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MUSEO HISTORICO NACIONAL

SERIE Il N9 xvm

NOTAS SOBRE LA VIDA Y LA OBRA


DE SAN MARTIN

Conferencia pronunc'ada el 16 de agosto de 1960

por el doctor Bonifacio del Carril

MINISTERIO DE EDUCACION Y JUSTICIA


Dirección General de Cultura
Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos

1 9 6 o
NOTAS SOBRE LA VIDA Y LA OBRA
DE SAN MARTIN
Conferencia pronunc;ada el 16 de agosto de 1960
por el doctor Bonifacio del Carril
DISTRIBUCION GRATUITA
Talleres Gráficos del Ministerio de Educación y Justicia - Bs. As.
MUSEO HISTORICO NACIONAL
SERIE 11 N" xvm

NOTAS SOBRE LA VIDA Y LA OBRA


DE SAN MARTIN
Conferencia pronunc'ada el 16 de agosto de 1960

por el doctor Bonifacio del Carril

MINISTERIO DE EDUCACION Y JUSTICIA


Dirección General de Cultura
Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos

1 9 6 o
CORONEL JOSE DE SAN MARTIN
Miniatura, óleo sobre marfil, firmado: B. L.
PALABRAS DE APERTURA DEL ACTO POR EL DIRECTOR
DEL MUSEO HISTORICO NACIONAL, Capitán de Navio Cont.
HUMBERTO F. BURZIO

C UMPLESE mañana el 110Q aniversario de Za muerte


del Capitán de América, General José de San Martín.
Francia, la tierra amiga de sus afectos, escuchó el úl-
timo latido de su corazón y su generosa tierra cubrió
sus restos durante treinta años hasta su descanso en el
mausoleo erigido a su esclarecida memoria en la cate-
dral de Buenos Aires, panteón ilustre de la República. a
su máximo héroe.
Al entrar en Za inmortalidad, un gran amigo fran-
cés, Mr. A. Gerard, publicó en L'lmpartial del 22 de agos-
to dP, 1850, de Boulogne sur Mer, una sentida nota
necrológica y biográfica, en Za que definió su vida con-
sagrada al ideal emancipador de América, con este con-
cepto: "Menos conocido en Europa que Bolívar, porque
"buscó menos que éste los elogios de sus contemporá-
"neos, San Martín es para los americanos su igual como
"hombrd. de guerra, su superior como genio político y,
"sobre todo, como ciudadano. En la historia de la inde-
"pendencia americana, que todavía no ha sido escrita,
"por lo menos para Francia, él representa el talento para
"la organización, la rectitud de miras, el desinterés, la
"comprensión completa dei Zas condiciones en que las
"nuevas repúblicas pueden y deben vivir. Cada a.ño
"transcurrido, cada perturbación que experimenta, Amé-
"rica recuerda más esas ideas que constituían el fondo
"de su política."
Más tarde, el escritor chileno Victoriano Lastarria, el
invariable amigo de Sarmiento, afirmaba en justicieras
y generosas palabras que eran toda una definición: "La
"gloria de tres repúblicas americanas está simbolizada
"en el nombre ilustre de San Martín. Hubo un tiempo
"en que argentinos, chilenos y peruanos pronunciaban

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"su nombre como una gran esperanza, como un gran
"consuelo, como un porvenir de vida, de luz y de gloria.
"Hoy lo aclamamos nosotros como la realización de to-
" dos esos bie;nes, como un recuerdo sagrado de nuestras
"glorias, com..o un emblema de nuestra, independencia."
Estos juicios sobre el Libertador, de un europeo que
lo conoció íntimamente por ser su amigo y de un chileno
que hizo justicia a su memoria, son coincidentes en con-
siderar con proyección americana en su concepción y
reaUzación, 'la vida y obra del general San Martín con-
sagradas al servicio del ideal emancipador de un conti-
nente y no a la de una región determinada.
Si faltaran elementos de prueba~ 'la concepción es-
tratégica del problema militar de 'la indetpendencia de
Chile y Perú confirmaría que su empresa era americana,
como ratificación de ~ ideas políticas. El territorio 1J
los recursos militares y económicos de las Provincias del
Río de la Plata sólo constituían para su mente una base
de operaciones para la realización de su gran plan: "un
ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza, para
pasar a Chile, y luego ir a Lima por el mar." Concepto
escueto que lo expusiera en su conocida carta a Rodrí-
guez Peña en 1814. De ahí su satisfacción ante la caída
de la plaza fuerte de Montevideo, hecho posible por el
cierre del bloqueo por el lado marítimo, cuando manifes-
tara. que en su opinión era el acontecimiento más extra-
Drdinario ocurrido desde la Revolución de Mayo. Es que
este acontecimiento de tanta gravitación para sus futu-
ros p'lanes emancipadores, posibilitaba la liberación de
Chile y Perú.
Distingue a San Martín, dentro de la pléyade de los
ilustres guerreros de su tiempo, su clara visión del con-
cepto, producto de reflexión de su espíritu militar, de la
importancia <k 'las aguas para las fuerzas terrestres,
cuando necesariamente para cumplir con planes operati-
vos deben contar con el apoyo de una naval. La observa-
ción, la lectura y sobre todo, la historia de la época que

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le tocara vivir, fecunda en acontecimientos bélicos, le
hicieron comprender la importancia de la combinación in-
teligente de las fuerzas terrestres y navales, y del prove-
cho que de ellas podía sacarse para el éxito de cualquiera
operación de guerra citando el escenario fuese en la tierra
y en las aguas.
Como se ha expresado, si faltaran a la historia los
elementos de juicio políticos y sociales para ubicar la vida
y obra de San Martín dentro del amplio campo de Amé-
rica, el aspecto militar de sus campañas sería suficiente.
Pero San Martín era un enamorado de la libertad dentro
del orden, enemiga del absolutismo, especialmente del
f ernandino. Desde su salida de España y su asociación
con otros amigos de tendencias liberales, las distintas
etapas de su vida cívico-militar lo señalan como un ame-
riccmo integral, en cuyo elevado idf)al no influían las lu-
chas políticas de los partidos y facciones que surgían en
las nacientes repúblicas.
Sobre este aspecto esencialmente americano de la
vida y obra del Libertador nos hablará esta tarde el doc-
tor Bonifacio del Carril, en el homenaje que anualmente
rinde el Musep Histórico Nacional a su patrono tutelar.
El doctor Bonifacio del Carril, que honra con su des-
tacada personalidad esta tribuna, es ampliamente conoci-
do en los calificados campos de su actuación por sus
dotes caballerescas, sensibilidad patriótica, erudición,
inquietud intelectual y artística y competencia profe-
sional.
Graduado de abogado a la edad temprána de 20 años,
fue durante varios años profesor de historia argentina de
ingreso en la Facultad de Derecho de la Universidad de
Buenos, Aires, cátedra a la que renunció en 1944. Su te-
sis para optar al grado de doctor en jurisprudencia, titu-
ladp, "La Unidad Nacional y el Federalismo Argentino",
mereció la calificación de sobresaliente y la recomenda-
ción al premio "Facultad". Fue luego editada en forma
de libro con el título "Buenos Aires frente al país''. Pu-

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blicó la monografía histórica "Los Mendoza", estudio so-
bre la familia del fundador de Buenos Aires, premiado
por r:Z Instituto Internacional de Ciencias Genealógicas,
con sede en la Real Academia de la Historia de Madrid.
Es autor de numerosos trabajos sobre temas históricos,
jurídicos y políticos que han visto la luz en folletos y ar-
tículos.
Dedicado con entusiasmo al estudio de la iconografía
argentina~ ha rerunido ya cerca de medio millar de piezas
originales, contando sólo acuarelas, dibujos y grabados.
Su selección de las primeras ediciones bibliográficas so-
bre los viajes marítimos a lo largo de nuestras costas,
en los siglos XVI al XIX, suman varios centenares· de
volúmenes, reunidos con paciencia y sacrificio en el cur-
so de muchos años de búsquedas en nuestro país, Gran
Bretaña, Francia, Italia, España y Estados Unidos.
Este aporte del doctor del Carril a la cultura argenti-
na es notable y gracias a su esfuerzo personal, retornan
al país piezas históricas y bibliográficas de¡ incalculable
valor para su patrimonio, como el caso del hallazgo que
hizo en Madrid de los originales de la expedición Malaspi-
na) en la colección Bauzá, que ha estudiado con la inteli-
gencia que lo caracteriza, realizando un valioso aporte a
la iconografía argentina, continuando con eila la tarea
ya iniciada, con sus publicaciones sobre la bibliografía y
el arte en el Río de la Plata, seria labor de investigación
que con toda justicia lo ha llevado a ocupar un lugar de
consideración en la cultura del país y america,na.
Tal es en breves palabras la semblanza de nuestro di-
sertante, en el que el rasgo más sobresaliente que se per-
fila es el amor a la patria y a, su cultura, nobles inclina-
ciones del espíritu, que bastan por sí solas para honrar
un nombre y una vida.
Doctor Bonifacio del Carril, os invito a hacer uso de
la palabra.

Museo Histórico Nacional, 16 de agosto de 1960.

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NOTAS SOBR~ LA VIDA Y OBRA DE SAN MARTIN

El estudio de la personalidad del general San Martín


es uno de los temas más atrayentes de la historia hispano-
americana. García del Río, Alberdi, Sarmiento, Juan Ma-
ría Gutiérrez, Vicuña Mackenna, fueron los iniciadores,
pero sin duda Bartolomé Mitre, padre de nuestra histo-
riografía moderna, fue el primero que lo profundizó me-
tódicamente. Hoy la bibliografía sobre San Martín es tan
abundante que constituye, por sí sola, un verdadero gé-
nero literario en la Argentina. No me propongo, pues, re-
petir lo tantas veces dicho sobre sus preclaras virtudes,
ni sobre sus d€fectos que, en el caso excepcional de San
Martn, son apenas las sombras necesarias para destacar
la grandeza del conjunto. Los hechos están hoy todos co-
nocidos y documentados, hasta donde ha sido posible.
Pero San Martín es algo más que un héroe nacional. El
trayecto de su noble existencia es una preciosa clave que
aclara e ilumina los aspectos esenciales de todo· el pro-
ceso de la emancipación hispanoamericana, muy especial-
mente, de la revolución argentina. De donde una y otra
vez es necesario volver a la vida y a la obra del prócer
como guía segura para penetrar en la médula misma del
proceso histórico.
Lo dicho sirve para definir el objeto de las notas
que Yoy a leer en seguida. No lo haré con el mero propó-
sito de intentar una nueva revisión histórica. Precisa-
mente quiero dejar bien establecida, antes de comenzar,
mi posicion frente a lo que se ha llamado la revisión de
la historia en la Argentina, tal como la tengo escrita y
publicada desde hace casi veinte años.
La revisión de la historia es un hecho normal y
necesario en la evolución de las nacionalidades. El cono-
cimiento de nuevos datos o fuentes de información, la
perspectiva que da el tiempo, los nuevos hechos que se

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suceden y acuerdan distinta significación a los que los
precedieron son, por cierto, factores que justifican y tor-
nan normal la periódica revisión de la historia. Pero en
cuanto ésta se hace con otras intenciones, no extricta ni
exclusivamente históricas -la exaltación de un prócer en
desmedro de otro, el análisis de los hechos del pasado en
función de los fines de la política presente, o simplemente
la discusión sobre temas de política pretérita-, la revi-
sión deja de ser materia de la historia, científicamente
considerada, para transformarse en revisión pistórica di-
rigida o interesada, siempre deleznable.
Hay un primer hecho en la vida de San Martín que
conviene examinar sin prejuicios ni ideas preconcebidas,
favorables o desfavorables, precisamente porque su de-
bido esclarecimiento y su recta comprensión son absoiuta-
mente indispensables para aquilatar todo el proceso de
la emancipación hispanoamericana. ¿Cómo y por qué vino
San Martín de España? La documentación que se posee
sobre este punto es, en verdad, escasa; el terreno conje-
tural, amplio y generoso. Sin embargo, es un hecho que
puede darse por establecido con la casi seguridad de de-
terminar una cosa cierta.
Según la versión más generalizada, cuando San Mar-
tín se enteró de la revolución que había estallado en Bue-
nos Aires decidió poner su espada al servicio de su patria
de origen, y sólo aguardó la primera oportunidad propicia
para cruzar los mares y lanzarse a la gran aventura de
luchar contra España en favor de la causa de la indepen-
dencia americana.
Cuanto más he ido ahondando en la meditación de
este tema, mejor he comprendido que los hechos no pu-
dieron haber ocurrido de una manera tan simple y, en
rigor, reñida con toda lógica. Cuando San Martín se em-
barcó para América en enero de 1812 era un militar es-
pañol, hecho y derecho, teniente coronel de los ejércitos
reales, en los que había servido con lealtad y honor du-
rante más de veinte años en duras campañas contra los

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enemigos internos y externos de su país. No es concebible
que un irreprimible amor a la tierra natal de Yapeyú, o
si se quiere de Buenos Aires, donde había vivido escasos
meses a los cinco o seis años de su edad, le haya decidido
a abandonar las filas del ejército donde había ilustrado
su nombre en heroicas acciones para luchar contra su
propia patria, España.
Es necesario señalar que San Martín nació en terri-
torio americano por una circunstancia enteramente acci-
dental. Su padre, militar español de carrera, estuvo largos
años prestando servicios en distintos lugares de la gober-
nación de Buenos Aires, donde nacieron todos sus hijos,
incluso San Martín, pero ninguno de ellos fue criollo, en
la verdadera acepción del término, o sea, americano hijo
o descendiente de españoles, ninguno tuvo la residencia
que, en este caso, califica la nacionalidad.
Los hijos del matrimonio del capitán San Martín fue-
ron cinco, cuatro varones y una mujer. Regresados a Es-
paña, allí se educaron y crecieron. Los cuatro varones
fueron militares en los ejércitos reales sin que los afecta-
ra para nada su nacimiento americano; porque el naci-
miento del hijo de un militar, nacido en el lugar de destino
de su padre, no altera nunca su condición ni su naciona-
lidad.
En las diversas fojas de servicios de San Martín se
dice Su país: Buenos Ayres. Adviértase que no dice Ya-
peyú sino Buenos Aires, nombre genérico de la región
donde había nacido. País en aquel momento -pleno si-
glo XVIII y principios del XIX-. no quería decir, por
supuesto, nacionalidad, sino lugar de nacimiento. De to-
das maneras entre estas fojas de servicios españoles de
San Martín, y el testamento del prócer, fechado en París
el día 23 de enero de 1844, en el que expresó el deseo de
que su corazón fuese depositado en el cementerio de Bue-
nos Aires, transcurrieron más de cuarenta años de una
vida rica en valores humanos como pocas, se desarrolló
precisamente el gran misterio de la vida de San N¡:artín,

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misterio de su vida como hombre y como arquetipo de
nuestra nacionalidad, hasta el punto de que toda su tra-
yectoria puede encerrarse entre estos dos documentos. De
militar español a argentino de corazón. ¿Cómo, por qué,
y en qué forma evolucionó San Martín?, vuelvo a pregun-
tarlo. He aquí la síntesis de toda la historia argentina.
Advierto que para esta tesis es totalmente indiferente
el lugar de nacimiento de San Martín. Haya o no nacido
en Yapeyú o en cualquier otro punto de América, el hecho
cierto es que cuando decidió trasladarse a Buenos Aires
era un militar español sin la más mínima vinculación con
el territorio americano, el hecho cierto es que San Martín
seguiría siendo el héroe argentino por antonomasia aun
cuando hubiese nacido sencillamente en la casa de su pa-
dre, en España y no en América. Las controversias en tor-
no al lugar y a la fecha del nacimiento del prócer, suma-
mente interesantes para determinar estos detalles esen-
ciales de su vida, no inciden para nada en el problema de
fondo que dejo planteado.
Analicemos, pues, las circunstancias en que se pro-
dujo la trascendental decisión de San Martín de venir a
América que son las que iluminan la trayectoria de toda
la emancipación del Nuevo Mundo.
La revolución de la independencia de la América Es-
pañola, de la que la revolución argentina fue uno de los
episodios iniciales, no fue un acto espontáneo o improvi-
sado sino el resultado de un conjunto de causas y factores
que contribuyeron a precipitar la crisis en 1810. No he
de examinar ahora la hipótesis, bien conocida por lo de-
más, de la inevitabilidad de la revolución americana que
tiene el ejemplo positivo de los Estados Unidos y el ne-
gativo del Canadá, en el caso similar del mundo anglo-
sajón. Lo cierto es que el desastre producido por la inva-
sión napoleónica en España fue el factor desencadenante
de la etapa final. El problema que se planteó en Buenos
Aires y que fue resuelto en la histórica Semana de Mayo
con respecto a la caducidad o desaparición de las autori-

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dades metropolitanas, se planteó, por cierto, también en
España. Allí como aquí el cautiverio de Fernando y la
ocupación casi total de la Península produjeron tremendas
consecuencias políticas. La situación en Cádiz llegó a ha-
cerse caótica. No fue sólo San Martín, sino otros muchos
militares españoles, nacidos o no en América, quienes de-
cidieron trasladarse al Nuevo Mundo para resolver aquí
el intrincado problema político que se había creado. Por-
que en un primer momento el problema fue esencialmente
político. En España existían dos alternativas: o el país
perecía y caía definitivamente en manos de los franceses,
o lograba recobrar su independencia. Esta última posibi-
lidad abría, a su vez, dos nuevas alternativas: o Fernando
reimplantaba el absolutismo al volver al trono o se lo-
graba obtener la instalación constitucional de un régimen
monárquico liberal. San Martín, como muchos otros mi-
litares españoles, era decidido partidario del liberalismo,
amante fervoroso de la libertad. Pero la situación fue
comprometiéndose cada vez más a medida que los fran-
ceses fueron aumentando la subyugación de la Península.
Si España se perdía, no podía perderse la América. Este
temor de caer en manos de los franceses está siempre
presente en los actos iniciales de la Revolución de Mayo.
Pesó, por cierto, grandemente también en la decisión de
los militares españoles que resolvieron venir a América
para luchar por la libertad de estos países y por su in-
dependencia, sin duda como medio de obtener y afianzar
la libertad, tanto debió gravitar en su ánimo la convicción
de que España estaba caduca y perimida.
La acción de las logias que actuaron en esos difíciles
y confusos momentos no ha podido, por razones obvias,
ser determinada en todos sus detalles, pero hay un hecho
singularmente sugestivo. La partida de San Martín y de
sus compañeros de empresa no fue de ninguna manera
clandestina. Con excepción de Zapiola y de algunos más,
los después pasajeros de la George Canning, incluso San
Martín, abandonaron España con permiso militar de pa-

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sar a América. San Martín, que era entonces Ayudante
de Campo del Jefe de la Defensa de Cádiz, Barón de Cou-
pigny, lo hizo con permiso de pasar a Lima, muy proba-
blemente gestionado por el propio Coupigny, como lo
señala Otero. El caso de Alvear es singularmente elocuen-
te. Porque antes de que él saliera de España, su padre, el
pundonoroso jefe de la escuadra española, antiguo demar-
cador de límites en el Paraguay, capitán de navío don
Diego de Alvear y Ponce de León, de larga y destacada
actuación en las filas de la Armada real, hizo solemne
partición de sus bienes con el hijo que partía a América,
sin duda con la bendición y el beneplácito paternos, lo
que poco compagina con la idea de qu:e Alvear haya ve-
nido a Buenos Aires para luchar contra España.
San Martín no lo hizo, ni habría podido hacerlo. Las
alusiones que el prócer hizo al problema en diversas opor-
tunidades y a través del tiempo, que en seguida he de
analizar, no autorizan una conclusión diferente en forma
alguna. Contemporáneo de los hechos sólo existe el texto
de La Gazeta de fecha 13 de marzo de 1812 en la que se
dio cuenta de la llegada <le la George Canning y de su
singular cargamento hum¡ano con estas significativas pa-
labras: "El 9 del corriente ha llegado a este puerto la
fragata inglesa Jorge Canning procedente de Londres en
50 días de navegación: comunica la disolución del ejército
de Galicia, y el estado de terrible anarquía en que se
halla Cádiz dividido en mil partidos, y en la imposibilidad
de conservarse por su misma situación política. La últi-
ma prueba de su triste estado son las emigraciones fre-
cuentes a Inglaterra, y aún más, a la América Septen-
trional. A este puerto han llegado entre otros particulares
que conducía la fragata inglesa, el teniente coronel de
caballería Don José de San Martín primer ayudante de
campo del general en jefe del ejército de la Isla Marqués
de Compigny; el capitán de infantería Don Francisco
Vera; el alférez de navío Don José Zapiola, el capitán de
milicias Don Francisco Chilaver, el alférez de carabineros

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reales Don Carlos de Alvear y Balbastro, el subteniente
de infantería Don Antonio Arellano y el primer teniente
de guardias valonas Barón de Olembert. Estos individuos
han venido a ofrecer sus servicios al gobierno, y han sido
recibidos con la consideración que merecen por los senti-
mientos que protestan en obsequio de los intereses de la
Patria."
Estas manifestaciones de La Gazeta, emanadas, sin
duda, de los propios viajeros, que todos leyeron y ninguno
rectificó, traducen la exacta verdad histórica. Cádiz se
encontraba en un estado de terrible anarquía, dividida en
mil partidos, y en la i:m¡posibilidad de conservarse por
su misma situación política. Las emigraciones fueron
frecuen~es, dice La Gazeta, no sólo a Londres sino tam-
bién a la América Septentrional.
La primera referencia directa del propio San Martín,
data de siete años después. El 21 de junio de 1819, por
motivos a los que aludiré más adelante, elevó su renun-
cia al cargo de Jefe del Ejército de los Andes. San Martín
dijo entonces textualmente: "Hallábame al servicio de la
España el año 1811, con el empleo de Comandante del Es-
cuadrón del Regimiento de Caballería de Barbón, cuando
tuve las primeras noticias del movimiento general de am-
bas Américas y que su objeto primitivo era su emanci-
pación del Gobierno Tiránico de la Península. Desde este
momento me decidí a emplear mis cortos servicios en
cualquiera de los puntos que se hallaban insurrecciona-
dos: preferí venirme a mi país nativo ... "
Esta manifestación de San Martín concuerda y pre-
cisa la· contenida· en la Proclama a los habitantes de las
Provincias del Río de la Plata, firmada en Valparaíso el
22 de julio de 1820, en el momento de iniciar su campaña
sobre el Perú, tantas veces citada. San Martín vino a
América, no para combatir contra España, sino en favor
de la insurrección que se había desatado contra el go-
bierno tiránico de la Península, como 'el lo denomina con
certera exactitud. Pudo haber ido a cualquiera de los pun-

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tos que estaban insurrecionados, pero prefirió -es lapa-
labra que utiliza- venir a su país nativo porque, como
lo explicó luego en la carta dirigida al general Castilla
poco antes de su muerte (11 de setiembre de 1848), en
una reunión de americanos, celebrada en Cádiz, sabedores
de los primeros movimientos acaecidos en Caracas, Bue-
nos Aires, etc., se resolvió que cada uno regresase al
país de su nacimiento, a fin de prestarle sus servicios en
la lucha que se habría de empeñar.
En otros términos, según su propia y terminante de-
claración, la decisión de San Martín de venir a América
se debió a su propósito de combatir contra el gobierno ti-
ránico de la Península; en la de venir a Buenos Aires,
gravitó el lugar accidental de su nacimiento. Porque ha-
biéndose resuelto que cada uno regresase al país de su
nacimiento, él prefirió venir a Buenos Aires. El destino
de San Martín y el de su inmortal trayectoria quedaron,
de esta manera, fijados definitivamente.
En la carta dirigida al general Castilla a que me
acabo de referir, San Martín dice además que la política
que se propuso seguir fue invariable en dos solos puntos
" ... no mezclarse en los partidos que alternativamente do-
minaron en aquella época en Buenos Aires . . . mirar a
todos los estados americanos como hermanos interesados
en un mismo y santo fin'', sin duda la lucha por la li-
bertad e independencia de toda América, como bien pron-
to lo puso de reli~ve.
Con estos propósitos claramente definidos y expre-
sados vino San Martír a ofrecer sus servicios al gobier-
no de Buenos Aires. ¿Cómo llevó adelante su difícil plan
de acción? Porque de su intención primera de combatir
al gobierno tiránico de la Península, según el objeto pri-
mitivo del movimiento de insurrección de las Américas,
como él lo dice, a las profundas derivaciones que tuvo
después, hay sin duda un abismo. Fueron ellas las que
llevaron a San Martín de militar español revolucionario
a padre de la independencia argentina y americana. El

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tema, es sin duda, apasionante. No puedo en el espacio
de esta conferencia desarrollarlo con la amplitud que
habría deseado. Me limitaré a evocar y revivir los mo-
mentos cumbres de la decisiva actuación del prócer.
En Buenos Aires, San Martín vivió menos de dos
años, en 1812 y 1813. Llegó al país, como se ha dicho,
en marzo de 1812. Permaneció en la ciudad hasta fines
de 1813 cuando marchó a Tucumán para hacerse cargo
del ejército de Belgrano. Durante estos dos años, salvo
la acción aislada y accidental del combate de San Lo-
renzo, heroico pero sin duda poco trascendente en la
marcha general de la guerra de la independencia, la ac-
tividad bélica de San Martín fue verdaderamente escasa,
casi nula. San Martín actuó en ese tiempo, en cambio,
activamente en política. Porque San Martín fue un gran
militar, comparable, sin duda. a los grandes capitanes de
la historia, pero fue también un eximio político, en la
más alta y pura acepción de la palabra, eximio político
no en las menudencias de la lucha diaria por la conquis-
ta del poder, sino en el arte supremo de establecer las
grandes líneas del gobierno de los pueblos. El genio polí-
tico de San Martín no fue en zaga de ninguna manera
a su preclaro genio militar. Reunió ambas dotes en gra-
do sumo, cosa rara en los grandes hombres, y tuvo una
visión política clara, firme, certera, de lo que debería ser
nada menos que en medio del mare mágnum de la des-
composición y quiebra del imperio español y de la for-
mación de las nuevas nacionalidades americanas, visión
que siguió siempre, con tenacidad admirable.
No bien llegado San Martín a la ciudad se impuso un
plan de acción que puede ser enunciado utilizando las pa-
labras· de la célebre carta que tiempo después dirigió
a Rodríguez Peña: Primero: organizar una fuerza militar
pequeña pero disciplinada para respaldar su acción, con-
cepto eminentemente castrense desde luego; Segundo:
formar un gobierno de amigos sólidos; Tercero: acabar
con los anarquistas, como él llamaba a los políticos dísco-

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ios; Cuarto: combatir y vencer a los godos, o sea, a los
españoles absolutistas, porque San Martín en la larga lu-
cha por la independencia siempre habló de vencer a ·1os
godos, a los sarracenos, a los maturrangos, a los matu-
chos, a los tiranos, al enemigo; solo excepcionalmente a
los españoles, llamándolos por su nombre. Indudablemen-
te las tres primeras determinaciones tenían por mira la
posibilidad de cumplir el cuarto objetivo que era el gran
ideal al que consagró su existencia: destruir para siempre
el absolutismo español.
Esta dedicación inicial de San Martín a la actividad
política tuvo además un sólido y principalísimo fundamen-
to en la situación que encontró localmente. Cuando San
Martín llegó a Buenos Aires gobernaba el primer Triun-
virato que había sucedido a las dos Juntas y que, como
ellas, ejercía el poder a nombre del Rey don Fernando VII.
A pesar de la explicación dada muchos años después por
Saavedra en sus Memorias, no hay duda de que esta po-
sición de los primeros gobiernos patrios, haya sido por
razones políticas o de prudencia, en definitiva fue sincera,
y que la invocación del nombre del Rey Fernando has-
ta 1813, no fue una máscara sino una realidad política
claramente definida. Me permitiré decir que la polémica
suscitada en torno de este punto capital de nuestro pro-
ceso emancipad,or parte de una base falsa: la de creer
que si se admite la sinceridad de la invocación del nombre
del Rey Fernando en los primeros gobiernos revoluciona-
rios se limita o reduce el alcance y la trascendencia de
la Revolución de Mayo, y viceversa. La verdad, tal como
surge de los hechos, objetivamente considerados, es bien
diferente.
No hay duda de que la Revolución de Mayo desde el
día inicial del glorioso 25, tuvo una clara y firme inten-
ción insurgente. Esta revolución, verdadera insurrección,
como la denominó San Martín, no estuvo ni tenía por qué
estar, en un principio, dirigida contra España, sino en
el espíritu de algunos, muy pocos, iniciados. No hay con-

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tradicción ni antinomia entre las reiteradas protestas de
fidelidad a Fernando VII de nuestros primeros gobiernos
patrfos y su firme, decidid.a, y algunas veces cruenta ac-
tuación revolucionaria. En la Semana de Mayo, cuyo 1502
Aniversario acabamos de celebrar, se resolvieron, en efec-
to, dos cuestiones que fueron fundamentales para la for-
mación de nuestra nacionalidad: Primero: el problema
jurídico acerca de quién tenía el derecho de elegir el go-
bierno en América, ante la acefalía de las autoridades
españolas; Segundo: el proble:m,a político acerca de quié-
nes ejercerían el gobierno. Lo primero se resolvió el 22
de Mayo; lo segundo, el 25. Si lo primero fue definitivo
para establecer el derecho de la Argentina de gobernarse
a sí misma, lo segundo fue fundamental para dar conte-
nido político e ideológico a la Revolución de Mayo. Por-
que según lo resuelto el 22 la Junta elegida por el pueblo
de Buenos Aires pudo haber sido constituida por liberales
o absolutistas, americanos o españoles; según lo determi-
nado el 25, los absolutistas quedaron eliminados, y la
Junta debió constituirse con americanos y españoles, to-
dos liberales. Lo que quedó claramente establecido tanto
el 22 como el 25 y en los memorables artículos subsiguien-
tes de Moreno en La Gazeta, con máscara o sin máscara,
fue el derecho inalienable de los americanos de gobernarse
a sí mismos, derecho que en la forma en que fue reivindi-
cado, comportó una revolución manifiestamente declarada
y mantenida.
La separación o no separación de España fue en ta-
les circunstancias secundaria. Este concepto fue explica-
do con toda claridad por La Gazeta del día 31 de diciem·
bre de 1810, muy poco citada por cierto, a propósito de
la revoluci6n producida en Venezuela, en la que, a dife-
rencia de la de Buenos Aires, se había proclamado desde
un primer momento la independencia. No puedo en estos
momentos leer la totalidad de este artículo que esclarece,
a mi juicio, en forma definitiva la espinosa cuestión. La
Gazeta la planteó concretamente en estos términos: "¿Qué

-21-
va a ser de España si se separan de ella las Américas?"
Y contestó: " ... Los americanos no pensarán jamás en
separarse de la corona de España, si no los obligan a
ello con providencias mal entendidas. Los americanos
sólo es probable que quieran no estar esperando gobier-
no ni dirección de un país separado por un mar inmenso,
de un país casi ocupado por enemigos y donde un go-
bierno en perpetuo peligro, y que apenas puede mirar
por sí en medio de las circunstancias que lo rodean, nada
puede hacer respecto a los dilatados países del Nuevo
Mundo, más que pedir socorro y mandar empleados."
Indudablemente la idea inicial de la Revolución de
Mayo y de toda la independencia hispanoamericana apun-
taba, en forma un tanto confusa pero claramente percep-
tible, hacia la idea de un commonwealth como solución
final del conflicto creado por la invasión napoleónica en
España y por la destrucción del sistema de gobierno con
que España había gobernado a sus colonias durante los
tres siglos transcurridos desde la conquista. En un pri-
mer momento se pensó que ello podría conseguirse me-
diante la instalación de gobiernos libremente constituidos
en América y la postergación del problema relativo a su
separación o no separación de España. Los primeros go-
biernos patrios, o sea, las dos Juntas y los dos Triunvi-
ratos, firme y abiertamente revolucionarios en cuanto a
la reivindicación del derecho de los americanos de go-
bernarse a sí mismos, gobernaron durante los des pri-
meros años de la Revolución a nombre de Fernando VII
sin pronunciarse sobre el problema de la independencia.
En esta doble posición fueron totalmente sinceros porque
no había contradicción entre los términos de ella.
La llegada de San Martín y de sus compañeros de
la George Canning produjo un vuelco decisivo. Paradó-
jicamente fueron los militares recién venidos de España,
con directo conocimiento de la verdadera situación impe-
rante en la Península y de las perspectivas que podían
presentarse, quienes orientaron definitivamente a la re-

-22-
volución argentina hacia la declaración de la independen-
cia. Ellos estaban convencidos de que España se perdía
y de· que la salvación de estos países frente al arrollador
avance napoleónico sólo podría lograrse oponiendo la
valla de la independencia y separación de América. Pero
creían algo más. Creían que la solución del problema po-
lítico español, la i~plantación y el triunfo de las ideas
liberales en los países hispánicos de la Península y de
América, sólo había de lograrse mediante la creación de
sucesivos estados independientes que quedasen definiti-
vamente emancipados del poder absoluto de los reyes de
España. Veremos luego textualmente expresada por el
general San Martín, en uno de los momentos decisi.vos ~~
su carrera americana, esta idea que fue básica y esencial
en su concepción política y que configuró el objetivo úni-
co de su acción, del que no se desvió jamás en forma
alguna como queda dicho: independencia de los países
americanos como medio indispensable para asegurar la
implantación del liberalismo en España y en América.
Es de advertir que cuando San Martín salió de la
Península estaban reunidas, precisamente en Cádiz, las
famosas Cortes liberales españolas que sancionaron la
Constitución de 1812. Esas Cortes habían proclamado la
igualdad política de los habitantes de América. Habían
además sancionado numerosas leyes progresistas y libe-
rales. Ellas suministraron a San Martín y a sus compa-
ñeros de la Logia Lautaro la materia concreta que habría
de ser el objetivo inmediato de su acción. La situación
política de Buenos Aires llegó a ser en extremo confusa.
Finalmente el 8 de octubre de 1812 el teniente coronel
San Martín acompañado por el mayor Alvear y otros jefes
salió a la. calle al frente de su Regimiento de Granaderos
a c~.ballo, derrocó al primer Triunvirato e instaló el se-
gundo, luego reemplazado por el Director Posadas. El
segundo Triunvirato convocó a la Asamblea General
Constituyente del año 1813 que tuvo un dt>ble y definido
propósito: declarar la independencia y sancionar un cuerpo

-23-
de leyes liberales en el país. Factores de diverso orden,
entre ellos, nada menos que la restauración de Fernan-
do VII en el trono de España, impidieron que el primero
de esos propósitos fuese cumplido. La declaración de la
independencia quedó postergada para mejor oportunidad.
Pero la Asamblea sencionó el cuerpo de leyes liberales
que la ha hecho célebre en la historia del país. Hace
largos años que el escritor argentino Julio V. Gon-
zález ha puesto en evidencia, con su transcripción a dos
columnas, que el decreto de instalación de la Asamblea
Constituyente de 1813 fue copia o transcripción de los
decretos similares promulgados en España en 1810 para
instalar las Cortes de Cádiz, con una diferencia substan-
cial: el nombre de Fernando VII fue cuidadosamente eli-
minado en el decreto argentino, prueba inequívoca de la
orientación política impresa a la acción de .la Asamblea
por San Martín y sus compañeros de la Logia. En cuanto
a las leyes sancionadas por la Asamblea del año XIII tu-
vieror: casi todas su precedente en las leyes españolas de
Cádiz, como lo señala González.
La acción de San Martín en los años 1812 y 1813 fue,
pues, singularmente fecunda en la evolución del proceso
de la revolución argentina. A la idea inicial de Mayo,
que fue la de realizar una revolución para reivindicar el
derecho de los argentinos de gobernarse a sí mismos, San
Martín agregó el siguiente principio: para ejecutar la re-
volución y asegurar el triunfo del liberalismo, era absolu-
tamente indispensable, como medida previa e inmediata,
declarar la independencia. No hay duda de que este pro-
pósito estaba implícito en todos los actos de los patriotas
que condujeron la Revolución desde el 25 de Mayo de 1810
inclusive, pero es indiscutible que tomó cuerpo y se hizo
definitivo como resultado, en primer término, de la ac-
ción de San Martín.
Vayamos con San Martín a Mendoza, donde perma-
neció casi tres años desde setiembre de 1814 hasta enero
de 1817, fecha en que inició el inmortal cruce de los An-

-24-
des. ¿Cómo y por qué llegó San Martín a Mendoza? La
verdad es que no todo fue fácil para San Martín en Bue-
nos Aires. El gobierno de amigos sólidos que él creyó
haber constituido con la formación de la Logia Lautaro
y con el golpe militar del 8 de octubre de 1812 fue mina-
do y dividido por la rivalidad del joven Alvear. Pronto
comprendió San Martín que sería inútil y estéril su per-
manencia en la ciudad. Decidido como estaba a no mez-
clarse en la lucha local de los partidos, en la que nada
tenía que ganar y todo que perder en orden a la trascen-
dencia de su empresá continental, resolvió alejarse de este
país y pasar a Chile para organizar allí una fuerza su-
ficiente que le permitiese combatir a los absolutistas del
Perú. Porque San Martín no dudó nunca, ni por un mo-
mento, que la guerra de la revolución americana no ha-
bría de tener fin mientras no se destruyese el principal
centro de poder del absolutismo español en América que
era Lima.
No sólo decidió entonces salir O.e Buenos Aires sino
que tomó la firme decisión de no participar en acciones
militares dentro de nuestro territorio. La carta que diri-
gió a Nicolás Rodríguez Peña el 22 de abril de 1814 •'.:'!S
clara y explícita al respecto. Debe ser leída pesando cada
una de sus palabras, porque cada una tiene su lugar y
su significado preciso. San Martín había sido poco menos
que compelido por el gobierno de Buenos Aires y por sus
amigos a marchar a Tucumán para hacerse cargo del ejér-
cito de Belgrano. Desde allí escribió a Rodríguez Peña:
"No se felicite, mi querido amigo, con anticipación de lo
que yo pueda hacer en ésta; no haré nada y nada me
gusta aquí. No conozco los hombres ni el país, y todo está
tan anarquizado que yo sé mejor que nadie lo poco o
nada. que puedo hacer. Ríase Ud. de esperanzas alegres.
La patria no hará camino por este lado del Norte, que
no sea una guerra permanente defensiva, defensiva y
nada más; para eso bastan los vaJientes gauchos de Sal-
ta con dos escuadrones buenos de veteranos. Pensar en

-25-
otra cosa es echar al Pozo de Ayrón hombres y dinero.
Así es que yo no me moveré ni intentaré expedición al-
guna. Ya le he dicho a usted mi secreto. Un ejército pe-
queño y bien disciplinado en Mendoza para pasar a Chile
y acabar allí con los godos, apoyando un gobierno de
amigos sólidos, para acabar también con los anarg_uistas
que reinan: aliando las fuerzas, pasaremos por el mar a
fomar a Lima; es ese el camino y no éste, mi amigo.
Convénzase usted que hasta que no estemos en Lima la
guerra no se acabará. Deseo mucho que nombren ustedes
alguno más apto que yo para este puesto: empéñese usted
para que venga pronto ese reemplazante y asegúreles que
yo aceptaré la intendencia de Córdoba. Estoy bastante
enfermo y quebrantado; más bien me retiraré a un rin-
cón y me dedicaré a enseñar reclutas para que los apro-
veche el gobierno en cualquiera otra parte. Lo que yo
quisiera que ustedes me dieran cuando me restablezca es
el gobierno de Cuyo. Allí podría organizar una pequeña
fuerza de caballería para reforzar a Balcarce en Chile,
cosa que juzgo de grande necesidad, si hemos de hacer
algo de provecho, y le confieso que me gustaría pasar
mandando este cuerpo."
En esta carta de San Martín está explicada toda la
actitud pasada, presente y futura del prócer. Se habrá
de advertir que San Martín dice a Rodríguez Peña: "ya
le he dicho a usted mi secreto", o sea, que claramente
expresa que su idea de pasar a Chile había sido comu-
nicada de antemano a Rodríguez Peña, antes de hacerse
cargo del Ejército del Norte. En ella no influyó, pues,
para nada el estado caótico en que desgraciadamente se
~ncontraban las reliquias del ejército derrotado, como
las llamó el propio general San Martín. Expone en segui-
da su antiguo plan de acción, el que ya había puesto en
ejercicio en Buenos Aires: formar un ejército pequeño
y bien disciplinado, apoyar en Chile a un gobierno de
amigos sólidos, acabar allí con los godos y acabar tam-
bién con los anarquistas. Son las palabras textuales de

-26-
GENERAL JOSE DE SAN MARTIN
Acuarela sobre papel, firmada. "M" [Madou], 1828
Propiedad del doctor Bonifacio del Carril
San Martín. Finalmente agrega: "Aliando las fuerzas
pasaremos por el mar a tomar a Lima; es ese el camino
y no éste, mi amigo." Pero no es totalmente exacto lo
que generalmente se afirma, o sea, que San Martín, des-
pués de analizar las causas de los continuados fracasos
del Ejército en el norte, pensó que llegaría más fácil-
mente a Lima cruzando los Andes desde Chile hasta el
Perú. Lo que dice San Martín en este momento es muy
diferente. Como Chile era independiente, él pensó que,
una vez en Chile, sería más fácil organizar allí una fuer-
za para seguir al Perú, porque indudablemente la vía ma-
rítima desde Chile al Perú es más corta que la terrestre
desde Tucumán y Salta, a través del altiplano. No se ol-
vide que San Martín concluye su carta confesando que
le gustaría pasar a Chile mandando una pequeña fuerza
de caballería para reforzar a Balcarce, es decir, para
unirse con los argentinos ·que ya estaban en Chile.
El año 1814 fue pródigo en acontecimientos que ha-
brían de influir en los planes de San Martín. En primer
lugar, Fernando VII restaurado en el trono de España,
reimplantó el más rígido absolutismo. A partir de enton-
ces la guerra por la independencia fue sin cuartel, de-
clarada e inevitablemente contra el gobierno legítimo de
España, o sea, de hecho contra España misma, circuns-
tancia que fue pesando cada vez más decisivamente en
el ánimo de San Martín. En segundo término, Chile cayó
nuevamente en manos de los realistas, obligando a San
Martín a trocar su sencillo plan de acción primero por
un programa de epopeya: organizar no un pequeño sine
un gran ejército, cruzar los Andes, batir a los españoles,
liberar a Chile, organizar un nuevo ejército y sus corres-
pondientes medios de transporte, ir al Perú, vencer a los
españoles en Lima. San Martín puso en marcha la eje-
cución de esta ciclópea tarea con la misma sencillez . y
decisión con que hasta entonces se había mantenido en
el extricto campo de la acción política.
Son bien conocidas, y no será del caso describir aquí,

--28-
las alternativas de la creación del Ejército de los Andes,
la ejemplar dedicación con que San Martín se consagró
a la tarea y el indudable genio militar y político que
desplegó en la emergencia. En 1816 el trabajo estaba
avanzado. Sin duda, en pocos meses más habría de llegar
el momento de emprender la marcha. Ese momento era
trascendental. Para San Martín señalaba en realidad el
instante en que habría de dejar para siempre el suelo
argentino, que ya no volvería a pisar sino accidental y
transitoriamente.
Dentro del plan que San Martín se había trazado
para su propia acción, ese hecho tenía en ese momento
(1816) - necesario es reconocerlo-, escasa importancia
en cuanto al hecho mismo, pero San Martín no podía
abandonar el suelo argentino sin que se hubiese cumpli-
do el propósito primero que se había impuesto al llegar
al país y que no había podido llevar a cabo en 1813: de-
clarar la independencia. Por eso insistió con toda clase
de argumentos para que el Congreso reunido en San Mi-
guel de Tucumán proclamase la independencia, y lo ob-
tuvo finalmente. A tal punto fue tesonera e insistente
su acción que sin ninguna duda puede y ciebe considerar-
se a San Martín como el principal promotor de la decla-
ración de la independencia argentina, no obstante que no
haya tenido oportunidad de librar batalla alguna dentro
de nuestro territorio para conquistarla.
En Chile San Martín estuvo tres años, desde 1817
hasta 1820. El primero de sus actos fue cumplir riguro-
samente su programa, o sea, instalar un gobierno de ami-
gos sólidos, y acabar con los godos y los anarquistas
antes de intentar el esfuerzo final contra el Perú. Pero
la permanencia en Chile tuvo una incidencia inesperada
en la carrera americana de San Martín. El tiempo no
había pasado en vano. Cuando San Martín libró la ba-
talla de Chacabuco, cinco largos años habían transcurrido
desde su salida de España. Por un lado, el gobierno· ti-
ránico de la Península y el liberal de 1812 habían sido

-29-
reemplazados por Fernando VII, que había reimplantado
el más crudo absolutismo. Por otro, la independencia de
las Provincias Unidas y la de Chile, frutos innegables,
especialmente la segunda, de la acción infatigable de
San Martín, habían roto formalmente los vínculos que
unían a estos países con España pero no habían tenido
la virtud de promover la organización constitucional de
las nuevas naciones. El desorden y la anarquía se exten-
dían sin remedio en el Río de la Plata.
Después del éxito inicial de Chacabuco, consolidado
con la brillante victoria de Maipú, San Martín hubo de
meditar sobre su situación personal en la emergencia.
Decidido a no mezclarse en la lucha de los partidos,
como ya lo había demostrado con su alejamiento de Bue-
nos Aires, se aferró tenazmente al propósito de cumplir
la alta misión que se había propuesto al venir a América,
-declarar y afianzar la independencia de los países ame-
ricanos-, casi sin esperanza de que la independencia
fuese el verdadero medio para lograr la implantación de
UI} régimen de vida liberal y de orden dentro de ellos.
El 7 de setiembre de 1816, antes de salir de Mendoza,
había escrito una conmovedora carta al Comodoro Bowles
sobre la desorganización y la anarquía, recientemente
publicada por el profesor Piccirilli, en la que textual-
mente dice que no le queda otro consuelo que trabajar
cuanto esté a su alcance en beneficio del suelo que le
había dado el ser, encomendando a la Providencia sus
resultados. Ya en Chile comenzó a actuar cada vez más
independientemente y a tomar sus propias medidas sin
consultar al gobierno de Buenos Aires, como lo señala
Bowles. La situación culminó el 21 de junio de 1819, fe-
cha en la que San Martín envió desde Mendoza al Direc-
tor Rondeau su renuncia a la jefatura del Ejército de
los Andes, que antes he citado, cuya segunda parte es
tan significativa como la primera. Después de señalar
que él pudo haber empleado sus servicios en cualquiera
de los puntos que se hallaban insurreccionados en Amé-

-30-
rica, hace notar discretamente que prefirió venir a su
país nativo -pudiendo no haberlo hecho, desde luego-
y agrega que en la Argentina ha hecho todo cuanto estu-
vo a su alcance. Solicita finalmente permiso para pasar
a prestar sus servicios al Estado de Chile, del que es
Brigadier, cuya causa está identificada con la de las
Provincias Unidas, de donde sus esfuerzos podrán favo-
recer a ambos estados.
Esta renuncia de San Martín anticipa su decisión de
continuar prestando sus servicios exclusivamente en el
ejército de Chile. Fue escrita en medio de la confusa si-
tuación producida por las órdenes y contra órdenes rela-
tivas al proyectado repaso del Ejército de los Andes. La
situación hizo crisis cuando en noviembre y diciembre
de 1819, el Director Rondeau dio la orden a San Martín
de bajar con el Ejército no ya para combatir contra la
anunciada expedición española sino para salvar la exis-
tencia misma de las Provincias Unidas. Casi simultánea-
mente recibió San Martín la noticia de la sublevación
del Ejército del Norte y la prisión del general Belgrano.
La sublevación de Arequito, la batalla de Cepeda, la caída
de Rondeau y la disolución del Congreso Nacional no se
hicieron esperar. San Martín resolvió entonces la situa-
ción en forma tajante. Lo que se ha llamado la desobe-
diencia fue mucho más que eso; fue el primer paso d.:
la separación definitiva del general San Martín y de los
jefes y oficiales del Ejército de los Andes de todo víncu-
lo o subordinación con el gobierno que pudiese consti-
tuirse en Buenos Aires. Las instrucciones de San Martín
y el Acta de.Rancagua (26 de marzo y 2 de abril de 1820)
no dejan la menor duda al respecto.
Tanto San Martín como sus jefes y oficiales dejaron
de pertenecer al ejército argentino. La bandera del Ejér-
cito de los Andes fue entregada para su custodia en Chi-
le al Brigadier O'Higgins. Pero San Martín no se olvidó
de sus camaradas de armas que quedaron separados de
todo escalafón militar. En el momento de salir la Expe-

-31-
dición Libertadora hacia el Perú todos fueron incorpo-
rados al ejército chileno con el grado que les corres-
pondía.
No hay que tener temor en afirmar y reconocer este
hecho que no disminuye en lo más mínimo la grandeza
del acontecimiento histórico en cuanto a nuestro país
concierne. El conocimiento verdadero de los 11echos, tal
como verdaderamente acontecieron, es el mejor camino
para apreciarlos en sus dimensiones humanas, que son
las que interesan. Con la separación de San Martín del
ejército argentino y su exclusiva subordinaeión al ejér-
cito chileno, una nueva etapa se abrió en su carrera pre-
destinada. Como lo había hecho en Mendoza cuando se
consagró a la organización del ejército que debía libertar
a Chile, lo hizo en Chile para organizar el ejército que
debía libertar el Perú. No hay duda de que el Ejército
Libertador del Perú se constituyó con el esfuerzo -hom-
bres y dinero- de Chile en primer término. Enarboló
bandera chilena por decisión del propio San Martín. Y se
embarcó en Valparaíso para iniciar la etapa final de la
gran empresa. El ejército estuvo, desde luego, integrado
por muchos jefes, oficiales y soldad.os argentinos que
llevaron los nombres de los regimientos tradicionales de
la patria hasta los mares y montañas más recónditas del
continente para servir a la causa de la independencia
americana. Esta contribución argentina, generosa y des-
}nteresada, no podrá ser disminuida jamás en su valor
histórico y humano, pero no debe de ninguna manera ser
tergiversada, atribuyéndole un alcance distinto del que
tuvo. La actitud firme y decidida de los militares argen-
tinos que bajo pabellón chileno acompañaron y siguieron
a San Martín en su épica empresa fue heroica en sí mis-
ma. No se necesita recurrir a deformación alguna para
enaltecer su esfuerzo y honrar su memoria.
Cuando San Martín salió de Chile para el Perú com-
prendió que no volvería más a la Argentina. El desarro-
llo de los sucesos, el azar de las circunstancias que le

-32-
SAN MARTIN Y AGUADO
Oleo sobre tela, firmado. "M" [Madou]
Propiedad del doctor Bonifacio del Carril
habían hecho salir de Buenos Aires apenas dos años des-
pués de su llegada a América y que le habían impulsado
a vivir en Mendoza los tres años subsiguientes, consagra-
do por entero a la tarea de preparar el Ejército de los
Andes, las desgraciadas alternativas que le habían obli-
gado a romper luego toda vinculación con el gobierno
de Buenos Aires y a separarse de las filas de su ejército,
el estado de anarquía en que seguía sumido nuestro país,
no pudieron sino dolerle profundamente. El 16 de junio
de 1820 escribió a Godoy Cruz desde Santiago: "Mi que-
rido amigo. . . Pasado mañana sigo para Valparaíso,
para embarcarme a las costas del Perú . . . Bien sea la
suerte próspera o adversa, mi amigo, me despido de us-
ted para siempre, pues he tomado la firme resolución de
abandonar mi país. Si soy feliz en la empresa, como lo
espero, me quedará el consuelo de dejar a la patria sin
enemigos exteriores, y de haber hecho en su favor cuanto
ha estado a mis alcances por su felicidad." Y el día 22
de julio, ya desde Valparaíso, en la proclama a los
habitantes del Río de la Plata, dirigió un claro y firme
mensaje de despedida a sus compatriotas, que todos los
argentinos deberían conocer de memoria, y que es un pe-
netrante análisis de las causas de nuestra anarquía polí-
tica y una justificación de la actitud de San· Martín y
de su decisión de abandonar el país.
En el Perú San Martín estuvo exactamente dos años,
desde setiembre de 1820 hasta el mismo mes de 1822.
Muy poco tiempo después de la llegada del Ejército Li-
bertador el virrey Pezuela le invitó a celebrar negocia-
ciones tendientes a obtener una solución pacífica de sus
diferencias. San Martín aceptó de buen grado. A primera
vista podrá sorprender esta actitud poco bélica del ven-
cedor de Maipú. Es, sin embargo, consecuente con el ín-
timo propósito que inspiró toda su actuación militar y
política en América. Por lo demás, ¿qué pudo proponer
San Martín a Pezuela? Pues la ejecución del plan inicial
de la revolución americana fijado inequívocamente, como

-34-
lo he dicho, desde el 25 de Mayo de 1810. América para
los americanos, o sea, reconocimiento total, absoluto, de
la independencia americana y del derecho de los ameri-
canos de gobernarse a sí mismos, lo que no incluía ni
excluía ninguna fórmula de conciliación con España.
San Martín lo planteó así en Miraflores, y luego en
Punchauca cuando las negociaciones se reanudaron con
el nuevo virrey La Serna, después de la llegada del Comi-
sionado Regio don Manuel Abreu.
Es sumamente importante comprender la posición
política y espiritual de San Martín en este momento cul-
minante de su difícil carrera. Aquel militar español que
había salido de Cádiz en 1811, ante la inminencia del
derrumbe final de la Península, dispuesto a luchar en
América contra el gobierno tiránico que la había oprimi-
do -uso sus propias palabras- y que había preferido
dirigirse a Buenos Aires por ser el lugar de su nacimien-
to, lugar en el que intentó implantar en el año 1813 las
leyes liberales sancionadas por las Cortes de Cádiz; aquel
militar español que, identificado con la causa de la inde-
pendencia americana, sin duda como medio indispensable
para asegurar el triunfo del liberalismo en los países
hispánicos de ambos mundos, había promovido la decla-
ración de la independencia argentina, había dado libertad
y proclamado la independencia de Chile, y había llegado
con el Ejército Libertador hasta las puertas de la capi-
tal del Perú, al enfrentarse con la más alta autoridad
representativa del Rey de España, todavía subsistente en
América, no podía sino examinar, como lo hizo, lo ocu-
rrido durante los diez largos años que habían transcurri-
do desde su partida para la gran empresa. Indudable-
mente la independencia de los países americanos era un
hecho que ningún poder humano podía ya detener ni evi-
tar. Pero, ¿la libertad? La primera experiencia de San
Martín en su país natal había sido bien amarga. Hasta
Maipú, esto es, hasta 1818, las contingencias pudieron
haberse considerado propias de un país nuevo, violenta-

-35-
mente enfrentado con la necesidad de darse una organi-
zación política que jamás había tenido, en medio del
mare mágnum confuso de la lucha de intereses y ambi-
ciom-s. Pero 1820 había sido el caos.
En Chile había quedado O'Higgins sobre el tembla-
dera} político que habría de provocar en poco tiempo
más su caída. Perú era el término de la acción militar
de San Martín, y quizá de su c;:i.rrera. Antes de salir de
Chile haba escrito a Guido: " ... mi partido está tomado.
Voy a hacer el último esfuerzo en beneficio de América.
Si este no puede realizarse por la continuación de los
desórdenes y anarquía, abandonaré el país, pues mi alma
no tiene temple suficiente para presenciar su ruina"
(3 de enero de 1820). Tenía ahora ante sí al alter ego de
su antiguo Rey, en un momento excepcional de. la vida
política española. Después del pronunciamiento de Riego,
Fernando habíase decidido finalmente a buscar fórmulas
de conciliación con las colonias insurrectas de América.
El Comisionado Regio destinado al Perú se había entre-
vistado con San Martín en Huaum antes de tomar con-
tacto siquiera con el virrey de Lima. Su primera carta
había sido singularmente afectuosa. Contenía un oportu-
no recuerdo de la madre y la hermana del prócer a quie-
nes Abreu había tratado en Málaga.
San Martín mantuvo en Punchauca un punto de par-
tida irreductible. La independencia del Perú, y también
las de Chile y de las Provincias Unidas, tenían que ser
reconocidas. Pero la independencia no fue jamás para
San Martín un fin en sí mismo. El vino a América para im-
plantar la libertad y el liberalismo. Libertad no es anar-
quía sino todo lo contrario, orden y jerarquía. Es inútil
discutir sobre el monarquismo de San Martín. Su libera-
lismo fue naturalmente republicano. San Martín fue de-
cidido partidario de ir.:iplantar monarquías en América
precisamente como el único medio que el creyó factible
de asegurar el orden indispensable para evitar el caos y vi-
vir la libertad. Si ésta, con harto fundamento, fue una con-

- 36 --'-
viccion firmemente arraigada en su espíritu, fue una
obstinada decisión cuando llegó al Perú. Las sombras de
Alvear y de Carrera, del caudillismo indómito y tenaz,
estaban demasiado vivas y presentes. Frente a la amable
acogida del Comisionado del Rey, San Martín no dudó
un instante. Su fórmula de avenimiento fue netamente
española; la síntesis de toda su trayectoria política y
militar, peninsular y americana. Propuso proclamar la
independencia del Perú, concluir definitivamente la gue-
rra y establecer una monarquía constitucional con un
Príncipe español en el trono. Repetida la solución de San
Martín en los demás países americanos, España pudo ha-
ber formado entonces el commonwealth de la idea inicial
de La Gazeta.
El procedimiento práctico sugerido por San Martín
para llevar a cabo su proposición fue indudablemente
sorprendente. Para concluir con la guerra, observó sa-
gazmente, no era el caso de establecer un armisticio pro-
longado como lo pedían los españoles con los dos ejér-
citos frente a frente. Era necesario confundir y unir los
dos ejércitos, el realista de La Serna y el Libertador que
él comandaba en un solo y único ejército que ofreció po-
ner a las órdenes del virrey. Para gobernar al país mien-
tras el Príncipe reinante fuese elegido, se organizaría un
gobierno presidido por el virrey e integrado por dos
miembros designados uno por el mismo La · Serna y el
otro por San Martín. Y para obtener que el gobierno de
la Península aceptase la solución, San Martín estaba dis-
puesto a volver a España para explicar personalmente
su sentido y significado.
En la respuesta a las preguntas del general Miller
formulada;-; en su carta de fecha 9 de abril de 1827, o
sea, seis años después de los sucesos, el general San
Martín afirma que conocía a fondo la política del gabi-
nete de Marlrid y que estaba bien persuadido de que no
aprobaría jamás ese tratado. Pero es indudable que si
las proposiciones de Punchauca hubiesen sido aceptadas

-37-
en Lima, los hechos habrían quedado consumados. como
en definitiva San Martín lo reconoce. Evidentemente la
misión americana de San Martín habría concluido con
el más completo de los éxitos. Sea de ello lo que fuere,
io importante no es tanto lo que hizo sino lo que dijo
San Martín en la emergencia, porque según la versión
recogida p0r el general Guido, pronunció entonces unas
hermosísimas palabras, que son un resumen descriptivo
de toda su actuación en América, de las causas que la im-
pulsaron y las ideas que la inspiraron, cuyo sentido es
claro e intergiversable.
"General --dijo San Martín al general La Serna-,
considero este día como uno de los más felices de mi vida.
He venido al Perú desde las márgenes del Plata, no a
derramar sangre sino a fundar la libertad y los derechos
de que la misma metrópoli ha hecho alarde, al procla-
mar la Constitución del año 12, que V. E. y sus generales
defendieron. Los liberales del mundo son hermanos en
todas partes, y si en España se ha abjurado después esa
constitución, volviendo al régimen antiguo, no es de su-
ponerse que sus primeros cabos en América, que acepta-
ron ante el mundo el honroso compromiso de sostenerla,
abandonen sus :nllás íntimas convicciones, renunciando a
elevadas ideas y a la noble aspiración de preparar en este
vasto hemisferio, un asilo seguro para sus compañeros
de creencias. Los comisarios de V. E. entendiéndose leal-
mente con los míos han arribado a convenir en que la
independencia del Perú, no es inconciliable con los más
grandes intereses de España. y que al ceder a la opinión
declarada de los pueblos de América contra toda domi-
nación extraña, harían a su patria un señalado servicio,
si fraternizando con un sentimiento indomable, evitan
una guerra inútil y abren las puertas a una reconcilia-
ción decorosa. Pasó ya el tiempo en que el sistema colo-
nial pueda ser sostenido por la España. Sus ejércitos se
batirán con la bravura tradicional de su brillante histo-
ria milita:c. Pero los bravos que V. E. manda, comprenden

-38-
que &.unque pudiera prolongarse la contienda, el éxito no
puede ser dudoso para millones de hombres resueltos a
ser iiideptndientes; y que servirán mejor a la humanidad
y a su país, si en vez de ventajas efímeras pueden ofre-
cerle emporfos de comercio, relaciones fecundas y la con-
cordia pennanente entre hombres de la misma raza, que
hablan la misma lengua, y sienten con igual entusiasmo
el generoso deseo de ser libres. No quiero, general, que
mi palabra. sola y la lealtad de mis soldados sea la única
prenda d·~ nuestras rectas intenciones. La garantía de lo
que se pacta.re, la fío a vuestra noble hidalguía. Si V. E.
~e presta a la cesación de una lucha estéril y enlaza sus
pabellones con los nuestros, para proclamar la indepen-
dencia del Perú, se constituirá un gobierno provisional
presidido por V. E. compuesto de dos miembros más, de
los cuales V. E. nombrará el uno y yo el otro; los ejér-
citos se abrri.zarán sobre el campo; V. E. responderá de
E.u honor y de su disciplina y yo marcharé a la Península
R.i necesario fuere a manifestar el alcance de esta alta
resolución, dejando a salvo en todo caso hasta los últi-
mos ápices de la honra militar, y demostrando los bene-
ficios para la misma España de un sistema que, en
armonía con los intereses dinásticos de la casa reinante,
fuese conciliable con el voto fundamental de la América
independiente."
Todo estaba dicho con claridad meridiana. La acción
militar desarrollada por San Martín no tenía por objeto
derramar sangre sino fundar la libertad y los derechos
establecidcs por las Cortes de Cádiz que los propios ge-
nerales españoles habían sostenido. Si Fernando VII ha-
hía abjurado de esa constitución y retornado al absolu-
tismo, no podía pretenderse que quienes habían venido
a Améric:,. para establecer las primeras extensiones del
régimen liberal de 1812 -sin duda, San Martín y sus
compañeros de la George Canning-, aceptando ante el
mundo el honroso compromiso de sostenerlas, abandona-
sen sus más íntinias convicciones, y la noble aspiración

-39-
de prepare.r en este vasto hemisferio un asilo seguro
para sus compañeros de creencias, porque los liberales
del mundc. dijo enfáticamente San Martín, son hermanos
en todas partes. Lo demás se explica por sí mismo, in-
cluso el homEOnaje a la bravura tradicional y a la brillante
historia del ejército español.
Esa tarde, refiere Guido, se sirvió una mesa frugal
a la que a~istieron ambos caudillos, San Martín y La
Serna, quienes a juzgar por su radiante alegría habían
completamente olvidado su rivalidad y las distintas ru-
tas a que les empujaba la fortuna. Los brindis fueron
igualmente significativos. El virrey brindó por el feliz
éxito de la· reunión en Punchauca; San Martín, por la
prosperidad de España y por la de América. Después se
propusieron otros brindis alusivos al restablecimiento de
la unión y fraternidad entre los españoles, europeos y
americanos, dice García Camba. En un intervalo, agrega
Guido, San Martín me llamó aparte y me abrazó con
calor.
No ha de creerse, sin embargo, que la actitud de
San Martín en Punchauca haya sido accidental o impro-
visada, ni siquiera fruto de un estado emocional. Muy
por el contrario, fue la prueba de una convicción medi-
tada y de una decisión firme que entonces tuvo en cuan-
to a la actitud que a él correspondía para dar fin a su
misión en América. El distinguido historiador Ricardo
Levene ha publicado facsimilarmente la última corres-
pondencia entre San Martín y José de la Riva Agüero
del año 1823 que arroja clara y definitiva luz sobre la
cuestión.
El mismo día en que salió para Guayaquil San Mar-
tín insistió ante el virrey La Serna en su deseo de llegar
a una c01Jciliación final con España. Diez días después
de la memorable entrevista con Bolívar, antes de salir
del Perú, renovó su proposición. En el momento de su
retiro definitivo insistió ante el Congreso en recomendar
la prontísima remisión de un diputado a España para

-40-
negociar el reconocimiento de la independencia. Final-
mente escribió a su hermano Justo Rufino, primer ofi-
cial entonces de la Secretaría de Guerra en Madrid. En
la carta que publica Levene, fechada en Mendoza el 7
de mayo de 1823, San Martín transcribe la respuesta de
Justo Rufino que encarece la urgencia con que debe ser
enviado el diputado y, una vez más -será la última-,
dos años después de Punchauca y casi un año después
de haberse retirado de Lima, San Martín vuelve a ofre-
cerse a ir personalmente a España con esa misión. Es
interesante señalar que Justo Rufino agrega: "Pepe So-
yer me encarga te diga es de la misma opinión", o sea,
que Justo Rufino San Martín no es la única persona con
quien el general consultó en la Secretaría de Guerra de
Madrid acerca de la conveniencia de entablar la negocia-
ción final.
Señoras y Señores:
Cuando San Martín, encontrándose de regreso en
Mendoza, rompió definitivamente todo vínculo con las
facciones políticas ·peruanas después de su violento repu-.
dio al intrigante Riva Agüero, debió necesariamente hacer
un serio examen de su situación. Este fue el momento
en que tuvo conciencia de que el problema básico de su
nacionalidad debía ser resuelto. Español había dejado de
serlo definitivamente. El impulso de su propia trayecto-
ria y la naturaleza de la carrera militar que había des-
arrollado le habían alejado en forma irrevocable de su
país de origen. Punchauca había sido apenas una ilusión,
rápidamente desvanecida. El curso inexorable de los
acontecimientos le había obligado a consumar su triun-
fo y su holocausto. San Martín no habría de volver ja-
más a España. Pero tampoco podía ser un apátrida.
¡Cómo habrá analizado San Martín este problema!, él
que nada dejaba librado a la improvisación. Lo cierto es
que en Mendoza comprendió que era irrevocablemente
argentino, y decidió serlo, hecho muchísimo más impor-
tante para nosotros, porque fue consciente y meditado,

-41-
que su accidental nacimiento en Yapeyú. Por eso y por
lo que se verá en seguida, San Martín es y seguírá siendo
héroe argentino, mucho más que héroe o prócer chileno
o peruano a pesar de que en Chile y en el Perú cumplió
la parte más trascendental de su acción.
Resolvió entonces ausentarse a Europa pero con el
firme propósito de volver a Buenos Aires en un plazo de
dos años. En Bruselas, al cabo de dos años, su deseo
de volver llegó a hacerse angustioso, cada vez más an-
gustioso. El viaje de José Matorras tronchó para siem-
pre la posibilidad, y lo que debió ser un alejamiento tem-
porario se transformó en el exilio definitivo.
No voy a seguir a San Martín en todos los pasos de
su prolongado ostracismo, de su dramática soledad. Sólo
diré que durante los veintiséis años que duró este último
apartamiento de su patria, el sentimiento argentino de
San Martín fue calando cada vez más hondo, haciéndose
más firme y arraigado. Lo demostró una y mil veces,
en ocasiones bien conocidas, que no es del caso enume-
rar aquí. Y cuando llegó el momento de la travesía final,
l'orage qui mene au port, San Martín había redactado
su testamento en el que refirmó su profunda fe de ar-
gentino. No fue sólo la cláusula según la cual el sable
que le había acompañado en la guerra de la independen-
cia americana fue legado a Rosas, dejando claramente
establecido, por cierto, que lo hacía como una prueba de
ia satisfacción que como argentino había tenido al ver
la firmeza con que había sostendio el honor de la Repú-
blica contra las injustas pretensiones de los extranjeros
que trataron de humillarla. Fue la otra cláusula, tan senci-
lla y hermosa, en la que dispuso que no se le hiciese nin-
gún género de funeral y en la que se limitó a expresar el
deseo, nada más que el deseo, de que su corazón fuese
depositado en Buenos Aires.
En el día de mañana habrán transcurrido ciento diez
años desde la fecha memorable en que don José de San
Martín, el gran Capitán de los Andes, entregó su espíritu

~42-
a Dios. De militar español a argentino de corazón. De
militar español revolucionario a padre de la independen-
cia argentina y americana. ¡Qué gran destino el suyo!
;Cómo crece su figura cuando se la contempla en su real
proyección humana, sin exageración, sin hipérbole! San
Martín fue un gran militar y un gran político; un .gran
militar en los campos de batalla y fuera de ellos; un gran
político que supo elevarse sobre su propia debilidad hu-
mana, y tuvo siempre una visión ecuménica, universal de
su tarea. En las famosas máximas para la educación de
su hija escribió que debe tenerse amor a la verdad y
odio a la mentira. No ya por odio a la mentira que siem-
pre se desvanece por sí sola, sino por amor a la verdad,
acendrado amor a la verdad, he compuesto estas breves
notas sobre San Martín hombre, político y militar, que
dedico modestamente a su memoria.

BONIF ACIO DEL CARRIL

Nota: El texto precedente corresponde a la conferencia tal como


fue leida por el Dr. del Carril. En otra oportunidad el autor
publicará la totalidad de su trabajo y las notas correspon-
dientes.

-43-
PUBLICACIONES
. DEL MUSEO HISTORICO NACIONAL

CONFERENCIAS

1 -1935 - Homenaje al Libertador José de San Martín.


Ricardo Levene: SAN MARTIN SINTESIS DE LA
HISTORIA ARGENTINA. Federico Santa Coloma
Brandsen: EL MUSEO HISTORICO NACIONAL
E INAUGURACION DE LAS NUEVAS SALAS.-
Buenos Aires. - 34 pp.

11 - 1935 - Ricardo Levene. SINTESIS SOBRE LA REVOLU-


CION DE MAYO. - Buenos Aires, 1935. - 28 pp.

111 -1936 - Gustavo Franceschi. SINTESIS BIOGRAFICA DE


FRAY .JUSTO SANTA MARIA DE ORO. - Buenos
Aires, 1936. - 8 pp.

IV -1939 - CINCUENTENARIO DEL MUSEO. Homenaje a su


fundador Adolfo P. Carranza.
Discurso del Dr. Ricardo LEwene.
Palabras de los doctores Ramón J. Cárcano y Adol-
fo F. Orma.
Discurso del Sr. Antonio Apraiz. - Buenos Aires,
1939. - 32 pp.

RERIE ll

VI -1940 - Benjamín Villegas Basavilbaso. SIGNIFICACION


MORAL DEL TESTAMENTO DE SAN MARTIN.
- Buenos Aires, 1942. - 32 pp.

VII -1941- Emilio Ravignani. NUEVAS APORTACIONES SO-


BRE SAN MARTIN LIBERTADOR DEL PERU.
- Buenos Aires, 1942. - 32 pp.

VIII -1942 - J. C. Raffo de la Reta. FILOSOFIA SANMARTI-


NIANA. El Deber, como Causa Determinante de
su acción. - Buenos Aires, 1942. - 39 pp.

IX - 1943' - Juan Pablo Echagüe. LA ULTIMA LECCION DE


SAN MARTIN. - Buenos Aires. - 42 pp.

X -1944 - Mario Belgrano. SAN MARTIN Y BELGRANO.


- Buenos Aires, 1945. - 36 pp.

-45-
Xl-1945-Héctor R. Ratto. ASPECTOS NAVALES DE LA
ESTRATEGIA DEL LIBERTADOR. - Buenos Ai-
res, 1947. - 37 pp.

XII - 1948 - Eduardo Acevedo Díaz. EL PASO DE LOS ANDES


CAMINO A TRAVES DE CUATRO CORDILLE·
RAS. - Buenos Aires, 1948. - 60 pp.

XIII - 1956 - Ricardo R. Caillet-Bois. SAN MARTIN Y EL


EJERCITO DEL NORTE. - Buenos Aires, 1956. -
33 pp.

XIV -1957 - Raúl A. Molina. SAN MARTIN EN BUENOS


AIRES HASTA EL COMBATE DE SAN LOREN-
ZO. - Buenos Aires, 1957. - 36 pp.

XV -1958 - Carlos M. Gelly y Obes. GENERAL INDALECIO


CHENAUT. 1808 - 21 de mayo - 1958. - Buenos
Aires, 1958. - 54 pp.

XVI - 1958 - Ricardo Piccirilli. SAN MARTIN Y LA LOGIA


LAUTARO. - Buenos Aires, 1958. - 40 pp.

XVII-1959-0scar E. Carbone. EL PATRIMONIO DE SAN


MARTIN. - Buenos Aires, 1960. - 40 pp.
Este foZZeto se
terminó de imprimir en
Za primera quincena de marzo
de 1961, en Zos TaZZeres Gráficos del
Ministerio de Educación 'JI Justicia,
calle Directorio 1801,
Capital Federal
M.deE.yJ.-T.Gráf .-Añol9bl-T .3.000-M

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