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Cuervos
Cuervos
Boston, Massachusetts.
30 de abril de 1980.
Hingham, Massachusetts.
2 de mayo de 1995.
Boston, Massachusetts.
5 de mayo de 1995.
Boston, Massachusetts.
15 de enero de 2015.
Hingham, Massachusetts.
4 de julio de 2015.
Dorian tenía razón: las vistas del Atlántico que hay desde este
lugar no tienen precio. Por el olor a salitre, sabía que el océano
no estaba lejos. Lo que no imaginaba es que la casa se alzase
sobre un terraplén a unos tres metros del nivel del mar en cuya
base rompían las olas o que tuviese acceso a una preciosa cala
de arena situada a mano derecha, a unos cincuenta metros de
allí.
Desde el porche en donde estoy, tengo un primer plano del
horizonte despejado. La tormenta que azotó la casa durante la
noche ha quedado atrás y el amanecer ha traído consigo una
apacible calma.
A mi mente acude una de mis citas favoritas: «Nunca una
noche ha vencido al amanecer, y nunca un problema ha
vencido a la esperanza» de Bern Williams y, en este instante,
su sabiduría no puede ser más acertada.
La noche ha sido dura, muy dura.
Envueltos en las mantas, y frente al fuego, Dorian continuó
hablando de Jay. Detalles sencillos: lo que le gustaba comer,
los cómics que le encantaban o las travesuras que le habían
costado un castigo. Incluso me contó cosas de Linda y de sus
años de universidad.
Dorian necesitaba hablar, y yo, escucharle.
En algún punto se quedó dormido, pero a mí me resultó
imposible conciliar el sueño. Lo que hice fue escribir un
mensaje a George y contarle lo que había pasado. Y, sobre
todo, tenía que decirle que ya no puedo continuar con la
terapia de Dorian y que tendrá que retomarla él.
Algo me saca de mis pensamientos, no sé muy bien qué,
pero siento que ya no estoy sola. Me giro y me encuentro cara
a cara con él. Me observa en silencio. Tiene la mirada tan
límpida, su expresión es tan apacible, que por un momento
dudo.
—¿Dorian?
Se acerca a mí sin decir nada hasta quedar solo a unos
centímetros de distancia. Tengo que alzar el rostro para
mirarlo y lo hago con el corazón desbocado y el aliento
contenido.
—Sí, soy yo —responde al fin—. Creo que a partir de
ahora voy a ser solo yo —añade y me envuelve entre sus
brazos. Suspiro de alivio mientras entierro la cara en su pecho,
y él estrecha el abrazo. Siento que encajamos a la perfección
—. Gracias —susurra en mi oído con la voz cargada de
emoción.
—Es mi trabajo —musito para restarle importancia.
—¿Soy solo trabajo para ti? —pregunta buscando mi
mirada.
—Sabes que no —admito con un mohín, lo que me lleva a
recordar algo—. No voy a poder seguir llevando tu terapia,
Dorian.
—¿Por qué?
—No sería ético, la implicación emocional…
—¿Te estás enamorando de mí, comecocos? —pregunta él
con la sonrisa ladeada y tono burlón.
Es la sonrisa canalla que siempre he asociado a Barton,
pero entiendo que siempre ha sido la de Dorian. Después de
todo, Barton solo era una versión incompleta del mismo
hombre.
—Sí.
La sinceridad de mi respuesta parece descolocarlo por un
segundo porque su sonrisa tiembla hasta extinguirse. Luego su
expresión se torna intensa, tanto que me estremece.
—Pues, si ya no vas a ser mi psicóloga, no hay ninguna
jodida razón para no hacer esto —masculla con crudeza.
Y entonces me besa.
Un beso diferente a los que me ha dado hasta ahora.
¿De cuántas formas distintas se pueden besar dos amantes?
Me pasaría el resto de mi vida respondiendo a esa pregunta
con él.
Esta vez, él no contiene sus emociones ni yo tampoco. Y, el
puntito dominante con el que me coge de la nuca para
profundizar el beso, tiene un toque de ternura.
Sin separar su boca de la mía, me coge en brazos y me lleva
al interior, hasta el amplio sofá en donde hemos pasado la
noche, y allí vamos descubriendo nuestros cuerpos entre
caricias hasta quedar abrazados y desnudos en el sofá.
La primera vez que siento su peso sobre mí, suspiro de puro
placer.
—Llevas semanas volviéndome loco —masculla contra mis
labios—. No sabes las ganas que tenía de hacer esto —musita
y su lengua incursiona en mi boca de una forma muy carnal,
moviéndola de forma seductora para que me una a su erótica
danza—. Y esto —agrega segundos después, descendiendo
hasta mis pechos, que explora con sus labios y sus manos
hasta hacerme gemir de necesidad—. Y, sobre todo, de esto —
concluye mientras toma posición entre mis piernas y se desliza
en mi interior con una acometida certera.
El impacto de la primera penetración me hace arquear el
cuerpo y jadear de gozo, y la segunda, más profunda todavía,
me enrosca a él como una boa constrictor en busca de más.
Dorian entierra la cara en mi cuello y se hunde en mí una y
otra vez, casi con desesperación, con un ritmo rápido y duro.
Está siendo egoísta y lo perdono. Me está follando fuerte y me
encanta, pero esta vez necesito más. Con él necesito sentir
algo diferente.
Le pongo las manos sobre el pecho para detenerlo y lo hace
al instante. Levanta la cabeza y busca mi mirada, confuso.
Sin mediar palabra, lo insto a que cambie de posición hasta
que se queda sentado en el sofá y luego me pongo a horcajadas
sobre él para introducirlo dentro de mí lentamente.
Los ojos de Dorian se nublan por el deseo y la expresión de
placer de su rostro, esa forma picante de morderse el labio
inferior, casi me hace llegar al orgasmo.
Cierra los ojos, y yo me paro al instante.
Los vuelve a abrir y me muevo de nuevo sobre él de una
forma lenta y seductora.
Cada vez que intenta romper el contacto visual me detengo.
—No me vas a dejar mantener ninguna muralla entre
nosotros, ¿verdad? —protesta frustrado mientras me mira con
un atisbo de vulnerabilidad que no creo que haya mostrado
nunca a nadie más.
Le cojo el rostro entre las manos y lo beso con suavidad.
—Si eriges alguna muralla entre nosotros, encontraré la
forma de escalarla, el modo de derribarla o la manera de
traspasarla —susurro sin dejar de balancear mis caderas sobre
él.
—Entonces, sería una pérdida de tiempo hacer el esfuerzo.
—Eso me temo.
—Vuelves a ganar, Alice. —Suspira mientras busca mis
manos para entrelazar los dedos con ellas en un gesto tan
tierno que me derrite.
—Ganamos los dos —replico y lo beso.
Hacemos el amor con hambre.
Con hambre de intimidad.
Con hambre de amor.
Movemos nuestros cuerpos cada vez con más necesidad por
alcanzar el placer que llevamos tiempo anhelando y, cuando
por fin llega, nos besamos con desespero hasta perder el
aliento.
Todavía temblorosa, me dejo caer desmadejada sobre su
torso y me esfuerzo por normalizar la respiración mientras mi
corazón se calma.
Noto sus manos vagando con suavidad por mi espalda, en
una caricia absorta que me indica que todavía hay algo más
que le preocupa. No quiero presionarlo, así que aguardo en
silencio a que se abra a mí.
—¿No hubiese sido más fácil enamorarte de Barton?
Ahí estaba, la gran pregunta. Algo en lo que yo también
había pensado mucho durante las horas en vela y por eso podía
darle una contestación clara y sincera.
—Tal vez, pero sería como poseer la pieza más bonita de un
puzle y no tener el resto. Prefiero tener el puzle completo,
aunque no todas las piezas me gusten por igual. Barton solo es
una parte incompleta de ti, y tú, Dorian, eres el puzle
completo. Eres todo lo que quiero.
Capítulo 29
La curiosidad frecuentemente
conduce a los problemas.
Alicia.
La venganza es mía.
La Reina de corazones.
Se acabó el tiempo.
El Tiempo.