otro (Juan Filloy,
1896-2001) se lo está reconociendo poco a poco en rodo el mundo. En am
bos encontré vidas ligadas a los libros, pasión por leer, agradecimiento a las
lecturas fundadoras y un vínculo amoroso con sus bibliotecas personales.
En enero de 1986, el día en que Juan Rulfo murió yo me encontraba
circunstancialmente en México y lo había visitado un par de veces en su
casa de la Colonia Guadalupe Inn, al Sur de la Ciudad y cerca del llamado
Desierto de los Leones. Los Rulfo vivían en un tercer piso que yo conocía
muy bien, y allí habían dispuesto su lecho de enfermo en una habitación
pequeña, junto a la sala. Era un cuarto despojado y semioscuro, al menos
durante las visitas, y Juan estaba acostado en la cama de una sola plaza con
cabezal de madera arqueado, alto y oscuro. Solamente parecían brillar las
sábanas blancas y la mirada siempre encendida de ese hombre menudo, del
gado, que era mi maestro y mi amigo, y que vivía rodeado de libros.
Había una mesa de luz a su derecha y sobre ella unos papeles en los
que había escrito algo, con su letra desgarbada y el siempre infaltable lápiz
amarillo, de mina 2B, que eran los que prefería. Hacía tiempo que ya no
escribía con lapiceras ni bolígrafos, ni con máquina de escribir. Solamente
utilizaba esos lápices flacos, coronados por gomitas de borrar sucias de tan
to trajinar. Algún tiempo atrás había empezado a regalar sus plumas y a mí
una tarde del 84 me regaló su Pelikan a cartucho con tapa metálica dicién-
dome, con el aparente desinterés con que descomprimía sus emociones,
"quizás te sirva ahora que regresas a tu país”.
No leí esos apuntes, pero imagino que fueron los que un vecino del
edificio vendió después (luego se supo que hurgaba en la basura de los
Rulfo y extraía los papeles que Juan descartaba) y se publicaron una o dos
semanas después de su muerte, en el suplemento de un diario mexicano.
Mempo Giardinelli 195
bastante bien, pero le falta calle. En Borges no hay coito, no hay sangre”.
Sus escritores preferidos fueron John Donne, Baudelaire, Valéry, Lugones y
Neruda, entre los poetas. Y como narradores: Joris Karl Huysmans, Marcel
Schwob, Ramón del Valle Inclín, Rafael Pérez de Ayala, Horacio Quiroga,
Juan Rulfo y Alejo Carpentier. Fue amigo cercano y frecuente de Miguel
Angel Asturias y de Nicolás Guillen. Los dos lo visitaron en su casa de Río
Cuarto, y con Guillén, en 1951, conoció en Cuba a Ernest Hemingway.
Igual que Óptimus, el estadígrafo personaje de Op Oloop que lleva
cómputos de rodo, y a todo lo clasifica y ordena, Filloy vivió metódica
mente: se levantó con el alba; fumó cuatro pipas diarias hasta los 85 años;
bebió media botella de vino con cada almuerzo y cada cena; durmió una
hora de siesta; leyó todas las tardes en su biblioteca; encuadernó origina
les, manuscritos y todos los libros que el uso ajaba y amó a una única mu
jer toda su vida. Así, hasta los 105 años.
Logró ser, como quería, un hombre de tres siglos: “Uno que nace en el
XIX, vive todo el XX y muere en el XXI”. Un mediodía en su casa de Cór
doba, ya con 102 años, me explicó cuál era la mejor forma de morir: “Sano
y de repente: por bala» rayo o síncope”. Y lo consiguió: su corazón se decuvo
mientras dormía la siesta, en julio de 2001, días antes de cumplir los 106.18
Por todo lo dicho hasta acá es que muchas veces, en diversos puntos
del país, siento la necesidad de reflexionar con los bibliotecarios esa idea o
lema -“Leer abre los ojos”- que acompaña estas reflexiones desde 1986,
cuando la revista Puro Cuento empezó a ocuparse de la promoción de la
lectura y tuvimos la fortuna de contar con el generoso aporte de
Hermenegildo “Menchi” Sábat, quien dibujó el estupendo logotipo que
nos identifica desde entonces.
A lo largo de dos décadas el lema devino convicción pero sobre todo
tarea, misión, compromiso y militancia porque propone, lisa y llanamen
te, mirar el mundo desde ojos que leen y equiparando al libro con el corazón.
Que es como entiendo al mediador de lectura, y en particular al bibliote
cario: una ventana idónea, generosa y afectiva para abrirse al mundo.
Leer para que se abra la mente, para ensanchar los ya infinitos límites
del cerebro, para saber más y saber mejor. Y más humildemente, para ser
mejores personas. Porque es en la lectura donde está la docencia profunda de
la vida. Es mentira esa tontería de la supuesta ‘universidad de la calle”, vul
garización inútil si las hay.
Mempo Giardinei.i.i 201
Notas
2005-
' Chile presenta el mejor sistema de la región, con bibliotecas públicas completa
mente informatizadas y unificadas en red. El sistema chileno permite el acceso remoto a
codos los catálogos desde cualquier punco del territorio. Véase: http://www.clarin.com/dia-
rio/2004/08/21 fsociedad/s-05001 .htm
202 Volver a leer
4 Fue creada por la ley 419. Más de un siglo después, en 1986, la ley 23.351 de
Bibliotecas Populares, creó el Fondo Especial para Bibliotecas Populares. Véase:
http:Hww. conabip.gpv.ar
5 Ana María Peruchena Zimmermann, Un panorama de las Bibliotecas Argentinas, en Ifla
Joumal, vol. 30. N° 2, 2004, pp. 105-195. Disponible en; hcrp.7/www.ifla.org./V/tflaj/in-
dcx.htm
6 Datos ratificados por el MECyT, Dirección Nacional de Información y Evaluación
de la Calidad Educativa (DINIECE), Red Federal de Información, Relevamienco Anual
2004. A esto habría que sumarle las bibliotecas en otros espacios no destinados a tal fun
ción, cuya cantidad fue imposible estimar.
7 Este cómputo incluye a la Biblioteca del Congreso, la Biblioteca Nacional del
Maestro, las decenas de bibliotecas de la Red de Interconexión Universitaria creada en
1994, y una cantidad de redes y sistemas de información de los que Peruchcna Zimmer
mann brinda un completo panorama.
8 La edición se encuentra agotada pero la última cifra es de 4.245 y se puede consul
tar en la Base de Daros de Bibliotecas Argentinas, BIBAR-ABGRA, disponible en
http://www.abgra.org.ar/bib-argentinas.htm
9 Véase: http://www.clarin.com/diario/2004/08/21/sociedad/s-05001-btm
la encuesta Los argentinos y los libros, realizada por el Centro de Estudios de la Opinión
Pública (CEOP).
’4 María Moliner, Diccionario del Uso del Español c. 1, Gredos, 1991.
18 Estos apuntes son parte del prólogo a la primera edición española de Caterva, no
vela fundacional de la moderna literatura argentina (Madrid, Siruela, 2004).
Capítulo 9
usted no lee, no leen los maestros, no leen los obreros y -lo sabemos- ni
los gobernantes leen.
Entonces, ¿qué se puede hacer? Sugiero releer el Capítulo 5 de este li
bro y poner en marcha, en casa, los sencillos programas de lectura en voz
alta y de lectura libre silenciosa y sostenida.
-¿Por qué es tan importante que los padres sean lectores? ¿Y si no lo son?
Hay estudios en el mundo que relacionan el éxito en la vida con lo
mucho o poco lectores que fueron los padres de algunas personas exitosas.
En la Argentina, dada nuestra realidad social, eso no tiene mucho sentido,
pero sí podemos extraer una idea básica que me parece importante: si los
padres ya son lectores, sabrán transmitixlo a sus hijos; y si no lo son, segura
mente la lectura en voz alta como actividad cotidiana compartida los alimen
tará a todos a la vez. También en la Casa Cuna, en los orfanatos, en las cár
celes de menores y en todos aquellos lugares donde faltan los padres (lo
Mf.MPO G1ARD1NEL1.I 205
—¿Cuál sería la edad ideal para empezar con la lectura en voz alta?
No hay una regla, pero cuanto antes se empiece, mejor. Y al revés: se
rá más difícil cuanto más tiempo pase y más grandes sean los niños. Sólo
se trata de empezar a hacerlo, libro en mano. Usted lee y el niño escucha.
Eso es todo. Pruebe y verá. No falla.
Y además tenga en cuenta dos cosas importantísimas: una es que an
tes de aprender leyendo, los niños aprenden escuchando. El vocabulario, de
hecho, comienza como un fenómeno auditivo. El primer universo de un
niño se forma de palabras que escucha. Desde que somos bebés, oímos an
tes de hablar y de leer. Nos comunicamos con el mundo, y el mundo en
tra en nosotros, a través del oído.
Y la orra cosa es que los niños son fantásticos imitadores, de manera
que al leerle en voz alta usted le estará dando un ejemplo magnifico que él
querrá imitar, sin ninguna duda. Haga la prueba y verá que el niño ense
guida comenzará a leerles a sus muñecos y animalitos.
—¿Qué se busca con la lectura, cuando los niños son tan pequeños?
Nutrirlos, alimentarlos espiritualmente, darles una herramienta fun
damental para Ja vida. Y no se piense que esto es retórica solamente, por
que la lectura, a lo largo de los años de crecimiento del niño, les provee
por lo menos de: vivacidad, fantasía, misterio, aventura, suspenso, ritmo,
humor, desafio y triunfo de valores como Verdad, Justicia, Bondad,
Amistad, Amor. La lectura en voz alta sirve para el crecimiento de los ni
ños tanto como la leche, los cereales y las vitaminas. La repetición los afir
ma; la poesía los emociona; los descubrimientos les enseñan a enfrentar la
soledad, el dolor, el miedo. Y mucho, muchísimo más.
—¿Hacen falta condiciones especiales para leer, tales como cierta comodidad,
un lugar en particular, etc.?
No es indispensable, y además en nuestros países, dadas las condiciones
socioeconómicas, hay muchísimas casas que son, para decirlo con suavidad,
monovolumen. O sea que pedir espacios especiales en la casa sería ridículo.
Hay muchas mal llamadas “casas” en las que se carece de todo: no hay me
sas ni camas, y todo el mobiliario son sillas en desuso, algún anafe y el duro
suelo, y todo lo que verdaderamente querrían tener esas familias es un tra
bajo digno.
Ahora bien, si sus condiciones económicas lo permiten, sí, léale junto a
la cama, que eso les encanta a todos los chicos del mundo. Pero no lea acos
tado, para no correr el riesgo de dormirse. Es mejor sentarse y estar cómodos,
eso sí, quien lee y quien escucha. Y jamás lea con el televisor encendido.
-¿Se pueden repetir lecturas? ¿Qué hago siya leimos todos los libros que hay en
la casa?
Se pueden repetir, claro, y muchas veces los chicos quieren re-lecturas.
¡Déle todas las que pida! Y si se acaban, vaya y busque más. Por suerte, en
la Argentina hay bibliotecas por todas partes: escuelas, barrios, las más pe
queñas ciudades, las populares de la Conabip. Tenemos una reserva ex
traordinaria; depende de nosotros aprovecharla. Y si acaso no hay biblio
teca donde usted vive, avise er\ la escuela de sus hijos, escriba a la Conabip
u organícese con sus vecinos y entre todos podrán crear una velozmente.
208 Volver a leer
-¡En materia de lectura en voz alta, hay diferencias reales entre lectores varo
nes y lectoras niñas?
Pareciera que las hay, en efecto, aunque en la Argentina no abundan
estadísticas al respecto. Sólo se sabe que las mujeres son más lectoras que
los hombres. “Si se discrimina por sexo y edad las mujeres se imponen le
vemente sobre los hombres en el vicio, el placer o la obligatoriedad de la
lectura” dice Vicente Muleiro.1 Y la encuesta del Sistema Nacional de
Consumos Culturales afirma que del 46,4% “que practica el hábito de la
lectura sobresalen las mujeres”, así como “la lectura de revistas está direc
tamente relacionada con el sexo (particularmente más mujeres que hom
bres)”.2
En los Estados Unidos hay encuestas más específicas, y Trelease (pp.
21-23) menciona una en particular, que establece que los varones suelen
ser más repitentes que las chicas; tienen más problemas de aprendizaje; se
involucran más en comportamientos delictivos; llegan menos a la univer
sidad y sus puntajes de lecroescritura son más bajos; leen menos y son más
reticentes a hacer los deberes. Además, ven más televisión y están mucho
más tiempo frente a los videojuegos.
No creo que entre nosotros sea demasiado diferente.
De ahí, seguramente, la idea extendida -y aparentemente cierta- de
que las niñas son “mejores” tanto en la casa como en la escuela, y más lec
toras, mientras que los chicos serían “mejores" para los deportes, lo cual se
apoya también en el hecho de que la gran mayoría de los programas de
portivos se dirigen al público masculino joven y casi no existen programas
deportivos para las chicas.
Todo lo anterior, que en ios Estados Unidos y Europa parece ser com
probable, entre nosotros es todavía más una impresión que una certeza.
Lo que sí hay, y cualquier experiencia lo avala, son diferencias temá
ticas entre lo que les gusta leer a los varones y a las nenas.
-¡Elprecio del libro y la edad de los niños, tienen relación a la hora de deci
dir quí les voy a leer?
Son dos cosas distintas. Ningún libro es mejor o peor por su precio y
este libro no propone comprar libros sino leer.
De todos modos, aunque el precio fuera una limitación indudable,
también debiera tenerse en cuenta que en las clases medias argentinas hay
Mfmpo Giardinelli 209
el blanco, o sea en el corazón de los niños, y muchos textos que hoy son
clásicos fueron quizás aciertos involuntarios, imprevistos y maravillosos.
Más tarde, el descubrimiento de que había una producción peculiar
que era leída por un público específico determinó la existencia de este nue
vo género. Y después fueron los maestros, los educadores -muchos de ellos
eran a la vez papás- quienes empezaron a instrumentar la producción y di
fusión de esta literatura.
De manera que si a usted —padre, madre, docente- le toca ahora pro
bar cómo acercarse a su hijo o alumno, hágalo leyendo, no estudiando un
género ni especializándose en lecto-escritura.
solver situaciones. Porque también puede suceder que no pase nada, que
la respuesta del niño sea el silencio. En todos los casos, lo aconsejable es
ser perceptivo, atento y sincero. Eso nunca falla.
-¿ Y si no se quedan quietos?
Pues habrá que tener paciencia y buscar el modo de interesarlos. En
la casa, a los chicos hiperkinéticos se les pueden dar pequeñas tareas, co
mo arreglar su cuarto o lavar los platos, mientras les leemos en voz alca. Se
les puede sugerir que dibujen, o incluso que hagan algunos deberes más o
menos mecánicos. Los textos, en estos casos, conviene que sean livianos,
sencillos y que seguramente puedan interesarles, como un artículo depor
tivo del periódico, una nota ligera de una revista o una biografía de alguien
que ellos conocen. Y deben ser lecturas muy cortas.
Si se trata de un grupo, por ejemplo en la escuela o en una biblioteca,
usted tendrá que poner algunas reglas sencillas, como que los hiperkinéticos
se muevan pero escuchen, o bien se retiren para no molestar a los demás.
-¿Por qué a ¿os niños les gusta que se les lea el mismo cuento varias veces? ¿Es
indispensable leerles lo mismo cuantas veces quieran?
Todo proceso de aprendizaje toma su tiempo, y a los niños les lleva
un cierto tiempo aprender ciertas cosas. Para usted una bruja o un elefan
te pueden no significar demasiado, pero el niño tiene que imaginarlo, tie
ne que “verlo", “descubrirlo” en la acción. Para eso necesita que se le repi
ta esa historia más de una vez. Le va tomando el gusto, por un lado, y por
el otro, probablemente, se siente más seguro. La repetición lo lleva a un te
rreno conocido, y eso lo hace sentir bien. Por eso mismo es frecuente que
en cierto momento ellos se anticipen a lo que el cuento narra. ¡Y cuando
eso sucede es porque la lectura en voz alta está prendiendo en ese niño!
212 Volver a leer
—¿Desde qué edad conviene leerles libros más largos? ¿Sirve dividirlos en capí
tulos?
Sí, claro que sirve. A medida que los chicos crecen, es apropiado leer
les cuentos más largos, novelas cortas, novelas largas seriadas. Haga la
prueba de leer diez o quince minutos y deténgase en un punto culminan
te. Se sorprenderá de la expectativa generada hasta el próximo capítulo.
Y en cuanto a la edad, cualquiera es buena para iniciar esta práctica. Los
chicos más chicos también son capaces de seguir lecturas seriadas, si éstas son
breves y atractivas, y si quien lee es perseverante y preciso en la continuidad.
—Si tengo más de un hijo, y son de diferentes edades, ¿debo leerle a cada uno
por separado, o puedo leerles a todos a la vez?
En lo posible conviene leerles de a uno. Cada experiencia es única, y
si el convenio que se establece es íntimo es más rico. Pero la vida impone
siempre sus dificultades, y si son muchos los hermanos, o muchos los chi
cos en el aula —lo cual sucede con nuestras abuelas cuentacuentos— pues
no hay otro camino que leerles grupalmente.
Pero lo más importante es que quien lee logre, poco a poco, estable
cer relaciones personales. Usted puede leer a varios de sus hijos -y depen
diendo del texto el interés será mayor en unos que en otros—, pero enton
ces tendrá que ocuparse de variar los textos la próxima vez.
Al principio busque leer cuentos que puedan interesarles a todos, y
luego procure los específicos para cada edad. Por ejemplo, una buena his
toria de animalitos puede ser comprendida por niños de todas las edades.
Seguramente los mayores le pedirán “otra cosa” y en tal caso tendrá que le
erles cuentos algo más complejos, con más palabras y tramas más exigen
tes. Pero no se preocupe por ello, y al contrario, si los mayores le piden
“otra cosa” es porque desean leer otra cosa. Eso es buenísimo.
Igualmente, en el aula los niños esperarán siempre que el maestro, o
la abuela cuentacuentos, les lea un cuento que cada uno querrá sentir co
mo propio, como especialmente leído para él. Por lo tanto, será bueno que
quien lea busque el modo, antes de la próxima lectura, de hacerle saber a
cada uno que entre ellos hay un vinculo especial, único y propio. No es fá
cil, pero si todas nuestras abuelas lo vienen logrando entonces puedo ase
gurarle que es posible. Solo se requiere amor, paciencia y perseverancia.
A todos nos pasa, y en las clases sociales más desacomodadas esto cons
tituye la vida cotidiana misma. No obstante lo cual, todos, de alguna mane
ra, siempre nos sobreponemos a la fatiga y trabajamos, cocinamos, aseamos
la casa, ayudamos a los chicos con los deberes y etc., etc., etc. Puede que se
amos víctimas, pero siempre los hijos serán más víctimas que nosotros.
O sea que si de excusas se trata, búsquese una velozmente, cierre este
libro y no se enterará jamás de lo que se ha perdido. Lo único que le ase
guro es que, lamentablemente, va a ver el resultado en sus hijos cuando
quizá sea tarde.
-Entonces, ¿las revistas son lecturas válidas? ¿Si no tengo libros, puedo darles
revistas a los chicos?
Por supuesto. Y muchas veces es lo mejor que puede hacer. Darles re
vistas sobre todo si son de temas que a ellos Jes interesan. Deportes, au
tomovilismo, geografía, historia, modas, cosmética, a veces incluso las re
vistas traen buenos cuentos y poemas. Siempre hay artículos interesantes,
muchas veces bien escritos. Y desde luego las revistas infantiles? A los
chicos y chicas les puede resultar mucho más atractivo entrar en la lectu
ra a través de las revistas, que tienen más color, fotos, imágenes e induda
blemente son más atractivas qu^ los libros, si acaso éstos los atemorizan
al principio, especialmente cuando se trata de niños -esto sucede mucho
en las escuelas de barrios pobres, marginales- que jamás han recibido lec
turas.
220 Volver a leer
-¿Por qué está tan arraigada la idea, o la impresión, de que la lectura “es co
sa de mujeres*? ¿Cómo hacer para que los esposos también lean, y les lean a los
niños?
Estas preguntas, que son de las más frecuentes, refieren de inmediato
a la comprobación de una idea o prejuicio (o ambas cosas) que debemos
desmontar desde el vamos: que la lectura es algo femenino, y por ende res
ponsabilidad de las mujeres de la casa. Es un fenómeno que ocupa a espe
cialistas de muchos países y diferentes culturas, no sólo de la Argentina.
En el caso de Francia, por ejemplo, Michelle Petit sugiere que “existe la
idea de que leer es algo que feminiza al lector”. Y apunta varias hipótesis,
entre ellas la apelación a cierta interioridad que suele estar asociada a las
mujeres y que los hombres asocian a su vez con debilidad.4
Son ideas falsas, desde luego, por más que estadísticas y encuestas las
corroboren numéricamente. Lo que es cierto es que están muy instaladas
en la sociedad contemporánea, y no sólo latinoamericana. Por eso en la
mayoría de los casos son mamás l^s que formulan esta pregunta, de igual
modo que existen más maestras que maestros. Y es por eso mismo que los
papas "dejan hacer” a sus esposas mientras ellos, cómodamente, se ocupan
de "asuntos más serios”.
Μεμγο Giardineli.i 221
—¿Qué tipo de lector debo proponerme lograr en mi hijo? ¿Existe un tipo de lec
tor ideal, cuál seria?
Yo respondería con otra pregunta: ¿a los efectos de la lectura en voz
alta, qué importa si existe o no, y para qué serviría definirlo? El ensayista
y Traductor argentino radicado en Canadá, Alberto Manguel, ha escrito un
interesantísimo libro lleno de citas de lectores notables,^ el cual, sin em
bargo, no alcanza a definir —por suerte no lo hace, y es mérito del autor—
ningún prototipo ideal de lector. Y es que lo que importa es construir un
lector consciente, perseverante, capaz de relacionar todos los recursos que
la lectura da. La lectura en voz alta es la mejor vía para lograrlo.
—¿Hay algún momento en el que debo dejar de leer en voz alta? ¿Cómo me doy
cuenta de que ya no hace falta?
No hay ningún momento, ni tiene por qué haberlo. Tampoco hay un
momento en el que dejar de hablar, o de caminar, o de comer. Si usted ha
empezado a leer en voz alta en su casa, y su cónyuge lee, y sus hijos leen,
pues entonces no tiene sentido plantearse un final. Se puede compartir la
lectura en voz alta toda la vida, y es hermoso. Por eso, es una pena que al
gunas madres/padres un buen día dejan de leerles a los chicos, pensando
equivocadamente que ya no lo necesitan o que se las pueden arreglar so
los. Es cierto que pueden hacerlo por sí mismos, pero perder la lectura en
voz alta compartida es una pena.
-¿Y la televisión, qué hacemos con la tele que tanto fascina a los chicos?
Bueno, también fascina a los grandes. De manera que nuevamente
empecemos por ahí: la tele no es un problema de los chicos sino de los gran
des. Eso en primer lugar. Y luego: es imposible eliminar la tele, pero es posi
ble, y necesario, controlarla.
Por lo tanto, son los adultos los que deben “hacer algo". Y particular
mente los adultos de familias con mejores posibilidades socioeconómicas,
donde se supone que debería haber mayor calificación para advertir que
demasiada tele es dañina para los chicos. Sin embargo, la experiencia vie
ne demostrando que no es así, sino todo lo contrario. Hoy abundan los
hogares en los que hay más de un televisor, e incluso es común que cada
híjo/a tenga su propia TV en su cuarto.
En cambio, en los hogares de menores recursos -y es un hecho que a
mayor marginalidad mayor riesgo- suele creerse con mayor inocencia que
la tele “calma” a los chicos, que parecen tranquilizarse ante las imágenes en
movimiento y, entre otras cosas, manifiestan menos reclamos y hasta disi
mulan el hambre que pueden estar sintiendo.
Es mucha la gente que se manifiesta consciente de la importancia de
la lectura y de los límites a la televisión, pero que no hace nada. O dicen,
autodisculpándose, que “no saben qpé hacer”. Lo cual no deja de ser una
leve hipocresía, porque si uno J4Ó¿que el exceso de televisión es malo pa
ra los chicos, todo lo que debe hacer es apagar la tele, o ponerle límites, o fi
jar horarios y/o vigilar el tipo de programas que los chicos verán. E igualmen
Mempo Giardinelli 223
te, si uno sabe que es importante la lectura para los chicos, todo lo que de
be hacer es leerles.
Es innegable la conexión entre televisión y escolaridad. Pero también
lo es -y hay muchísimas experiencias, en la Argentina y en el mundo— que
hacen falta autocontroles que permitan disfrutar la tecnología logrando
que no afecte ni los estudios ni la sensibilidad de los niños.
-¿Son confiables las estrategias para estimular la lectura y lograr que los alum
nos realmente lean más y comprendan lo que leen?
Ésta es una pregunta frecuente, y es lógico que así sea, porque es una
preocupación genuína de todo buen maestro. La respuesta más honesta es
que las muchas estrategias que se han ensayado han logrado algunos éxi
tos pero a la vez todas han sido en cierra medida frustrantes. ¿A qué se de
be esta contradicción? No necesariamente a las estrategias en sí, sino a
múltiples factores como la inconstancia, el cansancio y la distracción de los
mediadores; los cambios de estrategias cuando la que se aplicaba no arro
jó resultados de inmediato; el seguidismo de ral o cual moda que, lógica
mente, deslumbró al principio pero no acabó de mosrrar buenos resulta
dos. Y así siguiendo.
De codos modos, hay que reconocer que en casi todos los ámbitos
educativos se esrán desarrollando esrraregias, coordinadas muchas por el
PNL o planes provinciales, y en general codas aportan y suman. En todo
caso lo que faltará, después, es la medición a mediano y largo plazo, que
ignoro si se hace.7 Una de las experiencias concretas más consecuentes es
el Programa de Animación Lectora para el 1er. Ciclo de EGB,8 preparado
por Graciela Bíalet, quien explica paso por paso el proceso de formación
de lectores desde la perspectiva docente y enumera estrategias para activar
la precomprensión, la comprensión y la interpretación en el proceso de
lectura, así como acciones para el mediador. Es un material muy interesan
te y útil como orientación pedagógica.
Sin embargo debo confesar que mi preocupación mayor no se dirige
a las estrategias para que los alumnos “comprendan lo que leen1, porque
lo que yo busco es que lean. De ahí que mi propuesta es que los docentes
dejen de asumir como preocupación fundamental la comprensión, para pasar
a ocuparse concretamente de que los alumnos lean, para lo cual es indispensa
ble que ellos mismos lo hagan.
—En la escuela los chicos no quieren leer. ¿Los obligamos? ¿De qué manera?
Olvídese de obligaciones. ¡Podemos hacer que los chicos lean sin obli
garlos! La lectura en la escuela es un asunto mucho más sencillo de lo que
se piensa. Es un proceso que requiere saber y paciencia, como todos, pero
sobre codo decisión y constancia por parte de cada maestro.
En primer lugar, pregúntese si es usted lector/a. Y respóndase con to
da sinceridad, entendiendo por lectoría a aquel maestro que ama leer, que
siempre tiene ganas de leer y que en efecto lee todos los días, aunque no tenga
dinero para comprar libros.
Si usted es de esos, simplemente lea, contagie el placer. Usted sabe
perfectamente cómo hacerlo. Y le serán de gran ayuda la lectura en voz al
ta y la lectura libre silenciosa y sostenida.
Si no lo es, entonces empiece por casa. Primero tendrá que cambiar
usted, porque no tiene sentido pretender enseñar a ser lo que uno no es. Es
como si los cursos de manejo de automóviles los impartieran los que no
saben conducir.
Empiece entonces por comprender urWlo siguiente: todos los chicos
quieren leer, a todos los chicos les encanta la lectura en voz alta. Lo esperan
desde muy pequeños, ansian dominar las letras y las palabras. Primero ha
bladas y después escritas. Ellos quieren γ eso es un tesoro que los grandes
desperdiciamos. Aprender a hablar es la puerta para aprender a leer y a es
cribir. De hecho, la ilusión de los chicos cuando empiezan la escuela, y yo
diría que desde jardín de infantes, ¡es que van a aprender a leer! De mane
ra que ahí tenemos una semilla fantástica, un campo fértil, ¡el deseo de le
er en estado puro!
La verdad es que si después, cuando crecen, esos chicos no son lecto
res, es porque nosotros hicimos algo mal.
Por lo tanto, propóngase usted iniciar el cambio. Empiece en su casa
con la lectura en voz alta, venza todas las excusas que siempre se le ocurren
(cansancio, falta de tiempo, no tengo dinero, etc., etc.) y propóngase leer
algo interesante cada día. Dediqúese diez minutos para usted y otros diez
para leer en voz alca a sus familiares.
Y de a poquito, empiece en 1? escuela con la lectura en voz alta y la
lectura libre silenciosa y sostenida, quizás sólo en su clase, quizás con otros
colegas, ojalá que con el apoyo y decisión de las autoridades del estableci
miento.
Mempo Giarpineli i 227
Y le prometo que un día dirá: “En mi escuela los chicos sí quieren le
er, y leen”.
-¿Y qué pasa si algunos chicos no quieren leer, y se portan mal y molestan a
los que sí son lectores?
Vamos por partes: todo chico querrá leer si se le enseña, permite y es
timula ese deseo» de manera que la primera docencia es, precisamente, le
erle para que le guste, para crear su gusto. Seguidamente, hay que abaste
cer ese gusto con buenos textos, y luego más y más. Eso requiere, cabe
repetirlo, paciencia y constancia. Y ésa es la gran tarea fundamentalmente
de los padres. Mucho más que de los maestros y bibliotecarios. Y por una
sencilla razón que leí en el libro de Trelease y todavía me impresiona y es
universal: de las 8.640 horas que tiene cada año, el niño pasa en la escue
la apenas 720 (calculando cuatro horas diarias por 180 días de clases). Las
otras 7.920 (más del 91% de su vida) las pasa con los ‘maestros” de la ca
sa, o sea padres, abuelos, tíos, hermanos mayores, niñeras si son chicos de
familias acomodadas.
Aunque los docentes tienen una enorme responsabilidad y mucho
que hacer, desde luego, no es justo descargar en ellos toda la intermedia
ción lectora, y menos en la Argentina donde los docentes han sido casti
gados salarialmente y ha habido macizas campañas de desprestigio duran
te las últimas tres o cuatro décadas.
A medida que los chicos van creciendo, como es obvio, uno también
debe ir cambiando las lecturas. A los de 5 y 6 años, por caso, pueden gus
tarles los textos que contienen narraciones más complejas, leyendas e his
torias tradicionales. El argumento para ellos es fundamental. El niño se
pregunta qué va a pasar después, y presea atención porque ya tiene una
fuerte capacidad de imaginar y anticipar el texto. Es esencial que la lectu
ra en voz alca sea precisa y bien pronunciada.
También pueden leerse poesías narrativas rimadas, y si es posible,
aquellas que contengan momentos de buen humor. En esta etapa —como
en todas- es fundamental la participación de los familiares, y además es
conveniente empezar a mencionar al autor y al ilustrador de cada texto que
se lee, de manera que el niño los vaya reconociendo y acaso adoptando co
mo sus favoritos, c inicie así su propia vinculación entre texto y autor, en
vías de desarrollar sus preferencias.
Entre las lecturas imprescindibles de esta etapa yo señalaría las Fábulas
de Esopo o de La Fontaine, Hansely Gretel y Los tres pelos del diablo de los
Hermanos Grimm, La niña que iluminó la noche de Ray Bradbury, algu
nos estupendos versos para niños de Pablo Neruda, Antonio Machado o
José Martí. Y por supuesto, es imprescindible el Pinocho, de Cario Collodi,
que para mí es una de las historias más bellas del mundo.
Entre los nuestros, me gusta mucho la obra de Elsa Bornemann, que
me parece una autora fundamenral a partir de esta edad. Son muy reco
mendables su Antología de la poesía infantily por lo menos Un elefante ocu
pa mucho espacio y El espejo distraído. Otro autor fundamental a partir de
esta edad me parece que es Javier Villafañe. Cualquiera de sus muchos
cuentos, canciones y obras para títeres, y por lo menos La vuelta al mun
do y Eljuega del gallo ciego. También me encantan algunos textos de Ana
María Shúa y de Erna Wolf para chicos chiquitos. Y ni se diga el reperto
rio musical-narrativo de Luis María Pescetti.
Para los chicos de 7 a 9 años yo propondría texros que contengan histo
rias bastante más complejas. Me parece que son apropiados los cuentos que
se vinculan más con la realidad, que hablan de cosas que suceden verdade
ramente, y no descarto algunas tramas con contenidos emocionales más
fuertes. En verdad, todos los argumentos pueden ser comprendidos, aun los
que se suponen “inconvenientes”. Charles Dickens fue un maestro en esta
materia y conviene recordar que aquella brutalidad por él aludida, la del si
Mí MI’O ííjardinm.li — 233
Notas
' Vicente Mulciru, “Así leen los argentinos’ , en Ñ, 22 de abril de 2006
6 Michelle Pctit, Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura, México, FCE, 1999.
7 En nuestra Fundación sí lo hacemos y estamos preparando proyección de resulta
dos en el tiempo.
9 Esta cuestión plantea, desde luego, una complicación adicional, porque el concep
to de obligatoriedad no es malo en sí mismo: de hecho, y afortunadamente, todavía hay
obligaciones imprescindibles que es necesario inculcar en los chicos. la escolaridad es
obligatoria, la vacunación es obligatoria, el respeto a las leyes lo es. Al reves de la imposi
ción autoritaria, la obligación responsable es necesaria para la Democracia.
Esta edición de. 3.000 Ejemplares
.
de Volverá leer, de Mempo Giardineuj,
SE TERMINÓ DE IMPRIMIR EN COSMOS OFFSET S.R.L
Coronel García 442, Avelianeda,
F.l. 22 DE JUNIO DE 2007.
edhasa