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Paridad y transferencia.

Reflexiones
sobre un desnivel en el fundamento
clínico del Acompañamiento
Terapéutico.
LA PLAZA AT · DOMINGO, 9 DE JULIO DE 2017 · TIEMPO DE LECTURA: 24 MINUTOS

La PlazAT
La revista digital de los Acompañantes Terapéuticos Nº 1 / Julio de 2017

SECCIÓN: Senderos Clínicos


/ Ética y Técnica.

AUTOR: Cecilia Lopez Ocariz

(Rosario, Argentina)

El eje puesto en los aportes freudianos sobre el lugar de la realidad psíquica y la eficacia de
las producciones inconscientes en la etiología del sufrimiento subjetivo, los insumos
centrales de una terapéutica centrada en el trabajo con el lazo transferencial y los
miramientos éticos de la abstinencia como brújula en las intervenciones, hacen de la clínica
del AT una práctica psicoanalítica de pleno derecho. Ahora bien, como práctica que se
sostiene desde una posición específica que no es la del analista, pero cuya eficacia terapéutica
ha sido ya vastamente demostrada, nos insta a interrogarnos sobre su especificidad.

Como practica analítica, el acompañamiento propone su trabajo en el marco de un lazo


transferencial que se establece con el acompañado. Lo que se reedita transferencialmente en
ese lazo tiene modalidades tan diversas como modos de amar posean los sujetos que las
establecen y como circunstancias diversas tengan que atravesar. Por ello, podría decirse que
no es posible anticipar los modos en que se dará este lazo y sus avatares.
Ahora bien, existe una especie de malentendido en el encuentro con el acompañado que se
sitúa en el fundamento mismo de la clínica del acompañamiento, un desnivel fundamental
entre el lugar desde donde se ofrece el acompañante y el lugar en el que el acompañante es
tomado en el lazo transferencial. Entre estos dos registros se produce un desfasaje, una
tensión al interior de la cual es posible situar la especificidad de la posición del at en la
clínica. Planteo entonces la siguiente hipótesis de trabajo: si bien por un lado, el at ofrece su
presencia en términos de paridad; por otro, es importante que lea cómo es tomado en el lazo
en términos transferenciales –qué lugares le propone el acompañado, qué aspectos de su
modo particular de amar pone en juego en el acompañamiento, etc.

Considerar estos dos aspectos puestos en juego permite resituar algunas dificultades clínicas
del trabajo del AT. Es cierto, por ejemplo, que la presencia del at en términos de paridad
plantea la pregunta por fenómenos de especularidad o de tensión agresiva, pero no podemos
desconocer que esta presencia está enmarcada en un lazo de transferencia. En este sentido, la
aparición de estos fenómenos en el lazo, no pueden ser leídos como efectos inherentes a la
dificultad de un trabajo en paridad, sino que su emergencia en el trabajo clínico será objeto
de una lectura transferencial.

Ahora bien, que la posición del analista sea diversa a la del acompañante, no quiere decir que
sean inadecuados para el at los señalamientos sobre la transferencia y la abstinencia. Tanto
para el analista como para el acompañante, el trabajo clínico y sus dificultades se desplegarán
en el marco del lazo transferencial y sus intervenciones estarán orientadas por una posición
abstinente, sólo que el acompañante deberá lidiar con esto desde una situación de paridad, lo
que hace a la particularidad de su clínica y a sus dificultades.

Cómo es tomado el AT en el lazo.

Si bien es cierto que, mayoritariamente, el lazo transferencial que se establece con el


acompañante plantea características amistosas ligadas al modo de lazo con un semejante, es
importante observar que hay una gran variabilidad en los modos en que el acompañante es
tomado transferencialmente en el lazo. En situaciones de mucha inermidad o en el
acompañamiento con niños, por ejemplo, el lazo al que se convoca transferencialmente al
acompañante puede responder a una posición maternal o paternal en situaciones que
reediten esa situación. Respecto al lazo que se propicia en ciertas psicosis, la posición del
secretario del alienado podrá ser a la que se convoque al at, si es que el trabajo que se le
impone al sujeto es el del trabajo delirante, aunque sin dudas no será la misma en
situaciones de psicosis más desorganizadas, la esquizofrenia, etc. En otras situaciones, la
horizontalidad del lazo fraterno será la que invoque al acompañante, pero, cuando las
modalidades familiares generen situaciones más conflictivas que habilitantes, figuras
exogámicas de la amistad, abonadas con códigos culturales o de disciplinas artísticas o
deportivas, serán más propiciadoras del trabajo. Incluso en un mismo acompañamiento, a lo
largo del tiempo o con cambio de circunstancias, pueden ir variando las modalidades
transferenciales.
El trabajo con Yanina me ha permitido pensar esta variabilidad del lazo. Yanina tenía algunos
pocos años más que yo y una enfermedad progresiva del sistema nervioso central. Cuando
comencé a trabajar con ella, sus piernas ya no la sostenían. Se presentaba acostada en la
cama con luces bajas, ventanas cerradas. Al conocernos, por momentos era muy despótica y
decía abiertamente que eran todos unos inservibles, luego pasaba a enumerar sus logros del
pasado. El acompañamiento se fue instalando poco a poco en términos amistosos, las
conversaciones pasaban por ir descubriendo gustos compartidos, un revisitar la historia de
otros tiempos, la rememoración. Las intervenciones iban desarmando la escena de la
moribunda y Yanina se rearmaba con mi presencia, algo vital volvía a instalarse, su cuerpo
era de nuevo su cuerpo, erguido, sentado en la cama. No hacíamos salidas, siempre de algún
modo a último momento las suspendía, la silla de ruedas y la sensación de no controlar su
cuerpo eran demasiado para ella. Yo llevaba el mundo a su casa, la habitación se fue
transformando en un lugar habitable, el televisor era su ventana, el enojo por su condición y
la agresividad fueron desplazándose al relato, entrelazados con el humor ácido:
“destrozábamos” antiguos novios, amigas de la infancia, personajes de la televisión, etc.

Cuando la enfermedad avanzó reduciendo aún más su movilidad y perdió la vista, leíamos
novelas que iban instalando otra escena al interior de la habitación. Mi relato sobre lo que
acontecía en la televisión, sobre cómo estaban las cosas dispuestas en su habitación para que
decidiera qué hacer con ellas, sostenían la escena en su pequeño mundo. A la modalidad del
lazo al que me convocaba, se le fue superponiendo otra disposición transferencial de un tono
más regresivo. Estaba mucho más sensible respecto del encuadre, su situación de espera, si
yo llegaba tarde, reactivaba fuertemente su sensación de inermidad e impotencia, de estar a
merced del otro. La regularidad y la previsibilidad de los encuentros eran condición de alivio.
Con el avance de la enfermedad fuimos pasando luego a otra situación donde mi voz comenzó
a tener una presencia libidinal más fuerte. Pasaba ya mucho tiempo en cama, y cuando se
veía aquejada con dolores o cansada, me preguntaba cosas que escuchaba luego a medias; lo
importante era sólo el relato, ese ronroneo de una voz conocida. O me pedía que le leyera y
por momentos dormía, por momentos escuchaba, nos reíamos ante mi indignación si
roncaba durante mi lectura.

A lo largo del trabajo en momentos diversos de un sujeto o por las particularidades de cada
caso, se plantean modalidades diversas en que el acompañante es tomado en el lazo por el
sujeto. Lo que se reedita transferencialmente sitúa un más allá de su presencia como par en
el lazo y exige una lectura clínica a partir de la cual pensar sus intervenciones y la regulación
del encuadre. Y sin embargo, ante esta variabilidad, el acompañante se ofrece siempre en
situación de paridad y se presenta en su trabajo clínico el tener que lidiar con la transferencia
desde esta situación de paridad.

Cómo se ofrece el AT al lazo

La idea de disponibilidad remite a la posibilidad de una persona de estar presente, accesible


para el otro y dispuesta a ponerse en función cuando la situación lo amerite. En el AT no se
trata, de más está decirlo, de una disposición para ejecutar acciones específicas, sino que
implica una disposición de cierto monto de libido para sostener las actividades o la presencia
requerida. Así como en tiempos instituyentes no es lo mismo un dispositivo automático que
alguien significativo, sin dudas es evidente que no será lo mismo un custodio servicial u otra
figura eficaz en la resolución de problemas prácticos en el acompañamiento, que la
dimensión libidinal que pone en juego un acompañante al leer clínicamente la situación y
aportar una presencia dispuesta a sostener un lazo.

Ahora bien, la disponibilidad libidinal que enmarca el modo de ofrecerse y sostener la


presencia del acompañante, es diversa respecto de la disponibilidad del analista. Retomaré
algunas notas de un caso para situar esta diferencia.

El acompañamiento de Martín plantea situaciones difíciles. Por momentos está muy


interceptado con alucinaciones, por momentos está más conectado. En episodios de crisis
destroza muebles de la casa o se presenta muy agitado. En las reuniones de equipo se
retrabajan situaciones arduas, ya sea al interior de la casa o en la calle. De modos singulares,
cada acompañante propicia movimientos en Martín que van dejando huella en su posición
subjetiva. Mi presencia como analista se sostiene semanalmente en entrevistas en su
domicilio, en el trabajo con la familia y en reuniones de equipo. Mi nombre aparecía mucho
durante la semana, el esperarme, el decir que hay cosas que hablará conmigo, etc. En ese
momento, pensé que quizás podía sumar otra sesión en la semana e ir dos veces. Luego
reflexiono sobre esta decisión. Por un lado, me di cuenta que en mí resonaba algo de culpa
por la diferencia de dificultades con las que tenía que lidiar como analista, en relación con las
situaciones con las que lidiaban mis compañeros de equipo. De algún modo, mis años de
acompañante me recordaron las vicisitudes de esa posición. Por otro lado, también es cierto
que percibía que los movimientos más interesantes, las intervenciones clínicas más valiosas
pasaban por los acompañantes, y sin duda algo de esta situación me inquietó de algún modo.
Aunque obviamente las intervenciones o estrategias son, en parte, efecto de las direcciones
clínicas que se piensan en las reuniones de equipo, lo cierto es que pensé que si sumaba un
encuentro más tendría ocasión de “trabajar mejor” con Martín, y atribuí a la decisión anterior
de verlo sólo una vez a la semana a cierto “aburguesamiento” como analista.

Le propuse este cambio a Martín y lo llevamos adelante. Luego, una serie de movimientos me
hizo repensar la decisión. En primer lugar, mi presencia más frecuente había desarmado las
alternancias en las que me nombraba en ausencia y parecía añorarme. Lo que cambió,
además, es su disposición de espera al encuentro conmigo: en algunas ocasiones, al llegar yo
a su casa, Martín dormía. Sin dudas, mi presencia como analista tenía más valor en mi
alternancia y en el trabajo que propiciaba mi ausencia, que en disponer de más tiempo para
estar en presencia con Martín. Por otro lado, el segundo encuentro semanal siempre era más
corto, Martín me decía de un tirón las dos o tres cosas que suponía debía contarme y se
despide de mí.

Pero otro aspecto de la situación me interroga, y es que sin duda mi presencia interpelaba a
Martín de un modo diverso que la presencia de los acompañantes. No estaba referido
estrictamente al encuadre, pues en sentido descriptivo era el mismo que el del
acompañamiento: iba a su casa, tomábamos mate, si me preguntaba sobre algún aspecto
personal de mi vida le respondía de modo pertinente, nunca pensé la abstinencia con Martín
como resguardada bajo la neutralidad o algún tipo de trato “diferencial” por ser la analista;
de hecho, nuestro trabajo fue posible a partir de una gran flexibilidad del encuadre. Pero es
cierto que mis visitas estaban enmarcadas por mi trabajo como analista, por lo que mi
presencia lo interpela de modo diverso en el lazo que le propongo ¿Se debe esto a que mi
encuentro interpela a Martín en su posición de sujeto? Pienso luego que esto también está en
juego en el lazo con los acompañantes.

Reflexionando, se hace evidente que lo que sostiene la presencia de los acompañantes es una
disponibilidad libidinal diversa a la mía como analista. Esta diversidad no está en relación a
la “cantidad” de disponibilidad, poca o mucha, pues el analista necesita contar con una gran
disponibilidad para el sostenimiento de su función en situaciones complejas, y por otro lado
hay acompañamientos que no interpelan al acompañante en gran medida respecto a su
disponibilidad. La situación de Martín hace visible que esta diferencia responde a otra
cuestión: al servicio de qué está puesta esta disponibilidad.

La disponibilidad libidinal como analista enmarca una presencia más bien receptiva, en
cierto modo expectante. Nuestro encuentro estaba enmarcado por ciertas coordenadas
supuestas: la presencia de una psicóloga con la que se supone hay que hablar y contarle los
problemas. En definitiva, la disponibilidad libidinal como analista, por más flexible que sea el
encuadre que enmarca la situación, está puesta al servicio de cierto trabajo psíquico que él
pueda efectuar.

La disponibilidad libidinal en el acompañamiento, enmarca una presencia diferente. Los


acompañantes se ofrecen al lazo desde una disponibilidad libidinal que está orientada al
establecimiento de una situación de paridad, una presencia cercana, significativa, para
realizar actividades de lo más diversas, o sólo estar en silencio o descansando. Esto no
equivale a una mera presencia bien dispuesta a hacer lo que sea, sino que implica una lectura
clínica de cuál sería una situación de paridad para ese sujeto.

La situación de paridad

Ahora bien, la paridad que es necesario pensar no es una paridad general para todo sujeto.
En la clínica del at se trata de sostener con cada sujeto en singular un lazo de paridad.
Resulta interesante la lectura de la paridad entonces en términos de situación, ya que se hace
necesario poner el eje en el aspecto central del trabajo del acompañante: el lazo singular con
ese sujeto.

En suma: ante todo, se trata de leer en singular, para cada caso, la situación de paridad que
no está dada por la condición de par que tiene el at, sino por el modo en que propicia el lazo.
En este sentido, se trata de una paridad que no es correlativa ni está garantizada por la
condición de semejante del acompañante. Incluso, por el contrario, podemos decir que en
muchos casos de gravedad donde el sujeto no cuenta con la posibilidad de situar al otro en
condición de semejante, la dimensión del semejante puede advenir como efecto mismo de la
posición de paridad en que se ofrece el acompañante.
En la situación de acompañamiento con Yanina, su situación de extrema dependencia física,
la caída de las actividades que sostenían su cotidianeidad y el pronóstico de su enfermedad,
daban a la transferencia una coloración regresiva que parecía hacer imposible el
establecimiento de una situación de paridad. Si en mi intercambio le hubiera contado sobre
mis salidas, mis amistades, todo lo que ella estaba imposibilitada de hacer, es decir, si
hubiera supuesto linealmente que la paridad estaba garantizada por mi presencia en
términos amistosos de un semejante, no sólo hubiera sido una mostración angustiosa para
ella, sino además una dificultad en la construcción de un lazo que propusiera una situación
de paridad. En los últimos momentos, por cierto, la situación de paridad pudo sostenerse en
nuestra condición compartida de sujeto ante la muerte.

Durante un tiempo, Yanina no pudo dormir de noche, estaba en juego sin dudas esa entrega
al sueño que actualizaba el temor de su muerte demasiado cercana. Hablamos mucho de eso.
En un momento me dijo que necesitaba una imagen, algo que pudiera ayudarla a representar
ese momento, no tenía creencias que le dieran muchas herramientas para pensar la muerte y
en ese punto se encontraba como desorientada. “Todos creen en algo, mal o bien, yo ando
como bola sin manija”, me dijo un día. Se había analizado muchos años y había construido
una versión del psicoanálisis que la dejaba reconduciendo todo a la trama edípica o al
“Nombre del Padre”. Toda producción ideológica o religiosa le parecía un engaño. Largas
conversaciones problematizaron esa idea del psicoanálisis como cosmovisión, también a
partir de retomar los efectos propiciatorios que su propio análisis había tenido para ella.

Comenzamos a leer libros un tanto más metafísicos que ella tenía, conversamos sobre
tradiciones respecto de la vida y la muerte en otras culturas, en la nuestra. Le conté qué creía
yo, cómo pensaba la muerte, mis creencias. En ese momento, valían sólo para mí como
condición para sostenerme en esas conversaciones, de sostener mi presencia para ella. Me
permití compartírselas, porque no ingresaban en nuestro intercambio como la propuesta de
un saber certero del que quería convencerla, sino que hacían aparecer mi situación de
paridad con ella como sujeto ante la muerte. Resultó una situación inédita para ella, pues
mayoritariamente primaban en su entorno lazos en los que se veía expuesta a ser objeto de
lástima, de intervención o de cuidados. A sus amigas de otra época se les hacía muy difícil
sostener los intercambios o visitas, Yanina les contaba por mail el avance de su enfermedad
de un modo crudo y alarmante. Lo que fuera un mensaje desesperado a la espera de una
respuesta, retornaba en silencio o en una respuesta que Yanina leía como inadecuada; las
pocas visitas se iban muy angustiadas como para volver.

Mis creencias que compartí con ella no le fueron de utilidad para tomarlas para sí, no era ese
el objetivo, sino que hicieron de contrapunto para pensar, para hablar sobre algo que,
también incierto para mí, nos permitía, desde la diferencia, sostenernos en palabras. Para ese
entonces, el trabajo en mi propio análisis también era condición de posibilidad de mi
presencia con ella, y ocasión de múltiples trabajos subjetivos para mí.

De lo que leímos, ella tomó una imagen poética, no recordaba bien siquiera de qué libro. Sin
mucho contenido argumental, a ella le gustó la imagen del cuerpo como cáscara que se deja
caer para que la semilla sea posibilidad de una nueva flor. Al poco tiempo pudo volver a
dormir, su angustia oprimente fue volviéndose episódica. Además de leer, por momentos
seguimos mirando en Facebook música u ofertas, cosas sin importancia como excusa para
reír. El acompañamiento continuó hasta su muerte, con duelos paulatinos ante el avance de
su enfermedad, hasta nuestra despedida.

Acerca de la paridad y la identificación

¿Qué tipo de situación de paridad se establece en un AT? A tal fin, es necesario interrogar el
lugar de la identificación en el trabajo del acompañante. Comenzaré diciendo que acuerdo
con cuestionar el papel “pedagogizante” o “readaptativo” en que los desarrollos teóricos
tempranos sobre AT situaban a la figura del acompañante, así como con la premisa de que en
psicoanálisis la identificación no puede proponerse como una operatoria central en el
horizonte de la cura.

Aun así, no podemos descartar la pertinencia de una interrogación sobre la dimensión


identificatoria que posee la situación de paridad que propone el lazo del acompañante. ¿Es
posible plantear un lazo cuya dimensión identificatoria propicie una paridad no alienante?

Hay además un estado de cosas que no podemos desconocer, y es que en el lazo la diferencia
entre quién es el paciente y quién el acompañante no puede invisibilizarse en términos
renegatorios, o haciendo “como si” esa diferencia acompañante-acompañado no fuera
relevante. De hecho, el AT supone la inicial diferenciación entre quien recurre al AT o acepta
la estrategia clínica sugerida por su situación vulnerable o sufriente y quien, como
acompañante, se ofrece a sostener ese trabajo. Por lo tanto, la pregunta por cómo y desde
dónde sostener una situación de paridad es central.

¿En qué se apuntala una situación de paridad en el lazo entre dos sujetos cuya alteridad es
necesario considerar?

Freud desglosa un tipo de identificación que “puede nacer a raíz de cualquier comunidad que
llegue a percibirse en una persona que no es objeto de las pulsiones sexuales”. Este modo de
identificación se sostiene a partir de algún punto de analogía o aspecto común que se ha
percibido. En la particular identificación que Freud recorta aquí, no se trata de que alguien
opere como modelo para el otro ni de la conformación del yo por incorporación de rasgos del
otro, sino que la identificación se sostiene exclusivamente en el hallazgo de algún “punto de
coincidencia” situacional, circunstancial y contingente, que permite el establecimiento de un
lazo de paridad.

Si bien Freud denomina a esta modalidad de identificación “vía de la infección psíquica” en


el marco de sus desarrollos en torno al papel de la identificación en la formación de síntoma,
no plantea como regla general que este tipo de identificación devenga formación de síntoma,
sino que señaliza que en cierta modalidad de formación de síntoma este modo de la
identificación juega un papel central.

A partir de aquí, ¿es posible plantear la situación de paridad que se sostiene en el lazo del AT,
a través del establecimiento de ciertos puntos de identificación? En este caso, la
identificación ocuparía un lugar radicalmente diverso, tanto respecto de la concepción del
acompañante como modelo de identificación, como del acompañante que se ofrece como
ideal del cual tomar rasgos.

De hecho, al apelar al apuntalamiento de un lazo que propicie una situación de paridad en


puntos de identificación, planteamos claramente la importancia de sostener la dimensión de
alteridad del otro en el lazo, sosteniendo aun así una situación de paridad. Por este motivo,
sostener la paridad en puntos de identificación permite ofrecer una presencia cuya
especularidad no sea mortífera o alienante.

Ahora bien, leer esta dimensión identificatoria puesta en juego en el lazo de paridad, implica
estar advertidos de que serán puestos en juego también factores inconscientes en el
apuntalamiento de estos puntos de identificación. Es importante considerar que aquellos
factores inconscientes no serán material de interpretación, ni trabajará el acompañante en el
esclarecimiento de esta dimensión inconsciente. Cuando algún aspecto inconsciente que
abona el apuntalamiento de esos puntos en común toma demasiada relevancia a modo de
obstáculo en el lazo, el análisis personal del acompañante, así como el trabajo en equipo en
diálogo con el analista del caso o instancias de supervisión, brindarán las claves para el
trabajo sobre estos aspectos que, igualmente, no tendrán como horizonte que el
acompañante brinde una interpretación a su acompañado, sino que sea puesto en juego en su
trabajo clínico lo esclarecido en estas instancias de retrabajo.

Estar advertidos de que en estos puntos de apuntalamiento se ponen en juego aspectos


conscientes, pero también aspectos inconscientes, permite especificar que la situación de
paridad no se da como efecto lineal y voluntario de propuestas del acompañante centradas en
actividades o gustos compartidos, etc. Por ello, proponer para el trabajo del acompañante
una serie de pautas predeterminadas para propiciar el lazo es, en este marco, una propuesta
alejada de una lectura pertinente sobre los modos de sostenimiento del lazo entre at y
acompañado. Los elementos inconscientes que subyacen al apuntalamiento de la situación de
paridad, muchas veces se dan de modo espontáneo y permanecen como tal inaccesibles para
el acompañante. Suele definirse en términos generales en expresiones como “el caer bien”,
“resultarle simpático”, “tener onda”, etc. sin poder delimitar específicamente el aspecto o
rasgo que está en juego. En otras ocasiones, la lectura en situación de elementos conscientes
que propiciarían paridad es posible, y el acompañante hace uso de esto en sus intervenciones,
como gustos compartidos, actividades etc.

La interrogación sobre los modos de sostener un lazo en situación de paridad también atañe
a la psicosis. No podemos dar por resuelto el tema apelando a los desarrollos lacanianos que
proponen el lugar del semejante para el trabajo con la psicosis. Al menos podemos decir que
extrapolar la posición que se plantea para el analista a la figura del acompañante, sin pensar
en la especificidad de su clínica, puede ser una dificultad. Por otro lado, la función de
secretario del alienado está centrada en el modelo de la paranoia, lo cual hace necesario
revisar el valor de estos aportes para el trabajo con sujetos cuyo sufrimiento se ubica en el
campo de la psicosis pero no poseen desarrollos delirantes, o en cuadros muy
desorganizados, la esquizofrenia, etc.
Ahora bien, aún en aquellos casos en que la función de secretario del alienado fuera
pertinente para un trabajo con el delirio, no podemos afirmar que sea un lugar que propicie
una situación de paridad. El lugar de secretario del alienado, como lugar posible para el
analista, lo sitúa como destinatario de un decir donde el sujeto aparece en su condición de
testigo del inconsciente. La condición de destinatario en términos de semejante para el
analista, no es una situación de paridad; de hecho, la asimetría de lugares hace a la definición
misma de secretario. Sobre este punto, podemos pensar como diversa la posición del
acompañante y la del analista también en el trabajo con la psicosis, aunque en ambos el lugar
del semejante pueda ser el que propicie el lazo.

Plantear que el acompañante se ofrece en situación de paridad a partir de algún punto de


identificación para sostener el lazo, se hace incluso más evidente en la psicosis, pues esta
situación de paridad será la que podrá sostenerse en ese apuntalamiento frente a la irrupción
más o menos temporaria de la alteridad radical que se expresa en los fenómenos psicóticos.
Podríamos decir que, además, es este el modo en que muchos sujetos psicóticos logran
sostener de hecho lazos espontáneamente en su vida cotidiana.

Podríamos concluir que la especificidad diversa del trabajo clínico del acompañante con
pacientes en el campo de la neurosis y de la psicosis, estará dada por la modalidad en que el
at es tomado en la transferencia, no así respecto del modo en que el acompañante se ofrece,
ya que en nuestra experiencia podemos plantear que el at se ofrece siempre en situación de
paridad, sea en la neurosis o en la psicosis. Esto hace a la especificidad de la posición del at
en la clínica, posición que está definida por la tensión entre los diversos modos en que el at es
tomado en la transferencia y la forma en que se ofrece en el lazo con el acompañado, lo cual
supone la complejidad de lidiar con las transferencias desde una situación de paridad.

Finalmente, es interesante considerar que, en algún sentido, todas las situaciones de paridad,
en neurosis y psicosis, son aquellas que, a partir de localizar algún punto común con el otro,
permiten sostener un lazo que pueda persistir en paridad ante la alteridad radical a la que
nos enfrentamos los seres humanos, la muerte, la locura, la extranjería de nuestra vida
anímica inconsciente.

NOTAS VINCULADAS

Cámara, Cecilia Araceli (La Plata, Argentina), Consecuencias de trabajar con un


encuadre entendido como proceso.

Colovini, Marité (Rosario, Argentina), El AT implicado.


Dozza de Mendonça, Leonel (Madrid, España), Clínica del absurdo en
Acompañamiento Terapéutico / Encuadre abierto y clínica de lo cotidiano.
/ Manifiesto Antiasistencialista (1ª Parte).

Fiocchi, Antonela; Franchina, Fabrizio; Malanca, Alejandro; Méndez, Fiama; Racca,


Arian; Tamous, Ciro; (Rosario), Problemáticas en torno al acompañamiento
terapéutico: propuestas para una lectura crítica desde el psicoanálisis
(1era. parte) / (2da. parte).

Franco, Santiago (Buenos Aires, Argentina), El pudor en la compañía y la


vergüenza de no ser tan amigos (1ra. parte) / (2da. parte) / La hospitalidad
y lo «terapéutico» del acompañamiento.

Graiño, Carlos (Bahía Blanca, Argentina), Constitución subjetiva del


Acompañamiento Terapéutico. Escritura e Inscripción / Acompañamiento
Terapéutico: una clínica bajo transferencia.

Obando, Esteban (Bogotá, Colombia), Del nacimiento de un lugar:


Acompañamiento terapéutico.

Olivera, Cecilia; Oppedisano, Paula (Buenos Aires, Argentina), Ética y


Acompañamiento Terapéutico.

Parada Morales David (Bogotá, Colombia), El caso, algo común entre el


Psicoanálisis y el Acompañamiento Terapéutico / Demanda y estructura
en el Acompañamiento Terapéutico / Notas sobre el control en algunos
casos de Acompañamiento Terapéutico.

Pulice, Gabriel O. (Buenos Aires, Argentina), Acompañamiento Terapéutico,


transferencia y dirección de la cura (1ª parte) / (2ª parte) / (3ª parte).

Schmidt Muñoz, Mijal (DF, México), La identificación en el Acompañamiento


Terapéutico / Sobre los lugares del acompañante terapéutico.

Tomeo, Lisandro (Rosario, Argentina), La Suplencia revisada / Lo transicional,


la transferencia y las intervenciones por identificación.

DE COLECCIÓN...!!!

La PlazAT Nro. 1 La revista digital de los Acompañantes Terapéuticos Nº 1 / Julio de


2017
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2018.
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2018
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