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ESTUDIO INTRODUCTORIO DEL LIBRO DEL APOCALIPSIS

0. GENERALIDADES ACERCA DE LA APOCALIPTICA.

Mientras el término “Apocalipsis” significa revelación (en griego), el calificativo


“apocalíptico” se aplica a aquellas ideas, temas, recursos y forma literaria que sirvieron a
muchos creyentes para expresar su fe entre el tercer siglo antes de Cristo y el segundo de
nuestra era (en total, cinco siglos).

Por su parte, “apocalipticismo” describe un sistema simbólico con el cual las


comunidades apocalípticas interpretaban la realidad.

Mientras los profetas se servían de la palabra hablada para dar su mensaje a los
creyentes, los apocalípticos utilizaron la visión relatada en un texto escrito (visión escrita)
para lograr lo mismo.

Los movimientos apocalípticos surgieron como protesta y respuesta a situaciones críticas,


por ejemplo, con motivo de una persecución, o bien como resultado del rechazo que un
grupo pequeño sufrió por parte del grupo mayoritario, aun dentro del mismo pueblo.

Estos grupos menores respondieron de distinta manera: o vivieron dentro del gran
grupo, pero con una identidad religiosa propia, o bien, se separaron de la comunidad-madre
y permanecieron extraños abiertamente (hasta las armas) tanto a la cultura como a la
teología que se les quería imponer. Demos un ejemplo de cada uno:

 Los fariseos del tiempo de Cristo convivían con el resto de la población judía,
dirigida por los sacerdotes saduceos, pero conservando su propia visión religiosa;
 Los esenios, también contemporáneos de Cristo, aceptaban la ley de Moisés y
demás Escrituras, pero se aislaron y se retiraron al desierto (Qumrán, junto al
Mar Muerto) como protesta contra Jerusalén, y allí desarrollaron un movimiento
espiritual y simbólico propio, diferente al judío oficial de Jerusalén en su piedad,
ritos y hasta en el calendario;
 Los macabeos, siglo y medio antes de Cristo, se opusieron con las armas a la
dominación cultural y religiosa de Siria , de igual manera que lo hicieron los
zelotas contra los romanos en tiempos de Cristo, para sortear esos momentos de
crisis.

En general, la literatura apocalíptica tuvo diferentes fuentes y antecedentes; fue


propiciada por:

 Los mitos antiguos que presentaban la creación del mundo o cosmogonía como una
lucha de divinidades (teomaquia), de gigantes (titanomaquia) o de animales
(teriomaquia);
 Antiguos símbolos de desintegración del mundo (v.g. Is 51,9-11; Ez 37);

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 Textos proféticos que hablan de la fe bajo un lenguaje diferente al común: Ez 40-48; Is
60-62; Za 1-6.
Con base en estas influencias, las comunidades y pensadores apocalípticos
respondieron a su situación crítica:

 Proclamando el fin de este mundo y la pronta llegada de otro nuevo;


 Aceptando la salvación no para el tiempo final de la historia, como pretendían los
profetas (“en aquel día”, “el día del Señor”), sino para la nueva era, más allá de esa;
 Considerando el tiempo presente como malo y el venidero como bueno (tinte dualista);
 Sintiéndose los llamados y escogidos de Dios para una vida mejor en ultratumba;
 Creando textos propios que, poco a poco, fueron asumidos como parte de la literatura
bíblica canónica del Antiguo Testamento: Is 24-27; 34-35; 56-66; Za 9-14; Dn 7-12;
 Adoptando para sus fines una literatura simbólica: números para expresar ideas, bestias
y cataclismos cósmicos para referirse a la nueva creación y a la desintegración de la
actual, ángeles y demonios para ligar toda la realidad al mundo divino;
 Utilizando el rapto al cielo, la visión del mundo celeste, el testimonio de personajes del
pasado remoto y la pseudonimia (atribución del escrito propio a otro personaje de
renombre) para hacerlo aceptable a la comunidad.

En la era cristiana tuvo mucho éxito, aun para los seguidores de Jesús, este tipo del
literatura. Su lenguaje colorido, un tanto exótico y misterioso, les ayudó a promover su fe y
a defenderse en los frentes judío y pagano que los rodeaban, como puede apreciarse en el
capítulo 13 del Evangelio según san Marcos y en el clásico libro del Apocalipsis.
En fin, los profetas apocalípticos (o simplemente “los apocalípticos”) escribieron
en y para tiempos de crisis, preocupados por la urgencia de un mundo en quiebra y al borde
de la aniquilación y firmemente orientados hacia el definitivo reinado de Dios, cuya
aparición gloriosa juzgaban inminente.

1. INTRODUCCION GENERAL.

1.1. Proemio.

Gastaremos un buen tiempo en conocer las herramientas para el trabajo. De


ningún modo se puede emprender el estudio sin haber leído dos o tres veces todo el texto,
al menos para tener una primera visión y conocimiento global del material incluido allí. Es
imprescindible también la lectura de una introducción crítica, que podemos extraer de
algún manual tradicional, la de la Biblia de Jerusalén, por ejemplo (esta última me parece
bastante acertada).

Nos basaremos en tres fuentes principales: Ugo Vanni: “Apocalipsis” (Ed. Verbo
Divino); Carlos Mesters: “Esperanza de un pueblo que lucha” (Ed. Paulinas), Cahiers
Evangile: “El Apocalipsis” (Cuaderno No. 9, Ed. Verbo Divino).

El objetivo del curso es aprender a leer el Apocalipsis con gusto y provecho,


alejando todo mito y todo miedo para luego estar capacitados para llamar a la comunidad a

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entender y a gustar tan bello mensaje. Es necesario leerlo muchas veces, hasta hacer del
texto algo familiar y atractivo.
1.2. El libro.

De un parte, produce atracción y hechizo, como si un imán atrajera e impulsara a


seguir leyendo, pues el autor, además de profeta, es artista. Por otro lado, causa vértigo: por
sus imágenes complejas, sacudidas cósmicas, seres angélicos y demoníacos, actitudes
asombrosas... El simbolismo no es fácilmente comprensible y las intuiciones litúrgicas y
teológicas tienen ritmo incesante, porque la fantasía del autor es ilimitada. Se llega a un
estado de congestión, que parece que la cabeza explota, cuando no se hace un proceso de
“decodificación” de los símbolos y las imágenes que han invadido la mente.

Todo esto lo ha expresado el autor en un griego con fuerza de choque; en medio de


la tensión, busca un espacio para actuar de nuevo: por eso hay audacia gramatical y
expresiva.

En resumen: fascinación y sentimiento de vértigo son las impresiones que tenemos en el


primer contacto con el Apocalipsis.

1.3. Género literario

El título del libro sugiere ya en género literario apocalíptico (que se extiende del
siglo I a.C. al siglo III d.C. y se desarrolla primero en el ambiente judío y luego también en
el ambiente cristiano). Conviene saber los rasgos característicos de esta literatura:
 Se interesa por unos hechos concretos, que tienen que ser interpretados a la luz de Dios
que conduce los acontecimientos de la historia y les da un significado que trasciende su
materialidad;
 Este significado se expresa mediante el simbolismo: visiones extáticas, comunicaciones
de ángeles, animales como protagonistas; valor arcano atribuido a los números; juego
complejo de alusiones y tono intencionalmente hermético. En el Apocalipsis hay esto y
mucho más:

El autor define su obra como una profecía (Ap 1,3; 22,7.19) y se designa a sí
mismo como profeta (Ap 10,11; 22,6-9). Se coloca en la línea de los grandes profetas del
AT que exhortan con urgencia a un grupo de oyentes (esto no aparece en la apocalíptica,
sino que es algo típico del autor del Apocalipsis).

El Apocalipsis Revelación y Exhortación al mismo tiempo: está destinado a la


lectura litúrgica. Hay, pues, un lector y muchos oyentes (1,3; 22,7.

No tenemos datos suficientes para sostener que sea una carta.

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1.4. Estructura del libro.
El Apocalipsis se presenta como obra unitaria:
 Prólogo (1,1-3) y termina con un epílogo (22,6-21);
 El cuerpo, consta de dos partes generales, desiguales, pero fácilmente reconocibles:
 La primera, constituida por siete cartas precedidas de una introducción general (1,4-
3,22);
 La segunda tiene una estructura más compleja: se pueden ver en ella cinco
secciones:
a) Ap 4-5, con función introductoria: presenta los elementos y los personajes
que actuarán: Dios, la corte celestial, el Cordero, el libro de los siete sellos.
b) Ap 16,17-22,5 es la quinta sección, con aspecto de conclusión: la
condenación definitiva e irreversible del mal, la exaltación suprema del bien.
Estos dos elementos confluyen en la síntesis final de la Jerusalén celestial. En
medio de estas dos secciones, tenemos un movimiento lineal ascendente.
c) 6,1-7,17: Sección de los sellos, caracterizada por la apertura progresiva de
los 6 primeros sellos por parte del Cordero. El 7º sello abraza toda la parte
siguiente.
d) Sigue la tercera sección (8,1-11,14) caracterizada por la sucesión septenaria
de las trompetas: expresa confrontación dialéctica entre el bien y el mal,
profundizando en la figura de los protagonistas negativos y subrayando la
“parcialidad” histórica de ese conflicto. Se nota que en la historia de la salvación
habrá estancamientos, puntos muertos de una y otra parte.
e) La cuarta sección (11,15-16,16) caracterizada por las tres señales (la
mujer, el dragón, los siete ángeles con siete copas) nos presenta la lucha entre el
bien y el mal en su desarrollo dramático hasta el punto culminante, el “gran día”
(16,16).

Pero este desarrollo hacia adelante no es unívoco. Hay en todas las secciones
elementos que giran libremente hacia adelante o hacia atrás, dando al desarrollo una
fisonomía característica, que lo saca del esquema histórico-cronicista (sucesión temporal en
sentido estricto) y lo coloca en la zona ideal de la metahistoria.

1.5. Lengua y estilo del Apocalipsis.

La lengua es el griego helenista de tipo popular (griego de la koiné). Se nota, no


obstante, el substrato semítico general expresado en la repetición de pronombres, ciertas
formas verbales, parataxis (yuxtaposiciones). Hay muchas peculiaridades en el aspecto
lingüístico gramatical, que le dan al libro gran originalidad.

El estilo es excepcional. El estilo está tal vez en el ritmo interior; por eso, pasa de
un capítulo a otro, escucha, medita, reflexiona, llevado siempre hacia adelante como por
una ola misteriosa y envolvente.

El autor tiene una capacidad extraordinaria de evocación, complejo y refinado juego


de alusiones (sobre todo respecto a textos y figuras del AT); predilección por fórmulas

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repetitivas, por palabras - clave, por los esquemas literarios, etc. Pero no se ve esclavizado
por los esquemas: tiene una personalidad originalísima. ¿Qué nombre tiene?

1.6. El autor.

Los testimonios antiguos concuerdan en atribuir al Apocalipsis al apóstol Juan, el


autor del cuarto Evangelio. Las objeciones contra esta identificación, partiendo del análisis
interno del libro, no se consideran definitivas.

Algunos se oponen diametralmente a la identificación del autor del Apocalipsis con


el autor del Cuarto Evangelio: argumentan que no tiene origen apostólico directo y que no
fue escrito por Juan: dicen que las características lingüísticas, literarias, doctrinales y la
mentalidad misma del Apocalipsis son muy distintas a las del autor del Cuarto Evangelio.

Seguramente ayuda a resolver el problema una consideración de orden literario: En


toda la apocalíptica observamos el fenómeno de la pseudonimia: el autor se vincula
idealmente a una figura conocida de la Escritura, con la que siente especial afinidad,
atribuyéndole en primera persona las visiones que escribe (cf 1,1.9ss.). De aquí se
desprende que el autor del Apocalipsis, muy probablemente un discípulo de Juan, se
vincula al apóstol Juan, con quien tiene muchos puntos en común. Entonces, el hecho de
que el autor se presente como Juan, eliminaría a Juan como autor del libro. Esto es muy
probable, pero no contundente.

1.7. Mensaje teológico del Apocalipsis.

El Apocalipsis está dirigido esencialmente a la praxis. Tratamos primero de


identificar algunos elementos teológicos más generales y luego otros más específicos.
Comencemos por los más generales:

1.7.1. Dios.

El autor tiene agudo sentido de Dios que expresa con terminología ordinariamente
veterotestamentaria. Presenta a Dios como el santo (en sentido sacral y moral), justo,
omnipotente. También como el que está sentado en su trono y domina activamente sobre
todo, simplemente como Dios. También se le llama “Padre de Cristo”, adquiriendo una
fisonomía neotestamentaria.

El autor tiene su expresión característica para referirse a Dios: parafraseando el


nombre de Dios que encontramos en el Exodo (Ex 3,14), lo llama “el que es, el que era y el
que vendrá” ( Ap 1,4).

Sintéticamente, el autor ve a Dios como aquel que, en su trascendencia permanente,


pone en movimiento el proceso de la salvación, lo va desarrollando en el tiempo, superando
gradualmente el mal. Al final, superado todo obstáculo, Dios lo renovará todo y se
establecerá entre El y la comunidad salvada, la Jerusalén celestial, una relación de especial
intimidad y convivencia.

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1.7.2. Cristo.

Para el autor es una figura menos familiar que la de Dios. Aparece una serie de
títulos cristológicos sacados, en parte, del contexto religioso neotestamentario: Se le llama
“El Cordero”, “el Testigo fiel”, “el Amén”, “el Verbo de Dios”, “El Hijo de Dios”, “el
Lucero de la mañana”. El autor sintetiza su concepción de Cristo en la visión inicial (Ap
1,12-20): muerto, resucitado, vivo, Cristo mueve hacia adelante con su energía a su Iglesia.
Respecto a ella, cumple una doble misión: la juzga con su Palabra, purificándola (cap. 1-3);
la ayuda a derrotar las fuerzas hostiles que la acechan, convirtiéndola en su esposa (cap. 4-
21). De este modo, Cristo sube hasta el trono de Dios, prolongando en la realización
histórica de la Iglesia lo que será su victoria personal, obtenida con la resurrección.

1.7.3. Los ángeles.

Los ángeles y seres sobrehumanos expresan una manifestación concreta y compleja


de Dios y de su creación; colaboran o se oponen al desarrollo de la salvación; representan
toda una serie de fuerzas activas que se sitúan idealmente por encima de los hombres y por
debajo de Dios.

1.7.4. La Iglesia.

La Iglesia es de capital importancia para el autor y pareciera el ambiente ideal en


que se mueve, sobre todo en su dimensión litúrgica: nos habla de una totalidad de iglesias;
nos habla de iglesias locales; se interesa por la vida interna de la Iglesia; intenta definir las
leyes de su comportamiento frente a las fuerzas enemigas. La Iglesia está en devenir
(dificultades y tensiones), pero también tiene una meta clara y definida: el aspecto personal
que vincula a la Iglesia con Cristo y la hace “esposa” suya, y el aspecto externo y social
que hacen de la Iglesia una “ciudad”, entrañan su síntesis final y suprema en la Jerusalén
celestial, la ciudad - esposa.
Pasemos ahora a considerar algunos temas específicos:

1.7.5. Escatología.

La escatología se presenta como actual, supratemporal pero, al mismo tiempo,


caracterizada por un desarrollo cronológico. La escatología tiene que encuadrarse y
comprenderse en el marco amplio de la teología de la historia: ésta está constituida por los
hechos que “tienen que suceder” (cf 1,1; 4,1; 22,6). ¿De qué hechos se trata?

Para algunos, los hechos son contemporáneos al autor; para otros, esos hechos son
únicamente futuros; otros prescinden de toda referencia a hechos simultáneos o futuros y
dicen que nos ofrece más bien un esquema de salvación.

No puede negarse que hay en el Apocalipsis apelaciones y alusiones a hechos


contemporáneos del autor; pero el simbolismo con el que el autor los arropa, los arranca de
su concreción histórica aislada, para hacer de ellos una lectura teológica paradigmática.
Estas fórmulas de inteligibilidad teológica tienen que ser aplicadas a la realidad concreta. Y
¿cuáles son las modalidades de esa aplicación?
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1.7.6.Tema teológico de fondo.

La Iglesia purificada reconoce su hora. La Iglesia, situada en el desarrollo lineal de


la Historia de la Salvación, entre el “ya” y el “todavía no” se pone, ante todo, en estado
purificación interior, sometiéndose a la Palabra de Cristo (primera parte). Ya purificada,
podrá comprender, mediante una reflexión sapiencial realizada en contexto litúrgico, cuál
es su hora en relación con las fuerzas hostiles, a fin de obrar en consecuencia. Esta
reflexión sapiencial permitirá a la Iglesia aplicar a la realidad concreta las formas de
inteligibilidad teológica revestidas de simbolismo.

El proceso de reflexión sapiencial es:


1. Una comprensión y desciframiento del símbolo;
2. Aplicación de la fórmula de inteligibilidad teológica a la realidad, a la materia
concreta de la vida (será sincrónica en cada momento y período de la existencia);
3. Una vez transcurrido el momento y período histórico al que se ha aplicado la
fórmula de inteligibilidad (= símbolo decodificado), escapa esa fórmula para dar cabida
a otra nueva...y así sucesivamente.

1.8. Criterios hermenéuticos.

1.8.1. El aspecto literario.

La distribución que hemos hecho, va de acuerdo a motivos literarios, a valores


estilísticos y gramaticales, lexicales. Es preciso anotar que hay que definir las líneas de
fondo de la estructura literaria (también lo hemos hecho ya en embrión).

1.8.2. El simbolismo en el Apocalipsis.

Tengamos en cuenta que en la simbología se parte del sentido realístico de los


términos (es el primer nivel del símbolo). Al lado de esa expresión cabal y adecuada, de un
significado “realístico” se presenta otra que se obtiene mediante una transposición mental
que podemos llamar “expresión simbólica” (segundo nivel). Decimos, por ejemplo, “Cristo
tiene todo el poderío, riqueza, saber y fuerza” (Ap 5,12). Usamos así una expresión
realística; pero si lo llamamos el “León de la tribu de Judá” (Ap 5,5), utilizamos una
expresión simbólica, aunque con el mismo significado de fondo.
No nos podemos quedar en la equivalencia realística...Todavía hay que dar dos
pasos más: hay que aplicar el símbolo al momento presente, recogiendo toda su riqueza de
significado (tercer nivel), para luego hacerlo desaparecer momentáneamente y permitir el
paso a un nuevo proceso (cuarto nivel). El nivel realístico de las expresiones literarias se da
cuando los elementos que lo conforman mantienen intacta la identidad precisa de
significado que tiene en el ambiente natural. Cuando esa identidad ya no se respeta y se
hace una transferencia, un cambio relevante, entonces se entra en el terreno del símbolo. El
autor tiene una capacidad creativa que pide del lector o escucha una creatividad
correspondiente de respuesta.

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Pero en el Apocalipsis hay una particularidad: el sistema lingüístico en el que actúa
no es simple de definir: su lengua es el griego popular (de la koiné), pero su matriz cultural
es substancialmente el AT, donde encuentra una multiplicidad de símbolos ya elaborados.
En cuanto al contacto con el AT, hablaremos en otro momento.

2. EL SIMBOLISMO CÓSMICO.

Los términos que expresan la realidad cósmica como “cielo”, “estrellas”, “sol”,
“mar”, etc., presentan en el Apocalipsis dos niveles de significado: realístico y simbólico,
que aparecen normalmente en el AT, permitiéndonos pasar de un sentido a otro en el
proceso de simbolización.

“Cielo” (, a veces, significa el firmamento (Ap 6,14; 16,21), pero es


idealizado y pasa a significar la zona de la trascendencia divina. Es típica del Apocalipsis la
insistencia sobre este último aspecto (cf 3,12; 4,1; 5,3.13; 8,1).

“Las estrellas”  suponen el mismo proceso que el “cielo”: significan las
estrellas en sentido físico y son símbolo de la trascendencia de Dios, de alguna manera
relacionada con la acción creadora. En sentido físico, se pueden entender cuando se habla
de ellas en las alteraciones cósmicas (cf Ap 6,13; 12,4). Pero cuando “estrella” se refiere al
“ángel de la Iglesia” (1,20), cuando indica la caída del cielo a la tierra (9,1), cuando se
aplica a Cristo que se autodefine “la estrella radiante de la mañana” (22,16), es ya
completamente simbólico. Pero el significado que adquiere fundamentalmente es el del
desplazamiento de un elemento celeste que viene a situarse sobre la tierra; luego el
contexto especifica: se tratará de la dimensión celeste, trascendente, que compete a la
Iglesia en su concreción histórica, de la tensión hacia la plenitud del día escatológico que
Cristo resucitado, sentido como presente en la Iglesia le comunica o, por el contrario, se
tratará de una realidad de algún modo trascendente que se encuentra forzosamente (ha
caído) sobre la tierra.

“Trueno y relámpago”. Son ya de por sí en el AT referidos a la trascendencia y,


parcialmente, a la voz de Dios (cf sobre todo Ex 19,16; Sal 29,5; 77,19). Esta
simbolización embrionaria asume en el Apocalipsis un desarrollo nuevo: “los relámpagos y
truenos que parten del trono de Dios, son explícitamente voces” (cf Ap 4,5; 8,5; 11,19;
16,18-21). Parece ir muy adelante en Ap 10,3 donde el ángel grita y hablan los siete
truenos con sus propias voces.

“Mar” . Tiene su sentido realístico, incluso con el significado de “mar


navegable” (cf 18,17.19.21), pero es idealizado negativamente y entendido como la sede
opaca del mal, casi sinónimo de abismo (13,1). En la nueva creación, deberá superar su
negatividad (cf 21,1) y llegará a ser “como de cristal” (4,6; 15,2).

“El sol” . Es casi la criatura física predilecta de Dios. Cuando el autor lo
piensa en términos reales, lo compara con el rostro ( de Cristo (1,16) o con el rostro
de un ángel (10,1). La hermosa idealización que ya se nota en estos dos casos, se hace

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explícita cuando la mujer es llamada “revestida de sol” (12,1) para indicar el espléndido
respeto de Dios en relación con ella.
En todos estos casos se llega a la misma conclusión: el desplazamiento de
significado nos dice que hay en el cosmos, como lo experimenta el autor, un deseo ardiente
(temblor) de novedad, una fuerza concentrada que tiende a sobrepasar el nivel actual de
realidad, implicando, de algún modo, la trascendencia divina.

3. LAS ALTERACIONES CÓSMICAS.

Es la constante más conocida en el Apocalipsis. La alteración respecto al ritmo


normal hace que ese pase a un significado simbólico particularmente evidente y radical.
Tenemos como una simbolización al cuadrado.
Descripción. El sol se oscurece (9,2); “se volvió negro como un paño
de crin” (6,12), es golpeado parcialmente (“una tercera parte” 8,12), o totalmente (cf 16,8),
hasta que en el período escatológico, en la Nueva Jerusalén, ya no será necesario el sol (cf
21,23).

La luna “toda como sangre” (6,12), también es “golpeada” parcialmente


(es dominada por la mujer (cf 12,1) y, como ocurre con el sol,
también será superflua en la Nueva Jerusalén (cf 21,23). El sentido de la expresión “debajo
de sus pies (12,1) es un simbolismo antropológico difundido
en el AT como equivalente de sometimiento.

El cielo que retrocede ( “como un rollo que se envuelve” (6,14), debe
desaparecer para dar lugar a un cielo nuevo (cf 21,1).

Las estrellas son “del cielo” (6,13), tienen el cielo como lugar natural. Pero no
permanecen allí: una parte de ellas es arrancada del cielo y tirada sobre la tierra por la
fuerza del Dragón (12,4), también son golpeadas parcialmente (cf 8,12:
, caen sobre la tierra “como la higuera suelta sus frutos maduros,
sacudida por el viento” (6,13; 8,10).

También la tierra es pensada en el esquema de las alteraciones violentas: puede ser


herida parcialmente con toda suerte de plagas (11,6), deberá desaparecer y será renovada
(21,1).

La alteración violenta de la realidad cósmica terrestre encuentra muchas otras


ejemplificaciones en el Apocalipsis: los árboles, la hierba son quemados (8,7), los montes y
las islas cambian de sitio (6,14), y hasta cierto punto, ya no se encuentran (16,20). En
términos más generales, las aguas se vuelven amargas (cf 8,11), se convierten en sangre (cf
8,8), etc.; hay una alteración debida al movimiento telúrico ( Este término ocupa
respecto al resto del NT un lugar especial en el Apocalipsis: siete veces en el Apocalipsis
de las catorce en todo el NT, y la mayor parte en contexto apocalíptico. tiene un
relieve especial como expresión simbólica del equilibrio inestable de la actual situación del
mundo.

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En este campo de las alteraciones, se da la combinación violenta e imposible de
elementos y aspectos diversos: se habla de un “monte incendiado de fuego” (8,8), de “un
mar transparente mezclado con fuego” (15,2).
Encontramos un indicio claro para la valoración interpretativa, cuando se afirma
que los hombres, reaccionando a las transformaciones cósmicas, blasfeman contra Dios,
“que tiene el poder sobre tales plagas” (16,9; cf 16,21b).Aún en este contexto negativo, se
ve claro que hay la convicción de que Dios es el dueño absoluto de la naturaleza.

Interpretación: Las alteraciones del curso normal expresan una presencia


particular, estimulante, provocante, de parte de Dios; Dios es activamente el autor de
cuanto sucede (hay que dar atención a los pasivos teológicos). Las alteraciones cósmicas en
el Apocalipsis no son algo concluido en sí mismo, sino que están en explícita conexión con
el hombre, provocando una reacción por parte de él. Las alteraciones de las cuatro
primeras trompetas, tienen siempre delante al hombre, al que se refieren explícitamente (cf
8,11); el septenario de las copas, pone de relieve particularmente la referencia a los
hombres (16,9.11.21). La presencia activa de Dios que las alteraciones expresan, se coloca
así en el ambiente de la historia y se hace sentir en ella en proporción directa a la entidad
de las alteraciones descritas. Cuando, v.g. en la sección de las trompetas (8,7-12), se tiene
una alteración limitada y parcial (una tercera parte: , significará que la presencia
activa y transformadora de Dios en la historia es aún parcial, limitada en sus efectos: es la
situación preescatológica que estamos viviendo.

Lo mismo se puede decir a propósito del monte encendido (cf 8,8) y sobre todo del
mar mezclado con fuego (cf 15,2): la alteración parcial, la novedad de la relación agua -
fuego que coexisten, denota que se está gestando una nueva creación.

Cuando en Ap 16,1-16 tenemos alteraciones cósmicas mayores respecto a las


causadas por las trompetas, la presencia de Dios y su acción transformadora se hacen sentir
con mayor fuerza: es que está por llegar el “gran día” (16,14).

Cuando se llega al máximo de alteración: sol negro, luna que se convierte en sangre,
estrellas que caen sobre la tierra (cf 6,12-17; 16,1-21), tenemos el máximo de la presencia
transformadora de Dios: el “gran día” está en acto (6,17).

Las transformaciones violentas más allá de toda expresión y de toda coordinación,


expresan la transformación radical de la historia del hombre y del ambiente en el cual se
desarrolla. La presencia activa de Dios que indican, lleva al mundo hacia la meta de una
novedad desconocida. El mundo debe cambiar, cambiará, está cambiando bajo el influjo de
Dios que se introduce en la historia humana.

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4. EL SIMBOLISMO TERIOMORFO.

En el Apocalipsis encontramos todo un abanico terminológico en relación con los


animales: el alcance es menos amplio que el relacionado con el cosmos y la naturaleza.

Se habla de “animales” ( 20 veces), de “cordero” ( 29 veces), de


“león” ( 6 veces), de “águila” (3 veces), de “langostas” 2 veces), de
“dragón” (13 veces, las únicas en todo el NT), de “monstruo” o “bestia”
(38 veces), de “caballo” 16 veces), de “ranas ( 1 vez), de
“escorpiones” (veces), de “serpiente” ( 5 veces), de “perro” (1
vez), de “pájaro” (3 veces): el cuadro impresiona por su vastedad, que no tiene
punto de confrontación en el NT.

En algunos casos, se ven los animales en sentido realístico y propio, por ejemplo:
las bestias que devoran la cuarta parte de los habitantes de la tierra (6,8), los caballos,
cuando la sangre llega hasta la altura de sus frenos (14,20), el rugido del león, comparado
con la voz del ángel (10,3), la picadura de los escorpiones (9,5). Pero los animales son
frecuentemente diversos de cuanto nos esperamos y protagonistas de acciones superiores.

Los animales (, a pesar de poseer una identidad que, bien combinada, no tiene
punto de confrontación con la realidad (cf 4,6b- 8 a), ejercen funciones doxológicas (4,8b,
etc.), mandan (6,1-7), entregan las copas a los ángeles (15,7), adoran (19,4). El Cordero,
presentando características fuera delo normal (5,6), ejerce una multiplicidad de acciones
que no terminan de sorprender: toma el libro (5,7), abre los sellos (6,1ss.), se indigna
(6,16), conduce al pasto al rebaño (7,17), combate y vence (cf 7,14), celebra las nupcias
(19,7.9), tiene su trono (22,3). El león vence haciendo abrir los sellos del libro (5,5); las
langostas atormentan a los hombres como si fueran escorpiones y asumen las formas
concretas más desconcertantes (9,7-11; el águila habla pronunciando un grito amenazador e
impresionante (8,13); los caballos, además del sentido realístico asumen proporciones,
colores y actitudes que llegan a lo inimaginable (6,1-8; especialmente 9,16-19). El Dragón,
el primero y el segundo monstruo, además de tener una identidad por encima de toda
representación humana, cumplen acciones igualmente sorprendentes: el dragón arrastra las
estrellas sobre la tierra (12,4), combate en el cielo (12,7), persigue a la mujer (12,13), etc.;
el primer monstruo blasfema el nombre de Dios (13,6), tiene poder sobre toda tribu y
pueblo (13,7); el segundo habla como una serpiente (13,11), construye la imagen del
primer monstruo y le da la vida (13,14-15).

Significación: El autor no sólo desplaza el significado pasando de lo realístico a lo


simbólico, sino que lo acentúa de tal modo que lo convierte en transformación radical
(sobre todo vale para las transformaciones cósmicas). ¿Qué quiere expresar el autor?

Tenemos inmediatamente la neta sensación de estar en un nivel heterogéneo,


oscuramente superior respecto al nivel de los hombres. Es necesario saber que el autor del
Apocalipsis bebió del AT para el simbolismo, y, muy especialmente el teriomorfo. Allí
encontró todos los animales que menciona, y con simbolización ya avanzada: los animales
(): Ez 5,5-10; las fieras : Dn 7,3-6, pero no podemos negar la originalidad del
Apocalipsis y su amplia creatividad.
11
El nivel heterogéneo y superior en que nos encontramos, se confirma por las
acciones atribuidas a los animales. Los animales protagonistas, sea positiva o
negativamente, se comportan según modalidades siempre sorprendentes, frecuentemente
inexplicables humanamente. Sus acciones presionan sobre los hombres y su historia, pero
siempre bajo el control de Dios. Expresan una fuerza que, positiva o negativamente, se
introduce en la historia humana, siguiendo el desarrollo, hasta la conclusión escatológica.

En la Jerusalén celestial habrán desaparecido todos los animales: quedará sólo el


Cordero . Habrá una salvación activa, causada vitalmente pro Cristo, como
proyección escatológica de su resurrección.

El autor del Apocalipsis utiliza la fórmula teriomorfa (analógicamente a Franz


Kafka en “La Metamorfosis”), para indicar la heterogeneidad (casi una trascendencia
respecto al hombre), de una realidad que estimula y mueve. No basta la traducción del
símbolo a términos realísticos, sino que el animal protagonista indica que existe en el
ámbito de la historia un complejo de fuerzas en acto, una vitalidad que no se puede
aprehender, que se escapa: el mal da la sensación de lo incomprensible y el bien la de una
victoriosa inaferrabilidad.

Se percibe el desarrollo hacia adelante y de tipo dialéctico que asume la historia,


con la variedad de sus elementos, con los interrogantes que ofrece y los vacíos a nivel de
comprensión humana que deja, pero está siempre dominada por la lógica de Dios, guiada,
llevada a la plenitud por el Cordero (.

5. SIMBOLISMO ANTROPOLÓGICO.

El agudo sentido que el autor del Apocalipsis posee para ver la Historia como
acontecimiento humano (el hombre como punto de referencia de todos los
acontecimientos), lo lleva a interesarse por el hombre en todos los aspectos de su vida
(vida:  = 17 veces; vivir: = 13 veces), por sus manifestaciones y expresiones.
Encontramos muchas expresiones que se refieren al hombre considerado en su
individualidad: el hombre es vitalidad (7 veces); es persona corpórea (cf
18,13); tiene la sangre como elemento determinante de su vida (19 veces); puede
sufrir hambre y sed (cf 7,16), etc.

5.1. Relación del hombre con el otro.

El autor no deja al hombre aislado. El hombre mira siempre al otro y lo considera


metido en el devenir de la historia. Habla, entonces, de la dimensión relacional: el hombre
y la mujer; el amor y las nupcias, la fecundidad, el parto. Da una importancia especial al
vestido que hace al hombre, visualizándolo, particularmente relevante respecto a los demás
(: 7 veces;5 veces; = vestir: 12 veces). A veces resalta ciertas
actitudes como estar de pie o sentado; insiste sobre las partes del cuerpo, como la cabeza, la
frente, el rostro, la mano, los pies y, aún más detalladamente, los dientes, los cabellos, la
voz, el fémur. Es sensible a todo lo que puede agradar al hombre, como el oro y las piedras
preciosas. El hombre goza, exulta, alza el tono de la voz, aplaude, canta. También es

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sensible el autor a lo que desagrada e irrita: se habla frecuentemente de pasión ( 10
veces), otras de ira ( 6 veces).

El hombre, visto en la óptica de la historia, convive con los demás. El autor insiste
en la convivencia y subraya algunos de sus aspectos exquisitamente humanos, como la
intimidad de la amistad, que se expresa en términos conviviales: se habla de la cena y del
vino.

Entre los hombres se observa, se congratula, se escribe, se comunica. Además


aparece el trabajo, la vendimia, la mies, el pastoreo; el comprar y vender, que puede hasta
ser comercio organizado, sobre el cual insiste con lujo de detalles (cf 18,11-13.17).

Sabe al autor que la intervención humana a veces provoca tensiones y violencia: se


presenta al hombre que guía al caballo (no por deporte), el hombre que combate, que vence
y es vencido, el hombre que instrumentaliza al otro; el hombre que mata. Pone atención al
sufrimiento, al grito del oprimido, a la fatiga, al llanto.

El hombre que convive se expresa de modo particular en la ciudad: el autor habla


de ella repetidamente (lo veremos luego), y hace de ella el punto de llegada de todo el
dinamismo de la historia.

La convivencia de los hombres entre sí no se limita a la ciudad: ella es un elemento


vital de la convivencia, pero existen los reyes, los reinos, la vida típica de la organización
del estado.

Finalmente, la convivencia humana, no es completa para el autor que ha madurado


su mentalidad en el ámbito del AT, sin la dimensión vertical, que pone en contacto con
Dios: el culto, la liturgia, pertenecen al marco del hombre. Este es, en grandes líneas, el
cuadro antropológico que ofrece el Apocalipsis. Es un cuadro que tiene sus dimensiones
realísticas: cuando se habla, v.gr., de la voz del esposo y de la esposa (18,23), se refiere a
la realidad humana del amor nupcial; lo mismo cuando se habla del trabajo en términos
técnicos precisos (cf 18,23), o cuando se resaltan como en un cántico descriptivo las partes
del cuerpo: la cabeza, los ojos, la cara, el pecho, los pies, conservan su identidad real (cf
1,14-16).
Pero más allá de la parte realística, existe en el cuadro antropológico del
Apocalipsis, una parte simbólica, cuando los diversos elementos referentes al hombre
sufren el cambio de identidad propio del símbolo. Veamos algunos casos:
Partimos del hombre considerado en su individualidad. El traje: encontramos un
traje que llega hasta los pies (1,13), con una faja de oro al pecho,
que rodea a Cristo resucitado; encontramos un manto (, que se atribuye a Cristo
en el contexto de la parusía apocalíptica (en 19,11-21 se presenta la conclusión de la
historia por parte de Cristo: el cuadro es simbólico, con muchos aspectos del simbolismo
antropológico): el manto está salpicado e sangre y lleva la inscripción solemne que
cualifica al máximo la identidad de Cristo que retorna: “Rey de reyes y Señor de señores”
(19,16 .
El mismo término en plural ( se refiere a los cristianos de Sardes, que no
mancharon sus vestidos (3,4) y aparece en la misteriosa bienaventuranza colocado antes de

13
la batalla escatológica conclusiva: “Bienaventurado quien guarda y conserva sus vestidos”
(16,15). Unidos al término cualificante blanco (cf simbolismo cromático), los vestidos son
atribuidos a los “vencedores”, empeñados desde ahora en la lucha contra el mal (cf 3,5).
Estos vestidos son prometidos a la Iglesia de Laodicea, de modo que no se vea la vergüenza
de su desnudez (3,18). Estarán vestidos de estas vestiduras los veinticuatro ancianos (4,4).

Hay otro término que se refiere al vestido que es túnica (. Prácticamente es
sinónimo de  que en el Apocalipsis se utiliza, en la mayoría de los casos, junto con
el adjetivo “blanco”: a los mártires que preguntan hasta cuándo tardará Dios en vengar su
sangre, les es dada “una vestidura blanca” ( 6,11); todos los participantes en
la salvación escatológica en la primera presentación que se hace de ella, están “vestidos con
vestiduras blancas” (7,9.13). Se insiste, en el mismo contexto, en este
detalle: quienes las visten, las han lavado ( y vuelto blancas ( en la
sangre del Cordero (7,14). Tenemos una última aparición del término “túnica” (,
esta vez no expresamente conectado con el término “blanco”, en el diálogo litúrgico
conclusivo: se dice que son bienaventurados los que “lavaron sus túnicas (22,14).

Incluso cuando no se usan expresamente ni, tenemos en el


Apocalipsis otras referencias al hecho antropológico del vestido, que completan el cuadro
que estamos estudiando. Siguiendo el hilo del verbo “revestir” (, cuando se
encuentra acompañado del término  (cf 3,5.18; 4,4) o  (cf 7,9.14); un ángel
revestido de una nubecilla (10,1), que la mujer del gran signo está “revestida de sol” (12,1);
la mujer que simboliza Babilonia está revestida de púrpura y escarlata (17,4); la ciudad
misma se la llama “revestida de lino” (18,16); a la Esposa del Cordero le es concedido
revestirse de lino luminoso y puro (19,8), y el autor agrega inmediatamente, dándonos a
conocer una indicación precisa para la interpretación: “En efecto, el lino son los actos de
justicia ( de los santos” (19,8). Los dos testigos del capítulo 11, durante el
tiempo de su ministerio, están revestidos de “saco” (11,3). Ante todos estos ejemplos sobre
el vestir, se viene la pregunta: ¿se trata de un hecho real o se ha hecho ya la transferencia
simbólica?

El vestido en el Apocalipsis, como en otros libros de la Biblia, presenta una


simbolización constante: nunca indica la tela material. Pero tal simbolización es más o
menos acentuada en proporción al cambio obrado por el autor en relación con el nivel
realístico del vestido como tela. Así, el vestido de saco de los dos testigos expresa una
actitud de ruptura con el ambiente. El vestido de púrpura escarlata de la mujer, indica el
lujo consumístico.

El vestido del sumo sacerdote (cf Ex 28,4; Dn 10,5; Ez 9,2.11), teniendo en cuenta
el cambio que hace el autor respecto de los textos que hemos citado del AT: la faja de los
muslos pasa al pecho, quiere expresar la nueva función de Cristo, propiamente como sumo
sacerdote del NT.

La túnica salpicada de sangre y con el letrero sobre la túnica y sobre el fémur (dos
detalles que , sin excluirse, no son fácilmente armonizables), más que vista, es pensada
como la capacidad permanente de Cristo, visto como personaje histórico y como individuo
presentado en sí, de ofrecer sobre los enemigos una victoria incontrastada.
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El vestido de lino esplendoroso y puro de la esposa, es visualizado como real, pero
la identificación que hace el autor: “las acciones justas de los santos”, es sólo pensada y
atribuida desde el exterior: entonces, la aplicación que le hace el autor, adquiere valor
simbólico muy notorio.

La túnica blanca dada a los mártires, el vestido blanco de los ancianos, las túnicas
de los salvados, vueltas blancas en la sangre del Cordero, ya no parecen túnicas reales. Las
identificaciones propuestas para revestir el cuerpo resucitado, indican que la túnica no es
percibida ni siquiera mínimamente como tal: tenemos un salto de identidad, típico de la
simbolización radical. Eso sucede, fuera de toda duda, cuando se habla del Cordero
revestido de una pequeña nube; de la mujer revestida de sol; de la ciudad revestida de lino.
Lo mismo, y aún más, se debe decir cuando se trata de conservar o de lavar las propias
túnicas.

En este último caso, la creatividad del autor modifica totalmente la identidad real de
los términos, atribuyéndoles un significado completamente nuevo. Nos preguntamos ahora,
¿qué significa el vestido en estos contextos tan indicativos para el propósito que tiene el
autor? La respuesta no es fácil: el vestido parece expresar sobre todo una situación que se
refiere a la persona cualificándola como tal. Pero el vestido se ve, se valora desde fuera.
De modo que, hablando de vestido, el autor del Apocalipsis quiere:

 Poner a las personas en relación de reciprocidad: se nota como una invitación a mirar y
confrontarse. El vestido indica, entonces, la situación de la persona, pero casi
proyectándola hacia el exterior, de la persona en función de los otros que pueden
percibirla.
 Así, recorriendo algunos de los ejemplos indicados, Cristo es sumo sacerdote y debe ser
visto y percibido como tal por la comunidad eclesial. Las túnicas blancas que cualifican
a los veinticuatro ancianos, indican una de sus funciones, de las cuales el grupo de los
escuchas (1,3) debe tomar conciencia. Las túnicas de los salvados a nivel
escatológico, indican la reciprocidad de la salvación en la toma de conciencia gozosa
que se tiene de ella viéndola realizada también en los otros. Lo mismo vale para el
atuendo de la esposa. El detalle de la “mujer revestida de sol” es una cualificación de la
mujer misma, pero que debe ser valorada por el grupo que interpreta la “señal”
(, al cual la mujer pertenece.
 Finalmente, las túnicas para lavar y guardar, indican una cualificación moral de la
persona cristiana, que hay que renovar y mantener, pero de la persona que debe ser
advertida, comprendida, “vista” con estas cualidades por los otros.

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5.2. Relación hombre - mujer

En el cuadro antropológico del Apocalipsis, la mujer tiene un importante relieve (el


término “mujer”,  aparece 19 veces). ¿Se da una idealización pasando de lo realístico
a lo simbólico? ¡Claro que sí! De las 9 veces sólo tres, el término es tomado en sentido
realístico (probablemente): 2,20; 9,8; 14,4): ya allí se da la tendencia a la simbolización.
En todos los demás casos, el sentido es claramente simbólico. Así, cuando la mujer
( en Ap 12,1-7 posee una capacidad de amar y de hacerse amar, de sufrir, de darse,
de ser madre...todo ello ha suscitado en el autor (aun cuando aquí a partir del AT) el cuadro
del pueblo de Dios que, acogiendo el amor de Dios e intercambiándolo, afrontando las
dificultades del camino del desierto, se esfuerza por expresar, en la situación histórica de
conflicto en que se encuentra, la parte que le corresponde del Cristo escatológico.

Pero encontramos, en relación con la mujer, también un desarrollo en sentido


inverso, una idealización invertida: es el cuadro impresionante de “la gran prostituta”
(17,3-21): la belleza se ha convertido en lujo descarado y fascinación
provocativa; la maternidad se ha desmoronado radicalmente, la mujer es presentada como
la “madre (de todas las prostitutas y de todas las abominaciones de la tierra”
(17,1b) y está ebria, “ebria de la sangre de los santos” (17,6). El autor, retomando los
valores más significativos de la mujer, los invierte para expresar adecuadamente la
negatividad de Babilonia.

La mujer está conectada en todas las literaturas con el amor, y también el


Apocalipsis se mueve explícitamente en esta línea. No falta alguna alusión, hecha en
términos muy dignos de aprecio, a la realidad del amor: una de las características más
impresionantes de la degeneración de Babilonia, la ciudad consumística por excelencia, es
que en ella “no se escuchará más la voz del esposo y de la esposa” (18,23). Exactamente
esta apreciación lleva al autor a hacer en el ámbito de la terminología del amor, algunas de
sus transposiciones de significado más conocidas:

 Se habla de nupcias, pero son las nupcias del Cordero: se festeja su llegada (19,7); se
proclaman bienaventurados los que han sido invitados allí (19,9).
 Se habla de la esposa del Cordero. La esposa - mujer (.
El autor elabora ágilmente elementos desunidos del AT en la línea de una experiencia
antropológica común, llegando a hacer del amor entre esposo y esposa la cualificación
específica del amor que se establece entre Cristo resucitado y la Iglesia. Esta paridad
vertiginosa de amor se realizará plenamente a nivel escatológico. Pero la Iglesia, desde
ahora, sabe que es la “esposa” ( que aspira a la presencia completa de Cristo (cf
22,17).

5.3. Relación hombre - ciudad.

El hombre apocalíptico no se puede pensar aislado: vive junto a los otros y el lugar
natural de la convivencia es la ciudad. También la ciudad ( es un término amado por
el autor del Apocalipsis (lo emplea 27 veces).

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La entiende en su sentido realístico, y lo hace cuando, por ejemplo, habla de las
“ciudades de los paganos” que se desploman (16,19), del lagar pisado “fuera de la ciudad”
(14,20). Se tiene la impresión de una alusión geográfica precisa, cuando se dice que las
fuerzas hostiles “pisotean la ciudad santa” (11,2), o cuando la figura simbólica de la gran
prostituta es vista como concretizada en Roma, llamada la “gran ciudad” (17,18).

Pero es una primera impresión que es profundizada y redimensionada. Un examen


atento nos muestra cómo, exactamente en el ámbito referido a Jerusalén y Roma, se realiza
el salto de significado del nivel realístico al simbólico. “La ciudad santa”, la ciudad donde
también su Señor fue crucificado (11,8b), Jerusalén, es también equivalente a Egipto, a
Sodoma, a Roma misma. Se ve la tensión entre dos puntos claros y contrastantes: la “gran
ciudad” en el Apocalipsis indica a Babilonia concretizada en Roma; por otra parte, la
expresión “donde también su Señor fue crucificado” es referida claramente a Jerusalén.
Entonces la interpretación realística está en un callejón sin salida, que sólo puede ser
abierto por la simbolización. En efecto, el cambio de significado se ve en el texto mismo:
“la gran ciudad, que se llama simbólicamente ( Sodoma o
Egipto (por razón de los dos crímenes especiales: lujuria y opresión de los fieles de Cristo
(17,4-6); aquí es identificada con Jerusalén que no sólo es santa, sino que también “mata a
los profetas” (Mt 23,37).

La parte negativa de Jerusalén, la que llevó a la crucifixión de Cristo, se ha


concretizado en el contexto bíblicamente negativo de Sodoma y Egipto. Se puede decir,
pues, que hay una clara tipificación: Babilonia, la Gran Ciudad, se concretiza en Roma;
Sodoma y Egipto se concretizan }en Jerusalén.

La Gran Ciudad se concretiza en Roma (14,8; 16,19; 17,5.18; 18,2.10.21); es


definitivamente un esquema, un “tipo” que tiende a reproducirse en la historia: estamos
mucho más allá de la Jerusalén geográfica.

Pero la mayoría de las veces  se refiere a Jerusalén y presenta un significado


ya simbolizado radicalmente. Jerusalén es llamada “nueva”, que baja del cielo, de la zona
de Dios, “adornada como una esposa” (21,2). En la segunda presentación, la Pólis es
llamada inmediatamente “la mujer - esposa del Cordero” (21,9). No olvidamos que Ap 21
describe la ciudad nueva, la Jerusalén celestial, insistiendo en su carácter humano.

La destreza creativa continúa: los elementos típicos de la ciudad son retomados


puntualmente, pero tienen un significado nuevo: sus puertas indican, en su apertura hacia
los cuatro puntos cardinales, la universalidad ; los fundamentos sobre los cuales se apoyan
los muros, son los Doce Apóstoles del Cordero (21,14). Las puertas y los muros son
tomados en un segundo giro: son medidos. La medida se representa en términos humanos:
la medida de un hombre (, pero es una medida que es superada,
cambiada desde dentro, llegando a ser “medida de ángel”
(21,17). El cambio de significado propio del
símbolo aparece muy claro. En efecto, la forma cúbica resultante de sus dimensiones
enormes, desconcertantes, si se permanece en el nivel del realismo humano, si se ven a un
nivel nuevo y superior, están señalando la perfección absoluta de la ciudad.

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Hay un tercer giro: las puertas del muro, los fundamentos, la plaza, son todos de
material preciosísimo, símbolo antropomórfico del “valor” ( de Dios, presente en la
ciudad.  significa “valor” en el AT, pero aquí se reelabora y adquiere el significado
de “valor que se irradia, una preciosidad reluciente, como las piedras preciosas”.

5.4. Relación hombre - Dios.

La vida del hombre, como lo concibe el autor del Apocalipsis, es también


convivencia con Dios. Esto, en la mentalidad del AT, en la cual el autor se inspira, nos
remite al culto.

Efectivamente, hablamos en el Apocalipsis de una sorprendente abundancia de


términos cultuales, algunos muy precisos y propios del AT: se habla de “templo” (16
veces), “Altar” (: 8 veces), “incensario” e “incienso” (: 2 veces,
las únicas en el NT, 4 veces), “candelabros” (veces), “copas
litúrgicas” (: 12 veces, únicas en el NT), “cítaras” y “citaristas litúrgicos”
(3 veces, 2 veces), “arca de la Alianza”
(vez). ¿Se tratará de una prolongación del culto del AT? La
respuesta es negativa, dado que una proporción tal del terminología litúrgica no encuentra
término de comparación en la Escritura.

Además es sorprendente que hay total ausencia de referencias a la organización


ritual del AT. Las grandes escenas litúrgicas que el autor describe no tienen puntos de
contacto persuasivos con el desenvolvimiento ceremonial en el templo ni con la liturgia
sinagogal.

Las escenas litúrgicas del Apocalipsis se desarrollan en el cielo, donde se


encuentran situados casi todos los elementos que hemos indicado. Los protagonistas de las
celebraciones son “los vivientes (, los ángeles, los ancianos.

Se impone una conclusión: respecto al nivel realístico del culto del AT el autor
hace, utilizando la misma terminología, un cambio de significado. Estamos en el ámbito
del símbolo. ¿Qué quiere expresar?

 Todas las escenas litúrgicas, aún desenvolviéndose a nivel celeste, no se concluyen en la


trascendencia, sino que tienen una conexión directa con la tierra: Dios es celebrado
porque ha creado todo (cf 4,11); toda criatura en el cielo y en la tierra y debajo de la
tierra (5,13) está implicada en esa alabanza al Cordero; el ángel lanza el contenido del
incensario “sobre la tierra” (8,14), del templo salen siete ángeles con las copas llenas de
la ira de Dios para derramarlas sobre la tierra (cf 15,5-16,1), etc.
 La conexión con la tierra es subrayada también por el hecho de que hay una sacralidad
a nivel terrestre, que entra directamente en la historia. Los sacerdotes son, simplemente,
los cristianos (cf 1,6); Cristo Cordero, además de ser pensado como en el cielo, es
pensado explícitamente sobre la tierra, en aquella zona sacral que le compete: se
hablará de “monte Sión”: La liturgia baja a la tierra, pero no entra en el templo (14,1).
Los candeleros de oro se refieren a la concretez histórica (cf 1,20 y 2,1). La única acción

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litúrgica fuera del cielo es situada en el contexto terrestre de la nueva creación (cf 15,2-
4).
 La transposición de significado propia del símbolo, analizada en el ámbito de la
dimensión atropológico-litúrgica, presenta una doble tendencia. Partiendo del contacto
de intercambio entre Dios y su pueblo que se realiza en el templo, acrecienta, por una
parte, el contacto con Dios, situándolo constantemente en la trascendencia; por otra
parte, el contacto con los hombres, incorporando la sacralidad en el ámbito de los
acontecimientos. De este modo, la liturgia del Apocalipsis, se convierte en una liturgia
de la historia.

La constante antropológica ( = el hombre, punto de referencia del autor del


Apocalipsis), tiene una clave interpretativa : el autor está muy atento al hombre y a todo
lo que tiene relación con él; lo ve y lo siente, sin hacerse ilusiones en relación con él y sin
aceptar sus límites, en la completez (plenitud) que alcanzará. Hay algo más, algo mejor que
empuja y presiona, pasando por todos los detalles del cuadro antropológico.

De todo esto se deriva una indicación interpretativa: su pasión por el hombre ha


llevado al autor del Apocalipsis a ver al hombre que goza, que ama, que sufre, que trabaja,
que organiza la convivencia, que progresa o degenera, como quiera que está empeñado en
la historia, como portador de una novedad que lo supera y que a la vez le compete: la
novedad de Cristo resucitado.

5.5. Nota sobre el cuadro antropológico del gesto.

En el Apocalipsis se simbolizan algunas posiciones:


 Estar de pie. La destaca el autor del Apocalipsis. Esta posición implica siempre una
fuerza puesta e ejercicio o no: los protagonistas del drama litúrgico de Babilonia “están
de pie desde lejos” (18,10.15.17) llenos de temor; ante el “gran día de Dios”, “¿quién
puede estar en pie?” (6,17). El dragón está de pie (12,4); el monstruo (12,8): se trata de
la fuerza del mal.

Los ángeles están de pie: sobre la tierra (7,1), sobre la tierra y sobre el mar (10,5.8):
es una fuerza de signo positivo en acción. Cristo está de pie: actitud que indica la fuerza
insistente y discreta del amor (“Estoy de pie a la puerta y llamo” 3,20). El Cordero
() está de pie (que indica la fuerza de la resurrección
en contacto con la historia de los hombres.

En dependencia del Cordero ( están los hombres: indica también aquí la
situación de fuerza típica de la resurrección: los dos testigos, después de su muerte,
invadidos por el Espíritu de Vida, están “erguidos sobre sus pies”
(; los vencedores están de pie sobre el mar de
cristal mezclado con el fuego de la nueva creación (15,2) y delante del trono de Dios (cf
7,9).

La posición complementaria, estar sentado, tiene su simbolización característica:


se refiere a los centros de poder (“los que se sientan sobre la tierra” 14,6); a la prostituta
(: 17,1.3.9.15; 16,7; a los caballeros (cf 6,2.4.5.8; 9,17; 19,11.18.19.21; al personaje
19
“semejante al hijo de hombre sentado sobre una nube” (14,14.15.16); a Cristo resucitado
(“un gran trono blanco y un personaje sentado en él” 20,11; a los veinticuatro ancianos
(4,4); sobre todo a Dios, que constantemente se llama “el que está sentado en el trono”
(4,2.9.10; 5,1.7.13; 7,10.15; 19,4; 21,5) y expresamente “el sentado” (4,3), indica una
capacidad de dominio ejercida de hecho.

La sed, se entiende en sentido realístico (17,16), es luego simbolizada para indicar


la aspiración tormentosa y asfixiante hacia el bien y, más concretamente, a Cristo presente
en la asamblea litúrgica con su sacramentalidad (cf 21,6; 22,17).

El alimento del maná del desierto en el AT es simbolizado, adquiriendo un sentido


escondido (, el eucarístico.

6. EL SIMBOLISMO CROMÁTICO.

El autor del Apocalipsis es sensible a los colores. Encontramos:


Blanco (15 veces de las veinticuatro en NT:  verde (3 veces:  rojo (2
veces: rojo encendido (una vez); rojo escarlata (14 veces); jacinto
(una vez); sulfúreo (una vez).

La atención relativamente importante que le da el autor a los colores, no sólo es


estética. Además de la sensación visual se da el salto cualitativo que determina el símbolo:
los colores adquieren una dimensión de significado explicable en términos intelectuales:

Verde, por ejemplo, es el verde natural de la hierba (8,7), o el de la vegetación


(9,4), pero también es el color típico del cuarto caballo en la sección de los sellos (6,8): los
colores típicos de este caballo en relación con el modelo de Za 1,7-17, indican la
originalidad del autor del libro del Apocalipsis en la formulación del simbolismo
cromático. El calificativo “verde” dado a n caballo es sin precedentes. Manteniendo el
valor de “verde” que el término griego tiene en otros casos, notamos que el autor
quiere subrayar, provocar, motivar, con la extraordinariedad del calificativo; quiere llevar a
reflexionar, a indagar. Y, probablemente, en la línea de la hierba verde, quiere sugerir,
antes de la presentación de la muerte (cf 6,8b), la sensación de la caducidad: “Todo hombre
es como la hierba” (Is 40,6). Fuera del sistema simbólico del Apocalipsis, el verde es un
símbolo cromático de valor reversible: puede indicar la vida, la esperanza, pero también
puede significar lo contrario, casi la antihumanidad, y convertirse en el color de la muerte.

Más espontánea es la asociación de “rojo” en lo que el autor quiere expresar más


allá de su sensación visiva: la cualidad de los dos contextos, el del segundo caballo en 6,4 y
el del dragón en 12,3, sugieren, respectivamente, es la crueldad que no respeta la vida
humana, el “sanguinario”. La referencia a la sangre se puede ver en el hecho literario de
que el color de cada caballo prepara lo que se explicitará en la presentación y en la acción
de los caballos: el rojo de 6,4 a prepara el derramamiento de sangre por la matanza y la
espada de 6,4b; el rojo de 12,3 preludian las matanzas que seguirán (cf 13,7.15).

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“Negro”(indica una negatividad que sólo el contexto especifica
ulteriormente: el sol que se vuelve negro como un paño de crin (6,12), pertenece al cuadro
de las alteraciones cósmicas. También el tercer caballo “negro” (6,5), hace presagiar la
negatividad que luego se realizará en el cuadro de la injusticia social indicada por el
caballero y su actitud.

El color de fuego (jacinto azufre en 9,17


indican la fuerza trascendente y devitalizante del demonio, que surgirá más detalladamente
del contexto.

El color más frecuente y relevante es el blanco ( La primera aparición del


término da una indicación muy importante y sugiere ya una clave interpretativa: retomando
y variando Dn 7,9, el autor dice que la cabeza y lo cabellos de Cristo son “blancos como
lana blanca, como nieve” (1,14). Se parte de un término visivo realístico: la lana llamada
explícitamente blanca...sin ninguna simbolización; lo mismo pasa con la nieve. Pero la
atribución del blanco al “anciano venerable” ( = padre de los años), ya en Daniel comporta
una simbolización: expresa, al menos globalmente, la trascendencia. En Dn 7,9, al “anciano
venerable” se le atribuyen “un vestido blanco como la nieve y cabellos como la lana pura”:
se tiene una simbolización evidente, pero no es del todo claro su equivalente real (quizá
pureza y luminosidad, madurez). Pero el autor del Apocalipsis sobrepasa el modelo de
Daniel. Acentúa el blanco diciendo: “blanco como la lana blanca, como nieve”,
concentrando en una las dos expresiones de Daniel y lo atribuye sólo a los cabellos de
Cristo. Aun cuando Ap 1,14 no se refiere a la edad, dado que acaba de mencionar la cabeza
(también blanca), el blanco es más que todo el esplendor de luz del ser celeste, que da una
idea de la sublimidad del mundo superior. El hecho que el autor del Apocalipsis retome el
texto de Dn 7,9 significa que para él “Cristo es igual a Dios en la esencia y en la apariencia
(aspecto).

Tal cualificación en el Apocalipsis es referida a Cristo resucitado que en 1,18 se


presentará explícitamente como tal: la cualidad de “Viviente” ( atribuida a Cristo,
no sólo lo coloca en el nivel de Dios, el Viviente por excelencia, sino que acentúa que este
nivel es característico de su situación de resucitado: se acentúa, en efecto, “estaba muerto
(cadáver) y ahora estoy vivo” (.

El blanco indica, entonces, la realidad a nivel divino, trascendente, propia de Cristo


resucitado. Esta equivalencia es confirmada por el uso de los Evangelios: Cristo
transfigurado es revestido de blanco, y el blanco es el contexto típico de la resurrección (cf
Mt 28,3; Mc 16,5; Jn 20,12). Notemos que los Sinópticos destacan el blanco en la
Transfiguración (Mt 17,2; Mc 9,3; Lc 9,29) y se ve claro que se trata de un anticipo de su
escatología.

Las siguientes apariciones de (blanco), sobre todo en el ámbito del


septenario de las cartas, subrayan una asociación muy estrecha con Cristo resucitado, que
está hablando en primera persona: se trata de caminar “con vestiduras blancas” con El
( de modo semejante (; los vestidos blancos se pueden comprar
junto a El (cf 3,18). Hay, pues, una correspondencia adherente entre el blanco de las

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túnicas del grupo que ya hemos mencionado, y Cristo resucitado considerado
personalmente: el blanco le pertenece.

En esta perspectiva se comprende tanto la abundancia como la variedad de las


apariciones del término en el Apocalipsis: se trata de las múltiples implicaciones de la
trascendencia típica de Cristo resucitado. Así, la “piedra blanca” es como la base de la
resurrección sobre la cual emerge la nueva personalidad (“nombre nuevo”) participada por

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Cristo resucitado (2,17). Los ancianos (4,4), los mártires (6,11), todos los salvados
(7,9.13), participan de la situación de Cristo resucitado. El “caballo blanco” (6,2; 19,11)
expresará la fuerza mesiánica propia de Cristo resucitado, que, presente y activa en la
historia del hombre, se desarrolla con leyes y modalidades del todo propias. Los ejércitos
celestes, vestidos de blanco, sobre caballos blancos (19,14) participan de la fuerza
victoriosa e irreversible de la resurrección de Cristo. La “nube blanca” sobre la cual se
encuentra el Hijo del hombre (14,14) expresa la trascendencia típica, respecto a la tierra y a
la humanidad, -que están aún madurando-, de Cristo personalmente ya resucitado.

7. EL SIMBOLISMO ARITMÉTICO.

Es típico de toda la literatura apocalíptica. Encuentra en el Apocalipsis un espacio


relativamente amplio. El cambio de significado se puede captar en el hecho de que la
cantidad, de por sí neutra, expresada por los números, asume mediante opciones artificiosas
o alteraciones, un valor que es cualitativo.

La más impresionante de estas alteraciones lleva al número a desnudarse


completamente del valor cuantitativo para asumir otro totalmente diverso. Es el artificio de
la geometría: los componentes materiales del número expresados en letras, dan como
resultado un nombre propio. El ejemplo más explícito, probablemente el único, que
encontramos en el Apocalipsis es el 666 de Ap 13,18. El equivalente mas difundido es el de
NERON CESAR que se obtiene sumando los valores numéricos de la letras hebreas que lo
expresan (NRWN QSR: N = 50 + R = 200 + W = 6 + N = 50 + Q = 100 + S = 60 + R =
200). Total = 666. Pero más allá del resultado que se obtiene, es importante el proceso
mental a través del cual se llega a este resultado.

Hay hipérboles numéricas en el Apocalipsis que quieren sólo sugerir la idea de un


dimensión más allá de lo imaginado. Es lo que ocurre a propósito de los ángeles que
glorifican al Cordero: su número era de “miríadas de miríadas” (5,11); también se verifica
a propósito de la caballería infernal: “su número era el doble de miríadas de miríadas”
(9,16).

Pasemos a los casos más típicos, para aclarar el mecanismo: el número siete, ya en
el AT indica la completez, la totalidad: es un dato que el autor del Apocalipsis recoge de su
ambiente cultural y considera adquirido. Pero la impronta cualitativa de significado no
deriva de él. Es suya sí la aplicación que hace del número, sea a nivel explícito (siete
iglesias, siete sellos, siete trompetas, siete copas, etc.), sea a nivel de estructura literaria en
la enumeración de siete elementos. En ambos casos, quiere indicarnos un tipo de totalidad
que luego el contexto determina y aclara.

Contrapuesta a siete es la mitad de siete: tres y medio. Se tiene una totalidad partida
por la mitad, una parcialidad. El contexto indicará el contenido preciso y se tendrá,
entonces, una parcialidad de duración, de intensidad, etc. Los cuarenta y dos meses en los
cuales será pisoteada la ciudad santa indican, por ejemplo, en 11,2 la duración limitada, la
emergencia de esa situación. El hecho de que sea indicada en meses en lugar de años,

23
acentúa la duración en sentido distributivo: se experimentará el peso de esa situación: el
tiempo parecerá larguísimo a pesar de la conciencia de que se trata de una emergencia.

La totalidad dividida por mitad en la línea del tiempo -tres años y seis meses- es
distribuida en días. Ese procedimiento artificioso subraya y puntualiza hasta lo cotidiano,
las características de una situación que fundamentalmente se piensa como transitoria: así
los dos testigos profetizando por “mil doscientos sesenta días” (11,3), el equivalente de tres
años y medio, aseguran cotidianamente su presencia y actividad en la emergencia que la
iglesia está viviendo. La mujer es alimentada en el desierto por “mil doscientos sesenta
días” (12,6): el número indica la asistencia cotidiana por parte de Dios, como sucedía con
el maná en el AT, durante el período de la contraposición a las fuerzas hostiles.
La misma idea de una totalidad convertida en fragmentariedad, se expresa mediante
las fracciones: “la tercera parte”, que se convierte en un motivo literario en la sección de
las trompetas (cf 8,7-12); tenemos la cuarta parte en 6,8.

Mientras que el número siete indica diversos tipos de totalidad, que sólo el contexto
precisa, el número mil expresa la totalidad propia del nivel de Dios y de la acción de Cristo
(¡es una cifra elevada!).
El tiempo, que es neutro si se lo considera en el estado de la mera sucesión
cronológica, se convierte en sagrado, si se considera en él la presencia y la acción de
Cristo: tendremos los mil años (Ap 20,1-6). El tiempo mismo como duración cronológica,
será cualificado como “tiempo breve”  6,11; 20,3) si en él se considera
presente la acción antitética de Cristo: las fuerzas históricas que le son hostiles.

Más difícil de establecer es el equivalente realístico de otras alteraciones numéricas.


El número 10 parece indicar, como lo sugiere 2,10: “tendréis una tribulación de diez días”,
una limitación, no obstante la apariencia de lo contrario (cf también 12,3, donde el dragón
tiene diez cuernos, que indicarán el poder limitado no obstante la apariencia amenazadora
y la fuerza descomunal de la fiera). El número doce parece que es una derivación que el
autor del Apocalipsis hace de las doce tribus de Israel y de los doce apóstoles, implicando
siempre uno de los dos o ambos (cf 7,5-8; 12,1; 21,12-21), excepto cuando se toma en
sentido realístico (cf 22,2 cuando indica los doce meses del año).

Típico del Apocalipsis (fruto del proceso creativo en el que quiere envolver al
lector) es la combinación de los números mediante operaciones aritméticas, siempre
artificiosas, pero simples en sí mismas. El ejemplo más interesante es la cifra de ciento
cuarenta y cuatro mil que resulta de 12 X 12 X 1000: se tendrá una multiplicación ideal de
las doce tribus de Israel y de los Doce apóstoles del Cordero: AT y NT se compenetrarán
para formar un único pueblo de Dios pero que resulta aumentado cualitativamente respecto
a los valores presentes en el AT y el NT. La multiplicación por mil relaciona a este pueblo
de Dios, aun cuando no en toda su totalidad, a los mil años propios de la presencia activa
de Dios y de Cristo en la historia de los hombres. Se podrá señalar que esa acción de Dios
está presente y actuante en esa densa realidad del pueblo de Dios -si no en su totalidad- por
lo menos en un número muy considerable del mismo. Una lectura similar podría hacerse de
Ap 7,1-8 donde posiblemente las doce mil personas señaladas de cada una de las tribus
resulta de la multiplicación de 12 X 1000, con alusión a los Doce apóstoles y al mil del
tiempo de Dios y de Cristo.

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El juego creativo con los números expresa una presión hacia algo mejor, hacia lo
más, hacia lo nuevo. Es algo marcante e insistente.
8. CONCLUSIÓN SOBRE LAS CONSTANTES SIMBÓLICAS.

1. Todo aspecto de la realidad (cosmos, animales, hombre, colores, números...) parece


interesar bajo el perfil de una simbolización.
2. En la cima, está la aguda percepción del desarrollo creativo de la realidad bajo el
dominio de Dios, que está haciendo nuevas todas las cosas (Ap 21,5: “He aquí que hago
nuevas todas las cosas” .
3. La amplitud del símbolo es grande: la encontramos casi en cada palabra.

9. ESTRUCTURACIÓN DEL SÍMBOLO.

Nos referimos a la estructura del símbolo que puede ser percibida por el grupo que
escucha, reaccionando, e interpreta (cf 1,3).
Una vez tomado en cuenta el valor de los símbolos usados, bastará meterse en su
concatenación, para captar sin solución de continuidad, el mensaje que el autor quiere
comunicar. Tomemos algunos ejemplos que clarifiquen lo dicho:

 Ap 6,1-8: El autor presenta, en la serie de los sellos, los cuatro caballos con sus
respectivos jinetes. Se tiene primero un conocimiento claro del simbolismo teriomorfo,
antropológico y cromático utilizados. Bastará seguir el texto paso a paso, para percibir
que existen en la historia las fuerzas negativas de la violencia, la injusticia y la muerte,
que se desencadenan con modalidades y leyes que se escapan a la verificabilidad
humana y, en cierto sentido, la trascienden; pero que, no obstante, están bajo el control
de Dios. Al lado de estas fuerzas negativas, hay una positiva, el jinete del caballo
blanco, y su desarrollo literario sigue paralelo al de las otras fuerzas.

 Ap 14,14-20: el autor habla del Hijo del hombre que, junto con los ángeles, recoge la
mies y la uva de la vendimia. Entran diversas categorías de símbolo que hemos
analizado: el simbolismo cósmico y cromático de la nube blanca, el simbolismo
antropológico de la mies, la vendimia y el culto. Pero todo está amalgamado en una
narración continuada, que se desarrolla linealmente. El lector y quienes escuchan, que
tienen ya conocimiento de las categorías simbólicas utilizadas por el autor, perciben sin
dificultad el mensaje: en una situación de trascendencia, pero siempre en relación con la
historia de los hombres, Cristo resucitado sigue su desarrollo, hasta la conclusión
definitiva.
 La organización literaria de los símbolos, hasta ahora bastante simples, se torna, a veces,
compleja y refinada: es el caso del capítulo 18: el simbolismo antropológico de
Babilonia - Ciudad, es elaborado en la forma literaria de un drama litúrgico. Es
suficiente un conocimiento previo del simbolismo antropológico referido a la
convivencia, para meterse espontáneamente en el pequeño drama y captar el cuadro
teológico impresionante, que el autor presenta de la ciudad consumista, radicalmente
secularizada.

25
Existe, pues, en el Apocalipsis, la capacidad de dar a los símbolos una expresión
concatenada, una estructura continuada y coherente. Pero no siempre es así. En la mayoría
de los casos, el trabajo creativo lleva al autor no sólo a expresar el símbolo cambiando de
significado real, sino también a hacer la presentación y la estructura intermitente:
Un ejemplo lo vemos al comienzo del septenario de las cartas: 1,12-20: tenemos
una presentación de Cristo resucitado. El autor parece seguir un esquema conocido en el
AT y llamado “Cantos de descripción”: se describen sucesivamente las partes del cuerpo
humano. Hay coherencia y continuidad. Pero luego hay una sorpresa: el lector - intérprete
no logra interpretar con un ritmo constante y continuado. Los diversos símbolos presentes
parecen obligar a un ritmo fraccionado: hay como espacios vacíos entre una expresión
simbólica y otra, y entonces el lector - escucha es obligado a llenarlo explicitando al
máximo su interpretación, antes de seguir adelante.

Será posible “ver la voz” (1,12 a ) si, con un instante de reflexión, se explicita que
se trata de una visión intelectual, más pensada que vista realmente. La posición
indeterminada “en medio de los candeleros de oro (1,12b) se supera y clarifica mediante un
suplemento que el lector - escucha es estimulado y casi obligado a expresar: deberá
disponer mentalmente los siete candeleros como en círculo, y el Hijo del hombre ocupará
el centro; con este esfuerzo de integración y focalización estamos ya en el camino de la
interpretación que, teniendo en cuenta el significado de los símbolos utilizados, emerge con
toca claridad: Cristo resucitado está al centro de la Iglesia que desarrolla una acción
litúrgica.

Después de esta pausa integrativa, se podrá continuar la lectura del texto, sin
obstáculos, descifrando sosegadamente los diversos elementos simbólicos que el autor
propone, uno tras otro: el vestido, el blanco de los cabellos, los ojos, los pies, la voz (1,14-
15), nos dicen que Cristo resucitado ejerce una función sacerdotal, que está al nivel de la
trascendencia propia de Dios, que tiene la capacidad de purificar, característica del
simbolismo antropomórfico del fuego, que su voz tiene el timbre de la voz de Dios...

Pero la continuidad interpretativa se interrumpe de nuevo en el v. 16, con la


expresión “que tenía siete estrellas en la mano”. Esta mezcla de simbolismo cósmico,
aritmético y antropológico aparece heterogénea y no es acogida inmediatamente en la
mente. Tenemos una nueva pausa. Cada uno de los elementos debe ser elaborado en sus
equivalencias, teniendo entonces un cuadro de carácter intelectual - teológico: Cristo
resucitado garantiza con su energía (tiene en su derecha) toda (siete) aquella que es la
dimensión trascendente de la Iglesia (estrellas).

Lo mismo vale para la “espada afilada de doble filo que sale de su boca”: la
dificultad de una representación fantástica inmediata, empuja a una elaboración intelectual
de cada uno de los elementos simbólicos: Cristo dirige continuamente su Palabra y esta
Palabra tiene una capacidad cautivante del todo particular (aguda y de doble filo).

La frase que sigue está de nuevo en discontinuidad: el rostro de Cristo “que brilla
como el sol cuando está en toda su potencia”, no es del todo adaptable con la espada que
sale de su boca. Se tiene una fractura con lo que precede: la imagen de la espada que sale

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de la boca tiene que ser como cancelada, dejando la fantasía despejada para recoger la
nueva imagen con todo su alcance.

Este es el modo más común con el cual el autor construye sus símbolos. Ejemplo
claro de estos niveles sucesivos, encontramos sobre todo en la segunda parte del
Apocalipsis:

La presentación de los animales ( se va corriendo sucesivamente según varios


niveles, para luego, al fin, retornar al primero: llenos de ojos -cada uno de los animales-,
las seis alas -llenas de ojos- (4,6-8 a ). Lo mismo vale para la presentación del Cordero
( en 5,6: de pié, -como degollado-, con siete cuernos, con siete ojos: el autor
mismo indica la necesidad de llenar, interpretar, el vacío entre los diversos niveles, y
explicar él mismo el significado de los ojos, “que son los siete espíritus de Dios, enviados
sobre la tierra”. La “mujer” de 12,1-6 es presentada en tres niveles sucesivos: nivel celeste,
parto con todos los dolores, fuga al desierto, etc., etc.
Tenemos un cúmulo de símbolos dotados todos de una gran capacidad evocativa,
pero que podemos considerar en estado tosco: cada uno debe ser decodificado y elaborado.
Después de uno y otro, dada la discontinuidad fantástica que presentan, hay espacios
vacíos: se necesita la interpretación que media y los llena. Se requiere que una vez sea
interpretado un elemento simbólico, sea colocado aparte, dejando en la mente un espacio
disponible que acoja el otro material que vendrá.

Hay un tercer tipo de estructuración del material simbólico: mientras en los casos
anteriores, una pausa reflexiva elaborando e interpretando el material propio de cada
elemento simbólico permite superar la discontinuidad, hay casos en lo cuales el símbolo se
vuelve redundante. Cuando, por ejemplo, en Ap 14,19-20 tenemos una primera uva tirada
en la cuba de la cólera de Dios y luego sale de allí sangre, la continuidad fantástica se
interrumpe: entre el vino, la cuba de la ira y la sangre hay espacios vacíos. La
interpretación los colma: le simbolismo antropológico de la uva se refiere a la maduración
del mal de la humanidad, el simbolismo exquisitamente antropológico del “gran lagar de la
cólera de Dios” expresa la implicación personal de Dios en la destrucción del mal; la
sangre expresa, en la línea del simbolismo antropológico, todo el ambiente en el que se
desenvuelve el mal, los enemigos. Pero cada uno de los elementos simbólicos que siguen
inmediatamente son rebeldes a una interpretación: “salió sangre del lagar hasta llegar a la
altura de los frenos de los caballos, en una extensión de mil seiscientos estadios” (14,20b).
Ni los frenos, ni los caballos, ni mil seiscientos estadios presentan un significado plausible:
el autor, entonces, ha querido, mediante esta redundancia, únicamente acentuar cuanto
había dicho antes, dando una impresión del poder espaventoso de Dios, como se expresa
por la cantidad de la sangre.

El mismo efecto -una impresión estupefaciente del poder y también de la ilogicidad


del demonio, del absurdo intrínseco del mal- se obtiene cuando, mediante el simbolismo
aritmético combinado con el teriomorfo y el antropológico, se dice en Ap 9,16: “El número
de la tropa de caballería era de doscientos millones: oí su número”. La redundancia
hiperbólica del número crea sólo una impresión, no expresa un significado.
Y cuando (último ejemplo) en el simbolismo antropológico sugestivo de la
Jerusalén celestial, todos los doce fundamentos de la ciudad están construidos con piedras

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preciosas (21,19-20), su indicación detallada no tiene un significado correspondiente: no
hay un significado preciso del jaspe, zafiro, calcedonia, esmeralda...se tiene una
acentuación repetida doce veces, de la preciosidad que indica el “valor” de Dios que
comunica su gloria a la ciudad. La redundancia, también aquí, multiplica el significado de
fondo.

RESUMIENDO: El símbolo en el Apocalipsis aparece organizado diversamente,


según la relación que tiene con la decodificación. Esta se desarrolla, a veces, en paralelo:
tendremos una estructura coherente y continua. Cuando, en cambio, hay un exceso de la
interpretación sobre la expresión simbólica, tendremos un segundo caso: la estructura
discontinua, en varios niveles sucesivos. Tenemos en la tercera serie examinada, un exceso
del símbolo sobre su interpretación. La interpretación permanece cerrada sobre un
particular que es acentuado, como multiplicado por sí mismo, mas de lo que se encuentra
en el símbolo: tenemos una estructura redundante.

10. CONTRIBUCIÓN DEL SUJETO INTERPRETANTE.

El símbolo contiene un elemento interno que empuja hacia una explicitación, tiende
a ser interpretado. Si nos detenemos en la expresión tosca, el símbolo quedaría inerte, como
la música que estuviese escrita, sin ser ejecutada. Esta tendencia del símbolo hacia su
interpretación, está claramente explicitada en el Apocalipsis. A veces el autor mismo
agrega una línea interpretativa al símbolo que utiliza: en Ap 4,5, por ejemplo, después de
presentar las siete lámparas delante del trono, dice que “estas son” los siete espíritus de
Dios. Los siete ojos del Cordero (, son interpretados explícitamente como “los
siete espíritus de Dios mandados sobre la tierra” (5,6). La ciudad de 11,8 “que es llamada
Sodoma o Egipto”, el dragón, se dice que es “la serpiente antigua, aquel que es llamado
Diablo y Satanás...” (12,9); el vestido de la esposa, explicado como “las buenas acciones de
los santos” (19,8), etc.
Pero más frecuentemente, parece estimular y casi provocar al que lee o escucha,
mediante indicaciones, sugerencias, referencias, proponiendo una línea interpretativa,
puntualizando conclusiones por alcanzar. Quiere, a toda costa, que el lector - escucha, sea
envuelto activamente, completando ese proceso de actividad que ha introducido el autor al
formular el símbolo.
Algunos ejemplos permitirán documentar y precisar estas afirmaciones:
 Hacia la conclusión de la aparición inicial, encontramos una frase (se trata de un
mensaje que Cristo le ha confiado) en la cual el autor aparece empeñado en decodificar
dos expresiones simbólicas, particularmente difíciles: “La explicación del misterio de
las siete estrellas que has visto en mi mano y de los siete candeleros de oro es esta: las
siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias y los siete candeleros son las siete
iglesias” (1,20). Primero tenemos en 1,12-16 el primer paso del estado tosco de los
materiales simbólicos (candeleros y estrellas); luego son colocados ambos bajo el
término “misterio” (, que está indicando un significado escondido,
misterioso: indica que hay que pasar del símbolo en estado puro a su interpretación
elaborada. En tercer lugar, el autor precisa su interpretación.
 Hay otro contexto importante: en Ap 17,3-6 es presentada una de las figuras de la última
sección, “la gran prostituta” (: con un tipo de estructura discontinua,
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el autor presenta primero el monstruo, luego la mujer que está sentada en él. Se detiene,
con cierta redundancia de imágenes, particularmente en la descripción de la mujer. Hay
un simbolismo antropológico que aún debe ser decodificado: la instancia está presentada
de tal modo al autor, que le hace intercalar a los detalles simbólicos el término
“misterio” que, en un primer momento, aparece como un paréntesis e indica que los
diversos elementos simbólicos deben ponerse en movimiento hacia la interpretación,
alcanzado el nivel del “” (17,5-6): el estado psicológico de estupor
corresponde a la percepción plena del símbolo y la expresa. Hay en el símbolo una
carga, un dinamismo que hace presión y exige una interpretación. El símbolo tosco ha
asumido la dimensión de un interrogante punzante e inquietante que quiere una
respuesta: se ha convertido en misterio. Y el “misterio”, el significado enigmático que
hay que explicar, es aclarado inmediatamente por el ángel intérprete, mediante una serie
de indicaciones:

 Se tiene una identificación cualitativa genérica: “la mujer...es” expresa el paso de un


símbolo a su equivalencia real = la ciudad grande, que tiene su dominio sobre los
reyes de la tierra (17,18).
 Se tienen también alusiones complejas y más específicas, en relación particular con el
“misterio” y su interpretación: el autor tiene presente a Roma y al imperio romano,
pero no los nombra explícitamente, porque no colman la interpretación del símbolo,
son sólo un ejemplo que la facilita.

 La exigencia interpretativa se hace sentir también en otros lugares del Apocalipsis:

 Por ejemplo, después de la presentación del cuadro simbólico de las langostas (9,1-
6), tenemos una serie de indicaciones sobre la dimensión perceptible y concreta:
“poder como el que tienen los escorpiones de la tierra”; “el tormento que producen es
como el del escorpión” (v. 5); la apariencia de estas langostas era parecida a la de
caballos preparados para la guerra” (9,7); los rostros como rostros humanos...” (v. 7).
Todas estas indicaciones concretas las deben asumir las langostas, mediante un
proceso de interpretación y de aplicación en la historia de los hombres (9,1-11).
 Al cuadro de los 144000 presentado en Ap 14,1-3 sigue mediante un triple “estos
son”, la indicación de tres categorías que corresponden, realísticamente, al cuadro
simbólico.

La interpretación del símbolo en el Apocalipsis no consiste en un juego mental de


equivalencias. Tiende a alcanzar la historia vivida y a aplicarse en ella: sólo entonces, la
interpretación es completa. La capacidad de tal interpretación completa es llamada por el
autor “sabiduría” (Veamos un ejemplo:

En Ap 13,18 el autor interrumpe su exposición cambiando bruscamente de estilo y


dirigiéndose inmediatamente al auditorio que así se siente directamente interpelado.
Después de haber presentado el cuadro simbólico de los dos monstruos, agrega: “Aquí está
la sabiduría: quien tiene inteligencia que calcule la cifra de la bestia, pues la cifra es la de
un hombre”. Después de haber comprendido el alcance de los dos cuadros simbólicos
presentado antes -el estado que se hace adorar y la propaganda que le da vida-, el lector -
oyente es llamado a encontrar en su horizonte histórico un componente concreto eventual.
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Deberá buscar precisar en cuanto más pueda su identidad, haciendo de ella un cálculo
preciso.

No es el anterior un caso esporádico. También en otros lugares el autor interrumpe


el hilo de su discurso para provocar una reflexión actualizante (cf v.g. 13,10.18; 14,12,
17,9) y habla repetidamente de “sabiduría”, siempre entendida en esta perspectiva. El
mensaje sacado de un primera decodificación del símbolo debe ser confrontado
repetidamente con la realidad histórica en la cual el lector - oyente se encuentra viviendo.
Sólo así se podrá percibir y valorar todo su alcance.
En conclusión, ¿qué cosa pide el autor al sujeto interpretante que tiene una parte
determinante en el cuadro del símbolo?

 El sujeto interpretante deberá, como primer paso, dejarse envolver plenamente


acogiendo el símbolo con toda la capacidad de impresionar que este posee. El lector -
oyente debe dejarse maravillar por el símbolo que, como el autor dice, es un “signo que
provoca estupor” (15,1).
 Esta actitud de estupor pone al lector - escucha en la posición psicológica adecuada para
comprender las equivalencias reales. Es el momento del “”. Se tratará de un
trabajo de decodificación minuciosa y paciente, sin precipitación y sin atención especial.
 Finalmente estará la confrontación entre el contenido realístico que se ha puesto de
relieve y la situación en la que está viviendo el sujeto interpretante. En cuanto el
mensaje toma cuerpo en la historia e ilumina la lógica de “las cosas que deben suceder”
(4,1, etc.), es el momento de la “sabiduría”.

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11. ALGUNAS CONCLUSIONES.

a) El símbolo es sorprendente en el Apocalipsis por su cantidad, complejidad y


capacidad organizativa. Es necesario valorarlo en todas sus dimensiones y alcances, para
llegar a una comprensión de fondo del Apocalipsis.
b) Todos los aspectos literarios están influenciados por el símbolo.
c) La estructura literaria tiene un movimiento lineal hacia adelante, hasta llegar a una
conclusión resolutiva, que corresponde a la toma de conciencia del dinamismo de la
creación en acto y que se desarrolla hacia lo nuevo (este dinamismo está a la base de los
simbolismos cósmico, las alteraciones cósmicos y muchos aspectos del simbolismo
antropológico).
d) El estilo, el ritmo del discurso, algunas formas literarias específicas ayudan
apercibir el símbolo envolviendo plenamente a la persona en el para ser correspondido.
Piénsese por ejemplo en las alteraciones cósmicas y la reacción humana respectiva en
Ap 2,12-17; en la descripción de la Jerusalén celestial, los diálogos litúrgicos,
doxologías, dramatizaciones.
e) El simbolismo del Apocalipsis determina su teología que es expresable en
fomulaciones conceptuales (Cristología, concepción de Dios, del Espíritu, de la Iglesia,
de los ángeles, del demonio). Pero esto no deja de estar en el campo estrictamente
conceptual y de abstracción, aun cuando es válido. Lo típico del Apocalipsis en teología
consiste en el hecho de que sus concepciones teológicas han sido condensadas
creativamente en el símbolo que se debe decodificar y aplicar. Dado que en este trabajo
de decodificación y aplicación está empeñado todo el hombre con su inteligencia,
emotividad, capacidad de escoger y decidir, su creatividad, entonces la teología será
verdaderamente dinámica, creativa, dúctil y aplicada a la historia.
f) Hemos subrayado muchas veces la importancia de un lector y de un grupo de oyentes,
protagonista de la experiencia del Apocalipsis: el lector con el grupo de oyentes son de
hecho el sujeto decodificante y están situados explícitamente en el ambiente de la
liturgia. De ahí se sigue algo importante: la liturgia se convierte en el lugar ideal donde
se interpreta el símbolo y donde emerge la teología típica del Apocalipsis.
g) El simbolismo del Apocalipsis, confrontado con un lenguaje realístico, presenta una
franja de indeterminación. Habrá siempre algo nuevo, algo demás, que agregará el
sujeto interpretante. Es que el símbolo creado por el autor del Apocalipsis posee la
capacidad intrínseca de adherirse continuamente a las situaciones siempre nuevas de la
historia: es un símbolo permanentemente nuevo y eternamente actual que multiplica
astronómicamente la riqueza de la teología y de la historia.

Nota final: el imperio romano - la gran prostituta.

Todo imperio u organización política tiene tres tiempos:


 Comienzo glorioso y feliz (hay honestidad, orden, respeto...).
 Crecimiento - clímax: es el esplendor con sus pro y sus contra.
 Decadencia.

Estamos recordando lo mismo que sucedió con la monarquía de Israel. Aquí, en el


contexto histórico que prepara la apocalíptica, todo comenzó con Alejandro Magno.
31
INTRODUCCION ESPECIAL Y EXEGESIS

CAPITULO I : LA PRIMERA PARTE DEL APOCALIPSIS (1,4-3,22).

1. El Septenario de las cartas en una visión de conjunto.

1.1. Estructura literaria.

Ap 1,4-3,22 forma una unidad literaria constituida por el motivo literario


. Tenemos:





Este motivo literario determina un desarrollo hacia adelante. Tenemos una


referencia a la Iglesia como totalidad (plural) y también está caracterizada en la iglesia
local (singular).

1.2. Significado teológico de conjunto.

¿Quién habla a cada una de las iglesias? El Cristo de la aparición inicial (1,12-20) y
de la primera celebración doxológica (1,4-6).

Su palabra no es sólo revelación: Cristo penetra hasta lo profundo y juzga a cada


iglesia (cf 2,23), valora positiva y negativamente, anima, exhorta, promete. Las
exhortaciones varían, pero emerge una constante: se necesita una constante acción de
discernimiento sapiencial (“el que tenga oídos, que oiga...” 2,7, etc.) para comprender lo
que el Espíritu dice a la Iglesia. Es, entonces, el Espíritu quien actualiza para cada
comunidad la Palabra de Cristo.

En consecuencia, el tema teológico de fondo es esencialmente eclesiológico y se


relaciona con el interior de la Iglesia. Cristo presente y actuante allí por medio de su
Espíritu, pide una conversión permanente, una unión progresiva con Cristo.

1.3. El simbolismo propio de las cartas.

Se parte de lo concreto (lo determinado histórica y geográficamente = la iglesia


local). Luego se asciende a un plano general: a las iglesias; además se universalizan los
hechos locales, mediante nombres simbólicos (v.g. Jezabel: 2,20; Nicolaítas: 2,6.15;
Balaam: 2,14...). Quiere decir que, pasando a través de los problemas diarios de cada una
de las iglesias locales, se alcanza un nivel general que toca a la Iglesia en su totalidad,
simbolizada en el número siete.

32
2. La “visión” inicial (Ap 1,12-20).

2.1. Aspectos introductorios.


La “visión” es una relectura cristiana del AT. El autor retoma mucho material del
AT: hay contactos literales, es decir, frases completas, textuales; pero también hay
contactos contextuales. Pero, de todos modos hay cambios que reflejan toda la
originalidad del autor que hace una verdadera relectura.

Claramente vemos contacto literal con Dn 10,1-21. El autor del Apocalipsis retoma
el esquema de Daniel:
 Indicación del lugar y otras circunstancias: Dn 10,1-4 Ap 1,9-11
 Aparición “trascendente” 5-6 12-16
 Reacción de debilidad de parte del que “ve” 7-9 17 a
 Intervención de quien se aparece y encargo 10-21 17b-20.

Existe contacto contextual con la transfiguración (Mt 17,1-9; Mc 9,2-10; Lc 9,28-


36).
Para la hermenéutica, hemos de tener en cuenta que el autor del Apocalipsis da
indicaciones en estado tosco, que deben ser organizadas una después de otra.

2.2. Exégesis de los versículos en particular

Ofrezco, primero que todo una traducción del texto, lo más fiel que se puede al
texto griego y sin respetar mucho la gramática castellana:

“Y me volví a ver la voz que hablaba conmigo: y volviéndome, vi siete


candeleros de oro, y en medio de los candeleros, un personaje semejante a un
hijo de hombre, vestido de una túnica talar y ceñido al talle con un ceñidor de
oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como lana blanca, como nieve, y sus
ojos como llamas de fuego, y sus pies parecidos al bronce como se encuentra en
el bracero de un horno, y su voz como voz de muchas aguas. Y tenía en su
mano derecha siete estrellas y de su boca estaba saliendo una espada afilada,
de doble filo, y su rostro (era) como cuando el sol brilla con toda su potencia.

Y cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. Y El puso su derecha sobre mí,
diciendo: No temas. Yo soy el primero y el último, y el viviente, y estaba
muerto y he aquí que ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las
llaves de la muerte y del hades. Escribe, por tanto, esto que has visto, las cosas
que ya son y las que han de suceder después de éstas; el misterio de las siete
estrellas que has visto a mi derecha, y los siete candeleros de oro. Las siete
estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros son las siete
iglesias”.

v. 12: “Ver la voz...vi”: Son consideraciones de diversa índole: intelectuales,


carismáticas...que luego son expresadas con un modelo estereotipado de la apocalíptica,
como son las visiones.
33
“Siete candeleros de oro”: Tenemos un contacto con Ex 25,31 y Za 4,2. En ambos
textos se de un ambiente litúrgico. Tenemos, además, contacto con Ap 2,1; 1,20, donde se
dice que los candeleros son las siete iglesias. Llegamos a esta interpretación: los siete
candeleros de oro indican la totalidad de la Iglesia, vista como un espacio litúrgico ideal.

v. 13: “Semejante a un hijo de hombre” ( kebar ‘enos). Hay


contacto literal con Dn 7,13 y contacto contextual con Ap 14,14. Se realiza la recolección y
la mies escatológica. Se señala a Cristo que, a la luz de Dios, tiene una función mesiánica
en perspectiva escatológica.
“Vestido con una túnica talar y ceñido al talle con un ceñidor de oro”. Hay los
siguientes contactos: Ex 28,4, donde se habla de túnica talar y ceñidor de oro; Dn 10,5; Ez
9,2.11 que mencionan la túnica talar.
Nos interesa mucho la variación que hace el autor del Apocalipsis. No dice que el
ceñidor va en los lomos, sino en los senos (Según Flavio Josefo, los
sacerdotes ciñen el vestido talar en el pecho con un cinturón: Ant. III,2,72). La túnica talar
de la cual está revestido Cristo, no indica sólo su carácter de personaje celeste; el cinturón
al pecho hace ver que su túnica es un vestido sacerdotal. Cristo, presente en el Espacio
litúrgico” que es su Iglesia, ejercita allí su función de Sumo Sacerdote.

v. 14: “Su cabeza y su cabellos blancos”. Se parte de Dn 7,9. Allí se dice del “anciano
de los días”, que su vestido es blanco como la nieve y los cabellos de su cabeza como
lana pura (En los LXX encontramos “lana blanca”). El autor del Apocalipsis retoma el
texto de Daniel y lo adapta al esquema de los “cantos de descripción”, y hace los
siguientes cambios:

 La cabeza y los cabellos, en lugar del vestido, son blancos;


 La lana que en Daniel es simplemente “pura” se vuelve “blanca” (influjo de los
LXX).
 Hay un cambio de atribución: lo que se decía en Daniel del anciano, se transfiere al
“hijo de hombre”. Por tanto, Cristo, “Hijo del Hombre” es visto en el mismo plano
divino del anciano.

“Sus ojos como llamas de fuego”. Encontramos un contacto literal con Dn 10,6 (ke
lappide ‘es: antorchas de fuego; LXX expresa genéricamente la
trascendencia del personaje. El autor del Apocalipsis substituye “antorchas” (lappide) por
“llamas” ( de fuego, indicando una fuerza penetrante, devoradora (no algo que
simplemente ilumina). Ap 2,23; 2,18b explican el sentido de esta fuerza penetrante: es la
actividad de Cristo juez que “escruta los riñones y el corazón y da a cada uno según sus
obras” (Sal 62,13).

v. 15: “Sus pies parecidos al bronce como se encuentra en el bracero de un horno”: Se


parte de Dn 10,6: “Sus brazos y sus pies tenían el aspecto del bronce reluciente”. La
modificación que interesa es la omisión de los brazos y que agrega “como en el bracero
de un horno”. Se subraya el aspecto ígneo, el contacto con el fuego sobre el cual Cristo
se apoya y participa personalmente. Dado el simbolismo del fuego de el AT,
frecuentemente referido al juicio de Dios, se acentúa la majestad divina de Cristo juez.

34
“Su voz como voz de muchas aguas”: Tenemos contacto literal con Ez 1,24 y 43,2.
El tema predominante es la gloria divina. Dios no habla explícitamente. Es importante ver
que la voz de Cristo es equivalente a la voz del Omnipotente. Aquí no se acentúa la palabra
de Cristo (se hará en el versículo siguiente), sino la voz, su timbre, que describe a Cristo en
el contexto de la gloria de Yahveh.

v. 16: El verso está estructurado en tres frases, unidas por la conjunción . Aquí
cesa el contacto literal con el AT. Los que el autor del Apocalipsis dice es totalmente
nuevo:

“Teniendo en su mano derecha siete estrellas”: en el símbolo de la expresión,


tenemos dos aspectos: “Tener en la mano derecha” que significa tener con seguridad, con
firmeza; “siete estrellas” que, según Ap 1,20 son los ángeles de las siete iglesias:
probablemente se trate de las iglesias mismas en su dimensión celeste, escatológica.

“De su espada estaba saliendo una espada afilada, de doble filo”: Retomando una
imagen de Is 49,2, el autor expresa aquí la eficacia de la Palabra que Cristo continuamente
dirige a su iglesia y que posee una fuerza de penetración irresistible.

“Y su rostro como cuando el sol brilla en toda su potencia”:  indica “aspecto
externo”, en general, pero también “rostro”, “cara” (cf Jn 11,44). Hay reminiscencias
escasas y vagas (Jc 5,31). Más sugestivo es el paralelo con la Transfiguración, tal vez hay
contacto literal con Mt 17,2 ( = “Su rostro se puso brillante como el sol”). En todo caso, la
expresión tiene una fuerte carga emotiva que intenta manifestar la experiencia prolongada
de Cristo que el autor ha madurado en el ambiente litúrgico eclesial. La luz del rostro de
Cristo es la luz trascendente de Cristo resucitado.

v. 17: El esquema está tomado de Daniel. Los contactos son múltiples e


impresionantes (“puso la mano...”, “no temáis...”) y se expresa la misma actitud: ante la
manifestación trascendente, la debilidad humana no se sostiene (Dn 10,8-9) y es la
directa intervención del ser celeste la que restablece el equilibrio (Dn 10,11-12); la
gloria de Cristo resucitado va más allá de la comprensión humana, pero Cristo mismo,
como hizo en la Transfiguración (Mt 17,7), se adapta.

vv. 17-18: Tenemos ahora una doble articulación tripartita:

 v. 17b: Yo soy el primero / y el último / v. 18: y el viviente /


Y estaba muerto / y he aquí que estoy viviendo por los siglos de los siglos / y
tengo las llaves de la muerte y del Hades.

Es claro el contacto literal con Is 44,6: “Así dice Yahveh Sebaoth: Yo soy el
Primero y el Ultimo”, y con Is 48,12. Yahveh es visto aquí sobre todo en su trascendencia.
En Ap 1.8, Dios es llamado “Alfa y Omega”. El mismo título es aplicado a Cristo n Ap
22,13.

35
Es transferida a Cristo la prerrogativa de la trascendencia de Yahveh, pero que se
historiza en el interior del desarrollo de la cosas: Dios y Cristo están al comienzo y al fin de
la serie homogenizada de la Historia de la Salvación.
“El Viviente”: la plenitud de vida, propia de Dios en el AT es afirmada de Cristo
resucitado. En cuanto viviente es el primero y el último en la Historia de la Salvación.

“Y estaba muerto y ahora estoy viviendo por los siglos de los siglos”. Se presenta el
misterio pascual en dos fases: muerte y resurrección. La muerte, influyendo en el presente,
pertenece al pasado; la resurrección, en cambio, pertenece al presente continuado en la
Historia de la Salvación: Y he aquí que...
“Y tengo las llaves de la muerte y del Hades”: Cristo, como consecuencia de su
muerte y resurrección, tiene el señorío completo de la muerte y del lugar que le
corresponde, y participa a los otros su muerte y su inmortalidad.

v. 19: Como consecuencia (por tanto:  de la aparición y de la muerte -


resurrección, se envía un mensaje a las siete Iglesias, mensaje que se refiere al conjunto
de experiencias y reflexiones que el autor llama “visiones” y que tiene por objeto el
presente y también los hechos futuros.

v. 20: “Misterio” : se refiere a un plan enigmático, que permanece


hermético y necesita clarificación (17,5.7). Son dos los elementos de ese “misterio”:
 Las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias.
 Las iglesias son los candeleros.

“Las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias”. “Angel de la Iglesia” indica
probablemente la dimensión trascendente, escatológica de la Iglesia. El “ángel de la
Iglesia” es un exponente de la Iglesia, expresión de la Iglesia, que, en parte se identifica
con ella, pero también la supera (nivel angélico). Hay, entonces, una correspondencia en el
desarrollo del símbolo: “Angeles de las iglesias” indican aquel elemento celeste que
“estrellas” expresan luego más claramente.

2.3. Visión de conjunto.

a) El Cristo de la visión inicial, no sólo es el de la comunidad y el Hijo del


Hombre sino que, muerto y resucitado, en una situación de permanente plenitud de vida,
se coloca al nivel de Yahveh, con el que se intercambia.
b) En este nivel, se ocupa activamente de la Iglesia: ejerce su función mesiánica, está
presente en la Iglesia que ora, la sigue, la juzga, le habla.
c) Su intento es comunicar la vida, venciendo todo elemento de muerte. Esto se
realiza mediante el desarrollo histórico de la salvación. Al final de tal desarrollo también
la Iglesia habrá alcanzado la plenitud de su dimensión celeste, su nivel divino: será
completamente ESTRELLA. Y Cristo, ya presente, prepara activamente esta realidad
final.

3. Carta a la Iglesia de Sardes (Ap 3,1-6).

36
3.1. Estructura de cada una de las cartas.

Cada carta se desarrolla mediante un esquema fijo (existen variaciones secundarias,


como el cambio del orden de los elementos):
a) Dirección: “Al ángel de la Iglesia de...” Se especifica la ubicación geográfica de
cada una de las iglesias.

b) Autopresentación de Cristo: “Esto dice Aquel que...”. Es una fórmula solemne,


profética, que, sobre la base de revelaciones y exhortaciones del AT, pone a Cristo en
contacto inmediato con cada Iglesia.

c) Juicio de Cristo a cada una de las iglesias. Es juicio positivo y negativo. Esta
función se explicita sobre todo en Ap 2,23b: “Sabrán todas las Iglesias que yo soy el que
escruta los riñones y el corazón”.
d) Exhortación particular. Se hace según la situación de cada una de las iglesias. Se
caracterizan aquí: la invitación a la conversión (2,5.16.21.22; 3,3.19) y el
recuerdo (

e) Exhortación general a escuchar, discerniendo la voz del Espíritu. “Quien tiene


oídos, escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias”. Este es un motivo literario fijo.
“Tener oído” indica en lenguaje apocalíptico - sapiencial, tener la capacidad de escucha,
o sea, disponibilidad interior y una aplicación activa de la inteligencia y de la reflexión.
Será necesario “tener oído” para percibir y comprender lo que el Espíritu, actualizando
el mensaje de Cristo, dice hablando a las iglesias.

f) Promesa hecha por Cristo: “A quien vence...le daré...” Mencionando “el vencedor”, se
supone un contexto de lucha. A quien la supere, se le ofrecen dones que se realizan
parcialmente en esta vida y encuentran su plenitud en la fase escatológica.

3.2. Carta a la iglesia de Sardes.

3.2.1. Dirección (Ap 3,1 a: cf. Exégesis de Ap 1,20).

“Sardes” es una ciudad célebre en la antigüedad griega por su colosal Artemision


(Diana), sus conquistas, su oro, sus riquezas (sardonio, “cornalina”: Ap 4,3). En el tiempo
de la composición del Apocalipsis podía haber allí una comunidad cristiana relativamente
numerosa y floreciente, como lo testifica más tarde Melitón de Sardes (170 d.C.) en sus
homilías.

3.2.2. La autopresentación de Cristo (3,1b).

“Aquel que tiene los siete espíritus de Dios”: son siete ángeles que están ante el
trono de Dios, o, preferiblemente, la totalidad de su Espíritu en sus manifestaciones
concretas (cf 5,6).

37
“Y las siete estrellas”: indican los ángeles de las siete iglesias (1,20), o sea,
probablemente, las iglesias mismas en su dimensión celeste. Cristo tiene firmemente en su
mano esa dimensión, asegurando de ese modo la realización escatológica de la Iglesia. Y la
acción concreta del Espíritu (ya mencionada) se refiere de modo especial a esta realización.

3.2.3. El juicio a la iglesia de Sardes (Ap 3,1c).

“Conozco tus obras”: es el conocimiento profundo, más allá de las apariencias,


propio de Cristo. Dicho conocimiento se refiere a las obras, o sea, toda aquella actividad en
la cual la Iglesia se expresa.

“Tienes el nombre de viviente, pero estás muerto”. “Viviente” no es una


denominación personal, sino que se refiere a las obras de las que se está hablando, obras
que muestran un aspecto aparente de vida; detrás del mal está la realidad de la muerte.
Quiere decir, que las obras de la Iglesia de Sardes tienen ante Dios una laguna grave (¿se
tratará de falta de amor?; ¿o de vinculación con el mundo pagano?: cf Ap 3,4).

Como se desprende de todo el contexto, esta “situación de muerte” es más un


peligro inminente que un hecho ya cumplido e irreversible.

3.2.4. Exhortación particular (Ap 3,2-4).

Dado el grave peligro que envuelve toda la vida cristiana, la exhortación tiende, por
una parte, a hacer salvar lo salvable y, por otra, a provocar un cambio (transformación)
radical. Ambos elementos serán favorecidos y estimulados por un estado de vigilancia.

Salvar lo salvable: hay algunas personas ( v. 4 a, es un hebraísmo como en


Nm 1,2.20, donde los LXX traducen con  el hebreo semoth, que significa “persona”)
que no se han contaminado (¿con qué? ¿Paganismo?). Tales personas deben ser imitadas;
hay algunos elementos (no precisados) que, corriendo el peligro de morir, aún viven;
deben ser consolidados (v. 2 consolida, reanima lo que queda, el resto).
Transformación radical: es la conversión, que es preparada por el “recordar”, que
equivale a “tener en mente”. Recordar es hacer de nuevo presente la primera escucha del
Evangelio y la primera reacción positiva de la fe (“como escuchaste y aceptaste”).
Evangelio y escucha actualizados, han de ser conservados ( ser prolongados y
actualizados para que ejerzan su eficacia).

Vigilancia: Es una actitud que debe ser estable en la Iglesia, sacudiendo la inercia
actual. ¿Cuál es el motivo que estimula la vigilancia? La venida de Cristo que, por su
indeterminación cronológica (v. 3b), exige una atención constante. La actitud del cristiano
debe ser la del que espera al Señor que ya llega (de improviso).

3.2.5. La promesa.
“Al que vence” (en permanencia, continuamente). Se trata de la superación
constante de las dificultades de la vida cristiana, incluso eventualmente el martirio. Así
como a los vencedores de Sardes, le sucederá al que los imite: será revestido de vestiduras
blancas (Ap 6,11; 7,13). Estas vestiduras simbolizan la situación trascendente,, sobrenatural
38
de salvación conectada con la resurrección de Cristo, de la cual esa situación es una
participación. Algunos han visto aquí la resurrección de los cuerpos de los cuerpos de los
fieles: ¡es demasiado!

“Y no borraré su nombre del libro de la vida”. La imagen del libro de la vida es


probablemente tomada del AT: era simplemente un registro de ciudadanos vivos de Israel
(Ex 32,32s: sal 69,29). Aquí idealizado el libro, se convierte en el libro que contiene la lista
de los nombres de los ciudadanos de la Jerusalén celeste, de los “vivientes” en sentido
pleno y definitivo.

“Y confesaré su nombre”: esta frase continúa y desarrolla la imagen del “libro de la


vida”: Cristo reconocerá a la persona que haya vencido a nivel de la trascendencia ,
“delante del Padre y de los ángeles”, a aquellos que, como Cristo, se haya interesado
activamente en la victoria.

3.2.6. Exhortación general (Ap 3,6).

Es invariable en todas las cartas. La síntesis es la siguiente: Hay que aplicar el oído,
es decir, adquirir una capacidad de escucha, que no es otra cosa que una disponibilidad
interior a la vez que aguda inteligencia y reflexión. Sólo así se puede percibir lo que el
Espíritu, que actualiza el mensaje de Cristo, quiere decir permanentemente.

39
CAPITULO II: LA SEGUNDA PARTE DEL APOCALIPSIS. SECCION
INTRODUCTORIA (4,1-5,14).

1. La sección introductoria en general.

1.1. Perfil literario.

Estos son los motivos literario típicos, de particular frecuencia:













Las mezclas, las variaciones de estos motivos nos dan la articulación de fondo de
todo el conjunto de los capítulos 4-5:

 Presentación “estática” del trono divino y de los elementos que lo rodean: Ap 4,1-8;
 Sigue una celebración doxológica de Dios que se sienta allí: Ap 4,9-11;
 Presentación del libro y de los siete sellos: Ap 5,1-5;
 Toma de posesión del libro por parte del Cordero: Ap 5,6-7;
 Reacción doxológica conclusiva: Ap 5,8-14.

1.2. Perfil teológico.

Cada uno de los motivos literarios tiene un significado teológico particular referido
a todo el libro.

“Trono” (personaje sentado (, indican la soberanía absoluta


de Dios sobre todo el desarrollo de la Historia de la Salvación.
“Los veinticuatro ancianos” ( alrededor del trono, han tenido diversas
interpretaciones. A la luz del AT: se ha hablado de ángeles, justos del AT ya glorificados.
Este es un sentido muy genérico. Atendiendo a la simbología, el número veinticuatro ( = 12
+ 12), se puede ver que se hace referencia a las Doce Tribus y a los Doce Apóstoles (cf Ap
21,12-14): allí se habla de ambos, vestidos de blanco (trascendencia), de tronos ( = función
autoritativa), “coronas de oro” ( = el premio obtenido): todas son prerrogativas a nivel
divino...Se puede decir, entonces, que quizá no se trate de personajes verdaderos,
individuales, sino mejor como de esquemas simbólicos que expresan el Pueblo de Dios en

40
su situación trascendente. Tal situación se funda sobre los apóstoles, sobre las tribus de
Israel; se lleva a cabo mediante un intercambio entre cielo y tierra y tiene su expresión en
las doxologías. Cada comunidad eclesial que escuche podrá llenar siempre estos esquemas
con sus personajes concretos (ángeles, mártires, profetas...).

“Los cuatro vivientes” (: ¿Tendrán un sentido mitológico? ¡De ningún modo!
Juan es alérgico a lo pagano. Son símbolo de la naturaleza o también seres angélicos,
particularmente cercanos a Dios. El autor del Apocalipsis, retomando la imagen del AT (Ez
1,5-10; Is 6,2) presenta en Ap 4,6b-8 una elaboración literaria propia que se desarrolla en
cuatro estadios sucesivos, en la misma “columna simbólica”:

 “Llenos de ojos” (primer nivel) /


 “Semejante al león, al águila, al hombre, al toro...” (segundo nivel) /
 Con “seis alas” (tercer nivel) /
 “Llenos de ojos” (cuarto nivel).

Inicia y termina con los “ojos” que, para el autor, simbolizan el Espíritu (5,6).
Además, los vivientes intervienen de lo alto de la trascendencia hacia los hombres (cf 6,1-
7) y alaban a Dios junto a lo creado (cf 5,13-14, etc.).

Se puede pensar que, análogamente a lo dicho de los ancianos, los vivientes son
como esquemas que expresan, por una parte, la acción múltiple de Dios que, saliendo de la
trascendencia, se pone en contacto concreto con la Historia de la Salvación, expresada y
realizada de modo particular por la acción del Espíritu; por otra, la reacción de todo lo
creado ante la iniciativa divina, reacción siempre animada por el Espíritu.

“Libro” (, se presenta con tres niveles simbólicos (5,1):

 Está en la mano derecha del que está sentado = pertenece total y exclusivamente a Dios;
 Está ya escrito ( tiempo perfecto) completamente por dentro y por fuera.
Es un detalle “pensado”, no “visto”, que indica la “completez” ya actuada de lo escrito.
 Está “sellado con siete sellos”. El rollo está sellado y cerrado completamente (con siete
sellos), de tal modo que su contenido es absolutamente inaccesible.

Y el contenido, ¿cuál es? Se han dado interpretaciones sin término...Pero los niveles
simbólicos que acabamos de expresar, nos dan la clave: el autor expresa que el libro
completo está en manos de Dios, todo, inaccesible completamente. Pero los sellos se van
abriendo progresivamente. Ni siquiera termina la revelación del contenido con la apertura
del séptimo sello; porque en las series septenarias, el último elemento engloba la parte
siguiente. Dicha revelación de contenido continúa en todo el Apocalipsis. Por tanto, el
contenido del libro es el mismo Apocalipsis y expresa el plan salvador de Dios que debe
realizarse históricamente. Tal plan es propio de Dios, ya se ha formulado enteramente, es
inaccesible.

41
“EL Cordero” (, según la clara indicación simbólica de Ap 5,6 es Cristo
muerto y resucitado, en la plenitud de su eficiencia mesiánica, en la posesión completa de
su Espíritu, que empuja hacia adelante el desarrollo de la Historia de la salvación.
Si recogemos todos estos elementos en una visión de conjunto, podemos decir:
Dios tiene la iniciativa absoluta y del dominio exclusivo en el desarrollo concreto de la
Historia de la Salvación; revela y pone en marcha este desarrollo mediante la acción de
Cristo Cordero; participan en esta revelación y actuación los diversos elementos situados
entorno al trono de Dios. Finalmente, notamos que en el desarrollo de los capítulos 4-5
ocupan un puesto especial las doxologías: hacen pensar en un esquema litúrgico
subyacente, que es muy difícil precisar detalladamente.

2. La “visión” del libro (Ap 5,1-5).

Traduzcamos cuidadosamente el texto:


“Y vi en la derecha de aquel que estaba sentado en trono un libro ya escrito
por el anverso y el reverso, sellado con siete sellos. Y vi a un ángel fuerte que
proclamaba a gran voz: ¿Quien está en capacidad de abrir el libro y de desatar
sus sellos? Y ninguno, ni el cielo ni sobre la tierra, ni debajo de la tierra, podía
abrir el libro y mirarlo. Y yo lloraba mucho porque no se encontraba ninguno
en capacidad de abrir el libro ni de mirarlo. Y uno de los ancianos me dice: No
llores. He aquí que ha vencido el León de la Tribu de Judá, la estirpe de David,
de tal modo que puede abrir el libro y sus siete sellos”.

2.1. Observaciones preliminares.

Hay que tener en cuenta el marco literario del pasaje: está situado después de la
gran doxología que concluye el capítulo cuarto. Este texto constituye como un punto de
pasaje entre Dios, su corte celestial y la intervención del Cordero.

El motivo literario fundamental es “”, característico de este pasaje (véanse


las referencias en Ap 5,1.2.3.4.5). Esto confirma la unidad literaria e indica el tema
teológico de fondo.

2.1. Exégesis de los versículos en particular.

v. 1: Prefiero traducir la expresión “” como


“escrito por el anverso y el reverso”, que está apoyada por muchos manuscritos y
bastantes Padres (no me gusta la versión “por dentro y por fuera”. Quiere decir que se
trata de un libro en forma de rollo.

El “libro” ( es presentado en tres niveles simbólicos que se suceden y son


diferentes:
 Está “en la derecha del que está sentado en el trono”: el libro pertenece total y
exclusivamente a Dios;
 Está “ya escrito por el anverso y el reverso”: es un detalle particular, más pensado que
visto e indica la completez ya actuada de lo escrito;

42
 Está “sellado con siete sellos”: el rollo está sellado y cerrado y lo está totalmente (siete
sellos), hasta tal punto que su contenido es totalmente inaccesible.

Ya sabemos que acerca del contenido del libro se han dado cantidad de
interpretaciones. Para nosotros, es claro que, dado lo dicho acerca de los niveles
simbólicos, notamos que el autor expresa su concepción acerca del libro: está en manos de
Dios, completo, totalmente inaccesible.

Pero los sellos son abiertos progresivamente y el contenido del libro es revelado
exactamente mediante esta apertura. Y dado que el séptimo elemento de cada serie
septenaria engloba la parte siguiente, la revelación del contenido del libro no se detiene en
el séptimo sello (8,1), sino que continúa en todo el Apocalipsis. Por tanto, el contenido del
libro es el mismo del Apocalipsis y expresa el plan salvífico de Dios que debe actuarse
históricamente; tal plan es propio de Dios, y está ya formulado por completo, es
inaccesible.

v. 2: “Un ángel fuerte” (: la idea de fuerza subraya la solemnidad de la


escena. El ángel con una pregunta dramática, cuestiona: “¿Quién es digno?”, o sea,
“quién está en capacidad de abrir el libro”. La expresión equivale a la que sigue:
“desatar los sellos” ( : la repetición acentúa la solemnidad.

v. 3: “Y ninguno...”: La enumeración solemne de todas las dimensiones del universo


expresa la imposibilidad, a nivel de cualquier criatura, de acceder al contenido del libro.
El plan de Dios permanece absolutamente inaccesible; es un libro ilegible.

v.4: “yo lloraba mucho”: es el llanto desesperado de la humanidad que, no pudiendo leer el
libro con el plan de Dios, no alcanza a explicarse la realidad en la cual vive.

v. 5: “Uno de los ancianos”: Habiendo ya alcanzado la propia salvación, los ancianos


están el capacidad de ayudar a otros a conseguirla, dando también explicaciones al
respecto.

“He aquí que ha triunfado el León de la tribu de Judá” ( aoristo). Se


indica la victoria en el pasado: es la victoria sobre el mal, obtenida por Cristo en la Pasión,
Muerte y Resurrección.

Tenemos un contacto, al menos contextual, con Gn 48,9-10, donde Judá es llamado


“león”, por su irresistible fuerza. Esa fuerza le permite mantener el mando hasta el
advenimiento de la era mesiánica. Y cuando llegue esa era, la fuerza vencedora de Judá y
de sus tribus, pasará al Mesías.

Hay, además un contacto contextual con Is 11,1: “Brotará un vástago del tronco de
Jesé (padre de David) y un retoño de sus raíces florecerá”. El sentido mesiánico del texto se
aplica en el Apocalipsis a Cristo, que aquí se llama “raíz de David” y no de Jesé. Con esta
variación se explicita el contacto entre Cristo y toda la dinastía real, que tiene como cabeza
a David. Cristo la asume toda y la lleva a su máximo desarrollo: la victoria de Cristo se
vuelve así en la victoria de todo el AT.
43
El Apocalipsis expresa aquí una síntesis suya en relación con el plan de Dios y su
puesta en acción por medio de Cristo, que corresponde substancialmente a la presentación
del “misterio” escondido en Dios, luego revelado y actuado en Cristo, como lo presenta el
autor de la carta a los Efesios.
CAPITULO III : SECCION DE LOS SELLOS (5,1-7,17).

1. Aspectos generales.

1.1. Perfil literario.

En Ap 6,1 tenemos “el primero de los siete sellos” (Se


toma la mención de los sellos en conjunto, como en Ap 5,2.5.9. Luego sigue cada uno en
concatenación ordinal progresiva (6,1.3.5.7.9.12; 8,1). Tenemos, pues, un septenario que
no presenta un desarrollo narrativo que vaya más allá del “contenido” de cada uno de los
sellos.

Este es el esquema en cada uno: intervención de uno de los vivientes (+


aparición de un caballo + presentación del caballero.

Podemos agrupar en un bloque los cuatro primeros sellos y en un segundo los tres
últimos. El sexto y el séptimo tienen alguna conexión por el motivo literario “vestidura
blanca” () que aparece un poco cariado en 6,11; 7,9.13.14). El séptimo
sello, aparentemente vacío de contenido engloba el septenario de las trompetas: Se hizo
silencio (8,1-2); Y vi () a los siete ángeles. El contenido del séptimo
sello es el silencio de media hora y los ángeles con las trompetas.

Como no tienen los sellos un desarrollo que los conecte entre sí, están
explícitamente conectados con la sección final: véase Ap 6,2 y 19,11; 6,8 y 20,13-14.

1.2. Perfil teológico.

Notamos algunos puntos característicos de la Historia de la Salvación traducidos en


cada uno de los sellos en fórmulas de inteligibilidad teológica, que la comunidad eclesial
deberá aplica luego a su realidad histórica concreta.

Los cuatro jinetes (6,1-8) constituyen, probablemente, la expresión de una reflexión


sapiencial sobre el desarrollo de la historia bajo el influjo divino. Se tienen en este
desarrollo algunas fuerzas negativas (guerra, diversas formas de escasez, la muerte con su
cortejo de males) a las cuales se contrapone la fuerza positiva que es la energía de Cristo
resucitado, simbolizada en el caballo blanco que, al final, tendrá el éxito completo.

El primer sello (6,9-11) -también como una expresión de una reflexión sapiencial-
presenta la acción ejercida sobre el desarrollo de la Historia de la Salvación por la plegaria
de los santos. Al mismo tiempo, precisa la naturaleza teológica del arco cronológico
intermedio: se expresa el cumplimiento de la plenitud querida por Dios...todavía un breve
tiempo...hasta que fueran completados sus consiervos” (6,11b).
44
El sexto sello, tiene una articulación más compleja (6,12-7,17). La intervención de
por sí ya presente y continua de Dios en la Historia, es considerada en su parte conclusiva
(“el gran día” 6,17); luego con un desplazamiento retrospectivo, típico
del Apocalipsis, se habla de una salvación anticipada respecto a la intervención final
punitiva (7,1-8); y luego se habla de la salvación definitiva, completa bajo todos los
aspectos (7,9-17).

2. Del sexto sello: El “gran día” (Ap 6,12-17).

Traduzcamos con mucho cuidado el texto:

“Y vi cuando abrí el sexto sello: y ocurrió un gran terremoto, y el sol se volvió


negro como un paño de crin y la luna entera se volvió como sangre; y las
estrellas del cielo cayeron sobre la tierra como una higuera suelta sus frutos
verdes, sacudida por un viento recio, y el cielo se retiró como un volumen
(rollo) que se enrolla, y todo monte e isla fueron removidos de sus sitios, y los
reyes de la tierra y los grandes y los dirigentes y los ricos y los fuertes y todos,
siervos y libres, se escondieron en las cuevas y en las rocas de los montes. Y
dicen a las rocas y a los montes: caed sobre nosotros y escondednos del rostro
de aquel que se sienta sobre el trono y de la ira del Cordero, puesto que ha
llegado el gran día de la ira y ¿quién puede resistir?

2.1. El Sexto sello.

Se articula en tres partes, distintas literariamente y unidas entre sí por la expresión


“después de estas cosas” (:
 6,12-17;
 7,1-8;
 7,9-17.
La distinción entre 6,17 y 7,1ss. está dada por los “cuatro ángeles”, típicos de 7,1-8.
La distinción entre 7,8 y 7,9 es expresada por una contraposición literaria entre un “número
determinado” (cf 7,4 a: oí el número) y un número indeterminado (cf 7,9: muchedumbre
que nadie podía contar).

2.2. La primera parte (6,12-17).

Presenta algunas características literarias propias, sobre todo una serie septenaria de
convulsiones cósmicas (6,12-14):

 Y se produjo un gran terremoto (


 Y el sol se volvió negro (.
 Y la luna entera se volvió como sangre (.
 Y las estrellas del cielo cayeron (
 Y el cielo fue arrebatado (

45
 Y todos los montes (.
 Y todas las islas se movieron de su sitio
(

Una serie septenaria correspondiente expresa la reacción humana (6,15):


 Y los reyes de la tierra (
 y los grandes (magnates) (
 y los comandantes (,
 y los ricos (
 y los fuertes (
 y todos los esclavos (
 y los libres se escondieron (.

Las dos series septenarias tienden a una conclusión fuertemente dramática: está muy
resaltada la expresión “porque ha llegado el gran día”, precedida de una exclamación
(“caed sobre nosotros y ocultadnos de la vista del que está sentado en trono y de la cólera
del Cordero” 6,16) y seguida de una interrogación retórica (“¿quién podrá sostenerse?”
6,17b).

La serie septenaria de las convulsiones cósmicas está coloreada de fantasía, por


parte del autor: tres veces “como” (12b.13b.14 a.

De estas indicaciones se siguen algunos aspectos importantes para la exégesis: a una


totalidad de convulsiones cósmicas (siete), corresponde una totalidad de reacciones por
parte de los hombres (siete). Ambos convergen hacia el “gran día”, que aparece así como la
expresión de todo el pasaje. El cuidado literario que se tiene con las series de siete subraya
el empeño del autor, y los elementos de colorido sugieren el clima psicológico de un poder
que infunde terror.

2.3. Exégesis de los versículos en particular.

v. 12: “Abrió”: (. En el contexto de Ap 5,1-5 al cual se refiere, la apertura


significa manifestación reveladora.

“Y un terremoto” (Tenemos contactos literales y contextuales: Am 9,5:


“Yahveh toca la tierra y se derrite”; EZ 38,19: “Aquel día habrá un terremoto en la tierra
de Israel”; Jl 2,10: “Delante de El la tierra se estremece”. El terremoto indica una presencia
inmediata, una toma de contacto por parte de Dios, ante lo cual la tierra reacciona de algún
modo. El terremoto precede y casi como que introduce el resto de las convulsiones.

“Y el sol...y la luna...”. Hay estos contactos literales: Am 8,9: “El sol se pondrá a
medio día”; Is 13,10: “El sol se oscurecerá a su salida y la luna no dará su resplandor”; Is
50,3: “Vestiré el cielo de tinieblas y le cubriré de saco”; Jl 3,4: “El sol se cambiará en
tinieblas y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor”.

46
El autor retoma de Amós e Isaías el contexto general del “día del Señor”, además
toma de Joel la expresión “en sangre” referida a la luna. Pero hace la propia elaboración
como se ve por la construcción de la frase y algunos detalles nuevos: “negro como un paño
de crin” (vestido de pelo negro), “la luna entera”. La presencia de Dios, ya indicada por el
terremoto, es activa y tiene una fuerza particular.

vv. 13-14: El punto de partida del autor parece ser Is 34,4: “Y todas las potencias de los
cielos serán disueltas; el cielo será enrollado como un rollo y todas sus potencias
desaparecerán (we kolseba’am ; los LXX traducen interpretando:
ibbol = ir a menos, desaparecer; los LXX traducen caer,
porque leyeron mal el hebreo: ippol. Símaco sigue esta mala versión y traduce “como la
hoja seca cae de la vid y del árbol de higos”.
El autor reelabora el material de Isaías metiéndolo en su contexto y
transformándolo, y agrega como suya propia la expresión conclusiva “y todo monte y toda
isla...” De esta manera se explicita la presencia activa de Dios, constituida de poder y
fuerza aspaventosos.

vv. 15: La enumeración septenaria indica la “totalidad”: ninguna categoría se excluye


de la humanidad que deberá sufrir la intervención divina.

“Se escondieron en las cuevas...” No se trata de una fuga real, sino de un símbolo
que indica el sentido insuperable de miedo que golpea a todas las categorías de personas.

v. 16: “Y dicen a los montes y a las rocas...” El autor del Apocalipsis retoma
literalmente a Os 10,8: “los altos lugares de la iniquidad, pecado de Israel, serán
destruidos; espinas y zarzas crecerán sobre sus altares; y dirán a los montes: cubrimos; y
a los collados: cae sobre nosotros”. El contacto con Oseas explicita la negatividad de la
situación moral de las personas de quienes se trata. Su culpabilidad se les revela a ellas
mismas tan grave que desean desaparecer. Es una toma de conciencia que desemboca en
la desesperación; no en el arrepentimiento: “cubrimos, hacednos desaparecer de la vista
del que está sentado en el trono...”. Dios, presente y actuante, se manifiesta irresistible:
tiene un “rostro”, entra en contacto personal con las diversas categorías de personas.
“Y de la ira del Cordero”: es la ira que juzga y castiga; de Cristo Mesías en relación
con sus enemigos. El término  tiene una función evocadora, casi como una “cifra”
o una “sigla” que evoca al Cordero, pero con el contenido que el autor del Apocalipsis le ha
dado la primera vez que ha aparecido en Ap 5,6: Cristo resucitado en la plenitud de su
eficiencia mesiánica, que comporta también la destrucción del mal.

v. 17: “El gran día de su ira”. Se retoma la concepción del AT del “día de Yahveh” (cf
Jl 2,11; Na 1,6; Ml 3,2). El día es llamado “grande” enfáticamente: es la intervención
culminante, escatológica de Dios en la Historia de la Salvación.

Esta intervención es vista aquí bajo el aspecto de castigo y destrucción del mal: “de
su ira”, o sea, del desagrado que tienen Dios y Cristo en relación con el mal. En las otras
dos partes del sexto sello, que siguen, se pondrán de relieve los aspectos positivos de la
intervención de Dios y de Cristo.

47
2.4. Visión de conjunto.

 El autor del Apocalipsis se traslada idealmente a la conclusión de la Historia de la


Salvación y pone de relieve el aspecto destructor: el mal, bajo cualquier forma histórica,
perteneciente a cualquier categoría de personas,, cualquiera sea el influjo que ejerce
sobre la vida del mundo, será destruido radicalmente, aniquilado.
 Y ello ocurrirá seguido del poder tremendo e irresistible de Dios que actuará en Cristo-
Cordero, la ira que lo contrapone personalmente al mal.
 Todo este cuadro futuro tiene un significado actual: Dios y el Cordero que se
manifiestan explícitamente al fin, se encuentran ya muy dentro de nuestra historia: la
viven con nosotros, están presentes en ella con toda su potencia, y la conducen hacia la
meta escatológica.

CAPITULO IV: SECCION DE LAS TROMPETAS (Ap 8,1-11,14).

1. Una mirada panorámica de la sección.

1.1.Perfil literario.

El septenario de las trompetas ha sido presentado antes en un cuadro global (8,2.6.);


posteriormente se desglosa en una articulación detallada hasta llegar al séptimo elemento
(7,1-11,15).

A las últimas tres trompetas se sobreponen tres “ayes” (, que tienen en la
personificación literaria, la fisonomía de amenazas vivientes. Confieren así a las últimas
trompetas una acentuación literaria que se convierte en un crescendo dramático.

La fisonomía general del septenario que resulta, es la siguiente: las primeras cuatro
trompetas tienen un esquema y una extensión casi igual. La quinta y la sexta tienen un
desarrollo más largo y complejo; la séptima, coincidiendo con el último “ay”, abraza toda
la materia siguiente. Hay que poner de relieve dos motivos literarios típicos:

 Sonar la trompeta ( que sólo aparece en esta sección del Apocalipsis, y que
determina el desarrollo de todo el septenario (8,6.7.8.10.12.13; 9,1.13; 10,7; 11,15);
 La “tercera parte” (, también típica de esta sección (8,7.8.10.11.12; 9,15.18;
12,4), que le dan un cierto tono unitario.

48
1.2. Perfil teológico.

Las “plegarias de los santos” le dan el carácter dinámico al desarrollo del septenario
(cf 8,1-6). Es un elemento teológico característico.

El simbolismo de las trompetas expresa, como en el AT, el anuncio de una cercanía,


de una presencia activa de Dios (cf. también Ap 1,10 y 4,1). Es la presencia activa de Dios
en la Historia, la indican las convulsiones cósmicas y las primeras cuatro trompetas. Su
simbolismo retoma y unifica elementos y temas teológicos propios del AT: hay
intervenciones de Dios desde dentro de la historia, que se orientan a la destrucción del mal
para la salvación de su pueblo (Exodo), tienen una clara perspectiva teológica (Joel,
Ezequiel,), pero se realizan ya en la historia actual (Daniel). Estos tres elementos
constituyen la “fórmula” de inteligibilidad teológica expresada en el símbolo de las
primeras cuatro trompetas.

Paralela a la intervención de Dios está la de las fuerzas demoníacas, que está


simbolizada en el episodio de los escorpiones (, que expresa el contenido de la
quinta trompeta y del primer “ay” (9,1-12). Esta intervención es luego tomada y ampliada
en la descripción de la “caballería infernal” (9,13-21), con la cual indica la sexta trompeta y
el segundo “ay”.
Frente a estas intervenciones, sea de Dios o de las fuerzas demoníacas, los hombres
pueden reaccionar negativamente: no comprendiendo ni los unos ni los otros, permanecen
en sus posiciones, sin cambiar de conducta (“los demás hombres no se arrepintieron”:
9,20).

A la intervención de las fuerzas demoníacas sigue la intervención de las fuerzas


positivas, que es expresada por la aparición del Cordero en 10,1-11; por su juramento
solemnísimo que afirma que el plan de Dios ( ha de cumplirse; por
la entrega del pequeño libro ( El episodio de los dos testigos (11,1-14) con el
cual se concluye la sexta trompeta y el segundo “ay”, y que representa probablemente el
contenido del “pequeño libo”, expresa un esquema lineal de salvación que se ha obtenido
superando las dificultades. La reacción de los hombres es positiva: “llenos de estupor,
dieron gloria al Dios del cielo” (11,13).

Todas estas intervenciones presentan un inicio de desarrollo sin una conclusión; la


insistencia particularmente acentuada sobre los números que indican parcialidad y
limitación (cinco meses: Ap 9,5; cuarenta y dos meses = la mitad de siete años: 11,2; la
décima parte de la ciudad: 11,3) y sobre las fracciones (un tercio: , sugiere una
cierta idea de parcialidad, que es característica de toda la sección: es la Historia de la
Salvación en sus vicisitudes alternas, vista en su desarrollo preescatológico.

2. El episodio de los dos testigos (Ap 11,1-13).

Es importante leer el texto en griego o en una buena traducción. Por mi parte,


ofrezco una traducción cuidadosa:

49
“Y me fue dada una caña semejante a una vara y me fue dicho: levántate y
mide el templo de Dios y el altar y los que adoran en él. Y el patio, el que está
fuera del templo, déjalo aparte y no lo midas, porque ha sido entregado en
manos de los gentiles y estos pisotearán la ciudad santa por cuarenta y dos
meses. Y a mis dos testigos les daré el don de profetizar, cubiertos de sayal,
durante mil doscientos sesenta días.

Estos son los dos olivos y los dos candeleros que está delante del Señor de la
tierra. Y si alguno quiere hacerles mal, un fuego sale de su boca y devora a sus
enemigos. Y si alguno quiere hacerles mal deberá morir así.

Estos tienen el poder de cerrar el cielo, para que no caiga la lluvia durante los
días de su actividad profética, y tienen el poder sobre las aguas de tal modo
que pueden convertirlas en sangre, y de golpear la tierra con toda clase de
plagas, todas las veces que quieran.

Y cuando hayan cumplido su testimonio, el monstruo que sale del abismo hará
guerra contra ellos, los vencerá y los matará. Y su cadáver permanecerá en la
plaza de la gran ciudad, que es llamada simbólicamente Sodoma, Egipto, y
donde también su Señor fue crucificado. Y hombres de pueblos, tribus,
lenguas, naciones miran su cadáver durante tres días y medio y no permiten
que sus cadáveres sean colocados en un sepulcro. Y los habitantes de la tierra
se alegran a costa de ellos y exultan y se envían regalos recíprocamente, puesto
que estos dos profetas habían atormentado a los habitantes de la tierra.

Y después de tres días y medio un espíritu de vida procedente de Dios entró en


ellos y se pusieron de pie, y un gran temor cayó sobre aquellos que los
miraban. Y oyeron una gran voz del cielo que les decía: Subid acá arriba. Y
subieron al cielo en una nube. Y los miraron sus enemigos.

Y exactamente en aquella hora ocurrió un gran terremoto, y la décima parte


de la ciudad cayó, y fueron muertas en este terremoto siete mil personas y los
supervivientes fueron invadidos de temor y dieron gloria al Dios del cielo”.

2.1. Algunos problemas literarios.

El episodio de los dos testigos, colocado entre el juramento solemne del ángel y el
comienzo de la séptima trompeta (11,15), constituye probablemente el contenido del
“pequeño libro”, que el mismo ángel le entrega a Juan (Ap 10,8-10).
Aparecen dos motivos literarios:
 Una indicación temporal:
 cuarenta y dos meses 11,2b
 mil doscientos sesenta días 11,3b
11,9b
 tres días y medio 11,11 a
 después de tres días y medio 11,13 a
 en esta misma hora

50
 Una indicación topográfica: 11,2b
 La ciudad santa 11,13b
 sobre la plaza de la ciudad

Unidos, estos motivos sugieren cierta homogeneidad literaria, subrayando el


aspecto espacio-temporal, intrahistórico.

Después de una introducción general (11,1-2), el episodio se desarrolla desde el


comienzo hasta el final sin solución de continuidad. Sólo tenemos dos paréntesis en el
desarrollo de la narración (11,4-6 y 11,8b: “que se llama”: que tiene una
función de precisión hermenéutica).

La relación de los tiempos de los verbos presenta un fenómeno particular:


 futuros (vv. 3-7);
 presentes (vv. 9.10);
 aoristos (vv. 11.12).

Esta sucesión, inversa respecto a la natural, saca la narración del tiempo mismo y la
coloca más allá de la historia.

El contacto con el AT es muy intenso, haciendo recargado el texto. En la exégesis


se precisarán los contactos y su importancia.

2.2. El problema hermenéutico.

Se puede formular así: ¿Quiénes son estos “dos testigos” que se presentan como
protagonistas de este episodio? Las opiniones pueden resumirse así:
 Son personajes del AT: Elías y Enoc (Hipólito, Tertuliano, Jerónimo, Juan Damasceno,
Pedro Damián...).
 Son personajes reales del NT: Pedro y Pablo (Boismard, Munk...); Santiago y Juan
(Hirsh); dos judíos convertidos (Gelin); dos personajes futuros por identificar (Haugg,
Zahn); etc.
 Los dos testigos expresan personajes simbólicos (Feuillet, Brütsch, Rissi, etc.) con
determinaciones ulteriores del simbolismo: poder de testimonio profético; actividad
apostólico-profética de la Iglesia durante la persecución; la Iglesia en Jerusalén; el
testimonio dado por la Iglesia frente al judaísmo cristiano; los maestros y predicadores
cristianos (Considine).

Es difícil decidir. Se podrá responder después de un examen analítico del texto,


teniendo en cuenta las características literarias que hemos indicado.

51
2.3. Exégesis de los versículos en particular.

v. 1: “Y me fue dada una caña semejante a una vara...mide”. Tenemos contactos


contextuales con Ez (cf 40,3.5.35.47; 41,13: se refiere a la medición de Jerusalén, del
templo, del altar; “medir” expresa una distinción entre Israel y “los gentiles”) y Zacarías
(2,5: medición de Jerusalén). Indican en el medir, una toma de posesión por parte de
Dios que asegura su protección.

“El templo, el altar y a los que adoran en él”: se trata del templo, del altar, del culto
de la Jerusalén renovada, mesiánica. A este complejo litúrgico ideal, propio del nuevo
pueblo de Dios se le asegura una permanencia indefectible, simbolizada precisamente por
la acción de medir.

v. 2: “Y el patio, el del exterior” déjalo aparte y no lo midas”: Se trata del patio


“exterior”, el de los prosélitos (en el templo de Herodes)); pero aquí, como en el
versículo precedente, la referencia al templo real de Jerusalén tiene sólo un valor
simbólico: una parte de la Jerusalén ideal del nuevo pueblo de Dios que, si bien es muy
cercana a Dios y le pertenece, como el patio exterior pertenecía al templo, será
“pisoteada”, oprimida por las fuerzas enemigas. Esas fuerzas tendrán un cierto éxito;
pero se tratará de un victoria efímera, imperfecta, como se indica con el símbolo
aritmético usado: “cuarenta y dos meses”, o sea, tres años y medio, la mitad de siete.

v. 3: En este contexto de contraposición violenta entre el pueblo de Dios y las fuerzas


hostiles, emergen “dos testigos”, que son presentados con dos cualidades fundamentales:
son de Dios y de Cristo; son testigos y desarrollan una actividad profética. Su actividad
de testimonio y profecía se desarrolla por “mil doscientos sesenta días”: es el
equivalente de cuarenta y dos meses del v. 2. Quiere decir que la actividad de los dos
testigos dura todo el período de la opresión de las fuerzas hostiles.

v. 4: ¿Quiénes son los dos testigos? Parece que el mismo autor se hiciera esta
pregunta, e interrumpiendo la narración apenas comenzada, da a la asamblea de
escuchas (cf Ap 1,3) toda la serie de indicaciones que puedan ayudar al discernimiento
sapiencial de identificación. Las indicaciones van hasta el v. 6. Las fórmulas que
introduce las precisiones hermenéuticas es “estos son...”.

“Los dos olivos y los dos candeleros”: Hay contacto contextual con Za 4,1-14. En
algunos puntos, el contacto es literal. Za 4,2-3: “...miro y he aquí un lamparario (menrath;
LXX  todo de oro, con una reserva encima, siete lámparas están sobre el
lamparario, como también siete boquillas para las lámparas que están encima. Junto a él
hay dos olivos (senim zethim; LXX uno a la derecha y otro a la izquierda...”;
Za 4,11: “Tomé entonces la palabra y dije: “¿Qué significan estos dos olivos a derecha e
izquierda del lamparario?”; Za 4,14: “El dijo: estos son los dos ungidos que están delante
del Señor de toda la tierra. Los dos unidos son Josué y Zorobabel. El autor del Apocalipsis
identifica los dos testigos con los dos olivos, o sea, con el candelero; de ellos dice
solamente que están delante del Señor, evitando cuidadosamente otras alusiones. De aquí se
deduce que los dos testigos no pueden identificarse con los “dos ungidos” (Josué y

52
Zorobabel), y que, positivamente, en el nuevo culto del nuevo pueblo de Dios tienen una
función permanente.

v. 5: “Y si alguno quiere hacerles mal, un fuego sale (continuamente) de su boca...”.


Observamos contactos contextuales con 2R 1.5-12: Elías está en choque con los
emisarios de Ocozías. Por dos veces, ante la orden: “¡nombre de Dios, baja! Orden del
rey”, Elías hace bajar el fuego del cielo. “Y bajó fuego del cielo y devoró a él y a sus
cincuenta” (2R 1,10.12). También en Apocalipsis, en un contexto de oposición, por
iniciativa de los dos testigos, el fuego devora a los enemigos.

Pero tenemos también un contacto con Jr 5,14: “He aquí que volveré mis palabras
en su boca un fuego y devorará a este pueblo como leña” Se especifica que el fuego es la
Palabra de Dios.

En consecuencia: los dos testigos, profetas de la Palabra de Dios, podrán servirse de


ella como de un fuerza irresistible contra sus enemigos. “Y si alguno quiere hacerles mal,
deberá morir así”: cuanto se ha dicho se realizará siempre; incluso en el futuro, los
enemigos de los profetas, “así” como se indica en 2R y en Jr, deberán perecer.

v. 6: “Estos tienen el poder de cerrar el cielo...”. El contacto contextual con 1R 17,1


sugiere que los dos testigos, como Elías, tienen las facultades para hacer que no llueva.
Su acción profética aparece acompañada constantemente de una energía divina, que está
casi a su disposición. “Y tienen poder sobre las aguas...”: el contacto literal y contextual
con Ex 7,17.19-20 es muy estrecho: lleva a concluir que la energía, propia de Dios,
comunicada a Moisés y a Aarón está también a disposición de los dos testigos, los cuales
pueden repetir, simbólicamente, todas las plagas de Egipto, a su gusto.

v. 7: Después del paréntesis explicativo, se retoma y se desarrolla la narración.


“Cuando hayan cumplido su testimonio”: Dicho testimonio es activo, es una acción
que e prolonga en el tiempo.

“El monstruo que sale del abismo...”: La imagen del “monstruo”, “bestia” (
deriva de un contacto contextual y literal y literal con Dn 7,3: “Cuatro bestias enormes
salieron del mar” y 7,21: “Y había visto aquel cuerno que hacía la guerra a los santos y los
venció”. Como el autor del Apocalipsis indicará con claridad en el capítulo 13, el
“monstruo” representa una fuerza de origen hostil, demoniaca, que se encarna
históricamente en el estado pagano que se hace adorar. Los dos testigos caen víctimas de
esta fuerza.

v. 8: “Y su cadáver...”: La victoria de las fuerzas hostiles es publicada y consta a


todos.

“De la gran cuidad...”: la identificación geográfica de la ciudad es discutida: los


indicios que el autor da parecen, a primera vista, son contradictorios. La expresión “gran
ciudad” hace pensar en Roma (cf Ap 16,19; 7,18; 18,1016.18.19.21: indica siempre
“Babilonia”, que se realiza en Roma). La otra expresión, en cambio, “donde también su

53
señor fue crucificado”, recuerda evidentemente a Jerusalén. El autor agrega, casi haciendo
más compleja la cuestión: “la cual es llamada simbólicamente Sodoma, Egipto...”.

Hay un simbolismo explícito e intencional ( que va más allá de


cualquier representación geográfica. El simbolismo expresa la corrupción (“Sodoma”), el
paganismo (“Egipto”), la hostilidad anticristiana (“donde también su Señor fue
crucificado”), el ambiente en el cual los fieles pueden encontrarse viviendo. Ellos,
Jerusalén ideal positiva, están oprimidos por la Jerusalén ideal negativa, que puede
realizarse concretamente en todo tiempo y lugar.

vv. 9-10: Se resalta enfáticamente el triunfo de las fuerzas hostiles negativas: todos
pueden ver ese triunfo resaltado (el cadáver de los dos testigos); tratan de hacerlo
permanente (no hay sepultura para ellos); expresan externamente su alegría (dones).
Pero todo este triunfo es efímero (“tres días y medio”, mitad de siete indica
imperfección).

v. 11: “Y después de tres días y medio”: Después del período, cualitativamente breve,
del triunfo de las fuerzas del mal.

“Un espíritu de vida procedente de Dios...”: Hay un contacto con Ez 37,10: “Y


entró en ellos el espíritu y ellos se levantaron sobre sus pies”; el autor hace su traducción
del texto hebreo, explicitando “espíritu (ha ruah; LXX: ) como “espíritu de vida”
(sacado quizá de Gn 6,17; 7,15.22. Es la resurrección descrita, en la
panorámica de Ezequiel, como la intervención de Dios que comunica su vida a su pueblo.

“Y un gran temor cayó...”: el triunfo de los dos testigos es visible, se impone a la


atención de los hombres, del mismo modo que había sido visible su derrota.

v. 12: “Oyeron una voz del cielo”: La voz que los dos testigos escuchan es la
voz misma de Dios o, más probablemente, de Cristo (cf 4,1).

“Subieron al cielo en una nube”: Así se completa el ciclo de los dos testigos; la
nube subraya la situación de trascendencia en la cual los dos se encuentran ahora.

“Y los miraron sus enemigos”: incluso esta última parte del triunfo de los dos
testigos es perceptible para sus enemigos.

“Y precisamente en aquella hora”: Se describe con otros términos simbólicos, la


reacción ante el triunfo de los dos testigos, referida a la “ciudad” desde la cual había
iniciado el episodio (cf 11,2), desarrollándose después en ella (cf 11,8).

“Un gran terremoto”: Se expresa una intervención de Dios en la historia. “Una


décima parte de la ciudad cayó”: La intervención de Dios es aún parcial, intrahistórica; no
es la intervención conclusiva (cf por ejemplo el terremoto de Ap 16,18-19).

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“Siete mil personas”: es la décima parte de setenta mil que constituía la población
total de la ciudad. Es aquella parte de los hombres que son víctima de la intervención de
Cristo.

“Los restantes llenos de estupor”: los hombres que no son víctima de la intervención
de Dios, dándose cuenta de dicha intervención en los otros, sacan de ello las debidas
consecuencias, convirtiéndose.

2.4. Visión de conjunto.

El punto departida es una colectividad positiva, en contraste con una colectividad


negativa; las dos colectividades coexisten: son, por una parte, “Jerusalén”; por otra, los
paganos que la pisotean.

La colectividad positiva es la Iglesia de todos los tiempos, que expresa desde su


interior algunas figuras emblemáticas, los dos testigos, en los cuales se concentran sus
características fundamentales: un culto nuevo y siempre eficiente, la Palabra de Dios que
reside en ella con toda su potencia, la energía propia de Dios que supera todo obstáculo.

La Iglesia, expresada en estas figuras emblemáticas, revive en pleno la acción de


Cristo: testimonio, muerte, resurrección y ascensión. Anticipa en estas figuras algunos
elementos de la salvación final, escatológica.

Mediante todo esto, la colectividad-Iglesia oprimida a veces por la colectividad


negativa a la cual se contrapone, ejercita, en relación a ella, una función de testimonio que
podrá llevar a la colectividad negativa a una conversión. Todo esto ocurre en el desarrollo
de la salvación preescatológica.

¿Quiénes son, en concreto, estas figuras emblemáticas? El autor los libera


espontáneamente de cualquier limitación cronológica, los substrae de cualquier
identificación exhaustiva: nos da “esquemas” de personajes. La Iglesia de todo tiempo,
mediante su discernimiento sapiencial, podrá llenar esos esquemas, dándoles un contenido
(nombres, circunstancias: los “santos”, los “mártires, etc.) siempre nuevo.

CAPITULO V: LA SECCION DE LOS “TRES SIGNOS” (Ap 11,15-16,16).

1. Visión de conjunto.

1.1. Perfil literario.


Aun cuando la sección es fácilmente individuable por los motivos literarios, se nota
una dificultad no pequeña porque el hilo conductor de la serie septenaria se interrumpe
después de 11,15 para retomarse en 15,1 (septenario de las copas). Anotemos los
principales motivos literarios:
 Signo” (: con los adjetivos que le acompañan, es característico de esta sección,
que puede llamarse perfectamente la “sección de los tres signos”.
 12,1: “Y un gran signo apareció en el cielo”;
55
 12,3: “Y apareció otra señal en el cielo”;
 15,1: “Y vi otra señal grande y maravillosa en el cielo”;

 Hay otros términos, que aparecen con frecuencia notoria, suficiente como para constituir
“motivos literarios”: “mujer” ( 12,1.4.6.13.14.15.16.17), “dragón” (
12,3.4.7.9.13.16.17), “hoz” ( 14,14.15.16.17.18.19).
 La contraposición entre “cielo” y “tierra”. Es típico de esta sección el desarrollo
narrativo: se parte de la lucha entre la mujer y el dragón (12,1-8). La lucha se dilata en
las dos “prolongaciones” del “dragón” (primer monstruo: 13,1-10; segundo monstruo:
13,11-18), como también en los descendientes de la mujer (12,12). Mediante la
intervención de siete ángeles con siete copas, se llega a una conclusión (15,15ss.).

Tal desarrollo narrativo es interrumpido por un episodio que, sin tener con él
conexión literaria, resulta aislado y con existencia propia: el Cordero sobre el monte Sión
(14,1-5). El mensaje de los tres ángeles (14,6-13), en paralelo con la intervención del hijo
del hombre (14,14-20), representa un crescendo del desarrollo narrativo, que desemboca
luego en el septenario de las copas (15,1-16,16).

1.2. Perfil teológico.

El dragón y la mujer, dos “signos” contrapuestos que hay que interpretar,


representan, por una parte, a la Iglesia en su dimensión trascendente y terrena que,
históricamente, da a luz a Cristo; por otra, una fuerza antagónica, de origen demoníaco y
de carácter desacralizador que, encarnándose en hechos y personajes históricos, persigue a
la Iglesia. El éxito de la lucha será positivo, está bajo el control de la trascendencia divina.

Los dos monstruos expresan dos características diversas y conectadas del poder del
dragón: el poder político que se hace adorar y sus profetas.

Los ciento cuarenta y cuatro mil sobre el monte Sión con el Cordero representan y
expresan una salvación completa, realizada con anticipación funcional respecto a otros.

Tanto los tres ángeles de Ap 14,6-13 como la escena de la mies y de la vendimia


que sigue (14,14-20) expresan la salvación y la condena definitivas en relación con la
mayor o menor adhesión a los dos monstruos, y a Babilonia, la ciudad pagana, cuya
relación con el “monstruo” será desarrollada en la sección siguiente: 17,1ss.

Con el septenario de las copas llegamos ya a la conclusión de la Historia de la


Salvación (15,2-4); tenemos una destrucción del mal que alcanza gradualmente su máximo
de intensidad.

En síntesis: esta sección nos presenta a la Iglesia en una situación de contraposición


a la fuerzas negativas, en sus varias formas. La contraposición es completa, radical y
definitiva, con todas las implicaciones, sea de salvación o de no salvación.

56
2. El tercer signo y el cántico de los vencedores (15,1-16,1).

Traduzcamos con esmerada atención el texto:

“Y vi en el cielo otro signo, grande y maravilloso: siete ángeles que tenían siete
plagas, las últimas, pues en ellas se consuma la cólera de Dios. Y vi como un
mar de cristal, mezclado con fuego y a los que habían triunfado sobre la Bestia
y su imagen y sobre la cifra de su nombre: estaban de pie sobre el mar de
cristal, llevando las cítaras de Dios. Y cantaban el cántico de Moisés siervo de
Dios y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor, Dios omnipotente. Justos y verdaderos tus caminos, oh rey de las gentes.
¿Quién no temerá, Señor, y no glorificará tu nombre? Porque Tú eres santo;
porque todas las gentes llegarán y se postrarán delante de Ti; porque tus
juicios se hicieron manifiestos.
Y después de esto vi, y se abrió el templo de la tienda del Testimonio en el cielo
y salieron del templo los siete ángeles que tenían las siete plagas, vestidos de
lino puro, resplandeciente,, y ceñidos al pecho con cinturones de oro. Y uno de
los cuatro vivientes dio a los siete ángeles siete copas de oro colmadas de la
cólera de Dios viviente por los siglos de los siglos. Y el templo se llenó de humo
que provenía de la gloria de Dios y de su poder, y ninguno podía entrar en el
templo hasta que se consumaran las siete plagas de los siete ángeles.
Y oí una voz potente que desde el templo decía a los siete ángeles: id y
derramad sobre la tierra las siete copas de la cólera de Dios”.

2.1. Algunos problemas literarios.

El desarrollo literario es el siguiente: hay una presentación global del “signo”: los
ángeles con las siete copas (15,1), sigue una acción litúrgica terrestre (15,2-4) introducida
por la expresión “y vi” (15,2 a); tenemos en seguida una acción litúrgica celeste (15,5-8),
introducida por la expresión “después de esto vi” (14,5 a). Las dos acciones litúrgicas dan
un impulso dinámico al desarrollo septenario de las copas (16,1).

Los contactos con el AT tienen un interés particular: indican el esquema del Exodo,
al cual se alude explícita y repetidamente: El “cántico de Moisés” (15,3), la “tienda del
testimonio” (15,5), las “siete plagas” (15,1.6.8), el “mar” (15,2).

Notamos, finalmente, que la visión es de tipo intelectual, pensada y no vista


realmente. Esto se nota claramente por las cualificaciones dadas a los objetos vistos:
“Angeles que tenían siete plagas, las últimas” (15,1), “un mar de cristal mezclado de
fuego” (15,2), “el santuario de la tienda del Testimonio” (15,5).

57
2.2. Exégesis de los versículos en particular.

v. 1: “Y vi en el cielo otro signo, grande y maravilloso...”. Como se dice “otro”, se


quiere conectar con el “signo” precedente, que también ha aparecido en la zona ideal de
la trascendencia divina (12,3) y, mediante éste, conectado al “signo” inicial de12,1,
estamos en el ámbito del desarrollo de la lucha que ha comenzado en 12,1.

El “signo” es llamado “grande y maravilloso”: son cualificaciones intelectuales, no


propiamente vistas, e indican la importancia del “signo” y quizá, la dificultad de su
interpretación.

“Angeles”: son los ángeles que continuamente toman parte activa en el desarrollo de
la salvación.

“Plagas”: el término recuerda las plagas de Egipto. En el Apocalipsis, las plagas de


Egipto tienen una cierta relevancia (9,18.20; 16,6; 13,3.12.14; 15,1.6.8.; 16,9.21; 18,4.8;
22,9.18) e indica, más que todo, una intervención punitiva de Dios en la Historia.

“Ultimas” subraya respecto a las de Egipto y a las otras, el carácter definitivo y


conclusivo.

“Pues con ellas se ha consumado” (10,7; 15,1.8; 17,17; 20,3.5.7)


indica en el Apocalipsis una conclusión de naturaleza cronológica e histórica: “la ira de
Dios” es un antropomorfismo que indica la antítesis absoluta entre Dios y el mal, con una
acentuación de la pasionalidad subjetiva (cf 12,12; 14,8).

v. 2: “Como un mar de cristal mezclado de fuego”: En el Apocalipsis el mar es visto,


generalmente, como una fuerza hostil negativa: debe cambiar, debe llegar a ser “de
cristal”, transparente. Así transparente y mezclado con fuego, el mar indica (como en Sb
19,6 al cual posiblemente se alude) un cambio radical de los elementos naturales
actuales. Se tiene aquí como en la Sabiduría, una relectura del Exodo en clave de nueva
creación. Es la nueva creación cristiana que se está realizando.

“Y a los que habían triunfado” (alcanzado victoria): la referencia a la “promesa”


hecha en las siete cartas (“al vencedor...”) y el contexto indican una superación de las
dificultades de la vida cristiana, incluso el martirio.

“Sobre la Bestia, sobre su imagen y sobre la cifra de su nombre”: la triple


enumeración se refiere al capítulo 13 (“monstruo = Bestia: cf 13,1-10; “imagen”: cf 13,14-
15; “cifra”: cf 13,16-18 e indica una victoria permanente y prolongada sobre el estado
pagano y sobre todas sus actualizaciones históricas.

“Estaban de pie sobre el mar de cristal”: los vencedores, repitiendo y actualizando


el pasaje del Exodo, están de pie sobre el mar de la nueva creación; están insertos en el
contexto de la potencia renovadora de Dios, a la cual contribuyen con su victoria y su
celebración.

58
“Llevando las cítaras de Dios”: las cítaras son llamadas “de Dios”, en cuanto
pertenecen al mundo sagrado de Dios, son cítaras litúrgicas (cf 5,8; 14,2). Los victoriosos
están cumpliendo una acción litúrgica, que se expresará en el himno de la nueva creación.

v. 3 a: “Y cantaban el cántico de Moisés...y el cántico del Cordero”: El “cántico de


Moisés” es el de Ex 15,1ss., es el cántico compuesto por Moisés. El “Cántico del
Cordero” tiene relación con el “cántico nuevo”, mesiánico de 5,9; 14,3; pero aparece,
por estos contextos, como el cántico celebrativo del Cordero.

El autor, nombrando expresamente a Moisés, acentúa la importancia que asume


para los vencedores el cántico. El paso del cántico de Moisés al cántico del Cordero
expresa la unidad del desarrollo de la salvación: el cántico de Moisés, que celebra a Dios
que ha intervenido en el Exodo, es también el cántico que celebra al Cordero, quien es
realizador del nuevo éxodo que, a su vez, es un desarrollo perfeccionado del primero.

vv. 3b-4: Tenemos un verdadero y propio himno que, tomando el material del AT,
presenta una fisonomía literaria original. Una confrontación sinóptica con el AT lo
muestra claramente:

v. 3b: grandes y maravillosas  Ex 15,11: “...glorificado en la santidad,


tus obras, maravilloso (mora’; LXX en la
gloria”
Señor Dios omnipotente Am 3,13; 4,13: “Señor, Dios omnipotente
 (Yhwh ‘elohé seba’ot; LXX

Justos y verdaderos tus caminos Sal 145, 17: “Yahveh es justo en todos sus
caminos”;
Dt 34,2: “...sus obras son perfectas; pues
todos sus caminos son juicio; Dios es fiel y
sin engaño; El es justo y santo”.
Jr 10,7: “¿Quién no te temerá, rey de las
naciones?”
Oh rey de las gentes (Cf. Jr 10,7 arriba).
Sal 86,9: “Todas las gentes que hiciste
v. 4: “¿Quién no temerá, Señor, y glorificará vendrán y adorarán delante de Ti y
tu nombre?” glorificarán tu nombre”.
Cf. Dt 32,4 (arriba).
Cf. Sal 86,9 (arriba).
Pues Tú solo eres santo;
pues todas las gentes vendrán y se postrarán Sal 98,2: en el contexto del “canto nuevo”
delante e Ti; (v. 1), Dios es celebrado porque “reveló su
pues tus juicios se manifestaron”. justicia a los ojos de las gentes”.

La originalidad del autor se revela en haber dado a estos textos de diversa


procedencia una nueva unidad estructural: primero se habla de modo genérico y casi
impersonal de Dios, a quien se dirige el himno (v. 3b); luego se resalta el aspecto personal,
sea de Dios, sea de la gente que reacciona ante su acción (v. 4). Y Dios, en su acción
59
salvífica, se revela históricamente coherente consigo mismo; su modo de actuar (“sus
caminos”) corresponden a sus tareas (“justo y verdadero”) y se revela como “santo” (
= santo, en sentido moral). Pero Dios realiza la Historia de la Salvación a través de Cristo
como “Cordero”. Por medio del Cordero la salvación asume su concretez histórica y su
universalidad.

v. 5: “El templo...en el cielo”: el templo celeste es visto aquí como una proyección
trascendente de la “tienda del Testimonio” (Ex 38,21; 40,34).

v. 6: Los ángeles tienen ( ya las últimas plagas; están encargados de ellas,
pero aún en sentido genérico. Ellos salen ( del templo como llevando fuera de
él el carácter de sacralidad propio del templo mismo y que ellos expresan incluso en sus
vestidos (sacerdotales).

v. 7: “Uno de los cuatro vivientes”: se explica la función de conexión entre la


trascendencia de Dios (“viviente por los siglos de los siglos”) y la historia humana
concreta, explicada por los “vivientes”.
“Las siete copas de oro, repletas de la cólera de Dios”: son las mismas copas de las
plegarias de los santos (cf 5,8). Como efecto de las plegarias de los santos, el encargo de
los siete ángeles se especifica: ellos deberán dar la respuesta definitiva y eficaz de Dios al
mal de todos los tiempos.

v. 8: El humo que llena el templo celeste subraya la presencia de Dios que se


manifiesta allí ( y, al mismo tiempo, su energía dinámica que se pone
en movimiento (. De este modo el templo permanece como bloqueado por
todo el tiempo en el cual se desarrolla tal acción, y después, habiéndose agotado su
función, ya no existirá (cf 21,22: en la Jerusalén celeste ya no hay templo).

v. 16,1: Es, probablemente, la voz de uno de los vivientes la que, análogamente a lo


ocurrido en 6,1-7, pone la trascendencia divina en contacto con la historia humana.

2.3. Visión de conjunto.

En el desarrollo lineal que sigue el Apocalipsis, estamos en el umbral de la


conclusión que será preparada por el septenario de las copas. Ya se entrevén algunos
aspectos fundamentales de dicha conclusión, que interesan a la Iglesia en su presente: la
Historia de la Salvación en la cual la Iglesia se encuentra implicada, tiene su continuidad
que la engancha con el AT; tiene su desarrollo realizado por el Cordero que realiza la
nueva creación; es determinada en este desarrollo por la acción litúrgica terrestre de los
vencedores, a la cual corresponde la liturgia celeste definitiva.

En una palabra: la Iglesia se inserta en la Historia de la Salvación, reviviendo,


renovando la experiencia del Exodo.

60
CAPITULO VI: SECCION CONCLUSIVA (Ap 16,17-22,5).

1. Visión de conjunto.

1.1. Perfil literario.

La sección comienza con el séptimo elemento de la serie septenaria de las copas. La


séptima copa, a diferencia de las anteriores, es derramada sobre el aire, sede de las fuerzas
hostiles demoníacas, a su derramamiento sigue de inmediato un “está hecho” ( de
parte de Dios (16,17).

He aquí el desarrollo literario de la sección: al comienzo, tenemos el motivo


literario “prostituta” (, que sólo aparece aquí en todo el Apocalipsis: es frecuente al
comienzo de la sección (17,1.5.15.16) y aparece sólo otra vez después, en la gran
doxología (19,2).

En seguida, encontramos “novia, la esposa del Cordero”


(, que aparece sobriamente en la doxología del Aleluya y, más
explícitamente, en la descripción de la Jerusalén celeste (21,2-9).

Hay un tercer elemento de relieve literario: Cristo Cordero ( es llamado,


con una expresión que es única en todo el NT: “Señor de señores y Rey de reyes”
(17,14; 19,16). En 17,14, el Cordero tiene la
capacidad de vencer a los reyes, conectados con Roma-Babilonia, que simbólicamente se
identifica con la prostituta: venciéndolos, Cristo-Cordero vence también a la “prostituta” y
lo hace precisamente por el hecho de que ( es el “Señor de señores y Rey de reyes” (cf
también 19,16). La intervención del Cordero exige, por una parte, la condena de la
“prostituta” y, por otra, prepara el triunfo de la “esposa”. Las dos figuras están unidas en un
esquema de contraposición literaria, en cuyo centro está el “Señor de señores”: este
esquema abraza toda la sección, dando una unidad literaria de fondo a los diversos
elementos.

Todos estos elementos tienen una interconexión colectiva: la “prostituta” y la


“esposa” son todas y dos ciudades; el Señor de señores se presenta con sus elegidos (17,14)
o los que combaten con El (9,14).

Podemos ahora dar una mirada al desarrollo literario de conjunto. Después de la


introducción (16,17-21), tenemos la condena de la “prostituta”; una articulación literaria
compleja nos presenta primero un cuadro simbólico de la “prostituta” misma (17,1-18) con
varias indicaciones hermenéuticas destinadas a facilitar la decodificación del simbolismo y
su aplicación concreta (cf 17,6b-7.9; etc.); se tiene luego un himno celebrativo y
reevocativo: la caída de la “prostituta-Babilonia” (18,1-24). Sigue una doxología (19,1-8)
conducida por el motivo literario-litúrgico “Aleluya”, con una doble orientación:
retrospectiva, con referencia a la condena de la “prostituta” (19,1-2); prospectiva, con
referencia al triunfo de la “esposa” que tendrá lugar en seguida” (19,7-8).

61
Babilonia, la “prostituta”, no era otra cosa que la concretización de las fuerzas del
mal, la última emanación terrestre del demonio, luego del dragón, del primero y segundo
monstruos y de los reyes de la tierra. Después de una intervención de Cristo guerrero
(19,11-16), todas estas fuerzas negativas son vencidas y anuladas: los reyes de la tierra, el
primero y segundo monstruos (19,17-21). También el dragón es vencido definitivamente:
su fracaso está encuadrado en el contexto más general del desarrollo dialéctico y antitético
de la Historia de la Salvación (20,1-10). Sigue un balance definitivo en relación con los
hombres y la destrucción de la muerte, último enemigo (20,11-15).

Tiene lugar, entonces, el triunfo de la “esposa” (, mencionado antes e


inserto en el contexto de la renovación general, término último de todo el desarrollo de la
Historia de la Salvación (2,1-8), que se describe luego con especial refinamiento literario
en la Jerusalén celeste (21,9-22,5).

1.2. Perfil teológico.

La característica fundamental de esta sección es su proyección escatológica: se


muestra el punto de llegada de la Historia de la Salvación, que, como tal, está en capacidad
de iluminar el camino de quien transita por allí. Los elementos fundamentales de este
cuadro escatológico son sobre todo la superación de todas las fuerzas histórico-sociales
negativas: la ciudad pagana y secular, la Babilonia-antiiglesia es anulada; desaparecen los
“reyes de la tierra”, potentados en los cuales se encarnan las fuerzas negativas; la misma
suerte corre el estado que se hace adorar y sostiene a la ciudad pagana, como también
aquellos que le crean el espacio político para existir; la raíz de todo esto será
definitivamente neutralizada.

Todo esto ocurre por la fuerza de la presencia de Cristo: no tenemos la descripción


de la parusía, sino más bien la expresión de la presencia activa de Cristo, quien, ya presente
ahora, se manifestará entonces completamente. El efecto de la manifestación de Cristo será
el juicio individual de cada hombre mediante una valoración de sus obras y de su
moralidad.

Desaparecida la muerte, desaparecidas todas las fuerzas hostiles y negativas, se


tendrá una renovación mesiánica en una comunión cara a cara con El, en una plenitud de
vida individual y social. Se tendrá, entonces, en ese mundo así concebido, la plena
realización de la obra creadora de Dios, en el mundo como debe ser, ya visto así en el
primer capítulo del libro del Génesis.

2. El cielo nuevo y la tierra nueva (Ap 21,1-8).

Procúrese una cuidadosa lectura del texto en griego o, por los menos, en una buena
traducción. Puede tenerse en cuenta esta cuidadosa traducción:

“Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva; el primer cielo, en efecto, y la primera


tierra ya habían pasado y el mar ya no existía. Y vi la ciudad santa, la nueva
Jerusalén, bajar del cielo, desde Dios, lista ya como una esposa engalanada
para su esposo.

62
Y oí una gran voz procedente del trono que decía: he aquí la morada de Dios
con los hombres, y habitará con ellos y ellos serán su pueblo y Dios mismo,
personalmente con ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y la
muerte ya no existirá más, ni llanto ni grito, ni fatiga, porque el primer mundo
ha pasado.
Y dijo aquel que se sienta sobre el trono: he aquí que yo hago todo nuevo. Y
dice: escribe que estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo: se han
cumplido. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Yo a quien tiene sed
le daré a beber de la fuente del agua de la vida, gratuitamente. Quien vence
tendrá esto en herencia, y yo seré Dios para El y él será para mí hijo.
Pero a los viles, los incrédulos, los abominables, los homicidas, los lujuriosos,
los hechiceros, los idólatras y los mentirosos les está reservado el estanque de
fuego incandescente y de azufre, y este es la muerte segunda”.

2.1. Algunos aspectos literarios.

La unidad literaria se ve clara, constituida por el esquema “y vi...y oí”. La parte de


“y oí” (vv. 3-8), presenta una característica dialógica; el diálogo se desarrolla en crescendo:
primero la “voz grande procedente del trono” (v. 3), luego interviene “el que está sentado
en el trono” (v. 5), intervención subrayada por un “dice” (, sin sujeto explícito,
probablemente del ángel intérprete (v. 5b); sigue luego, con un tono particularmente
solemne, hasta el final del pasaje (vv. 6-8).

El pasaje pertenece al gran contexto del triunfo de la esposa ( 21,1-22,5);


respecto a la descripción de la Jerusalén celeste (21,9-22,5), constituye un preludio (cf
21,2) y como el fondo literario sobre el cual resalta la Jerusalén.

2.2. Exégesis de los versículos en particular.

v. 1: “Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva”: inicia la parte “visiva”, que se


extenderá hasta el v. 2. Tenemos un contacto literal y contextual con Is 65,17: “He aquí
que estoy para crear cielos nuevos y una tierra nueva; no recordarán más las cosas de
antes, no les volverán a la mente”. Retomada por el Apocalipsis, la intuición del
Tritoisaías nos dice que la “novedad” mesiánica implica una acción creadora de Dios en
relación con el ambiente físico de la situación definitiva de salvación del hombre. Se
lleva a cabo ahora en el mundo integralmente concebido (cielo-tierra), en el cual “todo
es nuevo”, (según la visión que tiene Gn 1,1-2,3).

“El primer cielo, en efecto, y la primera tierra habían pasado...”: La renovación


comporta la superación radical del mundo de antes, en todos sus elementos. Esto no
implica de por sí la destrucción física del mundo actual. En la continuidad de la acción
creadora de Dios tenemos un “primer” mundo y luego el “nuevo”, definitivo.

“El mar ya no existía”: El mar es visto en el Apocalipsis como una fuerza hostil a
Dios, de tipo casi demoníaco-abismal (cf 13,1); como tal, debe desaparecer. Pero otros
pasajes sugieren una transformación radical más que destrucción: el mar, en la nueva
creación, se vuelve “de cristal” (cf 4,6; 15,2), cambiando de naturaleza.
63
v. 2: “Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén”: se retoma el simbolismo genérico del
AT, que ve en Jerusalén la expresión ideal del pueblo de Dios convertido en “santo” por
la cercanía de Yahveh (templo). Esta Jerusalén es “nueva”, en la línea de Is 60,1-9 ( y
también de Ez 48,35), la Jerusalén renovada expresa el pueblo de Dios en su situación
escatológica, conectada con la acción del Mesías; “santa”: expresa la pertenencia al
ámbito divino. En la parte “auditiva” (vv. 3ss.) se precisará esta pertenencia.

“Bajar del cielo, (viniendo) de Dios): Jerusalén es también el símbolo del pueblo de
Dios a nivel terrestre (cf 11,1ss.); pero ahora, en la fase escatológica, ha superado
definitivamente la dialéctica entre el mal y el bien, y ya no está expuesta a las fuerzas
hostiles. Es “santa”, es decir, pertenece toda ella al nivel de la trascendencia. Más aún, es
obra personal de Dios: la proveniencia indica la naturaleza.

“Dispuesta como una esposa adornada para su esposo”: “como expresa aquí una
metáfora, que luego se explicitará en su contenido (cf 21,9b). El amor nupcial recíproco,
expresa -en la línea simbólica del AT- la relación interpersonal que se ha establecido entre
Cristo muerto y resucitado (“cordero”: cf 5,6) y su pueblo. La Jerusalén está ya en aquella
situación definitiva que la hace digna de amar y de ser amada como esposa. Con su vida
cristiana concreta (cf 19,8), ella ha contribuido a alcanzar el máximo nivel (“dispuesta”,
“adornada”) en el cual se encuentra.

v. 3: “Y oí una gran voz procedente del trono”: comienza la parte “auditiva” del
esquema literario del pasaje. Se quiere aclarar lo referente a la parte “visiva”.

La voz no es la de Dios (habla Dios en tercera persona). Es probablemente la voz de


uno de los “vivientes” (: cf 6,1ss).

“He aquí la morada de Dios con los hombres”: el contacto literario, contextual y
literal con Ez 37,27, es muy estricto: “entre ellos estará mi morada; yo seré su Dios y ellos
serán mi pueblo”. El autor del Apocalipsis retoma la idea básica de Ezequiel,
desarrollándola en dos direcciones: la Jerusalén misma, el pueblo, la morada de Dios, y no
necesitaremos más de un templo particular (cf 21,22); el aspecto personal de la presencia
de Dios se resalta particularmente. En esta pertenencia recíproca, personal y sin límites
alcanza su culmen la fórmula del pacto (“yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi
pueblo”).

v. 4: “Y enjugará toda lágrima de sus ojos”: Hay un contacto literal con Is 25,8: “y
enjugará el Señor las lágrimas de todo rostro”. En Isaías se habla de Dios que,
respondiendo a la expectativa del pueblo, lo libera de toda negatividad. El autor del
Apocalipsis retoma el tema de fondo de Isaías, pero lo hace suyo, desarrollándolo y
ampliándolo (cf también Is 35,10; 65,19): indica las consecuencias de esta acción
liberadora de Dios que El cumple personalmente: “ya no habrá más muerte, ni gemido,
ni grito, ni fatiga, pues el primer mundo ( pasó”. La muerte, con todo su
séquito de males (cf 6,8) es el elemento objetivo que produce más dificultad, más
lágrimas al hombre. Su eliminación tiene un relieve especial. Después vienen los

64
aspectos subjetivos que causan el llanto y lo expresan: el lamento desesperado, el grito
y, en general, todo lo que es fatiga y pena: incluso todo este conjunto es eliminado.

El motivo, el fundamento de la eliminación de la muerte y de los aspectos que la


acompañan, objetivos y subjetivos, está en el hecho que el “primer mundo” ( las
primeras cosas, las cosas de antes) ha pasado: o sea, la fase del mundo y de la creación en
devenir ha sido superada definitivamente.

v. 5: “Y dijo aquel que se sienta en el trono: He aquí que hago nuevo todo”: la
renovación escatológica se presenta como obra de Dios, “aquel que se sienta en el trono”
y, aquí, implícitamente, como fruto de la acción del “Cordero” (cf 22,3b). Presentada
primero como un hecho cumplido en el futuro, la renovación escatológica es ahora
indicada también como presente, en cierto modo simultánea a la comunidad eclesial que
escucha (“he aquí estoy haciendo nuevo todo”). El hecho futuro es el punto de llegada al
cual tiende dinámicamente en el presente la acción creadora y renovadora de Dios.

“Y dice: escribe que estas palabras son verdaderas”: el sujeto, indeterminado,


parece ser diferente del que corresponde a los dos “dijo” de los vv. 5 a y 6 a.
Probablemente, es el ángel intérprete (cf 22,9; etc.). La intervención, probable, del ángel
intérprete subraya aún más explícitamente la importancia de lo que Dios está diciendo a la
asamblea: Juan ha escrito fielmente, y lo que ha sido escrito se verificará por la coherencia
de Dios, que es su autor, mediante su acción.

v. 6: “Y me dijo: son ya un hecho”: retoma solemnemente el discurso de Dios “que


está sentado en el trono”. “Son un hecho” (, se refiere a 16,7:: los dos
verbos incluyen todo el cumplimiento escatológico descrito en 16,17 y 2,6. El contexto
(cf vv. 5.7-8) sugiere que se trata de un perfecto profético: ya realizada delante de Dios,
la renovación escatológica es futura respecto a la asamblea que escucha.

“Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin”: con esta expresión se motiva la
afirmación precedente. La realización de las promesas de Dios está garantizada porque el
mismo Dios - Cristo (cf 22,13), se encuentra al comienzo y en la conclusión de la serie
homogénea de la Historia de la Salvación. Dicha serie homogénea está indicada por los
extremos que encierran la totalidad intermedia, alfa y omega: el valor simbólico de las dos
letras se explicita por los dos sustantivos que las especifican “principio” (, comienzo
de la creación; “fin” (realización final de la creación misma.

“A quien tenga sed, yo le daré a beber de la fuente del agua de la vida,


gratuitamente”: Dios promete una participación en su misma vida. La imagen de la fuente
de agua subraya la abundancia, la frescura inagotable de la vida divina. Esta agua será dada
por Dios a quien la desee, a quien aspire a ella con verdadera sed. Eso sucederá por pura
benevolencia de parte de Dios: “gratuitamente” (. Es una probable alusión
múltiple a varios elementos, presentes en la vida litúrgica de la comunidad eclesial que
escucha, como la Eucaristía, el Espíritu, que constituyen todos una participación inicial en
la vida divina escatológica.

65
v. 7: “El vencedor tendrá esto en herencia”: El discurso se dirige ahora más
explícitamente a la asamblea litúrgica presente. Como en la primera parte (cc. 2-3), la
victoria indica el trabajo activo por superar las dificultades de la vida cristiana. La
“herencia” es la herencia escatológica.

“Yo seré Dios para él y él será para mí hijo”: notamos el contacto literal con 2S
7,14: “Yo seré para él como padre y él me será como un hijo”. Dios le dice esto a David,
refiriéndose a Salomón. El autor del Apocalipsis afirma que en la fase escatológica la
relación del hombre con Dios llegará al máximo de la cercanía Padre - hijo. Sustituyendo
“Dios” por “padre” indica una cierta equivalencia entre los dos términos: Dios es para el
hombre plenamente tal en cuanto Padre, y viceversa, plenamente Padre en cuanto Dios.

v. 8: “Pero a aquellos que...”: a la asamblea que escucha se le presenta una


eventualidad negativa: los bienes escatológicos serán “heredados” por el “vencedor”,
pero no podrán, en cambio, ser obtenidos por quienes se encuentren en una situación
moral diversa. El autor da al respecto una indicación particularizada aquí y en 22,15.
Una confrontación ilumina los dos pasajes:

Ap 21,8 Ap 22,15
Y a los cobardes fuera los perros
y a los infieles
y a los infames
y a los asesinos los asesinos
y a los lujuriosos los lujuriosos
y a los hechiceros los hechiceros
y a los idólatras los idólatras
y a los embusteros
y todo amigo de falsedades

Tenemos una enumeración de negatividades morales que constituye una “totalidad”


(siete elementos) que luego, como confirma el paralelo 22,15, parece resumida en la
falsedad de vida, en la “mentira”, o sea, opuesta a la verdad revelada, que es puesta en
práctica.

Cada una de las indicaciones: “cobardes” son aquellos que temen el riesgo de las
dificultades de la vida cristiana; los “desleales” en relación con los otros; los “infames” son
los justamente despreciados por los cristianos a causa de su vida licenciosa; los “asesinos”,
son los que utilizan la violencia física en daño de los demás; los “lujuriosos”, aquellos que
practican una vida sexual licenciosa; los “hechiceros”, aquellos que utilizan medios
ocultos, mágicos en perjuicio de los demás; los “idólatras”, aquellos que practican el culto
y la vida propios de la idolatría.

Se trata, en ambos pasajes, de una situación moralmente negativa, que excluye de la


herencia escatológica. Esta exclusión es expresada con dos imágenes que se corresponden:
el estanque incandescente (cf Ap 19,20; 20,10.15 e Is 30,33) indica la situación de castigo
escatológico reservado a las fuerzas hostiles a Dios; la muerte segunda (cf Ap 2,11) indica

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una negatividad absoluta e irreversible, casi una muerte al cuadrado, que retoma los
elementos negativos de la muerte que nosotros constatamos.

2.3. Visión de conjunto.

El tema teológico es la renovación mesiánica que ha llegado ya a su plena


realización. Esto resalta, ya por la confrontación entre “nuevo” y “primer”
(cf. Ap 21,1-2.5), ya por el hecho de que el primer mundo pertenece ya al
pasado.

La renovación mesiánica se expresa en la Jerusalén ya en capacidad de ser la


“esposa” ( cf. 21,2). Se precisa la metáfora nupcial: es como si coexistieran: Dios
que se hace presente, Cristo y los hombres. Esta coexistencia puesta en acción en un
intercambio cargado de amor ilimitado, indica la realización máxima de la pertenencia
recíproca del pacto: se deduce de allí la superación definitiva del mal. Incluso el físico, y
de todo lo que pueda alejar al hombre de Dios.

Esta situación, estrictamente escatológica, es futura respecto a la asamblea litúrgica


que escucha. Pero exactamente a la asamblea que escucha en su presente está dirigido de
modo particular el discurso de “aquel que está sentado en el trono” (vv. 6-8): la perspectiva
escatológica es asegurada por la intervención de Dios que se encuentra al comienzo y al
final de la Historia de la Salvación: Dios está pronto para dar; el hombre para apropiarse
del don deberá esforzarse y vencer; si, en cambio, se cierra por su propio egoísmo, de
cualquier clase que sea, será excluido de la perspectiva escatológica que se entrevé.

67
APENDICE : LA ESPIRITUALIDAD APOCALÍPTICA.

1. La Escuela Apocalíptica.

Hablar acerca de la espiritualidad apocalíptica supone haber resuelto un problema:


¿Existió de verdad en el ámbito del Nuevo Testamento una escuela apocalíptica? Por
“escuela apocalíptica” entendemos un grupo que a través de escritos, contactos, relaciones
maestro - discípulo, haya podido constituir una entidad autónoma históricamente relevante.

Hemos de reconocer francamente que las informaciones precisas acerca de la


existencia y la actividad de un grupo apocalíptico (como el de Qumrán o el de los Fariseos
y Saduceos), no las poseemos. Algunos estudiosos, dada la ausencia de información
detallada, llegan a afirmar que la apocalíptica propiamente no constituyó una escuela, sino
simplemente una tendencia, o simplemente, la acentuación de algunos temas y de algunas
actitudes reflexivas, provocada por la presión de las persecuciones.

Pero adhiriéndonos a la opinión más autorizada, debemos reconocer, a nivel del


Nuevo Testamento, sólo una amplia corriente que podemos llamar apocalíptica, de la cual
podemos precisar sus características formales, sus contenidos teológico-bíblicos y, sobre
todo, su actitud espiritual típica. La apocalíptica no comienza con el Nuevo Testamento:
sus raíces se hunden en el Antiguo Testamento; se encuentran vestigios notorios en la obra
de Isaías y Zacarías. Al comenzar el siglo II a.C. se vuelve un género literario y adquiere
solidez. No es posible negar la apocalíptica como escuela o al menos la existencia de la
apocalíptica como género literario si se lee el libro de Daniel o el libro de Enoc. En el N.T.
la panorámica se presenta amplia, diferenciada y notablemente rica. Encontramos textos
exquisitamente apocalípticos en Pablo al comenzar sus cartas más antiguas. Los discursos
escatológicos que tenemos en los sinópticos son llamados con propiedad el “Apocalipsis
sinóptico” y son estudiados como tales. A nivel de hipótesis, se ha hablado de un cierto hilo
apocalíptico que recorrería todo el cuarto Evangelio. Para completar el cuadro,
encontramos largos pasajes de estilo apocalíptico en la primera y sobre todo en la segunda
carta de Pedro, en la de Judas, en la primera de Juan. Finalmente, tenemos, sobre todo, el
Apocalipsis atribuido a Juan que, en la mejor opinión, es considerado una obra cumbre en
el género apocalíptico (algunos lo consideran un “unicum” en este género).

¿Cuáles son las características más destacadas, desde el punto de vista formal, de la
literatura apocalíptica?

1. Ritmo acelerado, casi afanoso del discurso.


2. Fórmulas literarias típicas. La primera es el simbolismo: Más allá de la transformación
de significado que se imprime a las cosas, perfectamente captable en el ambiente
cultural, tenemos las novedades de significado que se dan a los términos, expresiones,
figuras que en una primera lectura resultan incomprensibles (herméticos). Los números,
los colores, las personas, todo el cosmos físico, los animales, etc., asumen un rol nuevo,
impensable, con una imaginación, creatividad y fantasía desconcertantes. Piénsese
sobre todo en el simbolismo aritmético: los números, además de su significado real,

68
indican, casi siempre, aspectos cualitativos que no tienen conexión lógica con su
formulación: para citar un ejemplo, el siete, indica totalidad, la mitad de siete (tres y
medio) indica parcialidad, lo incompleto. Además, el simbolismo es artificioso y
rebuscado, frecuentemente rayando el límite de lo inexpresable.
3. El contenido: Es difícil, prácticamente imposible resumirlo en pocas palabras. Emergen
algunos temas que podemos considerar típicos. Una característica fundamental de la
apocalíptica es su atención delicada a los hechos de la historia:
a. Los hechos son vistos exactamente como son, en su crudo realismo.
b. Los hechos necesitan una interpretación, una lectura en profundidad, en la cual
se da un hilo religioso en el que se nota la intervención de Dios.
c. Los hechos de la historia tienden a una conclusión: es el aspecto escatológico que
constituye, con todas sus subdivisiones (muerte, juicio, felicidad eterna,
condenación eterna, Reino de Dios definitivamente establecido, etc.), el aspecto
más preponderante de la literatura y de la teología apocalíptica.
d. Los hechos de la historia son vistos en camino. Se tiene un desarrollo dialéctico
determinado por su choque, siempre en el ámbito de la historia, entre el bien y el
mal. Están de parte del bien, Cristo, los cristianos, que colaboran activamente
con él; están de parte del mal, aquellos que eligen estar contra Cristo y se sitúan
de parte del Maligno. La lucha tiene episodios alternos, comporta siempre una
tensión que se hace sentir a veces más intensamente. Los cristianos pueden ser
superados en esta vida por las fuerzas hostiles del mal, pero, dada la Palabra de
Dios que infaliblemente alcanzará su efecto, tendrán al final el triunfo y la
superación. Los hombres no combaten el mal por sí solos: colaboran con Cristo;
al lado de Cristo y junto a los hombres, pero siempre en armonía con el uno y
con los otros, encontramos otras fuerzas: los ángeles, acerca de los cuales insiste
particularmente la literatura apocalíptica.

Estas son las grandes líneas de la escuela apocalíptica que comienza a florecer de manera
relevante en el siglo II a.C., que continuará en la era cristiana, ramificándose en
apocalíptica judía y apocalíptica cristiana; continuará luego floreciendo hasta el siglo III
d.C. Emergerán luego la patrística griega en el ambiente occidental y las tradiciones
rabínicas escritas en el ambiente judío, que serán las encargadas de señalar el fin de este
género literario apocalíptico.
¿Tiene este género literario una espiritualidad característica? Es la pregunta que trataremos
de aclarar en seguida. Para ello distinguiremos dos niveles, limitándonos en nuestra
búsqueda al Nuevo Testamento: el Apocalipsis de Juan y los otros escritos apocalípticos
que encontramos en el ámbito del Nuevo Testamento.

2. La Espiritualidad de los Escritos Apocalípticos Neotestamentarios, prescindiendo


del Apocalipsis de Juan

Teniendo en cuenta el objeto específico de la espiritualidad, o sea, una teología que,


adecuadamente asimilada por la persona, se convierte en experiencia y luego en mensaje,
examinamos los textos apocalípticos.

Aparecen algunos fragmentos característicos que se refieren a aquella actitud que es


estimulada en la persona por la lectura de estos textos.

69
La actitud fundamental es un sentido agudo, en ciertos momentos desconcertante,
de la trascendencia de Dios. Los hechos de la historia no suceden al acaso, no pertenecen a
un mundo extraño a Dios. No obstante el mal, no obstante las tensiones dramáticas que los
hechos de la historia, leídos adecuadamente, suscitan, permanece suficientemente claro el
dominio de Dios sobre todo. Dios es el dueño absoluto de la historia; Dios es quien tiene en
su mano todos los elementos de la historia del hombre, comenzando por lo estrictamente
humano, la historia, para llegar hasta todo lo que dice relación al ambiente físico en el que
el hombre vive. La espiritualidad del hombre apocalíptico es, sobre todo, una toma de
conciencia de esta trascendencia absoluta de Dios. Ella exige ser vivida con abandono total,
por encima de cualquier acontecimiento, he incluso por encima de toda comprensión: Dios
lo sabe todo, lo puede todo, lo sigue todo.

La trascendencia de Dios no es percibida en términos abstractos ni intelectualizados.


Dios es trascendente pero de la misma manera presente y activo en la historia. Esta
presencia invisible hace sentir desde ahora sus efectos: es estimulante y provocante en
relación con todos aquellos que han escogido el bien. Esos no quedarán defraudados. Es
igualmente estimulante, pero en sentido inverso, para todos aquellos que, siempre en el
ámbito de la historia, han hecho una elección fundamental negativa: contra Dios, al
servicio del propio egoísmo. Dios quitará el mal, quitará estas opciones equivocadas, pero
el mal y el error permanecen trágicamente como tales. Al final de la historia de la
salvación, que ahora se está desarrollando, aparecerán discriminaciones sorprendentes:

“Entonces estarán dos en el campo: uno es tomado y el otro es dejado;


habrá dos mujeres que molerán con la muela: una es tomada y otra
dejada” (Mt 24,40-41).

Habrá en el contenido de las relaciones y de las costumbres humanas como una


fuerza nueva que irrumpe en ellos y actúa pasando a través de ellos, quitándolos de en
medio. Es que el sistema humano no corresponde al sistema de Dios.

El desarrollo hacia adelante de la historia comporta tensiones que pueden ser


también dramáticas. Se habla, en estos escritos apocalípticos, y especialmente de los
evangelios, de persecuciones, de presiones a veces violentas hasta llegar a la eliminación de
la vida, ejercidas de parte del ambiente pagano hostil en relación con los cristianos. Esta
perspectiva cruda no debe deprimir ni asustar. Ninguna persona, ni siquiera el hombre
apocalíptico, gusta ser sometida a persecuciones. Pero, en la perspectiva de su
inevitabilidad, el cristiano debe tener coraje, no basándose en sí mismo, sino en una fuerza
misteriosa que, así sea en el último momento, le será comunicada de parte de Dios y de
Cristo a través del espíritu. Por tanto, el hombre apocalíptico, asomándose con realismo a
la escena de su propia historia, no pierde el ánimo. Tiene el valor de esperar, de dar un
salto cualitativo para mirar todo, a sí mismo, a los otros hombres, a las cosas, etc., desde el
punto de vista de Cristo y de Dios. La espiritualidad apocalíptica comporta por tanto una
bipolaridad que oscila entre una confianza plena, ilimitada en Dios, por encima de
cualquier otra consideración; y una toma de conciencia de la historia, aceptando
plenamente los hechos desconcertantes sin negarlos ni atenuarlos. El apocalíptico es el
hombre de la esperanza, pero una esperanza sólida, adulta, propia de quien tiene los ojos
abiertos al mundo y a Dios.

70
Toda la teología y, por tanto, toda la espiritualidad de la apocalíptica está orientada
hacia la conclusión de la historia, hacia el final, hacia el retorno de Cristo. A este propósito
se nota una tensión creciente. Los hechos dramáticos de la historia no señalan un fin
inmediato, sino que empujan hacia allá. La fecha del final permanece como un secreto
completamente inaccesible. Dar una fecha, así fuera aproximada, sería una ociosidad
peligrosa.

“En cuanto a aquel día y a aquella hora, ninguno sabe nada, ni los ángeles
del cielo, ni siquiera el Hijo, sino solamente el Padre” (Mc 13,32).

A propósito de la segunda venida, será normal en la tradición cristiana la imagen


del ladrón en la noche: la encontramos en los sinópticos, en la primera carta a los
Tesalonicenses, en la segunda carta de san Pedro y en el Apocalipsis. La afirmación común
y que se remonta a las mismas palabras de Cristo e indica que la parusía es algo que es
imposible fechar.

Este hecho teológico de la “indeterminación” de la parusía debe ser acogido por el


hombre y encontrar en él una resonancia justa: el hombre no puede ignorar que todo su
mundo es relativo y que ciertamente se dirige hacia un final. Cualquier absolutización de
los bienes presentes, su idealización absoluta, convertiría en fines aquello que simplemente
son medios, bienes “penúltimos”. En esta perspectiva, se comprendería la exhortación de
Pablo:

“Hermanos: estoy diciendo esto: El tiempo es corto. Por tanto, los que
tienen mujer, vivan como si no la tuvieran. Los que lloran, como si no
llorasen. Los que están alegres, como si no lo estuviesen, los que
compran, como si no poseyesen. Los que disfrutan del mundo como si no
disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa” (1Co 7,29-31).

El hecho de un final cierto y el no saber cuándo, por una parte, relativizan todos los
valores de la vida, y por otra, comprometen al cristiano a aprovechar todos los recursos.
Sería una actitud superficial la de quien frente a la parusía se abstuviera de actuar en la
historia presente:

“Oímos decir que algunos de vosotros se comportan de una manera


desordenada, sin trabajar en nada, pero metiéndose en todo. A éstos les
mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo, a que trabajen con
sosiego para comer su propio pan” (2Ts 3,11-13).

Se insiste mucho en el esfuerzo activo del cristiano en vista de la parusía: la imagen


del patrón que regresa intempestivamente y que quiere servidores despiertos y prontos a
darle cuenta de los dones recibidos, se encuadra en este mismo contexto. Es un contexto
estrictamente espiritual. Se trata de tomar conciencia de los dones. El Evangelio recuerda,
con una imagen tomada del comercio, los “talentos” que Dios ha dado a cada uno y que
deben ser aprovechados responsablemente. Al final, habrá un ajuste de cuentas y, entonces
de dará un sorpresa:

71
“A quien tiene se le dará y se encontrará en la abundancia, y a quien no
tiene le será quitado incluso lo poco que tiene” (Mt 25,29).

Esta frase, a primera vista enigmática y casi contradictoria y que parece remontarse
a las palabras mismas de Jesús, se explica muy bien en la perspectiva en la que nos estamos
moviendo: los dones de Dios, aquello que cada uno tiene, es algo funcional, no definitivo.
Se debe emplear, eso sí, con todo gusto, esfuerzo y creatividad. Cuando el desarrollo de la
historia se concluya, cuando el amo regrese, además de los dones que hemos recibido,
hemos de presentar aquellos frutos que hemos conseguido. Si no hay ese “algo más”,
incluso lo poco nos será quitado. Si hemos empleado bien los dones recibidos, nos
encontraremos en un nivel cualitativo superior: tendremos en abundancia.

Esta exigencia de esfuerzo activo pleno en una historia relativa es acentuado


también en la segunda generación cristiana. Podemos decir que es la actitud espiritual más
característica de esta perspectiva apocalíptica:

“Puesto que todas estas cosas han de disolverse así, con cuánto empeño
conviene que os comportéis, santa y piadosamente, esperando y
acelerando la venida del día del Señor” (2Pe 3,11-12).

Aun cuando es indeterminado el día de la venida del Señor, es pensado, en cuanto a


su contenido, en perspectiva cristológica. La conclusión de la historia está constituida por
el regreso de Cristo. Este es el mensaje que más aparece en la literatura apocalíptica. Lo
que no siempre es claro es lo que se entiende por retorno de Cristo: se pasa de una
descripción constituida por imágenes, a una reflexión sobre el sentido profundo de este
retorno (cf. Apocalipsis). Podemos decir en general: Cristo no es, respecto a la historia
actual, el gran ausente que, en un momento dado se hará presente de nuevo, determinado
su fase conclusiva. Cristo se halla envuelto actualmente en la historia:

“He aquí que yo estoy con vosotros hasta el perfeccionamiento último del
mundo” (Mt 28,20).

Presente y activo ahora en medio de nosotros, Cristo no es accesible en términos de


inmanencia sensible: nos separa de El el velo de la fe. Su venida será, ante todo, una
“revelación”, una remoción del velo, una manifestación. Se captará entonces todo el
significado de la presencia de Cristo entre nosotros, todo el significado de su influjo de
resucitado, que ya desde ahora, preparara esa meta final de Cristo “todo en todos”, hacia la
cual tendemos (cf. 1Co 15,28).

La centralidad cristológica de la conclusión de la historia, si bien es percibida a


niveles distintos de reflexión y de explicitación, tiene su desarrollo espiritual intenso y
significativo: el cristiano sabe que Cristo es el centro de atracción de toda su existencia,
desde ahora. Sabe y espera que Cristo sabrá dar conclusión en la fase final a su existencia
“manifestándose a él” y adhiriéndolo plenamente a su reino escatológico. La espiritualidad
apocalíptica, como toda espiritualidad cristiana, gira alrededor de Cristo. Lo específico del
cristocentrismo apocalíptico es la percepción clara, meditada y profundizada de que Cristo

72
muerto y resucitado comparte nuestra condición humana y la sabrá concluir junto a
nosotros.

El tema de la venida de Cristo causa, debido a su absoluta indeterminación


cronológica, problemas para leer adecuadamente la historia. Es innegable que todo lo que
se refiere a la historia interesa en la apocalíptica: “quien lee, que comprenda” (Mc 13,14;
Mt 24,13). Pero esta preocupación por la historia debe ser crítica. Circularán falsas
imágenes de Cristo antes de la conclusión de la historia, con capacidad de fascinar a los
cristianos. Estos deberán evitar, aplicando todo su sentido crítico, dejarse seducir o ser
presa del fanatismo.

Tratando de sintetizar la dimensión fundamental de la espiritualidad apocalíptica,


teniendo en cuenta todo lo que hemos anotado , se puede resumir así: El hombre
apocalíptico alcanza a mirar contemporáneamente el cielo y la tierra: tiene un agudo
sentido de Dios y de su trascendencia; sabe tener un sentido agudo del hombre y de todos
los problemas concretos y dramáticos de su historia. Mira todo con ojos abiertos. Pero con
los ojos fijos, sea en el cielo, sea en la tierra, el apocalíptico sabe hacer una síntesis entre
estos dos elementos, frecuentemente presentados en antítesis. El apocalíptico sabe que Dios
se interesa por la tierra, por la historia del hombre; que está allí participando de esa historia
y descubre la presencia activa de Cristo muerto y resucitado. De esta actitud de síntesis, el
apocalíptico extrae consecuencias y compromisos vitales: su vida se torna movimiento.
Deberá dar, sumergiéndose él mismo en el devenir de la historia, junto a Cristo muerto y
resucitado, la misma contribución de bien, deberá también superar él los elementos
anticristianos presentes y activos en la historia. Se trata de una responsabilidad que, sin
hacerlo fanático o exaltado, lo convierte en un protagonista activo de salvación, un hombre
pronto a dar la vida por Cristo y por su Reino, un hombre que, no obstante todo y todos, no
obstante sí mismo, sabe actuar y mira con confianza firme y madura hacia aquel mundo
renovado que Dios le está preparando.

3. La espiritualidad típica del Apocalipsis de Juan.

Son relativamente escasos los aportes de espiritualidad relacionados con la


apocalíptica en general; en cambio, el Apocalipsis de Juan ha sido objeto de múltiples
profundizaciones de carácter exquisitamente espiritual. Una mirada a la historia de la
exégesis y, más genéricamente, al puesto que ha tenido en la vida y en la vitalidad de la
Iglesia, nos muestra que el Apocalipsis ha nutrido espiritualmente todas las generaciones
cristianas.

Unicamente quiero indicar de modo esquemático la línea espiritual típica del


Apocalipsis. Para comprender la espiritualidad propia del Apocalipsis, debemos subrayar,
sobre todo, su carácter de experiencia. El Apocalipsis no es un libro hecho, sino un libro
por hacerse.. Dado que en su estructura literaria de base tiene dos partes distintas, que son
también dos momentos de una misma experiencia espiritual. El protagonista de esta
“experiencia espiritual” es el “grupo de oyentes”, o sea, la asamblea litúrgica en acto, a la
cual se dirige directamente el “lector” (cf. Ap 1,1-3). El grupo de escucha-asamblea está
llamado a colaborar activamente. La lectura, presentada por el lector, tiene largos espacios

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de silencio, interrupciones, como sugieren y casi imponen las numerosas anomalías
gramaticales, puestas ex profeso para provocar la reflexión. La experiencia que el grupo de
oyentes está llamado a hacer es típicamente espiritual: se trata, en la primera parte (Ap 1,4-
3,22) de someterse al juicio de Cristo resucitado, creído y sentido presente en medio de su
Iglesia, por una purificación complete, una verdadera actitud penitencial, que ponga al
grupo de oyentes en capacidad sea de escuchar al Espíritu que actuará en la segunda parte,
sea de colaborar en la victoria de Cristo, que le será propuesta como una opción.

El trazo penitencial de la primera parte se desarrolla en tres grandes etapas: en un


primer momento (1,4-8) el grupo de escuchas, que se acaba de reunir, se recoge, se
concentra y se coloca explícitamente en un estado de atención y de oración.

Luego se tiene un redescubrimiento de Cristo, que se lleva a cabo mediante la


confrontación entre la experiencia de Cristo que tiene el grupo y la experiencia que ha
tenido Juan y que él mismo narra (Ap 1,9-20). La experiencia de Cristo resucitado,
presentada como un hecho autobiográfico, es dirigida al grupo para ser vivida de nuevo. Se
tienen momentos de luz avasalladora y momentos en los que la presencia de Cristo se hace
sentir muy leve y esporádicamente. En este devenir, el grupo de escuchas reavivará su
sentido de Cristo y, entonces, su relación con Cristo, que está en medio de los siete
candeleros de oro (Ap 1,12), se hará más inmediato e incisivo.

Emerge ahora la tercera etapa de corte penitencial en sentido propio (Ap 2,3). Es
siempre Cristo resucitado, presente en medio de la Asamblea litúrgica, el que habla en
primera persona. Dirigiéndose a las “siete Iglesias de Asia”, o sea, a toda la Iglesia (cf.
simbolismo del “siete”), a todas las Iglesias que se constituirán en el futuro y llegarán a ser
una asamblea, presenta su mensaje hablando en primera persona. El mensaje como tal se
articula en seis puntos concatenados. Los cuatro primeros se suceden sin variación alguna,
mientras que los dos últimos invierten el orden en las cuatro últimas cartas. Ellos son:

1. Dirección: “Al ángel de la Iglesia de...”,


2. Autopresentación de Cristo a la Iglesia misma: “Así habla aquel que...”,
3. Juicio de Cristo, es decir, una valoración, sea de los aspectos positivos , sea de los
negativos que constituyen la realidad histórica, las “obras” de la Iglesia: “conozco tus
obras...”,
4. Exhortación particular, que inicia con el primer imperativo eficaz de Cristo, que
encontramos después del juicio: “conviértete...”. Este imperativo de Cristo tiene una
correspondencia inmediata en la realidad de la Iglesia. Si la Iglesia escucha, se convierte
de inmediato en lo que Cristo desea: una Iglesia en capacidad de escuchar al Espíritu.
5. Escucha del Espíritu: “Quien tenga oídos, que escuche lo que el Espíritu dice a las
Iglesias...”. El autor hace una particular insistencia en este aspecto, ya que encontramos
siete veces la misma expresión.
6. Promesa, hecha por Cristo resucitado, que habla en primera persona, y dirigida al
“vencedor”: “Al vencedor, le daré el don...”

Los primeros cuatro puntos del esquema constituyen un perfil “in crescendo” de
purificación penitencial: la Iglesia en asamblea, toma contacto con Cristo (dirección),
redescubre lo que Cristo significa para ella (autopresentación), acoge el juicio de Cristo

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(juicio), es transformada por el imperativo de Cristo que corresponde al juicio (exhortación
particular).

En este momento, la Iglesia está en capacidad de escuchar lo que dice el Espíritu a


las Iglesias y de “vencer”, colaborando a la vez con Cristo vencedor (esta es la razón por la
cual se desplazan los dos últimos elementos). Pero, ¿qué significa exactamente la escucha
del Espíritu?

Es algo trascendental, que el autor repite “siete” veces en la segunda parte: la


asamblea eclesial está llamada a hacer una lectura de su propia historia. En efecto, al
comienzo de la segunda parte (Ap 4,1), la Iglesia es invitada, a través de Juan, por la voz
de Cristo resucitado, a subir al cielo y a mirar desde el punto de vista de la trascendencia de
Dios y de Cristo, “lo que debe suceder” (Ap 4,1). Se trata de los hechos de la historia
humana, no vistos cronológicamente, sino leídos desde una gran profundidad religiosa que
los une y que constituye la lógica de Dios, con base en la cual los hechos deben
verificarse.. En otras palabras, se trata de un esfuerzo de discernimiento, de lectura de los
signos de los tiempos.

El autor del Apocalipsis toma este esfuerzo de discernimiento muy en serio. El


primer paso para una lectura profunda de los signos de los tiempos es despertar el sentido
que tenemos de Dios. Dios, “sentado en el trono”, no se puede describir; se puede percibir
de algún modo su presencia pensando en el brillo de las perlas preciosas (cf. Ap 4,3). Y
Dios, “sentado en el trono”, domina todo. Los hechos de la historia son determinados
activamente por El. Hay una relación entre Dios y la historia, una relación directa, que no
puede ser impedida u obstaculizada por ningún elemento. Para poder leer la historia hay
que despertarse, redescubrir esta radicalidad absoluta de Dios, por encima de cualquier
esquema.

Pero los hechos de la historia, como tales, desconciertan. La relación que ellos
tienen con Dios, no sólo no parece a primera vista, sino que huye completamente, hasta
convertirse en un signo negativo: algunos acontecimientos de la historia en su
dramaticidad, y en el absurdo del mal que allí se realiza, parecen excluir una presencia
activa de Dios. En realidad, no es así. Todos los hechos de la historia, todas las personas
que son sus protagonistas, en una palabra, todo lo que es real, depende directamente de
Dios y está determinado por El. El autor lo explicita mediante la presentación del libro
sellado con “siete” sellos (Ap 5,1). El libro está colocado en la mano derecha de Dios: por
tanto, está completamente en su poder. En el libro está escrito todo lo que se relaciona con
la historia: no hay en el libro ningún espacio vacío. Pero es completamente imposible
leerlo: está sellado con “siete” sellos; la imagen indica la completa heterogeneidad, la
imposibilidad absoluta de poder alcanzar un contacto directo con el contenido del libro.
Entonces hay desmayo causado por el desconcierto y la desesperación )cf. Ap 5,3-5).

Pero hay un tercer elemento que es decisivo: la presencia de Cristo Cordero en la


historia de los hombres. Es El quien apropiándose, por encargo de Dios, del libro de la
historia, se decide a abrir uno por uno los siete sellos y, por tanto, a hacer la historia misma
accesible, interpretable, de alguna manera, por el hombre (cf. Ap 5,7-14).

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Sigue luego, en toda la prolongada y compleja segunda parte del libro (Ap 6,1-
22,5), una serie de paradigmas que son propuestos por el grupo de escuchas para poder, a
la luz de Cristo, interpretar profundamente la propia historia.

Este es el trabajo que ocupa al grupo de escuchas en toda la segunda parte del
Apocalipsis. Se tratará de mirar con realismo los hechos simultáneos, captar todos sus
aspectos, aún los más desconcertantes; de tener luego la fe ardorosa de decirse y de decir
que todos estos hechos son determinados por Dios, previstos y valorados por El, pero que
son inteligibles sólo a la luz de Cristo, relacionándolos con El. Esta relación será
especificada por cada uno de los esquemas interpretativos y deberá ser focalizada situación
por situación. En esta óptica de la historia que se interpreta refiriéndola a Cristo, el grupo
de escuchas pasa revista a todas las realidades que encuentra en su situación (el Estado, la
propaganda, los centros de poder, que el autor llama los “reyes de la tierra”). En una
palabra, observa y analiza todos los aspectos, lugares, personas, situaciones...que
condicionan de algún modo la vida de los hombres.. El grupo de escuchas verificará, si el
mundo en el que se encuentra está abierto o no a la trascendencia de Dios. Un mundo
organizado sólo a nivel terrestre, cerrado a Dios, se convierte en la ciudad consumista, la
“gran prostituta”, “Babilonia”, que exactamente por estas pretensiones constituye un
sistema de vida horizontal y autosuficiente, pero que se desmorona desde dentro. Este
sistema terrestre de vida no coexiste pacíficamente con el sistema de apertura a Dios, de
sintonía con El y con Cristo, que es propio de los cristianos. Hay una tensión permanente
que desemboca, casi siempre, aun cuando no de la misma manera, en la persecución. Los
cristianos están empeñados con Cristo a superar este sistema terrestre antitético que podrán
encontrar a su paso. Podrán vencer, podrán también momentáneamente ser vencidos y
hasta muertos. Pero la energía de Cristo resucitado penetra en el campo de la historia, de la
cual participan los cristianos juntamente con El, llevará a un triunfo irreversible, que se
realizará en la conclusión última, escatológica, del movimiento dialéctico entre bien y mal
de la historia de hoy. El esfuerzo por colaborar con Cristo, para “vencer” con El, había
madurado ya en la primera parte del Apocalipsis; la escucha del Espíritu, también propia
de la primera parte, se realiza en la segunda. Esa escucha consiste en la capacidad que
tiene el grupo de escuchas, por una parte, para decodificar el mensaje profético del
Espíritu referente a su historia, que le llega a través del lector; por otra, para aplicar
sapiencialmente a la historia así interpretada, sus opciones operativas. El grupo deberá
decidir, una vez efectuada una cuidadosa lectura de los signos de los tiempos, qué
decisiones y qué iniciativas pide de su parte la situación de la historia que está viviendo..

Estas decisiones, obviamente, no son especificadas por el autor del Apocalipsis;


ellas dependen de la actividad espiritual de cada asamblea litúrgica, como ella se realiza en
las circunstancias concretas espacio-temporales. Pero hay un aspecto fundamental en el
cual el autor insiste, porque es el denominador común de cualquier otra iniciativa que el
grupo de oyentes podrá y deberá tomar: se trata de la oración. El Apocalipsis atribuye a las
“plegarias de los santos” una energía propulsiva, en el desarrollo hacia adelante de la
historia de la salvación, que no tiene punto de confrontación en toda la Escritura. Cuando,
por ejemplo, se abre el séptimo sello, tenemos una ceremonia sugestiva, seguida por el
silencio sagrado de “cerca de media hora” (Ap 8,1) y que se refiere a las plegarias de los
santos. Estas plegarias se dan en la zona de la trascendencia, en el cielo, y son como
depositadas sobre un altar de oro. En este momento, interviene un ángel, que inciensa las

76
plegarias de los santos, significando así su perfeccionamiento y purificación. Ahora sí, las
plegarias de los santos llegan directamente a Dios y, desde Dios, llega una repuesta en la
misma línea:

“Y el ángel tomó el incensario, y lo llenó del fuego colocado sobre el


altar, y lo derramó sobre la tierra: y vinieron truenos, voces, relámpagos y
terremoto” (Ap 8,5).

Con todas estas imágenes se indica una intervención directa de Dios en el sistema
terrestre de los hombres que lo hace tambalear, pero que depende directamente de la
presión de las plegarias de los santos.

La conclusión que el grupo de escuchas ha sacado de la lectura de la historia lo


comprometen activamente. Para que este compromiso activo pueda ser animado y
sostenido, se hace entrever al grupo de oyentes lo que será el resultado definitivo,
escatológico y futuro de su compromiso actual. En la sección conclusiva del libro se
presenta, por una parte, la destrucción irreversible de todas las formas del mal y así se tiene
también la destrucción de la “gran prostituta”, Babilonia; y por otra, se tiene el triunfo del
bien, condensado en la Nueva Jerusalén:

“Después de esto oí como una gran voz de una multitud incontable que
decía en el cielo: ‘aleluya’: la salvación , la gloria y la fuerza son de
nuestro Dios / porque justos y verdaderos son sus juicios, porque ha
condenado a la gran prostituta...
‘Aleluya’, porque el Señor nuestro Dios, el Omnipotente reinó:
Exultemos y alegrémonos y démosle su gloria,
porque llegó el tiempo de las Nupcias del Cordero
y su esposa se preparó
y le fue dado revestirse de un vestido de lino espléndido y puro.
El lino son las acciones justas de los santos” (Ap 19,2.6-8).

Tenemos una presentación del final, con características particulares: Causa gran
impresión la sobriedad extrema de parte del autor en presentarnos, tanto la destrucción del
mal, como la potenciación del bien. Evitando con cuidado elementos de pura fantasía, el
autor alcanza a interpretar profundamente, tanto la destrucción del mal como el triunfo del
bien. En este contexto de destrucción, por una parte, y de potenciación por la otra, es
introducida la segunda venida de Cristo (cf. Ap 19.11-16). No se hace de ella una
descripción particular, sino una reflexión que se propone al grupo de oyentes, se hacen
apreciar con toda propiedad y claridad todos los avances llevados a cabo por la presencia
activa de Cristo que ya está en acto en el ámbito de la historia, en la cual vive el grupo de
oyentes. La venida de Cristo es, por ello, como el punto de llegada de elementos ya
presentes: es como la floración completa de una serie de brotes, que el grupo de escuchas
puede encontrar en su historia..

En conclusión: la apocalíptica nos habla de Dios, de los hechos de la historia, de los


juicios de Dios, del mal que falla y será vencido, del mal que encuentra fatigosamente su
realización histórica, siempre atacada por fuerzas sociológicamente superiores. El hombre

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apocalíptico sabe mirar de frente a esta realidad, manteniendo realísticamente su esperanza,
su confianza total en Dios. Todo esto encuentra en el Apocalipsis una organización
sistemática, en la cual todos los componentes tienen su puesto en el conjunto. Y es así
como el Apocalipsis se convierte en una espiritualidad global: la espiritualidad típica de la
asamblea que, en contacto prolongado con Cristo, se deja purificar por El, lee la propia
historia, colabora activamente con Cristo en la victoria sobre el mal, mira el presente y
mira el futuro con la esperanza sólida de quien sabe que, a pesar de todo, el bien triunfará
ciertamente.

Este tipo de espiritualidad, siempre presente como exigencia y como realización al


menos parcial de la vida de la Iglesia, constituye una de sus constantes irrenunciables. Sin
ella, la Iglesia correría el riesgo del “ghetto”, el riesgo de encerrarse en una torre de marfil,
ignorando la realidad que la circunda y de la cual ella hace parte. La espiritualidad
apocalíptica quiere una Iglesia que logre sintetizar la dimensión vertical de una relación
con Dios y con Cristo, con la dimensión horizontal de una relación cercana y abierta con la
historia.. Es la espiritualidad del cristiano maduro, que, sin el infantilismo de del temor o
del encerramiento, camina junto con los propios hermanos hacia la meta escatológica de la
nueva Jerusalén.

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CUESTTIONARIO AUXILIAR PARA EL ESTUDIO DEL APOCALIPSIS.
I : INTROCUCION GENRAL.

1. Trate de definir y de delimitar en qué consiste la corriente apocalíptica.


2. Grupos posiblemente representativos de esta corriente, con una breve
descripción de cada uno de ellos.
3. ¿Qué elementos propiciaron la corriente apocalíptica?
4. Principales tácticas metodológicas de la apocalíptica. No olvide determinar su fecha.
5. ¿Porqué decimos que el libro del Apocalipsis produce fascinación y vértigo?
6. ¿En qué género literario se clasifica el Apocalipsis y cuales son las características de
dicho género?
7. ¿Por qué el Apocalipsis es profecía y por qué es revelación?
8. ¿Qué puede decir del estilo y la lengua del Apocalipsis?
9. ¿Quién es el autor del libro del Apocalipsis?
10. Presente sintéticamente el mensaje teológico del Apocalipsis: Dios, Cristo, los
ángeles, la Iglesia.
11. Ahora exprese cuáles son los temas específicos y explíquelos brevemente:
escatología, teología de la historia, tema teológico de fondo.
12. ¿Puede delinear brevemente los pasos que da el simbolismo?
13. Simbolismo cósmico: cielo, estrellas, trueno y relámpago, mar, sol. ¿Qué se quiere
señalar con cada uno de ellos?
14. Descripción e interpretación de las alteraciones cósmicas. ¿Qué pensar del máximo
de las alteraciones y de las transformaciones violentas?
15. Descripción y significación básica del simbolismo teriomorfo. Destaque su
importancia en el Apocalipsis.
16. Simbolismo antropológico: el hombre como punto de referencia de todo el libro.
17. ¿Cómo presenta el Apocalipsis la relación hombre - hombre? ¿Qué aspectos puede
destacar?
18. Presentación, lo más completa posible del simbolismo del vestido.
19. ¿Cómo presenta el Apocalipsis la relación hombre - mujer? ¿Qué pasos da? ¿Dónde
termina?
20. Relación hombre - ciudad: ¿Qué puesto desempeña la ciudad en la vida de los
hombres? ¿Que papeles desempeñan Babilonia, Roma, Jerusalén, Egipto?
21. Haga una presentación especial de Jerusalén, según la concibe el autor del
Apocalipsis.
22. Relación hombre - Dios: ¿por qué tanto vocabulario litúrgico? ¿Se tratará de una
prolongación del culto del AT?
23. ¿Por qué todas las escenas litúrgicas se realizan en el cielo? ¿A qué se debe la
posterior conexión de estas escenas con la tierra? Interpretación del constante
intercambio Dios - hombre.
24. Significado sintético de los gestos: estar de pie, estar sentado, tener sed.
25. El simbolismo cromático: sintetice los elementos esenciales para lograr un visión
interpretativa de los colores verde, rojo, negro, blanco.
26. Cuando nos colocamos en el simbolismo cromático, ¿permanecemos en el campo de
los colores? ¿Qué fenómeno psicológico se da?
27. El simbolismo aritmético: ¿En qué consiste el artificio de la geometría?
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28. Significado simbólico de la cifra “666”.
29. Exprese sintéticamente el significado de las siguientes cifras más usadas en el
Apocalipsis: siete, tres y medio, cuarenta y dos meses, tres años y seis meses, mil
doscientos sesenta días, la tercera parte, mil, diez, doce, ciento cuarenta y cuatro mil.
30. Concretice algunos puntos conclusivos sobre las constantes simbólicas.
31. Delinee el proceso de estructuración del símbolo. Aclárelo con algún o algunos
ejemplos.
32. ¿Tienen siempre los símbolos en el Apocalipsis una expresión concatenada y una
estructura continuada y coherente? Si no es así, ¿qué hacer para obtener una claridad al
respecto?
33. Interpretación global de Ap 1,12-20.
34. Interpretación global de Ap 4,6-8 a.
35. Interpretación global de Ap 14,19-20; 9,16.
36. Interpretación global de Ap 21,19-20.
37. ¿Qué significa estructura simbólica en paralelo, estructura simbólica discontinua,
estructura simbólica redundante?
38. Contribución del sujeto interpretaste: ¿Qué ha de hacer el lector - intérprete ante el
estímulo provocado por el símbolo?
39. ¿Qué pasos se dan en cuento a la “explicación del misterio de las siete estrellas y los
siete candeleros” en Ap 1,12-16?
40. Concretización significativa de la “gran prostituta” ( en Ap 12,3-
6. ¿De qué tipo de estructura se trata?
41. Interpretación global de Ap 9,1-6.
42. Interpretación global de Ap 14,1-3.
43. ¿Cuándo se puede decir que la interpretación del símbolo es completa?
44. ¿Cómo interpretar Ap 13,18?
45. ¿Qué pide el autor del Apocalipsis al sujeto interpretante? Tres pasos esenciales.
46. Exprese de modo personal las conclusiones a las que se llega después del estudio
del simbolismo en el Apocalipsis.
47. Se ha identificado claramente en el estudio al Imperio Romano con la Gran
Prostituta. ¿Cuáles son los pasos de todo imperio u organización política? ¿Cómo
aplicarlos al imperio romano y a la realidad actual?

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CUESTIONARIO AUXILIAR PARA EL ESTUDIO DEL APOCALIPSIS
II : INTRODUCCION ESPECIAL Y EXEGESIS.

1. ¿Cuál es la estructura literaria del septenario de las cartas?


2. Exprese con claridad el significado teológico de conjunto en el septenario de las cartas.
3. Sintetice el simbolismo propio de las cartas.
4. La visión inicial (Ap 1,12-20): partiendo de la exégesis, ¿qué interpretación sintética de
fondo surge. Tenga en cuenta para ello la visión de conjunto.
5. ¿Cuál es la estructura propia de cada una de las cartas?
6. Repase cada uno de los elementos de la estructura delas cartas y concretícelo en la carta
a la Iglesia de Sardes (Ap 3,1-6).
7. Perfil literario de la sección introductoria de la sección introductoria de la segunda parte
del Apocalipsis (4,1-5,14).
8. Perfil teológico de esta misma sección.
9. ¿Qué interpretación de fondo surge al hacer la exégesis de la “visión del libro” (Ap 5, 1-
5).
10. Perfil literario de la visión de los sellos (6,1-7,1).
11. Perfil teológico de la misma sección.
12. El material introductorio y la exégesis del texto sobre “el gran día” (6,12-17), ¿qué
interpretación de fondo arroja? Tenga en cuenta la visión de conjunto.
13. Mirada panorámica de la sección de las trompetas (8,1-11,14): perfil literario y
teológico.
14. ¿Qué problemas hermenéuticos suscitan los “dos testigos”?
15. De la exégesis del episodio de los “dos testigos” (Ap 11,1-13), qué interpretación de
fondo aparece? Tenga muy en cuenta la visión de conjunto.
16. Visión de conjunto de la sección de los “tres signos” (11,15-16,16).
17. Perfil literario y teológico de esta sección.
18. ¿Qué interpretación de fondo surge de la exégesis del “Tercer signo” y del “cántico
de los vencedores” (15,1-16,1). Tenga bien presente la visión de conjunto.
19. Sección conclusiva (16,17-22,5): perfil literario y teológico.
20. Partiendo de la exégesis del pasaje del “cielo nuevo y la tierra nueva” (Ap 21,1-
8),qué interpretación de fondo surge? Analice bien la visión de conjunto.
21. ¿Qué concepto le merece el presente estudio?
22. ¿Puede elaborar una breve síntesis del anexo acerca de la espiritualidad de la
apocalíptica, insistiendo en los hilos conductores y los aportes concretos para su
vivencia espiritual_
23. ¿Se tocaron los elementos esenciales para leer el Apocalipsis con fruto pastoral y
espiritual? ¿Qué elementos son superfluos? ¿Cuáles faltarían? ¿Cuáles habría que
profundizar?

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