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Dilemas Educativos Ante La Diversidad Si
Dilemas Educativos Ante La Diversidad Si
Dilemas
Educativos
ante
la
diversidad,
siglo
XX-‐XXI.
Volumen
14
de
la
Historia
del
Pensamiento
Educativo
Peruano.
Lima:
Derrama
Magisterial
(2013).
Dilemas
educativos
ante
la
diversidad,
siglo
XX-‐XXI
Lucy
Trapnell
y
Virginia
Zavala
A
Inés
Pozzi-‐Escot,
ejemplo
de
compromiso
y
consecuencia.
Introducción
Este
es
un
volumen
sobre
el
pensamiento
educativo
en
torno
a
la
diversidad
lingüística
y
cultural
en
el
Perú.
A
diferencia
de
otros
volúmenes
de
la
colección,
este
no
abarca
un
periodo
histórico
en
particular,
sino,
más
bien,
un
amplio
lapso
de
tiempo
que
va
desde
inicios
del
siglo
XX
hasta
nuestros
días.
Nos
ha
interesado
mostrar
la
diversidad
de
concepciones
que
se
han
debatido
en
distintos
contextos
históricos.
De
hecho,
las
controversias
sobre
la
educación
de
los
pueblos
indígenas,
sobre
el
tratamiento
de
la
diversidad
cultural
en
la
escuela
y
sobre
la
educación
bilingüe
han
atravesado
todo
el
siglo
XX
y
perduran
hasta
el
día
de
hoy.
Es
importante
tener
en
cuenta
que
las
propuestas
sobre
esta
temática
siempre
llevan
consigo
un
modelo
de
sociedad
y
que
los
debates
que
presentamos
revelan
las
discrepancias
que
siguen
existiendo
en
la
sociedad
peruana
acerca
del
tipo
de
nación
que
queremos.
Como
se
ha
repetido
muchas
veces,
el
Perú
independiente
no
modificó
completamente
las
estructuras
del
Estado
sino
que,
más
bien,
reprodujo
muchas
de
las
prácticas
coloniales
(Cotler
1978,
Méndez
1997).
El
proyecto
liberal
del
siglo
XIX
se
basaba
en
un
concepto
sociopolítico
de
nación
criolla
que
moldeaba
la
identidad
nacional
sobre
la
base
de
los
intereses
específicos
de
la
minoría
dominante
y
no
incorporaba
las
múltiples
facetas
socioculturales
del
país.
El
menosprecio
hacia
la
cultura
andina
(y
hacia
las
culturas
nativas
en
general)
estaba
fuertemente
anclado
en
la
desvalorización
de
su
lengua,
que
fue
subestimada
al
considerarla
incapaz
de
ser
utilizada
legítimamente
dentro
de
la
esfera
pública
y
la
cultura
letrada.
Como
lo
ha
señalado
Cerrón
Palomino
(1987),
en
los
nuevos
Estados
hispanoamericanos,
jamás
fue
debatido
el
problema
de
la
lengua
nacional,
a
pesar
de
que
95%
de
la
población
hablaba
una
lengua
indígena.
Los
criollos
asumieron
que
el
español
debía
ser
la
única
lengua
de
las
naciones
y
que,
por
tanto,
debía
activarse
un
proceso
de
homogenización
lingüistica.
Más
aún,
en
una
primera
etapa,
durante
el
siglo
XIX,
el
indígena
fue
representado
como
un
ser
con
una
vida
abyecta
y
miserable
al
que
no
valía
la
pena
educar
y,
por
tanto,
éste
permaneció
marginado
de
la
escuela
(Portocarrero
1992).
No
obstante,
en
el
periodo
de
la
“reconstrucción
nacional”
(1884-‐1895),
que
sucedió
a
la
guerra
del
Pacífico
(1879-‐1883),
surgieron
una
serie
de
reflexiones
sobre
el
Estado
nación
en
el
Perú
(Rénique
2003).
Con
González
Prada
a
la
cabeza,
los
intelectuales
de
la
época
comenzaron
a
darse
cuenta
de
la
ausencia
de
un
sentimiento
de
comunidad
y
de
un
proyecto
para
construir
un
Estado
que
“integrara”
a
una
población
indígena
que
había
sido
excluida
hasta
ese
momento.
Es
así
como
desde
principios
del
siglo
XX
surge
lo
que
se
ha
llamado
“el
impulso
educativo”,
que
tenía
como
objetivo
cristalizar
la
“unidad
nacional”
(Portocarrero
1992).
Esto
implicaba
convertir
al
indígena
en
un
ciudadano
que
hablara
español
y
que
asumiera
los
valores
del
catolicismo
y
de
la
historia
nacional.
La
escuela
debía
reformarlo
cultural
y
moralmente
y
éste
debía
dejar
su
ser
indígena
para
identificarse
como
peruano,
como
si
se
tratara
de
“un
olvido
a
cambio
de
una
promesa”
(Portocarrero
1992).
Por
lo
tanto,
la
opción
por
“integrar”
a
la
población
indígena
apostó
por
el
“blanqueamiento”
cultural
de
las
poblaciones
originarias
y
se
enmarcó
en
una
visión
de
un
Perú
homogéneo
a
través
de
la
cultura
occidental
en
su
variante
criolla
(Degregori
1993).
Ahora
bien,
aunque
estos
deseos
de
“blanqueamiento”
y
aculturación
impulsados
por
el
Estado
se
han
mantenido
a
lo
largo
de
todo
el
período
republicano
(López
1988a),
se
puede
señalar
que
no
necesariamente
se
han
cumplido.
Así
entonces,
la
tendencia
general
del
Estado
ha
sido
desarrollar
una
educación
para
lograr
el
cambio
cultural
y
la
modernización
(Portocarrero
1992).
Es
más,
salvo
excepciones,
y
sobre
todo
hasta
la
década
de
1960,
casi
todos
los
educadores
estuvieron
de
acuerdo
con
la
idea
de
que
el
indio
debía
“integrarse”
a
la
nación
a
través
de
la
instrucción
escolar,
aunque
en
algunos
casos
parecieron
preocuparse
por
impulsar
programas
alternativos
que
intentaban
tomar
en
cuenta
la
lengua
y
la
cultura
local.
Sin
embargo,
en
el
marco
de
esta
tendencia
general,
la
sociedad
civil
(en
la
figura
de
intelectuales
o
maestros,
por
ejemplo)
ha
producido
discursos
alternativos
en
diferentes
momentos
de
la
historia,
algunos
de
los
cuales
se
quedaron
al
margen
de
la
oficialidad,
mientras
que
otros
–aunque
por
periodos
breves-‐
sí
lograron
insertarse
en
los
espacios
de
poder.
Es
importante
puntualizar
que
estas
discusiones
en
torno
a
la
redención
del
indígena
a
través
del
sistema
educativo
estuvieron
siempre
circunscritas
a
la
reflexión
sobre
las
poblaciones
quechua
y
aimara
y
nunca
incluyeron
a
los
indígenas
amazónicos,
que
por
entonces
eran
ignorados
o,
en
el
mejor
de
los
casos,
representados
como
simples
“salvajes”.
Como
lo
anota
Espinosa
(2003),
ya
en
la
época
precolombina
los
españoles
establecieron
una
distinción
muy
marcada
entre
aquellos
pueblos
incorporados
al
imperio
del
Tahuantinsuyo
y
los
pueblos
ubicados
en
la
región
amazónica,
el
Antisuyo,
los
cuales
se
resistían
a
ser
conquistados.
Solo
hacia
fines
de
la
década
de
1960
se
comenzó
a
cuestionar
–desde
el
Estado-‐
el
proyecto
cultural
hegemónico
basado
en
la
homogenización
lingüística
del
país
y
se
planteó
la
necesidad
de
contar
con
una
nación
plural
y
heterogénea
que
respetara
las
diferencias.
Sin
embargo,
esta
alianza
entre
los
militares
y
los
intelectuales
progresistas
de
la
época
durante
el
gobierno
nacionalista
de
Velasco
duró
muy
poco
y
no
pudo
generar
sostenibilidad
en
las
políticas.
A
pesar
del
retroceso
que
se
produjo
con
el
siguiente
gobierno,
a
fines
de
la
década
de
1970
surgieron
dirigentes
de
las
jóvenes
organizaciones
indígenas
amazónicas
y
profesionales
vinculados
al
movimiento
indígena
y/o
al
desarrollo
de
programas
de
educación
bilingüe,
que
tuvieron
una
activa
participación
en
este
proceso
de
cuestionamiento
crítico.
Sobre
todo
en
el
contexto
amazónico,
la
escuela
empezó
a
ser
vista
por
los
dirigentes
indígenas
como
un
espacio
desde
el
cual
se
podrían
promover
procesos
de
reafirmación
étnica
y
cultural,
como
parte
de
demandas
más
generales
por
tierra
y
territorio
(Nugkuak
1985
y
Ñaco
2001).
Desde
lo
andino,
también
surgieron
múltiples
y
variados
signos
de
“reavivamiento
cultural”
(Portocarrero
1992),
que
han
influido
en
propuestas
educativas
cuestionadoras
de
la
perspectiva
modernizante.
Queremos
señalar
que
la
diversidad
cultural
y
lingüística
jamás
se
contempló
como
un
recurso
que
podía
enriquecer
a
todos
los
peruanos,
sino
solamente
como
un
problema
que
había
que
solucionar
en
función
de
la
educación
del
indígena.
Aunque
este
tema
empieza
hoy
a
contemplarse
de
otro
modo,
sobre
todo
con
relación
al
marco
legal
en
el
país,
todavía
está
en
sus
inicios
a
nivel
de
la
práctica.
Asimismo,
nos
parece
importante
precisar
que
la
educación
del
indígena
con
un
tratamiento
cultural
y
lingüístico
se
presenta
a
lo
largo
del
siglo
XX
como
un
conjunto
de
iniciativas
aisladas
que
pocas
veces
han
sido
acogidas
por
el
Estado.
En
algunos
casos,
las
iniciativas
gubernamentales
se
limitaron
a
dar
cumplimiento
a
acuerdos
internacionales
o
a
ejecutar
planes
diseñados
por
organismos
de
cooperación,
y
por
esto
quedaron
abandonadas
luego
de
que
estos
organismos
dejaran
el
país.
En
otros
casos,
el
Estado,
no
solo
ignoró
las
iniciativas,
sino
que
también
les
colocó
trabas
que
no
les
permitieron
desarrollarse.
Lo
que
ciertamente
ha
atravesado
todo
el
siglo
es
la
escasa
dotación
de
recursos
por
parte
del
Estado
para
abordar
esta
problemática,
así
como
una
inercia
constante
que
ha
impedido
generar
cambios
para
lograr
un
vuelco
importante
con
relación
a
su
tratamiento.
El
presente
documento
está
organizado
en
cuatro
partes
sobre
la
base
de
un
criterio
cronológico.
El
objetivo
ha
sido
presentar
una
serie
de
“hitos”
que
ilustran
el
pensamiento
educativo
en
torno
al
tema
que
nos
atañe
y
una
serie
de
tensiones
entre
la
propuesta
modernizante
del
Estado
y
algunas
iniciativas
alternativas
provenientes
de
la
sociedad
civil.
La
primera
parte
analiza
las
primeras
décadas
del
siglo
XX
y
la
tensión
entre
el
civilismo
oficial
y
las
corrientes
indigenistas
de
la
sierra
sur.
En
esta
etapa,
y
bajo
la
influencia
del
protestantismo,
surgieron
diversas
iniciativas
a
favor
de
una
educación
alternativa
para
la
población
indígena
pero
casi
no
fueron
acogidas
por
el
Estado.
La
segunda
parte
abarca
el
periodo
de
1930
a
1970.
Ahí
se
discute
una
etapa
de
reafirmación
hispánica
en
la
que
el
Estado
implementa
con
fuerza
una
perspectiva
educativa
desarrollista
más
explícita
y
las
escuelas
utilizan
las
lenguas
vernáculas
como
medios
para
castellanizar
y
modernizar
a
la
población.
Sin
embargo,
también
aparece
un
impulso
indigenista
que
llega
al
poder
con
la
figura
de
Valcárcel.
La
tercera
parte
aborda
la
reforma
educativa
de
Velasco
Alvarado
como
punto
de
quiebre
hacia
una
mirada
más
abierta
a
la
diversidad
lingüística
y
cultural,
en
la
que
los
intelectuales
progresistas
de
la
época
tuvieron
un
rol
protagónico.
Se
discute
el
surgimiento
de
las
organizaciones
indígenas
en
la
Amazonía
y
el
desarrollo
de
algunos
programas
pioneros
de
educación
bilingüe
que
se
ampararon
en
el
marco
legal
del
momento.
Finalmente,
la
cuarta
parte
presenta
la
década
de
1990
hasta
nuestros
días.
El
sector
educativo
oficial
ingresa
a
un
discurso
más
tecnocrático
y
“neutral”
de
la
educación
y
comienza
a
utilizar
una
noción
de
interculturalidad
funcional
que
no
permite
generar
cambios
sustanciales.
Sin
embargo,
con
el
proceso
de
descentralización
surgen
iniciativas
innovadoras
en
diferentes
regiones,
que
luchan
por
asumir
una
educación
“propia”.
La
antología
contiene
32
textos
producidos
a
lo
largo
del
siglo
XX
hasta
nuestros
días,
cuya
selección
ha
obedecido
a
un
criterio
de
heterogeneidad.
Hemos
procurado
que
los
textos
incluyan
tanto
la
problemática
andina
como
la
amazónica,
hayan
sido
producidos
por
diferentes
tipos
de
actores
(maestros,
académicos,
funcionarios,
etc.),
reproduzcan
las
voces
del
Estado
y
de
la
sociedad
civil,
pertenezcan
a
distintas
etapas
históricas
y
se
enmarquen
en
diversos
géneros
discursivos.
Este
último
criterio
ha
favorecido
la
inclusión
de
diferentes
tipos
de
textos:
leyes,
extractos
de
libros
de
texto,
artículos
académicos,
cartillas
de
alfabetización,
ordenanzas,
entrevistas,
canciones,
etc.).
Somos
conscientes
de
que
la
antología
ha
privilegiado
ciertos
momentos
históricos,
ciertos
contextos
geográficos
y
ciertos
programas
educativos
en
desmedro
de
otros,
pues
ha
sido
imposible
abarcar
un
periodo
tan
largo
de
manera
más
detallada.
De
todos
modos,
creemos
que
la
selección
ilustra
las
continuidades,
las
rupturas
y
las
tensiones
importantes
en
torno
al
tema
de
la
diversidad
lingüística
y
cultural
en
la
educación.
1.
El
indigenismo
de
las
primeras
décadas
del
siglo
XX
La
élite
civilista
dominó
la
política
y
la
economía
del
país
durante
los
primeros
veinte
años
del
siglo
XX,
periodo
conocido
como
“la
república
aristocrática”.
Se
trató
de
una
época
definida
por
la
privatización
de
la
política
en
una
serie
de
“poderes
locales”.
En
las
áreas
rurales
de
la
sierra
andina,
el
latifundio
crecía
y
los
gamonales
terminaban
de
expropiar
las
tierras
cultivadas
de
los
campesinos
para
anexarlas
a
las
grandes
haciendas.
Pero
el
proyecto
nacional
de
la
élite
civilista
no
solo
era
económico
sino
también
cultural.
De
hecho,
este
periodo
estuvo
caracterizado
por
la
“primera
ofensiva
educativa”
que
se
dio
en
el
país
(Contreras
2004).
El
obstáculo
para
el
proyecto
nacional
era
la
existencia
de
una
enorme
masa
de
población
indígena
carente
de
“vida
civil”
y
de
una
cultura
mínima
para
integrarse
a
la
vida
nacional
(Contreras
2004).
Frente
a
esta
constatación,
se
consideró
que
la
escuela
era
el
medio
más
eficaz
para
la
redención
del
indígena
pues
la
corriente
de
opinión
de
la
época
planteaba
que
los
indígenas
sí
eran
capaces
de
“entrar
en
la
civilización”
.
La
civilización
del
indio
significaba
la
castellanización
a
toda
costa
y
el
desarrollo
de
hábitos
occidentales
en
los
campos
de
la
nutrición,
la
salud,
la
economía
y
las
relaciones
sociales
(Contreras
2004).
La
ofensiva
educativa
se
concentró
en
la
región
de
la
sierra
y
tuvo
rasgos
claramente
autoritarios.
La
letra
entraba
con
sangre
y
los
alumnos
vivían
atemorizados
por
los
maestros,
quienes
a
su
vez
privilegiaban
las
prácticas
de
memorización
y
la
enseñanza
únicamente
en
castellano.
Fue
precisamente
Arguedas
(1986)
quien
criticó
esta
visión
de
la
educación
cuando
hizo
referencia
al
“método
de
la
imposición”.
Pero
el
consenso
en
torno
al
impulso
educativo
civilista
no
fue
total.
En
varios
sectores
de
la
población
hubo
oposición
y
hasta
resistencia.
Por
un
lado,
muchos
propietarios
de
haciendas
consideraron
la
educación
como
subversiva
de
su
poder
y
prerrogativas
y
promovían
el
lema
de
“indio
leído,
indio
perdido”.
Por
el
otro,
muchos
intelectuales
pensaban
que
el
esfuerzo
educativo
estaba
condenado
al
fracaso
y
que
solo
había
que
educar
a
las
élites.
Alejandro
Deustua
(1904),
reconocido
e
influyente
intelectual
de
principios
de
siglo,
fue
uno
de
ellos.
El
discurso
opositor
de
la
época
fue
quizás
el
indigenismo
de
la
década
de
1920
que
se
desarrolló
en
focos
como
Cusco
y
Puno.
Este
tuvo
precursores
importantes
desde
mediados
del
siglo
XIX.
No
solo
nos
referimos
a
figuras
como
Clorinda
Matto
de
Turner
o
Manuel
González
Prada
sino
a
la
Sociedad
“Amigos
de
los
Indios”
que
lideró
la
rebelión
campesina
en
Huancané
y
Azángaro
entre
1866
y
1868
y
que
representó
la
primera
organización
indigenista
en
el
Perú
que
denunciaba
la
explotación
de
los
indios
y
reclamaba
por
una
legislación
en
su
favor
(Jacobsen
y
Domínguez
2011).
Otro
de
los
movimientos
más
importantes
que
antecedió
al
indigenismo
de
la
década
de
1920
fue
la
Asociación
Pro-‐Indígena.
Esta
se
desarrolló
entre
1909
y
1917
y
fue
un
movimiento
de
raigambre
nacional
que
reaccionó
a
la
agresión
de
la
oligarquía
y
del
gamonalismo
y
propuso
al
indio
como
la
base
de
nuestra
nacionalidad
(Kapsoli
1980).
Sus
miembros
–como
Pedro
Zulen,
Dora
Mayer,
Francisco
Chukihuanca
Ayulo,
Luis
Valcárcel
o
Arturo
Peralta,
entre
otros-‐
eran
de
extracción
pequeño
burguesa
limeña
o
provinciana.
Aunque
entre
sus
miembros
existían
discrepancias
filosóficas
y
doctrinarias,
todos
coincidían
en
que
la
solución
del
llamado
“problema
del
indio”
radicaba
en
la
destrucción
del
latifundio
y
no
en
la
educación
del
indígena.
Como
lo
sostenía
Joaquín
Capelo,
presidente
de
la
asociación,
antes
de
educar
al
indio
se
le
debe
liberar:
“Esa
es
la
primera
educación
que
necesita:
el
hecho
de
que
se
vea
amparado
de
justicia
y
libertad”
(1914).
En
la
década
de
1920
se
vivió
una
atmósfera
revolucionaria
que
alteraba
la
estabilidad
del
sistema
de
haciendas
andinas
y
de
la
oligarquía
peruana
en
general,
y
que
fue
alimentada
por
la
labor
política
y
cultural
de
intelectuales
como
J.
C.
Mariátegui
y
Luis
E.
Valcárcel
que
empezaban
a
surgir
de
capas
sociales
medias,
y
por
el
rol
clave
que
tuvieron
revistas
como
Amauta
o
El
Boletín
Titikaka.
Más
aún,
en
1919
la
“Patria
Nueva”
de
Leguía
subió
al
poder
y
la
oligarquía
perdió
el
control
directo
del
gobierno
peruano.
El
Perú
del
periodo
que
va
entre
1919
y
1923
vivió
una
crisis
estructural:
era
el
fin
del
gobierno
de
la
vieja
oligarquía
civilista
y
el
inicio
de
la
presencia
de
nuevas
clases
sociales
en
el
control
del
poder
(Burga
1986).
En
1920,
se
promulgó
una
nueva
constitución
donde
se
expresaba
una
declarada
protección
a
las
poblaciones
indígenas
y
un
reconocimiento
legal
de
las
comunidades,
y
en
1921
se
creó
la
Sección
de
Asuntos
Indígenas
en
el
Ministerio
de
Gobierno
(Burga
1986).
Proclamándose
el
“Protector
de
la
raza
indígena”,
Leguía
instauró
un
discurso
populista
con
cierto
indigenismo
oficial,
aunque
el
reclamo
campesino
fue
enfrentado
con
demagogia
y
con
un
paternalismo
que
no
buscaba
promover
un
cambio
sustancial
en
la
situación
de
la
población
indígena
(Burga
y
Flores
Galindo
1980,
Contreras
y
Cueto
2004).
En
el
campo
educativo,
el
proyecto
educativo
civilista
perdió
vigor
y
el
gasto
en
educación
se
estancó,
aunque
algunos
de
sus
planteamientos
siguieron
vigentes
(Contreras
2004).
Un
ejemplo
de
este
discurso
populista
se
puede
observar
en
la
forma
como
el
gobierno
se
alió
con
el
Comité
Pro-‐Derecho
Indígena
Tahuantinsuyo
pero
luego
terminó
reprimiéndolo.
La
Asociación
Pro-‐Indígena
a
favor
de
la
defensa
de
los
derechos
del
indígena
influyó
sobre
el
surgimiento
de
esta
nueva
organización,
que
fue
fundada
por
jóvenes
campesinos
y
tenía
elementos
milenaristas
y
mesiánicos
(Burga
y
Flores
Galindo
1980).
El
Comité
fue
reconocido
por
un
decreto
expedido
en
1920
por
la
sección
de
Trabajo
del
Ministerio
de
Gobierno.
Sin
embargo,
las
tensiones
generadas
a
partir
de
las
revueltas
campesinas
sobre
todo
en
el
departamento
de
Puno
provocaron
que
el
gobierno
emitiera
una
resolución
para
poner
al
Comité
al
margen
de
la
ley
y
avalara
las
represalias
y
el
escarmiento
producidos
por
los
hacendados.
Comenzaron
a
circular
rumores
sobre
una
guerra
de
castas,
la
restauración
del
imperio
del
Tahuantinsuyo
y
un
atentado
contra
la
nación
peruana.
Más
aún,
en
1922,
un
poco
antes
de
que
se
emitiera
esta
resolución,
el
gobierno
creó
el
Patronato
de
la
Raza
Indígena
con
el
fin
de
disfrazar
sus
verdaderas
intenciones:
darles
protección
a
las
comunidades
existentes
pero
finalmente
respetar
los
derechos
adquiridos
por
los
hacendados
(Burga
1986,
Rénique
1991).
Toda
esta
coyuntura
enmarcó
el
surgimiento
del
indigenismo
como
movimiento
social
en
la
segunda
década
del
siglo
XX,
que
-‐focalizado
en
una
intelectualidad
regional
de
origen
urbano
con
nexos
claves
en
Lima-‐
cuestionaba
los
abusos
del
latifundismo
y
demandaba
una
serie
de
reivindicaciones
de
tipo
cultural
y
político
para
el
indígena.
Como
movimiento
cultural
e
ideológico,
el
indigenismo
fue
un
fenómeno
esencialmente
heterogéneo
con
respecto
a
sus
contenidos
y
tuvo
una
compleja
y
contradictoria
retórica
(Vich
2000),
que
se
reflejó
también
en
el
pensamiento
educativo
de
la
época.
Sin
embargo,
a
pesar
de
sus
diferentes
vertientes
(y
de
la
preocupación
general
por
la
situación
injusta
de
la
población
indígena),
primaba
una
mirada
civilizadora,
que
se
desarrolló
en
el
marco
de
un
proyecto
modernizador
del
país
con
miras
a
la
industrialización
y
a
la
apertura
a
los
capitales
extranjeros.
Más
aún,
como
fenómeno
artístico
e
intelectual,
el
indigenismo
estuvo
al
margen
de
las
voces
oficiales
del
Estado
y
no
logró
involucrar
a
las
masas
indígenas
y
campesinas
en
un
nuevo
proyecto
de
sociedad.
Se
trató,
más
bien,
de
intelectuales
ajenos
al
centralismo
limeño
que
intentaron
re-‐posicionarse
en
el
campo
cultural
presentándose
como
los
"auténticos"
portadores
de
contenidos
indígenas.
Así,
el
indigenismo
de
esa
época
se
insertó
en
el
sistema
hegemónico
ya
existente
(Cornejo
Polar
1978)
y
no
logró
transmitir
la
voz
del
indígena
marginado,
ni
siquiera
de
manera
indirecta
(Vich
2000).
El
indigenismo
se
vio
a
su
vez
influido
por
el
protestantismo,
misión
civilizadora
anglosajona
que
se
asentaba
progresivamente
en
el
país
a
principios
del
siglo
XX.
El
protestantismo
compartía
con
la
intelectualidad
de
la
época
-‐y
con
muchos
indigenistas-‐
rasgos
positivistas,
al
explicar
muchos
de
los
problemas
del
desarrollo
del
país
con
argumentos
raciales
en
el
marco
de
un
discurso
evolucionista
que
cuestionaba
los
hábitos
ancestrales
indígenas,
como
el
consumo
de
la
coca,
el
desaseo,
el
concubinato,
las
creencias
religiosas
y
las
festividades.
Se
trataba
de
promover
entre
los
indígenas
una
suerte
de
"desarrollismo"
que
se
basaba
en
una
progresiva
separación
de
las
costumbres
que
los
“degeneraban”
y
alejaban
de
la
vida
“moderna”.
Según
Escobar
(1967),
la
educación
adventista
se
orientaba
a
la
mayor
movilidad
social
del
indígena
“en
su
conversión
a
cholo
o
mestizo
y
hacia
la
vida
urbana
con
una
marcada
tendencia
nacionalista”
(66).
Desde
la
perspectiva
de
los
indigenistas,
la
alternativa
religiosa
de
los
protestantes
se
convertía
en
un
mal
menor
en
tanto
resultaba
útil
para
lograr
esta
influencia
cultural
y
civilizadora
que
ellos
también
anhelaban.
Incluso
personalidades
como
Valcárcel
(1928)
y
Encinas
(1915,
1932)
elogiaron
la
propuesta
educativa
del
protestantismo
con
relación
al
énfasis
que
se
les
daba
a
los
hábitos
de
higiene
y
al
desarrollo
de
la
sobriedad,
laboriosidad
y
disciplina
del
alumnado.
Por
otro
lado,
los
indigenistas
también
influyeron
en
los
misioneros,
sobre
todo
en
su
interés
por
conocer
de
cerca
la
realidad
indígena
y
en
las
acciones
que
tomaron
a
su
favor
respecto
del
abuso
y
la
explotación
por
parte
de
los
gamonales.
Esta
es
la
razón
por
la
cual
Fonseca
(2005)
argumenta
que
ambas
perspectivas
(protestantismo
e
indigenismo)
se
conjugaron
en
una
especie
de
“indigenismo
protestante”.
Ambas
compartían
una
versión
del
“mito
del
progreso”
que
concebía
la
educación
como
redentora
del
individuo
y
como
arma
concientizadora
para
luchar
en
contra
de
la
explotación
de
la
población
indígena
(Salomon
2004).
De
hecho,
Salomon
(2004)
señala
que
el
hilo
conductor
durante
medio
siglo
fue
el
diálogo
“a
veces
tenso”
entre
estas
misiones
extranjeras
(sobre
todo
norteamericanas)
y
los
educadores
regionales
liderados
por
José
Antonio
Encinas.
La
movida
intelectual
en
torno
al
Boletín
Titikaka
y
a
José
Antonio
Encinas
en
Puno
favoreció
el
desarrollo
de
iniciativas
educativas
para
la
población
indígena,
incluso
en
un
momento
en
el
que
la
misma
escuela
occidental
todavía
no
había
penetrado
en
las
áreas
rurales
del
altiplano.
Un
antecedente
importante
de
estas
iniciativas
puneñas
fue
la
“Escuela
particular
de
Indígenas
de
la
parcialidad
de
Platería”
que
fundó
el
maestro
adventista
Manuel
Z.
Camacho
en
1902
a
raíz
de
la
solicitud
de
los
comuneros
de
Utawilaya
y
que
articuló
los
intereses
del
protestantismo
y
del
indigenismo
de
la
época.
Se
trataba
de
una
escuela
adventista
donde
se
enseñaba
la
Biblia
y
la
religión
cristiana
pero
donde
también
se
abordaba
el
mundo
campesino
e
indígena
a
través
de
la
enseñanza
escolar.
Se
enseñaba
la
lectoescritura
en
castellano
y
la
aritmética,
y
se
capacitaba
en
técnicas
de
cultivos
y
de
higiene
(López
1988a).
La
escuela
fue
clausurada
por
los
gamonales
locales
que
acusaron
de
“herejes”
a
los
maestros
por
incitar
a
la
rebelión
indígena,
pero
con
el
apoyo
de
la
Asociación
Pro
indígena,
de
la
Misión
Adventista
y
de
intelectuales
indigenistas
como
Julián
Palacios
-‐
que
actuó
de
traductor
durante
el
conflicto-‐
Camacho
logró
reabrir
su
escuela
y
posteriormente
establecer
una
escuela
más
grande
en
Platería1
(López
1988a).
La
mayoría
de
intelectuales
del
indigenismo
y
seguidores
del
protestantismo
de
la
época
estaba
de
acuerdo
con
que
las
escuelas
conducidas
en
español
y
vinculadas
con
programas
urbanizados
no
daban
resultado
en
las
zonas
rurales
con
población
indígena.
Así,
muchos
empezaron
a
creer
que
la
instrucción
efectiva
sería
la
que
se
relacionara
con
la
vida
del
indio
y
tuviera
una
orientación
agrícola.
Es
sintomático,
por
ejemplo,
que
la
reunión
de
normalistas
en
Arequipa
en
1911
haya
recomendado,
entre
otras
cosas,
alterar
el
año
escolar
para
que
se
adaptara
al
calendario
agrícola
de
las
1
Las escuelas llegaron a 19 unidades en 1916.
comunidades
campesinas.
Sin
embargo,
aunque
la
mayoría
reconocía
que
la
escuela
debía
impartir
una
mejor
higiene,
un
buen
manejo
de
la
lengua
española
y
mejoras
en
las
técnicas
agrícolas,
hubo
muchos
debates
sobre
tipos
de
escuelas
y
reformas
específicas.
En
apariencia,
no
todos
los
pensadores
de
la
época
concebían
un
mismo
objetivo
educativo,
pues
mientras
que
los
seguidores
de
la
peruanidad
y
el
mestizaje
planteaban
de
manera
más
explícita
que
ésta
debía
servir
para
incorporar
al
indio
a
una
nación
peruana
homogénea
y
modernizante,
algunos
de
corte
más
indigenista
buscaban
que
la
educación
indígena
fortaleciera
la
cultura
ancestral
(sobre
todo
en
relación
al
vínculo
con
la
tierra).
Algunos
miembros
de
la
Asociación
Pro-‐Indígena
como
Joaquín
Capelo
pensaban
que
el
indio
debía
ser
educado
como
cualquier
individuo
y
no
con
una
educación
sui
géneris,
pues
asumía
que
“la
diferencia
de
raza
no
existe”
(1914).
Por
su
parte,
Modesto
Málaga,
también
miembro
de
la
Asociación
Pro-‐Indígena,
fue
quien
trató
el
tema
educativo
con
mayor
detenimiento.
En
1911
hacía
referencia
a
una
“raza
indígena”
con
“vicios
arraigados”,
“costumbres
salvajes”,
“odios
a
toda
innovación
progresista”
y
“amor
a
las
supersticiones
y
a
los
convencionalismos
ridículos
en
sus
relaciones
sociales”.
Para
él,
la
educación
tenía
como
fin
“desalojar
de
la
conciencia
del
indígena
todas
esas
costumbres,
atavismos
y
supersticiones
que
sirven
de
motores
de
su
voluntad”
(ver
artículo
reproducido
en
este
volumen).
Dos
décadas
más
tarde,
Palacios,
destacado
indigenista
puneño
y
profesor
normalista
y
lenguaraz
que
tuvo
mucha
influencia
sobre
el
pensamiento
educativo
de
esos
tiempos,
criticó
duramente
el
sistema
educativo
oficial
por
su
centralismo
y
por
su
deseo
de
imponer
un
mismo
tipo
de
educación
en
un
país
tan
culturalmente
heterogéneo
como
el
Perú,
y
propuso
una
educación
rural
en
armonía
con
el
medio
y
diseñada
sobre
la
base
de
las
necesidades
prácticas
de
los
educandos.
Sin
embargo,
no
deja
de
caer
en
contradicciones
que
eran
bastante
comunes
en
el
pensamiento
indigenista
de
esos
años
y
que
lo
acercan
a
la
postura
de
Málaga.
En
su
“Pedagogía
de
Mayku
Qqapa
y
Mama
Ojllu”
su
pensamiento
no
deja
de
mostrar
la
actitud
indigenista
de
la
época,
que
posiciona
al
indígena
como
una
“criatura
del
campo”
con
una
serie
de
características
que
lo
relacionan
con
las
esferas
productivas
primarias
y
que
lo
ubican
como
inferior
a
la
persona
de
la
ciudad:
“el
educando
indígena
y
mestizo
tiene
más
voluntad
que
inteligencia
i
más
aptitudes
manuales
que
verbales”
(Palacios
1929).
Su
“cancionero
para
niños
indios”
producido
en
1932
también
revela
un
sesgo
civilizatorio
que
coloca
la
redención
del
indio
en
el
libro
y
la
cultura
letrada
oficial
como
la
única
vía
para
acceder
a
la
legitimidad
como
ser
humano:
“Si
a
leer
aprendiera
y
si
escribir
pudiera
toda
dificultad
venciera,
entonces
hombre
me
sintiera;
libros
devorara,
papel
borroneara,
sabio
y
poderoso
fuera
y
a
mi
pueblo
educara”.
Algunas
partes
de
este
documento
han
sido
reproducidas
en
la
antología.
Palacios,
quien
publicitaba
sus
clases
de
quechua
y
aimara
por
correspondencia,
fue
muy
importante
en
la
discusión
sobre
la
problemática
de
la
lengua
instrumental
en
la
educación
que
surgió
en
Puno
en
esos
años
y
que
se
desarrolló
en
el
marco
de
la
reflexión
entre
Encinas
y
sus
discípulos.
De
hecho,
promover
la
enseñanza
de
las
lenguas
andinas
en
la
educación
constituía
para
la
época
toda
una
renovación
de
los
cánones
educativos
(Vich
2000).
En
este
contexto,
Chukiwanka
Ayulo
y
Julián
Palacios
elaboraron
en
1914
un
alfabeto
para
el
Quechua
y
el
Aymara
que
sería
funcional
a
la
instrumentalización
de
las
dos
lenguas
en
el
proceso
educativo.
Estos
fueron
apoyados
por
MacKnight,
un
protestante
norteamericano
que
actuaba
como
inspector
educativo
de
la
zona
y
que
planteó
la
posibilidad
de
usar
las
lenguas
indígenas
en
la
implementación
de
un
sistema
bilingüe
de
enseñanza
en
el
área
puneña
(MacKnight
1914).
Más
adelante,
a
final
de
la
década
de
1920
María
Asunción
Galindo,
profesora
de
aula
de
la
región
de
Puno,
aplicó
un
programa
bilingüe
en
la
Escuela
de
Experimentación
Educacional
de
Ojherani
y
elaboró
cartillas
de
lectura
y
escritura
inicial
para
los
niños
de
la
región
aimara
(1947).
Su
labor
fue
reconocida
por
el
Ministerio
de
Educación
y
ella
terminó
colaborando
con
las
Brigadas
de
Culturización
Indígena
que
se
desarrollaron
en
esa
década
y
que
comentaremos
en
el
siguiente
acápite.
A
pesar
de
que
había
conciencia
de
vincular
“el
hogar
con
la
escuela
sin
divorciarla
como
ocurre
con
el
castellano”,
se
trataba
de
un
programa
transicional
bastante
explícito:
“Que
el
idioma
castellano
debe
enseñarse
al
niño
utilizando
como
medio
su
lengua
nativa”;
“Que
se
debe
usar
el
alfabeto
castellano
en
la
didáctica
inicial,
para
después
introducir
las
combinaciones
y
duplicaciones
de
letras
para
dar
los
sonidos
peculiares,
ya
que
el
interés
nacional
actual
es
el
de
castellanizar
al
campesino”.
Su
método
para
enseñar
a
leer
y
escribir
en
aimara
(reproducido
en
la
antología)
tenía
como
fin
castellanizar
a
los
indios
pero
de
un
modo
amable
y
en
su
propio
ambiente.
Por
lo
tanto,
lo
que
se
buscaba
mediante
el
uso
de
las
lenguas
indígenas
en
la
educación
era
facilitar
y
acelerar
el
aprendizaje
del
español,
que
era
la
única
lengua
reconocida
como
oficial
y
“nacional”
en
el
Perú.
Según
Vich
(2000),
la
postura
indigenista
con
relación
a
este
tema
nunca
llegó
a
cuestionar
las
relaciones
coloniales
entre
el
español
y
las
lenguas
indígenas
ya
que
el
estatus
privilegiado
del
español
se
asumió
sin
ningún
tipo
de
cuestionamientos:
“No
se
alteró
la
percepción
generalizada
que
veía
al
español
como
la
única
lengua
posible
en
el
campo
de
la
cultura
letrada”
(Vich
2000).
Una
muestra
de
ello
es
que
en
una
revista
indigenista
como
el
Boletín
Titikaka
solo
se
incluyeron
seis
poemas
en
quechua.
A
pesar
de
que
algunas
de
estas
ideas
constituyen
planteamientos
bastante
novedosos
para
la
época
-‐pues
buscaban
acercar
la
escuela
a
la
vida
comunal
e
incluso
promover
la
lectoescritura
en
lenguas
indígenas-‐
no
se
llegaron
a
convertir
en
políticas
de
Estado.
Entre
1910
y
1920
algunos
senadores
puneños
presentaron
varios
proyectos
de
ley
que
apuntaban
a
la
introducción
de
las
lenguas
vernáculas
en
la
educación
pero
estos
no
tuvieron
éxito.
Además,
en
Puno,
los
gamonales
en
alianza
con
el
clero
católico
de
aquella
época
(y
en
oposición
a
la
alianza
indigenista
protestante)
se
opusieron
tenazmente
a
los
intentos
de
democratización
de
la
escuela
y
llegaron
incluso
a
incendiar
centros
educativos
y
a
asesinar
a
muchos
campesinos
promotores
de
que
la
educación
llegara
al
campo
(López
1988a).
Será
recién
en
la
década
de
1930
que
se
empezarán
a
utilizar
las
lenguas
indígenas
en
la
educación
como
parte
de
políticas
estatales.
A
diferencia
de
lo
que
ocurría
en
la
zona
andina,
la
enseñanza
en
las
primeras
escuelas
de
los
poblados
indígenas
amazónicos,
que
más
tarde
se
llamarían
comunidades
nativas,
fue
asumida
por
misioneros
católicos
y
adventistas,
y
solo
se
desarrolló
en
castellano.
Si
bien
las
primeras
escuelas
amazónicas,
al
igual
que
las
andinas,
fueron
parte
del
proyecto
civilizador
de
la
época
y
de
su
opción
por
“peruanizar”
a
los
indígenas,
es
posible
que
el
hecho
de
ser
conducidas
por
organizaciones
religiosas
hiciera
que
el
vínculo
entre
educación
y
evangelización
fuera
más
persistente
en
ellas.
Probablemente
las
primeras
escuelas
en
poblados
indígenas
amazónicos
fueron
las
de
Chirumbia
(1906)
y
Koribeni
(1918),
ambas
en
el
alto
Urubamba
y
a
cargo
de
los
dominicos.
En
esa
época
los
jesuitas
también
formaron
escuelas
asociadas
a
sus
misiones
en
el
alto
Marañón.
A
partir
de
la
década
de
1920,
la
misión
adventista
creó
algunas
escuelas
en
la
cuenca
del
río
Perené
con
el
fin
de
ofrecer
conocimientos
básicos
de
aritmética,
lengua,
higiene
y
religión
a
través
de
una
“evangelización
contextualizada”.
Al
inicio,
este
proceso
fue
dirigido
por
maestros
misioneros
puneños.
Posteriormente
también
participaron
docentes
del
pueblo
Ashaninka,
formados
en
las
estaciones
adventistas,
quienes
reproducían
lo
aprendido
en
lugares
de
difícil
acceso
(La
Serna
2009).
2.
El
Perú
entre
la
década
de
1930
y
1960:
La
expansión
civilizadora
y
castellanizante
Mientras
que
durante
el
oncenio
de
Leguía
el
Estado
se
quedaba
atrás
entre
las
entidades
que
propugnaban
la
educación,
a
partir
del
segundo
lustro
de
la
década
de
1930
se
desarrolló
la
“segunda
ofensiva
educativa”
(Contreras
2004)
y
la
educación
se
convirtió
en
la
principal
respuesta
al
tan
debatido
“problema
del
indio”.
Se
trató
de
una
etapa
de
reafirmación
hispánica
(Degregori
2000,
citando
a
Basadre)
que
tuvo
como
trasfondo
un
clima
mundial
de
ofensiva
conservadora
y
hasta
fascista.
Entre
1930
y
la
segunda
mitad
de
la
década
de
1950,
la
oligarquía
gobernó
a
través
del
ejército
con
Benavides
y
Odría,
aunque
hubo
un
lapso
democrático
de
nueve
años
con
el
primer
gobierno
de
Prado
(1939
y
1945)
y
el
régimen
liderado
por
Bustamante
y
Rivero
(1945
y
1948).
Los
gobiernos
militares
impusieron
una
política
liberal
en
el
plano
económico
y
políticas
públicas
educativas
que
pretendían
alcanzar
la
modernidad
de
forma
vertical
(ver
Zapata
en
esta
colección),
mientras
que
el
periodo
democrático
tuvo
un
impulso
indigenista,
gracias
en
parte
a
la
presencia
de
Encinas
como
director
de
la
comisión
de
Educación
en
el
congreso
de
la
república
y
de
Valcárcel
como
ministro
de
educación.
Aun
así,
es
posible
plantear
que
el
lapso
que
abarca
la
década
de
1930
y
principios
de
1960
constituye
la
época
de
auge
de
la
propuesta
de
modernización
centrada
en
la
escuela
(Portocarrero
1992)
en
el
marco
de
una
política
estatal
de
“integración
nacional”
más
explícita
(Degregori
1993).
Esta
propuesta
tuvo
en
su
base
la
teoría
de
la
modernización
que
dominó
el
discurso
sobre
el
desarrollo
a
lo
largo
de
estas
décadas.
Se
trataba
de
un
modelo
que
tenía
sus
raíces
en
el
evolucionismo
del
siglo
XIX.
La
diversidad
cultural
y
las
tradiciones
eran
percibidas
como
obstáculos
y
las
causas
del
subdesarrollo
se
asumían
como
intrínsecas
a
una
sociedad
atrasada.
Por
tanto,
la
teoría
de
la
modernización
se
caracterizaba
por
entender
el
desarrollo
como
un
proceso
homogenizador
u
“occidentalizador”,
no
solo
en
términos
económicos
y
políticos
sino
también
culturales.
El
antiguo
“problema
indígena”
se
replanteó
como
debate
sobre
el
desarrollo
y
sobre
los
problemas
que
el
Perú
enfrentaba
por
ser
un
país
“dual”,
con
sociedades
indígenas
supuestamente
arcaicas
que
constituían
la
causa
principal
del
subdesarrollo
(Degregori
y
Huber
2007).
De
acuerdo
al
censo
de
1940,
la
población
era
predominantemente
rural
(63.91%)
y
más
de
la
mitad
del
total
de
la
población
eran
hablantes
monolingües
de
lengua
indígena
o
bilingües
de
alguna
lengua
indígena
y
del
castellano.
Más
aún,
más
de
un
tercio
de
esta
gran
mitad
(34.99%)
eran
monolingües
de
lengua
indígena
que
desconocían
el
castellano.
Es
importante
tomar
en
cuenta
también
que
en
1940
el
64.85%
de
la
población
en
edad
escolar
no
concurría
a
la
escuela
y
el
57.61%
de
la
población
en
edad
post-‐escolar
(15
años
o
más)
estaba
sin
instrucción
y
probablemente
era
iletrada
(Pozzi-‐Escot
1988a).
Las
iniciativas
educativas
de
esta
época
buscaron
transformar
esta
sociedad
“dual”,
modernizando
y
castellanizando
al
grupo
culturalmente
minoritario
(aunque
mayoritario
en
términos
cuantitativos).
A
partir
del
Congreso
Indigenista
realizado
en
Patzcuaro
(México),
en
1940
se
impulsaron
las
Brigadas
de
Culturización
Indígena,
que
consistían
en
experimentos
de
castellanización
a
adultos
a
través
de
procesos
de
alfabetización
en
lengua
originaria
y
que
tuvieron
un
corte
tutelar
y
desarrollista
bastante
explícito.
Las
Brigadas
fueron
organizadas
e
implementadas
durante
el
gobierno
de
Benavides
y
estuvieron
a
cargo
de
la
Dirección
de
Asuntos
Indígenas
del
Ministerio
de
Salud
Pública,
Trabajo
y
Previsión
Social
de
aquella
época,
pero
no
tuvieron
reales
repercusiones
en
el
contexto
rural
a
causa
de
la
impopularidad
de
este
gobierno
en
el
país.
Para
las
Brigadas
también
se
elaboraron
volantes
y
cartillas
bilingües,
que
reflejaban
la
influencia
del
protestantismo
de
la
época.
Consistían,
sobre
todo,
en
textos
donde
se
recomendaban
hábitos
de
higiene
y
se
condenaba
el
consumo
de
la
coca
y
el
alcohol.
Las
cartillas
–algunas
de
las
cuales
se
han
reproducido
en
esta
antología
-‐
se
dirigían
al
indígena
de
manera
directa
y
lo
interpelaban
con
relación
a
sus
hábitos
de
vida:
“Aprenda
a
vivir
aseado
de
cuerpo,
vestidos
i
habitaciones,
para
no
contraer
sufrimientos
i
para
que
nadie
le
tenga
asco”.
Por
otro
lado,
algunas
cartillas
de
las
Brigadas
revelan
un
pensamiento
“incaista”
que
a
su
vez
mostraba
un
desprecio
por
el
indígena
de
la
época,
vale
decir,
una
ideología
de
“incas
sí,
indios
no”
(Méndez
1996)
que
caracterizó
a
algunas
vertientes
del
indigenismo
cuzqueño
de
las
primeras
décadas
del
siglo
XX
(de
la
Cadena
2004)
y
que
pervive
hasta
nuestros
días.
El
material
de
las
Brigadas
muestra
este
contraste
entre
la
admiración
que
generaba
la
producción
de
las
culturas
ancestrales
y
el
desprecio
por
el
indígena
contemporáneo.
Por
un
lado,
se
alababan
los
“vestigios”
por
los
cuales
el
indígena
debe
sentirse
“orgulloso”
de
su
“raza”
pero,
por
otro
lado,
se
ofrecían
consejos
al
indígena
para
que
éste
se
“civilizara”:
“El
Perú
entero
espera
tu
culturización
para
impulsar
su
engrandecimiento;
¡Despierta
indio!
Posees
fortaleza,
solo
te
falta
el
saber.
¡Civilízate!”.
Desde
esta
lógica,
se
le
recomendaba
insertarse
en
el
discurso
del
nacionalismo
respetando
la
bandera
y
el
escudo;
educar
a
sus
hijos;
corregir
su
pereza,
mentira,
calumnia
e
ingratitud
que
lo
hacen
despreciable;
y
renovar
sus
antiguas
costumbres
y
creencias.
Quedaba
claro
que,
“desde
el
Perú
criollo,
costeño
y
occidentalizado,
el
indígena
era
percibido
como
una
‘raza
degenerada’,
supuestamente
embrutecida
por
las
fiestas,
el
alcohol
y
la
coca”
(Portocarrero
1992).
El
supuesto
era
que
en
lo
andino
no
había
nada
de
valor
que
mereciera
ser
conservado.
El
uso
del
quechua
y
del
aimara
estaba
supeditado
a
la
transmisión
de
conocimientos
sobre
“cultura
cívica,
económica
rural,
higiénica
sanitaria
y
educacional,
consiguiendo
por
estos
medios,
llegar
a
la
comprensión
del
indio
i
despertar
su
consciencia
dormida,
estimulando
su
reincorporación
a
la
nacionalidad”
(Ministerio
de
Salud
Pública,
Trabajo
y
Previsión
Social
1940:
1).
Se
diseñó
un
alfabeto
quechua
sobre
la
base
del
elaborado
por
Chukiwanka
Ayulo
en
1914,
que
siguió
sufriendo
modificaciones
según
se
iba
adaptando
al
objetivo
castellanizador:
“En
el
presente
volante
la
Primera
Brigada
de
Culturización
ha
modificado
su
Alfabeto
Quechua-‐
Aimara,
de
acuerdo
con
las
exigencias
de
la
Metodología
de
la
lectura
i
escritura
del
Quechua
i
del
Aimara,
con
tendencia
a
facilitar
la
castellanización
del
aborigen”
(Ministerio
de
Educación
Pública,
1942).
A
pesar
de
que
se
reconocía
la
existencia
de
alfabetos
basados
en
“las
normas
filológicas
que
la
especulación
científica
nos
proporciona”
(Deza
1943),
se
recomendaba
el
uso
de
un
alfabeto
para
el
quechua
o
el
aimara
que
tuviera
la
mayor
cantidad
de
grafías
del
castellano.
Deza,
el
jefe
de
las
Brigadas,
lo
explicaba
de
la
siguiente
manera:
“Esta
transición
plantea
necesariamente
la
adopción
de
un
alfabeto
racional
que
contemple
los
intereses
nacionalistas,
antes
que
los
puramente
filológicos
y
científicos”
(Deza
1943).
Esta
posición
no
solo
muestra
nuevamente
una
clara
ideología
de
la
castellanización,
sino
también
una
representación
del
indígena
como
un
ser
inferior
que
es
incapaz
de
aprender
dos
sistemas
alfabéticos
distintos
sin
caer
en
serias
dificultades.
Por
lo
tanto,
los
alfabetos
en
lenguas
indígenas
no
se
elaboraban
con
fines
reivindicativos
o
de
desarrollo
de
las
lenguas
sino
por
una
necesidad
eminentemente
práctica
que
se
relacionaba
con
revertir
las
supuestas
dificultades
de
alfabetización
de
los
indígenas.
Los
argumentos
a
favor
de
la
primacía
educativa
se
desarrollaron
con
más
fuerza
a
partir
del
gobierno
de
Manuel
Prado
y
de
Bustamante
y
Rivero.
De
alguna
manera,
todos
los
ensayos
de
educación
bilingüe
antes
mencionados
habían
preparado
el
terreno
para
una
serie
de
iniciativas
estatales.
En
1945,
se
ejecutó
el
proyecto
de
los
Núcleos
Escolares
Campesinos
(NEC),
que
fue
impulsado
por
Luis
Valcárcel
como
Ministro
de
Educación
del
presidente
Bustamante
y
Rivero,
en
el
momento
en
el
que
el
indigenismo
intentaba
implementar
acciones
de
mejoría
de
los
servicios
estatales
de
atención
a
la
población
indígena
de
la
zona
andina,
y
que
además
contó
con
el
apoyo
de
José
María
Arguedas.
Hasta
entonces,
las
polémicas
y
el
debate
intelectual
indigenista
habían
tenido
poca
influencia
sobre
la
orientación
de
la
política
educativa
nacional.
Frente
al
fracaso
de
la
“escuela
urbana”
como
única
para
todo
el
país
(que
desarrolló
la
propuesta
civilista),
se
llegó
a
la
conclusión
de
que
la
escuela
“intelectualista”
que
sólo
enseñaba
a
leer,
escribir,
contar
y
rezar
era
inútil
para
las
comunidades
campesinas.
Valcárcel
(1954)
alude
a
que
“la
dura
experiencia
ha
aconsejado
un
cambio
radical:
escuela
práctica,
agropecuaria,
con
enseñanza
inicial
en
lengua
materna”.
El
impulso
que
se
le
dio
a
la
educación
rural
e
indígena
en
esa
época
también
se
demostró
con
la
apertura
de
la
Dirección
de
Educación
Rural
(como
una
rama
independiente
de
la
Dirección
de
Educación
Primaria
Común)
en
19502.
Esta
iniciativa
de
educación
rural
se
enmarcó
en
la
promulgación
de
la
Ley
Orgánica
de
Educación
Pública
(Nº
9359)
emitida
en
el
año
1941
durante
el
primer
gobierno
de
Prado,
en
la
que
la
educación
primaria
común
se
declaraba
como
obligatoria
y
gratuita
con
seis
años
de
duración.
Esta
ley
establecía
los
valores
de
peruanidad,
patriotismo,
moralidad
y
catolicismo
como
sustentos
de
la
educación
nacional.
Además,
de
los
25
artículos
que
comprende
su
capítulo
III
(reproducido
en
la
antología),
12
de
ellos
se
relacionan
con
la
población
indígena
–aunque
básicamente
andina-‐
lo
que
nuevamente
demuestra
la
importancia
que
se
le
intentó
dar
a
la
escuela
rural
en
el
país.
La
Ley
contemplaba
una
escuela
flexible
que
pudiera
adaptarse
a
los
diferentes
contextos,
pero
cuyo
fin
era
“el
aprendizaje
del
castellano,
de
los
hábitos
de
la
vida
civilizada,
de
la
agricultura
y
de
la
ganadería,
y
de
los
oficios
y
pequeñas
industrias
derivadas
de
estas”
(Art.
Nº
122).
Para
la
ley
de
1941
la
finalidad
de
la
escuela
fue
desarrollar
“una
intensa
labor
de
extensión
cultural
para
elevar
el
nivel
del
medio”
(art.
Nº131).
Desde
esta
lógica,
planteaba
la
necesidad
de
incorporar
al
“indígena”
a
la
“cultura”
a
través
del
impacto
que
pudiera
tener
la
escuela
en
el
medio
rural:
“En
las
bibliotecas
populares
se
darán
conferencias
y
cursillos
encaminados
a
mejorar
todos
los
aspectos
de
la
vida
local,
como
el
vestido,
la
vivienda,
la
alimentación,
los
métodos
de
trabajo,
la
higiene,
etc.”
(art.
Nº
133).
Por
esa
razón,
el
trabajo
a
realizarse
en
el
sector
educativo
debía
ser
complementado
con
iniciativas
desarrolladas
en
otros
sectores:
“El
indígena
será
incorporado
a
la
cultura,
no
solo
por
la
escuela
rural,
fija
o
ambulante,
sino
también
mediante
el
reparto
de
tierras
y
la
construcción
de
caminos”
(art.
Nº
129).
Sin
embargo,
para
los
indígenas
amazónicos
existía
un
artículo
específico
que
planteaba
su
incorporación
a
la
“civilización”
a
través
de
otras
estrategias:
“Los
indígenas
de
las
selvas
orientales
serán
incorporados
a
la
civilización
por
medio
de
escuelas
ambulantes
y
de
internados,
sujetos
a
planes
especiales
y
regidos
preferentemente
por
misioneros
católicos”
(art.
Nº
130).
Asimismo,
la
ley
colocaba
mucho
énfasis
en
la
educación
de
adultos
para
zonas
rurales
e
indígenas.
Esta
se
abordaría
a
través
de
las
Brigadas
de
Culturización
Indígena
que
ya
se
implementaban
desde
antes
en
la
zona
andina
y
que
tenían
como
finalidad
“proporcionar
a
los
adultos
elementos
apropiados
de
cultura,
en
su
propio
idioma
y
del
modo
más
objetivo
posible”
(art.
Nº
140).
En
este
marco,
la
enseñanza
en
las
lenguas
indígenas
solo
se
concebían
“como
medio
de
iniciación
en
la
cultura”
(art.
Nº
123)
para
lograr
“la
más
pronta
castellanización
del
aborigen”
(art.
Nº
124).
Se
trataba,
entonces,
de
una
ley
que
concebía
a
la
escuela
como
un
agente
civilizatorio
que
cumpliría
la
función
de
transformar
las
prácticas
culturales
indígenas
en
el
país3.
2
En la antología reproducimos extractos de un informe sobre los NEC de 1959 elaborado por un
funcionario del Ministerio de Educación de esa época.
3
Un miembro de la comisión que elaboró la Ley Orgánica de Educación Pública de 1941 fue Jiménez
Borja, catedrático, ex decano de la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y
asesor técnico del Ministerio de Educación de la época. Luego de haber examinado “a un número
suficiente de niños tanto bilingües como monoglotas”, llegó a la conclusión de que “el bilingüismo
produce retardo mental y hace descender el cociente de aprovechamiento escolar” (1950).
Un
antecedente
de
esta
iniciativa
fue
la
conferencia
que
se
celebró
en
el
año
1945
en
la
ciudad
de
Arequipa
con
los
Ministros
de
Educación
del
Perú
y
Bolivia
y
los
Directores
del
Servicio
Cooperativo
Interamericano
de
Educación,
establecido
en
ambos
países.
Ahí
se
llegó
a
la
conclusión
de
que
la
“la
educación
que
imparten
las
escuelas
rurales
debe
ser
fundamentalmente
de
carácter
agropecuario”
y
que
“la
influencia
de
la
escuela
rural
debe
extenderse
hasta
el
hogar
campesino
a
fin
de
conseguir
el
mejoramiento
de
todos
los
aspectos
de
su
vida”.
El
otro
antecedente
fue
la
conferencia
de
educadores
de
los
dos
países
y
de
algunos
técnicos
del
Servicio
Cooperativo
Inter-‐Americano,
que
se
realizó
en
diciembre
del
mismo
año
en
la
localidad
boliviana
de
Huarisata.
Ahí
también
se
llegó
a
conclusiones
similares:
“Elevar
la
vida
del
aborigen
hacia
un
nivel
superior,
poniendo
a
su
alcance
los
beneficios
de
la
civilización”,
“Enseñarle
las
prácticas
agropecuarias
que
le
permitan
una
mejor
explotación
de
la
naturaleza”
y
“Difundir
las
prácticas
higiénicas,
a
fin
de
preservar
la
salud
colectiva
y
fomentar
el
vigor
físico
y
espiritual
de
la
raza”.
Se
trataba
de
principios
que
guardaban
total
coherencia
con
la
ley
de
1941
comentada
más
arriba.
En
esta
coyuntura,
los
NEC
implicaron
una
nueva
estructura
de
las
escuelas
rurales,
que
consistía
en
el
establecimiento
de
una
Escuela
Central
o
Núcleo
alrededor
de
la
cual
giraban
quince
o
veinte
escuelas
seccionales
dependientes
de
aquella.
Más
allá
de
enseñar
lectura,
escritura
y
aritmética,
los
maestros
debían
tener
conocimientos
de
agricultura
y
ganadería,
crianza
de
animales
domésticos,
artes
e
industrias
hogareñas,
higiene
y
primeros
auxilios
(Díaz
Montenegro
1959),
aspectos
que
hacían
eco
de
la
línea
protestante.
Asimismo,
en
el
año
1946
se
consideró
que
el
mejor
método
para
enseñarle
al
niño
indígena
a
hablar
y
leer
en
castellano
era
hacerlo
primero
en
su
propio
idioma,
y
con
este
fin
se
elaboraron
cartillas
de
alfabetización
en
quechua
y
en
aimara.
No
obstante,
estas
cartillas
fueron
utilizadas
solo
en
la
fase
inicial
de
funcionamiento
de
los
núcleos,
pues
los
padres
de
familia
empezaron
a
desconfiar
del
método
y
rechazaron
la
iniciativa.
Por
eso,
se
recomendó
“emplear
la
lengua
nativa
solo
como
medio
transitorio
de
enseñarle
el
castellano,
prescindiendo
de
ella
tan
pronto
como
deje
de
ser
necesaria
para
hacerse
comprender
por
el
niño”
(Díaz
Montenegro
1959).
Desde
el
discurso
oficial,
las
escuelas
de
los
NEC
intentaban
ganar
ascendencia
sobre
la
comunidad
y
cultivar
el
“folklore
local”,
razón
por
la
cual
los
docentes
recibían
cursos
sobre
“las
relaciones
que
deben
existir
entre
la
escuela
y
la
comunidad”
(Díaz
Montenegro
1959).
Es
más,
se
creía
que
el
programa
fluía
de
las
necesidades
de
la
comunidad
y
que
les
permitiría
a
los
educandos
participar
en
la
solución
de
las
mismas.
Aunque
al
principio
del
programa
intelectuales
como
Valcárcel
contemplaron
el
efecto
liberador
de
la
educación
indígena
y
el
rescate
de
la
cultura
andina,
el
gobierno
de
Odría
le
otorgó
un
giro
civilizador
más
explícito,
que
revela
claramente
la
visión
que
el
Estado
tenía
de
las
poblaciones
indígenas
en
esa
época.
Por
lo
menos
a
nivel
de
los
textos
oficiales
de
la
década
de
1950
se
muestra
una
concepción
esencialista
de
este
Otro
al
que
le
hace
“falta”
una
serie
de
prácticas
para
convertirse
en
ciudadano
peruano,
pues
es
claramente
mirado
como
un
ser
inferior.
El
indígena
es
concebido
como
aquel
que
debe
“combatir
las
supersticiones
y
vicios
como
el
alcoholismo
y
el
coquismo”,
que
carece
de
“hábitos
de
cortesía”
y
“normas
de
buen
comportamiento”,
“que
desconfía
de
las
conquistas
del
progreso”,
que
es
“conservador
y
hostil
a
todo
cambio”,
entre
otras
muchas
características
(Díaz
Montenegro
1959)4.
Es
importante
señalar
que
el
ideal
de
una
educación
rural
que
tenía
como
fin
dejar
atrás
la
cultura
andina
(que
se
consideraba
inferior)
para
que
fuera
reemplazada
por
la
civilización
occidental
coexistía
con
discursos
alternativos
al
del
Perú
oficial.
Por
un
lado,
Valcárcel
mismo,
quien
fue
Ministro
de
Educación
cuando
se
empezaron
a
implementar
los
NEC,
desarrolló
ideas
que
no
coincidían
con
la
ideología
del
programa
-‐sobre
todo
en
su
versión
de
la
década
de
1950-‐
ni
con
el
pensamiento
de
la
época
sobre
el
poblador
indígena.
Su
crítica
a
la
función
civilizatoria
de
la
escuela
fue
bastante
clara:
“La
cultura
occidental,
por
acción
del
Estado,
mediante
su
órgano
la
escuela,
acude
con
su
equipo
técnico
y
su
acopio
científico
en
auxilio
del
campesino;
pero
éste
posee
una
cultura
tradicional,
no
está
desprovisto
de
un
ethos,
como
toda
persona
humana.
Se
niega,
de
esta
manera,
la
absurda
pretensión
de
quienes
intentan
tomar
al
indio
como
un
ente
infrahumano
y
modelarlo
a
su
propia
imagen
y
semejanza,
aunque,
claro
está,
sin
que
pueda
gozar
de
los
mismos
derechos”
(1954:
9).
Por
otro
lado,
Arguedas
hacía
referencia
al
“método
cultural”
(1986),
que
implicaba
alfabetizar
en
la
lengua
vernácula
y
rescatar
una
serie
de
prácticas
de
la
cultura
andina.
No
obstante,
en
ambos
casos,
el
propósito
de
la
educación
seguía
siendo
la
“integración”
a
la
nación
peruana,
pero
ya
no
a
partir
de
la
imposición
de
una
lengua
y
cultura
extraña
(Contreras
2004).
La
alfabetización
en
quechua
y
el
trabajo
con
la
cultura
local
era
una
cuestión
de
estrategia
y
de
eficacia
del
método,
pues
en
el
fondo
se
mantenía
el
discurso
del
progreso,
la
modernización
y
la
“integración”
nacional
(Contreras
2004).
Las
décadas
de
1950
y
1960
constituyeron
una
época
de
gran
efervescencia
social
en
la
cual
se
produjeron
luchas
campesinas
por
la
tierra,
que
era
cada
vez
más
escasa
para
una
población
dedicada
a
actividades
agropecuarias.
Hubo
un
gran
auge
del
movimiento
popular
y
estudiantil
en
las
ciudades
y
se
desarrollaron
acciones
guerrilleras
inspiradas
en
la
revolución
cubana.
A
lo
largo
de
la
década
de
1950
se
aceleraron
las
migraciones
internas
iniciadas
en
la
de
1920,
con
el
desarrollo
de
procesos
de
migración
masiva
de
la
sierra
hacia
la
costa
y
también
hacia
la
selva.
La
intensa
presencia
de
inmigrantes
andinos
en
Lima
tuvo
un
profundo
impacto
en
la
configuración
social
de
la
ciudad
y
en
las
tradiciones
culturales
de
los
estratos
populares
capitalinos
que
hasta
entonces
tenía
un
origen
mixto
con
un
gran
aporte
de
negros
y
mulatos
(Zapata
2003).
Las
trayectorias
que
siguieron
amplios
sectores
de
migrantes
andinos
en
las
ciudades
mostraron
los
límites
de
la
aculturación
y
el
proceso
de
redefinición
de
identidades
(Degregori
1993),
pues
éstos
optaron
por
utilizar
el
bagaje
cultural
de
sus
pueblos
de
origen
como
recursos
para
insertarse
en
las
urbes
tanto
económica
como
culturalmente.
Las
redes
de
cooperación
basadas
en
el
parentesco
y
el
paisanaje
y
las
4
A pesar de que diez años después de su iniciación el programa se había extendido a 66 núcleos y atendía
a 59,000 niños de la zona andina, tuvo que cerrar debido a la falta de un adecuado apoyo técnico y
financiero que limitó la posibilidad de supervisión y control de la experiencia. Como ha ocurrido con
otros tantos programas ejecutados en el Perú, el desarrollo del proyecto quedó condicionado al soporte
económico y administrativo del “Servicio Cooperativo Peruano Norte-Americano”, que, una vez que se
retiró del país, dejó a los NEC sin el impulso con el que contó en sus inicios.
fiestas
andinas
son
solo
un
ejemplo.
No
obstante,
la
lengua
originaria
y
el
vestido
tradicional
se
convirtieron
en
“índices”
de
indianidad
(De
la
Cadena
2004)
y
fueron
dejados
de
lado
para
evitar
la
estigmatización.
De
hecho,
estos
procesos
migratorios
y
mayores
contactos
entre
la
sociedad
andina
tradicional
y
la
moderna
representada
por
los
hispanohablantes
tuvo
como
consecuencia
una
gran
disminución
del
porcentaje
de
monolingües
de
lengua
vernácula,
que
bajó
a
19.53%
de
acuerdo
con
el
censo
de
1961
(en
comparación
con
la
cifra
de
34.99%
del
censo
de
1940).
A
pesar
de
esta
nueva
dinámica
que
se
iba
produciendo
en
la
sociedad
nacional,
el
grupo
socioeconómico
dominante
siguió
imponiendo
sus
intereses
a
través
de
un
modelo
rígido,
de
corte
autoritario
y
homogeneizante
que
rechazaba
adaptar
las
estructuras
sociales
y
políticas
a
la
nueva
realidad
nacional
pluricultural
que
se
estaba
gestando.
Si
bien
se
intentó
hacer
algunas
reformas
para
atenuar
las
demandas
de
una
población
cada
vez
más
organizada,
estas
se
distorsionaron,
debilitaron
o
desvanecieron
(Contreras
y
Cueto
2004).
Los
procesos
de
movilidad
y
cambio
que
se
estaban
gestando
requerían
de
una
nueva
forma
de
integración
de
las
clases
sociales
oprimidas
a
la
sociedad
puesto
que
el
orden
feudal
de
los
gamonales
ya
no
aseguraba
el
estatus
quo.
En
este
contexto
se
dio
una
fase
de
expansión
general
de
las
estructuras
del
Estado
(administrativas,
judiciales,
servicios)
hacia
las
áreas
rurales
del
país
y
se
crearon
nuevas
instituciones
y
centros
de
poder
regionales.
La
escuela
fue
uno
de
los
aparatos
estatales
que
se
expandió
con
mayor
velocidad.
Desde
un
modelo
desarrollista
que
planteaba
la
unidad
nacional
a
través
de
la
integración
de
las
zonas
atrasadas
y
feudales
a
la
modernidad
capitalista,
la
educación
fue
concebida
como
un
motor
de
cambio
social
(Morillo
s/f)
y
como
un
canal
de
ascenso
social
y
mejora
de
niveles
de
vida.
En
esta
época
se
difundió
la
escolarización
masiva,
y
la
escuela
se
convirtió
en
uno
de
los
instrumentos
fundamentales
para
la
concretización
de
la
política
lingüística
de
castellanización
forzada
de
la
población
indígena.
La
escuela
se
propagó
con
un
claro
objetivo
político
cultural:
la
homogeneización
e
integración
del
mosaico
de
diferentes
situaciones
étnico
culturales
al
modelo
dominante
vigente
en
el
país.
Surgió
un
discurso
sobre
la
importancia
de
que
el
maestro
fuera
un
actor
“apolítico”
y
promotor
de
los
cuatro
componentes
de
la
educación
nacional:
fe
religiosa
católica,
sentido
de
patria
y
unidad
nacional,
defensa
de
la
familia
y
afirmación
individual.
Este
último
principio
asociado
al
éxito
individual
marcaba
una
diferencia
entre
esta
visión
de
la
educación
y
la
que
caracterizaba
al
discurso
indigenista
(ver
Zapata
en
esta
colección).
Asimismo
se
criticó
la
enseñanza
en
lenguas
originarias
que
había
caracterizado
al
impulso
indigenista
de
la
década
de
1940
(Contreras
2004),
a
pesar
de
que
todavía
un
gran
porcentaje
de
la
población
era
monolingüe
de
una
lengua
indígena
(20%)
o
bilingüe
de
una
lengua
indígena
y
el
castellano
(20%)
(Pozzi-‐Escot
1988a).
Es
importante
mencionar
que
en
el
caso
peruano
el
reclamo
por
la
“integración
nacional”
y
por
una
escuela
que
contribuyera
a
ese
fin
vino
también
de
abajo.
Aunque
la
relación
de
la
población
indígena
con
la
escuela
ha
oscilado
entre
la
rebeldía
y
la
aceptación
acrítica
(Degregori
1991,
Ansión
1989,
Montoya
1990),
se
puede
señalar
que,
por
lo
general,
la
población
beneficiaria
apoyó
el
proyecto
criollo
asimilacionista.
Las
reivindicaciones
ciudadanas
primaron
por
sobre
las
reivindicaciones
étnico-‐
culturales
y
la
educación
se
asumió
desde
apuestas
democratizadoras
como
el
camino
de
la
emancipación
de
la
servidumbre.
En
este
contexto
se
firma
el
convenio
entre
el
Ministerio
de
Educación
y
el
Instituto
Lingüístico
de
Verano
(ILV),
una
institución
evangélica
norteamericana
dedicada
a
la
traducción
de
la
Biblia.
El
gobierno
le
encomendó
al
ILV
la
educación
de
la
población
indígena
de
la
Amazonía
y
el
desarrollo
de
otras
acciones
orientadas
a
promover
su
integración
a
la
sociedad
mayor.
Esta
iniciativa
formó
parte
de
un
conjunto
de
actividades
que
realizó
el
Estado
a
partir
de
la
década
de
1940
con
el
fin
de
retomar
la
integración
de
la
Amazonía
por
razones
de
orden
geopolítico
y
económico
(Barclay
1991).
Entre
estas
acciones
figuraba
el
incremento
de
inversiones
estatales
orientadas
a
la
construcción
de
carreteras
y
aeropuertos,
los
incentivos
a
la
prospección
petrolera
y
el
impulso
a
programas
de
colonización
en
diferentes
regiones
de
la
selva
alta
y
baja,
así
como
el
fomento
de
acciones
orientadas
a
promover
la
utilización
industrial
de
sus
recursos
naturales.
En
este
proceso
fueron
invadidos
los
territorios
de
los
pueblos
indígenas
asentados
en
las
zonas
de
expansión5.
Las
primeras
escuelas
bilingües
del
ILV
empezaron
a
funcionar
en
1953
bajo
el
amparo
de
la
Ley
Orgánica
de
Educación
Pública
No.
9359
de
1941
comentada
más
arriba.
La
labor
del
ILV
se
inscribía
en
una
corriente
imperante
en
la
época
que
consideraba
la
diversidad
étnica
como
un
lastre
y
la
educación
como
un
instrumento
para
facilitar
la
asimilación
de
los
indígenas
a
la
sociedad
mayor,
lo
que
era
totalmente
coherente
con
el
espíritu
civilizatorio
de
la
ley.
Esto
no
solo
significaba
desplazar
la
lengua
indígena
por
la
lengua
oficial
y
hegemónica
sino
también
promover
la
pérdida
de
sus
tradiciones,
estilos
de
vida
y
conocimientos
(Pozzi-‐Escot
1988a,
López
1988a,
Chiodi
1990).
Además,
el
ILV
tenía
la
misión
de
facilitar
la
incorporación
de
los
indígenas
amazónicos
a
la
economía
de
mercado,
como
lo
ilustra
el
extracto
del
texto
de
Townsend
incluido
en
la
antología.
En
el
caso
del
ILV
estas
acciones
vinieron
acompañadas
de
un
intenso
programa
de
evangelización
sustentado
en
el
siguiente
argumento:
las
tradiciones
y
culturas
indígenas
son
atrasadas
e
inadecuadas
frente
al
mundo
moderno
e
inevitablemente
sucumbirán
con
su
avance,
y
por
ello
es
importante
brindarles
la
base
moral
que
las
ayudará
a
elaborar
una
respuesta
ante
esta
nueva
situación.
Dicha
base
está
constituida
por
la
Biblia
(Loos,
et
al
1979:
49-‐441).
Como
toda
cultura
tiene
aspectos
que
conducen
al
bienestar
y
otros
que
llevan
al
detrimento
del
hombre
y
la
sociedad,
el
lingüista
debe
llevar
la
palabra
de
Dios
en
contra
de
ciertos
componentes
culturales,
estabilizar
otros,
y
cuando
sea
necesario
plantear
otros
equivalentes
(Ibíd.:
409).
En
esta
tarea
civilizadora
participarían
los
maestros
bilingües,
elegidos
entre
los
comuneros
ganados
al
evangelismo
y
“considerados
como
los
portadores
de
la
buena
nueva
de
Dios
y
los
verdaderos
apóstoles
de
la
civilización”
(Montoya
1990:
63).
5
Hasta 1957 los indígenas amazónicos no tenían ningún amparo legal sobre el territorio que ocupaban.
Ese año se promulgó el DS 03 que entrega 10 has., en calidad de reserva, a cada individuo mayor de 5
años. Este decreto no reconocía a los indígenas la propiedad sobre la tierra ni los derechos sobre los
bosques.
El
ILV
abordó
las
lenguas
indígenas
como
medios
para
el
aprendizaje
del
castellano
desde
la
perspectiva
del
modelo
de
educación
bilingüe
de
transición,
aunque
no
le
dio
mucha
prioridad
a
la
castellanización
de
los
indígenas.
Según
este
modelo,
la
alfabetización
de
los
niños
y
niñas
se
inicia
en
la
lengua
originaria
y,
durante
los
primeros
dos
grados
de
primaria,
se
transfieren
las
habilidades
lingüísticas
al
segundo
idioma.
Asimismo,
ignoró
el
cúmulo
de
conocimientos
desarrollados
por
los
diferentes
pueblos
indígenas
amazónicos
con
los
que
trabajó.
Si
bien
algunos
de
sus
textos
de
lectura
presentan
elementos
del
contexto
social
y
natural,
su
material
didáctico
está
básicamente
orientado
a
presentar
saberes
escolares.
Las
críticas
al
trabajo
del
ILV
recién
se
iniciaron
a
fines
de
la
década
de
1960,
en
el
marco
del
conjunto
de
cambios
que
empezó
a
vivir
el
país
como
producto
del
gobierno
de
Velasco
Alvarado
y
el
advenimiento
de
un
nuevo
discurso
de
valorización
de
la
pluralidad
cultural.
Hasta
entonces
el
trabajo
educativo
del
ILV
había
gozado
del
reconocimiento
de
renombrados
intelectuales
de
la
época,
incluso
de
aquellos
que
participaron
en
la
mesa
redonda
sobre
el
monolingüismo
quechua
y
aimara
en
su
relación
con
la
educación,
que
se
llevó
a
cabo
en
noviembre
de
1963
y
que
comentaremos
a
continuación.
Ese
año,
importantes
educadores,
lingüistas
y
antropólogos
discutieron
este
tema
en
una
mesa
redonda
que
duró
tres
sesiones
y
que
dirigió
José
María
Arguedas
en
Lima
como
director
de
la
Casa
de
la
Cultura6.
El
tema
del
monolingüismo
quechua
y
aimara
iba
de
la
mano
con
una
preocupación
que
se
reveló
en
todas
las
reuniones,
aunque
en
algunos
participantes
más
que
en
otros:
la
“fragmentación”
existente
en
el
país
y
el
hecho
de
que
cinco
millones
de
peruanos
no
estuvieran
“integrados
a
la
vida
nacional”.
Se
creía
que
lo
que
en
gran
parte
dificultaba
esta
anhelada
“unidad
nacional”
era
la
imposibilidad
de
comunicación
entre
los
peruanos
y
que
la
educación
debía,
por
tanto,
lograr
la
castellanización
y
contribuir
de
ese
modo
al
proyecto
modernizador
imperante
que
subyacía
a
todo
este
discurso.
Es
sintomático
entonces
que
la
mayoría
de
los
participantes
haya
mostrado
su
simpatía
por
el
proyecto
educativo
del
ILV.
Ahora
bien,
la
mayoría
de
los
participantes
estaba
de
acuerdo
con
que
se
utilizaran
las
lenguas
nativas
en
la
educación,
pues
en
aquella
época
ya
se
había
internalizado
la
idea
de
que
la
lengua
materna,
como
lengua
“afectiva”,
constituye
el
mejor
vehículo
para
la
conducción
del
aprendizaje.
Se
reconocía
la
necesidad
de
respetar
“la
personalidad
del
educando”,
como
un
principio
universalmente
aceptado
de
la
educación
moderna
(ver
extracto
reproducido
en
la
antología).
En
ese
sentido,
se
creía
que
la
utilización
de
las
lenguas
indígenas
contribuiría
a
que
“una
personalidad
plenamente
desarrollada
pueda
asimilar
la
cultura
nacional
y
pueda
comprender
el
sentido
de
la
nacionalidad”
(Mesa
redonda,
participación
de
Portugal
Catacora:
118).
Sin
embargo,
si
bien
había
cierto
consenso
sobre
esta
premisa,
se
desarrolló
un
debate
sobre
el
procedimiento
de
la
castellanización,
que
también
revelaba
diferentes
6
La mesa redonda consistió en tres reuniones que se iniciaron con una ponencia de un intelectual de la
época. La primera fue realizada por el lingüista Alberto Escobar; la segunda, por el antropólogo Jorge
Núñez del Prado; y la tercera, por el educador Emilio Barrantes. En este volumen reproducimos un
extracto de la discusión que se produjo luego de la exposición de Barrantes en la tercera sesión.
posturas
con
relación
a
los
fines
de
la
educación
y
al
desarrollo
del
país.
Mientras
que
la
mayoría
de
participantes,
como
Núñez
del
Prado,
planteaba
que
la
escritura
del
quechua
o
del
aimara
solo
podía
servir
para
enseñar
el
castellano
de
modo
más
eficiente,
una
minoría
(dentro
de
la
que
se
encontraba
Alberto
Escobar)
optaba
por
una
política
a
favor
del
desarrollo
del
quechua
como
lengua
oral
y
escrita.
Un
antropólogo
extranjero
como
Murra
incluso
propuso
que
la
integración
no
debía
obedecer
a
un
proceso
unilateral
y
mencionó
la
necesidad
de
obligar
a
los
funcionarios
públicos
a
hablar
los
dos
idiomas.
Este
debate
se
ilustra
en
el
extracto
que
hemos
reproducido
en
la
antología.
No
obstante,
aunque
por
momentos
varios
declararon
que
la
castellanización
no
debía
significar
la
cesación
del
uso
del
quechua
y
la
renuncia
a
la
cultura
ancestral,
el
discurso
dominante
obedecía
a
un
anhelo
de
castellanización,
que
a
su
vez
estaba
al
servicio
del
proyecto
modernizador
de
la
época.
Había
que
luchar
contra
las
supersticiones
del
mundo
indígena
y
optar
por
“el
tratamiento
científico
de
los
asuntos”
(Mesa
redonda,
1963).
El
ideal
castellanizador
lo
ratificó
el
mismo
Arguedas
en
las
conclusiones
de
la
mesa:
“Hemos
llegado
al
convencimiento
de
que
se
debe
alfabetizar
en
quechua,
para
poder
llegar
rápida
y
eficazmente
al
castellano”.
En
parte
gracias
a
las
recomendaciones
surgidas
en
la
mesa
redonda
de
1963,
a
mediados
de
la
década
de
1960
se
concibió
un
programa
de
educación
bilingüe
como
parte
del
Plan
de
Fomento
Lingüístico
y
luego
del
Centro
de
Investigación
de
Lingüística
Aplicada
de
la
Universidad
Nacional
Mayor
de
San
Marcos7,
en
el
que
se
introdujo
formalmente
el
quechua
como
instrumento
de
educación.
Se
trataba
del
primer
programa
serio
con
elaboración
teórica,
realizado
por
la
Universidad
Nacional
Mayor
de
San
Marcos
en
convenio
con
la
Universidad
de
Cornell
y
financiado
por
la
Fundación
Ford.
El
programa
empezó
a
funcionar
en
1964
con
carácter
experimental
en
la
Escuela
Central
del
Núcleo
Escolar
Campesino
Número
34
de
Quinua
(tanto
en
aulas
experimentales
como
de
control),
donde
el
porcentaje
de
quechua
hablantes
era
de
93.65%
según
el
censo
de
1961,
y
pasó
por
diferentes
fases
hasta
culminar
en
1985
debido
a
la
guerra
interna
en
Ayacucho.
En
1965
se
consiguió
la
oficialización
del
Programa
mediante
la
Resolución
Ministerial
Número
4935.
A
diferencia
de
experiencias
anteriores,
en
este
programa
se
hizo
por
primera
vez
la
distinción
entre
el
aprendizaje
de
la
lengua
materna
y
de
una
segunda
lengua,
se
asumió
que
el
niño
no
podía
empezar
con
la
lectoescritura
en
castellano
si
antes
no
adquiría
el
castellano
a
nivel
oral,
se
habló
de
la
transferencia
de
las
habilidades
adquiridas
en
quechua
a
las
habilidades
adquiridas
en
castellano,
se
distinguió
la
enseñanza
del
quechua
como
objeto
de
estudio
y
la
enseñanza
en
quechua
como
lengua
instrumental,
y
se
priorizó
la
enseñanza
de
la
pronunciación
porque
se
consideraba
fundamental
eliminar
una
de
las
causas
del
discrimen
social.
Sin
embargo,
a
pesar
de
estos
postulados
novedosos
para
la
época,
el
programa
tuvo
que
pasar
por
varios
cambios,
en
parte
porque
las
comunidades
y
los
padres
de
familia
expresaron
su
7
A lo largo de su historia el CILA ha producido importantes trabajos sobre lingüística andina, lingüística
amazónica, lingüística hispánica y lingüística aplicada. En este último campo destaca su participación,
desde 1997, en el proyecto PROEIB Andes orientado a apoyar la consolidación y desarrollo de la EIB en
Latinoamérica, a través de la formación de recursos humanos.
descontento
hacia
la
alfabetización
en
quechua
y
hacia
su
uso
oral
en
el
aula
en
una
asamblea
en
1968.
A
partir
de
este
hecho,
la
metodología
inicial
no
pudo
mantenerse
por
mucho
tiempo
y
se
empezó
a
alfabetizar
simultáneamente
en
quechua
y
en
castellano
con
especial
énfasis
en
castellano8.
El
programa
pasó
por
varias
fases
y
también
por
varias
concepciones
de
la
educación
bilingüe.
Así,
mientras
que
en
sus
orígenes
se
contemplaba
como
“un
proyecto
de
alfabetización
y
castellanización
en
la
zona
de
Ayacucho”
(Escobar
1966),
más
adelante
se
planteó
como
una
propuesta
de
mantenimiento,
en
el
que
los
niños
se
benefician
con
el
aprendizaje
del
castellano
y
al
mismo
tiempo
“mantienen
y
desarrollan
la
lengua
materna”
(Zúñiga
1991).
No
obstante,
se
trataba
claramente
de
un
programa
que
se
focalizaba
en
lo
lingüístico
en
desmedro
de
la
problemática
cultural.
De
hecho,
el
objetivo
general
del
programa
era
“contribuir
al
logro
de
los
objetivos
de
las
diferentes
líneas
educativas
del
currículo
correspondiente
al
primer
ciclo
de
Educación
Básica
Regular
en
zonas
de
habla
quechua”
(Zúñiga
1991).
Es
decir,
aunque
el
quechua
recibía
un
tratamiento
especial
dentro
de
la
línea
de
lenguaje,
su
uso
estaba
al
servicio
del
desarrollo
de
las
líneas
educativas
tradicionales.
Más
aún,
en
el
programa
se
asumía
que
el
mantenimiento
de
la
comunicación
en
quechua
en
la
escuela
era
el
medio
para
propiciar
el
uso
de
esa
lengua
en
diversos
ámbitos
(Zúñiga
1991,
Zúñiga,
Lozada
y
Cano
1977),
cuando
en
realidad
la
experiencia
nos
ha
mostrado
que
el
uso
de
las
lenguas
originarias
únicamente
en
el
ámbito
escolar
no
favorece
su
revitalización
a
nivel
de
la
sociedad
(Hornberger
1989,
Hornberger
y
King
1996).
Así,
se
pensaba
que
la
educación
bilingüe
–y
la
creación
de
léxico
quechua
por
ejemplo-‐
iba
a
contribuir
a
“un
incremento
de
la
población
de
habla
bilingüe”
y
a
“una
igual
valoración
de
las
lenguas
que
conviven
en
un
mismo
marco
geopolítico
y
social”
(Zúñiga
1991).
No
hubo
una
reflexión
de
cómo
articular
el
uso
de
la
lengua
originaria
en
la
escuela
con
una
política
de
uso
de
lenguas
fuera
de
la
escuela,
tema
que
sí
surgió
durante
el
gobierno
de
Velasco
Alvarado
pero
que
luego
se
olvidó
en
los
gobiernos
posteriores.
3.
La
década
de
1970
como
punto
de
quiebre:
la
apuesta
educativa
para
una
realidad
multilingüe
y
pluricultural
Como
lo
señala
Pozzi-‐Escot,
“la
década
del
70
es
una
de
las
más
trascendentales
en
términos
del
desarrollo
conceptual
de
la
educación
para
las
poblaciones
vernáculo-‐
hablantes
del
país”
(1988b:
55).
Por
primera
vez
en
la
historia
del
Perú
se
empezó
a
pensar
en
una
educación
que
respetara
la
diversidad
lingüística
y
cultural,
aunque
estos
8
Al inicio, se trabajó con tres grupos, dos experimentales (A y B) y uno de control que seguía el sistema
tradicional. El grupo A trabajaba el castellano oral durante el primer trimestre y luego empezaba con la
alfabetización en castellano. El grupo B recibía castellanización oral durante todo el año mientras se lo
alfabetizaba en quechua. La lengua del aula era el quechua para ambos grupos. En el segundo año de
escolaridad, el grupo A seguía con el castellano oral y la lectoescritura en castellano, mientras que el
grupo B pasaba a la alfabetización en castellano. Los resultados finales de las pruebas tomadas a los
alumnos de las dos secciones mostraron que la sección que había sido alfabetizada en castellano tuvo un
promedio general de la prueba oral y de la prueba escrita ligeramente superior al de la sección que había
sido alfabetizada en quechua durante el primer año. Sin embargo, hay que considerar que estos resultados
estuvieron mediados por una serie de factores distorsionantes que hacían que las secciones no fueran
equiparables con relación a una serie de variables (Pozzi-Escot 1988).
nuevos
aires
se
asentaron
sobre
viejas
concepciones
que
resistieron
algunas
de
estas
propuestas
innovadoras,
provocando
muchas
contradicciones
en
el
discurso
oficial
de
la
época.
Se
trató
de
la
tercera
ofensiva
educativa.
La
reforma
educativa
fue
un
producto
de
la
alianza
entre
los
militares
y
un
grupo
de
intelectuales
progresistas
que
respaldaron
el
régimen
del
gobierno
revolucionario
de
las
fuerzas
armadas,
entre
los
cuales
se
encontraban
personalidades
que
estuvieron
presentes
en
la
mesa
redonda
que
dirigió
Arguedas
en
1963
(como
Augusto
Salazar
Bondy
y
Emilio
Barrantes).
Esta
reforma
fue
parte
de
un
paquete
de
reformas
que
pretendía
provocar
cambios
estructurales
en
el
país.
La
más
importante
fue
la
reforma
agraria,
que
logró
desestabilizar
la
base
económica
de
la
oligarquía
y
el
gamonalismo.
Se
trató
de
una
época
en
la
que
se
dejó
de
pensar
en
la
educación
como
el
único
medio
para
la
“redención
del
indio”.
La
reforma
agraria
aparecía
como
la
nueva
promesa
redentora
y
el
“problema
del
indio”
ya
no
era
solo
un
problema
educativo
sino
también
un
problema
económico,
tal
como
lo
había
postulado
Mariátegui
décadas
antes.
Según
la
comisión
de
Reforma
de
la
Educación
(1970),
la
reforma
agraria
y
la
educativa
estaban
estrechamente
vinculadas.
Los
cinco
departamentos
de
la
sierra
sur,
conocidos
como
la
mancha
indígena,
fueron
declarados
“zona
prioritaria”
para
la
aplicación
de
la
reforma
educativa
en
base
a
razones
de
justicia
social,
“para
apoyar
a
la
reforma
agraria
dentro
del
esquema
de
cambios
estructurales”
(1970).
Así
entonces,
la
legitimación
de
una
lengua
indígena
como
el
quechua
iba
de
la
mano
de
la
preocupación
por
la
situación
socioeconómica
de
marginación
de
los
indígenas.
Se
buscaba
convertir
al
indígena
en
ciudadano,
lo
cual
significaba
alterar
las
relaciones
de
producción
del
campo,
quebrar
su
exclusión
del
discurso
histórico-‐cultural
oficial
y
darle
acceso
a
la
vida
política
con
la
extensión
del
voto
a
los
analfabetos
(Martín
Sánchez
2002).
Esta
visión,
como
veremos,
cuestionaba
las
relaciones
de
poder
en
la
dimensión
económica
pero
no
llegaba
a
problematizar
de
manera
suficiente
la
dimensión
cultural.
La
década
de
1970
estuvo
influida
por
la
Teoría
de
la
Dependencia,
que
criticó
las
políticas
de
desarrollo
inspiradas
en
la
Teoría
de
la
Modernización.
Esta
nueva
perspectiva
asumía
que
el
desarrollo
de
los
países
del
centro
y
el
subdesarrollo
de
los
países
periféricos
eran
dos
caras
de
la
misma
moneda
dentro
de
un
“sistema
capitalista
mundial”
y
que
el
responsable
del
subdesarrollo
era
la
dependencia
de
los
países
subdesarrollados
con
respecto
a
los
países
centrales
(Degregori
y
Huber
2007).
Por
lo
tanto,
a
diferencia
de
la
perspectiva
modernizadora
de
las
anteriores
décadas,
esta
teoría
planteaba
que
el
subdesarrollo
tenía
sus
orígenes
en
las
relaciones
de
dominación
y
explotación
que
caracterizaban
la
expansión
del
capitalismo
y
que
las
causas
del
subdesarrollo
no
eran
intrínsecas
a
una
sociedad
(Degregori
y
Huber
2007).
Tanto
la
Ley
General
de
Educación
19326
como
la
Política
de
Educación
Bilingüe
constituyeron
documentos
sumamente
vanguardistas
para
la
época.
En
primer
lugar,
se
señalaba
la
necesidad
de
contar
con
una
educación
que
respetara
la
realidad
multilingüe
y
pluricultural
del
país.
El
uso
de
las
lenguas
indígenas
en
la
educación
ya
no
estaba
al
servicio
del
proyecto
castellanizador,
al
menos
no
de
manera
explícita.
Al
respecto,
el
artículo
12
de
la
Ley
planteaba:
“La
educación
considerará
en
todas
sus
acciones
la
existencia
en
el
país
de
diversas
lenguas
que
son
medios
de
comunicación
y
expresión
de
cultura,
y
velará
por
su
preservación
y
desarrollo.
La
castellanización
de
toda
la
población
se
hará
respetando
la
personalidad
cultural
de
los
diversos
grupos
que
conforman
la
sociedad
nacional
y
utilizando
sus
lenguas
como
vehículo
de
educación”.
En
segundo
lugar,
se
mantenía
el
vínculo
entre
el
cambio
educativo
y
el
socioeconómico,
que
precisamente
asumía
el
pensamiento
de
Freire.
Este
aspecto
se
puede
observar
claramente
en
la
Política
de
Educación
Bilingüe.
En
el
apartado
de
Lineamientos
de
Política
–que
se
reproduce
en
la
antología-‐
se
señala
que
“la
alfabetización
y
la
castellanización,
entendida
como
un
proceso
pedagógico
al
margen
del
enfoque
socio-‐económico,
son
improductivas
e
indeseables”.
Más
aún,
como
primer
objetivo
de
la
educación
bilingüe
–que
también
se
reproduce
en
la
antología-‐
se
proponía
lo
siguiente:
“Propiciar
en
las
comunidades
de
lenguas
vernáculas,
la
9
La alfabetización fue una acción prioritaria del gobierno de Velasco. Para una mirada crítica del
Proyecto de Alfabetización Integral (ALFIN) ver Zavala (2004).
interpretación
crítica
de
su
realidad
socio-‐económica
para
su
participación
espontánea,
creadora
y
consciente
en
el
proceso
de
cambio
estructural
orientado
hacia
la
eliminación
de
los
mecanismos
de
dependencia
y
dominación”.
En
tercer
lugar,
se
contempló
el
aprendizaje
de
las
lenguas
vernáculas
como
segundas
lenguas.
Así
por
ejemplo,
en
el
Reglamento
de
Educación
Bilingüe
se
dictaminó
que
“Los
programas
de
formación
magisterial
incluirán
obligatoriamente
en
sus
currícula
la
enseñanza
de
una
o
más
lenguas
vernáculas
con
metodología
de
segunda
lengua”
(artículo
16).
Sin
embargo,
en
todo
este
marco
legal
de
la
reforma
se
revelan
muchas
tensiones.
Según
Pozzi-‐Escot
(1988b),
existe
una
tensión
entre
la
“preservación
y
desarrollo”
de
las
lenguas
vernáculas
y
el
carácter
más
transicional
de
la
propuesta.
Mientras
que
la
Ley
y
la
Política
de
Educación
Bilingüe
proponían
lo
primero,
el
Reglamento
de
Educación
Bilingüe
sostenía
que
“El
castellano
y
la
lengua
vernácula
serán
las
lenguas
instrumentales
para
la
educación
en
el
primer
ciclo
de
Nivel
Básico”.
Como
señala
esta
autora,
el
marco
legal
revela
un
problema
de
indecisión
y
ambigüedad
“que
está
en
el
fondo”
y
que
se
traduce
en
la
pregunta
“¿hasta
dónde
y
hasta
cuándo
la
educación
bilingüe?”,
pues
a
pesar
de
que
existió
un
discurso
a
favor
del
desarrollo
de
las
lenguas
indígenas,
el
concepto
de
educación
bilingüe
que
primó
fue
el
de
transición.
Más
aún,
según
la
misma
autora,
entre
los
primeros
documentos
y
los
últimos
“hay
una
pérdida
de
la
perspectiva
global
de
la
educación
como
variable
dependiente,
inserta
en
una
concepción
del
desarrollo
entendido
como
cambio
estructural
dirigido
a
la
creación
de
un
nuevo
orden
socio-‐económico”
(Pozzi-‐Escot
1988b:
59).
Es
importante
señalar
que
los
planes
presentados
en
el
Reglamento
de
Educación
Bilingüe
casi
no
se
cumplieron
y
que
solamente
continuaron
activamente
los
proyectos
que
habían
preexistido
desde
antes
(Kim
2008).
Ahora
bien,
lo
más
audaz
del
gobierno
de
Velasco
fue
quizás
el
Decreto
Ley
21156
de
Oficialización
del
Quechua,
emitido
en
1975,
en
el
que
esta
lengua
fue
reconocida
como
idioma
oficial
del
Perú
junto
al
castellano.
La
ley
estipulaba
que
a
partir
de
1976
el
quechua
debía
ser
enseñado
en
todos
los
niveles
de
educación
(lo
cual
incluía
poblaciones
monolingües
del
castellano)
y
que
algunos
de
los
ministerios
serían
los
encargados
de
ejecutar
la
tarea.
Ese
mismo
año
también
se
emitió
la
Resolución
Ministerial
4023,
mediante
la
cual
se
aprobaba
el
Alfabeto
Básico
General
del
Quechua
y
su
adecuación
a
cinco
variedades.
Sin
embargo,
a
diferencia
de
los
otros
documentos
legales
mencionados,
esta
Ley
de
Oficialización
fue
promulgada
muy
tarde
y
el
giro
que
se
produjo
en
la
política
interna
del
país
interrumpió
la
reforma.
No
se
llegó
a
implementar
una
política
sistemática
para
usar
y
desarrollar
las
lenguas
originarias
en
el
país.
Más
allá
de
la
publicación
de
las
gramáticas
y
diccionarios
de
todas
las
variedades
del
quechua
por
el
Ministerio
de
Educación,
en
convenio
con
el
Instituto
de
Estudios
Peruanos,
los
esfuerzos
para
usar
el
quechua
en
los
medios
de
comunicación
y
en
otros
espacios
oficiales
fueron
sumamente
aislados10.
La
promulgación
tardía
de
la
ley
se
debió,
en
parte,
a
que
muchos
dirigentes
políticos
-‐e
incluso
muchos
intelectuales
que
estaban
a
favor
de
la
educación
bilingüe-‐
se
10
Entre las acciones que se llevaron a cabo en quechua estuvo el curso de quechua en el canal 7, una
sección del noticiero, una sección muy pequeña del periódico La Crónica y cursos de quechua impartidos
por el Ministerio de Agricultura.
opusieron
y
ejercieron
resistencia.
Estaba
claro
que,
a
diferencia
de
las
otras
políticas,
este
Decreto
Ley
sí
interpelaba
la
concepción
de
un
país
homogéneo
y
mestizo.
A
pesar
de
que
en
el
entorno
más
cercano
de
Velasco
sí
parecía
haber
convicción
política
con
relación
a
las
medidas
tomadas,
en
general,
la
dirigencia
política
no
estaba
convencida.
Más
aún,
la
convicción
más
fuerte
estuvo
en
un
sector
de
académicos
asentados
en
Lima,
quienes
lograron
la
aprobación
de
las
leyes
comentadas
más
arriba
pues
abogaban
en
beneficio
de
la
población
indígena
(Zúñiga
y
Gálvez
2002).
Una
vez
que
se
derrocó
al
gobierno
de
Velasco
y
subió
Morales
Bermúdez
no
se
dio
continuidad
a
estas
medidas,
muchas
de
las
cuales
habían
sido
tomadas
“desde
arriba
hacia
abajo”
(López
2008a)
y
no
habían
sido
interiorizadas
por
la
población
beneficiaria.
El
discurso
en
torno
a
la
cancelación
de
la
marginalidad
de
los
grupos
vernáculo
hablantes
y
del
discrimen
social
hacia
ellos
se
enmarcaba
en
una
retórica
neoindigenista
que
confluía
en
un
nuevo
nacionalismo
(Heise
y
Degregori
1977).
Este
nacionalismo
se
enfocaba
en
la
defensa
de
la
soberanía
y
dignidad
nacionales,
en
un
discurso
antiimperialista
y
en
la
integración
de
los
peruanos
con
la
conciencia
de
lo
“nacional”.
Precisamente
fue
a
partir
de
esta
ideología
nacionalista
–y
del
rechazo
a
las
“invasiones
culturales”-‐
que
recién
se
empezó
a
cuestionar
el
trabajo
del
ILV.
Sin
embargo,
lo
“nacional”
presentaba
ambigüedades.
Por
un
lado,
se
revalorizaron
los
elementos
culturales
enraizados
en
la
población
rural,
que
fueron
tomados
como
los
rasgos
auténticos
de
la
nacionalidad
peruana.
Pero
por
otro
lado,
líderes
de
la
reforma
como
Salazar
Bondy
hacían
referencia
a
la
importancia
de
conectar
la
educación
con
“la
peruanidad”.
Esta
“peruanidad”
consistía
en
una
síntesis
integradora
de
todos
los
componentes
de
la
nación
sin
privilegiar
ninguno
y
permitiría
a
los
peruanos
ser
modernos
y
occidentales
pero
con
una
identidad
propia.
Esto
se
diferencia
claramente
de
las
corrientes
de
la
“pluriculturalidad”,
la
“interculturalidad”
y
la
“multiculturalidad”
que
están
más
en
boga
en
nuestros
tiempos
y
que
–a
pesar
de
las
diferencias
entre
ellas-‐
abogan
por
la
convivencia
armónica
de
diversas
culturas
(ver
Oliart
en
la
presente
colección).
Este
nacionalismo
–que
tuvo
claros
rasgos
autoritarios
y
paternalistas-‐
también
dejaba
entrever
una
perspectiva
eurocéntrica
de
la
educación.
Según
el
mencionado
texto
de
Oliart,
la
relación
con
las
culturas
indígenas
es
ambigua
en
el
texto
del
Informe
General
de
1970,
pues
hay
cierta
tensión
entre
el
discurso
nacionalista
y
la
convicción
acerca
de
la
importancia
de
hacer
del
Perú
un
país
moderno
y
cosmopolita,
que
implicaba
liberar
a
los
indígenas
peruanos
de
“sus
visiones
mágicas
e
ingenuas”
(Ministerio
de
Educación,
1970:
101).
Asimismo,
la
reforma
priorizó
la
alfabetización
para
“arrancar
de
la
ignorancia
a
los
hermanos
del
campo”11
e
integrarlos
a
la
corriente
dominante
del
país.
La
asociación
entre
el
analfabeto
y
los
hablantes
de
lenguas
originarias
desde
una
perspectiva
de
problema
y
atraso
estaba
clara:
“el
problema
del
analfabetismo
en
su
inseparable
relación
con
el
problema
que
plantea
la
existencia
de
millones
de
peruanos
aimara
y
quechua
parlantes”
(Ministerio
de
Educación
1970).
11
“Joven campesino dirige equipo alfabetizador”. La Crónica, 10 de mayo de 1976 (en Zavala 2004).
Pero
más
allá
de
estos
atisbos
desarrollistas
en
el
discurso,
también
hubo
cierto
chauvinismo
cultural
que
produjo
algunas
contradicciones
y
que
se
fundaba
en
la
prédica
nacionalista
antiimperialista.
Así,
mientras
que
por
primera
vez
en
la
historia
el
Estado
apoyó
las
manifestaciones
artísticas
del
interior
del
país
(como
ferias
agropecuarias,
presentaciones
folclóricas,
el
evento
del
Inkarri,
etc.),
se
censuró
aquello
que
se
consideraba
“alienante”,
como
fue
el
caso
de
la
música
rock
en
la
radio
y
la
televisión,
con
el
objetivo
de
detener
la
“penetración
cultural”
del
país
del
norte,
pero
sin
reflexionar
sobre
el
hecho
de
que
algunos
tipos
de
rock
jugaban
un
rol
importante
en
criticar
el
sistema
económico
dominante
(ver
Oliart
en
esta
colección).
Aunque
somos
conscientes
de
que
en
la
reforma
había
diferentes
sectores
y
que
además
ésta
pasó
por
diferentes
fases,
lo
comentado
entraba
en
contradicción
con
el
rasgo
liberador
de
la
misma,
con
la
política
de
revalorización
cultural
que
supuestamente
formaba
parte
de
ésta
y
con
el
discurso
de
una
“democracia
social
de
participación
plena”.
Estaba
claro
que
el
discurso
en
torno
a
la
desigualdad
económica
opacaba
una
reflexión
sobre
las
relaciones
de
poder
en
el
plano
cultural.
Según
Degregori
y
Huber
(2007),
a
pesar
de
representar
posiciones
políticas
contrapuestas,
la
teoría
de
la
modernización,
la
teoría
de
la
dependencia
y
el
marxismo
duro
y
dogmático
que
se
expandió
después
en
las
universidades
del
país
con
el
desarrollo
de
Sendero
Luminoso
estaban
basados
en
la
misma
racionalidad
epistemológica.
Todos
compartían
una
visión
evolucionista,
que
suponía
el
progreso
de
un
Estado
inferior
hacia
otro
superior,
e
ignoraban
casi
por
completo
los
aspectos
culturales.
A
pesar
de
estas
contradicciones,
durante
este
régimen
los
pueblos
indígenas
de
la
Amazonía
aparecieron
por
primera
vez
como
preocupación
del
Estado
y
sujetos
de
derechos.
En
el
mundo
académico,
también
se
iniciaron
estudios
sobre
la
Amazonía
en
una
época
en
que
la
mayoría
de
antropólogos
estaba
fundamentalmente
orientado
a
la
zona
andina.
Un
pionero
de
esta
labor
fue
Stefano
Varese
cuyo
libro
“La
sal
de
los
cerros”
(1968)
marcaría
un
hito
en
la
historia
de
los
estudios
amazónicos
en
el
Perú,
al
abrir
las
puertas
al
mundo
de
la
selva
y
sus
pueblos
originarios.
En
esta
coyuntura
de
cambios
sustanciales
en
los
ámbitos
social,
económico
y
educativo
propiciados
por
el
gobierno
del
general
Velasco
Alvarado,
surgieron
las
primeras
organizaciones
indígenas
de
la
Amazonía
peruana
con
el
fin
de
garantizar
la
defensa
de
sus
tierras,
responder
a
los
diversos
problemas
que
enfrentaban
con
patrones,
comerciantes
y
otros
agentes
de
la
sociedad
nacional
y
plantear
alternativas
en
los
campos
de
educación,
salud
y
administración
de
justicia,
entre
otros.
Estas
organizaciones
nacieron
en
la
Selva
Central,
el
Alto
Napo
y
el
Alto
Marañón.
En
este
marco
se
dio
la
primera
propuesta
legal
para
ellos:
la
“Ley
de
Comunidades
Nativas
y
de
Promoción
Agropecuaria
de
las
Regiones
de
Selva
y
Ceja
de
Selva”
aprobada
en
junio
de
1974.
En
1982
surgió
la
confederación
nacional
indígena
AIDESEP
que
hoy
en
día
abarca
a
más
de
cincuenta
organizaciones
indígenas
locales
de
diferentes
regiones
de
la
Amazonía12.
12
En el marco del proceso de autoafirmación impulsado por las nacientes organizaciones indígenas,
varios pueblos rechazaron los términos que se utilizaban para nombrarlos, por su carácter despectivo o
por provenir del castellano, y plantearon el uso de sus autodenominaciones. Entre ellos figuran los
Este
contexto
propició
la
aparición
de
nuevos
actores
vinculados
a
la
Iglesia
católica
y
la
cooperación
internacional,
que
desarrollaron
diversas
propuestas
de
educación
orientadas
a
pueblos
indígenas.
Todas
optaron
por
una
educación
bilingüe
de
mantenimiento
que
cuestiona
el
uso
de
las
lenguas
vernáculas
como
mero
instrumento
para
asegurar
el
empleo
posterior
y
exclusivo
del
castellano,
y
abogaron
por
el
uso
y
desarrollo
de
dichas
lenguas
como
materia
de
estudio
y
medio
de
enseñanza
a
lo
largo
de
todo
el
proceso
educativo,
en
igualdad
de
condiciones
con
el
castellano.
De
igual
manera,
empezaron
a
cuestionar
el
enfoque
exclusivamente
lingüístico
de
los
programas
dirigidos
a
pueblos
indígenas
y
a
exigir
la
inclusión
de
sus
conocimientos,
técnicas
y
valores
(ver
Trapnell
1984
en
la
antología).
Es
importante
mencionar
que
a
partir
de
la
década
de
1980
surgieron
nuevas
corrientes
a
nivel
continental
que
afirmaban
el
valor
de
la
diversidad
y
la
necesidad
de
que
la
educación
de
la
población
indígena
incluyera
contenidos
de
su
herencia
cultural.
Asimismo,
la
teoría
del
desarrollo
cambió
de
paradigma
y
empezó
a
cuestionar
el
paquete
modernización-‐homogeneización-‐occidentalización
y
a
buscar
formas
alternativas
que
tomaran
en
cuenta
los
“saberes
locales”
en
el
marco
del
“giro
participativo”
de
las
intervenciones
(Degregori
y
Huber
2007).
El
nuevo
discurso
del
Desarrollo
Humano,
las
críticas
al
eurocentrismo
y
el
discurso
del
Etnodesarrollo
abrieron
caminos
alternativos
al
discurso
homogeneizador
de
las
décadas
anteriores
(Degregori
y
Huber
2007).
En
el
Perú,
al
igual
que
en
otros
países
latinoamericanos,
se
declaró
la
diversidad
lingüística
y
cultural
como
un
principio
democrático
y
como
un
recurso
de
la
nación
(Valdivieso
2009)
y
la
constitución
de
1993
otorgó
un
estatus
oficial
a
las
lenguas
indígenas
en
los
territorios
donde
éstas
se
hablan.
En
este
marco,
algunas
propuestas
de
educación
para
pueblos
indígenas
tomaron
el
nombre
“bilingüe
bicultural”
o
“bilingüe
intercultural”
de
manera
indistinta13,
sin
considerar
el
hecho
que
respondían
a
diferentes
paradigmas
y
visiones
sobre
la
situación
de
las
culturas
indígenas
y
su
futuro
en
el
marco
de
la
sociedad
mayor14.
Ashaninka, Yine, Yanesha, Awajun y Wampis, antes conocidos como campas, piros, amueshas,
aguarunas y huambisas.
13
Entre los primeros en cuestionar estos planteamientos estuvieron los antropólogos-lingüistas
venezolanos Mosonyi y Gonzales (1974), a quienes no les parecía posible que un individuo pudiera
separar tan clara y drásticamente formas de pensar, sentir y actuar diferentes y que las “dos” culturas
pudieran estar presentes en un sujeto sin afectar su personalidad. Como señalaron, no se trata de privar a
las sociedades indígenas de los avances de la ciencia y la tecnología sino de “mantener el marco de
referencia de la cultura vivificado y puesto al día por la inserción selectivas de configuraciones socio
culturales procedentes de sociedades mayoritarias, generalmente nacionales” (Ibid: 307). Desde este
planteamiento, “La cultura del educando indígena seguirá siendo una sola, la misma cultura indígena
ampliada según las nuevas necesidades y circunstancias de manejar conjuntamente diversas lenguas y
manifestaciones culturales” (Mosonyi y Rengifo 1983: 308).
14
Sin embargo, como explica López (2009), la educación bilingüe bicultural surgió inicialmente en
Si
bien
el
concepto
“bilingüe
intercultural”
eventualmente
prevaleció,
este
nombre
incluyó
a
programas
con
distintas
maneras
de
entender
la
situación
de
la
población
indígena,
de
abordar
la
relación
entre
educación
y
cambio
social,
de
darle
tratamiento
a
la
cultura
y
la
lengua
originaria
en
la
educación
y
de
entender
los
conceptos
de
cultura
y
educación
intercultural.
Algunos
de
estos
programas
estuvieron
más
centrados
en
el
aspecto
lingüístico
o
en
la
crítica
sociocultural
a
los
paradigmas
homogeneizantes,
mientras
que
otros
desarrollaron
una
discusión
más
amplia
que
incorporaba
la
dimensión
económica
y
política
y
ponía
en
evidencia
temas
de
desigualdad
y
conflicto.
De
igual
manera,
existían
importantes
diferencias
con
relación
a
las
visiones
que
tenían
acerca
de
la
cultura
local
y
la
manera
de
abordarla
en
la
escuela.
Mientras
que
algunos
tenían
un
“enfoque
de
inclusión
cultural”
(Stairs
1988
en
Aikman
2003),
según
el
cual
la
cultura
es
un
fenómeno
estático
y
limitado
que
se
incorpora
en
el
currículo
oficial,
otros
planteaban
una
concepción
dinámica
y
holística
de
la
cultura.
Otra
diferencia
significativa
tenía
que
ver
con
los
niveles
de
participación
y
control
que
ejercían
los
pueblos
indígenas
en
el
diseño
y
desarrollo
de
estos
programas
(Aikman
2003)15.
El
primer
proyecto
educativo
que
plasmó
la
educación
intercultural
bilingüe
en
el
Perú
fue
el
Programa
de
Educación
Bilingüe
Intercultural
del
Alto
Napo
(PEBIAN),
que
inició
su
trabajo
en
el
año
1975
con
comunidades
Kichwa
y
una
comunidad
Secoya
bajo
la
conducción
del
equipo
misionero
de
la
comunidad
de
Angoteros.
Tres
años
después
se
formó
la
federación
Wangurina,
que
participó
en
su
desarrollo
mediante
convenio,
constituyéndose
así
en
la
primera
organización
indígena
del
país
involucrada
en
el
desarrollo
de
un
proyecto
de
educación
escolar.
El
misionero
que
asesoró
el
desarrollo
de
este
programa
se
ubicaba
en
la
posición
progresista
que
definió
al
sector
de
la
iglesia
que
siguió
la
línea
establecida
en
la
Conferencia
Latinoamericana
de
Obispos
de
1968
en
Medellín,
en
la
que
se
confirma
el
compromiso
de
la
iglesia
de
participar
activamente
en
la
lucha
por
los
pobres.
De
igual
manera,
se
inspiró
en
los
planteamientos
de
la
Ley
General
de
Educación
19326
que
considera
a
la
educación
como
un
medio
para
transformar
la
sociedad,
en
el
movimiento
de
la
Teología
de
la
Liberación,
liderado
por
el
padre
Gustavo
Gutiérrez,
y
en
las
ideas
de
Paulo
Freire
sobre
la
educación
como
un
medio
de
concientización.
A
partir
de
este
posicionamiento,
el
PEBIAN
abordó
la
educación
bilingüe
en
términos
diametralmente
opuestos
al
ILV.
En
vez
de
asumir
la
educación
orientada
a
los
pueblos
indígenas
como
un
medio
pedagógico
para
el
aprendizaje
del
castellano
y
para
facilitar
la
asimilación
de
los
indígenas
a
la
sociedad
nacional,
este
programa
consideró
a
la
EIB
como
un
arma
para
defender
la
cultura
y
para
liberar
a
los
indígenas
de
las
condiciones
de
opresión
en
las
que
se
encuentran.
Al
igual
que
otros
programas
15
Es necesario resaltar, que pese a todas sus diferencias, las experiencias de EIB desarrolladas en el
Perú han venido de programas experimentales y no del Ministerio de Educación. Si bien los diversos
gobiernos han permitido la implementación de estos programas mediante convenios, no les han dado
ningún respaldo como lo demuestran los múltiples problemas que varios de ellos han tenido con los
funcionarios de las oficinas locales del MED (Heise 1989, Fernández y Vera 1987), quienes consideraban
las lenguas y culturas indígenas como signos de atraso y apostaban por una educación monolingüe y
monocultural, aun cuando desde el año 1972 se contaba con una Política Nacional de Educación Bilingüe.
Esta actitud de los funcionarios de las sedes locales del MED y de las instancias centrales explica la falta
de interés y esfuerzo por garantizar la continuidad y generalización de estos programas.
de
la
época,
el
PEBIAN
afirmó
que
la
educación
bilingüe
intercultural
supone
“una
educación
basada
en
los
valores,
filosofía
y
educación
indígenas,
que
puede
incorporar
críticamente
elementos
válidos
de
otras
culturas”.
Sin
embargo,
precisó
que
“no
se
limita
a
revalorizar
el
aspecto
lingüístico
cultural,
sino
que
también
pretende
ayudar
al
cambio
estructural
necesario
que
termine
con
la
marginación
secular
del
indígena”.
(Ashanga
et
al
1989:
58).
Adoptando
la
noción
de
educación
liberadora
de
Paulo
Freire,
el
PEBIAN
planteó
la
necesidad
de
que
la
educación
bilingüe
desencadenara
la
reflexión,
participación
y
toma
de
decisiones
de
los
pueblos
indígenas
con
el
fin
de
promover
un
cambio
estructural
que
terminara
con
la
marginación
en
el
que
viven.
Así,
queda
claro
que
“la
propuesta
de
una
educación
bilingüe
entre
los
napuruna
no
es
un
simple
proyecto
pedagógico
aislado,
pues
forma
parte
de
un
proyecto
social
y
organizativo
más
vasto.
Su
punto
de
partida
es
una
alternativa
de
defensa
de
la
unidad
cultural
de
un
pueblo
y
no
una
simple
"integración"
de
los
nativos
a
la
llamada
"sociedad
nacional"”
(Montoya
1990:
128).
La
posición
adoptada
por
el
PEBIAN
explica
el
hecho
de
que
sus
materiales
no
solo
incorporan
conocimientos
y
valores
indígenas,
como
lo
harían
otros
programas
de
la
época,
sino
también
una
fuerte
crítica
al
sistema
de
explotación
instaurado
en
el
Alto
Napo
por
los
patrones,
como
se
puede
apreciar
en
el
texto
“Unos
antiguos
patrones
del
Napo”
incluido
en
la
antología.
El
enfoque
intercultural
del
PEBIAN
es
más
elaborado
que
el
bilingüe,
como
se
puede
comprobar
en
los
artículos
escritos
por
sus
responsables.
Al
presentar
los
planteamientos
estratégicos
y
metodológicos
con
los
que
se
inicia
el
programa,
Ashanga
et
al
(1989)
y
Fernández
y
Vera
(1987)
se
limitan
a
mencionar
que
el
programa
apostó
por
una
educación
intercultural
bilingüe
que
utilizara
el
idioma
originario,
sin
explicar
los
usos
que
le
darían
a
la
lengua
indígena
y
al
castellano.
Esta
precisión
recién
se
encuentra
en
la
reflexión
hecha
a
partir
de
la
autoevaluación
de
los
primeros
diez
años
de
trabajo.
Entonces,
el
PEBIAN
se
planteó
la
necesidad
de
“transmitir
durante
toda
la
educación
primaria
todos
los
contenidos
de
las
diferentes
áreas
en
el
idioma
materno
y
sus
formas
de
pensamiento
propias”
(Ashanga
et
al
1989:62).
De
manera
paralela
seguirían
impartiendo
la
enseñanza
como
segunda
lengua.
En
este
contexto
de
Reforma
Educativa
también
se
desarrolló
el
Programa
Experimental
de
Educación
Bilingüe
de
Puno
(PEBP),
en
el
marco
de
un
convenio
bilateral
entre
el
Perú
y
la
República
de
Alemania
que
se
firmó
en
1975.
Este
programa
de
educación
bilingüe
quechua-‐castellano
y
aimara-‐castellano
empezó
a
funcionar
en
1977
en
escuelas
rurales
de
nivel
primaria
de
educación
básica
regular
en
Puno16.
16
El programa funcionó 13 años. Entre 1980 y 1988 trabajó en 40 escuelas, 21 quechuas y 19 aimaras,
desarrollando actividades simultáneamente en 5 líneas diferentes: la investigación, el desarrollo de
currículos y materiales educativos, la capacitación de maestros, el seguimiento de la labor docente y la
difusión.
Al
inicio,
el
PEBP
siguió
la
tradición
en
el
país
y
prestó
atención
casi
exclusiva
a
la
dimensión
lingüística
y
pedagógica
de
la
educación
bilingüe,
lo
que
lo
diferenció
del
PEBIAN.
Sin
embargo,
a
diferencia
del
sesgo
claramente
más
castellanizador
de
programas
anteriores,
este
programa
adoptó
un
modelo
de
mantenimiento,
al
igual
que
el
PEBIAN.
Esto
implicaba
usar
la
lengua
indígena
en
su
doble
rol
de
lengua
objeto
de
estudio
y
lengua
vehículo
de
educación
a
lo
largo
de
toda
la
escuela
primaria
y
así
contribuir
a
su
elaboración
y
desarrollo
(López
1988b)
De
hecho,
el
proyecto
logró
concretar
un
lenguaje
pedagógico
en
lenguas
originarias
y
demostró
que
es
posible
el
uso
de
las
lenguas
nativas
en
todas
las
esferas
del
ámbito
didáctico
(Chiodi
1990)17.
En
cuanto
a
la
dimensión
lingüística,
el
programa
contempló
el
componente
de
L1
y
L2
en
el
área
de
lenguaje
y
el
logro
de
las
habilidades
principales
de
la
lectoescritura
y
de
la
competencia
gramatical
en
las
dos
lenguas.
Se
buscaba
reactivar
en
el
niño
indígena
la
confianza
en
su
creatividad
lingüística
y
en
la
riqueza
de
su
lengua
materna,
y
aprovechar
una
serie
de
habilidades
de
expresión
oral
que
éste
traía
a
la
escuela
y
que
la
escuela
tradicional
no
reconocía.
Asimismo,
se
trabajó
la
apropiación
efectiva
y
eficiente
del
castellano
como
segunda
lengua
“pero
a
partir
de
su
autoafirmación
individual
y
colectiva,
vía
la
revalorización
y
revitalización
de
su
lengua
materna
y
del
uso
que
se
tiene
de
ella”
(Jung
y
López
1988:
193).
Sin
embargo,
al
igual
que
programas
anteriores,
se
asumió
una
educación
bilingüe
que
comprendía
únicamente
el
nivel
primario
y
no
se
discutió
de
manera
suficiente
respecto
del
futuro
de
las
lenguas
indígenas
y
del
rol
que
éstas
deberían
cumplir
en
el
país
(Chiodi
1990).
Hacia
fines
del
primer
año
de
experimentación,
el
programa
evolucionó
en
sus
planteamientos
y
empezó
a
concebir
una
educación
que
fuera
algo
más
que
un
programa
de
enseñanza
de
lenguas.
Así,
se
empezó
a
asumir
el
carácter
“bicultural”
y
a
veces
“intercultural”
del
programa,
además
de
bilingüe
y
de
mantenimiento.
El
proyecto
optó
por
trabajar
sobre
la
base
de
la
estructura
curricular
tradicional,
válida
para
todo
el
territorio
nacional,
ajustándola
a
la
realidad
sociocultural
del
contexto
andino
puneño.
De
hecho,
los
elementos
de
la
cultura
quechua
y
aimara
que
aparecen
en
los
textos
elaborados
por
el
programa
son
presentados
como
dignos
de
atención,
consideración
y
respeto
(Montoya
1990).
Más
aún,
varias
áreas
curriculares
fueron
trabajadas
de
manera
innovadora
con
relación
a
iniciativas
anteriores.
Así
por
ejemplo,
en
matemática
se
introdujeron
los
procedimientos
de
cálculo
y
las
medidas
utilizadas
tradicionalmente
en
las
comunidades
indígenas
para
resolver
los
problemas
de
las
actividades
laborales
y
artesanales;
en
las
ciencias
naturales
se
trabajaron
las
tecnologías
tradicionales
y
las
interpretaciones
locales
de
los
fenómenos
culturales;
y
en
Ciencias
Histórico
Sociales,
se
abordó
la
percepción
del
tiempo
y
del
espacio
en
el
ámbito
comunitario
(Chiodi
1990).
Sin
embargo,
el
programa
recibió
críticas,
pues
su
currículo
se
basó
en
una
organización
del
conocimiento
que
se
adaptaba
poco
a
las
características
del
saber
indígena
(Chiodi
1990).
Aún
así,
hubo
áreas
como
la
de
ciencias
naturales
que
estuvo
en
el
centro
de
la
revisión
teórica
que
se
desarrolló
en
el
programa
y
que
logró
cuajar
mejor.
En
la
antología
hemos
reproducido
un
extracto
de
17
Es importante señalar que este proyecto constituye la única experiencia de educación bilingüe a nivel
nacional que cuenta con currículos y materiales educativos completos en las cinco asignaturas principales
para toda la escuela primaria.
un
texto
de
Dietshy
Scheyterle
(1988)
en
el
que
se
desarrolla
una
reflexión
sobre
la
forma
de
abordar
esta
área
en
un
proyecto
de
este
tipo.
Ahora
bien,
a
pesar
de
que
los
contenidos
de
los
textos
y
sus
ilustraciones
reproducen
numerosos
fragmentos
del
entorno
natural
y
sociocultural
del
niño,
hay
un
aspecto
que
diferencia
este
proyecto
del
del
Alto
Napo
y
que
se
relaciona
con
el
tratamiento
de
la
cultura.
Como
bien
lo
señala
Montoya
(1990),
en
los
textos
del
PEBP
se
ha
insistido
en
el
equilibrio
y
se
ha
sacrificado
el
conflicto.
Así,
no
se
trabaja
el
tema
de
la
dominación
racial,
étnica
y
de
clase;
la
problemática
de
la
hacienda,
las
relaciones
de
poder
en
la
época
colonial,
entre
otros.
De
esta
manera,
vemos
que
el
proyecto
de
Puno
adoptó
un
enfoque
de
tipo
“culturalista”
que
privilegió
una
visión
equilibrada
y
tranquila
de
la
sociedad.
En
ese
sentido,
se
alejó
de
la
perspectiva
concientizadora
de
Freire,
que
sí
influyó
sobre
el
PEBIAN
y
sobre
la
reforma
educativa
de
esa
década.
El
comentario
de
Montoya
(1990)
es
bastante
consistente:
“La
ausencia
del
presente
como
problema
y
posibilidad
es
igualmente
grave,
porque
coloca
a
los
alumnos
frente
a
una
realidad
vacía,
a
una
historia
de
fragmentos
inconexos.
La
escuela,
de
ese
modo,
no
los
prepara
para
entender
los
problemas
y
menos
para
intentar
resolverlos.
Los
problemas
existen,
están
allí
dentro
y
fuera
de
la
escuela
y
los
alumnos
los
viven
pero
en
la
escuela
no
se
habla
de
ellos”
(119).
El
programa
fue
bastante
exitoso
en
términos
pedagógicos
(y
lingüísticos),
pero
con
el
cambio
de
gobierno
las
políticas
educativas
empezaron
a
distanciarse
de
su
concepción
y
éste
se
vio
aislado
del
contexto
(Hornberger
1987).
Durante
el
segundo
gobierno
de
Belaúnde
no
se
tuvo
una
política
educativa
manifiesta
para
las
poblaciones
de
habla
originaria
y
el
ministerio
no
explicitó
la
vigencia
de
la
Política
Nacional
de
Educación
Bilingüe
de
1972.
La
Ley
General
de
Educación
23384
promulgada
en
1982
afirma
que
el
Estado
“Garantiza
el
derecho
de
las
comunidades
nativas
a
recibir
educación
primaria
también
en
su
propio
idioma
o
lengua".
Como
señala
Pozzi-‐Escot
(1988b),
este
artículo
no
solo
reduce
la
educación
bilingüe
a
los
niveles
básicos
sino
que
la
referencia
a
la
educación
en
el
propio
idioma
aparece
casi
como
una
cuña,
un
agregado.
Como
se
pregunta
esta
autora
“¿Qué
quiere
decir
eso
en
términos
prácticos?
¿Se
hará
la
educación
para
los
vernáculo
hablantes
simultáneamente
en
castellano
y
en
la
lengua
ancestral
o
será
cuestión
de
elegir
una
u
otra
[...]?”.
A
fines
de
la
década
de
1980
y
principios
de
la
de
1990
se
aprobaron
la
Política
de
Educación
Bilingüe
Intercultural
de
1989
y
la
Política
Nacional
de
Educación
Intercultural
y
Educación
Bilingüe
Intercultural
de
1991,
ambas
reproducidas
en
la
antología.
Las
dos
políticas
toman
el
concepto
de
interculturalidad,
que
ya
había
sido
asumido
por
diferentes
programas
educativos
dirigidos
a
la
población
indígena
pero
ninguna
de
las
dos
plantea
la
relación
de
educación
con
cambio
social
que
caracterizó
la
política
de
1972.
Se
trataba
de
un
contexto
político
distinto,
en
el
cual,
el
Perú,
así
como
muchos
otros
Estados
latinoamericanos,
se
centra
en
buscar
medidas
para
responder
al
endeudamiento
e
implementa
un
conjunto
de
ajustes
estructurales
que
implican
un
significativo
recorte
en
las
políticas
sociales
y
una
mirada
más
restringida
de
las
funciones
del
sistema
educativo
(Tubino
2002).
Además,
aunque
ambas
políticas
plantean
la
idea
de
buscar
la
unidad
en
la
diversidad
su
estrategia
es
muy
distinta.
La
política
de
Educación
Bilingüe
Intercultural
de
1989
solo
se
dirige
a
los
miembros
de
poblaciones
de
lenguas
y
culturas
nativas
que
tienen
una
lengua
originaria
como
lengua
materna
olvidando
que
“es
en
la
población
no
indígena
donde
debería
fomentarse
la
conciencia
de
las
posibilidades
y
beneficios
de
un
supuesto
país
unido
en
la
diversidad”
y
donde
se
plantea
“la
necesidad
de
la
superación
y
eventual
erradicación
de
comportamientos
discriminatorios
y
de
marginación
que
provienen
de
la
población
no
indígena
hacia
los
ciudadanos
de
origen
indígena”
(Zúñiga
y
Gálvez,
2002).
Por
el
contrario,
la
Política
Nacional
de
Educación
Intercultural
y
Educación
Bilingüe
Intercultural
de
1991
hace
del
principio
de
interculturalidad,
hasta
entonces
restringido
al
ámbito
de
la
educación
indígena,
el
eje
rector
de
la
educación
peruana.
En
tal
sentido
plantea
un
conjunto
de
lineamientos
para
todos
los
peruanos
y
otros
para
los
hablantes
de
lenguas
originarias.
Si
bien
ambas
políticas
reconocen
la
diversidad
cultural
del
país
y
se
alejan
de
posiciones
integracionistas,
como
señala
Aikman
(2003),
las
dos
llevan
implícita
una
visión
de
la
cultura
como
“algo
concreto
que
puede
ser
descrito
y
explicado”,
la
cual
corresponde
a
las
primeras
nociones
del
concepto
esbozadas
desde
la
antropología.
De
igual
manera,
ambas
adolecen
de
una
falta
de
contextualización
de
las
condiciones
en
las
que
pretenden
operar.
Esto
se
puede
apreciar
en
el
lineamiento
de
la
política
de
1989,
que
plantea
los
beneficios
que
puede
traer
la
identificación
con
la
cultura
de
origen
y
el
conocimiento
de
otras
culturas
y
en
aquel
que
señala
que
la
EBI
“es
democrática
porque
da
igualdad
de
oportunidades
a
la
población
de
lengua
y
cultura
nativas”
sin
considerar
la
existencia
de
desigualdades
y
asimetrías
en
el
plano
económico,
social
y
político.
Esta
falta
de
contextualización
también
se
puede
advertir
en
la
política
de
1991
que,
si
bien
se
sustenta
en
el
reconocimiento
de
la
pluralidad
étnica,
cultural
y
lingüística
del
Perú,
no
ofrece
elementos
que
permitan
caracterizarla
y
reconocer
las
implicancias
que
tiene
para
el
desarrollo
del
país.
De
igual
manera,
su
visión
de
nuestra
realidad
multilingüe
se
reduce
a
la
concepción
de
una
sociedad
donde
coexisten
poblaciones
con
lengua
materna
indígena
y
sectores
de
hispanohablantes,
ignorando
la
compleja
realidad
sociolingüística
que
plantea
el
bilingüismo
de
las
poblaciones
indígenas
(Zúñiga
y
Gálvez
2002).
Finalmente,
al
igual
que
la
Política
Nacional
de
Educación
Bilingüe
de
1972,
las
políticas
de
1989
y
1991
mantienen
una
visión
restrictiva
sobre
los
usuarios
de
la
educación
bilingüe
al
plantear
que
la
EBI
se
dirige
a
población
con
lengua
materna
indígena.
Sin
embargo,
ambas
amplían
la
cobertura
de
la
educación
bilingüe
a
todos
los
niveles
del
sistema
educativo.
Los
planteamientos
de
ambas
políticas,
que
recogen
las
visiones
de
interculturalidad
con
las
cuales
varios
programas
de
EBI
venían
trabajando
desde
la
década
de
1980,
fueron
objeto
de
reflexión
en
diversos
seminarios
y
mesas
de
trabajo
que
se
desarrollaron
sobre
el
tema
a
lo
largo
de
la
década
de
1980
y
que
permitieron
una
mayor
reflexión
sobre
las
limitaciones
y
alcances
del
concepto
de
interculturalidad,
como
veremos
más
adelante.
La
década
de
1980
y
parte
de
1990
también
fue
prolífica
en
cuanto
a
producción
académica
sobre
el
tema
(muestra
de
ello
son
el
artículo
de
López
y
el
de
Pozzi-‐Escot
incluidos
en
la
antología).
No
obstante,
a
pesar
de
estas
preocupaciones
en
torno
a
la
problemática
de
la
diversidad
lingüística
y
cultural,
el
censo
de
1981
reveló
el
paso
de
un
monolingüismo
vernáculo
hablante
a
un
monolingüismo
hispanohablante
(Pozzi-‐Escot
1988a).
Así,
mientras
que
entre
1940
y
1980
la
categoría
de
bilingües
no
aumenta
en
términos
de
porcentajes,
el
número
de
monolingües
en
lengua
originaria
disminuye
a
la
quinta
parte
de
la
población
(8.82%)
y
el
número
de
monolingües
hispanohablantes
casi
se
duplica
(72.98%).
Esto
muestra
que
los
hijos
de
los
monolingües
de
lengua
originaria
cuyos
padres
migran
a
nuevos
sitios
hispanohablantes
se
insertan
en
el
monolingüismo
hispanohablante
directamente
y
la
lengua
indígena
se
abandona
(Pozzi-‐Escot
1988a).
En
la
siguiente
sección
veremos
que
–quizás
de
manera
contradictoria-‐
la
década
de
1990
se
caracterizó
por
un
discurso
neoliberal,
mercantilista
y
tecnocrático
de
la
educación
que,
a
pesar
de
su
tendencia
uniformizadora,
coexistió
y
-‐sigue
coexistiendo-‐
con
un
marco
legal
favorable
a
la
diversidad
y
con
discursos
alternativos
de
algunos
sectores
de
la
población.
4.
La
década
de
1990
en
adelante:
resistiendo
el
discurso
tecnocrático
y
uniformizador
Desde
la
década
de
1990
se
han
construido
varios
discursos
sobre
la
diversidad
en
la
educación,
que
han
generado
tensiones
o
dilemas
ideológicos
(Billig
et
al.
1988).
Hay
uno
de
corte
más
multicultural,
que
es
funcional
al
sistema
y
que
reproduce
la
oficialidad
del
sector.
En
este
discurso,
la
diversidad
se
usa
decorativa
y
folklóricamente
y
no
interpela
para
nada
el
funcionamiento
de
la
escuela.
En
el
marco
de
este
discurso
se
tiende
a
usar
mucho
el
slogan
de
"unidad
en
la
diversidad",
recurso
fácil
y
muy
impreciso,
tal
como
se
usó
durante
muchas
décadas
el
de
“integración
nacional”.
En
este
caso,
existe
una
total
falta
de
claridad
sobre
qué
se
entiende
por
unidad,
lo
cual
a
su
vez
se
relaciona
con
el
tema
de
cómo
se
entiende
la
diversidad
y
cuánta
apertura
existe
frente
a
ella.
Como
señalan
Degregori
y
Huber
(2007),
las
propuestas
oficiales
sobre
la
EIB
“revelan
las
contradicciones
de
un
Estado
que
antes
rechazó
la
diversidad
cultural
de
su
sociedad
para
luego
aceptarla
en
el
plano
meramente
declarativo
a
partir
de
la
Constitución
de
1993,
pero
sin
dar
señales
significativas
de
querer
llevar
a
la
práctica
ese
enunciado
constitucional”
(481).
Hay
otro
discurso
más
vinculado
con
la
problemática
epistemológica
y
con
la
reivindicación
de
prácticas
culturales
locales,
que
desarrollan
algunas
instituciones
de
la
sociedad
civil
y
que
sí
cuestiona
la
matriz
cultural
occidental
de
la
escuela
tradicional.
Dentro
de
este
discurso,
hay
perspectivas
que
fomentan
una
afirmación
de
derechos
colectivos
de
los
pueblos
indígenas
y
otras
que
tienen
planteamientos
más esencialistas
que
tienden
a
presentar
una
visión
idílica
y
estática
de
la
cultura
como
respuesta a
siglos
de
opresión
cultural.
Entre
este
último
discurso
más
radical
y
el
oficial
más
homogenizador
no
se
suele
generar
un
diálogo
y
quedan
ambos
en
dos
extremos
de
un
continuum
(Zavala
2012).
Ahora
bien,
el
discurso
de
la
diversidad
vinculado
con
los
temas
de
poder
y
de
discriminación
se
ha
centrado
sobre
todo
en
la
dimensión
epistemológica
y
ha
dejado
de
lado
la
mirada
de
una
transformación
más
estructural
de
la
sociedad,
que
sí
estaba
presente
en
la
década
de
1970.
Esta
diversidad
de
miradas
sobre
la
educación
y
el
país
ha
tenido
como
consecuencia
el
surgimiento
de
múltiples
discursos
sobre
la
interculturalidad,
y
sobre
la
EIB
y
sus
propósitos.
El
gobierno,
las
ONGs
y
las
organizaciones
indígenas
formulan
sus
propias
definiciones
de
estas
nociones,
que
se
revelan
–a
su
vez-‐
en
una
gama
amplia
de
prácticas
en
las
aulas
(Valdivieso
2009,
Peschiera
2010,
Tubino
y
Zariquiey
s/f,
Zavala
2012).
A
continuación
explicaremos
mejor
esta
diversidad
de
posturas
y
los
dilemas
que
se
producen.
promulgado
en
1989
y
posteriormente
ratificado
por
Perú,
Ecuador,
Bolivia,
Brasil
y
Colombia,
entre
otros
países
del
continente.
El
Convenio
169
de
la
OIT,
ratificado
por
el
Perú
en
1991,
ofrece
nuevas
perspectivas
a
una
educación
para
pueblos
indígenas
y
ha
tenido
una
decisiva
influencia
en
el
discurso
de
los
dirigentes
indígenas
sobre
ella
y
en
la
definición
de
las
orientaciones
de
programas
educativos
de
las
organizaciones
indígenas
como
el
de
FORMABIAP.
La
influencia
del
Convenio
169
también
se
puede
apreciar
en
la
Ley
General
de
Educación
28044
del
2003,
que
incorpora
el
tema
de
pueblos
indígenas
y
sus
derechos
en
el
capítulo
IV
“La
Equidad
en
la
Educación”.
El
Convenio
169
afirma
el
derecho
de
los
pueblos
indígenas
de
participar
de
manera
directa
en
el
desarrollo
de
servicios
educativos
y
la
necesidad
de
que
estos
abarquen
sus
historias,
conocimientos
y
técnicas,
sistemas
de
valores
y
sus
demás
aspiraciones
sociales,
económicas
y
culturales,
así
como
el
derecho
a
recibir
educación
en
su
propia
lengua
(ver
la
Parte
VI
“Educación
y
Medios
de
Comunicación”
en
la
antología).
Además
de
los
derechos
estrictamente
relacionados
con
el
ámbito
educativo,
reconoce
otros
que
tienen
implicancias
sumamente
importantes
con
relación
a
la
situación
actual
de
los
pueblos
indígenas
y
su
futuro,
como
son
aquellos
referidos
al
territorio
y
la
autodeterminación.
Este
último
derecho
pone
sobre
el
tapete
la
posibilidad
de
construir
proyectos
sociales
y
políticos
basados
en
la
herencia
cultural
de
los
pueblos
indígenas
y
enriquecidos
con
otros
aportes
culturales
y,
en
esta
medida,
le
ofrece
nuevos
horizontes
y
retos
a
la
educación
intercultural
bilingüe.
Si
consideramos
que
el
desarrollo
de
este
derecho
se
fundamenta
en
la
recuperación
y
actualización
de
la
herencia
cultural
indígena,
los
procesos
educativos
orientados
a
pueblos
indígenas
deben
necesariamente
favorecer
la
apropiación
de
sus
conocimientos
y
técnicas,
valorar
sus
formas
de
organización
social,
económica
y
política
y
de
interpretar
la
realidad
y
de
actuar
sobre
ella,
y
promover
la
identificación
y
defensa
de
sus
territorios
ancestrales,
así
como
el
conocimiento
de
su
historia.
El
Convenio
169
de
la
OIT,
a
su
vez,
le
ofrece
una
nueva
dimensión
a
la
noción
de
diversidad,
en
la
medida
en
que
ésta
rebasa
la
dimensión
étnica,
lingüística
y
cultural
al
afirmar
la
existencia
de
pueblos
con
derechos
colectivos
y
con
la
posibilidad
de
tomar
decisiones
acerca
de
su
vida
y
su
futuro.
De
esta
manera,
podríamos
sostener
que
afirmar
la
diversidad
como
un
elemento
fundamental
para
la
construcción
de
una
sociedad
democrática
también
implica
aceptar
la
existencia
de
pueblos
indígenas
con
derechos
colectivos
y
distintas
maneras
de
entender
la
realidad,
la
persona
y
el
conocimiento.
Este
último
aspecto
ha
influido
sobre
un
conjunto
de
debates
que
se
han
venido
dando
desde
la
década
de
1990
en
torno
a
la
interculturalización
de
los
currículos.
Los
programas
de
formación
docente
en
la
especialidad
de
EBI
fueron
los
que
pusieron
sobre
el
tapete
una
discusión
epistemológica
que
cuestionaba
la
supuesta
neutralidad
del
currículo
de
formación
docente
entonces
vigente
y
plantearon
la
necesidad
de
pensar
en
currículos
para
la
especialidad
con
nuevas
estructuras,
perfiles,
objetivos
y
contenidos
que
permitieran
orientar
los
procesos
de
formación
desde
nuevos
enfoques
y
perspectivas,
sustentados
en
el
respeto
y
valoración
de
la
diversidad
socio
cultural
y
lingüística
del
país.
Para
responder
a
esta
situación
y
buscar
criterios
comunes
que
orientaran
la
especialidad,
a
inicios
de
la
década
de
1990
la
Dirección
Nacional
de
Educación
Bilingüe
Intercultural
del
Ministerio
de
Educación
desarrolló
un
proceso
de
construcción
participativa
de
un
Modelo
Curricular
para
la
Formación
y
Profesionalización
Docente
en
Educación
Bilingüe
Intercultural
(MOFEBI).
Si
bien
este
fue
un
importante
avance
en
el
proceso
de
construcción
de
currículos
para
la
formación
docente
para
contextos
culturalmente
complejos
(Jung
1994:
279),
no
fue
acompañado
por
medidas
que
aseguraran
su
implementación,
como
acertadamente
señala
Zúñiga
(2001).
Además,
este
modelo
curricular
tuvo
pocos
años
de
vigencia
debido
al
proceso
de
modernización
de
la
educación
peruana,
que
se
acogió
a
la
tendencia
mundial
de
innovar
los
sistemas
educativos
que
surgieron
a
consecuencia
de
la
Conferencia
Mundial
Sobre
Educación
para
Todos
convocada
por
UNESCO
y
celebrada
en
Jomtien,
Tailandia
en
199019.
En
este
contexto,
el
MED
asumió
la
necesidad
de
diseñar
nuevos
currículos
para
los
diferentes
niveles
educativos,
que
respondieran
a
la
necesidad
de
una
sociedad
global
altamente
competitiva,
en
la
cual
el
avance
científico
incrementa
permanentemente
la
capacidad
de
comunicación
y
el
contacto
entre
personas
de
diferentes
naciones
y
culturas,
y
hace
que
el
conocimiento
se
vuelva
rápidamente
obsoleto.
En
este
marco
se
elaboró
un
nuevo
Currículo
Básico
de
Formación
Docente,
Especialidad
de
Educación
Primaria
(CB-‐FD),
basado
en
competencias,
al
que
debía
adecuarse
el
MOFEBI.
Como
veremos
a
continuación,
esto
mostró
la
falta
de
apertura
del
Estado
frente
a
la
necesidad
de
construir
propuestas
educativas
que
tomaran
con
seriedad
la
problemática
de
la
diversidad
cultural
y
lingüística.
En
lugar
de
avanzar
a
partir
de
los
aportes
del
MOFEBI,
estos
se
ignoraron
y
se
optó
por
una
propuesta
homogenizadora
para
la
formación
docente.
Así
entonces,
en
el
proceso
de
construcción
del
CB-‐FD
no
se
tomaron
en
cuenta
los
insumos
que
ofrecía
el
MOFEBI
para
la
formación
de
los
docentes
desde
un
enfoque
intercultural,
en
un
momento
en
que
la
interculturalidad
era
formalmente
considerada
como
principio
rector
de
la
educación
peruana
de
acuerdo
con
la
Política
de
Educación
Intercultural
y
Biingüe
Intercultural
de
1991.
Los
especialistas
optaron
por
una
aproximación
uniforme
al
currículo
basada
en
la
combinación
de
herramientas
conceptuales
y
procedimentales
de
la
ciencia
y
de
valores
cristianos.
Al
hacerlo,
pretendieron
mantener
lo
que
consideraron
necesidades
comunes
de
formación
para
todos
los
maestros
y
eliminaron
lo
que
consideraron
específico
a
los
pueblos
indígenas
y,
por
lo
tanto,
supuestamente
irrelevante
para
otros
grupos
sociales.
Al
asumir
esta
opción,
mantuvieron
la
perspectiva
homogeneizante
que
ha
caracterizado
a
la
educación
nacional
y
perdieron
de
vista
la
riqueza
que
ofrece
la
diversidad
cultural
y
19
En esta conferencia se planteó la necesidad de colocar a la persona como sujeto del proceso educativo y
de poner énfasis en la formación ciudadana. Se pidió que la escuela educara para el desarrollo de la
persona y el desarrollo social, para construir autonomía personal, competitividad e interculturalidad y se
puso énfasis en el desarrollo de capacidades para aprender a aprender y el acceso y dominio de
tecnologías de información.
lingüística
del
país
así
como
la
oportunidad
de
desarrollar
en
los
maestros
una
aproximación
crítica
sobre
el
conocimiento,
que
tome
en
cuenta
su
carácter
eminentemente
social.
Sin
embargo,
el
CB-‐FD
sí
se
ubica
en
el
discurso
formal
de
la
interculturalidad
como
eje
rector
del
sistema
educativo
al
incorporar
algunas
alusiones
a
este
concepto.
Por
ejemplo,
en
la
introducción
se
señala
que
la
interculturalidad
debe
ser
enfatizada
en
la
formación
docente
y
se
le
considera
como
uno
de
los
‘problemas’
fundamentales
de
nuestra
sociedad,
junto
con
los
derechos
humanos
y
el
medio
ambiente.
Pero
no
se
explica
cómo
se
entiende
el
concepto20.
En
noviembre
del
2000,
el
Ministerio
oficializó
el
CB-‐FD
mediante
Resolución
Nº
710-‐2000-‐ED.
Aun
cuando
este
documento
reconoce
que
la
pertinencia
de
un
currículo
está
directamente
relacionada
con
su
adaptación
a
la
realidad
concreta
en
la
que
se
implementará
y
que
este
proceso
demanda
flexibilidad,
incluye
normas
muy
estrictas
de
diversificación
que
delimitan
de
manera
muy
clara
lo
que
se
puede
y
no
hacer21.
El
debate
sobre
el
tema
curricular
fue
parte
de
una
discusión
más
amplia
sobre
interculturalidad
y
educación
intercultural
que
se
desarrolló
a
partir
de
la
década
de
1990.
En
las
discusiones
iniciales
sobre
el
concepto
de
interculturalidad
se
plantearon
dos
alternativas,
que
por
entonces
parecían
irreconciliables.
Algunos
consideraban
que
la
interculturalidad
debía
de
asumirse
desde
una
posición
normativa
orientada
al
“deber
ser”,
que
apostaba
por
el
diálogo
intercultural
como
un
medio
para
promover
el
respeto
y
la
valoración
del
“otro”,
mientras
que
otros
optaban
por
una
interculturalidad
de
hecho,
centrada
en
el
diagnóstico
de
las
condiciones
de
inequidad
y
asimetría
en
las
que
se
daban
las
relaciones
entre
personas
procedentes
de
diferentes
tradiciones
culturales.
Sin
embargo,
pronto
se
vio
la
necesidad
de
una
aproximación
holística
que
abarcara
ambas
dimensiones
(ver
Zúñiga
y
Ansión
1997
en
la
antología),
aun
cuando
desde
el
Ministerio
de
Educación
se
mantuvo
la
posición
normativa
que
ignora
las
situaciones
de
conflicto
y
discriminación.
La
falta
de
precisión
sobre
los
conceptos
de
cultura
e
identidad,
en
los
que
se
sustentan
los
de
interculturalidad
y
educación
intercultural
ha
traído
consigo
que
muchas
de
las
definiciones
elaboradas
por
el
Estado
y
por
programas
de
EIB
se
basen
en
enfoques
estáticos
de
la
cultura,
que
además
la
desvinculan
de
las
otras
20
De igual manera, se destaca que el maestro egresado debe incorporar las contribuciones del
mayor profundidad que otros, a adelantar o acelerar el desarrollo de las áreas de Sociedad y Ecosistema
para concluirlas en menor tiempo del estipulado en el plan de estudios, y a adaptar o sustituir algunos de
los temas sugeridos para el desarrollo de los proyectos de investigación y promoción comunal en las
subáreas de Proyectos de Práctica Social y Proyectos de Transformación del Ecosistema, que forman
parte de las áreas de Sociedad y Ecosistema, respectivamente.
dimensiones
de
la
vida
social.
También
ha
sido
muy
frecuente
trabajar
el
tema
de
la
identidad
desde
una
mirada
circunscrita
a
la
dimensión
étnica.
Esta
opción
generalmente
ha
sido
parte
de
una
estrategia
política
orientada
a
la
afirmación
de
los
niños,
jóvenes
y
adultos
indígenas
como
personas
pertenecientes
a
un
pueblo
indígena
con
derechos
colectivos
y
heredero
de
una
rica
tradición
cultural.
Sin
embargo,
esta
estrategia
se
ha
sustentado
en
una
idea
de
la
identidad
como
algo
estable
y
coherente
a
lo
que
se
puede
llegar
a
través
de
procesos
de
autoafirmación
y
liberación
de
las
autopercepciones
negativas
que
uno
ha
ido
desarrollando
a
lo
largo
de
su
vida.
Esta
aproximación
ha
sido
limitante,
en
la
medida
en
que
puede
dar
pie
a
una
visión
estática
y
reductora
de
la
identidad
que
impide
abordarla
como
un
fenómeno
vital
y
complejo,
que
nunca
concluye,
y
que
se
va
dando
a
lo
largo
de
la
vida
a
través
de
dinámicas
en
las
cuales
las
personas
van
incorporando
las
diferentes
posiciones
que
asumen
en
su
relación
con
un
“otro”
(Vich
2005).
En
tal
sentido,
una
persona
puede
ser
indígena
a
la
vez
que
peruana,
mujer,
y
educadora
e
ir
incorporando
otras
identidades
en
función
del
conjunto
de
relaciones
que
va
estableciendo.
La
discusión
sobre
la
interculturalidad
normativa
ha
estado
muy
centrada
en
el
diálogo
intercultural
y
en
las
posibilidades
que
este
puede
ofrecer
para
la
construcción
de
una
sociedad
democrática.
Si
bien
se
asumía
que
este
proceso
debe
darse
“sobre
la
base
del
reconocimiento
a
la
diversidad
y
en
franco
combate
contra
todas
las
formas
de
discriminación
y
desigualdad”
(Zúñiga
y
Ansión
1997:
16),
se
evadía
la
reflexión
sobre
el
hecho
de
que
las
relaciones
interculturales
“no
son
solo
relaciones
entre
culturas
sino
la
relación
entre
culturas
en
conflicto
que
concurren
en
una
y
sólida
estructura
del
poder
consolidada
desde
la
razón
colonial”
(Moya
2009:
29).
Al
plantear
la
centralidad
de
las
relaciones
de
poder
en
el
debate
sobre
la
interculturalidad,
se
ponía
en
evidencia
las
limitaciones
de
centrarlo
en
la
diversidad
cultural,
así
como
la
necesidad
de
tomar
conciencia
sobre
las
relaciones
de
clase
y
opresión
cultural
que
están
en
la
base
de
las
relaciones
interculturales.
La
constatación
sobre
la
necesidad
de
conectar
la
reflexión
sobre
la
cultura
con
la
manera
como
se
expresa
el
poder
en
nuestra
sociedad
dio
pie
a
la
distinción
que
hace
Tubino
(ver
Tubino
en
la
presente
antología)
entre
la
interculturalidad
crítica
y
la
interculturalidad
funcional.
Según
este
autor,
la
interculturalidad
crítica
surge
como
alternativa
ético
política
enraizada
en
la
realidad,
que
debe
poner
en
evidencia
las
condiciones
de
desigualdad
y
conflicto
en
el
que
se
dan
las
relaciones
interculturales.
En
contraste
con
ella,
la
interculturalidad
de
carácter
funcional
(o
neoliberal)
busca
llegar
a
relaciones
más
armónicas
entre
las
distintas
culturas
que
coexisten
en
una
determinada
región
o
país
a
través
del
diálogo
intercultural.
En
este
discurso,
funcional
al
estado
nacional
y
al
sistema
socioeconómico
vigente,
“la
identidad
de
grupo
sustituye
a
los
intereses
de
clase
como
mecanismo
principal
de
movilización
política.
La
dominación
cultural
reemplaza
a
la
explotación
como
injusticia
fundamental.
El
reconocimiento
cultural
desplaza
a
la
redistribución
socioeconómica
como
remedio
a
la
injusticia
y
objetivo
de
la
lucha
política”
(Fraser
1997
en
Tubino
y
Zariquiey
s/f).
Frente
al
ideal
de
que
el
diálogo
entre
las
culturas
nos
llevará
a
una
relación
armónica
entre
ellas,
adoptada
por
la
interculturalidad
funcional,
desde
la
interculturalidad
crítica
se
enfatiza
la
necesidad
de
tener
en
cuenta
que
el
diálogo
debe
darse
entre
iguales
y
que
esto
no
es
posible
en
las
actuales
condiciones
de
desigualdad
política,
sociocultural
y
económica
que
marcan
la
relación
entre
los
grupos
sociales
y
pueblos
subalternizados
y
la
sociedad
mayor.
Desde
esta
postura,
además,
se
le
da
un
nuevo
contenido
a
la
interculturalidad
normativa,
pues
se
cuestiona
el
carácter
unitario
y
uniforme
del
Estado
nación
y
se
plantea
la
necesidad
de
un
nuevo
Estado
que
responda
a
las
características
de
un
país
multiétnico,
pluricultural
y
multilingüe.
Desde
este
planteamiento
se
hace
necesario
revisar
las
actuales
nociones
de
democracia
y
ciudadanía
para
hacerlas
más
inclusivas
a
la
diversidad
(Bello
2009).
Esto
implica
reconocer
que
“los
espacios
públicos
de
las
democracias
liberales
son
espacios
culturalmente
homogéneos
y
lingüísticamente
monocordes.
No
son
in
stricto
senso
públicos
pues
no
reconocen
la
pluralidad”
(Tubino
2004:
152).
Los
estudios
postcoloniales
han
sido
uno
de
los
marcos
de
referencia
de
la
conceptualización
de
la
interculturalidad
crítica.
A
diferencia
de
otras
corrientes
teóricas
más
preocupadas
por
los
conflictos
de
clase
(que
influyeron
más
en
la
década
de
1970),
esta
perspectiva
se
constituye
como
una
crítica
al
centro
mismo
de
la
modernidad,
que
tuvo
como
premisa
básica
la
deslocalización
del
saber
y
que
se
fundó
sobre
una
“alteridad
negada”.
Los
postcoloniales
sostienen
que
el
conocimiento
no
está
deslocalizado,
sino
que
se
organiza
–como
la
economía-‐
mediante
centros
de
poder
y
regiones
subalternas.
Desde
estos
centros,
hay
un
saber
que
se
impone
y
se
naturaliza
y,
desde
ahí,
se
asume
a
los
demás
saberes
como
“pre-‐científicos”,
“bárbaros”
o
“míticos”
(Castro
Gómez
2005,
Mignolo
2003,
Maldonado
2007).
Esta
perspectiva
introduce
entonces
la
noción
de
“diferencia
colonial”
para
enfatizar
el
carácter
social
-‐y
no
natural-‐
de
la
diferencia
étnica,
y
poner
en
evidencia
que
ella
responde
a
un
proceso
de
clasificación
y
jerarquización
de
los
grupos
sociales
según
su
relación
con
la
división
social
del
trabajo
(Quijano
2000).
Así
entonces,
la
modernidad
entendida
como
un
nuevo
proyecto
de
colonización
no
solo
ha
tenido
impacto
en
la
economía
y
en
la
política,
sino
también
en
la
cultura,
en
el
sentido
de
que
se
encargó
de
violentar
y
destruir
conocimientos
y
prácticas
culturales
de
los
considerados
“otros”.
Desde
esta
premisa,
los
estudios
postcoloniales
intentan
visibilizar
conocimientos
diferentes
a
los
hegemónicos.
Esta
aproximación
enriquece
el
debate
sobre
la
interculturalidad
al
poner
el
tema
del
conocimiento
en
el
centro
de
las
relaciones
de
poder,
en
la
medida
en
que,
como
señala
Walsh
(2001),
“ayuda
a
estructurar,
legitimar
y
justificar
el
poder
dominante
y
la
subalternidad”.
A
partir
de
los
debates
generados
en
torno
al
significado
de
la
interculturalidad
y
la
educación
intercultural,
varios
programas
de
EIB
empezaron
a
revisar
los
enfoques
con
los
que
trabajaban,
las
visiones
del
conocimiento
que
subyacían
a
sus
prácticas
educativas
y
el
peso
que
les
habían
otorgado
a
los
saberes
indígenas.
En
este
contexto,
se
empezó
a
cuestionar
el
discurso
de
la
“razón
instrumental”
con
el
que
se
había
venido
trabajando
desde
la
formación
docente,
que
ha
uniformizado
los
objetivos,
los
temarios
y
contenidos,
y
las
evaluaciones
basándose
en
el
principio
de
igualdad
para
todos,
y
se
señaló
la
necesidad
de
tener
una
mirada
más
atenta
al
derecho
a
la
diferencia
(Hidalgo
2008).
En
este
marco,
se
retomó
la
discusión
epistemológica
sobre
los
currículos
que
se
había
iniciado
a
propósito
de
los
currículos
de
formación
docente
de
la
especialidad
EBI
y
se
empezaron
a
cuestionar
los
“regímenes
de
verdad”
que
legitiman
ciertas
formas
de
interpretar
la
realidad
a
expensas
de
otras.
A
partir
de
estas
reflexiones
se
planteó
la
idea
de
interculturalizar
el
currículo
como
una
forma
de
negociar
el
poder
en
el
ámbito
educativo
(Garcés
y
Guzmán
2003),
lo
cual
supone
un
cambio
radical
frente
a
la
diversificación,
en
la
medida
que
revisa
la
noción
de
“saberes
que
se
deben
incluir”
para
más
bien
plantear
la
necesidad
de
pensar
en
“saberes
con
los
cuales
se
tiene
que
dialogar”
(Ruiz
Bravo
et
al
2005).
La
experiencia
vivida
por
el
Programa
de
Formación
de
Maestros
Bilingües
de
la
Amazonia
Peruana
FORMABIAP,
coejecutado
por
el
ISEP
Loreto
y
la
confederación
indígena
AIDESEP,
desde
1988,
es
un
ejemplo
de
un
proceso
de
reconceptualización
de
las
prácticas
de
EIB,
que
se
está
dando
en
mucho
programas.
Desde
su
sede
en
Iquitos,
el
programa
FORMABIAP
ha
formado,
a
lo
largo
de
los
últimos
24
años,
a
docentes
de
primaria
de
15
pueblos
indígenas
procedentes
de
las
regiones
de
Loreto,
Amazonas,
Ucayali,
Junín
y
Pasco,
a
través
de
las
modalidades
de
formación
inicial
y
en
servicio.
A
partir
del
año
2004
también
ofrece
la
especialidad
de
educación
inicial
intercultural
bilingüe.
Desde
un
enfoque
que
vincula
la
calidad
de
la
educación
con
la
calidad
de
vida
y
la
calidad
del
bosque,
FORMABIAP
intenta
ofrecer
a
los
docentes
indígenas
elementos
que
les
permitan:
identificar,
valorar
y
manejar
los
recursos
de
su
medio;
desarrollar
un
nivel
de
autonomía
relativa
frente
al
mercado,
con
el
fin
de
garantizar
que
la
satisfacción
de
las
necesidades
básicas
de
la
población
no
esté
totalmente
sujeta
a
sus
vaivenes;
identificar
y
valorar
las
estrategias
de
organización
social,
económica
y
política
desarrolladas
por
sus
pueblos;
y
considerar
su
herencia
cultural
como
piedra
angular
de
un
desarrollo
sostenible
y
digno
enmarcado
en
el
conocimiento
y
defensa
de
los
derechos
colectivos
de
los
pueblos
indígenas
(Trapnell
2008a).
La
relación
entre
la
ciencia
occidental
y
el
conocimiento
desarrollado
por
los
diferentes
pueblos
indígenas
ha
sido
uno
de
los
temas
prioritarios
de
reflexión
y
discusión
en
FORMABIAP.
Su
propuesta
inicial
fue
concebida
en
términos
de
la
articulación
entre
el
conocimiento
indígena
y
el
“occidental”
o
“científico”.
El
papel
de
la
ciencia
sería
el
de
explicitar
el
conocimiento
indígena
y
ofrecer
elementos
para
su
análisis.
Esta
opción
fue
concebida
como
una
estrategia
orientada
a
desmontar
los
mecanismos
ideológicos
que
se
habían
utilizado
para
que
los
indígenas
interiorizaran
juicios
negativos
sobre
su
cultura,
haciéndoles
ver
que
en
realidad
habían
tenido
logros
muy
comparables
a
los
de
la
ciencia
en
diversos
campos.
Para
lograr
este
cometido
se
puso
énfasis
en
el
análisis
del
manejo
de
los
instrumentos
técnicos
(arcos
y
flechas,
pucunas,
trampas,
entre
otros)
y
de
las
actividades
en
las
que
estuvieran
implícitos
conocimientos
científicos
(ver
FORMABIAP
1995
en
la
antología).
A
partir
de
1999,
el
programa
empezó
a
cuestionar
su
propuesta
de
articulación
de
conocimientos
y
a
buscar
nuevas
estrategias
de
trabajo
que
recogieran
los
criterios
de
análisis
e
interpretación
de
la
persona,
la
sociedad
y
la
naturaleza
desarrollados
por
los
pueblos
indígenas,
desde
una
perspectiva
orientada
a
evidenciar
la
existencia
de
diferentes
maneras
de
concebir
la
realidad
y
el
conocimiento
(Trapnell,
Calderón
y
Flores
2008).
FORMABIAP
aborda
el
tema
de
lenguas
desde
dos
perspectivas
complementarias.
La
primera,
de
carácter
sociopolítico,
se
ubica
en
las
relaciones
de
poder
existentes
entre
diferentes
grupos
sociales
y
culturales
y
en
la
manera
como
las
lenguas
expresan
estas
relaciones
sociales,
y
se
constituyen,
a
la
vez,
como
medios
simbólicos
que
se
utilizan
como
mecanismos
de
dominación
o
resistencia.
La
segunda
enfatiza
la
necesidad
de
comprender
a
las
lenguas
indígenas
desde
una
visión
holística
e
integradora
que
considera
la
manera
como
las
perciben
sus
hablantes.
Desde
esta
aproximación
reconoce
el
estrecho
vínculo
que
los
pueblos
indígenas
establecen
entre
lengua,
cultura
y
territorio22.
FORMABIAP
ha
asumido
el
modelo
de
educación
bilingüe
de
mantenimiento,
según
el
cual
los
estudiantes
desarrollan
sus
procesos
de
construcción
de
aprendizajes
a
lo
largo
de
la
primaria
en
por
lo
menos
dos
lenguas
(la
indígena
y
el
castellano,
que
pueden
ser
primera
o
segunda
lengua)
y
desarrollan
habilidades
orales
y
escritas
en
ellas.
Este
modelo
general
de
uso
de
lenguas
se
desarrolla
de
diferentes
maneras
en
función
del
contexto
sociolingüístico
particular
en
el
cual
se
desarrolla
la
EIB,
las
demandas
de
los
padres
de
familia
y
los
planes
de
vida
de
la
comunidad.
La
problemática
de
cómo
abordar
los
conocimientos
de
los
pueblos
originarios
en
la
escuela
también
ha
sido
discutida
en
investigaciones
recientes,
como
por
ejemplo
en
el
estudio
de
Aikman
(2003)
sobre
el
conocimiento
en
el
pueblo
indígena
Harakmbut,
que
presentamos
en
la
antología.
Asimismo,
este
tema
está
siendo
trabajado
en
la
zona
andina
por
el
Proyecto
Andino
de
Tecnologías
Campesinas
(PRATEC).
En
el
año
2001,
esta
institución
inició
un
vasto
movimiento
que,
hoy
en
día,
agrupa
a
cientos
de
docentes
que
participan
en
los
Núcleos
de
Afirmación
Cultural
Andina
(NACA)
de
las
regiones
de
Puno,
Ayacucho,
Apurímac,
Cusco,
Huancavelica,
Ancash
y
San
Martín,
los
cuales
están
abocados
a
la
construcción
del
“iskay
yachay”
o
diálogo
de
saberes
en
la
escuela.
Los
planteamientos
de
PRATEC
han
tenido
mucha
influencia
sobre
diversas
instituciones
que
trabajan
el
tema
educativo
en
el
sur
andino
y
en
Bolivia,
y
se
enmarcan
en
una
apuesta
por
“descolonizar”
la
educación
(Bowers
2002).
La
propuesta
de
esta
institución
se
ubica
en
un
marco
que
trasciende
el
trabajo
escolar
y
se
orienta
a
regenerar
la
biodiversidad
de
la
vida
en
el
planeta
a
través
de
una
valorización
de
los
saberes
andino-‐
amazónicos,
desde
la
cosmovisión
que
los
genera.
Este
planteamiento
condujo
a
PRATEC
a
explorar
las
maneras
cómo
se
aprende
y
transmite
el
conocimiento
en
comunidades
andinas
y
–a
partir
de
ello-‐
a
constatar
epistemologías
y
formas
de
estar
en
el
mundo
distintas
a
las
que
subyacen
a
la
educación
escolar.
PRATEC
asume
una
posición
crítica
frente
el
proyecto
homogeneizador
estatal
de
la
escuela
y
frente
al
currículo.
Una
de
sus
críticas
centrales
se
orienta
a
la
imagen
antropocéntrica
de
la
vida
que
plantea
el
Diseño
Curricular
Nacional
(DCN)
y
a
su
22
Una de las iniciativas del Programa para abordar el estudio de la lengua desde una perspectiva
manera
de
presentar
la
realidad
como
una
máquina
que
debe
ser
conocida
a
través
de
la
ciencia.
Como
plantea
Rengifo
(PRATEC
2009:
7),
desde
este
currículo:
“La
naturaleza
sigue
siendo
un
recurso
a
disposición
y
manejo
del
hombre,
el
cuerpo
humano
continúa
estudiándose
como
si
se
tratara
de
una
máquina
y
no
un
ser
vivo,
y
el
mundo
todo
es
apreciado
como
un
mecanismo
que
hay
que
conocer
metódicamente
para
establecer
el
dominio
supremo
del
hombre”.
Ahora
bien,
a
pesar
de
esta
mirada
tan
cuestionadora
de
la
escuela,
su
propuesta
se
basa
en
la
utilización
del
30%
del
currículo
que
permiten
los
procesos
de
diversificación
curricular,
pues
se
promueve
el
aprendizaje
de
estos
saberes
desde
los
propios
contextos
culturales23.
En
tal
sentido,
PRATEC
reclama
un
espacio
diferenciado
para
el
desarrollo
de
actividades
vivenciales
vinculadas
al
trabajo
en
la
chacra
o
a
otro
tipo
de
actividades,
como
se
puede
apreciar
en
el
artículo
de
Zevallos
Escobar
et
al
(2003)
presentado
en
la
antología.
Estos
talleres
curriculares
constituyen
para
esta
institución
una
forma
de
trabajo
alternativa
a
la
que
han
asumido
otros
programas
de
EIB,
que
han
optado
por
incorporar
los
saberes
de
los
pueblos
originarios
en
el
currículo
escolar.
De
hecho,
PRATEC
cuestiona
las
estrategias
adoptadas
por
algunos
de
estos
programas
de
utilizar
los
saberes
indígenas
como
medios
para
vehiculizar
conocimientos
de
otras
tradiciones
culturales.
Lo
que
más
bien
propone
es
un
“dialogo
de
saberes”
a
través
de
la
presentación
contrastada
de
los
saberes
andino-‐
amazónicos
que
surgen
en
el
desarrollo
de
las
actividades
vivenciales,
con
la
manera
como
se
enfocan
desde
la
escuela.
Esto
se
hace
a
través
de
documentos
gráficos
y
escritos
u
otros
basados
en
el
testimonio
de
las
familias
campesinas.
Así
se
va
elaborando
una
“enciclopedia
local”
que
permite
colocar
ambas
tradiciones
en
condiciones
de
equivalencia24.
Nos
gustaría
señalar
que
el
énfasis
que
programas
como
FORMABIAP
y
PRATEC
han
puesto
en
la
revalorización
de
saberes
locales
han
dejado
en
segundo
plano
la
dimensión
de
la
interculturalidad
que
aborda
la
relación
con
el
“otro”
y
la
preocupación
por
cambios
más
estructurales
en
la
sociedad.
Por
esta
razón,
no
han
elaborado
propuestas
para
trabajar
temas
como
discriminación,
conflicto
y
construcción
de
ciudadanía.
Asimismo,
por
el
objetivo
político
de
reivindicar
los
saberes
ancestrales,
estos
programas
tienden
a
poner
mucho
énfasis
en
la
diferencia
entre
estos
saberes
y
los
“occidentales”,
sin
discutir
aspectos
de
cambio,
contacto,
23
La opción por la chacra como elemento articulador del “iskay yachay” se fundamenta “en el carácter
agrocéntrico del mundo local” y en la necesidad de aprender sobre los saberes andino amazónicos como
siempre se ha hecho, es decir a través de la participación en las actividades socioproductivas, siguiendo la
secuencia temporal del calendario agrofestivo de la comunidad23. “De este modo la siembra es
conversada mientras se siembra y se cantan las canciones que corresponde a este momento del ciclo, así
como la cosecha se muestra en su momento” (Rengifo 2005:17). A partir de estas actividades vivenciales
se conversa sobre distintos temas como el agua, el suelo, el monte, la medicina, la artesanía, la
alimentación etc. que corresponden con cada momento del calendario.
24
Si bien PRATEC tiene un fuerte cuestionamiento al carácter monocultural y colonizador del currículo
oficial y propone un conjunto de estrategias para trabajar desde el saber local, su opción por la
diversificación limita los alcances de su propuesta. Las demandas que actualmente se plantea desde la
EIB están más bien orientadas a interculturalizar el currículo nacional y a diseñar propuestas de
construcción curricular. Esto indudablemente trae consigo un conjunto de retos que van más allá del
tercio curricular, en el que PRATEC ha sustentado su propuesta.
negociación
y
dinamismo
cultural.
Esta
opción
favorece
una
visión
dicotómica,
que
muchas
veces
no
responde
a
la
práctica
cotidiana
de
las
personas
y
grupos
culturales.
Mientras
que
diversos
programas
de
EIB
promovidos
por
la
sociedad
civil
planteaban
críticas
cada
vez
más
duras
hacia
la
escuela
homogeneizadora
y
buscaban
nuevas
maneras
de
incorporar
los
saberes
indígenas
en
la
escuela,
el
gobierno
aprista
mantuvo,
en
términos
generales,
las
acciones
puntuales
a
favor
de
la
EIB
que
se
habían
desarrollado
durante
los
gobiernos
anteriores.
Sin
embargo,
de
manera
paralela
-‐y
desde
el
marco
de
un
gobierno
cada
vez
más
neoliberal
y
tecnocrático-‐
el
Ministerio
de
Educación
puso
en
marcha
un
conjunto
de
medidas,
supuestamente
orientadas
a
mejorar
la
calidad
de
la
educación
peruana,
que
ignoraron
la
diversidad
sociocultural
y
lingüística
del
país
de
manera
más
drástica
y
que
pusieron
en
riesgo
el
derecho
de
los
niños
y
niñas
indígenas
a
tener
una
educación
basada
en
sus
lenguas
y
culturas
(ver
Trapnell
y
Zavala
2009)25.
Estas
medidas
estuvieron
–además-‐
abiertamente
en
contra
de
la
Ley
General
de
Educación
N.º
28044
de
julio
del
2003
que
contiene
varios
artículos
que
reconocen
la
diversidad
cultural,
social
y
étnica
del
país
como
una
riqueza
y
como
base
de
una
sociedad
democrática
y
justa.
Si
bien
desde
el
Ministerio
de
Educación
se
pudo
apreciar
un
retroceso
de
la
EIB,
el
proceso
de
descentralización
iniciado
a
mediados
de
la
década
de
1990
favoreció
una
movilización
por
la
educación
desde
las
regiones,
que
incluía
una
preocupación
por
el
tema
de
las
lenguas
y
las
culturas.
En
tal
sentido,
muchas
regiones
construyeron
sus
Proyectos
Educativos
Regionales
(PER),
elaborados
técnica
y
participativamente.
Estos
documentos
incorporan
información
sobre
la
diversidad
cultural
y
lingüística
de
la
región,
plantean
la
necesidad
de
garantizar
la
formación
docente
en
EIB
e
incluyen
propuestas
de
política
orientadas
a
extender
el
uso
de
las
lenguas
originarias
a
través
de
su
ingreso
a
los
medios
de
comunicación
así
como
estrategias
para
promover
el
aprendizaje
de
la
lectura
y
escritura
en
lenguas
indígenas.
Los
PER,
además,
plantean
la
necesidad
de
diseñar
materiales
y
currículos
que
incorporen
las
cosmologías
y
conocimientos
indígenas
(ver
extracto
del
PER
de
Amazonas
en
la
antología).
Algunas
regiones
han
avanzado
en
la
elaboración
de
sus
currículos
regionales.
Mientras
que
la
mayoría
ha
optado
por
diversificar
el
Diseño
Curricular
25
La primera de las medidas contra la EIB adoptadas por el gobierno Aprista fue el desarrollo de una
prueba en castellano orientada a evaluar la capacidad de comprensión lectora de estudiantes del segundo
grado de primaria, que ignoró la existencia de 3897 instituciones educativas oficialmente reconocidas
como bilingües, en las cuales miles de estudiantes andinos y amazónicos aprendían a leer y escribir en
una lengua originaria. Luego vendría el examen censal, único para todos los maestros del país, que
demostró la poca valoración que le daba el gobierno a las habilidades que deben tener los maestros que
trabajan en contextos bilingües y multilingües. Sin embargo, la disposición más cuestionada fue el D.S.
06-2007 ED que normaba el proceso de admisión a los institutos superiores pedagógicos públicos y
privados, las escuelas superiores de formación artística y los institutos superiores que forman en carreras
docentes, y, entre otras cosas, establecía la nota 14 como nota mínima aprobatoria. Si bien esta medida se
tomó con el fin de asegurar el ingreso de alumnos con un buen nivel de formación y un perfil adecuado
para estas carreras, su aplicación trajo como consecuencia la reducción significativa de estudiantes que
lograron ingresar a los Institutos de Educación Superior Pedagógica a nivel nacional y, en el caso
particular de la especialidad bilingüe intercultural, limitó de manera drástica el ingreso a estos centros de
formación y amplió la gran brecha que ya existía entre la oferta y demanda de docentes EIB en muchos
pueblos indígenas.
Nacional,
(DCN)
incorporando
algunos
elementos
del
contexto
geográfico,
ecológico,
productivo,
sociocultural
y
lingüístico,
la
región
Puno
constituye
una
excepción.
El
Proyecto
Curricular
Regional
Puno,
que
presentamos
en
esta
antología,
ha
sido
fruto
de
un
proceso
de
construcción
curricular
elaborado
con
la
participación
de
docentes,
alumnos,
padres
de
familia
y
representantes
de
organizaciones
de
la
sociedad
civil.
A
partir
de
una
sustentación
teórica
basada
en
un
enfoque
de
interculturalidad
crítica
y
de
un
modelo
curricular
que,
al
igual
que
PRATEC,
enfatiza
los
principios
y
normas
de
la
racionalidad
andina,
el
currículo
toma
una
significativa
distancia
del
DCN
en
su
presentación
de
los
fines
de
la
educación
regional,
los
principios
pedagógicos
en
los
que
se
sustenta
y
la
selección
y
organización
de
las
áreas26.
La
opción
de
construcción
curricular
asumida
por
la
región
Puno
ha
generado
una
fuerte
controversia.
Mientras
que
algunos
destacan
su
intento
de
buscar
una
manera
distinta
de
concebir
la
educación
desde
las
regiones,
que
pone
el
tema
de
la
identidad
cultural
en
primer
plano,
cuestiona
el
centralismo
y
busca
una
alternativa
distinta
a
partir
de
la
deconstrucción
del
DCN,
sus
detractores
lo
consideran
un
atentado
contra
la
unidad
del
país.
De
igual
manera,
varias
regiones
han
emitido
ordenanzas
en
las
cuales
se
plantea
el
uso
de
las
lenguas
originarias
en
el
ámbito
educativo
y
en
otros
espacios
de
la
vida
pública,
tales
como
la
salud
y
la
administración
de
justicia.
Así
por
ejemplo,
la
ordenanza
010-‐2008
del
Gobierno
Regional
de
Ayacucho,
incluida
en
la
antología,
reconoce
al
castellano,
quechua
y
ashaninka
como
idiomas
oficiales
de
la
región
y
plantea
su
conocimiento
como
requisito
indispensable
para
los
funcionarios
que
trabajen
en
las
zonas
en
las
que
estas
predominan.
De
igual
manera
exige
la
incorporación
de
cursos
de
quechua
y
ashaninka
desde
el
primer
grado
de
primaria
hasta
el
quinto
de
secundaria.
Desde
hace
varios
años,
la
Asociación
Pukllasunchis
en
el
Cusco
trabaja
la
enseñanza
del
quechua
en
un
colegio
de
la
zona
urbana,
y
precisamente
viene
luchando
contra
la
“ruralización”
de
la
lengua,
es
decir,
contra
esta
representación
de
las
lenguas
originarias
como
vinculadas
solo
a
zonas
rurales
y
a
todo
lo
que
eso
trae
consigo
(pobreza,
analfabetismo,
etc.):
“decidimos
trascender
la
frontera
de
lo
campesino
desvinculando
la
lengua
del
contexto
exclusivamente
rural
y
vinculándola
también
al
contexto
urbano
y
actual”
(ver
extracto
incluido
en
la
antología).
Aunque
también
hay
otras
iniciativas
parecidas
que
son
más
recientes,
se
trata
de
intentos
aislados
que
no
logran
desafiar
las
representaciones
dominantes
sobre
la
problemática
y
que
sobre
todo
se
concentran
en
el
nivel
primario.
En
la
secundaria,
casi
no
ha
habido
intervenciones
con
relación
al
tema,
a
pesar
de
que
alberga
a
una
población
adolescente
muy
vulnerable
a
la
discriminación,
que,
luego
del
paso
por
el
colegio,
termina
por
negar
sus
tradiciones
culturales
y
su
lengua
(Zavala
y
Córdova
2010).
26
El Proyecto Curricular de Puno se estructura en base a las siguientes áreas: Educación Física en
Armonía Cultural, Comunicación Sociocultural y Multilingüe, Convivencia Intercultural, Ciencia y
Tecnología en Armonía con la Pachamama, Matemática Intercultural, Trabajo y Producción Comunitaria
y Vivencia y Creatividad Artística. El modelo de competencias y capacidades además ha sido
reemplazado por otro que incluye: los saberes fundamentales, la problematización y los saberes
aprendidos.
En
el
nivel
de
educación
superior
sí
ha
habido
intentos
de
pensar
la
problemática,
aunque
el
discurso
ha
girado
en
torno
a
la
noción
de
la
equidad.
La
preocupación
ha
estado,
sobre
todo,
en
la
democratización
del
acceso
a
las
universidades
por
parte
de
grupos
históricamente
excluidos,
pero
no
necesariamente
en
la
transformación
de
las
instituciones
que
ahora
acogen
a
estos
nuevos
sectores
de
la
población
(Mato
2008).
En
el
caso
del
Perú,
hace
unos
años,
la
Universidad
Nacional
Mayor
de
San
Marcos
desarrolló
una
política
para
promover
el
acceso
de
estudiantes
de
pueblos
amazónicos
a
la
universidad,
pero
no
aplicó
medidas
para
garantizar
su
permanencia
y
egreso
una
vez
que
ya
habían
ingresado.
Asimismo,
actualmente
funciona
el
Programa
Hatun
Ñan
en
la
Universidad
Nacional
de
San
Antonio
de
Abad
en
el
Cusco
y
en
la
Universidad
Nacional
San
Cristóbal
de
Huamanga
en
Ayacucho,
que
tiene
como
objetivo
promover
y
ampliar
las
posibilidades
de
los
miembros
de
grupos
históricamente
discriminados
–que
ya
han
ingresado
a
la
universidad-‐
para
permanecer
y
egresar
de
la
educación
superior
(Villasante
2007).
Algunos
de
estos
programas
han
logrado
el
empoderamiento
de
muchos
estudiantes
que
logran
“desenterrar”
su
lengua
vernácula
y
empiezan
a
utilizarla
nuevamente
ahora
que
están
en
camino
de
volverse
profesionales
o
que
ya
se
graduaron.
No
obstante,
el
proceso
de
desarraigo
que
genera
la
secundaria
(y
una
sociedad
discriminadora
y
racista)
es
tan
fuerte
que
a
veces
es
demasiado
tarde
para
revertirlo.
Nos
gustaría
señalar
que
las
estrategias
de
“interculturalización”
de
la
educación
superior
han
sido
hasta
ahora
de
tipo
funcional
(Tubino
2007),
pues
se
han
encargado
de
flexibilizar
los
accesos
a
las
instituciones
por
parte
de
los
miembros
de
poblaciones
desfavorecidas
y
de
asegurar
su
éxito
individual
como
futuros
profesionales
a
través
de
cursos
de
nivelación
académica
y
de
integración
social
en
las
universidades,
y
no
de
generar
cambios
sustanciales
a
largo
plazo
al
interior
de
estas
instituciones.
En
ese
sentido,
las
intervenciones
han
sido
asimilacionistas
y
han
funcionado
como
estrategias
para
incorporar
a
estudiantes
excluidos
de
modo
más
eficiente
al
sistema
universitario;
sin
embargo,
no
han
tratado
de
ir
a
las
causas
estructurales
de
los
problemas
y
de
tomar
en
cuenta
el
rol
que
cumple
la
diversidad
cultural
y
lingüística
en
los
desniveles
académicos
existentes,
y
de
introducir
el
tema
de
la
diversidad
en
los
programas
de
estudios
(Tubino
2007,
Zavala
y
Córdova
2010).
En
la
antología
presentamos
una
entrevista
a
una
ex
estudiante
de
la
Universidad
Nacional
Mayor
de
San
Marcos
que
proviene
del
pueblo
Shipibo
y
que
ingresó
bajo
la
modalidad
de
ingreso
para
indígenas
amazónicos,
donde
cuenta
sobre
las
dificultades
que
tuvo
cuando
ingresó
a
esta
institución.
5.
Conclusiones
y
desafíos
En
el
año
2010,
la
Defensoría
del
Pueblo,
en
el
marco
de
su
competencia
para
defender
los
derechos
constitucionales
y
fundamentales
de
la
persona
y
de
la
comunidad,
y
para
supervisar
los
deberes
de
la
administración
estatal
en
relación
con
la
adecuada
prestación
de
los
servicios
públicos,
emitió
el
informe
defensorial
152
“Aportes
para
una
Política
Nacional
de
Educación
Intercultural
Bilingüe
a
favor
de
los
pueblos
indígenas
del
Perú”.
Con
el
objetivo
de
velar
por
el
derecho
de
los
pueblos
indígenas
a
una
educación
bilingüe
de
calidad
que
garantice
su
identidad
cultural,
esta
institución
realizó
una
investigación
para
dar
cuenta
del
nivel
de
implementación
de
la
política
de
EIB
por
parte
del
Estado,
que
demostró
la
implementación
defectuosa,
arbitraria
y
negligente
de
la
EIB
por
parte
de
los
agentes
del
sector
educativo,
así
como
su
desinterés
y
falta
de
voluntad
política
por
atender
a
las
poblaciones
indígenas.
Sin
duda,
este
documento
constituye
un
hito
en
la
historia
de
la
educación
dirigida
a
población
indígena.
Sin
embargo,
también
muestra
que
el
tema
de
la
diversidad
lingüística
y
cultural
en
la
educación
sigue
circunscrito
a
este
tipo
de
intervención
y
dirigido
solo
a
población
de
origen
indígena.
A
pesar
de
que
hay
iniciativas
para
que
la
diversidad
lingüística
y
cultural
se
trabaje
en
todos
los
niveles
educativos
y
se
vea
como
un
recurso
o
una
riqueza,
la
educación
intercultural
bilingüe
todavía
no
ha
dejado
de
concebirse
como
una
compensación
o
un
remedio
frente
a
un
“problema”
que
supuestamente
tienen
los
niños
vernáculo
hablantes
de
zonas
rurales.
Es
por
eso
que
no
se
ve
como
necesaria
una
EIB
o
el
uso
de
las
lenguas
originarias
en
escuelas
de
zonas
urbanas
y
en
niveles
educativos
que
vayan
más
allá
de
la
primaria.
Pero
la
manera
en
que
puede
cambiar
esa
representación
de
la
EIB
solo
para
niños
que
no
hablan
castellano
no
es
precisamente
haciendo
una
“mejor”
EIB
para
niños
vernáculo
hablantes
de
zonas
rurales.
Esa
representación
cambiará
cuando
se
trabaje
la
diversidad
lingüística
y
cultural
en
otros
niveles
educativos
(secundaria
y
superior,
por
ejemplo)
y
cuando
estas
medidas
se
articulen
de
forma
coherente
con
políticas
firmes
de
uso
de
las
lenguas
indígenas
fuera
de
la
escuela
y
en
espacios
públicos,
y
con
el
ejercicio
de
una
ciudadanía
intercultural.
En
ese
sentido,
creemos
que
es
fundamental
“desEBIzar”
el
tema
de
las
lenguas
y
culturas
en
la
educación.
Solo
de
ese
modo
podremos
construir
nuevas
representaciones
en
torno
a
él.
Es
interesante
también
que
en
el
nivel
de
educación
superior
nuevamente
nos
encontremos
ante
una
concepción
de
la
diversidad
como
un
problema
que
hay
que
remediar
con
intervenciones
como
las
comentadas
más
arriba
y
ante
la
representación
del
estudiante
de
zona
rural
desde
una
ideología
del
déficit
y
la
carencia.
Esto
afecta
la
actuación
espontánea
de
las
identidades,
coacciona
la
libertad
personal
y
colectiva
y
merma
la
posibilidad
del
ejercicio
de
la
ciudadanía.
El
tema
de
la
diversidad
siempre
ha
incomodado
al
sector
educativo
y
al
discurso
oficial
en
general.
Después
de
todo,
hemos
visto
que
a
lo
largo
de
la
historia
la
escuela
ha
servido
en
el
Perú
para
introducir
la
cultura
moderna
occidental
como
parte
de
una
propuesta
de
cambio
radical
y
de
ruptura
con
las
culturas
originarias
(Portocarrero
1992).
A
pesar
de
la
existencia
de
discursos
alternativos
a
lo
largo
de
todo
el
periodo
estudiado,
esta
propuesta
ha
estado
siempre
respaldada
por
un
consenso
bastante
amplio.
Actualmente,
la
desarticulación
entre
los
niveles
educativos
y
las
contradicciones
entre
el
discurso
y
la
práctica
revelan
las
ambigüedades
y
tensiones
que
de
manera
permanente
caracterizan
a
la
temática.
Si
bien
contamos
con
un
marco
legal
frondoso
que
favorece
la
diversidad,
las
ideologías
dominantes
boicotean
permanentemente
diferentes
iniciativas
y
se
revelan
en
la
falta
de
voluntad
política
de
los
diferentes
gobiernos.
Se
trata
de
una
ineficiencia
deliberada
que
forma
parte
de
la
política
oculta
de
los
gobiernos.
El
Estado
no
ha
asumido
esta
problemática,
menos
aún
en
estos
tiempos
en
los
que
la
diversidad
se
construye
como
un
obstáculo
para
la
noción
imperante
del
desarrollo.
En
el
discurso
educativo
hegemónico,
la
diversidad
sociocultural
es
reconocida
de
alguna
manera
en
el
concepto
de
interculturalidad
que
es
transversal
al
sistema
educativo
y
que
ha
sido
incorporado
en
el
marco
legal
vigente.
Aunque
representa
un
avance
con
relación
a
la
mirada
del
aula
como
un
espacio
homogéneo,
la
visión
de
la
diversidad
se
restringe
al
reconocimiento
de
la
composición
heterogénea
de
la
población
estudiantil
mediada
por
variables
socioeconómicas,
culturales,
de
género,
etnia,
y
necesidades
educativas
especiales.
Sin
embargo,
creemos
que
esta
se
debe
sustentar
en
una
visión
de
la
diversidad
a
nivel
macro.
La
diversidad
cultural,
lingüística
y
biológica
es
uno
de
los
rasgos
que
define
a
nuestro
país
y
una
de
sus
principales
fuentes
de
riqueza
y
de
creación
de
nuevas
propuestas
de
desarrollo
orientadas
a
promover
el
bienestar
de
la
población.
Frente
a
esta
realidad,
necesitamos
un
sistema
educativo
que
parta
del
reconocimiento
y
valoración
de
esta
multidiversidad
y
la
incorpore
como
eje
central
de
su
propuesta
educativa.
Esto
implica
trascender
los
límites
del
aula
y
pensar
en
la
construcción
de
un
sistema
educativo
enraizado
en
la
diversidad.
Esto
sería
lo
que
definiría
la
educación
en
un
país
como
el
nuestro
y
nos
permitiría
vincular
la
propuesta
educativa
a
nuestro
contexto
social
y
pensarla
en
función
del
tipo
de
sociedad
que
queremos.
Mientras
que
en
el
contexto
de
la
globalización
los
países
desarrollados
defienden
sus
identidades
locales,
mantienen
sus
lenguas
y
apuestan
por
el
cosmopolitismo
(España
por
ejemplo),
en
el
Perú
se
acepta
el
mandato
occidentalizador
sin
dialogar,
negociar
ni
resguardar
condiciones
locales.
En
el
sector
educativo
de
nuestro
país,
están
prevaleciendo
propuestas
que
bien
podrían
ser
aplicadas
a
cualquier
tipo
de
contexto
y
que
responden
a
un
discurso
pedagógico
global
en
el
marco
de
uno
más
amplio
de
corte
neoliberal
y
tecnocrático.
No
se
está
pensando
en
una
educación
para
un
país
como
el
nuestro
y
la
diversidad
sigue
siendo
un
obstáculo
que
incomoda
y
que
hay
que
sacar
del
camino.
El
reto
es
enorme
en
la
medida
en
que
implica
tomar
distancia
del
paradigma
homogeneizante
sobre
el
cual
se
ha
construido
nuestra
sociedad.
Esto
requiere
reconocer
la
pluralidad
étnica,
lingüística
y
cultural
que
la
caracteriza
y
pensar
en
la
manera
cómo
la
escuela
puede
canalizar
sus
aportes
hacia
la
construcción
de
sociedades
más
democráticas
a
través
de
la
formación
de
ciudadanos
con
competencias
y
capacidades
para
crear
nuevos
modelos
económicos
y
estilos
de
vida
y
de
consumo
responsables,
capaces
de
compatibilizar
el
interés
particular
con
el
bien
común.
Sin
embargo,
no
solo
se
trata
de
valorar
la
diversidad
cultural
y
lingüística,
sino
también
de
generar
conciencia
sobre
la
necesidad
de
proteger
la
biodiversidad
frente
a
un
agresivo
sistema
de
mercado
que
impone
sus
criterios
de
producción
y
de
explotación
de
los
recursos.
Desde
un
enfoque
de
interculturalidad
crítica
orientado
a
la
construcción
de
nuevos
paradigmas
enraizados
en
nuestra
diversidad
sociocultural,
la
valoración
de
los
saberes
culturales
de
los
estudiantes
debe
complementarse
con
experiencias
que
les
permitan
ubicarse
en
un
universo
regional
y
nacional
pluricultural,
y
cuestionar
la
idea
de
que
solo
existe
una
manera
válida
de
vivir,
pensar,
conocer
y
sentir.
Se
trata
de
formar
ciudadanos
interculturales
y
bilingües
(y
también
multilingües),
que
puedan
moverse
con
seguridad
y
sin
vergüenza
en
una
variedad
de
contextos
culturales,
que
puedan
desafiar
la
reproducción
de
la
discriminación
y
que
puedan
contribuir
a
construir
un
Estado
intercultural
y
democrático.
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