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Presentación del libro

“En los orígenes del sujeto psíquico”

Silvia Bleichmar

Me preguntaba, cuando empecé a elaborar las ideas que hoy quisiera transmitir, cómo compartir con
todos Uds., los que hoy me acompañan en esta presentación de mi libro, en este bautismo,
circuncisión, rito iniciático que representa, la vivencia de este encuentro. Encuentro que no sólo
marca el lanzamiento de una obra a la exogamia de la cultura, sino que está signada por un
reencuentro que, por las vicisitudes de esta historia compartida, propicia mi primera aparición
pública en la Argentina después de diez años de ausencia. Reencuentro que signa este panel, de
colegas y amigos….
Cada una de las páginas que componen mi trabajo estuvo, a lo largo de estos años, destinada a Uds.
Cada idea que fructificaba transformada en puente, espacio transicional de un encuentro posible.
Por ello, en las palabras preliminares que escribí para este libro decía: “Durante siete años, lejos de
los sitios que constituyen el centro de mi universo personal, tanto la investigación psicoanalítica
como una convicción profunda en la capacidad de reparar las lesiones que la Historia infligiera, en
un mismo movimiento, tanto a mis pacientes como a mí misma.” Y, si tuviera que definir en
términos amplios mi propio proceso de reflexión, diría que todo mi trabajo surge de una exigencia
que atravesando mi quehacer cotidiano, me ubica fundamentalmente junto a aquellos que hoy
comprenden que la practica del psicoanálisis, no puede permanecer en los límites de la
contemplación, en los límites de la explicación, y cuya ética se define por su campo de
transformación que, si tiene su espacio privilegiado en la clínica, en la toma a cargo del sufrimiento
humano y en la búsqueda de las vías de su resolución, no puede dejar de compartir las grandes
problemáticas que los seres humanos nos planteamos hoy ante un mundo cuyo malestar se agudiza,
ante una cultura cuyo malestar alcanza límites insospechados.
La ética del psicoanalista no es, evidentemente, la ética del psicoanálisis. No hay una ética de la
física, ni una ética de la química molecular. La ética es patrimonio de los sujetos practicantes y,
como tal, es el producto complejo, decantado, de un ensamblaje entre las ideas sociales de una
época y las posibilidades que la propia ciencia brinda para abordar, desde su campo específico, las
tareas propuestas. La ética que guía este libro, no su ideología, es entonces la de un psicoanálisis
cuyo punto de articulación teorético, se define en ese interjuego por el cual la asunción de la clínica
plantea constantemente problemas que ponen en juego las respuestas halladas, las somete a caución,
abre nuevos interrogantes, y encuentra nuevas vías de resolución.
De ello se trata en una búsqueda teorética: una teoría que, más allá de solazarse en sus propios
descubrimientos, encuentra constantemente formas de reversión clínica, una práctica que, mas allá
de la aplicación de enunciados dogmáticos, tediosa práctica la del analista que se contenta con
regocijarse de encontrar lo esperado, abre las puertas de nuevas correlaciones teóricas.
Postular la rigorización de nuestro pensamiento teórico es no sólo diverso del dogmatismo, sino
opuesto. El dogmatismo se caracteriza por la estereotipia y la compartimentación tendencial, por la
repetición de enunciados que se reproducen a sí mismo, en una circulación que funciona más como
un reconocimiento de identidad compartida que en una verdadera profundización de conocimientos.
Si el retorno a Freud, que marcó mí formación como la de la mayoría de los presentas, tiene hoy un
valor clave, sólo su no degradación en "recurso a Freud" puede abrir nuevas líneas de elaboración,
puede romper las citaciones vacías con las cuales el dogmatismo rellena su carencia de rigor,
haciendo devenir la teoría.
En ortopedia paralizante, en "corpus" que, más allá de sus apariencias protectoras, termina por
inhibir, fobizar, sofocar lo que, de uno u otro modo, termina por retornar sin que ello implique en sí
mismo simbolizar.
Hacer trabajar el psicoanálisis, la propuesta que atraviesa mi libro y que da nombre a la revista que
fundáramos con Carlos Schenquerman y Jean Laplanche, es someter las diversas posturas teóricas a
un proceso por el cual, en correlación con su propia exigencia, las contradicciones aparezcan en un
movimiento que posibilite las confrontaciones no en el afán de encarnizarse con sus
contradicciones, sino para hacer jugar el conflicto en el desarrollo de un proceso discursivo que
desplegándolo hasta sus últimas consecuencias, posibilite elaboraciones cada vez mayores,
disminuya el traumatismo al cual se ven sometidos conjuntamente practicantes y pacientes, rompa
los espacios de repetición narcisista en el cual las diversas escuelas se parapetan para ocultar, tal
vez, detrás de la muralla de su soberbia, su fragilidad siempre en riesgo.
A la cacofonía de las escuelas que se alzan una sobre otra, el trabajo del psicoanálisis propone la
reinscripción de un ordenamiento que posibilite un encuentro verdaderamente productivo. No se
trata ni de un eclecticismo contundente, producto de las alianzas siempre políticas, nunca
científicas, de las diversas corrientes, ni de un dogmatismo que culmina en la esterilidad y el
enfrentamiento vacíos.
Siguiendo a Lyotard, se trata de la superación del diferendo. Un diferendo es un caso de conflicto
entre dos partes (por lo menos) que no podría jamás ser zanjado equitativamente a falta de una regla
de juicio aplicable a ambas argumentaciones. El hecho de que lo fuera legítimo, no implicaría que el
otro no lo fuera. Si se aplica, sin embargo, la misma regla de juicio a uno y otro para zanjar su
diferencia como si este fuera un litigio, se causa un daño a uno de ellos. Daño que resulta de la
injuria realizada a las reglas de género de discurso y que sólo es reparable según esas reglas. ¿Qué
querría decir esto en términos de polémica, de encuentro de trabajo del psicoanálisis?
No necesito demasiada imaginación para vislumbrar la situación de un joven analista que empieza
hoy su formación. Los tiempos que yo describo en el primer capitulo de mi libro, hace ya quince
años, no son diversos de los que enfrenta hoy un practicante novel. En aquella época, tal como lo
formulo en un párrafo inicial, yo me encontraba, como muchos otros analistas de mi generación,
frente a una paradoja irresoluble en los términos planteados; una mayor rigorización del campo
teórico nos había dejado despojados de los útiles técnicos que la tecnología kleiniana proveía, pero
que quedaban de hecho interdictos en la medida en que el aparato teórico kleiniano era interdicto.
Se habla producido entonces una parálisis clínica cuyos efectos fueron notorios en el análisis de
niños en particular, aun cuando no dejaron de ser sufridos en el campo de la clínica de adultos. En el
psicoanálisis de niños, el proceso tuvo efectos desestructurantes. El hecho de que la propuesta de
Lacan hubiera venido a ampliar nuestra comprensión del Edipo y el rol determinante jugado por el
carácter de la intersubjetividad en la constitución del sujeto, imponía la revisión de una génesis
lineal proveniente del kleinianismo en el cual la interpretación se centraba en la simplificación de
una lógica de las posiciones (esquizoparanoide y depresiva) y de los fantasmas determinados por
ansiedades, relaciones de objetas y defensas de las mismas posiciones: pero este cuestionamiento de
una simplificación de las posiciones de Melanie Klein en el campo del psicoanálisis de niños
conducía simultáneamente a un deslizamiento hacia la dilución del sujeto en el interior del Edipo,
hacia un traslado de las problemáticas centrales del análisis: represión y conflicto, hacia al la
estructura del Edipo convertida en entelequia formal, anulando en el reflejo homostácico del
psiquismo infantil de la estructura constituyente toda posibilidad de comprensión intrasubjetividad
del conflicto psíquico, y por ende liquidando el realismo del inconciente en aras de una presunta
dilución en el campo lingüístico.
La propuesta del lacanismo estructuralista, que nos había permitido entender el valor constituyente,
del otro humano, aunque arrancaba a la constitución del sujeto psíquico de un genetismo
místicamente biologista, llevaba a la dilución del concepto de inconciente bajo la fórmula más
general de "el inconciente es el discurso del otro", reducía el campo simbólica al lenguaje, dejaba
despojado de las capacidades de operar al analista de una técnica que habla servido durante más de
treinta años para abordar el trabajo con niñas la técnica del juego.
En medio de esa verdadera impasse, tuve conocimiento del texto presentado por Laplanche y
Leclaire en el Coloquio de Bonneval, “El inconciente, un estudio psicoanalítico", en el cual era
formulado el papel que juega la represión originaria en la constitución del aparato psíquico. Se abrió
entonces para mí una perspectiva organizadora: podía por un lado poner en correlación la
constitución del aparato psíquico con la estructura del Edipo, en la medida en que la metáfora
paterna parecía abrir dos campos regidos por diversas legalidades. A partir de ello se abrieron mis
posibilidades de repensar mis conocimientos acerca de la metapsicología freudiana, y a partir de la
cual era imposible recubrir totalmente el campo del inconciente y el de las leyes del lenguaje. El
realismo del inconciente podía por fin encontrar un lugar en el psicoanálisis de niños y yo podía a
mí vez encontrar determinaciones estructurales que permitían acceder a la fundación del aparato
psíquico en los orígenes.
Mi investigación se desarrolló entonces, ya con la presencia siempre acompañante, siempre
benevolente en sentido psicoanalítico de Jean Laplanche, que avaló mi búsqueda de los últimos
años, simultáneamente en dos direcciones: por un lado, una tentativa de historización de los
movimientos constitutivos del aparato psíquico, arrancar los tiempos de constitución del sujeto
tanto del estructuralismo formalista que los reducía a tiempos míticos como del genetismo que los
transformaba en evolución lineal preformada de un proceso reducido en última instancia al
instintivismo. Por otro, el hecho de comprender que el inconciente no es un existente en sí mismo,
sin correlación con el preconciente-consiente, abría una posibilidad de entender, en un doble
movimiento, la constitución del psiquismo infantil y de explorar los problemas de los cuales la
mayor parte habían sido fagocitados por la psicología del conocimiento.
Si en mi propuesta parto fundamentalmente de la metapsicología freudiana, sí es desde allí desde
donde releo y reinscribo las propuestas tanto de Lacan como de Melanie Klein, es porque creo que
el trabajo por hacer no puede sino estructurarse en un pensamiento espiralado que recuperé, de las
dos grandes escuelas que definieron los grandes movimientos de retorno a Freud, las perspectivas
futuras. No intento leer la a Melanie Klein desde Lacan, tampoco lo opuesto. No se trata de
subordinaciones, de atropamientos en un diferendo en el cual se inscriba en la pertenencia de un
discurso que no corresponde las filiaciones espurias que los autores nunca propusieron. Tal vez la
forma en que puede el lector encontrar claramente expresado un método que propicio es en las
conclusiones, cuando analizo el caso Dick. ¿A qué exigencia, desde qué perspectiva, propone
Melanie Klein una interpretación del inconciente desde los orígenes? Desde qué propuesta teórica
desde qué concepción del inconsciente, plantea Lacan los términos de la fundación de ese
inconciente no presente desde los orígenes Y, en relación a ello, ¿cómo hacer jugar las propuestas de
relectura que abran verdaderas posibilidades no sólo de confrontación sino de producción?
Historización del sujeto psíquico, movimientos de resignificación y apertura a la simbolización.
Podría ser el psicoanálisis, y no sólo el de niños, un lugar donde, sobre la base de la acogida
benevolente del paciente, se logran los espacios de resignificación histórica, no fragmentadas, de un
sujeto a la búsqueda de la comprensión, de la reinscripción de un pasado que sólo es histórico
cuando es simbolizado.
En 1982, cuando aún no avizoraba claramente la posibilidad de este encuentro con todos Uds.
escribí un editorial de nuestra revista que versaba sobre lo siguiente: Contaba que Heine, comparó
cierta vez, en su Historia de la Filosofía y de la Teología, en Alemania, a los humanistas alemanes
con esos caracoles que guardamos en alguna parte, en la habitación, lejos de su verdadero medio
natural. Perciben todavía los movimientos lejanos del mar, las épocas de flujo y reflujo; se abren y
cierran siempre, pero en medio de un mundo completamente ajeno, esos movimientos están fuera de
lugar y quedan despojados de significación. El caracol de Heine, decía yo entonces, es un ser
mecánico movido por la memoria ancestral, el intelectual que actúa como ese caracol precipita, en
su fantasía, el flujo y reflujo de un mar inexistente que no ha dejado nunca de rodearlo; y aunque
esta ilusión sea grotescamente plasmada en movimientos fuera de contexto, posibilita su
supervivencia en medio de un mundo que se ha tornado extraño. Intento, decía, a través de la
metáfora de Heine, recuperar el sentido de una disciplina intelectual posible, salvando de la crítica
ética a aquellos que, como el caracol, se han visto obligados a repetir en ecolalia el ruido del mar
que en otros tiempos conoció. Intento, también dar cuenta de un fenómeno en el interior del
psicoanálisis, "poniendo alerta al espíritu advertido" que es muy otra cosa que simples
características personales lo que ha cribado en múltiples sectas dogmáticas, solitariamente
repetitivas, al movimiento psicoanalítico actual.
Todos nosotros somos, de algún modo, caracoles que hemos podido volver al mar. No tenemos ya
que evocar los ruidos lejanos del entorno añorado, empezamos a construir nuestros espacios de
encuentro, tenemos los caminos abiertos para ello. Y en tal sentido el psicoanálisis, como lugar
particular mente privilegiado de ejercicio de la memoria, puede abrimos nuevas formas de reflexión
compartidas. Porque, como decía Canetti, “La humanidad se halla desamparada sólo cuando no
posee experiencia ni recuerdo alguno”. Tenemos la experiencia, y estamos ante la posibilidad de
recuperar los recuerdos.

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