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INTRODUCCIÓN.

UBICACIÓN
DE LA IZQUIERDA LACANIANA

E l L a c a n p o lític o

A lo largo de los últimos diez a quince años, el psicoanálisis, y en especial la


teoría lacaniana, ha pasado a ser uno de los recursos más importantes en el
marco de la actual reorientación de la teoría política y el análisis crítico con­
temporáneos, circunstancia reconocida incluso en los foros más tradicionales
de las ciencias políticas. Por ejemplo, en una reseña crítica publicada en British
Journal ofP olitics and Internacional Relations -u n a de las revistas de la Asocia­
ción de Estudios Políticos del Reino U nido-, que lleva el significativo título de
"The Politics of Lack" [La política de la falta], se lee que "en los últimos tiem­
pos se ha popularizado cada vez más entre los teóricos el abordaje de la políti­
ca desde el psicoanálisis lacaniano [...]. Sólo el liberalismo analítico supera en
influencia a este enfoque de la teoría política" (Robinson, 2004: 259).1 El fenó­
meno en sí ya es sorprendente: nadie habría podido predecirlo hace diez años.
Pero su característica más llamativa es el hecho de que los principales teóricos
y filósofos políticos ligados a la izquierda recurran cada vez más a la obra de
Jacques Lacan.
¿Por qué es tan asombrosa esta tendencia? Precisamente porque Lacan
era un psicoanalista en ejercicio sin inclinaciones izquierdistas perceptibles de
inmediato, y sin siquiera un interés expreso en la vida política. Ello no signifi­
ca que fuera apolítico: hay cierto indudable radicalismo (antiutopista) en el

] Por irónico que resulte, esla creciente popularidad no atañe sólo a la teoría política laca­
niana, sino tam bién a su crítica. En otra versión del artículo citado, publicado en Theory &
Event, se afirma una vez más que -p ara gran decepción del autor del artículo- "entre la pléto­
ra de perspectivas teóricas radicales va adquiriendo hegemonía un nuevo paradigm a. Inspi­
rados en la obra de Jacques Lacan, los teóricos recurren cada vez más al concepto de 'falta
constitutiva' para encontrar una salida de los puntos m uertos a que han llegado los enfoques
marxistas clásicos, especulativos y analíticos de la teoría política [...]. El desafío que plantea
esta influyente perspectiva es dem asiado im portante para pasarlo por alto [en apariencia,
para decirlo en 'lacanés', la teoría de lo real ha surgido como lo real irreductible en la teoría].
Su estructura paradigm ática (...) está deviniend o la tendencia p redom inante en la teoría
(aparentemente) radical" (Robinson, 2005:1).

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18 LA IZQUIERDA LACANIANA

pensamiento de Lacan, aunque sus connotaciones políticas han permanecido


en gran medida im plícitas. En el nivel teórico, por ejemplo, su crítica a la
escuela estadounidense de la psicología del yo a veces se representa en térmi­
nos cuasi políticos, puesto que implica el rechazo de una "sociedad en la cual
los valores sedimentan según la escala del impuesto a las ganancias" (Lacan,
1990: 110) y del “american way oflife" ( S i l : 127 [133]). En el célebre discurso de
Roma (1953), su primer manifiesto analítico, Lacan criticó explícitamente el
capitalism o estadounidense y la sociedad opulenta, y más tarde asoció su
definición de "plus de goce" a la noción marxiana de "plusvalía", con lo cual
puso en evidencia las operaciones del goce (jouissance) que tienen lugar en la
base del sistema capitalista (S 1 7 :19 [18]).2 Sin embargo, a semejanza de Freud,
Lacan se mostraba muy escéptico en relación con la política revolucionaria.
Paul Robinson ha descrito a Freud com o "an tiu topista radical", es decir,
alguien cuya teoría y práctica, a pesar de su claro pesimismo histórico, se
resiste a adaptarse al orden político establecido (Robinson, 1969: 3 [12 y 13]).
La posición de Lacan no era muy diferente: el psicoanálisis subvierte las orto­
doxias establecidas a la vez que descree de las fantasías utópicas, y este escep­
ticismo es un sostén crucial de su eje verdaderamente subversivo.
También sabemos que Lacan tuvo algunas experiencias relacionadas con
la cultura de protesta propia de su época. Por ejemplo, en una carta de agosto
de 1960, dirigida a Donald Winnicott, dice de Laurence, la hija de su esposa,
que "este año nos ha atormentado mucho (de lo cual estamos orgullosos), por­
que fue arrestada a causa de sus relaciones políticas". Y agrega: "También
tenemos un sobrino que vivió en casa como si fuera nuestro hijo cuando era
estudiante, y ahora lo han sentenciado a dos años de prisión por su resistencia
a la guerra de Algeria" (Lacan, 1990: 77). Durante las jornadas de mayo, Lacan
acató la huelga de los docentes y suspendió su seminario; incluso conoció a
Daniel Cohn-Bendit, uno de los líderes estudiantiles (Roudinesco, 1997: 336
[490 y 491]).3 De un modo u otro, su nombre se vinculó a los acontecimientos.
No es sorprendente entonces que estallara una vez más el clima de Mayo de
1968 cuando fue suspendido el seminario que Lacan impartía en la École Nór­
male (1969): los manifestantes ocuparon la dirección y finalmente fueron de­
salojados por policías armados.

2 Si se desea consultar u n análisis detallado de esta relación entre Lacan y M arx, véase
Zizek (1989).
3 La inclusión de la foto de Cohn-Bendit en la tapa del Seminario 17 de Lacan, L’etwers de
psychanaiyse, no es una m era coincidencia.
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Sin embargo, Lacan no tenía una relación sencilla con la izquierda. En


1969, por ejemplo, recibió una invitación para hablar en Vincennes, pero era
evidente que su pensamiento y el de los estudiantes operaban en diferentes
frecuencias. La conversación terminó así:

La aspiración revolucionaria no tiene sino un problema concebible, siempre:


el discurso del amo. Eso es lo que ha demostrado la experiencia. Como revo­
lucionarios, ustedes aspiran a un Amo. V lo tendrán... porque son los ilotas
de este régimen. ¿Tampoco saben qué significa eso? Este régimen los pone en
exhibición; dice: "Mírenlos coger..." (Lacan, 1990:126).

Una experiencia similar marcó la conferencia de la Université Catholique de


Louvain, el 13 de octubre de 1973, cuando Lacan sufrió una interrupción
seguida de un ataque por parte de un estudiante que aprovechó la oportuni­
dad para transmitir su mensaje revolucionario (situacionista). El episodio, fil­
mado por Franijoise Wolff, concluyó con este comentario de Lacan:

Tal como decía él, deberíamos participar... Deberíamos cerrar filas para
lograr... bueno, ¿qué, exactamente? ¿Qué significa la organización sino un
nuevo orden? Un nuevo orden es el retomo de algo que -si recuerdan la pre­
misa de la cual partí- es el orden del discurso del amo [...]. Es la única pala­
bra que no se ha mencionado, pero es precisamente el término implícito en la
organización.

De todos modos, las actuales iniciativas de explorar la relevancia que tiene la


obra de Lacan para la teoría política crítica no se arraigan en la biografía de
Lacan ni la presuponen,4 aunque, al menos a mi parecer, necesitan registrar
con seriedad su radicalismo antiutopista. Suponen una articulación entre el
análisis político crítico y la teoría lacaniana que no está dada de antem ano y
puede establecerse de diversos modos, como ya veremos. Es así que -p ara dar
sólo algunos ejem plos- Slavoj ¿izek ha propuesto una "combinación explosi­
va del psicoanálisis lacaniano y la tradición marxista" con el objeto de "cu es­
tionar los supuestos mismos del circuito del capital";5 Alain Badiou se ha

4 En Roudinesco (1997) y Turkle (1992) hay m ás inform ación biográfica que perm ite esbo­
zar la relación de Lacan con la política.
5 La cita proviene del prefacio de 2 i íe k a la serie Wo es War, de Verso, que se reproduce en
todos los volúmenes.
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reapropiado de Lacan en su radical "ética del acontecim iento", y Laclau y


Mouffe han señalado que "la teoría lacaniana aporta herramientas decisivas
para la formulación de una teoría de la hegem onía", por lo cual han incluido
el psicoanálisis lacaniano en la lista de corrientes teóricas contemporáneas que
a su parecer son "condiciones para entender la ampliación de las luchas socia­
les característica del escenario actual de la política democrática y para formu­
lar una nueva perspectiva de izquierda en el marco de una democracia radical
y plural'' (Laclau y Mouffe, 2001: xi).6
De más está decir que los diversos autores en cuestión no usan la teoría
lacaniana del mismo modo. En la obra de Zizek, por ejemplo, Lacan constitu­
ye una referencia constante y de primer orden, en tanto que para Laclau y
Mouffe es una referencia entre muchas otras, si bien es cierto que ocupa un
lugar cada vez más privilegiado. La izquierda tampoco es entendida de idén­
tica manera por estos teóricos. Por ejemplo, Laclau y Mouffe siguen pensando
que la revolución democrática constituye el marco definitivo de la política de
izquierda, en tanto que Zizek parece creer que la democracia es un significan­
te que ha perdido toda relevancia política para la agenda política progresista,
en especial a raíz de su asociación con el capitalismo globalizado y su instru­
mentación en la "guerra contra el terror". Sin embargo, la mera posibilidad de
formular estas diversas posiciones presupone el lento pero indudable aflora­
miento de un nuevo horizonte teórico-político: el am plio horizonte que he
dado en denominar "la izquierda lacaniana". No propongo esta expresión
como una categorización exclusiva o restrictiva, sino com o un significante
capaz de dirigir nuestra atención al surgimiento de un nítido campo de inter­
venciones políticas y teóricas que explora con seriedad la relevancia del pen­
samiento lacaniano para la crítica de los órdenes hegem ónicos contem porá­
neos.7 En el epicentro de este cam po em ergente cabría ubicar el respaldo

6 Declaración de Laclau y M ouffe incluida en la serie Phronesis. Es interesante señalar que


la referencia al psicoanálisis no estaba en la formulación original de esta aserción. Ni siquiera
figuraba en los primeros libros que publicó ¿ i íe k en la serie. Su inclusión posterior atestigua
la creciente centralidad que ha adquirido la teoría psicoanalítica en el proyecto de Laclau y
Mouffe desde principios de los años noventa.
7 Como es bien sabido, la división política entre izquierda y derecha surgió con la Revolu­
ción Francesa, y en sus inicios se correspondía con la ubicación de los diversos representan-
tes y agrupaciones políticas en la Asam blea. A la izquierd a del presidente se situ aban las
fuerzas más radicales, antim onárquicas y partidarias de la dem ocracia. Desde entonces, esta
división horizontal ha funcionado como poderosa m etáfora que organiza la esfera pública en
m uy diversos contextos. A raíz de su carácter form al-relacional, ha perm itido que cada uno
de los dos polos sea ocupado por proyectos muy diferentes: en distintos periodos históricos
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entusiasta de Zizek a Lacan;8 junto a él -a una distancia que algunos califica­


rían de salu d able- se sitúa la perspectiva de inspiración lacaniana que de­
sarrollan Laclau y Mouffe; en la periferia -negociando un delicado ejercicio
de malabarismo entre el exterior y el interior del campo, a menudo en calidad de
sus "otros" o adversarios íntim os- tendríamos que ubicar el compromiso críti­
co de pensadores como Castoriadis y Butler.
No cabe duda de que se trata de un campo heterogéneo. La designación
"izquierda lacaniana" no se refiere a alguna unidad o esencia preexistente que
subyazga a todos estos diversos proyectos teórico-políticos. En un espíritu
verdaderamente lacaniano cabría incluso declarar que la izquierda lacaniana
"no existe", es decir, que no se impone en el dominio teórico-político como
positividad plena y homogénea. De hecho, paradójicamente, su propia divi­

y contextos espaciales, la izquierda ha com prendido fuerzas com unistas, socialistas y libera­
les, así como los nuevos movimientos sociales. También se ha asociado históricam ente a diver­
sas propuestas políticas que apuntan a derrocar o transform ar el statu quo: desde la propie­
dad pública de los medios de producción y la intervención/regulación estatal de la economía
hasta la expansión de los derechos, etc. H uelga decir que la referencia bibliográfica clásica
sobre la oposición entre derecha e izquierda es Bobbio (1996).
Este program a político precisa una reform ulación radical, y cabe señalar que hoy se tra­
baja mucho en ese sentido. Sin embargo, el presente libro no aborda el desarrollo concreto de
propuestas políticas: Lacan sería una fuente poco apropiada para tal empresa. Por otra parte,
la concepción de políticas alternativas supone algo m ás: la legitim idad de la critica y la plau-
sibilidad (cognitiva y afectiva) de la propia idea de alternativa. H oy en día estas cuestiones
parecen estar en tela de juicio. Si el significante "iz q u ierd a " retiene algún significado, éste
deberá localizarse principalm ente aquí: surgido con la revolución dem ocrática, señala una
legitimación dem ocrática del antagonism o y en ca m a la idea de cuestionam iento del statu
quo, así com o la posibilidad de cambio. En oposición a lo que Roberto M angabeira U nger
denomina "la dictadura de la falta de alternativas" (M angabeira Unger, 2005), "la izquierda"
designa un intento de restablecer y respaldar el deseo de una democracia de alternativas. Más
aún, a fin de evitar la reocupación nostálgica de temas obsoletos de la izquierda, para estar
en condiciones de ofrecer análisis esclarecedores de la extendida tendencia a la desdem ocra­
tización y orientar el pensam iento y la acción en direcciones innovadoras y atractivas, esta
orientación democrática radical tendrá que echar m ano de recursos teórico-prácticos no con­
vencionales. Es aquí donde entran en escena la teoría lacaniana y la práctica del psicoanáli­
sis. Adem ás, es preciso tener en cuenta que, tal com o leem os en el C on cise D iction ary o f
Current English, la expresión inglesa the Left ["la izq u ierd a"] tam bién denota una "sección
innovadora" de una escuela filosófica o tradición teórica.
8 Sin embargo, dados los rápidos e inesperados cambios que se producen en las posiciones
de Z iiek, y su tendencia a incursionar continuam ente en direcciones más bizarras e insonda­
bles, casi es posible predecir que tarde o tem prano llegará el día en que la única gran trans­
gresión de sí m ismo que le quede disponible sea trascender o incluso oponerse a Lacan. En este
sentido, el m apeo que se presenta aquí no excluye la posibilidad de futuros desarrollos en los
proyectos teóricos examinados, que obviam ente pueden seguir las más diversas direcciones.
22 LA IZQUIERDA LACANIANA

sión es la mejor evidencia de su surgimiento, pues, como es bien sabido, hay


una sola prueba que puede revelar más allá de toda duda razonable si en ver­
dad existe o no este campo: dondequiera haya una izquierda será inevitable la
división entre la izquierda supuestamente "verdadera" y la "falsa", entre los
revolucionarios y los reformistas. Y al parecer esto es precisamente lo que ocu­
rre en el caso de nuestra izquierda lacaniana. En el argumento de Andrew
Robinson, por ejemplo, se enuncia la distinción entre una teoría política laca­
niana "reformista" (Laclau, Mouffe y compañía) y una supuestamente "revo­
lucionaria" (Zizek) (Robinson 2004: 265). No es sorprendente entonces que el
significante "izquierda lacaniana" se deslice continuamente sobre sus signifi­
cados potenciales. En tal sentido, hablar de él implica en parte construirlo, del
mismo modo en que no es posible desligar ontológicamente el surgimiento de
cualquier objeto de discurso del proceso performativo de su nombramiento.
He aquí entonces la pregunta crucial: ¿cómo debería tener lugar esta cons­
trucción? Está claro que el objetivo no consiste en acometer una suerte de ejer­
cicio totalizador guiado por la fantasía de enunciar el nuevo fundamento de la
teoría, la praxis y el análisis políticos. Aparte de pecar de inmodesto y políti­
camente ingenuo, tal objetivo resultaría contradictorio con la posibilidad de
que este tipo distintivo de teorización lacaniana hiciera aportes útiles a nues­
tras exploraciones teórico-políticas. Si se la toma en este sentido, la "izquierda
lacaniana" sólo puede ser el significante de su propia división, una división
que no ha de reprimirse ni desmentirse, sino que, por el contrario, debe poner­
se de relieve y negociarse una y otra vez como locus de inmensa productivi­
dad, como el encuentro -e n el marco del discurso teórico- con el hiato consti­
tutivo entre lo simbólico y lo real, entre el saber y la verdad, entre lo social y lo
político. En su conferencia inaugural de 1953 en el Collége de France, mien­
tras comentaba la posición socrática -posición que Lacan había elogiado-,
Merleau-Ponty señaló enérgicamente que sólo esa conciencia de nuestro no
saber nos abre las puertas a la verdad (Merleau-Ponty, 1988). Es así como
deberíamos interpretar el célebre pasaje de Lacan en "Televisión", que ofrece
la condensación formular de diversas nociones de enorme importancia origi­
nadas en campos tan diversos como el de la filosofía (Merleau-Ponty es sólo
uno de los casos que vienen a cuento), el de la teología (en especial la apofáti-
ca, la vía negativa), y el de las matemáticas (incluidos Cantor y el teorema de
Gódel):9 "Yo siempre digo la verdad. No toda, porque de decirla toda no

9 M iller no exagera cuando dice que "todo Lacan está en ese párrafo" (Miller, 1990: xix).
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somos capaces. Decirla toda es materialmente imposible: faltan las palabras.


Precisamente por este imposible, la verdad aspira a lo real" (Lacan, 1987: 7
[83]). Extraer las implicaciones políticas de este real en sus diferentes m odali­
dades será uno de los principales objetivos del presente libro.

T e o r ía , a n á l is is , e x p e r ie n c ia : e n c u e n t r o s c o n l o r e a l

Las anteriores aserciones, que subyacen a las prem isas epistem ológicas y
metodológicas de este texto, requieren cierta elaboración. La izquierda lacania­
na es un libro de teoría y de análisis sustancialmente teórico, pero ¿qué tipo de
teoría? ¿Cómo puede y cómo debería posicionarse la teoría en relación con la
experiencia que se propone analizar?10 ¿Y de qué modo debería relacionarse
con el deseo que se sitúa como experiencia en su propia raíz? Aquí sólo cabe
partir de la tensión constitutiva entre el saber y la experiencia, tensión que no
es epifenoménica ni accidental. En un nivel muy rudimentario, el principal
designio de la construcción del saber y la teoría parece consistir en abordar y
explicar la experiencia, para luego orientar nuestra praxis, es decir, canalizar
la experiencia y guiar la acción por vías éticamente atinadas, fidedignas y legí­
timas. He aquí una aserción extremadamente simple -casi sim plista- y neutra,
que corresponde a una creencia muy difundida según la cual "la razón princi­
pal para creer en las teorías científicas es el hecho de que explican la coheren-

10 La teoría y el análisis suelen conceptualizarse com o opuestos. La teoría supuestam ente


se ocupa de lo general, lo abstracto. Articula de form a sistem ática los principios b ásicos de
un paradigma científico, las ideas fundacionales capaces de explicar un conjunto de fenóm e­
nos, etc. Por otra parte, se supone que el análisis aborda lo particular, lo concreto: m ediante
un examen exhaustivo de un cam po conceptual o experiencial delim itado, apunta a captar
su forma elem ental, a separar sus elem entos constituyentes y cartografiar sus m odos de in­
teracción. Sin embargo, ¿no es obvio que ninguna teoría puede sostenerse si perm anece en un
nivel puramente especulativo, sin algún rapport con lo particular? Tanto la etim ología griega
de theoria -q u e describe el acto de v e r- com o el significado del synlagm a "teoría an alítica"
revelan esta dialéctica constitutiva entre la experiencia, el análisis y la teoría. A sim ism o, nin­
gún análisis puede tener lugar en un nivel puram ente em pírico, como si fuera posible arribar
a la explicación objetiva de un encuentro inm ediato con lo particular en sí. N o sorprende
entonces que el "análisis del discurso" en el sentido que le dan Laclau y M ouffe se caracterice
por su marcado perfil teórico. Desde esta perspectiva, las dos partes del presente libro deben
verse como textos que comprenden dos gestos profundam ente interrelacionados que, en tan­
to funcionan en diferentes niveles de generalidad y operan con distintos tipos de m ateriales,
comparten la misma orientación epistem ológica y m etodológica. Los principales parám etros
de esta orientación se esbozan brevem ente en esta sección del capítulo introductorio.
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cia de nuestra experiencia". Así se afirma en el hoy mal reputado libro Impos­
turas intelectuales (Sokal y Bricmont, 1998: 55).11 El problema con esta postura
es que las indagaciones teóricas y el discurso científico nunca logran explicar
ni entender la totalidad de nuestra experiencia, y mucho menos predecir y
dirigir la praxis humana. Incluso en el texto de Sokal y Bricmont, donde se
defiende a toda costa la "sagrad a" integridad de la ciencia, la aserción antes
mencionada sólo tiene sentido cuando la experiencia se reduce a los experi­
mentos científicos, y las teorías científicas, a "las mejor verificadas", según
aseveran los propios autores (p. 55). Y aquí nos topamos con otro problema:
que lejos de proporcionar un encuentro con lo real, los experimentos científi­
cos a menudo se acotan a un campo ya dom esticado de la experiencia, un
campo de mediciones ya determinadas por paradigmas: es decir, contamina­
das por la misma teoría que son llamadas a verificar (Kuhn, 1996: 126 [233 y
234]).12 No obstante, la verificación que proporcionan en general parece bastar
para sostener la fantasía de que "la comunidad científica sabe cómo es el mun­
do", la fantasía de que las teorías "verificadas" representan acabadamente el
campo de la experiencia en bruto (p. 5 [63]). Y esto es exactamente lo que per­
mite que entre en escena la palabra "totalidad".
En tal circularidad de una experiencia ya simbolizada que sostiene la fan­
tasía de un orden teórico cerrado y preciso se revela la naturaleza de lo que
Thomas Kuhn llama "la ciencia norm al". De más está decir que la constitu­
ción de este orden es una cuestión predominantemente política; no es coinci­
dencia que la teoría de Kuhn sobre la historicidad de la ciencia se articule
mediante un vocabulario político: ello pone en evidencia su relevancia directa
para la reflexión política. La fantasía de la ciencia normal descansa "sobre el
poder que se otorga a quienes pueden ir y venir" entre la realidad de la expe­
riencia en bruto y nuestro mundo sociopolítico. Estos sujetos supuestos saber,
por usar una formulación lacaniana,13 "estos pocos elegidos, tal como se ven

11 No abordaré aquí los comentarios de Sokal y Bricm ont en relación con la teoría lacania­
na. Acerca de este tema, véase Glynos y Stavrakakis (2001).
12 Si se desea consultar una introducción general a la conceptualización a m enudo contra­
dictoria de la "experiencia" en el marco de la m odernidad occidental, véase Jay (2005).
13 En este punto es preciso tomar conciencia de una diferencia crucial: m ientras que en el
psicoanálisis es el analizante quien inviste al psicoanalista de supuesto saber, creencia desti­
nada a debilitarse a m edida que progresa el tratam iento, aq u í son los propios científicos
quienes suelen afirm ar que encarnan este saber suprem o, un saber del todo y, -h e aquí el
punto cru cial- quienes insisten en no perm itir que nadie (ni siquiera ellos m ismos) cuestione
el estatus del discurso científico. Si bien afortunadam ente no se trata de algo qu e ocurra
siempre, las fantasías del todo, a pesar de algunas excepciones notables, conservan su vigen-
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ellos mismos, están dotados de la más fabulosa capacidad política que se haya
inventado jamás". ¿Y cuál es esta supuesta capacidad? "Pueden hacer hablar al
mundo mudo, decir la verdad sin que se los ponga en entredicho, poner fin a las discu­
siones interminables mediante una form a de autoridad incontestable que provendría
de las cosas en sí" (Latour, 2004: 14). Es inevitable coincidir con Latour en que
"no podemos hacer pasar este cuento de hadas por una filosofía política como
cualquier otra, y mucho menos por una superior a todas las dem ás" (p. 15).
¿Por qué? Por una razón -y aquí propongo una línea de razonamiento laca-
niano-: porque la circularidad de este juego entre teoría y experiencia, entre
saber y verdad, sólo puede sostenerse cuando se excluye algo; lo que queda
fuera de la ecuación es la parte no simbolizada -o , más exactamente, no sim-
bolizable- de la experiencia, lo que siempre escapa a la simbolización y a la
representación teórica: en pocas palabras, lo real como distinto de la realidad.
La teoría sólo puede m anifestarse com o una adecuación o representación
veraz de la experiencia si el campo de la experiencia se reduce a aquello que
ya está simbolizado; en el mejor de los casos, a lo que es simbolizable de acuer­
do con las reglas prevalecientes de la simbolización: en términos lacanianos, si
lo "real" se reduce a la "realidad" (que de acuerdo con Lacan se construye en
los niveles sim bólico e imaginario, m ediante el significante y la imagen).
Entonces, aquí no se disputa el hecho de que el saber pueda ser fiel a la reali­
dad; claro que puede serlo. Sólo que se trata de una realidad ya producida
mediante las reglas científicas de la simbolización, una realidad ya teorizada.
El saber puede ser fiel a la realidad de nuestra experiencia, y aún así no captar
-forcluir, reprimir o desmentir- lo real de la experiencia, lo que cae fuera de lo
que esta realidad puede captar.

cía en el entorno "científico". Bruce Fink cita el ejem plo de E. O. Wilson, fam oso profesor de
biología de Harvard, quien, tal como lo revela su reciente libro Consilience. La unidad del cono­
cimiento, sugiere que "si se em plean los m étodos desarrollados en las ciencias naturales, la
ciencia finalmente podrá explicarlo todo". La conclusión es obvia: "¿Acaso los científicos han
dejado atrás la fantasía del todo? ¡En lo más m ínim o!" (Fink, 2002:177).
Si esta fantasía se considera indispensable para estim ular el deseo del científico en condi­
ciones científicas norm ales, el psicoanálisis apunta a perturbar su aceitado funcionamiento, a
cuestionar el sujeto supuesto saber. Es aquí donde se revela en toda su plenitud la distancia
entre la academ ia y el psicoanálisis. Tal como lo form ulara Lacan en su sem inario sobre el
acto psicoanalítico, "y o no soy un profesor, justam ente porque cuestiono al sujeto supuesto
saber. Eso es precisam ente lo que el profesor no cuestiona jam ás puesto que en esencia él es,
en tanto profesor, su representante" (seminario del 22 de noviem bre de 1967). ¿Puede el dis­
curso teórico escapar a esta función de encarnación? ¿Cóm o? Com enzar a responder estas
preguntas es el objetivo de los párrafos que siguen.
26 LA IZQUIERDA LACANIANA

Esta exclusión explica la banalidad de muchas teorías científicas; y ello vale


tanto para las ciencias naturales como para las sociales, a condición de que se
hagan las "traducciones" y modificaciones apropiadas. El discurso de la cien­
cia suele consagrarse a la representación y explicación de este campo de la
experiencia domesticada, el campo de lo que podría llamarse "experiencia
banal".14 Una sola ojeada a la lista de títulos doctorales y abstracts que pululan
en nuestras universidades basta para advertir de inmediato esta situación. Es
un lugar sin sorpresas, dado que excluye la instancia desestabilizadora de lo
real: "Inicialmente se experimenta sólo lo previsto y lo usual, incluso en cir­
cunstancias en las que más tarde se observará la anom alía" (Kuhn, 1996: 64
[146]). En su abordaje de la experiencia banal, con las racionalizaciones injer­
tadas en el automatismo de la reproducción natural y social, la teoría se vuel­
ve parte de la misma banalidad. De hecho, cuanto más atinada es en su repre­
sentación de la realidad -la realidad de la experiencia banal, la realidad de lo
que Latour llama "cuestiones de hecho", los objetos exentos de riesgo de los
cuales se supone que tienen fronteras claras, una esencia y propiedades bien
definidas (Latour, 2004: 22)-, tanto más se banaliza. Dentro del esquema de la
ciencia normal, todos los encuentros con lo real, con la "anom alía" ("lo que ha
violado las expectativas inducidas por el paradigma que gobierna la ciencia
normal") terminan por reducirse a lo "esperado" (Kuhn, 1996: 55 [130]).15
Pero esta represión sólo puede ser temporaria. Tarde o temprano, lo real
vuelve a aflorar y disloca la teoría. Entonces, las "cuestiones de hecho" se vuel­
ven "cuestiones preocupantes", objetos paradójicos que perturban toda fanta­
sía de representación, predictibilidad y control absolutos: el asbesto, la perfec­
ta sustancia modernista, el material mágico, se convierte en una pesadilla
contaminante; los priones emergen inesperadamente como explicación de la
e e b [encefalopatía espongiforme bovina], cosa que no era siquiera imaginable

en la ciencia establecida (Latour, 2004: 22-24). En estos momentos de disrup-


ción -d e sorpresas y acontecimientos (p. 7 9 )- se hace sentir la presencia de la
experiencia como "encuentro con lo real", por usar una frase lacaniana. La
disrupción puede conducir a una crisis de la ciencia normal y a una revolu­

14 Lo cual de ningún m odo equivale a afirm ar que la banalidad no sirve. A dem ás, la
banalidad -d esd e la banalidad del consum o hasta la "banalidad del m al" que conceptualizó
H annah A ren d t- es una dim ensión siem pre presente, inevitable y a veces necesaria de la
vida humana.
15 A quí el problema no radica en que la teoría intente sim bolizar lo real, sino en el hecho
de que este intento se basa en la banalización de lo real y en la negativa a reconocer la im po­
sibilidad últim a de su representación total.
INTRODUCCIÓN. UBICACIÓN DE LA IZQUIERDA LACANIANA 27

ción científica, pero este im pacto drástico no siem pre es visible porque lo
absorben de forma retrospectiva las diversas representaciones que las discipli­
nas científicas tienen de sí mismas. En tales encuentros nos topamos con un
ímpetu científico radicalizado que es capaz de atravesar la banalidad de la
ciencia normal. Pero el proceso de sedimentación y normalización recomienza
de inmediato. Es entonces cuando el "retom o de lo reprimido" toma la forma
de "conciencia de anomalía [que] inaugura un período en el que las categorías
conceptuales se ajustan hasta que lo inicialmente anómalo se convierta [otra
vez] en lo previsto", con lo cual se inicia la hegemonía de un nuevo paradig­
ma (Kuhn, 1996: 64 [146]).
Parece que "la ciencia, si se la mira con cuidado, no tiene memoria. Olvi­
da las peripecias de las que ha nacido" (E2006: 738). Incluso Prusiner, el hereje
que propuso la hipótesis revolucionaria de los priones para explicar la enfer­
medad de Creutzfeldt-Jakob y el mal de "la vaca loca", terminó por ganar el
premio Nobel, y sus teorías fueron adquiriendo el estatus de una nueva orto­
doxia que las hizo cada vez más resistentes al cuestionamiento y la disputa.
Sin embargo, la restauración de la normalidad no implica que el nuevo para­
digma esté a salvo. La razón es simple: ¿acaso no se funda en una banaliza-
ción similar de lo real de la experiencia? ¿Acaso lo real no excede siempre su
representación normalizada? Si éste es el caso, la ciencia normal nunca está a
salvo. De acuerdo con el esquema de Kuhn, nunca deja de ser susceptible a las
crisis y las revoluciones científicas, a las fuerzas de la negatividad y su positi-
vación/sedimentación parcial en órdenes siempre nuevos de discurso (cien­
tífico). La conclusión afluye casi naturalm ente: en oposición al popular e
incondicional optim ism o ilustrado, el saber en general nunca es suficiente;
siempre hay algo que escapa. Es como si la teoría fuera un chaleco de fuerza
que no puede contener el vibrante e im predecible campo de nuestra expe­
riencia real. El análisis científico se revela incapaz de cartografiar sus fronte­
ras. Lo real parece ser una térra que desea permanecer incógnita.16 Frustrada

16 Obtenem os una prim era im presión de este ju ego entre la teoría y la exp eriencia en la
distinción entre el espacio y el tiempo. La construcción teórica - la construcción de una teoría
o una filosofía de la historia, por ejem plo- siem pre conlleva cierta espacialización de la tem ­
poralidad elusiva de la experiencia, del acontecim iento. La teoría intenta representar y fijar en
términos espaciales algo que se revela en el continuo e incontenible flujo de la tem poralidad.
A fin de cristalizar y entender la experiencia, necesitam os reducir la tem poralidad '‘experien­
cia!" al espacio "teó rico ", al espacio de un texto. Sin em bargo, ello no equivale a decir que no
debamos explorar la posibilidad de construir form as espaciales (topológicas, teóricas, insti­
tucionales, artísticas, urbanas, etc.) que intenten cercar la tem poralidad de lo real sin neutra­
lizarla. De hecho, ésta es la línea que seguirá mi argum entación.
28 LA IZQUIERDA LACANIANA

en su incapacidad de articular plenamente la verdad de lo real en el saber, la


ciencia prefiere olvidar su dependencia del encuentro traumático; "de la ver­
dad como causa no-querría-saber-nada" (E2006: 742).
El psicoanálisis como discurso y práctica constituye uno de los terrenos
privilegiados desde los cuales es posible reflexionar sobre esta tensión consti­
tutiva entre el saber y la experiencia, entre lo simbólico y lo real. En palabras
que Jacques Lacan dijera en su seminario sobre Los cuatro conceptos fundamen­
tales del psicoanálisis, "El psicoanálisis, más que ninguna otra praxis, está orien­
tado hacia lo que, en la experiencia, es el hueso de lo real" (S il: 53 [61]). Lo
vemos con claridad al examinar, por ejemplo, su posición en el entorno analí­
tico. Tal como señala Serge Leclaire, el analista se ve en la obligación de res­
ponder a un requerim iento doble e incluso contrad ictorio.17 Por un lado,
"debe tener a su disposición un sistema de referencia, una teoría" que le per­
mita "ordenar el cúmulo de m aterial" (Leclaire, 1998: 14). Pero por el otro
lado, cuando escucha el discurso del analizante, tiene que estar abierto a la
singularidad de esa experiencia de escucha y "hacer a un lado todo sistema de
referencia en la medida en que la adherencia a un conjunto de teorías conduce
necesariamente [...] a privilegiar ciertos elem entos" y sacrificar la "atención
flotante" (pp. 14 y 15). Por esta razón, uno de los problemas más cruciales que
enfrentan los analistas en sus encuentros cotidianos parece ser el siguiente:
"¿Cóm o se concibe una teoría del psicoanálisis que no anule, en el preciso
hecho de su articulación, la posibilidad fundamental de su práctica", de su
apertura al campo de la experiencia real del paciente? (p. 15). En un nivel más
abarcador, si pasamos del psicoanálisis al análisis en general, ¿cómo podemos
concebir una teoría que no macere o banalice lo real en su intento de dominar
su representación, es decir, de analizarlo?
Aquí Lacan puede ser de alguna utilidad. ¿Por qué? Precisamente porque,
desde el com ienzo de su enseñanza, se propone articular una teoría, una
orientación del análisis, que no se base en la reducción de lo real irrepresenta-
ble sino en su reconocimiento. Cito una vez más de Los cuatro conceptos funda­
mentales del psicoanálisis: "¿Dónde encontramos ese real? [...] De un encuentro
esencial se trata en lo descubierto por el psicoanálisis, de una cita siempre rei­
terada con un real que se escabulle" (S il: 53 [60 y 61]). Pero detengámonos
aquí por un momento: ¿cómo pueden los caminos de la experiencia, que for­
man parte de algo imposible de represeritar plenamente en el dominio de lo

17 Leclaire so refiere al psicoanalista, pero este problema afecta a todas las formas del análisis.
INTRODUCCIÓN. UBICACIÓN DE LA IZQUIERDA LACANIANA 29

simbólico (donde suele construirse la teoría y practicarse el análisis) -lo s cami­


nos del territorio que Lacan denomina lo real-, encontrar lugar en el marco de
una teoría del psicoanálisis o de una teoría en general? ¿No argumenta el pro­
pio Lacan que lo real es radicalmente inconmensurable con nuestras construc­
ciones simbólicas?
Es verdad que la relación del saber con la experiencia es apenas una de
las modalidades que asume la relación entre lo sim bólico (y lo imaginario)
por un lado, y lo real por el otro. Sin embargo, el hecho de que lo simbólico
nunca pueda dominar lo real, de que la teoría nunca pueda captar de lleno la
experiencia, no significa que debamos abstenernos de simbolizar: Lacan se
opone sin lugar a dudas a esa "tabuización" de lo real. Tal como señala Slavoj
¿izek, "Lacan está muy lejos de convertir lo real en 'tabú', de elevarlo a enti­
dad intocable exenta de análisis histórico"; por el contrario, "para él, la única
posición ética verdadera es asumir plenamente la tarea imposible de simboli­
zar lo real, incluyendo su fracaso necesario" (Zizek, 1994:199 y 200 [296]; el énfa­
sis me pertenece). Ante la irreductibilidad de lo real de la experiencia, al pare­
cer no tenemos otra alternativa que simbolizar, seguir simbolizando, tratar de
poner en acto un cercamiento positivo de la negatividad. Pero no debemos
incurrir en una simbolización fantasmática, que intente macerar lo real de la
experiencia y eliminar de una vez y para siempre su causalidad estructural.
Nuestra sim bolización necesita articular un conjunto de gestos sim bólicos
(positivaciones) que incluya un reconocimiento de los límites reales de lo sim­
bólico, de los límites reales de la teoría, e intente simbólicamente "institucio­
nalizar" la falta real, la huella (negativa) de la experiencia o, mejor dicho, de
nuestro fracaso en neutralizar la experiencia. Sólo así seremos capaces de cons­
truir teorías que trasciendan la banalidad de la ciencia normal; sólo así sere­
mos capaces de explorar nuevos modos de positivación, poniendo de relieve
-en lugar de forcluir- la dialéctica irreductible y la interpenetración continua
de la experiencia y el saber, de lo real y lo simbólico, del tiempo y el espacio, de
lo negativo y lo positivo.
Lo que se necesita, entonces, es una reorientación de la manera en que
construimos nuestras teorías y llevamos a cabo nuestros análisis. En lugar de
reprimir el reconocimiento de sus límites, de su fracaso definitivo en el intento
de captar lo real -co m o suele ocurrir con las estrategias teóricas reduccionis­
tas- podemos comenzar a incorporar este elemento desestabilizador en nues­
tras teorías. Probablemente nos iría mejor si admitiéramos esta relación para­
dójica en lugar de reprim irla, si reconociéramos esta tensión entre saber y
experiencia que marca nuestra vida, si inscribiéramos una y otra vez los lími­
30 LA IZQUIERDA LACANIANA

tes del discurso teórico en su propio entramado simbólico. En tal sentido, la


teoría lacaniana trasciende la banalidad de la ciencia normal -ciencia que se
circunscribe al campo de la experiencia banal- e introduce la idea de una revo­
lución científica permanente. Más aún, si la epistemología sólo puede ser política
-" la epistemología y la política [...] son una y la misma cosa", escribe Latour
(2004: 2 8 )- esta ética de la teorización debe situarse en un contexto político
más amplio, que se vincula al legado de la revolución democrática.
No obstante, cabe preguntarse si este modo (cabalmente político) de teori­
zar es posible, y cómo es posible. De acuerdo con Lacan, lo es. V lo es precisa­
mente porque, desde el principio, lo real, por inconmensurable que sea, no es
ajeno a lo simbólico.18 Si lo real se define como lo que se resiste a la simboliza­
ción, ello se debe a que efectivamente podemos experimentar el fracaso de la
simbolización en el intento de dominarlo. Si la pregunta es "¿Cóm o sabemos,
en primer lugar, que lo real se resiste a la sim bolización?", la respuesta debe
ser "Precisamente porque esta resistencia, este límite de la simbolización, se
manifiesta en el nivel de la propia simbolización". El psicoanálisis se basa en
la idea de que lo real, lo real de la experiencia, se manifiesta en determinados
efectos que persisten en la representación, aunque no alcance una representa­
ción positiva final per se. Los límites de toda estructura discursiva (de la articu­
lación consciente del significado, por ejemplo), los límites que dividen lo dis­
cursivo de lo extradiscursivo, sólo pueden m anifestarse en relación con esa
misma estructura discursiva (mediante la subversión de su significado). En el
vocabulario de Kuhn, "la anomalía sólo aparece contra el trasfondo suminis­
trado por el paradigma" (Kuhn, 1996: 65 [147]). De ahí la insistencia de Freud
en las formaciones del inconsciente: los sueños, los actos fallidos, los sínto­
mas, etc., es decir, los lugares donde el sentido consciente cotidiano se distor­
siona o perturba y la negatividad adquiere una paradójica y desconcertante
encamación positiva (tanto simbólica como afectiva). Además, el psicoanálisis
sostiene que es posible poner en acto los gestos simbólicos, los modos de posi-
tivación, que pueden cercar esos momentos de manifestación o resurgimiento
de lo real; de lo contrario, la "cura por la palabra" no surtiría efecto alguno.
Queda por responder, claro está, la pregunta por la naturaleza de esos gestos
simbólicos. Más que una cuestión de "si", es una pregunta por el "cóm o".
Ahora bien, no cabe duda de que Lacan cree en la posibilidad de escapar
a la ilusión de la clausura teórica y la reducción analítica, y abordar lo real por

18 A quí sintetizo un argum ento presentado por prim era vez en Stavrakakis (1999a1 82-90
[123-135]).
INTRODUCCIÓN. UBICACIÓN DE LA IZQUIERDA LACANIANA 31

medio de un estudio de estructuras figurativas paradójicas y bizarras como


las que incluye en su topología: el nudo borromeo,19 por ejemplo, puede mos­
trar cierto real (S20: 133 [160]). En Aún, su seminario de 1972-1973, Lacan deja
en claro que lo real sólo puede inscribirse sobre la base de un impasse de la
formalización (S20: 93 [112 y 113]). Precisamente a través de las fallas de la for-
malización -e l juego de la paradoja, las zonas de inconsistencia e incomple-
tud- se vuelve posible captar "los límites, los puntos de impasse, de callejón
sin salida, que muestran lo real cediendo a lo sim bólico" (Lacan, citado en
Lee, 1990: 171). Los neologismos de Lacan, y sus aserciones como "La mujer
no existe" o "N o hay relación sexual", intentan reproducir este cercamiento
paradójico de la imposibilidad, esta nueva orientación en la construcción de la
teoría. Tal com o lo expresa N asio, "la fórmula de Lacan 'no hay relación
sexual' es precisamente un intento de delinear lo real, de localizar o cercar la
falta del significante del sexo en el inconsciente". En este sentido, el trabajo
teórico no se reduce a afirmar "aquí está lo real que es desconocido", sino que
involucra un intento de cercar lo real, de trazar sus límites (Nasio, 1998: 112).
He aquí la posición lacaniana que subyace a la orientación epistemológica
y teórica del presente libro.20 Aunque nunca podemos simbolizar plenamente
lo real de la experiencia en sí, es posible delinear (incluso de forma metafórica)
los límites que impone a la significación y la representación, los límites que
impone a nuestras teorías. Es posible estar alerta a los modos de positivación
que adquieren esos límites más allá de la reducción fantasmática de lo negati­
vo a lo positivo, de la no identidad a la identidad, de lo real a la realidad. Aun­
que es imposible tocar lo real, dominar de lleno la experiencia, es posible cercar
esta imposibilidad, precisamente porque esta imposibilidad siempre emerge
en el seno de la simbolización, en el marco de un terreno "teórico". De aquí no
se deduce, claro está, que dicho cercamiento pueda alguna vez ser total; por el
contrario, en la medida en que esta estrategia también se articula en el nivel
simbólico, está condenada a fracasar. Pero permanece abierta al fracaso, a la
huella ontológica de su propia contingencia. Asume la responsabilidad del
límite, y pone así de relieve la dimensión ética de la dialéctica saber/experien-

19 Estructura topológica formada por tres anillos ligados de modo tal que, cuando uno de
ellos se corta, los otros dos se sueltan autom áticam ente. Lacan usa este nudo o cadena para
presentar el vínculo entre los tres registros: el de lo real, el de lo simbólico y el de lo im agina­
rio. La estructura form aba parte del escudo de arm as de la fam ilia Borrom eo, de donde
adquiere su nombre.
20 Si se desea am pliar el análisis de la epistem ología lacaniana, véase Glynos y Stavraka-
kis (2002), y N obus y Quinn (2005).
32 LA IZQUIERDA LACANIANA

cía. Sin embargo, no se trata de una suerte de aceptación nihilista, siquiera


masoquista, de la pasividad y el fracaso. ¿Por qué? No en menor medida por­
que el registro de los límites del entendim iento perm ite un entendimiento
mejor, o bien diferente: "El segundo peligro es comprender. Comprendemos
siempre demasiado, particularmente en el análisis [...]. A partir del momento
en que uno deja de exigirse un extremado rigor conceptual siempre encuentra
la manera de comprender" (S2: 265 [160]). Sólo mediante la aceptación de este
fracaso puede la teoría permanecer abierta a la verdad de la experiencia. En
otras palabras, no se trata de refrendar la ausencia de saber, de celebrar con
actitud nihilista su desintegración, sino más bien de adoptar una posición de
docta ignorantia, "un saber sobre los límites del conocim iento, una profunda
conciencia de la significación que comporta el no-saber" (Nobus y Quinn, 2005:
25). Y aquí encontramos el camino de regreso a la anterior aserción de Lacan:
es imposible decir toda la verdad. No obstante, es preciso intentarlo. No en la
esperanza de que finalmente nos las ingeniaremos para decirla toda, sino, por
el contrario, aceptando sin reservas que nos faltan las palabras para decirla: es
precisamente a través de tal imposibilidad que la verdad se atiene a lo real.
Como veremos a lo largo del presente texto, ésta es la sólida orientación que
subyace a los cambios continuos y a menudo radicales que marcan la trayecto­
ria de Lacan: los cambios en sus nociones de afecto, deseo, etcétera.
De más está decir que esta verdad psicoanalítica cercada por el saber nun­
ca se define sobre la base de la adecuación del lenguaje a la realidad, sino que
apunta a orientar la acción. En el marco del psicoanálisis, su objetivo es "deter­
minar un acto en la cura" (Nasio, 1998:116). En líneas más generales, su obje­
tivo es el acto propiamente dicho, en oposición a la actividad. De acuerdo con
Zizek, la actividad "se apoya en cierto soporte fantasm ático", en tanto que "el
acto implica p ertu rb ar-'a tra v esa r'-el fantasma" (Zizek, 1998a: 13). Desde el
punto de vista lacaniano, la teoría debería pensarse como un recurso que nos
permite "lograr el gesto más radical de 'atravesar' el fantasma fundamental",
no sólo en el marco del psicoanálisis clínico, sino "incluso y también en la
política" (p. 9). Más aún, un recurso que cree y sostenga un espacio donde
tales actos puedan reconcebirse y reim plementarse de forma continua, un
espacio permeado por un ethos verdaderamente democrático. Y es por ello que
dicho modo de teorización es indispensable para la "izquierda lacaniana".
Por la misma razón, quien lea el presente libro en busca de respuestas fina­
les y proyectos políticos quizá se decepcione: éste es un ejercicio de teoría polí­
tica y análisis crítico, y no un manifiesto político. Aunque la orientación general
de una reformulación lacaniana de la teoría política sea rigurosamente crítica y
INTRODUCCIÓN. UBICACIÓN DE LA IZQUIERDA LACANIANA 33

posibilitadora -crítica de cualquier doxa establecida y posibilitadora de visio­


nes e intervenciones alternativas-, no puede garantizar el surgimiento de lo
nuevo. No puede predecir ni comandar ni llevar a cabo el acto: es decir, ningún
acto que trascienda su propia (limitada) elaboración. Nada sería más ajeno al
discurso psicoanalítico, que se sitúa más allá de todo didacticismo ingenuo
(académico o político) y siempre recela de los discursos del amo y de la univer­
sidad.21 Lacan lo deja bien en claro ya desde su primer seminario: "¿Deben los
analistas empujar a los sujetos en la vía del saber absoluto [ . Y la respuesta
es: "¡Por supuesto que no! [...] Tampoco les preparamos el encuentro con lo
real. Nuestra función no es guiarlos de la mano por la vida" (SI: 265 [385 y
386]). El analista ha de posibilitar un cambio en la relación del analizante con el
deseo y el goce -concebidos aquí como otra modalidad de lo real, más posi­
tiva- a través de una práctica que "parece constituir una ruptura en el redoble
de tambor del ser con valores com unes" (Miller, 2005: 22); sin embargo, la
implementación -y la continua reimplementación- de dicho cambio sólo puede
y debe ser el resultado del sostenido empeño y la decisión o las decisiones del
analizante.22 En este tenor, Lacan concluye su temprano texto sobre el estadio
del espejo con las siguientes palabras: "El psicoanálisis puede acompañar al
paciente hasta el límite extático del 'Tú eres eso', donde se le revela la cifra de su
destino mortal, pero no está en nuestro solo poder de practicantes el conducir­
lo hasta ese momento en que empieza el verdadero viaje" (E1977: 8).
De ahí las dudas psicoanalíticas -p resen tes tanto en Freud com o en
Lacan- sobre la posibilidad de efectuar un cambio milagroso en la sociedad
como resultado de la aplicación y la implementación directas de ideales y con­
ceptos teóricos preconcebidos a través de un acto radical singular. Durante los
acontecimientos de Mayo de 1968, aunque estaba dispuesto a suspender sus
actividades docentes, Lacan inició un debate en su seminario con el objeto de
ser "dignos de los acontecimientos que están ocurriendo". En ese contexto citó
una pregunta que al parecer planteaban muchos analistas de la época: "¿Qué
espera de nosotros la insurrección? La insurrección les responde: por ahora, lo
que esperamos de ustedes... ¡es que nos ayuden a arrojar adoquines!" (semi­
nario del 15 de mayo de 1968). La implicación parece bastante clara: la brecha

21 Esto no equivale a decir que los psicoanalistas hayan logrado evitar el didacticism o y
las manipulaciones de poder en su práctica clínica y sus colectividades profesionales.
22 Cualquier otra posición sólo puede neutralizar el potencial de una intervención analíti­
ca. En una form ulación m uy "fo u ca ltia n a ", L acan incluso argum entará que "carg arse la
miseria [del analizando] al hombro es entrar en el discurso que la condiciona, así no fuera
más que a título de protesta" (Lacan, 1990:13 [95]).
34 LA IZQUIERDA LACANIANA

que se abre entre la teoría y la práctica es irreductible, y no se trata sólo de una


brecha entre teóricos y activistas, sino que es una división interna de todos
nosotros, una división constitutiva entre nuestro saber y nuestro deseo: si hay
algo que incrementa el atractivo del savoir psicoanalítico no es su habilidad
para salvar esta brecha; por el contrario, es el hecho de que la tematice e inte­
rrogue en términos más perspicaces. Ello se esclarece más cuando Lacan llega
a la conclusión de que "el teórico no es quien encuentra el camino. El lo expli­
ca. Obviam ente, la explicación es útil para encontrar el resto del cam ino"
(seminario del 19 de junio de 1968). Se trata de la misma estrategia que insufló
la reacción de ¿izek ante los recientes acontecimientos de los suburbios fran­
ceses, acerca de los cuales dijo: "Entonces, ¿qué puede hacer un filósofo aquí?
Es preciso tener en cuenta que la tarea del filósofo no consiste en proponer
soluciones sino en reformular el problema, en modificar el marco ideológico
en el cual se ha percibido el problema hasta el m om ento" (Zizek, 2005c). El
cambio que suscita el teórico a menudo puede abrir la puerta a un curso alter­
nativo de acción, curso que, sin embargo, ningún filósofo-rey (ni psicoanalis­
ta-rey) puede prescribir, predecir ni garantizar.

H ip ó t e s is , c a p ít u l o s

Hasta ahora no se han publicado estudios detallados que cartografíen la emer­


gente izquierda lacaniana, ni indagaciones rigurosas sobre las convergencias y
divergencias que tienen lugar entre las figuras más importantes de este terre­
no teórico, ni su ubicación exacta en él, y tampoco una evaluación exhaustiva
de la importancia de los argumentos básicos que circulan en dicho campo con
referencia al análisis de asuntos sociopolíticos concretos. Con el presente libro
me propongo abordar ese vacío.
En la primera parte se analizan diversas lecturas críticas provenientes de
la teoría política y la filosofía.23 En los casos de Laclau y Zizek, he aprovecha­

23 Mi principal interés en el m aterial presentado en esta parte se limita en general a la


teoría política contem poránea, por lo cual no brindaré una genealogía completa de las apro­
piaciones de Lacan por parte de la izquierda durante las décadas de 1960 y 1970. De haber
elegido hacerlo, habría incluido extensos capítulos sobre figuras tan im portantes como Louis
Althusser -cu y o artículo "Freud y Lacan", de 1965, legitim ó el interés del comunism o en la
obra de Lacan (Althusser, 1999)- y Fredric Jam eson -cu y o artículo "Im aginary and Symbolic
in Lacan: M arxism, Psychoanalitic Criticism, and the Problem of the Subject" [Lo imaginario
y lo sim bólico en Lacan: m arxism o, crítica psicoanalítica y el problem a del sujeto] (Jameson,
INTRODUCCIÓN. UBICACIÓN DE LA IZQUIERDA LACANIANA 35

do los capítulos pertinentes para sintetizar y continuar el diálogo actual sobre


cuestiones cruciales vinculadas al surgimiento y posterior desarrollo de la
izquierda lacaniana. Sin embargo, el objetivo no se limita a cartografiar este
terreno desparejo -ése es apenas el primer paso-, sino que además comprende
un riguroso análisis de la importancia que la argumentación lacaniana per se
tiene para la teoría política y para la política democrática de transformación.
Por consiguiente, el presente texto también me brinda la oportunidad de ex­
poner ante el lector no iniciado, sin prisa pero con exhaustividad, algunos de
los aspectos más centrales de la teoría lacaniana, y de analizar sus implicacio­
nes políticas. En este contexto pasaré de una descripción de la compleja topo­
grafía de la izquierda lacaniana como campo general a mi interpretación de la
izquierda lacaniana como conjunto de orientaciones teóricas, analíticas y críti­
cas. De más está decir que no es posible distinguir de forma prístina estos dos
aspectos del libro: sólo es posible representarlos adecuadamente mediante la
figura topológica de la cinta de Moebius.24 Mis propias orientaciones se for­
mularon inicialmente en el marco del encuentro con las figuras más importan­
tes que se encuentran en actividad en este campo, cuya obra analizo aquí; a la
vez, las lecturas que se presentan a lo largo del libro están condicionadas por
mis preocupaciones idiosincrásicas como teórico-político y como lacaniano.
Sin embargo, el lector no encontrará aquí un examen exhaustivo de la
obra de Lacan ni de su relevancia para el estudio de la política -cuestión que
ya he abordado en Lacan y lo político-25 ni exposiciones globales de los proyec­
tos intelectuales analizados. En contraste con ese libro anterior, La izquierda
lacaniana no es, estrictamente hablando, un texto introductorio, sino una com­
pilación de ensayos que abordan -e n la primera p arte- aspectos específicos de
la obra de Castoriadis (las ambigüedades de la creatividad y la imaginación
radical), Laclau (los límites afectivos del discurso), ¿iz ek (el estatuto del acto

1978) estableció una legitim ación sim ilar en el m arco de la teoría cultural de izquierda del
mundo anglosajón. Pero tal crónica histórica excede el alcance de este proyecto. La única
excepción es la inclusión de Castoriadis, que no es por completo arbitraria: hasta hoy se ha
escrito muy poco acerca de la relación entre la obra de Castoriadis y la teoría lacaniana, y yo
me propongo echar alguna luz sobre este tema controvertido. La principal razón por la que
elegí incluir a C astoriadis es el hecho de que su obra m arca con gran claridad la periferia
éxtima de la izquierda lacaniana tal como se desarrolla en la actualidad.
24 Esta estructura topológica atrajo el interés de Lacan porque desestabiliza los supuestos
del sentido común acerca de la relación entre las dos caras de una figura dada (y, más en gene­
ral, entre el interior y el exterior, la inclusión y la exclusión), puesto que perm ite concebir un
espacio que a prim era vista parece de dos lados com o un continuo con un lado y un borde.
25 Véase Stavrakakis (1999a).
36 LA IZQUIERDA LACANIANA

en el psicoanálisis y la política) y Badiou (las implicaciones éticas y políticas


del acontecimiento), que son centrales para efectuar una ieorientación crítica
de inspiración lacaniana de la teoría política y el análisis político. Algunas de
las preguntas cruciales que guían mi argumentación en estos capítulos son las
siguientes: ¿Puede decirse que la emergente izquierda lacaniana produce efec­
tos distintivos en la intersección de la teoría y la política? ¿Cuáles son las for­
mas metodológicas, conceptuales, teóricas y analíticas que adquieren estos
efectos en los diversos proyectos exam inados, y cóm o podem os evaluar su
estatus actual y sus perspectivas futuras? Huelga decirlo, el objetivo de tal
evaluación no consiste en reducir la productiva heterogeneidad de la izquier­
da lacaniana, sino en rastrear la manera en que determinados temas continúan
ocupando un lugar central en sus diversas elaboraciones y requieren un mayor
desarrollo: el momento crítico del avance gradual hacia órdenes hegemónicos
y relaciones sedimentadas de poder; la necesidad de teorizar más allá de la
fantasía o el fantasma, no para garantizar -cla ro e stá - sino para orientar el
pensamiento y la acción en direcciones políticamente habilitantes e innovado­
ras; el deseo de elucidar la relación entre la representación y el afecto, entre el
significante y el goce, en la identificación política y el cambio social; la impor­
tancia de negociar un derrotero entre la negatividad y la positividad, entre las
limitaciones y la promesa de acción política: un derrotero que permita tener
en cuenta la irreductible dialéctica entre estos términos.26
En la segunda parte del libro, el foco se desplaza con el objeto de abarcar
un conjunto de cuestiones políticas concretas que adquieren inmensa impor­
tancia a medida que nos internamos en el siglo xxi. ¿Cómo puede una teoría

26 En este texto, los significantes "dialéctico/a" y "d ialéctica" no se usan en sentido estric­
tamente técnico, y de ningún m odo en el sentido hegeliano o m arxista. En la m ayoría de los
casos se em plean para describir patrones contingentes de interacción dinám ica entre factores
o registros (constitutivos) de la experiencia. Tales interacciones no obedecen a reglas inma­
nentes de desarrollo y escapan a todas las m etas predeterm inadas de la síntesis. Éste es más
bien el sentido en que Lacan se refiere a la dialéctica del sujeto y el Otro y a la dialéctica entre
la falta y el deseo o entre el deseo y la ley. En la misma línea se ubican los registros de lo sim­
bólico, lo real y lo imaginario. Aquí es preciso señalar la absoluta ausencia de referencias a la
Aufhebung, de algún "víncu lo fantasm ático con la síntesis", dado que la noción hegeliana de
"progreso ideal" se sustituye por los "avalares de una carencia" (E2006: 710). Así, si hay una
afinidad con una conceptualización filosófica particular de la dialéctica, la candidata m ás pro­
bable es la "dialéctica negativa" de Adorno, en la m edida en que allí se pone en tela de juicio
la identidad y la reconciliación, y la argum entación se articula sobre la b ase de una "concien­
cia consistente de la no identidad" (Adorno, 1973: 5). La dialéctica negativa im pele al pensa­
m iento a pensar contra su propia clausura, contra la reducción de nuestra experiencia de lo
"n o idéntico", término equivalente al real lacaniano desde el punto de vista estructural.
INTRODUCCIÓN. UBICACIÓN DE LA IZQUIERDA LACANIANA 37

política lacaniana interpretar los diversos fenómenos inquietantes -la s "cues­


tiones preocupantes" de Latour- que frustran una y otra vez nuestras capaci­
dades de entender e intervenir? ¿Qué puede decir sobre el nacionalismo, las
identidades transnacionales, el consumismo? ¿Cómo responde a las tenden­
cias "desdemocratizantes" o "posdemocráticas" de las sociedades capitalistas
globalizadas? ¿Puede combinar una actitud ética que revigorice la democracia
moderna con una pasión real por la transformación, capaz de estim ular el
cuerpo político sin reocupar el utopismo obsoleto de la izquierda tradicional?
Según la hipótesis central que desarrollo aquí, la teoría lacaniana, además de
sus importantes contribuciones epistemológicas, tiene mucho que ofrecer en
todos estos frentes. No sólo proporciona una serie de herramientas invalua-
bles para el análisis de la realidad política y social -q u e se extiende desde la
semiótica y la teoría del discurso lacanianas hasta una teorización del fantas­
ma que guarda relevancia directa para la crítica de la ideología-, sino que
también introduce un nuevo modo de teorizar el momento de lo político des­
de la perspectiva descrita en la sección previa de esta introducción: como un
encuentro con lo real lacaniano. Algunos de estos temas se han analizado in
extenso en Lacan y lo político. La izquierda lacaniana comparte con ese libro ante­
rior el deseo de dirigirse a un público académico que trascienda a la "minoría
iluminada" para abarcar a todo aquel que aún valore el análisis político críti­
co. Obviamente, el presente texto se basa en algunos de los argumentos ya
presentados en su antecesor, pero haciendo hincapié en cuestiones que no
recibieron suficiente atención y son fundam entales para el trabajo que he
desarrollado durante los últimos cinco años.
Aquí sólo quiero poner de relieve la más importante de ellas: el papel que
desempeña el goce (la jouissance) en la vida política, y en especial como factor
explicativo de la longevidad y omnipresencia de determinadas identificacio­
nes y de la dialéctica del cambio político y social. Además de señalar lo real
como el límite alienante y desestabilizador de la significación y la representa­
ción -noción cuya im portancia sigue v ig e n te -, es necesario abordar sus
modalidades más positivas, presentes sobre todo en la obra más tardía de
Lacan: lo real como jouissance. A lo largo del libro examinaré en detalle cómo
se conceptualizan el afecto y el goce en el corpus freudiano y lacaniano, así
como los usos que pueden tener estas conceptualizaciones en el análisis polí­
tico concreto. De forma paulatina irá construyéndose una tipología abierta de
la jouissance, capaz de guiar el estudio crítico de los fenóm enos políticos.
También exploraré la interfase exacta entre lo simbólico y lo real de la jouissance
como dimensiones distintas pero recíprocamente implicadas, y se analizará en
38 LA IZQUIERDA LACANIANA

detalle el papel que dicha interrelación desempeña en la formación de identi­


dades, en el sostenimiento de relaciones de poder y en la obstrucción o la faci­
litación del cambio real.
En este marco general, el capítulo que inaugura la primera parte del libro
apunta a iniciar un diálogo entre la teoría (política) lacaniana y la teoría política
y social propuesta por Cornelius Castoriadis. Discípulo del seminario de Lacan
que luego rechazara la teoría lacaniana, Castoriadis sirve de figura límite, de
señal de frontera, cuya diferenciación con respecto al corpus lacaniano puede
ayudamos a trazar una primera delimitación del terreno que ocupa la izquier­
da lacaniana. En términos estrictos, Castoriadis no puede pertenecer a este
campo teórico, pero la posición periférica que ocupa es instrumental para su
definición. Y la cuestión no termina allí: una mirada más atenta revela que entre
los dos proyectos media una sorprendente proximidad en muchos niveles. En
primer lugar, ambos parecen recurrir a la misma noción de construccionismo
social, con la salvedad de que ésta los lleva a conclusiones diferentes: Castoria­
dis acentúa la importancia de la creatividad, mientras que Lacan pone de relie­
ve la dimensión alienante de toda construcción social. Más aún, a fin de salva­
guardar una política de la im aginación radical, Castoriadis termina por
desmentir los límites alienantes de la creación humana. La conciencia de la
negatividad que registra al principio es desestimada en favor de una celebra­
ción romántica de la positividad. En este punto, la izquierda lacaniana toma
otro rumbo: en lugar de conducir hacia un quietismo o nihilismo político, el
registro serio de los límites de la creatividad -lo real lacaniano como exponente
de lo negativo- debe verse como condición de posibilidad de una política trans­
formadora apasionada e imaginativa, y de la radicalización de la democracia.
En un desplazamiento desde la periferia hacia el centro de la izquierda
lacaniana, en el segundo capítulo se analiza la obra de un teórico que ha adop­
tado esta conceptualización lacaniana de la negatividad como una de las
dim ensiones más cruciales de su m ultifacética obra. Las publicaciones de
Laclau y Mouffe, y aún más el trabajo individual de Ernesto Laclau -que cons­
tituirá mi foco principal-, se refieren de forma explícita a un abanico de térmi­
nos exclusivos de la teoría lacaniana y evocan claramente muchas afinidades
conceptuales incluso en aspectos donde no se produce un cruce terminológico
directo. En tanto que se reconoce la naturaleza incisiva de estas homologías
estructurales, en el segundo capítulo se procura indagar los límites de dicha
congruencia teórica. La categoría lacaniana de lo real constituye aquí la herra­
mienta indagatoria fundamental, y su modalidad específica d e jouissance ofre­
ce una manera productiva de estimular el diálogo entre los académicos que
INTRODUCCIÓN. UBICACIÓN DE LA IZQUIERDA LACANIANA 39

han recibido inspiración de Lacan y Laclau. Según mi hipótesis básica, aun­


que la teoría del discurso incorpora y desarrolla aún más las concepciones
lacanianas de la negatividad, la falta y la significación, junto con sus im plica­
ciones políticas -precisam ente lo que Castoriadis deja de lado-, no se ha abor­
dado en ella la problemática lacaniana del goce, que resulta crucial para com ­
prender el reverso libidinal/visceral de los procesos de identificación. Esta
situación se ha modificado recientemente, dado que Laclau adoptó la lógica
lacaniana de lo real en sus aspectos más positivos -m ediante la incorporación
de la categoría d e jouissance en el aparato conceptual de la teoría del discur­
so-, y Mouffe com enzó a poner de relieve el papel que desempeña la pasión
en la política dem ocrática. De más está decir que estas innovaciones serán
objeto del presente análisis. Sin em bargo, los térm inos de ^sta confluencia
necesitan una mayor elaboración a fin de alcanzar una forma capaz de benefi­
ciar el análisis político crítico y la izquierda lacaniana.
He abordado la obra de Laclau con el objeto de articular una conciencia
de la falta y de los límites del discurso (la conceptualización lacaniana de la
negatividad) con una dimensión más sustantiva que resulta crucial para com ­
prender la vida política: el eje del goce (una dimensión más positiva en el cor-
pus lacaniano). Tal articulación requiere de un m alabarism o delicado si se
desea evitar los peligros del esencialism o teórico, el voluntarism o político y
los buenos deseos. Desde este punto de vista, dos im portantes figuras que
ocupan un lugar central en la izquierda lacaniana han comenzado a poner ex­
cesivo énfasis en este eje positivo a expensas de la negatividad que en la teoría
lacaniana resulta indispensable. La obra de Alain Badiou (en especial la idea
del "acontecim iento" y sus im plicaciones éticas) y las reflexiones de Zizek
sobre el capitalismo, "el acto radical" y el ejem plo ético-político de Antígona
se presentan a menudo como partes integrales de una filosofía política radical
de inspiración lacaniana. El tema principal que se examina en el tercer capítu­
lo es la relación entre la negatividad (la ontología negativa de la teoría lacania­
na) y la actitud política más positiva, utópica y heroica recientemente asumida
por Zizek, m ientras que en el excurso incluido a continuación se aborda de
forma concisa la posición de Badiou con respecto a esos temas. Mi hipótesis
principal es que ¿iz e k termina por desmentir la negatividad lacaniana en sus
escritos más recientes, para proponer en su lugar una política positiva del
acontecim iento/acto com o milagro. Es d ecir que se trata de un problem a
simétricamente opuesto al que se plantea en el marco de la teoría del discurso,
y análogo al que se suscita en relación con la obra de Castoriadis: así se com ­
pleta el círculo trazado en esta exploración teórica de la izquierda lacaniana.
40 LA IZQUIERDA LACANIANA

Cabe preguntar, claro está, si no se trata de un círculo vicioso. ¿Puede situarse


este giro de Zizek en el campo de la izquierda lacaniana? ¿Cómo se relaciona
con las enseñanzas de Lacan y con las primeras obras de Zizek? ¿Incurre
Badiou en una desmentida similar, o -paradójicam ente- permanece más fiel
que Zizek a la dialéctica lacaniana entre lo positivo y lo negativo?
La primera parte de La izquierda lacaniana se titula "Teoría: Dialéctica de la
desmentida". Dado que los teóricos de este sector se desempeñan en un cam­
po donde se sienta como premisa la percepción de una dialéctica entre lo posi­
tivo y lo negativo, cada uno de ellos negocia esta dialéctica en sus propios
términos. Sin embargo, aquí se hace visible un patrón muy claro: según cuáles
sean sus diversas prioridades políticas y preocupaciones teóricas, los lacania-
nos de izquierda se han caracterizado por hacer hincapié en una sola de las
dos dimensiones involucradas, en tanto que terminan por desestimar la otra.
Contra el fondo de un sofisticado construccionismo, Castoriadis se inclina por
acentuar el valor creativo positivo de la imaginación radical, a la vez que des­
miente la negatividad de la alienación. En el marco de un construccionismo
similar, Laclau aborda de lleno la ontología negativa de la teoría lacaniana -lo
real como negativo-, pero se muestra mucho más reacio a tomar en cuenta los
aspectos positivos de lo real como jouissance. En el terreno de la praxis políti­
ca, el acto de ¿izek y el acontecimiento de Badiou también incurren en una
dialéctica de desmentida similar. El hecho de que ninguno de los autores men­
cionados opte por excluir o silenciar -reprim ir o forclu ir- uno de los dos
momentos dialécticos constituye un signo indudable de su conciencia intelec­
tual y su sofisticación teórica. No obstante, este patrón de desmentida pone en
peligro la integridad teórica, el alcance analítico y la relevancia política de la
izquierda lacaniana. Más allá de toda fantasía de alcanzar una teoría y/o
modelo de análisis perfectamente equilibrados, resulta preciso tematizar esta
dialéctica dé desmentida y cartografiar una nueva orientación.
Si la primera parte del libro (ante todo teórica) se organiza en torno a una
dialéctica de desmentida, la segunda (ante todo analítica) se estructura en tor­
no a una dialéctica del goce, centrándose en las múltiples interacciones que se
establecen entre el terreno afectivo del goce y otras dimensiones (tales como
el aspecto simbólico de los procesos de identificación) en la construcción y la
deconstrucción, el sostenimiento y la dislocación, de discursos e identidades.
En esta segunda parte, el análisis precedente de aspectos de la izquierda laca­
niana culminará en el desarrollo de un conjunto coherente de orientaciones
teóricas y ético-políticas, aplicables al análisis concreto de diversos asuntos
políticos y sociales que revisten enorme importancia en la coyuntura actual.
INTRODUCCIÓN. UBICACIÓN DE LA IZQUIERDA LACANIANA 41

Aquí la orientación lacaniana se arriesga a un encuentro con lo real de las


luchas por la identificación que tienen lugar en la modernidad (tardía). Esta
parte también difiere de la anterior en otro aspecto: los capítulos son menos
extensos y de orientación más empírica, por lo cual resultan más accesibles
para los lectores que no están familiarizados con el razonamiento psicoanalí-
tico y con los debates de la teoría política contem poránea. Dada la relativa
autonomía de ambas partes - y de todos los capítulos, para el caso -, quien
prefiriera comenzar su lectura por los análisis de la segunda parte no debería
ceder en su deseo.
Así, en el cuarto capítulo abordaré la renuencia de la teoría política crítica
postestructuralista (incluidos los enfoques de inspiración lacaniana) a ocupar­
se de la dimensión afectiva de la política. No cabe duda de que el énfasis en el
discurso y la significación propio de las teorías postestructuralistas ha condu­
cido a algunos de los avances más importantes en el análisis político contem­
poráneo. Más aún, la renuencia que menciono no carece de justificación, pues­
to que a menudo se establecen vínculos reduccionistas entre la política y el
afecto, en el marco de los cuales se reproducen variantes del sentimentalismo
humanista y un esencialism o subjetivo que postula un profundo cim iento
emocional de la psiquis humana. Sin embargo, el análisis político no puede
limitarse a la dimensión simbólica de la política: es preciso tener en cuenta la
dimensión afectiva, aunque ésta debe conceptual izarse con el cuidado de evi­
tar cualquier forma del esencialismo de las emociones, enfoque que algunos
han denominado con gran acierto "em ocionología" (Pupavac, 2004: 36).
En el capítulo iv sostengo que la manera más promisoria de conceptuali-
zar el afecto en un marco teórico que expanda el horizonte postestructuralista
de análisis político estriba en recurrir a la noción lacaniana de la relación entre
lo afectivo y lo discursivo. Una vez más, el concepto lacaniano de jouissance
desempeña aquí un papel fundamental, con diversas e importantes im plica­
ciones para el análisis político y la crítica política progresista. En oposición a lo
que pudiera sugerir la reducción apresurada del lacanismo a un mero momen­
to en la tradición semiótica estructuralista/postestructuralista, la teoría laca­
niana no sólo introduce diversas herramientas de análisis capaces de explicar
con eficacia los efectos simbólicos e imaginarios de la identificación política27
-que conservan toda su vigencia-, sino que también pone de relieve el modo
en que nuestras representaciones sim bólicas e imaginarias se invisten de la

27 Al respecto, véase Stavrakakis (1999a), en especial los capítulos 2 y 3.


42 LA IZQUIERDA LACANIANA

energía "fantasmática" y/o "sintomática" de ¡a jouissance, con lo cual adquie­


ren una elasticidad que explica su fijación a largo plazo y las dificultades aso­
ciadas a su desplazamiento y al cambio sociopolítico en general.28 Así, en opo­
sición al postestructuralismo -que se enfoca principalmente en la fluidez de la
identidad, por lo cual no logra explicar con rigurosidad las resistencias al cam­
bio social y a la transformación radical-, un enfoque de inspiración lacaniana
está mejor equipado para lidiar con este problema crucial: algunas cosas se
afianzan porque, además de ofrecer una cristalización simbólica hegemónica,
manipulan con eficacia la dimensión afectiva, libidinal. El capitonnage ideoló­
gico efectuado m ediante un punto nodal sem iótico tiene que sostenerse
mediante su anudamiento en el nivel afectivo de la jouissance para afianzarse.
La autoridad y el poder sim bólicos encuentran su verdadero soporte en la
dinámica emocional del fantasma y el goce (parcial). Del mismo modo, ningún
cambio político y social puede instituirse con eficacia si sólo se implementa en
el nivel del conocimiento, mediante transformaciones de la conciencia. Aquí
también cumple una función clave la dimensión del afecto y el investimiento
libidinal. Esto no quiere decir que no haya otros factores (la coerción, la cos­
tumbre, la dinámica económica e institucional, el habitus, etc.) que intervengan
en el proceso; apenas se trata de afirmar la dimensión del afecto, la libido y la
jouissance -a menudo ignorada o degradada-, que requiere una seria conside­
ración y también puede estar profundamente enraizada en el funcionamiento
de los otros factores. Por ejemplo, ¿es posible explicar en un nivel estrictamen­
te económico, sin tomar en cuenta el deseo y el goce, la estabilidad con que el
capitalismo tardío se apoya en el consumo? ¿Y no suele haber cierto goce sin­
tomático inconsciente detrás de la repetición habitual de los actos y las con­
ductas sociales que reproducen estructuras de subordinación y obediencia?
Los capítulos v, vi y vil ponen a prueba todas estas hipótesis en el análisis
de tres cuestiones concretas: la identificación nacional, la identidad europea, y
el consumismo y la publicidad. ¿Por qué ha resultado tan difícil desplazar,
modificar o transformar la lealtad nacional de los pueblos europeos y alentar

28 Bruce Fink está en lo cierto cuando señala que la lingüística estructural, que en un prin­
cipio sirvió de modelo a la reform ulación lacaniana de la investigación psicoanalítica, res­
tringe su atención al nivel de la significación y la representación, al sujeto del significante
(Fink, 2004:144). Sin embargo, hay otra dim ensión de igual im portancia, el sujeto de la jouis­
sance, que no debe pasarse por alto. Fink no dirige esta advertencia sólo al psicoanálisis, sino
también a campos como el de la economía, la sociología y la ciencia política: "m uchos otros
campos de las hum anidades y las ciencias sociales precisan reconciliarse con estas dos face­
tas del sujeto en la construcción de la teoría y en la praxis" (p. 147).
INTRODUCCIÓN. UBICACIÓN DE LA IZQUIERDA LACANIANA 43

su identificación con Europa como totalidad, con la identidad europea? ¿Cómo


se explica con eficacia el rechazo del tratado constitucional europeo en los
referendos francés y holandés? Las razones son m últiples, claro está, pero
estas cuestiones están muy vinculadas a la problem ática integral de la jo u is­
sance. El proyecto europeo -u n proyecto crucial para la izquierda en lo que
respecta al equilibrio global de poder y a la tradición igualitaria, que conserva
mucha más vigencia aquí que en cualquier otro lugar del mundo, con la posi­
ble excepción de América L a tin a - se propuso com o parte de una estrategia
tecnocrática desde arriba, desprovista de toda apelación a los afectos. Por otra
parte, el nacionalismo - y esto vale en especial para sus formas más violentas y
excluyentes- ha obtenido enorm es beneficios de su anclaje en la dim ensión
afectiva de la formación identitaria: en la jouissance en sus formas más obsce­
nas. En este sentido, el éxito del nacionalism o com o objeto de identificación,
su habilidad para instituir su configuración discursiva com o horizonte im agi­
nario de la modernidad, y el fracaso de la identidad europea en desplazar su
fuerza y función ofreciendo el m ism o atractivo, pueden interpretarse com o
dos casos testigo que indican que el éxito hegem ónico y la longevidad de un
discurso presuponen una manipulación eficiente del goce. Cuando este factor
está ausente -co m o en el caso de la identidad eu rop ea-, es probable que el
proyecto hegemónico en cuestión fracase o se tope con severas limitaciones.
Ello no significa, claro está, que resulte imposible modificar los apegos o
adhesiones de largo plazo. En el capítulo vn argum entaré que el factor goce
no sólo es im portante para explicar por qué ciertos d iscursos se afianzan
durante largos períodos históricos, en tanto que otros nunca logran ejercer
atracción: el goce también subyace a proyectos de cam bio político, cultural y
social que han llegado a buenos resultados. Detrás del enorm e éxito del con­
sumismo, la capacidad de hegemonizar la cultura m oderna que ha dem ostra­
do tener el discurso publicitario, y las dificultades que conlleva la lucha contra
esta tendencia aparentemente irresistible y contra sus consecuencias políticas
-el fracaso de la crítica de izquierda al consumism o capitalista-, se oculta una
manipulación de este tipo de goce. Hoy en día es un lugar com ún argumentar
que la publicidad y la identificación de marca constituyen tropos discursivos
hegemónicos de la m odernidad tardía. M ás aún, es cierto que el discurso
publicitario y el marketing político colonizan cada vez más el espacio político,
lo cual conduce a una "desdem ocratización" de las instituciones democráticas
liberales. Sin embargo, también resulta obvio que la crítica del consum ism o y
de la publicidad hasta ahora no ha logrado alcanzar un grado de sofisticación
y rigor que incremente su eficacia y su relevancia social. El campo del análisis
44 LA IZQUIERDA LACANIANA

y la crítica del consumismo y la publicidad se beneficiarían enormemente de


un encuentro con determinadas nociones lacanianas, en particular la lógica
del deseo y el goce, que se elabora en detalle en los capítulos anteriores al vu.
Más importante aún, estas nociones pueden elucidar las profundas implica­
ciones sociopolíticas de la cultura consumista, cuya hegemonía parece marcar
el pasaje de una sociedad de la prohibición a una sociedad del goce comandado.
En el capítulo final propongo una respuesta lacaniana a las tendencias
desdemocratizantes o "posdem ocráticas" que están tomando cuerpo en las
sociedades del capitalismo tardío. Una reorientación lacaniana de la revolu­
ción democrática -siem pre alerta a las continuas interpenetraciones de lo
negativo y lo positivo, de la falta y el exceso- puede combinar una ética con­
sistentemente democrática de lo político con la pasión por la transformación
real, capaz de estimular el cuerpo político sin reocupar las peligrosas fantasías
utópicas de la vieja izquierda. No obstante, las perspectivas que aguardan a
un proyecto como éste también dependen de la aptitud con que se combine su
institucionalización de la falta con otro goce, una jouissance no fálica, que ten­
ga la capacidad de desplazar o lim itar gradualmente las administraciones
dominantes del goce (como las que subyacen a la identificación nacional y
estimulan los actos de consumo) y de abrir el espacio para la búsqueda de un
futuro mejor que trascienda las fantasías utópicas de totalidad o completud.

A s o c ia c io n e s l ib r e s

Quisiera abordar un último punto antes de concluir este capítulo introductorio.


El sintagma "izquierda lacaniana" conlleva inevitablemente muchas asociacio­
nes. Presumo que la más común entre ellas es la de "izquierda hegeliana".29 No
cabe duda de que Hegel ha constituido una de las influencias más importantes
en las primeras obras de Lacan, en especial por interm edio de Alexander
Kojéve,30 pero aunque esta vinculación no es completamente incidental, tam­

29 Esta frase suele denotar a un grupo de intelectuales que rebatieron la interpretación


conservadora de la obra hegeliana en el marco del estado prusiano y procuraron reformular
su legado en una dirección progresista, aun cuando ello im plicara poner a H egel "cabeza
abajo". A Ludw ig Feuerbach, Bruno Bauer, D avitfStrauss, M ax S tim er y el joven M arx se los
ha categorizado como hegelianos de izquierda, aunque la m em bresía de este grupo depende
de los criterios que se apliquen para caracterizarlo.
30 Como es bien sabido, Lacan "n o era el único que había quedado cautivado [...] por la
palabra infatigable de aquel hom bre" (Roudinesco, 1997: 99 [153]). D e hecho, Kojéve y Lacan
INTRODUCCIÓN. UBICACIÓN DE LA IZQUIERDA LACANIANA 45

poco ocupa un lugar central en mi argumento. En pocas palabras, no he elegi­


do este título con el fin de hacer hincapié en la relación entre la izquierda hege-
liana y la izquierda lacaniana. A primera vista puede incluso decirse que estas
líneas de pensamiento no tienen muchos aspectos en común, y no cabe duda
de que hay muchas diferencias. Por ejemplo, la izquierda hegeliana se arraiga
en un marco humanista asociado a los debates fundamentales que constituye­
ron la impronta del período durante el cual hizo su aparición. La teoría lacania­
na, por otra parte, se funda en lo que suele calificarse de "antihumanismo",
línea que caracteriza a gran parte del pensamiento francés del siglo xx.
No obstante, una mirada más atenta permite entrever algunas semejanzas
o analogías. Consideremos, por ejemplo, la siguiente aserción: el ser verdade­
ramente real es "lo que no puede verbalizarse". ¿Quién es su autor? Cualquie­
ra diría que es Lacan. Ya hemos visto que Lacan siempre describe lo real como
lo que no puede captarse ni representarse empleando los medios simbólicos e
imaginarios involucrados en la construcción de la realidad humana. Pero lo
cierto es que se trata de una cita de Feuerbach, una de las figuras más impor­
tantes de la izquierda hegeliana (Toews, 1980: 366). Esto no significa que
Feuerbach fuera un lacaniano avant la lettre, ni justifica ideas que establezcan
un linaje intelectual directo entre ambas izquierdas. Y es cierto que las analo­
gías y semejanzas son en gran medida superficiales, pero hay bastantes. La
más obvia es que en ambos casos nos encontramos con un corpus teórico de
gran importancia (el de Hegel o el de Lacan) que puede interpretarse en direc­
ciones políticas disímiles. A ello se suma el hecho de que la influencia francesa
es prominente en am bos casos. En la década de 1830, el desarrollo de la
izquierda hegeliana recibió influencias significativas del pensamiento social
francés del período (Breckman, 1999: 17). En cuanto a la izquierda lacaniana
-que se articula en gran medida en la teoría política anglófona-, se funda aná­
logamente en la obra de un francés. Por último, pero no en menor medida,
tanto el psicoanálisis lacaniano como la izquierda hegeliana han sido víctimas
de implacable persecución en virtud del radicalismo que albergan sus respec­
tivas visiones: los lacanianos sufrieron el acoso de un establishment psicoanalí-
tico empeñado en reproducir su versión banalizada del freudismo; los hege-
lianos de izquierda, el del Estado prusiano (McLellan, 1969: 27).

emprendieron la escritura conjunte de un estudio que planeaban titular Hegel y Freud: ensayo
de una confrontación interpretativa, pero el proyecto "quedó en estado em brionario" (p. 105 [162
y 163]). En todo caso, una genealogía de las conceptualizaciones lacanianas de lo real, el "y o "
y el "D eseo" tendría que hacer especial hincapié en los seminarios de Kojéve (Kojéve, 1980).
46 LA IZQUIERDA LACANIANA

Hay otras analogías que indican una extraña semejanza en ciertos aspec­
tos. El factor crucial que contribuyó a configurar y cristalizar la identidad de
la izquierda hegeliana fue la polémica en torno al cristianismo (Kolakowski,
1978: 84 [91]). Tal como lo expresa Toews, "los hegelianos de izquierda exigían
que el Estado se emancipara de la Iglesia, que se creara una comunidad huma­
na completamente secular e inmanente" (Toews, 1980: 361). Una preocupación
similar en relación con el legado del cristianismo se hace evidente en autores
que son de importancia central para la izquierda lacaniana -considérense, por
ejemplo, los numerosos libros y artículos de ¿izek sobre el tem a-, algo que no
debería sorprender demasiado en vista de la crítica de Freud a la religión y la
declaración de Lacan según la cual "si triunfa la religión, es señal de que ha
fracasado el psicoanálisis", que lo lleva a concluir: "E s más probable que triun­
fe la religión" (Miller, 2004:16). Más importante aún, tal como lo sugiere ya el
subtítulo -D ethroning the S elf [Destronar el y o ]- del estudio M arx, The Young
Hegelians and the Origins o f Radical Social Theory [Marx, los jóvenes hegelianos
y los orígenes de la teoría social radical] (Breckman, 1999), el ataque de los
hegelianos de izquierda al personalism o cristiano ha tenido im plicaciones
más vastas para la idea de la condición de persona en general, así como para
sus correlatos sociales y políticos.

Así, la campaña de los hegelianos radicales contra las ideas cristianas de la


persona -su intento de "destronar" el sí mismo o el yo, tal como el joven
Feuerbach le dijo a Hegel en una carta de 1828- nos conduce al meollo de la
oposición de esos jóvenes hegelianos a las condiciones de su presente. La hos­
tilidad que sentían por el personalismo cristiano los lanzó contra el discurso
soberano de su época, que a su vez era un discurso particular acerca de la
soberanía. La controversia en tomo a la condición de persona soberana devi­
no en un vehículo crucial para el análisis del Estado y la sociedad civil por
parte de la izquierda intelectual que nacía en la Alemania de las décadas de
1830 y 1840 (Breckman, 1999:19).

En prim er lugar tenemos aquí un pasaje desde el nivel intelectual hacia el


colectivo, una conciencia incrementada de la relevancia directa que nuestro
entendimiento del primero tiene para nuestras interpretaciones del segundo y
nuestros intentos de cam biarlo. En segundo lugar, tam bién advertim os un
proceso de politización: la crítica a la condición de persona y al cristianismo
conduce al rechazo de todo un orden político —el Estado prusiano—y de sus
procesos de legitim ación. Lo que em erge en su lugar - y éste es el tercer
INTRODUCCIÓN. UBICACIÓN DE LA IZQUIERDA LACANIANA 47

momento im portante- es un intento de aceptar la desincorporación radical


del poder que caracteriza a la democracia (Breckman, 1999: 301).
Por sorprendente que parezca, en el surgimiento de la izquierda lacaniana
también se observan estos tres momentos. En primer lugar, la obra de Lacan
disturba la fácil com partimentación en individual y colectivo, en subjetivo y
objetivo. Deconstruye con eficacia la oposición esencialista entre ambos polos
mediante el registro del condicionamiento sociosimbólico de la personalidad y
el abordaje sin reduccionismos de la constitución incompleta (la falta) del suje­
to y del Otro, término lacaniano que en parte denota la realidad sociosimbóli-
ca. Ello posibilita, entre otras cosas, un enfoque novedoso de los fenómenos
políticos. Si la falta ocupa un lugar claramente central en la concepción laca­
niana del sujeto, es porque la subjetividad constituye el espacio donde tiene
lugar una entera "política" de identificación. La idea del sujeto como falta no
puede separarse del reconocimiento de que el sujeto siempre intenta com pen­
sar su falta constitutiva en el nivel de la representación, mediante continuos
actos de identificación. Esta falta exige que la constitución de toda identidad
se lleve a cabo mediante procesos de identificación con objetos socialm ente
disponibles, como las ideologías políticas, los patrones de consumo y los roles
sociales. Y viceversa: la im posibilidad que caracteriza a todos los actos de
identificación de producir una identidad plena en subsunción de la división
subjetiva (re)produce la excentricidad radical del sujeto. En tal capacidad, la
noción lacaniana de sujeto no sólo invoca la falta sino también todos nuestros
intentos de elim inar esa falta que, sin embargo, nunca cesa de resurgir. Este
punto de vista también permite el desarrollo de una crítica lacaniana del orden
político y una nueva conceptualización de la democracia radical, de un orde­
namiento y un ethos que incorporen e institucionalicen un savoir de su propia
contingencia, un conocimiento de la falta constitutiva en torno a la cual siem ­
pre se construye lo social.31 No es coincidencia que Breckman, en su análisis
del apoyo a la democracia por parte de los jóvenes hegelianos, se refiera a la
lectura que hace Lefort de la democracia como proceso de desincorporación
donde el locus del poder permanece vacío y se impide su ocupación perm a­
nente por el cuerpo del príncipe, cuestión que tiene relevancia directa para la
reactivación lacaniana de la revolución democrática.
Pero aquí se term inan las sem ejanzas. La izquierda hegeliana no logró
resistirse a la tentación de reemplazar una forma de encarnación por otra, de

31 Todos estos puntos se elaboran en gran detalle en Stavrakakis (1999a).


4S
LA IZQUIERDA LACANIANA

sustituir la indeterm inación de la dem ocracia por un nuevo esenciahsmo


humanista que reintroducía las ideas de unidad y perfectibilidad (Breckman,
1999: 301 y 302). Para la izquierda lacaniana es de vital importancia evitar esta
tentación, la tentación de efectuar una positivación/reducción extrema de la
negatividad. Es por esta razón que, a mi parecer, la democracia radical sigue
siendo la concepción política más avanzada en cuanto a la posibilidad de equi­
librar una conciencia de la contingencia y la negatividad con un marco institu­
cional positivo que permita e incluso alíenle la transformación concreta. Curio­
samente, uno de los puntos de controversia más significativos en torno a los
cuales se articuló la izquierda hegeliana fue también el legado dual - e incluso
contradictorio- del sistema hegeliano en lo que concierne a su articulación de
la negatividad y la positividad. Tal como lo expresa Kolakowski, para los intér­
pretes radicales de Hegel resultaba obvio que "una filosofía qvie proclamaba el i
principio de la negatividad universal, que consideraba cada fase sucesiva de la ;
historia como la base de su propia d estrucción", no era com patible con "la
legitimidad de cualquier situación histórica, o [...] [con el reconocimiento de]
cualquier tipo de Estado, religión o filosofía com o irrefutable y definitiva"
(Kolakowski, 1978: 81 [88]). Por otra parte, necesitam os considerar con serie­
dad a Ziarek cuando observa que los autores com o M ouffe y Lefort "tienen
poco que decir sobre el rol de la encarnación" y de los "investim ientos libidi-
nales que subyacen a las formaciones hegem ónicas de la política democrática''
(Ziarek, 2001.138), aun cuando Mouffe parece lidiar en parte con esta objeción
en su reciente trabajo sobre las pasiones en la democracia. Sólo un compromi­
so consistente y m ultifacético con la problem ática de la jouissance tal como la
plantea el psicoanálisis lacaniano -superadora del enfoque acotado al fantas­
ma que desarrolla Ziarek en An Ethics o f Dissensus [Ética del disenso]—puede
remediar esta laguna de la teoría democrática radical sin recaer en el esencia-
lismo humanista que terminó por cautivar a la izquierda hegeliana.32
Pero el título de este libro seguram ente despertará otra asociación, ade­
más de la de izquierda hegeliana, que incluso se aproxim a m ás a su temática:
la de la izquierda freudiana". No sólo existió una izquierda freudiana -e n la
obra de autores como Wilhelm Reich, H erbert M arcuse y otros-, sino que Paul
Robinson, historiador de Stanford, también ha escrito un libro que lleva preci­
sam ente ese título. Robinson incluso traza un paralelism o entre la izquierda
hegeliana y la izquierda freudiana, dado, que am bas se volvieron posibles en

32 Gran parte del capítulo v iii se dedica a esta cuestión.


INTRODUCCIÓN. UBICACIÓN DE LA IZQUIERDA LACANIANA 49

virtud de la dificultad inherente a la localización ideológica de los proyectos


intelectuales de Hegel y Freud respectivamente (Robinson, 1969:155 [133]).
De más está decir que las izquierdas freudiana y lacaniana tienen un ele­
mento importante en común: la creación de un vínculo entre el psicoanálisis y
la política. Pero fuera de esta cuestión, las diferencias son más rotundas que
las semejanzas. En ambos casos se observa una fuerte diferenciación con res­
pecto al conservadurismo del apolítico establishment freudiano. Sin embargo,
el radicalismo lacaniano está muy alejado de las versiones en cierto modo
poco sofisticadas del radicalismo freudiano. Por ejemplo -ta l como sostiene
Robinson-, el común denominador entre los tres pensadores incluidos en su
estudio de la izquierda freudiana -R eich, Marcuse y Geza R oheim - es lo que
el autor denomina "radicalism o sexual" (Robinson, 1969: 4 [13]): no sólo un
interés teórico en la importancia central de la vida sexual y la sexuación, sino
también un compromiso (político) con el fomento de la liberación sexual.
Muchos argumentarían que alguien que se haya casado con la ex esposa de
George Bataille da la talla de "radical sexu al", pero el hecho es que, para
Lacan, la liberación sexual -cualquiera sea el significado que se confiera a esta
noción- no podría realizar jam ás las fantasías de armonía o emancipación
sexual y social. El objeto que animaba el deseo teórico-político de la izquierda
freudiana se reduce en Lacan a una mera imposibilidad, y nadie que se sitúe
en el marco de la izquierda lacaniana puede ignorar esta circunstancia. Para
Lacan "no hay relación sexual", no hay armonía ni emancipación (sexual), si
por estas palabras denotamos la aurora de un futuro ilimitadamente utópico
que trascienda la alienación y la negatividad.
Es probable que Lacan coincidiera con Marcuse en la idea de que el men­
saje sociopolítico radical de Freud fue "aplastado por las escuelas neofreudia-
nas" (Marcuse, 1966: 6). También respaldaría el interés de M arcuse en la
metapsicología freudiana, en las teorizaciones de Freud sobre las pulsiones y
la libido. Cuando Marcuse argumenta que "lo que comenzó como sujeción
por la fuerza pronto pasó a ser 'servidumbre voluntaria', colaboración en la
reproducción de una sociedad que volvió la servidumbre cada vez más gratifi­
cante y placentera" (p. iii),33 cuando dice que el apego del consumidor a la
mercancía se debe a la transformación de las mercancías en "objetos de libido"
(p. ii), sigue un rumbo paralelo al que ha cartografiado Lacan para la izquierda
lacaniana con sus tipologías del goce, rumbo que se explora en detalle en la

33 Tema que ha preocupado a m uchos integrantes de la Escuela de Francfort a partir de la


década de 1930.
50 LA IZQUIERDA LACANIANA

segunda parte del presente libro. Sin embargo, Lacan nunca reduciría esta
orientación m etapsicológíca a una cruda celebración del "biologism o" de
Freud (p. 6), ni separaría lo positivo de lo negativo para valorar los "instintos
de Vida" por sobre los "Proveedores de la Muerte" (p. i) y postular así la pers­
pectiva utópica de "abolir la represión" (p. 5).
La distancia entre la izquierda freudiana y la izquierda lacaniana adquiere
aún mayor visibilidad en la obra de Wílhelm Reich. En su Análisis del carácter,
la posibilidad de la liberación sexual se funda en la delim itación de una
"estructura genital del carácter" esencializada, desinhibida y no neurótica,
capaz de lo que Reich denomina "potencia orgiástica", una entrega a la con­
vulsión involuntaria del organismo entero en el clímax del abrazo genital. A
semejanza de Marcuse, Reich rechaza la dualidad de las pulsiones, en especial
la concepción freudiana de la pulsión de muerte, y disocia por completo el
placer del dolor: en una maniobra par excellence muy poco freudiana, atribuye
la biopatía y el irracionalismo social, la producción de una "estructura neuróti­
ca del carácter", a la regulación moral, a la supresión que emana del ámbito
social (Reich, 1980). Las instituciones sociales inducen a un estancamiento, a
una contención de la energía vital, que conduce a la neurosis y al bloqueo
sexual. Aunque Lacan termina por abrazar la teoría freudiana de la libido -a
través de su concepción de la jouissance-, nunca cuestiona la idea central de
Freud según la cual la supresión (social) no produce la represión, sino que la
represión (primaria) hace posible e incluso necesaria la supresión (social):
"¿Por qué la familia, la sociedad misma, no serían ellas creación a edificarse de
la represión? Nada menos que eso" (Lacan, 1990: 28 [113 y 114]). El inconscien­
te ex-siste, se motiva en la estructura, en el lenguaje, y en ese sentido la repre­
sión y el superyó pre-existen (lógicamente) a su cristalización en el "malestar
(síntoma) en la civilización" (p. 28 [113]). Por eso, atribuir la falta de goce
(total) a "un mal arreglo de la sociedad" no es sino una tontería (E2006: 695).
La explicación simplista de Reich termina por apoyarse en su teoría del
Orgón, según la cual todos los problemas personales y los males sociales se
deben a la supresión de los orgones, una energía vital relacionada con el orgas­
mo y la potencia orgiástica. Más aún, esta energía vital se concibe desde una
perspectiva exclusivamente heterosexual de una genitalidad supuestamente
armoniosa, y con total omisión de las pulsiones parciales y de la base perversa
polimorfa de la sexualidad humana. Como si todo esto no fuera suficientemen­
te ingenuo, Reich conceptualiza los orgones como un elemento posmístico y
omnímodo: una energía cósmica primordial, universal y ubicua, "demostra­
b le" por medios visuales, térmicos y electroscópicos, y mediante los contado­
INTRODUCCIÓN. UBICACIÓN DE LA IZQUIERDA LACANIANA 51

res de Geiger-Müller. Reich elabora en detalle esta relación entre la energía


psíquica y la cosmología, entre el mundo natural y las ciencias, en su libro
Ether, Cod and Devil: Cosmic Superimposition [El éter, Dios y el diablo. Superim-
posición cósmica) (Reich, 1973), donde eleva el orgón a energía cósmica pri­
mordial. Ya en un terreno tan delirante, llega a aseverar que posee la habilidad
de producir la lluvia mediante una manipulación de dicha energía cósmica. Es
obvio que su distancia respecto de la izquierda lacaniana no puede ser más
remota. No obstante ciertos temas y preocupaciones comunes, ambas orienta­
ciones (la izquierda freudiana y la izquierda lacaniana) son en última instan­
cia inconmensurables.
La izquierda hegeliana ha demostrado ser un "fenómeno histórico efíme­
ro" (Toews, 1980: 356),34 y probablemente pueda afirmarse lo m ism o de la
izquierda freudiana.35 Sólo con el tiempo se sabrá el destino de la izquierda
lacaniana.

34 No he tomado en cuenta aquí el im pacto de M arx, obviam ente, porque su contribución


excede con creces la pertenencia a la izquierda hegeliana en los inicios de su carrera.
35 Aunque la obra antipsicoanalítica (pero siem pre respetuosa con Lacan) de D eleuze y
Guattari ha heredado algunos puntos de su program a.
VI. FALTA DE PASIÓN: UNA NUEVA INCURSIÓN
EN EL TERRENO DE LA IDENTIDAD EUROPEA

E u ro pa en el foco

Comencé el capítulo anterior con una observación sobre la importancia que


han adquirido paulatinamente las cuestiones de identidad. Sería muy extraño
que el amplio campo de las relaciones internacionales permaneciera sin ser
afectado por esta tendencia. De hecho, a nadie sorprende ya que "la discipli­
na de las relaciones internacionales ( r i ) [experimente] [...] un súbito incre­
mento del interés en la identidad y la formación identitaria" (Neumann, 1999:
1). Lo mismo vale para la subdisciplina de los estudios europeos, dado que el
fenómeno incide por igual en corrientes marginales y principales. De acuerdo
con Anthony Smith, una de las causas fundamentales del interés en la "unifi­
cación europea" es sin duda "el problema de la identidad en sí, que ha desem­
peñado un papel fundamental en los debates europeos de los últimos treinta
a cuarenta años. Se ha puesto sobre el tapete [entre otros temas] la posibilidad
y legitimidad de una 'identidad europea' en contraposición a las identidades
nacionales existentes" (Smith, 1999: 266).
Esto no es en absoluto sorprendente: al menos desde los años setenta, los
procesos de integración europea se han ligado de forma explícita a la problemá­
tica de la identidad. Ya desde 1973, cuando los Estados miembro de la entonces
Comunidad Europea acordaron definir la identidad europea en la Declaración
Fundamental emitida en la cumbre de Copenhague, la construcción de esta iden­
tidad se reconoció oficialmente como política decisiva en el proceso de consoli­
dar el perfil público y salvaguardar las perspectivas futuras de la Comunidad
Europea (European Commission, 1974). Hay una clara falta de acuerdo con res­
pecto a la medida en que la "identidad europea" es algo a descubrir o construir
(o ambas cosas), un asunto que debe considerarse "en oposición" o "paralela­
mente" a las identidades nacionales (o incluso en el marco de un proceso posna­
cional), una cuestión a celebrar o a resistir (o sencillamente a ignorar): todos estos
puntos siguen siendo muy polémicos en la(s) esfera(s) pública(s) europea(s).
Pero hay algo sobre lo que no caben dudas: la identidad se posiciona con firmeza
en el centro del intenso desarrollo de políticas e investigaciones europeas.

237
238 ANÁLISIS: DIALÉCTICA DEL GOCE

Sin embargo, ello no implica que la cuestión europea (la integración, uni­
ficación o identidad de Europa) se haya abordado adecuadamente, desde una
perspectiva que haga hincapié en los procesos de formación de la identidad.
Tal como lo expresa Gerard Delanty en su libro Inventing Europe: Idea, Identity,
Reality [Inventar Europa: idea, identidad, realidad], "en realidad se ha reflexio­
nado muy poco acerca del significado que tiene el término Europa y su rela­
ción con los problem as que atañen a la identidad política contemporánea"
(Delanty, 1995: 1). Por ejemplo, más de cuarenta años después de que comen­
zara el proyecto europeo en su forma actual, "es sorprendente que sepamos
tan poco sobre sus [...] efectos de configuración de la identidad" (Checkel,
2001: 50). No se trata aquí de meras lim itaciones de nuestra investigación
empírica, sino de que rara vez se tiene en claro qué implica dicho abordaje de
la identidad. En este campo se ha puesto de moda la identidad como palabra,
sin que en el proceso se haya echado más luz sobre su significado como cate­
goría teórica y herramienta de análisis. Tales problemas de claridad concep­
tual y rigor teórico tienen serias repercusiones analíticas. Por ejemplo, dificul­
tan en extremo una elucidación sostenible del problema más acuciante que
afecta a la Unión Europea en el presente; a saber, que aunque Europa induda­
blemente existe hoy como entidad económica, y cada vez más como entidad
política, la identificación con Europa no ha logrado hasta ahora adquirir "un
sentido cultural o afectivo más am plio" para los diversos pueblos europeos
(Pagden, 2002: 33). Tal como se ha observado, "adem ás de la bandera, el him­
no y unos pocos festivales [...] la Unión Europea ofrece escasos elementos que
puedan inspirar el entusiasm o colectivo" (Chebel d'Appolonia, 2002: 190),
situación que parecen corroborar los datos estadísticos más recientes del Euro-
barómetro (Dunkerley et ah, 2002:120) y las dificultades que enfrenta la ratifica­
ción del nuevo Tratado Constitucional.
Este capítulo parte de la idea según la cual las dimensiones paradójicas de
la identidad política y la form ación identitaria analizadas en los capítulos
anteriores -d im en sion es que a m enudo reciben escasa atención, pero que
siguen siendo esenciales en lo que concierne a la conceptualización exhausti­
va y rigurosa de la identidad y la identificación- son cruciales para repensar
cuestiones vinculadas a la identidad europea y desarrollar un conjunto apro­
piado de líneas de investigación e hipótesis en este campo. Según mi hipótesis
principal, las nociones de identidad e identificación que resultan de combinar
la teoría del discurso con el psicoanálisis lacaniano y se articulan en tomo al
ángulo analítico de la jouissance pueden brindar explicaciones plausibles y
novedosas de las actuales dificultades que enfrenta la construcción de una
FALTA DE PASIÓN 239

identidad europea como objeto de identificación atrayente desde el punto de


vista colectivo. Es factible entonces que este aporte reoriente el debate (acadé­
mico y político) en relación con dicho problema en una dirección poco explo­
rada pero muy prometedora.
En particular abordaré dos preocupaciones centrales. Dada la sustancial
contribución que ofrece la problem ática lacaniana de la jouissance al análisis
de la afiliación nacional -u n caso relativamente exitoso de identificación colec­
tiva a largo plazo-, ¿podemos em plear el mismo marco teórico para explicar
el relativo fracaso de la identidad europea? ¿Proporciona esta noción una de
las razones fundam entales por las cuales la identificación con Europa ejerce
hoy en día su grado más bajo de atracción afectiva? ¿Explica su incapacidad
para investirse de este valor excedente de goce que, sum ado al atractivo sim ­
bólico y el barniz imaginario, se necesita para crear sólidos lazos libidinales y
apegos o adhesiones de largo plazo? Sobre la base del esquema teórico/analí­
tico general desarrollado en este libro y puesto a prueba en su segunda parte,
sería esperable encontrar un déficit en el nivel de la jouissance: en la primera
sección del presente capítulo exploraremos si es realmente así.
La segunda sección trata de una cuestión relacionada. Cuando desde la
política o la teoría se construyen proyectos políticos casi desprovistos de sus­
tancia afectiva surge un problem a adicional, aparte del lim itado atractivo
hegemónico del proyecto en cuestión. En la mayoría de estos casos se observa
la represión de significantes catectizados de valor libidinal y afectivo, pero se
trata de una represión que no opera sobre el afecto propiamente dicho. Como
ya he señalado, desde la perspectiva freudiana/lacaniana, la represión no
incide directam ente en los afectos sino sólo en las ideas (los significantes).
Pero los afectos se desplazan y se transforman como resultado de la represión:
en la represión, el afecto y el pensam iento se disocian. El resultado es que la
representación se dirige al inconsciente, mientras que el afecto permanece y se
adhiere a una representación sustituta (a m enudo sintom ática). No resulta
difícil com prender la significación política de esta lógica: cuanto más se repri­
ma la dimensión afectiva de la subjetividad y la identificación políticas, cuan­
to más un proyecto político hegem ónico excluya significantes asociados a la
pasión política o investidos de ella dentro de una determinada configuración
sociopolítica, esta dimensión buscará expresarse cada vez más a través de for­
maciones políticas sustitutas ("síntomas sociales").
Mouffe proporciona un ejemplo excelente de esta dinámica en su análisis
del auge que experimentan los populismos de derecha, uno de los fenómenos
políticos explosivos que instaron al análisis político -y a la teoría del discur­
240 ANÁLISIS: DIALÉCTICA DEL GOCE

s o - a am pliar la gam a de sus herram ientas analíticas. De acuerdo con esta


autora, no es posible com prender el creciente atractivo que ejercen los parti­
dos populistas de derecha en países como Austria si no se explora su conexión
con la actual despolitización de la política por la que abogan los proyectos
centristas (por ejem plo, la política de la tercera vía). Con su hincapié en una
política neutral "sin adversarios", en una adm inistración despolitizada de lo
que ellos aceptan en calidad de fuerzas y tendencias inevitables o casi natura­
les -co m o la globalización -, los teóricos y los políticos de la tercera vía han
restado im portancia a la "realid ad prim aria de la lucha en la vida social"
(M ouffe, 1998: 13). Este proceder tiene efectos significativos en la identifica­
ción política: "L as grandes pasiones políticas contemporáneas no encuentran
una válvula de escape [...] en la medida en que no hay debates que proporcio­
nen diversas formas de identificación en tom o a las cuales pueda movilizarse
la gente. En consecuencia, presenciam os el crecim iento de otras formas de
identificación colectiva" (Mouffe, 1999). Así, en la raíz del auge de los partidos
neopopulistas encontramos una negativa a reconocer lo político en su dimen­
sión antagonista y "la concom itante incapacidad de com prender el rol que
desem peñan las pasiones en la constitución de las identidades colectivas"
(M ouffe, 2002: 2).
Los partidos populistas suelen ser los únicos que tratan de movilizar las
pasiones y construir formas colectivas de identificación:

Contra quienes creen que la política puede reducirse a las motivaciones indivi­
duales y que está impulsada por la búsqueda del interés propio, [los partidos
populistas] saben muy bien que ésta siempre consiste en crear un Nosotros en
contraposición a un Ellos, y que implica la creación de identidades colectivas.
De ahí el potente atractivo que ejerce su discurso: brinda formas colectivas de
identificación para "el pueblo" (Mouffe, 2002: 8).

Este enfoque se ha aplicado con buenos resultados al caso de Flandes (De Vos,
2002). Sin embargo, el caso francés de Le Pen constituye hasta ahora el mejor
ejem plo, tanto en lo que se refiere al contenido com o al estilo de su discurso
político. El discurso de Le Pen está atravesado por

la pasión, el conflicto, el ingenio, la alegría, la exageración, una predisposición


a nombrar al enemigo (o a los múltiples enemigos, en su caso) y una mezcla
de referencias literarias con pura vulgaridad, animalidad y acción. En con­
traste, los políticos de centroizquierda y centroderecha se ven cautelosos y
FALTA DE PASIÓN 241

acartonados, desprovistos de sentimiento genuino, marionetas de su propio


aparato (Budgen, 2002: 45).

La incapacidad de la clase política y el análisis político para predecir o com ­


prender el éxito de Le Pen en las elecciones presidenciales francesas de 2002
puede atribuirse con seguridad a su olvido de la dimensión afectiva, a la repre­
sión de los significantes de la pasión política y a su dificultad para entender
que tal represión sólo puede conducir al desplazamiento de la energía afectiva
y al "retorno de lo reprim ido" en nuevas form as (patológicas) im buidas de
goce y agresividad obscenos. Quisiera exponer aquí la hipótesis de que en la
construcción y la diseminación del discurso antieuropeo se hace visible una
dialéctica similar entre la represión y el retom o de lo reprimido.

C o n s t r u c c ió n d e l a id e n t id a d e u r o p e a

De ¡a práctica política...

Según el argumento básico que me propongo desarrollar en este capítulo, los


debates políticos y académicos sobre la "identidad europea" y la europeiza­
ción suelen reproducir las problem áticas estrategias de represión descritas
más arriba. En primer lugar, pretenden crear una identificación prominente
de los pueblos europeos con Europa, pero prestan escasa atención al papel
crucial que desem peñan e l afecto y la pasión en este proceso. En segundo
lugar, por reprimir esta dimensión a menudo obscena de la identificación, por
enfocarse exclusivamente en las configuraciones institucionales y los ideales
banales o desprovistos de pasión, obligan a que la expresión de apegos apa­
sionados se produzca por vía de diversos discursos antieuropeos. En tal senti­
do, no sólo son ineficaces sino que tam bién deterioran las perspectivas de
construir una sólida identidad europea. En las páginas que siguen analizaré
documentos políticos, textos académicos y (hacia el final del capítulo) artícu­
los periodísticos -tres tipos muy diferentes de particularización d iscu rsiva-
como simples superficies para la inscripción del discurso. Tratar el discurso
académico como una fuente privilegiada -m ás o menos confiable- oscurecería
la "complicidad" a menudo inconsciente que se establece entre las principales
corrientes de la política (europea) y la academ ia, dos dominios discursivos
que, de un modo típicamente modernista, se involucran recíprocamente en la
formulación y la reproducción de un punto de vista particular, más o menos
242 ANÁLISIS: DIALÉCTICA DEL GOCE

tecnocrático, frente a la identidad europea. En cuanto a los artículos periodís­


ticos que se analizan en la sección final, am eritan nuestra atención porque
constituyen la superficie para la inscripción discursiva de la dimensión afecti­
va que los debates de las principales corrientes académicas y políticas desesti­
man, o bien excluyen en gran medida. De ahí que estos textos proporcionen
un buen ejem plo de la "catexis diferencial" (capítulo n) en acción.
Exploremos en primer lugar cómo se promueve y conceptualiza la "iden­
tidad europea" en la práctica política y el análisis teórico de Europa. Hoy en
día es casi indudable que la preocupación por la "identidad europea" ha aflo­
rado com o una estrategia planteada fundamentalmente desde arriba con el fin
de prom over el respaldo popular al proyecto de integración y unificación de
Europa. A principios de la década de 1970, cuando la c e e vislumbraba una
som bría perspectiva económ ica en el marco de una crisis internacional de
grandes proporciones (Strath, 2000b: 401), y dada la "inocultable falta de apo­
yo genuino por parte de los europeos occidentales com unes y corrientes"
(Wintle, 1996:10), las instituciones europeas vieron en la cuestión de la identi­
dad una nueva receta para prom over el respaldo popular y la legitimidad
social, para crear un sentido de pertenencia e identificación con las institucio­
nes europeas y los programas de europeización en todos los niveles.
La declaración fundam ental sobre la identidad europea, acordada en la
cu m bre de C openhague de 1973, fue la prim era cristalización discursiva
concreta de esta estrategia. El análisis detallado del docum ento excede los
lím ites del presente capítulo, pero podem os centrarnos en un aspecto esen­
cial: allí la "id entid ad europea" se vislum bra y debate con referencia a una
concepción claram ente sim bólica, institucional y árida de la identidad. ¿Cuá­
les son los elem entos "fund am entales" o "esen ciales" de la identidad euro­
pea de acuerdo con el docum ento en cuestión? Se extienden desde el gobier­
no de la ley, la justicia social y el respeto por los derechos humanos hasta el
m ercado com ún, la unión aduanera y todo el resto de "políticas comunes y
m ecanism os de cooperación " (European Com m ission, 1974: 492). Aparte de
e s ta s r e fe r e n c ia s c o n c r e ta s p e r o b a sta n te p o c o im a g in a tiv a s, el docu m en to
a b u n d a en p a la b r a s g ra n d ilo c u e n tes y jerg a te d io sa acerca de una "civiliza­
ción europea com ún", perspectivas de progreso y equilibrio internacional, y
la prom oción de "las más profundas aspiraciones de los pueblos [europeos]"
(pp. 492 y 493). Aunque se acepta que la identidad presupone afirmar la dife­
rencia entre los países europeos y otros países y partes del mundo (véase espe­
cialm ente p. 496), ello se expresa en un lenguaje más o menos ingenuo, neu­
tral, "o bjetivo ":
FALTA DE PASIÓN 243

La unificación europea no se concibe en contra de nadie, ni está inspirada en


un deseo de poder. Por el contrario, los Nueve están persuadidos de que su
unión beneficiará a la entera comunidad internacional, dado que constituirá
un elemento de equilibrio y una base para la cooperación con todos los países,
cualquiera sea su tamaño, cultura o sistema social (p. 494).

Desde C o p enhagu e, la identid ad ha ap arecid o en d iv ersos d ocu m en tos y


declaraciones oficiales, entre los que se cuentan la "D eclaración solem ne de la
Unión Europea" (1983), el "A cta Única E uropea" (1987) y el tratado de Maas-
tricht, donde, si bien se reconoce el im portante rol que desem peña en las rela­
ciones exteriores de la Unión, la identidad europea se concibe com o una ins­
tancia lim itad a p o r las id e n tid a d e s n a cio n a les de los E sta d o s m iem bro.
Durante este período también se produjeron diversos inform es más prácticos:
en 1975, el inform e Tindem ans señaló la im portancia de crear una identidad
europea; en 1985, los inform es del com ité A d onnino plantearon la idea de
introducir sím bolos com unes con el fin de enriquecer la identidad de la c e e :
de ahí la adopción de un pasaporte estandarizado, una bandera europea ofi­
cial e iniciativas sim ilares; en 1993, el inform e De Clerq introdujo el debate
sobre la im portancia de establecer una com unicación eficaz entre Europa y
sus ciudadanos (Pantel, 1999: 53; Strath, 2000a; Strath, 2000b). H uelga decir
que el euro ha sido hasta hoy el logro m ás im portante de esta tendencia a la
unificación. De forma sim ultánea se han hecho intentos sostenidos de prom o­
ver la identidad europea m ediante la educación, con la introducción de diver­
sos programas de intercam bio estud ian til y otras iniciativas edu cacionales
(tales como Erasm us, Leonardo, Sócrates, Tempus).
Todas estas políticas y acciones h an producido efectos considerables. Sin
embargo, según la m ayoría de las opiniones, fracasaron en el intento de profundi-
zar la identificación popular con la Unión Europea y la identidad europea. ¿Cóm o se
explica este ostensible fracaso? M u chos com entadores h an observad o que
todos estos procesos y declaraciones, ya se basen en intereses pragm áticos o
en un entusiasm o g enuin o p o r la unificación de Europa, han sid o en gran
medida "artificiales y poco profun dos" (W intle, 1996: 10), centralizados en el
saber y la educación consciente, dirigidos al sujeto del significante, lim itados a
las palabras grandilocuentes y expresados en una jerga institucional despro­
vista de pasión: "E n consecuencia, prevalece la sensación de que la política
destinada a prom ov er la identid ad europea no es sino una cam paña para
difundir una im agen más favorable de Europa, sin sustancia que la respalde"
(De Witte, 1987). Desde el punto de vista psicoanalítico, esta sustancia faltante
244 ANÁLISIS: DIALÉCTICA DEL GOCE

se asocia claram ente a la dim ensión libid inal/ afectiva de la identificación.


C uando este elem ento falta, las identificaciones no pueden adquirir promi­
nencia ni ejercer un profundo atractivo hegem ónico. En tal sentido, podría
argum entarse que el problema consiste en haber colocado el énfasis de forma
clara y exclusiva en el fom ento de la "id en tificación con la u e com o entidad
política [y econ óm ica]" (Billig, 1995: 125). P or fortuna o por d esgracia -tal
com o lo expresa Delors—, "nadie se enam ora de un mercado com ún; se necesi­
ta otra co sa " (D elors, en B id eleux, 2001: 25), por lo cual tam bién "parece
im probable que una identidad europea con la u e com o fundam ento político
genere la suerte de pasiones y lealtades que los pueblos sienten por sus nacio­
nes" (Billig, 1995:121). Es indudable que las perspectivas serán m uy poco pro­
m isorias para Europa si ésta sigue siendo "u n a 'cu ltu ra hecha de retazos,
científica y desprovista de m em oria, aglutinada sólo en torno a la voluntad
política y los intereses económ icos” (Sm ith, 1999: 245).

.. .al análisis académ ico

Pasem os ahora a explorar de qué m anera el análisis académ ico h a abordado


los problem as que aquejan a la identidad europea. Frente a los intentos nor­
mativos/ form ales/institucionales, en su mayoría im puestos desde arriba, que
han em prendido las instituciones europeas con el fin de prom over una fuerte
identificación p o p u lar con Europa, y en vista de su s m agros resultados, la
m ayoría de los acad ém ico s ha llegado a recon o cer la existen cia de las dos
dim ensiones cruciales propias de la form ación idenfitaria: la procedimental y
la sustantiva, la más árida y la más viscosa. Cada vez se acepta más el hecho de
que "los europeos no reconocen la u e com o una esfera apropiada para la polí­
tica, com o si lo hacen con el Estado nación", que la u e es deficiente en cuanto
a niveles de identificación y apego afectivo", aunque ello no significa necesa­
riam ente que los europeos no la reconozcan com o m arco político paralelo a la
palestra nacional (Banchoff y Smith, 1999:1 y 2). Ahora bien, a grandes rasgos
hay tres m aneras de abordar el reconocim iento de esta escisión:

1. Es posible adoptar un m arco m oralista, y hacer el intento de abolir el lado


m ás oscuro en favor del m ás luminoso. Gran parte de la investigación relativa
a la identidad europea se predica de la estricta distinción entre una forma de
identidad positiva (benigna) y otra negativa y excluyente (m aligna), dando a
entender que es posible cultivar la primera y abolir la segunda. En otras pala­
FALTA DE PASIÓN 245

bras, se trata de una situación similar a la que se examina en el capítulo ante­


rior, que condujo a distinciones -e n última instancia infundadas- entre buenas
y malas versiones del nacionalismo. Delanty, por ejemplo, critica "la idea en
gran medida irreflexiva de una Europa basada en la identidad propia median­
te la exclusión y la negación", y propone su reem plazo por una iniciativa
"basada en la autonomía y la participación" (Delanty, 1995:15). El autor funda
su reclamo en la nítida distinción entre la diferencia positiva y la negativa que
ya se mencionó en el capítulo v. En el primer caso, la identidad se cimenta en
un reconocimiento positivo de la otredad que conduce a la solidaridad, mien­
tras que en el segundo, el de la diferencia negativa, se basa en una negación
de la diferencia que produce exclusión (p. 5). Esta perspectiva también ha
afectado a la así llamada "agenda posnacional". Tal como lo expresa Shaw,

el posnacionalismo puede verse como [...] el intento de recuperar y repensar


algunos de los valores centrales del nacionalismo que otorgan sentido a una
comunidad particular con instituciones y prácticas compartidas, sin el necesario
bagaje institucional y peso ideológico del Estado (nación) moderno ni el sentido negati­
vo del nacionalismo como exclusión (Shaw, 2001: 74; el énfasis me pertenece).

Como ya hem os visto, se trata de una estrategia im posible que, debido a la


paradoja inherente a la identificación, no puede producir resultados sosteni-
bles. No se puede desplazar procesos de catexis social o política ni com batir
una forma de exclusión con otro tipo de exclusión, es decir, con la represión
teórica o analítica del lado "obsceno" de la identificación.

2. Existe la alternativa de adoptar un marco de "identidad m últiple" o "identi­


dad dual", en el cual se intente mantener ambas dimensiones presentes pero
estrictamente separadas. Esta opción m uestra indicios de una actitud más
alerta a la irreductibilidad de las dos dimensiones involucradas en la identifi­
cación, pero que no capta su estrecha interrelación. Por ejemplo, la mayoría de
los teóricos que adoptan el punto de vista de la "identidad m últiple" parecen
suscribir a una versión cuasi relativista del construccionismo. Conceptualizan
la identidad com o algo que se halla en "flujo permanente entre fronteras que
se disputan y se negocian de forma constante": "Las identidades europeas -y
nacionales- son siempre fluidas y contextúales, disputadas y contingentes"
(Malmborg y Strath, 2002: 5). De acuerdo con esta perspectiva, "la parte más
esencial de la identidad es su naturaleza m últiple" (Wintle, 1996: 22; véase
también Banchoff y Smith, 1999: 7): "L os adjetivos 'europeo' y 'nacional' no
246 ANÁLISIS: DIALÉCTICA DEL GOCE

son alternativos sino que se articulan en el reconocimiento de la múltiple iden­


tificación" (Malmborg y Strath, 2002: 6). Pero es aquí donde aparece el primer
problema en el horizonte.
La "identidad m últiple" o "m últiple identificación" suele predicarse de
un modelo de coexistencia pacífica entre posiciones subjetivas diferentes pero
de igual validez. Claro que es posible tener identificaciones múltiples en dife­
rentes niveles, pero ello "n o significa que esos lazos sean completamente
opcionales y relativos a la situación, ni que algunos de ellos no inspiren una
mayor adhesión o ejerzan una influencia más poderosa que otros". En el capí­
tulo anterior se puso en evidencia de qué manera "la identidad nacional ejerce
hoy [en el contexto moderno] una influencia más potente y duradera que otras
identidades culturales colectivas" (Smith, 1991:175). El nacionalismo "coman­
da el apoyo popular y despierta entusiasm o. Com paradas con él, todas las
otras visiones y argum entaciones se ven opacadas y desvaídas" (p. 176). De
ahí que se suscite una serie de preguntas legítimas en la agenda: ¿qué organi­
za a la multiplicidad? ¿Qué determina el movimiento entre diferentes posicio­
nes subjetivas? ¿Revisten igual im portancia todos los com ponentes de una
identidad múltiple? Según la respuesta que proporciona la teoría psicoanalíti-
ca, siempre hay un escenario fantasma que organiza y sostiene la multiplici­
dad aparente de la identidad, además de estipular las "reglas de engranaje"
entre sus diferentes niveles en un mapeo que otorga prioridad a modos parti­
culares del goce, a ciertos com ponentes y puntos nodales (points de capitón)
libidinalmente investidos, y no a otros, que quedan en la periferia estructural
y emocional.1
Aquí se plantean otros dos puntos cruciales. En primer lugar, sin la inter­
vención de estos puntos nodales, la estructura subjetiva puede desintegrarse
con facilidad y dar lugar a un estado de psicosis. Se trata de una circunstancia
que es preciso tomar en cuenta con gran seriedad en el marco de algunas con­
cepciones "caóticas" de la "identidad múltiple": "E s posible que la total desin­
tegración de la identidad personal en una identidad atomizada [formada por
los componentes de una identidad múltiple] no sea manejable desde el punto
de vista psicológico", y en consecuencia podría decirse que la "identidad múl­
tiple" no es la solución más prometedora para la europeización de las identi­
dades nacionales (Wilson y Van der Dussen, 1995: 207). Ello también explica
por qué siempre se asigna mayor prioridad a algunos componentes o niveles

1 En esp ecial cuan do la "m u ltip licid a d " im plica la articu lación de elem entos aparente­
m ente contradictorios.
FALTA DE PASIÓN 247

cuando surge un conflicto de lealtades, y éste es justam ente el proceso que ha


dado sostén a la mayoría de las identidades nacionales. Tal como se lee en un
libro de texto sobre Europa, "las personas siempre fueron muchas cosas, pero
en la época del nacionalismo había una identidad que era la carta de triunfo
[...] la identidad nacional era la prim ordial cuando se suscitaban conflictos
entre lealtades a identidades diferentes" (p. 207). En segundo lugar, los argu­
mentos relativos a la "identidad m últiple" a menudo presuponen una concep­
ción fluida de la identidad, que en última instancia se basa en la prem isa de
cierto voluntarismo. En otras palabras, estos argumentos dan a entender que
el perfil particular de una identidad es producto de una elección consciente,
instrumental o incluso racional por parte del sujeto, com o si el sujeto saliera
de compras para ver cuáles son los com ponentes inclusivos más interesantes
que hay en plaza. Sin embargo, no cabe duda de que la estructuración discur­
siva y el investimiento afectivo establecen límites precisos -au nque histórica­
mente contingentes- a tales movimientos.

3. En lo que concierne al marco de la "identidad dual", el modelo de la ciuda­


danía europea com prendería dos lealtades distintas: la que se establece con
una entidad política (en el nivel europeo) y la que se prodiga a una nacionali­
dad étnica (Goldmann, 2001: 42). En otras palabras, todo ciudadano europeo
estaría escindido entre una identidad vinculada a un Estado político (en la
línea del así llam ado "m odelo fran cés") y una identidad cultural (en la línea
del así llamado "m odelo alem án") (Wilson y Van der Dussen, 1995: 208). Uso
el término "escindido" porque, de acuerdo con este modelo, "la identidad y la
política se desvinculan y reenfocan" y se introduce "un dualismo, con Europa
como el Estado nación cívico y nuestros viejos Estados naciones com o pue­
blos-naciones orgánicos" (p. 208, el énfasis me pertenece). Esta escisión tam ­
bién constituye una de las premisas sobre las que se basan ciertas versiones de
la agenda "posnacional". Aquí también se deconstruye el lazo im plícito en el
nacionalismo entre integración cultural (el aspecto étnico, sustantivo, del nacio­
nalismo) y la integración política (el aspecto formal, procedimental) (Curtin, en
Shaw, 2001: 74).
En el marco del argumento que he desarrollado hasta ahora resulta muy
difícil imaginar cóm o habrían de desvincularse la política y la identidad, el
discurso y el goce. Más aún, incluso si fuera posible separar estas instancias,
¿cuáles serían las "reglas de engranaje" entre ellas? El escenario conflictivo
-un derrame de agresividad desde la esfera nacional hacia la europea- parece
más probable que el pacífico: "Cuanto mayor sea la distancia entre los m ode­
248 ANÁLISIS: DIALÉCTICA DEL GOCE

los de los diferentes países y cuanto mayor sea el com prom iso emocional de
las poblaciones con sus respectivos modelos, más improbable es que se esta­
blezca, se acepte y se implemente una política común en el nivel supranacio-
nal" (Zetterholm, 1994: 7). Por otra parte, si tal contaminación fuera inevitable,
surgiría otra pregunta crucial: ¿Cuál de las dos dim ensiones dominaría a la
otra? Dadas las deficiencias que aquejan a la concepción árida de la "identi­
dad europea" o de "E u rop a", la perspectiva se ve som bría una vez más. En
una batalla tan desigual, resulta difícil vislum brar la posibilidad de que la
identidad europea adquiera alguna vez un rol preponderante en la vida de los
ciudadanos europeos.

A esta altura es importante dejar en claro que el presente análisis no se basa en


la premisa de favorecer a priori la identidad nacional o estatal. Es indudable
que podemos y debemos concebir una Unión Europea fuerte que trascienda
los modelos estadistas y nacionalistas tradicionales, pero tal proceso no puede
materializarse ni triunfar si no se aborda de forma no represiva la dimensión
afectiva de la identificación. He ahí la incómoda verdad que pone de relieve la
izquierda lacaniana. Si la teoría y el análisis políticos continúan reprimiendo o
desmintiendo esta dim ensión, "Europa” se desarrollará en diversas direccio­
nes, claro está, pero nunca llegará a ser una identificación prominente que
gane el corazón, y no sólo los bolsillos, de los ciudadanos europeos. Para
expresarlo en el lenguaje poético de Georges Bataille, "la reducción al orden
fracasa ineludiblemente: la devoción formal (la devoción sin excesos) conduce
a la inconsecuencia" (Bataille, 1991: 161). Estas conclusiones parecen obtener
respaldo de investigaciones actuales que emplean otras y muy diversas meto­
dologías: los sentimientos de identidad nacional influyen de forma directa en
el respaldo a la Unión Europea. En particular, "h ay una clara indicación de
que las identidades nacionales sólidas conducen a una disminución en el res­
paldo a la u e ", y de que los efectos de la identificación nacional "son al menos
tan significativos com o las explicaciones utilitarias, tales com o el ingreso, la
educación y las evaluaciones económ icas subjetivas" (Carey, 2002: 397 y 407).
Sin embargo, ello no se debe a que la identidad nacional esté investida a priori
de una posición privilegiada. Esta catexis diferencial es una realidad contin­
gente, históricam ente determ inada, asociada a los cam bios que se producen
en las identificaciones colectivas en el m arcó de la m odernidad. Brinda una
oportunidad para estudiar las com plejidades de la relación entre el afecto, el
goce y la identidad, pero no excluye la posibilidad de articular futuras admi­
nistraciones alternativas del goce.
FALTA DE PASIÓN 249

E l O tro o bsc en o d e E u ro pa

Más im portante aún, reprim ir la dim ensión del goce no afecta sólo a las pers­
pectivas fu turas de la u n ificación europea. Tam bién produce una serie de
resultados indirectos de sum a im portancia política. Com o ya he argumentado,
la represión de significantes catectizados de valor afectivo y libidinal nunca
conduce a la desaparición de la energía psíquica, sino apenas a su desplaza­
miento y al "retom o de lo reprim ido" m ediante el surgim iento de formaciones
sintomáticas. H em os visto la relevancia que tiene esta lógica para la exp lica­
ción de fenóm enos políticos tales com o el auge de los populism os de derecha
en Europa. Si estas hipótesis son correctas, es m uy probable que se produzca
una curva sim ilar en relación con los debates sobre la identidad y la integra­
ción europeas. En efecto, el descuido del aspecto afectivo de la identificación
parece conducir a un desplazam iento de la energía catectizada hacia los dis­
cursos id e o ló g ic o s y p o lít ic o s a n tie u r o p e o s , d is c u r s o s q u e in v itan y v a lo ra n
esta catexis. De hecho, en otro nivel ha escalado un debate m uy álgido en cuyo
marco la árida identidad europea, ju nto con sus configuraciones instituciona­
les y su s palabras grandilocuentes, se ven com o agentes de castración que no
sólo son indiferentes, sino tam bién hostiles, a las estructuras del goce que ope­
ran en los diversos contextos nacionales, adem ás de haber puesto en marcha
un proceso de estandarización que debe ser resistido. Los discursos de resis­
tencia difieren de la jerga europeizante convencional no sólo en virtud de su
contenido sino también por su estilo: son agresivos, viscerales, cóm icos, y van
desde la obscenidad hasta la violencia, a m enudo por la vía de lo grotesco. Y es
probable que estas características sean el secreto de su éxito.
Estos discursos son tan inconmensurables con los debates políticos y acadé­
micos convencionales sobre Europa que tanto la clase política como la com uni­
dad académica han preferido eludirlos. Pero esta respuesta no los hará desapa­
recer, sino todo lo contrario. De ahí que sea más prudente explorar su constitución
y funcionamiento. Tenemos a disposición una gran cantidad de ejem plos: Le
Pen una vez más, el discurso populista religioso de Grecia y otros. Pero el ejem ­
plo más gráfico proviene de algunas versiones del "euroescepticism o" británico.
Hay un tipo de escepticismo en relación con Europa que atrae a millones de per­
sonas: el de la prensa popular británica, que me interesa especialmente y consti­
tuye el último reservorio discursivo a ser analizado en este capítulo.
En general, la investigación sobre el tratam iento que los m edios britán i­
cos dan a la integración europea ha puesto al descubierto una actitud negativa
y resistente a la idea de la integración e identidad de Europa (Cinnirella, 1996:
250 ANÁLISIS: DIALÉCTICA DEL GOCE

263). Pero lo más importante es que esta hostilidad mediática suele tomar una
forma particular. De acuerdo con nuestra línea argumental, esperaríamos que
dicha actitud se articulara com o antítesis de la forma árida, normativa y abs­
tracta que adquiere el debate en los círculos políticos oficiales. Y esto es exac­
tamente lo que ocurre. La resistencia habla un lenguaje diferente, se despliega
en un nivel com pletam ente distinto, fundado en el afecto, la pasión, el ridícu­
lo, la obscenidad. Resulta difícil pasar por alto el hecho de que el 1° de noviem­
bre de 1991, cuando un grupo de políticos respetables debatían los pros y los
contras del federalism o y la independencia nacional, The Sun, uno de los perió­
dicos británicos más leídos, publicó el titular "U p Yours D elors!"* (p. 263). Este
tipo de discurso, característico de la prensa popular de derecha, ha tenido tan­
to éxito que hoy constituye uno de los principales pilares sobre los que se edi­
fica la influencia del "euroescepticism o" (Forster, 2002:111).
¿Cuáles son los parám etros básicos de la resistencia a Europa que se arti­
cula en la prensa popular británica? Su característica más saliente parece ser la
descripción de la Unión Europea como una agencia reguladora extranjera que
interviene de algún m odo en la organización particular de nuestra vida, en la
estructuración particular de nuestro goce. En otras palabras, la u e se represen­
ta primordialmente como agente de la castración. Hay ejemplos muy revelado­
res: se ha acusado a "los burócratas de Bruselas" de querer descartar la hogaza
tradicional británica (Daily M ail, 27 de octubre de 1997: 29); de obligar a Gran
Bretaña a cambiar los enchufes de tres patas por los de la versión continental,
con lo cual harían gastar "una fortuna" a los usuarios particulares -dado que
la medida requiere m odificar la instalación eléctrica- y supuestamente pon­
drían en peligro los estándares británicos de seguridad (Daily Star, 27 de mayo
de 1994: 2); de presionar a Gran Bretaña para que reemplace el inodoro tradi­
cional británico por el "retrete europeo" (Euro-loo) (The Sun, 4 de mayo de 1999:
11). Otros títulos y noticias de última hora decían así: "Los Eurócratas escanda­
lizaron a los galeses ayer, en el Día de San David, cuando ordenaron que todos
los puerros que se vendieran en el futuro debían ser sim ilares"** (Daily Express,

* La frase "U p y ou rs!" es una versión abreviada d e "U p your ass!", que equivale a la expre­
sión en español "¡M étetelo en el trasero!" (algo así com o "¡M étetelo en el tuyo!" o "¡Métetelo
en e l...!" en esta versión abreviada, que es de uso m uy com ún). Dado que "y ou rs" rima con
"D elors" (el apellido del entonces presidente de la Com isión Europea), el titular tiene un efec­
to doblem ente cómico. U na traducción posible del titular es "¡M étetelo, Delors!". [N. de la T.)
* * El día de San D avid , los galeses llevan un puerro com o insignia en m em oria de una
batalla contra los sajones en la que, según la tradición, san David aconsejó a los combatientes
galeses que se colocaran una planta de puerro en el som brero para distinguirse de sus ene­
migos. [N. de la T.]
FALTA DE PASIÓN 251

2 de marzo de 2002: 36); "L os entrom etidos de la u e pretend en proh ibir las
palizas" (The Sun, 16 de junio de 1998:15); "Bruselas planea descartar nuestros
pasaportes" (Mail on Sunday, 29 de octubre de 2000:1).
Lo más extraordinario desde el punto de vista psicoanalítico es la abun­
dancia de connotaciones sexuales y m etáforas obscenas que m arcan este dis­
curso de principio a fin. Por ejem plo, cuando se acusa a la u e de determ inar
que "las bananas no deben ser dem asiado cu rv a s" (The Sun, 4 de m arzo de
1998: 6) y que "los pepinos tienen que ser rectos"* (p. 6), o cuando se publican
artículos com o éste: "L os chiflados de la u e han decretado que los ruibarbos
británicos deben ser rectos" (The Sun, 24 de junio de 1996:11). Y ni hablar de la
supuesta arm onización del tam año de los condones y la "E u roam en aza de
matar la salchicha británica". Los ejem plos se extienden ad infinitum , pero lo
más importante es que estas crónicas grotescas parecen brindar un respaldo
obsceno a la resistencia contra una Europa que ha fracasado en el intento de
inspirar pasión y funcionar con eficacia com o objeto de identificación: una
Europa que ha hecho caso omiso de la dimensión obscena y visceral de la iden­
tificación, y cada vez se ve más desprovista de atractivo y sustancia afectiva.
Aquí cabe señalar otros dos puntos de suma im portancia. En prim er lugar,
es preciso cuidarse mucho de calificar estas crónicas de m arginales e intrascen­
dentes. No sólo retratan la línea editorial básica de algunos de los periódicos
más populares de G ran Bretaña, sino que en ocasiones aparecen en p eriód i­
cos más serios y ejercen cada vez más influencia en el discurso que form a la
opinión pública. En su prim er libro sobre el "eu roescep ticism o" britán ico,
Forster argumenta que, debido al predom inio de partidarios del integracionis-
mo en la com unidad académ ica, Va m ayoría de los debates han "p a sa d o por
alto sistem áticam ente el euroescepticism o y, por defecto o con intención, a
menudo no lo han tratado com o un fenóm eno serio o com o objeto de estudio"
(Forster, 2002: 3). Si así se han abordado las formas respetables del escepticis­
mo, el lector imaginará lo que ha ocurrido con el eje obsceno del debate. Por
fortuna, esta indiferencia com placiente se acerca lentam ente a su fin. Se ven
algunos indicios en el hecho de que las instituciones partidarias de la integra­
ción europea -incluidas la representación de la Comisión Europea en el Reino
Unido y la campaña Britain in Europe [Gran Bretaña en Europa), iniciativa res­
paldada por Tony Blair, Gordon Brown, Ken Clarke, Michael Heseltine y Char­
les K ennedy- adquieren cada vez más conciencia de la necesidad de lidiar de

* "C u cu m b ers h ave to b e stra ig h t!". La p alabra inglesa straight, que sign ifica " r e c to " o
"derecho" tam bién se usa para decir que una persona no es hom osexual. [N. de la T.)
252 ANÁLISIS: DIALÉCTICA DEL GOCE

algún m odo con esta avalancha. De ahí que se haya dedicado toda una sección
de la página web británica de la Comisión Europea a los diversos "euromitos"
antes m encionados (European Com m ission, 2006), en tanto que la campaña
Britain in Europe ha producido un folleto con el sugestivo título de "Straight
Bananas? 201 A nti-European M yths E xp o sed " [¿Bananas rectas? 201 mitos
antieuropeos desenmascarados].2 Sin embargo, en ambas instancias el objetivo
consiste en revelar la falsedad de las afirmaciones, con lo cual se pasa por alto el
hecho de que el público no disfruta de estas crónicas por su valor de verdad sino
porque se identifica con el fantasma implícito en ellas ante la falta de alternati­
vas reales que le ofrece la identidad europea.3 ¿Por qué la prensa británica opera
en este nivel visceral de la argum entación? ¿Por qué el público británico -así
como otras esferas europeas de opinión p ú blica- sigue mostrándose susceptible
a una retórica tan obscena? Quizás el análisis social y político dominante deba
comenzar a considerar la posibilidad de que estas vicisitudes son el resultado de
construir una identidad europea basada en la exclusión de ciertas dimensiones
que son cruciales para la reproducción de las identificaciones sociales y políti­
cas: el afecto, el goce, la pasión. Luego de los votos por el No en Francia y en los
Países Bajos, y de que se hubieran aplazado por tiempo indefinido los planes de
realizar un referendo europeo en el Reino Unido, Britain in Europe cesó su cam­
paña. ¿Qué podría indicar mejor las limitaciones que aquejan a la estrategia tec-
nocrática y racionalista para crear lazos sólidos con Europa? Es preciso conside­
rar con urgencia esta lección antes de que sea demasiado tarde.

¿Q ué debe h a c e rs e ?

En pocas palabras, ¿qué debe hacerse? Los lectores que no están familiariza­
dos con argum entaciones com o la que emplea el psicoanálisis podrían pensar

2 De h echo, la m ayoría d e los ejem plos q u e se citan m ás arriba provienen d e esta invalua-
b le fuente.
3 A sim ism o, en un reciente intento de reelaborar la agend a proeuropea luego de los refe-
rendos de Francia y los P aíses Bajos, G idd ens y Beck describen en térm inos afectivos la crisis
del im ag in a rio eu ro p eo : "e s to s sen tim ien to s tiend en a e stim u lar un re to m o emocional al
p araíso a p aren tem en te seg u ro d e la n a ció n " (B eck y G id d en s, 2005: 6). Sin embargo, a este
b reve recon ocim ien to d e la dinám ica em ocional sigu e una lista de argum entos "racionales”
en favor d e Eu ropa, que pasan p or alto el lado afectivo. En la argum entación de estos auto­
res, el afecto se presen ta com o un factor asociado a la actitu d regresiva de adhesión irracio­
nal a la nación, q ue - s i b ien se reconoce en u n n iv e l- en realidad no pu ed e integrarse a nues­
tro m odo de pen sar ni ser negociada p o r d erecho propio.
FALTA DE PASIÓN 253

que este análisis lleva a la conclusión de que es preciso rendirse a la agresivi­


dad y el goce obsceno, que los estudios europeos deberían desplazar su foco
de atención hacia la form a de las frutas y las fantasías de castración de los
pueblos europeos, y que Europa sólo será un objeto atractivo de identificación
si emprende una revolución sexu al... ¡o sadom asoquista! En realidad, la con­
clusión que vislum bro es m ucho más m odesta: es obvio que la política y los
estudios europeos no tienen que reproducir las reacciones e identificaciones
obscenas que se describen en este capítulo. Sin em bargo, tomar en cuenta sus
causas e im plicaciones redundaría en beneficio de sus propios intereses. Sólo
si toman en serio 1a naturaleza dual de la identificación (discursiva y afectiva, sim bó­
lica y libidinal), los políticos y académ icos interesados en la integración europea serán
capaces de reflexionar sobre la contribución que ellos mismos han hecho - a través de
sus estrategias de represión- a fen óm en os tales com o el "euroescepticismo" y la fa lta
de una identificación popular penetrante con "Europa".
Tanto en lo que concierne a la consistencia teórica y a la productividad
política, es importante aceptar que la contam inación de una dim ensión a otra
es en última instancia inevitable, y que todo proyecto europeo viable debe
involucrar a ambas en una construcción híbrida que las trascienda: un híbrido
que combine procedimientos form ales con una adm inistración del goce, capaz
de ganar no sólo el debate político y académ ico, sino tam bién "e l corazón " y
"las visceras" de los pueblos europeos. Lo que tenem os sobre el tapete, enton­
ces, no es la eliminación ni la glorificación del antagonism o, la exclusión o la
jouissance, sino una relación modificada con estos elem entos constitutivos. Por
inevitables que sean la exclusión y el antagonism o, su reconocim iento n o res­
tringe nuestra capacidad de influir en sus m aterializaciones particulares, de
desplazar continuam ente los lím ites que nos im ponen. Se halla en ju eg o la
posibilidad de encontrar una manera de relacionarnos éticam ente con el antago­
nismo y el goce, en contraposición al punto de vista poco ético, im productivo e
incluso peligroso de elim inarlos o m itificarlos: sublim ar en lugar de reprimir,
inyectar pasión en la radicalización de la dem ocracia y dar nuevo ím petu al
discurso político en lugar de canalizarlo en agresión racista y nacionalista, o
de reducir la política al espectáculo escasam ente atractivo de la ad m inistra­
ción neutral de las necesidades inevitables. H e ahí el horizonte que nos abre la
izquierda lacaniana.
VIL LA "POLÍTICA DE LA JOUISSANCE" CONSUMISTA
Y EL FANTASMA DE LA PUBLICIDAD

El deseo es la esencia misma del hombre.


Ba r u c h S p in o z a

Toda economía política es libidinal.


J e a n -F r a n ^ q i s L y o t a r d

¿V ic t o r io s o c o n s u m is m o ?

Las exploraciones precedentes del nacionalismo y la identidad europea reve­


lan hasta qué punto el destino y las perspectivas de las identificaciones parti­
culares y los proyectos hegemónicos dependen de la dimensión afectiva, de la
jouissance en sus diferentes modalidades e interacciones con el mundo de la sig­
nificación y la práctica social. Es obvio que e l surgimiento de lo "n u e v o " no
puede prosperar si no toma en cuenta este im portante parám etro, pero ello
no equivale a decir que las identificaciones sedimentadas, libidinalm ente in­
vestidas, gocen de un privilegio que les permita retener su posición hegem óni-
ca por tiempo indefinido: por el contrario, los procesos de desidentificación y
reinvestimiento afectivo son un aspecto importante de la vida social y política.
En las sociedades capitalistas -e n especial las del capitalismo tard ío-, el papel
que desempeña el consumo y el consumismo, junto con la función de la publi­
cidad, las relaciones públicas y el posicionamiento de marca, quizás ofrezcan el
mejor ejemplo de la manera en que nuevas interpelaciones y nuevos mandatos
pueden reconfigurar la estructura social imponiendo su sujeción hegem ónica a
identificaciones y conductas individuales y grupales. Por cierto, nadie se sor­
prenderá si argumento que hoy en día el consum ism o constituye uno de los
aspectos centrales de la vida social o que la publicidad es uno de los tropos
discursivos hegem ónicos de la m odernidad tardía, la puesta en escena del
marco fantasma que asegura el afianzamiento de nuestra identidad de consu­
midores. Tal como lo expresa Gary Cross, el consumism o, a pesar de toda la
oposición que ha despertado, parece ser "e l 'ism o' que ganó" (Cross, 20 0 0 :1 ):

255
256 ANÁLISIS: DIALÉCTICA DEL GOCE

es indudable que triunfó donde fracasaron otros discursos e ideologías. La pre­


gunta a plantearse es: ¿cómo lo hizo? ¿Cómo se instituyó el acto de consumo
en calidad de punto nodal indiscutible de toda una cultura, de todo un estilo
de vida?1 En el presente capítulo argumentaré que la creciente hegemonía del
consumismo no puede explicarse si no se toman en serio los ejes del deseo y el
goce. La teoría psicoanalítica es idónea para llevar a cabo esta tarea de forma
paradigmática, dado que revela cómo el deseo de realizar actos de consumo,
simbólicamente condicionado, recibe estím ulo de los fantasmas publicitarios y
se sostiene sobre el goce (parcial) que proporciona el deseo y el consumo de
productos, así como de anuncios publicitarios. En la medida en que canaliza el
consumo en direcciones particulares, la cultura consum ista marca un cambio
significativo en el m odo de estructuración del lazo social en relación con el
goce y pone al descubierto el rol fundam ental que desem peña en el sosteni­
miento del nexo económico político actual: el del capitalismo tardío.
Pero antes que nada es importante poner en claro una cuestión preliminar
que en realidad es bastante medular. Al leer el título de este capítulo, cual­
quiera estaría en su derecho de preguntar por qué un libro de teoría política y
análisis político, aun cuando sea de inspiración lacaniana, incluye un análisis
del consumo y la publicidad. Y sin embargo, uno de los objetivos del presente
libro - y de este capítulo en p articu lar- es explorar las profundas implicacio­
nes reciprocas entre la cultura, la econom ía y la política, que —al igual que los
tres anillos del nudo borromeo mencionado en la introducción- se trenzan en
este sinthome del capitalismo tardío: en una adm inistración particular (capita­
lista) de la jouissance, una cristalización única del deseo propia del consumo y
la publicidad.2 La teoría lacaniana - y la izquierda lacaniana—pueden ofrecer
apreciaciones realmente sustanciales para explicar el "có m o" de esta articula­
ción, pero su existencia no ha pasado inadvertida para las investigaciones
contem poráneas sobre el consumo. En una com pilación reciente que lleva el
revelador título de The Politics o f Consum ption [La política del consumo], los

1 En este cap ítu lo uso en general la p alab ra "c o n su m o " p ara referirm e a los correspon­
dientes actos, en tanto que reservo "co n su m ism o " p ara el estilo d e v id a fundado en la cen-
tralidad de los actos de consum o. Así, con la categoría d e "co n su m ism o " intento elucidarlas
im p licacio n es p sico so ciales de la exp erien cia del co n su m o y cap tar la interacción entre la
atracción personal y el pod er ideológico que subyacen a su éxito.
2 De m ás está decir que, confinada a este capítulo, dicha exp loración tendrá que obedecer
a estrictas lim itaciones d e esp acio, lo cual im pone la n ecesidad d e concen trarse en aspectos
centrales particulares del consum ism o y la pu blicidad, sin an alizar - a l m en os no in «tenso-
aspectos relacionados de la econom ía contem poránea, inclu id os im portan tes desarrollos en
la esfera de la producción.
LA "POLÍTICA DE LA ¡OUISSANCE" CONSUMISTA. 257

editores no vacilan en argumentar que "el consumo nunca ha existido fuera


de la política (Daunton y Hilton, 2001: 9). Y los historiadores del consumo
han dem ostrado con creces este argum ento durante la última década, años
más años menos.
A Jo largo del siglo xx, el consumo se ha involucrado en la política de for­
ma directa, tanto en la de izquierda como en la de derecha. El caso paradigmá­
tico es Estados Unidos. Consideremos, por ejemplo, la formulación del New
Deal de Roosevelt: uno de sus principios estribaba en que la política guberna­
mental debía tomar en cuenta los derechos del consumidor. Durante su cam­
paña presidencial de 1932, Roosevelt incluso había predicho que "en el futuro
vamos a pensar menos en el productor y más en el consum idor" (Roosevelt,
citado en Cohén, 2004: 24). Como señala con razón Lizabeth Cohén, las identi­
dades de los ciudadanos y los consum idores suelen considerarse opuestas,
porque los ciudadanos se definen en un marco político (con referencia a inte­
reses, deberes e ideales sociales y nacionales más abarcadores), y los consumi­
dores se reducen a la esfera privada de la autoindulgencia, orientada hacia la
satisfacción de los deseos personales; sin em bargo, las cosas no fueron así
durante la mayor parte del siglo xx: "Lejos de constituir tipos ideales aislados,
el ciudadano y el consumidor fueron categorías en continuo desplazamiento
que a veces se superpusieron y a m enudo entraron en tensión, pero que en
todo momento reflejaron la perm eabilidad de las esferas de la política y la
economía" (Cohén, 2004: 8).
Especialmente en Estados Unidos, la simbiosis entre el consumo y la polí­
tica ha alcanzado un grado tal que Cohén habla de una "república del consu­
mo". D espués de la Segunda G uerra M undial, todos, desde las grandes
empresas hasta los sindicatos, desde los conservadores hasta los progresistas,
tomaron por el "cam ino de la abundancia" movilizándose por el gasto de con­
sumo como vehículo para la prosperidad, tal com o lo refleja el título de un
libro de 1944* cuyo autor, R obert N athan, era econom ista del N ew D eal
(Cohén, 2004:115). En efecto, el fin de la Gran Guerra dio lugar a una "bacanal
del consumo" (Cross, 2000: 88). Durante este período, el consum o masivo se
presentó com o un factor esencial para salvaguardar la producción en masa,
combinación que prometía "abundancia para todos" (Cohén, 2004: 116). Pre­
valecía la idea de que el consumo masivo crearía una sociedad más igualitaria
(p. 125): "Esta yunta de libre elección del consum idor y libertad política fue

* Robert R. N athan, M ovilizing f o r abm idancc, N ueva York, M cGraw -H ill, 1944 [trad. esp.:
Camino de la abundancia, M éxico, Fondo de Cultura Económ ica, 1944]. [N. de la T.]
258 ANÁLISIS: DIALÉCTICA DEL GOCE

muy común durante la Guerra Fría" (p. 126). Beneficiado por tales asociacio­
nes, el consumismo devino así en el factor cultural subyacente que colonizó la
política y otras esferas. Tan pronto como se admite la existencia de este íntimo
vínculo entre el consumismo y la política, es posible incluso comenzar a reco­
nocer que el colapso de los regímenes socialistas existentes no fue tanto una
victoria del liberalismo como, por sobre todas las cosas, un triunfo del consu­
mismo (Cross, 2000: 8): fue el precio que pagó el socialismo estatal por privile­
giar la producción sobre el consumo (Zizek, 2006: 53).
De más está decir que la interrelación entre el capitalismo y la política no
es algo nuevo. Por sorprendente que parezca, los primeros argumentos en
favor del capitalism o no fueron de índole económ ica sino profundamente
políticos: anunciaban que la acción humana motivada por los intereses era
una fuerza cap az de doblegar las pasiones irracionales y garantizar la estabili­
dad del orden social (Hirschman, 1977). Desde entonces, la conducta orienta­
da por el interés propio fue proclam ada deber social por ideologías que la
elevaron a verdadera "contribución al bien com ún" (Hirschman, 2002: 67).
Tales ideologías, claro está, no pueden ocultar que este proceso involucra la
colonización y la despolem ización de significantes tales como "igualdad",
"prosperidad" y "el bien" en auspicio de la hegemonía capitalista.
Sin embargo, con la paulatina transición desde el mercado masivo hacia
los mercados segmentados, la justificación del consumismo ya no requirió de
estas articulaciones; com enzó a alejarse de la cohesión social para avanzar
hacia la esfera de la fantasía personal (Cross, 2000:193). De hecho, luego de la
era Reagan, la "república del consumo" ingresó en un estadio de "mercantili-
zación de la república" (Cohén, 2004: 396):

Si bien desde la década de 1930 hasta no antes de la de 1970, la referencia al


interés del consumidor también implicaba una apelación a un bien público
más amplio que trascendía el interés individual, hoy la invocación ubicua del
consumidor -com o paciente, como padre, como receptor de la seguridad
social [y como estudiante, podría agregarse]- a menudo significa satisfacer el
interés privado del cliente que paga, la combinación consumidor/ciudada­
no/votante cuya mayor preocupación es "¿Obtengo lo que vale mi dinero?"
(p. 397).

Entonces, el problema no se limita al hecho de que la conducta del consumidor


y las actividades del ciudadano no sean mutuamente ajenas (Hirschman, 2002:
11), sino que ocurre algo aún más alarmante: las segundas se reducen cada vez
LA "POLÍTICA DE LA ¡OUISSANCE" CONSUMISTA. 259

más a la primera; la cultura de consumo impone sus reglas a la política y a


otras esferas sociales, y moldea las formas dominantes en que se asume el lazo
social. El reinado de la publicidad política y los spin doctors* en la política con­
temporánea no es sino el último acto de esta prolongada historia incestuosa.
Por otra parte, la política radical y la cultura de protesta tam bién han
influido en el consumismo, a veces mediante la im posición de lím ites a su
desarrollo. El movimiento de consumidores y las organizaciones pertinentes
conforman un cuadro muy diverso, que se extiende desde el activismo por el
bienestar de los animales y las protestas contra las corporaciones hasta las
organizaciones que presionan por mejoras en el control de calidad y rebaja de
los precios (Daunton y Hilton, 2001: 2). Entre las fuerzas variopintas que ope­
ran en este terreno y los productores industriales -a s í com o el E stad o - se ha
establecido una continua interacción. Ya a comienzos del siglo xx, "la indig­
nación pública generalizada ante las prácticas im perantes en las grandes
empresas de Estados Unidos" volvió necesario el nacimiento de las relacio­
nes públicas corporativas (Ewen, 1996: 400). Esta dialéctica entre las fuerzas
opositoras y las fuerzas corporativas nunca ha cesado. Sin embargo, a m enu­
do el consumismo ha sido capaz de cooptar la influencia de los grupos y
movimientos de protesta y colonizar los "ideales" alternativos que éstos pro­
movían, riesgo que ya ha había señalado Marcuse (Marcuse, 1996: xxiii). Por
ejemplo, haciéndose eco de los valores subyacentes a los movimientos socia­
les de los años sesenta y setenta, las relaciones públicas se vieron instadas a
dejar atrás los ideales de conformidad y homogeneidad para aprender a "res­
petar la diferencia, el disenso, el conflicto y, por sobre todas las cosas, la indi­
vidualidad" (Finn, en Ewen, 1996: 403). Claro que lo hicieron con el objeto de
canalizar estos valores en una dirección particular: "Si la cultura de la genera­
ción de los años sesenta contribuyó a la formación de un consum o nuevo,
fragmentado e individualista, la irrestricta ideología de mercado de la gene­
ración Reagan no hizo sino llevar más lejos la misma tendencia" (Cross, 2000:
193). De modo similar, la política identitaria de los años ochenta y noventa ha
sido apropiada por una nueva forma de "marketing de la identidad", que en
cierta medida modifica pero en última instancia alimenta - y no subvierte- el
sistema corporativo de posicionamiento de marcas (Klein, 2000: 1113). Todos
los días emergen nuevos movimientos opositores a la cultura de consumo,
algunos en estrecha asociación con el así llamado "activism o antiglobaliza-

* Voceros o encargados de relaciones públicas, en especial de partidos políticos y candi­


datos, cuya tarea consiste en revertir la publicidad negativa. [N. de la T.]
260 ANÁLISIS: DIALÉCTICA DEL GOCE

ción", pero en resumidas cuentas es indudable que el consumismo hasta aho­


ra ha conservado los laureles, que nuestra cultura deviene cada vez más y de
forma predominante en una "cultura prom ocional" (Wernick, 1991). Sin pri­
varse de exagerar un poco, Cross -q u e parece fascinado por la historia que
narra- ha captado un cambio importante:

A fines de siglo, los cultos religiosos, la violencia nacionalista y los escándalos


políticos seguían apareciendo en la primera plana de los periódicos. Pero en
realidad estas noticias ya estaban en los márgenes de la vida estadounidense
moderna, como espectáculo secundario. Las identificaciones con la clase, la
nación, e incluso con la reforma social altruista, declinaron de forma abrupta
durante la segunda mitad del siglo xx [...]. En síntesis, no parecían ser un
equivalente moral del mundo del consumo (Cross, 2000: 6).3

C o n s u m is m o f s ic o a n a l ít ic o

Entonces, al menos desde el punto de vista histórico, resulta muy difícil cues­
tionar las importantes implicaciones políticas del mundo del consumo. Lo que
es preciso dilucidar es cuáles son los mecanismos exactos que subyacen a esta
articulación entre la política y el consumismo, y a la creciente hegemonización
de nuestras sociedades por los discursos del consumo, la publicidad y las rela­
ciones públicas. De acuerdo con el argumento que me propongo desarrollar
aquí, la teoría psicoanalítica está eminentemente calificada para captar, carto-
grafiar e interpretar estos mecanismos de un modo que los análisis más tradi­
cionales y las críticas convencionales de izquierda han sido incapaces de vis­
lumbrar y/o desarrollar de forma exhaustiva.
Sin embargo, cabe preguntarse cuál es el elemento que legitima la inter­
vención de la teoría psicoanalítica en este terreno. En primer lugar, el psicoa­
nálisis estuvo presente en el "nacim iento" de las relaciones públicas y conti­

3 Es preciso recodar que el mundo del consum o no es accesible a todos los habitantes del
globo, y tampoco lo es en la misma medida ni al mismo precio (desde el punto de vista econ6-
mico, social, cultural y ecológico). Éste es un argumento que la izquierda freudiana puso de
relieve. Con algunos agregados y desplazamientos geográficos, la crítica que Marcuse hizo en
1966 conserva su vigencia: "Pero la verdad es que esta libertad y esta satisfacción [de la sociedad
opulenta] están transformando a la Tierra en un infierno. El averno aún se concentra en ciertos
lugares lejanos -Vietnam , el Congo, Sudáfrica- y en los guetos de la "sociedad opulenta" -en
Misisipi y Alabama, en Harlem-. Estos sitios infernales iluminan el todo" (Marcuse, 1966: iii).
LA "POLÍTICA DE LA JOUISSANCE" CONSUMISTA. 261

núa siendo un recurso indirecto para la industria publicitaria. Por irónico que
resulte, el así llamado "fundador" de las relaciones públicas, Edward Bernays
-a quien su biógrafo apodó "El padre del spin "- fue nada menos que el sobri­
no de Freud. En su biografía de Bernays, Larry Tye incluyó un capítulo con el
revelador título de "U nele Sigi" [Tío Sigi], donde narra la relación, estrecha
pero agitada, entre Freud y Bernays; de hecho, este último desempeñó un rol
muy activo en la traducción al inglés y la publicación de algunos de los pri­
meros textos de su tío (Tye, 1998).4 En los años cincuenta, luego de haber
comprendido paulatinamente que la verdadera sujeción se establece median­
te lazos emocionales y no a través de la argumentación racional, la industria
publicitaria comenzó a adoptar técnicas de indagación motivacional, rama de
la investigación cuyo creador, Ernest Dichter, también había recibido influen­
cias de Freud. Estas técnicas apuntan a los motivos inconscientes del consu­
midor, y a menudo se inspiran en el psicoanálisis. De ahí las analogías entre
la asociación libre, las entrevistas en profundidad y los grupos focales (Ander-
sen, 1995: 79).
Si el desarrollo de algunos de los pilares más importantes del capitalismo
moderno y la cultura de consumo se basó en cierta apropiación de ideas psi-
coanalíticas, por otra parte la publicidad también ha llegado a preocupar a la
reflexión en el campo del psicoanálisis. El propio Lacan se refirió a la publici­
dad en 1966 -a l eslogan "Disfruta C oca-C ola"- cuando habló de le sujet de la
jouissance en su conferencia de Baltimore. De este modo asoció la publicidad y
el consumismo a la problem ática psicoanalítica del goce, problemática que
revela en profundidad los fundamentos del capitalismo (S 1 7 :123 [113]). ¿Aca­
so el goce, ya sea como significante, como imagen o como subtexto, no está
siempre en el centro de la promesa que estimula el deseo del consumidor y
reproduce la cultura de consumo? ¿No es el goce real lo que esperamos de los
actos de consumo? En los tiempos que corren sólo entra en juego la naturaleza
particular de este goce; por ejemplo, cuando algún fabricante de automóviles
promete un excedente -cierto plus de jo u ir- de "goce avanzado" en contraste
con el supuesto goce de término medio que ofrecen otros automóviles, o cuan­
do un fabricante de cigarrillos articula el anuncio de su nueva marca en torno
a la promesa de un "goce limpio", en contraposición al supuesto goce impuro
que ofrece la competencia. ¿Y no exhibe ese goce todas las características para­
dójicas de la jouissance lacaniana?

4 Sobre el rol pionero de Bem ays, véase también Ewen (1996).


262 ANÁLISIS: DIALÉCTICA DEL GOCE

Este conjunto de hipótesis infunde la orientación del presente capítulo.


Sin embargo, tal orientación no es evidente por sí misma. Tanto la industria
como la investigación sobre el consumo -e n especial los análisis económicos-
se han desarrollado durante mucho tiempo siguiendo un modelo de elección
racional para evaluar la conducta del consumidor. Proveniente de la economía
tradicional y basado en la premisa de un tipo ideal de "individuo económico
racional", el paradigma de maximización de las utilidades restringió severa­
mente el alcance del análisis para limitarse a explorar "las implicaciones lógi­
cas de la racionalidad hum ana" (Scitovsky, 1992: 15). Como resultado, "la
comprensión del consumo por parte de la economía tradicional tiene la pro­
fundidad de una hoja de papel" (Fine, 2002:125). Lo más sorprendente es que
muchos críticos radicales de la publicidad y el consumo han adoptado una
posición igualmente esencialista, ciega a los límites de la racionalidad y a la
estructura ambigua del deseo. Estos críticos suelen ver la publicidad como un
lavado de cerebro que profundiza nuestra esclavización al consumismo y a la
explotación capitalista mediante la estimulación de falsos deseos. Tal enfoque
crítico se orienta según dos ejes principales. En primer lugar, la afirmación de
que el consumismo se funda en la distorsión de las necesidades humanas rea­
les/naturales, y en la creación y proliferación de "falsos deseos". En segundo
lugar, la afirm ación de que esos falsos deseos se estim ulan y diseminan
mediante el discurso publicitario, que sostiene la falsa conciencia necesaria
para su aceptación.
Por irónico que resulte, la hipótesis del "consum idor racional" ha sido
refutada por la propia industria publicitaria. En efecto, Ivy Lee -u n o de los
más destacados expertos en relaciones públicas corporativas de Estados Uni­
d os- había comprendido ya en 1923 que la esfera de las relaciones públicas, a
fin de ser eficaz, debía limitar el uso de la argumentación fáctica y la persua­
sión racional para apuntar a la emoción y el sentimiento (Ewen, 1996: 131 y
132). La comprensión de la importancia que revisten los procesos identificato-
rios, que a menudo son inconscientes y traspasan los límites de la racionalidad,
ha conducido a la formación de una clase de "expertos en relaciones públicas,
estrategas publicitarios, asesores de imagen y arquitectos de espectáculos cal­
culados" a quienes se les paga para que "fabriquen los términos del discurso
público" (p. 173), cristalicen la opinión pública y diseñen el consenso, por aludir a
dos títulos de Edward Bernays. Es indudable que estas ideas no han logrado
desplazar por completo el paradigma racionalista; en consecuencia, mientras
la práctica publicitaria se ve obligada a tomar en cuenta el carácter no racional
del deseo, la teoría publicitaria "sigue difundiendo la filosofía liberal tradicio­
LA "POLITICA DE LA JOUISSANCE" CONSUMISTA. 263

nal de los consumidores racionales informados" (Qualter, 1991:89). No obstan­


te, como ya he señalado, en su esfuerzo por alcanzar una comprensión adecua­
da de su propio funcionamiento y desarrollar estrategias de deseo más eficaces
-y aquí hago referencia a un título de Ernest D ichter- la industria publicitaria
se transformó en un laboratorio psicológico de avanzada (Packard, 1991: 29) e
incorporó ciertos aspectos de la teoría y el método psicoanalíticos. Si la propia
industria considera que algunas nociones del psicoanálisis pueden brindar una
comprensión más adecuada de los mecanismos que se activan en el consumo
-aun cuando lo que subyace a este interés en el psicoanálisis sea el fantasma
del control racional e instrumental de las fuerzas irracionales que operan en las
masas por parte de un sujeto supuesto saber representado por los ejecutivos de
la publicidad-, es indudable que la crítica de la publicidad no hará bien en
ignorar dichas nociones y la teoría psicoanalítica en líneas más generales.
Es en este sentido que el psicoanálisis quizá pueda elucidar y vencer las
limitaciones de los enfoques más tradicionales. Fuera de la industria publici­
taria, estas limitaciones también se revelan en la incapacidad que evidencian
las críticas radicales de la publicidad para desplazar las identificaciones con­
sumistas y disminuir la influencia ideológica de los fantasm as publicitarios,
para reintroducir la importancia del acto político junto al ubicuo acto de consu­
mo. Es sumamente revelador que incluso quienes cuestionan el estatus de la
economía de mercado y la publicidad se muestren incapaces de organizar su
deseo de formas alternativas; en consecuencia, el discurso publicitario goza
de una legitimación pasiva que incrementa su fuerza hegemónica. Pese a que
en los años sesenta y setenta resurgió la cultura de la restricción -e n parte en
la obra de figuras asociadas a la izquierda freu diana-, no se ha establecido
una defensa eficaz "contra el poder y el atractivo de un consumismo en perpe­
tuo avance" (Cross, 2000: 140). Más aún, a raíz de las dificultades que supone
el intento de lidiar eficazmente con el estatus del deseo en la cultura de consu­
mo, no se han creado alternativas que ejerzan un verdadero atractivo (p. 130).
V la situación actual no presenta diferencias considerables.
La forma más común que adquiere la crítica -la jerem iad a- ha dem ostra­
do su ineficacia para reflexionar con seriedad acerca de estos fracasos. Y el
problema persiste. El reciente libro de Lodziak, donde el consumismo se criti­
ca con severidad como un sustituto de la autonomía que sólo puede satisfacer
"a los más volubles", es un buen ejemplo de esta dificultad. Lodziak llega a la
siguiente conclusión: "Para la mayoría, [el consumismo] es una compensación
insuficiente por la denegación de una existencia más significativa, pero se tra­
ta de una com pensación que ha sido tolerada en ausencia de alternativas"
264 ANÁLISIS: DIALÉCTICA DEL GOCE

(Lodziak, 2002: 158). Las interrogantes que se su scitan aquí son bastante
obvias: si el consumismo es tan insuficiente, ¿cómo logra resistir las operacio­
nes de desenmascaramiento que llevan a cabo sus críticos? ¿Cómo retiene su
poder hegem ónico? Tal com o argum entaré en el presente capítulo, "la jere­
m iada" -e l tipo dominante de crítica rad ical- nunca tuvo en cuenta la dinámi­
ca de la jouissance que subyace a la cultura de consum o, y en consecuencia
quedó atrapada en un paradigma de "falsa conciencia" que redujo una cues­
tión de goce y deseo a una cuestión de saber y raciocinio, con \o cual resultó
incapaz de ofrecer alternativas realistas. E l resultado ha sido la derrota de \a
cultura de la restricción, que en definitiva es im potente. N ada se gana con
desconocer el hecho de que la publicidad es capaz de hechizam os de las mane­
ras m ás diversas. Es así com o ha logrado convertirse en una de las fuerzas
principales que estructuran la vida cotidiana, nuestras identificaciones, aspi­
raciones e im aginarios; por la m ism a razón, la iniciativa de desmitificar las
tendencias normalizadoras de la publicidad y el consum ism o presupone que
sepam os apreciar la m ovilización afectiva involucrada en la presencia o la
promesa del consumo de mercancías (Bennett, 2001: 113 y 114).5
Esto no equivale a decir que no haya habido econom istas conscientes de
las antinom ias constitutivas de la satisfacción que desestabilizan el tipo ideal
propuesto por las teorías de la elección racional; al respecto cabe considerar la
observación lacanesca de Scitovsky, según la cual "lo más placentero está en
la frontera con el displacer" (Scitovsky, 1992: 34). A lbert H irschm an también
puso de relieve las limitaciones que presenta el m odelo de la elección racional
e intentó construir su versión enriqu ecid a basánd ose en fu entes diversas,
entre las cuales se cuenta Baudrillard (Hirschman, 2002: 36). También ha habi­
do críticos de la publicidad y el consumism o, en especial desde una perspecti­
va sociológica, que intentaron alejarse del paradigma naturalista/esencialista
con el fin de tomar en cuenta la plasticidad y el carácter m etoním ico del deseo.
Desde que Baudrillard escribiera en 1970 La sociedad de consum o hasta la publi­
cación de textos más recientes, la problem ática del deseo ha adquirido cada
vez m ayor centralidad.6 Sin em bargo, con esta tendencia apareció un nuevo

^ Vale la pena señ alar que Bennett en tien d e el hechizo de un m odo qu e en ciertos aspec­
tos la acerca al concepto lacaniano d e jouissance. P or ejem plo, cuando asocia el hechizo a un
sen tim ien to p lacen tero aco p lad o a una d isru p ció n sin iestra (B en n ett, 2001: 5) o cuando lo
define com o "u n estado corporal donde se m ezclan el gozo y la p ertu rb ación " (p. 111).
Para d a r sólo un ejem plo, una co lecció n recien te de textos in tro d u cto rios qu e lleva el
característico título T he W/n/ o f C onsujuption [El porqué del consu m o] incluye un texto sobre
el deseo qu e recurre sustancialm ente a la teoría laeaniana (Belk et al., 2000).
LA "POLÍTICA DE LA JOUISSANCE" CONSUMISTA. 265

problema, asociado al predominio cada vez mayor del construccionismo social


y similar en muchos aspectos al que se examina en el capítulo sobre naciona­
lismo: se acentuó el aspecto simbólico y culturalmente condicionado del deseo
humano, a veces a expensas del afecto y el goce real. En las páginas que siguen
brindaré una perspectiva general de las limitaciones que aquejan tanto al ban­
do naturalista/esencialista como al construccionista/culturalista, cartogra-
fiando al mismo tiempo las implicaciones radicales del enfoque lacaniano. Si
el consumismo ha triunfado, es porque ha logrado registrar y reconfigurar la
lógica del deseo mediante los efectos fantasm áticos de la publicidad y las
vivencias d e jouissance parcial, y ninguna crítica resultará eficaz si no reconoce
este hecho y formula una administración alternativa del goce.

N e c e s i d a d , d e s e o , f a n t a s m a . .. y d e s p u é s

Durante las últimas décadas hemos presenciado un desplazamiento gradual


desde una concepción naturalista hacia una culturalista de la necesidad y el
deseo, hacia el reinado del Homo Symbolicus, que desliza el centro gravitato-
rio del debate en una dirección más cercana al lacanismo.7 Basados en tradi­
ciones del pensamiento que ponen el acento en el predominio de la función
simbólica sobre la necesidad biológica y postulan una "discontinuidad radical
entre la cultura y la naturaleza" (Sahlins, 1976: 12 y 13), muchos investigado­
res del consum o han com enzado a caer en la cuenta de que la necesidad
humana tiene un correlato material simbólico fundamental (Jhally, 1990: 20).
Para expresarlo con mayor claridad, "el reconocimiento del aspecto funda­
mentalmente simbólico del uso que las personas hacen de las cosas debe ser el
punto de partida mínimo para desarrollar un discurso que concierna a los
objetos. Específicamente, es preciso suplantar la vieja distinción entre las nece­
sidades básicas (físicas) y las secundarias (psicológicas)" (p. 4). No obstante,
muchos críticos radicales del consumismo siguen aferrándose a la idea de las
necesidades básicas universales, que a pesar de su carga cultural permanecen
ancladas en cierto tipo de necesidad (biológica): "H ay necesidades universa­
les que son relevantes para la supervivencia y el bienestar del individuo, en
tanto que las carencias suelen asociarse a la mera preferencia de individuos
particulares" (Lodziak, 2002: 4). La influyente perspectiva según la cual las

7 Me refiero al construccionism o social de Lacan, analizado en el capítulo i.


266 ANÁLISIS: DIALÉCTICA DEL GOCE

preferencias "se consideran dadas [...] como resultado de necesidades fisioló­


gicas y propensiones psicológicas y culturales" (Hirschman, 2002: 9) conserva
su vigencia en las principales corrientes de la economía y entre los críticos de
izquierda.8 ¿Cómo puede intervenir la teoría lacaniana en este punto?
La noción lacaniana de la relación entre necesidad, demanda y deseo refu­
ta de plano el fundamento de la crítica obsoleta según la cual el consumismo
desatiende las necesidades genuinas y crea necesidades o deseos falsos. Ya he
analizado esta cuestión con algún detenimiento en el capítulo i, pero no está
de más hacer un breve repaso. La entrada en lo simbólico, en el ámbito del len­
guaje, presupone el sacrificio de todo acceso no mediado al nivel de las necesi­
dades "naturales" y de su satisfacción cuasi automática. Las necesidades tie­
nen que articularse en el lenguaje, en la demanda al Otro (que en el inicio es la
m adre). Tan pronto como la satisfacción de las necesidades ingresa en esta
relación de dependencia con el Otro, toda demanda deviene primordialmente
en demanda del amor del Otro. Entonces nos encontramos con "una desvia­
ción de las necesidades del hombre por el hecho de que habla: en la medida en
que sus necesidades están sujetas a la demanda, retornan a él enajenadas"
(E2006: 579). He aquí una apreciación valiosa, tanto para el psicoanálisis como
para el análisis sociopolítico: "Por él [el universo del lenguaje] y a través de él,
las necesidades se han diversificado y desmultiplicado hasta el punto de que
su alcance aparece com o de un orden totalm ente distinto, según que se lo
refiera al sujeto o a la política" (E2006: 687). Hay algo en la necesidad (cierto
real) que no puede articularse simbólicamente en la demanda, y "aparece en
un retoño, que es lo que se presenta en el hombre como el deseo" (E2006:579).
A lienado de la necesidad natural, incapaz de todo acceso a lo "real", a los
objetos "naturales" de satisfacción, el deseo humano siempre es deseo de otra
cosa (E2006: 431), de lo que falta, de esa parte de lo real que resulta imposible
articular en la demanda. En sentido estricto, el deseo no tiene un objeto fijo*
sino sólo un objeto-causa del deseo: algo que encarna la falta y conlleva una
promesa de solucionarla. Desde este punto de vista, el deseo y la falta siempre
van juntos, sobredeterminando la aporía dialéctica de la vida humana. Así, el
hecho de que el consjamismo dependa de la continua producción y estimula­
ción de nuevos deseos a través de la publicidad, de la manipulación de la dia­
léctica entre la falta y el deseo, no es ajeno a la constitución simbólica de la
realidad humana. Es cierto que el consumismo canaliza esta realidad en direc­

8 Si se desea consultar otro ejem plo, véase el análisis de Guy Debord, que no logra eludir
la referencia a "pseud onecesid ades" como "falsificación de la vid a" (Debord, 1995:44).
LA "POLITICA DE LA JOUISSANCE" CONSUMISTA. 267

ciones particulares, pero stricto sensu no la distorsiona ni la desnaturaliza.


Sujetos a pulsiones y no a instintos biológicos, obligados a articular la necesi­
dad en la demanda, siempre estamos ya desnaturalizados.
Es por eso que no tiene sentido referir el deseo consumista a la noción de
una necesidad previa o superior. Dado que construyen su propia realidad
simbólica/imaginaria, los seres humanos son capaces de ignorar y/o transfor­
mar estas dicotomías. Sabem os que no podemos sobrevivir sin comida, pero
el anoréxico y el prisionero político que hace huelga de hambre siguen a su
fantasma pese a la presión que ejerce la necesidad biológica. Como ya hemos
visto (en el capítulo n), el objeto de la pulsión no es el objeto del instinto bioló­
gico. Aunque el anoréxico que se niega a comer, no com e desde el punto de
vista biológico, desde el punto de vista psicológico come nada. Para expresarlo
con sencillez, el anoréxico "juega con su rechazo com o si fuera un d eseo"
(E2006: 524). "N ad a" funciona aquí com o un objeto perfectam ente legítimo.
Lo mismo vale para el prisionero político, cuya huelga de hambre no le niega
el acceso a una abundancia de ideales nutricios, al deleite de luchar por una
causa. En cierto sentido - y el neologism o lacaniano parlétre es muy revelador
en este caso-, el deseo sim bólicamente condicionado es nuestra necesidad bio­
lógica más apremiante: "La dem anda de cigarrillos por parte de un fumador
no es menos inelástica que su dem anda de alim ento" (Scitovsky, 1992: 107).
¿No se desestabiliza así la dicotomía simplista entre las necesidades naturales
y los deseos falsos? No cabe duda de que Marx aprobaría esta conclusión,
como lo sabe cualquiera que haya hojeado El capital. En la primera página del
primer capítulo, el autor dice que la m ercancía "e s, en prim er térm ino, un
objeto externo, una cosa apta para satisfacer necesidades hum anas, de cual­
quier clase que ellas fu era n ", y de inm ediato agrega: "E l carácter de estas
necesidades, e\ que broten por ejem plo del estóm ago o de la fantasía, no inte­
resa en lo m ás m ínim o para estos efectos" (M arx, 1961-. 35 \3Y).9
En oposición a lo que dice la crítica tradicional de izquierda, si la hegem o­
nía consumista es posible, lo es precisam ente porque el deseo hum ano no está
dado ni es natural. Y esta hegem onía no dejará de ser un enigm a si no se toma
en cuenta en toda su significación el condicionam iento sim bólico del deseo.
Esto no significa que el deseo sea fácil de estimular, cultivar y fijar, no obstante
lo cual el consum ism o efectúa una fijación parcial del deseo. ¿De qué vehícu­
los se vale para hacerlo? Aunque los anuncios publicitarios técnicam ente no

9 Aquí Mane se inspira en una observación de Barbón que data d e 16% , según la cual el ape­
tito del espíritu es "ta n n atural en éste com o el ham bre en el cuerpo" (M arx, 1 961:35 [3, n. 2]).
268 ANÁLISIS: DIALÉCTICA DHL GOCE

mienten (al menos no de forma expresa, lo cual de hecho perjudicaría el pro­


ducto que se publicita), sólo pueden estimular y canalizar el deseo mediante la
construcción de una mitología en torno al producto. Y lo hacen por medio de
un m aremágnum de recursos retóricos, im aginarios y de otros tipos. Pero
incluso si los anuncios mintieran, ello no revelaría mucho acerca del modo en
que el consumidor acepta sus mitologías. Hacer hincapié en este aspecto lleva­
ría otra vez al argumento de la "falsa conciencia" y a una crítica de la publici­
dad que ha demostrado ser tan miope como contraproducente: "El capitalis­
mo de consum o no es una cuestión de falsa conciencia com o tal, porque
muchos consumidores son conscientes y críticos de las desigualdades e injus­
ticias asociadas al consum ism o" (M iles, 1998: 156). Probablem ente ¿izek lo
formularía de la siguiente manera: saben muy bien lo que hacen, y lo hacen. Tal
como señala Guy Cook en The Discourse o f Advertising [El discurso de la publi­
cidad], "en m uchos discursos, el contenido fáctico o lógico subyacente es
inexistente o secundario, pero esto no los priva de valor" (Cook, 1992: 206). De
hecho, "las relaciones que la manufactura y el consumo establecen con sus dis­
cursos, de los cuales la publicidad es sólo uno, son tan reales y naturales (o
bien, tan irreales e innaturales) com o las de cualquier otro discurso" (p. 208).
Es por eso que el hincapié en el tema de la verdad/falsedad constituye uno de
los impedimentos más grandes para entender el funcionamiento de la publici­
dad, el modo en que ésta construye y "v en d e" sus mitologías deseables y el
modo en que toda esta organización del deseo garantiza la reproducción de la
economía de mercado y el capitalismo. En su temprana obra La sociedad de con­
sumo, Jean Baudrillard lo expresa con un marcado matiz lacaniano (a mi pare­
cer): "L o cierto es que la publicidad [...] no nos engaña: está más allá de lo
verdadero y lo falso [...]. La publicidad es un lenguaje profético: no promueve
el aprendizaje ni el entendimiento, sino la esperanza" (Baudrillard, 1998:127; el
énfasis me pertenece).10 Ahora bien, ¿cómo y dónde situamos el elemento de espe­
ranza, la promesa que sostiene a la publicidad, con referencia a la lógica lacaniana del
deseo? ¿Qué otorga credibilidad a esta esperanza?
Si la publicidad intenta estim ular o causar nuestro deseo, ello sólo pude
significar que la construcción mitológica articulada en torno al producto es un
fantasma social, y además que dicho producto sirve o funciona como un obje­

10 En otro im portante libro, El sistem a de los objetos, Baudrillard tam bién em plea un enfo­
que sem ió tico d e in co n fu n d ib le sa b o r lacan ian o y co n clu y e con una oración lacanesca:
"F in alm en te, porque el consum o se funda en una fa lta o carencia, es incon ten ib le" (Baudri­
llard, 1996: 224 [229]).
LA "POLÍTICA DE LA JOUISSANCE" CONSUMISTA. 269

to que causa el deseo; en otras palabras, como un objeto-causa del deseo u


objet pctit a en lenguaje lacaniano. M uchos críticos de la publicidad, desde
Aldous Huxley hasta Raymond Williams, han reconocido esta dimensión fan-
tasmática. En tiempos más recientes, Baudrillard ha señalado que lo que en
realidad se compra y se consume en nuestras sociedades de consumo no son
objetos definidos por sus propiedades naturales o físicas, sino por las fanta­
sías que los rodean, las fantasías que se articulan en el discurso publicitario
(Baudrillard, 1998: 33). En efecto, los productos pueden incluso estar ausentes
de un anuncio. En una época en que las grandes em presas subcontratan sus
operaciones de manufactura, los productos o mercancías -la s co sa s- ocupan
un lugar secundario con respecto a las imágenes de marca. Esta "expoliación
del mundo de las cosas" afecta hoy no sólo al consumo sino también al ámbito
de la producción. El trabajo real de muchas grandes corporaciones no es la
fabricación sino la comercialización de la marca (Klein, 2000: 4). Lo que com­
pramos es, ante todo, las promesas asociadas a esas m arcas:11 "Com pram os
mensajes pu blicitarios que prom eten felicidad, diversión, popularidad y
amor" (Andersen, 1995: 89). A nadie debe sorprender entonces que el valor de
verdad de los anuncios tenga una importancia secundaria: "Los consumido­
res buscan mucho más que el mero conocimiento fáctico, porque no miran las
cosas como simples objetos tácticos" (Qualter, 1991: 91) sino como encarnacio­
nes de la promesa fantasm ática que se articula en el discurso publicitario.
Compramos aquello acerca de lo cual fantaseamos, y fantaseamos acerca de lo
que nos falta: la parte de nosotros que es sacrificada/castrada cuando entra­
mos en el sistema simbólico del lenguaje y las relaciones sociales. De acuerdo
con Lacan, el sujeto es simbólicamente privado de ella para siempre, pero esta
pérdida -la prohibición de la jou issan ce- es justam ente lo que permite el sur­
gimiento del deseo, un deseo que se estructura en tom o a la búsqueda inter­
minable de la jouissance perdida/imposible. Es imposible porque no la tiene
el sujeto y tampoco la tiene el gran Otro, el sistem a sociosim bólico: tanto la
falta subjetiva como la falta en el Otro son faltas de jouissance. Y está perdida
porque se postula com o perdida en su plenitud, proceso que introduce la idea
de que es posible reencontrarla (mediante actos de consumo).
El fantasma es una construcción que estim ula o causa el deseo porque
promete compensar la falta creada por la pérdida de la jouissance con un susti­

11 Tal como lo expresa Klein, "la m arca debe pensarse com o el sentido principal de la cor­
poración m oderna, y el anuncio p u blicitario, com o uno de los vehículos qu e se u san para
comunicar ese sentido al m u n d o " (Klein, 2000:5).
270 ANÁLISIS: DIALÉCTICA DEL GOCE

tuto, un objeto milagroso: el objet petit a. En la teoría lacaniana, la estructura


del fantasma es siempre esta relación entre el sujeto dividido -e l sujeto caren­
te - y el objet petit a. La categoría de sujet de la jouissance se basa en la idea de
que la condición humana se caracteriza por esta búsqueda de un goce perdi­
do/imposible. El fantasma ofrece el objet petit a como promesa de un encuen­
tro con esta preciada jouissance, encuentro que se fantasea como algo que recu­
bre la falta en el Otro y en consecuencia llena la falta en el sujeto. En este
contexto, las marcas pasan a ser "canales del deseo, emblemas de un mundo
denegado, encarnaciones de deseos incumplidos" (Ewen y Ewen, 1982: 46).
Lo que promete el eslogan "Disfruta Coca-Cola" es precisamente una par­
te de este goce. El discurso publicitario funciona como un fantasma: puede
persuadir y causar el deseo porque promete recubrir nuestra falta mediante el
ofrecimiento del producto como objet petit a, como la solución final de todos
nuestros problemas, como el creador de una armonía ideal. En otras palabras,
el universo publicitario proyecta toda experiencia de la falta en la falta del
producto publicitado, es decir, en una falta que puede eliminarse mediante
una simple maniobra: la compra del producto, el acto de consumo. El fantas­
ma publicitario reduce la falta constitutiva del sujeto a una falta del producto,
y simultáneamente ofrece el producto como objet petit a, como promesa de la
eliminación final de esta falta. Baudrillard proporciona una descripción muy
"poética" de este elemento utópico de la publicidad: "La presencia manifiesta
del excedente, la negación mágica y definitiva de la carencia, la sensación
m aternal y pródiga de estar ya en ej país de Jauja [...]. Éstos son nuestros
valles de Canaán, donde en lugar de leche y miel fluyen corrientes de neón
sobre Ketchup y plástico" (Baudrillard, 1998: 26). Una reciente observación de
Zizek sintetiza muy bien este argumento:

Como ya sabemos gracias a Marx, la mercancía es una entidad misteriosa


repleta de caprichos teológicos, un objeto particular que satisface una necesi­
dad particular, pero al mismo tiempo es la promesa de "algo más", de un goce
inasequible cuya verdadera locación es el fantasma; toda publicidad se dirige
a este espacio fantasmático (¿izek, 2003a: 145).

Pero aquí resulta imperioso no pasar por alto el hecho de que, precisamente
porque somos incapaces de recobrar nuestra jouissance presimbólica perdida/
imposible en toda su plenitud, el fantasma publicitario intenta exorcizar el
malestar (malaise) de la vida cotidiana mediante la reproducción del sistema
del cual este malestar es constitutivo. El deseo sólo puede sostenerse median­
LA "POLITICA DE L A ¡OUISSANCE" CONSUMISTA. 271

te la dialéctica de la falta y el exceso; a fin de conservar su atractivo, la prome­


sa del exceso descansa sobre la renovación continua de experiencias de la fal­
ta. Así, la sociedad capitalista "se orienta tanto hacia el exceso estructural como
hacia la penuria estructural" (Baudrillard, 1998: 53; el énfasis me pertenece). "El
sistema sólo se sostiene m ediante la producción de riqueza y pobreza [...] tantas
insatisfacciones com o satisfacciones" (p. 55; el énfasis m e pertenece). Esta dialéc­
tica paradójica no pasó inadvertida para Albert H irschman. Los actos de con­
sumo - y lo m ism o vale para la participación activa en los asuntos públicos-,
que "se llevan a cabo en la esperanza de que brinden satisfacción, tam bién
redundan en decepción e insatisfacción" (Hirschman, 2002: 10). Aquí se reco­
noce inconfundiblem ente la verdadera definición lacaniana del fantasm a, no
sólo com o pantalla que prom ete llenar la falta en el Otro sino también com o lo
que "p rod u ce" esta falta m ontando una escena dom esticada de la castración.
Sólo m ediante la puesta en escena de la falta se hace posible la promesa fan-
tasmática de recubrir esa falta en algún futuro lejano o no tan lejano; sólo así
es posible que la prom esa del fantasm a suene atractiva: "P ro d u cir el deseo
también es producir la falta o la escasez que intensificará la apetencia e incre­
mentará la expectativa de jouissance'' (Goux, 1990: 200).
Com o resultado, la "u to p ía " capitalista es principalm ente una "u to p ía "
virtual. Ya sabemos que la armonía prometida por el fantasma publicitario no
puede hacerse realidad; el objet petit a sólo funciona com o objeto-causa del
deseo en la medida en que falta. Apenas com pramos el producto descubrimos
que sólo nos proporciona un goce parcial, que nada tiene que ver con lo que se
nos había prometido. Com o ya se ha m encionado en el capítulo v y tal como
señala Lacan en Aún, "'¡N o es eso'.'; con ese grito se distingue el goce obtenido
del esperado'' (S20: 111 1136]). En todas estas experiencias se reinscribe una
falta en el sujeto, pero la reaparición de la incapacidad que tiene el fantasma
para satisfacer plenam ente del deseo no llega a poner en peligro la hegemonía
cultural de la pu blicid ad en las socied ad es del capitalism o tardío. Incluso
podría argumentarse que, precisam ente porque el producto "reduce continua­
mente el poder que promete com o mercancía a la pura y sim ple prom esa", se
apoya aún más en la publicidad: la necesita "para com pensar su propia inca­
pacidad de procurar un p lacer efectiv o" (A dorno y H orkheim er, 1997: 162
[206]). Según lo expresa Slavoj ¿ iz e k con gran acierto, el objetivo del fantasma
es satisfacer el deseo, cosa que en últim a instancia es im posible. Basta con
construirlo y sosten erlo com o tal: a través del fantasm a "ap ren d e m o s" a
desear. La satisfacción final de nuestro deseo se pospone de discurso en dis­
curso, de fantasma en fantasma, de producto en producto. Pero todo permane­
272 ANÁLISIS: DIALÉCTICA DHL GOCE

ce intacto, siem pre y cuando se produzcan nuevos productos y se publiciten


nuevos fantasm as. La incapacidad de producir la satisfacción prom etida no
aniqu ila el deseo sino que, por el contrario, dispara una "búsqued a cíclica
(Andersen, 1995: 90). Este desplazam iento continuo constituye el núcleo form al
de la cultura de consumo.
El largom etraje C harlie y la fá b rica de chocolate, de Tim Burton, basado en
un texto de Roald D ahl, ofrece una de las ilustraciones m ás entretenidas del
ju ego fantasm ático entre el exceso y la falta, y de los desplazam ientos catéc-
tico s que se originan en él. W illie W onka, in terp retad o p o r Jo h n n y Depp,
decide permitir que cinco niños ingresen en su impactante y enigm ática fábri­
ca de chocolate. El proceso de selección es aleatorio: consiste en encontrar uno
de los cinco "boletos d orados" ocultos en los chocolates de Wonka. Uno de los
niños "e le g id o s" resulta ser Veruca, la hija terriblem ente consentid a de un
m illonario inglés. Bajo la histérica presión de la niña, el padre com pra millo­
nes de chocolates para asegurarse de conseguir uno de los preciados "boletos
d orad os" y ahorrarse los gritos de su h ija: "¿D ó n d e está m i b o leto dorado?
¡Q uiero mi b oleto d orad o!". Es obvio que aquí no se ju ega sólo el capricho,
sin o tam bién la felicidad y el deseo. Tal com o lo expresa él m ism o: "Bien,
caballeros, ocurre que detesto ver tan infeliz a mi pequeña: ¡juré que seguiría
adelante con la búsqueda hasta darle lo que quisiera!". Por fin, el boleto apa­
rece y la niña lo recibe. Y aq u í nos encon tram os con el giro revelador que
en cap su la la parad oja central del consu m o: la niña lo m ira durante unos
segundos, rebosante de dicha, y luego se vuelve hacia su padre para espetar­
le las siguientes palabras: "P ap i, ¡quiero otro p o n y !".12 Con absoluta razón,
H irschm an sostiene que el m u nd o que tratam os de entender, el mundo en
que vivim os, "es un m undo en el qu e los hom bres creen que quieren una cosa y,
luego de conseguirla, descubren con desazón que no la quieren tanto com o creían, o
que no la quieren en absoluto, y quieren otra cosa que no tenían idea de que era lo que
realm en te qu erían" (H irsch m an , 2002: 21). Spinoza e Im m an uel K an t ya lo
sabían. Para Spinoza, no es raro que los d eseos "se opongan entre sí de tal
m odo que el hom bre sea arrastrado en distintas direcciones y no sepa hacia

12 E x actam en te p orqu e el go ce exp erim en tad o nunca es el goce prom etido y esp erad o -y
en con secu en cia cierta falta está d estin ad a a re in sc rib irse -, m uch as m arcas h an prometido
co m p en sa r la falta p o r a d ela n ta d o . D e a h í el afán p o r o frecer p ro d u cto s com o los huevos
K in d er - u n ch o co late q u e tod os co m p ran p or el regalo de n o -ch o co late qu e está en su inte­
r io r - y h a ce r p ro p u estas com o "C o m p re este d en tífrico y o b teng a g ratis un tercio extra" o
"B u sq u e en el reverso d e la etiqu eta m etálica. ¡Q uizá descu bra que es el gan ad or d e uno de
nu estros prem ios, d esde otra C oca-C ola gratis hasta un auto n u ev o !" (2 iz ek , 2003a: 146).
LA "POLÍTICA DE LA JOUISSANCE" CONSUMISTA. 273

dónde orientarse" (Spinoza, 1993: 126 [235]), en tanto que Kant dice en una
de sus cartas: "D ale a un hombre todo lo que desea, y en ese preciso momen­
to sentirá que su todo n o es todo” (Kant, citado en H irschm an, 2002: 11).13 En
nuestra época, este estatus m etoním ico del deseo hum ano, tan esencial al
consumism o, halla reconocim iento en la obra de autores tan diversos com o
Richard Sennet14 y Guy D ebord.15
Pero a esta altura ya debe de haber quedado en claro que el condiciona­
miento sim bólico del deseo -b a se del paradigm a cu ltu ralista- no puede fun­
cionar adecuadam ente sin un soporte real. Aunque parcial y no idéntico a la
jouissance esperada, hay no obstante cierto goce en el acto de consumir una mer­
cancía, y también en el de consum ir un anuncio publicitario. Sin la satisfacción
corporal única que se obtiene al beber una Coca-C ola - y aquí hablo com o
conocedor del prod u cto-, el fantasm a de Ja Coca-Cola no podría sostenerse.
Un estudio sobre los fracasos de marca pone en evidencia que tanto las repre­
sentaciones fantasm áticas vinculadas a una marca com o lo real (el valor de
goce corporal) del producto revisten im portancia suprem a. En 1985, cuando
Coca-Cola decidió retirar del mercado su producto original y reem plazarlo
por una nueva fórm ula con un nuevo nom bre (N ew C oke) sobre la base de
cientos de miles de pruebas a ciegas, el resultado fue desastroso (Haig, 2005:
12). Obviamente, no se trataba de una cuestión de sabor "objetivo"; la fórmula
original se había investido (en el nivel sim bólico, el im aginario y el real) de un
valor que era imposible de desplazar. Los ejecutivos admitieron su craso error

13 De aquí podría d educirse que, si b ien podem os llegar a una com prensión form al de la
lógica del deseo , los d eseo s p articu lares son en ten d id o s de form a im p erfecta incluso por
quienes los sostienen (Q ualter, 1991: 90). Ello explica el fracaso que sufren en últim a instan­
cia todos los p ro d u cto s p u b licita d o s. El 86% de los 85.000 p ro d u cto s n u ev os que fueron
publicitados en Estados U n idos durante la década d e 1980 no sobrevivieron m ás allá de 1990,
en tanto qu e en 1994 ya h abía fracasado el 90% de los 22.000 productos publicitados (Fow les,
1996:19 y 164). Claro que esto no hace m ella en el efecto económ ico, cultural y político acu­
mulativo del discurso p u blicitario y el consu m ism o com o totalidad.
14 C on sid érese, p or ejem p lo , la sig u ien te o b serv ació n de S en n ett: "U n a p rend a pu ed e
despertar en nosotros un deseo ardiente, pero el estím ulo decrece unos días después de que
la com pram os y la usam os. En este caso, la im aginación alcanza su pu nto culm inante en la
expectativa y se debilita cada v ez m ás con el u so " (Sennett, 2 0 0 6 :1 3 8 ).
15 Según D ebord, "C a d a producto ofrece un sup uesto atajo decisivo hacia la tierra prom e­
tida y an helad a del consu m o total. Por eso se presen ta con gran cerem on ia, en calid ad de
producto único y definitivo [...]. Pero incluso este prestigio esp ectacular se tom a vulgaridad
apenas los co n su m id o res llevan el prod ucto a ca sa ". E n ton ces sale a la luz su insuficiencia:
"Pues por entonces ya se habrá asignado a otro producto la función de ju stificar el sistem a"
(Debord, 1995: 45).
274 ANÁLISIS: DIALÉCTICA DEL GOCE

con esta reveladora conclusión -q u e, por sorprendente que parezca, tiene


puntos en común con el precedente análisis del nacionalismo (capítulo v)-:

Sencillamente, todo el tiempo, el dinero y la pericia que invertimos a raudales


en investigación de consumo sobre la nueva Coca-Cola no alcanzó a medir ni
revelar el profundo apego emocional que tanta gente sentía por la Coca-Cola
original. La pasión por la Coca-Cola original -y ésa es la palabra justa: pasión-
nos tomó por sorpresa. Es un asombroso misterio estadounidense, un enigma
encantador, y no puede medirse más de lo que se mide el amor, el orgullo o el
patriotismo (Keough, citado en Haig, 2005:12 y 13).

Tales apegos tienen condiciones muy precisas de posibilidad, fantasmáticasy


reales. Cuando algo las amenaza -trátese de vender la New Coke o de beber
Coca-Cola caliente, por ejem plo-, la mística se evapora.16 De modo similar, los
anuncios en sí brindan goce en muchas ocasiones; suelen ser divertidos, visce­
rales, de ambigua obscenidad y entretenimiento subversivo. Llegan a funcio­
nar com o vehículos del goce-en-el-sentido que Lacan llama jouis-sens. Dicho
con sencillez, la publicidad no dirige el consumo sino que "se consume" (Bau­
drillard, 1996:189 [197]); es un "objeto de consumo", que además "se ofrece''
gratis para que todos puedan disfrutar de él (p. 187 [194]). Aquí se discierne
un mecanismo similar al observado en la reproducción del fantasma nacional:
el aspecto simbólico de la motivación, la identificación y el deseo no puede
funcionar sin un soporte fantasm a, y éste, a su vez -la promesa imaginaria
que conlleva el fantasm a-, no se sostiene sin un soporte real en la jouissance
(parcial) del cuerpo.
Sin embargo, el consumismo también revela el goce implícito en el deseo
mismo, un goce de desear y comprar, que se distingue del goce que brinda el
objeto de la compra o del goce que proporciona el consumo de anuncios publi­
citarios. Ya en 1937, un filme de relaciones públicas de Chevrolet ponía de
relieve "el placer de com prar" en sí, sumado al "goce de todas las cosas que se
pueden comprar con el sueldo" (Cohén, 2004: 20). Es aquí donde se produce el
encuentro más inequívoco entre el condicionamiento intersubjetivo, simbóli­
co, del deseo, y la problemática del goce. El goce parcial que sostiene los fan-

16 Otro ejem plo que vale la pena m encionar es el fracaso de los Cereal Mates, de Kellog's,
a causa del sabor desagradable de la leche sin refrigerar (Haig, 2005:34).
[Cereal M ates era una porción de cereal que venía acompañada de un cartoncito de leche
y una cuchara de plástico, para consum ir en el trabajo o en la escud a. (N. de la T.)]
LA "POLÍTICA DE LA JOUISSANCE" CONSUMISTA. 275

(asmas del consum o no es sólo el goce que se obtiene en el consum o de mer­


cancías y anuncios publicitarios, sino también el que suscita el deseo en sí. El
deseo que está im plícito aquí no es sólo un deseo de objetos sino un deseo de
desear: el desear en sí mismo funciona com o objet petit a, com o causa del deseo
y fuente de jouissance (parcial). Kojéve ya había captado esta noción lacaniana
en su lectura de Hegel. De acuerdo con él, "el Deseo hum ano debe dirigirse a
otro D eseo" (Kojéve, 1980: 5 [13]):

El Deseo antropógeno difiere pues del Deseo animal [...] por el hecho de que
se dirige, no hacia un objeto real, "positivo", dado, sino hacia otro Deseo [...].
Asimismo, el Deseo que se dirige hacia un objeto natural no es humano sino
en la medida en que está "mediado" por el Deseo de otro que se dirige hacia
el mismo objeto: es humano desear lo que desean los otros, porque lo desean.
Así, un objeto totalmente inútil desde el punto de vista biológico (como una
condecoración o la bandera del enemigo) puede ser deseado porque es el
objeto de otros deseos. Tal Deseo sólo es un Deseo humano, y la realidad
humana, en tanto diferente de la realidad animal, no se crea sino por la acción
que satisface tales Deseos; la historia humana es la historia de los Deseos
deseados (p. 6 [12 y 13]).17

Ahora vemos cóm o los actos personales de consum o se ligan de forma inextri­
cable a un condicionam iento intersubjetivo que deja su impronta en el fantas­
ma, el deseo y el goce. Todos los procesos y mecanism os descritos hasta aquí
tienen com o importante subproducto una estructuración específica del deseo.
Esta economía particular del deseo, articulada en torno al producto publicita-
do y el desear mismo en tanto objets petit a, y sostenida por las experiencias de
jouissance parcial, es lo que garantiza, a través de este efecto metonímico acu­
mulativo y las fijaciones originadas en él, la reproducción del mercado capita­
lista en el marco de una distintiva "cultura prom ocional". En otras palabras, la
hegemonía del m ercado capitalista depende de la hegem onía de esta econo­
mía particular del deseo, de la hegem onía de esta adm inistración particular
del goce. Las com plejas relaciones m ultidireccionales entre estos momentos
exigen toda nuestra atención, de modo que es allí donde centraré el análisis en
la sección final del presente capítulo.

17 Tal com o ha señalado recientem ente Baum an, "só lo el desear es deseable; su satisfac­
ción casi nunca lo e s " (Baum an, 2000: 88). 2 i i e k tam bién ha puesto de relieve esta m anipu­
lación capitalista del "d eseo a d esear" ( Í i í e k , 2006: 61).
276 ANÁLISIS: DIALÉCTICA DEL GOCE

E l c o n s u m o , e l g o c e y e l o r d e n s o c ia l

Aunque no es compatible con la crítica izquierdista clásica de la publicidad, la


problemática lacaniana del goce ofrece un nuevo ángulo desde donde acceder
a la economía de mercado y a una nueva comprensión de lo que sostiene la
institución del orden social en el capitalism o tardío. Aquí vemos emerger
diversas relaciones de sobredeterminación. Al respecto sigo la iniciativa de Jean-
Joseph Goux -quien en Symbolic Economies [Economías simbólicas] destaca la
hom ología (o equivalencia) estructural entre la estructuración del sistema
monetario y la lógica del falo (Goux, 1990)- y Alain G rosrichard, quien ha
hecho especial hincapié en estas (sobre)determinaciones (Grosrichard, 1998).
Para Grosrichard, por ejemplo, el valor excedente va de la mano con el goce
excedente. El autor recurre a la noción lacaniana con el objeto de mostrar que
la economía tiene dos caras (la "subjetiva" y la "o bjetiva", la individual y la
colectiva) que "sirven para enm ascararse mutuam ente según exijan las cir­
cunstancias" (p. 138). Esta doble estructura también opera en el funcionamien­
to de la publicidad. El fantasma publicitario sostiene al capitalismo, y vicever­
sa. El consumismo registra la dialéctica del deseo y el goce que caracteriza a la
sociedad humana, pero este registro conlleva una dom esticación del deseo,
una canalización particular del goce:

Tan pronto como la intensidad del deseo [...] deviene en la ley subjetiva que
estandariza los valores, la libido pasa a ser el rehén silencioso de la economía
política, y no le queda otra alternativa que ser manipulada por ella. Si el valor
de mercado es simplemente el efecto de la libido, la libido a su vez se reduce a
una mera causa en el mercado, y éste es el designio (cada vez mejor ejecuta­
do) de la economía capitalista de mercado en su economización política de la
vida social eageneral (Goux, 1990: 202).

El deseo y el goce emergen aquí como factores políticos. De hecho, es el pro­


pio Lacan quien, en La ética del psicoanálisis, vincula el análisis "económico"
del bien/los bienes con las relaciones de poder: "E l bien está en el nivel del
hecho de que un sujeto pueda disponer de él. El dominio del bien es el naci­
miento del poder [...] Disponer de sus bienes [los propios]; todos saben que
esto se acompaña de cierto desorden, que muestra suficientemente su verda­
dera naturaleza; disponer de sus bienes es el derecho de privar a otros de
ellos" (S7: 229 [276]). Lacan incluso señala la dimensión política del factor que
gobierna el consumismo y la publicidad, es decir, de la metonimia del deseo:
LA "POLÍTICA DE LA JOUISSANCE" CONSUMISTA. 277

"La moral del poder, del servicio de los bienes, es: en cuanto a los deseos, pueden
ustedes esperar sentados. Que esperen" (S7: 315 [375]).
En otras palabras, como señala Mladen Dolar en su introducción a la obra
de Grosrichard, toda adm inistración del goce "requiere y presupone cierta
organización social, una jerarquía, que a su vez sólo se sostiene sobre la creen­
cia en el supuesto goce supremo que hay en el centro" (Dolar, en Grosrichard,
1998: xvii). Entonces hay un nexo tripartito que vincula la economía (la econo­
mía capitalista de mercado), el deseo intersubjetivo (una administración socio-
cultural particular del deseo) y el poder (un régim en particular de poder). ¿Y
qué papel desempeñan el consumismo y la publicidad? Juntos constituyen el
elemento que aglutina los tres anillos (la econom ía, el deseo y el poder), el ele­
mento -relacionado con el g o ce- que enlaza las tres estructuras: la económica,
la política y la social. Desde este punto de vista, el consum ism o y la publici­
dad funcionan com o los síntom as -lo s sinthom es en la jerga la ca n ia n a - de
nuestras sociedades. Lo que desde un punto de vista es un fantasm a, desde
otro, el macroscópico, puede describirse com o síntom a social. Si el fantasm a
-en este caso el fantasma publicitario- es el soporte de nuestra particular rea­
lidad socioeconómica y política (Zizek, 1989: 49 [78]), por otra parte esta reali­
dad siem pre es un síntom a (Zizek, 1992), anudada entre otras cosas por el
sinthome del consumism o y las modalidades del goce que éste conlleva.
Algunas teorizaciones lacanianas actuales de la sociedad de consumo han
puesto de relieve estas implicaciones políticas del consumism o, y en especial
el rol central que desem peñan en la institución y la reproducción del orden
social en el capitalism o tardío. En este sentido merece especial consideración
un libro reciente de Todd McGowan: The End o f Dissatisfaction? [¿El final de la
insatisfacción?] M cGowan comienza por describir la explosión de goce en que
están inm ersas las sociedades de consum o, y postula que esta circunstancia
marca un cambio significativo en la estructura del lazo social, en la organiza­
ción social (M cGowan, 2004: 1). Hace especial hincapié en el hecho de que se
ha pasado de una sociedad de la prohibición a una sociedad del goce comandado (p.
2). En tanto que otras formas más tradicionales de la organización social "exi­
gían a los sujetos que renunciaran a su goce privado en nom bre del deber
social, hoy el único deber parece consistir en la experim entación del m ayor
goce posible" (p. 2). Éste es el llamam iento que recibim os de todas partes: de
los m edios, de los anuncios publicitarios, incluso de nuestros am igos. Las
sociedades de la prohibición se fundaban en una idealización del sacrificio, de
sacrificar el goce en nombre del deber social; en nuestras sociedades del goce
comandado, "el goce privado que amenazaba con desestabilizar la sociedad
278 ANÁLISIS: DIALÉCTICA DEL GOCE

de la prohibición deviene en una fuerza estabilizadora e incluso adquiere el


estatus de un deber" (p. 3).
Esta sociedad emergente del goce comandado no es concomitante con el
capitalismo en general, sino que caracteriza en particular al capitalismo tar­
dío. En sus fases iniciales, con su confianza en la "ética del trabajo" y la grati­
ficación postergada, "el capitalismo sostenía y necesitaba su propia forma de
prohibición" (p. 31). En pocas palabras, el capitalismo temprano "frustraba el
goce en la misma medida en que lo hacían [muchas] sociedades tradicionales"
(p. 31). En efecto, la actitud burguesa clásica - y la economía política burgue­
sa - se basó al comienzo en "el aplazamiento, la postergación de los goces, la
contención paciente con vistas a un goce suplementario calculado. Acumular
con el fin de acumular, producir con el fin de producir" (Goux, 1990: 203 y
204). El "giro hacia el mandato de gozar" comienza con el surgimiento de la
producción masiva y la cultura de consumo, pero la transformación se com­
pleta recién con la globalización del capitalismo tardío (McGowan, 2004: 33).
En El sistema de los objetos, Baudrillard también describe este desplazamiento
desde un modelo ascético de la ética organizado en torno al sacrificio hacia
una nueva moral del goce: "El estatus de una civilización entera cambia según
el modo de presencia y de disfrute de los objetos cotidianos [...]. El modo de
acumulación ascética constituido por la previsión, por el sacrificio [...], toda
esta civilización del ahorro ha tenido su período heroico" (Baudrillard, 1996:
172 [181]). En este sentido, el análisis de McGowan -a l igual que el de Baudri-
llard- se ajusta a la crónica histórica del consumismo que se analizó en la pri­
mera sección de este capítulo: su asociación temprana a los ideales sociopolíti-
cos y el bien de la com unidad, y su posterior liberación de estas cargas
impuestas por la sociedad de la prohibición.
En las sociedades del goce comandado, el deber se entiende principal­
mente como el deber de gozar: "E l deber se trasforma en el deber de gozar,
que es precisamente el mandato del superyó" (McGowan, 2004: 34). La invita­
ción a gozar -com o se expresa, por ejemplo, en "¡D isfruta Coca-Cola!"-, en
apariencia inocente y benévola, encarna la dimensión violenta de un mandato
irresistible. Quizás haya sido Lacan el primero en percibir la importancia de
este híbrido paradójico, cuando relacionó el superyó con el mandato "¡goza!":
"El superyó es el imperativo del goce: ¡Goza!" (S20: 3 [11]). Lacan fue el pri­
mero en detectar la impronta inconfundible del poder y la autoridad en esta
inocente invitación. Por eso nos ofrece una percepción reveladora de lo que se
ha descrito como "paradoja del consum o": si bien el consum ism o parece
ampliar nuestras oportunidades, elecciones y experiencias como individuos,
LA "POLÍTICA DE LA ¡OU1SSANCE" CONSUMISTA. 279

también nos orienta hacia canales predeterminados de conducta, y en conse­


cuencia "es tan coercitivo como habilitante" (Miles, 1998: 147). Así, el deseo
estimulado - e im puesto- por el discurso publicitario es el deseo del Otro par
excellence. Baudrillard ya había advertido esta dinámica moderna de la "obli­
gación de com prar" en 1968, y las investigaciones más recientes sobre el con­
sumo prestan cada vez mayor atención a esta elección forzada del consumismo:
"Explorar la identidad personal mediante el consumo es hoy en día algo así
como un deber" (Daunton y Hilton, 2001: 131).18 Este es el mandato interpe­
lante que nos construye como sujetos sociales en la sociedad de consumo del
capitalismo tardío: en consecuencia, además de productos y fantasmas publi­
citarios, también se fabrican consumidores (Fine, 2002: 168). Aquí se sitúa "el
triunfo de la publicidad", como ya lo sabían Adorno y Horkheimer: "La asi­
milación forzada de los consumidores a las mercancías culturales, desenmas­
caradas ya en su significado" (Adorno y Horkheimer, 1997:167 [212]).19
Pero cabe aclarar que, si bien en este punto nos encontram os con un
importante cambio moral, no se trata de una suerte de ruptura histórica radi­
cal de proporciones "cosmológicas". Desde el punto de vista psicoanalítico, la
administración del goce y la estructuración del deseo siempre están implícitas
en la institución del lazo social. Toda sociedad tiene que reconciliarse con la
imposibilidad de alcanzar la jouissance como plenitud; lo único que puede
variar es el conjunto de fantasmas que se producen y hacen circular con el fin
de enmascarar - o al menos dom esticar- este trauma, y de hecho varían enor­
memente. La prohibición y el goce comandado constituyen dos de estas estra­
tegias, concebidas para instituir el lazo social y legitim ar la autoridad y el

18 Lodziak tam bién cita una observación de Anthony Giddens: "E n las condiciones de la
alta modernidad no nos lim itam os a seguir estilos de vida; en un sentido im portante, esta­
mos obligados a hacerlo: no nos queda otra opción que la de o p tar" (Giddens, en Lodziak,
2002:66). Lodziak llega a la conclusión de que "estam os com pelidos a consum ir", aunque lo
dice en un sentido m ás estructural y lo vincula a nuestra dependencia del consum o por vía
de los recursos (ingresos) y a raíz de la autonom ía restringida por la escasez de tiem po y
energía (Lodziak, 2002: 89).
19 Pero es im portante señalar que la aceptación del m andato del goce - la obediencia a la
nueva m oralidad - no fue un proceso autom ático, en especial para los sujetos socializados en
contextos de prohibición. Incluso los publicistas tom aron conciencia de este problema en las
décadas de 1950 y 1960: "N os enfrentam os ahora al problem a de perm itir al norteamericano
medio sentirse m oral incluso cuando coquetea, incluso cuando gasta, incluso cuando com ­
pra un segundo o un tercer autom óvil. Uno de los problem as fundam entales de esta prospe­
ridad es el de dar a las personas la sanción y la justificación del disfrutar, el de dem ostrarles
que hacer de su vida un placer es m oral; es decir, que no tiene nada de inm oral" (Dichter, en
Baudrillard, 1996: 202 [210]).
280 ANÁLISIS: DIALÉCTICA DEL GOCE

poder de diferentes maneras. No obstante, en ambos casos, ciertas cuestiones


permanecen inalteradas. En primer lugar, se trata de la mism a imposibilidad
de hacer realidad la fantasía: "El aspecto fundamental a reconocer en relación
con la sociedad del goce es que en ella la búsqueda del goce ha fracasado: la
sociedad del goce no ha brindado el goce que prom ete" (M cGowan, 2004: 7).
A lo largo de este capítulo hemos visto cómo la insatisfacción y la falta perma­
necen firmemente inscriptas en la dialéctica del consumismo propia del capi­
talismo tardío. Si éste es el caso, el mandato de gozar se revela como una mera
"form a de prohibición más m atizada": sigue cumpliendo -p o r otros medios-
la función tradicional de la Ley y el poder sim bólicos (p. 39).20 Baudrillard
también había observado este mecanismo. En nuestras sociedades de consu­
mo, la autoridad y el poder simbólico son tan operativos com o en las "socie­
dades de la prohibición": "la imposición de la felicidad y el goce" es el equiva­
lente de los im perativos trad icionales que instaban a trabajar y producir
(Baudrillard, 1998: 80). En tal sentido, la estructura de obediencia respecto de
la función que cumple la orden en el experimento de M ilgram que se analiza
en el capítulo iv también es relevante aquí. De hecho, M cGowan usa la pala­
bra "obediencia" para referirse a nuestra adhesión al m andato del goce. La
orden de gozar no es sino una forma de poder más avanzada, mucho más
matizada y mucho más difícil de resistir. Es más eficaz que el modelo tradicio­
nal, no porque sea menos coercitiva o menos vinculante, sino porque su vio­
lento aspecto excluyente se enmascara tras su ferviente promesa de incremen­
tar el goce, tras su fagade productiva y habilitante: no se opone ni prohíbe al
sujet de la jouissance, sino que intenta abrazarlo abiertam ente y apropiarse de
él.21 Sin embargo, en oposición a lo que parece implicar McGowan, reconocer
nuestra "obed ien cia" al m andato del goce no basta para librarnos de ella
(McGowan, 2004: 194). No sólo es difícil reconocer y tematizar esta novedosa
articulación del-poder y el goce, sino que resulta aún más arduo deslegitimar­
la en la práctica: desinvestir los actos de consumo y revertir la identificación

20 En Visión de paralaje, 2 iz e k relaciona la sociedad de la prohibición con el deseo y la per­


m isiva sociedad del goce con la dem anda. Incluso en este caso, sin em bargo, la diferencia
entre los dos m odos no es radical, y se observa una sim ilar "con tinu id ad en la discontinui­
d ad ", hasta el punto de que "e l deseo y la dem anda se basan en el O tro" ( ¿ i í e k , 2006:296).
M ás aún, no debería olvidarse q u e el gesto de renunciar al goce en una sociedad de la prohi­
b ición tam bién pu ede por s í m ism o "g e n e ra r un goce ex ce d e n te ", y en consecuencia "el
m andato del superyó a gozar se entrelaza con la lógica del sacrificio: am bos forman un círcu­
lo vicioso en el que los extrem os se sostienen m utuam ente" (p. 381).
21 En este punto adquiere gran relevancia el análisis que hace Foucault del pasaje desde
una conceptualización negativa del poder a una positiva y productiva.
LA "POLÍTICA DE LA JOUISSANCE" CONSUMISTA. 281

con el consum ism o. Pero si no se lleva a cabo tal desinvestim iento y no se cul­
tivan adm inistraciones (éticas) alternativas de la jouissance, no es posible efec­
tuar ningún cam bio real.
Esta com pleja situación no ha escapado a los sensores siem pre alertas de
la literatura. El carácter sofocante/coercitivo de la "sociedad del goce com an­
dado" y las dificultades que entraña resistirse o escapar a él se describen de
forma vivida en M illeniu m P e o p le * una novela recien te de Jam es G raham
Ballard (Ballard, 2004). A llí Ballard retrata un suburbio londinense de clase
media alta, y carto g rafía con m ag istral p ersp ica cia la socied ad del g o ce
comandado:

Mira el m undo que te rodea, David. ¿Qué ves? Un interm inable parque
temático donde todo se ha convertido en entretenimiento. La ciencia, la polí­
tica, la educación... no son más que juegos de un parque de atracciones. Lo
triste es que a to d o s les encanta comprar boletos y subirse a bordo... (p. 62).

Sin embargo, las caras sonrientes esconden una relación de violencia, una serie
interminable de lim itaciones: "Si vives aquí te sorprendes de lo coaccionado
que estás. Ésta no es la buena vida, plena de posibilidades. Pronto te chocas
con las barreras que coloca el sistem a" (p. 86). Y en palabras de otro personaje:

—Compramos sus sueños de chatarra y ahora no podemos despertarnos...


—Cierto, pero hay un problema con esta sociedad chatarra: a los de la clase
media les gusta.
—Claro que les gusta [...]. Están esclavizados. Son el nuevo proletariado,
como los obreros de hace cien años (p. 63).

El nuevo proletariado (opulento) que describe Ballard no percibe fácilm ente


sus cadenas. Pero incluso cuando toma conciencia de ellas, no logra reaccio­
nar contra un sistem a del deseo cuya reproducción supuestam ente sirve a su
propio goce. Toda forma de protesta termina en cortocircuito: "L o interesante
es que protestan contra sí m ism os. N o tienen otro enem igo. Saben que ellos
mismos son el enem igo" (p. 109). El m undo del consum o es capaz de incorpo­
rar casi todo, incluso la revolución mínima que relata Ballard:

* Traducida al esp añol com o M ilenio negro, Buenos Aires, M inotauro, 2004. La traducción
de los párrafos citados m e pertenece. [N. de la T.]
282 ANÁLISIS: DIALÉCTICA DEL GOCE

— Una clase social entera arranca el paño de las barras y saborea el acero. La
gente renuncia a empleos bien pagos, se niega a pagar sus impuestos y saca a
sus hijos de las escuelas privadas.
—Entonces, ¿qué ha salido mal?

No obstante, "No ocurrirá nada". "Amainará la tormenta, y todo se irá disol­


viendo en una llovizna de shows televisivos y columnas de opinión" (p. 170).
El final es más o menos el esperado:

La infantilizante sociedad de consumo llenó todas las grietas del statu quo a
la misma velocidad con que Kay había lanzado su Polo a la barricada que
colapsaba.
En la esquina de Grosvenor Place, dos chicos de 10 años jugaban con pisto­
las de aire comprimido, vestidos de fajina camuflada y correas militares: parte
del nuevo look guerrillero inspirado en [la insurrección de] Chelsea Marina,
que ya había aparecido a doble página en una revista de moda. Una sinfonía
de Haydn escapaba suavemente por la ventana de una cocina, bajo un estan­
darte de protesta cuyo húmedo eslogan se había disuelto en una pintura
Tachiste (p. 234).

En efecto, mientras no emerja una estructuración alternativa del goce y el


deseo, las únicas opciones disponibles -incluso después de que se adquiere
conciencia de la dialéctica de poder, dominación y obediencia inserta en el
consumism o- son en esencia tres:

1. El goce cínico de la subordinación; "abrazar con cinism o" la sociedad del


goce comandado (M cGowan, 2004: 6 y 7): aquí encontramos una especie de
reflexividad ideológica que a menudo toma la siguiente forma perversa: "Sé que
el consumismo es una trampa, pero aún a sí... lo gozo. De hecho, lo gozo aún
más ahora que ya lo he criticado". Esta postura incorpora y anula a la vez toda
reflexividad crítica, con lo cual reproduce la economía hegemónica del goce.

2. El obsoleto "intento nostálgico de retornar a una época anterior" (p. 7) de


valores reales basados en el sacrificio y la prohibición, que infunde numerosos
proyectos de "volver a lo básico", tanto conservadores como de izquierda. Por
ejemplo, la típica y archiconocida crítica cultural conservadora: vivimos en
una época de permisividad sin precedentes; a los niños les hacen falta límites
y prohibiciones, y en consecuencia necesitamos restricciones firmes impuestas
por una fuerte autoridad simbólica (Zizek, 2006: 295).
LA "POLÍTICA DE LA JOUISSANCE" CONSUMISTA. 283

3. El acting out violento -igualm ente peligroso, y adem ás abierto a la coopta­


ción por parte del sistema hegem ónico-, un acto de desquite ciego y sin senti­
do, como los que describe Ballard y como los que se observan cada vez más en
nuestras ciudades.

¿Es posible escapar de este círculo vicioso? ¿Cóm o? En este capítulo hem os
visto que nuestra interpelación com o consum idores en la sociedad del goce
comandado logra traducir un llamamiento -e n apariencia b enigno- al consu­
mo, el deseo y el goce en una estructuración del deseo y el goce que sostiene al
capitalismo tardío y reproduce la obediencia y el cinismo, con lo cual opera de
forma simultánea en el registro simbólico, el imaginario y el real: a través de la
construcción social, el fantasma y el goce parcial. ¿Es posible deslegitim ar tal
estado de las cosas? ¿Qué podría contribuir a este proceso y aí trazado de for­
mulaciones alternativas del deseo y el goce, capaces de restaurar nuestra per­
dida fe en la crítica radical y en lo político? M ás precisamente, ¿es posible lle­
var a cabo esta tarea m ediante la radicalización de la dem ocracia? Abordaré
estos temas en el capítulo final de La izquierda lacaniana.

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