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MUSEO HISTORICO NACIONAL

SERIE 11 NQ XIV

San Martín
en Buenos Aires hasta
el combate de San Lorenzo

Conferencia pronunciada el 16 de Agosto de 1957


por e I Doctor

Dn. Raúl A. Malina

MINISTERIO DE EDUCACION Y JUSTICIA


D:recc:ón General de Cultura
Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos

l 9 5 7
San Martín
en Buenos Aires hasta
el combate de San Lorenzo
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MUSEO HISTORICO NACIONAL
SERIE 11 N• XIV

San Martín
en Buenos Aires hasta
el combate de San Lorenzo

Conferencia pronunciada el 16 de Agosto de 1957


por el Doctor

Dn. Raúl A. Malina

MINISTERIO DE
D:recc:ón

EDUCACION Y JUSTICIA
General de Cultura
Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos

l 9 5 7
GENERAL JOSE DE SAN MARTIN
Oleo por José Gil de Castro, Chile 1818
PALABRAS DE APERTURA DEL ACTO DEL DIRECTOR DEL
MUSEO HISTORICO NACIONAL, Capitán de Navío Cont. Don
HUMBERTO F. BURZIO

H ACE pocos días se ha cumplido el centenario del na-


cimiento del fundador del Museo Histórico Nacional)
Dr. don Adolfo P. Carranza. Con perseverancia y tenaz
esfuerzo patriótico) que es difícil valorar a las generacio-
nes del presente) creó de la nada esta casa de las glorias
nacionales. Durante veinticinco años fué su director y poco
a poco, como se hacen las grandes obras, con esfuerzo ex-
clusivamente personal) fué recuperando del olvido y sal-
vando de la destrucción, preciadas reliquias del período
hispánico, de las guerras de la Independencia, Brasi'l, Con-
federación y de la Orgnización Nacional; asesoró a. los
poderes públicos, fundó y dirigió la revista del Museo y
gestionó de particulares la donación de objetos de carác-
ter histórico. Debido a sus empeños consiguió de la nieta
de San Martín) doña Josefa Balcarce y San Martín de
Gutiérrez Estrada, la cesión de los objetos de pertenen-
cia del Libertador, entre los que se encontraba el dormi-
torio, que venía acompañado del plano de su distribución,,
que puede observarse en el Museo. Propicia es hoy la opor-
tunidad de evocar su magnifica obra patriótica, de intensa
vibración sanmartiniana, que ha permitido reconstruir mu-
seográficamente la epopeya. del inmortal Capitán de Amé-
rica.
La dirección del Museo Histórico Nacional y su per-
sonai rinden respetuoso homenaje a su creador en el año
centenario de su nacimiento, rogando al público presente
quiera ponerse de pie en admirativo recuerdo a su ejem-
plar vida de auténtico patriota.
El Museo Histórico Nacional y el Instituto Nacional
Sanmartiniano, unen este año su homenaje al Libertador

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al cumplirse un nuevo aniversario de su entrada al panteó;i
ilustre de los héroes de la República, de quien, uno de sus
biógrafos trasandinos, don Benjamín Vicuña Mackenna,
lo proclamara el más grande criollo del Nuevo Mundo.
El Instituto Nacional Sanmartiniano se hace también
presente en este acto, en la persona de su prestigioso pre-
sidente, el general de brigada don Ernesto Florit, designa-
do para tan honorífico cargo por el gobierno provisional
de la, Nación, que ha tenido en cuenta para tal nombra-
miento, no sólo su brillante foja de servicios e¡i el Ejército,
sino también, su eminente espíritu sanmartiniano.
El ambiente de esta casa, que impregna el alma de
emoción de patria y donde la vista no tiene reposo en con-
templar las glorias de un pasado que es deber preservar
y mantener perenne su recuerdo, es el más adecuado como
lugar para rendirlo, por contener los más auténticos re-
cuerdos sanmartinianos, que marcan los hitos de la gesta,
jalones que se iban clavando en las llanuras y en las rocas
andinas o aboyando el mar de Balboa, a medida que la
marcha de los valientes afianzaban con sus penurias y ha-
zmias, desde el estrecho campo de San Lorenzo a las faldas
del volcán Pichincha, sobre la línea del Ecuador, la ideo,
imbatible de la libertad.
Ahí está su sable corvo -que es el símbolo de la Inde-
pendencia- famoso acero que lo envainó con honor en
un acto de renunciamiento del que pocos ejemplos muestra
la historia universal; su casa.ca de la alta investidura de
Protector del Perú, su famoso ª/alucho", sus condecora-
ciones de Baylén a la Orden del Sol, sn efigie de rasgos
marciales pintada por Gil de Castro, los uniformes y con-
decoraciones de sus abnegados oompañeros de glorias, sus
objetos de uso personal -criollos algunos como las espue-
las, chifle, yesquero y poncho peruano- las banderas rea-
listas conquistadas en los campos de batalle, para llegar
al dormitorio de su hogar en Boulogne sur Mer, donde el
17 de agosto de 1850, entrara a la historia y a la inmor-
talidad por ancho y laureado portal.

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Estos objetos pierden su esencia material al consubs-
tanciarlos con la historia de la que han sido mudos testi-
gos, se elevan a la esfera de lo infinito, combinación i.Zertl
de cielo y tierra, de espíritu y materia, que hace generar el
sentimiento de patria en la más pura de sus acepciones.
El presidente de la Academia Nacional de la Historia,
que honra el estrado de este patriót:co homenaje, .iusto es
recordarlo al encontrarse presente, es el autor de la inicia-
tiva de honrar anualmente la memoria del Libertador en
el Museo Histórico Nacional, al cumplirse cCTda aniversario
de su fallecimiento. Siendo presidente de la Comisión Na-
cional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos, en
la sesión del 16 de agosto de 1939, fundó el plausible pro-
yecto en el hecho de que el Museo Histórico Nacional de-
bía tene;r como héroe representativo al general San Mar-
tín por las valiosas reliquias que posee y que, en el día
consagrado al Libertador, dicha insNtución debía realizar
un acto público.
Desde entonces, todos los años han ocupado la tribuna
especialmente levantada, prestigiosos historiadores e in-
vestigadores, que han dado a conocer en eruditas disPl'ta-
ciones, aspectos de la vida militar y ciudadana riel prulrc de
la patria, inaugurando la serie, en 1940, el Dr. Benjamín
Villegas Basav'ilbaso con el tema ((Significación moral del
testamento de San Martín". Esta divulgación histórila
sanmartiniana, quedó interrumpida durante los últimos
años de la aciaga segunda dictadura, seguramente porque
los temas que recuerdan la libertad nu.nca han sido del
agrado de los mandones. Recobro.da la República de su
asfixia moral, volvió el año pasado a reanudarse tan sa-
ludable como patriótica recordación con la conferencia
del prestigiosó historiador e investigador, profesor don Ri-
cardo Caillet Bois, que disertó sobre "San Martín y el
Ejército del Norte".
La jerarquía de esta tribuna se ve realzada este año
con la presencia del Dr. Raúl A. Molina, académico de

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número de la Academia Nacional de la Historia, que ha-
blará sobre "San Martín en Buenos Aires hasta el comba-
te de Son Lorenzo" pero antes debo, como deber ritual,
hacer su presentación, innecesaria en este caso por ser su
personalidad en el campo de las investigaC'iones históri-
cas ampliamente conocida en nuestro país, América y
España.
El Dr. :ll'Iolina es un historiador nato, de los que escri-
ben historia basada en el examen crítico del documento,
aplicando principios de rigurosa heurística.
No es de los que la escriben literariamente, o 1;':,c.for
dicho, novelada, es decir, haciendo trabajar a la imagi-
nación en grado superior a la crítica, método que es el
mejor para errar en la verdad histórica y no tener derecho
a: ocupar un sitial de juez en el tribunal de la posteridad.
Respetando los severos cánones que impone la disci-
plina de la investigación, ha escrito obras medulares de
obligada consulta. Basta recordar, "Hernandarias, El hif)
de la tierra", que mereciera el premio nacional de la, liis-
toria, "Los primeros médicos de Buenos Aires", "Misio-
nes argentinas en archivos europeos", "Don Diego Ro-
dríguez de Valdez y de la Banda", "Fray Martín Ignacio
de Loyola" e infin~dad de artículos y rnonografías sobre
historia económica, política, militar y de derecho in-
diano.
Ultimamente, en unión de otro erudito investigador,
el R. P. Guillermo Furlong, ha develado el misterio que
se cernía sobre el primitivo asiento de fa fundación de
Garay, Santa Fe la Vieja, que fundada en 15'·n .• su tms-
muta. al actual emplazamiento fué realizada hacia 1660.
La tierra que cubrió la antigua fundación borró durante
s:.glos todo vestigio de los cimiento<; del pri,mitivo pobla-
do, triunfando, en la polémica entablada sobre cuál era
el exacto lugar que la asentara Garay en .su f amosn expe-
dfoión para "abrir puertas a la tierrn".

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Son numerosas las instituciones de historia del paí.s
y del exterior que lo han incorporado a su seno en premia
justo a su encomiable labor científica. Nuestra .Academia
Nacional de la Historia lo cuenta entre sus miemb~·os de
número, como también, el Instituto Argentino de llisto-
ria del Derecho. Es miembro correspondiente de otras
instituciones similares del país y en cuanto a Za3 del ex-
tranjero, citamos la Real Academia de la Historia <le Ma-
drid, Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, Instituto
Histórico y Geográfico del Uruguay, etc.
La cátedra universitaria lo tiene también al Dr. llfo-
lina y en el presente año ha sido designado por concurso,
profesor de historia argentina en la facultad de Filosofía
y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Desempeña
en la actualidad la dirección de la revista "Historio.:'', q:,¡,e
con sus ocho números editados, se ha acreditado corno nnct
de las más serias del país por la jerarquía de los artículos
publicados.
Tal es en muy breve síntesis los antecedentes cienti-
ficos de nuestro conferenciante, que nos hablará ahora ilt>
"San Martín en Buenos Aires hasta el combate de San L(l-
renzo" y al que complacido le cedo la palabra.

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SAN MARTIN EN BUENOS AIRES
HASTA EL COMBATE DE SAN LORENZO

Señoras y señores:
Tarea ardua la que emprendemos esta tarde, al ocu-
parnos de la ilustre vida del prócer, cuando solamente h
bibliografía hasta el año de 1920, llenaba extensamente
cinco tomos, publicados por Salas y, si sabemos, que desde
entonces y, luego, con motivo del centenario de su muerte
en 1950, pueden escribirse fácilmente otros diez tomos, si
se fuera a registrar, además del libro, los folletos y artícu-
los periodísticos.
Sin embargo, pese a la intensa búsqueda documental
realizada principalmente por Mitre, que tuvo entre sus ma-
nos el archivo personal del prócer y, de Pacífico Otero,
que dedicó su vida a registrar todos los archivos europeos
y no pocos americanos, a cada instante, en artículos pe-
riodísticos o en libros enjundiosos, aparecen nuevas noti-
cias de aquella vida noble, que si no alteran fundamental-
mente la vida conocida, rectifican no pocas verdades te-
nidas por definitivas.
r
Y, tan interesante es aún la investigación histórica
sobre el ilustre personaje, que bastaría apuntar que se ig-
nora la fecha exacta del día y del año de su nacimiento,
debido a la falta de su partida de bautismo, desaparecida
quizá, con la expedición portuguesa que arrasó el pueblo
de Yapeyú. Ha sido Otero, uno de los historiadores que
más trabajaron para aclarar las contradicciones que Pra-
dere apuntó, señalando la información de soltería del pró-
cer y otros documentos, haciendo una prolija investigación
documental para establecer, que aquella no pudo ser otra,
que el 25 de febrero de 1777.

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Tampoco ha podido rastrearse en su niñez y, de su ju-
ventud, son escasísimas las noticias que han podido cose-
charse, para mostrarnos algo de la vida íntima de sumo-
desto hogar.
Otero y más tarde Torre Reveno fueron a su vez, tam-
bién los primeros que arrimaron el mayor caudal de noti-
cias sobre la vida del Capitán Juan de San Martín, su pa-
dre, y de Da. Gregaria de Matorras, su madre, que el señor
Alfredo Villegas, completaría después.
De sus relaciones con Rivadavía, el prócer civil de la
Revolución, y el primer presidente Constitucional que tuvo
nuestro país, tan encontradas como estuvieron sus relacio-
nes con San Martín, recientemente se ha echado un rayo
de luz con la brillante conferencia pronunciada por el dis-
tinguido Académico de la Historia, Señor D. Ricardo Picci-
rilli, y, que, felizmente, ha de llevar al libro con el título,
de San Martín y la política de los Pueblos, que acaba de
dar a la imprenta, donde a la par, dará multitud de porme-
nores sobre su brillante actuación en Buenos Aires, Chile
y Perú, mostrando las ideas definitivas del prócer sobre
la política, como la otra, que pronunció antes de ayer, San
Martín y las amistades con los ingleses, en que puso de re-
lieve interesantísimas declaraciones. Y finalmente, para no
mencionar sino, a aquellos que más aportaron al conoci-
miento de su personalidad, el Dr. Ricardo Levene, con el
suyo, ((El genio político de San Martín", libro en el que
publica una carta reveladora de Guido, con noticias impor-
tantísimas sobre sus relaciones con la familia de Escalada.
Y el de Carlos Ibarguren que estudió el gran problema de
Guayaquil, el nudo gordiano de la vida política del prócer.
No dejaré de lado, por supuesto, otro libro, que es,
algo así, como el canto en prosa del héroe, del gran Rojas,
que se nos acaba de ir también a la eternidad, aquél que
nos ha dejado para siempre el gran bautismo que inmorta-
lizará al prócer, ese Santo de la Espada que nos hace soñar
con los grandes conductores de pueblos y que ha de vivir

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al lado del héroe, para cantar su gloria y honrar la me-
moria del que lo acunó.
No obstante, conocerse la urdimbre de la vigorosa per-
sonalidad en las manifestaciones sublimes de las armfü!
y de la política, todavía nos falta el libro que nos llegue
al alma, nos falta el San Martín íntimo, el San Martín de
las congojas y de las mil tribulaciones, cuando a la par de
jugar el destino de tres repúblicas hermanas, vivía en el
mundo de los hombres con todas las pasiones del ser hu-
mano y con todas las hesitaciones de su espíritu inquieto.
Su vida íntima. ¿Qué se sabe de la vida íntima de San
Martín? Nada. Pareciera, a veces, cuando se leen las
biografías máximas escritas por los hombres de mayor
talento en América, algunos de brillante y eximia pluma,
algo así, como la biografía de una estatua de mármol, a
la cual hubiérase querido dar el calor de una vida y la agi-
tación de un alma que le falta. Es la historia de un prócer
llevado a lo más alto de la montaña, más que para la en-
señanza, para la admiración de las edades futuras. Se ha
olvidado al hombre!
Agotado el adjetivo, se le ha vaciado en un molde de
bronce y, de la garganta de los oradores, sólo surgen los
sonidos graves del metal, con toda la sonoridad de ese
bronce que nos sobrecoge y aplasta con el peso de su pres-
tigio. Es algo así, como un Cristo Americano, milagro je
una época, que él solo llena con su nombre. ¡Bien lo mere-
ce, por su contextura moral! Y, ¡Bien lo merece, por los
tránsitos sublimes de su vida noble y sin tacha! Pero,
Cristo vivió y sufrió entre los hombres, como un hombre
y, los Santos de la Iglesia no hubieran subido las escalas
de lo sublime, ni su fama traspasado las fronteras de la
Historia, sino hubieran sido, por sobre todas las cosas,
¡Hombres! Hombres como nosotros, tentados y apasio-
nados, cuyas luchas contra el instinto hasta vencerlo,
transparentan la trama infinita que los aprisiona en su
rebeldía contra el pecado.

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Por eso quiero traeros esta tarde, un San Martín
hombre. Despojado del bronce y del mármol, con esa trama
infinita de las contradicciones, en su lucha terrible para
desprenderse de lo humano, en esas mil tentaciones del
Santo y en la tremenda lucha contra la pasión del mundo,
la terrible esfinge que aprisiona a los hombres hasta des-
truirlos y anonadarlos.
Esta terrible lucha debió comenzar cuando tuvo las
primeras noticias de la rebeldía americana y, fué tal vez
en Cádiz, al contemplar reunidas a las far:10sas Cortes en
esa ciudad, cuando debió sentir las pri~eras inquietu-
des de su destino, al oir aquellas ideas que trastorna-
ban a los hombres y que los hacía hablar como predestina-
dos en el mundo. Era todavía joven y mucho podía traba-
jar por su patria. Un grupo de amigos le acompañaba
y fué allí, donde oyó hablar por primera vez de los dere-
chos del pueblo, de la caducidad de la monarquía española,
de constituciones liberales destinadas para los gobiernos
organizados y, conoció también allí, a las grandes figuras
de los visionarios y de los renovadores. En Inglaterra de-
bió completar sus conocimientos, en el cauce sereno de la
democracia organizada en monarquía y allí debió plasmar
su cosmogonía política.
Pero, no obstante es indudable, que fué en Buenos
Aires, al recibir el contacto de su patria, cuando el tremen-
do drama espiritual debió conmover hasta las más íntimas
fibras de su espíritu. Y fué, aquel día, el 9 de marzo
de 1812.
Este año debió ser abundantemente rico en ocurren-
cias para la vida de San Martín, desde su entrevista cm:.
Rivadavia hasta que se inmortalizara con sus Granaderos
en San Lorenzo.
Siempre me preocupó este espacio de tiempo en la vi-
da de Buenos Aires, porque en él debió gestarse la evolu-
ción de todas las ideas engendradas en Mayo y, fué, preci-
samente en ese año, cuando vira el timón del Estado hacia

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el liberalismo descubierto, que desemboca en la Asamblea
del Año XIII. Para mí, fué en este año cuando se dá con-
tenido ideológico a la Semana de Mayo y, es a esta orienta-
ción, a la que se festeja hoy como dogma, entre los que
sostienen la libertad como supremo anhelo del espíritu
del hombre. Y para mí, repito, fué la actuación de San
Martín decisiva en este gran episodio de nuestra historia.
Señoras y señores:
Y o quiero evocar ésta preciosa época de nuestra his-
toria. Y o quiero hablaros del San Martín en la sociedad de
sus primeras horas, de su primer encuentro con el destino
que le deparó el amor de una mujer y, quiero hablaros
también, de las terribles vicisitudes por las que pasó su
alma, en las trágicas acciones, del 8 de octubre de 1812
y del 3 de febrero de 1813, cuando actuara por primera
vez en una revolución americana, y cuando recibiera el
bautismo de fuego en tierra argentina.
No me pidáis documentos, ni la cita erudita, que tal
vez en algún futuro estudio, traiga la elaboración defini-
tiva, de éste, hoy mi modestísimo ensayo.
Desembarcó en Buenos Aires, como dije, el 9 de mar-
zo de 1812. Venía a bordo de la fragata inglesa, "George
Canning". Venía de España y de Londres. De ésta última
ciudad había partido el 17 de enero del mencionado año,
como lo ha probado definitivamente el señor Urbano l.
Núñez en un erudito trabajo, publicado en la revista "Es-
tudios", de 1950.
Traía en su bagaje a la Vieja España, con sus costum-
bres, con sus tradiciones y, traía también de España y de
Inglaterra, un mundo de ideas nuevas que inquietaban
profundamente a su espíritu. Era un español chapado a
la antigua con todos los prejuicios de la instru:;ción mi-
litar del noble y, era un liberal a la usanza i!1glesa. Creía
en las jerarquías sociales, creía en la monarquía consti-
tucional y creía también en la dembcracia organizada.
Pero, tenía odio a la anarquía, y al desorden.

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Hasta entonces, señoras y señores, no se conocía, ni
se preveía siquiera, la evolución que este vocablo adquiría
en el mundo contemporáneo. Las nuevas construcciones
políticas que llegaban de Francia, habían traído una serie
de términos, que a modo de "slogans", bautizaban ideas an-
tiguas que sintetizaban en motes que, como Monarquía
absoluta) transparentaba el viejo régimen caduco. La Re-
pública era aún resto de la nomenclatura romana. Lapa·
labra liberal) después, de un contenido tan definitivo y
claro, nació allí en Cádiz, durante la reunión de las Cortes,
señalando a los hombres que con fácil ex,pediente daban
entrada y votaban las ideas nuevas. Del mismo modo había
nacido en Francia, la izquierda) la derecha y la Montaña)
con un significado sintético, que señalaban a un conjunto
determinado de ideas. El término pueblo no tenía el signi-
ficado moderno. No votaban todavía las clases obreras,
pues el hombre que trabajaba con las manos aún no era
admitido en el trámite político. Solamente se consideraba
elemento nuevo, al propietario, al comerciante, al vecino
afincado, que fué quien reemplazó los privilegios de la an-
tigua nobleza y, aquel estado llano, luego pueblo, era casi
ignorado en Buenos ires. La moderna concepción del su-
fragio universal, recién alcanzó su primera manifestación
en 1848, con la Revolución de la Comuna de París.
Acompañaban a San Martín en el viaje histórico, el Ca-
pitán de Infantería Francisco Vera, el Alférez de Navío D.
José M. Zapiola, que luego se cubriría de gloria en los lla-
nos de Maipo, el Capitán D. Francisco Chilavert, el Alférez
de Carabineros, D. Carlos Alvear, el que rendiría a Monte-
video poco después y se cubriría de honra en Ituzaingó, el
Primer Teniente de Guardias Valonas, Barón de Holmberg,
el Subteniente de Infantería D. Antonio de Arellano. Todos
se habrían de distinguir con honra en las Guerras de la
Independencia.
Dicen las crónicas, que fueron recibidos por el Triun-
virato y que conversaron con Rivadavia y que a San Mar-

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tín se le reconoció el grado de Teniente Coronel con que
venía investido de España.
Era aquel tiempo de tremendas inquietudes para la
patria nueva, con graves contrariedades en la guerra inte-
rior y singularmente con Montevideo, razón por la cual,
aquellos viajeros fueron recibidos con los brazos abiertos
y la mayor de las atenciones. A San Martín se le pidió la
organización de un regimiento, que habría de ser el de
granaderos montados a caballo.
Nada más se sabe de esta entrevista publicada por la
Gaceta, y nada nos hace presumir que San Martín diera
opinión alguna, que no se relacionara con la organización
militar, pues la crónica sólo nos ha revelado que había ve-
nido al solo objeto de ofrecer su espada por la libertad de
América.
La llegada de San Martín fué silenciosa. Sin que le
precediera el eco de la fama de sus campañas. Nada se
menciona del Rosellón, de Olivenza y de Yelbes, y más tar-
de Gibraltar, Arjonilla, Bailén y Albuera, donde el invicto
Napoleón cae arrollado por España.
Y frente a la autoridad revolucionaria, el soldado se
cuadró al estilo espartano, reclamando un puesto en el
combate y esperó tranquilamente la decisión.
Con la misma modestia que se iniciara en 1789, ..-nos
dice Otero- de Cadete. de Murcia, lo hizo de Teniente Co-
ronel en 1812.
"Don José de San Martín, que ha emigrado del Ejér-
cito de España habiendo servido de Comandante en el Re-
gimiento Mayor de Dragones de Sagunto, con la gradua-
ción de Teniente Coronel, se ha representado en esta Ca-
pital, ofreciendo sus servicios, en obsequio de la justa cau-
sa de la patria.
"Las noticias extrajudiciales que se tienen de este
oficial lo recomiendan a ser colocado en un destino, en que
sus conocimientos en la carrera, le faciliten ocasión de po-

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derse emplear con ventaja que pueda producir su instruc-
ción" (publicado por primera vez, por Guastavino).
Esta presentación tuvo lugar el 16 de marzo y en igual
fecha el Triunvirato le concede el empleo efectivo de Te-
niente Coronel de Caballería y la Comandancia del Escua-
drón de Granaderos a Caballos, a organizarse.
Sus méritos y no los padrinazgos le abren las puertas
del ejército y luego los primeros puestos en la política.
Y aquí empieza ese arcano proceloso donde i1aufra-
gan varios meses de la vida del prócer. El humo...e'.::peso de
una antorcha apagada oculta la visión del historiador.
Es posible creer, que la organización de este cuerpo,
habría sido la preocupación permanente de San Martín.
No voy a referir la historia de este cuerpo, un verdadero
código de caballería que revela singularmente la educa-
ción militar y moral de San Martín, su !'eclutamiento, su
organización, atento a que en esta materia, son muchas
las monografías aportadas, singularmente la de Guas-
tavino.
Solamente voy a referir que se inició en la ranchería,
lugar que había sido del primer teatro porteño, e:ntonces
depósito de temporalidades, de la que, poco despw:s, pasó
a los cuarteles del Retiro, y, de los ejercicios continuos
que se realizaban en las afueras de la ciudad, cuyas car-
gas de caballería, existen documentos probatorios, fueron
descriptas por algún vecino, que asombrado de su correc-
ción y de su disciplina, se persignaba con terror, tal era
la marcialidad y la reciedumbre del espectáculo.
En los días de retreta desfilaba el cuerpo por la Ala.··
meda, el paseo porteño a orillas del Gran Río, ante el
respeto de los hombres y la admiración de las damas y,
entre ellas, hemos de señalar a una que nos interesa espe-
cialmente para nuestra historia, Da. Remedios de Esca-
lada que del brazo de Da. Carmen Quintanilla de Alvear,
iban como todas a contemplar el gran espectáculo.

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REMCDIOS ESCALADA DE SAN MARTIN

Miniatura scbre marfil· por C. Durand, 1817


Dicen que San Martín al contemplar aquella figura
delgada como un junco, lánguida y pálida y, vestida de
blanco, que moldeaba su estampa en aquel azul del cielo
como una bandera, exclamó arrobado: "¡Esta mujer me
ha mirado para toda la vida!" Y San Martín se enamoró
perdidamente de Da. Remedios.
La tradición nos enseña que fué Da. Carmen de Quin-
tanilla, la gentil esposa de D. Carlos de Alvear, quien
presentó a Remedios al Teniente Coronel. No es difícil
conjeturar, cómo fué aquella presentación, dada la amis-
tad que San Martín tenía con Da. Carmen, desde que ha-
bía sido su compañera de viaje a bordo de la George Can-
ning. Pero, de lo que conversarían después, en las tardes
sucesivas con Da. Remedios. ¡Es un misterio! La mirada
inquisitiva del investigador no ha logrado traspasar el
velo de la Historia.
No obstante, podemos presumir, que tras el duelo
verbal del hombre que asedia y del gesto acogedor de la
mujer que ama, debieron deslizarse los recuerdos de Ja
madre y de la hermana abandonadas allá en el viejo ho-
gar de Málaga o de Madrid. Pero allí, a orilla del río, el
dulce murmurar de los enamorados debió perderse con el
débil chapoteo de la onda quebrada en la orilla, el clamor
de las voces de mando o de la música de la banda, lisa.
Veintiocho años de ausencia, pues a los cuatro se
alejó San Martín de América, era razón poderosa par{
considerarse casi un extranjero en Buenos Aires. Tan ex-
traño, que hasta la calumnia se cebó en él, tratando de
aislarlo de la sociedad en que vivía. Los "malvados" co-
mo les llamaba el prócer, murmuraban su calidad de es-
pía. Es en estos momentos que San Martín debió ser asal-
tado por sus nostalgias y debió sentir también, la nece-
sidad de formar un hogar donde cobijarse.
La juventud de Da. Remedios de 15 años entonces,
no era obstáculo para que aquellos diálogos no tuvieran
en ella la madurez de la mujer. Es un grave error, el creer

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que la sociedad de Buenos Aires vivía en el aislamiento
aldeano, de costumbres austeras y circunspectas.
Numerosos documentos reveladores que guardaban
los archivos de la Curia Eclesiástica, criminalmente des-
truídos en el desenfreno de una multitud delirante y en-
vilecida, muestran a la sociedad colonial, de una mayor
vida de relación que la moderna. No es verdad que la mu-
jer se criara como flor de invernáculo, a la sombra de los
patios coloniales o en el regazo de la madre tutelar. En
numerosos procesos por violación de la palabra matrimo-
nial, en la época pretérica, se advierte la libertad con que
la mujer, niñas aún de 14 a 16 años, concedía entrevistas
al hombre amado y, el testimonio de decenas de testigos
prueban que ellas se realizaban por los fondos de las ca-
sonas, e;:;calando muros o tapias, con la complicidad de la
servidumbre.
Dramas pasionales muestran también esa libertad.
Y para cerrar este capítulo, una compulsa de las anota-
ciones de bautismo de los libros parroquiales, certifican
la existencia de crecido número de hijos naturales, que
corúirman la liberalidad amorosa de nuestra gran aldea
de 1810.
De manera, que no es de extrañar que Remedios,
pese a su edad, concibiera un entrañable amor por D.
José, con toda la fuerza de la mujer madura, hasta afron-
tar la resistencia de su familia.
El pequeño folleto de la Señora Florencia Lanús
"Tradición de familia en lenguaje familiar" publicado en
Montevideo en 1949, revela la verdad de esta afirmación.
Quesada escribió ratificando lo dicho, y una carta de
Tomás Guido, que recomienda a San Martín demorase su
viaje a Buenos Aires, a fin de disminuir el resentimiento
de los Escalada, publicada por el Dr. Levene en su libro
ya nombrado, son pruebas definitivas sobre las divergen-
cias familiares que apuntamos.

- 24 -
Pero también surge, por eso mismo, que aquel amor
fué espontáneo y puro entre ellos, cuando sacrificaban
otros afectos y fuertes sentimientos. Aquel matrimonio se
llevó a cabo el 12 de setiembre de 1812.
¿ Cómo fué este amor? ¿Cómo se volcó del corazón
de aquel soldado, acostumbrado al deber y la disciplina
·y aquella encantadora criatura de manos suaves, de "ama-
ble genio", de talle enjunto, y de grandes ojos abismales?
¡Misterio! Estábamos ya en los albores del romanticismo
y bien pudieron soñar como lo hicieron después Espron-
ceda, Campoamor y Baudelaire.
Pero San Martín se hizo amar. Estaba todavía en
un mundo extraño y rebelde, en esa soledad cósmica, de
que nos habla Marañón, terriblemente más sentida, cuan-
do había abandonado a su madre y hermana, para seguir
aquella voz telúrica de la tierra que lo llamaba, ese amor
de patria, que el militar siente sagrado, en una tierra des-
tinada a una libertad que asomaba con fuerza en el
mundo.
Remedios a su vez, debió explicar la elección de su
destino y, debió sentir el amor de aquella madre abando-
nada y a la que debía sustituir. San Martín, el hombre
maduro de los 34 años, debió sentir la necesidad de
fundar su hogar en la ciudad que le había confiado su ,
defensa y, se entregó por entero a esta niña que simbo-
lizaba a una familia tradicional, ilustre y de rango, el
punto de apoyo que tanto anhelaba.
San Martín fué aceptado por la familia Escalada y,
no cabe duda, fueron sus amigos los que más le ayudaron
en ese trance difícil, para afianzarlo y para sostenerlo.
Aquellas reuniones de lo de Escalada donde debían
acudir, Valentín Gómez, el poeta De Luca, Monteagudo y
esa pléyade de hombres que escribieron nuestra historia,
debían ser, las reuniones más brillantes de la época.

-25-
Aquella casona a la vera de la Plaza Mayor, adorna-
da con estos mismos muebles que hoy, por singular for-
tuna, se guardan en este Museo, fué el lugar donde D.
Antonio de Escalada y D. Tomasa de la Quintana, recibie-
ron a sus amistades, el día de la boda del Coronel D. José
de San Martín y de su dignísima esposa, Da. Remedios de
Escalada.
Mientras la Independencia de América se anunciaba
por los grandes filósofos del siglo: Voltaire, Montesquieu,
y los abates Reynall y de Pradt, y era el tema obligado
de los grandes políticos de la hora, que la admitían como
un hecho irremediable, tales: Aranda, Jovellanos, Godoy,
Escoiquiz y hasta el propio Carlos IV, sin embargo nadie
creía en sus posibilidades inmediatas, y en América, eran
bien pocos los iniciados en ella. Por eso la Independencia
fué un parto doloroso, bañado en sangre, sin padrinos, sin
protectores y sin ayuda de nadie. Fué el resultado de los
propios americanos que le dieron vida con la muerte.
Napoleón, que había sojuzgado al mundo, pensó en
dar la libertad a América cuando comprendió que estaba
fuera de su alcance. Inglaterra, que tanto había brega-
do por esas ideas, el cambio político que imprimían los
sucesos europeos, la colocaban del lado de España y no
podía faltar a su palabra.
América era un complicado problema económico pa-
ra los políticos europeos y toda su preocupación se diri-
gía a explotar sus riquezas naturales.
Napoleón hizo el peor de los negocios con la conquis-
ta de España, pues además de las complicaciones milita-
res que le trajo, era un reino con los tesoros exhaustos
y perdió definitivamente el concurso de América.
Cuando San Martín llegó a Buenos Aires, el estado
internacional del Río de la Plata no podía ser peor.
España, aliada de Inglaterra, había conseguido su
neutralidad y, la princesa Carlota ya había cortado de-

- 26-
finitivamente sus relaciones con los patriotas, convenci-
da de que éstos sólo aspiraban a la Independencia. Ya
nadie creía en la máscara de Fernando VII, ni siquiera
los patriotas.
Y, mientras, entre los dirigentes todo era duda e in-
decisión, San Martín veía claro. Es que señores, los hé-
roes no dudan nunca, el lugar de la verdad.
Eran los tiempos de la Sociedad Patriótica y de las
sociedades secretas. Poco se sabe de éstas últimas, pero
San Martín fué de los miembros fundadores de la Lauta-
ro, en la que le cupo el glorioso nombre de Arístides qui-
zá, por su espíritu justo y desinteresado.
No están de acuerdo las opiniones sobre la función
de estas sociedades, sobre todo por el secreto y la obliga-
toriedad de sus decisiones, tan en pugna con el moderno
concepto de la democracia.
Era el momento de la transición de dos grandes épo-
cas. Mientras moría el Viejo Régimen de las jerarquías y
del privilego, acunábase el gobierno de la burguesía, los
derechos del ciudadano, la libertad civil y la política.
Mientras el amor a lo propio se acentuaba en el gru-
po conservador, la idea de la independencia crecía en los
espíritus avanzados. Las ideas liberales que esbozan Cas-
telli y Moreno, acentuábanse con Monteagudo, Pasos l}an-
ki y ese grupo de amigos llegados de Cádiz, con San Mar-
tín y Alvear a la cabeza.
Y, así cayó el Primer Triunvirato con la Revolución
del 8 de octubre de 1812, engendrada por la Logia.
A San Martín le tocó lugar sobresaliente. A él, como
a Beruti, en 1810, las circunstancias los obligó a acelerar
los acontecimientos, con una intervención decisiva.
Aunque San Martín no había venido a Buenos Aires
para eso, sino para ofrecer su espada, no era él quien de-
seara el trastorno interno de los acontecimientos. Había
venido a romper cadenas y no a imponerlas.

- 27 -
Hoy lo podemos comprobar a la luz de los documen-
tos. "Hasta hoy -son sus palabras- las provincias han
combatido por una causa que nadie conoce, sin bandera
y sin principios declarados, que expliquen el origen y ten-
dencias de la insurrección. Preciso es, que nos llamemos
independientes para que nos conozcan y respeten".
Por eso se ha dicho que su espada al desnudarse re-
flejaba luz de justicia, y éstas palabras justifican am-
pliamente aquella empresa y, es por eso que dijimos
al comienzo, que San Martín <lió en 1812, el contenido
ideológico liberal a la Semana de Mayo.
Y así cayó el Triunvirato. Con la fuerte vuelta de ti-
món cambia la ruta la nave del Estado con las nuevas
ideas gestadas en Cádiz donde se fraguó el liberalismo
francés, las cuales triunfaban en Buenos Aires hablando
español. Con ella nació la idea de una constitución y la
idea de declarar a la faz del mundo nuestra independencia.
Esta revolución encumbró a sus amigos, pero a él le
creó un terrible compromiso, el de luchar por estos prin-
cipios. Ya había creado el cuerpo de Granaderos y sólo
le faltaba desenvainar la espada, pero esta vez, contra
los que habían desatado la guerra en las fronteras y que-
rían aplastar el movimiento patriota.
Y aquella ocasión no tardó en llegar.
Los antecedentes de San Lorenzo, son hechos bien
conocidos. Guastavino llenó brillantes páginas con su San
Lol'.'enzo y Otero lo ha completado con algunos aportes,
los cuales hoy, aún no han sido aumentados.
Una expedición realista partida de Montevideo, ame-
nazaba incursionar en las costas fluviales y entorpecer
las comunicaciones de la Junta con el interior.
La constante amenaza de unir el Alto Perú con Mon-
tevideo, era el peligro que se cernía sobre Buenos Aires.
El gobierno, enterado de estos aprestos, ordena a San
Martín acuda sin pérdida de tiempo a conjurar la crisis.

-28-
COMBATE DE SAN LORENZO
,
Oleo por Julio Fernández Villcmueva, Bs. As. 1890
Aquella expedición realista partió al mando de Juan
Antonio Zabala. San Martín recibía el 28 de enero el iti-
nerario de manos del Estado Mayor y, pocas horas des-
pués, abandonaba el Retiro y se ponía en camino de la
gloria.
La posición de San Martín era trágica, un rumor in-
fame lo presentaba como espía de los españoles. El más
leve fracaso lo colocaría al borde de la ruina.
Los pormenores de este combate ya ampliamente
conocidos me excusan del relato. El 2 de febrero al atar-
decer llegaba San Martín a la Posta de San Lorenzo y
allí tuvo la intuición que el desembarco debía de reali-
zarse en ese lugar. Allí también tuvo lugar el encuentro
histórico con el inglés Juan Robertson quien había de
inmortalizar esta entrevista en sus famosas Cartas del
Paraguay.
Y aquel glorioso combate se realizó en la madrugada
del día 3 de febrero de 1813 y, tres días después, San
Martín se hallaba en Buenos Aires.
En la casa de Escalada numerosos amigos se halla-
ban reunidos comentando el aconteciminto, y entre ellos,
los amigos de San Martín. Y allí llegaría también el prócer
a la hora de la oración, acompañado de sus dos cuñados,
Manuel y Mariano de Escalada y del doctor Cosme Ar-
gerich.
No quiero relataros los transportes de alegría de
aquella tarde memorable, y del tierno episo.dio de su en-
cuentro con su mujer. Escapan al relato, pero la imagina-
ción de vosotros fácilmente lo reconstruirá. ..
Pero otro crónica llenará este episodio y, fué la que
hizo el propio San Martín de aquel combate, acicateado
por sus amigos, que quisieron que aquella noticia ema-
nara de los labios modestos del Capitán.

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Fué Tomasa, quien debió iniciar aquella cromca, al
requerir a su yerno, la explicación del episodio del caba-
llo, en el que estuvo a punto de perder la vida.
"Una descarga de cañón mató a mi bayo" fué la res-
puesta y un silencio sepulcral y angustioso se hizo en de-
rredor del héroe.
"El soldado Baygorria que estaba a mi lado, hirió
con su lanza al godo que, sable en mano me tenía acorra-
lado. El bayo me apretaba. . . parecía que todo había ter-
minado para mí. . . otros enemigos ya me rodeaban. Pero
rápido como el rayo, el bravo Juan Bautista Cabral, des-
montó de su oscuro y con su cuerpo cubrió el mío. . . Y
allí cayó atravesado por dos balas mortales".
El presbístero Gómez, debió de persignarse devota-
mente.
"Mientras era socorrido por sus compañeros, con es-
toica entereza les ordenó: ¡Dejadme! ¡Qué importa la
vida de Cabral ! y agregó: ¡Somos pocos! !Id a vuestros
puestos a cumplir con vuestro deber! Dos horas después
moría en mis brazos, pronunciando estas palabras ¡Mue-
ro contento, hemos batido al enemigo! Que quedarán
grabadas para siempre en mi memoria".
San Martín se ha puesto de pie. Su figura atlética
y aquellos ojos negros que guardaban cejas y pestañas
pob!adas, parecían despedir una luz vivísima, y prosiguió:
"Cayó con heroísmo en el campo de batalla por salvar
a su Jefe !Juro que así será citado por los siglos¡ !Quie-
ra Dios que su sacrificio no haya sido en vano!
Una intensa emoción se ha apoderado de la concu-
rrencia, singularmente en los esclavos negros, que se aso-
man por las puertas. Todos se sienten hermanos del sol-
dado de ilustre gloria, y San Martín debió decirles:
"¡Vuestros hijos son ya libres para siempre! Vuestra raza
noble, algún día recibirá el homenaje que les correspon-
de, que acababa de conceder el voto de la Asamblea.

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Morrión de oficial del Reg imiento de Granaderos a Ca ballo, t
que perteneció al General Manuel de Escolada, y sable
de soldado del Escuadrón N9 3, del mismo cue rpo .
Es indudable que San Martín debió referir los por-
menores de aquel combate, mezclado con las anécdotas de
los jóvenes oficiales que lo acompañaban, donde habría de
poner de relieve la acCión de Bermúdez, del Alférez Bou-
chard, y de tantos otros, lo que debió de festejarse con
singular alegría.
¡Amalgama de cobre y estaño, es el bronce de los hé-
roes! Debió de exclamar De Luca.
El triunfo de San Martín ha llegado al fondo del al-
ma de los concurrentes y el entusiasmo brota espontáneo
de todos los corazones y, es posible, que De Luca (no ol-
vidéis que fué el gran cantor del Gran Capitán) debió su-
bir a un sillón, a una mesa o una silla e improvisar el
Canto a San Lorenzo, que desgraciadamente se ha perdi-
do, pero que yo reconstruyo esta tarde en su homenaje.

En la Alameda firmes están.


Justo el barbijo, negra. visera
La carrillera
Pegada al rostro del capitán.

Roncan tambores, suena el clarín


Rompen el paso, negro el mostacho
Rojo el penacho.
Los Granaderos de San Martín.

En San Lorenzo fué ·la ocasión


Cientoveintiuno, todo sumó
"¡Os portaréis -su jefe ordenó-
Como merece vuestra opinión!"

Sobre el convento vibra el clarín


_Se abren las puertas, cargan a espada
Una andanada
Mata el cabailó· de San Martín. ,
Con patriotismo y abnegación
baja del suyo y cubre Cabra!
¡Gesto inmortal!
Voto de gloria, fué su elección.

~.35-
Todo es desórden y confusión
Libra su carga ya San Martín
Rojo carmín
Tiñe la tierra de promisión.

Corre al ataque con decisión


Alza su espada ciego de ardor
Y al opresor:
Rinde su brío y regio pendón.

Fueron cincuenta muertos con gloria


Con otras tantas armas de hoguera
Y una bandera.
Todos trofeos de la victoria.

Mientras redacta el parte triunfal


Bajo el solaz del pino florido
¡Muero contento, hemos vencido!
Se oye la voz del héroe inmortal.

Todos abrazarían a De Luca y a San Martín y, mien-


tras el reloj del salón da siete campanadas, un delegado
del gobierno penetra en la habitación y cuadrándose de-
lante del Jefe, le anuncia en alta voz:
¡Señor! El Superior Gobierno enterado de vuestra
llegada os aguarda en el Fuerte.
Y mientras San Martín y sus amigos son aclamados
por el pueblo, en la sala las damas apoyadas en los ven-
tanales, de rejas, elogian al militar afortunado, en cami-
no de la gloria.
Entretanto, en un rincón de la sala se oye un sollo-
zo. Es de Remedios, aquella niña débil, como una prome-
sa, dulce como un mensaje de amor, que exclama:
"¡He nacido para sufrir tu ausencia!"

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