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Estimado grupo,

Espero que os encontréis bien y que la salud de las personas de vuestras familias también sea buena.
Imagino que estaréis muy preocupados por el desarrollo del curso. Así que desde la distancia
intentaré ayudaros todo lo posible. Tras darle muchas vueltas este fin de semana, he creído que la
siguiente propuesta puede ser la mejor. Sin embargo, considero fundamental que aportéis el mayor
número posible de sugerencias. He decidido lo siguiente:
• En primer lugar, intentaremos llevar a la práctica el nuevo calendario que ahora os envío.
• En segundo lugar, os mantengo el comentario obligatorio y propongo cinco optativos. A
estas alturas de curso, es fundamental que hagáis el comentario con mucho detenimiento. No
se trata de hacer cinco mal, sino uno bien. Para ello, debéis leer con calma el texto varias
veces. Además es muy importante que busquéis información sobre el tema del mimo para
desarrollar argumentos sólidos. Podéis escribir para lo que necesitéis. Todos los textos
enviados son anteriores a marzo porque el examen de selectividad ya está hecho y aprobado
ante notario. Por lo tanto el texto, ya está elegido.
• En tercer lugar, no he fijado ninguna fecha para El lector de Julio Verne. Espero seáis
vosotros quiénes me hagáis propuestas. Quiero que tengáis muy presente que todas las
decisiones que tome durante el resto del curso siempre serán buscando lo mejor para todo el
grupo.
• En cuarto lugar, tendréis que hacer un examen del Romancero Gitano. Os enviaré las
indicaciones a lo largo de la semana. No será un trabajo complejo. La fecha de entregá
tendrá lugar, después de vacaciones de Semana Santa y habrá una lectura colectiva con una
breve exposición mayo. Os enviaré las pautas del trabajo para dentro de unos días. Estoy
convencida de sabréis hacerlo bien, si le dedicáis un pequeño esfuerzo.
• En quinto lugar, os voy a enviar los temas de Literatura para que podáis ir trabajando con
ellos. También mandaré un breve trabajo sobre estos temas, pero tenéis que esperar hacia el
final de la semana porque primero quiero comunicarme con otros cursos.
• En sexto lugar, os enviaré ciertos ejercicios de Lengua para completar pequeñas cuestiones
que aún no hemos visto.
Os envío un abrazo fuerte a todos vosotros y os reitero que estoy a vuestra disposición.
Un saludo afectuoso:
Marta Pámpano
CALENDARIO TERCERA EVALUACIÓN SEGUNDO DE BACH
MARZO
LUNES 9:00 MARTES16:30 MIÉRCOLES 1:45

INTERRUPCIÓN DE CLASES
30 31 1
A narrativa peninsular dende A narrativa peninsular dende 1975 ata os A narrativa peninsular dende 1975 ata
1975 ata os nosos días nosos días os nosos días
.Cosas de comer .Perderlo todo La era del dato
Comentario crítico obligatorio (0,25)
Los tractores cambiaron la ley.

SEMANA SANTA
ABRIL
LUNES 9:00 MARTES16:30 MIÉRCOLES 1:45
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O Modernismo. Características xerais Cinco errores sobre el cambio Entregar el comentario obligatorio:
a través da figura de Rubén Darío climático Romancero gitano (Lorca) (o,25)
eDelmira Agustini
As traxectorias poéticas de Antonio
Machado e Juan Ramón Jiménez.

20 21 22
Evolución e características xerais da
Evolución e características xerais da A poesía española nas tres décadas
xeración do 27 posteriores á Guerra Civil:
xeración do 27

27 28 29
A poesía española nas tres décadas
Examen de la tercera evaluación
posteriores á Guerra Civil: Romancero gitano
Poesía

MAYO

LUNES 9:00 MARTES16:30 MIÉRCOLES 1:45


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SEMANA DE RECUPERACIONES
COMENTARIO OBLIGATORIO
Los tractores cambiaron la ley
Con los tractores ocupando las carreteras, el Gobierno acaba de aprobar de urgencia la respuesta a una de las
principales demandas del sector: unos precios justos de compra, que no sean inferiores a lo que cuesta producir, y
una reforma de la Ley de la Cadena Alimentaria.
La nueva disposición, que se ampliará con una futura ley que incorpore las exigencias de la directiva comunitaria
que debe ser aprobada en abril de 2021, contempla la obligación para la industria y la distribución de que los
contratos de compra contemplen los precios de coste del producto. Se insiste en la prohibición de la venta a
pérdidas sin los cuatro supuestos actuales, entendiendo que esta no será la diferencia entre el precio de compra que
se aplica en la actualidad, sino desde el nuevo precio de coste. También aumentan las sanciones para lo que antes
era una infracción leve, como la no existencia de contrato. Y, además, se podrá dar publicidad a las multas cuando
sean firmes, algo ahora prohibido a la Administración. La nueva normativa no modifica su ámbito de
competencias y deja excluidas a las cooperativas.

La principal dificultad será determinar el precio de coste en un sector agrario tan dispar con tantas diferencias,
variedades, categorías, tipos de explotaciones y condiciones de mercado. Un agricultor asfixiado por una gran
cosecha puede firmar un coste inferior al real con tal de darle salida sin perderla. Hay que tener en cuenta, además,
la capacidad de presión de la industria y de la distribución organizada, donde seis grupos suponen más del 51% de
las ventas.
Esta disposición es una sorpresa positiva para el sector, pero negativa para todos los partidos, no solo para el
actual. Es un cambio que llega de urgencia, con el campo en la calle, cuando lleva en las pancartas más de una
década, no solo desde la ley de 2013. La impresión es que la guerra del campo —y su respaldo social— ha
sobrepasado al Gobierno. Una duda razonable es cómo se va a controlar todo ese proceso con una Agencia de
Información y Control de la Cadena ya desbordada: su reforzamiento es obligado para que sea efectiva.
Sobre el papel, el Gobierno da respuesta a una petición histórica para mejorar los precios de venta y la
rentabilidad del sector. Pero quedan respuestas sobre la rentabilidad de las explotaciones en la cadena de los costes
de producción, que han pasado de suponer hace unos años un tercio del valor de la producción final agraria a casi
la mitad, unos 23.000 millones de euros.
Queda pendiente corregir los desajustes en los pagos de los 5.000 millones de ayudas de la PAC, donde se
mantienen los derechos históricos, donde un olivar de elevada producción puede cobrar 700 euros por hectárea y
uno de baja producción de secano solo 80: ahí está el fracaso de la convergencia de ayudas entre territorios y
sectores. O que casi la mitad de los 700.000 perceptores de la PAC no tengan la actividad agraria como principal
ingreso. Siguen sin resolver desde hace décadas los planes de integración asociativa para operar en los mercados,
las políticas de asesoramiento, ahora transferencia del conocimiento a pie de explotación, y la olvidada
modificación de las tarifas eléctricas de riego.
Quedan más movilizaciones. Aunque muchos abandonen. Y ya serán menos.
COMENTARIOS OPTATIVOS
TEXTO 1
Su nombre es SyRI y corresponde a System Risk Indication. Se trata de una herramienta digital diseñada para
detectar el fraude en el uso de prestaciones sociales en Holanda. Información personal registrada en distintas
unidades administrativas se combina para determinar el riesgo de cometer irregularidades para individuos que
viven en barrios de baja renta y alta complejidad social. Hace algo más de un año, una coalición de grupos de
defensa de los derechos humanos, a la que se sumó Philip Aston, el relator especial de la ONU sobre pobreza
extrema, de visita estos días por nuestro país, acudieron a la justicia para denunciar la múltiple vulneración de
derechos del Estado holandés en esta nueva modalidad de espionaje social 3.0. El 5 de febrero, en una sentencia
sin precedentes, el tribunal que lleva más de un año estudiando el caso, ordenó la paralización inmediata de SyRI
por vulnerar los derechos humanos de las personas sometidas a vigilancia sin consentimiento ni sospecha previa.
No es un caso aislado, el propio Aston presentó el octubre pasado un informe a la Asamblea General de la ONU
advirtiendo de los peligros del uso de la inteligencia artificial en la gestión de los programas sociales. Ante la
atracción de los Gobiernos hacia las inconmensurables oportunidades que ofrecen los metadatos, el relator
advertía del “grave riesgo de tropezar como zombies en la distopia del Estado de bienestar digital”. Tras meses de
trabajo de investigación, el rotativo británico The Guardian ha recopilado información sobre las recientes
inversiones millonarias en países tan dispares como el Reino Unido, Estados Unidos, India o Australia para
robotizar los servicios de asistencia social. Los experimentos biométricos diseñados en teoría para detectar usos
ilícitos, en la práctica pueden cancelar de forma aleatoria el pago de ayudas o reclamar deudas imposibles de
rastrear. Más grave aún, estas nuevas burocracias sin rostro provocan ansiedad, miedo y desconfianza en personas
que ya de por sí viven al límite. En su reciente libro Automating Inequality, la politóloga estadounidense Virginia
Eubanks detalla el funcionamiento de estos sistemas en varios Estados americanos. Si no fuera por la rigurosa
recopilación de evidencia documental, pensaríamos que se lo está inventando todo. Eubanks denuncia la creación
de un inquietante sistema de control social punitivo, opaco y altamente invasivo dirigido exclusivamente a
personas en situación de extrema vulnerabilidad. La sentencia sobre el caso SyRI refleja una realidad muy similar.
Estos movimientos aún minoritarios pero en continuo ascenso nos obligan, una vez más, a cuestionarnos la
relación entre el avance científico-tecnológico y el progreso humano. Puesto al servicio del bien común, el manejo
de datos a gran escala abre horizontes inexplorados. Puede contribuir a realizar evaluaciones de política pública
basadas en la evidencia, a mejorar la eficacia con la que se distribuyen las ayudas sociales, a crear los cauces que
permita un intercambio ágil de la información. El editorial Estrategia de datos publicado el 5 de febrero por este
diario destacaba la importancia para Europa de construir plataformas digitales que garanticen el almacenamiento
seguro de los datos y permitan su intercambio de forma transparente. Sin embargo, en ausencia de una severa
rendición de cuentas, el control de los datos por parte de los poderes públicos puede también contravenir la
garantía de derechos fundamentales, incluso en el seno de democracias consolidadas. ¿Quién maneja los códigos?
¿Para qué fin? Los problemas vinculados a la automatización del Estado de bienestar son básicamente dos. En
primer lugar, estos nuevos sistemas funcionan con una total falta de transparencia. La ejecución y elaboración de
estos complejos algoritmos se deja en manos de compañías privadas big tech alejadas del escrutinio público. En el
caso de SyRI, como podemos leer en el informe sobre la audiencia judicial del Center for Human Rights and
Global Justice, el fiscal argumentó que para que el sistema pudiera cumplir sus objetivos, los indicadores
utilizados debían ser secretos. Si, por ejemplo, se anunciara públicamente que la información sobre beneficiarios
de ayudas sociales es cruzada con datos sobre el patrón de consumo de agua para determinar cuánta gente habita
efectivamente en una vivienda, las personas investigadas dejarían el grifo abierto, afirmó. Es decir, si se revela la
fórmula, se arruina su propósito. La vulneración del derecho de las personas a su privacidad por parte de quien
más tendría que garantizarla se convierte, de pronto, en un mal menor. En segundo lugar, la automatización
elimina el factor humano en situaciones en las que no cabe una respuesta estandarizada. No es lo mismo pagar la
compra del supermercado sin mediación de nadie que enfrentarse a una situación de desahucio vital con una
máquina programada para decirte que no. Pero la pregunta de fondo más importante que debemos hacernos frente
a esta nueva realidad es ¿para qué? Para qué todo este esfuerzo por criminalizar al pobre cuando el mayor desafío
que tienen los Estados de bienestar contemporáneos es cómo conseguir que los más privilegiados contribuyan.
Los algoritmos están definitivamente situados en el lugar equivocado.
TEXTO 2
Si preguntas a cualquiera cuánto cuesta leer o publicar información en Internet lo más probable es que te responda
que es gratis. Sin embargo, lo cierto es que el precio de informar o informarse por Internet tiene un coste cada día
más alto. Un precio que es distinto para los lectores como usuarios, para los medios como creadores y finalmente
para información, que está pagando este nuevo sistema con su calidad. Las fake news no son pocas, no son
inocentes y no son inocuas. Pero sí son impunes.
Hace mucho, allá por los noventa, el éxito de la información que publicaba un periódico dependía básicamente de
tres factores: la calidad, el interés que suscitara en los lectores y la apuesta de los editores en cuestión, que se
ocupaban de dotar de jerarquía a la información según una combinación de los factores uno y dos. Bien, este
modelo está siendo arrasado. Actualmente el éxito de una publicación en Internet depende cada vez más de cómo
sea leída por los distintos algoritmos con que trabajan las dos grandes corporaciones que controlan la red: Google
y Facebook. Estos dos gigantes son los dueños de todo y ellos están poniendo ya un precio a todo cuanto leemos.
Millones de lectores nos hemos acostumbrado a acceder al contenido a través de redes sociales y buscadores y
pasamos cada vez menos por las portadas de los medios. Pero siempre que consumimos vía Google o vía redes,
estamos pagando con información personal que será comercializada en forma de big data a terceros. Permitimos
que se archiven nuestros clics, likes, fotos, ideologías… Y asumimos que, de una u otra manera, esta información
será vendida. ¿Pero quien podría comprarla? Básicamente, cualquiera que pague el precio. Facebook en concreto
le ha cogido el gusto a comercializar información capaz de alterar procesos democráticos, tales como el Brexit o
las elecciones que auparon a Trump. Evidentemente no se venden votos, pero sí la posibilidad de condicionar a
millones de potenciales votantes de cierta ideología. Y funciona.
De modo que si Google o Facebook quieren que una noticia (verdadera o falsa), sea vista, leída y compartida por
millones, pueden hacerlo. Tienen la tecnología, la audiencia y la segmentación necesarias. Y, con estas nuevas
reglas de juego, resulta que un periódico podría llegar a ser el más visto en Internet, no por ser el preferido de los
lectores sino por pagar el que más a los algoritmos. Este cambio radical en la gestión de la información ha
producido una paradoja que hubiera sido impensable hace 20 años. Hoy en día la información en Internet no solo
ha dejado de ser gratis para los usuarios, sino que supone una gran inversión para todos los medios que quieran
posicionar en las redes sociales o en buscadores el contenido que ofrecen a sus lectores. Es decir, cada vez más,
los medios de comunicación pagan dinero por promocionar la información que “regalan” a los dueños de Internet,
Google y Facebook. Una vez esta dinámica entra en funcionamiento, la ecuación es sencilla: se trata de “comprar”
la audiencia más barata de lo que se venda la publicidad. Por lo demás, cuanto dinero invierte un medio en
publicitar sus contenidos en Google y Facebook es hoy un secreto para lectores y anunciantes. No existe el medio
que no dedique recursos a este fin, tanto si se paga para conseguir clics “al peso” (con el empobrecimiento de la
calidad de lo publicado que esto apareja) como si se depuran los contenidos para que gusten a los algoritmos.
Asumimos pues que lectores y cabeceras ya pagamos bastante cara la información gratuita que leemos o
publicamos en Internet. Pero el precio más alto lo están pagando los contenidos. El algoritmo de Facebook odia
los adjetivos, por ejemplo, no le gusta que los títulos lleven interrogaciones, penaliza las imágenes donde hay
letras, castiga ciertos verbos, prefiere las oraciones sencillas a las compuestas… Está lleno de manías capaces de
cambiar la forma de escribir la información primero y de pensarla después. Pero lo peor está por venir. O esa es al
menos mi impresión desde que he empezado a usar Google Discover, la nueva portada informativa que Google
construye en tiempo real y a medida de los gustos y preferencias de cada uno de sus usuarios. Lástima que en sus
primeros meses de vida este Discover funcione de manera más que cuestionable, tenga predilección por el
contenido sensacionalista y se haya convertido en un experto en mezclar fake news con contenido de calidad.
¿Que al mezclar este contenido con cabeceras respetables le otorga una veracidad que no tendría en otro contexto?
Hay que entenderlo, es un robot, no es perfecto.
A estas alturas, todos hemos visto cómo Internet tiene el poder de transformar cualquiera industria con la que se
encuentre. Parecía que iba a acabar con los discos, las películas y las tiendas del barrio, pero aprendieron a
convivir con Spotify, Netflix, HBO y Amazon Prime, así por resumir. El problema es que la información no forma
parte de una industria cualquiera, ya que está directamente relacionada con nuestra libertad. Es por eso que reducir
su calidad o su veracidad supone empobrecer de manera inmediata cualquier democracia. Y aunque es verdad que
Internet no ha cambiado lo fundamental y que en 2020 la información sigue siendo poder, el problema es que ese
poder está cada vez menos en manos de los creadores, los lectores o los medios de comunicación. La dictadura de
los algoritmos es peligrosa para todos. Y la rebelión es urgente.
Nuria Labari es periodista y autora de La mejor madre del mundo (Literatura Random House).
TEXTO 3
Las máquinas forman parte de nuestras vidas desde hace mucho tiempo. Inicialmente se crearon para ayudarnos en el
trabajo físico y en el cálculo aritmético básico, pero hoy sus posibilidades parecen no tener límites, en particular en la
automatización del trabajo. Al principio realizaban sobre todo tareas manuales, sistemáticas y repetitivas, siendo el
paradigma los robots industriales que comenzaron a poblar las fábricas desde el siglo pasado. En las últimas décadas los
chips y el software han ido progresivamente dotando de inteligencia a las máquinas, de modo que éstas han ganado en
autonomía de movimientos y en capacidad de decisión. Así, la automatización ya no sólo alcanza a las tareas más
rutinarias y manuales, sino que se automatizan tareas menos pautadas y que requieren capacidades y habilidades
cognitivas cada vez mayores. Por ejemplo, se automatiza la gestión de pedidos y facturas, la redacción de noticias, la
conducción o la atención al cliente mediante un chatbot. Hasta ahora, estas tareas estaban reservadas a las personas, y es
ahí donde la irrupción de la máquina inteligente nos enfrenta a nuevas oportunidades, pero también a nuevos retos.

Las máquinas consiguen su inteligencia sintética a partir de las tecnologías de la inteligencia artificial (IA): el
aprendizaje automático, la percepción artificial, la representación del conocimiento y los mecanismos para aplicarlo en
la resolución de problemas, las tecnologías del lenguaje y un largo etcétera. Estas tecnologías inteligentes avanzan a
partir del desarrollo de nuevos y mejores algoritmos, del constante crecimiento en la potencia de cálculo, de
almacenamiento y de velocidad de transmisión de datos, además de su creciente disponibilidad. Su penetración e
impacto económico es ya sustancial, pero será mucho mayor en el futuro inmediato. Un estudio de la consultora
McKinsey estima que la IA podría incrementar en un 16% la actividad económica de la economía mundial en la
próxima década. Tanto como la suma de lo que han aportado las tecnologías de la información en lo que va de siglo, la
robotización, sobre todo la industrial, en la última década del siglo pasado y las máquinas de vapor durante el siglo
XIX.

No todo son claros en el horizonte, sin embargo. La automatización del trabajo pone en riesgo el empleo de muchas
personas. El Foro Económico Mundial recoge en su Informe sobre el futuro del empleo en 2018 que en 2022 el
porcentaje de horas de trabajo realizado por máquinas en empresas grandes de las economías más avanzadas podría
alcanzar el 42% del total, con un trasvase de hasta 75 millones de puestos de trabajo de las personas a las máquinas. El
propio informe y muchos otros enfatizan, sin embargo, que el número de nuevos empleos creados puede ser aún mayor.
Sin embargo, todos coinciden en una cosa, y es que los puestos de trabajo eliminados y los creados se asociarán a
perfiles de trabajadores muy diferentes. Gran parte del nuevo empleo estará ligado directa o indirectamente a la
economía digital, y una parte significativa, a seguir aumentando las posibilidades de la automatización inteligente (es el
caso de los especialistas en IA y aprendizaje automático, expertos en automatización de procesos, en interacción
persona-máquina o en robótica).

Esta revolución inteligente exige cambios sustanciales en las organizaciones, pero también en la agenda de los
Gobiernos, que deberían anticipar las medidas que permitan paliar los efectos no deseados de la automatización. El reto
es complejo y no existen atajos. Destacamos los tres pilares principales sobre los que asentar las medidas a tomar. El
primero es la educación: se necesita un cambio de modelo que permita, en primer lugar, y en etapas tempranas,
desarrollar la inteligencia emocional, el pensamiento crítico o la creatividad, pero también comprender y saber usar las
tecnologías. En segundo lugar, ya en el ámbito profesional, debemos asumir la formación a lo largo de la vida como
algo consustancial en nuestras sociedades, aceptando no solo que debemos formarnos permanentemente, sino que
además acometeremos cambios significativos en las tareas e incluso en nuestros empleos. Debemos interiorizar que la
formación permanente será nuestro mejor aval para la empleabilidad a lo largo de la vida.

El segundo pilar, y que da título a este artículo, es la innovación ante la automatización, a lo que los autores
denominamos innomatización. Ante esta revolución, la mera incorporación de tecnologías inteligentes por parte de las
empresas no será suficiente si se busca sobresalir y no solo sobrevivir. Una visión cortoplacista de las empresas, de
hecho, puede pasar por incorporar estas tecnologías sin formar e integrar adecuadamente a sus trabajadores,
prescindiendo sin más de aquellas personas que aparentemente carecen de las competencias digitales necesarias para
responder ante los cambios. Llevar a las empresas al punto virtuoso de la innomatización requiere un nuevo tipo de
liderazgo empresarial que tiene en cuenta la importancia de la innovación permanente en torno a las tecnologías
inteligentes y que invierte en la cualificación y recualificación de los trabajadores. La formación de los directivos, el
correcto dimensionamiento y planificación de los primeros pasos y proyectos de automatización inteligente, la apuesta
por la innovación y el no darse por satisfechos ante una experiencia exitosa ni rendirse ante un fracaso son consejos
quizás de sentido común, pero cuya aplicación, por desgracia, no está suficientemente interiorizada en las
organizaciones.

El tercer pilar, las políticas públicas, han de acompañar estos procesos de cambio, facilitando la adopción de tecnologías
inteligentes especialmente a las pequeñas y medianas empresas, pero también aportando el necesario amparo
socioeconómico a quienes inevitablemente se vean excluidos del imparable avance de la automatización.

Las tecnologías son sin duda catalizadoras de la innovación, pero por muchas tareas que las máquinas puedan realizar,
la verdadera innovación la lideran las personas. El acceso a las tecnologías se está universalizando (por su
disponibilidad, coste y facilidad de replicación), por lo que automatizar sin más no supondrá en general una ventaja
competitiva de largo recorrido. La verdadera ventaja competitiva que puede sostenerse a largo plazo, pues multiplicará
su productividad, está reservada para aquellas empresas que innoven en sus procesos de implantación de las tecnologías
inteligentes. Para ello es imprescindible combinar adecuadamente la adopción de estas tecnologías con la
recualificación continua del capital humano que tienen en sus empresas, sabiendo gestionar los cambios de las tareas a
realizar en función de sus competencias.

Sara de la Rica es directora de la Fundación ISEAK y Senén Barro es director del Centro de Investigación en
Tecnologías Inteligentes de la Universidad de Santiago (CiTIUS).
TEXTO 4
Contaba la siempre genial Lola Flores que al despertar de una intervención quirúrgica lo primero que gritó fue:
“¡Bingo!”. Tenía La Faraona el vicio del juego y aunque en su boca todo sonaba chispeante, seguro que algún pendiente
de aquellos que perdía por el escenario del Florida Park debió de dejar en prenda en esas ocasiones en las que no logró
cantar victoria. Solía contar el director de cine José Luis Cuerda que la casa familiar de Madrid se la ganó su padre,
jugador profesional, en una partida de póquer. Al escuchar una historia feliz en la que interviene un golpe de azar
solemos experimentar un placer delegado, y atribuimos al ganador la inteligencia del pícaro, que es algo que en España
seguimos valorando: esa ganancia en la que en vez del mérito intervienen la tentación y el riesgo. Como suele, el cine,
que todo lo mejora, ha aportado un misterio, un glamour, una emoción al juego del que al menos hoy carece. Recuerdo
una noche en Atlantic City, paraíso de los negocios de Donald Trump, paseando por aquellos descomunales y horrendos
casinos enmoquetados, carentes de ventanas para que el público no se despistara en su afán de jugarse el dinero.
Dejando a un lado la inevitable música de fondo no se oía apenas la voz humana. Enmudecidos, las señoras y los
señores jugadores, vestidos con descuido, desparramados por el sobrepeso, se concentraban delante de la pantalla de
una tragaperras o de una mesa de juego. La implacable luz cenital afeaba los rostros. La dependencia del vicio saltaba a
la vista, impúdicamente. Si entendemos que la palabra tentación contiene connotaciones hedonistas, en ese ambiente se
habían esfumado: no había más que soledad, vacío, sorda desesperación.

Estos días comienzan a tener voz en la prensa las familias de los poseídos por el juego. Asistimos asombrados a su
desesperación, al mismo tiempo que comprobamos que en los intermedios de las tertulias políticas televisivas hay un
anuncio tras otro dedicado a las casas de apuestas, casinos, bingos, sea cual sea la naturaleza que adopten. Incluso son
denominados locales de entretenimiento. La heroína del siglo XXI, la han llamado. Tiene algunos parecidos con aquella
plaga de los ochenta: arruina emocional y económicamente a los enganchados y a sus familias, que no saben cómo
auxiliarlos. Pero este específico fenómeno social es perverso en cuanto a que ha proliferado a la vista de todo el mundo,
con el consentimiento de las autoridades. En la última década los locales de juego crecieron sin control y se ubicaron
astutamente en los barrios más desfavorecidos; según un estudio de las Asociaciones Vecinales de Madrid, justo allí
donde hay rentas bajas, desempleo y un nivel bajo de estudios. Y qué casualidad que se abrieran cerca de los institutos,
dejando abierta la posibilidad de echar el lazo a jóvenes que precisan luego de ayuda psicológica para recuperar su
libertad. Abandonamos a las familias en su estupefacción; incluso hay personajes públicos que cobran un dineral por
publicitar esta droga y días más tarde presentan una campaña benéfica.

El signo de los tiempos, que tiende masivamente a un ultraliberalismo carente de piedad, defiende la libertad de acción.
En realidad, una hipócrita manera de desatender a los excluidos. Es el camelo del libre albedrío. Como decía el
neurocientífico Juan Lerma, “si eres un adicto a la nicotina y yo te ofrezco un cigarro, tú tienes la libertad de aceptarlo o
no, pero si probamos 100 veces, la libertad no existe, porque lo vas a aceptar en el 90% de las ocasiones”. Marcados
como estamos por nuestro entorno, lo que unos pueden, frívolamente, definir como sucumbir a la tentación o coquetear
con un placer legítimo, para otros será su ruina y la de su familia. Se respira hoy un discurso tan radical en contra de la
intervención del Estado como limitador de la codicia empresarial que estamos obligados a estar alerta. Pueden tacharnos
de represores o puritanos. Es la consabida coartada del privilegiado para seguir siéndolo a costa del débil.
TEXTO 5
Echarse en el sofá y conocer otros mundos con cierta intimidad es ahora posible gracias a las plataformas
estadounidenses. Porque se han globalizado, no ya en alcance, sino en contenidos, y se han convertido en portadoras de
una cultura global, necesariamente diversa.

El fenómeno va más allá del sofá. Quizás lo más significativo en este entorno haya ocurrido cuando Parásitos, del
director Bon Joon-ho, sin una sola palabra en inglés, pero con patatas fritas españolas, se convirtió en la primera en una
lengua no inglesa en ganar el Oscar a la mejor película y otros galardones, lo que molestado mucho a Donald Trump.
Quizás no sólo por tratar un tema coreano, sino uno casi universal: la desigualdad y la aparición de una “nueva clase
sirviente”, tema que abordó hace unos meses Derek Thompson en la revista The Atlantic. Quizás ahora sí, finalmente,
estemos ante una verdadera globalización cultural, hasta hace poco confundida con una universalización de la cultura
estadounidense (aún muy dominante).

Las plataformas de streaming tienen una audiencia crecientemente global (Netflix, 167 millones; Amazon Prime, 150
millones, etcétera) y distribuyen series que rompen el cuasi monopolio anglosajón. De ahí que Leo Lewis hable del
“poder del sofá globalizado”. Ahí está el éxito global de la española La casa de papel u otras series. Estas plataformas
nos permiten engancharnos a productos de otras culturas. En él los espectadores ya se van acostumbrando a las
versiones originales y los subtítulos, pues no todo se dobla. De nuevo un ejemplo de serie coreana — hay una “ola
coreana”—, es Chocolate, en el fondo aburrida pero atractiva por venir de una cultura diferente. O series danesas
(¡cuánto aprendimos del sistema político danés con Borgen!), belgas, francesas, finlandesas, por supuesto británicas,
pero también argentinas, colombianas —se está produciendo también una globalización de ámbitos en español—, indias
o japonesas e incluso chinas.

La supremacía cultural estadounidense en este mundo se ve amenazada por películas y series indias y turcas, y bandas
musicales coreanas o japonesas. A través de cadenas en abierto o plataformas de pago (aunque hay pirateo). Todo llega
fácilmente, a nuestras —¿realmente “nuestras”?— pantallas de televisión, tabletas o móviles.

Fatima Bhutto, nieta y sobrina de dos primeros ministros de Pakistán, lo ha estudiado bien en un nuevo libro, New
Kings of The World: Dispatches from Bollywood, Dizi, and K-Pop (nuevos reyes del mundo: crónicas de Bollywood,
Dizi y K-Pop, Columbia Global Reports). Bollywood se refiere al cine de la India —que se exporta a 70 países—, Dizi
a las telenovelas turcas, y el K-Pop a la música de Corea del Sur, todas con éxito global, incluso en EE UU. Según
Bhutto, han surgido “nuevos árbitros de la cultura de masas”, en un mundo en el que los equilibrios demográficos y
económicos han cambiado y van a cambiar aún más. Bhutto ve un “amplio movimiento cultural que emerge del sur
global”, y lo considera “el mayor reto al monopolio americano de poder blando desde el final de la Segunda Guerra
Mundial”. Estas películas o series llegan al norte de África y al mundo subsahariano. Es una cierta modernidad no
occidentalizada. Bhutto ve en este éxito también un rechazo al neoliberalismo. Las salas de cine se están vaciando —no
en la India— en favor de los sofás caseros, o del móvil en los desplazamientos, aunque ya no sean los sofás familiares
de antaño, porque esta multiplicación de la oferta también ha atomizado la antaño atención conjunta de las familias.
Hay que añadir la cultura que se transmite a través de los videojuegos, también globalizados.

Sin embargo, con alguna excepción, como la sueca Spotify de música, las plataformas globales que hacen posible esa
erupción cultural de sur global y de otras culturas son estadounidenses (salvo en China, donde, sin embargo, Hollywood
está muy presente). Las plataformas están en una feroz competencia entre ellas a medida que se multiplican. Todas
(ahora con Disney, Apple, AT&T, etcétera) quieren entrar en este suculento negocio, que, además, genera productos de
gran calidad y recupera artistas que creíamos perdidos por la edad.

Puede que haya “nuevos reyes”, mas ¿cuáles son los reinos? Los de los sofás. Es decir, los de la economía de la
atención, o del entretenimiento, que, en parte, es desatención.

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