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De la gracia a la desgracia

Hemos visto que finalmente Jonás fue a Nínive y proclamó sobre ella que en 40
días sería destruida. La respuesta de tal ciudad fue sorprendente, puesto que
tanto el rey como los habitantes y aún los animales se arrepintieron y tomaron
ciertas acciones que mostraban tal arrepentimiento. La respuesta de Dios al ver
esto fue que también él se arrepintió del mal que iba a causarles. Dijimos que una
vez más pareciera como si la historia ya había terminado. El profeta cumplió su
misión. La ciudad se salvó. Todo está bien. Hubo un final feliz. La historia terminó.

Pero no, la historia continúa. Continúa, porque el profeta de Dios, que desde el
principio no estuvo de acuerdo con el propósito de su misión, ahora no está de
acuerdo con su resultado. Vamos a verlo. Les invito que me acompañen a Jonás
4:1-2 (NVI).

Habíamos visto a Jonás por última vez en 3:4. A partir de ese momento el relato
centra su atención en Nínive y no nos dice qué hacía Jonás mientras el rey hacía
proclamar su edicto y los ninivitas lo ponían por obra. Ahora, el narrador vuelve los
ojos una vez más hacia Jonás. En este capítulo toda la atención se centra en
Jonás. Y es un capítulo que nos muestra a Jonás como persona, con sus
sentimientos, opiniones y esperanzas. El tema de todo el capítulo final del libro es
la reacción de Jonás a lo ocurrido con Nínive. Esa reacción se describe en el
verso 1: “pero esto disgustó mucho a Jonás, y lo hizo enfurecerse”.

La palabra hebrea que se utiliza para “disgusto”, literalmente quiere decir “mal”. En
otras palabras, lo que quiere decir el texto es que la acción de Dios causó un mal
en Jonás. Y nótese la ironía de toda la trama: Nínive había hecho mal; por ello
Dios iba a hacerle mal. Cuando Nínive se arrepiente de su mal, y Dios decide no
hacerle mal, esto le causa mal a Jonás. Pero la mayor ironía es que es la
misericordia de Dios lo que provocó el “gran mal” en Jonás.
Vencido por la cólera, Jonás decide orar a Dios. En el libro solo se muestra la
oración de Jonás en dos casos particulares, uno, cuando está dentro del pez y
otro, cuando está encolerizado. Pero nunca se le ve orando a menos que no tenga
problemas. Su oración no es de alabanza por lo que acaba de ver. Tampoco es de
arrepentimiento por percibir a un Dios solamente justiciero con nada de
misericordia. Todo lo contrario, su oración es de reclamo y de inconformidad. “¿No
es esto lo que yo decía cuando todavía estaba en mi tierra? Por eso me anticipé a
huir a Tarsis; pues sabía que tú eres un Dios bondadoso y compasivo, lento para
la ira y lleno de amor, que cambias de parecer y no destruyes”.

Lo que está haciendo Jonás es levantar una queja al Señor. Miren, para muchas
personas incrédulas es muy normal dudar de la bondad y el cuidado de Dios, en
todo momento lo cuestionan y se enojan. Esto es natural y no sorprende. Pero lo
que sí sorprende es que un profeta se queje, no porque dude del amor de Dios,
sino porque ese amor es demasiado amplio.

Esta queja de Jonás frente a lo que Dios hace me recuerda a los israelitas en el
desierto cuando Dios decide sacarlos de Egipto. Ante la menor prueba de
confianza en Dios ellos le reclaman diciendo que mejor los hubiera dejado en
Egipto que traerlos al desierto a morir. Prácticamente estaban diciendo,
devuélvenos a Egipto porque te equivocaste sacándonos de allí. Lo mismo hace
Jonás aquí, su reclamo es inconformidad con lo que Dios hace, es una oración
que en el fondo lo que quiere decir es “te equivocaste, lo que debiste hacer fue…”.

Y pienso también que es una actitud con la que nos podemos encontrar
fácilmente. A veces podríamos pensar que lo que Dios hace en nuestras vidas no
es lo correcto y casi que pensamos que Dios debiera hacerlo más a nuestra
manera que a su manera. Uno podría decirle a Dios “pero porqué no se va por
aquí, no ve que por allá no es conveniente”. A tal punto que nos creemos más
sabios que Dios. “Señor, pero porqué nos sacas de Egipto si por aquí es mejor”
“Señor, pero no le decía yo que era mejor estar en Tarsis”. “Señor, pero porqué
me metiste en esto si yo estaba tranquilo allí” “Porqué lo haces de tal manera si lo
puedes hacer así como yo pienso”. “Por qué te has llevado a tal persona si tan
fácil que era preservarle su vida”. La pregunta con la que quiero cerrar este punto
es ¿Cómo es nuestra actitud frente a lo que Dios hace en nuestras vidas?

Cada uno de nosotros tenemos ciertos planes y queremos ejecutarlos de ciertas


maneras. Pero a veces las cosas no salen como las planeamos y cuando pasa
eso, nos enfrentamos a Dios para cuestionarlo y preguntarle por qué no ha hecho
las cosas como nosotros las hemos planeado. Sin embargo, valdría la pena
preguntarnos, has planeado las aquellas actividades de la mano de Dios o has
depositado tus sueños solamente en tu sabiduría. ¿Por qué Jonás no puedo decir
“¿realmente esto es lo que quieres, Señor? pues bien, no va conforme a mis
deseos, pero tus planes y propósitos son más sabios y sorprendentes que los
míos aun cuando no lo entienda por completo. Tus planes van en contravía a mis
deseos carnales, pero aún así, confío en que lo que haces es lo mejor, de manera
que cedo mi enojo y permíteme ajustar mi corazón y mi mente hacia tu corazón y
mente”.

Hermanos, Dios sabe lo que hace, aun cuando en nuestra propia vida no logramos
comprenderlo del todo. Y la vida de Jonás nos enseña algo de mucha importancia
para nuestra vida cristiana: es mejor moldear nuestro corazón a los deseos del
Señor y no intentar moldear al Señor a los deseos de nuestro corazón. Nos puede
resultar fácil acomodar a Dios a nuestros intereses, pero por causa de esos
intereses humanos se le han atribuido a Dios muchísimas barbaries en la historia
de la iglesia. Como yo creo que Dios odia a los musulmanes, entonces debemos
matarlos, pensaron quienes realizaron las cruzadas. Como yo creo que Dios odia
a los herejes, entonces debemos torturar y matar a los cristianos protestantes,
pensó la inquisición en la edad Media. Como yo creo que Dios odia a los
comunistas, entonces debemos procurar su muerte, piensan algunos hoy. Como
yo creo que Dios odia a los homosexuales o a las prostitutas, entonces para ellos
solo puede haber juicio divino.
Y así podemos seguir con la lista, haciéndonos un dios a nuestra imagen con el fin
de destruir aquello que no cabe en mis limitados parámetros de misericordia. Pero
Dios siempre termina sorprendiéndonos, al igual que a Jonás, al mostrarnos una
imagen de él muy distinta a veces de lo que deseamos que sea. La manera más
plena de conocer a Dios es viéndolo a través de nuestro Señor Jesucristo y desde
allí contrastar cada uno de mis prejuicios frente a los demás.

Este es un punto acerca de la misericordia que podemos tener hacia los demás.
Ustedes recuerdan el caso de Abraham cuando Sodoma y Gomorra iban a ser
destruidas. Abraham interviene por misericordia para tal nación y se para delante
de Dios a pedir misericordia y comienza a decirle “por favor, si hay 50 justos o 40
o 30 o 20 o 10… sálvalos”. Pero con Jonás es distinto. “Ahí no hay nada, punto,
destrúyelos”. Esta es una preciosa oportunidad para adoptar la teología de
misericordia de Abraham y desprendernos de la teología de juicio y condena de
Jonás.

Sigamos en el versículo 2. Es aquí donde por fin se nos da la clave del motivo por
el cual Jonás se negó ir a Nínive. En el capítulo 1 el autor nos dijo que Jonás huyó
hacia Tarsis, sin darnos más detalles de sus razones. Lo normal sería pensar que
no quiso ir porque sabía que Nínive era peligrosa y lo podría asesinar, de manera
que tenía era miedo. Pero su razón está lejos de ser el temor o la cobardía. Es
más, si fuera temor a la muerte no habría dicho a los marineros que lo echaran al
mar. La verdadera razón de su huida no fue porque dudara de la protección de
Dios, sino porque conocía el amor divino y sospechaba que a la postre Dios
perdonaría a Nínive.

El texto dice “pues bien sabía yo que tú eres un Dios bondadoso”. Este “bien
sabía” contrasta con el “Quien sabe, quizá Dios tenga misericordia” que los
ninivitas expresaron. Los ninivitas no estaban seguros de cuál será la actitud de
Dios y sin embargo se arrepienten. El profeta sabe perfectamente cuál es la
actitud de Dios y por tanto desobedece. Su fuga de Dios no es porque desconozca
a Dios, sino precisamente porque lo conoce.

La declaración teológica de Jonás es impecable, perfecta y completamente


acertada: “eres un Dios bondadoso y compasivo, lento para la ira y lleno de amor,
que cambias de parecer y no destruyes”. Cualquier persona cantaría esto con
alegría, esta afirmación está para hacer una canción y perpetuarla por los siglos
para que generaciones la canten y alaben a Dios por ello. Pero aquí Jonás no
afirma esto para cantar, sino para acusar a Dios. En el AT esta frase se
pronunciaba para alabar a Dios: En Ex 34:6 se dice “El Señor, el Señor Dios,
clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor y en fidelidad”. En
números 14:18 es Moisés quien se dirige a Dios en oración y alabanza “Eres lento
para la ira y grande en amor y perdonas la maldad y la rebeldía”. Lo que para
otros es motivo de alabanza, para Jonás es motivo de acusación, casi que de
desgracia. De la gracia a la desgracia. Para Jonás es una desgracia pensar en un
Dios de gracia.

Jonás sabe bien que Dios es un Dios de gracia, pero eso se le volvió una
desgracia. Por que el problema de Jonás no se debe a que él no sepa quién es el
Señor, a él no lo tomó por sorpresa la actitud de Dios. El texto quiere dejar bien en
claro que él “bien sabe”, es decir, conoce muy bien quién es y cómo actúa Dios.
Su problema radica en que precisamente lo conoce tan bien, que no lo puede
aceptar. Y aquí Jonás nos da otra lección para nuestra vida de creyentes. No
basta con conocer a Dios. No es suficiente con saber quién es Dios.

El día que lleguemos a estar frente al Señor, él no nos va a preguntar por cuántos
libros leímos ni por cuantos seminarios pasamos ni por cuántos títulos tuvimos. No
nos va a preguntar si nos volvimos expertos en los atributos de Dios ¡Jonás era
experto en lo atributos de Dios! ¡En una sola frase dice que es bueno, compasivo,
amoroso y lleno de gracia! En el cielo no nos espera una evaluación que califique
nuestro conocimiento acerca de cristología o antropología o escatología. Estamos
lejos de poder sorprender al Señor recitando nuestras confesiones de quién es él.
Lo que se nos pide es “aceptar” tal conocimiento y vivir conforme a él.

Tengo un compañero que logró acceder a una beca para hacer un doctorado en
teología en la universidad de Oxford. Me contaba lo feliz que estaba al poder
comenzar su disertación doctoral con uno de los más destacados biblistas del
mundo. Este biblista ha sido escrito más de 20 libros académicos, tiene más de
200 artículos en las mejores revistas del mundo, es asesor para las traducciones
de la biblia desde el hebreo. Es un respetado erudito en el mundo de los
especialistas bíblicos. Pero el año pasado, llegaron a su casa, lo esposaron, lo
subieron a una patrulla policial, lo llevaron a un juzgado y lo condenaron a 35 años
de cárcel. Estaba involucrado en una red de pornografía infantil y le descubrieron
en su computador más de 2000 videos de pornografía infantil en los que, tal
parece, estaba involucrado.

“Bien sabia” este hombre cosas la Biblia y de Dios. Pero no le fue suficiente su
conocimiento. De nada sirve recitar con vehemencia lo que se sabe de Dios, si
esto no está acompañado de un corazón que anhele hacer su voluntad y se
doblegue siempre a sus pies. Jonás “bien sabía”, pero esto no le fue suficiente.,
pues no quería ceder ante ese Dios que conocía. Su problema no era de saber
sino de querer. Que el Señor nos de a nosotros la gracia de vivir nuestra vida
cristiana conociéndole en todo momento, pero que ese conocimiento nos lleve
siempre a sorprendernos y a moldearnos a él, para caer rendidos ante cada
descubrimiento de quién es él.

Conocer al Señor es un privilegio que trae mucha alegría. En lo personal, hace 13


años decidí enfocar mi vida en conocerle y disfruto aprender cada día más de
quién es el Señor Jesús. Pero también me he encontrado en la encrucijada de
conocerle a través de los libros, pero encontrarme en ocasiones lejos de él. Es
una sensación horrible. Es allí cuando acudo a la fe sencilla de aquellos que no
tienen títulos ni libros, pero tienen un corazón y una fe envidiable. Son ellos los
que me interpelan y me ayudan a vivir un evangelio apasionado en buscar no solo
el conocimiento de Dios, sino el sometimiento a él y a su palabra. El sueño que
tengo para con ustedes como iglesia es ese: percibir siempre un corazón sometido
y doblegado a la voluntad de nuestro Dios y que eso produzca un gozo tan
irresistible que nunca queramos apartarnos de allí.

Oremos por ello.

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