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Los acérrimos amantes de la lengua y los tecnicismos suelen, con ciertos aires de
superioridad intelectual y una sonrisa burlesca dibujada en el rostro, criticar
el bloqueo de Estados Unidos a Cuba, pero no por las implicaciones de las
medidas punitivas contra los isleños, sino por el hecho de que no debería decirse
bloqueo sino embargo.
Uno de los problemas de las relaciones internacionales es la terminología aplicada
para dirimir sus propios asuntos debido a la falta de consenso, ya sea por la
complejidad y evolución de los hechos que configuran el escenario internacional o
por el etnocentrismo de algunas instituciones o academias para imponer sus
términos. No obstante, podemos siempre ajustarnos a los conceptos ya definidos.
El concepto tradicional de bloqueo responde a una actividad puramente bélica, la
cual consiste en que una nación corta las comunicaciones marítimas y sitia con
fuerzas navales a otra, el Diccionario de Derecho Internacional de los conflictos
armados, define el bloqueo como «operación de las fuerzas navales y aéreas,
mediante la cual un beligerante prohíbe totalmente el movimiento marítimo
procedente de un puerto o con destino a este o de un litoral perteneciente a un
beligerante enemigo». Hay tres requisitos que configuran un bloqueo: que exista
un estado de guerra, el establecimiento formal de un bloqueo por parte de uno de
los beligerantes, y la interrupción del tráfico marítimo.
Cabría mencionar que el bloqueo, el cual la Carta de las Naciones Unidas hace
mención en su artículo 42, se le consideraría o bien un embargo o un bloqueo
pacífico, pues Naciones Unidas no tiene facultad para declarar la guerra; es decir,
tache a NU por no ser rigoristas.
De cualquier forma, con el concepto anterior, no se puede argumentar que se trata
de un bloqueo la medida en Cuba, pues ni hay una fuerza naval estacionada
cortando las comunicaciones marítimas de la isla ni un estado de guerra (¿o sí?, la
Ley de Comercio con el Enemigo aplicada a Cuba suele ser una incógnita) entre
ambas naciones. Por lo tanto, se le debería llamar embargo, pues con un bloqueo
se vería impedido el comercio internacional de Cuba, y este país sí goza de
relaciones comerciales con muchos países de todo el mundo.
El embargo, según la Real Academia de la Lengua Española lo define como
la «prohibición del comercio y transporte de armas u otros efectos útiles para la
guerra, decretada por un gobierno». Una de las definiciones del Cambridge
Dictionary nos dice que un embargo es «una orden del gobierno para detener
temporalmente el comercio de ciertos bienes o con ciertos países»; la definición
de Investopedia menciona que es una «orden del gobierno que restringe el
comercio con un país específico o el intercambio de bienes específicos». La
definición como tal no comprende medidas financieras, pero se podría aludir que
estas forman parte del embargo.
Tanto en el embargo como en el bloqueo, la finalidad de su aplicación es que el
país bloqueado o embargado cambie su actitud hostil o desestabilizadora por
políticas más favorables o a la medida de las condiciones que demanda la nación
bloqueadora o la que embarga, con la diferencia de que en un embargo no se
aplica el uso de la fuerza.
Cabe decir que un bloqueo, o sea, el efecto de bloquear, según una acepción de
la lengua española, es impedir el funcionamiento normal de algo o dificultar el
funcionamiento de un proceso. Sabemos que lo mínimo que provoca
el embargo estadounidense a Cuba es un cuello de botella a su desarrollo
nacional, o «un impacto fundamental a la sociedad cubana al punto de sofocarla»,
como dice el profesor José Gabilondo, quien ha trabajado en el Departamento del
Tesoro de Estados Unidos.