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Es uno de los más leídos y comentados .El Apocalipsis resulta uno de los más
enigmáticos por su lenguaje y simbología. El Apocalipsis de san Juan es ciertamente el
más difícil» (Feuillet).
Unos lo alaban por su alto nivel cristológico y su mensaje de esperanza para las
comunidades cristianas, otros lo denigran por considerar que infunde más bien miedo
.Unos ven en él el anuncio de los últimos tiempos, otros lo cuestionan precisamente por
las lecturas fundamentalistas a que ha dado pie y por las falsas expectativas de una
venida inminente del fin del mundo que despierta en círculos más bien sectarios.
Hoy aparece claro que el Apocalipsis es un libro de resistencia cristiana, escrito
por un hombre profundamente creyente. El autor no sólo quiere ayudarles a interpretar
la historia que les ha tocado vivir, sino contribuir también a transformar esta historia
para que responda al proyecto del Dios de la Alianza y Padre de nuestro Señor
Jesucristo.
5.2 La apocalíptica
La literatura apocalíptica que floreció entre los siglos II a.C. y el I d.C. Aquí
presentaremos algunas de sus características generales.
a) El lenguaje cifrado
Lenguaje cifrado, inteligible sólo para los miembros de la comunidad respectiva,
aunque por supuesto la mayoría del texto no era así.
b) Los símbolos
El lenguaje simbólico es uno de los rasgos más específicos de la literatura
apocalíptica. En Ap las imágenes están tomadas, a menudo, del AT. Si tenemos en
cuenta las citas y las alusiones al AT.
Los símbolos suelen contener imágenes complicadas sacadas de la naturaleza
(animales y plantas) o del arte (estatuas, piénsese en Daniel). De hecho, el punto de
partida del simbolismo apocalíptico es el sueño, que en el mundo bíblico es interpretado
como una revelación de Dios (cf. Gn 20, 3; 28, 12ss; 37, 5-10; Dn 7, lss; Mt 1, 18-23, 2,
12.13ss.l8ss). El sueño evolucionó en visión, a veces con imágenes sobrecargadas, por
lo que el sabio tiene la función de interpretarlas.
El lenguaje simbólico, además de ser más sugerente, tiene la ventaja de que
universaliza el mensaje. El lenguaje simbólico ayuda a tomar conciencia de que su
mensaje es válido para todas las épocas. Así, p. ej., si en Ap 17 y 18 el autor al hablar
del Imperio romano que persigue a la comunidad, lo hará denominándolo “la gran
Babilonia…” (17, 5), empleando imágenes que Isaías y Ezequiel habían utilizado para
identificar a las ciudades opresoras de Israel símbolos del mal y del peligro de idolatría
que acecha al pueblo creyente. También “la Bestia de la tierra” (13, lss.) y la pintará
diciendo que «se parecía a un leopardo, con las patas como de oso, y las fauces como
fauces de león» (13, 2), atribuyéndole así los símbolos que en Dn 7, 4-6 se aplicaban a
los imperios babilonio, medo y persa. Con ello indica que el poder de Roma es como el
de los tres imperios juntos. Y si la Bestia tiene siete cabezas y en 17, 9 dice que dichas
cabezas simbolizan “siete colinas” -Roma era conocida, ya en la antigüedad, como la
ciudad de las siete colinas-, con ello se dan al lector/oyente iniciado unas pistas para
desentrañar el significado del símbolo. 17, 10-11 alude a Domiciano, que, por su
crueldad y persecución de los cristianos, era visto como concreción de la leyenda que
suponía que Nerón volvería a la vida y con un reino aún más horroroso.
Los colores son también simbólicos. El blanco significa la victoria o la gloria de
los elegidos que participan de la vida de Dios (7, 9.13-18; 19, 8). Puede significar,
también, la eternidad del personaje (en este caso el Hijo del hombre, 1, 14). En cuanto al
rojo de fuego, color de sangre, es símbolo de asesinato, de violencia (6, 4; 17, 4.6) estos
últimos textos refiriéndose al Imperio romano. En la misma línea, se nos dirá que la
serpiente, que simboliza a Satanás (12, 3), es roja, pues el diablo es asesino por
naturaleza (cf. Jn 8, 40-44). El caballo pintado de negro (6, 5-6) simboliza el
sufrimiento. El gris amarillento (6, 7-8) es símbolo de peste y de muerte.
Algunos de los símbolos son fáciles de interpretar, sobre todo si se está
familiarizado con el AT. Así los cuernos son símbolos clásicos del poder y por ello Juan
representa con siete cuernos tanto a Cristo (5, 6) como a Satanás (12, 3). Y la Bestia de
la tierra tiene siete cabezas y diez cuernos (13, 1; 17, 3), significando las diez coronas
de sus cuernos (17, 2) los reyes vasallos que recibirán su poder de Roma. En cuanto a la
mujer que en Ap 12 está coronada de doce estrellas -símbolo de las doce tribus de
Israel; al ser glorificado Jesús, Satanás queda vencido, destronado; recordemos que el
ser expulsado del cielo, que se narra en 12, 7-12, es un modo simbólico de expresar la
consecuencia fundamental de la resurrección, en cuanto ésta es el comienzo de los
tiempos nuevos y del triunfo definitivo de Dios sobre la muerte y el mal, simbolizados
por el demonio.
Todos los símbolos tienen en Juan una función eminentemente religioso-política,
pues con ellos se le está dando al lector, por un lado, una Buena Noticia (14, 6), que el
imperio injusto que está persiguiendo a los cristianos caerá. Pues cuando caiga Roma,
Babilonia puede volver a resurgir en otro imperio, ya que el monstruo, el dragón, renace
sin cesar en un mundo injusto, mientras no se haya hecho realidad el triunfo pleno de
Dios.
El simbolismo ayuda a tomar conciencia de que el mensaje de Ap es un mensaje
válido para todas las épocas, mientras la Iglesia sea peregrina en la tierra.
c) Los números
En el Ap el número más importante es, sin duda, el siete. Significa la plenitud y,
a la vez, es utilizado, junto con el número doce, para simbolizar un motivo teológico
fundamental que el autor quiere que quede bien patente para la comunidad: la Alianza
de Dios con su pueblo, una alianza a la que él se mantiene siempre fiel. El número
cuatro (4, 6ss; cf. Ez 1, 5; Is 6, 2-3) simboliza el mundo creado –los cuatro vientos o
cuatro puntos cardinales de la tierra que era vista como cuadrada-. Si se tiene esto
presente, se comprende, entonces, que el mero hecho de que Ap esté estructurado en
septenarios, es una Buena Noticia para la comunidad.
En cambio, los males descritos en el libro duren sólo tres años y medio (la mitad
de siete) o su equivalente, es decir, 42 meses, (11, 3; 13, 5) o 1.260 días (11, 3; 12, 6).
Se anuncia que el mal tiene sólo una duración limitada, un motivo que es típico de la
apocalíptica. Con ello se pretende ayudar al creyente a mantener viva la esperanza, ya
que así se le indica que Dios no permite nunca, por amor a los elegidos, que la
persecución y los sufrimientos duren excesivamente (cf. Mc 13, 20).
El número de los elegidos sea de 144.000, doce mil por cada tribu de Israel.
En 14, 20 se dice que los ángeles del juicio «pisaron el lagar fuera de la ciudad y
del lagar corrió tanta sangre que subió hasta los bocados de los caballos en un radio de
1.600 estadios». Con ello Juan quiere indicar que todo el mundo será objeto del juicio
-la imagen del lagar pisoteado hace alusión al juicio de Dios (cf. Is 63, 3; Ap 19, 15)- y
nadie podrá escapar a él, pues 1.600 es la multiplicación de cuatro por cuatro por cien.
d) Citas del AT y alusiones
En Ap son sobre todo los libros del Éxodo, de Ezequiel y de Daniel los más
utilizados por el autor para sus visiones y símbolos. En ellos se narra efectivamente
cómo Dios liberó a su pueblo de la esclavitud en Egipto, del exilio en Babilonia y de la
opresión seléucida.
e) Principales corrientes hermenéuticas
Cuatro corrientes principales: 1) La interpretación histórico-temporal, que se
esfuerza por explicar Ap desde el punto de vista histórico-social de la comunidad. 2) La
interpretación historicista. Cada autor va aplicando las «predicciones», a menudo de
modo peregrino, a los acontecimientos históricos que se han vivido hasta el momento en
el cual escribe. 3) La interpretación futurista o escatológica que subraya que Ap pone el
énfasis en la victoria final de Dios sobre las fuerzas del mal. 4) La interpretación
idealista o atemporal, que sostiene que Ap no hace referencia a ningún suceso histórico,
sino que pretende expresar, más bien, los principios básicos, de acuerdo con los cuales
Dios actúa en la historia.
c) Semitismos
De las construcciones sintácticas, típicamente griegas, faltan sobre todo las que
no tienen correspondencia en el hebreo de la época.
d) Estilo
Los especialistas concuerdan en considerarlo inimitable, único.
II. Estructura
El sentido global de la obra.
7. Conclusión
La conclusión (22, 6-21), construida en paralelismo estricto con la introducción
(1, 1-8), refuerza que lo dicho por Juan es digno de crédito (22, 6a). En ella vuelve a
resonar el tono profético del libro (22, 6-7) y el anhelo que tiene Juan de la venida
definitiva de Jesús.
b) Tiempo y lugar
Lo más probable es que Ap haya sido escrito hacia finales del reinado del
emperador Domiciano (hacia el año 95), en un momento en el cual la negativa de los
cristianos a adorar a Domiciano como a dios comportaba serias posibilidades de
persecuciones por parte de las autoridades romanas del Asia Menor.
c) Destinatarios
El autor dirige su libro a siete comunidades concretas del Asia Menor. Pero el
hecho de que sean siete representa un número simbólico, lo cual facilitó que adquirieran
pronto una dimensión simbólica y típica, aplicable a las Iglesias cristianas en general.
d) Problemas de las comunidades
La comunidad de cada Iglesia vive momentos difíciles. Ello se debe, sobre todo,
a la (¿inminente?) persecución política, social y religiosa que sufre por parte del Imperio
romano y sus aliados. Pero la comunidad vive momentos difíciles también
internamente. Se está enfriando su amor primero (2, 4). Algunos miembros de la
comunidad han sido martirizados (2, 13). Han surgido falsos apóstoles que intentan
engañar a muchos (2, 2). Muchos ceden a las presiones externas y se prostituyen con los
valores del Imperio, aunque otros han sabido mantenerse fieles a los valores de Cristo
(3, 4). En todo caso, hay grupos que sostienen doctrinas no compatibles con la genuina
fe cristiana (2, 14-15.20-23). Juan los denomina “los nicolaítas”, sin especificar en qué
consiste su doctrina.
5.5 Teología
1. Teocentrismo
La literatura apocalíptica es eminentemente teocéntrica. Revela cómo Dios es el
Señor absoluto del mundo y de la historia. Ya el primer título que se le atribuye a Dios,
el que es, que era y que va a venir (1, 4), lo muestra claramente. La majestad y el
señorío de Dios vienen expresados también con la frase el que está sentado sobre el
trono, que es la que más utiliza Ap para circunscribir el nombre de Dios (12 veces: 4, 2-
3.9; 5, 1.13; 20, 11; 21, 5, etc. Para Ap Dios no forma parte del mundo, sino que todo ha
sido creado por él (4, 11; 10, 6; 14, 7).
Dios aparece como el que habla (1, 8; 21, 5-7), escucha el grito de los mártires
(6, 9-11) y actúa en la historia, llevándola a su plenitud por medio de las plagas, que
son, como ya señalaba Jonás 4, 2, llamadas a la conversión.
2. Cristología pascual
Sin la figura de Jesús el Apocalipsis se desintegraría en escenas poco coherentes.
Ap subraya la relación única entre Jesús y Dios, se le aplican títulos que en Ap se
atribuyen también a Dios.
Pero Ap mantiene el carácter único y la supremacía de Dios. Por la muerte y
resurrección/exaltación de Jesús (2, 8), que es el Cordero degollado (Jesús es
denominado Cordero en 28 lugares de Ap), y está de pie ante el trono de Dios (1, 5-6; 5,
1-14; 11, 15), se ha realizado ya el «paso» decisivo hacia el tiempo de la salvación.
Jesús reina ya en este mundo, pues es el ejecutor de los planes salvíficos de Dios. Y es,
a la vez, la clave de interpretación de toda la historia de la salvación, ya que sólo él es
digno de abrir el libro sellado con siete sellos (5, 9), que está en la mano derecha de
Dios (5, 1), y de recibir todo poder, gloria y honor (5, 12-14). Pero Ap mantiene la
tensión escatológica, el «todavía no» paulino y apocalíptico de la salvación, pues aún no
se ha realizado la victoria definitiva sobre las fuerzas del mal, que serán aniquiladas
cuando él vuelva (19, 11-20, 15). Mientras tanto, Jesús dirige y orienta con su Palabra a
su Iglesia (2-3).
Una serie de títulos intentan especificar el Señorío de Cristo y su relación con
Dios. Aparte del título de Cordero es denominado el testigo fiel (1, 5; 2, 13; 3, 14), el
Primogénito de entre los muertos (1, 5), el Amén (3, 14), el Hijo de Dios (2, 18), el
pastor (7, 17), Rey de reyes y Señor de señores (19,16).
Cristo resucitado habla ahora a sus Iglesias a través del Espíritu: “el que tenga
oídos, que escuche lo que el Espíritu dice a las Iglesias” (2, 7.11.17.29; 3, 6.13.22). Es
el “Espíritu de profecía” que queda condensado en el testimonio de Jesús que recoge el
Apocalipsis (19, 10).
3. Eclesiología
En Ap cristología y eclesiología forman una unidad. Gracias a la muerte en cruz,
el Cordero ha adquirido un pueblo universal (5, 9; 7, 9) al que ha constituido en Reino
para Dios y en sacerdotes para toda la tierra (5, 10). Forman parte de este pueblo una
multitud innumerable de toda tribu (7, 1-8) y nación (7, 9), constituida por dos grupos:
a) los que están ya en el cielo
b) los que están aquí en la tierra, como Iglesia militante, se esfuerzan en ser fieles al
Cordero y a sus valores. Es una Iglesia militante marcada por la esperanza. No sólo en
el triunfo definitivo, sino ya aquí en la tierra.
4. Escatología
Las Iglesias de Juan se encuentran situadas en la fase decisiva de la historia,
configurada ya por el triunfo de Cristo, el Cordero degollado (12, 5). Pero aún no se ha
manifestado plenamente la salvación, el cielo nuevo y la tierra nueva (21, 1-22, 5). Pero
«el tiempo/momento decisivo está a las puertas». La Iglesia espera con anhelo y pide
esta venida (22, 17-20). Es el tiempo de la fidelidad a los principios y valores
representados por el Cordero degollado. Es también el tiempo en el cual Dios llama a la
conversión: en primer lugar, a la comunidad, cuando ésta ha perdido su amor primero
(2, 4-5; cf. también 2, 14-16.20; 3, lb-3.15-19); pero también al resto de la humanidad,
incluido el imperio injusto (2, 21-23; 9, 20-21; 16, 9.11).
5. Significado del martirio
La exigencia por parte del emperador romano de que se le adore, atribuyéndose
así una prerrogativa que es exclusiva de Dios, unida a la amenaza de persecución y
muerte a quien no lo haga (12, 17-18), sitúa a los cristianos ante un dilema: aceptar las
imposiciones del Imperio, lo cual le permite disfrutar de los beneficios que éste otorga a
los que «llevan su sello» (13, 16), o bien negarse a ello, lo cual comporta marginación y,
en ocasiones, la muerte (13, 17). El cristiano ha de optar, pues, entre la traición a su
dignidad de creyente y el martirio.
Esta situación puede comprenderla mejor el cristiano a la luz de lo que fue la
vida de su Maestro, Jesús de Nazaret, quien recibe en 1, 5a el título de «mártir (=
testigo) fiel. Juan, pues, tiene interés en presentar a Jesús como el prototipo del mártir
cristiano.
La dialéctica e ironía joánica subraya, empleando el verbo “exaltar” para la
muerte de Jesús (cf. Jn 3, 14; 8, 28; 12, 32-33), hasta qué punto la cruz es precisamente
trono y expresión del triunfo de Jesús sobre la muerte y sus enemigos. El autor de Ap
subraya también que es a través de su sangre como Jesús “nos ha liberado de nuestros
pecados y ha hecho de nosotros un Reino de sacerdotes para Dios”.