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GONZALEZ
https://www.youtube.com/watch?
v=Me5nsG6zlF4&ab_channel=MiSalaAmarilla
LOS MISERABLES
Victor Hugo
(fragmento 1)
Este fragmento nos cuenta cómo por el robo de un pan Jen Valjean se vuelve un
presidiario.
Jean Valjean tenía el carácter pensativo, sin ser triste, lo cual es propio de las
naturalezas afectuosas. En resumidas cuentas, era una cosa algo adormecida y
bastante insignificante, en apariencia al menos, este Jean Valjean. De muy corta
edad, había perdido a su padre y a su madre. Esta había muerto de una fiebre láctea
mal cuidada. Su padre, podador como él, se había matado al caer de un árbol. Ajean
Valjean le había quedado solamente una hermana mayor que él, viuda, con siete
hijos, entre varones y hembras. Esta hermana había criado a Jean Valjean y,
mientras vivió su marido, alojó y alimentó a su hermano. El marido murió. El mayor
de sus hijos tenía ocho años y el menor uno. Jean Valjean acababa de cumplir
veinticinco años. Reemplazó al padre y sostuvo, a su vez, a la hermana que le había
criado. Hizo aquello sencillamente, como un deber, y aun con cierta rudeza de su
parte. Su juventud se gastaba, pues, en un trabajo duro y mal pagado. Nunca le
habían conocido «novia» en la comarca. No había tenido tiempo para enamorarse.
Por la noche, regresaba cansado y tomaba su sopa sin decir una palabra. Su
hermana, mientras él comía, le tomaba con frecuencia de su escudilla lo mejor de la
comida, el pedazo de carne, la lonja de tocino, el cogollo de la col, para darlo a
alguno de sus hijos; él, sin dejar de comer, inclinado sobre la mesa, con la cabeza
casi metida en la sopa y sus largos cabellos cayendo alrededor de la escudilla, ocul-
tando sus ojos, parecía no ver nada y dejábala hacer. Había en Faverolles, no lejos
de la cabaña de los Valjean, al otro lado de la callejuela, una lechera llamada Marie-
Claude; los niños Valjean, casi siempre hambrientos, iban muchas veces a pedir
prestado a Marie- Claude, en nombre de su madre, una pinta de leche que bebían de-
trás de una enramada, o en cualquier rincón de un portal, arrancándose unos a otros
el vaso con tanto apresuramiento que las niñas pequeñas lo derramaban sobre su
delantal y su cuello. Si la madre hubiera sabido este hurtillo, habría corregido
severamente a los delincuentes. Jean Valjean, brusco y gruñón, pagaba, sin que
Jeanne lo supiera, la pinta de leche a Marie-Claude, y los niños no eran castigados.
Llegó a tiempo para ver un brazo pasar a través del agujero hecho de un puñetazo en
uno de los vidrios. El brazo cogió un pan y se retiró. Isabeau salió apresuradamente;
el ladrón huyó a todo correr; Isabeau corrió tras él y le detuvo. El ladrón había
soltado el pan, pero tenía aún el brazo ensangrentado. Era Jean Valjean.
Esto pasó en 1795- Jean Valjean fue llevado ante los tribunales acusado de «robo
con fractura, de noche y en una casa habitada». Tenía un fusil y era un excelente
tirador, un poco aficionado a la caza furtiva; esto le perjudicó. Existe un prejuicio
legítimo contra los cazadores furtivos. El cazador furtivo, lo mismo que el
contrabandista, anda muy cerca del salteador. Sin embargo, digámoslo de paso, hay
un abismo entre ambos y el miserable asesino de las ciudades. El cazador furtivo
vive en el bosque; el contrabandista vive en las montañas o cerca del mar. Las
ciudades hacen hombres feroces, porque hacen hombres corrompidos. La
montaña, el mar, el bosque hacen hombres salvajes. Desarrollan el lado feroz, pero a
menudo lo hacen sin destruir el lado humano.
Jean Valjean fue declarado culpable. Los términos del código eran formales. En
nuestra civilización hay momentos terribles; son aquellos en que la ley pronuncia
una condena. ¡Instante fúnebre aquel en que la sociedad se aleja y consuma el
irreparable abandono de un ser pensante! Jean Valjean fue condenado a cinco años
de galeras.
Partió para Tolón. Llegó allí después de un viaje de veintisiete días en una carreta,
con la cadena al cuello. En Tolón fue revestido de la casaca roja. Todo se borró de lo
que había sido su vida, incluso su nombre; ya no fue más Jean Valjean; fue el
número 24.601. ¿Qué fue de su hermana? ¿Qué fue de los siete niños? ¿Quién se
ocupó de ellos? ¿Qué es del puñado de hojas del joven árbol serrado por su pie?
Hacia el final de este cuarto año, le llegó su turno para la evasión. Sus compañeros
le ayudaron, como suele hacerse en aquella triste mansión. Se evadió. Erró durante
dos días en libertad por el campo; si es ser libre estar perseguido; volver la cabeza a
cada instante; estremecerse al menor ruido; tener miedo de todo, del techo que
humea, del hombre que pasa, del perro que ladra, del caballo que galopa, de la hora
que suena, del día porque se ve, de la noche porque no se ve, del camino, del
sendero, de los árboles, del sueño. En la noche del segundo día fue apresado. No
había comido ni dormido desde hacía treinta y seis horas. El tribunal marítimo le
condenó, por aquel delito, a un recargo de tres años, con lo cual eran ocho los de
pena. Al sexto año, le llegó de nuevo el turno de evadirse; aprovechóse de él, pero
no pudo consumar su huida. Había faltado a la lista. Disparóse el cañonazo y, por la
noche, la ronda le encontró escondido bajo la quilla de un barco en construcción;
ofreció resistencia a los guardias que le prendieron: evasión y rebelión. Este hecho,
previsto por el código especial, fue castigado con un recargo de cinco años, de los
cuales dos bajo doble cadena. Trece años. Al décimo, le llegó otra vez su turno y lo
aprovechó, pero no salió mejor librado. Tres años más, por aquella nueva tentativa.
Dieciséis años. Finalmente, en el año decimotercero, según creo, intentó de nuevo su
evasión y fue cogido cuatro horas más tarde. Tres años más, por estas cuatro horas.
Diecinueve años. En octubre de 1815, fue liberado; había entrado en presidio en
1796, por haber roto un vidrio y haber robado un pan.
desastre de una vida. Claude Gueux había robado un pan; Jean Valjean había robado
un pan. Una estadística inglesa demuestra que, en Londres, de cada cinco robos,
cuatro tienen por causa inmediata el hambre.
Jean Valjean había entrado en el presidio sollozando y temblando; salió de él
impasible. Había entrado desesperado, salió de él sombrío.
LOS MISERABLES
Victor Hugo
(fragmento 2)
- Sí -contestó el obispo.
- Aquí está.
- ¡Ay, Jesús! -dijo la señora Magloire-. No lo digo por mí ni por la señorita, porque a
nosotras nos da lo mismo; lo digo por Vuestra Grandeza. ¿Con qué vais a comer
ahora, monseñor?
- Entonces de hierro.
- Monseñor... -dijo.
Al oír esta palabra Jean Valjean, que estaba silencioso y parecía abatido, levantó
estupefacto la cabeza.
Jean Valjean abrió los ojos y miró al venerable obispo con una expresión que no
podría pintar ninguna lengua humana.
- Monseñor -dijo el cabo-. ¿Es verdad entonces lo que decía este hombre? Lo
encontramos como si fuera huyendo, y lo hemos detenido. Tenía esos cubiertos...
- ¿Es verdad que me dejáis? -dijo con voz casi inarticulada, y como si hablase en
sueños.
Y fue a la chimenea, cogió los dos candelabros de plata, y se los dio. Las dos
mujeres lo miraban sin hablar una palabra, sin hacer un gesto, sin dirigir una mirada
que pudiese distraer al obispo.
Jean Valjean, temblando de pies a cabeza, tomó los candelabros con aire distraído.
Jean Valjean, que no recordaba haber prometido nada, lo miró alelado. El obispo
continuó con solemnidad:
- Jean Valjean, hermano mío, vos no pertenecéis al mal, sino al bien. Yo compro
vuestra alma; yo la libro de las negras ideas y del espíritu de perdición, y la consagro
a Dios.
1. ¿Qué opinas de la vida que le tocó vivir a Jean Valjean? Explica tu respuesta.
1. ¿Quiénes traían a Jean Valjean? ¿Ante quién pensaba Jean Valjean que
estaba? ¿Por qué lo llevaron ante al obispo?
4. ¿Por qué crees que el obispo actuó de esta manera? ¿Te pareció un hombre
justo? ¿Por qué?
La esposa, con un velo blanco, algunos granos de arroz aún esparcidos entre los pliegues,
acabó también ella en el cuartelillo de la policía, con el rostro pálido, sin lágrimas, la
mirada cargada de odio ante el funcionario que, detrás de su escritorio, le explicaba:
-Es inútil que digan que no es verdad, por el amor de Dios, que no les guste es natural, pero
la verdad es la verdad, y ustedes tienen que conocerla… Él salió esta mañana de su casa a
las nueve, para casarse con usted. Estaba todo calculado, premeditado con exactitud. Sale
de casa con el coche, repito, para ir a la iglesia donde se iba a celebrar la boda. Pero apenas
ha subido al coche aparece una antigua amiga, y él sabía que aparecería. “Déjame subir – le
dice la antigua amiga -, tú no vas a casarte con ésa, tú te vienes conmigo”. Es una exaltada,
una loca, él lo sabe, desde hace dos años que ella lo atormenta, él no aguanta más, la deja
subir y la mata repentinamente y luego, antes de venir a casarse con usted, pasea por el
parque, arroja el cadáver detrás de un cesto y va corriendo a la iglesia para representar el
papel de marido que espera a la esposa…
Usted llega, se celebra la ceremonia, y se van a la fiesta y él está tranquilísimo, porque tiene
una coartada a prueba de bomba, se lo digo yo. Aunque lo detengamos y le preguntemos:
¿Dónde estaba la mañana del 29 de abril?, él responderá Estaba casándome. ¿Cómo puede
una persona que va a casarse, matar al mismo tiempo a una mujer? Pero él no podía
imaginarse que el coche perdiera aceite precisamente esa mañana. Cerca de la mujer
estrangulada había un charquito de aceite, seguimos las gotas de aceite como en los cuentos
y llegamos hasta la iglesia…, desde la iglesia llegamos hasta el hotel, donde continúa aún la
fiesta, preguntamos de quién es el coche y el coche es del marido, y el marido ha
confesado, señora, lo siento muchísimo, pero la verdad es la verdad…
Bajo su velo blanco, ella, sin embargo, siguió mirándolo con odio.
Actividades
1. Lo que acabas de leer es un cuento policial ¿Por qué?
2. ¿Cómo lo clasificarías? Explica.
3. ¿Cuál fue el motivo por el que el marido mata a la otra mujer?
4. La coartada del asesino ¿realmente es a prueba de bomba? Explica con tus palabras.
5. ¿Por qué la policía lo detuvo tan rápido? Explica brevemente.
6. ¿Por qué la mujer mira con odio al funcionario que le explicaba todo?
7. Elabora un esquema actancial para el marido de la mujer.
EL PRINCIPITO
(fragmento)
Antoine de Saint-Exupéry
El séptimo planeta fue, pues, la Tierra. [...] Pero sucedió que el Principito, habiendo
caminado largo tiempo a través de arenas, de rocas y de nieves, descubrió al fin una
ruta. Y todas las rutas van hacia la morada de los hombres.
Y se sintió muy desdichado. Su flor le había dicho que ella era la única de su especie
en todo el universo. Y he aquí que había cinco mil, todas semejantes, en un solo
jardín. [...]
Luego, se dijo aún: "Me creía rico con una flor única y no poseo más que una rosa
ordinaria. La rosa y mis tres volcanes que me llegan a la rodilla, uno de los cuales
quizá está apagado para siempre. Realmente no soy un gran príncipe...". Y, tendido
sobre la hierba, lloró.
Entonces apareció el zorro:
—Los hombres -dijo el zorro— tienen fusiles y cazan. Es muy molesto. También
crían gallinas. Es su único interés. ¿Buscas gallinas?
-Es una cosa demasiado olvidada -dijo el zorro. Significa "crear lazos".
-¿Crear lazos?
-Sí -dijo el zorro-. Para mí no eres todavía más que un muchachito semejante a cien
mil muchachos. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más
que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos
necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el
mundo...
-Empiezo a comprender -dijo el Principito-. Hay una flor... creo que ella me ha
domesticado.
-Hay que ser paciente -respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de
mí, así, en la hierba. Te miraré de reojo y no dirás nada. La palabra es fuente de
malentendidos. Pero, cada día, podrás sentarte un poco más cerca...
-Hubiese sido mejor venir a la misma hora -dijo el zorro-. Si vienes por ejemplo a
las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuando más avance la
hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto; ¡descubriré el
precio de la felicidad! Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora
preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.
-Es también algo demasiado olvidado -dijo el zorro—. Es lo que hace que un día sea
diferente de los otros días; una hora, de las otras horas.
-Ve y mira nuevamente las rosas. Comprenderás que la tuya es única en el mundo.
Volverás para decirme adiós y te regalaré un secreto.
-No sois en absoluto parecidas a mi rosa; no sois nada aún -les dijo-. Nadie os ha
domesticado y no habéis domesticado a nadie. Sois como mi zorro. No era más que
un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo lo hice mi amigo y ahora es único en el
mundo.
-Sois bellas, pero estáis vacías -les dijo todavía-. No se puede morir por vosotras.
Sin duda que un transeúnte común creerá que mi rosa se os parece. Pero ella sola es
más importante que todas vosotras, puesto que es ella la rosa a quien he regado.
Puesto que ella es mi rosa.
-Adiós -dijo.
-Adiós -dijo el zorro—. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con
el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
-El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea importante.
-El tiempo que perdí por mi rosa... -dijo el Principito, a fin de acordarse.
—Los hombres han olvidado esta verdad —dijo el zorro. Pero tú no debes olvidarla.
Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu
rosa.
1. ¿De qué tema trata este fragmento? Explica con tus propias palabras.
d. El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante.
3. ¿Qué crees que nos quiere enseñar el autor al ofrecernos esta historia? Explica tu
respuesta.
ACTIVIDAD CREATIVA:
1.Crea un cuento cuyo personaje principal sea un animal salvaje. No olvides ser
creativo y original.
La gallina degollada
Horacio Quiroga
Todo el día, sentados en el patio, en un banco estaban los cuatro hijos idiotas del
matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenían la lengua entre los labios, los ojos estúpidos, y
volvían la cabeza con la boca abierta.
El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco de ladrillos. El banco quedaba
paralelo a él, a cinco metros, y allí se mantenían inmóviles, fijos los ojos en los
ladrillos. Como el sol se ocultaba tras el cerco, al declinar los idiotas tenían fiesta.
La luz enceguecedora llamaba su atención al principio, poco a poco sus ojos se
animaban; se reían al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad
ansiosa, mirando el sol con alegría bestial, como si fuera comida.
El mayor tenía doce años y el menor, ocho. En todo su aspecto sucio y desvalido se
notaba la falta absoluta de un poco de cuidado maternal.
Esos cuatro idiotas, sin embargo, habían sido un día el encanto de sus padres. A los
tres meses de casados, Mazzini y Berta orientaron su estrecho amor de marido y
mujer, y mujer y marido, hacia un porvenir mucho más vital: un hijo. ¿Qué mayor
dicha para dos enamorados que esa honrada consagración de su cariño, libertado ya
del vil egoísmo de un mutuo amor sin fin ninguno y, lo que es peor para el amor
mismo, sin esperanzas posibles de renovación?
Así lo sintieron Mazzini y Berta, y cuando el hijo llegó, a los catorce meses de
matrimonio, creyeron cumplida su felicidad. La criatura creció bella y radiante,
hasta que tuvo año y medio. Pero en el vigésimo mes sacudiéronlo una noche
convulsiones terribles, y a la mañana siguiente no conocía más a sus padres. El
médico lo examinó con esa atención profesional que está visiblemente buscando las
causas del mal en las enfermedades de los padres.
—A usted se le puede decir: creo que es un caso perdido. Podrá mejorar, educarse
en todo lo que le permita su idiotismo, pero no más allá.
—¡Sí!… ¡Sí! —asentía Mazzini—. Pero dígame: ¿Usted cree que es herencia,
que…?
Esta vez los padres cayeron en honda desesperación. ¡Luego su sangre, su amor
estaban malditos! ¡Su amor, sobre todo! Veintiocho años él, veintidós ella, y toda su
apasionada ternura no alcanzaba a crear un átomo de vida normal. Ya no pedían más
belleza e inteligencia como en el primogénito; ¡pero un hijo, un hijo como todos!
Del nuevo desastre brotaron nuevas llamaradas del dolorido amor, un loco anhelo de
redimir de una vez para siempre la santidad de su ternura. Sobrevinieron mellizos, y
punto por punto repitióse el proceso de los dos mayores.
Mas por encima de su inmensa amargura quedaba a Mazzini y Berta gran compasión
por sus cuatro hijos. Hubo que arrancar del limbo de la más honda animalidad, no ya
sus almas, sino el instinto mismo, abolido. No sabían deglutir, cambiar de sitio, ni
aun sentarse. Aprendieron al fin a caminar, pero chocaban contra todo, por no darse
cuenta de los obstáculos. Cuando los lavaban mugían hasta inyectarse de sangre el
rostro. Animábanse sólo al comer, o cuando veían colores brillantes u oían truenos.
Se reían entonces, echando afuera lengua y ríos de baba, radiantes de frenesí bestial.
Tenían, en cambio, cierta facultad imitativa; pero no se pudo obtener nada más.
Con los mellizos pareció haber concluido la aterradora descendencia. Pero pasados
tres años desearon de nuevo ardientemente otro hijo, confiando en que el largo
tiempo transcurrido hubiera aplacado a la fatalidad.
—Me parece —díjole una noche Mazzini, que acababa de entrar y se lavaba las
manos—que podrías tener más limpios a los muchachos.
—Es la primera vez —repuso al rato— que te veo inquietarte por el estado de tus
hijos.
—Bueno, de nuestros hijos. ¿Te gusta así? —alzó ella los ojos.
—¡Que si alguien tiene la culpa, no soy yo, entiéndelo bien! Eso es lo que te quería
decir.
—¡Berta!
—¡Como quieras!
Nació así una niña. Vivieron dos años con la angustia a flor de alma, esperando
siempre otro desastre. Nada acaeció, sin embargo, y los padres pusieron en ella toda
su complaciencia, que la pequeña llevaba a los más extremos límites del mimo y la
mala crianza.
Si aún en los últimos tiempos Berta cuidaba siempre de sus hijos, al nacer Bertita
olvidóse casi del todo de los otros. Su solo recuerdo la horrorizaba, como algo atroz
que la hubieran obligado a cometer. A Mazzini, bien que en menor grado, pasábale
lo mismo. No por eso la paz había llegado a sus almas. La menor indisposición de su
hija echaba ahora afuera, con el terror de perderla, los rencores de su descendencia
podrida. Habían acumulado hiel sobrado tiempo para que el vaso no quedara
distendido, y al menor contacto el veneno se vertía afuera. Desde el primer disgusto
emponzoñado habíanse perdido el respeto; y si hay algo a que el hombre se siente
arrastrado con cruel fruición es, cuando ya se comenzó, a humillar del todo a una
persona. Antes se contenían por la mutua falta de éxito; ahora que éste había
llegado, cada cual, atribuyéndolo a sí mismo, sentía mayor la infamia de los cuatro
engendros que el otro habíale forzado a crear.
Con estos sentimientos, no hubo ya para los cuatro hijos mayores afecto posible. La
sirvienta los vestía, les daba de comer, los acostaba, con visible brutalidad. No los
lavaban casi nunca. Pasaban todo el día sentados frente al cerco, abandonados de
toda remota caricia. De este modo Bertita cumplió cuatro años, y esa noche,
resultado de las golosinas que era a los padres absolutamente imposible negarle, la
criatura tuvo algún escalofrío y fiebre. Y el temor a verla morir o quedar idiota,
tornó a reabrir la eterna llaga.
Hacía tres horas que no hablaban, y el motivo fue, como casi siempre, los fuertes
pasos de Mazzini.
—¡Nada!
—¡Sí, te oí algo! Mira: ¡no sé lo que dijiste; pero te juro que prefiero cualquier cosa
a tener un padre como el que has tenido tú!
—¡Al fin! —murmuró con los dientes apretados—. ¡Al fin, víbora, has dicho lo que
querías!
—¡Sí, víbora, sí! Pero yo he tenido padres sanos, ¿oyes?, ¡sanos! ¡Mi padre no ha
muerto de delirio! ¡Yo hubiera tenido hijos como los de todo el mundo! ¡Esos son
hijos tuyos, los cuatro tuyos!
Continuaron cada vez con mayor violencia, hasta que un gemido de Bertita selló
instantáneamente sus bocas. A la una de la mañana la ligera indigestión había
desaparecido, y como pasa fatalmente con todos los matrimonios jóvenes que se han
amado intensamente una vez siquiera, la reconciliación llegó, tanto más efusiva
cuanto infames fueran los agravios.
A las diez decidieron salir, después de almorzar. Como apenas tenían tiempo,
ordenaron a la sirvienta que matara una gallina.
El día radiante había arrancado a los idiotas de su banco. De modo que mientras la
sirvienta degollaba en la cocina al animal, desangrándolo con parsimonia (Berta
había aprendido de su madre este buen modo de conservar la frescura de la carne),
creyó sentir algo como respiración tras ella. Volvióse, y vio a los cuatro idiotas, con
los hombros pegados uno a otro, mirando estupefactos la operación… Rojo… rojo…
Berta llegó; no quería que jamás pisaran allí. ¡Y ni aun en esas horas de pleno
perdón, olvido y felicidad reconquistada, podía evitarse esa horrible visión! Porque,
naturalmente, cuando más intensos eran los raptos de amor a su marido e hija, más
irritado era su humor con los monstruos.
Entretanto los idiotas no se habían movido en todo el día de su banco. El sol había
traspuesto ya el cerco, comenzaba a hundirse, y ellos continuaban mirando los
ladrillos, más inertes que nunca.
—Mamá, ¡ay! Ma. . . —No pudo gritar más. Uno de ellos le apretó el cuello,
apartando los bucles como si fueran plumas, y los otros la arrastraron de una sola
pierna hasta la cocina, donde esa mañana se había desangrado a la gallina, bien
sujeta, arrancándole la vida segundo por segundo.
Prestaron oído, inquietos, pero no oyeron más. Con todo, un momento después se
despidieron, y mientras Berta iba dejar su sombrero, Mazzini avanzó en el patio.
—¡Bertita!
Nadie respondió.
Y el silencio fue tan fúnebre para su corazón siempre aterrado, que la espalda se le
heló de horrible presentimiento.
—¡Mi hija, mi hija! —corrió ya desesperado hacia el fondo. Pero al pasar frente a la
cocina vio en el piso un mar de sangre. Empujó violentamente la puerta entornada, y
lanzó un grito de horror.
Berta, que ya se había lanzado corriendo a su vez al oír el angustioso llamado del
padre, oyó el grito y respondió con otro. Pero al precipitarse en la cocina, Mazzini,
lívido como la muerte, se interpuso, conteniéndola:
7. ¿Qué sucede al final del cuento? ¿Por qué crees que sucede?
8. ¿Qué acciones de los padres nos demuestran que ellos no aman a sus hijos?
9. En tu opinión, ¿quién son los culpables de que los idiotas cometan un
crimen? ¿Por qué?
10. ¿Crees que, si los padres hubieran dado más amor a sus hijos, a pesar de sus
discapacidades, no hubieran asesinado a su hermana?
ACTIVIDAD CREATIVA:
1. Crea un cuento cuyo tema gire en torno a una tragedia. No olvides ser creativo y
original.
Cuento: "Los gallinazos sin plumas" de Julio
Ramón Ribeyro con actividades de
comprensión lectora
A esta hora el viejo don Santos se pone la pierna de palo y sentándose en el colchón
comienza a berrear:
-¡Todavía te falta un poco, marrano! Pero aguarda no más, que ya llegará tu turno.
Ellos no son los únicos. En otros corralones, en otros suburbios alguien ha dado la
voz de alarma y muchos se han levantado. Unos portan latas, otros cajas de cartón, a
veces sólo basta un periódico viejo. Sin conocerse forman una especie de
organización clandestina que tiene repartida toda la ciudad. Los hay que merodean
por los edificios públicos, otros han elegido los parques o los muladares. Hasta los
perros han adquirido sus hábitos, sus itinerarios, sabiamente aleccionados por la
miseria.
Husmeaba entre las latas y si la provisión estaba buena hacía siempre el mismo
comentario:
-¡Idiotas! ¿Qué han hecho hoy día? ¡Se han puesto a jugar seguramente! ¡Pascual se
morirá de hambre!
Ellos huían hacia el emparrado, con las orejas ardientes de los pescozones, mientras
el viejo se arrastraba hasta el chiquero. Desde el fondo de su reducto el cerdo
empezaba a gruñir. Don Santos le aventaba la comida.
-¡Mi pobre Pascual! Hoy día te quedarás con hambre por culpa de estos zamarros.
Ellos no te engríen como yo. ¡Habrá que zurrarlos para que aprendan!
-Allí encontrarán más cosas. Será más fácil además porque todo está junto.
-¡Bravo! -exclamó don Santos-. Habrá que repetir esto dos o tres veces por semana.
Desde entonces, los miércoles y los domingos, Efraín y Enrique hacían el trote hasta
el muladar. Pronto formaron parte de la extraña fauna de esos lugares y los
gallinazos, acostumbrados a su presencia, laboraban a su lado, graznando, aleteando,
escarbando con sus picos amarillos, como ayudándoles a descubrir la pista de la
preciosa suciedad.
Fue al regresar de una de esas excursiones que Efraín sintió un dolor en la planta del
pie. Un vidrio le había causado una pequeña herida. Al día siguiente tenía el pie
hinchado, no obstante lo cual prosiguió su trabajo. Cuando regresaron no podía casi
caminar, pero don Santos no se percató de ello, pues tenía visita. Acompañado de un
hombre gordo que tenía las manos manchadas de sangre, observaba el chiquero.
-Dentro de veinte o treinta días vendré por acá -decía el hombre-. Para esa fecha
creo que podrá estar a punto.
-¡A trabajar! ¡A trabajar! ¡De ahora en adelante habrá que aumentar la ración de
Pascual! El negocio anda sobre rieles.
A la mañana siguiente, sin embargo, cuando don Santos despertó a sus nietos, Efraín
no se pudo levantar.
-Tiene una herida en el pie -explicó Enrique-. Ayer se cortó con un vidrio.
-¡Esas son patrañas! Que se lave el pie en la acequia y que se envuelva con un trapo.
-¡No podía más! -dijo Enrique al abuelo-. Efraín está medio cojo.
Don Santos observó a sus dos nietos como si meditara una sentencia.
-Bien, bien -dijo rascándose la barba rala y cogiendo a Efraín del pescuezo lo arreó
hacia el cuarto-. ¡Los enfermos a la cama! ¡A podrirse sobre el colchón! Y tú harás
la tarea de tu hermano. ¡Vete ahora mismo al muladar!
Cerca de mediodía Enrique regresó con los cubos repletos. Lo seguía un extraño
visitante: un perro escuálido y medio sarnoso.
-No come casi nada…, mira lo flaco que está. Además, desde que Efraín está
enfermo, me ayudará. Conoce bien el muladar y tiene buena nariz para la basura.
Don Santos reflexionó, mirando el cielo donde se condensaba la garúa. Sin decir
nada, soltó la vara, cogió los cubos y se fue rengueando hasta el chiquero.
-Te he traído este regalo, mira -dijo mostrando al perro-. Se llama Pedro, es para ti,
para que te acompañe… Cuando yo me vaya al muladar te lo dejaré y los dos
jugarán todo el día. Le enseñarás a que te traiga piedras en la boca.
Ambos miraron hacia la puerta. La garúa había empezado a caer. La voz del abuelo
llegaba:
Esa misma noche salió luna llena. Ambos nietos se inquietaron, porque en esta
época el abuelo se ponía intratable. Desde el atardecer lo vieron rondando por el
corralón, hablando solo, dando de varillazos al emparrado. Por momentos se
aproximaba al cuarto, echaba una mirada a su interior y al ver a sus nietos
silenciosos, lanzaba un salivazo cargado de rencor. Pedro le tenía miedo y cada vez
que lo veía se acurrucaba y quedaba inmóvil como una piedra.
-¡Mugre, nada más que mugre! -repitió toda la noche el abuelo, mirando la luna.
Al segundo día sucedió lo inevitable: Enrique no se pudo levantar. Había tosido toda
la noche y la mañana lo sorprendió temblando, quemado por la fiebre.
Enrique señaló su pecho, que roncaba. El abuelo salió furioso del cuarto. Cinco
minutos después regresó.
-¡Está muy mal engañarme de esta manera! -plañía-. Abusan de mí porque no puedo
caminar. Saben bien que soy viejo, que soy cojo. ¡De otra manera los mandaría al
diablo y me ocuparía yo solo de Pascual!
-¡Pero no importa! Yo me encargaré de él. ¡Ustedes son basura, nada más que
basura! ¡Unos pobres gallinazos sin plumas! Ya verán cómo les saco ventaja. El
abuelo está fuerte todavía. ¡Pero eso sí, hoy día no habrá comida para ustedes! ¡No
habrá comida hasta que no puedan levantarse y trabajar!
A través del umbral lo vieron levantar las latas en vilo y volcarse en la calle. Media
hora después regresó aplastado. Sin la ligereza de sus nietos el carro de la Baja
Policía lo había ganado. Los perros, además, habían querido morderlo.
-¡Pedazos de mugre! ¡Ya saben, se quedarán sin comida hasta que no trabajen!
Al día siguiente trató de repetir la operación pero tuvo que renunciar. Su pierna de
palo había perdido la costumbre de las pistas de asfalto, de las duras aceras y cada
paso que daba era como un lanzazo en la ingle. A la hora celeste del tercer día quedó
desplomado en su colchón, sin otro ánimo que para el insulto.
Desde entonces empezaron unos días angustiosos, interminables. Los tres pasaban el
día encerrados en el cuarto, sin hablar, sufriendo una especie de reclusión forzosa.
Efraín se revolcaba sin tregua, Enrique tosía. Pedro se levantaba y después de hacer
un recorrido por el corralón, regresaba con una piedra en la boca, que depositaba en
las manos de sus amos. Don Santos, a medio acostar, jugaba con su pierna de palo y
les lanzaba miradas feroces. A mediodía se arrastraba hasta la esquina del terreno
donde crecían verduras y preparaba su almuerzo, que devoraba en secreto. A veces
aventaba a la cama de sus nietos alguna lechuga o una zanahoria cruda, con el
propósito de excitar su apetito creyendo así hacer más refinado su castigo.
Efraín se echó a llorar, Enrique se levantó, aplastándose contra la pared. Los ojos del
abuelo parecían fascinarlo hasta volverlo insensible a los golpes. Veía la vara alzarse
y abatirse sobre su cabeza como si fuera una vara de cartón. Al fin pudo reaccionar.
-¡A Efraín no! ¡Él no tiene la culpa! ¡Déjame a mí solo, yo saldré, yo iré al muladar!
Enrique se apartó, cogió los cubos y se alejó a la carrera. La fatiga del hambre y de
la convalecencia lo hacían trastabillar. Cuando abrió la puerta del corralón, Pedro
quiso seguirlo.
Al entrar al corralón sintió un aire opresor, resistente, que lo obligó a detenerse. Era
como si allí, en el dintel, terminara un mundo y comenzara otro fabricado de barro,
de rugidos, de absurdas penitencias. Lo sorprendente era, sin embargo, que esta vez
reinaba en el corralón una calma cargada de malos presagios, como si toda la
violencia estuviera en equilibrio, a punto de desplomarse. El abuelo, parado al borde
del chiquero, miraba hacia el fondo. Parecía un árbol creciendo desde su pierna de
palo. Enrique hizo ruido pero el abuelo no se movió.
-¡Aquí están los cubos!
Don Santos le volvió la espalda y quedó inmóvil. Enrique soltó los cubos y corrió
intrigado hasta el cuarto. Efraín apenas lo vio, comenzó a gemir:
-Pedro… Pedro…
-¿Qué pasa?
Su mirada descendió al chiquero. Pascual devoraba algo en medio del lodo. Aún
quedaban las piernas y el rabo del perro.
-¡No! -gritó Enrique tapándose los ojos-. ¡No, no! -y a través de las lágrimas buscó
la mirada del abuelo. Este la rehuyó, girando torpemente sobre su pierna de palo.
Enrique comenzó a danzar en torno suyo, prendiéndose de su camisa, gritando,
pataleando, tratando de mirar sus ojos, de encontrar una respuesta.
Cuando don Santos se volvió, divisó la vara que cortaba el aire y se estrellaba contra
su pómulo.
Enrique retrocedió unos pasos. Primero aguzó el oído, pero no se escuchaba ningún
ruido. Poco a poco se fue aproximando. El abuelo, con la pata de palo quebrada,
estaba de espaldas en el fango. Tenía la boca abierta y sus ojos buscaban a Pascual,
que se había refugiado en un ángulo y husmeaba sospechosamente el lodo. Enrique
se fue retirando, con el mismo sigilo con que se había aproximado. Probablemente el
abuelo alcanzó a divisarlo pues mientras corría hacia el cuarto le pareció que lo
llamaba por su nombre, con un tono de ternura que él nunca había escuchado.
-¿Adonde sea, al muladar, donde podamos comer algo, donde los gallinazos!
c) Reciclaje de basura.
b) Efraín y Enrique.
c) Don Santos.
a) Efraín
b) Enrique
c) Pascual
d) Don Santos
5. ¿Crees que este cuento nos habla de la explotación infantil? ¿Por qué?
Explica tu respuesta.
ACTIVIDAD CREATIVA:
-Madre de Dios y mía, ¿por qué no me hiciste hermosa? ¿Por qué cuando mi
madre me tuvo no me miraste desde arriba?... Mientras más me miro más fea me
encuentro. ¿Para qué estoy yo en el mundo?, ¿para qué sirvo?, ¿a quién puedo
interesar?, a uno solo, Señora y madre mía, a uno solo que me quiere porque no me
ve. ¿Qué será de mí cuando me vea y deje de quererme?... porque ¿cómo es posible
que me quiera viendo este cuerpo chico, esta figurilla de pájaro, esta tez pecosa, esta
boca sin gracia, esta nariz picuda, este pelo descolorido, esta persona mía que no
sirve sino para que todo el mundo le dé con el pie. ¿Quién es la Nela? Nadie. La
Nela sólo es algo para el ciego. Si sus ojos nacen ahora y los vuelve a mí y me ve,
caigo muerta... Él es el único para quien la Nela no es menos que los gatos y los
perros. Me quiere como quieren los novios a sus novias, como Dios manda que se
quieran las personas... Señora madre mía, ya que vas a hacer el milagro de darle
vista, hazme hermosa a mí o mátame, porque para nada estoy en el mundo. Yo no
soy nada ni nadie más que para uno solo... ¿Siento yo que recobre la vista? No, eso
no, eso no. Yo quiero que vea. Daré mis ojos porque él vea con los suyos; daré mi
vida toda. Yo quiero que D. Teodoro haga el milagro que dicen. ¡Benditos sean los
hombres sabios! Lo que no quiero es que mi amo me vea, no. Antes que consentir
que me vea, ¡Madre mía!, me enterraré viva; me arrojaré al río... Sí, sí; que se trague
la tierra mi fealdad. Yo no debía haber nacido...
Y derramando lágrimas y cruzando los brazos, añadió medio vencida por el
sueño:
(…)
-Prima... ¡por Dios! -exclamó Pablo con entusiasmo candoroso- ¿por qué eres tú
tan bonita?... Mi padre es muy razonable... no se puede oponer nada a su lógica ni a
su bondad... Florentina, yo creí que no podía quererte; yo creí posible querer a otra
más que a ti... ¡Qué necedad! Gracias a Dios que hay lógica en mis afectos... Mi
padre, a quien he confesado mis errores, me ha dicho que yo amaba a un monstruo...
Ahora puedo decir que idolatro a un ángel. El estúpido ciego ha visto ya y al fin
presta homenaje a la verdadera hermosura... pero yo tiemblo... ¿no me ves temblar?
Te estoy viendo y no deseo más que poder cogerte y encerrarte dentro de mi
corazón, abrazándote y apretándote contra mi pecho... fuerte, muy fuerte.
(…)
La muerte de Marianela. Una muerte que simboliza la muerte por no lograr lo que
se desea (el amor de Pablo), pero también es una muerte simbólica al conocer la
realidad, la verdad. En esta escena Teodoro y Florentina tratan de reanimar a
Marianela que ha caído enferma y muere.
-¿Es posible que se muera una persona sin causa conocida, casi sin
enfermedad?... ¿Señor Golfín, qué es esto?
-¿Lo sé yo acaso?
-¡De las pasiones! -exclamó hablando con la moribunda-. Y a ti, pobre criatura,
¿qué pasiones te matan?
-¡Infeliz! -exclamó con ahogado sollozo-. ¿Puede el dolor moral matar de esta
manera?
-Recuerde usted lo que han visto hace poco estos ojos que se van a cerrar para
siempre. Considere usted que la amaba un ciego y que ese ciego ya no lo es, y la ha
visto... ¡la ha visto!... ¡la ha visto!, lo cual es como un asesinato.
-¡Oh!, ¡qué misterio! -repitió Florentina, que no comprendía bien por el estado de
su ánimo.
-¡Todo por unos ojos que se abren a la luz... a la realidad!... No puedo apartar
esta palabra de mi mente. Parece que la tengo escrita en mi cerebro con letras de
fuego.
-Todo por unos ojos... ¿Pero el dolor puede matar tan pronto?... ¡casi sin dar
tiempo a ensayar un remedio!
-¡No sabe! -dijo Florentina con desesperación-. Entonces ¿para qué es médico?
Después fijó los suyos con atención profunda en aquello que fluctuaba entre
persona y cadáver, y con acento de amargura exclamó:
-No -dijo Teodoro, tocando a la Nela-. Aún hay aquí algo; pero es tan poco, que
parece ha desaparecido ya su alma y han quedado sus suspiros.
-¡Oh!, ¡desgraciado espíritu! -murmuró Golfín-. Es evidente que estaba muy mal
alojado...
-Habla.
Sí, los labios de la Nela se movieron. Había articulado una, dos, tres palabras.
-¿Qué ha dicho?
-¿Qué ha dicho?
Ninguno de los dos pudo comprenderlo. Era sin duda el idioma con que se
entienden los que viven la vida infinita.
2. ¿Por qué crees que Marianela dice que no vale nada, que no es nada?
3. ¿Quién representa el amor interior y quién el amor exterior? ¿Por qué?
5. ¿Qué es más importante para ti, el amor físico o el amor espiritual? Fundamenta
tu respuesta.
6. Al inicio de este fragmento podemos leer un monólogo de Nela y entendemos que
su autoestima no es muy alta, ¿por qué sucede esto?
7. ¿En el caso tuyo, cómo hubieras reaccionado ante el cambio de actitud de Pablo
frente a Marianela?
8. Qué quiere decir la siguiente frase: “Señora, yo soy un carpintero de los ojos
nada más”.
ACTIVIDAD CREATIVA:
Ejemplo de texto argumentativo:
Estudiante de Secundaria
En una de las obras literarias donde resaltan ambos temas es la del novelista Benito
Pérez Galdós, «Marianela». En ella se puede apreciar en esta novela que sin belleza
y sin dinero es mendigar a pedir más, a completar el misterio con que nacimos y con
el que uno quiere estar vivo. Sin duda la belleza y la fealdad revelan mucho de uno.
Seamos observadores con nuestro reflejo, con los objetos, con los lugares, los
sentimientos, la atmósfera hasta con una hormiga. Estimemos la belleza y no a sus
imitaciones, y así aprenderemos a ser felices con nuestros defectos.