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Contestando desde el recorrido personal, lo primero a decir
es que nunca practiqué danza clásica, o sea, no tuve que
deshacerme de un “cuerpo clásico”. Desde joven ya había
experimentado cosas de danza contemporánea que
claramente decodificaban un vocabulario del cuerpo y
pasaban mucho más por cuestiones de sensación y
materialidad, de relación material con el propio cuerpo y
con el entorno. Después practiqué danza desde la
improvisación, formándome mucho con un bailarín que se
llama Julyen Hamilton, en algo que llamaba composición
instantánea. Estas experiencias, entre otras, como las
del contact improvisación, me dieron acceso a prácticas
que tenían una relación con la gravedad muy distinta a la
de esa imagen de la bailarina ligera. Cuando empecé a leer
a esos filósofos vi que idealizaban su propio pensamiento
en el cuerpo de una bailarina, una bailarina que además
tenía la potencia de abstraerse a través de su elevación.
¿Abstraerse de qué? De las condiciones pesadas y
materiales de su cuerpo. Era como un juego de espejos en
el que se proyectaba un ideal de un pensamiento sobre un
cuerpo que, siendo ligero, lograba abstraerse de su
condición de mujer. Era perfecto, cerraba perfecto.
Este año empecé a leer el libro de Jack Halberstam, El arte
queer del fracaso. Halberstam insiste, en consonancia con
lo que platicábamos: no es el fracaso en contra del éxito, es
rajar de la oposición entre fracasado y exitoso. Creo que
hay una manera de pensar el equilibrio gravitatorio como
una gran suma de desequilibrios o como un metaequilibrio,
una metaestabilidad, que no se da a pesar de los pequeños
desequilibrios sino por ellos. Muy distinta a una narrativa
como la de la resiliencia, que implica volver al equilibrio
después del trauma. Ahora, es muy difícil apropiarse de
ese saber o de ese modo de vivir sin caer ni en el
romanticismo de la precariedad; ahí está la trampa
permanente. Es clave tener instancias de conversación, de
pensamiento, que puedan ir y venir de las prácticas a las
decisiones políticas de organización, y de ellas a las de
repartición de recursos. La danza puede estar en el margen
sin reivindicarse como marginal, puede habitar el margen.
¿Cómo lo habitamos y hacemos una morada vivible en él
sin entrar u ocupar el centro? Hay otra pregunta
permanente: ¿cómo estoy haciendo lo que estoy haciendo?
Es una pregunta somático-política. Y, ¿ qué tanto puedo
asentar mi modo de organización a partir de cómo estoy
haciendo lo que estoy haciendo?