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CAPERUCITA FEROZ

Carlos Rengifo. Lima 1964


Convenía tener limpia la casa, levantarse temprano, no llegar pasadas las diez de la noche. El cuarto en el
que habitaban era pequeño, pero entraba la luz lo suficiente como para verse las caras. Ella se adelantaba
con las tazas de té y servía con mucho recato; la abuela la dejaba hacer observándola desde un rincón.
Aplastada en la cama, simplemente dirigía los movimientos. Que se hiciera la loca, no era problema de nadie.
Al fin y al cabo, estaba en su derecho. Las manos frágiles que alguna vez le sirvieron para lavar ropa y
manipular ollas ajenas, ahora tenían otro propósito: acopiar mercancía. Y solía hacerlo todos los viernes por
la mañana solamente, apenas abría los ojos, sorbiendo el té caliente que ella le alcanzaba.
- Esto se lo llevas al Manotas. —Dijo, una vez armado el paquete con los envoltorios que ocultaba debajo
del colchón viejo.
- Será por la tarde, porque ahorita me voy con la China a la playa. —Dijo ella.
- ¡No me jodas carajo! —Estalló la abuela como una diabla —. Primero haz el mandado y después te
puedes ir a la mismísima si quieres.
- Pero tú me dijiste... —Se quejó ella.
- ¡Nada! Necesito ese billete al toque. —La abuela escupió hacia un costado. -Ni que te fueras a la punta
del cerro, carajo.
Ella sabía que era inútil discutir, de modo que cogió el paquete y, antes de ir donde el Manotas, fue a
buscar a la China. Eran uña y mugre, las únicas que compartían todo, hasta enamorado en sexto grado de
primaria. En vez de tocar la puerta, le silbó bajo su ventana. La China apareció con el cabello alborotado.
-Estamos piñas —Dijo ella. -Mi abuela de miércoles quiere que le haga ahorita su recado, así que iremos a
bañarnos más tarde.
-Okey, pasas por mí. —Dijo la China.
Ella asintió. La abuela siempre le malograba los planes. Emprendió la marcha sin muchas ganas,
internándose en un pasaje que desembocaba en el conjunto de casas que iniciaba el verdadero camino hacia
la vivienda del Manotas. Era buen cliente, pagaba sin chistar, no se hacía problemas porque sabía que en los
colegios del barrio duplicaría su inversión. Para hacer más entretenido el trayecto, ella cogió al vuelo una
tonada de Héctor Lavoe y fue cantando en su interior mientras atravesaba el vecindario. Se entretuvo con los
perros desnutridos que le salían al paso moviendo la cola, con los letreros de ofertas colgados en tenduchas y
quioscos; a mitad del recorrido, sintió que alguien la seguía; un tramo más allá, el negro Cortijo se le acercó.
- ¿Y tu abuela?
- En mi casa.
- ¿Y qué haces por acá?
- Vagando.
- Vas donde el Manotas, ¿no?
- Sí.
- Dile de mi parte a ese huevón que me pague lo que me debe, antes que le saque la mugre.
- Dígaselo usted; no soy su recadera.
El negro Cortijo la zarandeó a su regalada gana, a la pobre muchacha.
-Mocosa de mierda, no te hagas la pendeja conmigo carajo, ¿ah? ¡Ten cuidado!
Ella sabía de sus malas mañas, de sus tropelías, de sus andanzas del canalla; cada vez que lo veía por la
calle, se mantenía a buen recaudo. Estaba consciente de lo que era capaz, de lo que le había hecho a la China,
por eso lo detestaba, le guardaba rencor, a veces hasta miedo.
-Aunque, ahora que lo pienso, me has dado una buena idea – dijo el negro Cortijo, soltándola.
Ella se tocó el brazo adolorido y continuó andando. Menos mal que tenía el paquete bien oculto, porque de
lo contrario seguramente el negro Cortijo se lo hubiera quitado. Avanzó otro largo trecho, cruzó calles sin
pavimentar, subió una pequeña pendiente entre basuras, rebasó quioscos, talleres, una tapicería. Vio a unos
palomillas que le miraban de reojo. Al término de un cementerio de ómnibus, taxis y combis herrumbrosos,
se metió por un callejón que conducía finalmente a la casa del Manotas. Tocó la puerta de calamina
desesperadamente; nadie respondió. Cuando iba a tocar de nuevo, el negro Cortijo le abrió y, ante su
sorpresa, la metió a empellones dentro de la vivienda.
-Bien, haz tu entrega ahora —Dijo el negro Cortijo.
Ella vio a su alrededor y notó un desorden excesivo, fuera de lo común.
- ¿Y el Manotas?
- Salió; me ha encargado que reciba su pedido.
- No es cierto —Dijo ella. -¿Dónde está?
- Será mejor que me des el paquete de una vez... —El negro Cortijo comenzó a impacientarse.
- ¡No!, quiero ver al Manotas —Dijo ella.
- ¡El paquete, carajo!
Ella siguió negando con la cabeza, hasta que el negro Cortijo se le fue encima. Empezó a palparla, a meter
su mano bajo la vestimenta, en busca del ansiado paquete. Cuando lo encontró, sonrió satisfecho, mirándolo
por ambos lados, sopesándolo, y sin soltar a la mensajera.
-Ahí lo tiene, ¿no? Ahora suélteme —Dijo ella.
Pero el negro Cortijo no la soltó. Estaban tan pegados, sentía tan cerca el calor de su cuerpo, que se
arrebató. A la fuerza, la volteó, le bajó las prendas de un solo tirón y la redujo sin piedad, babeándole al oído
mientras ella chillaba con desesperación, aterrada con lo que estaba pasando. Un miedo infinito la colmó en
aquel momento, sollozando por el terrible peso que la lastimaba; sin embargo, aun estando así sometida, la
idea de luchar, de acumular valor y energía, no se apartó de su mente. De modo que cuando él aflojó un poco
y descuidó la presión sobre los brazos entumecidos, ella, que había estado viendo qué objeto contundente
tenía al alcance de la mano, cogió la plancha arrumada entre cachivaches y, de un certero golpe de media
vuelta, la estampó en la cabeza del negro Cortijo. Como si un rayo le hubiera caído del cielo, éste no tuvo
tiempo de reaccionar, ni siquiera de saber qué pasaba, yendo a parar de bruces, los ojos en blanco, contra el
piso, como un carnero degollado. Ella entonces comenzó a gritar, a tocarse nerviosamente el cuerpo. Corrió
hacia la cocina, volvió con un cuchillo filudo, miró al hombre tirado boca arriba con la bragueta abierta y,
sin vacilación alguna, le cercenó el pene y los testículos con la crueldad macabra. La sangre que brotó con el
primer corte no la amilanó en absoluto; al contrario, le infundió más valor para seguir adelante. Luego bajó
sus pantalones, le dio vuelta y, mientras lo insultaba, mientras lo escupía y lo pateaba sin cesar, fue
introduciendo un palo de escoba entre sus piernas.
-Esto es por mí y por la China. ¡Maldito!, ¡desgraciado!, ¡mal nacido! —dijo ella.
La sangre fluía a borbotones, se veía un charco de sangre espantoso. No podía saber con certeza si la oía el
negro, pero tampoco le importó. Antes de abandonar la vivienda, recogió el paquete, se arregló la ropa y
birló aun el dinero hurtado a algún transeúnte indefenso, que el negro Cortijo tenía guardado en uno de los
bolsillos de su pantalón. Compilación: Mg. Antonio Remón Tenorio.
ACTIVIDAD N° 8 – 2021
A.-Después de leer atentamente, responde a las siguientes preguntas:
1.-Cuente la historia con tus propias palabras
2.-Anote los personajes principales con sus virtudes y antivalores.
3.-Anote los temas o problemas que plantea el autor.
4.-¿Por qué existe tanta delincuencia y mucha violencia en nuestro país?
5.-¿Por qué la gente se dedica al negocio de las drogas?
6.-¿Por qué ciertas personas actúan como desquiciados mentales en la sociedad peruana?
7.-¿Por qué la gente utiliza palabras vulgares en su vida diaria?
8.-¿Te gustó la narración? ¿Por qué?
9.-¿Cree usted que esta historia se dé en la vida real? ¿Por qué?
10.-Haz un comentario crítico – valorativo de la narración.
A.-Escuchar y ver el vídeo o leer el poema adjunto de: “NO CULPES A NADIE” de Pablo Neruda, de nacionalidad chilena y
hacer un comentario valorativo y luego me envía al WhatsApp personal.
LINKS DEL POEMA: NO CULPES A NADIE
https://www.youtube.com/watch?v=AmvVUSc03Ts
https://www.youtube.com/watch?v=Zjy2g9Sd1j8
https://www.youtube.com/watch?v=B30bOeZ0qcg
https://www.youtube.com/watch?v=GBmOygc22IY

NO CULPES A NADIE Pablo Neruda


No culpes a nadie, nunca te quejes de nada, ni de nadie,
porque fundamentalmente tú has hecho tu vida.
Acepta la responsabilidad de edificarte a ti mismo
y el valor de acusarte en el fracaso,
para volver a empezar otra vez corrigiéndote.
El triunfo del verdadero hombre surge de
las cenizas de su error.

No te quejes del ambiente o de quienes te rodean,


hay quienes en tu mismo ambiente supieron vencer
las adversidades con tenacidad y valentía.
Las circunstancias son buenas o malas
según la voluntad o la fortaleza de tu corazón.
Aprende a convertir toda situación difícil
en un arma para luchar.

No te quejes de tu pobreza, de tu soledad o de tu suerte


enfréntala con valor y acepta que de una u otra manera
son el resultado de tus actos y la prueba que has de ganar.
No te amargues de tu propio fracaso, ni se lo cargues a otro,
acéptate ahora o seguirás justificándote como un niño.

Recuerda que cualquier momento es bueno para comenzar


y que ninguno es tan terrible para claudicar.
Deja ya de engañarte, eres la causa de ti mismo,
de tu necesidad, de tu dolor, de tu fracaso.

Si tú has sido el ignorante, el irresponsable,


tú, únicamente tú, nadie pudo haber sido tú.
No olvides que la causa de tu presente es tu pasado,
así como la causa de tu futuro será tu presente.

Aprende de los fuertes, de los valientes, de los audaces,


imita a los enérgicos, a los vencedores,
a quienes no aceptan situaciones,
A quienes vencieron a pesar de todo.
Piensa menos en tus problemas y más en tu trabajo
y tus problemas sin alimento morirán pronto.

Aprende a nacer desde el dolor y a ser más grande,


que el más grande de los obstáculos.

Mírate en el espejo de ti mismo.


Comienza a ser sincero contigo mismo,
reconociéndote por tu valor, por tu voluntad,
por tu debilidad para justificarte.
Recuerda que dentro de ti hay una fuerza
reconociéndote a ti mismo más libre y más fuerte,
dejarás de ser un títere de las circunstancias,
porque tú mismo eres tu destino.

Levántate y mira el sol por las mañanas


y respira la luz del amanecer.
Tú eres parte de la fuerza de tu vida.
Ahora despiértate, camina y lucha.
Decídete de una vez y triunfarás en la vida.
Nunca pienses en la suerte,
porque la suerte es el pretexto de los fracasados.

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