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Reflexiones
sobre un desnivel en el fundamento
clínico del Acompañamiento
Terapéutico.
LA PLAZA AT · DOMINGO, 9 DE JULIO DE 2017 · TIEMPO DE LECTURA: 24 MINUTOS
La PlazAT
La revista digital de los Acompañantes Terapéuticos Nº 1 / Julio de 2017
(Rosario, Argentina)
El eje puesto en los aportes freudianos sobre el lugar de la realidad psíquica y la eficacia de
las producciones inconscientes en la etiología del sufrimiento subjetivo, los insumos
centrales de una terapéutica centrada en el trabajo con el lazo transferencial y los
miramientos éticos de la abstinencia como brújula en las intervenciones, hacen de la clínica
del AT una práctica psicoanalítica de pleno derecho. Ahora bien, como práctica que se
sostiene desde una posición específica que no es la del analista, pero cuya eficacia terapéutica
ha sido ya vastamente demostrada, nos insta a interrogarnos sobre su especificidad.
Considerar estos dos aspectos puestos en juego permite resituar algunas dificultades clínicas
del trabajo del AT. Es cierto, por ejemplo, que la presencia del at en términos de paridad
plantea la pregunta por fenómenos de especularidad o de tensión agresiva, pero no podemos
desconocer que esta presencia está enmarcada en un lazo de transferencia. En este sentido, la
aparición de estos fenómenos en el lazo, no pueden ser leídos como efectos inherentes a la
dificultad de un trabajo en paridad, sino que su emergencia en el trabajo clínico será objeto
de una lectura transferencial.
Ahora bien, que la posición del analista sea diversa a la del acompañante, no quiere decir que
sean inadecuados para el at los señalamientos sobre la transferencia y la abstinencia. Tanto
para el analista como para el acompañante, el trabajo clínico y sus dificultades se desplegarán
en el marco del lazo transferencial y sus intervenciones estarán orientadas por una posición
abstinente, sólo que el acompañante deberá lidiar con esto desde una situación de paridad, lo
que hace a la particularidad de su clínica y a sus dificultades.
Cuando la enfermedad avanzó reduciendo aún más su movilidad y perdió la vista, leíamos
novelas que iban instalando otra escena al interior de la habitación. Mi relato sobre lo que
acontecía en la televisión, sobre cómo estaban las cosas dispuestas en su habitación para que
decidiera qué hacer con ellas, sostenían la escena en su pequeño mundo. A la modalidad del
lazo al que me convocaba, se le fue superponiendo otra disposición transferencial de un tono
más regresivo. Estaba mucho más sensible respecto del encuadre, su situación de espera, si
yo llegaba tarde, reactivaba fuertemente su sensación de inermidad e impotencia, de estar a
merced del otro. La regularidad y la previsibilidad de los encuentros eran condición de alivio.
Con el avance de la enfermedad fuimos pasando luego a otra situación donde mi voz comenzó
a tener una presencia libidinal más fuerte. Pasaba ya mucho tiempo en cama, y cuando se
veía aquejada con dolores o cansada, me preguntaba cosas que escuchaba luego a medias; lo
importante era sólo el relato, ese ronroneo de una voz conocida. O me pedía que le leyera y
por momentos dormía, por momentos escuchaba, nos reíamos ante mi indignación si
roncaba durante mi lectura.
A lo largo del trabajo en momentos diversos de un sujeto o por las particularidades de cada
caso, se plantean modalidades diversas en que el acompañante es tomado en el lazo por el
sujeto. Lo que se reedita transferencialmente sitúa un más allá de su presencia como par en
el lazo y exige una lectura clínica a partir de la cual pensar sus intervenciones y la regulación
del encuadre. Y sin embargo, ante esta variabilidad, el acompañante se ofrece siempre en
situación de paridad y se presenta en su trabajo clínico el tener que lidiar con la transferencia
desde esta situación de paridad.
Le propuse este cambio a Martín y lo llevamos adelante. Luego, una serie de movimientos me
hizo repensar la decisión. En primer lugar, mi presencia más frecuente había desarmado las
alternancias en las que me nombraba en ausencia y parecía añorarme. Lo que cambió,
además, es su disposición de espera al encuentro conmigo: en algunas ocasiones, al llegar yo
a su casa, Martín dormía. Sin dudas, mi presencia como analista tenía más valor en mi
alternancia y en el trabajo que propiciaba mi ausencia, que en disponer de más tiempo para
estar en presencia con Martín. Por otro lado, el segundo encuentro semanal siempre era más
corto, Martín me decía de un tirón las dos o tres cosas que suponía debía contarme y se
despide de mí.
Pero otro aspecto de la situación me interroga, y es que sin duda mi presencia interpelaba a
Martín de un modo diverso que la presencia de los acompañantes. No estaba referido
estrictamente al encuadre, pues en sentido descriptivo era el mismo que el del
acompañamiento: iba a su casa, tomábamos mate, si me preguntaba sobre algún aspecto
personal de mi vida le respondía de modo pertinente, nunca pensé la abstinencia con Martín
como resguardada bajo la neutralidad o algún tipo de trato “diferencial” por ser la analista;
de hecho, nuestro trabajo fue posible a partir de una gran flexibilidad del encuadre. Pero es
cierto que mis visitas estaban enmarcadas por mi trabajo como analista, por lo que mi
presencia lo interpela de modo diverso en el lazo que le propongo ¿Se debe esto a que mi
encuentro interpela a Martín en su posición de sujeto? Pienso luego que esto también está en
juego en el lazo con los acompañantes.
Reflexionando, se hace evidente que lo que sostiene la presencia de los acompañantes es una
disponibilidad libidinal diversa a la mía como analista. Esta diversidad no está en relación a
la “cantidad” de disponibilidad, poca o mucha, pues el analista necesita contar con una gran
disponibilidad para el sostenimiento de su función en situaciones complejas, y por otro lado
hay acompañamientos que no interpelan al acompañante en gran medida respecto a su
disponibilidad. La situación de Martín hace visible que esta diferencia responde a otra
cuestión: al servicio de qué está puesta esta disponibilidad.
La disponibilidad libidinal como analista enmarca una presencia más bien receptiva, en
cierto modo expectante. Nuestro encuentro estaba enmarcado por ciertas coordenadas
supuestas: la presencia de una psicóloga con la que se supone hay que hablar y contarle los
problemas. En definitiva, la disponibilidad libidinal como analista, por más flexible que sea el
encuadre que enmarca la situación, está puesta al servicio de cierto trabajo psíquico que él
pueda efectuar.
La situación de paridad
Ahora bien, la paridad que es necesario pensar no es una paridad general para todo sujeto.
En la clínica del at se trata de sostener con cada sujeto en singular un lazo de paridad.
Resulta interesante la lectura de la paridad entonces en términos de situación, ya que se hace
necesario poner el eje en el aspecto central del trabajo del acompañante: el lazo singular con
ese sujeto.
En suma: ante todo, se trata de leer en singular, para cada caso, la situación de paridad que
no está dada por la condición de par que tiene el at, sino por el modo en que propicia el lazo.
En este sentido, se trata de una paridad que no es correlativa ni está garantizada por la
condición de semejante del acompañante. Incluso, por el contrario, podemos decir que en
muchos casos de gravedad donde el sujeto no cuenta con la posibilidad de situar al otro en
condición de semejante, la dimensión del semejante puede advenir como efecto mismo de la
posición de paridad en que se ofrece el acompañante.
En la situación de acompañamiento con Yanina, su situación de extrema dependencia física,
la caída de las actividades que sostenían su cotidianeidad y el pronóstico de su enfermedad,
daban a la transferencia una coloración regresiva que parecía hacer imposible el
establecimiento de una situación de paridad. Si en mi intercambio le hubiera contado sobre
mis salidas, mis amistades, todo lo que ella estaba imposibilitada de hacer, es decir, si
hubiera supuesto linealmente que la paridad estaba garantizada por mi presencia en
términos amistosos de un semejante, no sólo hubiera sido una mostración angustiosa para
ella, sino además una dificultad en la construcción de un lazo que propusiera una situación
de paridad. En los últimos momentos, por cierto, la situación de paridad pudo sostenerse en
nuestra condición compartida de sujeto ante la muerte.
Durante un tiempo, Yanina no pudo dormir de noche, estaba en juego sin dudas esa entrega
al sueño que actualizaba el temor de su muerte demasiado cercana. Hablamos mucho de eso.
En un momento me dijo que necesitaba una imagen, algo que pudiera ayudarla a representar
ese momento, no tenía creencias que le dieran muchas herramientas para pensar la muerte y
en ese punto se encontraba como desorientada. “Todos creen en algo, mal o bien, yo ando
como bola sin manija”, me dijo un día. Se había analizado muchos años y había construido
una versión del psicoanálisis que la dejaba reconduciendo todo a la trama edípica o al
“Nombre del Padre”. Toda producción ideológica o religiosa le parecía un engaño. Largas
conversaciones problematizaron esa idea del psicoanálisis como cosmovisión, también a
partir de retomar los efectos propiciatorios que su propio análisis había tenido para ella.
Comenzamos a leer libros un tanto más metafísicos que ella tenía, conversamos sobre
tradiciones respecto de la vida y la muerte en otras culturas, en la nuestra. Le conté qué creía
yo, cómo pensaba la muerte, mis creencias. En ese momento, valían sólo para mí como
condición para sostenerme en esas conversaciones, de sostener mi presencia para ella. Me
permití compartírselas, porque no ingresaban en nuestro intercambio como la propuesta de
un saber certero del que quería convencerla, sino que hacían aparecer mi situación de
paridad con ella como sujeto ante la muerte. Resultó una situación inédita para ella, pues
mayoritariamente primaban en su entorno lazos en los que se veía expuesta a ser objeto de
lástima, de intervención o de cuidados. A sus amigas de otra época se les hacía muy difícil
sostener los intercambios o visitas, Yanina les contaba por mail el avance de su enfermedad
de un modo crudo y alarmante. Lo que fuera un mensaje desesperado a la espera de una
respuesta, retornaba en silencio o en una respuesta que Yanina leía como inadecuada; las
pocas visitas se iban muy angustiadas como para volver.
Mis creencias que compartí con ella no le fueron de utilidad para tomarlas para sí, no era ese
el objetivo, sino que hicieron de contrapunto para pensar, para hablar sobre algo que,
también incierto para mí, nos permitía, desde la diferencia, sostenernos en palabras. Para ese
entonces, el trabajo en mi propio análisis también era condición de posibilidad de mi
presencia con ella, y ocasión de múltiples trabajos subjetivos para mí.
De lo que leímos, ella tomó una imagen poética, no recordaba bien siquiera de qué libro. Sin
mucho contenido argumental, a ella le gustó la imagen del cuerpo como cáscara que se deja
caer para que la semilla sea posibilidad de una nueva flor. Al poco tiempo pudo volver a
dormir, su angustia oprimente fue volviéndose episódica. Además de leer, por momentos
seguimos mirando en Facebook música u ofertas, cosas sin importancia como excusa para
reír. El acompañamiento continuó hasta su muerte, con duelos paulatinos ante el avance de
su enfermedad, hasta nuestra despedida.
¿Qué tipo de situación de paridad se establece en un AT? A tal fin, es necesario interrogar el
lugar de la identificación en el trabajo del acompañante. Comenzaré diciendo que acuerdo
con cuestionar el papel “pedagogizante” o “readaptativo” en que los desarrollos teóricos
tempranos sobre AT situaban a la figura del acompañante, así como con la premisa de que en
psicoanálisis la identificación no puede proponerse como una operatoria central en el
horizonte de la cura.
Hay además un estado de cosas que no podemos desconocer, y es que en el lazo la diferencia
entre quién es el paciente y quién el acompañante no puede invisibilizarse en términos
renegatorios, o haciendo “como si” esa diferencia acompañante-acompañado no fuera
relevante. De hecho, el AT supone la inicial diferenciación entre quien recurre al AT o acepta
la estrategia clínica sugerida por su situación vulnerable o sufriente y quien, como
acompañante, se ofrece a sostener ese trabajo. Por lo tanto, la pregunta por cómo y desde
dónde sostener una situación de paridad es central.
¿En qué se apuntala una situación de paridad en el lazo entre dos sujetos cuya alteridad es
necesario considerar?
Freud desglosa un tipo de identificación que “puede nacer a raíz de cualquier comunidad que
llegue a percibirse en una persona que no es objeto de las pulsiones sexuales”. Este modo de
identificación se sostiene a partir de algún punto de analogía o aspecto común que se ha
percibido. En la particular identificación que Freud recorta aquí, no se trata de que alguien
opere como modelo para el otro ni de la conformación del yo por incorporación de rasgos del
otro, sino que la identificación se sostiene exclusivamente en el hallazgo de algún “punto de
coincidencia” situacional, circunstancial y contingente, que permite el establecimiento de un
lazo de paridad.
A partir de aquí, ¿es posible plantear la situación de paridad que se sostiene en el lazo del AT,
a través del establecimiento de ciertos puntos de identificación? En este caso, la
identificación ocuparía un lugar radicalmente diverso, tanto respecto de la concepción del
acompañante como modelo de identificación, como del acompañante que se ofrece como
ideal del cual tomar rasgos.
Ahora bien, leer esta dimensión identificatoria puesta en juego en el lazo de paridad, implica
estar advertidos de que serán puestos en juego también factores inconscientes en el
apuntalamiento de estos puntos de identificación. Es importante considerar que aquellos
factores inconscientes no serán material de interpretación, ni trabajará el acompañante en el
esclarecimiento de esta dimensión inconsciente. Cuando algún aspecto inconsciente que
abona el apuntalamiento de esos puntos en común toma demasiada relevancia a modo de
obstáculo en el lazo, el análisis personal del acompañante, así como el trabajo en equipo en
diálogo con el analista del caso o instancias de supervisión, brindarán las claves para el
trabajo sobre estos aspectos que, igualmente, no tendrán como horizonte que el
acompañante brinde una interpretación a su acompañado, sino que sea puesto en juego en su
trabajo clínico lo esclarecido en estas instancias de retrabajo.
La interrogación sobre los modos de sostener un lazo en situación de paridad también atañe
a la psicosis. No podemos dar por resuelto el tema apelando a los desarrollos lacanianos que
proponen el lugar del semejante para el trabajo con la psicosis. Al menos podemos decir que
extrapolar la posición que se plantea para el analista a la figura del acompañante, sin pensar
en la especificidad de su clínica, puede ser una dificultad. Por otro lado, la función de
secretario del alienado está centrada en el modelo de la paranoia, lo cual hace necesario
revisar el valor de estos aportes para el trabajo con sujetos cuyo sufrimiento se ubica en el
campo de la psicosis pero no poseen desarrollos delirantes, o en cuadros muy
desorganizados, la esquizofrenia, etc.
Ahora bien, aún en aquellos casos en que la función de secretario del alienado fuera
pertinente para un trabajo con el delirio, no podemos afirmar que sea un lugar que propicie
una situación de paridad. El lugar de secretario del alienado, como lugar posible para el
analista, lo sitúa como destinatario de un decir donde el sujeto aparece en su condición de
testigo del inconsciente. La condición de destinatario en términos de semejante para el
analista, no es una situación de paridad; de hecho, la asimetría de lugares hace a la definición
misma de secretario. Sobre este punto, podemos pensar como diversa la posición del
acompañante y la del analista también en el trabajo con la psicosis, aunque en ambos el lugar
del semejante pueda ser el que propicie el lazo.
Podríamos concluir que la especificidad diversa del trabajo clínico del acompañante con
pacientes en el campo de la neurosis y de la psicosis, estará dada por la modalidad en que el
at es tomado en la transferencia, no así respecto del modo en que el acompañante se ofrece,
ya que en nuestra experiencia podemos plantear que el at se ofrece siempre en situación de
paridad, sea en la neurosis o en la psicosis. Esto hace a la especificidad de la posición del at
en la clínica, posición que está definida por la tensión entre los diversos modos en que el at es
tomado en la transferencia y la forma en que se ofrece en el lazo con el acompañado, lo cual
supone la complejidad de lidiar con las transferencias desde una situación de paridad.
Finalmente, es interesante considerar que, en algún sentido, todas las situaciones de paridad,
en neurosis y psicosis, son aquellas que, a partir de localizar algún punto común con el otro,
permiten sostener un lazo que pueda persistir en paridad ante la alteridad radical a la que
nos enfrentamos los seres humanos, la muerte, la locura, la extranjería de nuestra vida
anímica inconsciente.
NOTAS VINCULADAS
DE COLECCIÓN...!!!