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Seminario Mayor San Pablo Apóstol

Universidad Santa Rosa de Lima


Curso: IV de Configuración
Materia: Escatología

Profesor: Pbro. José Ramírez Estudiante: Héctor Arce

Resumen del documento “Algunas Cuestiones Actuales de Escatología”


de la Comisión Teológica Internacional

En el año 1990 la comisión teológica internacional, organismo al servicio del


magisterio por medio de la reflexión teológica, publicó un documento cuyo tema a tratar
eran diversas cuestiones actuales sobre la escatología. El documento en cuestión posee una
introducción de tres numerales, un cuerpo titulado “La esperanza cristiana de la
resurrección”, a su vez subdividido en 11 secciones, y por último cierra con una conclusión
de tres párrafos citando un texto tomado de las praenotadas del ordo exsequiarum. Ahora
procederemos a exponer el documento sucintamente.
Comienza el documento recordando la piedra fundacional de la fe en el
acontecimiento Cristo y en el misterio de su resurrección (cf. 1 Cor 15, 14), enlazándola
con la esperanza de la propia resurrección del cristiano (cf. 1 Cor 15, 12). Partiendo de este
dato básico se extiende planteando las dificultades que el mundo actual confronta a esta
esperanza y marca el cometido de todo lo que se abordará en el cuerpo del documento, es
decir: “convendrá tener más constantemente presentes las verdades de la fe católica sobre
la propia suerte futura. Intentaremos reunirlas en una síntesis, subrayando, sobre todo,
aquellos aspectos de ellas que pueden dar directamente una respuesta a las ansiedades
actuales.”
El primer apartado del desarrollo del documento comienza por ampliar la
perspectiva fundamental que habíamos hallado en la introducción, a saber, el dato
fundamental de fe en la resurrección de Cristo y su íntima relación con nuestra futura
resurrección, fundamento de nuestra esperanza, para ello expone el testimonio unánime de
los escritores eclesiásticos antiguos y revindica la “corporalidad” de la resurrección frente a
una mentalidad espiritualista de la misma, presente ya en los primeros siglos del
cristianismo y revitalizada hoy por nuevas corrientes de pensamiento. Enlaza con esta
exposición el apartado segundo, “La parusía de Cristo, nuestra resurrección”, donde queda
claro no solo que nuestra futura resurrección encuentra su justificación en la de Cristo, sino
que hay una verdadera separación temporal entre la muerte individual de cada cristiano y la
parousia (segunda venida), aprovecha aquí el escrito para prevenir en contra de las
corrientes teológicas de la “resurrección en la muerte” que argumentan (se dice que contra
el platonismo) que la resurrección sería inmediatamente después de la muerte al no haber
dimensión temporal luego del deceso.
Ante la negativa a las mencionadas teologías se plantea la pregunta recogida a
continuación por el manuscrito “¿en qué estado se encontraban entre tanto tales difuntos?”,
ya hecha por los primeros cristianos y que encontró un primer estadio de respuesta en la ya
antigua tradición del pueblo de Israel que contemplaba la pervivencia del hombre más allá
de la muerte en un estado llamado Sheol. Ya en el N.T la idea que prima a este respecto es
el de “comunión con Cristo”, de tal manera que después de la muerte el discípulo entra ya
en comunión con su maestro, por lo tanto se rechaza categóricamente que “Pablo ha tenido
una evolución, por la que habría pasado de la fe en la resurrección a la esperanza de
inmortalidad. Ambas cosas coexisten en él desde el principio.” Continuando con esta
reflexión el apartado “La realidad de la resurrección en el contexto teológico actual” nos
da cuenta de la génesis de la idea de “resurrección en la muerte” colocando como “bíblica”
la postura de la resurrección y como “contaminación pagana” una futura adición de la
esperanza en la inmortalidad del alma, ante esto el documento deja bien claro desde varias
perspectivas que ambas concepciones son igualmente bíblicas y constituyen una única
revelación.
El escrito continúa con el título “El hombre llamado a la resurrección” donde
ahonda en la especificidad de la antropología cristiana frente a su equiparación con el
platonismo, en este sentido se describe como “dualidad” en contraste con el “dualismo”
platónico, ofrece por tanto la base antropológica del desarrollo de la doctrina cristiana sobre
la resurrección y la inmortalidad del alma o estado intermedio. La siguiente sección “La
muerte cristiana” desarrolla la consecuencia lógica de la antropología cristiana expuesta
anteriormente de tal manera que explora la muerte desde una mirada de fe, sin renegar de la
natural repulsa hacia ella nos recuerda la larga tradición mística que ve superado este
sufrimiento por la comunión postmortal con Dios, así como que el sufrimiento del cristiano
por la pérdida de los seres queridos es muy distinta de las de aquellos que sufren sin
esperanza, por último da una somera perspectiva sobre la cremación. En el séptimo
apartado titulado “«El consorcio vital» de todos los miembros de la Iglesia en Cristo” se
resalta el antiguo artículo de fe conocido como comunión de los santos, se explica la
diferencia entre invocación y evocación (propia de la magia y el espiritismo) y exhorta
conforme a la tradición de la Iglesia a orar por los fieles difuntos en estado purgante.
Conectando con la idea inmediatamente precedente el octavo subtitulo
“Purificación del alma para el encuentro con Cristo glorioso” nos habla más
detenidamente del dogma de fe del purgatorio, de la necesidad de la purificación antes del
encuentro con Dios y de la necesidad de la oración por los difuntos así como una correcta
separación entre las concepciones del infierno y purgatorio. En “Irrepetibilidad y unicidad
de la vida humana. Los problemas de la reencarnación” el documento rechaza
categóricamente la doctrina de la reencarnación como completamente ajena y contraria al
cristianismo, dicha doctrina negaría (por sus propios postulados), el infierno, la
resurrección y la redención por Cristo siendo por ende irreconciliable con la Revelación. A
continuación en “La grandeza del designio divino y la seriedad de la vida humana” se
resalta la alta dignidad del hombre especialmente luego de la redención de la que se sigue la
importancia de su “única vida”, de esta suma importancia se desprende la ocasión de
recordar la doctrina siempre perenne del infierno, de su realidad conforme a la libertad del
hombre. Por último el documento nos presenta el apartado “La ley de la oración-la ley de
la fe” por el cual, siguiendo la antigua ley de que aquello que es orado por la Iglesia es el
mismo contenido de su fe, desglosa la doctrina ya expuesta sobre las realidades últimas
encontrada no en un discurso teológico sino en la oración litúrgica de la Iglesia.
El documento concluye con una breve conclusión donde hace eco del Ordo
Exsequiorum, específicamente la praenotanda número uno:
«La Iglesia en las exequias de sus hijos celebra confiadamente el
misterio pascual de Cristo, para que los que por el bautismo se han hecho
miembros del mismo cuerpo de Cristo muerto y resucitado, con él pasen por
la muerte a la vida, en cuanto al alma para purificarse y ser asumidos en el
cielo con los santos y elegidos, en cuanto al cuerpo aguardando la
bienaventurada esperanza de la venida de Cristo y la resurrección de los
muertos. Por ello, la Iglesia ofrece por los difuntos el sacrificio eucarístico
de la Pascua de Cristo y dirige plegarias y sufragios por ellos para que,
comunicando entre sí todos los miembros de Cristo, a los unos consigan
auxilio espiritual y a los otros ofrezcan el consuelo de la esperanza».

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