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estrategia productiva
08.09.2021
Por José Gabriel Palma
TEMAS: CHILE, COBRE, CONGRESO, MINERÍA, ROYALTY MINERO
Índice
• INICIO
• 1. EL ROYALTY MINERO COMO EL EJERCICIO DE UN DERECHO DE PROPIEDAD
• 2. DISEÑO DEL ROYALTY
• 3. FIJACIÓN DE UN PRECIO DE EFICIENCIA PARA EL MINERAL EN BRUTO
• 4. INTERNALIZAR LAS EXTERNALIDADES
• 5. EL ROYALTY COMO EJE DE UNA NUEVA ESTRATEGIA PRODUCTIVA
• CONCLUSIONES
• NOTAS Y REFERENCIAS
•
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La mayor debilidad del debate sobre un nuevo modelo de desarrollo para Chile
es la falta de propuestas concretas y aterrizadas en cuanto a una nueva
estrategia productiva. Al parecer, reina el espíritu del «más de lo mismo»,
aunque ojalá mejor; y la controversia parece centrarse en cómo lograr esto
último. En el programa de Gabriel Boric, por ejemplo, lo mejor se refiere a
hacer más de lo mismo —no se cuestiona allí el seguir clavados en lo extractivo
del sector exportador ni regalar los recursos naturales— pero con mucho mayor
complejidad tecnológica[1][2].
Cuesta entender esa falta de urgencia en la necesidad de generar nuevos
motores de crecimiento de la productividad, pues los del modelo actual —en
especial, los del extractivo tradicional— ya dieron, y hace mucho, lo que podían
dar. La tasa de crecimiento de la productividad cayó del 3,9% anual logrado
durante el auge del modelo (1986-1998) a un 2,1% en la década siguiente, y a
un magro 0,4%, en la subsiguiente[3][4][5]. He destacado que la
industrialización del sector exportador, lo «verde» en una perspectiva de
un Green New Deal, y la tan necesaria digitalización de nuestra economía son
las mejores alternativas para dinamizar nuestro alicaído crecimiento de la
productividad.
Esta desaceleración progresiva del crecimiento de la productividad, que llega al
estancamiento, refleja la mayor falla de mercado del actual modelo chileno:
cuando su motor extractivo se agotaba, el mercado no generó ningún incentivo
endógeno para reenergizar la economía. Tal falla tiene su origen en las
distorsiones de mercado que nuestros grandes agentes económicos
―nacionales y extranjeros― han generado al evitar ser lo que en jerga
profesional llamamos rule-takers y price-takers. Por el contrario, asoma en
Chile una elite rentista y neofóbica, con miedo a cualquier cambio en la
estrategia productiva, que ahora puede forzar el «más de lo mismo». Así, no
solo hemos seguimos rigidizados en lo meramente extractivo, sino que incluso
nuestro sector exportador ya comenzó a perder participación de mercado en el
comercio mundial [FIGURA 1].
FIGURA 1
Chile: Participación de mercado en el total de exportaciones del
mundo, 1970-2019.
(*)a=1973. Promedios móviles de tres años.
Fuente: Comtrade (2021).
En el caso del cobre, la caída de la participación en el mercado de nuestras
exportaciones es aún más notable: ha llegado a más de un tercio, colapsando
desde el 42% del total mundial en 2004, a apenas un 27% en 2018 y 2019
[FIGURA 2]. La única excusa que se le ocurre al Consejo Minero para justificarlo
es lamentar que en Chile «ha disminuido la ley del mineral»… ¡como si eso
fuese un fenómeno que solo sucede en los yacimientos chilenos!
FIGURA 2
Chile: Participación de mercado en el total de exportaciones de cobre
en el mundo, 1962-2019.
(*)a =1973 y b =1990. Promedios móviles de tres años.
Fuente: Comtrade (2021).
El panorama recuerda esa canción que habla de ir «…cuesta abajo en la
rodada». La mediocridad productiva de las grandes mineras privadas ―más
interesadas en repatriar utilidades a sus insaciables accionistas que en el
desarrollo del sector[6]― le dan la razón al economista jefe del Banco Central
británico (Bank of England), cuando dice que hoy el mayor enemigo del
desarrollo productivo es el «autocanibalismo corporativo». Si bien la lógica del
royalty tiene sentido en todo tiempo y lugar, en la actual coyuntura toma un
carácter especial: nos da la oportunidad ―quizás la única en este momento―
para reenergizar el sector exportador y el resto de la economía[7].
Como bien predijo el gran economista clásico David Ricardo en su crítica a
Adam Smith y a quienes ignoran la especificidad de los recursos naturales y en
especial el de su «renta» ―algo heredado hasta hoy por la economía
neoclásica―, cuando privados se apropian la renta de dichos recursos en forma
gratuita y sin condicionalidad, ésta tiende a transformarse en «no-productiva»,
lo cual tiene un impacto fundamental en la inversión, la absorción tecnológica y
el crecimiento de la productividad. El eje analítico de Ricardo es demostrar
cómo «la mano invisible» tiende a favorecer la supremacía de las rentas fáciles
del recurso natural, fenómeno que en el largo plazo (steady state) llevaría a
que las utilidades operativas se jibarizen, los salarios reales se estanquen, y la
tajada del león vaya al rentista no-productivo, lo cual hace caer la inversión y
estanca el crecimiento de la productividad. ¿Suena conocido?[8]
Ya que la mano invisible de mercados distorsionados no incentiva la
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•
No hay ejemplo más claro de lo que predijo Ricardo que el Chile actual. Cuando
lo que más se necesitaba para hacer sustentable en el tiempo la gran dinámica
económica generada por el empuje extractivo de fines de los años 80 y 90 era
abrir nuevas oportunidades de crecimiento de la productividad a través de la
diversificación del sector exportador, la mano —no tan invisible— sólo incentivó
el «más de lo mismo» de lo extractivo tradicional. No por casualidad llevamos
medio siglo con este modelo, y todavía seguimos pegados en el concentrado
de cobre, la astilla de madera y el salmón susceptible a la anemia infecciosa
(con hasta 1.400 veces más antibióticos que un similar en Noruega).
Aunque en otras materias (medioambiente, género, derechos individuales y de
pueblos originarios, equidad, regionalización, y política social en general), el
debate sobre nuevo modelo de desarrollo ha avanzado a grandes pasos, no
parece haber conciencia de que todo aquello requiere de una economía capaz
de crecer en forma dinámica y sostenida; en especial, en materias de
productividad. Como muchas experiencias de izquierda en el mundo lo
demuestran, los avances solo son sustentables si consiguen anclarse en una
estrategia productiva dinámica, lo demás es cuento. El hecho de que muchos
de los nuevos ―¡y tan necesitados!― actores de la política nacional prefieran
ignorar esto, nos recuerda el proverbio francés «Si jeunesse savait et si
vieillesse pouvait». («Si tan solo los jóvenes supieran y los viejos pudieran…»).
En este sentido, es realmente notable cómo, dentro y fuera del Parlamento, el
debate sobre el royalty tiene como gran ausente el tema de la necesidad del
uso productivo de los recursos que se generarían. Da incluso la impresión de
que en algunos círculos lo que prima es un impulso de golpe a la piñata sobre
ellos.
Y como ahora en Chile todos se sienten socialdemócratas en materia
económica también debería ser una lección el fracaso evidente de las
experiencias de la «nueva» socialdemocracia europea (la que confundió el
renovarse con neoliberalizarse), que han llevado a lo que llamo «la
latinoamericanización» del mundo desarrollado; en especial, de sus dinámicas
distributivas y productivas. Recordemos que en la mayoría de aquellos países
la distribución del ingreso-mercado —esto es, antes de impuestos y
transferencias— se ha deteriorado de tal forma que ya es tan mala, o peor, que
la chilena, incluyendo Suecia y Alemania. Pero como deben mantener un
mínimo de semblanza de equidad —después de todo, se dicen
socialdemócratas—, ahora tienen que hacer un esfuerzo fiscal faraónico para
tratar de revertir esta desigualdad-mercado latina con impuestos y
transferencias (y deuda pública). De hecho, en varios de estos países el
esfuerzo redistributivo ha llegado al absurdo de ser equivalente a un 25% del
PIB, y sus deudas públicas ya sobrepasan el ciento por ciento del PIB[9]. Tan
titánico esfuerzo es necesario solo porque ellos mismos han dejado que
agentes dominantes en mercados distorsionados generen en forma totalmente
artificial (e ineficiente, como en nuestros países) una desigualdad-mercado de
esas dimensiones.
Así, todos felices: unos manipulan mercados a su gusto —incluido vía
«financialización»[10]—, y los que salen perdiendo al menos reciben subsidios
y ayudas para compensar (en un proceso similar a nuestros continuos retiros
de fondos de pensiones). La ironía es que esta «nueva» socialdemocracia
acusa a otros de populismo.
El desastre económico al que nos ha llevado todo esto está a la vista. Entre
2007 y 2019 el crecimiento de la productividad en Europa Occidental apenas
llegó a un 0,2% anual (curiosamente, el mismo de América Latina), y sus tasas
de inversión también cayeron a nuestra mediocridad. Y, sorpresa, sorpresa:
esos países son cada vez menos capaces de competir con el Asia emergente;
en especial China, Corea y Taiwán.
Este peligro de copiar lo malo de la nueva socialdemocracia europea ―dejar
que se distorsionen los mercados, para luego lanzar dinero a los problemas
autoconstruidos― se ha manifestado en Chile en el debate actual sobre el
royalty minero, incluyendo algunos aspectos del proyecto de Ley hoy en
discusión en el Senado. En vez de pretender olvidar la necesidad del uso
productivo de los recursos que éste generaría, lo que necesitamos es diseñar el
royalty de tal forma que sea parte integral de una nueva estrategia productiva,
la cual se transforme en el ancla de un nuevo modelo de desarrollo.
DERECHO DE PROPIEDAD
MINERAL EN BRUTO
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•
Una de mis propuestas a la Comisión de Minería del Senado es diseñar el
royalty en forma algo más socialmente eficiente a lo que indica el gráfico 2, y
así minimizar su impacto en el crecimiento de la producción. Lo que
propongo es que este royalty se implemente de tal forma que se
transforme en el equivalente de un costo fijo para la minera. Una forma
es expresarlo en toneladas de cobre ya producidas anteriormente, pero
valorizadas al precio del año correspondiente. Así, produzca lo que produzca la
minera en un año determinado, el royalty debería referirse a la cantidad en un
año previo de referencia (aunque al precio actual). Esto es desfasar la cantidad
a la cual se aplica, pero no el precio: cobrar el royalty al precio de hoy, pero a
la cantidad de ayer.
Por ejemplo, si en 2020 una minera produjo 500 mil toneladas de cobre,
propongo que por un período de tiempo (por ejemplo, cinco años), el royalty
que se le cobre continúe aplicándose a esa misma cantidad. Si en el 2021
produjo 550 mil, las 50 mil adicionales no deberían pagar el royalty, para así
incentivar el crecimiento de la producción. Por supuesto, habría que sumarle el
mismo porcentaje al valor de todos los subproductos contenidos en esas 500
mil toneladas.
Si se cobrase de esta forma, la tonelada adicional quedaría exenta del royalty.
Tal cálculo también castigaría una caída en la producción (pero con flexibilidad
por eventos extraordinarios, como una sequía), pues la minera de todos modos
tendría que pagar por la cantidad ya producida en año base. Por tanto, si la
minera incrementa su producción, no aumentaría el royalty que debe pagar por
cantidad producida. Si, por el contrario, la reduce, pagaría por la cantidad
anterior a la reducción.
Otro aspecto a considerar, también presente en mi propuesta a la Comisión de
Minería del Senado, es que el royalty podría pensarse como parte de una
política industrial. Por ejemplo, cobrar el royalty propuesto en el proyecto de
Ley en discusión en el Senado ―o incluso uno mayor― al porfiado que insista
en exportar el cobre como concentrado, pero bajarlo a la mitad si se exporta
como barra; y otra vez a la mitad si lo exporta como alambrón (o similar). Todo
esto, como en mi propuesta de royalty anterior, transformando lo que deben
pagar en «costo fijo». Sería una política industrial simple, clara y efectiva, que
absorbería lo que considero la principal lección de los países nórdicos y del Asia
emergente rica en recursos naturales. Ya que la mano invisible de mercados
distorsionados no incentiva la industrialización de los recursos naturales, el
Estado la debe «empujar» con políticas industriales que reorienten la
asignación de recursos hacia actividades de mayor potencial de crecimiento de
la productividad en el largo plazo.
ESTRATEGIA PRODUCTIVA
Como el objetivo práctico del royalty debiese ser generar nuevos motores de
crecimiento de la productividad, la ley debería especificar la proporción de
recursos generados por el royalty que serán utilizadas directamente en dicha
dirección. Sugiero un mínimo de dos tercios; por ejemplo, en inversión que
lleve a la industrialización del sector exportador[13], en la revolución digital del
país, y en lo «verde»; esto es, la creación de nuevas capacidades productivas
que generen energías limpias y renovables, agricultura orgánica, y la
reparación de daños medioambientales.
Una razón fundamental para asegurar que existe una proporción mínima de los
recursos que genere el royalty a invertir en dichas direcciones es que la
experiencia de otros países —en especial, petroleros— muestra que si el Estado
captura dichas rentas, éstas abren el apetito de cuanto populista y clientelista
(y ladrón) existe en este mundo.
CONCLUSIONES
Pocas veces el ejercicio de un derecho ―en este caso, el cobro del royalty
minero―, además de tener sentido en sí mismo, al mismo tiempo puede
ayudarnos a generar nuevos motores de crecimiento de la productividad y la
recaudación de muy necesitados ingresos públicos. Un royalty de verdad
orientado en un uso productivo de sus recursos nos permitirá construir un
nuevo modelo de desarrollo equitativo, eficiente y sustentable. Sin él, casi todo
lo demás es cuento.
La confusión analítica de quienes se oponen a lo anterior —y, por ejemplo,
mezclan royalty e impuestos— es un buen indicador de una ideología, la
neoliberal, ya en desintegración. Es un tanto patético ver a las empresas más
rentables de Chile insistir en que para poder ser «competitivas» necesitan que
las sigamos subsidiando regalándoles cobre en la roca o litio en el salar (incluso
ahora, ¡cuando los precios del mineral están en las nubes!). Según Mike Henry,
CEO de BHP, el costo unitario de producción de cobre en Escondida es de US$1
por libra[14]. Según el royalty en el proyecto de Ley, a los precios de hoy día
ese costo subiría a algo menos de US$2 por libra; pero a un precio de US$ 4.3
por libra Escondida seguiría estando entre las empresas más rentables de
Chile, sino la más rentable de todas. ¡Qué sentido puede tener seguir
subsidiándola de la forma que lo hemos hecho hasta ahora!
Un royalty de verdad también sería un paso decisivo para revertir nuestra
ineficiente, autoconstruida y grotesca desigualdad[15][16]. El royalty redefine
lo posible. Oponerse es buscar ingobernabilidad. El gran desafío de este
momento histórico es liberar nuestra imaginación social.
NOTAS Y REFERENCIAS