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Franz Boas en México

Author(s): Manuel GAMIO


Source: Boletín Bibliográfico de Antropología Americana (1937-1948), Vol. 6, No. 1/3
(ENERO A DICIEMBRE, 1942), pp. 35-42
Published by: Pan American Institute of Geography and History
Stable URL: http://www.jstor.org/stable/40977511
Accessed: 19-07-2018 23:33 UTC

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boletín bibliografico de antropologia americana

También creo interpretar el sentir de todos ustedes y muy especialmente


de quienes, sin la debida preparación previa en sus años mozos, se dedican a
disciplinas científicas, al expresar mi gTan admiración por la minuciosa, pa-
ciente y enorme labor ejecutada por Beyer, de la que da cuenta la Bibliografía
publicada en el Tomo V del Boletín Bibliográfico de Antropología Americana.
Sólo podemos imaginar que a costa de largos desvelos y con tesón digno
de imitarse, como ejemplo excepcional, Beyer, como autodidacta, haya logrado
el reconocimiento de la mayoría de sus colegas de ciencia, por su meritoria
colaboración, contribuyendo así al desarrollo de los estudios arqueológicos.

Franz Boas en México (1)


Por Manuel GAMIO.

Eminentes hombres de ciencia de numerosos países han comentado y des-


crito tan acertadamente la obra sin par del profesor Franz Boas, que pensaba
declinar el honor que se me confirió de contribuir a ese monumento biográfico,
temiendo que por haber estado alejado varios años del campo de la antropología,
mi oración resultara poco informada y banal, pero me mueve a correr tal
riesgo la deuda aun no saldada que contraje con ese ilustre maestro, de quien
tuve el alto privilegio de ser devoto discípulo y fiel amigo. Mi modesta expo-
sición no tenderá por lo tanto a analizar y criticar sus ideas y métodos, ni
tampoco a enumerar detalladamente los múltiples y valiosos trabajos cientí-
ficos que publicó, labor que, repito, ya fue hecha de mano maestra y en diversas
ocasiones cuando él vivía y va a ser reconsiderada y ampliada en publicación
que pronto aparecerá en los Estados Unidos, según me ha indicado reciente-
mente mi viejo amigo el doctor John Alden Mason. Sólo haré algunas consi-
deraciones complementarias y ciertas remembranzas inspiradas en el contacto
íntimo y frecuente que tuve con él y se refieren a la influencia que tan relevante
personalidad tuvo en el progreso de la antropología mexicana.
En biografías del doctor Boas se indica que su interés por México surgió
con motivo de su primera estancia en esta capital, en 1910, durante la cual fue
nombrado profesor extraordinario de la Escuela de Altos Estudios en la Uni-
versidad Nacional de México, fundada en ese año, pero, en realidad, ese interés,
compartido con el que le inspiraban muchos otros países que cuentan con
elementos sociales aborígenes, se despertó en él muchos años antes de esa
fecha, desde que en los Anales del Museo Nacional de México y en otras publi-
caciones se enteró del amplio campo que nuestro país ofrecía a la investigación
antropológica. El acontecimiento que definitivamente encauzó su atención a
tal respecto e iba a trascender en el futuro científico nacional, fue la implanta-
ción de la enseñanza metódica de la antropología en dicho Museo, el año de
(1) Palabras pronunciadas en la Velada celebrada por la Sociedad Mexicana
de Antropología en memoria del extinto antropólogo Dr. Franz Boas.

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1906, acontecimiento del cual creo oportuno hacer aquí sucinta recordación, a
la vez quo proponga unánime voto de gratitud y admiración al insigne maestro,
licenciado don Justo Sierra, entonces Secretario de Educación Pública, quien
secundado por el también distinguido educador y Subsecretario, licenciado Eze-
quiel Chávez, creó en el Museo Nacional cátedras de Antropología Física, Et-
nología y Arqueología, así como becas para los estudiantes que llenando de-
terminados requisitos se inscribieron a ellas.
Antes de esta fecha el conocimiento propiamente antropológico no existía
en nuestro medio, sino es de manera esporádica y excepcional, pues solamente
ilustres autodidactas como Orozco y Berra, Ramírez, Paso y Troncoso, León
Peñafiel, Chavero, Galindo y Villa y otros, muy contados en número, habían
cultivado con éxito algunas de sus ramas durante el último cuarto del siglo
XIX y el primer lustro del siglo XX. A esa lista hay que agregar el nombre de
la culta americanista, señora Zelia Nuttall, investigadora norteamericana que
residió en el país largo tiempo, dedicó gran atención a inquisiciones arqueoló-
gicas e históricas y contribuyó a establecer relaciones entre centros de inves-
tigación extranjeros con centros mexicanos, y especialmente con el Museo Na-
cional.
A fines de 1906 el doctor Boas que, tanto por lo que leía en las publicaciones
del Museo Nacional como por las informaciones que recibía de la señora Nuttall
estaba atento a lo que se hacía en ese establecimiento, se enteró de investiga-
ciones histórico-arqueológicas que se me había encomendado hacer en la región
de Azcapotzalco, D. F., y me hizo saber por conducto de dicha señora que le
agradaría conocer colecciones de cerámica de esa región, así como datos rela-
tivos a su localización y tipología pero, desgraciadamente, no puede complacerlo
desde luego, porque en el Museo se me indicó que no podría disponer de ese
material hasta que el estudio fuera publicado en los Anales, efectuándose esto
hasta 1909, bajo el título "Restos de la cultura Tepaneca".
En 1908 el director del Museo, licenciado don Genaro García, me comisionó
para hacer una exploración arqueológica general en el Estado de Zacatecas, la
zusii fue iniciada en la parte septentrional de éste, en los límites con Durango y
descubriéndose entonces los monumentos de Chalchihuites y otros de menor
importancia. La señora Nuttall juzgó conveniente informar al doctor Boas res-
pecto a esos trabajos y le envió al efecto algunos datos y fotografías, surgiendo
de allí el ofrecimiento que este me hizo de una beca para estudiar antropología
en la Universidad de Columbia, a la cual me dirigí en 1909, inscribiéndome en
cátedras que servían el mismo doctor Boas y los profesores Adolfo Bandelier y
Marshall H. Saville.
Muy contados alumnos tenían esas cátedras, pues yo era el único insc
en las de Bandelier y Saville, en tanto que en una de las de Boas los asiste
no excedían de cuatro y en la otra de siete. Los métodos eran originales y
distintos a los acostumbrados en México, pues más que de clases se trataba de
seminarios, en los que Boas se sentaba formando círculo con los estudiantes,
quienes discutían puntos previamente estudiados por ellos y que él había su-

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gerido o bien tópicos nuevos que surgían en la discusión, la cual guiaba el


profesor con familiaridad y sencillez, con honda sabiduría y habilidad inigua-
lables. En dos temas insistió con frecuencia duranu; mi estancia en la Uni-
versidad, temas que nunca olvidé posteriormente. En el primero negaba que
existiesen innatas superioridades o inferioridades raciales que determinaran
el progreso o el retraso de los pueblos, y vaticinaba profeticamente que si no
se abandonaban tan erróneas teorías la humanidad sería víctima de serios
conflictos. En el segundo hacía resaltar la poderosa influencia que el ambiente
ejerce no sólo en el desarrollo cultural de los hombres sino también en el físico,
el cual no se debe exclusivamente a la acción de la herencia. Por estos postu-
lados el doctor Boas fue dura y empeñosamente combatido, pero a la postre,
como a ustedes . consta, se ha reconocido unánimemente la justificación de sus
razonamientos.

En varias ocasiones discutió sobre la falta de correspondencia y conexión


existentes entre los antecedentes históricos y los vestigios arqueológicos de los
grupos indígenas mexicanos. Por ejemplo, respecto al Valle de México argüía
que las crónicas coloniales aludían a numerosos y distintos grupos indígenas, en
tanto que parecían ser muy contados los tipos culturales correspondientes a
los monumentos y la cerámica, concluyendo que para poder dilucidar este pro-
blema era necesario identificar, clasificar y diferenciar los tipos de culturas
arqueológicas que existían en las diversas regiones del Valle, con lo que que-
daría automáticamente determinada y delimitada la filiación cultural de los
grupos que las habían habitado, cualesquiera que fueran la denominación y el
número que de ellos daban dichas crónicas.
Insistía a menudo sobre la urgencia que había en investigar científicamente
los idiomas y dialectos indígenas de México y en colectar el acervo folklórico,
aduciendo que tanto aquellos como éste estaban desapareciendo lentamente
como resultado de la invasión del idioma español y de la cultura occidental.
Invitado por el profesor Saville y contando con la aprobación del doctor
Boas me alejé de la Universidad de Columbia por varios meses para incorpo-
rarme a la expedición que bajo los auspicios del Museo del Indio Americano
se efectuó en la República del Ecuador durante el año de 1910. Precisamente
en septiembre de este año Boas vino a México como delegado de la Universidad
de Columbia para asistir a las ceremonias con que se celebraba la fundación
de la Universidad Nacional de México, nombrándosele, como ya quedó dicho,
profesor extraordinario de la recién inaugurada Escuela de Altos Estudios.
Entonces fue también cuando Boas, que de años atrás se interesaba tanto por
nuestro país, concibió la idea de crear la Escuela Internacional de Arqueología
y Etnología Americanas, idea que secundaron entusiastamente el licenciado don
Ezequiel Chávez, Subsecretario de Educación Pública y el doctor Eduardo Seler,
profesor de la Universidad de Berlín, que fue su primer director, en tanto que
Boas desempeñaba el puesto de secretario, en el cual gestionó para la Escuela
los patronatos de las Universidades de Columbia, Harvard, Pennsylvania, y en
colaboración con Seler obtuvo el del Gobierno de Prusia. El patronato de

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México fue especialmente debido a la intervención del señor licenciado Ezequiel


Chávez. Directores de esta escuela también fueron el distinguido antropólo-
go y geólogo George Engerrand y el sabio antropólogo Alfred Tozzer.
A fines de 1910 volví a incorporarme a la Universidad de Columbia y ya
para terminar 1911 regresé a México, donde el doctor Boas ya estaba dirigiendo
dicha Escuela, en la que me incorporé como alumno graduado.
Desde entonces es cuando verdaderamente empezó a sentirse en México
la cultísima y orientadora influencia del doctor Boas, quien además desempeñaba
varias cátedras en la Escuela de Altos Estudios. Sus cursos de Biometria
General, Antropometría del crecimiento individual y Lingüística, abriero
surco y sentaron precedentes inolvidables; en los dos primeros no sólo empleó
los métodos más modernos y adelantados al impartir sus sabias enseñanzas,
sino que cuando se refería a la elaboración estadística de las series consideradas,
exhibió tan profundos y amplios conocimientos matemáticos que los profesio-
nistas, que principalmente constituían su auditorio, quedaron absortos; compe-
tencia que, por lo demás, era lógico tuviera, pues antes de dedicarse a los
estudios antropológicos era connotado físico y geógrafo. En materia de lin-
güística no cabe lugar a duda que al frente de su cátedra fue quien primeramente
introdujo y aplicó en nuestro país métodos estrictamente científicos para el
estudio de los idiomas y dialectos indígenas.
Sus imponderables aptitudes lucieron brillantemente al dirigir las inves-
tigaciones arqueológicas, etnográficas, lingüísticas y folklóricas, que se llevaron
a cabo en la Escuela Internacional.

Ideas que ya se agitaban en la mente del doctor Boas desde que lo co


en la Universidad de Columbia determinaron en cierto modo la índole de los
trabajos que se me encomendó desarrollar, los cuales tendían a conocer, en
principio, cuando menos, la extensión geográfica y la sucesión cronológica de
las culturas precolombinas que habían florecido en el Valle de México, siendo
preciso para ello identificar los tipos culturales de la cerámica que se encon-
trara en estratos de excavaciones en diversas regiones del Valle, registrándose
al mismo tiempo la cantidad de cada tipo en cada estrato, así como las profun-
didades de éstos. El primer lugar elegido para hacer excavaciones fue San
Miguel Amantla, jurisdicción de Azcapotzalco, y como resultado de las labores
allí efectuadas se llegó a la siguiente conclusión: los numerosos grupos pre-
hispánicos que existieron en el Valle de México estaban incorporados a tres
grandes y fundamentales culturas, de las cuales la denominada de tipo arcaico
había sido la más antigua; la siguiente, aquella cuya cerámica era igual a la
de Teotihuacán y su tipo denominado tolteca y, por último, la más moderna y
última fué la de tipo azteca o mexicano.
La actividad mental y la energía física de Boas maravillaban, bastando,
para dar una idea de ellas, recordar que sobre atender a sus cátedras, viajar
por diversas regiones de la República, en las que encauzaba investigaciones
encomendadas a los alumnos y visitar periódicamente los lugares donde se

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hacían trabajos arqueológicos en el Valle de México, dedicaba los días festivos


a exploración de las cercanías de la ciudad y a clasificar los objetos colectados.
Siempre recordaré un domingo en que su sobriedad, su pasión científica y su
incansable actividad casi hicieron naufragar mi vocación arqueológica, pues
salidos de su casa a las seis de la mañana con pequeños picos para excavar,
sacos de yute para cargar la cerámica, dos escuálidos sandwiches, dos man-
zanas y una cantimplora con agua, nos dirigimos a diversos parajes de la
Sierra de Guadalupe. Cuando el sol estaba muy alto y se hacía extremada la
fatiga por subir y bajar abruptos riscos, aventuré algún comentario sobre el
apetito que despertaba el ejercicio físico, pero no pareció darse cuenta de ello,
abismado en contemplar los rasgados ojos de figurillas arcaicas que llevaba en
la mano. Al obscurecer regresamos cargando nuestros respectivos fardos, y al
llegar a la casa del maestro catamos una sencilla, muy sencilla colación, des-
pués de lo cual me despedí de él, pero ¡inenarrable decepción!, con la más
insinuante de sus sonrisas, me indicó que para que la clasificación de los
objetos colectados fuera más correcta, convenía hacerla desde luego, así que,
quieras que no, hasta las once de la noche estuvimos discutiendo y anotando
en una libreta si esta técnica era de pastillaje, si la otra revelaba el esgrafiado
con palillo y si en la de más allá se discernía obra modelada a mano o vaciado
en molde. Al ir a acostarme, me pregunté si mis futuras labores estarían
siempre sujetas a disciplinas como las de ese agotante día de descanso y
determiné eludir diplomáticamente las invitaciones que para acompañarlo en
sus trabajos dominicales me hiciera tan brillante como incansable preceptor.
Otra interesante conclusión de carácter arqueológico a que en este año
pudo llegarse merced a trabajos efectuados en Culhuacán por la señorita Isabe
Ramírez Castañeda, bajo la dirección del doctor Boas, fue la de saber que la
cerámica azteca de ese lugar era cronológicamente anterior a la cerámica de
tipo fino de Tenochtitlán y otros lugares del Valle.
El doctor Doas estudio pacientemente la cerámica que en gran cantidad
había colectado y la que la señorita Ramírez y yo reunimos, clasificando y
agrupando millones de objetos de acuerdo con su procedencia, y con los tipos
culturales a que pertenecen, y son el arcaico, el teotihuacano y el azteca;
además incluyó pequeño número de fragmentos recogidos en Zacatecas y cuyo
tipo cultural no fue identificado. En seguida encomendó la reproducción de
dichos fragmentos a Adolfo Best y publicó el Album de Colecciones Arqueoló-
gicas, el que posteriormente tuve el honor de complementar con una descripción
de la cerámica en él ilustrada.

En cuanto a lingüística el programa del doctor Boas tendía a identificar


las relaciones que pudieran existir entre los idiomas indígenas mexicanos y los
de los Estados Unidos, así como en hacer estudios comparativos de los dialectos
de la lengua mexicana, para lo cual comisionó al doctor John Alden Mason y
al señor William H. Mechling, el primero llegó a la conclusión de que el tepecano
y el tepehuan de México son muy análogos y pueden ser considerados como

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dialectos del pima, el cual creía que se extendió en épocas pasadas desde el
río de Santiago hasta Arizona. Boas personalmente identificó en el Sur de
Zacatecas vocablos de un dialecto del mexicano que se habla en Jalisco, pero
que presenta diferencias fonéticas respecto al mexicano clásico. Complemen-
tariamente se observó que las características etnográficas de los tepecanos de
Zacatecas eran muy semejantes a las de los Coras y Huicholes.
En Tuxtepec, Oaxaca, el doctor Boas, asesorando a Mechling, estudió el
dialecto del mexicano allí hablado, identificó ciertas semejanzas que tenía con
el de Jalisco y además le encontró analogías con los que se hablan en Nicaragua
y Costa Rica.
Inspirándose en viejos vocabularios de dialectos mexicanos que le había
suministrado el Dr. Peñafiel y correspondían a Tuxtepec y a Pochutla, Oaxaca,
Boas se dirigió a este lugar donde halló que sólo se hablaba zapoteco, pero
merced a informes y testimonios de ancianos residentes que en parte recor-
daban el viejo dialecto mexicano, pudo elaborar más amplios vocabularios y
estudiar formas gramaticales, concluyendo en el informe relativo que, de
acuerdo con éste y los otros estudios hechos en la Escuela, el fonetismo del
llamado "mexicano clásico" constituía un fenómeno meramente local y que
los dialectos que existían desde Jalisco y Veracruz hacia el Sur formaban un
grupo de distintas características.
Boas, cuya preminencia en el campo del Folklore es universalmente reco-
nocida, no podía menos de disponer que algunos de los alumnos de la Escuela
colectaran material folklórico mexicano, ocupándose él mismo de hacer otro
tanto En el material recogido pudo comprobar la validez de ciertas ideas que
abrigaban él y otros distinguidos folkloristas. Por ejemplo, varios cuentos
mexicanos de animales eran muy parecidos a otros que relataban los negros
de los Estados Unidos y de las Antillas, los cuales también existían en Africa,
a donde probablemente fueron importados por españoles y por portugueses,
por lo que Boas suponía que los esclavos negros habían introducido tales
cuentos en América, aunque algo influenciados ya por el medio africano.
Parece increíble que los doce meses durante los cuales dirigió el Dr. Boas
la Escuela Internacional, hallan bastado para que pudiera desarrollar tan alta,
intensa y variada labor científica, como la que ha sido ligeramente esbozada,
siendo oportuno recordar que ese generoso derroche de enseñanzas, de consejos,
de energías físicas y mentales, de nobles ejemplos y estímulos, era retribuido
con la modesta suma de $10.00 diarios, sueldo señalado a los directores de
esa Escuela. Debemos pues, ilimitada gratitud a quien tanto hizo en favor de
la antropología mexicana durante ese inolvidable año.
Boas fue un autodidacta en antropología, ciencia en la que alcanzó las
más altas cimas. Geografía, física y matemáticas son los estudios que espe-
cialmente le condujeron a conquistar el doctorado en la Universidad de Kiel
hace sesenta y dos años, versando su tesis profesional sobre el color de las
aguas de mar. Se cree que su maestro Teobaldo Fisher fue quien primero

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despertó su interés en la entografía, según asienta el Dr. Robert L. Lowie,


uno de sus más amantes discípulos y mejores biógrafos.1 Boas a su vez dotado
de profundos conocimientos matemáticos se inclinaba por la biometria, pero
lo que lo decidió definitivamente a abrazar la carrera antropológica fue la
famosa expedición que hizo a la Tierra de Baffin en 1883-1884, donde efectuó
amplísimas investigaciones etnográficas.
Hasta esa fecha y aun años después no existían antropólogos en el
sentido integral que se concede hoy a ese término, por más que las ramas
de la ciencia del hombre ya estaban constituyéndose. Taylor no lo fue; Broca,
Virchow, Bastian, von Lu sch an, y otros eran médicos, Morgan abogado, Put-
nam geólogo, A. C. Haddon zoólogo, Rivers lingüista, etc. Boas laboró ardua
e incesantemente hasta familiarizarse con los principios y las técnicas de los
conocimientos que entonces estaban convergiendo para formar la antropología,
pero no sólo absorbía lo ya estudiado y hecho, sino que lo criticaba y en
ocasiones corregía y sobre todo hacía continuas investigaciones directas - field
research - , porque por encima de todo era un investigador excepcionalmente
dotado. Cuando investigaba grupos indígenas, previamente aprendía lo sufi-
ciente de su idioma para poder entenderse con ellos y esto unido al hondo
sentido humano de su sugerente personalidad, apartaba obstáculos, atraía cora-
zones y vencía hermetismos, pudiendo entonces adentrarse con facilidad en el
alma y en la mente del aborigen.
La capacidad que atesoraba para enseñar a sus alumnos, e inspirar y
brindar sugestiones a quienes no tuvieron el privilegio de serlo, pero esti-
maban en alto grado el valor de sus ideas y enseñanzas, era sorprendente,
como lo prueba la gran serie de competentes antropólogos que se hallaron
en uno o en otro caso: Kroeber, Lowie, Radin, Goldenweiser, Sapir, Speck,
Cole, Benedict, etc., entre los primeros, y Tozzer, Wissler, Mason, Laufer, God-
dard, Michelson y otros, que sería largo enumerar, entre los segundos.
Consecuentemente con sus ideas científicas y su natural bondadoso y hu-
manitario, en la vida diaria Boas siempre fue combativo y elocuente defensor
de los pueblos y grupos oprimidos y víctimas de prejuicios raciales, por lo
que al discutir conmigo sobre la revolución mexicana aplaudía sin reservas
aquellas de sus conquistas que efectivamente habían beneficiado a nuestra
población desvalida y principalmente a la indígena. Judío, como el gran Eins-
tein, no practicaba tampoco la religión de sus mayores, pero como él luchó
en la cátedra, en el libro, en la prensa, en todas partes para que se impar-
tiera justicia y protección a los israelitas que perseguidos en diversas regiones
del mundo no sabían donde poner la afligida mirada. Principalmente en estos
últimos tiempos cuando ya pesaban sobre él más de ochenta años derrochó sus
últimas energías combatiendo tenazmente por los principios que durante toda
su vida había sustentado.

(1) The History of Ethnological Theory, Robert H. Lowie. New York, 1937.

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Pocas oportunidades tuvo Boas de saber si sus trabajos serían de tras-


cendencia exclusivamente científica o si también contribuirían al mejoramiento
de aquellos cuya vida con tanto amor había investigado, ya que su grandiosa
obra, la de sus discípulos y amigos, así como en general la de casi todos los
antropólogos que investigaron e investigan a los grupos aborígenes del Con-
tinente, no han llenado sino excepcionalmente los efectos sociales que tienen
que cumplir, no han sido interpretadas en un sentido práctico; de ellas no se
han derivado e implantado medidas administrativas de carácter oficial o par-
ticular, encaminadas a satisfacer de modo autorizado las necesidades y las
aspiraciones de todos los grupos investigados, meta que principalmente deben
seguir en la América indígena, no sólo la antropología, sino todas las Ciencias
Sociales. Sin embargo hace poco tiempo, relativamente, fue constituida en los
Estados Unidos The Society for Applied Anthropology, de cuyas actividades
se esperan importantes resultados en pro del indígena; ojalá que en los demás
países del Continente cunda esta idea.
Rindo un último homenaje al Dr. Franz Boas, dándole una vez más el
significativo y afectuoso tratamiento con que para expresar nuestra admi-
ración científica, lo distinguíamos en 1910 los alumnos de Columbia y otras
Universidades Americanas: PADRE DE LA ANTROPOLOGIA AMERICANA.

Bibliografía Antropológica Colombiana


Por Henri LEHMANN.

BOLETÍN DE ARQUEOLOGIA (Bogotá).


Vol. I, N<? 1. Febrero de 1945.- REICHEL DOLMATOFF, Gérard: Mitos
y 'cuentos de los Indios Chimila, pp. 4-30; DUQUE GOMEZ, Luis:
Apuntes sobre el comercio entre los indios pre-colombianos, pp. 31-35;
SILVA CELIS, Eliecer: Investigaciones arqueológicas eñ Sogamoso
(Departamento de Boyacá), pp. 36-44; OCHOA SIERRA, Blanca: Orga-
nización de museos, pp. 45-48; SANCHEZ VALDERRAMA, Luis Alfon-
so: Moldeado de estatuas prehistóricas de piedra, pp. 49-51; GARCIA,
Antonio: El indigenismo en Colombia. Génesis y evolución, pp. 52-71;
FRIEDE, Juan: La encomienda y la propiedad, pp. 72-74.
BOLETÍN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES. Organo de la Academia Colom-
biana de Historia. (Bogotá).
Vol. XXIX, Nos. 328 y 329. Febrero y marzo 1942.- ORTEGA RICAUR-
TE, Daniel: Un conquistador portugués (Don Pedro Texeira), pp. 187-
199; ANDRADE, Francisco: Descubridores y conquistadores del Ama-
zonas, pp. 200-237; DE CARVAJAL, Gaspar: Descubrimiento del Río
de Orellana, pp. 238-286; VIAJE del Capitán Pedro Texeira, pp. 287-307.

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