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Manuel Sacristán L u/nn


COMUNICACION \ I AS JORNADAS Oí ECOLOL.IA Y POLITICA DE MURCIA

Vicente Navarro
DICTADURA DF.L PROLETARIADO O DEMOCRACIA. ¿ES ESTE EL DILEMA?

'n g e l Zaragoza
rtT N K v 1 r t o . v i 'c w y r \ K

Eduard Rodrigue* Farré


INCIDENCIA DE LA INDI SERIA NUCLEAR SOBRE I.A SALUD

J-ocp Fontana
SOBRE REVOLUCIONES BURLA ESAS A AUTOS DE EL

Antoiu t nc oet h
r l . AL R.\ PERDIDA. EL RITUAL RES TAL R VIH)

Paco ¿ernande i Buey


11 ALIA Y NOSOTROS

Enríe Perra .Nadal


ANUKAS H E O tD L S SO C IA L ISM O S BUROCRACIA

tü ú d 7 trfc C fc x * > n u € u t o M t a u u í r íjjju JJ p X a J C


director 1979 Manuel Sacristán Luzón
zu/endari 1979

redacción Giulia Adinolfi, Rafael Argullol,


redacció Maria-José Aubet. Miguel Candel,
redaziu Antoni Doménech, Paco Fernández Buey,
Ramón Garrabou. Manuel Sacristán Luzón
edita
argit jrat/en du Redactores de la revista Materiales, S.A.

dirección postal Apartado de Correo* 30059, Barcelona


direcció postal Aparta! de Correu 30059. Barcelona
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ÍAl a J
U ÍT C U ti
F O N S : A R X IU
H IS T O R IO C O N P

CARTA DF. I.A RKUACCION............................................................ 5


NOTAS EDI rO R IA L E S .............................................................................*
COMUNICACION A LAS JORNADAS D t ECOLOGIA Y
POLITICA. (Murcia, 4-5-6 de Mayo de 1979)
Manuel Sacristán L u z o n ................................................................... 19
SOBRE REVOLUCIONES BURGUESAS Y AUTOS DE FE
Josep Fontana.......................................................................................25
• TECNICS I CI.ASSES SOC1ALS: ALGUNES CONSIDE-
RACIONS CRITIQUES EN IORN A LA CONTRIBUC1Ó
D'EN LACALLE". Angel Zaragoza.................................................. 33
INCIDENCIA DF. LA INDUSTRIA NUCLEAR SOBRt LA
SALUD. Eduardo Rodríguez Farré.................................................... 45
DICTADURA DEL PROLETARIADO O DEMOCRACIA:
¿ES ESTE F.L DILEMA? Vicente N avarro....................................... 59
EL AURA PERDIDA. EL RITUAL RESTAURADO
(Apuntes fragmentarios sobre intelectuales y dominación
burguesa) Antoni Doméncch...............................................................77
ITALIA Y NOSOTROS .
(Sobre algunas valoraciones recientes de la situación italiana)
Paco Fernández B ucv......................................................................... 93
ANDRAS HEGEDÜS
Socialismo y burocracia trad. Ed. Península. 1979
Enríe Pérez N adal............................................................................. 106
CITA................................................................................................... III
CARTA A LOS LECTORES Y SUSCRIPTORES DE LA
REVISTA MATERIALES................................................................ 11J
CAR I A l ) t LA REDACCION

Lector, lectora:
En la información acerca del nacimiento de mientras tanto que
puedes leer en el Apéndice a este número I decimos que “la orienta­
ción de la revista es sustancialmente la misma que mantuvo Mjtcria
les, aunque con la clarificación y la sedimentación debidas a la evolu­
ción de ciertos problemas durante estos dos últimos años." La evolu­
ción no ha sido para mejorar, y ha llevado a una situación contradic­
toria que tiene precedentes de mal augurio:
Por un lado, la crisis mundial del capitalismo se extiende y se en-
quista: abarca desde los hechos económicos básicos -e l cansancio de
los motores del crecimiento en la época de los “milagros económi­
cos", la dificultad para llevar a cabo la reestructuración del capital
fijo, el estancamiento con inflación, un paro de magnitud considera
ble y cuya raí'/ estructural es manifiesta, una crisis monetaria muy
expresiva del final de una época que empezó precisamente con el
cssfuerzo más organizado que se haya emprendido en la historia del
capitalismo por asegurar el orden monetario, etc. basta fenómenos
llamativos de disgregación cultural -que culminan en una exacerba­
ción de la insolidaridad individualista hasta llegar a la institución de
la violencia verbal y Itsica como forma corriente de relación en la
vida cotidiana-, pasando por un conjunto de dificultades políticas
que se pueden considerar como una crisis del estado, la cual no sólo
arruina la ideología del estado-providencia o estado del bienestar que
fue la gloria del capitalismo restaurado con la etica/ ayuda o incluso
el protagonismo de los partidos dr la II Internacional (absurdamente
llamada socialista), sino que hasta permite pensar, por el estallido de
los nacionalismos y particularismos en las tres monarquías más
antiguas del occidente europeo, que se está debilitando la legitima­
ción del estado hurgués, o de la Edad Moderna, precisamente en las
tierras en las que nació.
Pero, por otro lado, la gestión de la crisis está dando pie a un pro­
ceso de recomposición de la hegemonía ideológico - cultural hutgue
sa. La contradicción es tan áspera que resulta paradójica. Sin embar­
go, nos parece que tiene una explicación bastante sencilla: esta pro­
funda crisis básica capitalista, además dr afectar a los países del
socialismo que se llama a si mismo "real" en la medida, mavlrr o
menor, en que éstos son elementos parciales y todavía subalternos
del sistema capitalista mundial, coincide con una crisis de la cultura
socialista (en el amplio sentido ochocentista dr esta palabra, que
incluye el anarquismo), confundida por la crisis de una civilización
de la que no se distancia suficientemente (caso de los grandes parti­
dos obreros), o reducida a una marginalidad casi extravagante y,
a menudo, funcional al rasgo del sistema que llrrbrrt Marcuse llamo
“tolerancia represiva".

*
El mal momento de la cultura socialista tiene una consecuencia de
particular importancia: la incapacidad de renovar la perspectiva de
revolución social. V precisamente porque la crisis de la civilización
capitalista es radical, la taita de perspectiva socialista radical facilita
la reconstitución de la hegemonía cultural burguesa al lina! de un
siglo que asisitió por dos veces a su resquebrajamiento por causa de
las gucrrjs mundiales que desencadenó.
Lo que es crisis de la economía y la sociedad capitalistas se ve
superficialmente como desastre de la forma más reciente de ese
sistema social, su gestión keynesiana y socialdemócrata. La identi­
ficación de la gestión socialdemócrata del capitalismo con el socia­
lismo facilita un rebrote ideológico capitalista, a veces financiado
discretamente por alguna gran compañía transnacional.
Sin réplica material ni ideal de un movimiento obrero cuyas orga­
nizaciones mayoritanas están tan identificadas con muchos valores
capitalistas como lo está la parte de las clases trabajadoras a la que
representan, las clases dominantes pasan a una ofensiva llena de
confianza (y no meramente represiva) que nadie habría previsto
hace diez años. Esa ofensiva arranca de la esfera de la producción
material, con una política económica de sobreexplotación y un pro­
grama de fragmentación y atomización de la clase obrera en nuevos
dispositivos industriales, se articula en el plano político con éxitos
perceptibles (el más importante de los cuales, la despolitización,
se está logrando con la colaboración tal vez involuntaria, pero, en
lodo caso, torpe hasta el suicidio, de las organizaciones obreras),
se arropa con el florecimiento de una apología directa c indirecta
del dominio, la explotación y la desigualdad social por parte de
intelectuales que vuelven a hacerse con una orguliosa autoconsciencia
de casta, y tiende a eternizarse mediante una “solución” final de las
luchas sociales, a saber, el incipiente aparato represivo de nuevo tipo
justificado por el gigantismo del crecimiento indefinido (cuya ma
ni testación más conocida, pero en absoluto única, son las centrales
nucleares) c instrumentado por los ordenadores centrales de los servi­
cios policíacos de información.

Con esas hipótesis generales intentamos entender la situación y


orientamos en el estudio de ella. El paisaje que dibujan es oscuro.
Pero, precisamente porque es tan negra la noche de esta restauración,
puede resultar algo menos difícil orientarse en ella con la modesta
ayuda de una astronomía de bolsillo. En el editorial del n° 1 de
Materiales habíamos escrito que sentíamos “cierta perplejidad
ante las nuevas contradicciones de la realidad reciente". Aunque
convencidos de que las contradicciones entonces aludidas se han
agudizado, sin embargo, ahora nos sentimos un poco menos perple­
jos (lo que no quiere decir más optimistas) respecto de la tarca que
habría que proponerse para que tras esta noche oscura de la crisis
de una civilización despuntara una humanidad más justa en una
fierra habitable, en vez de un inmenso rebaño de atontados en un
ruidoso estercolero químico, farmacéutico y radiactivo. La tarea,
que. en nuestra opinión, no se puede cumplir con agitada veleidad
írracionalista, sino, por el contrario, teniendo racionalmente sosegada
la casa de la izquierda, consiste en renovar la alianza ochocentista
del movimiento obrero con la ciencia. Puede que los viejos aliados
tengan dificultades para reconocerse, pues los dos han cambiado
mucho: la ciencia, porque desde la sonada declaración de Lmile
Du Bois-Raymond —ignoramus et ignorabimus, ignoramos e ignorare-
mus—, lleva ya asimilado un siglo de autocrítica (aunque tos científi­
cos y técnicos siervos del estado atómico y los lamentables progresis­
tas de izquierda obnubilados por la pésima tradición de Dictzgen y
Materialismo y Empiriocriticismo no parezcan saber nada de ello);
el movimiento obrero, porque los que viven por sus manos son hoy
una humanidad de complicada composición y articulación.
La tarea se puede ver de varios modos, según el lugar desde el
cual se la emprenda: consiste, por ejemplo, en conseguir que los
movimientos ecologistas, que se cuentan entre los portadores de la
ciencia autocrítica de este fin de siglo, se doten de capacidad política
revolucionaria; consiste también, por otro ejemplo, en que los movi­
mientos feministas, llegando a la principal consecuencia de la dimen­
sión específicamente, universalmente humana de su contenido, deci­
dan fundir su potencia emancipadora con la de las demás tuerzas de
libertad; o consiste en que las organizaciones revolucionarias clásicas
comprendan que su capacidad de trabajar por una humanidad justa
y libre tiene que depurarse y confirmarse a través de la autocrítica
del viejo conocimiento social que informó su nacimiento, pero no
para renunciar a su inspiración revolucionaria, perdiéndose en el
triste ejército socialdemócrata precisamente cuando éste, consumado
su servicio restaurador del capitalismo tras la segunda guerra mundial,
está en vísperas de la desbandada: sino para reconocer que ellos mis­
mos, los que viven por sus manos, han estado demasiado deslumbra­
dos por los ricos, por los descreadores de la Tierra.
Todas esas cosas se tienen que decir muy en serio. La risa viene
luego, cuando se compara la tarea necesaria con las fuerzas disponi­
bles. Las nuestras alcanzan sólo para poner cada dos meses noventa
y seis páginas a disposición de quien quiera reflexionar con nosotros
acerca de todo lo apuntado. Quienes de verdad tienen la palabra son
los movimientos potencialmente transformadores, desde las franjas
revolucionarias del movimiento obrero tradicional hasta las nuevas
comunidades amigas de la Tierra. Sólo cuando unas y otras coinci­
dan en una nueva alianza se abrirá una perspectiva esperanzadora.
Mientras tanto, intentaremos entender lo que pasa y allanar el cami­
no, por lo menos el que hay que recorrer con la cabeza.
Cordialmente, _ _ a
La Redacción.

7
UN DEL DESENCANTO. ¿FINAL DEL ENCANTAMIENTO?. Se
tiene la impresión de que esc estado de animo tan difuso al que ha
dado en llamarse desencanto está tocando a su fin. Un primer sínto­
ma de ello es el aumento dr la participación popular en las moviliza­
ciones que se han sucedido al iniciarse el otoño con los temas dr la
enseñanza, la política energética y la situación laboral como fondo.
Pues en ellas, además del numen) de ciudadanos activos, vuelve a des­
tacar la continuidad de las acciones y la tensión politico-moral de
los sujetos afectados. Hay sohrr todo en esta sucesión de encierros
y de salidas a la calle una dignidad reivindicativa que permite augurar
el inicio de una nueva tase en las relaciones entre las clases sociales y
también en la forma misma de hacer política.
Bastará con indicar un par dr novedades en apoyo de lo dicho: si
hasta ahora las manifestaciones contrarias al plan energético nacional
y a la difusión de la encigia nuclear habían cuajado principalmente
en las zonas del país mejor situadas desde el punto de vista económi­
co global, los últimos meses han puesto de relieve que la oposición
al nuevo curso energético y a los peligros que este conlleva cuenta ya
con la voluntad activa de importantes sectores sociales en algunas de
las regiones más expoliadas y sufrientes de la geografía española. Eso
quiete decir o por lo menos puede querer decir que la disposición
.uninuclear empieza a rebasar el umbral de la resistencia y dr la
cont rain formación para tomar cuerpo social.
Otro dato es la participación en pnmer plano de trabajadores,
sindicados o no, en las movilizaciones producidas por el déficit
escolar y el progresivo deterioro de la escuela pública. Ya que,
aun cuando existe una larga histona de declaraciones por parte de
los sindicatos propugnando la extensión de la enseñanza pública y
la ruptura de los hábitos antidemocráticos de gestión propios del
franquismo en este campo, todo aquel que tenga un poco de expe­
riencia combativa en este asunto sabe de las dificultades que han
existido hasta ahora para fundir en un mismo proyecto y en una
misma acción las reivindicaciones laborales elementales y la exigencia
de escolaridad general para los hijos de los oprimidos.
Kn definitiva, si -por seguir limitándonos a esos dos ejemplos—
el movimiento antinuclear empieza a contar en sus filas con campe­
sinos y obreros del campo, la acción en favor de la dignificación
las instituciones escolares y de un trabajo justo para el sector más
maltratado de los enseñantes cuenta ya, también en la calle, con la
colaboración, la adhesión e incluso el protagonismo de asalariados
de diferentes ramos de la industria.
Por debajo de esos síntomas varios, cuya materialización parece
ser un rearme ideal de varios sectores de la clase obrera, destaca un
panorama económico y social de singular crudeza. Una vez liquidada
la perplejidad producida por los meses de consenso, los trabajadores,
esto es, la mayoría del país, se encuentran con un cuadro global
bastante tenebroso: los derechos sindicales conquistados durante
la dictadura de Franco corren el riesgo de ser recortados; el paro
sigue en aumento; la inflación -más allá del debate formal en tomo

9
a un 1 ó 2% en más n en menos—no lia dejado de ser galopante; la
patronal actúa con impunidad cerrando empresas en periodo de
vacaciones mientras exige la congelación de salarios ahora con la
promesa de crear puestos de trabajo pasado mañana, o bien pasa
sencillamente a la provocación antiobrera; el gasto público sigue
cumpliendo la misma lunción social de antes, acomodándose ahora
al giro conservadunsta que se observa en toda la Europa occidental,
y el nuevo sistema impositivo compite con la aparición de una nueva
e insolidaria picaresca. Al mismo tiempo aumentan las subvenciones
a la enseñanza privada mientras la enseñanza pública retrocede y la
iglesia clama en lavor de la libertad de conciencia individual y de
la privatización respondiendo de este modo a las concesiones que
en su día hicieran los dos principales partidos de la izquierda tanto
en lo material como en el plano de las creencias.

V sin embargo no puede decirse que todos esos hechos sean nue­
vos. En realidad algunos de ellos estaban ahí, a la vista. Lo nuevo tal
vez sea el redescubrimiento del cuadro de conjunto por parte de no
pocos conciudadanos que durante un par de años parecen haber
creído, incluso desde abajo, aue podía aprovecharse la nueva coyun­
tura de las libertades conquistarlas para arrimarse a su buen árbol
mientras se perdían en el bosque de las palabras adormecedoras.
Lste ver sólo la propia parcela ignorando el marco general ha ido
dando lugar a muchos desengaños y desconfianzas. Pero también
y particularmente al resurgimiento de no pocos vicios hispánicos
que parecían definitivamente desterrados por los años de solidaridad
•ante la miseria, el miedo y la falla de libertades. De ahí las nostalgias,
esperadas en la derecha porque no se domina en vano durante cua
renta años; pero que se hicieron también inevitables en la izquierda
porque no en vano el dictador, contra nuestras esperanzas, murió
amparado en el poder. Y de ahí, además, los corporativismos, el espí­
ritu estamental en el mundo laboral, las carreras desenfrenadas
entre profesionales, el particularismo oportunista en las nacionalida­
des históricas o el inútil rebuscar en el baúl de las banderas en otras
tierras, igualmente históricas, en las que habría bastado con mirar
hacia abajo, hacia los humillados, para saber y enseñar a los demás
que el estado franquista no fue suyo sino^ue esquilmó a sus campe*
sinos llevando a los hombres a la emigración v dciando descrtizadas
las tierras.
tran, pues, demasiados desengaños, demasiadas nostalgias como
para que cupieran en un solo desencanto. Por eso ha habido y hay
varios desencantos y de varios tipos. Nada más lejos de la realidad
que interpretar reductivamcnte ese estado de ánimo euforizando
acerca del partido de los abstencionistas, como si éstos fueran el
principal bloque de izquierdas en el país, o especulando sobre el
espacio político que ese mismo hecho dejaría para la formación de
un nuevo partido intermedio entre la UCl) y el PSOL. ¿Cómo
equiparar cosas tan distintas -y tan obvias como el abstencionismo
combativo de una parte de la población del País Vasco con el hastío
o la indiferencia del campesino gallego, la nostalgia de los derechistas
silenciosos, el apoliticismo tradicional de los anarquistas, las desilu­
siones de una parte de la izquierda revolucionaria, o, más sencilla­

10
mente, la perplejidad de trabajadores hartos de mirar sin ver las cele­
bres contrapartidas del Pacto de la Moncloa? .

Algunos de esos desencantos empiezan a ceder ahora. En las


acciones más recientes apuntan, al parecer, otras actitudes. Es sólo
un síntoma. Y un síntoma no es razón suficiente para echar al vuelo
las campanas del optimismo, sobre todo si a él se opone, como se está
oponiendo, un bloque dominante que en general sale reforzado por la
extensión de la apatía en la izquierda durante estos años. Sin emhai
go, es posible que el final del desencanto de algunos acelere el fin del
encantamiento de otros. L’na coincidencia así contribuiría a la reaeli
sación de las fuerzas sociales dominadas hasta ahora. Tiempo al
tiempo.
P.F.B.

II
NICARAGIA, l.OS NO-M INI ADOS V LA -LINEA” ESPAÑOLA
Mientras suda la crisis del petróleo, el Imperio esta acabando de e-
liminar las toxinas de lo que lúe el quiste vietnamita. El poder rector
de los KK.UU. está a punto de volver a contar con el consenso (o la
indiferencia) soci.il suficiente para intervenir militarmente en los a-
suntos internos de otros países cuando afecten a alguno de sus nu­
merosos "intereses vitales”.
Nicaragua se ha librado en el último momento, quitándose de en­
cima al pro-cónsul imperial Somoza en las ultimas lases del ciclo "pa­
loma” de la política exterior washingtoniana. Claro que la renuncia a
la intervención militar no está en absoluto reñida con otras formas de
"estabilización" menos expeditivas, pero de probada eficacia. No en
vano se habla, en deternmados círculos yankis, de portugalizar Nica­
ragua. No en vano, porque al menos una de las premisas de toda
"portugulización” en sentido estricto ya se ha dado: las presiones de
la llamada Internacional Socialista, consistentes, como siempre, en
condicionar la ayuda económica a la "moderación** del proceso revo­
lucionario. Expertos en "moderación** como el antiguo y renovado
secretario general del PSOE, ya han rendido visita y enseñado cartas.
Y lo mismo ha hecho, claro está, el perito indiscutible en portugaliza-
ciones, Mario Soares, obsesionado aún por salvar a Portugal de la
"dictadura comunista", mientras Sa Cameiro no cesa de ganar puntos
a costa de un PSP al que ningún portavoz de la oligarquía lusa agrade­
ce ahora los servicios prestados en 1975: Roma no paga a los traido­
res.
Nicaragua, precisamente, con sus peticiones de ayuda a Occidente
desatendidas o hipotecadas, da una de las claves para entender el pro­
blema de las paradojas del no-alineamiento. La sexta conferencia de
países intergrados en ese hetcróclito movimiento ha servido una vez
más para que todo el mundo constate una verdad tan obvia como que
el equilibrio en un campo de tuerzas cambiante es siempre inestable.
LTn movimiento que la propaganda burguesa se fuerza en presentar
cual especie de balsa de Ulises, que sólo se podrá salvar manteniéndo­
se "equidistante”, no ya entre los bloques militares enfrentados, sino
también y sobre todo entre los dos sistemas sociales antagónicos. Pe­
ro ¿todavía hay, al menos en este país, quien no sepa lo que real­
mente significan etiquetas como "centrismo” y consignas como "ni
capitalismo no comunismo”? Pues parece que si. Esas mentes seráfi­
cas, caricaturas de un D onjuán frischeano enamorado de la geome­
tría, sólo ven lineas rectas y puntos equidistantes donde un angoleño
ve europeos quitándole (o batiéndole) el cobre, por un lado, y, por el
otro, cubanos vacunando a sus hijos. ¿Quién le hará entender a esc
primitivo angoleño que debe permanecer "equidistante**?
Digan lo que digan nuestros euclidianos tardíos, el movimiento de
no-alincados nació de la lucha antimperialista de los años 60. Y, si a-
plicamos una elemental sustitución, obtendremos que luchar contra
el imperialismo es luchar contra el capitalismo en su fase de mercado
universal y división internacional del trabajo y de la renta. Aquella

12
pumcra alianza antimpenalisia de países decolonizados, para romper
el bloque que la guerra fría impuso a todo movimiento de progreso
social, abrazó el principio de la no-alineación político-militar, princi­
pio que hoy también sigue siendo válido en la medida en que lo es el
esfuerzo por no ampliar, > aun reducir y desmantelar los bloques mi­
litares, con su constante sangría de recursos necesarios para mejorar la
vida de la humanidad. Pero la lógica elemental descana que ese prin­
cipio esté reñido con el de la lucha antimperialista, y, por ende, con
la necesidad de oponerse, aun con la tuerza militai si es necesario, a
las agresiones de todo tipo que el imperialismo realiza constantemen­
te para mantener y ampliar las bases de su dominación económica.
Porque, al lio y al cabo, ¿quien empujó a la creación de los bloques
existentes sino el propio imperialismo, que hace de la carrera arma­
mentista una de las palancas pncipales de acumulación y renovación
acelerada del capital.* Pero eso no les importa a los ideólogos burgue­
ses de la equidistancia, esos que exaltan (como mal menor) la figura
de Tito, no tanto por ser el único fundador sobreviviente, sino porque
su particular contencioso con la Unión Soviética viene pintiparado
para enfrentarlo al prosoviéticoFidel; y sobre todo, porque es vi me­
nos representativo de la realnlad tercennundista de subdesarrollo,
dependencia y antagonismo con el centro imperial. Esos geómetras
sin finase pascaliana quisieran que el tercer mundo se muriera de
hambre entre dos equidistantes montones de alfalfa, como el asno
(asno por partida doble) deJcan Hundan.
Y ya que hablamos de absurdos, tendremos que hablar de España.
Una España que, entre globos-sonda de reconocimiento de Israel y
bombardeo televisivo de “grandes relatos" prosionistas, se descuelga
abrazando al líder de la Ol.P. Una España que tan pronto vende a los
saharauis por unos bancos de pesca como vela fielmente por los intere­
ses africanos de Francia al gaiantizar la estabilidad mauntana (y, de
rebote, senegalesa) apoyando el que Nuakchott detenga el desgaste de
una guerra sin salida. Una España que tan pronto jura y perjura que
quiere entrar en la OI AN como envía un observador a poner cara de
no-alineado en La Habana. Una España que se enfada muchísimo
cuando llega a su gobierno la petición de Fidel para que no nos deje­
mos meter en la susodicha O I AN, y agradece en cambio la petición
del embajador Todman de que nos convirtamos en almacén-cuadra-
parking de las protectoras (¿contra quién?) huestes de la Alianza.
¿Tiene eso alguna lógica? I’or descontado. Ni más ni menos la misma
que toda la política suarist.i. Y si la cara de despistado del señor Ore­
ja despista a alguien (como les ha ocurrido repetidas veces a los edito-
rialistas de El Eais) es porque ese alguien quiere despistarse o está
entrando consciente y programad.miente en este juego de despistes.
El estilo zarrapastroso de nuestra diplomacia no es distuncional^sino
todo lo contrario, para las jugadas estratégicas de altos vuelos a las
que sirve. Una política, tanto interior como exterior, de "cambiarlo
todo para que nada cambie**, y hecha, además, a trompicones, como
para ciar la impresión de que no oculta intenciones oblicuas, responde
no sólo a los intereses "provincianos" de la oligarquía indígena, sino
también a los globales (léase imperiales) de nuestros mentores de
allende el océano. En esta estrategia España representa, por un lado,
un modelo de transición política "moderada" perfectamente expor­
table a países latinoamericanos (o incluso africanos) con dictaduras

13
que haya que reemplazar antes de que generen explosiones incontro­
lables: de ahí la adhesión al Pacto Andino y el petjueño número cir­
cense de La Habana, aprovechando además para ejercer buenos ofi­
cios moderadores sobre ciertos países hermanos a la hora de votar re­
soluciones comprometedoras. Y en Africa y Oriente Próximo
amén de tutelar sus cx-colonias, puede representar un papel mediador
entre países árabes, EE.UU. e Israel, con vistas a sustraer todas las
fuerzas posibles al Frante de' Firmeza y abonar el terreno a nuevos
pasteleos tipo Camp David.

En definitiva, España, “mano inocente", saca números de una fla­


mante chistera tricolor para la rifa ncocolonialista. España asume el
papel de bisagra en la nueva articulación de fuerzas prevista por el im­
perialismo para frenar el proceso de liberación en Africa. Oriente
Próximo y Latinoamérica. Si el mecanismo funciona, hasta puede
que nos regalen el caramelo de mantenemos formalmente al margen
del compromiso militar de la OTAN (como Francia). Al fin y al cabo,
ya tenemos las bases "conjuntas", donde podrán muy bien hacer es­
cala los Cien Mil Hijos del Tío Saín ruando vayan, hifiya bajo el cas
co, a abrir por las bravas el grifo del petróleo si algún otro país del
Golfo Pérsico tiene la ocurrencia de lomarse la no-alineación en serio.
¿España no alineada? No: perfectamente en línea...sinuosa.
M. C. S.

M
SOBRE LAS CONTRADICCIONES DEL FEMINISMO El periódi­
co El País del miércoles 19 de septiembre publicaba la fotografía de
unas feministas italianas que llevaban una pancarta en la que se acon­
sejaba a las mujeres defenderse de los hombres concibiendo un hijo.
La información acerca de la campaña de estas feministas llama una
vez más la atención sobre la contradictoricdad de las reivindicaciones
feministas. Y, efectivamente, una de las razones de frecuente desazón
incluso entre las feministas militantes es la confusión a menudo
contradicción - que existe entre las tesis defendidas por las distintas
corrientes del ieminismo, que luchan unas a favor y otras en contra
de los anticonceptivos, del divorcio, etc.
No podemos analizar ahora con detalle • aunque hay que hacerlo •
las diferencias de planteamiento y de propuestas de los distintos “ fe­
minismos", pero sí podemos adelantar una hipótesis para explicarlas,
hipótesis que un análisis ulterior tendría que confirmar, rechazar o,
más probablemente, completar. Esta hipótesis parte de una conside­
ración que es común al feminismo: la discriminación contra la mujer
y la posición subalterna que ha tenido en la historia han ido creando
lo que se podría llamar una subcultura femenina que, en cuanto reali
dad histórica, tiene importantes diversificaciones en el espacio y en el
tiempo, pero mantiene algunos rasgos constantes ligados a la condi­
ción estructuralmente subalterna de la posición social de las mujeres.
Se trata de un fenómeno común a todos los grupos sociales que han
sido mantenidos durante siglos en condiciones de opresión y explota­
ción, como los campesinos, los negros o el mismo proletariado.
Una cultura subalterna es una realidad extremadamente compleja,
y sería una simplificación ingenua valorarla sólo como instrumento
de alienación y de opresión. Es evidente que, globalmente, una cultu
ra subalterna responde en grandísima parte a las necesidades de una
sociedad que tiende a mantener y a reproducir la discriminación y la
opresión. En el caso de la cultura femenina, no sólo su globalidad, si­
no también muchos de los valores particulares en ella operantes han
cumplido efectivamente esa función.
Cuando las mujeres definen su situación presente como una pro­
funda crisis de identidad están en realidad expresando la crisis de esta
cultura, de su complejo y, al mismo tiempo, coherente entramado de
valores, hoy desgarrados por tantos fenómenos de la vida moderna de
las mujeres. Y es bastante natural que la primera reacción del feminis­
mo histórico haya sido el rechazo de esta tradición, de esta cultura, y
la reivindicación de una igualdad no sólo de derecho, sino incluso de
identidad. Esta tentación de rechazar todo lo culturalmente femeni
no persiste en muchas corrientes del feminismo contemporáneo que
consideran la tradición y la cultura femeninas únicamente como una
deformación impuesta por una cultura dominante machista, como un
subproducto de esta. La raíz de la perplejidad que divide al feminis­
mo contemporáneo está aquí: al rechazar su cultura tradicional, las
mujeres so sólo se liberan de cadenas y tabúes, sino que en cierto mo­
do corren también el riesgo de tirar el agua suc ia del nano con el niño

15
dentro, según el dicho alemán. F.n electo, una de las características
de la cultura femenina, que la diferencia de otras subculturas, es su a-
msado carácter opositivo frente a la cultura dominante, al menos en
el mundo moderno; es, desde luego, una oposición que incluye la
función de discriminar a las mujeres, oponiendo, por ejemplo, a la au
toridad del hombre la obediencia de la mujer, a la inciativa de aquel
la pasividad de esta, etc. Pero esta oposición en función de los roles
sociales establecidos comporta también la adjudicación de valores
contrapuestos respecto de los cuales hoy ya no nos parece que el
hombre se haya quedado con la parte mejor: la violencia frente al a-
mor, la guerra frente a la paz, etc. Por último, sólo la función discri­
minante puede hacer dudar del valor de "virtudes” tipificadas como
femeninas, cuales el cultivo de la sensibilidad, la paciencia, la falta de
agresividad competitiva, etc.
Oposición de valores hay también en otras culturas subalternas,
sobre todo cuando no se trata de culturas residuales, sino de culturas
de grupos sociales antagónicos al grupo dominante. La potencialidad
revolucionaria del proletariado -sin dudasicmprecoinpromeiida por la
imposición y aceptación de valores de la clase dominante- está en los
elementos opositivos de la subcultura obrera, en su capacidad de alter­
nativa global -esto es, también ideal (ética) y cultural a la sociedad
existente, en la afirmación de valores propios, de clase la socialidad,
la solidaridad, etc. - opuestos al individualismo posesivo y a la compe-
titividad del mundo capitalista.
LI caso de las mujeres es más complicado, ya que, como queda di­
cho, el carácter opositivo de los valores de su cultura no nace del an­
tagonismo de intereses, sino que, paradójicamente, estos mismos va­
lores opositivos les han sido impuestos por los hombres, para que a-
ceptaran sin recriminaciones e incluso con entusiasmo los papeles
subalternos que se les asignaban, y para que se identificaran con e-
líos. Aún asi, a pesar de todo, la solución para las mujeres no consiste
en rechazar global y particularmente el mundo de sus valores tradi­
cionales, asi como tampoco pueden asumirlo con un nuevo entusias­
mo polémico: en el primer caso corren el riesgo de aceptar a cambio
la tradición cultural de los que oprimen y explotan; en el segundo, el
nesgo de no liberarse de la discriminación a la que aquella tradición
servía y sirve.
Las mujeres tendrían que ser capaces de asumir crítica y libremen­
te su propia tradición, de medirse con ella, de rechazar sus elementos
negativos y de reivindicar, en cambio, aquellos otros que • cualquiera
que haya sido su función - revelan hoy una potencialidad positiva. No
tendrían que olvidar que "los valores” no son sólo la lunción que han
tenido: si asi fuera, toda la cultura incluidas la poesía y la ciencia •
se tendrían que rechazar, porque de un modo u otro todos sus ele­
mentos han representado un instrumento de opresión de la mayoría
de personas de alguna época.
Pero, sobre todo, no tendrían que olvidar que el carácter opositivo
de su cultura, en otro tiempo complementario de la cultura machista
y funcional al dominio de ésta, representa hoy, frente a la crisis de es­
ta cultura de la competitmdad y el éxito violentos, una alternativa
sumamente valiosa que prefigura como objetivo común un mundo en
el que mujeres y hombres se liberen de la escisión que los ha mutila

16
lio ilutante mkíos. Sólo cuando ya no haya una escisión, funcional a
las relaciones de dominio, entre cultura masculina y cultura lemenina
la mujer podrá salir de su histórica subalternidad s liberarse junto
con la otra mitad de la humanidad.
Condición material de ello es que deje de haber disisión sexual \
social del trabajo. Condición ideal es que la mu|er reconozca, e im
ponga a los hombres, el respeto de los calores hov universaii/.ablcs
que ella ha creado en su larga historia de esclavitud y que arraigan en
su especificidad biológica, en su mayor intimidad con l.i sida \ la na­
tural cza.
I. A.

17
COMUNICACION A LAS JORNADAS DL
ECOLOGIA Y POLI! ICA
Murcia, 4-5*6 de mayo de 1979

Manuel Sacristán Luzón

En los párrafos siguientes me propongo una consideración general


de los problemas que la crisis ecológica plantea a la izquierda revolu­
cionaria. Confio en que los apartados segundo y tercero del temario
puedan dar cabida a unas reflexiones más bien filosóficas, probable­
mente inútiles excepto para el que las hace, el cual, al hacerlas, se ve
obligado a tantear la solidez de sus creencias. Agradezco a los organi­
zadores de las Jomadas el habernos dado la ocasión de esa prueba, y
espero poder reducirme más o menos a los límites de extensión reco­
mendados por ellos.

I.—La principal conversión que los condicionamientos ecológicos


proponen al pensamiento revolucionario consiste en abandonar la es­
pera del Juicio Final, el utopismo, la cscatología, deshacerse de mile-
narismo. Milrnarismo es creer que la Revolución Social es la plenitud
de los tiempos, un evento a partir del cual quedarán resueltas todas
las tensiones entre las personas y entre estas y la naturaleza, porque
podrán obrar entonces sin obstáculo las leyes objetivas del ser.
buenas en sí mismas, pero hasta ahora deformadas por la pccaminosi-
dad de la sociedad injusta. La actitud cscatológica se encuentra en
todas las corrientes de la izquierda revolucionaria. Sin embargo,
como esta reflexión es inevitablemente autocrítica (si no personal­
mente, sí en lo colectivo), conviene que cada cual se refiera a su pro­
pia tradición e intente continuarla y mejorarla con sus propios instru­
mentos.
En el marxismo, la utopía cscatológica se basa en la comprensión
de la dialéctica real como proceso en el que se terminan todas las ten­
siones o contradicciones. Lo que hemos aprendido sobre el planeta
Tierra confirma la necesidad (que siempre existió) de evitar esa visión
quiliástica de un futuro paraíso armonioso. Habrá siempre contradic­
ciones entre las potencialidades de la especie humana y su condicio­
namiento natural. La dialéctica es abierta. En el cultivo de los clási­
cos del marxismo conviene atender a los lugares en que ellos mismos
ven la dialéctica como proceso no consumable.
Uno de los tres intentos más interesantes emprendidos hasta ahora
en medios inarxistas para asimilar el conocimiento ecológico-social
(entre otras cosas), la teoría de las necesidades radicales propuestas
por Agnes Heller, tiene, junto a valiosos aciertos, el defecto de no ad­
mitir sin reservas (a necesidad de abandonar (a cscatología. La teoría
de Agnes Heller, basada en una antropología filosófica que supone
mctafísicamcnte conocer la “esencia” humana, alimenta la esperanza
en que, identificadas las necesidades radicales o auténticas y apartada

19
I.i presente alienación de los deseos, sea realizable la armonía final.
Esa idea puede inspirar una buena ideología, una buena potinca, una
buena educación, un buen planteamiento de la cuestión del “hombre
nuevo** o nueva cultura (cuestión inrliminahlc del movimiento revo-
lucionario), pero no es buena antropología. Es programa, no conoci-
miento de lo que h a \. No hay necesidades radicales, salvo en un sen­
tido trivial. En general. Ja especie ha desarrollado en su evolución,
pata bien v para mal, una plasticidad difícilmente agotable de sus po­
tencialidades y sus necesidades. Hemos de reconocer que nuestras ca­
pacidades \ necesidades naturales son capaces de expansionarse hasta
la autodestrucción. liemos de ver que somos biológicami ntt la espe­
cie de la hybris, del pecado original, de la soberbia, la especie exage­
rada.
2. Para superar la utopia cscatológica hay que revisar la compren­
sión que se tenia del papel de los procesos objetivos de la sociedad en
el logro de la perspectiva revolucionaria. Esc papel parece hoy más
problemático que en otras épocas.
llene particular importancia a este respecto hacerse una idea de la
complejidad ahora visible de la acción de dos de esos procesos, muy
principales: la lucha de clases \ la ciencia en cuanto fuerza pioducti-
va. Seria erróneo creer que en el pasado del movimiento obrero
marxista se viera en la lucha de clases un ageitu inlaliblc del comunis­
mo. Por el contrario, los mismos Marx \ En-eU, aduciendo ejemplos
de la historia, habían considerado la posibilidad de que una época de
intensas luchas sociales desembocara en el desastre de todas las clases
en lucha. Análogamente, tampoco la visión tradicional de la ciencia
como tuerza productiva era pura c ingenuamente progresista. El mo­
vimiento conocía desde sus principios que, según las palabras de
Marx, toda luerza productiva del capitalismo es al mismo tiempo una
luerza destructiva.
Pero esos conocimientos, aparte de haber sido olvidados muchas
veces, no son suficientes para resolver algunos problemas redente*
mente percibidos. Hoy se aprecia no solo que la clase obrera de los
países industriales (dentro dr cuyo horizonte se hacen estas rcflcxio-
nes) puede disgregarse en una nueva estructura social, en la que la
automatización, el expolio del tercer inundo y la depredación de la
I ierra realizaran tu hipótesis de un proletariado parasitario, conocida
va por Marx, sin haber dado de si la revolución que los marxistas es­
petaban de ella, sino también que en esos países las clases trabajado-
i js pueden responde! mal a los problemas ecológicos, solidarizándose
subalternamente con los intereses del capital, sometiéndose a la reali­
dad del capitalismo imperialista y perdiendo la motivación y la imagi­
nación revolucionarias. No tallan indicios de que ese proceso de
(i jMsIormjcion esta ya en curso, reforzando las tendencias corporati-
vislas de la clase y robusteciéndose, a su vez, con ellas.
tampoco es lo mismo reconocer de un minio general que toda
tuerza productiva es en el capitalismo una fuerza destructiva que peí*
i ibir la novedad dr la perspectiva de tiranía integral que abren el esta­
do atómico o la ingeniería genética, por ejemplo.

nueva estimación, que se impone, del juego de las fuerzas

20
sociales objetivas en ei proceso revolucionario acarrea una valoración
más discriminada y más integral del agente, del sujeto del proceso.
Esta nueva estimación tiene que resolver dos problemas principa­
les. F.l primero se desprende directamente de la reducción de la con­
fianza antes puesta en factores objetivos: cobra ahora mayor impor­
tancia todavía la dificultad de averiguar qué es lo que ha de hacer el
sujeto revolucionario.
Por el modo como hemos aprendido finalmente a mirar a la Tierra,
sabemos que el agente no puede tener por tarea fundamental el “ libe­
rar las fuerzas productivas de la sociedad” supuestamente aherrojadas
por el capitalismo. Hemos dejado de admitir la mística coincidencia
entre el desarrollo objetivo de la sociedad y los fines comunistas,
coincidencia en la que aún creyó Lenin, por ejemplo. Ahora sabemos
auc hemos de ganarnos integralmente la nueva Tierra con el trabajo
de nuestras manos. (Se podría mantener la idea o frase de “liberación
de las fuerzas productivas sociales”, pero a condición de definir de
nuevo esas fuerzas y de subrayar el primado de la fuerza de trabajo
sobre todas las demás. Esa es una tarea irrealizable en una comunica­
ción breve, ni siquiera dogmáticamente, como con brevedad y sin
mucho razonamiento es posible decir otras cosas).
Por otro lado, la tarca fundamental del agente revolucionario no
puede consistir tampoco en coartar, sin más complicaciones, las fuer­
zas productivas. Primero, porque probablemente eso es irrealizable de
modo voluntario: es posible que el único agente capaz de cortar de
un modo general la vitalidad de las fuerzas productivas sea una catás­
trofe social de grandes dimensiones. Segundo, porque, de ser realiza­
ble, no podría dar de si una sociedad compatible con las aspiraciones
de justicia, libertad \ comunidad que son el móvil de la tradición co­
munista. Una aristrocracia de inquisidores puede, tal vez, proponerse
semejante ideal platonizante \ burocrático; peí o un movimiento co­
munista no puede existir del lado de los censores. Ln la administra­
ción de la ciencia, por ejemplo (ejemplo importante, puesto que es
uno de los dos motivos tomados como hilos de esta discusión), es ini­
maginable que un movimiento pudiera ser comunista teniendo en
contra suya la nostalgia galilcana del conocimiento prohibido.
Esta complejidad de lo que tiene que hacer el sujeto revolucionario
—ni “liberar las fuerzas productivas de la sociedad” sin más. ni sim­
plemente coartarlas—conlleva un cambio de la imagen tradicional del
agente. Era este concebido como una fuerza encadenada v mutilada,
cuya liberación se entendía como una expansión ilimitada de disposi­
ciones, facultades y operaciones. Eso era coherente con la idea de
que la revolución rompía el dique social que impedía el “libre Huir
de las fuentes productivas sociales”. A juzgar por la complicación de
la tarea fundamental descrita, la operación deí agente revolucionario
tendrá que describirse de un modo mucho menos fáustico y más ins­
pirado en normas de conducta de tradición arcaica. Tan arcaica, que
so pueden resumir en una de las sentencias de Delfos: “De nada en
demasía". La verdad es que no tienen menor antigüedad las senten­
cias de la insaciabilidad. Pero estas estaban más presentes en el movi­
miento revolucionario moderno (“ Sed realistas, quered lo imposi­
ble”, se repitió en mayo de 1968), de modo que si esta reflexión no
está completamente equivocada, deberemos proponemos la inversión
de algunos valores de la tradición revolucionaria moderna.
21
4.—El segundo problema se refiere a la autoconsciencia del agente
revolucionario. Desde 1848 el marxismo propone a la clase obrera
industrial una comprensión de si* misma (una autoconsciencia de cla­
se) basada en la negatividad de su ser social, que no tendría nada que
perder. El reformismo vió que la situación del prole tañado en los
países imperialistas no era ya la de mero negativo de la existencia
burguesa, y actuó consecuentemente. Su resultado es la consciencia
de clase de la aristocracia obrera imperialista, identificada práctica­
mente con los valores económicos del capitalismo en el Oeste, o con
la versión corregida de esos mismos valores en el Este.
No se puede ignorar que los valores culturales económicos de la
sociedad capitalista moderna atraen poderosamente a las poblaciones
más atrasadas desde el punto de vista de esa cultura, como lo muestra
el presente deslumbramiento de una parte considerable del pueblo
chino nada más entrever lo que quienes vivimos en esta cultura cono­
cemos como espejismo de una realidad cada vez más siniestra. La
adhesión de buena parte de los trabajadores de los países industriales
a los valores del crecimiento económico depredatorío y a la estructu­
ra jerárquica y despótica que, con tormas diversas, organiza a menu­
do ese crecimiento ha sugerido a Rudoll Bahro (autor de otro de los
principales intentos marxistas de elaborar la crisis) lo que probable­
mente es el punto menos convincente de su estudio La alternativa:
la tendencia a proponer a los intelectuales como sujeto revoluciona­
rio, mientras concibe a la clase obrera (en los países del Este) como
un pasivo peso cuya gravedad estabiliza a la burocracia que dirige allí*
con retraso la réplica del mundo material capitalista, retocada con
algunos buenos rasgos colectivistas o comunitarios. Esa esperanza de
Bahro es inverosímil porque los intelectuales, igual los letrados cjuc
los técnicos, son un grupo social beneficiario del sistema en la medida
en que éste se basa en la división fundamental entre trabajo manual
y trabajo intelectual. La eficaz publicidad de los intelectuales que se
creen críticos, difundida con diligencia por los medios de masas del
sistema criticado, desde la televisión hasta los órganos de prensa más
distinguidos, no puede esconder el hecho de que esa capa social es, en
la producción y en el consumo, un apéndice de las clases dominantes,
igual en el Este que en el Oeste. Sus privilegios específicos, el lengua­
je y la ciencia, facilitan que del grupo de los intelectuales se separen
frecuentemente individuos que se sitúan del otro lado, con las clases
explotadas y oprimidas. Pero eso no es ninguna novedad que confir­
me la expectativa de Bahro.
La revisión necesaria de la concepción del sujeto revolucionario en
las sociedades industriales tendrá que basai la consciencia de clase
trabajadora no exclusivamente en la negatividad que una parte de la
clase ha superado en esos países, con sus luchas y con la evolución
del sistema, sino también en la positividad de su condición de susten­
tadora de la especie, conservadora de la vida, órgano imprescindible
del metabolismo de la sociedad con la naturaleza. La edad del capital
ha añadido a esa positividad de las clases trabajadoras de todas las
sociedades la capacidad de conocimiento científico y sus hábitos, y,
como consecuencia de ello, la versatilidad en el trabajo y la conscien­
cia potencial, hoy en gran parte obnubilada, de los problemas globa­
les, entre ellos los ecológicos.
I-as clases trabajadoras, principalmente la clase obrera de los países
industriales, se tienen que seguir viendo como sujeto revolucionario

22
no porque en ellas se consume la negación absoluta de la humanidad,
negación a través de la cual vaya a irrumpir la Utopia de lo Ultimo,
sino porque ellas son la parte de la humanidad del todo imprescindi­
ble para la supervivencia.
Wolfgang Harieh -autor del trrccro de los proyectos marxistas de
superación de la crisis ecológicn-social a los que he querido prestar
homenaje aq u í- ha llamado la atención (con otras palabras) sobre la
revisión necesaria de la concepción del sujeto revolucionario. Lo que
aquí se ha presentado como cambio de una dialéctica formal de la
pura negatividad por una dialéctica empírica que incluya considera­
ciones de positividad es para Harieh una feminización del sujeto
revolucionario y de la misma idea de sociedad justa. Creo que lleva
razón, porque los valores de la positividad, de la continuidad nutricia,
de la mesura y el equilibrio -la "piedad”- son en nuestra tradición
cultura principalmente femenina.
5.—Varios de los problemas aludidos y varias de las propuestas de
solución apuntadas se pueden ver de tal modo que conduzcan a calle­
jones sin salida, ya conocidos, por lo demás, y flanqueados por ruinas
del movimiento revolucionario, pero, a lo que parece, siempre tenta­
dores: los dos más peligrosos son el reformismo y el autoritarismo.
La falsa salida reformista parece beneficiarse de la necesidad de
abandonar la dialéctica mefistofélica de la pura negatividad. del
"cuanto peor, tanto mejor", para propugnar una ética revolucionaria
de la cordura. Pero eso es sólo apariencia lalsa, suscitada por la
vaguedad de una descripción muy general, En la concreción de la
vida, la lucha por la cordura y la supervivencia tiene que ser tan
revolucionaria radical como la lucha por la justicia y la libertad. No
es posible conseguir mediante reformas que se convierta en amigo de
la Tierra un sistema cuya dinámica esencial es la depredación crecien­
te e irreversible. Por eso lo razonablemente reformista es, también en
esto, irracional. Sccomportan irracionalmente los partidos y la publi-
cística de izquierda que adoptan líneas supuestamente razonables,
aparentemente cuerdas, pero que deben esa apariencia sólo al hecho
de que no han sido pensadas hasta el final. Así es, por ejemplo, la
tesis "pocas centrales nucleares y controladas por el pueblo" una
solución imposible, porque ningún gigantismo (tampoco, por cierto,
el de descomunales estaciones de energía solar) es sometible a la
voluntad de la comunidad, sino que reclama una concentración de
poder despótico. Lsta disimulada locura de los partidos reformistas
reproduce la ideología pequeño-burguesa del anarquismo proudho-
mano, que cree posible una sociedad de pequeños propietarios en
competencia sin que se produzca concentración de capital y poder. A
los publicistas que rechazan en sus artículos editoriales la "pasión" y
la “emoción" de los grupos ecologistas y antinucleares hay que
hacerles ver que la emoción con que se defiende la verdad es Ynás
racional que la tibieza con que se propugna lo falso en sus periódicos.
El autoritarismo propuesto por Wolfgang Harieh como revisión
del comunismo marxista a la luz de los problemas ecológico-sociales
tiene más concepto que el reformismo. Se puede imaginar que una
aristocracia revolucionaria garantizara despóticamente, después de
una verdadera revolución (esto es, después de la destrucción del
estado capitalista y de la abolición de las viejas relaciones de propie­
dad), un metabolismo sano entre la sociedad y la naturaleza. Esa
23
visión no es autocontradic loria, como lo es la del reformismo. Pero,
en cambio, tiene tres defectos que la arruinan como hipótesis comu­
nista: en primer lugar, es inverosímil si se tiene en cuenta la expe­
riencia histórica, incluida la más reciente, auc es la ofrecida por la
aristocracia de los países del llamado "socialismo real*’; en segundo
lugar, el despotismo pertenece a la misma cultura del exceso que se
trata de superar; en tercer lugar, es poco probable que un movimien­
to comunista luche por semejante objetivo. La consciencia comunista
pensará más que bien que para esc \iaje no se necesitaban las alforjas
de la lucha revolucionaria. A la objeción (repetidamente insinuada
por Harich) de que el instinto de conservación se tiene que imponer
a la repugnancia al autoritarismo, se puede oponer al menos la duda
acerca de lo que puede hacer una humanidad va sin entusiasmos,
defraudada en su aspiración milenaria a justicia, libertad y comuni­
dad.
(». No es inevitable quedarse en esas comprobaciones poco alenta­
doras. El programa de llarich tiene un delecto de método procedente
de la dialéctica cerrada de la negatividad: pretender derivar una
solución definitiva. (El programa de llarich merecería todavía más
atención de la que sin duda merece, si se presentara sólo como
programa de transición, aunque tampoco en este caso me resultaría
del todo convincente!.
La línea de conducta más racional para el movimiento revoluciona­
rio consiste en reconocer que es demasiado arriesgado proponerse, al
modo de la dialéctica idealista, una deducción inmediata de la
solución ecológico'Social. En vez de eso, hay que simultanear dos
tipos de práctica revolucionaria, cuya naturaleza de comunismo
científico estribará no en la posesión de un modelo deductivo de
sociedad emancipada, sino en la práctica sistemática de la investiga­
ción por ensayo y error, guiada por la finalidad comunista.
Las dos prácticas complementarias han de ser revolucionarias, no
reformistas, y se refieren respecto ámente al poder político estatal ) a
la vida cotidiana. Es una convicción común a todos los intentos
marxistas de asimilar la problemática ecológico-social que el movi­
miento debe intentar vivit una nueva cotidianidad, sin remitir la
revolución de la vida cotidiana a "después de la Revolución**t y que
no debe perder su tradicional visión realista del problema del poder
político, en particular del estatal.
también en este punto es contraproducente el abandono reformis­
ta de ciertos elementos de tradición marxista. Por c|cmp!o, la crisis
ecológica aumenta la validez v la importancia del principio de la
planificación global ) del internacionalismo, principios que los
partidos obreros tienden a abandonar bajo una influencia ideológica
burguesa i cálmente anacrónica, ya que mientras tanto el capital se
internacionaliza incluso políticamente y planea a escala planetaria el
desastre de la humanidad, creyendo asegurar su "Progreso".
En esta comunicación he intentado poner (condcnsada y dogmáti­
camente. porque no había espacio para incluir todos los razonamien­
tos necesarios, ni tampoco las dudas remanentes) los puntos
filosóficos que me parecen imprescindibles para renovar la conscien­
cia revolucionaria hoy. No me parece posible, dentro de esos límites,
intentar adentrarme más en la cuestión que abre el punto 6: el vicio
¿Que hacer/.
24
SOBRE REVOLUCIONES BURGUESAS Y
AUTOS DE EE
Joscp Fontana

Por segunda vez Bartolomé Clavero vuelve a la carga y» a cuenta del


concepto de revolución burguesa, y de su aplicación a España, hace
un auto de fe con las obras de buen número de historiadores, dedi­
cándome una atención tan especial como inmerecida (I). Me be
esforzado en no dejarme arrastrar a esta disputa porque pienso que
no conduce a nada, pero como seguir callando pudiera parecer
menosprecio, me decido a intervenir en el juego por primera y última
vez, con propósito de no reincidir. El objetivo de estas páginas es.
precisamente, el de aclarar por qué considero ¡nviahlc un diálogo
desde posiciones tan distintas como las nuestras.
Lo primero que conviene determinar es el carácter de la critica de
Clavero. ¿Qué clase de escrito es “Política de un problema: la revolu­
ción burguesa"? No es, evidentemente, el género de crítica que los
historiadores hacen de sus propios trabajos, puesto que el autor
comienza advirtiéndonos: “no nos pronunciaremos sobre las respecti­
vas aportaciones historiográficas de las obras confrontadas" (2). V',
en efecto, no llega a discutii en serio ningún análisis concreto de los
textos que combate. Al historiador le es difícil aceptar que pueda
hacerse tan radical dicotomía entre teoría y práctica, puesto que
considera que en ésta se refleja aquélla. Pienso, por ejemplo, que las
diferencias entre nuestros respectivos métodos se aclaran cuando se
observa que Clavero acota el "momento definitivo" de la revolución
burguesa española entre 1835 y 1837 (3), guiándose básicamente por
la legislación, mientras que yo considero necesario investigar con
mucho detenimiento el periodo que va de 1823 a 1833, donde creo
que se encuentran las claves para explicar lo que se legisla después. F.s
la diferencia que existe entre un tratamiento formal, de carácter jurí­
dico, que parte de los textos legales, y otro de carácter histórico, que
trata de desentrañar el complejo tejido de la lucha de clases y consi­
dera que las leyes son una consecuencia de este proceso.
Obligar a un historiador a abstenerse de la verificación de la teoría
por los resultados que se obtienen con ella en la práctica de la investi­
gación es como pedirle que ande a la pala coja. Pero como Clavero ha
(1) Los dos textos de B artolom é Clavero a que me refiero son "P ara un
co n c ep to de revolución burguesa", en Sistem a, 13 (abril de 1976). pp.
33-54 y "P o lítica de un problem a: la revolución burguesa" en Clavgro,
Kuiz Torres y H ernández M ontalbán. E studios aobrr lo revolución burgue­
sa en España, M adrid, Siglo X XI, 1979, p p . 1 -48. A estos dos te x to s hab ría
que añadir un tercero , escrito desde la mism a ó p tica, pero q u e sólo hace
referencia a m í: I croando Pérez R oyo, "H acienda real y m o n arq u ía
absoluta. N ota crític a sobre la obra de J o sc p f o n ta n a ” , en Civitas, n ° 5
(enero-m arzo 1975), pp. 202-240.

(2) Clavero. "P o lítica de un problem a: la revolución bu rg u esa", p. 7 , n o ta 5.

(3) Ibid., p . 48

25
fijado previamente las condiciones del juego, no queda más remedio
que seguirle.
¿Será entonces un discurso sobre teoría de la historia? ¿Sobre los
problemas de método \ de teoría que debaten los historiadores que
investigan el tránsito del feudalismo al capitalismo y el significado de
la revolución burguesa? Tampoco es esto. No sería justo pensar que
Clavero ha tratado de mediar en este debate ignorando la más impor­
tante aportación que se ha hecho a él, como son los Studien zur
Rvialutiomiieschichte, que se vienen publicando en Berlín desde
1969 (4), y que forman parte de un gran proyecto colectivo de inves­
tigación, que ha de culminar en tomo al segundo centenario de la
Revolución francesa. Ni se comprendería un trabajo sobre problemas
teóricos de la investigación cjue ni siquiera alude a los debates más
vivos en el seno de la disciplina, como el suscitado por el libro de
W'alicrstein sobre la formación de una economía mundial en el siglo
XVI, el de la crisis general del siglo XVII o la fructífera discusión en
torno a " Agraria n class struc ture and cconumic dcvclopmcnt in pre-
industrial Éuropc”, de Rnbert Brenner (5), por citar sólo tres
ejemplos de temas debatidos en las revistas profesionales durante
estos últimos años (6).
Basta con examinar la interpretación histórica que Clavero da del
tránsito del feudalismo al capitalismo (7), como alternativa a la
miseria teórica de los historiadores (8), para advertir que se trata de
un discurso muy vago, sin ninguna concreción de tiempo o lugar, que
se ofrece como una especie de modelo universal suprahistórico, y no
tjcnr nada que ver con los problemas teóricos de quienes trabajan en
la investigación histórica, ni les proporciona auxilio alguno. Como no
se trata de desmontar pie/.a por pieza su esquema interpretativo,
pienso que un solo ejemplo bastará para ilustrar esta incompatibili-
dad entre los planteamientos de Clavero y los problemas teóricos de
(4) l.os t r o K olum rnrt ¿parecidos hasta ahora, publicados en Berlín p
\kad em ie Verían V editados por M anfred K ossok. son Studien úber di*
R evolution <19691. Studirn : ur vergieic tienden R evolutionsgetchichte,
1 5O 0./977, (1974) v Rolle und Form en der Volktbew egung tm bürgerli
chen R evo lu tio n $ :yklu i 11976) No me parece dem asiado serio, en cam bio,
m eter en esto el librillo de Roberto /a p p e ri, om itiendo citar su sub títu lo
" f u política de Steyes' que define su lim itadísim o alcance real.

(5 | No me refiero, claro esta, a que n o se m encionen las obras, lo que podría


suponerse cubierto en la nota 29 de la p. 33 en que el autor se declara
"incapaz de ofrecer (...) una m ínim a orientación bibliográfica sobre el tú
m ulo de tem as condensados en las paginas a n te n o te s ", sino a que no st
recojan los problem as.

ii>> Revelador de cara a lo que aquí quiero dem ostrar es que Clavero no cite
p rácticam ente artículos de revistas históricas, puesto que, to m o es bien
sabido, los debates teóricos tienen lugar pn m e iam en te en ellas y sólo al
cabo del tiem po -y no siempre trascienden a los libros.

(7) " I nrutad de un proceso: revolución o tra n sició n ", en pp. 23-48 de "P o líti­
ca de un problem a: la revolución burguesa".

(8) l.sr dirigir sus criticas contra el grem io en tero d e los historiadores, com o
situándose fuera > por encim a de él. se puede advertir en más de un lugar,
to m o cuando defiende los enfoques, básicam ente jurídicos, de M oxó y de
I ornas y V aliente, y los calibea com o proveedores de ideas "p ara la genera
lidad de los historiadores" (no para o tro s historiadores).

26
los historiadores.
Clavero escribe: "En una fase en la que el desarrollo de la sociedad
—y de la explotación- señorial permitía a dicho bloque (el feudal)
apropiarse un nivel de renta ya no consumible, ni con todo el lujo
que promovía este sistema, ni tampoco tesaurizable, dados los
productos sobre los que había de incidir la explotación del trabajo, se
precisaba una forma de realización de estos valores mediante su inter­
cambio por otros medios de consumo o por género* atesorables; en
esta circulación de valores, que abre a Europa a otras geografías,
supeditándolas a un imperialismo "mercantil” pero señorial (...) se
sustenta esta "burguesía" de la sociedad señorial" (9). Pues bien, en
la forma en que los historiadores planteamos los problemas, las cosas
se nos presentan de manera completamente distinta; casi me atrevería
a decir que al revés.
Mientras los grupos dominantes de la sociedad feudal acumularon
la mayor parte del excedente campesino, el comercio a larga distancia
se redujo a un limitado acarreo de productos de lujo, obtenidos me­
diante un intercambio mercantil. Pero la fase final de la edad media
fue una etapa de crisis para el feudalismo de la Europa central y
occidental, lo que dio lugar a que el volumen de la renta feudal men­
guase en beneficio de los campesinos -fenómeno harto conocido,
que puede seguirse desde el clásico análisis de Marc Bloch sobre "la
crisis de las fortunas señoriales" (10) al más reciente de Guy Bois
(11)—. Esta distinta distribución del producto explica el crecimiento
del mercado interior, el florecimiento de la producción industrial
artcsana (12) y, en última instancia, y en estrecha relación con estos
cambios, la aparición de un comercio a larga distancia en escala
mucho mayor, destinado a satisfacer la demanda de nuevos sectores
consumidores y a alimentar la expansión del desarrollo capitalista.
El problema de la expansión imperialista de los siglos XV al XV11I
se plantea, desde el punto de vista del historiador, de manera harto
compleja, y no puede resolverse con la elemental operación de
calificar este imperialismo como "mercantil" y "señorial", adjetivos
que oscurecen más que aclaran la verdadera naturaleza de unas rela­
ciones que se basan, como ha dicho V. M. Godinho, en "el intercam-
(9) "P olítica de un p ro b le m a", pp. 3 0 .3 1.

(10) M ari B loth, La h u to n a ntral francesa. Barcelona, C ritica, 1978, pp.


340-354 y 380

(11) G uy Bou, Crtse du féodalism e, Pan», fe o te de* llam e» I lude» en Science»


Sociales, 1976. I n Ron p o d rá ver Clavero que lo» historiadm e»rech azam o s
una caracterización estrictam ente institucional del feudalism o que no
tenga en tu e n ta la realidad de la producción agraria cam pesina, cuya
naturaleza, y cuyo» cambio», no pueden seguirse a través de la simple
observación del cuadro ju ríd ico . Com o dice Roí»- "I.a form a de p ro d u c ­
ción característica del sistem a, esto es la que dr«em peña el papel dom inan
te e im prim e a la ec o n o m ía sus ritm os de crecim iento, es la pequeña
producción cam pesina. U na visión exclusivam ente institucional ha enm as
ta ra d o frecuentem ente esta evidencia, sobreponiendo el cuadro juríd ico de
la producción (el señorío) a la unidad fundam ental de produ cció n (la
explotación cam pesina)" (p. 352).

(12) La form a en que este esquem a se aplica a Castilla p uede verse en los
trabajos de V'aldeón, M artin, etc. Sobre el crecim iento de la industria
artesanal. Paulino Iradiel. Evolución de la industria te x til castellana en los
siglos X lIt-X V I, Salam anca, U niversidad, 1974. p p . 99-103.

27
bic» desigual entre economía dominante y economía dominada" (13).
"Mercantil" puede ser adjetivo adecuado para definir el viejo comer­
cio medieval a larga distancia, que se apoyaba en la diferencia de
precios entre productos elaborados en condicione» técnicas y sociales
muy diversas, pero no lo es para este intercambio desigual de la etapa
imperialista. Los metales preciosos del Potosí no son un producto
"natural" de la sociedad indígena intercambiado por mercancías
europeas, sino que se obtienen con trabajo forzado, en condiciones
impuestas por los nuevos dominadores, y la diferencia de costes que
permite explotarlos con beneficio lo que hace que la plata america­
na trnga un "precio" inferior a la obtenida en Luropa no es la
mayor riqueza de los yacimientos americanos, sino el bajo coste del
trabajo, puesto que en la Luropa feudal de los siglos XVI y XVII la
explotación minera había de hacerse con trabajo asalariado.
Tampoco la de "señorial" parece calificación adecuada para un
sistema que no se limita a sobreimponerse parasitariamente a las
formas de producción existentes en las sociedades indígenas -para
convivir con ellas, como en Luropa convivían el señorío y la produc­
ción campesina , sino que las destruye en provecho de la mina y de
la plantación, esto es, de formas productivas que responden a las
necesidades del desarrollo capitalista europeo. Porque, contra lo que
sugiere el planteamiento de Clavero, los metales preciosos de las
Indias no se destinaron a satisfacer la demanda de "géneros atesora-
bles" de la "clase feudal" castellana, sino a nutrir la circulación
monetaria de unas economías europeas en rápida expansión.
Lo que pretendo con esto no es tachar de ignorante a Clavero, ni
sostener que su análisis sea falso o incorrecto, sino mostrar que, asen­
tado en presupuestos teóricos totalmente distintos, difiere esencial­
mente del género de instrumental que emplea el historiador en su
trabajo.
La cosa aucria clara cuando observamos que toda su exposición
conduce a definir la revolución burguesa como "imposición de un
derecho civil liberal (acabándose sobre todo con la intervención del
derecho canónico en la materia fundamental de contratos) y de un
derecho público estatal (acabándose con la sanción o consagración
jurídica de las funciones o discriminaciones sociales)" (14). Semejan­
te definición, que reduce el proceso a sus resultados, y aun a los que
se dan en el estricto terreno jurídico, puede ser útil en un manual de
historia del derecho que pretenda explicar cómo se transforma el
marro legal para adecuarse a las nuevas realidades sociales, pero de
poco le \a a servir al histonador, empeñado en desentrañar un juego
de relaciones mucho más rico (15).

lll) V itorino Magalhae» l.o d in h o , Oí d e ico b rim en to i e a econom ía m undial,


l.iaboa. \ n adía. 1963. II. pp. («OH 609.

lili " P o lítica <lr un p ro b lem a", pp. 42-43.

(13) Para M am . un hecho ju ríd ic o , com o la consolidación de la propiedad priva


da de carácter burgués, no es más que un aspecto de un proceso m is
com plejo \ i í . en 1.a ideología alemana »r afirm a que "división del trabajo
y propiedad privarla son término» id én tico s". (M am hngel» W erke, III, p.
12). No que la propiedad privada tea una condición y la división del traba
jo una consecuencia, sino que son "id e n tisrh e A u sd rü rk e ".

28
Clavero parece suponer que todo lo demás permanece inmóvil, o
que, en todo caso, su cambio está supeditado a las transformaciones
institucionales. Kn toda su explicación del tránsito del feudalismo al
capitalismo no hay alusión alguna a la evolución de la producción,
que queda como un telón de fondo, pasivo y estático, sobre el que se
produce la mutación de las relaciones jurídicas. Ni siquiera el paso
de una producción a laria de subsistencia a una economía de merca­
do y a la industrialización se integran en un modelo que da un papel
central, en contrapartida, al fin de “la intervención del derecho
canónico en la materia fundamental de contratos”.
La conclusión a que hay que llegar es que el trabajo de Clavero no
pertenece al terreno de la ciencia histórica, puesto que se desvincula
voluntariamente de la práctica de la investigación y es ajeno al tipo
de teoría que esta práctica emplea. Lo cual no significa que no pueda
ser un discurso perfectamente válido \ coherente en su genero.
Importa, por consiguiente, averiguar cuál sea éste.
Pienso que el discurso de Clavero pertenece al género de elabora
ción teórica que se practica dentro de lo que solemos llamar el
“cstructuralismo marxista", cuyo representante más conocido es
Althusser. K. P. Thompson lo ha definido como “un tcoricismo
ahistórico'*, y alguno de sus cultivadores ha aceptado de buena gana
que se calilique lo que hace como un ejercicio de “metatenría**. Uno
nc los rasgos que caracterizan esencialmente a esta corriente es el
rechazo del tipo de análisis de la realidad social por medio de la
historia que, de Marx \ Engels para acá, ha constituido la base misma
del materialismo histórico. I.il lorma de análisis es denunciada por
los cstructuralistas marxistas como "empirismo” , >, en su lugar, se
pretende construir una teoría abstracta de los modos de producción
o algún otro tipo de razonamiento formal, que se elabora en el plano
de la teoría, sin partir del análisis de la realidad, ni buscar su verifica
ción en ella.
Han sido dos sociólogos británicos. Barr\ llmdess y Paul llirst,
quienes han expresado más claramente su rechazo de la historia,
denunciando la incapacidad en que ésta se encuentra paia satisfacer
sus demandas teoréticas. “ La historia está condenada poi la naturale­
za de su objeto al empirismo. (...) No puede haber escapatoria de este
empirismo. K1 objeto de la historia no puede ser concebido como un
objeto constituido teóricamente, como un objeto no limitado por lo
que es dado. Un objeto no-dado no puede formar parte de la historia;
al ser constituido teóricamente está constituido independientemente
de lo existente hasta ahora. La historia ha de concebir el objeto de su
conocimiento como dado o dejar de ser históric a” (16), v asi sucesi­
vamente, espetando que esta repetición enfática de trivialidades
produzca un efecto hipnótico en sus lectores. Pues bien, esta especie
de conjuro seudolilosoficn es una de las pocas cosas que encuentran,
no sólo tolerancia, sino incluso elogio de parte de Clavero, quien, tras
haber condenado a la hoguera, sin el menor titubeo, la obra de l)obh,
llobshawm o Lublinskaya, nos dice que el libro de donde se han
tomado estas frases es "valioso y estimulante frente a la habitual
pereza reflexiva de las obras del género" (17). Pero ¿de qué género '
Aquí ha cometido un desliz, porque está c laro que no se trata de un
( I b) Harry llim ic u y Paul Q. H irsl, /Vz cafntalnt m oiies o] fr o iiu r lio n ,I.omire»,
Kouüccli(e and Kegan Paul. 1975, pp. S10 -3 11.
29
libro de "historia”, sino de "amihistoria”, de naturaleza muy pareci­
da a la de los escritos de Clavero.
Iamblen parece ignorar que, dos años más tarde. Hindess y Hirst
publicaron una autocrítica de su libro anterior, el "valioso y estimu­
lante”, donde rechazan la utilización del concepto de modo de
producción, declaran que es necesario revisar profundamente el
marxismo y anuncian la próxima publicación de "una crítica de E l
Cafntal que consideramos necesaria para el análisis marxista del
capitalismo actual". O sea, que en lugar de intentar un análisis del
capitalismo actual con los métodos marxistas, lo que se proponen
es volver atrás, al análisis que Marx hizo del capitalismo del siglo
\ l \ , para destruirlo y construir un nuevo marxismo-no-marxista
(18). Tal es el lógico Imal de empresas de este tipo.
A decir verdad, el modelo explicativo de Clavero es más abstracto
mas metateórico- y está más alejado del "marxismo de Marx" que
el que los dos sociólogos británicos proponían en su pnmer libro.
Volvamos a "Política de un problema” para examinar de cerca sus
propuestas interpretativas. Clavero nos dice que en la sociedad feudal
na\ un "bloque feudal” dominante, que se contrapone "a (a clase
trabajadora del momento", tsta es "la contradicción principal de la
sociedad antecapitalisla: contradicción entre bloque feudal y clase
trabajadora” (19). I-a burguesía no es una clase aparte, sino que surge
"como deri\ación del bloque feudal o señorial", y aunque existan
contradicciones secundarias "entre estos dos sectores del bloque
feudal dominante —clase feudal estricta y burguesía", la realidad es
óue el enfrentamiento básico es el que opone al bloque feudal (inclui­
da la burguesía) y a la clase trabajadora (donde parece que habrán de
meterse compesinos, trabajadores urbanos, etc.) (20). Siendo así, se
comprenderá el carácter ambiguo de la revolución burguesa, que no
enfrenta a una clase dominante contra otra dominada —como
pensaban ingenuamente Marx y Kngcls-, sino que se limita a una
confrontación entre dos sectores del bloque dominante; es, en
palabras de Clavero, una revolución "promovida finalmente por un
sector drl bloque dominante anterior, y no, como el mismo ha hecho
creer, por un destacamento de la población dominada" (21).
Íl7> "P o lítica de un p ro b lem a", pp. 38-39, n o ta 35.

lIM» Barr> Ilin d e » > Paul H irst, Mode o f produclion and to n a l form ation. An
iiu to c n ttq u r o j 7Vr capitalnt m odet o f pro d u ctio n ', Londres, Mac millón,
1977, p. 74. La anunciada crítica ha aparecido mas larde -A fo ra’* Capital
and capitalnm todas, por \ . C utlei. B. Hindess, P. Hirst y A. Ilussain.
l.o n d ret, K outlrdgr and kegan Paul. J 977-1978. 2 vols. . pero confieso
que no me quedan gana» de leerla y me doy por satisfecho ro n la reseña
que R ichard B. I)u Boff le hace en una revista tan p o to sospechosa de mar
xismo orto d o x o com o es The jo u m a l o f tc o n o m ic H istory, XXXVIII
(19 7 8 ), pp. 984 98 3 . donde se dice que el libro "co n tien e poco interés
para el historiador de la econom ía de cualquier escuela. \ o hay ninguna
referencia a las aportaciones de la historia m arxista, ni apreciación alguna,
ni com prensión aparente, del propio Marx com o historiador de la e c o n o ­
m ía". Añade que los autores "rechazan el análisis de clase m arxista" y
concluye: "la novedad de sus conclusiones me escapa: es posible que se
haya llegado a ellas por un riguroso ejercicio te o rético , pero en esencia
difieren m uy poco de las posiciones alcanzadas por B crm tein hace unas
décadas".

! 19) "P o lítica de un problem a", p. 29.

30
Si antes señalábamos que en la interpretación de Clavero la econo­
mía permanece estática, sin evolución ni coyuntura, ahora podemos
advertir que este hecho tiene su correlación en el terreno de los
enfrentamientos de clase. Tanto en el feudalismo como en el capita­
lismo encontramos una misma clase dominante, en la que sólo ha
variado el equilibrio interno entre los diversos “sectores” que la
componen. La consecuencia de ello será que en el otro polo, el de la
clase dominada, encontraremos también ío mismo: la clase trabaja­
dora “del momento”. O sea que Clavero no sólo nos ha escamoteado
la industrialización sino, con ella, el nacimiento del proletariado
como clase, al usar una misma denominación genérica, la de “clase
trabajadora”, para los grupos dominados de feudalismo y capitalis­
mo. Pues bien, este esquema, bueno o malo —que no es esto los que
ahora se discute- es absolutamente incompatible con los plantea­
mientos de Marx y de Engcls. Si Clavero relee con calma la explica­
ción del tránsito del feudalismo al capitalismo que se da en el
Manifiesto comunista descubrirá que, para ser consecuente, no le
queda más remedio que condenarlo también a las hogueras de su auto
de fe personal.
No estoy mostrando el carácter no-marxista del modelo de Clavero
para atacarlo con un argumento de autoridad, sino para avanzar un
paso más en su caracterización. Y me parece que la conclusión debe
ser que tal modelo es esencialmente “claveriano”. Kn efecto, si
echamos una ojeada a las notas en que se apoya el texto, veremos que
el autor más repetidamente citado, el que se nos presenta como guía
seguro que resuelve todas las dudas, es el propio Clavero: diecisiete
citas a sus obras, su pensamiento y sus interpretaciones en el trans­
curso de estas 46 páginas, donde Marx y Engcls han de contentarse,
entre los dos. con sólo cuatro. Entonces se comprende mejor la
facilidad con que Clavero aniquila a sus oponentes en el debate
teórico. Puesto a juzgar la ortodoxia de los demás con su propio
catecismo no hay quien se salve de una condena por herejía.
En tales condiciones el debate es imposible. Si antes he señalado
que forzar a un historiador a que discuta problemas teóricos prescin­
diendo de “las respectivas aportaciones historiográlicas de las obras
confrontadas” era obligarle a andar a la pata coja, ahora añadiré que
pretender fijarle como lenguaje para la discusión el pcrsonalísimo de
Clavero equivale a atarle las dos piernas y desafiarle a echar una
carrera.
Deseo, sin embargo, despersonalizar el argumento y remitirme al
campo, más general, del estructuralismo marxista. No me es posible
discutir un problema concreto, como el de la revolución burguesa en
España, con quien se sitúa en este terreno, porque rechazo sus puntos
de partida y sus métodos de análisis “ metateórico” , y él rechaza jos
(20) Ibid., p. 31.

(21) Ibid., p . 34. Se puede advertir aquí el peligro de una form ulación a b o tac
ta, que parece co n stru id a sobre el caso de la revolución burguesa española,
para la que alguna» de esta» observaciones pueden ser válidas, pero n o para
el análisis de la francesa del siglo XV111, ni, m enos aún. para la inglesa del
siglo XVII. h n tre otra» razones, porque la expcnencia de lo ocurrid o en
I rancia ha sido una de las causas de que en hspaña la "clase feu d al" se
haya m ostrado más propicia al p ac to y la burguesía, m enos revolucionaria.

31
míos, “empírico*'*, que lorman la baje misma del oliciodc historia­
dor. La única discusión posible entre nosotros seria la que se refirie­
ra, globnlmcnlc, a la valide* de nuestros respectivos métodos, y en
este terreno me remito -puesto que hay que alionar los esfuerzos
repetidos a la labor de demolición del aithusserismo (y de todos sus
hijos, mas o menos legítimos) que acaba de efectuar h. I*. Ihompson
( 22 ) .
La única forma en que gentes que emplean métodos tan distintos
pueden confrontar sus resultados en torno a un problema cosiste en
exponer cada uno su propio modelo interpretativo, para que su uti­
lización en la práctica de la investigación determine cuál es el más vá­
lido. Hace cuatro años, cuando Fernando Pérez Royo me hizo llegar el
texto de la primeia andanada de esta serie, le contesté en una carta
“ ¿Cuál es el método mejor? ¿F.l vuestro o el mío? Ni lo sé. ni
creo que pueda veri litarse por medie» de una discusión sohrc princi­
pios Yo trataré de hacer mi investigación acerca de “la revolución
burguesa en España" con mis propios métodos. Vosotros podéis ha­
cer \ucsrra propia interpretación con los vuestros. El resultado que
mas cosas explique será el mas útil. Hasta es posible que los dos a-
porten algo bueno”. Lra una clara invitación a que cada uno siguiera
poi >u camino, pero Clavero parece opinar como la rema ro)a. cuando
le contesto a Alicia: “No sé que quieres decir con esto de tu camino,
lodos los caminos que ha\ por aquí son míos".
He intentado explicai la razón por la que no he entrado antes en
esta querella, y por la que no pienso volver a hacerlo (24). Creo que
no tiene sentido discutir en tomo a un problema, cuando se habían
dos lenguajes teóricos distintos e intraducibies. La prueba está en que
este amago de discusión no me ha servido ni para aclarar mis propias
ideas, ni para ¿prenda jJgo que pueda utilizar en mi trabajo. A deen
verdad, ni siquiera me ha divertido. Ln una situación como la nues­
tra. con una universidad donde la enseñanza de la historia sigue domi­
nada por los organizadores de la confusión ideológica, al servicio de
los mismos intereses de siempre, prefiero guardar Jos ataques para el
academicismo reaccionario, sea cual luere el disfraz bajo el que se
presente. Que esta es también una manera de concebir la política de
un problema.

122) I . P. Ih om pson, The poverty o f iheory and olh er essoyt, Londres. Mcrlin
Press. 19?#.

(23) Carta y no otra to ta , aunque Clavero la convierta, sin ningún fundam ento ,
en p ro y ecto de replica circulado en copias.

(24) Lo que no •* que d u d a la presentación autónom a es decir, sin


rungun anim o de polém ica con C lavero.con A cotla o con quien sea de mis
propios planteam ientos sobre el tema de la revolución burguesa, lo que
pienso hacer próxim am ente en las paginas de Recerque i, aunque n o sea
mas q ue para e\ liar extrapola! iones \ m alentendidos.
TÍ CNICS I CLASSES SOClALSt ALCl’NES CONSIDERACIONS
CRITIQUES ENTORN A LA CON! RIBUCIÓ D’EN LACAIXE"
Angel ZARAGOZA
Universitat de Barcelona
Octubre 1978

NOTA:
Vull agían la coüaboració de la Fundado Juan March en la realit-
¿ació d'aquest assaig, aixi cum les lee tures i cumcntaris crítics rebuts
d’cn Salvador Giner, Emilio Lamo. Jesús Mareos, Amando de Miguel
i Manuel Sacristán, si be la responsabilitat intel.lectual del que aquí es
diu reeau com semprc exclussivament sobre Fautor.

Un deis ícnomens mes pardculars esdevinguts a Kspama en cls


últims anvs del Iranquisme (fináis deis scixantu i principis deis setan-
ta) ha cstat el movimcnt profession.il. Les rigidese* institución ais i
politiques cstablcrtes peí regim politic franquista van permetre i al
matcix tetnps dificultar el desenvolupament d'un mnviment piole-
ssional de carácter netament crtTic. Lis metges, els advocats, cls engi-
nyers, els periodistes, els aparelladors, i arquitectes van protagonit/ar
d’una manera quasi permancnl la resolta a vegades subtil i a vegades
oberta contra el regim franquista. Ja no es tractava solament de
criticar la política educativa, sanitaria, esportiva, urbanística o legal
del regim, sino que els prolessionals posaven en qüestió la legitima­
d o , la matcixa ncccssitat d’un regim politic de natura dictatorial. La
critica era doble: d ’una banda, s’cxcrcia al nivell proíessional plante-
jant la dcinocratitaació intema deis col.lcgis i associacions professio-
nals, i d'altra banda, es demanava un comprotnis més explicit d*a-
quests de cara el que era sistemática dcstrucció del putrimoni colJcc-
tiu.
El govem va intentar obstaculizar de mil mancres dilcrcnt*
aquesta critica, fer-la inviable. La llci de col. le gis prolessionals del
1974, el reglamcnt posterior, la victoria de Pedro! Rius al col.lcgi
d'advocats de Madnd, o de la candidatura “proíessional*' sobre la
“progressita" al coLlegi d ’arquitectes de Barcelona (octubre 1974) en
son cxcmples. No obstant aixó, i ftns i tot potser per culpa d'aquesta
actitud govcmamcntal, la critica proíessional a les actuación* i dcci-
sions politiques cnntinuava. El que molts prolessionals van vcurc ciar
va ser que ni a nivell de col.legi ni a nivell col.lcctiu el regim perme
tria la critica, l'autonomia proíessional. Cal teñir en cumple míe cls
proíessional* eren un riel* molts grups que s'allunyava rlarissima
ment del régim. L’csglésia, cls intel.lcctuals, els sindicáis, la majnriu
deis partits politics, els estudiants, les associacions de veíns, les
nacionalitats historiques. íraccions «le la biirgesin, etcétera, estaven

33
tots en contra del régim. Els pr.sícssionals. per llur presugi i conrixc-
ments, eren un deis giups que (Tuna manera mes ostentos» podicn
articular aquesta oposició.
fcl» coljcgis professional», de tothom és sabut, estaven dcmncrati.
cament organiuau. Es |ustament aquesta democratitaació interna
el que va permetre Particulado de la protesta. Nogensmenys. hem de
reconeixcr que no tots els professionals hi van participar (agentó de
canvi i borsa, administrador de linques, notaris. registrador déla
propicia!, etc), i que els qui hi van participar no ho van fer tots amb
la rnateixa intensitat (advocats i economistcs versus (armaceutics. vc-
tennans o gestor administratius) i igual compromi» (metges assala-
riats versus metges privats).
Una altra rao que pot ajudar-nos a entendre el moviment profe­
sional, és els canvis estructuráis esdcvinguts a Espanya amb motlU de
ia industrialiuació. Aquesta, i a nivcll professional, ha supost la sala-
rit/ació de bon nombre de professions (metges. enginycr de tots
tipus, economistes, graduats socials, etc), un augmcnl quantitaliu
considerable, i tambe la concentrado de professionals i téemes a les
grans empreses i a l’administració pública. Aqucsts canvis havien
forcosament de projectar-se en les actituds exterior deis professio-
nals cspanyols. Ells, tan icrriblement conservador tlurani tants anys,
es manifcstcn de sobte com a progressistes. I »ixí>, cal cxplicar-ho. Els
trebatís tcórics de Daniel ¡.acalle i Manuel Martin Serrano, les investí
gacions empinques de Jesús Marcos Alonso, de Joan Estruch. de
Francisco Laguna, .\larina Salarais, Antonio Fernández Alba, i
d’altrcs no sótt més que intcnts per aclaró i explicar satisfactóriament
el fenómen (1).
il) | ñire el» trebalU d'investifació em pírica jo subratliarla el» te g ü en tt: A n­
tonio M E N D l'IR A . "Com o paga España a su s m aestros", Barcelona 1976;
Jetú* MARCOS ALONSO. "Los ingenieros entre el pasado y el fu tu ro " .
Barí clona 1974; y "El conflicto de las clases técnicas: un falso pro b lem a ’ .
Barcelona 197(1. Ju an ESTRUCH i A ntonio M IGUEL. "La sociología d e
una profesión: los asistentes sociales" Barcelona 1976; G rupo de lo» 2»,
"La crisis de los ingeniero* españoles", M adrid 1975. Angel ZARA GO ZA .
"Abogacía y p o lítica ". Madrid 1975; Marina SUBIR A TS. " U s nuevas
profesiones", Barcelona 1974; 1 rancheo LAGUNA, "E l econom ista la
profesión y la sociedad". M adrid 1976. Ram ón IR IA S KARCAS i Redro
P l'IG . "Lai condiciones de trabajo de los econom is A españoles". B áñelo
na 1972; Amando de M IGUEL. "D iagnóstico de la U niversidad", Madrid
197 i; Je»us de M IGUEL. "A natom ía de una U niversidad", Barcelona
I97H; A ntonio 1 ERN A ND EZ ALBA et alii. "Ideología y rru rn nza de la
arquitectura en la España contem poránea", M adrid 1975; Colegio de
Econom istas de Barcelona, "El econom ista en Cataluña". Barcelona 1076
Alfonso ALONSO BARCON. "La condición obrera Je lo i m arm ol m rr
cante»" M adrid 1978; Miguel BELTKAN. "La élite burocrática española",
I jplugucs de Llobregal 1977; t P IN U L A DI LAS HKKA l R. VIDA L
M IN IDO R. " E nferm oI. medico» y hospitales”, Barcelona 1977; Jaim e
M ARTIN MORT NO i Amando de M IC l'L L . "L o i arquitectos en EtpaA 't,
Aladrid 1971>; José Ju an TOMARIA. "E l ¡ues español", Madrid 1975.
A m ando de M IGUI.L, "El poder de la palabra". M adrid 1978; Albert
TINA. "D el del nostre despúlse". Barcelona 1978; I GOL iG lI R I N A e l
aln. "La i anual all p a n o s catatan s", Barcelona 1978; Jesú s de AIIGULL,
"La reform a i añilaría en E ipaña". Madrid 1976; De le o n a loctolisqic a apli
cada ais professionals esm enlana els seguenls A nlom e CASANOVA el alo.
"La proletariza clon del trabajo intelectual”, Afadrid 1975; Daniel Lacalle,
"El conflicto laboral en profetionalei y técnicos", M adnd 1975; "Tecni

34
Aquesta bibliografía sobre les professions demana, com d ’altres
contribución» de la sociologia espanyola, una valoració crítica. Una
prova de la manca de maduresa intcl.lectuáTde les nostres ciéncies
social» és la falta de crítica recíproca i de debat academic i científic
entre el» nostres intel.lectuals. L'objectiu d'aquesta nota bibliográfica
será la presentació i Pavaluació crítica d'un deis intents mes seriosos
que fins ara s’han fet per teoritzar i explicar els canvis esdevinguts
dintre del mon professional. Em refereixo ais trcballs de Daniel
Lacalle ^2) entom a la temática professional. No es tracta dones, de
criticar i analitzar la rclativament nombrosa bibliografía espanyola
sobre les professions. Aquest, és un objectiu més ambició» que deixo
per a més endavant, i que cntenc que és necessari d ’assolir si volem
explicar satisfactóriament les contradiccions i realitat de les profe­
ssions a Espanya. Tampoc es tracta, i vull dir-ho explícitament, de
presentar la meva teorització del problema. Les reflexions i análisis
d’en Lacalle em donaran peu a comentaris i valoracions personal»,
que de cap manera tindrán la cohesió, la solidesa, que tota teoria
demana. Teorització que espero algún dia poder també formular.
Operativamcnt, la nota bibliográfica respondrá a la següent estruc­
tura. En primer lloc, (I) i en base a tots els trcballs per ell publicáis,
intentaré fer un resum precís i ciar de les tesis i conceptcs que a mi
em semblen més importants. En segon lloc, (II) tractaré d’assenyalar
les possiblcs Macunes, deficiéncics, i contradiccions en que cau la seva
teorització i publicación». En tercer lloc, i a manera de conclusió,
parlaré de la significado i importancia d'aquests trcballs per a una
sociologia de les professions a Espanya. Metodológicamcnt parlant,
i de cara a la crítica d'aquests trcballs, m’intcrcssa subratllar que jo
cerco no solament dcclaracions de principis, afirmancions afortuna
des, o hipótesis brillants, sino Particulado d'aquests arguments d’una
manera lógica. Es a dir, consistent -que no es contradigui—, argu­
mentada —aportant dades que donin suport a les interpretación» que
s’avanccn—i sistemática —amb un ordre que permeti seguir el discurs
intel.lectual de fautor—. Els conceptcs hauricn de ser precisos, clars,
delimitador» de Pobicctc a estudiar. Tcnint en comptc també el
carácter marxista de la seva reflexió, vull precisar que no intento fer
eos, cien tífico s y clases sociales", Barcelona 1976; "Profesionales en el
estado español", M adrid 1976. i M anuel M ARTIN S ER R A N O . " Los pro
fesionales en la sociedad capitalista", M adrid 1977.

(2) Daniel LA CA LLE, "E l conflicto laboral en profesionales y técnicos",


A yuso, M adrid. 1975. pp. 167
. "Técnicos, científicos y clases sociales ", G u ad arra­
m a. Barcelona. 1976 (a), pp. 160
. "Profesionales en el estado español", de la T orre.
M adrid. 1976 Ib), p p 190
, "El fu tu ro de los Colegios profesionales", a CAL’,
Colegio Oficial A parejadores y A rquitectos Técnicos
de C atalunya. B arcelona. M arzo/A bril 1976 le) pp
83-91
, "Sobre los trabajadores intelectuales", M ATERIA
L E S, 4, Ju lio /A g o sto 1977. pp. 33-47
, "Los profesionales y la U niversidad", a “ Hacia una
nueva U niversidad", A yuso. M adrid. 1977 |b» pp
212-230

35
una critica del marxisme com a tcoria interpretativa de la rcalitat
proíessional, sino al contrari, acccptan-lo en principi com a valtd
posar en relleu algunos de les insuliciéncies de la teoriuacto de
[.acalle.

a/
bssencialment, Daniel l.acalle assaja a les scvci publicación* d'ana
lazar els canvis succelts ais treballadors cicntifics i técnics essent els
profcssionals una calchona integrara d'aquesta capa social. La relacio
entre profcssionals i técnics i classe obrera tradicional (manual), el
problema de la massilicació i proletarització d'.iquells, i el concepte
de técnic serán les tres prcocupacions permanenment presents al seu
discurs teónc. Discurs tcóric que passa per nombmsos anieles, conle-
rendes, i llibrcs, el mes important deis ouals es (al meu parer) el
titolat "El conflicto laboral >'n profesionales y técnicos". tn aquest
llibrc, Lacallc es plante).! en primer lloc la distinció entre condicte
social i conllicte laboral, ti conllicte labor.d es básicamenl un con-
dicte entre emplcdors i cmplcats, es a dir, es un conllicte entre
propictaris deis mitjans de producció i llur estat i els venedors de
fon;a de trcball. Es dones el conllicte tipie del capitalisme. ti
condicte social, seguint a Coser, es podna definir com la lluita pcls
valors i per l’estatus, el poder i els recursos escassos (Lacallc, 1973,
pp. 12, 13; i 26). Al matéis temps, Lacallc també afirma que lins ara
la major part deis condictes protagonitzats per profcssionals i técnics
s'han dcsensolupat entom i dintre deis coLlegis profcssionals. Col.
legis profcssionals que malgrat tot han entrat en una crisi irreversible
que no els permet rcsoldre els problemes mes que d'una manera
parcial (LacaJle, 1973, pp. 13 i 15).
Un altre tema important al llibrc, és el de la relació entre técnics i
classe obrera. Relació que scstableix sobre la base de la salarització,
massilicació, creixcmcnt, i prolctantzació deis técnics i profcssionals.
Mctodológicamcnt parlan!, aquesta doble problemática dona lloc
dintre del llibrc a tres capi'tols clarament diferenciats. Al pnmer,
elabora el concepte condicte laboral dins la socictat capitalista, al
segon, crea un model especific salid per a interpretar el cas concrel
deis profcssionals i técnics, i al tercer, verifica en la mesura del
possiblc aquest model, mitjanqant la seva aplicado al cas deis erigí
nyers (Lacallc 1975 pp. 22,23).
tls principis axiomática del seu discurs intcl.lectual són els se-
guents: a) el condicte social és coLlectiu i no pot entendrc's en base
a critcrís individuáis; b) les b.iscs del condicte están en l’exiténcia de
classes socials; c) per al cas de la socictat capitalista acuestes classes
són tres: classes propietárics deis mitjans de producció, classes no
propieláries, i classes mitjancs; d) "la lluita de classes ésel motor de
la historia” ; e) "la historia de tota socictat es la historia de la lluita de
classes" (Lacallc 1975 pp. 30, 31); Ij el motor del condicte no és
-d'acord també amb J. Maravall - la miséria, sino la possibditat
d'arnbar a la rrsponsabilitat económica, cultura i política, al control
del desenvolupament, deis intruments i del producte del trcball
(Lacallc, 1975, p. 46). Aqucsts principes, que el col .loquen obvia-
ment dins la perspectiva marxista, condicionen i enmarquen tot el
seu trcball anterior i posterior.

36
De caía a l’estudi de la conflictivitat profcssional i técnica, Lacalle
prepara una doble tipología, En un primer moment, elabora una
classificació del* d'fcrcnt* conflictes laboral*. Aquests poden definir­
se com una combinació de tres variables (principi d'idrntitat -cons­
ciencia de ciaste -; principi d ’oposició —critica del sistema capitalis­
ta - ; principi de totalitat -substitució de la societat capitalista per
una societat sense classes-) que es concreten en quatre tipus básics:
a) práctica inexistencia de cunflictc;b) conflictc indisidual; c) con-
flicte del grup profcssion.il i d) acció de ciaste (Lacalle, 1975, p. 51).
Mes endavant. al capitol tercer, presenta una tipologia de conflictes
profcssional* que cntrn abraca totes les possibilitats existents.
Distingeix entre a) restringits de caráctei profcssional; b) col.Iectius
de carácter profession.il; c) restringits dintre el moviment obrer; i
d) col.Iectius dintre el moviment obrer.
Els conflictes restringits de carácter professionoi (a) es caracterit-
/cri per ser básicament delensius. individuáis (un tccnii aill.it contra
la seva empresa), i espontanis (és a dir, desorgonit/ats). Normalment
es produeixen per questions de deontologia prolcssion.il. per proble-
mes de contructació, de negociado de convenís, de responsabilitat
profcssional. etcétera. Lis col.Iectius de carácter prolcssional (b) son
eminentment delensius i integráis, i son produits per problemes
laboral* -condición* de treball, horaris, e tc - i peí ia dependencia
tecnológica cspanyola. Lis conilictes rcsiringits dintre el moviment
obrer (c) es caractericen per ser ofensius, no integrats, politics, i
desorganiuats. Básicament es concreten en una assessoria técnica ais
tre bailador* i en una mostra de tnlidaritat. L'últim tipus de conflictc
—col.Iectius dintre el moviment obrer (d)- es el que mes interessa a
Lacalle. Ara bé, com ell mateix subratlla, "la mostra és molt petita i
(...) invalidaría tot tipus de conclusión*. Nogensmeny*. un análisi en
proiundilat mostra que les notes que presenten els dos únics caso*
deis quals disposem son que el conflictc d ’aquest tipus i per a la capa
social objccte d'estudi presenta una problemática, proccdcix d ’uns
origen», i mantc uns condicionamcnts idéntics ais que es donen ais
conflictes obrers” (Lacalle, 1975, p. 122).
Amb aqüestes clasificación* es ti acta d'anar clarificant el proble­
ma de la relació entre profcssional* i lécnics i elasse obrera. Per a
comprendre aquesta relació cal teñir en coinpte el procés de salaritza-
ció, concentrado al* Uocs de treball, i massificació pels quals han
passat els profcssional* i técnics amb la consolidado de la revoludó
cien ti (Ico-técnica (la ciencia com a forqa productiva directa) (Lacalle,
1975. p. 71; 1976 a, pp. 119, 121. 122.123). Com a icsultat, aquest
cansí ha produit una modificado de ('estructura de la elasse obrera
(Lacalle, 1975, p. 72), i una actuado del profcssional dins del lloc de
treball, si bé no amb la matcixa intcnsitat i caracteristiqucs. O d»t
d’una dorma mes explícita, no hi ha “una diferéncia lonamental al
nivell teóric entre treball manual i intel.lectual" (Lacalle, 1976.
a p. 103). Ls dona dones una enniunitat d'intcrcssos entre tots els
assalariats (Lacalle, 1976 a, p. 38). El íct que treballadors i técnics
venen llur for^a de treball, viuen d’un sou, i són, grnrralment, ben
lluns deis Uocs de comandament els apropa fins al limit de constituir
una única i matcixa elasse. El conflictc profcssional sera per tant
lluita de classes ("el reflex dialéctic i deformat al mateix temps de la
Huirá de classes al nivell cspccífic del grup profcssional", Lacalle,

37
1975, p. 84). Aquesta es una tesi (la identificació objectiva entre
classe obrera i professior.als) que articula reiteradament ais seus
treball* (Vcgeu Lacalie, 1976 b, cap. HI. pp. 61-87 ¡ Materiales 4,
julio-agosto 1977, pp. 33-47), en base en un primer moment a l’aná-
Üsi deis enginvers (Lacalie, 1975) i mes endavant en base a l’cstudi
deis técnics, metges intems ensenyants i actors (Lacalie. 1976 b).
Es important subratllar que Lacalie és conscicnt de que aquesta
integració deis proícssionals dintre la classe obrera no s*ha produit de
moment totalment. Hi ha tot un conjunt de problemcs específics i de
particularitats que dificulten aquesta integració. Aquí fa referencia al
mes petit nivcll de conscienciació deis prolessionals, a llur origen
burgés en la major part deis casos, a la falta dliistória conflictiva, a la
novetat del processos, etc (Lacalie, 1975, p. 91). A la mateixa con-
clusió arriba en un Ilibre posterior (1976 pp. 87-88 b), on afirma
explícitament aue aquest es un procés que tot just comenta, que
cada vegada mes les formes de iluita professional i obrera coinci-
dcixen. que com a resultat del canvi es trenca rhomogcncitat profe­
ssional, que hi ha una presa de conciencia progressiva, etc.
En relació al tema de la prole tari Uació deis professionals i tccnics
Daniel Lacalie formula el que considera liéis generáis del procés. La
primera llei fa referencia a l’augment exponencial deis treballadors
científics i técnics (mentre que la població es duplica cada cinquanta
anys els tccnics ho fan cada 10). La segona llei assenyala el carácter
no uniform. desigual d'aquest desenvolupament exponencial (hi ha
una tendencia a concentrar-se en certs paísos, institucions i materies).
La tercera, i última llei, mostra com el percentatge d'assaiariats dintre
d’aquesta capa augmenta al creixer el nombre de components (La-
calle, 1976 a, pp. 119-127). Peí que toca a Espanva, es producix la
a) terciaritzacio de l'cconomia b) la salaritzacio de la població activa
(increment de 1.300.000 assaiariats entre 1964-1970), c) qualificació
de la classe obrera (entre 1964-1970 augmenta un 27 per cent el
nombre de treballadors qualificats, i es rcducix en un 12 per cent el
nombre de no qualificats, i d) un augment substancial del nombre de
técnics (de 1960 a 1970 un increment d ’un 78 per cent mes). (La-
calle. 1976 a, pp. 127-129).
Un tercer, i últim tema, será la definició de científic i técnic. Per
técnic enten (1975) el “trebailador (assalariat o independent) no
manual, la forqa de treball del qual són els coneixements adquirits
de manera ordenada i sistemática (no necessariament académica) i
que no exigeixen un període d'aprenentatge per a ser aplicats”
(Lacalie, 1975, p. 16). Aquests assaiariats han de “vendré llur for^a
de treball i els seus coneixements al mercat, a fi d ’aconscguir els
mitjans per a mantenir-se i rcproduir-sc“ (Lacalie, 1975, d . 17). En
altres paraules, llur condició objectiva és equivalent a la deis treballa­
dors. Com ells, venen llur íon,a de treball al capitalista, el qual
determinará i controlará el contingut i la manera de realitzar les
diferents tasques productives.
En un llibrc posterior (Lacalie, 1976 a, pp. 99-100) afirma que
científic i técnic és el “trebailador la participació del qual, directa o
indirecta, a l'activitat productiva de bens materials i servéis (...) és
fonamentalment intel.lectual -n o manual- demanant per a la seva
posta en práctica (...) un període previ d ’adquisició de coneixements

38
tcürics d'una manera ordenada i sistemática (és a dir, en base a una
educació profcssional, mitjana o superior, compietament diferent a
un curse i o curs de capacitació básica manual o administrativa".
Tambe aícgcix que un període d'adaptació al lloc de treball no és
sempre necessari, i que aquests técnics ¡rehallen -venen Uurs ccnei-
xements— miljanqant un salari. D'aquesta forma, elimina la referen*
cia al trcballador indcpendrnt, precisa la seva participació al procés
productiu, insisteix en la base intcl.lcctual i no manual de la seva
feína, i en el període de formado, d'adquisició de coneixcments, si
be ara alegcix que els ha d'adquirir d ’una manera profcssional, és a
dir, a partir d’una formado académica. Considera cora a técnics els
diferents tipus d enginyers, arquitectes, doctors, investigadora,
llicenciats, ensenyants. metges, advocats, físics, químics, périts,
aparelladors, técnics sanitaris, pintors-artistes, decoradors. mestres!
delineants, dissenyadors, etcétera. D’aquesta definido cxclciu els
cmpresaris. I’alta direcció empresarial, i els alts funcionarás, és a dir,
lots aquctls que d'alguna manera cxerccixen un poder deicgat de les
elasses dominants.

III/
Per a entendre correctament el tractament que Daniel Lacalle la
deis professionals, técnics, i científics espanyols cal teñir en compte
la refació que per al marxisme h¡ ha entre teoría i práctica política.
Uásicamcnt, es tracta de substituir el sistema capitalista —un sistema
classista, competitiu i alienan!- peí sistema socialista -iguaiitari.
cooperatiu, i participatiu-. La sociología, la historia, la ciéncia
política ens han de posar a I abast els coneixcments que facin possi*
ble la eonstruceió <1 una nova socictat. 1 com que la construcció
d’acjucsta nova socictat depén, entre afires factors, de la praxis
política, el treball .malític es la base per a la dcfinició de la li’nia,
del treball polític a realit/ar. Al mateix temps, aquesta actuació
política meideix sobre els continguts leones verificant o invalidant
icones. 1.'intcl.lcctual només s’enten en tant que científic compro-
mes amb la seva rcalitat (contradiccions socials). Lacalle, amb el seu
estudi deis professionals, intenta construir una linia política prole
ssional de elasse, identificada amb el proletaria! i solidaria amb ell.
L alternativa a aquesta pnsiciú es el corporativismr profcssional. Es
a dir, associacions constituidcs exelusivament per universitaris que
presenten la matcixa lormació académica, i que dcfincixcn uns
interessos comuns en competencia amb altres ocupacions. Segons el
primer model es tracta de superar a nivcJJ profcssional les diferencies
de elasse, d'ideología que es donen entre elasse obrera i professionals.
O com diu ell, “jo veig ais professionals ¡ técnics, treballadors básica-
menl intel.lectuals, com un deis íonaments de la possible alianza amb
els treballadors manuals i administratius, alianza que pot permetre,
en 1 época actual (de capitalisme monopolista d'estat i de principis
de la revolució científico-técnica) la translormació revolucionaria de
la socictat, el salí qualitatiu que suposa el pas d ’una lormació social
caoitaJista a una socialista. A mi m ’interessa l'estudi deis professio-
nals des d'aquesta perspectiva” (Lacalle. 1976 b. p.5). Es a dir. des
d’una perspectiva eminentment política.
Aquesta declarado és molí importan! de cara a capir els seus

39
treballs. En aqucsts h¡ ha pcrmanenmcnt prescnt una intencionalital
política, uns intcressos concrcts que mediatit/cn el scu discurs
an.ilític, sociologic, fins al punt de eonvertir-lo en un programa
subjectiu. Soc conscicnt de que aquí estic plantejant la vella questió
de l’objcctivitat de le» ciéncies socials. Si bé aquesi problema no es
pot rcsoldrc en termes absoluts (la total neutralitat científica es
imponible), si que hrm de teñir en comptc que la práctica socioló­
gica demana cenes garandes (especificar la propia ideolugia; inves­
tigar en base a l'existéncia de hipótesis i tcorics; empirisme; critica
científica; consistencia; adogmatisme; desenpeions e vades;). El que
cm negó a acceptar com a cientific és un discurs intcIJectual multes
vegades basat en les apreciacions. impiesions, i judicis de valor d'un
determinal subjectc. L'cxcés de subjectivisme porta a I'especulado,
a l’abstracció, a gcneralit/acions buides de contingut. Scnse referen­
cia a fets, dades concretes, investigacions anteriora, el discurs és
-cicntíficament—gratuít.
tn concret, al parlar de la sindicació deis professionals (Lacallc,
1976 b. p. 139), ens fa saber que hi ha ducs mancres d'cnfocar la
questió. D'una banda, es tracta de saber de "quina manera vcuen els
mateixos interessats aqüestes possibles formes de sindicació, quina es
llur posició davant d'elles", i d'una altra, es tracta "de precisar con
l’autor rccol/ant-sc al má-xim en fets i tendéncics objcctivcs, veu com
han de ser aqüestes formes possibles, es a dir, quina hauría de ser la
posició justa dasam el tema". Els pcrills de subjectivisme que aquesta
perspectiva suposa son evidents. Al parlar del futur deis col.lcgis
professionals. Lacalle manilesta explícitament que l'exposició
posterior no és més que un “conjunt de reflcxions i anotación*
purament subjectivcs” . (lacalle 1976 c, p. 83). A nivcll personal, soc
solidari de la seva tesi sobre l’orientacio col .lee uva que haunen de
teñir els cotlegis professionals. sobre el seu paper d'assessors col.lee -
tius, ara bé com a sociólcg li demanana també l'articulaciéi teórica
i empírica d'aqucstcs tesis,
tn relació al conceptc de técnic Daniel Lacalle formula dues
dcfinicions dilcrcnts. La primera d'elles, planteja dos problcmes
greus. tn primer lloc, una possible inconsistencia teórica: ¿fins a
quin punt un "trcballador" independent -n o assalariat— és treba-
llador en un sentit marxista?. Km sembla a mi que del let que trrballa
no es pot marginar que constitueix una empresa individual, que té
una capital propi, i que Marx potscr el consideraría com a petitbur-
gés. tn segon lloc, la referencia a aprenentatge. Adquirir (com diu
cll) "coneixements de manera ordenada i sistemática" és aprendre.
Aprenentatge és l'acció d'aprcndrc. tn termes linguístics hi ha una
contradiccio entre el que afirma a la primera i a la segona part.
L'última part, en negar la neccssitat d ’un periode d'aprcnentatge,
contradiu I'anterior que afirma que aquests coneixements s'han
d'adquirir sistcmáticamcnt.
F.1 segon conceptc de técnic (1976 a) em sembla més precís j
operatiu. Técnic es tot treballador no manual amb una formado
académica initjana o superior, t i fet de que Lacallc no apliqui el scu
conceptc a la investigado sociológica, explica alguns deis comentaris
que fa cntorn a la "impossibilitat de fixar uns límits definits i con-
crets a l'objccte del nostre cstudi", i que malgrat aixó aquesta “no és

40
una qúcstió l'onamental" (Lacalle, 1976 a, p. 1(11). No es essencial,
per que cll no fa trcball <le camp. Altrament, un niinim d'acurd entre
els teónes del lema. ¡ una ope racional) tzació del conccple seria
obligatoria. Una discussió teórica estcriliizam entorn al conccple és
innccessária. Un conccple operatiu, delimilador de la rcaliial a
analitzar. es neccssari. 1 en certa manera, ell posa les bases per a
resoldre la dificultat empírica, hncara que el seu diseurs no necessili
aquest insirumeni.
Aquest conccple de lécnic és el puní de referencia per a entendre
la relació entre movimeni obrer i ireballadors inlcl.lectuals. Kn la
mesura que aquesis venen llurs coneixemenls, depenen d ’un salari.
están massilicals i alienáis deis centres de comandament, participen
de la mateixa condició objcctiva deis treballadors manual*. Kn la
mesura que tenen un origen social difrrent, mijors ingressos, mes
eslatus. mes cultura, etc no participen probablemenl de la mateixa
condició subjcctiva. Pertanyer a una elasse social vol dir compartir la
mateixa siluacio objcctiva. teñir consciencia d'aquesta situació, i
desenvolupar una práctica consistenl amb aquesta elasse social. Pera
mi. Túnica manera de saber si vcritablemcnt els (ceníes, els prolcssio-
nals, els cienlífies pertanyen de fet a la elasse obrera es determinar si
la seva consciencia, la seta praxis política és similar i coincident a la
deis treballadors. I aquest és un problema que admet un plantejament
tcóric, pere que demana una solució empírica. Analit/ar-ho cxclussi
vameni al nivell teóric, cmn Lacalle la. implica plantejar i no solucio­
nar la qüestió. Hi ha elements suficirnts per pensar que aquesta
coincidencia objcctiva existeix (el KO per cent deis enginyers aeronáu­
tica están assalarials, com també ho están el 66-70 per cent deis
enginyers industriáis de Catalunya, el 7'l per cent deis enginyers de
telecomunicació, el 97 per cent deis economistes i el 18 per cent deis
aparclladors (Lacalle. 1976 b, pp. 9-36), ara bé. la ntillor manera de
tancar el terna és Icr aquest cstudi concret.
Aquest carácter subjectiu, acmptric, i a vegades abstráete del seu
diseurs i anaína soctológic es manilesta en multes ocasions. L'alirma
cío de que el conllicte prolessional és un reflex de la lluita de classcs
al nivell de grup prolessional en podna ser un cxcmplc. Lacalle, al seu
primer Uibrc, no parla en cap moment de la lluita de elasse:» que hl ha
hatfut en principi a hspanya entre la elasse obrera d una banda i de
I altra els scctors dominan ts de la burgesia per portar o impedir,
rcspectivaincnt, la democracia a hspanya. Perqué aquesta afirmado
los correcta, hauría de fer dues coses: en primer lloc, descnrotllar el
cas general lluita de classcs a hspanya—; i en segnn lloc. articular el
conflicte prolessional com un exemplc concret d'aquesta lluita de
classcs. Dissortadamcnt, no la ni una cosa ni 1’altia. Només cns parla
d una manera vaga i general de les condicions espectTiques espan\ oles
en «pactar del model teóric (capítol primer) la una breu referencia
a les dificultáis existents per a la participació política deis ciutadans
i deis treballadors. de la manca de sindicáis lliurcs i autónoms. i de
Jaita de llibertats de manifestado, expressió, reunió, etc. (Lacalle,
197r), pp. 56,57) perú ni cns parla del conllictc general a nivell
d cstat contra la dictadura, ni articula aquest confítete com a lluita
dr classes, ni lampoc esmenta la lluita prolessional com un cas
d aquest conllictc mes ampli. hl problema a nivell teóric és planteja

41
perqué resol la qüestió fent re lerenda a una causa explicativa de la
qual no tracta al llibre. En certa manera es dona la repetició mecá­
nica, no dialéctica, d'un deis supostos mes importants de la sociología
marxista: la lluita de clauca com a motor de la historia. Principi que
si be és corréete cal especificar i aplicar a l'análisi de cada socictat
concreta. M’atrevcria a afirmar que fer sociología marxista no és en
absolut fer públic reconcixcmcnt deis principó marxistes, sino veure
com aquesta principis, tesis, interpreten i expliquen les contra-
diccions socials, 1 resisteixen lambe el contras! amb la rcalítat.
Es sentai que Lacallc. a l'objecte de verificar i recol/ar la seva
argumentado. fa un análisi del cas deis enginyers. Ara bc.ijadintre
de la classificació de conflictes professionaís que cll mateix cstablcix,
quan es planieja verificar l'existéncia de conflictes col.lcctius dins el
movíment obrer, només te dos casos a partir deis quals poder genera
litzar, i com diu cll mateix la "mostea es molt perita (...) i invalidaria
tot tipus de conclusions" (1975, p. 122). A un trcball posterior,
Eacalle ía referencia ais metges intems, ais técnics, ais ensenyants. i
ais actors. Pero també rcconcix que aqüestes dades "son només de
Madrid ( o básicament de Madnd)", i que “encara manca molt de
camí per a assolir la integrado tota) de prolcssionals i tccnics dmtre
del movíment obrer" (Lacallc, 1976 b, p. 72). Apart, molts d'aqucsts
fenómens no s’han tomat a produir (la vaga deis actors. Standard
Eléctrica, ENASA. etc) i d'altres están canviant de significa! (MIK
sersus sindical lliure de metges). En certa manera pensó com cll que
cstem al principi del movíment, i que els analistes hem gcncralitzat
una mica massa de pressa, hem visl com a característic de tota una
capa ocupaciunal el que de fet només era aplicable a alguns professio-
nals. La lendéncia s’apunta elarament, ara bé.la no rclativització del
problema, carácter col.legial deis conflictes professionaís a la manca
d'una sociología comparativa (veure que passa o ha passat a d'altres
societats), de bibliografía italiana, francesa, americana o anglesa, de
més casos coñetets sobre, o en base ais quals generalitzar, ha fet que
Lacallc presentí com a definitiu el que no és més que un apunt.
Gcneralitzi per a tots el que només es valid per uns quans.

IV/
Que critiqui el trcball de Daniel Lacallc no implica que no valorí
I’esfory, el pas endavant que suposa la seva realitzacio. Tenint en
compte que la sociología ocupaciona) cspanyola recent és eminen-
ment empírica i descriptiva, les publicacions de Lacallc son l’excep-
ció que d'alguna manera confirma la norma. Lacallc no intenta, com
la majoria, donar simplement una informado, sino elaborar una
teoría. Teoría que considera el problema des d'una perspectiva classis-
ta empírica i tcóricamcnt prometedora. La llástima es que els seus
estudis hagin pecat de massa abstractcs, de massa allunyats d'aqucsta
empine a la que d'alguna manera volia ultrapassar. Es el seu un
discurs consisten! (no cau en contradiccions, encara que hagi Macunes
importants), sistemátic (hi ha un ordre: conflictc laboral, conllicte
professional, verificació del model (Lacallc, 1975), tcóric (hi ha un
conjunt de proposicions i conclusions lógicament lligades les unes a
les altrcs), ara també és de vegades acmpiric, abstráete, i subjcctiu. Es
un trcball importan!, és un punt de partirla a teñir en compte, si

42
volem a mtllorar, perb a no oblidar de cap manera, fes. per dir-ho
duna aJrra forma, un nou canil' peí qual la sociología ocupacionol
espanyola ha de passar necCMariament: anilisis teóric. i perspectiva
marxista. ' r
El «cu treball és desleal. A un primer, i molí importan! Ilibre,
succee.xen d afires producte» al meu parer inferiora. Productes orí en
lloc d anar mes enlia, replameja qUestions, problemes ja tocáis amb
antenontat. El primer hauria d’haver estai l'úllirn. f.s pens,, j„. I.,
rcllcxio final de I autor sobre els técnics despres d'alguns anvs
d investigar i tractar el tema. t$. insistcixo. malgrat t..t un pas
endavant. Un pas que treu la sociología .rcupacional espantóla
¡nca'|mPaHC cmplnc on f jlRuru manera l'haviem entre tot» col.

43
INCIDENCIA DI LA INDI SIRIA NUCLEAR
SOBRI LA SALUD
Eduardo Rodríguez Forre

I N I RODUCCION

Una de las características de los modelos económicos industríales


desarrollistas es la obtención de una tasa de beneficio a través de la
producción y consumo de bienes, “nuevos" o usuales, .1 un ritmo
cada ve/, más acelerado. Esto implica, lógicamente, la rápida disminu­
ción de los recursos linitos no renovables del planeta \ el incremento
de la demanda energética.
En este marco las industrias introducen, generalmente, tecnologías
complejas que denominan "superiores" o "avanzadas". En muchas
ocasiones las nuevas tecnologías implican importantes riesgos am­
bientales \ sanitarios, que en los casos más "perfeccionados" sólo son
percibidos parcialmente o ignorados del todo, al ser sus consecuen­
cias a largo plazo y sobre la mayor parte de la población.
En la cumbre de este contexto se inscribe el desarrollo de la
industria nuclear, cuya imposición -de índole política plantea
numerosos problemas implicados: económicos, sociales, ecológicos,
técnicos, sanitarios, militares, etc. Ea opción energética nuclear es el
típico ejemplo de decisión tomada por un sector económico de
carácter oligopolístico, presentada como la única solución posible a
un "problema” y cuya aplicación afecta a toda la sociedad ( I -M).
Entre las múltiples repercusiones de la industria nuclear sobre la
población, uno de los aspectos más debatidos y preocupantes es el de
su incidencia sobre la salud humana. Evidentemente, las compañías
eléctricas y los poderes públicos afirman que la industria nuclear es
totalmente segura. A través de los medios públicos de difusión, sus
técnicos y algunos científicos pronucleares nacionales o importados
para la ocasión, "informan" de la limpieza e inocuidad de las centra­
les, aseverando doctoralmente que la oposición nuclear es fruto de la
falta de información, de la ignorancia, del temor a la "bomba" m de
algún turbio interés (de origen \ariable según la coyuntura política).
Los "ignorantes" opositores a lo nuclear -poblaciones afectadas o
informadas, ecologistas y sectores, cada vez más amplios, de científi­
cos y profesionales— insisten en la peligrosidad inherente a tal
industria, pero sus medios de difusión son bien menguados.
La incidencia de la industria nuclear sobre la salud ha sido estudia­
da y debatida desde su implantación. Veamos, sucintamente, cuáles
son sus efectos y los aspectos más significativos del problema.

45
e p id e m io l o g ía d e l o s r ie s g o s r a d io a c t iv o s

Hay que considerar por un lado las fuentes de radiación y por otro
los mecanismos mediante los cuales esta alcanza a los humanos.
puentes de radiación.— La radiación de origen natural que recibe
la especie humana es del orden de 0,125 rem* al año por persona
(0,1 a 0,15 según la localidad). Su fuente es la radiación cósmica
(4()<jb), la radioactividad terrestre de rocas, suelo y aire (4(K)k>) y la
radioactividad natural incorporada al organismo (20ty>). Es importan­
te observar que el 80‘fb de la radiación natural que recibimos es
extema a nuestro organismo.
La radiación onginada en las exploraciones médicas, aunque se
expresa a veces referida a la dosis media sobre la población (0,05-0,1
rem/año), debe considerarse sobre el grupo de personas explorado,
variable según el país. La mayor parte de irradiación médica es
externa (0,1-0,2 rcm por radiografía), aunque va incrementándose la
administración de radioisótopos para diagnóstico.
Otras fuentes de radiación de tipo profesional (metalurgia, experi­
mentación, etc.) inciden sobre grupos restringidos. Su contribución a
la dosis media de la población es muy pequeña (2,8 mrem/año en
EEUU). Merece comentarse que en esta cifra se incluye la radiación
originada en las pantallas de TV, que tanto gustan de exponer los
publicitarios de la industria nuclear, comparándola con la radiación
originada en las centrales. Conviene aclarar que la radiación de una
pantalla de TV sólo puede incidir, externamente, sobre los técnicos
de reparación o pruebas, pues su penetrabilidad en el aire es de pocos
centímetros. Los telespectadores, a la distancia usual de contempla­
ción, difícilmente pueden ser irradiados. He aquí un claro ejemplo de
propaganda psicológica: centrales nucleares — TV.
Una fuente de radiación adicional proviene del aumento de radio­
actividad en la biosfera originado en las explosiones atómicas. No
puede calcularse una dosis media para la población, pues la distribu­
ción de los radioelementos liberados es geográficamente desigual. Sin
embargo, radioisótopos liberados durante el período de explosiones
(como el estroncio-90 y el cesio-1.17) se encuentran incorporados en
el organismo humano, contribuyendo a su irradiación intema (4,5).
Un incremento acumulativo de radiación sobre la especie humana
tiene su origen en la industria nuclear, fuente de contaminación
radioactiva creciente. Sus focos de emisión radican no sólo en las
centrales, sino en todo el proceso industrial: extracción minera,
enriquecimiento del uranio, centrales nucleares eléctricas, reactores
nucleares militares y experimentales, plantas de tratamiento de
combustibles irradiados, depósitos de residuos y transporte de
materiales radioactivos entre centros. Los puntos más contaminantes
son las plantas de tratamiento, las centrales y los depósitos de resi­
duos. El transporte es otro punto potenciaJmentc peligroso (6).
La cantidad de radioactividad que la industria nuclear incorpora al

•rem : dosis de radiación absorbida por un organis-oo, que tiene en cuenta


Ui ( aracterislicas del tejido irradiado y la n stu ralera de la radiación.

46
planeta es solo valorablc por aproximación, dado el desconocimiento
de muchos datos y la gran variabilidad de los vertidos según el tipo de
centro. En la tabla I se relacionan las cantidades promedio de radio­
actividad que vierten al medio algunos tipos de central y una planta
de tratamiento, lo d o ello en funcionamiento normaI (7,8),

labia I.- Radioactividad promedio vertida anualmente al medio oor


S t S £ £ J e ° s i r e’ * V - -

I ipo dc central
Tipo dc Planta de
' Lrafiio-gui PWR* BWR* tratamiento
vertido
(La Mague)
Actividad en Ci*
Gases 14.000 50.000 2.500.000 700.000
Liquido 10-30 20-30
(sin tritio) 20-30 30.0000-Y
5-6 a
Tritio - 700-1000 50-100 -
1 uenle C.F.D.T.(7| *

9 " ° “ P?e,° dc la Potencialidad contaminante de una central


nuclear es la manipulación anual de alrededor dc 44 toneladas de
desechos radioactivos (cerca de 5.000 millones de Ci), que una vea
disminuida su radioactividad deberán ser transportados? tratados y
?ÍTntCeCnHd° S' V " r" ' duos ya . ,rm dos y “almacenados" son otra
dc contaminación. Asi. por ejemplo, al Atlántico se han
venido cantidades importantes de residuos en contenedores, dc los
cuales según Y Couiteau, 1/3 están abiertos. Los vertidos má!
100-306 Ci “ C rjdiücl“ í v r y
El incremento de radioactividad en la biosfera debe ser valorado
' r 1 dCr * U ba ?• considerando que en 1975 existían 175
centrales en funcionamiento y 176 en construcción, en el mundo
, o l n \ C.Cn'rl Ci alrededor dc 25.000 kg. Je plutonio
in r ten Cn ts p ‘ina)' otro Pun‘° "caliente" del ciclo nuclear. Hay
que tener presente que el aumento de radiación originado en la
industria nuclear es acumulativo, al adicionarse cada año la jaro-
duccion dc radioelementos de vida larga (6-8). H
•MWc: m egavjtio eléctrico

•PW R : P reu u riz ed W ater R eactor. BWR: Boiling Water R eactor.


••S o b re la cuestión nuclear en Piparía. véanse (9-13).

47
Mecanismo» .le irradiación de la población por la c o n U n u n a c io n d e la
industria nuclear U contam inación radioactiva dt la industria
nuclear actúa sobre la especie hum ana fundam entalm ente POT ,™ ‘, '“s
ció» interna, hs básico en la valoración de los nesgo. nucí, are»
diferenciar claram ente en tre irradiación interna V externa.

La irradiación externa procederá de la exposición a una fuente de


emisión Situada lucra del o n a n ism o , po r lo que actuara solo durante
el tiem po que se esté en el área de exposición, l.a trradtac ton m i, ™«.
em itirá desde cualquier p u n to del o,nanism o ( « p e rh e te , cavidades
úntanos células, etc.), actu ando en luncion del tiem po que este
incorporado el radioelem ento al ser viso s de su p erio d o radioactivo.

l a polém ica nuclear tiene a q u í un p u n to clave. Los técnicos de


las centrales nucleares consideran, por lo general s.do la
de la Doblación a la irradiación externa, ignorándo las otras g e n te s .
De ah í Les ..ir a s e - d k ^ T c ^ h n . ' » . fcñ
^ • t 2 . ^ n “ en U tT P ante re d b io o * »
nirein originados en las centrales nucleares. Kn el Reino L nido cada
Súbdito británico re c iñ ó , en 1*167. 1.8 mrcm P‘ " ! r i e n d o «
la im lutlria nuclear. C uando se com paran estas d s ad „ttten d * ^ su
fiabilidad con las m áxim as adm isibles, . quien osaría decir que no es
H I. industria nuclear?. I.n electo , la m ayoría de le g a c i o n e s
p,escribí n pata las personas n o expuestas prolcsioiialm cnte una dosis
^ exposición m áxim a individual de 0.5 rem /an o ; para la pobU c »
globalm cntc considerada se establece una dosis lim ite m edia de <U
rcm /año per c.ipiia* (4*5,7,8 ).

La falacia eslriba en que las dosis indicadas p o r los teenócratas v


publicitarios nucleares n o tienen nintíún sentido rad.ob 10l. 15pc.>. pues
se obtien en dividiendo las dosis de irradiación ex tern a, recibidas por
la población que habita en la com arca de la central, p o r la poblaci n
de to d o el país. C uando se considera la población directam ente
afectada p o r las inm ediaciones de la instalación, las el ras varían
m ucho de una cen tral a o tra. I.n tk.L'U . para el tip o 1 U R, se ihm
cilras de exposición, en los lim ites del arca d e la cen tral, de 0,1 a ,
m rcm /año \ para el u p o H\\ K varían de ó m rcm /ano a 160 m rcm /
año (llu m b o l.lt Bav. un record de central “ sucia )■ A quí has otra

• l a I C R P. (International Com m lssion on Radiológica! P rotectionl com idera


q u r cela, .luvo lim ite ve originan el. .odas lav lu e n te .d e irradiación artlO ctsly
en to d a , la , actividade, h um ana, que implican una in a d u c .ó n , eju e p c io n h e .h a
de lav irra d ia.lo n e , to n fine, m e d í.o ," , l a ..U n a de la , dovi, indicadas llevo a
la X uclrat Keti.ilalorv C om m iuiun (X .K C .I de EEUU a precisar, con e le c .o ,
Icaalrv desde 197 j . nueva, n o rm a , de "«•nulidad" para la población necesaria-
m e n te cvpoevla a la irra d iau o n por vertido» nucleares al m edio. I n lie o tra ,
n o rm a,, e» inlcresanle venda, la que evlablece que la .nava de radioisótopos que
a te c e n al cuerpo e n te ro , p resen te, en aire y agua, no debe determ inar por
lérmmu medio d o .., supc.iorc» a S m rem /ano p o . persona. Sin em bargo, ,e
conserva la d o s., de 0.5 rcm /añ o com o la máxim a individual perm itida cxcep-

L»n>legn"a. ioñe! perm iten para lo , ira b a |a d o .e , p.ofevionalm enle ex p u e sto .


J o to máxim** de b rcm iaAo ( 4 3 .7 ) .

48
tergiversación pues estas dosis oficiales se refieren exclusivamente a la
irradiación externa determinada por los gases nobles vertidos al
exterior, que no se incorporan al organismo. Incluso refiriéndose sólo
a los vertidos a la atmósfera, ignoran aquéllos, como el iodo-131 o el
tritio, incorporables al organismo y que podrian aumentar sensible­
mente las dosis. Los datos conocidos para centrales europeas son
similares y referidos también únicamente a irradiación por gases,
aunque aquí incluyen el iodo-131. Así, se cita, por ejemplo, un.i
exposición de 22 mrcm/año a 0,5 km y 4,4 mrcm/año a 5 km para la
central de Monis d'Arree y 33,5 y 5,3 respectivamente para la de
Cariglíano (7).
Las dosis citadas representan sólo una pequeña fracción de la
exposición real. El verdadero riesgo de exposición reside en la irratlia
cion intema, originada en los radioelementos vertidos por la central
al medio c incorporados al organismo humano a través de las cadenas
alimenticias, que de paso los lian concentrado.
De todos los radioelementos que la industria nuclear vierte al
medio, los de mayor incidencia ecológica y sanitaria son aquellos
idénticos, o químicamente parecidos, a los elementos utilizados por
los seres vivos en su constitución. Es una cuestión clave al considerar
los riesgos de la industria nuclear sobre la especie humana, el hecho
de que los residuos radioactivos no se distribuyan homogéneamente
en la naturaleza. Esta evidencia es generalmente "ignorada" por los
técnicos nucleares. La mayoría de residuos radioactivos vertidos al
agua, en cantidades bajas permitidas por la legislación y consideradas
no peligrosas, son concentrados por los organismos acuáticos y
terrestres, alcanzando a lo largo de las cadenas alimenticias cuntida-
des, en determinadas especies, peligrosas para el consumo humano
(4,7,14-17).
La concentración biológica puede llegar a ser tan importante, que
determinadas especies se utilizan como indicadores de la contamina­
ción radioactiva. La tabla II indica algunos factores de concentración
para varias especies.

Tabla I I . - F a c to r» ríe concentración para algunos radioelem entos por diversos


organism os acuáticos.

R adioelem ento Organismo F acto r de C oncentración


Carbono*) 4 íitopiancton 4.000
m anganeso-54 lapas 2.400
fitoplancton 2 .5 0 0 -6 .3 0 0
hierro-55 fitoplancton 40.000
lapas 3.500.000
¿inc-65 fitoplancton 20.000
ostras 250.000
ru ten io 106 algas Porphyria * 1.800
p iala 110 ostra» 9 2 .000
iodo ) 31 alga» rojas 18.000
radlo-226 diatónica» 2 .2 0 0 -7 .3 0 0
Fuant* Sagan ( 14).

49
Lo citado determina que las normas legales de dilución de afluen­
tes no ofrezcan ninguna garantía de seguridad, pese a las afirmaciones
oficiales. De hecho, no hay ninguna legislación sobre radioproteccion
que tenga en cuenta la concentración de los radioelementos por las
cadenas alimenticias.
La acción sobre los humanos vendrá determinada por la cantidad
v naturaleza de los radioelementos que incorporen a su organismo,
que será sometido a irradiación interna en dosis no previsibles por las
normas de protección al uso.
Acumulación de radioelementos en humanos. Existen diversos
casos conocidos -¿cuántos desconocidos?- de acumulación en
humanos, a través de las cadenas alimenticias, de radioelementos
vertidos al medio en concentraciones permitidas según las normas.
En el País de Gales se ha observado la irradiación intema (especial­
mente rectal| de 25.000 personas por ratenio-106. Este radioclc
memo es vertido al mar de Irlanda por la planta de Windscale (a 400
km de Gales) V concentrado 1800 veces por las algas Porphyna. que
se utilizan para la alimentación en forma de pan. La población
expuesta recibió en 1959 una dosis de 1,6 rem per cápita. muy
superior a la máxima individual IcgaJmentc aceptada (0,5 rcm/ano) e
¡nciuso .1 la del personal profesionalmcnte expuesto. Pese a las
medidas tomadas, la poblacicm citada sigue recibiendo alrededor de
0,7 rem/año (4,7,17).
El consumo de alimentos más corrientes que las algas puede incor­
porar cantidades importantes de radioelementos. En el Reino Unido
se encontró población con cantidades notables de zinc-65 por inges­
tión de ostras contaminadas (véase tabla II) por la central de Black -
svater. De hecho, muchos moluscos acuáticos (mejillones, almejas,
ostras, etc.) concentran casi todo.
Ejemplo demostrativo es el caso estudiado en el río Columbra
(EEUU), contaminado por los reactores de llandford desde I94:>. En
Richlanci, aguas abajo de los reactores, el agua de bebida suministra a
la población una dosis anual de 35 mrcm en el tubo digestivo. Sin
embargo, el consumo de pescado del río incrementa considerable­
mente la irradiación, pues estos animales concentran hasta 5000
veces el íósforo-32 y 400 veces el zinc-65. Esto determina que el
consumidor medio de pescado reciba 300 mrem al año, considerando
sólo el fósforo-32 que se incorpora a su organismo. Una comida
media de pescado (200 gramos), con una concentración promedio,
incorpora al organismo cantidades de fósforo-32 superiores a las
permisibles. Dado que no se consume diariamente, la irradiación
media anual puede ser "legal”.
La dosis individual recibida podrá variar mucho según los hábitos
alimenticios. En el mismo río se ha observado que en Lis granjas
situadas a unos 50 km de los reactores, el pasto concentra, a partir
del agua de riego, 440 veces el zinc-65 y la camc y la leche del
ganado 26-28 veces. Este es uno de los mecanismos típicos de ron-
centracmn y acceso al hombre de muchos radioelementos ccmtami-
nantes, en especial los similares a los constituyentes de la vida (17).
Así, por ejemplo, a través de la leche llegan al hombre el iodo-131,
que se acumula en la tiroides, y el estroncio-90, que se deposita en

50
los huesos por su similitud con el calcio. El cstroncio-90 se encuentra
en cantidades apreciablcs en los huesos de las personas nacidas, o en
crecimiento, durante la época de las explosiones nucleares. El cesio-
137, oue por su similitud con el potasio se acumula en la muscula­
tura, llega al hombre a través de las carnes, leche y vegetales. Estos
radioelementos, producidos en la industria nuclear, son de riesgo
elevado para la especie humana. Entre los pocos datos conocidos,
puede citarse que en el Ródano, cuenca altamente nucleariaada, se
han detectado en las anguilas (especie muy resistente) cantidades
importantes de cstroncio-90, concentradas 1500-5000 veces del agua.
El riesgo sobre los humanos debe estimarse siempre en función de
la ecología de cada grupo concreto, como lo muestra el ejemplo cita
do de Gales o el descrito para los tapones, con dosis de irradiación
interna 55 veces superiores a las de la población del sur de Einlandia.
En este caso peculiar la irradiación proviene del estroncio-90, cesio-
137 e hierro-55 originado en las explosiones nucleares, concentrado
altamente por los liqúenes que sirven de alimento a los renos, base de
la dieta lapona (17).
Los mecanismos considerados se refieren al funcionamiento dicho
normal de la industria nuclear. Incrementos en las fugas radioactivas
son habituales y accidentes menores y medios han ocurrido.* En
estos casos la irradiación directa puede ser importante sobre la pobla­
ción expuesta, incrementándose por otro lado la incorporación a las
cadenas alimenticias descrita.
Asimismo una central nuclear a medida que envejece contamina
mas. Esto se aprecia en su interior, donde la exposición de cada
trabajador pasa de 0.46 rem el primer año de servicio de la central a
2,4 rem el octavo (7).
Hay que considerar también el riesgo del plutonio-239 producido
en el ciclo nuclear, del que inevitablemente hay fugas al medio, y
cuyo transporte y almacenamiento es siempre un gran peligro poten­
cial. El plutonio actúa sobre los humanos especialmente por inhala­
ción. depositándose en el pulmón e irradiándolo continuamente
(4.5,16).

PATOLOGIA HUMANA PROVOCADA POR LAS RADIACIONES

I.os efectos biológicos de las radiaciones se consideran a dos nive­


les: los efectos somáticos, que .dieran las funciones del organismo, y
los electos genéticos, que modifican los caracteres hereditarios de la
especie. En todo caso, los efectos producidos por la radiación depen
den de múltiple» factores: tipo de radiación, exposición interna o
externa, dosis absorbida, duración, órgano, edad, etc.
Un inform e reciente. elaborado por la N uclear Regulalory C o m m m io n (véase
a P°A a ' , „ i , b l9 ,79> P- 2>- cx P °n e 110 in c id en te, graves o inusuales ocurrí
957 p la n ta , nucleares de ft.U U t.l inform e, considerado
com o secreto, fue publicado debido a la acción em prendida por la U nion of
C oncerned S elenosis, que exigió la aplicación de la ley de L ibertad de Inform a
Clon de aquel país Asimismo la citad a C om isión rech a ró el inlorm e Ram usscn
considerado hasta el m om ento com o la "biblia de la segundad" nuclear y ha
iniciado nuevas investigaciones sobre la cuestión,

51
ti problema central sobre el efecto de las radiaciones se concreta
en la existencia o no de una dosis umbral o limite, por debajo de la
cual no ocurriría ningún efecto somático o genético. La existencia
de una dosis umbral, pregonada como "límites de sepiridad por la
industria nuclear y aceptada en la práctica por las cgislaciones, no ha
sido nunca demostrada científicamente. Es simplemente un instru­
mento publicitario, basado en un hecho parcial. Consideremos los
datos.
Los diversos efectos patológicos provocados por las radiaciones,
de observación inmediata, parecen no manifestarse por debajo de
determinadas dosis (alrededor de 25 rem). Sin embargo, a medida
que disminuye la dosis las alteraciones producidas son di/endns. es
decir se manifiestan después de transcurrido un lapso de tiempo mas
o menos grande, que cuando se trata de dosis débiles puede ser muy
prolongado Es el caso de la inducción de cáncer y electos genéticos
a largo placo. En los casos de electos difendos la relación entre dosis
y efecto es lineal, es decir que a toda dosis de radiación, por débil
que sea, corresponde una probabilidad de provocar un electo carcino-
génico o mutágeno. Este criterio, ampliamente aceptado en radiobio.
logia. Ilesa a la consideración, ya antigua, de cjuc toda dosis de radia­
ción representa un riesgo de cáncer o mutación para una fracción de
la población. El hecho de que el obsen ador común no pueda estable
cer una relación causa-efecto, es utilizado por la industria nuclear
para afirmar ¡os “limites de seguridad".
Efecto de las dusis fuertes.- A partir de determinadas dosis apare­
cen, al poco tiempo (horas o días), numerosas alteraciones somáticas
y genéticas, proporcionales a la dosis. En relación con la industria
nuclear estos efectos tienen importancia en caso de accidentes graves
y exposición de trabajadores.
La sensibilidad a la radiación varía según las especies, siendo por lo
general más sensibles las más recientes evolutivamente, tanto anima­
les como vegetales. Esto puede relacionarse con la disminución de la
radioactividad natural del planeta con el transcurso del tiempo. De
todos los animales, los mamíferos son el grupo más sensible a las ra­
diaciones. Así, la dosis que en el plazo de un mes mata a un 50<Jb de
los individuos irradiados, es de 300 rem para el hombre (-00 rem
matan un 10^b y por debajo de 100 rem no hay mortalidad), 250
rem para el perro, 600 rem para la ardilla y el hámster, 700 para la
rata, etc. Una idea de la sensibilidad la da el hecho de que para matar
la misma proporción de individuos, se necesitan de 1000 a 6000 rem
para diversos peces, 10.000 para la tortuga. 67.800 para el gusano de
tierra, 93.000 para las ostras y 150.000 para el escorpión, uno de los
animales más resistentes (14).
Las cifras citadas evidencian que la contaminación radioactiva
podrá afectar con mayor intensidad a los mamíferos y a la especie
humana en concreto.
En humanos, las dosis no mortales dan una amplia gama de efectos
patológicos sobre todos los órganos: esterilidad, anemia, disminución
de la inmunidad, caída del pelo, envejecimiento, leucemia, lesiones
genéticas, etc., dependiendo de la intensidad de la dosis. Dosis bajas
repetidas acortan la vida de forma indiscutible, como se ha compro­
bado con profesionales expuestos durante muchos años. El grupo

52
mayor considerado han sido los médicos radiólogos, cuya vida com­
parada con el resto de médicos (en EEUU) es significativamente más
corta (5-10 años).
Los cálculos sobre el efecto de accidentes graves en centrales
nucleares (los diferentes informes WAGH), se basan en las acciones
conocidas de las altas dosis (4,5,7,8).
Efecto de las dosis débiles.- La contaminación radioactiva de la
industria nuclear, en funcionamiento normal, actúa sobre los huma­
nos a dosis que no producen efectos inmediatos. Los efectos retarda­
dos se manifestarán, por lo general, en forma de cánceres y alteracio­
nes hereditarias. Estas patologías necesitan años para manifestarse.
A causa de ello, sólo los estudios epidemiológicos a largo plazo
podrán exactamente decir el peaje que paga la población a la indus­
tria nuclear.
Hoy en día existen evidencias localizadas en humanos y certezas
experimentales en animales y vegetales sobre el efecto de las dosis
débiles. Es un hecho comprobado que a todas las dosis a que se han
expuesto hasta la actualidad, las especies animales estudiadas han
manifestado mutaciones genéticas proporcionales a la dosis. Ningún
genetista negaría hoy que la única dosis sin efecto mutágeno es la
dosis cero. Es lógico pensar que lo mismo ocurre en la especie huma­
na. Dado que las acciones mutágenas son acumulativas, es imprevisi­
ble el efecto, que sólo podrá observarse al cabo de varias genera­
ciones* (4,5,16,18).
Un ejemplo del efecto de las dosis débiles sobre los seres vivos lo
constituye el experimento realizado en el área de la central nuclear
de Hamaoka,** en Japón. Para medir el efecto mutágeno de las
radiaciones emitidas por la central se utilizó una planta, la Trades-
cantta, que permite determinar con precisión las mutaciones induci­
das por dosis inferiores a 1 rcm (éstas se observan por el cambio de
color azul a rosa en ciertas zonas de las flores). La Tradescantia se
emplazó en diversos puntos comprendidos entre 500 y 2700 metros
del reactor. Las flores expuestas a la radiación de la central presen­
taron un aumento significativo de mutaciones (alrededor de SOtjb)
respecto a las tradcscantias control. Las mutaciones fueron más
frecuentes a menor distancia del reactor y en la dirección de los
vientos dominantes. Es importante indicar que la medida biológica de
la radiación, expresada por las mutaciones, era 10 veces superior a la
medida física oficial (5,16).

*Oecj# Jc a n R ostand "K é p é to n t inlassablcm ent qu'il n ’existe p a i de scuil de


nocivité el q ue. par «uñe, lo u te ex p o titio n aux rav o n n em en ts, si trgérc soit-tUt,
augm ente le taux de m u tatio n el je m 'em presse de souligner p o u r ceux q u i He
sont p a l avertis que le laux de m u ta tio n e jl, d a m 99% des cas. synonym e de
m u tatio n á caractere m onstrueux ou m aladif,"

**F.n el m om ento del experim ento la central consistía en un reacto r BWR de


S40 MWe (potencia similar a la de la central de V andellós). La radioactividad
em itida a la atm ósfera era de alrededor 12m rem /año en la zona com prendida
en tre 2,5 y 6,5 Km. del reacto r (16),
Si bien los experim entos con la tradescantia no p ueden extrapolarse a otras
c ip e u e s, es in quietante la gran sensibilidad del m aterial genético a las radiaciones
débiles; y debe tenerse presente que la base del m aterial genético.(D N A : ácido
desoxirribonuclcico) c i la murria para todos los seres vivos de este planeta.

53
Las dosis débiles de radiación actúan a largo plazo debido funda­
mentalmente a) efecto acumulativo y al probabilístico de toda dosis.
La acumulación de dosis es tenida en cuenta solo en la legislación
de radioprotección profesional, ti mecanismo por el que cantidades
muy pequeñas de radiación pueden actuar, originando un cáncer o
una mutación genética, radica generalmente en que se trata de
irradiación interna, localizada en un órgano o tejido determinado. Se
ha dicho antes cómo los radioelementos de la industria nuclear llegan
al hombre. Un elemento radioactivo que se incorpore a un órgano,
por comportarse como un constituyente normal, y permanezca allí
mucho tiempo, aún en cantidades ínfimas irradiará de forma impor­
tante las células en que se localice. El blanco de la energía de la
radiación no es el organismo entero, sino las células concretas de un
órgano o tejido. Las probabilidades de que se lesione el material
genético de las células inadiadas no son despreciables. En este caso
se producirán una o varias mutaciones. Si se trata de una célula
reproductora aparecerá una malformación en la descendencia; si es
una célula somática varias mutaciones pueden provocar un cáncer. En
relación con esto debe tenerse presente que basta una célula alterada,
proliferando sin control, para originar un cáncer.
Hay que considerar pues para los radioelementos, además de su
periodo radioactivo, el tiempo que permanecen en el organismo o
en un tejido concreto. Esto indicará el tiempo de irradiación efectivo.
Los radioelementos iguales o similares a los constituyentes de la vida
pueden estar años irradiando internamente, como es el caso del
estroncio-90 acumulado en los huesos. La irradiación continuada de
las células óseas por cantidades minúsculas de estroncio-90 aumenta
la probabilidad de desarrollo de un cáncer óseo (osteosarcoma). De
hecho, los niños de la época de explosiones nucleares desarrollaron
mayor número de osteosarcomas, debido al estroncio-90.
En el caso de elementos como el carbono-14, el rósforo-32 o el
tritio (hidrógeno-3), se incorporarán a la mayor parte de las molé­
culas del organismo y seguirán el destino de éstas. Puede suponerse,
por ejemplo, una molécula de DNA (ácido dcsoxirribonuclcico, ma­
terial genético de la célula) con carbono-14, que permanezca sin
recambio toda la vida de una persona, mientras que la radioactividad
de este isótopo de vida larga no disminuye prácticamente en este
tiempo. Al emitir una radiación el átomo de carbono-14 se transfor­
ma en nitrógeno, con lo que además de irradiar la célula modifica la
molécula de DNA y el código genético (4).
El efecto de las dosis débiles, como las de la industria nuclear,
sobre la población ha sido calculado por diversos autores, consideran­
do la acumulación desde el nacimiento hasta los 30 años. Gofman y
Tamplin, en 1970, estimaron que sobre la población de EEUU un
aumento de 0,17 rem/año por persona produciría alrededor de
16.000 cánceres anuales, considerando una hipótesis optimista con
9.000 cánceres y una pesimista con 100.000. La Academia Nacional
de Ciencias de EEUU calculó, para 0,1 rem/año, alrededor de 6000
cánceres (3.000-15.000 y 100-1800 anormalidades graves al naci
miento en la primera generación). La estimación de la Academia ha
sido considerada conservadora, al no valorar diversos factores de
irradiación interna (4,7,8,18).

54
Al considerar las dosis débiles originadas en la indusiria nuclear
se ha argüido que son inocuas, al ser iguales o inferiores a las deter­
minadas por la radioactividad natural. De hecho, la radioactividad
natural interna no se halla tan lejos de la promedio industrial (25
mrem/año). Sin embargo, nadie puede considerar que la irradiación
de origen natural sea inocua; en realidad se le puede atribuit una
parte importante en la tasa de cánceres y mutaciones "espontáneos"
de la especie humana. Clásicamente se ha asociado, en Medicina, un
incremento de la tasa de cánceres con regiones de mayor radioactivi­
dad natural.
Recientemente se ha descrito el efecto de la radiación natural
elevada sobre una población concreta. El área de Chavara-Neendaka-
ra, en Kcrala (India), posee una radiación natural del orden de 1,5-3
rem/año. El área vecina de Purakkadc-Punnapura tiene tan sólo 0,1
rcm/año. Se estudió la incidencia del síndrome de Dovvn* y otras
alteraciones genéticas sobre 12.918 habitantes del área de alto nivel
de radioactividad natural, comparándola con la de 5.938 personas del
área de baja radiación. Ambos grupos de población eran homogéneos
en cuanto a características étnicas, estructura de edad y sexo, hábitos
dietéticos, ocupación, ingresos, costumbres, consanguinidad, etc. Se
observó que en el área de Chavara-Necndakara la incidencia del sín­
drome de Dovvn y otros retrasos mentales de origen genético era
cuatro veces superior a la del área de Purakkade-Punnapura. Asimis­
mo. la proporción de abortos entre las mujeres habitantes del área de
alta radioactividad era prácticamente el doble que para las de la roña
de baja radiación natural, también se observó que personas normales
del área de alta radiación eran portadoras de aberraciones cromosó-
micas, en proporción muy superior a la de sus vecinos poco irradia­
dos naturalmente (19).

Estudios recientes consideran, por otra parte, que la sensibilidad a


las dosis débiles es 50-100 veces superior a lo que podría esperarse de
la hipótesis proporcional dosis-efecto. Esto al menos se ha mostrado
para la tasa de canceres pulmonares producidos en la rata por dosis
muy bajas de plulonio-23H. Al parecer los emisores alta a dosis débi­
les son más peligrosos de lo previsto (20).

En humanos la necesidad de estudios sobre grandes poblaciones y


a largo plazo, dado el período de latencia hasta que se manifiestan
los efectos (5-30 años o generaciones), dificulta la obtención de datos
directos. Evidentemente, estudios de este tipo no serán financiados
por la industria nuclear. Sin embargo, respecto al efecto de dosis
débiles sobre grupos de población, se conocen algunos datos dircctys.
En EEUU, 26392 mineros del uranio, expuestos a las dosis permiti­
das por la legislación, deberían haber manifestado la misma propor­
ción de cáncer de pulmón que el icsto de la población, de ser cierto
que las dosis recibidas no tenían efectos (se tuvo en cuenta la inci­
dencia de) tabaco). En realidad, en lugar de los 15,5 cánceres de

•E l sín drom e de Dovvn o m ongolism o consiste en un retraso m ental grave


d r origen genético.

55
pulmón que correspondían al grupo, aparecieron 60 (un incremento
de 387W * (20.21).
Se ha evidenciado también una relación lineal entre dosis débiles V
la aparición de un tipo de cáncer, la leucemia micloide. En amplios
grupos de población que habían recibido pequeñas dosis de radia­
ción. como tratamiento de un tipo de reumatismo, se observo un
incremento de leucemias, respecto a la población normal.de 2-10íf>
por rem recibido (4,7,18).
F.l efecto de las dosis débiles, dentro de los limites de “seguridad**,
se ha observado recientemente en los trabajadores de los astilleros
de Ponsmouth, en New Hampshire (EE U U ), constructores de subma­
rinos atómicos desde 1959. Estudiando 1722 certificados de defun-
ción de trabajadores del astillero nuclear, se constató que el 38,4qb
de los óbitos fueron por cáncer, frente a un 21,7^6 entre trabajado­
res de astilleros no nucleares y un 18<)b entre la población general de
EEUU. La mortalidad por cáncer de los trabajadores expuestos a
radiación, doble a la de la media de la población, fue especialmente
debida a leucemia (un 450<)b superior al resto de la población). Es
importante señalar que la dosis recibida por los trabajadores del
astillero nuclear fue de alrededor 1,5 rem en 6 años, es decir no muy
superior a la natural (22).
I anto los datos experimentales como los observados en humanos,
permiten concluir que no existe dosis umbral para la inducción de
efectos patológicos por las radiaciones. Esto guarda estrecha relación
con las indicaciones de que cerca de las plantas nucleares, y a lo largo
de los ríos que contaminan, aumenta con el curso de los años, la tasa
de cánceres (leucemias en especial) \ malformaciones al nacimiento.
Esto se ha citado para la cuenca del Mississipi, donde vierten sus
efluentes radioactivos 20 centrales. El problema se complica en zonas
industriales, dado que los contaminantes químicos también aumen­
tan la tasa de cánceres y es complejo darle a cada industria contami­
nante su parte de patologías inducidas (23).
Al considerar el riesgo de la contaminación radioactiva en la espe­
cie humana. ha\ que tener presente que la sensibilidad a las radiacio­
nes no es homogénea. Las células de los órganos que se reproducen
más rápidamente son las más sensibles, de ahí que la médula osea y
las gónadas sean los más afectados. A dosis débiles la patología más
probable es la leucemia, por afectación de la médula ósea, y las
maltormaciones, por la acción sobre las gónadas.
Por otro lado, el feto es mucho más sensible a la radiación que el
niño y éste que el adulto, por la razón citada de mayor reproducción
y crecimiento celular. Esta sensibilidad mayor es muy importante
cara a la acción de los radioelementos que pasan de la madre al feto.
Se ha observado también que ciertos grupos de población son más
ladioscnsibles que otros. Asi, los niños asmáticos entre 1 y 4 años
tienen un riesgo natural para sufrir leucemia 3,7 veces superior a la
media de la población. Si estos niños asmáticos sufrieron una irradia-
•Y a en I5*i4 Paracelso descnbió U ' ‘enferm edad de lo» mineros*' que trabajaban
en las minas de Joachim stal y Schneaberg. A fines del siglo XIX te caracterizó
tal enferm edad com o cáncer de pulm ón. Ktie se origina por el gas radón em ana
do la p rch b lrn d a fm m c/jl de uranio).

56
ción intrauterina (generalmente por exploración médica), su riesgo
aumenta a 24,5 veces más que los no asmáticos (24).

CONCLUSION

De lo expuesto puede concluirse que la imposición de la opción


nuclear somete a la población actual y a las generaciones futuras
a unos riesgos inaceptables, que se adicionan a los demás genera­
dos por el modelo actual de sociedad. Esto sin contar con la insc-
«undad esencial a toda tecnología de alta complejidad, que puede
llevar al accidente imprevisto (o previsto), de graves consecuencias
en la industria nuclear. En algunos casos los defensores de la industria
nuclear
/_____.llegan a aceptar <su peligrosidad •• al V.s.»ai*v
elevarse U el nivel QC
del1 ueoaie
debate
i n n 1*1 a u n r l r a e n e n n . ... i L '_ . . . .
(no es aun el caso en España). Entonces, ya en eli terreno político
...

plantean la filosofía del“--e—


------ nesgo"*".aceptado, (¿ por quién?).
t>- pu‘ quien.-).. . . a cambio
. a camoio
del desarrollo ln í/tv
Uparasro quien?).11 fEs. el.1 -chantaje
L ....... > .."o energía nuclear
de
o subdcsairollo . Es la posición de muchos políticos de ideologías
diversas u opuestas, pero coincidentes en el modelo de sociedad
desarrollista acumulativa. Es la incapacidad de las instituciones
políticas actuales en gestionar el riesgo nuclear y eliminarlo; de
plantear alternativas orientadas a un modelo de sociedad cuya pro­
ducción en base a los recursos disponibles v finitos, sea distributiva
accesible a todos y orientada racionalmente a mejorar la calidad de
la vida.

BIBLIOGRAFIA
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Barcelona, m a n o de 1979.

58
DICTADURA DEl. PROLETARIADO O DEMOCRACIA:
¿ES ESTE EL DILEMA? .
Vicente Navarro

**El primer paso de la revolución obrera es...


la conquista de la democracia. *'
K. Marx y F. Engels, 1848.

Introducción.
Se está produciendo actualmente, en e l mundo capitalista occiden­
tal, un debate acerca de la naturalc/a de la democracia, debate que
afecta a todos los campos del espectro político. En lo tocante a la
derecha, varios órganos e instituciones del Capital manifiestan su
interés por el futuro de las democracias occidentales, preocupación
bien expresada en el ya celebre informe de la Comisión Trifatcral,
titulado significativamente La Gobemabilidad de las democracias (1).
En la izquierda, el debate ha sido Considerablemente estimulado por
las discusiones teóricas de los principales partidos comunistas de la
Europa latina, acerca de la pertinencia del concepto de dictadura del
proletariado; además esas discusiones y polémicas han trascendido el
marco de la Europa del Sur en que comenzaron.
Estos debates se han planteado frecuentemente como si existieran
dos vías alternativas de tomar el poder y mantenerlo. Una de ellas, de
ordinario identificada con la tradición leninista de la III Internacio­
nal, la toma del poder violenta e ilegal por parte de una disciplinada
minoría, que terminaría inevitablemente en una dictadura -la dicta­
dura del proletariado-, imprescindible para que esa minoría conserve
el poder. La otra, atribuida a la II Internacional, sena la toma pacifi­
ca, no violenta, d e l poder por medios legales, esto es, la vía
democrática, que se basaría en los avances logrados no por una mino­
ría, sino por la mayoría de la población. Asi" pues, la exposición de
las alternativas de la toma y conservación del poder se plantea dentro
del marco: dictadura frente a democracia (2). Además, en este plan­
teamiento se da por sentado que las sociedades capitalistas avanzadas
son sociedades democráticas, mientras que aquellas sociedades que de
lorma nada inocente son denominadas sociedades socialistas, son no
democráticas y dictatoriales. Yo, por el contrario, pretendo mostrar
(1) The T riliteral Task I-orce on the G ovcm abihty o í Democracic». The
G ovem ability o f D em ocracia, New Y ork, T nlateral C o m n m u o n , M ayo de
1975.

(2) Para una critic a de los térm inos de este deb a te, ver h . Ralibar, On the
D tctatorship o f the Proletanat. New Left Books. 1977, p p . Ü8-42 Ikxiste
versión castellana de M* |o seía C ordero y G abriel Albiac en h d ito rial
Siglo XXI)

59
que: I) Las alternativas presentadas en estos términos son incorrec­
tos, y que las respuestas obtenidas están implícitas en el planteamien­
to de las preguntas; y 2) Que nosotros, en el mundo capitalista
occidental, no vivimos y trabajamos en sociedades democráticas, sino
que vivimos en formaciones sociales que corresponderían mejor a lo
que Marx definió como dictaduras. A diferencia de aquellos que
plantean las alternativas arriba mencionadas, Marx utilizaba el termi­
no “dictadura” no para referirse a una forma específica de gobierno,
sino a un sistema social en que una clase social domina a las restantes.
Este artículo pretende también referir detalladamente cómo se está
reproduciendo ese modelo de dominación —la dictadura— tanto en
el área de la producción como en los niveles ideológicos, cultural y
jurídico-político en esas formaciones sociales. Por último, se conside­
ran también las consecuencias que esa dominación plantea con
respecto a las formas e instrumentos de la lucha por la democracia.

¿Qué es democracia?
Se trata de una compleja e interesante cuestión, actualmente
objeto de abundantes polémicas y discusiones en el mundo occiden­
tal. Una de las voces que más ha sonado en este debate ha sido
Bohbio. claro exponente de una importante corriente existente en el
seno de la 11 Internacional, y que ha sido recientemente presentado
por una publicación radical estadounidense (en un tono arrogante y
despectivo bastante típico de algunos radicales norteamericanos)
como "una voz que desmitifica la mayor parte de los ampulosos (por
lo general marxistas-estructuralistas) desatinos escritos sobre la
materia” (3). Según Bobbio. "por democracia se entiende un conjun­
to de reglas (las llamadas reglas del juego) que permiten la más amplia
y más segura participación de los ciudadanos, ya en forma directa, ya
en forma indirecta, en las decisiones políticas, es decir, en las decisio­
nes que interesan a toda la colectividad”. ¿Cuáles son estas reglas de
juego? De nuevo según Bobbio “ Las reglas son más o menos las
siguientes: a) lodos los ciudadanos tjue han alcanzado la mayoría de
edad, sin distinción de raza, religión, condición económica, sexo,
etc., dehen gozar de los derechos políticos, es decir, del derecho de
expresar con el voto su propia opinión, y/o elegir a quien la exprese
por él; b) el voto de todos los ciudadanos debe tener igual peso; c)
todos los ciudadanos que gozan de derechos políticos deben ser libres
de votar según su propia opinión, formada libremente en la mayor
medida posible, es decir, en una libre confrontación entre grupos
políticos organizados que compiten entre si para unir sus demandas
y transformarlas en deliberaciones colectivas; d) deben ser libres
también en el sentido de que deben encontrarse en condición de
tener alternativas reales, esto es, de escoger soluciones diversas; e)
tanto para las deliberaciones colectivas, como para las elecciones de
representantes, vale el principio de la mayoría numérica, aunque
puedan establecerse diversas lormas de mayoría (relativa, absoluta,
cualificada) en determinadas circunstancias previamente estableci­
das. f) ninguna decisión tomada por mayoría debe limitar los dere­
chos de la minoría, de modo particular el derecho de convertirse, en
igualdad de condiciones, en mayoría..." (4).
(S) T tlo í, n o 95, Primavera 1978, p. 9.
(4) N. B obbio, 'V Q u ¿ alternativas a la dem ocracia representativa? (trad. p o r el

60
Bobbio añade enseguida que la violación dr una de estas reglas
basta para que el juego no sea democrático. Y, posteriormente, al
linal del articulo, añade que la definición está también limitada
puesto que la soberanía de los ciudadanos está limitada (subrayado
mío) por el hecho de que... las principales decisiones económicas las
toma un poder que es parcialmente privado, y que actualmente es
también un poder parcialmente transnacional'' (5).
. 2urJ as definiciones de democracia o democracia representa
tisa de nohbio son suficientemente representativas de lo que gene­
ralmente se ha entendido como democracia y reglas democráticas en
el mundo capitalista occidental. Sin embargo, cuando se analizan los
sistemas políticos actualmente existentes en el mundo capitalista
occidental, se observa claramente que en ningún lugar de este mundo
funciona esa democracia ni opera su conjunto de reglas. Por lo tanto
se trata de un modelo abstracto, o. como dicen algunos, un anhelado
Objetivo que conseguir algún día. Pero la cuestión central es si este
modelo puede realizarse en el actual sistema capitalista imperante en
c mundo occidental. Mi respuesta es que no. Considero qur centrar
el loco analítico exclusivamente en (a esleta política de nuestras
sociedades, analizando esta esfera separada e independientemente de
a estera económica la del mundo de la producción , es altamente
crronco. y que, además, produce una comprensión defectuosa de
nuestras realidades.
Permítaseme profundizar en ello y atender a tres supuestos ¡molí-
citos en las reglas de Bobbio. l'na afirma que todos los ciudadanos,
tienen el mismo poder político. Pero, como le contestó Ingrata en una
excelente replica, res realmente verdad que entre el propietario de la
fabrica y sus obreros de la cadena de montaje hay igualdad de poder
político (b). zEs realmente verdad que ambos tiene idéntico poder
para elegir, decidir, y elaborar alternativas políticas diferentes? Se
han ciento muchos estudios que demuestran que los Hcnrs Ford de
America o de Italia o del mundo capitalista occidental tienen bastan
te mas poder -u n abrumador poder de modelai la naturaleza de lo
que se esta discutiendo, votando y presentando en el debate políti-
otro ,?pUoCde o ^ o f 0" 5 dC SU Cadrna * «* n - cualquier
Para considerarlos con idéntico poder político. Bobbio ha tenido
que tratarlos como ciudadanos individuales, una categoría abstracta
que equipara a todos con independencia de su posición en el mundo
de la producción. Ahora bien, ba|o el capitalismo las mujeres \ los
hombres no son iguales. Esa fingida igualdad en el reino de la política
aparece ininterrumpidamente en el mundo de la producción como
desigualdad. Ademas, en el capitalismo las relaciones de produftion
rc|Kirlcl1 * lo» hombres > mujeres en clases sociales diferentes, defini-*56
D epartam ento de D erecha de la Univ. A utónom a de M adrid del oriuinal
aparecido t n M ondo Opéralo, septiem bre O ctuhie. I97S: liK, „ j „ I,
antología titulada El m arxum o y el E ltailo publicada por I d Svancc
p. 19)

(5) N. B obbio, o p . cJt., 70.

(6) P. Ingrao. Hinascita. Sq>i !9 7 6 .

61
das por su diferente acceso y posesión de los medios de producrió^
y los sujetos activos tienen, por tanto, en esas clases diferente poder
político y jurídico.
El segundo supuesto que la definición de Bobbto hace -supuesto
oue se explícita en su definición de democracia es que las reg

indirecta, en las

q u .¿;dsenhá r é m p l ^ a r y5deus,onc\CpdJeadasU. que. como el propio


Bobb.o indica al final de su articulo, toma un poder que es privado,
es decu Situado en el sector privado, ajeno, en la mayor parte de los
casos a la esfera de las decisiones políticas, Es obvio, pues, que las
decisiones económicas básicas se toman en el sector pnw do Por e so
Bobbio califica a la democracia en el capitalismo de limitada, no
abarca* e lT c to r privado. La democracia, por consiguiente esta
limitad i al poder político, no afecta a decisiones sociales que afectan
a la comunidad. Podríamos decir q u e la democracia ^pr«entat.va no
sólo está limitada, sino que en realidad se trata de una d'mocra-
CIO muy arrutada, pues las decisiones lundamentales se toman sin
la intervención de los ciudadanos.
De esto se deduce que una estrategia que pretenda incrementar la
democracia debería ampliar la soberanía popular c*Pand,' " d° e'
sector publico, a fin de absorber el privado Ahora bien, hablar de
■■público" v "privado" puede ser erróneo. Preguntémonos en que
consiste este sector privado en el cual se toman esas decisiones funda-
mentales El sector pnvado no es precisamente un sector ordinario en
" la soberanía de los ciudadanos no existe, n, es un sector «ata­
do ,1c! sector público que pueda absorberse gradualmente para
ampliar esa democracia limitada. El sector privado no es un
sector ordinario de la sociedad ajeno al campo del sector publico. Se
trata por el contrario, de una actividad que constituye el fundamen­
to real de la sociedad y está situada por tanto en el centro mismo de
todas las actividades de esa sociedad. Desde esta perspectiva, el sccto
privado no es algo ajeno al sector público, oue /imifa la »obef“ ia
popular, sino lo que realmente determtna la forma, configuración y
expresión de esa soberanía popular. Las fuerzas dominantes del
sector privado son tambión las fuerzas dominantes en los órganos
políticos v las fuerzas que determinan la naturaleza y'las reglas del
mego democrático. Y por consiguiente, las fuerzas predominantes en
las relaciones y en las fuerzas de producción no limitan, sino que
determinan la naturaleza y funcionamiento de los procesos políticos
de representación y mediación. U clase dominante no solo define los
parámetros y reglas del juego, sino también la matcnalizacion de ese
luego, es decir, los instrumentos que han de usarse en el proceso de
representación y mediación. En cuanto a esto, las clases dominantes
favorecen el encauzamiento del conflicto en el campo político 7
(7) B obbio, Ibid.

62
mediante las vías abiertas en la democracia representativa, .en la que
el ciudadano es un ciudadano atomizado expuesto no sólo a las
presiones de la ideología burguesa, sino también, y de modo mucho
más importante, a las presiones de las estructuras de trabajo y
consumo formadas por el capital y que dominan toda su existencia.
La democracia consta de un conjunto de reglas que debe seguirse en
el campo de la política, pero no en el mundo privado de la pro­
ducción.
El punto anterior me lleva al último de los supuestos de Bobbio,
que da por sentado que la democracia representativa (1) es la mejor y
mis factible forma de democracia existente en el complejo mundo
actual; (2) que requiere una aceptación generalizada por parte de
todos los ciudadanos; y (3) que es funcional y no conflictiva. Permí­
taseme. dada la gran importancia de estos tres puntos, prestar aten­
ción a todos ellos. Lo primero que debe decirse es que las reglas
democráticas de Bobbio se ocupan del proceso mediante el cual los
líderes o grupos potenciales compiten por la obtención del voto, y
donde el papel del ciudadano consiste en contribuir a engendrar un
gobierno, en elegir a los dirigentes cada varios años y en renunciar
luego a la participación. En este sentido, el pueblo solo participa una
vez cada varios años. Como ha señalado Hyman, al grueso de la
población se le ha asignado un papel pasivo. Sus derechos democráti­
cos consisten únicamente en la oportunidad ocasional de elegir
representantes parlamentarios, que luego actuarán autónomamente
hasta la próxima elección. El ciudadano corriente tiene la posibilidad
de votar quizá en una docena de elecciones parlamentarias. Conce­
diéndole cinco generosos minutos para completar el proceso en cada
ocasión, esto supone una hora de democracia en una vida. Este
parece ser el significado literal de la democracia parlamentaria” (8).
La democracia no es, como dijo Lincoln, el gobierno del pueblo,
sino el gobierno de vez en cuando aprobado por el pueblo. Por tanto,
la democracia se define de modo diferente que el auto-gobierno. En
una democracia tal, los gobiernos van y vienen junto con el consenti­
miento del pueblo. No es necesario decir que la delegación de autori­
dad en los gestores de la democracia -los políticos y los administra­
dores públicos— se justifica frecuentemente mediante la afirmación
de que los ciudadanos no pueden estar constantemente informados
y que no gozan de los conocimientos, capacidad o prudencia para
decidir en todos y cada uno de los asuntos de gobierno. Bobbio, por
ejemplo, señala que una de las dificultades con que tropieza la
democracia moderna es que las decisiones de gobierno se vuelven
progresivamente demasiado complejas para que sean comprendidas
por el ciudadano corriente (9). La democracia, por tanto, es política89
(8 ) S í* '* ” * " R Industrial R 'U n o n ,. A M a r ti,,
Introductión, M acm illan, 1978, p. 121

(9) B obbio, o p . c it. Ver tam bién de Bobbio, "Why D em o c rtcy ?’*, Trios,
P* O tro argum ento Irecuentcm ente esgrim ido en hitado»
L nido» para defender la dem ocracia indirecta o reprcientattva e» que el
ciudadano corriente no sólo tiene una com petencia lim itada, »ino que
incluso sostiene opiniones peligrosa» que am enazan a la dem ocracia, de lo
que infieren que la» élite» (de ordinario burguesa» o pequeñoburguesa»)
e»tan m ejor preparada» para gobernar. Un represéntate de esta o p inión e*
S eym our M. L ipset, el gran " g u ru " de los científico» político» am ericanos.

63
para élites entendidas y toma en consideración los cambios produci­
dos en esas élites. Naturalmente, en ej cambio de élites o lideres debe
existir un consenso y una aceptación del cambio. Esta es una de las
reglas de la democracia. En este sentido, cualquier conflicto debe
suponerse que va a ser dirigido y encauzado a través del proceso
político. La política es considerada no como una guerra civil dirigida
por otros medios, sino como un proceso de ininterrumpida acepta­
ción armónica del cambio.
No obstante, la historia muestra que la burguesía nunca ha acepta
do cambios de la correlación de fuerzas global existente en el capita
lismo obtenidos a través del parlamentarismo. Donde quiera y
cuando quiera que los partidos de base obrera han intentado alterar
las relaciones de poder existentes en la sociedad, la burguesía ha
violado y roto por los medios más brutales, y sin dudar un solo
instante, todas las reglas del juego democrático. Chile es sólo el
último de una larguísima lista de ejemplos.
En suma, el error fundamental de Bobbio y de todos aquellos que
opinan como él, consiste en definir la democracia como un conjunto
de reglas presentes en el campo político con independencia de la
esfera económica en la que se realiza la producción. La característica
fundamental del capitalismo y la defensa bastea del orden burgués se
basan precisamente en esa separación formal entre el orden político y
el económico. Se supone que las reglas democráticas deben aplicarse
en la esfera de lo político, en la que la ideología jurídico-política
postula que todos los ciudadanos son iguales. Se pretende así que el
estado representa a la totalidad de la población, y que el parlamento
o el congreso reflejarán la voluntad soberana. Pero esas presunciones
encubren una realidad: que los ciudadanos ni son ni pueden ser
iguales en el capitalismo, que el estado ni es neutral ni está al servicio
de la totalidad de la población, sino que defiende básicamente el
orden capitalista, en el que la clase capitalista es la clase dominante, y
que el parlamento o congreso no representa la voluntad popular.
Obviamente, los ciudadanos no existen en tanto que individuos
abstractamente considerados, sino como miembros de conjuntos
sociales, clases que se definen por su diferente acceso y posesión de
los medios de producción. Además, la clase dominante en las relacio­
nes de producción es también, en el capitalismo, la clase dominante
en la esfera política, incluyendo el estado. Cuando Marx hablaba de
dictadura se refería precisamente a esta dominación, es decir, a una
expresión de la dominación en las esferas económica, político-
jurídica c ideológico-cultural de nuestras formas sociales, y no a una
forma específica de gobierno. Ha llegado el momento de analizar
cómo se realiza esta dominación, o lo que Marx denominaba dictadu­
ra, en el campo de la producción.

que ¿firm a que entre U clase obrera y las restantes clases baja» privan la
irracionalidad y los prejuicios, la inseguridad y la inestabilidad, las o p in io ­
nes simplistas y las preocupaciones personales, y, finalm ente, el a m o n te
lectualísm o y el autoritarism o. No so rp ren d e, pues, que Lipset y la m ayor
parte de los científicos políticos am ericanos lancen un suspiro de alivio
po rq ue en la dem ocracia representativa existe una ideable distancia y
separación en tre las masas y el gobierno (Ver S. M. Lipset. Political Man,
p . 115).

64
Dictadura en la producción. Cómo se está reproduciendo.

fcn lo que afecta al trabajo y la producción, el propósito de los


propietarios y gerentes de los medios de producción consiste en
extraer de los obreros el máximo de trabajo posible. Este propósito
requiere una relación de dominación en la que los capitalistas \ sus
acólitos puedan usar y disponer, del modo que prefieran, del trabajo
del obrero. Con otras palabras, el propósito del capital consiste en
controlar tanto el proceso como el producto de ese trabajo, estable
tiendo con tal finalidad una división social del trabajo en la que,
como indicó Marx, *'cl capital se aferra a la fuerza de trabajo por su
raíz * (y) anquilosa al trabajador llevándole a una abnormidad, esti
mulando como en un invernadero su habilidad de detalle mediante la
represión de todo un mundo de disposiciones e impulsos producti­
vos...’* (10). Cualquiera que. haya observado las condiciones de
trabajo en una mina de carbón, en una fábrica de acero, en una
cadena de montaje automovilística, en un supermercado, o en un
mostrador comercial, puede ver la naturaleza de la dominación y las
relaciones autoritarias existentes en el lugar de trabajo. Michcl
Bosquet, con su habitual estilo gráfico, describe las relaciones exis­
tentes en el lugar de trabajo con total claridad cuando invita al lector
a "intentar colocar 10 pequeños pernos en 13 pequeños agujeros
sesenta veces en una hora, durante ocho horas diarias; suelde usted
67 planchas de acero en una hora, para encontrarse un día frente a
una nueva cadena de montaje que necesita 1 10 en una hora. Encaje
100 bobinas en 100 coches cada hora; apriete siete tornillos tres
veces cada minuto. Trabaje con un ruido "en el limite de la tole*-
rancia , en una lina neblina de aceite, disolvente y polvo metálico.
Negocie el derecho a tener pis o alíviese furtivamente tras una gran
prensa para no romper el ritmo y perder sus primas. Apresúrese a
obtener el tiempo necesario para sonarse la nariz o quitarse una mota
de polvo del ojo. Engulla su bocadillo sentado en un charco de grasa,
porque la cantina está a 10 minutos y sólo dispone de 40 para comer.
Cuando cruce el umbral de la fábrica, pierda usted su libertad de
opinión, de expresión y de reunión o asociación, supuestamente
amparadas por la constitución; obedezca sin rechistar, acate el
castigo sin derecho a apelar; encargúese de los peores trabajos si al
capataz no le gusta su jeta. Intente ser un obrero de una cadena de
montaje." (11).
V el capital inventa mediante los innumerables recursos de que
dispone, nuevas maneras de empeorar el tormento, invocando
siempre la eficiencia y la productividad, ñero persiguiendo en reali­
dad extraer más trabajo e incrementar el beneficio del capital. Los
lugares de trabajo constituyen los Gulags inconfesados del capitalis­
mo. Naturalmente, es muy importante saber cómo se tolera y como
se reproduce día a día la dictadura que produce esas condiciones de
trabajo. Con palabras de un importante personaje de la burguesía
americana que se preguntaba sorprendido en voz alta: ¿Cuánto
(10) K. M arx, F.l C apital. V ol. I, p. 388 (citam oi icgún la edición de Manuel
Sac ru ta n , OME 40. E d. C rítica). (N . T.j
(11) M. B oiquet, ” The P rnon F a c to y ", N ew L e ft R evirw , 73. p. 23

65
tiempo podra soportar nuestra democracia política a los setenta
millones de personas que pasan la mayor parte de sus horarios de
trabajo en una atmósfera totalitaria? (12) Para contestar a esa pre­
gunta, debemos comprender que la función básica de la dominación
hurgues,», tanto en los niveles jurídico-político como ideológico-
cultural de la sociedad, consiste precisamente en facilitar v hrrmitir
la reproducción de las relaciones dominador/dominado en la esfera
productiva. Antes de detallar la manera en que se reproduce la
dominación en esos niveles, quiero exponer un importante número
de razones.por las que los obreros no se rebelan contra esa dictadura
existente en el propio mundo productivo. Por ejemplo, la división del
trabajo en el seno de la clase obrera, al fragmenta! la fuerza de
trabajo en varias categorías, merma la solidaridad de clase y la
resistencia. Las condiciones de trabajo, por añadidura, altamente
jerárquicas y autoritarias, crean un hábito de sumisión y subordina­
ción que impregna la cultura de la clase obrera. Esa sumisión puede
incrementarse mediante el temor al desempleo o al despido, que
puede colaborar a generar un cuerpo de obedientes obreros y ciuda­
danos; y. naturalmente, cuando los restantes mecanismos de acepta­
ción fracasan, mediante la existencia de una brutal coerción tísica
en el lugar de trabajo, ejercida por las omnipresentes fuerzas de
seguridad públicas y privadas.
Existen, además de estas, otras dos razones en el mundo de la
producción, de gran importancia, que permiten explicar la falta de
rebelión contra las condiciones laborales. Una de ellas es la acepta­
ción por parte del obrero de las relaciones de producción, ya que
esas relaciones de producción son las únicas que conoce y le parecen
naturales. Como Marx indicaba, la producción capitalista genera una
clase obrera que, por educación, tradición y costumbre, considera las
condiciones de ese modo de producción como leyes evidentes de la
naturaleza (13). Obvio es decir, que dos factores refuerzan ese senti­
do de "natural". Uno: los argumentos expuestos por el capital acerca
de la necesaria racionalidad de la producción, donde el culpable de
las penalidades de los obreros es la inamovible industrialización y
tecnología del trabajo, y no las relaciones sociales que determinan ese
tipo específico de industrialización y tecnología opresiva. Otro lactor
que ayuda a la aceptación de esc carácter "natural es, obviamente,
la ausencia en el actual periodo histórico de modelo» de procesos de
producción y trabajo alternativos, una ausencia que se esgrime como
prueba de la coincidencia de todos los sistemas políticos en el mismo
modelo industrial. Por ello, esc modelo se considera el único modo
lógico, natural v racional de organizar la producción. Por otra parle,
la ideología burguesa intenta inculcar en el obrero la idea de que esas
relaciones no solo son naturales sino que laminen son Justas. El
vínculo dominador/dominado existente en el mundo productivo se
presenta como un intercambio justo en el mercado de trabajo, en el
que esas relaciones de explotación son encubiertas y mixtificadas
para hacerlas aparecer como un objeto de un intercambio libre, sin
(12) C iudo por Doy le en Managrmtnl Accounllng (USA). 1970.
(13) K Marx, Survryj Erom E xilr. en Pohtical Writings, Y ol. 2. Pelican F.dition.
L ondres, 1971, p . 2S2.

66
trabas, y equitativo entre el obrero que vende su trabajo y el capita­
lista que paga un salario por él. Obviamente, la ideología burguesa
puede admitir y aceptar que actualmente gran parte del trabajo es
opresivo y que no permite auto-realizarse al obrero. Pero esta misma
ideología añadirá rápidamente que el obrero se ve compensado por
un salario justo, y que ese salario justo pondrá en manos del obrero
la llave que da paso a su auto-rcalizacinn en la casa del consumo. Al
obrero, a quien se ha negado la posibilidad de la creativ idad y la auto-
realización en rl mundo de la producción, se le dice que se le propor­
ciona esa posibilidad en el mundo del consumo. Además, si bien él no
controla el proceso de trabajo, controla -se le dice el producto de
ese proceso allí donde, no como obrero, sino como consumidor,
puede, mediante la expresión libre de sus necesidades en el mercado,
distribuir los recursos de esa sociedad. Por ello, la soberanía que se le
negaba al obrero en el mundo productivo se transfomta en la sobera­
nía del consumidor en el mundo del consumo. Puestas así las cosas,
el debate y los criterios de equidad no se centran en el control del
proceso de trabajo, sino más bien en el precio que hay que pagar
para resarcir al obrero por su trabajo, para que pueda obtener un
sentimiento de realización, control y búsqueda de la felicidad en el
mundo del consumo.
Tiene vital importancia para la reproducción del sistema capitalista
^uc todas las luchas planteadas a nivel de producción se trasladen al
área de consumo, poniendo en el centro del conflicto el coste de! tra
bajo - salarios sociales y personales , y no el control del proceso
productivo. I.a aceptación por parte de los sindicatos de este traslado
de la lucha del mundo productivo al mundo del consumo y su consi­
guiente atención al precio del trabajo, ha supuesto un factor básico
de la reproducción de las relaciones capitalistas. Como Gramsci
señalaba, el sindicalismo, al organizar a los obreros, no como
productores, srno como asalariados, ha admitido y se ha sometido a
la base fundamental del sistema capitalista, en el que los obreros son
meramente vendedores de su fuerza de trabajo" (14).
La conversión de obreros en asalariados es un mecanismo básico de
la reproducción de las relaciones capitalistas y responde a la necesi­
dad intrínseca del capitalismo de separar el mundo del consumo del
mundo de la producctón. localizando todas las áreas de conflictiv idad
en el primero y no en el último. El capital, adoptando su posición en
la lucha de clases, se apercibe claramente de la exactitud de la posi­
ción de Marx cuando escribir') en los (¡rundn\u’ que, "...el punto que
se debe subrayar es que si la producción y el consumo son considera­
dos como actividades de uno o varios individuos, aparecen como
aspectos de un proceso en el que la producción forma el punto de
partida y por tanto el factor predominante...". Un factor predomi­
nante cuyo control el capital no puede permitir que sea discutido.

(14) A, Gram sci, Quaderm tirl C arctrt, K inaudi, I97M, p. .90,

67
t i nivel político jurídico considerado como un área de reproducción
de la dictadura en la producción.

Además del mecanismo de reproducción de las relaciones totalita­


rias localizado en la esfera productiva, existen otros mecanismos de
reproducción que se sitúan, no como en el mecanismo anterior, en el
propio mundo de la producción, sino en el nivel poli tico-jurídico de
la sociedad. Un importantísimo mecanismo de reproducción de la
dictadura de la burguesía en el mundo productivo consiste en el
desplazamiento de las luchas de ese mundo al campo político de la
democracia representativa. Para el orden burgués es de vital impor­
tancia que exista una separación clara entre la lucha de clases econó­
mica limitada a las luchas sindicales que afectan al precio de trabajo,
\ las luchas políticas llevadas a cabo por los partidos políticos en la
esfera de la democracia representativa. Como la historia ha mostrado
con claridad meridiana muchas veces, desde la Huelga Ueneral en
Gran Bretaña de 1.926 hasta los sucesos del Mayo francés en 1.968,
el desplazamiento del campo y del enfoque de las luchas desde el
lugar del trabajo al campo de la política representativa ha tenido un
importantísimo efecto diluidor de las amenazas al orden hurgues.
Pero ¿por qué se produce esa dilución?; ¿cuál es la causa de ese
debilitamiento de la amenaza cuando el área de lucha se desplaza del
teireno de la fábrica al parlamento? Una de las causas es la situación
ya anteriormente descrita, es decir, que la democracia representativa
convierte el proceso de participación de activo en pasivo, al delegar el
poder popular en lo. represéntame* elegidos y/o seleccionados. Y
esos representantes, pese a que pueden representa! los intereses de la
clase obrera y de las masas populares, han de amoldarse al conjunto
de reglas y actuar dentro del conjunto de instituciones estatales en las
que la burguesía es, por definición, hegemónica. Una hegemonía
burguesa que proporciona a esas instituciones su especificidad,
incluyendo las instituciones de representación y mediación, hsto
explica por qué siempre le ha interesado a la burguesía desmovilizar
las luchas de masas que se producían en los lugares de producción
mediante el desplazamiento de esas luchas al parlamento o institu­
ción equivalente.
Obviamente, esta dominación burguesa del aparato de representa­
ción no es aceptada por la ideología burguesa, en la que la domina­
ción es encubierta y mixtificada como representación de la soberanía
popular y la vox-popuh. Según esta ideología, a los obreros, haciendo
caso omiso de la explotación de que puedan ser objeto en el área
económica, se les considera aún como ciudadanos libres c iguales que,
voluntariamente, han escogido y continúan escogiendo un sistema
que reproduce ese tipo de explotación. Se trata de la más importante
legitimación ideológica del poder burgués; esto es, el pueblo lo
quiere y lo elige.
La separación entre las luchas económicas y las políticas tiene dos
consecuencias ulteriores. Una es que esa separación ha desembocado
inevitablemente en los programas de reforma social, es decir, en esas
intervenciones que no persiguen la transformación total de la socie­
dad capitalista en una socialista. Naturalmente, una transformación
revolucionaria de la sociedad, de una formación social a otra, no

68
puede tener lugar sin la activa participación de aquellos que probable-
mente se beneficiarán de esta transformación. La vía representativa
es por definición un instrumento de participación y lucha mis pasivo
que activo, dentro de un conjunto de instituciones que además se
encuentran bajo la hegemonía de la burguesía, una hegemonía que
impune con absoluta claridad los limites de cambio.
Valga como evidencia la experiencia de los partidos de la II Inter­
nacional que han sido incapaces de transformar el capitalismo en
socialismo a causa de considerar la democracia representativa como la
principal o única vía para esa transformación. Por ello, aunque
muchas de las fuerzas políticas de la II Internacional proclamen aún
obediencia a ese proceso de transformación, (ver la célebre cláusula 4
de la Constitución del Partido Laborista británico que compromete
a ese partido a una transformación socialista), en la práctica hace ya
muchas décadas que han abandonado ese proyecto. Por tanto, la
diferencia entre una fuerza política socialista o no, no estriba tanto
en el objetivo que se ha enunciado, sino en cómo debe conseguir
ese objetivo. Conociendo los medios, podemos juzgar el tipo y
veracidad de los fines proclamados. Por ello, las dos estrategias
alternativas para alcanzar el socialismo no son las planteadas en el
actual debate, es decir, insurreccional o democrática; por el contra­
rio, las alternativas para llegar al socialismo deben plantearse en
términos de como se presupone que tendrá lugar el compromiso y la
participación activa (en vez de la pasiva) de la clase obrera y de las
masas populares en las luchas económicas y políticas; de cómo esos
dos tipos de luchas pueden ser relacionadas e integradas, y para qué
tipo de proyecto socialista.
El segundo punto digno de subrayarse es que definir la democracia
como un conjunto de reglas en el campo político, supone ya una
importante concesión al orden burgués, que predispone la respuesta
en función del planteamiento de la pregunta. Definir la democracia
como un orden jurídico con existencia de derechos civiles, como
Bobbio y otros hacen, significa aceptar la compatibilidad de capitalis­
mo y democracia, encubriendo la dominación básica equivalente a
dictadura que existe en la esfera productiva y que determina la
elección de posibilidades en el desarrollo de esos derechos civiles.
Esto debe recalcarse porque el enfoque Cjuc- prima el área jurídico-
politica ignora la más opresiva dominación que tiene lugar en el
mundo productivo, femando Claudio, por ejemplo, condena a Cuba
polémica y desdeñosamente por carecer de democracia (15). Sin
embargo, cualquier persona que haya trabajado u observado los
lugares de trabajo de ese país, sabe que en Cuba los obreros disponen
de un poder bastante mayor de moldear la naturaleza de sus vidas,
incluyendo las condiciones de su trabajo, que aquel de que disponen
los obreros en la mayor parte de los países capitalistas que Claudfn
denomina democracias. Con otras palabras, la évidente restricción
de algunos derechos civiles en Cuba no ensombrece el hecho de que
existe un control bastante mayor de la clase obrera, en lo que atañe
a las vidas de los obreros, en Cuba, que en Suecia, Gran Bretaña o

(15) fem ando G audtn, El País, Sepr. 1977.

69
cualquier otro país capitalista ( 16).

Lucha tic clases y dictadura.

I j clase ubrera no permanece pasiva ante esa dominación burguesa


en los niveles económicos, ideológico y político. El conflicto intrín­
seco entre el trabajo y el capital se presenta como una lucha conti­
nuada. que reviste formas diversas y se manifiesta en todos los
niveles: económico, ideológico-cultural y político-jurídico. Permíta­
seme añadir rápidamente aquí que nunca se presentan luchas que
pertenezcan o se acomoden a un único nivel, puesto que cualquier
lucha de clases posee componentes económicos, ideológicos y políti­
cos que se manifiestan en el propio proceso de lucha.
En el niuel económico, la lucha de clases se manif iesta generalmen­
te en forma de reivindicaciones sobre salarios, cambios de tiempos de
trabapi y, (más recientemente) sobre las condiciones de trabajo de los
obreros. En realidad, las luchas planteadas en este nivel han acarrea­
do Irccuentcmcntc cambios en el propio proceso productivo, y en
ocasiones, se han manifestado como un intento de recuperar algún
tipo de control sobre ese proceso.
Eos sucesos de Mayo de 1.968 en Erancia. y en especial el otoño
caliente italiano de 1.969, por ejemplo, revistieron en gran parte el
carácter de lucha en favor del control del lugar del trabajo. En este
nivel, las formas de lucha incluyen, entre otras, huelgas, toma de las
fábricas, sabotaje industrial y trabajo a bajo rendimiento.
La lucha ¡Ir clase i ideológico-cultural se produce en el campo de
las teorías, las ideas, los valores y los hábitos que reflejan diversas
concepciones de la realidad de las diferentes clases. Cada clase tiene
su propia percepción de la realidad según sus diferentes condiciones
sociales de existrncia. Como Marx dijo en el 1H Hrumano de Luis
fíanapartc "sobre las diversas formas de propiedad, sobre las condi­
ciones sociales de existencia, se levanta toda una sobrccstructura de
sentimientos, de ilusiones, modos de pensar y concepciones de vida
diseños y plasmados de un modo peculiar. La dase los crea y los
plasma sobre la base de sus condiciones materiales y de las relaciones
sociales correspondientes" (17).
La burguesía y la clase obrera disponen de ideologías diferenciadas
que se manifiestan también en formas de cultura diferentes. Esto es
algo que, de paso, debe recalcarse, puesto que son muchos los que, y
no sólo en la tradición weberiana sino también en la marxista, niegan
que la clase obrera posea su propia ideología, al considerar a esta
clase absorbida en la ideología burguesa (18). Obvio es decir que
estas dos ideologías expresadas en dos formas de cultura no están
perfectamente delimitadas y que, naturalmente, existen "contamina-
116) Además de mi experiencia personal, puede verse M. H am ecker, Cuba:
¿Dictadura o Democracia?, Siglo X XI, 1975.

(1 7 1 K. M arx, £1 IS Hrumano de L u u Bonaparte, trad. cast. de O .Pellista, Ariel,


Barcelona, p . 51.
( IB) Ver. por ejem plo, El hom bre unidim ensional, de Marcuse.

70
ciones". Muchos componentes de la ideología y cultura de la clase
obrera han sido tomadas de la ideología burguesa. Y. obviamente, d*
las dos, la ideología burguesa es la dominante. Como Marx y Kngcls
señalaron en La Ificología Alemana “Las ideas de la clase dominante
son las ideas dominantes en cada época; o, dicho de otro modo, la
clase que ejerce el poder materiaI nominante en la sociedad, es. a)
mismo tiempo, su poder espiritual dominante.'* (19)
Pero este adjetivo “dominante" no implica que la ideología prole­
taria no exista, o que esté absorbida por la burguesa, significa más
bien, que la ideología burguesa es la dominante y la ideología prole­
taria la dominada.
En la esfera ideológica tiene lugar una lucha ininterrumpida para
conservar o cambiar esa dominación. Las formas de lucha son los
medios de comunicación de masas, las campañas electorales y las
restantes campañas de masas de otro tipo, los festivales populares,
etc.
La lucha de clases política consiste en el conflicto entre clases que
se origina en su lucha por el poder político, es decir, por el poder que
permita usar el aparato estatal para alcanzar los objetivos de esa clase.
Kl aparato estatal está configurado tanto por la burguesía, la
fuerza dominante en el aparato, que determina su carácter, función
y composición, como por las luchas de clases que se producen dentro
y fuera de ese aparato en las que la fuerza sometida -la clase obrera
provoca cambios en el mismo. La burguesía, para seguir siendo
dominante, ha de aceptar algunos cambios. Las formas que puede
revestir esa lucha suponen políticas electorales representativas,
movilizaciones de masas, insurrecciones armadas, represión política,
etc. Hay que decir cjur no existe para la clase obrera un modo de
lucha singular o una única vía segura de tomar el poder que histórica­
mente se haya demostrado conecta. Lcnin, al que frecuentemente se
usa para sostener la proposición opuesta, -es decir, la vía correcta al
poder estatal, que luego se llamaría la vía leninista—, rechazó con la
mayor firmeza que existiera una única vía, útil en cualquier momen­
to. Dada la frecuencia de esta tergiversación de Lenin, me permitiré
citarlo con amplitud: “Ante todo, el marxismo se diferencia de las
formas primitivas de socialismo en que rechaza que exista solamente
una forma de lucha. El marxismo admite las más diversas formas de
lucha; además, el marxismo no define esas formas de lucha “a priori"
sino que organiza y dota de un carácter consciente las formas revolu­
cionarías de lucha que surgen en el curso del movimiento. El marxis­
mo es absolutamente enemigo de cualquier fórmula abstracta, de
todas las prescripciones doctrinales... El marxismo no se niega a
adoptar ni un solo tipo de lucha... y admite la inevitable aparición
de nuevas formas de lucha, antes desconocidas por los militantes, [.os
marxistas deben aprender de la praxis política de las masas y no
enseñarles precisamente las formas de luchas que han sido inventadas
por sistematizadores de despacho... El marxismo exige que la cues­
tión de las lormas de lucha sea históricamente considerada. Pretender
encararse con las formas de lucha sin considerar el contexto histórico

(19) K. M arx, F. F.ngels, La Ideología Alem ana, tra d . de Wenceslao Roces.


( ’.rijalbo-Puebloi U nidos, p, 50.

71
que las determina, supone no entender nada del materialismo dialéc­
tico Intentar responder a la cuestión de la corrección o incorrec­
ción del uso de ciertas formas de lucha contestando simplemente si o
no, sin examinar detalladamente la situación especifica de ese moví-
miento, significa haber abandonado por completo los terrenos del
marxismo. Estos son los principios teóricos que nos guian’ (20).
Viendo el uso y el abuso que se ha hecho del cuerpo oficial de
doctrina llamado leninismo, no puedo evitar pensar que asi como
Marx, molesto por el uso doctrinario que de su obra se hacia, se vio
obligado a declarar “yo no soy marxista", actualmente Lenin se vería
obligado a decir de modo similar "yo no soy leninista”. A este
respecto, el intento de algunos partidos comunistas de desprenderse
de la jutodcfinición de marxistas-leninistas y pasai a definirse como
marxista* y leninistas, debe considerarse un acertado intento de
romper con la monopolización y dogmatizaron efectuada por la
komintem (bajo la influencia clara c innegable de Slalm) del signifi­
cado de la extremadamente rica teoría y práctica del partido bolche­
vique que Lenin dirigió (21).
Sin embargo, una vez dicho esto, debe añadirse que no todos los
caminos llevan a la toma del poder estatal. V también esto puede
aprenderse de la historia. Una de las lecciones de la historia consiste
en decir que el electoralismo o parlamentarismo, que centra las
luchas políticas básicamente en la política representativa, (tal y como
ha sido practicada por los partidos de la II Internacional) no puede
conllevar ni se encamina a una superación del capitalismo. Para
comprender esto, hemos de comprender la naturaleza del poder
estatal, de los aparatos estatales, y el efecto que la lucha de clases
produce en ambos.

Dominación y aparato estatal.

¿Qué significa aparato estatal? Ante todo debe decirse que los
aparatos estatales no están compuestos por piezas que pueden asirse
o atraparse. Estos aparatos estatales no están constituidos por cosas
físicas, sino por un conjunto de relaciones en las que la burguesía es
la fuerza dominante. Esta dominación determina las tres funciones
básicas del estado: técnico-administrativa, conscnsual-mcdiadora y
coercitiva. Merece la pena señalar lo siguiente: 1) que la burguesía es
la fuerza dominante en todas las ramas del aparato estatal que
incorporan esas tres funciones; 2) que la lucha de clases aetúa en
todas las ramas del estado; y 3) que los avances obtenidos por la glasé
obrera en su lucha política no transforman el estado estableciendo
islas de socialismo en el aparato estatal (cosa imposible), sino que los
cambios en las relaciones de poder dentro de las ramas del estado
facilitan a la clase obrera la realización de posteriores avances hacia la
ruptura con ese aparato estatal. Intentaré explicar qué significa esto
para cada una de las funciones del estado.
(20) Lenin. “ La guerra de guerrillas" en Obras Com pletas, to m o XI.

(21) V et V . C erratan a. "W hat Was the Origin o f L en in ism t" , N ew L e ft Heview,
1 0 3 .p . 59

72
Las funciones técnico administrativas proporcionan aquellos
servicios imprescindibles para la reproducción del orden social, inclu­
yendo la educación, los transportes, correos, servidos sanitarios y
similares. Hay servicios que deberán ser atendidos en cualquier tipo
de sociedad; hoy los atiende el estado burgués, mañana deberá
atenderlos un estado socialista. Sin embargo, que deben atenderse en
ambos casos no significa que hayan de ser lo mismo. Estos servicios
se encuentran en el estado burgués bajo la dominación de la burgue­
sía que les imprime su carácter, estructura c ideología dominante. He
mostrado en otro lugar, y sirva de ejemplo, cómo el Servicio Nacional
de la Salud (N.H.S.) existente en Gran Bretaña, que indudablemente
supone una gTan victoria para la clase obrera, no es, sin embargo, una
isla socialista en el estado burgués británico (22). En esta rama del
estado —el N.H.S.—, la burguesía continúa siendo la fuerza dominan
te. Esto explica la composición, disposición, estructura e ideología de
la medicina en ese país. En suma, el componente técnico-administra-
tivo del aparato estatal refleja y reproduce las relaciones de domina­
ción política en el estado. La circunstancia de que estos servicios sean
presentados como neutrales y el hecho de que proporcionen servicios
que son muy necesarios a la clase obrera los convierte en ramas del
estado extremadamente importantes.
Su existencia extremadamente necesaria y la frecuencia con que se
encubre la naturaleza de dominación de clase que en ellos se produce,
los convierte en un aftarato de legitimación del estado de gran impor­
tancia. Sin ellos, las otras dos funciones del estado, la mediadora y la
coercitiva, serian, a los ojos de la clase obrera, insostenibles. En esto
pensaba Engels cuando dijo que “en todas partes tras el poder políti­
co existe una función social; y el poder político nunca ha existido
largo tiempo a menos que haya sido capaz de cumplir también una
función social...*' (23).
La función mediadora y consensual es desempeñada básicamente
por aquellos aparatos aue arbitran los conflictos entre las clases y
fracciones de aquellas clases, y aspiran también a instaurar la acepta­
ción del orden burgués. Los aparatos más importantes de este tipo
son las instituciones de la democracia representativa en sus formas
parlamentaria o congrcsual, que surgieron históricamente como
instituciones de origen burgués instauradas para controlar el uso de
los tributos pagados por la burguesía, limitando el derecho al voto a
los poseedores de capital. En muchos países, la burguesía se alió muy
a regañadientes con la clase obrera para acabar con las tradicionales
clases dirigentes aristocráticas. Esa alianza los obligó a conceder
derecho aJ sufragio a algunos sectores del trabajo. Pero tan pronto
como prevaleció sobre la anterior clase dominante, la burguesía se
opuso por todos los medios en todos estos países a la existencia y
ampliación del derecho al voto, es decir, al sufragio universal. Se
opusieron también a la ampliación de las restantes formas de libertad,
como la libertad de asociación, de prensa, de huelgas y muchas otras
libertades que la clase obrera tuvo que conquistar con grandes
(22) V. N avarro. Clats Strugfte, the State, and M edicine, M artin K obertson and
C om pany. L id., 1978.

(23) F. 1 ngcli. Anti-D ühring, p . 173.

73
sacrificios y no sin heroicas luchas. Por tanto, e.t verdaderamente
erróneo e históricamente incorrecto considerar a la democracia como
una creación burguesa. la burguesía y sus acólitos han intentarlo por
todos los medios sofocar siempre la existencia y la expansión de la
democracia política. Esa democracia se ha otorgado siempre a causa
de una amenazadora presión de la clase obrera que ha tenido que
utilizar los derechos conquistados para conseguir beneficios tangibles
y también para llevar la lucha de clases al seno del propio aparato
estatal, obligando a la butguesia a modificarlo para mejor defender
sus intereses. Por ejemplo, el creciente desplazamiento del poder
desde el parlamento a las ramas ejecutivas del gobierno, que se
contempla en los países capitalistas europeos, es una respuesta de la
burguesía al afortunado uso de la política electoral como medio de
alance de la clase obrera y de las masas populares, En resumen, las
democracias representadlas no son una maquiavélica invención de la
burguesía para subí ugar a las masas; representan, por el contrario, un
medio de lucha para la clase obrera, un medio, sin embargo, que tiene
unas limitaciones intrínsecas considerado como elemento de cambio
revolucionario. Y. naturalmente, el que se trate de una importante
zona de lucha no debe hacemos olvidar que se trata de una lucha
desigual i desequilibrada. Y el carácter de lucha desigual y desequili­
brarla se debe en parte a la naturaleza del instrumento de esas políti­
cas representan!as: éstas proporcionan un foro para la participación
pasiia y no para la intervención activa de la población. En lo locante
a ese punto debe subrayarse que. en la historia del movimiento
obrero, la participación pasiia en Ja política representativa nunca ha
conseguido una victoria legislativa importante, a no ser que lucra
acompañada de una movilización y participación activa de la clase
obrera y de las masas populares que, en coyunturas específicas,
desequilibrarana su favor la correlación de fuerzas existente en esa
sociedad y obligaran a la aprobación de esa legislación
Desde la aprobación de la Ley labril (Eactory Act) en Inglaterra en
1823. hasta la aprobación de la Ley de los Derechos de los Trabaja­
dores en 1972 en Italia, la historia de la lucha de clases en cualquier
país nos demuestra que el poder de cambio no surge de los votos,
sino de la distribución glohal del poder en la totalidad del sistema
social, hl poder de los partidos de la clase obrera en el parlamento
refleja única y exclusnamente el poder que la clase obrera tiene fuera
del parlamento.
l'r.r esto, considerar las luchas parlamentarias como el foco básico
de la transformación es algo ya de por sí contraproducente. Medir el
poder político fundamentalmente en base a jos votos o escaños
obtenidos en el Parlamento, significa no comprender la naturaleza drl
poder. En resumen, por tanto, lo que hacía que Marx hablase de
"cretinismo parlamentario”, considerándolo "una enfermedad que
transporta a los afectados por ella a un mundo imaginario, privándo­
les de cualquier sentido, memoria y comprensión de la totalidad del
mundo” (24). no era el uso de la vía parlamentaria, sino la confianza
básica en ella.

(24) k . Mj i \ . Opere filosoftche giovartili. edición de G. della V olpe, R om a,


I9f»h.

74
l.os aparatos de coerción incluyen fundamentalmente aquellos
aparatos que, como las Tuerzas armadas, aspiran a imponer el orden
burgués por la fuerza. La existencia de estas fuerzas, y la amenaza de
su intervención, suponen un importantísimo factor de reproducción
del orden burgués.
Intervienen cuando han fracasado todos los restantes aparatos. En
los golpes de estado fascistas intervienen precisamente los ejércitos
de las democracias. Uis pnneipios organizativos de los ejércitos
latinoamericanos no difieren de aquellos de los ejércitos estadouni­
denses. de los que son una copia. Ni tampoco los principios organiza­
tivos de la policía francesa y alemana difieren de aquellos que se
aplicaron en la España franquista. 1.a aparición de uno u otro princi­
pio organizativo en cada coyuntura no depende de estos aparatos,
sino de las fuerzas socio-políticas our los determinan. Como dijo
Marx, la burguesía ha luchado para defender su orden. ".Vuestra (de
la burguesía) dictadura ha existido hasta nuestros días a través de la
voluntad popular; ahora ha de consolidarse contra la voluntad popu­
lar" (25). Obvio es decir, que a este aparato de coerción se le ha
prestado la mayoi atención en muchos debates, como ocurre actual
mente por parte de los críticos de la estrategia de transición pacifica
al socialismo, ahora ya bien conocida.

(Continuará.)

(25) K. Mux.Op. cu.. 234.

75
EL AURA PERDIDA. EL RITUAL RESTAURADO
(Apuntes fragmentarios sobre intelectuales y dominación burguesa)

Antoni Domenech

Giro a la derecha. El lacónico epígrafe es desde hace meses un lugar


común de los observadores del mundo occidental. Particularmente
llamativa, dentro de esc visible escoramienlo conservador, resulta
la posición de los intelectuales.
Que éstos son muy sensibles a los cambios de clima, a los vendava­
les y a las jarras de agua fría es cosa documentada de antiguo. -E l
historial clínico de los intelectuales registra incontables catanros.—
Desvanecidas ya las esperanzas puestas por los universitarios alemanes
en la Revolución francesa, luego de la caída de Napoleón, en 1818,
apareció el libro de Schopenhauer El mundo como voluntad y repre­
sentación (tan pesimista-reaccionario como importante), el cual se
convirtió en un best seller precisamente en los años posteriores a
1848: después del aplastamiento de la Revolución y en plena ofensi­
va antisocialista.
Poco antes del desastre de 1848, Marx y Engels habían hablado de
los intelectuales que se pasan al campo del proletariado “porque han
llegado a la comprensión teorética del movimiento histórico global'*.
Nunca se ha insistido lo bastante en la displicencia que encierra esta
frase. Marx descreyó desde muy joven de los intelectuales; sabia
-quizá mejor que nadie en su época- que el rebaño intelectual se
orienta, de ordinario, según el acoso del perro pastor más ñero,
de la fuerza social más poderosa. Acaso por eso son perceptibles en
el Manifiesto ilusiones demasiadas sobre el fluir de los intelectuales
hacia la Revolución: porque Marx sobeestimó el potencial proletario,
su capacidad para dejar de ser una clase social subalterna y la madura­
ción de su vocación histórico-universal en la crisis revolucionaria de
1848. Sin duda se equivocó, y fue metafisicamentc incauto en sus
formulaciones sobre el movimiento histórico global. Pero su juicio
sobre los intelectuales triunfó de la prueba: en cuanto el “movimien­
to histórico global'* pareció cambiar de signo, luego de 1848, el homo
versatilis que es el intelectual trocó el parecer y mudó el gusto.

II

La actual situación de prepotencia burguesa y denotado descon­


cierto de los trabajadores, y la connatural actitud defensiva del movi­
miento obrero organizado occidental, invitan a la comparación con
los varios reflujos contrarevolucionarios registrados en los dos últimos

77
siglos -entre ello» el de 1848-, Mas la comparación no puede ir mu
cho más lejos. Ni dehe: aunque recordar hoy que nada es enteramente
nuevo no esté nunca de más. de poco serviría si, el reiterarlo, llenara
a dificultar la “conexión con el mal tiempo presente” .

III

Los "nueve» intelectuales" tienen poco respeto por la economía,


tn general dcsconlian de lo material: “el espíritu no debe admitir
mas coacciones que las que él mismo reconoce necesarias para su ac-
tión s su jlcance", se dice en el manifiesto del C.l.t.L. (I). Afirmar,
pues, como aquí se liará no sólo que la derivación de su pensamiento
es en gran parte producto de la presente crisis económico-social (me­
jor dicho: de la peculiar naturaleza de esa crisis), si no que la mayoría
de las posiciones que hoy parecen gozar del favor de la moda entre in­
telectuales guardan relación funcional con el modo burgués de afron­
tar la crisis, podría confundirse de entrada con el gusto por lo atrabi­
liario o. lo que es seguramente peor, con el "mal gusto" a secas. Con­
vendrá declarar, pues, con cierta solemnidad que no imponan en el
presente contexto las intenciones de nadie (aunque tampoco se
pasan siempre por alto las evidencias de mala fe: no faltan motivos pa­
ra ello), sino sus resultados más o menos tangibles. “ No importan tan­
to las intenciones de los hombres como la clase de hombres en que les
convieitrn sus intenciones", podría decirse remedando a Brecht.

IV

Característico de la decadencia del capitalismo de nuestros días es


que la naturaleza misma de la crisis económica que le postra problema-
tiza las relaciones basc-sobrcstructura, provocando una crisis ideológi-
co-moral y, sobre todo -desde el punto de vasta que aquí im porta-,
una crisis de legitimación del Kstado y. en gencral.de las formas bur­
guesas de organización de la publicidad de los individuos (además de
un choque con la naturaleza sin precedentes en la historia de las cul­
turas).
No tanto por razones estrictamente económicas, cuanto por cálcu­
los político-sociales de largo alcance, la salida de la última depresión
intensa conocida por el capitalismo se saldó con una presencia mas
li) C om ité de intelectuales para la l.uropu de la» lib f r ijd t j. La renuencia a la
econom ía e> una característica b o ta n te com ún a eso q ue, p o r llam arlo de
algún m odo, llam arem os "nuevo» intelectuales’*, y atraviesa de ordinario
la» \a n a s y sutiles diferenciaciones que puedan existir entre ello». De ahí
por ejem plo -mero ejem plo . su tendencia sistem ática a eludir las referen
cías económ icas en su» discusiones de problem as políticos y sociales, a bus
car »u abolengo en el pensam iento ilustrado y postilustrado anterior física
o intclectualm ente al "d escu b rim ien to " de la econom ía p o lític a , a con tra
p o n rr M onlcsquieu a R ousseau, V oltaire a R ousseau. N ie t/v h e a Hegel
> Rousseau. |P or cierto que el ciudadano Rousseau sale casi siem pre mal
parado de sus lances con el Señor V olt aire, el Señor M ontesquieu y eJ Se
ñor X ietzsche.)

78
lucrtr del Estado en la vida económica del mundo occidental. La acti­
va intervención de los poderes públicos en los mecanismos de regula­
ción de la economía ha tendido, con bastante íortuna en las últimas
tres décadas, a evitar las recesiones por medio de técnicas de política
económica relativamente sofisticadas. Eso por un lado. Por el otro, a
través de una robusta política recaudatoria sin antecedente en los Es­
tados modernos (2). creaba un tejido institucional público de servi­
cios y prestaciones sociales encaminado a mitigar el malestar social y a
legitimar el orden burgués. El Estado "liberal" daba paso al Estado
“democrático-benefactor" o asistencia!.

Dos efectos interesan principalmente del pniceso que eso desenca­


denó: a la larga, la constante succión del capital privada practicada
por el Estado lia acabado perjudicando -m ás que aliviando—al pro­
ceso de acumulación de capital. Por otra parte, al intervenir activa y
fehacientemente el Estado asistencial en ocios y negocios, ha asumi­
do el papel de "responsable” del buen o del mal curso de la vida so­
cial, y al intentar la mediación entre los intereses más o menos
corporativos que cotidianamente pisan el escenario de la comedia hu­
mana tardoburgucsa. ha ido a dar en plena zahúrda de la feria, expo­
niéndose a ser zarandeado de aquí para allá por las reclamaciones
(siempre diferentes, casi siempre opuestas y muchas veces excluyen-
tes) de la pescadera, la carnicera, el ama de casa sesentona, la joven
recién casada, el jubilado, la viudita, el chico de los recados, el es­
peculador del suelo, el hortera, el usurero, el parado y el fÚneur. Y
ya se sabe que cada uno bahía de la feria como le va en ella.
No que el Estado asistencial sea responsable de todas las desgracias
actuales de la economía de régimen burgués, como se dice ahora con
gravedad e insistencia, peor ha dejado de ser funcional a la acumula­
ción de capital y a la legitimación de la dominación burguesa. Más:
en el primer caso comienza a ser disfuncional; en el segundo, lo es
claramente desde hace cerca de tres lustros.

(En otra ocasión más propicia, el autor de estas páginas ha argu­


mentado con cierto detalle las causas económicas de lo que va di­
cho (3), A esa argumentación remito ahora a los lectores -supuesto
que los haya— que no se conformen con el escueto enunciado del
asunto que se trataba de hacer aquí. No sin recordarles algunos
hechos acaecidos desde entonces: triunfo de Margaret Thatchcr en las
elecciones británicas de 1979, triunfo del bloque burgués-conserva­
dor, antiimposicionista, en las elecciones suecas de 1979, triunfo con­
servador muy claro en las elecciones de 1979 al Parlamento europeo
de Estrasburgo, repentino giro antiimposicionista, promovido por
Strauss, del programa económico de la democracia cristiana alemana,
programa económico otoñal del Gobierno Suárcz...)

121 Si exceptuam os los Estallos del llam ado "socialism o real".

I*1 ) "R econsideración del peor lado d e la h isto ria ". M atrrialrx. N ° 12, nov.-dic.

79
La injerencia del Estado asistcncial en las vidas particulares de los
cidadanos se ha hecho intolerable, se repite con poco contenida furia.
No sólo el control policial de la vida social se hace rada vez más asfi­
xiante, sino, lo que verosímilmente es mis grave, los impuestos, y
otras cicaterías por el estilo de los poderes públicos, no dejan en paz
a la gente. "Dejarla en paz", fue la respuesta de Margare! Thatcher a
la periodística pregunta: “ ¿Que hará usted por la gente?". "Dejarla
en paz para que puedan resolver los problemas libremente, sin trabas,
por sí mismos. Y a quien no pueda, no tengo nada que ofrcccrlc”(4).

V Í S l v H w J u w . ........................... - ------ -- ----------- | ----- ----------- o -----


poco ingenuo entre determinados intelectuales "de talante avanza­
do" - o que lo eran a fines de los sesenta—. He ahí un ejemplo: en un
soprendente artículo intitulado "¿Qué es progresista?" (El País, 19
de noviembre de 1978, pig. I del suplemento dominical "Arte y pen­
samiento"). Xavier Rubén de Ventos, comentando la liquidación de
la legislación imposicionista en el Estado de California, no se decide
a adjetivarla, y el término "reaccionario" le inquieta grandemente:
"Quienes siguen utilizando el término reaccionario con la misma
seguridad con que hablan de cerillas y mecheros, no dudarán en lia
martas reaccionarias (a las medidas antiimposicionistas). ¿Cómo cali­
fican, si no. la proposición 13, que obligará a cerrar escuelas y
centros asístenciaies para pobres?". Rubcrt, desde luego, no da este
paso calificativo. Y aun acaba celebrando la cosa como una con­
quista quasi-libertaria: "Más útil que predicar voluntariamente la de­
saparición del Estado resulta, sin embargo, favorecer su práctica deva­
luación inflacionaria". (Es de esperar que, entretanto, con la subida
de la Sra. Thatcher al poder y su decidido intento de “ favorecer la prác­
tica devaluación inflacionaria del Estado”, Rubert haya cambiado de
opinión.)
Común a varios intelectuales considerados en el "área de la izquier­
da" y ahora deslumbrados o desnortados por la envergadura y las
dimensiones de la crisis de legitimación del Estado burgués es la ce­
guera respecto de las consecuencias políticas y sociales generales de
esa crisis. El fantasmón que es la bravata supcrindividualista (rente
aJ Estado, frente a las "coacciones de lo público”, disfrazada de ácra­
ta (pero sólo disfrazada: "ácrata al modo intelectual", diría el joven
Gramsci), se desvanece tan pronto como se le pone delante un texto
del mismo sentido, pero "serio".
También en nombre del más acendrado individualismo advertía
-e l 30 de enero de 1979, desde las páginas del Daily Tclegraph-,von
Hayek contra el creciente poder de los sindicatos y su completa noci­
vidad para la estabilidad económica. Pero Hayek, que es un viejo eco­
nomista de derecha ultraconservadora, tiende, naturalmente, a sacar
las consecuencias de casi todo lo que dice. Transcribo sus recomenda­
ciones: liquidar los sindicatos y substituir su gestión en la contrata­
ción colectiva por un trato laboral directo e individual entre el

{4) I n te r n a tio n a l Hrralrf T Y ib u n e , 5-6 de m ayo de 1979. p ig . 1.

80
empresario y cada uno de sus empleados. Hace menos de un año s^lc
reputaba aún, en determinados ambientes, un loco visionario. Hoy es
una de las cabezas más influyentcscn los planes de Downing Streetlá).

VI

La interpretación de los hechos no ofrece demasiadas dudas: el


gran capital parece dispuesto a desmantelar todo el tejido del Estad»
de u/ellfare -pero, junto a él, la mayoría de conquistas del movimien­
to obrero contemporáneo: ¿no es ya centenaria la libertad sindical
que el neoliberalismo consecuente quiere alicortar?-.
Por eso la transmutación política de intelectuales, no va difusa­
mente de izquierda, sino activamente comprometidos a finales de los
60 (gentes del estilo de Phillipe Sollcrs), su inclinación hacia posi­
ciones abiertamente reaccionarias - y no solo incautamente confusio-
narias, como la de Rubcrt—, puede resultar sorprendente al primer
vistazo. Pero sólo en la primera toma de contacto con el fenómeno.
Por lo pronto, no laltan antecedentes históricos. Mussolini mismo
había sido un exaltado socialista revolucionario, y, ya fascista, sólo
un año antes de la marcha sobre Roma, aún había dejado oír algunos
truenos contra el listarlo burgués y el Estado bolchevique, contra
toda forma de Estado”; él, que habría de edificar una de las mas
despóticas tiranías del siglo XX. Pero es que la pista que conduce del
joven estudiante, o profesor, o escritor, izquierdista de finales de los
sesenta al "nuevo intelectual" consciente o inconscientemente neoli­
beral o neoconservador de tíñales de los setenta es bastante mas fácil -
de seguir que la tortuosa senda que llevó a algunos intelectuales
europeos radicales del primer cuarto de siglo al abismo fascista.

Vil

Hay al menos tres indicios claros que permiten rastrear esa pista.
Comencemos por el menos fundamental, aun cuando no carente de
importancia, el tcórico-ideológico. Se puede formular sin muchas re­
servas: hay un substrato analítico común entre la derecha liberal a la
americana y buena parte de la nueva izquierda de los años sesenta; y
hay un substrato critico común entre la nuevj izquierda de finales de
los sesenta y la nueva derecha de finales de los setenta (es decir la de­
recha liberal a la europea).
El (iprryu común entre la derecha liberal a la americana (a la Gal-
biaith o aja Bell) y la nueva izquierda de finales de los 60 se enhiesta
en la teoría de la "sociedad postindustriar'. Esta teoría registra socio-
(5) l.l disfraz ác ra ta del escritor liberal to u t cauri es m enos c o m e n te que l.i
degeneración en senlrdo liberal de verdadero pensam iento anarouista
o b rero , sobre to d o en E uropa lia pretensión de un H erberl Xpencer ácrata
no pu ed e m enos de considerarse un anacronism o ignoranteI: en Loados
u n id o s , en cam bio, se han d ad o varios casos m erecedores de atenció n d a ­
da la viva actualidad del tem a. Diré el que me parece mas acreedor de estu
dio p o r parte de rojos de 1979 Benjamín R fu rk e r, /n a rrad « / a B uok
f>y a Man lo o b u ty to lv n lr one. A frag m en lo rv E x e a iirion o //V n/o io p /ii
cal A n a r c h ú m . N ueva Y ork. 1897.

81
lógicamente, sobre todo, el crecimiento en los pames altamente in­
dustrializados, del "sector terciario" y del número de trabajadores
empleados en esc sector. I.a disminución -relativa a la totalidad de
la población activa del número de trabajadores industriales, la crea
ción de un área cada vea más amplia de servicios públicos substraídos
— o aparentemente substraídos al espacio del mercado, etc., ha­
brían producido una transformación social y cultural fundamental.
La actual sociedad postindustrial se distinguiría de la sociedad indus­
trial tradicional básicamente por el hecho de que en ella no predomi­
naría la lógica del beneficio -lo s "modos de economizar", según la
conccptuación de Daniel Bell-, sino la de la utilidad y el interés pú­
blico, convenientemente armonizado con los intereses privados -los
"modos de socrologizar"(6)- . ti mercado habría pasado de ser el
regulador espontáneo de la vida social a ser un instrumento más, uti­
lizado por los hombres para la consciente regulación de ella, cQué
hombres.’ Precisamente la mtclligentzia errada al amparo de la tec-
noestructura postindustrial, c incrustada en ella.
No pasará desapercibido que los teóricos de la sociedad postindus­
trial incorporan a su instrumental analítico un sueño del socialismo
(tanto del “utópico" como del “detuífico") del siglo XIX: la posibi­
lidad de que los hombres icgulcn conscientemente poi vez primera
su vida en común (lo que implica la fusión-disolución-abolición de
Estado y sociedad civil, y su substitución por una libre y voluntaria
asociación entre los hombres). Que la vida social en las sociedades al
tamente industrializadas del Oeste sigue rigiéndose por la lógica del
beneficio y de la acumulación de capital, y que no hay regulación
consciente alguna ni puede haberla- de esa lógica, es algo que se ha
encargado de probar el desarrollo mismo de la depresión económica
que padecemos desde 1973. Mas la refutación de la substancia de las
teorías de la sociedad postindustrial no importa aquí mucho. Lo que
tiene interés retener ahora es que no pocos intelectuales de izquierda
de finales de los 60 dieron de mejor o peor gana- por bueno el dic­
tamen tic la “postindustrialización". Sólo que en vez de racionalizar­
lo buscando sus excelencias —al modo de Bell , intentaron, como es
natural, la distancia critica.
Por desatinada que pueda parecer hoy la teoría de las sociedades
postindustrialcs no hay que escatimarle méritos descriptivos y analíti­
cos. Tampoco a la crítica realizada por la nueva izquierda hay que
echarla en saco roto. Las ralas de Hcrbcrt Marcuse en las relaciones
tecnología-dominación y en la racionalidad instrumental del capitalis­
mo tardío, por ejemplo, no pueden dejar de celebrarse como elabora
ciones de un espíritu exquisito.
Pero junto a los espíritus exquisitos andan losgollillos. Y para los
golfillos "CU1 left de los años 60, las sutiles apreciaciones de un
Marcusc se reducían a un manojo de tópicos del estilo: la racionali­
dad científica obedecía a una lógica inmanente del dominio, ejercido
éste por un puñado de tccnócratas que regían desde la tccnoestruc-
tura los destinos de las sociedades avanzadas, la clase obrera estaba
completamente integrada en el sistema y era un sup-to ya irreversi-

(6) Daniel Bell, El advenim iento de la sociedad p o ttin d u ’tn a l, trad. c»9t. d r
N éstor M igue/, M adrid, 1976.

82
lilemente conservador, etc. Por vez primera una rebelión anticapitalis-
ta no enteramente dominada por la sensibilidad moral burguesa re­
nunciaba - implícita o explícitamente a abolir el sistema de relacio­
nes sociales de producción espontáneas en un orden social nuevo,
conscientemente regulado por hombres libres (7).
Esa renuncia surgía, en primer lugar, de un error analítico en la es­
timación del juego de tuerzas económico-sociales en las sociedades de
capitalismo avanzado. Pero era, antes que otra cosa, producto de la
crisis de organización de la publicidad del orden capitalista en gene­
ral, y en particular del Estado moderno en su articularse con la socie­
dad civil tardoburguesa. El estallido del (S8 acaso sólo lúe verdadera­
mente importante como preludio y anuncio de ese declinar.

VIH

Los estudiantes alemanes de la “oposición extraparlamcntaria”


(APO) concibieron su asalto al orden burgués como un proceso de
"dcsvalnrización de las instituciones". La noción misma es bastante
ilustrativa del modo de contemplar las cosas que imperaba entre mu­
chos jóvenes intelectuales cíe la nueva izquierda sescmayochcsca: la
sociedad era vista como un vasto tejido de instituciones erguidas so­
bre valores sociales más o menos legitimados. Luchar contra ese or­
den social se reduc ía en muchos casos harto simplificatoriamrntc -
a vaciar de contenido esas instituciones demoliéndolas axiológica-
mente (por medio de la provocación, pongamos por ejemplo). Que el
punto crítico del asunto era el sistema de publicidad de la vida social
instaurado por el Estado de bienestar de la restauración capitalista de
postguerra (con su densa y articulada red institucional de servicios,
prestaciones y asistencias sociales), el "hogar público" de Daniel Bell,
no puede pasar ya impunemente desapercibido en la consumación de
la década de los 70.
Como Bell, tampoco la APO entendió que el nuevo Estado "bene
Iactor" keynesiano de la postguerra hundía sus raíces en los tunda
mentos de las relaciones burguesas de producción. Sin embargo in-
tactas(8).
|7 ) C ontra lo que pudiera creerse, ni siquiera en el anarquism o relativam ente
individualista de un Itakunin está recusada la idea de una sociedad conscien
te m en te reh ilad a por los hom bres (y no digamos en el anarco-com unism o
a la K ropotkin a á la f.iisce Keclus). I.a manifestac ión más clasica en el mo
vim iento o b rero decim onónico de esa aspiración al consciente contro l de
la vida social, esto es. su “ alianza" con la ciencia m oderna ha tenido en la
cultura anarquista incluso ápices de exageración de ahí la pnpolarid ad jrn
am bientes ácratas tradicionales del positivism o de folletín

IK| Se lom a aquí la APO alem ana de finales de los sesenta com o un caso ilus
tra tiv o , y de ningún m odo con pretensiones descriptivas generales de lo
que representó, en este aspecto, la contestación estudiantil orientada hacia
la nueva izquierda por eso vale la pena decir algo en esta nota sobre su di
versificación de acuerdo con las vanas tradiciones nacionales. I.n Francia,
p or ejem plo, el sistem a de publicidad del h ita d o gohsta quedo com pleta
m ente desgastado tras los sucesos de 1968: el “ liberalism o avanzado" de
G iscard es la respuesta política granburgucsa a aquella convulsión, lo q ue
ahíla basta cierto p u n to la historia que va de las barric .idas de 1968 al d e sa ­
y u n o en la residencia presidencial de 1978. Caso distinto del alem án, pues

83
IX

Con Poppcr, Schelsky, von Hayck y Raymond Aron -el liberalis­


mo a Ja europea - como corifeos, los "nuevos intelectuales" atacan la
imasora presencia del Estado en la vida social o manifiestan pompo­
samente su apoliticismo porque "la política equivale al poder, en tan­
to que la cultura sólo esta ligada al hombre (?)". Luego diremos algo
acerca del poder de estos héroes del antipoder; limitémonos ahora a
explorar un aspecto decisivo de su despulsado r ig h t t u m :
Kilos han "resuelto" su conflicto con la crisis de la publicidad
tardoburguesa emprendiendo -idealmente, por supuesto: ya se ve
cuan modernos y despachados son algunos de estos amigos- un re­
greso al capitalismo de Dickens. - Lo que de paso les permite exornar
románticamente su posición(9).—¡Abajo todo poder, vivan la socie­
dad civil y sus presentes relaciones de producción, podría ser la fór­
mula. Sólo que este lema, para mayor pulcritud, necesita descansar

es la publicidad del in tern a instaurado por la CDU lo q u e se puso en cu es­


tión en los años 60, y es hoy esa misma desacreditada C O I' la que ha de a
rrehatarle al actual gobierno socialdcm ócrata las riendas del poder para un
relevo de signo neoliberal: ^tnal caldo de cultivo para engolletados pollos
con vocación de " n o v e d a d " ’ t i caso italiano es aun más distin to : el m ito
del L itad o de la Resistencia acolchonó el estallido del sistem a de publici­
dad |d c hecho, el o to ñ o caliente del 68 fue un conflicto obrero de corte
más o m enos tradicional, cualitativam ente incom parable con el m ayo fran
cet) que sólo ha visto la luz. p atéticam ente y sin previsible salida, en la de
cada de los setenta Y en el caso español, es de to d a evidencia que UCD
puede tom ar un relevo neoliberal al m odo giscardiano. aunque la tradición
de en tendim iento directo entre intelerualei y poder es casi inexistente en
Lspana la diferencia de f rancia).
Aun asi, la influencia plunnacional -solapada con los hábitos intelectuales
propios de cada país de la teoria de la sociedad " p o s tin d u s tn a l" y de la
problem ática de la "desvaloruacibn de las instituciones" se echa de ver fá
edm ente. !.n f rancia m ism o -cuyo herm etism o repec to d e las m odas y c o ­
rrientes culturales extranjeras es bien conocido-, por ejem plo, Alain Tourai-
ne escribía hacia esos años su conocido libro sobre La xociedad p o ilin d u t-
tn a l. justam ente a p ropósito de la revuelta estudiantil; por la mism a época
com enzaba M irhel fo u c a u lt a problem a!izar la historia de las "in stitu cio
ne»" y a conseguir su actual reputación internacional com o cuajaenredos
de la T eoría.

0
i l Luego de los"nuevos filósofos",irrum pieron en el m ercado cultural francés
los "nuevos ro m ánticos", luego los "nuevos historiadores" -para los q u e ya
la Revolución francesa había sido una atrocidad sin nom bre-, etc. etc.
N’o los citaré a q u í, ni polem izare con los detalles de su " o b ra " . Probable
m ente no vale la pena si no es sobre lai páginas de Pant Match o Interviú
Lo malo de las m odas es q u e, al criticarlas, se cede a ellas. Por lo dem ás, las
clave» del mensaje publicitariam ente em itido una y o tra vez son b astan te
sencillas, que el individualism o es excelso, y toda form a d e socialismo d e ­
testable; que las desigualdades son connaturales o casi a la especie hum a
na. y el igualitarism o nos llevaría al peor de los to talitarism os; q u e la c u ltu ­
ra es un tin en sí m ism o, y no ha de adm itir co n tro l social alguno; que E u­
ropa es la cuna de las costum bres civilizadas, y el tercer m undo un lío ; que
lo» m a rxitu» dogm áticos totalitario» están a p u n to de conseguir el poder
en todas partes (ste), y hay que andarse con o jo, y hay que "co m p ro m ete r
se" (ahora sí) en la defensa de las libertades; que cu a n to más despolitizado
este el m u n d o , pues m ejor (en ese p u n to deben insistir seguram ente los va­
rios m iem bros de la Com isión Trilateral firm ante» del m anifiesto del
CIEL).

84
en la prueba de que la sociedad civil burguesa: 1) no engendra poder
alguno; o bien. 2) tiene que ver con un pnderTolerable y. en todo ca-
so, menos malo que cualquier otro.
La segunda disyuntiva es más comúnmente visitada. Lévy, Soliere
y otros jóvenes desencantados de la Revolución, de vuelta ya de la
política y sus servidumbres, se complacen en ese pesimismo conser­
vador: ¿cómo, en electo, comparar a Giscard con Brczncv? La prime­
ra, en cambio, menos invocada, desorienta más. Porque una forma de
afirmar que la sociedad civil burguesa no genera poder, autoridad, re­
presión, Estado es radicalizando la vcrbalización abstractamente
antiestatista—atribuir al genérico ente transhistórico llamado "Esta­
do” el engendro de los males de la sociedad civil presente: las necesi­
dades, las opresiones, las manipulaciones, los crímenes execrables( 10).
Se puede incluso, desde esta perspectiva, llegar a recomendar a los
obreros —como no hace muchos meses, desde las páginas de El País,
cierto catedrático de la Universidad de Madnd- que no reivindiquen
nada, porque, a lo peor, las reivindicaciones mismas las inventa el Es­
tado y, al reivindicar, uno puede convertirse en lamentable objeto de
manejos cstatistas. ¿Serán ios reivindicadorcs sindicatos también una
astucia del Estado? No digo que haya que descartarlo. Pero, sobre to-
do: los sipdicatos son hoy, a poco que reivindiquen, un obstáculo
para la recuperación burguesa en la presente crisis económica. Hayck
d i x it ( 1 1 ) .

Hasta aquí un indicio del paso por el que los "nuevos intelectua­
les" han escapado de la órbita de la izquierda. (El menos básico, con
todo, pues se limitaba a disposiciones teóricoádeológicas.) La segun­
da clase de indicios que vale la pena constatar es de naturaleza psico-
sociológica, y tiene que ver con dos parámetros: la actitud del ani­
quilado, por un lado, y el modo de afectar a los intelectuales la trans­

ito) t s u segunda tendencia puede resultar más um pática u n to a m arxistas


com o a Anarquistas (acostum brado* am bos a pensar, con m is o m enos m e­
diaciones, en la extinción-abolición del Estado com o objetivo de em an cip a­
ción). pero no respeta m enos aras y sim ulacros que la anterior. T oda su ba-
lam entación actual -porque la canción es seguram ente tan vieja com o el
m isionero dom inico S chm idtt- procede de unos ensayos -no investigacio­
nes- del etnógrafo francés Pierre Clastres, sobre el origen del E stado en las
sociedades prim itivas, ensayos que se hacen a iu vez eco de las -interesan­
tes- investigaciones de Marshal! Sahlins sobre el problem a de las necesida­
des, etnológicam ente considerado.

(II) C onsecuencia ineludible de un ataque neoliberal tan frontal a las con q u is­
tas tradicionales de la clase obrera es el robustecim iento policiaco-m ilitar
de los Estados burgueses. Pero puede que esto tam poco com prom eta d ec i­
sivam ente a la poiitologia neoliberal. Las nuevas técnicas policiacas en ges­
tación son tan sutiles, y de tan atornasolada fenom enología, que p o co tie ­
nen q u e ver. en tu apariencia, con la p erentoria b ru ta lid a d del fascism o his­
tórico q u e hem os co nocido. Inglaterra, n aturalm ente, es pionera en esta
clase de descubrim ientos (gracias a tu m agnifico laboratorio experim ental
que es la Irlanda del .Norte). C ír. el alucinante libro de Carol A ckroyd, Karen
Margolla, J o n a th a n K osenhead y Tim ShaJlice. Thr T echnology o í Político!
C ontrol, L ondres. 1977. x

85
formación de la estructura de las motivaciones de la conducta provo­
cada por la cultura material tardoburgucsa.
Recordare sólo compendiad amenté acerca del pnmer parámetro
alguna noción explicativa acuñada cxpcrimentalmcnte por la psicolo­
gía del siglo XX. El término “identificación con el agresor" procede
de Anna Frcud(12), que lo utilizó para tipificar un mecanismo psi
quico defensivo de la personalidad acosada. Poco interés tendría en el
presente contexto si no hubiera sido contrastad») por el psicólogo
Bruno Bettelheim en los campos de concentración nacionalsocialis­
tas. De las observaciones efectuadas se desprendía que la “identifica­
ción con el agresor" -con la brutalidad, los métodos y el personal
represivo de los campos , cuyo resultado era la eficaz colabora­
ción con él. era un mecanismo defensivo sólo desarrollado por los in­
dividuos no insertos en el t‘thos de alguna comunidad. Quiere decirse:
por individuos socialmente disgregados de cualquier grupo humano
hecho de vínculos y pautas de solidaridad moral entre sus miembros
(como, por ejemplo, las comunidades judías o los grupos comunis­
tas).
A lo largo de la historia de la sociedad civil, ese Icnómcno de
disgregación moral de los individuos respecto de sus contextos socia­
les, era exclusivamente característico de las capas patricias. Propio del
decurso histórico de las clases subalternas en la sociedad civil ha sido,
en cambio, el mantenimiento de condiciones de vida social agregada
\ comunitaria, la conservación, en los vínculos humanos, del “caloi
de establo” procedente de los primitivos órdenes gentilicios( 13). Sólo
el capitalismo avanzado ha desencadenado en las clases dominadas fe­
nómenos de atomización \ desagregación social a gran escala sin pre­
sentes en toda la historia de la sociedad civil. En ello radica hoy en
gran parte su capacidad de supervivencia, de legitimar el orden social
lardoclasista (14).
Cuánto de patética “identificación con el agresor" haya en los
tránsfugas del izquierdismo sesentayochcsco, en las presentes circuns­
tancias de ofensiva cotrarrcvolucionaria. no es asunto fácil de dirimir.
Pero lo hay, sin duda. Desde luego no sólo entre letratenicntes: ya
casi constituye un arquetipo social la biografía del joven cuadro revo­
lucionario de hace unos años convertido hoy en agresivo monna&t r de
la empresa privada. Los intelectuales “puros", con todo, forman una
categoría social aún más capaz de describir este tipo de trayec­
toria; el feroz individualismo, la insolidaridad para todo lo que no sea
dcícnder sus parasitarios intereses de casta, el juego de envidias v ui-
didumbres que imperan entre ellos se lo facilita en gran manera.Precisa-
112) The Ego and tht M echam tm s o f D efense. Nueva Y ork. 1966. p. 109 >•
i|l i C ír. I .jú re m e k ra d e r. The Dialrclie o f Civil S o eiety, \s s e n /A n u tc id a m
1976.
(14) f re n te j u n j sociedad com pletam ente atom izada, tre n te a una m ui lir
d u m bre to b ia n a " , la vtolcm t* estatal puede llegar a ser ju io le fitim a to ria
sin siquiera hacer uso de la fuerza, sino, sim plem ente, exhibiéndola (d o ctn
na de orden publico m uy de m oda actualm ente, y eu lem isticam en te aludí
d a en am bientes castrenses com o “capacidad d isu a so n a "), los aparatos de
violencia estatales pueden conseguir el efecto de “ identificación con el a-
ip eso r". E fecto :m posible de obtener en sociedades m o ra lm e n tr integradas
com o la iraní...
mente ¿trunos de estos atributos del “rebaño disgregado” que son los
intelectuales ocuparán nuestra atención en el segundo y último de los
parámetros psicosocíológicos que tomamos en cuenta aquí.
F.l sociólogo nortéamencano David Riesman. en su conocido ensa­
yo sobre Lo muchedumbre solitaria, dió valor conceptivo a un tér­
mino que, desde entonces (1943), ha hecho cierta lortuna. La “per­
sonalidad exteriormente conducida” describía el fenómeno de despo-
sesión y vaciamiento tic la individualidad de los sujetos, observable en
las sociedades capitalistas avanzadas. Ll termino se contraponía al de
“personalidad interiormente conducida” , el cual estaba destinado a
captar aquella estructura de motivaciones intimas, regida por la firme
orientación del sujeto según fines n objetivos, tan característica de la
conducta burguesa ochocentista. El arquetipo social de esta estruc­
tura de la personalidad ideológicamente dispuesta era el burgués me­
dio en busca de (orientado al) beneficio en el capitalismo concurren­
cia!. Mudo de conducta que ha perdido su razón social de ser en la é-
poca cid dominio del increado por el capital monopolista v de la
práctica reducción de la “libre” concurrencia a la competición en
“buena” lid entre las grandes empresas transnacioiialcs (13).
El tipo ideal de la "personalidad exteriormente conducida” bien
puede darlo el “consumidor racional” de nuestros días, inerme ante
d abuso de que es victima en el cotidiano bombardeo publicitario de
los mtiss mctlui;; gustos standard, sumisión a los vertiginosos vaivenes
de la moda, aniquilación completa de la estera volitiva autónomo \ de
la particular sensibilidad expresiva \ afectiva del individuo.
Independientemente de sus ideas políticas, religiosas v sociales, el
arquetipo dd individuo ''interiormente conducido” prevalecía en­
tre los grandes intelectuales del siglo XIX \ paite del \ \ . La consa­
gración de una, vida entera a ”Ia obra” presupone un ánimo firme­
mente orientado, una conducta ideológicamente dispuesta; la cual
está p o r igual detrás de la Comedia humana dr Bal/ac, de la monu­
mental Historia di liorna de Mommsrn, de la excepcional personali­
dad literaria y política del comunista Bcrtolt Brccbt, del liberal con­
servador Miomas Mann.dc la gigantesca obra histórica del reaccionario
Trcitschke y de El Capital de Karl Marx(16).La práctica extinción de
ti j | A Jo q u e habría q u e .in.uJu. «i o t o l u r r j un rn w o > d e v e rd jd . v tu* uno*
m odcsio* apunte* fragm entario*. el « .imbio que se ha producido bajo el * .1
p iuliktno avanzado en la estru ctu ra d d carácter de lo* individuos. Vale la p e ­
na m encionar un tu n o i o articu lo reciente -demasiado especulativo, com o a-
costumbres a ocurrir en las elaboracio'ic* pile oanal ilic as de lo* problem as, in
«luso rn las senas- m trq src ian d o en eso» termino* el giro a la derecha d r
lo* últim o* diez año* ( .Ir. J \ x» hulcin. ” Ü n K u tk /u g rns Prívate . Aurt-
A ueA .V * 1S. junio d r l ‘J 77.

llii \a tu r-alm cn tr q u e M arx salm o en gran medula el "invento hurgue- del in ­


dividuo. I *10 es algo «.iludo desde siem pre v repetido lu s ia la saciedad, pe-
re» te m a n d o N asairr nc* parecía enterado del asunto «liando escribió *u
Panfleto contra t i lo d o iH arielona. 19 “K, Prem io M undo IM7KI. l o peco
de los p an tlcto s com o el de Navaier c* q u e legitiman v . hasta «irtto p u n to ,
justifican el andar al estríe o te con Inrmula* hueras m i' ve re v repetida» 1011
que alguno* bienintencionado» intelectuales de izquierda con tu n d en al
m arxism o Marx entendió el com unism o c orno asociación con*cicntcm rn
le voluntaria de hom bres libres. Por e*o pensó d u ran te la m ayor parte de
su vida q u e la» relac iones sociales burguesas -y no solo las fuerzas p ro d u c ti­
vas d el capitalism o eran un paso obligado h a trj e) socialismo: porque estas

87
esc arquetipo en la primera mitad del siglo XX es una de las causas es­
tructurales principales*3cl ocaso de la cultura intelectual en la era del
capitalismo tardío no el “masificado” acceso a la cultura, como pro­
pone la más reaccionaria versión de la critica del mideult.
XI

Y aclara hasta cierto punto el trajín de las modas, el ir y venir de


ideas y autores, el tráfico, con continuos cambios de sentido, de no­
ciones y metáforas, el advenimiento, en fin, del intelectual prét-a-
penser de la década de los 70. Pero sólo hasta cierto punto, porque
resta aún inexplicada la extinción misma de la especie “interiormente
conducida" en el particular ámbito del reino animal intelectual (por
hablar con Hegel); es decir, la imposición, también en esc ámbito, de
la personalidad “exteriormente conducida" característica del capita­
lismo avanzado. Mas para ello es menester abandonar el terreno psi-
cosociológico y rastrear la última e indeleble huella, que se hunde en
la ruta atravesada en el pasado lustro por muchos intelectuales en su
migración hacia poniente.
Si los intelectuales constituyen o no una entidad social autónoma,
con intereses particulares, distintos substancialmcntc de los de otras
categorías sociales, es cuestión no poco controvertida desde hace bas­
tantes años (17). Aquí partimos del supuesto negativo, y algo se ha
dicho ya para justificar esta suposición. Sería, empero, dejarse atra­
par en una simpleza el contemplar sus transformaciones, sus cuitas y
sus volubles ambiciones como si dependieran tan sólo de los tiras y
aflojas de la pugna entre las fuerzas sociales verdaderamente autóno­
mas. La ruda metódica que esa actitud comporta no ha arrojado nun­
ca resultados satisfactorios. Si acaso, ha servido para formular ensal­
mos de anatema. No para entender lo que pasa; que es de lo que se
trata.
Los intelectuales tienen, por lo pronto, algo en común: son los
administradores de los "medios de producción cspintualcs"(la noción
procede de Marx), o de los "medios de producción simbólica", según

hab rían de em ancipar al individuo de los viejos vínculos com unitarios, h a ­


b ría n d e otorgarle la "consciencia d e s í" -por decirlo al m odo de Hegel y
au tó n o m a voluntad. No hace falta leer E l Capital para saber eso; lo m ism o
se dice redondam ente, por po ner un caso, en un libro tan sencillito y ráp i­
d o de lectura com o El origen de la fam ilia, la propiedad privada y el Esta
do de Kngels.
s ó lo en la C arta a Vera Zasulich y en los Cuadernos etnológicos -editados
p o r ve/ prim era rn 1974- aparece un Marx claram ente desconfiado respec­
to d e las bondades históricas d e las relaciones sociales burguesas. Marx -ya
en los últim os años de su vida- llega a insinuar la idea de saltarse la " d e s ­
tru cto ra etapa capitalista en sitios, com o la Rusia de su tiem p o , en los
cuales pervivían viejas tradiciones de vida com unitaria. Y. a la vista de lo
q ue com enzó a o currir unos cu a n to s años después de su m uerte en los p a í­
ses capitalistas avanzados, solo un fanático apologeta de la m iseria psicoso-
cial tardoburguesa le negaría genialidad a la au to crítica intuición del viejo
M arx "p opulista".

(17) l.a más reciente versión afirm ativa Alvin C o uldner, The E uture o f Intel
lectuals and the R ite o f th e N ew Class; Nueva Y ork, 1979.
una conccptuación que parece imponerse en nuestros días (18). Así que
una mínima cautela recomienda poner -finalm ente- en relación el
destino de los intelectuales con la evolución técnica e institucional
de la “producción simbólica".

XII

No pocos de los “nuevos intelectuales*’ de 1979 templaron sus


mocedades hacia 1968 en la lucha estudiantil contra, entre otras va­
rías cosas, la institución universitaria (esto es: en la tarca de “desvalo­
rizarla"). 1.a crisis de la enseñanza superior pública fue -y sigue sien­
do, aún si con formas ya muy distintas- una de las más llamativas y
tempranas manifestaciones del desmoronamiento de la organización
tardoburgucsa de la publicidad de la vida social. Aunque las institucio­
nes universitarias habían dejado de ser ya un instrumento de hegemo­
nía plenamente eficaz,o por lo menos capital,para la clase dominante,
desde muchos años antes. (El libro de Schoprnhauer al que se ha alu­
dido como ejemplo al comienzo de estas páginas no tuvo uso acadé­
mico alguno, y su autor apenas rozó tangencialmente la actividad
docente en las universidades alemanas.)
El ciclo recorrido por la evolución técnico-institucional de los me­
dios de producción simbólica es , en efecto: universidad-mundo edi-
torial-mars media. No que la preponderancia, pongamos por caso, del
mundo editorial a partir de una determinada época acabara con la
universidad, pero eí sucesivo cabalgarse de unos medios sobre otros
muta jerarquías y quita o concede más o menos relevancia a unos res­
pecto de otros dentro de la totalidad de la producción simbólica. En
opinión de Regis Debray (19), la decisiva preeminencia de los mass
media (periódicos diarios, semanarios de gran tirada, radio y televi­
sión, sobre todo) cuaja definitivamente en el orden jerárquico del
proceso de fabricación de hegemonía -en Francia al menos- precisa­
mente hacia...1968.
El repugnante espectáculo a que ha dado pie todo ello, desde por­
tadas en semanarios amarillos del corazón y la high socicty hasta las
intensas campañas de promoción publicitaria -eí distintivo “ ¡nue­
vo!" en primer plano-, con la degradación y frivolización consiguien­
tes de la cultura intelectual (20), no debe inducir a cargar todo el
muerto a las meras condiciones técnicas de los nuevos medios de pro-
(18) C fr. B nurdieu/P atseron. La rep ro d u etio n , Parí», 1970. Y . respecto del te ­
ma aq u í ab o rd ad o , cfr. Regí» D cbra\ . Le puovoir intellectueí en France,
Parí», 1979. Tiene cierto interés tam bién, aunque la discusión de tus p o si­
ciones -incom prensiblem ente, en un anglosajón, influenciadas p o r lo peor
d e la sem iología francesa- nos llevaría dam asiado lejos, M arshall Sahlint.*
C ulture and Prachcal R eason. Chicago. 1976.

(19) Kegis D ebray, op. cit. La pcriodiaación que establece para el caso francés
es la siguiente: ciclo univcsitario: 1880-1930; ciclo editorial: 1920-1960;
ciclo de los m orí m ed ia : 1968 ?.

(20) A ntes te escribían artícu lo s sobre libros o encuentros académ icos. A hora
se escriben pseudolibros o se realu an en cu en tro s p seudoacadém icot para
poder publicar un articu lo en un periódico de gran tirada o aparecer en
p o rta d a de un sem anario de gran difusión, o salir p o r la " te le " . La din á m i­
ca co m petitiva que to d o ello genera conduce a la más agotadora guerra de

89
ducción \ difusión simbólica (21); sino a la combinación de esos me­
dio* \ las condiciones sociales en que operan y se desarrollan.
Desde el punto vista aquí adoptado, el hecho relevante es: la crisis
crónica de la enseñanza superior pública (cuyas arcaicas estructuras
chunas no han resistido el embate de la m asi fieación de los sesenta),
la crisis de su capacidad legitimadora del orden social burgués y la
crisis de su propia legitimidad como institución incompatible ron la
instrucción superior de masas, se ha resuelto -solo en lo que hace a la
función irieoJngH o-hrgemónica, desde luego- en la aceleración del
desplazamiento de bis medios de producción simbólica hacia un
espacio menos controlable socialmente: la industria privada de los
medios de comunicación (22).
Me s.» redonda con los señores K jt k2 > K;j. Luces v maquillajes, ej
fantasma de Mauricc Clavel deambulando, ingrávido y funambulesco,
por el escenario. Lmisión televisiva por uno de los cuatro canales que
el grupo Hcrs.im posee en Privatilandia Alex Springer tiene otros
tres, dos son piopu dad de la gran empresa transnacion.il Mobil Oil, >
el Lstado, incomprensiblemente, todavía conserva uno, de todo pun­
to de vista deficitario-, lema: “Cambio de impresiones sobre la época
en que el Estado todo lo absorbía > peligraba la libertad en Privati-
Undij’*. Addvndum: se trata de la única emisión dedicada a la “cultu­
ra puta" en la programación semanal del mentado canal.
¿Es totalmente inverosímil que llegue a cobrar realidad para 1984
esta pesadilla de finales de 1979? Ciertamente no acabaría de encajar
en el “ 1984’* de Orvvcll. Sería aún más monstruosa, poique menos
grotescamente risible.

XIII

En uno de sus ensayos más conocidos, U altcr Benjamín celebraba,


no vin ápices de melancolía, la destrucción del aura en el arte con­
temporáneo Í2.'J) .» partir del impulso decisivo dado por la fotogra*
lia > el cine -como técnicas de producción simbólica- a la rcproduc-
tibilidad. I-i obra artística se desprendía así del culto a la autentici­
dad que había acompañado su existencia parasitaria a lo largo de la
historia. Benjamín oponía al valor de culto de la obra de arte ligad.»

publuacionc» v al stress de lo \ ••creadores" C onsum e lo d o ello u n ió


iicm po. que te je aba por no tener ni lirm p o para leer l.ntonces com ienza
una alegic d e n s a m undana del intelectual, que ha perdido va hasta la
"h onrada ta n ai id jd de inform arse" antes de chirlar

1211 I r r u í en el que a m enudo cae Debray en el libro ya m encionado

<22l La «resiente tendencia a la pnvauzas ion m onopolización de los m edios de


co m u n tcaiin n d e masa es lan obvia que no requiere com entario. 1.a te n ­
dencia a la privanzas ion de la rn rn a n /a vuprriur no ta n to para preservarla
to m o invcrumenro d e hegem onía, to m o para asegurar su verdaderam ente
im portante lu n u o n : la form ación de las ¿lites- se ha iniciado ya hace unos
años en to d o el m undo occidental

2 1» Watici H rnjam in. "l)av K unslw erk im ZcitaUer seiner techm schen Repro
d u / t e r h a r k r i t recogido e n //tu m in a tio n r n . I ranktor?. 1961. p¿g. 148 V **.

90
a la tradición del ritual -y, por lo tanto, hermética y excluida, por de­
finición. de la participación del público- el valor expositivo de la obra
indefinidamente reproducible.
Aún cuando el mismo Benjamín echó de ver contrapuntos ácidos
al tono generalmente optimista de su critica de los instrumentos de
producción simbólica contemporáneos, no pareció apreciar -por lo
menos no con bastante claridad - que la desintegración del aura puede
no ser una condición suficiente de la desaparición del arte como prác­
tica ritualistico-clitaria; de la extinción, podría decirse -generalizando
a otros ámbitos de la cultura intelectual las metáforas de Benjamín-,
del sacerdocio parasitario vinculado al experimento intelectual y sim­
bólico en la reverente tradición del ceremonial (24).
\j& creciente privatización, en el mundo “libre” y “civilizado” , de
todos los medios de producción simbólica, la irrupción en ellos con
una potencia desconocida hasta hace relativamente pocos años de la
impronta de las relaciones sociales burguesas (25). su actual tenden­
cia al alejamiento de cualquier tipo de control público (es decir,
del “público”), contribuye a que, luego de la pérdida del aura,
brote, restaurado, con nuevo aliento, el ritual.
Eso aclara la aparente paradoja en que están instalados los “nuevos
“intelectuales”, para los cuales “la cultura no tiene que rendir cuentas a
nadie” , pero tiene que proclamarlo -v eso es lo auténticamente “ nue-
vo”-antc una miríada de pasivos espectadores despojados del habla.

(24) Las opiniones d e Benjamín fueron en «u día acrem ente critic aiia» por
A dorno. 1.1 reproche no com pletam ente injustificado- de optim ism o que
hacia A dorno c a ía , em p ero , en un vicio del que, si Brccht y Benjamín no
estaban del to d o libres, tam poco afectaba tan plenam ente a la substancia
de su posición: ver la bondad o m aldad de los m edios en la técnica mism a.
Kl ver un mal en la técnica misma de los nuevos m edios de producció n sim ­
bólica convirtió a A dorno en el padre de la critica rom ántica -frecuente­
m ente reaccionaria- del m id eu lt, la cual pierde de vista el tejerse de esos
m edios con las relaciones sociales burguesas. \ o es la masille ación lo que
envilece al arte, y a la cultura intelectual en general, sino el envilecim iento y
degradación de la élite que, mafgrt t o u t , sigue d eten tan d o el m onopolio de
la producción sim bólica, invadiendo ahora a la masa com o la o lería invade
a la dem anda i on sus deleznables p roductos.
(25) Lo tarde que ha llegado en el arte > en la literatura la escisión m ercantil ca
racicristica de la civilización burguesa esta registrado tam bién en la historia
de las lenguas. La palabra castellana "tra b a jo " , "tra v a il" en francés, "tre-
b all" en catalán, etc., procede del térm ino latino (vulgar) " trtp a liu m " , que
d enotaba un instrum ento d e to rtu ra com puesto de tres garrotes. La aclivi
dad p roductiva en sentido m ercantil m oderno se designa en casi to d o s los
idiom as de procedencia latina co n un derivado de ese térm ino. I n cam bio,
el arcaico " o b ra r” y . sobre to d o , " o b ra " perm anece com o un resto de la
actividad productiva del pasado que sirve aun, de ordinario, para hablar
de... obras de a rte, obras d r literatura y , en general, por lo co m ú n , d e ac ti­
vidades no m a rtific jn te i. ti.o mismo para los te rm in o « alcm -nc* A r b r it y
Werk.)

91
ITALIA Y NOSOTROS
(Sobre algunas valoraciones recientes ríe la situación italiana)

Paco Fernández Buey

TI asesinato de Aldo Moro, los resultados de las elecciones legisla­


tivas de este año y ese suceso aún en cuno que ha dado en llamane
taso Nrgri han impreso un giro notable a la situación política italiana
durante los últimos meses, Eso es indudable; pero se trata de ver ha
cia dónde apunta tal giro. Pues aunque desde hace ya algún tiempo lo
que ocurre en Italia está siendo objeto de numerosos comentarios en
la izquierda española, las estimaciones más extendidas, caracterizadas
por la fijación que suele producir aJ abordar este tema el ejemplo ale­
mán, por la prepotencia que se confiere a la organización militar de
las Brigadas Rojas y por el desprecio genérico hacia los matices de la
actuación política partidista, no contribuyen precisamente a aclarar
las cosas.
Kmpccemos por lo más obvio: se van apagando las voces de quie­
nes veían en los iniciales tanteos del compromiso histórico el camino
a seguir para sanar o paliar nuestros propios males sociales, y cobran
en cambio mayor fuerza los razonamientos críticos, preocupados o
despreciativos al respecto, l al es el signo de los tiempos, claro está;
un desplazamiento fácilmente explicable por la tozudez misma de los
hechos que, con su esquemático dramatismo o su complejidad irre
ductiblc a anteriores situaciones históricas, se ha ido llevando consigo
aquel optimismo tan cegado por el deslumbramiento momentáneo de
la apariencia que daban las cifras electorales.
Cierto es que ya entonces, cuando lo que privaba era el deslumbra­
miento, se dijo más de una vez que la comprensión y las tentativas de
resolución de los principales males sociales de la época exigían algo
más que saber contar con los dedos. Pero no vale la pena detenerse
ahora en esc punto tan general, porque tanto el desorden del Estado
italiano como lo ocurrido en España desde el Setcntaycinco resulta
suficientemente ilustrativo del carácter utópico de las alegrías e ilu­
siones de las izquierdas socialistas y comunistas mayoritanas. Ademas
lo que hoy empieza a emerger es una corriente diamelralmrnic opues­
ta a la que dominaba por entonces: se va perdiendo la confianza en
los sufragios parlamentarios y en su lugar se instaura el culto a la
fuerza como principio de todas las cosas. Por eso sería, en mi opi­
nión, una lástima dejar caer en saco roto la reflexión que Navcrio Tu
tino se hizo ahora hace un par de años, poco tiempo después de los
célebres acontecimientos de Roma y de Bolonia con los que se inicia­
ba, por asi decirlo, una nueva fase en la evolución de la extrema iz­
quierda italiana derrotada en las luchas del Sescntayocho y del Sescn-
taynueve.

93
\unquc el titulo de la reflexión de lutino (“Lenin es grande, no
|n recortemos**, en Mattríales n.° 12) pareciera un poco desorienta
dar. su contenido era inequívoco. Y tenía, a pesar de su brevedad, la
tuerza de las sanas declaraciones políticas: veracidad, lato es, la sin­
ceridad autocrítica de quien habla sabiendo de que va la cosa, la cía
ridad de juicio del rojo experimentado v la sensatez del homhre que
siente su propia responsabilidad por haber contribuido en parte a ali­
menta) algunas ilusiones. Se dirj que el talante con que fueron escri­
tas aquellas pocas lincas añade el pesimismo de la voluntad al pesimis­
mo de la inteligencia. Y es verdad. Pues la argumentación de lutino
conviene recordarlo venía a decir lo siguiente: los restos del nau­
fragio de la lacera Internacional vivimos entre dos impotencias, la
impotencia de Jos partidos comunistas grandes, hoy paradójicamen­
te llamados ”curotomunistas*’ en un momento en que los nacionalis
inos europeos se les impone también a ellos, los cuales no preparan a
la dase obrera para la toma del poder, v la impotencia de quienes
se creen autónomos saltando en el vac ío > acaban hundiéndose en ese
misino vacío cuando cae igualmente aquello en loque en realidad se
apovaban, la potente apariencia de los partidos obreros mayoritarios.
Pesimismo de la inteligencia* pesimismo de la voluntad. Pero r.pue­
de >c» otro el talante del comunismo crítico en nuestros días? c'Puede
ser otro el tono v la orientación de un comunismo marxista que sin
rcnunciai al análisis social siga persiguiendo la transformación revo­
lucionaria de nuestras sociedades? Quien crea que la contestación a
esa pregunta ha de ser afirmativa tendrá que refutar lo que parece ser
el dictamen de la historia del movimiento comunista desde los años
veinte en Europa. v para convencerse de que no hay lugar para otro
estado de ánimo puede releer comparativamente los documentos lun-
d ación ales de las cuatro internacionales obreras habidas hasta ahora.
Cabe todas ía. ciertamente, el optimismo de una contraofensiva ba­
sada en un ncomarxismo teórico cuyo i>h|etn sea en lo esencial el es­
tudio de nuestra historia pasada y la parcial aceptación de las realida­
des existentes. Optimismo respetable como opción personal, sin du­
da. \unque es de temer, no obstante, que por ese camino, cuyo ver­
dadero arianque está *n el implícito reconocimiento de la obsoles­
cencia de la dialéctica revolucionaria al menos en Europa, acabare­
mos encontrándonos con las va viejas cantinelas alo Croce según las
cuales |n único que nos quedaría sería un ambiguo método para la
interpretación de las realidades pretéritas. Y. por otra parte.cuando
esa opcion se eleva a urea colectiva, es decir, se hace política prácti­
ca, suele dui lugar al mas eras»» de los oportunismos. Tal es lo que es­
ta ocurriendo con los proyectos del l’Sl \ del PSOh, alabados no
h.ue mucho por algunos intelectuales como la alternativa ‘'revolucio­
naria". . Qu< son en realidad esos proyectos sino marxistas por lo que
hace al pasado y positivistas (y socialdcmócratas) para el presente y
para el porvenir? »Que son hov en la práctica sino renovación de la ta­
rca basada en encontrar una nueva lónnula para los ya tradicionales
gobiernos de centro-izquierda? Claro está que el precio que los ideó
logos de prolesión han de pagar por esc estar al pairo, el cual acos-
tumbia a conllevar la decisión de dejar la política a los políticos, es
menor que el que pagan los demás (por ejemplo, los trabajadores so­
cialistas sindicados), pues el recurso a los grises adornos de la teoría
sin práctica ha sido siempre un buen refugio para pecadores intclcc

94
tuaics desencantados por los reveses del árbol de la vida. Y una ve/,
más, para algunos, también ahora es posible al menos el análisis mar
xista del ...desencanto. Asi se pone uno a bien con su conciencia \ >c
limita el esfuerzo moral que hay que hacer para justificar los pasados
tiempos de la fraseología revolucionaria.

Pero volvamos a la actualidad italiana para intentar saber dónde es­


tamos, cuajes son los motivos del desaJientn, de la amargura v . por
qué no decirlo, del miedo.
I.a detención y encarcelamiento de Antonio Ncgri.dc franco l*i
perno y de varios compañeros suyos dirigentes o militantes del movi­
miento “autónomo” italiano ha sacado a la luz otra vez algunas de
nuestras debilidades confirmando el diagnóstico de lutino. Debilida­
des, por supuesto, de lo que suele denominarse izquierda revolucio­
naria. Pues cómo interpretar si no la melancolía con que se observa el
hecho escueto de que hasta ahora nadie, ni allí ni aquí ni en parle al­
guna, haya propugnado y realizado una movilización para intentar al
menos sacar de la cárcel a gentes de las que por lo que se conoce del
sumario judicial- puede decirse que están secuestradas por ei podci a
la espera, al parecer, de que lleguen de algún sitio las pruebas necesa­
rias para acusarles legalmente de aquello que en principio era obvio a
los ojos de los jueces: el asesinato de Aldo Moro.
Pero debilidades también - \ eso es lo que se olvida a veces déla
izquierda parlamentaria, va que lodo parece indicar que progresiva­
mente el aspecto judicial de la cuestión ha ido escapándose de las ma­
nos de los magistrados que se creen demócratas y bienintencionados.
Razón por la cual no parece demasiado apresurado suponci que a es.
tas alturas la opinión dominante en las bases del PSI v del PCI debe
ser que hubiera sido mucho mejor para todos el que tales detenciones
no hubiesen llegado a producirse o, por lo menos, dadas las implica­
ciones del asunto, que los encarcelados queden en libenad lo ames
posible.
Ksto último, la debilidad o la impotencia con que la izquierda par­
lamentaria asiste al desarrollo del sumario judicial abierto a Ncgri v
los demás, es. sin embargo, lo que no suelen ver algunos compañeros
comunistas, anarquistas o simplemente “autónomos”. \ no lo %rn
porque también a ellos les ciega ahora el optimismo de lo nuevo, el
“otro" optimismo producido por el alborear de un movimiento al
que denominan precisamente “el otro movimiento obrero*' Poi din
prefieren por lo general interpretar las cosas romo si en realidad en
este caso se tratara una vez más de la vieja »ucstión de l.i libertad de
expresión conculcada sin otras implicaciones; romo si la minoritaria
sociedad de los marginados por voluntad propia «>por la crisis del ca­
pitalismo estuviera enfrentándose ahí globalmente con esa otra socie­
dad en la que todo es integración y poder compartido; o como si la
centenaria inquisición eclesiástica v el dogmatismo estalinista hubie­
ran firmado ya un pacto secreto pan» acabar con los últimos restos de
la auténtica resistencia comunista v libertaria en fcumpa. De ahí que
vuelvan a oírse entre nosotros voces que repiten las viejas palabras.
Jos viejos argumentos teñidos ahora por un tono burlón en el que se
adivina la reticencia a entrar a fondo en las propias contradicciones.
Y sin embargo las contradicciones están ahí también: hay quienes
denunciando en linea de principio la democracia formal y sus unilate*
raJes libertades argumentan en el presente, para lo concreto, con ra­
zonamientos semejantes a los que suelen emplear los leguleyos legi­
timadores del poder estatal y de su propio estatus, sorprendiéndose
(¿retóricamente?) de que un Estado al que se considera, también en
general, como la forma actual de la dictadura de los poderosos utili­
ce su poder materialmente por encima de las leyes que él mismo ela­
boró. Hay, igualmente, quienes cogiendo el correspondiente atajo
aceptan sin crítica las informaciones que han suministrado sobre el
particular la prensa consen adora y liberal para, de este modo, cargar
sobre las espaldas del PCI la responsabilidad exclusiva o principal por
la detención de los dirigentes del arca de la autonomía; con ello traen
a la memoria sucesos de otros tiempos en los cuales el estalinismn era
realmente una realidad poderosa. Y' no faltan tampoco quienes, en es­
te sentido, se han acordado de nuestra propia historia, de la historia
de España, y creen ver en este caso un mayo del Treintaysiete a la ita­
liana, produciendo asi en el ánimo de los lectores poco o mal infor­
mados un sentimiento inmediato de antipatía hacia un PCI prepoten­
te (el cual no sólo sería reformista sino también represor).
Ocurre, pues, que en no pocos de los comentarios sobre este asun
to se sigue jugando con datos ladinamente avanzados por la prensa
conservadora y liberal aunque luego aceptados ya como falsos por los
mismos que los pusieron en circulación. ¿Por qué? Seguramente no
sólo por desinformación sino también porque, con ellos, se acentúa
ese sentimiento de represión y de misterio en cuya atmósfera vive el
csialinismo según el tópico. Sin duda con esa intención se ha dicho y
repetido en muchas ocasiones que el juez Cuido Calogero es un
miembro del PCI (o más cautamente, pero con el mismo objetivo, un
“eurocomumsta"), y que detrás de las Brigadas Rojas no está preci­
samente Negri sino más bien el ala estalinista del PCI, impulsados am­
bos (estalinistas y "eurocomunistas") por la mano de Moscú. Cosas
asi han aparecido en la prensa liberal y las han repetido, sin decir de
dónde venían, amigos y compañeros que en general suelen combatir
contra las manipulaciones de esa misma prensa liberal conservadora.
No creo que haya que ver en esa utilización de las mismas fuentes
la “misteriosa coincidencia", como malignamente suele aducir el tó-
pico autoritario de quienes, a pesar de las apariencias, siguen siendo
estalinistas sin saberlo ya sea dentro de los partidos socialdemocrati­
zados o incluso dentro de algunos grupos pseudolibertarios. I)e todo
hay, pero no todo es lo mismo. Y' en el caso de quienes repiten aque­
llas falsedades con sana intención com unista y libertaria esa coinci­
dencia es seguramente mera aplicación mecánica de esquemas de
otros tiempos mediada por la indudable atracción que actualmente
ejerce lo misterioso. Para decirlo con más claridad: en ese aducir da­
tos improbados o falsificaciones manifiestas lanzadas por represen­
tantes de la derecha social hay, de un lado, la prolongación del cliché
tradicional acerca del estalinismo; cosa vieja, por tanto; pero hay, de
otro lado, un dejarse influir por esa otra moda del momento que son
las metáforas sobre la política como simulación y misterioso espectá­
culo tan caras a los Dcbord y Baudrillard.

96
3

Cierto: uno puede sonreír con desprecio o compartir el rechinar de


dientes cuando en estos tiempos de tinieblas se oye pronunciar la
palabra “transparencia’’ aplicada a la política o, para hablar con pre­
cisión. a la politiquería. (En otras épocas en lasque al parecer había
que mentir menos, nos conformábamos con la claridad.) Y es verdad
también que simulación y espectáculo se han convertido en moneda
corriente de actuaciones en las que resulta difícil para muchos saber
qué es peor: si el descaro de aquellos que desde el poder se burlan de
nuestras debilidades, la coherencia escéptica de quienes han decidido
que no hay mal que cien años dure, o la demagogia aventurera de
aquellos otros que, luego de los amenes adornados con frases rim­
bombantes, amenazan con las movilizaciones de masas como si todo
esto no fuera más que una vulgar partida de póquer.
Pero aun así, cuando a continuación se lee en Guy Dcbord- que
la sustancia del espectáculo reside en la paradoja de que los comunis­
tas ( estalinistas) aplauden en el fondo la actuación de las Brigadas
Rojas porque éstas les ayudan y les ayudarán a someter por la violen­
cia a la clase obrera, o aprende —en el último Jcan Baudrillard—que
hay que renunciar a comprender si detrás del terrorismo italiano está
la derecha, el centro o la izquierda porque esencialmente todo forma
parte de la misma simulación universal, o que, en cambio, hay que
asimilar la dolorosa lección de que quienes luchamos por salvar la vi*
da de Izco, Onaindía, Uñarte y otros revolucionarios vascos acusados
en el proceso de Burgos no hicimos sino contribuir a que los pseudode-
mocratas europeos se lavaran la conciencia; cuando uno se entera
por otros críticos del capitalismo actual de que en realidad nosotros,
los españoles, lo sabíamos ya todo sobre el estalimsmo porque en Es­
paña se vivió eso y más hace cincuenta años, entonces -d ig o - se
siente la inmediata necesidad de distinguir. O sea, de distinguirse sin
vacilar de ese dogmatismo de intelectuales á la parisifnne y también
de aquellos libertarios que con (a mejor buena voluntad fundan ahí
sus juicios sobre el presente.
Porque con esa nueva metafísica del espectáculo, de la sirñulación
y del misterio se crean sentimientos de explosión rápida, pero se des­
figuran los hechos; y con los hechos la capacidad de entender de ver­
dad. Y no es bueno desfigurar la verdad ni siquiera cuando la desfigu­
ración parece favorecer en lo inmediato las buenas causas, como lo es
el exigir aliora la libertad de Ncgri y de sus compañeros. Esa metafísi­
ca es además un error político porque con el dogma de que todo esta­
ba claro desde el principio, de aue a pesar de su reformismo los parti­
dos comunistas siguen siendo lo que eran, de que las cosas son pn
Italia como ya fueron en los años treinta, se crean ilusiones suple­
mentarias acerca de una situación revolucionaria que hoy no existe, y
se impide a la gente, o sea, a compañeros propios, el hacer uso de esa
otra función, tan vieja al menos como el sentimiento, que es el parar­
se a pensar.
Aún hay más: ¿no habría que llegar a la conclusión de que con es­
to, es decir, con esc inmediato sentir que todo está en todo e intuir
que ya es imposible saber lo que ocurre detrás de las espectaculares
actuaciones políticas en nuestras sociedades, se está dejando el único
saber verdadero, la única comprensión cierta de lo que se mueve de-

97
trd» del escenario, a la policía? Aunque sólo sea tangcncialmcnte con­
vendría reflexionar sobre la facilidad con que desde el desespero de la
impotencia se pasa de la sátira alegórica del poder al reconocimiento
de que el poder es también el único saber; y sobre cómo, desde ahí,
el deslizamiento hacia ese precipicio moral en el que los enemigos pa­
san a ser los amigos naturales y viceversa es sólo cuestión de tiempo.
No hay espacio aquí* para ese tema, pero puede sospecharse que en
cierto modo ocurre lo que en aquella ironía del poeta Erich Fricd:
“ Los enemigos / están demasiado lejos / y en general / demasiado
protegidos. / Asi que toma unos amigos / decláralos tus enemigos / y
párteles la cara / de un buen puñetazo / Si de este modo / logras con­
vertirlos / en adversarios / podrás ufanarte: / Yo fui el pionero / que
se alzó / para asestar el primer golpe ¡ en la lucha contra ellos**.
Así se conserva la fuerza combativa en tiempos de debilidades y de
misterios.

Conviene añadir en seguida que Ja estimación de la situación italia­


na adelantada por los círculos teóricos vinculados al área Je la auto­
nomía es mucho más seria que los escarceos genéricos de los Debord
y Baudrillard. Sus argumentos pueden ser esquemáticos en exceso y
hasta en ocasiones caer en la locura de la provocación (como de he
cho ocurre con ciertas tesis de Piperno, de Negri y de otros), pero, en
cualquier caso, no queda en ellos resto alguno de ambigüedad acerca
del punto de vista y de los fines. En estos círculos viene a decirse lo
siguiente:
Se ha iniciado en Italia la crisis del sistema de partidos que fue ca­
racterístico de las décadas pasadas en el capitalismo; ya no hay dife­
rencia entre partidos de opinión y partidos clasistas en los que en
otros tiempos dominaba la movilización extraparlamentaria y la mili-
tancia. Esto es algo generalizado ya en Europa occidental y en los Es­
tados Unidos de Norteamérica. Pero, con todo, el lugar típico de agu­
dización de la crisis es Italia, donde habría una potencialidad de
transformación social que ha sido olvidada o desviada y que empieza
a ser reprimida abiertamente. Prueba: no hay ya en Italia un partido
de gobierno y una oposición real, sino sencillamente un arco guberna­
mental que comprende a todos los partidos grandes. Y frente a ello
no hay tampoco un partido o una coalición de partidos revoluciona­
rios sino un área delimitada políticamente por la dureza > la violencia
de las luchas resistentes, y en la que poco o nada interesa por el mo­
mento el viejo, debatido tema de la organización.
El ario contra el área, pues. De ahí que importe poco distinguir
dentro del arco y que por lo general se haya contestado en tono de
chanza a las acusaciones que vinculaban a Negri con las Brigadas Ro­
jas aduciendo simplemente la falta de pruebas jurídicas al respecto o
la imposibilidad material de la doble militancia. Interesa más por tan­
to la indefinición y la falta de límites claros del arta que la diferen­
ciación programática en su seno. Y se comprende, en primer lugar,
porque el área se presenta como el rechazo total del arco sin mayores
distingos y. en segundo lugar, porque, a diferencia de otras cueslio-
ncs, U clarificación táctica exige emplear el lenguaje <!e Ksopo o cho­
car directamente con la legislación vigente, ya que desde este punto
de vista la discusión sobre la táctica tiene que ser necesariamente un
discurso sobre las armas, sobre la guerra en general y en particular,
fcn ese contexto es en el que hay que entender la detención de Negri,
la polémica de este con la “sífilis espontaneísta” y el “oportunismo
veteado de pacífica utopía” , así como la última escisión de las Bri­
gadas Rojas. Se toca con eso el viejo tema del conde Amoldo...
Ahora bien, uno de los rasgos más salientes del área de autonomía
es la curiosa convivencia en ella del más radical objetivismo econo-
micista con un tipo de subjetivismo que recuerda algunas de las tra­
diciones cristianas. De tal manera que el rechazo total de la actividad
del arco y la teorización de un enfrentamiento global en la sociedad
italiana actual se apoya unas veces en la derivación política inmediata
del análisis de la reestructuración del capitalismo, y otras veces en la
afirmación a priori de los deseos, de la voluntad > de las necesidades
llamadas radicales de Jos sectores sociales más diversos, llegando a uti­
lizar en ocasiones ambos argumentos a la vez como sucede en el caso
de la última obra de Antonio Negri. La explicación de esta conviven­
cia, de esta amalgama, probablemente hay que buscarla en el origen
ideológico de la mayoría de los integrantes del área de la autonomía
y, en todo caso, semejante coincidencia puede verse como un produc­
to típico del choque/asimilación entre marxismo y cristianismo difí­
cil de encontrar en ambientes culturales no italianos. Teniendo eso en
cuenta parece una simplificación considerar el discurso teórico y la
práctica política de los militantes del movimiento “autónomo" como
un lujo ilegítimo del marxismo del PCI. Más bien habría que ver en
este movimiento la autocrítica insatisfacción de los restos del naufra­
gio leninista y de los jóvenes aún combatientes que lian salido de la
recomposición social de los años sesenta sin esperanza ya en el pacífi­
co aunamiento ideológico y en la pacífica transición de un modo de
vivir a otro que difundieron Juan W IIl y Palmiro 1'ogliatti.
No faltan, desde luego, puntos débiles en la argumentación de esta
corriente acerca del arco gubernamental y del área de la autonomía.
I\n primer lugar, la negativa a distinguir dentro del arco gubernamen­
tal mismo. Puesto que una vez en ( tisis el delicado acuerdo a que dio
lugar la estrategia de Aldo Moro (como de hecho ha ocurrido en los
últimos meses a consecuencia, entre otras cosas, de la desaparición
del propio Moro y la debilidad de la posición de /.acagnini) resulta di
lícil seguir manteniendo la idea de una “concordancia perfecta’* in­
terpartidos como materialización del compromiso histórico; en reali­
dad eso implica el parcial fracaso de la linea principal de actuación
del PCI durante el último período. Lo cual lleva al segundo punto d<¿-
bil de la argumentación: creer al partido comunista italiano más po­
deroso de lo que realmente era y es, dejarse llevar por la apariencia
que la misma estrategia del compromiso histórico ha logrado crear en
la izquierda.
Por lo que hace a este segundo punto no hay que olvidar, sin em­
bargo, que Negri vio con bastante más claridad que los demás el fon­
do del asunto cuando en 1976 insistía en que la crisis y la reestructu­
ración capitalistas convertían objetivamente la estrategia del compro­
miso histórico en una utopía. Kn efecto, por aquellas fechas Negri
concluía uno de los apartados de su panfleto ProletdYi e Stato dicien­

99
do que "el punido del compromiso histórico es un partido de Estado
antes incluso de haberse hecho con el podet estatal”. Pero Negri sub­
rayaba la ultimación “es un partido de Estado”, cuando muy proba­
blemente el quid de la cuestión está, en cambio, en la continuación
de la liase: anti s inc/nu• de haber tocado con sus manos el poder es­
tatal. En esa diferencia esta casi todo. Y, desde luego, la razón prin­
cipal po» la que no es posible compartir, en mi opinión, el optimis­
mo que suele habet en el conjunto de los escritos de Negri y de los
pune ipalcs dirigentes del arca de (a autonomía dentro y fuera de Ita­
lia. cuando subvaloran, po» ejemplo, el peligro de renacimiento del
lascismo o exaltan la unidad estructural del proletariado en esta cri­
sis aceptando abiertamente y de lonna global el desafío que repre­
sentan las medidas económicas sociales propuestas por la gran bur­
guesía para superar la actual recesión.

A este respecto se puede argumentar en cambio desde otra pers­


pectiva más próxima al diagnóstico de lutino. Empezando por lo
más obvio: el poder en Italia sigue estando en manos de la Democra­
cia Cristiana y de sectores industriales que ni siquiera se hallan repre­
sentados globalmentc en ella. Es más. el resultado de las últimas elec­
ciones, pese a la débil inflexión cuantitativa de los votos (salvo por lo
que hace al PCI), y sobre todo el clima social existente confirman esa
constatación tan obvia. A partir de ella muchas cosas pueden criticar­
se aJ PCI; entre otras, estas: el haber propuesto a los magistrados de­
mocráticos un tipo de conducta que equivale a la justificación legal
del estado de cosas existente y a la colaboración, en posición subor­
dinada además, con magistrados partidarios del estado existente; el
haber contribuido a la congelación de la dinámica social aceptando
formar parte del arco de los partidos de gobierno durante una tempo­
rada con la utópita pretensión de mejorar la situación de los trabaja­
dores desde ahí. en esta situación de crisis; el haber aceptado de he­
cho la actual reestructuración capitalista con todo lo que esta supo­
ne: nuclear i/ación, estado atómico, reducción drástica de plantillas
en las grandes lábncas, nuevo tipo de sometimiento sindical, etc.
Pero no importa demasiado ahora el que esa lista pueda ampliarse
o —claro está mejorarse desde otros presupuestos sociopolíticos. Lo
esencial parece ser esto: cuando se empieza aceptando fa línea gene­
ral de reestructuración que impone el gran capital en esta crisis se
acaba aceptando también sus conclusiones para la actuación política
en sentido estricto, incluso en contra de la propia buena voluntad ini­
cial. Y se entra así en un callejón sin salida aparente. Esto es, sin sali­
da desde el punto de vista de los intereses y de las necesidades de los
oprimidos de hoy. Pues las dos principales consecuencias negativas de
la aceptación del programa de reestructuración capitalista por los par­
tidos de base obrera —en Italia y en otras partes—son la degradación
corporativista de la resistencia de los trabajadores frente a la crisis
y la desorientación ideológica y política de amplios sectores juveniles
afectados directamente por el paro. Dos de esas consecuencias son,
dicho de otra manera, la “autonomía” obrera de derechas y la difu­

100
sión de un confuso sentimiento de insatisfacción anticapitalista en el
que las palabras “juventud” , "socialismo”, “audacia” y “violencia”
vuelven a tomar la indistinción y la falta de perfiles precisos que
auguran los malos tiempos, los tiempos de reacción.
Tal vez, esas consecuencias que ya se manifiestan hoy no son, con
todo, lo peor. Cuando incluso antes de haber puesto las manos sobre
el Estado, es decir, sobre un Estado que por implicaciones de la rees­
tructuración capitalista en esta crisis tiene que actuar en forma cada
vez más autoritaria, se pasa a ser partido del Estado, partido del or­
den y del poder existente (porque no hay otro real, a no ser que se
potencie un contrapoder fuera de aquel), entonces, antes o después,
se acaba admitiendo la necesidad de reprimir y someter a una parte
de los trabajadores que tal vez hasta no hace mucho eran votantes del
propio partido. Seria, no obstante, un ingenuo y aventurero sembrar
vientos malos el ir insistiendo en que el principal responsable de la re­
presión es ahora el partido comunista italiano. De momento la verdad
es que quienes matan obreros en Italia (y fuera de Italia) siguen sien­
do las fuerzas del desorden capitalista y en ciertos momentos tam­
bién las Brigadas Rojas o grupos afines. Esto tienen que saberlo quie­
nes imparten equivocadamente responsabilidades hoy o hacen preci­
pitadas previsiones para mañana. Pero los demas tenemos que sabei
también que los malos vientos empiezan a cortci cuando desde el
mismo PCI se habla y se está hablando ya de las bondades genéri­
cas de la policía y del orden en este I stauo con el argumento de que
los policías son hijos del pueblo (tiabajadores \ campesinos). Cuando
eso ocurre un partido obrero empieza a estar históricamente listo;
quizá pueda pervivir en otra forma v hasta crecer (hay ejemplos his­
tóricos de eso), pero su función transformadora habrá caducado.
En cualquier caso, la pérdida de confianza en los partidos obreros
clásicos, sobre todo por parte de sectores juveniles, constituye uno de
los aspectos más destacados del cambio de fase al que estamos asis­
tiendo. Es un hecho de observación diaria tanto en Italia como en
otros países de la cuenca mediterránea que la edad media de los mi­
litantes (y votantes) de los partidos comunistas y socialistas mayori-
taños empieza a estar bastante por encima de los treinta años. Y esa
misma tendencia afecta incluso a las organizaciones no parlamenta­
rias que se mantienen en la linca de un leninismo más o menos orto­
doxo, de tal manera que en casi todos los casos los intentos de rege­
neración comunista o de reorganización alternativa de movimientos
de base (municipalistas, de barrio, etc.) están siendo protagonizados
exclusivamente por militantes ya probados en las luchas sociales de
los años sesenta. En cambio, las organizaciones y movimientos anima­
dos por jóvenes revolucionarios o con las que se sienten cada vez más
identificados éstos, suelen afirmar de salida su ruptura con la historlh
del movimiento obrero. La idea según la cual “el movimiento obrero
revolucionario renace siempre de una madre virgen; las putas de la
continuidad se encuentran siempre en los institutos de historia del
movimiento obrero” (Ncgri, en Dominio y sabotaje) refleja en lo
esencial ese estado de ánimo.
Que no es el único ni siquiera el mayoritaño en la juventud con­
temporánea. por supuesto, ¡unto a quienes despreciando tan olímpi­
camente- la historia mantienen, sin. embargo, la orientación básica
del ideario comunista que empezó a afirmarse con Marx o el proyecto

101
emancipador libertario propuesto por Bakunin y Kropotkin adquie­
ren cada ve/ mayor relevancia, por su número, aquellos otros jóve­
nes que encuentran su ideal en el reencuentro con los valores semili-
quidados de su propia comunidad nacional (de ahí' el auge de los dife­
rentes nacionalismos y cantonalismos) o que, decepcionados no tanto
del Estado como de la sociedad misma, engordan las sectas religio­
sas teñidas ahora, como en los tiempos antiguos, de una fuerte com­
ponente milenarista.
La explicación sociológica de estos fenómenos suele apuntar a la
crisis aguda de los modelos y valores de la sociedad capitalista y al es­
tado de insatisfacción y desequilibrio psicológico que aquélla produ­
ce en las capas medias trastocadas por el pseudodesarrollo económico
posterior a la segunda guerra mundial. Pero lo más importante, desde
la perspectiva que aquí se esboza.es el reconocimiento de que la ma­
yoría de estas manifestaciones recientes(incluulaslas varias formas de
irracionalismo contemporáneo) suponen la insuficiencia y quizá el
debilitamiento “de la hegemonía politico-cultur.il de la clase obrera
sobre otras clases subalternas” ( Gluco Sanga. en Rinascita, 19/1/1979).
I al es una de las razones por las cuales resulta todavía más difícil que
en el pasado compartir la chachara pseudonrevolucionaria acerca de
las “traiciones" de los dirigentes obreros y sindicales.

Con esto empieza .1 tocarse uno de los nudos de la cuestión. Se di


ce que se está produciendo una íecuperación del estalinismo como
consecuencia del impulso de nuevas fuerzas sociales revolucionarias a
las que habria que someter en un corto plazo de tiempo por impera­
tivos económicos. Y sin embargo tales fuerzas, en la medida en que
existen en nuestras sociedades, son todas fa muy incipientes > por el
momento han de debatirse dentro de la contraposición existente en­
tre la aleigia y el rechazo del trabajo alienadur y la lucha por la re­
ducción del paro obrero que conlleva la recesión económica. De allí
que la resolución verbal de esta contraposición aduciendo que “la si­
tuación es excelente porque grande es el desorden bajo los ciclos”
(Piperno, en El Viejo topo n.° 33) tenga que parecer a muchos mera
provocación sin contenido. Sobre todo en un momento en que la as
piración al orden, por la angustia y el desconcierto que produce el
mismo desorden de las sociedades capitalistas, se esta convirtiendo
en un rasgo que destaca incluso por encima de los tradicionales inte­
reses de clase, hs ahí', en ese contexto y en las ideologías que se deri
san de ello, donde quiere verse el renacimiento del estalinismo. Pero,
¿de verdad hay tal cosa? ¿No se está confundiendo con estalinismo la
paradójica situación de unos partidos eurocomunistas que, tras recha­
zar en el plano de las ideas el “modelo ruso” y afirmar el florccimicn
to de todas las libertades abstractamente, se ven arrastrados en la
práctica, por la reorganizacirm misma del capitalismo y por el desar­
me que significa el no tener otro orden que ofrecer, a compartir el
autoritarismo como pnb’tica y el neoliberalismo como lalsa concien­
cia?
E11 mi opinión, el estalinismo tiene muy poco que ver con lo que
está pasando en Italia. Todo indica, por el contrario, que la crisis del

102
cstalinismo. como la del kcyncsianismo, son ya irreversibles. El
aumento del autoritarismo y de la represión selectiva, más abierta­
mente en unos Estados, más soterradamente en otros, se explica por
otras razones, a las cuales se ha aludido en el punto anterior. Ealta
por ver, de todas lormas, el por qué de la relación existente entre li­
beralismo y autoritarismo en nuestros días.
Esa relación podría formularse así: los diferentes ncolibcralismos
actuales representan la añoranza ideológica de la libertad, crericntc
en varios sectores sociales del capitalismo tardío acosados por la cri­
sis, ante una realidad en la que se presiente que incluso las libertades
conquistadas en la democracia burguesa clásica están en peligro y
frente a un futuro próximo en el que la escasez de energía, la falta de
recursos, el grado de automatización alcanzado, la proliferación de
las centrales nucleares y de las armas atómicas, la tcrnificación y el
alejamiento de los centros de decisión, entre otras cosas, hacen des­
graciadamente plausible un tipo de control social mucho más terreo
que el qur se ha conocido hasta ahora. Más llanamente: los dilerentes
ncolibcralismos son o bien un recurso verbal con el que se está ocul­
tando a las poblaciones de cultura euroamencana la próxima necesi­
dad de instrumentar medidas autoritarias tí se mantiene el mudo de
producir y de en ir característico de las ultimas décadas, o bien una
ingenua creencia (combinada en este caso con otras ideologías) en la
posibilidad de dar marcha atrás a la historia. Con todo, trátese de
ocultamiento o de ingenuidad, las conclusiones no podrán diferen­
ciarse gran cosa, pues de la misma manera que ncnlibcralismo econó­
mico quiere decir líos en lenguaje llano neofascismo y del mismo mo­
do que ncoliberalismo trilátera! está queriendo decir ya limitación de
la democracia (de esta democracia “que se ha hecho ingobernable"),
así también ncoliberalismo socialista o “curocomunista" querrá de-
cir, pese a las buenas voluntades, colaboración necesaria con el nue­
vo tipo de autoritarismo que nos amenaza.
Así, pues, la razón de la colaboración parcial de sectores obreros
en este proceso no hay que buscarla en el pasado ideológico sino en
la presente estructura de la economía y en la recomposición misma
de las clases; el autoritarismo pseudocomunista aparece de este modo
como una especie de estado de necesidad. Un estado de necesidad en
el que lógicamente cae el rclormismo cuando en plena cnsis decide
que "también él puede hacerlo". De eso Iras , desde luego, algunos
ejemplos históricos anteriores a nuestros días. Lo malo está en que
esta crisis, según todos los indicios, es peor que las anteriores. I’or eso
precisamente hay varias ideologías del liberalismo y varias prácticas
posibles del autoritarismo.
En efecto, para intentar remontar la crisis en la que estamos esjs-
len de momento tres proyectos, tres lincas “neoliberales". Hay un
ncoliberalismo conservador que se conoce a sí mismo y que propone
abiertamente ya medidas represivas contra los centras de poder prin-
vip.iles dr los trabajadores; ahí está la Thatcher y ahí está el viejo
economista Hayck, para los cuales el restablecimiento de la libertad
conira el Estarlo de los impuestos pasa directamente por romper la
columna vertebral de los sindicatos (Hayek asi lo ha dicho con toda
claridad pala el caso de Italia). Hay también un ncoliberalismo “pro­
gresista" que ha renunciado ya a lo que fuera el programa socialdc-
mócratu de otros tiempos y que está a punto de encontrar su identi-

103
dad con el primero; ahí' está la socialdemocracia alemana. Y ahora
hay además un ncoliheralismo socialista que luego de haber descu­
bierto. en los primeros años de la crisis, la autonomía de lo político
(como necesidad para acercarse parlamentariamente al gobierno) se
ve obligado a descubrir, cuando la crisis apremia, la bondad de la po­
licía (como necesidad para acercarse realmente al poder); tal es la tra­
gedia del "eurocomunismo".
c'Y lo demás? Lo demás, los neosocialismos. los socialismos “re­
volucionarios" de los últimos años cantados por no pocos bardos, es
verbalismo, fintas a un lado y a otro que acabarán crispando a los tra­
bajadores que se dejen llevar por las apariencias. También en este
punto hay que dar la razón a Negri cuando dice que "socialismo"
noy no tiene otro significado de verdad que el que le conceden las
orientaciones económicas de la propia clase dominante.
Para acabar de disipar el engaño a que puede inducir el término
rieo liberalismo en tales condiciones bastará con aducir un par de he­
chos más. El primero es este: la pérdida de influencia de los partidos
liberales tradicionales en Europa, como muestran diferentes ejemplos
electorales recientes (con la compensación de que el liberalismo de
clase ^autoritarismo contra los trabajadores ha sido asumido por otros
partidos conservadores triunfantes). Y este es el segundo: en las dos
anteriores encrucijadas más importantes de este siglo (al final de la
primera y de la segunda guerra mundial) los poderosos adoptaron
como ideología el "socialismo": liberalismo en lo político, socialismo
en lo económico, se decía en 1919 y en 1944. Pues bien, el giro auto­
ritario que implica esta crisis está todo ahí: socialismo ni rnf o rconó-
mico. Lo que en plata quiere decir: ni una concesión más a los traba­
jadores.
De todas formas, el esquema anterior exige unacorrección impor­
tante cuando se habla no sólo de Italia sino de la situación internacio­
nal. A saber: esos tres neoliberalismos sólo existen como ideología
política en la cuenca mediterránea europea, y aun con salvedades
(pues, riño habría que ver la intención de propiciar un neoliberalismo
"progresista" precisamente en las más recientes especulaciones de al­
gunos órganos de prensa españoles sobre la posibilidad de espacio
para un partido intermedio entre el PSOE y la UCDquc recogiera el
descontento abstencionista de sectores diversos del electorado?). En
el resto del mundo capitalista los neoliberalismos están ya reducidos
a los dos pnmeros. Una obviedad que conviene no olvidar para sa­
ber de dónde procede realmente la represión por ahora. El dato tiene
también interés para Italia. Pues el gobierno, y sobre todo el poder,
está allí en manos de una combinación de los dos primeros neolibera-
tismos que poco a poco (las elecciones últimas han sido un eslabón
más, nada despreciable) van confifpirándose en un bloque contra el
tercero, contra el neoliberalismo utópico del PCI.
Si eso es asi, una parte de la critica de izquierdas al PCI —y en ella,
naturalmente, algunos de los sectores del movimiento autónomo—
puede acabar cometiendo un paradójico error. Un enor por intelec-
tuolismo: tomar por realidad ya existente la ilusión eurocomunista del
reparto de poderes en la sociedad capitalista avanzada cargando
sobre las espaldas de quienes hoy no tienen poder real el peso princi­
pal de la responsabilidad por la represión de hoy y de mañana. Sin
duda en el principio de ese error estuvo el propio PCI por hacer

104
creer a las gentes que en cierto modo compartía ya el poder y sus
responsabilidades. Lcnin hubiera dicho: justo castigo a las ilusiones
del rclormismo. Pero, en cualquier caso es hora ya de juzgar por los
hechos en ve2 de dejarse llevar por las ilusiones propias y las de
los otros. A tal tiempo, tal tiento. Es posible que eso no alegre el co­
razón de nadie, pero aun así tratar de reconocer las causas del desa­
liento, de la amargura, y, por qué no decirlo, del miedo siempre será
mejor que “creer que hemos tenido una nueva iluminación y encon­
trado la gran salida . como ha dicho Erich Fried en una Oración laica.

Agosto de 1979

105
ANDRAS H£C£OllS subsisten diversas formas de
Socialismo y burocracia desigualdad social que bucen que
trud. Ed. Península, 1979 pueda hablarse de sociedades es­
tructuradas muy alejadas del
Enríe Pérez. Nadal ideal comunista de la sociedad de
los productores asociados.
El concepto de clase social, en
Abordar el estudio de la es­ el sentido marxista clásico, es
tructura social de los países del insuficiente para analizar la es­
F.*tc europeo desde un punto de tructura social de estos países.
vista marxista crítico ha sido una Recordemos que la ideología
tarea ardua que ha chocado con oficial sólo admite la existencia
mídtiples dificultades tanto tcóri- de dos clases no antagónicas en
cas como políticas y que no los países socialistas: el proleta­
puede considerarse ni mucho riado y el campesinado y a veces
menos como concluida. Iarea se añade una capa especial y am­
ésta de innegable urgencia en un bigua denominada “intcligent-
momento en que la apologética sia” . Esta excesiva generalización
acrítica de esas sociedades ha de los grupos sociales no permite
dado paso en los ambientes socia­ el análisis pormenorizado de las
listas europeos al improperio no desigualdades sociales existentes
menos acrítico. Si. siguiendo a y, por tanto, se requieren nuevas
Marx, entendemos por comunis­ categorías sociológicas que per­
mo no una formación social mitan aproximarse más a esa
determinada o una imagen abs­ realidad. Así se ha ido abriendo
tracta de la sociedad futura, sino paso paulatinamente en la socio­
los movimientos reales que logía que se realiza en los países
tienden a la realización de los del Este el concepto de estratifi­
valores socialistas y las ideas que cación social (1).
los guían, es indudable que el El análisis de la estratificación
socialismo es también su historia social de estos países se ha enfo­
y las dificultades de su realiza­ cado en base a diversos criterios
ción. Por ello un análisis porme­ como por ejemplo las diferencias
norizado y crítico de la estructu­ de las rentas, la cualificación pro­
ra de los países que han abolido fesional, la educación, etc. An-
la propiedad privada y de las drás Hcgcdüs toma como punto
posibilidades y dificultades de de partida del análisis de los di­
realización de los valores socialis­ versos estratos de la sociedad el
tas en ellos debe ser tarea perma­
nente dr la reflexión comunista.
( 11 Para una exposición de las vicisi­
Uno de los valores socialistas tudes del concepto de “ estra tifi­
mis conocido y difundido pro- cación social" en la sociología de
rom áticamente es la superación los países del E ste ju n to con la
c las desigualdades entre los evolución de la te o ría sociológi­
hombres basadas en la propiedad ca en esos países puede verse el
privada. K! socialismo combate la estudio de ). Markiewicz-Lag-
propiedad privada en cuanto n e a u . Estratificación y m ovilidad
constituye el principal factor de social m los paites socialistas,
M adrid. 1971; y el trabaio de A.
estratificación social. Sin embar­ Megedus y M. Marku», fe n d a n ­
go, en los países del Este europeo ces de la sociologie m arxiste
a pesar de haber sido abolida la dans tes pays socialittes, en
propiedad privada de los medios I. ’H om m e e i la Socié t i . O ctu b re.
de producción es innegable que \o v . y Dic. 1968.
lugar ocupado por los individuos propiedad privada de los medios
en la división social del trabajo de producción, los propietarios
en la medida en que éste dctermi nominales de estos son el conjun­
na también su posición en la to de la sociedad ya sea en su for­
estructura de poder, En base a ma cooperativa o estatal; sin
este criterio metodológico Hcgc- embargo, la posesión electiva y el
düs anali/.a el fenómeno de la ejercicio de ésta es encomendado
burocracia en los países socialis­ a la burocracia. Este fenómeno
tas como estrato social cuya constituye una necesidad históri­
especial situación en la división ca derivada de la complejidad de
del trabajo le confiere un papel las tareas ejecutivas y administra­
especial c importantísimo en el tivas. Dicho con otras palabras, la
ejercicio del poder. Hegedus defi­ burocracia tiene un aspecto posi­
ne la burocracia como **... un tivo y necesario en la medida en
estrato social que deriva su poder que representa la administración
del lugar ocupado en diversas ins­ de la propiedad social. El proble­
tituciones; sus posiciones de ma estriba en la otra vertirme
poder, la distribución de la renta incscindiblc del fenómeno buro­
V la del prestigio están rigurosa y crático, es decir, en el hecho de
fuertemente jerarquizadas. 1.a que la burocracia actúa siempre
burocracia actúa en nombre del según sus intereses corporativos
Estado o de otras instituciones, y de grupo. Asi, por ejemplo, la
no en nombre del estrato mismo; burocracia intentará a toda costa
sin embargo, su actividad de evitar el control social y el tener
hecho está gobernada exclusiva- que dar cuentas de su gestión
mente por los intereses de los guardando celosamente los secre­
miembros de la burocracia o, me­ tos de la administración, V
jor, de una fracción de ella, como utilizará los mecanismos del
estrato” (2). poder para mantener e intensifi­
El conjunto de trabajos de A. car sus privilegias. Pero esto no
Hegedus que componen el libro significa necesariamente que la
Soctahtmo v fíurocmna están burocracia sea inoperante; es
dedicados en su mayoría al análi­ indudable que se requiere el
sis de la burocracia y de las rela­ concurso de esos especialistas
ciones burocráticas en los países para llevar a cabo una gestión
socialistas. Hegedus pjrtc de los dicaz de la administración. Des­
análisis de Marx sobre la burocra­ de la Comuna de París el movi­
cia prusiana y las sociedades asiá­ miento obrero revolucionario ha
ticas según los cuales la burocra­ propuesto, como una de las
cia en el curso del desarrollo de formas de controlar la buro­
la división del trabajo en el mo­ cracia, el carácter rotativo de las
mento en que, debido a su com­ tareas administrativas, pero no
plejidad, los propietarios no hav duda de que estj propuesta
pueden ejercer directamente las va en contra de los criterios de
funciones ejecutivas y adminis­ optimización y eficacia de la ges-
trativas derivadas del ejercicio de
la propiedad y las encomiendan
a un estrato especiali/.ado que, (2) A. Ilegedu*. I n(revísta de Cario
aunque actúa siempre en nom­ B olillo en el "C orriere de l«
bre de otro (los propietarios), de S era" 9 de Ju lio de 196b; en A.
hecho actúa según sus propios in­ Hegedus, La Struttura tocialr tin
tereses como estrato. En los p a rtí Hetí'Europa O rientóle,
países en que se ha abolido la Milán 1977. p. 17.

107
non. El dilema se plantea, pues, en base a la necesidad de reorga­
entre la Optimización y la huma­ nizar la economía soviética.
nización de las relaciones socia­ Hcgrdus recoge esta posición
les, es decir, entre una gestión de Lcnin para aplicarla, como
eficaz y operante llevada a cabo vimos, al control social de la bu­
por especialistas y el valor socia­ rocracia en los sociedades actúa
lista por el cual los hombres les de base no capitalista.
deben tomar en sus manos las El problema planteado no es
riendas de sus destinos. más (ni menos) que el de la con­
Ilcgedus plantea como alterna- solidación de instituciones socia­
lisa en los países socialistas el les mediadoras entre el poder
control social de la burocracia estatal encamado por la burocra­
por parte de grupos > comunida­ cia y ef conjunto de la sociedad.
des no vinculadas al poder y que Este ha sido el problema perma­
no se planteen el acceso al poder. nente de todas las revoluciones
Ksta alternativa es, según Urge políticas hasta ahora triunfantes:
dus, una entre las varias que se la dificultad de consolidar orga­
han planteado históricamente en nismos intermedios que garantí
la construcción del socialismo y cen una movilización permanente
que ya se pusieron de manifiesto de las masas de cara a la realiza­
en los primeros años de la revolu­ ción de los valores socialistas. V
ción rusa, especialmente en el ese lur también el problema de la
célebre debate sobre el papel de revolución rusa después de la de­
los sindicato» en la sociedad so­ saparición de los soviets y conse­
viética que tuvo lugar en los años jos: en ausencia de ese poder de
1920-22. Estas alternativas son control es inevitable que la buro­
básicamente tres: I ) La alternati­ cracia pueda desarrollar libre­
va autogestionaría defendida por mente sus aspectos mas negati­
la Oposición Obrera que propo­ vos. El partido dr upo leninista
nía una "sindicali/ación del Esta­ como núcleo aglutinador de la
do*', es decir, que fueran los tra­ vanguardia revolucionaria curtí
bajadores organizados en los sin­ plió (luíante algún tiempo de
dicatos los que gobernaran direc­ modo voluntarista esa misión,
tamente la economía soviética; pero, en ausencia de una movili­
esta posición tiene su reflejo zación petmaurnte de las masas,
actu.tJ en eJ espíritu de la expe­ sucumbió lamine;n a las presiones
riencia autogcstionaríi yugoslava. burocráticas. Pata MegedUs ésta
2) La posición defendida por es, de entre las varías alternativas
I rotsky tendente a una "estataü- de desarrollo posibles, la que pai
zación de fo» sindicatos"; la fun­ tiendo de un anáfisis de fas posi­
ción de los sindicatos quedaba bilidades reales, garantiza en
reducida asi a velar por la ejecu­ mayor medida la transición al
ción de las directrices emanadas socialismo en los países del Este
de los poderes centrales;esta europeo.
opción sería llevada a sus últimas Digamos para terminar unas
consecuencias por el estalinismo. palabras sobre A. Hcgedüs \
3) La posición sostenida por sobre el contexto de su obra So­
Ixnin según el cual los sindicatos cialismo y burocracia. A. Hegc
en su función típica eran necesa­ dUs lúe, a la edad de 33 años, pri­
rios para defender a los trabaja­ mer ministro de Hungría desde
dores de los abusos del Estado abril dr 1953 hasta octubrr dr
burocrático que se generó des­ 1956 en que a raíz de la revuelta
pués del triunfo de la revolución de Budapest, lúe sustituido por
Nagy. A partir de esta fecha He sociólogo húngaro habla sin
gediis dedica mis esfuerzos al reservas de "países socialistas",
estudio y critica de la realidad en cambio, en los últimos traba­
social de los países de Kuropa jos que conocemos (entrevista en
Oriental, siendo investigador de el "Corriere della Sera", de 1976
la Academia húngara de las > la carta a Ken Coates > Adria­
ciencias. De 1963 a 1967 partici­ no Guerra de 1977) (3) Hegedüs,
pa en la preparación de la refor­ aun manteniendo en esencia lo
ma económica húngara de 1968. fundamenta! de sus análisis, con­
Pero en 1968 es degradado a sidera a las sociedades de la Euro­
mero investigador a causa de su pa Oriental como fonnaciones
repulsa por la intervención sovié­ económico-sociales de nuevo tipo
tica en Checoslovaquia. Vincula­ que pueden reproducirse perma­
do a la "Escuela de Budapest", nentemente o evolucionar hacia
en 1973 es expulsado del partido el socialismo; aunque muestra
a causa de la profundi/ación de una actitud mucho menos opti­
sus criticas a la realidad social mista respecto al futuro socialista
húngara en contradicción con la de esos países. 1.a obra de V lie
concepción oficial. gedüs además de ofrecemos im­
Los trabajos que componen portantes elementos de análisis
Socialismo y Hurocracui corres­ de la realidad social de los países
ponden al periodo 1966-1970, es del Este europeo, nos muestra
decir, son en su mayoría parale­ también la trayectoria intelectual
los a su participación en los tra­ y política de un hombre que ha
bajos preparatorios del Nuevo posado de la vinculación a las
Mecanismo Económico. Esto ex­ más altas esferas del aparato esta
plica el optimismo reformista de limsta al análisis marxista critico
Hegedüs en estos trabajos pues de esas sociedades en abierta con­
estaba convencido de que la tradicción con la ideología ofi­
reforma económica impulsaría cial. (4)
una mayor dinainización social
que facilitaría el surgimiento de
esos organismos sociales de con­
trol de la burocracia que Hegedüs
considera la única posibilidad de
avan/.ar hacia el socialismo en
esos países sin crear graves
traumas en la actual estructura
de poder. Sin embargo, a puriu
de 1972 se produce un frenazo
en las medidas liberaluadorus del
Nuevo Mecanismo Económico
acompañado de un endureci­
miento de la administración con
respecto a los sectores críticos de
(3) En La Sln tllu ra tociale d n par»
la intelectualidad (recordemos dett'Luropa Oriéntate, el!.
qur en 1973 se produce la expul­
sión del Partido de los miembros (4) Un» interesante n o u auto b io g rá­
de la Escuela de Budapest). Este fica aparece Jom o apéndice en el
cambio en la perspectiva política libio Socialismo y Burocracia
se traduce también en las posicio­ con el titu lo : P ostsch p tu m :
nes de A. Hegedüs. Asi, en los Veinte ador después del inform e
trabajos que aquí* comentamos el secreto de Kruschev.

109
C I I A

El conformismo, domestico desde el pnncipio en la socialdcmo-


cracia, no aléela sólo a su táctica política, sino también a sus ideas c-
conómicas. Es una causa de su posterior catástrofe. Nada ha corrom­
pido tanto a los trabajadores alemanes como la opinión de estar na­
dando a favor de la corriente. La clase trabajadora alemana creyó
que el desarrollo técnico era el desnivel de la coniente a favor de la
cual pensaba nadar. No había más que un poso entre eso y la ilusión
de que el trabajo fabril, que se encuentra en el camino del progreso
técnico, es un logro político. La vieja moral protestante del trabajo
celebro entre los trabajadores alemanes su resurrección en figura secu­
larizada. Va el Programa de Gotha llevaba en si indicios de esa confu­
sión. Define el trabajo como "la fuente de toda riqueza y tuda cultu­
ra”. Marx, presintiendo el peligro, opuso a eso que el ser humano que
no posee más propiedad que su fuerza de trabajo "tiene que ser es
clavo de los demás seres humanos que...se han alzado como propieta­
rios". Pese a ello la confusión se sigue extendiendo, y poco después
Joscph Dictz.gcn proclama: " trabajo se llama el Salvador del tiempo
nuevo. En el...perfeccionamiento...del trabajo consiste la riqueza que
.ihora puede consumar lo que ningún Salvador consumó basta abo
ra". fsle concepto marxista-vulgar de lo que es el trabajo no se para
mucho a preguntarse cómo es que el producto del trabajo hiere a los
trabajadores mismos mientras no pueden mandar sobre él. Es una
concepción capaz de tener en cuenta solo el dominio de la naturale
za, pero no los retrocesos de la sociedad. Presenta ya los rasgos lee
nocráticos que se encontrarán mas tarde en el fascismo. Entre ellos se
cuenta un concepto de la naturaleza que rompe, anunciando desgra­
cia, con el concepto presente en las utopías socialistas de antes del
Marzo alemán, ’lal como se entiende aliota, el trabajo desemboca en
la explotación de la naturaleza, contrapuesta con ingenua satisfacción
a la explotación del proletariado. Compaiudas con esa concepción
positivista, las fantasías que tanta materia dieron para burla de Eou-
rier manifiestan sorprendentemente su saludable sentido. Según Kou
rier, el trabajo social bien constituido debía tener como consecuencia
que cuatro Lunas iluminaran la noche terrena, que el hielo se retirara
de los Polos, qur el agua de los mares dejara de ser salada y que los a-
nimales de presa se pusieran al servicio del ser humano. Todo eso lilis-
Ira un trabajo que, lejos de explotar la naturaleza, es capaz de avu
dalle a parir las creaciones dormid,is como posibles en su seno. A a-
quel otro concepto, corrompidu, de trabajo corresponde, como rom
pigmento, una naturaleza que, según la expresión de Dictzgen, "exis
te gratis".
Waltcr Benjamín.

(Trad.deM . S. L .).

III
A LOS LECTORES Y SUSCRIPTORES DE LA REVISTA
MATERIALES
A principios de este año se produjo un desacuerdo entre el propie­
tario de la revista Materiales y el resto del consejo de redacción
acerca de la continuidad de la revista y de la relación de ésta con la
Editorial Materiales. A consecuencia de esa discrepancia nuestra
colaboración con el propietario de Materiales terminó al publicarse
el n° 12 de la revista (noviembre-diciembre de 1978). Somos, pues,
ajenos al editorial de un número 13 de Materiales que sin conoci­
miento nuestro el propietario envió hace unos meses a los suscripto-
res. También el anuncio de dicho número 13 aparecido en la revista
Argumentos fue cosa del propietario de Materiales.
Desde entonces hemos constituido una sociedad de redactores
que publicará una nueva revista, llamada mientras tanto. Aunque la
cabecera Materiales era ocurrencia nuestra, el propietario la tiene
registrada a su nombre.
Integran el consejo de redacción de mientras tanto Giulia Adinolfi,
Rafael Argullol, María José Aubet, Miguel Candel, Antoni Domé-
ncch, Paco Fernández Buey, Ramón Garrabou y Manuel Sacristán
Luzón. La dirección de la revista será desempeñada en rotación por
los miembros del consejo. Director para el año 1979 es Manuel
Sacristán Luzón.
mientras tanto aparecerá bimestralmentc a partir de septiembre-
octubre de 1979. La orientación de la revista es sustancialmente
la misma que mantuvo Materiales, aunque con la clarificación y
la sedimentación debidas a la evolución de ciertos problemas duran­
te estos dos últimos años.
El propietario de Materiales se ha quedado también con el fichero
de suscriptores. Rogamos a los amigos que simpatizaron con Materia­
les y, en general, a las personas que consideraron interesante su
lectura que se pongan en relación con nosotros escribiendo al Aparta­
do de Correos 30.059 de Barcelona.
La continuidad del trabajo de la vieja redacción de Materiales
mediante la nueva revista mientras tanto —difícil, puesto que nos
hemos visto despojados de las suscripciones y separados de lós
suscriptores- ha sido posible gracias a la aportación material y
moral de medio centenar de personas, entre ellas las que suelen
reunirse en el Circulo mientras tanto de Barcelona. Terminamos
esta comunicación expresándoles nuestro reconocimiento.
Barcelona, julio de 1979.

Giulia Adinolfi, Rafael Argullol, Mario José Aubet, Miguel Candel,


Antoni Doménech, Paco Fernández Buey, Ramón Garrabou, Manuel
Sacristán Luzón.
RELACION ALFABETICA DE LAS PERSONAS QUE HAN CONTRIBUIDO
A LA APARICION DE "MIENTRAS TANTO":

Acarin, Nolasc Pradera, Javier


Adinolfi, Ciulia Riaño, José María
Aguilera, Antonio Ríos, Víctor
Aizpuru, Gabriel Ripalda, José Ma
Alabare Anna Romaguera. Angcls
Albiac, MJ Dolor» Rodríguez, Teresa
Alvarez, Elena Rodríguez, Eduard
Argullol, Rafael Ruiz, Enrique
Aubet. MJ Eugenia Sabaté, Pilar
Aubet, Majóse Sacristán, Ma Dolores
/Vznar. Manuel Sacristán, Manuel
Baró, Ezequicl Sacristán l.uzón, Manuel
Blume, Sicgfrictl Salvat, Manuel
Buey, Emilia Scmpere, Joaquim
Calvet, Dolores Seoanc, Enrique
Camón, Luisa Solé, Carlota
Cande!, Miguel Tello, Enríe
Capella.Juan Ramón Torrcll, Joscp
CarTcras, Tráncese Trcmosa, Laura
Comple, Gloria Urtasun, Xavier
Comptc, Teresa Vilar, Gcrard
Doménech, .Antoni Zaragoza, Angel
Doménech, Roser
Domingo, Joscp María
Fabián, Rosa
Fernández, Francisco
Fernández Buey, Charo
Fernández Buey, Francisco
Fontana, Joscp
Garccs, Pcre
García-Borrón, Juan Carlos
Garrabou, Ramón
Grasa, Rafael
Guiu, Jordi
Joaniquet-Portcr, Juliana
Juhc, Anna
Lieixá, Joaquim
Mart í, J osep María
Martínez, Angcls
Martínez, Sacra
Nadal, Joan
Nadal, Jordi
Ortega, Alberto
Pardo, J avier
Pérez, Alejandro
Pérez, Enríe
Portabella, Pcre

114
REVISTA
MENSUAL
La revista que analiza la coyuntura histórica y la lucha
de clases a nisel internacional v cuya finalidad es "com ­
prender con claridad los objetivos y problem as del socia­
lism o". ( Albcrt h in s ta n I
SUMARIO N ° OCTUBRE 79 SOBRE LA NATURALEZA DEL ESTADO SOVIE
TICO .EL MOVIMIENTO DISIDENTE EN LA URSS CHINA EL GRAN SALTO
HACIA ATRAS/DEBATE CON BETTELHEIM (II)... ECONOMIA POLITICA Y E -
CONOMIA POLITICA MARXISTA Pare*h Chattopedhyay LA TEORIA DEL
VALOR TRABAJO UN COMENTARIO Joan Robmton LA TEORIA DEL V A ­
LOR DE MARX Y LAS CRISIS Paul M Swee/y MARX DESPUES DE SRAEFA
LIBROS MeilleKoun Antropología económica. imp»n»liimo, teminitmo
Ofracimot. ancuadarnadot «n un volúman da tapa dura, lot «loca numero» corra»
pondlanta» al primar arto da adición atpaAola <MavO 77Junio 78). pudiéndote di
rlglr para pedido» y correspondencia •
c/ RomIIÓm, 28?. enrío 1*. Barcelona 37 IE»paAal, Tino 2073502.

N ° 14
Ncnicmbcr 1979

Análisis,
lidíales, L n ü r o trn o tc rru s s a r t íc u lo s .

mfciim cinnn, SOOA1JSMÜ StlXX) Y (iRAN CAPI-


clcsdr la i/quien L«. CAL»! tarad
KSPANA EXPORTACAPITAL. NL Etxr»
hacia d smiaJismn /a m ia .
KK.IODI IIKl. I’AKII.VIT POBRE 1)1
CATALUNYA. V| Raigwii.
El. NUEVO (OKl'OK.MTMSMO. J. V
(.ivuli i \ A. Eitraric.
REQUIEM n )R IOS l’R(JFKSIONAIi.S.
I. File/, ilr Ontni.
IHNOIlxa.VS Al.TERNAUVAS. J
l\iig. etc.
Apuntes
I-j larca 'c puede ver d r «ano» modo» según el lugar desde el cual »e la em prenda
L ^ m ilite , p o r ejemplo, en nnteguir >iue lo» movimiento» ecologista». que »e
f » je n tan en tre lo* po rtadores d e la ciencia autocrítica de e n e f r d r «iglo cr «loien
de capacidad política revolu* lonana *ansíate tam bién, por ot*o -jcm pio. -n jue
lo» m ovimiento» feminista», llegando a la principal consecuencia de ta
' dim ensión específicam ente, universalm ente hum ana de su contenido,
decidan fundir su potem ta em ancipadora con la de la» dem ás fuerzas de libertad;
o consiste en que las organizaciones revoluc tonaría» clásica» com prendan que su
• ap an d ad de trabajar por una hum anidad justa y libre tiene que depurarse
.1
• 'rinfirm arse traie* «Je <« a u to s nttr.* del viejo «onu* m ilenio to n a l que m to rm o
iu nacim iento, a e ra no uara renum iar a «u mspira« ión *e«nl«« t o i u n i
1
perdiéndote en e ir m e ejercito sen uidem o* rala orei itam ente « u jn d o e n e .
«om u m ad o su servicio restaurador del capitalism o tras la segunda guerra mundial,
está en víspera» de la desbandada, sino para reconocer que ello» m itm o i, lo» que
viven p o r »u» m anos, han estado dem asiado deslum brado» uor los ricos,
por los descreadores de la Tierra
1 1
’e «a «arla de la R e d a m a n

noviembre • diciembre 1970

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