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La segregación
Pero no hay una sola vía para la inclusión democrática de las diferencias
en un todo respetuoso con ellas. Son varias las formas propuestas y más o
menos seguidas hasta hoy, como distintas son también las actitudes que
las preceden y sostienen en su despliegue. Por lo menos existen cuatro
modelos básicos de todas estas formas y actitudes para la coexistencia de
diferentes identidades culturales dentro de un mismo marco político.
Un primer modelo es el de la segregación o exclusión de grupos y mi-
norías. Éstos no son eliminados (etnocidio, genocidio) ni expulsados del
territorio que abarca la comunidad política. Son dejados fuera de las es-
feras de la participación política y discriminados respecto de los bienes y
derechos a los que sí tienen acceso los grupos incluidos en la ciudadanía.
Esta segregación puede ser impuesta, como en las situaciones de apartheid
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La asimilación
La agregación
6. H . Kallen, artículos en The Nation (1915), reproducidos en Id., Culture and Democracy in
the United States.
7. G.A. Postiglione, Ethnicity and American Social 71zeory, pág. 13 ss.; WC. Fischer, et al.
Identity, Comnmnity and Pluralism in American Lije, pág. 204 ss.
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8. R . J. F. Day, Multiculturalism and the History ef Canadian Diversity, pág. 146 ss.
9. Véase a título de ejemplo: A. Schlesinger, The Disuniting ef America; A. Bloom, The
Closing of the American Mind. En la linea opuesta, de un liberalismo compatible con el multi-
culturalismo, vid., entre otros: W. Kymlicka, Liberalism, Community and Culture; J. Raz, «Mul-
ticulturalism: A Liberal Perspective», Dissent; N. Glazer, We Are Ali Multiculturalists Now.
10. Ch. Taylor, «The Politics ofRecognition», en A. Gutman (ed.), Multiculturalism and
the Politics ef Recognition.
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11. W Kymlicka, Ciudadanía multicultural, págs. 93-95; M. Walzer, et al. The Politics ofEth-
nidty, págs. 6-7, 10.
12. Véase M . Ornstein, Ethno-radal Inequality in the City of Toronto.
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La integración
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MODELOS DE INCLUSIÓN D EMOCRÁTICA
pos sociales y de éstos con la sociedad que los incluye y ayuda a articular
entre sí. La diferencia con la aculturación propia del modelo asimilacio-
nista es que ya no es forzada. Y la diferencia con el modelo agregacionis-
ta y sus principios de tolerancia liberal es que ahora los grupos culturales
no son sólo «reconocidos» y «protegidos», sino respetados, en tanto que la
integración es el resultado de una tarea voluntaria y común en que todos
precisan ser protagonistas.
Las minorías no deben ser sujetos pasivos de la política, ni siquiera en
nombre de la tolerancia y el favor público. Si el «otro» es sólo objeto del
reconocimiento de la mayoría, en realidad no se respeta al otro. No se
cree en él como sujeto. Sería coñtradictorio, entonces, invocar en su fa-
vor la libertad o el beneficio público. Hay que insistir siempre, en conse-
cuencia, en el carácter democrático y pluralista de la integración como
vía de inclusión social. La integración es democrática, o de lo contrario
estaremos de nuevo, en los más de los casos, en alguna forma solapada de
asirnilacionismo.
Integración no es adaptación
migrantes y se han «adaptado» al país. Pero eso se traduce con los años en
nuevas formas de exclusión social. La integración es el modelo alternati-
vo para impedirlas, aunque hay que evitar también su aplicación en tér-
minos otra vez asimilacionistas, como se hace en algunos lugares con la
excusa de una sociedad «cohesionada» o «integrada». 14 La retórica domi-
nante de la «integración», especialmente en Europa, es aún altamente asi-
milacionista. La mayoría democrática impone vías de inclusión no siempre
democráticas a las minorías. Una integración discriminatoria es inefectiva
y carece de sentido. No pasa de ser una asimilación «estructural», pero sin
logros de estructura o articulación social, a fin de cuentas. Nunca, pues,
sé insiste demasiado al recordar que la integración en la ciudadanía co-
mún debe ser una integración democrática.
De este modo tampoco se puede pensar que la integración sea una
especie de «contrato.» entre las partes protagonistas. 15 Que la ciudadanía
. compartida, y la identidad común que presupone, impliquen el desarro-
llo de ciertos principios contractuales, como se vio en el capítulo ante-
rior, no tiene por qué hacer pensar que la integración democrática sea
por entero una relación contractual.
Entre el grupo social dominante y el resto no puede haber siempre
contrato o transacción. Es así, de hecho, y cuando existe de derecho es
algo más bien artificial. Una vez reunidos los requisitos básicos del reco-
nocimiento legal y el respeto social de la diversidad cultural, la integra-
ción de los grupos etnoculturales y nacionales al conjunto social consiste
mucho más en una renegociación continua que en la aplicación de u11
contrato por el que se «gana» tanto como se «pierde» o cede en favor de
este conjunto social.
En otras palabras, no hay que esperar a que cada grupo, cada indivi-
duo «den» de su parte, para que la sociedad o el resto de grupos e indivi-
duos les «devuelvan» conforme a lo aportado. Cada uno ya «da» a la so-
ciedad lo que aporta espontáneamente con su trabajo, el respeto a la ley,
sus impuestos, y su identidad cultural en contacto con el resto. Es abusi-
vo exigir que éstas y otras aportaciones se den como «contrapartida» con-
!
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