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LIDERAZGO IGNACIANO
Ahora, el modelo de liderazgo Ignaciano surge en conjunto con la
espiritualidad y hacen parte un mismo proceso y modo de
comprenderse y comprender la realidad. Desde lo planteado el
liderazgo Ignaciano es:
Un estilo de vida que, al servicio de la misión de Jesucristo, se
inspira en los Ejercicios Espirituales, para orientar y acompañar el
proceso de desarrollo humano en lo personal y comunitario, hacia
la excelencia integral, en la formación de hombres y mujeres para
los demás y con los demás.
En coherencia con la espiritualidad Ignaciana y basados en una
experiencia de más de cuatro siglos, para los jesuitas los 4 pilares
y valores verdaderos del liderazgo son:
1. CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO: Entender sus propias
fortalezas, debilidades y valores. “Los líderes prosperan al
entender quiénes son y qué valoran, al observar malsanos puntos
de debilidad que los descarrilan y al cultivar el hábito de
continuación, reflexión y aprendizaje.” (Lowney, 2004, p.32) Para
esto los jesuitas implementaron la práctica de los Ejercicios Espirituales desarrollados por San Ignacio de
Loyola. Práctica que los llevó a reconocer sus metas y valores, fortalezas y debilidades, y a construir una
visión del mundo que les permitiera enfrentarse a las diversas situaciones que se les presentaran. El
autoconocimiento, termina siendo la herramienta más poderosa que tiene el hombre para empezar a ser líder
de su propia vida y, en consecuencia, poder sumergirse en un mundo de constantes cambios sin llegar a
perder la confianza en sí mismo, su buen juicio, su capacidad de aprendizaje y la seguridad en la toma de
decisiones.
Estas palabras definen una idea, un deseo, una aspiración cristiana del mandamiento del amor a Dios y al
prójimo y una invitación a la vida del creyente. Amar a cercanos y lejanos.
El amor recibe muchos nombres: amistad, pasión, compasión, respeto, entrega, sacrificio… Es verdad que no
es fácil y, en ciertas ocasiones, resulta difícil querer a algunas personas y no por mala voluntad, sino porque
las relaciones humanas son complejas. Pero a todo se aprende: se aprende a mirar con benevolencia, a
comprender otras vidas, a desearles lo mejor y a trabajar por ello.
Ahí entra el servir. Servir es poner manos a la obra para tratar de hacer un mundo un poquito mejor de lo que
lo conocemos; es la disposición
para ayudar en lo cotidiano, para atender, para sanar: en la familia, en el trabajo, en la comunidad, en el
descanso, en las redes sociales…
Sirven las palabras y los gestos; los silencios y las miradas; sirve nuestro tiempo – si lo empleamos bien- y la
risa que contagia y las canciones que se llevan en el corazón; los esfuerzos por levantar al que anda caído;
la cercanía a los seres queridos y necesitados.