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Norbert Bilbeny
Las políticas de gestión de la diversidad cultural han de tener como
objetivo básico la inclusión de todos los individuos y grupos en la
comunidad política. La falta de inclusión en el marco político general
representa un problema de discriminación que toda sociedad
democrática debe evitar por ser contradictorio con sus leyes y sus
principios éticos.
La segregación
Pero no hay una sola vía para la inclusión democrática de las diferencias
en un todo respetuoso con ellas. Son varias las formas propuestas y más o
menos seguidas hasta hoy, como distintas son también las actitudes que
las preceden y sostienen en su despliegue. Por lo menos existen cuatro
modelos básicos de todas estas formas y actitudes para la coexistencia de
diferentes identidades culturales dentro de un mismo marco político.
Un primer modelo es el de la segregación o exclusión de grupos y
minorías. Éstos no son eliminados (etnocidio, genocidio) ni expulsados
del territorio que abarca la comunidad política. Son dejados fuera de las
esferas de la participación política y discriminados respecto de los bienes
y derechos a los que sí tienen acceso los grupos incluidos en la
ciudadanía. Esta segregación puede ser impuesta, como en las situaciones
de apartheid.
POR UNA CAUSA COMÚN
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La asimilación
La agregación
r 6. H. Kallen, artículos en The Nation (1915), reproducidos en Id., Cultura and lDemocrac/ in
the United States.
7. G.A. Postiglione, Ethntcit y and American Social Theory, pág. 13 ss.; W C. Fischer, et al.
Identit y, Communit y and Pluralism in American Life, pag. 204 ss.
MODELOS DE INCLUS I ÓN D E M O C R Á T I
CA — 69
8. R. J. F. Day, Multiculturalism and the History of Canadian Diversit y, pag. 146 ss.
9. Véase a título de ejemplo: A. ScMesinger, The Disuniting of America, A. Bloom, be
Cl0sing of the American find. Enla linea npuesta, de un liberalismo compatible con el multi-
culturalismo, yid., entre otros: W. Kymlicka, Liberalism, Communtty and Culture-, J. Raz, «Mul-
ticulturalism: A Liberal Perspective», Dtssettt; N. Glazer, We Are All Mu! ticulturalists how.
10. Ch. Taylor, «The Politics of Recognition», en A. Gutman (ed.), Multiculturalism and
the Polilies of Recognition.
MODELO S DE INCLUSI ÓN D E M O CRÁTI CA
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11: W Kymlicka, Ciudadanía riulti mental, págs. 93—95; M. Walzer, et al. The Politica ofEth-
marty, pags. 6—7, 10.
12. Véase M. Ornstein, Ethno-racial Inequalit e in the City of Toronto.
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La POR UNA CAUSA COMUN
integración
grupos sociales y de éstos con la sociedad que los incluye y ayuda a articular
entre sí. La diferencia con la aculturación propia del modelo asimilacionista
es que ya no es forzada. Y la diferencia con el modelo agregacionista y sus
principios de tolerancia liberal es que ahora los grupos culturales no son
sólo ‹reconocidos» y ‹protegidos», sino respetados’, en tanto que la
integración es el resultado de una tarea voluntaria y común en que todos
precisan ser protagonistas.
Las minorías no deben ser sujetos pasivos de la política, ni siquiera en
nombre de la tolerancia y el favor público. Si el ‹ otro» es sólo objeto del
reconocimiento de la mayoría, en realidad no se respeta al otro. No se
cree en é1 como sujeto. Sería contradictorio, entonces, invocar en su
favor la libertad o el beneficio público. Hay que insistir siempre, en
consecuencia, en el carácter democrático y pluralista de la integración
como vía de inclusión social. La integración es democrática, o de lo
contrario estaremos de nuevo, en los más de los casos, en alguna forma
solapada de asimilacionismo.
Integración no es adaptación
migrantes y se han ‹adaptado» al país. Pero eso se traduce con los años en
nuevas formas de exclusión social. La integración es el modelo alternativo
para impedirlas, aunque hay que evitar también su aplicación en términos
otra vez asimilacionistas, como se hace en algunos lugares con la excusa de
una sociedad ‹cohesionada» o ‹integrada»." La retórica dominante de la
‹integración», especialmente en Europa, es aun altamente asi milacionista.
La mayoría democrática impone vías de inclusión no siempre democráticas a
las minorías. Una integración discriminatoria es inefectiva y carece de
sentido. lo pasa de ser una asimilación ‹estructural», pero sin logros de
estructura o articulación social, a fin de cuentas. Nunca, pues, se insiste
demasiado al recordar que la integración en la ciudadanía común debe ser
una integración democrática.
De este modo tampoco se puede pensar que la integración sea una
especie de ‹contrato» entre las partes protagonistas.” Que la ciudadanía
compartida, y la identidad común que presupone, impliquen el desarro llo
de ciertos principios contractuales, como se vio en el capítulo ante rior,
no tiene por qué hacer pensar que la integración democrática sea por
entero una relación contractual.
Entre el grupo socio dominante y el resto no puede haber siempre
contrato o transacción. Es así, de hecho, y cuando existe de derecho es
algo más bien artificial. Una vez reunidos los requisitos básicos del
reconocimiento legal y el respeto social de la diversidad cultural, la
integración de los grupos etnoculturales y nacionales al conjunto social
consiste mucho más en una renegociación continua que en la aplicación
de un contrato por el que se ‹gana» tanto como se ‹pierde» o cede en
favor de este conjunto social.
En otras palabras, no hay que esperar a que cada grupo, cada individuo
‹den» de su parte, para que la sociedad o el resto de los grupos e individuos
les ‹devuelvan» conforme a lo aportado. Cada uno ya «da» a la sociedad lo
que aporta espontáneamente con su trabajo, el respeto a la ley, sus
impuestos, y su identidad cultural en contacto con el resto. Es abusivo
exigir que éstas y otras aportaciones se den como ‹contrapartida»
contractual
” '