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San Pablo nos dice, “Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia de los
que duermen” (1 Cor 15, 20). Es decir que el hecho de la resurrección de Cristo
no es algo cerrado en sí mismo, sino que ha de extenderse a nosotros los
cristianos. La resurrección de Cristo es también la causa de nuestra resurrección
futura: “porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un
hombre viene la resurrección de los muertos” (1 Cor 15, 21). Por el nacimiento
bautismal de la Iglesia y del Espíritu Santo resucitamos sacramentalmente en
Cristo resucitado. La resurrección de los que son de Cristo debe considerarse
como la culminación del misterio ya comenzado en el bautismo, siendo la
comunión suprema y perfecta con Cristo y con los hermanos y también como el
más alto objeto de esperanza.
Tendremos que decir que en los Símbolos existen fórmulas dogmáticas llenas de
realismo con respecto al cuerpo de la resurrección. La resurrección se hará en
esta carne, en que ahora vivimos, es decir, es el mismo cuerpo el que ahora vive
y el que resucitará. San Ireneo admite la “transfiguración” de la carne, «porque
siendo mortal y corruptible, se hace inmortal e incorruptible» en la resurrección
final; pero tal resurrección se hará “en los mismos (cuerpos) en que habían
muerto: porque de no ser en los mismos, tampoco resucitaron los que habían
muerto”. Por tanto hay identidad corporal como identidad personal.
La palabra nos invita a contemplar con alegría cómo al final de los tiempos Dios
hace nuevas todas las cosas. De la misma manera, resucitados en Cristo Jesus
hablamos de un Cielo nuevo y tierra nueva, la nueva Jerusalén. Como una
restauración de todas las cosas en Cristo. Por tanto el mundo ha de ser
transformado para participar de la salvación. Es decir, este mundo no se
acabará, se transformará como dice bellamente un prefacio del misal. La unidad
entre creación y redención. Cuando se describe la ciudad: “Está descrita por
medio de 12 piedras preciosas” (Ap 21,18-20). Se podrá suponer que la
ingeniería con que está levantada es de lo más perfecta. Todas las dimensiones
parecen escritas como para descrestar. Incluso se afirma que ya no habrá
templo ni mediación alguna. Las mediaciones para construir un pueblo no
existen (sacrificios, templo, clero, rey, policía, leyes, etc.). Dios está en todo y
todo en él.
El último capítulo del Apocalipsis comienza con esta bella imagen: “Me mostró
entonces el ángel un río de agua que da vida, transparente como el cristal, que
salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la plaza de la ciudad, a uno y
otro lado del río, había un árbol de vida que daba doce cosechas, una cada mes,
cuyas hojas servían de medicina a las naciones” (Ap 22,1-2). Hay que luchar por
un mundo de acuerdo con los ideales del Reino proclamado por Jesús.
ESCATOLOGIA
Profesor: Pbro. Manuel Mora