Está en la página 1de 17

El royalty como eje de una nueva

estrategia productiva

08.09.2021
Por José Gabriel Palma
TEMAS: CHILE, COBRE, CONGRESO, MINERÍA, ROYALTY MINERO

Índice
• INICIO
• 1. EL ROYALTY MINERO COMO EL EJERCICIO DE UN DERECHO DE PROPIEDAD
• 2. DISEÑO DEL ROYALTY
• 3. FIJACIÓN DE UN PRECIO DE EFICIENCIA PARA EL MINERAL EN BRUTO
• 4. INTERNALIZAR LAS EXTERNALIDADES
• 5. EL ROYALTY COMO EJE DE UNA NUEVA ESTRATEGIA PRODUCTIVA
• CONCLUSIONES
• NOTAS Y REFERENCIAS


Únete a la Comunidad +CIPER

La mayor debilidad del debate sobre un nuevo modelo de desarrollo para Chile
es la falta de propuestas concretas y aterrizadas en cuanto a una nueva
estrategia productiva. Al parecer, reina el espíritu del «más de lo mismo»,
aunque ojalá mejor; y la controversia parece centrarse en cómo lograr esto
último. En el programa de Gabriel Boric, por ejemplo, lo mejor se refiere a
hacer más de lo mismo —no se cuestiona allí el seguir clavados en lo extractivo
del sector exportador ni regalar los recursos naturales— pero con mucho mayor
complejidad tecnológica[1][2].
Cuesta entender esa falta de urgencia en la necesidad de generar nuevos
motores de crecimiento de la productividad, pues los del modelo actual —en
especial, los del extractivo tradicional— ya dieron, y hace mucho, lo que podían
dar. La tasa de crecimiento de la productividad cayó del 3,9% anual logrado
durante el auge del modelo (1986-1998) a un 2,1% en la década siguiente, y a
un magro 0,4%, en la subsiguiente[3][4][5]. He destacado que la
industrialización del sector exportador, lo «verde» en una perspectiva de
un Green New Deal, y la tan necesaria digitalización de nuestra economía son
las mejores alternativas para dinamizar nuestro alicaído crecimiento de la
productividad.
Esta desaceleración progresiva del crecimiento de la productividad, que llega al
estancamiento, refleja la mayor falla de mercado del actual modelo chileno:
cuando su motor extractivo se agotaba, el mercado no generó ningún incentivo
endógeno para reenergizar la economía. Tal falla tiene su origen en las
distorsiones de mercado que nuestros grandes agentes económicos
―nacionales y extranjeros― han generado al evitar ser lo que en jerga
profesional llamamos rule-takers y price-takers. Por el contrario, asoma en
Chile una elite rentista y neofóbica, con miedo a cualquier cambio en la
estrategia productiva, que ahora puede forzar el «más de lo mismo». Así, no
solo hemos seguimos rigidizados en lo meramente extractivo, sino que incluso
nuestro sector exportador ya comenzó a perder participación de mercado en el
comercio mundial [FIGURA 1].
FIGURA 1
Chile: Participación de mercado en el total de exportaciones del
mundo, 1970-2019.
(*)a=1973. Promedios móviles de tres años.
Fuente: Comtrade (2021).
En el caso del cobre, la caída de la participación en el mercado de nuestras
exportaciones es aún más notable: ha llegado a más de un tercio, colapsando
desde el 42% del total mundial en 2004, a apenas un 27% en 2018 y 2019
[FIGURA 2]. La única excusa que se le ocurre al Consejo Minero para justificarlo
es lamentar que en Chile «ha disminuido la ley del mineral»… ¡como si eso
fuese un fenómeno que solo sucede en los yacimientos chilenos!
FIGURA 2
Chile: Participación de mercado en el total de exportaciones de cobre
en el mundo, 1962-2019.
(*)a =1973 y b =1990. Promedios móviles de tres años.
Fuente: Comtrade (2021).
El panorama recuerda esa canción que habla de ir «…cuesta abajo en la
rodada». La mediocridad productiva de las grandes mineras privadas ―más
interesadas en repatriar utilidades a sus insaciables accionistas que en el
desarrollo del sector[6]― le dan la razón al economista jefe del Banco Central
británico (Bank of England), cuando dice que hoy el mayor enemigo del
desarrollo productivo es el «autocanibalismo corporativo». Si bien la lógica del
royalty tiene sentido en todo tiempo y lugar, en la actual coyuntura toma un
carácter especial: nos da la oportunidad ―quizás la única en este momento―
para reenergizar el sector exportador y el resto de la economía[7].
Como bien predijo el gran economista clásico David Ricardo en su crítica a
Adam Smith y a quienes ignoran la especificidad de los recursos naturales y en
especial el de su «renta» ―algo heredado hasta hoy por la economía
neoclásica―, cuando privados se apropian la renta de dichos recursos en forma
gratuita y sin condicionalidad, ésta tiende a transformarse en «no-productiva»,
lo cual tiene un impacto fundamental en la inversión, la absorción tecnológica y
el crecimiento de la productividad. El eje analítico de Ricardo es demostrar
cómo «la mano invisible» tiende a favorecer la supremacía de las rentas fáciles
del recurso natural, fenómeno que en el largo plazo (steady state) llevaría a
que las utilidades operativas se jibarizen, los salarios reales se estanquen, y la
tajada del león vaya al rentista no-productivo, lo cual hace caer la inversión y
estanca el crecimiento de la productividad. ¿Suena conocido?[8]
Ya que la mano invisible de mercados distorsionados no incentiva la

industrialización de los recursos naturales, el Estado la debe

«empujar» con políticas industriales que reorienten la asignación de

recursos hacia actividades de mayor potencial de crecimiento de la

productividad en el largo plazo. 

COMPARTIR CITA

No hay ejemplo más claro de lo que predijo Ricardo que el Chile actual. Cuando
lo que más se necesitaba para hacer sustentable en el tiempo la gran dinámica
económica generada por el empuje extractivo de fines de los años 80 y 90 era
abrir nuevas oportunidades de crecimiento de la productividad a través de la
diversificación del sector exportador, la mano —no tan invisible— sólo incentivó
el «más de lo mismo» de lo extractivo tradicional. No por casualidad llevamos
medio siglo con este modelo, y todavía seguimos pegados en el concentrado
de cobre, la astilla de madera y el salmón susceptible a la anemia infecciosa
(con hasta 1.400 veces más antibióticos que un similar en Noruega).
Aunque en otras materias (medioambiente, género, derechos individuales y de
pueblos originarios, equidad, regionalización, y política social en general), el
debate sobre nuevo modelo de desarrollo ha avanzado a grandes pasos, no
parece haber conciencia de que todo aquello requiere de una economía capaz
de crecer en forma dinámica y sostenida; en especial, en materias de
productividad. Como muchas experiencias de izquierda en el mundo lo
demuestran, los avances solo son sustentables si consiguen anclarse en una
estrategia productiva dinámica, lo demás es cuento. El hecho de que muchos
de los nuevos ―¡y tan necesitados!― actores de la política nacional prefieran
ignorar esto, nos recuerda el proverbio francés «Si jeunesse savait et si
vieillesse pouvait». («Si tan solo los jóvenes supieran y los viejos pudieran…»).
En este sentido, es realmente notable cómo, dentro y fuera del Parlamento, el
debate sobre el royalty tiene como gran ausente el tema de la necesidad del
uso productivo de los recursos que se generarían. Da incluso la impresión de
que en algunos círculos lo que prima es un impulso de golpe a la piñata sobre
ellos.
Y como ahora en Chile todos se sienten socialdemócratas en materia
económica también debería ser una lección el fracaso evidente de las
experiencias de la «nueva» socialdemocracia europea (la que confundió el
renovarse con neoliberalizarse), que han llevado a lo que llamo «la
latinoamericanización» del mundo desarrollado; en especial, de sus dinámicas
distributivas y productivas. Recordemos que en la mayoría de aquellos países
la distribución del ingreso-mercado —esto es, antes de impuestos y
transferencias— se ha deteriorado de tal forma que ya es tan mala, o peor, que
la chilena, incluyendo Suecia y Alemania. Pero como deben mantener un
mínimo de semblanza de equidad —después de todo, se dicen
socialdemócratas—, ahora tienen que hacer un esfuerzo fiscal faraónico para
tratar de revertir esta desigualdad-mercado latina con impuestos y
transferencias (y deuda pública). De hecho, en varios de estos países el
esfuerzo redistributivo ha llegado al absurdo de ser equivalente a un 25% del
PIB, y sus deudas públicas ya sobrepasan el ciento por ciento del PIB[9]. Tan
titánico esfuerzo es necesario solo porque ellos mismos han dejado que
agentes dominantes en mercados distorsionados generen en forma totalmente
artificial (e ineficiente, como en nuestros países) una desigualdad-mercado de
esas dimensiones.
Así, todos felices: unos manipulan mercados a su gusto —incluido vía
«financialización»[10]—, y los que salen perdiendo al menos reciben subsidios
y ayudas para compensar (en un proceso similar a nuestros continuos retiros
de fondos de pensiones). La ironía es que esta «nueva» socialdemocracia
acusa a otros de populismo.
El desastre económico al que nos ha llevado todo esto está a la vista. Entre
2007 y 2019 el crecimiento de la productividad en Europa Occidental apenas
llegó a un 0,2% anual (curiosamente, el mismo de América Latina), y sus tasas
de inversión también cayeron a nuestra mediocridad. Y, sorpresa, sorpresa:
esos países son cada vez menos capaces de competir con el Asia emergente;
en especial China, Corea y Taiwán.
Este peligro de copiar lo malo de la nueva socialdemocracia europea ―dejar
que se distorsionen los mercados, para luego lanzar dinero a los problemas
autoconstruidos― se ha manifestado en Chile en el debate actual sobre el
royalty minero, incluyendo algunos aspectos del proyecto de Ley hoy en
discusión en el Senado. En vez de pretender olvidar la necesidad del uso
productivo de los recursos que éste generaría, lo que necesitamos es diseñar el
royalty de tal forma que sea parte integral de una nueva estrategia productiva,
la cual se transforme en el ancla de un nuevo modelo de desarrollo.

1. EL ROYALTY MINERO COMO EL EJERCICIO DE UN

DERECHO DE PROPIEDAD

Como ya he analizado en detalle esta materia en otras publicaciones —y, en


especial, el rol del royalty dentro de la teoría económica desde David Ricardo
—, por razones de espacio aquí solo resumo el tema en forma breve.
Todo parte de una pregunta muy simple: ¿quién es el dueño del cobre que está
en la roca o del litio en el salar? La respuesta está en el art. 19 N. 24, inciso 6
de la actual Constitución; que por ilegítima y tramposa que sea, en eso es muy
clara: todos los chileno/as.  Por eso, cobrar un royalty no es más que el
ejercicio de un derecho de propiedad.  Hasta la Real Academia de la Lengua,
que parece entender más sobre economía que muchos de nuestros «expertos»,
lo dice muy claro: el royalty es «lo que se le debe pagar al dueño de un
derecho a cambio del permiso para ejercerlo». Es tan simple como eso.
En una economía capitalista, no cobrar por ese derecho no solo es un
sinsentido, sino un subsidio que se transforma en una distorsión de mercado.
Nótese que esta definición de royalty es diferente a recuperar solo las rentas
ricardianas del mineral. Como yo lo defino, no es más que el valor que se le
cobra a la minera por venderle el mineral en bruto. Tal como a las empresas del
agua por el agua de las lluvias y deshielos, y así.      Lo que ha caracterizado el
modelo chileno ―y sin racionalidad económica alguna― es que aquellas
empresas que explotan nuestros recursos naturales (o bienes comunes),
reciben gratis de nuestra parte su principal insumo. Son recursos
considerables: en las últimas dos décadas han sido equivalentes al 15% del
PIB. Pero fuera de lo que recuperamos vía CODELCO y de los ingresos netos
insignificantes del actual royalty —esto es, restando el costo fiscal de todas las
franquicias tributarias que se dieron asociadas a este royalty—, quedan en
manos de unos pocos privilegiados. Esta distorsión de mercado es una de las
peores herencias de la dictadura.
Es un tema también relacionado con nuestra grotesca desigualdad.
Recordemos que el 1% más rico se lleva el 28% del PIB; y el 10%, más del
60%. Es una falla de mercado autoconsruida, tan obscena como ineficiente, y
ha sido posible porque unos pocos tratan a nuestros recursos naturales (o
bienes comunes) como una piñata a la cual solo ellos tienen acceso, tal como
en dictadura.
Cuesta entender por qué el resto de las empresas en Chile no reclaman una
cancha más pareja. LATAM, por ejemplo, podría argumentar que para ser
«competitiva» le deberíamos regalar el insumo básico de combustible para sus
aviones. Y las constructoras, el cemento para sus edificios.
¿Por qué ese subsidio a unos y no a otros? ¿Será simplemente porque unos
pocos creen tener el derecho natural a apropiarse gratuitamente de lo que la
naturaleza nos regala a todos?
Es sorprendente cómo la ideología neoliberal logró incrustar en el «sentido
común» de tanta gente que esto es algo normal. Douglas North, ganador del
premio de economía en memoria a Nobel, llamó a esto el construir «un orden
de acceso limitado» (o «limited access order»), en el que unos pocos logran
repartirse las rentas (de recursos naturales y de otro tipo), y luego limitan el
acceso de otros a ellas. Para él, y es algo que comparto, esto es el principal
obstáculo para el desarrollo de los países emergentes ricos en recursos
naturales. Pero eso ya lo sabíamos desde los tiempos de David Ricardo.
2. DISEÑO DEL ROYALTY

Algo que no da lugar a dudas es que el actual modelo de desarrollo, al cual


llamo extractivo-dual (y sucio), ya topó techo. Dio lo que podía dar. Hablar hoy
del royalty minero sin asociarlo al desafío de desarrollar nuevos motores de
crecimiento de la productividad es como analizar a Hamlet olvidándose del
príncipe de Dinamarca.
Como incluso en la actual Constitución todos nosotros tenemos derecho de
propiedad sobre el cobre en la roca y del litio en el salar, en el debate del
royalty minero los temas centrales son dos: ¿cuál es el precio de eficiencia
que ―nosotros, los dueños― debemos cobrar por ese cobre y litio en
bruto? Y ¿cuál es el uso óptimo que les debemos dar a esos
recursos? En otras palabras, y asumiendo una ley de cobre del 1% (números
redondos), cada vez que una minera extrae una roca mineralizada que pesa
una tonelada, ahí van diez kilos de cobre puro y subproductos. Entonces, ¿cuál
es el precio «socialmente eficiente» que debemos cobrar por esos minerales?;
y ¿cuál es el uso, también socialmente eficiente, que debemos dar a esos
recursos?
Desde mi perspectiva, el actual proyecto de Ley en discusión en el Senado
responde en forma adecuada a la primera pregunta (aunque un tanto en el
nivel bajo del rango), pero queda al debe en la segunda. Todos deberíamos
aprender de aquellos dos presidentes que sí entendían de economía: Santa
María y Balmaceda. Ellos no solo implementaron un royalty de verdad, el cual
llegó al tercio de las exportaciones de salitre, sino que también usaron
productivamente esos recursos. En el caso de Balmaceda, durante su período
se cuadruplicó la inversión pública en capital físico, y octuplicó el gasto en
educación, llegando a destinar la mitad del gasto público a estas dos áreas.
¡Qué diferencia con la mediocridad ideológica actual!
3. FIJACIÓN DE UN PRECIO DE EFICIENCIA PARA EL

MINERAL EN BRUTO

Al respecto, sobresalen dos temas: su relación con el precio de mercado del


mineral puro; y cómo «internalizar» en dicho precio las externalidades de la
actividad minera. En lo primero, el actual proyecto de Ley en el Senado con
mucha razón busca fijar un precio de ese cobre como proporción del producto
final (su valor de venta), y lo hace en forma bastante generosa, en un monto
que puede considerarse como un mínimo.
FIGURA 3

(*)a =precio actual del cobre.


Fuente: cálculo del autor según la fórmula en el proyecto de ley.
Algo llamativo es que las mineras, sus lobistas, mucho «experto» y hasta la
Comisión Chilena del Cobre (Cochilco) insisten en que el cobro de este royalty
―que no es más que el pago que hace una minera por su insumo principal a
quien es dueño del recurso en bruto―, es solo un «impuesto» adicional a los
que ya pagan las empresas del sector (como el impuesto a las ganancias
corporativos). Ésta es una tergiversación que raya en el límite de la ignorancia.
Es tan absurdo confundir el costo de un insumo (en este caso, el pago por el
mineral que está en la roca) con los impuestos que las mineras, como cualquier
otra empresa, tienen que pagar para que el Estado pueda financiar los bienes
públicos que ofrece gratuitamente, que si un alumno en Cambridge confunde
las dos cosas en un examen de macroeconomía lo repruebo.
Sin embargo, esta campaña del terror ha sido tan efectiva que hasta
el Financial Times se equivocó al reportar, citando a Cochilco, que a precios
actuales el royalty iba a llegar ¡al 75% de las ventas![11] Como indica el
gráfico 2, éste apenas pasaría el 20%.
En este sentido, es realmente notable cómo, dentro y fuera del

Parlamento, el debate sobre el royalty tiene como gran ausente el

tema de la necesidad del uso productivo de los recursos que se

generarían. Da incluso la impresión de que en algunos círculos lo que

prima es un impulso de golpe a la piñata sobre ellos. 

COMPARTIR CITA

Una de mis propuestas a la Comisión de Minería del Senado es diseñar el
royalty en forma algo más socialmente eficiente a lo que indica el gráfico 2, y
así minimizar su impacto en el crecimiento de la producción. Lo que
propongo es que este royalty se implemente de tal forma que se
transforme en el equivalente de un costo fijo para la minera. Una forma
es expresarlo en toneladas de cobre ya producidas anteriormente, pero
valorizadas al precio del año correspondiente. Así, produzca lo que produzca la
minera en un año determinado, el royalty debería referirse a la cantidad en un
año previo de referencia (aunque al precio actual). Esto es desfasar la cantidad
a la cual se aplica, pero no el precio:  cobrar el royalty al precio de hoy, pero a
la cantidad de ayer.
Por ejemplo, si en 2020 una minera produjo 500 mil toneladas de cobre,
propongo que por un período de tiempo (por ejemplo, cinco años), el royalty
que se le cobre continúe aplicándose a esa misma cantidad. Si en el 2021
produjo 550 mil, las 50 mil adicionales no deberían pagar el royalty, para así
incentivar el crecimiento de la producción. Por supuesto, habría que sumarle el
mismo porcentaje al valor de todos los subproductos contenidos en esas 500
mil toneladas.
Si se cobrase de esta forma, la tonelada adicional quedaría exenta del royalty.
Tal cálculo también castigaría una caída en la producción (pero con flexibilidad
por eventos extraordinarios, como una sequía), pues la minera de todos modos
tendría que pagar por la cantidad ya producida en año base. Por tanto, si la
minera incrementa su producción, no aumentaría el royalty que debe pagar por
cantidad producida. Si, por el contrario, la reduce, pagaría por la cantidad
anterior a la reducción.
Otro aspecto a considerar, también presente en mi propuesta a la Comisión de
Minería del Senado, es que el royalty podría pensarse como parte de una
política industrial. Por ejemplo, cobrar el royalty propuesto en el proyecto de
Ley en discusión en el Senado ―o incluso uno mayor― al porfiado que insista
en exportar el cobre como concentrado, pero bajarlo a la mitad si se exporta
como barra; y otra vez a la mitad si lo exporta como alambrón (o similar). Todo
esto, como en mi propuesta de royalty anterior, transformando lo que deben
pagar en «costo fijo». Sería una política industrial simple, clara y efectiva, que
absorbería lo que considero la principal lección de los países nórdicos y del Asia
emergente rica en recursos naturales. Ya que la mano invisible de mercados
distorsionados no incentiva la industrialización de los recursos naturales, el
Estado la debe «empujar» con políticas industriales que reorienten la
asignación de recursos hacia actividades de mayor potencial de crecimiento de
la productividad en el largo plazo.

4. INTERNALIZAR LAS EXTERNALIDADES

Como se sabe, para que los mercados funcionen en forma eficiente se


necesitan al menos tres condiciones: una es que los agentes operen en un
mercado realmente competitivo (como rule-takers y price-takers); otra, que los
gobiernos sean capaces de «internalizar» las externalidades a los precios de los
bienes y servicios vía regulación, impuestos o transferencias; y además que los
contratos sean «completos», en el sentido de que podemos especificar en
ellos, y sin costo, todas las contingencias relevantes.
Obviamente, ninguna de esas tres condiciones se da en el mundo real,
indicando lo lejos que la maximización de intereses privada está de la
eficiencia social (aunque trate de explicarle eso a un neoliberal…). La mera
existencia de grandes conglomerados es prueba de que la primera
condicionalidad no se cumple. En 2018, las ventas de los diez más grandes
operando en Chile llegaron a US$120.000MM.
Como decíamos, desde el punto de vista del royalty lo otro altamente relevante
para la discusión del precio de eficiencia del mineral en bruto es lo segundo:
las externalidades. Comenzando por lo más obvio, cualquier actividad minera
puede tener un impacto significativo en el medioambiente y en las
comunidades de los territorios con labores mineras; y la norma es que «la
mano invisible», de existir ignore todo esto. En el caso de lo «verde», no hay
internalización de eso en el sistema de precios relativos (dicha mano parece
ser daltónica), ni toma en cuenta otros impactos —positivos o negativos— de
externalidades de la actividad minera. Se requiere regulación y política fiscal
para internalizarlos en el precio del mineral. Pero como la mayor parte de las
externalidades son negativas, las no-rule-takers (más bien, rule-makers)
mineras logran que casi todo aquello se ignore de jure o de facto en la realidad.
Por eso, en cuanto a lo «verde» el royalty también debiese fijarse de una forma
que incentive a la minera a que haga un esfuerzo de producir en forma limpia y
sustentable. Por ejemplo, se podría premiar hasta con un 20% de descuento en
el royalty a la minera que hace un esfuerzo particularmente significativo en
esta área, y viceversa. Esto por supuesto necesitaría de una institución pública
seria —no como Cochilco y su ignorancia absoluta sobre lo que es un royalty, ni
una con burócratas como los que negociaron el TPP— para que fije los criterios
para esta banda y fiscalice su implementación. La Figura 4 indica mi propuesta
de «banda verde» con un monto máximo del 20% a cada lado, aplicada al
royalty que propone el actual proyecto de Ley. Algo similar se podría agregar
en relación al impacto en comunidades locales.
FIGURA 4

(*)a =máximo castigo por falta de esfuerzo en transformar la producción en


algo limpio y sustentable; y b =máxima reducción del royalty por hacer dicho
esfuerzo.
Fuente: cálculo del autor sobre la fórmula en el proyecto de Ley.
Finalmente, hay que recordar que por mucho esfuerzo de cuidado
medioambiental que se haga, el concentrado está condenado a contaminar a
través de su elevado costo de transporte. De los aproximadamente 1.200
barcos que salen al año de Chile con este producto (un barro que contiene
apenas cerca de un tercio de contenido de cobre más subproductos, resultado
de una flotación rudimentaria del mineral en bruto pulverizado), el equivalente
a unos 850 carga simplemente escoria. En otras palabras, nuestro principal
producto de exportación por volumen, ¡termina en vertederos![12]  Por esto,
hablar de «concentrado verde», concepto tan de moda, es una contradicción
en si mismo. Se podrá avanzar mucho en cuanto a que llegue más verde al
puerto chileno, pero cuando llegue al chino ya va a llegar bien «sucio».
Además, como el concentrado es altamente tóxico, de hundirse alguno de esos
barcos crearía una gran contaminación en el mar. Si bien fundirle en el país
también tiene impactos ambientales, éstos son mucho más manejables.
5. EL ROYALTY COMO EJE DE UNA NUEVA

ESTRATEGIA PRODUCTIVA

Como el objetivo práctico del royalty debiese ser generar nuevos motores de
crecimiento de la productividad, la ley debería especificar la proporción de
recursos generados por el royalty que serán utilizadas directamente en dicha
dirección. Sugiero un mínimo de dos tercios; por ejemplo, en inversión que
lleve a la industrialización del sector exportador[13], en la revolución digital del
país, y en lo «verde»; esto es, la creación de nuevas capacidades productivas
que generen energías limpias y renovables, agricultura orgánica, y la
reparación de daños medioambientales.
Una razón fundamental para asegurar que existe una proporción mínima de los
recursos que genere el royalty a invertir en dichas direcciones es que la
experiencia de otros países —en especial, petroleros— muestra que si el Estado
captura dichas rentas, éstas abren el apetito de cuanto populista y clientelista
(y ladrón) existe en este mundo.

CONCLUSIONES

Pocas veces el ejercicio de un derecho ―en este caso, el cobro del royalty
minero―, además de tener sentido en sí mismo, al mismo tiempo puede
ayudarnos a generar nuevos motores de crecimiento de la productividad y la
recaudación de muy necesitados ingresos públicos. Un royalty de verdad
orientado en un uso productivo de sus recursos nos permitirá construir un
nuevo modelo de desarrollo equitativo, eficiente y sustentable. Sin él, casi todo
lo demás es cuento.
La confusión analítica de quienes se oponen a lo anterior —y, por ejemplo,
mezclan royalty e impuestos— es un buen indicador de una ideología, la
neoliberal, ya en desintegración. Es un tanto patético ver a las empresas más
rentables de Chile insistir en que para poder ser «competitivas» necesitan que
las sigamos subsidiando regalándoles cobre en la roca o litio en el salar (incluso
ahora, ¡cuando los precios del mineral están en las nubes!). Según Mike Henry,
CEO de BHP, el costo unitario de producción de cobre en Escondida es de US$1
por libra[14].  Según el royalty en el proyecto de Ley, a los precios de hoy día
ese costo subiría a algo menos de US$2 por libra; pero a un precio de US$ 4.3
por libra Escondida seguiría estando entre las empresas más rentables de
Chile, sino la más rentable de todas. ¡Qué sentido puede tener seguir
subsidiándola de la forma que lo hemos hecho hasta ahora!
Un royalty de verdad también sería un paso decisivo para revertir nuestra
ineficiente, autoconstruida y grotesca desigualdad[15][16]. El royalty redefine
lo posible. Oponerse es buscar ingobernabilidad. El gran desafío de este
momento histórico es liberar nuestra imaginación social.

NOTAS Y REFERENCIAS

[1]LA TERCERA (29/agosto/2021): «Diego Pardow: «Es mucho más probable


llegar a una crisis tipo Argentina con Sichel que con Boric»». Entrevista de
Daniel Hopenhayn (ver).
[2]HIDALGO, César A. (1/septiembre/2020). «Mitos y verdades de la complejidad
económica». En CIPER ACADÉMICO (ver).
[3]PALMA, José Gabriel (2019). «The Chilean Economy since the return to
democracy in 1990. On how to get an emerging economy growing, and then
sink slowly into the quicksand of a “middle-income trap”». Cambridge Working
Papers in Economics (ver).
[4]Charla Magistral Dr. José Gabriel Palma (2021). Inauguración V Congreso
Nacional de Historia Económica, FAE, Universidad de Santiago de Chile (ver).
[5]LAGOS, Gustavo et al. (2020). «Cobre refinado. Un buen negocio para Chile».
Centro de Estudios del Cobre y la Minería, CESCO (Santiago de Chile, ver).
[6]PALMA, José Gabriel (2020). «Finance as Perpetual Orgy How the ‘new
alchemists’ twisted Kindleberger’s cycle of “manias, panics and crashes” into
“manias, panics and renewed-manias”». Cambridge Working Papers in
Economics (ver)
[7]Para un análisis de la minería del cobre en Chile y Perú, ver: JORRAT, Michel
(2021). «Renta económica, régimen tributario y transparencia fiscal en la
minería del cobre en Chile y el Perú». CEPAL (ver).
[8]PALMA, José Gabriel (diciembre de 2020). «Por qué los ricos siempre siguen
siendo ricos (pase lo que pase, cueste lo que cueste)». Revista de la CEPAL
nº132 (ver).
[9]PALMA, José Gabriel (2018). «Behind the Seven Veils of Inequality. What if it’s
all about the Struggle within just One Half of the Population over just One Half
of the National Income?». Development and Change Distinguished Lecture
2018 (ver).
[10]
PALMA, José Gabriel (2020). «Finance as Perpetual Orgy. How the «new
alchemists» twisted Kindleberger’s cycle of «manias, panics and crashes» into
«manias, panics and renewed manias»». Cambridge Working Papers in
Economics (ver).
[11]«Miners steel themselves for tough talks with Peru’s leftist government»,
nota de Gideon Long en Financial Times (22/agosto/2021, ver).
[12]Sobre nuestra contribución al calentamiento global, ver.
[13]PALMA, José Gabriel  (2019). «Desindustrialización, desindustrialización
«prematura» y «síndrome holandés»» (ver).
[14]En DIARIO FINANCIERO (18/agosto/2021): «BHP inicia cambio más radical en
20 años y se enfocará en metales clave para transición verde» (ver).
[15]PALMA, José Gabriel (2018). «Behind the Seven Veils of Inequality. What if
it’s all about the Struggle within just One Half of the Population over just One
Half of the National Income?». Development and Change Distinguished Lecture
2018 (ver).
[16]PALMA, José Gabriel (2020). Amartya Sen Keynote Lecture (ver).

También podría gustarte