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Las políticas de gestión de la diversidad cultural han de tener como obje-

tivo básico la inclusión de todos los individuos y grupos en la comunidad


política. La falta de inclusión en el marco político general representa un
problema de discriminación que toda sociedad democrática debe evitar
por ser contradictorio con sus leyes y sus principios éticos.

La segregación

Pero no hay una sola vía para la inclusión democrática de las diferencias
en un todo respetuoso con ellas. Son varias las formas propuestas y más o
menos seguidas hasta hoy, como distintas son también las actitudes que
las preceden y sostienen en su despliegue. Por lo menos existen cuatro
modelos básicos de todas estas formas y actitudes para la coexistencia de
diferentes identidades culturales dentro de un mismo marco político.
Un primer modelo es el de la segregación o exclusión de grupos y mi-
norías. Éstos no son eliminados (etnocidio, genocidio) ni expulsados del
territorio que abarca la comunidad política. Son dejados fuera de las es-
feras de la participación política y discriminados respecto de los bienes y
derechos a los que sí tienen acceso los grupos incluidos en la ciudadanía.
Esta segregación puede ser impuesta, como en las situaciones de apartheid
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contra los habitantes de raza negra en Norteamérica o Sudáfrica, por


ejemplo. Aunque también puede ser de un modo u otro voluntaria,
como sucede con la nation of Islam, dentro de Estados Unidos, o con al-
gunas «naciones indias» en toda América.
La segregación se inspira en los valores del monoculturalismo extre-
mo (strong monoculturalism). A los diferentes se les dice: There, not equal. Se
les quiere lejos y no iguales. Los segregacionistas creen que excluirlos es
el mejor modo de coexistir con ellos. Es su modo de entender la «inclu-
sión»; pero simplemente basta recordar los conflictos y los perjuicios gene-
rados por un modelo como este, para concluir que la exclusión es incom-
patible con un mínimo grado de coexistencia social. Dejar las minorías
fuera -o la mayoría oprimida- es también ·llevar la guerra al interior del
grupo excluyente.

La asimilación

Es lo que trata de evitar el modelo de la asimilación.1 Está igualmente


orientado por la idea de que la cultura, aunque diversa, es una, y exige la
identificación de todas las identidades culturales particulares con esta
identidad cultural única y englobante.
Continuamos en el monoculturalismo, pero moderado (soft mono-
culturalism). En todo caso, es el modelo histórico predominante hasta
hoy y el más defendido por la teoría política, desde los clásicos griegos
hasta la irrupción, en el último cuarto del siglo xx, de las teorías del
multiculturalismo, 2 que lo ponen en entredicho. Los asimilacionistas
vienen a decir con respecto a los diferentes: Here, and equal. Este «aquí
e iguales» corresponde a los principios de inclusión e igualdad republi-
canas desarrolladas, por ejemplo, en las políticas de inmigración y «na-
turalización» (ciudadanía) de Francia y su creuzet (crisol), Rusia y la
«rusificación», o Estados Unidos y su melting pat.

1. Véase M. Cavendish, Encyclopedia oJ Multiculturalism, vol. I, pág. 216; S. Thernstrom


(ed .), Harvard Encyclopedia oJ American Ethnic Groups.
2. R. Park, E.W Burgess, Introduction to the Science of Sociology, pág. 735; R. Park, «Üur
Racial Frontier on the Pacifie>>, SHrvey Graphic, 56, 1926, págs. 192-196.
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Sin embargo, asimilar es lo mismo que «hacer similar» (assímílare, en


tín), lo que implica una aculturación o pérdida de identidad cultural
r parte de los asimilados, hechos «similares» a la cultura mayoritaria o
dominante. El propio meltíng pot, introducido a principios del siglo xx,
conservaba los rasgos esenciales de la americanization anterior, moldeada a
su vez sobre el patrón de la anglo-conformity o identificación cultural con
la mayoría blanca, angloparlante y de religión cristiana, un patrón toda-
vía no desaparecido en Norteamérica, en especial para el acceso al poder
político y económico. 3 Una interpretación extrema de semejante anglo-
conformidad fue la política australiana de Whites only, que declaraba n'o
asimilables a los inmigrantes sin marchamo europeo. 4
La asimilación no es un modelo que exprese la intolerancia o el des-
precio hacia las minorías. Está motivada sobre todo por el temor a perder
la unidad. nacional y la cohesión sociocultural en los límites de una co-
munidad política determinada. 5 Pero las convicciones y prejuicios mono-
culturalistas son los que prevalecen en esta manera de enfocar la inclusión
ciudadana, aunque se justifique con loas a la «amalgama», la «fusión» o el
«mestizaje» culturales, pues lo que se pide a fin de cuentas es la identifi-
cación con la cultura dominante.
Horace Kallen, filósofo norteamericano crítico con el uniformismo
del meltíng pot, propuso que la asimilación valiera para lo político y eco-

3. P. D. Salins, Assimilation, American Style; E Cordasco (ed.), Dictionnary of American Im-


migration History, pág. 23 ss. Ya la primera formulación histórica del melting pot rezuma asimila-
cionismo sobre el patrón cultural del grupo blanco y cristiano dominante: «¿Qué es, pues, el
americano, este hombre nuevo? Es tanto un europeo, o descendiente de un europeo, como esa
extraña mezcla de sangre que no se encontrará en ningún otro país. Puede tomarse el ejemplo
de una familia cuyo abuelo es un inglés, la abuela una holandesa, el hijo está casado con una
francesa, y cuyos cuatro nietos tienen esposas de diferentes países. Él es un americano que, ha-
biendo dejado tras él todos sus antiguos prejuicios y costumbres, los recibe ahora del nuevo gé-
nero de vida que ha elegido, del nuevo gobierno al que obedece y del nuevo rango que ha ad-
quirido. Se ha convertido en un americano por haber sido acogido en el ancho regazo de
nuestra gran alma mater. Aquí todos están fundidos (melted) en una nueva raza de hombres, cuya
labor y posteridad provocará algún día grandes cambios en el mundo.» (Michel-Guillaume Jean
de Creveca:ur, Letters Jrom an American Farmer, Londres 1782).
4. W Kymlicka, Ciudadanía multicultural, pág. 30 ss.
S. Véase Our American JiYáy of Life y otros textos oficiales del Servicio de Inmigración y
Naturalización de Estados Unidos.
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nómico, pero no para lo cultural y religioso, donde era partidario de la


«disimilación» o respeto a la diferencia. 6 Sin embargo, el asimilacionismo ·
norteamericano da por supuesto que siempre que hay asimilación tiene
que haber también aculturación en un aspecto u otro de la vida y cos-
tumbres privadas. La asimilación debe empezar por la cultura, de modo
que las minorías adopten el lenguaje, los valores económicos y la cultura
jurídico-política del grupo social dominante.
Una vez superado este tramo se espera el de la asimilación estructural,
que incluye dos momentos básicos: entrar en las asociaciones y comunida-
des del grupo hegemónico, para pasar después a la participación en sus ins-
tituciones públicas. Finalmente, la asimilación se haría perfecta con la en-
dogamia o entrada en los lazos de sangre, a través del matrimonio entre
individuos de los distintos grupos (intermarriage). 7 Esta es, en general, la in-
terpretación republicana de la inclusión de las identidades culturales en la
comunidad política, que es asumida hoy por el liberalismo norteamericano
y las políticas sociales de centro en los países de la Unión Europea. Incluso
es aquella que se desprende de las teorías que sobre la ciudadanía han desa-
rrollado autores tan influyentes como John Rawls y su «liberalismo políti-
co», y Jürgen Habermas, con la idea de un «patriotismo constitucional».

La agregación

El mayor inconveniente del modelo asimilacionista es que nos devuelve


a la segregación de las minorías, que tarde o temprano acaban cobrando
conciencia de su forzada aculturación. Es el fenómeno característico de
la «tercera generación» entre los ciudadanos de origen inmigrante: no
tardan en salir al desquite de la injusticia ejercida sobre ellos desde la ge-
neración de sus abuelos.
Por eso un modelo alternativo a la asimilación es la agregación. A los
diferentes se les quiere también aquí, entre nosotros, pero no confundí-

6. H . Kallen, artículos en The Nation (1915), reproducidos en Id., Culture and Democracy in
the United States.
7. G.A. Postiglione, Ethnicity and American Social 71zeory, pág. 13 ss.; WC. Fischer, et al.
Identity, Comnmnity and Pluralism in American Lije, pág. 204 ss.
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dos, sino separados (Here, but separate). La diversidad es reconocida no


sólo en el ámbito de lo privado, sino en la esfera de lo público. Vale para
el demos, pero a diferencia de la asimilación, en éste cuenta también el
ethnos. No hay que dejarse absorber por la cultura dominante. Cada una
vale como el resto. Los valores ya no son tanto políticos como culturales.
Más que el «individuo», la «ciudadanía» o la «igualdad», cuentan ahora la
«comunidad», la «identidad» y la «diversidad». La construcción de la so-
ciedad política se hace por mera adición o yuxtaposición de estas otras
realidades. La separación entre ellas no es vista como negativa. Es una se-
paración positiva, aunque hay que evitar caer, se piensa, en el extremo de
la segregación.
En realidad, y pese a compartir la creencia de que las diferencias cul-
turales son «divisivas», agregación y segregación se enfrentan como dos
extremos opuestos: al monoculturalismo radical de los segregacionistas se
opone el multiculturalismo extremo (strong multiculturalism) de los agre-
gacionistas. Éste último implica un diferencialismo liberal y multicultura-
lista, pero no impositivo. En otras palabras, no condena al gueto, sino
que hace que éste sea voluntario y deseado por los grupos y minorías se-
parados unos de otros. Cada uno con los «suyos» vive mejor que mezcla-
do en una amalgama común pero que se siente ajena. El fenómeno im-
plicado ya no es, pues, la aculturación, sino la «endoculturación». Cada
cultura, falta de contacto con el resto, tiene que evolucionar, así se cree,
por sí misma, si bien corre el riesgo de no poder hacerlo, por su aisla-
miento.
Pero a pesar de estas limitaciones el modelo de la agregación funcio-
na y ya es oficial en países como Nueva Zelanda, Australia y Canadá. En
este último, la Multiculturalism Act, con valor constitucional, se viene apli-
cando desde 1971 . En el documento se declara que la política del go-
bierno de Canadá es «reconocer y promover la comprensión de que el
multiculturalismo refleja la diversidad racial y cultural de la sociedad ca-
nadiense y reconoce la libertad de todos los miembros de la sociedad cana-
diense para preservar, realzar y.compartir su patrimonio cultural».
Así, en Montreal o Toronto, por ejemplo, se puede observar que la
diversidad etnocultural no sólo se preserva en la vida privada, sino en
muchos ámbitos públicos, como en la educación, la medicina, los serví-
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cios sociales y -lo que no se acepta en otros países pluriculturales- en los


modos de la representación y participación política. En Toronto más de
la mitad de la población es de origen inmigrante, pero a pt:;sar de este
patchwork no existe un conflicto entre comunidades ni un desentendi-
mi~nto de ellas hacia el conjunto de la sociedad, puesto que más del
ochenta por ciento de los habitantes de esa gran ciudad se han nacionali-
zado ya canadienses. El gobierno federal de este país, así como los de sus
provincias y ayuntamientos, resaltan en sus políticas el valor del mosaic
cultural canadiense y exaltan a la vez el significado unitivo de lo que se
ha dado en llamar Canadian experience. 8 Y está claro, mientras tanto, que
sin una sólida educación en los valores del mulüculturalismo la cohesión
nacional conseguida se hubiera hecho improsperable.
Ha contribuido a esta cohesión la tolerancia liberal de la mayoría
blanca y al mismo tiempo la comprensión, por parte de las minorías, de
que aun no siendo el liberalismo su cultura les sirve al menos para con-
servar y persistir en la suya. Desde fuera del liberalismo multiculturalista,
éste suele parecer una entelequia, en la teoría, si no un riesgo 'suicida de
descomposición social, en la práctica, 9 pero a juzgar por sus resultados, en
Canadá y otros países de la vieja Commonwealth, es una filosofía instrui-
da y bastante eficaz. En este sentido hay que destacar la aportación de te-
óricos como Charles Taylor y su defensa de la recognítíon, 10 Michael Wal-
zer (left liberalism), y posteriormente Joseph ~az (liberal multículturalism) y
Will Kymlicka (liberal culturalism).
No obstante, el modelo de la agregación, basado en la concepción
multiculturalista, muestra notables contradicciones con la finalidad de
una inclusión social democrática de las identidades culturales. Ya me he
referido antes a su riesgo de coincidir, en la práctica, con los efectos del
modelo segregacionista.

8. R . J. F. Day, Multiculturalism and the History ef Canadian Diversity, pág. 146 ss.
9. Véase a título de ejemplo: A. Schlesinger, The Disuniting ef America; A. Bloom, The
Closing of the American Mind. En la linea opuesta, de un liberalismo compatible con el multi-
culturalismo, vid., entre otros: W. Kymlicka, Liberalism, Community and Culture; J. Raz, «Mul-
ticulturalism: A Liberal Perspective», Dissent; N. Glazer, We Are Ali Multiculturalists Now.
10. Ch. Taylor, «The Politics ofRecognition», en A. Gutman (ed.), Multiculturalism and
the Politics ef Recognition.
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La agregación multiculturalista se sostiene en países de constante in-


migración y oportunidades de trabajo para todos sus habitantes. Pero
cuando faltan estas condiciones, o simplemente se atenúan, como ocurre
en Estados Unidos en relación con Canadá, sus posibilidades de éxito se
atenúan también y aparecen los defectos que lo alejan de la libertad y la
igualdad democráticas. 11 En una palabra, arroja las minorías al gueto y és-
tas pierden sus derechos, aunque ep teoría los posean. De la separación
positiva se retorna a la negativa, agravada casi siempre por la precariedad
económica, pero también, no debe olvidarse, por una falta de confianza
y aplicación en los valores y los programas educativos que fomenten el
- contacto e intercambio entre los diferentes grupos etnoculturales.
Las mediaciones son decisivas para las buenas relaciones intergrupales
y de cada grupo con el conjunto social. Desde luego las que provienen
de la econonúa, los servicios sociales y la política misma, con la facilita-
ción de la ciudadarúa para todos, son fundamentales en cuanto a esta ar-
morúa. Pero no lo son menos las mediaciones de tipo educativo y cultu-
ral en general. De otro modo, el racismo y la xenofobia, latentes de una
u otra manera en toda sociedad, se desatan ante el menor signo de alarma
social y los logros de la inclusión caen por tierra.
Véase la islamofobia dispara~a en muchos países occidentales tras los
atentados del 11 de septiembre de 2001 atribuidos a «fundamentalistas is-
lámicos». O, en otro ejemplo, la estrecha relación entre las desigualdades
económicas y la pertenencia etnocultural en países tan abiertos al multi-
culturalismo como el Reino Unido, Suecia y el propio Canadá.12
En éstos y otros lugares, el gran tabú consiste en hablar del racismo,
precisamente porque aún existe en ellos. Si el modelo de inclusión agre-
gacionista tuviera más en cuenta los nexos entre las culturas, y no sólo sus
diferencias, este déficit educativo, peligroso para la democracia, quizás no
existiría.

11. W Kymlicka, Ciudadanía multicultural, págs. 93-95; M. Walzer, et al. The Politics ofEth-
nidty, págs. 6-7, 10.
12. Véase M . Ornstein, Ethno-radal Inequality in the City of Toronto.
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La integración

Finalmente, la alternativa tanto a la agregación como a la asimilación es


la integración. Con ella no se dice «aquí, pero separados»; ni «aquí, e igua-
les» . Sino, en un punto equidistante: «Aquí, pero diferentes» (Here, but
dífferent).
La integración es el modelo propio de una inclusión social intercultu-
ral. La libertad está al servicio de la inclusión, pero la igualdad lo está
también al de la diferencia, que no es incompatible con ninguno de esos
dos valores democráticos esenciales. Así, el ethnos conjuga con el demos, y
vICeversa.
Lo mismo que ocurre con la agregación, en la integración -o inclu-
sión intercultural, en otras palabras- la diversidad es reconocida tanto en
el ámbito de lo privado como en el de lo público : cosa, esta última, que
no sucede con la asimilación. Pero ahora se pone énfasis en la inclusión,
lo unitivo, y no sólo en la diferencia. Ésta ya no es «separadora». Y al
igual que la agregación, este modelo se basa en el multiculturalismo, pero
de signo moderado (soft multiculturalism), no extremo. Respeta las dife-
rencias sin ser diferencialista. Es multiculturalista; pero apuesta a conti-
nuación por la interculturalidad, cosa que resulta extraña para los agrega-
cionistas.
Puesto qu e fomenta la inclusión y lo intercultural desde la diferencia,
esta insistencia en lo dialogal y unitivo hace, sin embargo, del modelo in-
tegracionista una vía de inserción social con un inevitable componente de
aculturación. Pues al mismo tiempo que, en contacto con el resto, todos
los grupos ganan nuevos rasgos culturales, también los pierden, especial-
mente cuando se trata de compartir la ciudadanía y los mínimos requisitos
morales -según decía en el capítulo anterior- que forman la identidad co-
mún actuante en favor de esta ciudadanía compartida. Aunque en realidad
este objetivo básico no comporta siempre renunciar a aspectos de la pro-
.¡ pia identidad cultural, es facil que produzca en determinadas culturas e in-
'
dividuos esta impresión de renuncia o por lo menos de alteración insólita
y cargante de lo que se tenía por costumbre hacer y creer.
En cualquier caso, la aculturación inevitable en este modelo de inclu-
sión social no puede menos que ser libre y recíproca entre todos los gru-

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MODELOS DE INCLUSIÓN D EMOCRÁTICA

pos sociales y de éstos con la sociedad que los incluye y ayuda a articular
entre sí. La diferencia con la aculturación propia del modelo asimilacio-
nista es que ya no es forzada. Y la diferencia con el modelo agregacionis-
ta y sus principios de tolerancia liberal es que ahora los grupos culturales
no son sólo «reconocidos» y «protegidos», sino respetados, en tanto que la
integración es el resultado de una tarea voluntaria y común en que todos
precisan ser protagonistas.
Las minorías no deben ser sujetos pasivos de la política, ni siquiera en
nombre de la tolerancia y el favor público. Si el «otro» es sólo objeto del
reconocimiento de la mayoría, en realidad no se respeta al otro. No se
cree en él como sujeto. Sería coñtradictorio, entonces, invocar en su fa-
vor la libertad o el beneficio público. Hay que insistir siempre, en conse-
cuencia, en el carácter democrático y pluralista de la integración como
vía de inclusión social. La integración es democrática, o de lo contrario
estaremos de nuevo, en los más de los casos, en alguna forma solapada de
asirnilacionismo.

Integración no es adaptación

La integración no ha de representar homogeneización ni tipo alguno de


exclusión que de ella se derive. Ha de ser compatible con el pluralismo y
no contradecir los principios democráticos que excluyen el trato discri-
minatorio con cualquier grupo social.
Es discriminatorio y bien poco democrático decir, como oímos tan a
menudo, que los musulmanes no se «integran» porque «el Islam no es de-
mocrático». Incluso, para confirmarlo, se pone el ejemplo de Arabia Sau-
dí y otros regímenes autocráticos que le interesa al propio Occidente
«democrático» mantener en este estado.
Ocurre en algunos países que para evitar la fractura social se procede
a una asimilación rápida y expeditiva de sus minorías culturales o nacio-
nales. 13 Se espera de los inmigrantes recién llegados que en pocos meses
se comporten como lo hacen aquellos otros que son hijos o nietos de in-

13. G. Myrdal, A n A merican Dilemma, vol. 2, pág. 929.


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migrantes y se han «adaptado» al país. Pero eso se traduce con los años en
nuevas formas de exclusión social. La integración es el modelo alternati-
vo para impedirlas, aunque hay que evitar también su aplicación en tér-
minos otra vez asimilacionistas, como se hace en algunos lugares con la
excusa de una sociedad «cohesionada» o «integrada». 14 La retórica domi-
nante de la «integración», especialmente en Europa, es aún altamente asi-
milacionista. La mayoría democrática impone vías de inclusión no siempre
democráticas a las minorías. Una integración discriminatoria es inefectiva
y carece de sentido. No pasa de ser una asimilación «estructural», pero sin
logros de estructura o articulación social, a fin de cuentas. Nunca, pues,
sé insiste demasiado al recordar que la integración en la ciudadanía co-
mún debe ser una integración democrática.
De este modo tampoco se puede pensar que la integración sea una
especie de «contrato.» entre las partes protagonistas. 15 Que la ciudadanía
. compartida, y la identidad común que presupone, impliquen el desarro-
llo de ciertos principios contractuales, como se vio en el capítulo ante-
rior, no tiene por qué hacer pensar que la integración democrática sea
por entero una relación contractual.
Entre el grupo social dominante y el resto no puede haber siempre
contrato o transacción. Es así, de hecho, y cuando existe de derecho es
algo más bien artificial. Una vez reunidos los requisitos básicos del reco-
nocimiento legal y el respeto social de la diversidad cultural, la integra-
ción de los grupos etnoculturales y nacionales al conjunto social consiste
mucho más en una renegociación continua que en la aplicación de u11
contrato por el que se «gana» tanto como se «pierde» o cede en favor de
este conjunto social.
En otras palabras, no hay que esperar a que cada grupo, cada indivi-
duo «den» de su parte, para que la sociedad o el resto de grupos e indivi-
duos les «devuelvan» conforme a lo aportado. Cada uno ya «da» a la so-
ciedad lo que aporta espontáneamente con su trabajo, el respeto a la ley,
sus impuestos, y su identidad cultural en contacto con el resto. Es abusi-
vo exigir que éstas y otras aportaciones se den como «contrapartida» con-

'~ 14. N. Glazer, Beyond the Melting Pot.


15. W Kymlicka, Finding our Wtiy, pág. 58.
t

!
.MODELOS DE INCLUSIÓN DEMOCRÁTICA

tractual al hecho de permitir la presencia de alguien en la colectividad y


reconocerle sus derechos. Exigirle que sea más cumplidor de la ley que
nosotros, o más flexible con su cultura que nosotros con la nuestra, es
una forma de discriminación y desde luego no es un contrato.
Cuando hablamos de un pacto o transacción con los grupos minori-
tarios o marginados por su identidad cultural hemos de referirnos siem-
pre al pacto cívico-moral por una sociedad de cultura compartida, requi-
sito indispensable para el reconocimiento y la protección, entre todos, de
la diversidad cultural. Extender este pacto al resto de niveles de la inclu-
sión social es ya, de entrada, romper con la reciprocidad necesaria a todo
pacto y faltar, así, a la idea misma de contrato. Si algún grupo tiene que
«dan>o «ceden>más que el resto, éste, en cualquier caso, tiene que ser el
mayoritario o dominante, por tener el poder y los recursos para dirigir
las políticas de inclusión. No se puede hacer como hacen muchos con
los inmigrantes musulmanes, por poner un ejemplo: que cambien de la
noche a la mañana sus costumbres «atrasadas». Pero cada pueblo necesita
su tiempo para evolucionar, incluido el nuestro. No les exijamos a otros
lo que nosotros mismos no estuvimos en condiciones de dar.
La integración democrática sólo se sostiene por el interés comparti-
do hacia una .cultura común no preexistente y consolidada, sino en con-
tinua construcción. No se limita a un contrato. Requiere pactos, nego-
ciaciones permanentes y, en la base de todo ello, el compromiso con
unos mínimos principios éticos interculturales. No puede ser, por tanto,
una integración unilateral, en que sólo un grupo, sea el ·mayoritario o el
minoritario, realiza el esfuerzo integrador. Debe ser, en cambio, bilate-
ral, en términos que exceden el do ut des o trueque simultáneo de bienes,
derechos, deberes y actitudes. Un contrato sólo necesita una cultura de
lo privado; la inclusión social necesita, además, y sobre todo, una cultu-
ra de lo público. Sin ésta puede haber tolerancia, pero no respeto; mu-
tualismo interesado, pero no reciprocidad; libertad para actuar, pero no
participación.
Sin un horizonte de cultura pública compartida la inclusión social se
hace a ciegas, improvisadamente bajo la presión de la conveniencia o del
temor, y al final se muestra insostenible. La integración democrática es
una tarea por parte de todos los grupos sociales. Ninguno, ni siquiera el
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que parece más apegado a su identidad, será el mismo de antes, y la so-


ciedad, en su conjunto, también deberá haber cambiado.
En esta tarea compartida juegan un papel esencial, además de los de-
rechos civiles y políticos, las oportunidades laborales, el uso de una len-
gua vehicular común, el acceso a la vivienda y la sanidad, el derecho a la
educación, y la celebración de todos aquellos «rituales de civismo» -por
ejemplo a través del deporte, la fiesta, el voluntariado social, y las múlti-
ples ocasiones del activismo solidario- que facilitan el contacto intercul-
tural y estimulan la sensibilidad para actuar con nuestros vecinos. 16 Ser
compatriotas, conciudadanos, pasa antes por ser vecinos y actuar como
tales. Difícilmente seremos lo primero si no sabemos antes quién es nues-
tro prójimo.
La integración, por lo dicho hasta aquí, se· hace a través de distintos
niveles que se apoyan unos a otros. Si falla uno, el resto también, y todos
deben ser niveles compatibles con la pluralidad cultural y el respeto de-
mocrático a las minorías o grupos dominados .
Integrarse no es «adaptarse» a' una cultura determinada ni «identifi-
carse» con sus creencias y costumbres. Es integrarse a una sociedad que
no está nunca acabada y se hace, es lo que es, con la interacción de to-
das sus partes.

16. C. A. Rimmerman, The New Citizenship; R . Baubock, Transnational citizenship.

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