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FILOSOFÍA POLÍTICA –

Maestría en Filosofía

Docente: Daniel Busdygan

Clase 1:

¿Qué es eso que llamamos filosofía política? Funciones y distinciones

Estimad@s!

Les doy la bienvenida a nuestro curso de Filosofía política. A través de los siguientes encuentros
semanales vamos a ir atravesando una serie de teorías filosófico-políticas que nos permitirán
vislumbrar algunas de las principales categorías, conceptos y problemas propios de esta
disciplina filosófica. En este encuentro inicial encontrarán nuestro “Plan de Trabajo” donde se
expone una secuencia de temas y lecturas por las que vamos a ir transitando semana a semana.
Asimismo, en dicho documento también están pautados los tiempos en los que se deberán
entregar los dos trabajos prácticos obligatorios del curso, los cuales deben estar aprobados para
la entrega del trabajo final. Además, de eso especifico de modo detenido las condiciones de
trabajo de nuestro curso en el documento titulado “condiciones del curso”. Sin más
prolegómenos, vamos a comenzar con el tratamiento de los temas-problemas que nos convocan
para esta primera clase.

LECTURA OBLIGATORIA
PASSERIN DÉNTREVÉS (1986), “Filosofía de la política”, en BOBBIO, N. y MATTEUCCI, N., Diccionario
de política, Siglo XXI Editores, México, pp. 648-675.
BERLIN, I. (2003) “¿Existe aún la teoría política?”, Conceptos y categorías. Ensayos filosóficos, FCE
Buenos Aires, pp. 237-280.

El primer problema al que debemos enfrentarnos en nuestro curso es el de establecer una


definición de la filosofía política. Comencemos entonces por situar esa cuestión. La definición de
la naturaleza de la filosofía in toto es un clásico problema de la filosofía. Cuando la filosofía
debe definirse a sí misma aparece el problema de si es posible alguna definición última que capte
la naturaleza polimorfa de este saber crítico, abierto e histórica y culturalmente situado.
Tomemos dos definiciones dadas por filósofos contemporáneos que pueden sernos útiles para
delimitar el significado de la filosofía primero y de la teoría política después. Simon Blackburn
sostiene que:

“La palabra “filosofía” trae consigo connotaciones desafortunadas:


improductiva, etérea, rebuscada. Sospecho que todos los filósofos y
estudiantes de filosofía compartimos aquel momento de
embarazoso silencio que se produce cuando alguien nos pregunta
inocentemente que es lo que hacemos. Yo prefiero presentarme
como un ingeniero de conceptos. El filósofo estudia la estructura
del pensamiento del mismo modo en que el ingeniero estudia la estructura de los objetos
materiales. Comprender una estructura significa identificar como funcionan sus partes y como se
relacionan entre sí. También implica saber que sucedería, para mejor o para peor, en caso de que
se introdujeran cambios. Este es también nuestro objetivo cuando investigamos las estructuras
que configuran nuestra visión del mundo. Nuestros conceptos o ideas constituyen el edificio
mental en el que vivimos. Puede que nos sintamos orgullosos de las estructuras que hemos
construido, o bien podemos convencernos de que debemos desmantelarlas y empezar otra vez
desde los cimientos. Pero antes que nada debemos saber en qué consisten” (Blackburn, 1999)

La filosofía supone una actitud abierta a la libertad de pensar por nosotros mismos los problemas
y a ponerlos bajo la lupa de la razón. Es así que la filosofía desconoce textos, autores o hechos
sagrados. Esta actividad cognitiva se define por la búsqueda de clarificar las opiniones, las
creencias, valores, tipo de preguntas o los supuestos sobre los que asentamos gran parte de las
convicciones y los conocimientos que poseemos. La filosofía pone en entredicho la trama de
sentidos heredados, la validez de creencias y opiniones, y hasta la legitimidad de nuestras
instituciones políticas. En esa acción crítica, la filosofía está siempre exigida a presentar las
credenciales de la lógica que utiliza dando razonamientos y argumentos claros para sostener sus
posturas. Siguiendo la definición de Isaiah, la filosofía no es en ningún caso un estudio empírico
como tampoco un caso de estudio formal:

“Su materia de estudio la constituyen, en gran medida, no las


cosas de la experiencia, sino los modos como se las ve, las
categorías permanentes o semipermanentes en términos de las
cuales se concibe y clasifica a la experiencia. (…) La tarea de
filosofía, difícil y penosa a menudo, consiste en desenterrar , en
sacar a la luz las categorías y los modelos ocultos en función de
los cuales piensan los seres humanos (esto es, el uso que hacen
de palabras, imágenes y otros símbolos), para poner de
manifiesto lo que de oscuro o contradictorio haya en ellos; para discernir los conflictos que los
oponen entre sí e impiden la construcción de maneras más convenientes de organizar , describir y
explicar la experiencia (ya que toda descripción, lo mismo que toda explicación, encierra algún
modelo en términos del cual se llevan a cabo la descripción, lo mismo que toda explicación,
encierra algún modelo en términos del cual se llevan a cabo la descripción y la explicación); y
luego, en un nivel más alto, consiste en examinar la naturaleza de su propia actividad
(epistemológica, lógica filosófica, análisis lingüístico) y sacar a la luz los modelos ocultos que
actúan en esta actividad de segundo orden, filosófica. (2003, 39-41)

Dentro de esta perspectiva en la cual la filosofía se muestra como un pensamiento crítico


necesario e insustituible, nos acercamos a delimitar los contornos de la filosofía política dentro
de los terruños filosóficos. La filosofía o la teoría política es filosofía de la política, filosofía con
una materia específica: las cuestiones que se abren en torno al poder del Estado. El término
“política” debe entenderse como aquello que concierne a la polis (ciudad-estado), lo que está en
relación al Estado, en tal sentido, tanto la opinión política, la ciencia política como la teoría
política se relacionan con esa materia pero desde lugares muy diferentes.
La filosofía política
“historiza lo que se ha naturalizado, (…) dibuja el ideograma de las ideologías, que, aunque
atiende a los sobreentendidos, se desentiende en un punto de ellos: opina, en fin, sobre todo lo
que para la opinión pública no es materia opinable. Tiene de filosófica, asimismo, que sus razones
son justificatorias, no explicativas; que construye (o deconstruye, o ambas cosas) el universo de
significaciones (y sinsentidos) que demarcan el horizonte de inteligibilidad del mundo político;
que lo primero, en su consideración, son las “consideraciones últimas” (los meta-principios de los
principios); que teoriza sobre la base empírica de las teorías fácticas (sobre la noción de
“experiencia” misma), mide su conmensurabilidad y muestra su lógica (o su alogicidad)
demostrativa: en definitiva, que se apropia de lo que la cientificidad de la ciencia política torna
inapropiable. Y, finalmente, tiene de filosófica que su tempo no es el de la Historia Política –que
su hora es contemporánea, tanto como extemporánea–, ni sus ideaciones, las de la Historia de las
Ideas Políticas –que señala cruces problemáticos donde ésta sólo marca continuidades y rupturas–
(Amor, 2004, 9)”

La dimensión política está definida por aquellas acciones que tienen al Estado tanto por
sujeto como por objeto. Para la filosofía política el Estado es tema de estudio, por un lado, en su
carácter de sujeto de la acción política de prohibir, permitir, ejercer la fuerza, redistribuir
recursos, habilitar u obturar espacios institucionales de resoluciones políticas, entre otros; y por
otro lado, en carácter de objeto de la acción política de movimientos, grupos o partidos que
buscan transformar, reproducir o sostener una forma determinada de Estado o una forma de su
poder.
No podemos ser impasibles ante el poder político pues este se ejerce por un gobierno
determinado que nos requiere ciertas formas de obediencia a su plexo jurídico, nos clasifica
como ciudadanos o no ciudadanos, interviene en la forma en la que comprendemos nuestras
libertades, define nuestros derechos, se entromete tanto con nuestro patrimonio como con la
educación o la salud de nuestros hijos, entre muchas otras cosas más. Vivimos en una atmosfera
en la cual la actividad política siempre nos atraviesa, afecta, comprehende de una u otra manera.
Aristóteles sostenía como una de las características definitorias de lo humano su ser político: el
hombre es un animal político. El zoón politikón aristotélico sostiene que solo los dioses o las
bestias viven por fuera de la dimensión política.
La filosofía política se vincula con temas centrales que atraviesan de alguna forma
nuestra vida cotidiana: la obediencia, la legitimidad, la distribución de recursos, el balance entre
libertad e igualdad, entre otros asuntos. La filosofía política, entre idealidad y plausibilidad, se
ocupa de presentar aspectos que modelizan cómo puede y debe ser el mundo social para orientar
decisiones, arreglos y diseños institucionales que permitan introducir algún tipo de cambio
tendiente a mejorar o salirse del statu quo. Por ello, esta disciplina constituye una propuesta
normativa. Las teorías normativas se definen por cierta idealidad donde se busca un
distanciamiento del mundo social tal como es para avanzar en planteos que diluciden los aspectos
centrales que permitan visualizar como debe ser. Si realizamos la distinción entre el enfoque
normativo y el descriptivo, vemos que este último opera en un sentido muy diferente al primero
al momento de analizar formas concretas en las que se dan sucesos o acontecimientos y cómo se
llega a las definiciones.

El tratamiento de ambos planos, descriptivo y normativo, no deberían confundirse al


momento que se entrecruzan. Si bien pueden ser complementarios en una teoría normativa
razonable, uno y otro tocan planos distintos aunque conexos. Por ejemplo, una cosa es sostener
que “el 50% de la riqueza mundial está en manos del 1% de la población” y otra muy diferente
es sostener que “es injusto que exista una distribución tan desigual de la riqueza”. A la primera
proposición se le aplica valor de verdad- i.e., es verdadera o falsa- y corresponde al sociólogo o
al cientista político determinarlo. Para la segunda sentencia precisamos hacernos de una teoría de
la justicia a partir de la cual podamos justificar si es correcto o incorrecto, justo o injusto
tamaños niveles de desigualdad.

A partir de tal distinción, debemos advertir que si bien la perspectiva normativa se vale de
una gran suma de aspectos empíricos para no volverse la construcción de castillos en el aire, no
está subsumida a ellos. En un sentido opuesto, los enfoques descriptivos suelen ser utilizados
para definir aspectos normativos. Falacia naturalista mediante,1 a partir de las descripciones
analíticas de lo que socialmente se da de hecho se suele definir lo que puede darse o no en
terreno de lo que debe ser. Véase, la descripción hiperrealista de los eventos sociales no es a
partir de la cual se fijarán metas, deberes y obligaciones ni la que debe culminar por guiarnos en
los caminos de la política real.

1
La llamada falacia naturalista es aquella en la que se pasa sin más e injustificadamente del ámbito del ser al del
deber ser.
Es importante diferenciar a la teoría política de la ciencia política, la cual se vincula con
la dimensión política desde una perspectiva descriptiva y explicativa. La filosofía política en
cambio se ocupa de la validez justificatoria de la legitimidad. Si al cientísta político le interesa
saber por qué los ciudadanos no han respondido satisfactoriamente a un requerimiento x del
Estado, y para ello propone hipótesis y datos que permitan abonar dicha tesis, al teórico político
le preocupa si tal requerimiento estaba debidamente justificado y si los ciudadanos están
moralmente obligados a obedecerlo. De tal modo, el filósofo político pone el ojo y su crítica en
un punto ciego a las demás ciencias que se vinculan con la sociedad política: examina
críticamente qué concepto de legitimidad existen, cómo se los justifica, si lo que se ordena está
debidamente ordenado, si el diseño institucional es adecuado y está debidamente justificado, etc.
Desde este interés por la legitimidad del poder político, la historia política constituye un
interesante y vasto universo de ejemplos en los cuales se han dado modelos que deben ser
examinados. Dicho examen nunca es historia política si se hace desde la filosofía política porque
el pasado puede revelarnos interesantes aspectos sobre las condiciones y los diseños
institucionales que nos afectan en el presente. Así, la historia puede ser una fuente muy rica para
avanzar en la elucidación del significado de conceptos básicos propios de la dimensión política.
Al respecto de qué puede aportar una filosofía política a la sociedad hay una buena advertencia
de George Sabine “No cabe suponer que ninguna filosofía política del momento actual pueda
separarse, en mayor medida que las del pasado, de las relaciones en que se encuentra con los
problemas, las valoraciones, los hábitos e incluso los prejuicios de su época” (1992, 11). Cuando
hacemos filosofía política, entendemos que la misma puede hacer un sinfín de aportes a la
sociedad de su tiempo. No obstante, no hay en espacio en el que esta disciplina y mucho menos
alguna teoría filosófico política en particular deba ser entendida como infalible y que aporte el
capítulo final sobre cómo ha de estar ordenada la sociedad perfecta y cuál es la idea de bien que
debe perseguir.

Siguiendo a John Rawls (2004), cuatro son los papeles que puede cumplir la filosofía
política. Y agreguemos, son esos cuatro papeles los que la vuelven una labor significativa y no
una gimnasia intelectual ejecutada por una elite de académicos que mal usan tiempos y recursos
propios y ajenos.
La filosofía política debe servir a la comunidad política en la que se desenvuelve (ancilla
civitatem), proveyéndola de herramientas conceptuales que impacten positivamente en las
formas en las que los ciudadanos se vinculan con las principales instituciones políticas de su
sociedad, las maneras en las que construyen la legitimidad de los principios políticos que rigen el
ordenamiento político y la búsqueda de resoluciones que hacen sobre aquellos problemas en los
que persiste algún hondo conflicto.

Hacer filosofía política es acercarse a un tipo de actividad teórico práctica que, ante los
conflictos políticos más graves, nos permitiría dilucidar alguna base subyacente de acuerdo
filosófico, moral o político. Aportar este tipo de mirada en particular es el primer papel de quien
hace filosofía política. En la realpolitik, en el espacio de la coyuntura política diaria, aquel que
hace filosofía política normativa es quien no se deja guiar por las apariencias y puede hacer un
esfuerzo por vislumbrar y presentar otros elementos fundamentales que se están jugando en
alguna disputa profunda de su tiempo.

Las investigaciones que pueden trazarse en el ámbito normativo, pueden interpretarse de


diversos modos para volcarse al ámbito práctico. Es así como las reflexiones de la filosofía
política contribuyeron en distintos momentos, y buscan hacerlo en el presente, a la comprensión
de la sociedad en la que se encuentran ellas mismas situadas. De esto ha dado sobradas muestras
la historia de la filosofía política con una serie de grandes obras y pensadores. Hechos que
causaron hondos conflictos son los que dieron origen a grandes obras de la teoría política en las
cuales se ha buscado canalizar y dar respuestas a esos acontecimientos. Como hechos podemos
enumerar las guerras de religión del siglo XVI que dieron lugar a la Reforma religiosa en el siglo
XVII, la guerra civil inglesa y la institución de la esclavitud, a partir de ellos se han forjado
valiosas cavilaciones filosóficas sobre la tolerancia como las de John Locke (1666) o
Montesquieu (1748), sobre la autoridad y el orden en la propuesta por Thomas Hobbes (1652) y
Locke otra vez aquí (1689), y sobre el binomio igualdad-libertad planteadas por tanto por
Federalistas y antifederalistas (1787) como por Mary Wollstonecraft (1790). Más acá, en nuestro
país, la filosofía política también contribuyó a canalizar hondas heridas o a esclarecer las tramas
que se hallan de detrás de complejos escenarios sociales y políticos. Han dado muestra de esto
dos perspectivas muy distintas y distantes de gran influencia internacional, por un lado, Carlos
Nino y su Ética y Derechos Humanos: un ensayo de fundamentación (1984) o Juicio al mal
absoluto (1990), entre otros, y por otro lado, Ernesto Laclau con La razón populista (2002).
La filosofía política es parte de la cultura pública y política de una sociedad y su rol está
íntimamente atado al compromiso de contribuir en algún aspecto sobre la misma. Más allá de
aquellos acontecimientos y aportes históricos, existe todavía una larga serie de discusiones a
partir de las cuales se abren profundos conflictos en la sociedad del presente. Y es allí donde la
filosofía política tiene un rol claro y distinto: proponer instrumentos conceptuales que permitan
transitarlos hasta su mejor salida o para señalarnos su carácter aporético. Si por caso en alguna
disputa no existiera una base moral sobre la cual trazar algún eventual acuerdo, aún así la
filosofía política podría realizar su aporte. El mismo consistiría en limitar el rango de la
divergencia señalando los puntos de incomensurabilidad o el rango de traducibilidad del que
disponemos para avanzar en el diálogo.

Ejemplos de desacuerdos profundos que ciñen nuestros tiempos son aquellos que se abren
con relación a la ponderación entre igualdad y libertad y cómo ordenar las demandas entre ambas
en la organización de las instituciones políticas; qué idea de libertad (negativa, positiva o
republicana) debe servir para organizar las principales instituciones políticas; de qué modo se
justifican los modos de ordenación o jerarquización que se escojan.

El segundo rol que desempeña la filosofía política es el de proveer cierta orientación en


relación con los propósitos que persigue una sociedad política y cuáles son las maneras de
alcanzarlos. De allí que la filosofía política proveería del “marco” dentro del cual se proponen
diversos instrumentos teóricos que permitan, en la práctica, poner en articulación los distintos
bienes que se persiguen. Como un director musical sin partitura, debería buscar el modo en el
que pueden coordinarse en algún espacio unificado las distintas voces, armonías, disonancias y
silencios, haciendo aparecer una cierta sinergia que se da entre las muchas respuestas que se
brindan ante un problema. Rawls llama a los filósofos políticos a delinear cómo pueden pensarse
los principales objetivos que deben perseguirse socialmente y cuáles son los caminos para
alcanzarlos. Es la filosofía política la que nos permite construir modelos superadores de nuestra
perfectible democracia y la que puede señalarnos cuáles son los objetivos plausibles.

El tercer rol remite a la reconciliación crítica entre los ciudadanos y las instituciones
políticas que los albergan. Esto es posible a partir de proponer una reflexión autónoma sobre la
historia de nuestras instituciones políticas y cómo han mejorado o devenido en su forma
presente. De tal modo, una sociedad democrática puede comprender mejor por qué las
instituciones políticas deben ser permeables a las diferencias, tendientes a la equidad y
compatibles con el pluralismo. Este rol de reconciliación no significa resignarse al mundo desde
un realismo moral y político ni mucho menos echar a andar una justificación ideológica del
presente, sino comprenderlo para cambiarlo o profundizarlo, entendernos en el tiempo y en los
lugares de nuestras historias- en la medida que esto sea posible. La sociedad democrática no es
una comunidad de personas que persiguen una única idea de bien o una doctrina en particular. El
hecho del pluralismo hace que esto sea imposible. Ahora bien, la filosofía política puede
reconciliarnos con este hecho mostrándonos cuáles son los costos y los beneficios políticos e
intelectuales que se siguen de vivir en una sociedad así.

El cuarto y último papel es que esta disciplina filosófica puede concebirse como
“realistamente utópica” en tanto se preocupa por investigar “los límites de la posibilidad política
practicable”. Habiéndose examinado las circunstancias que conforman particularmente la
sociedad real que se analiza, las condiciones y los problemas que la trasuntan, los límites que
poseen los espacios de la deliberación, es posible, posteriormente, precisar cuáles son los
caminos o los elementos a considerar en el espacio político. Esto abre un fuerte compromiso con
el trabajo interdisciplinario en el que las propuestas normativas no deben mostrar
desconocimientos de contribuciones que pueden brindarnos otras áreas del conocimiento como
las ciencias políticas, la psicología evolutiva o social, la estadística, la economía, la
epidemiología, las neurociencias, entre otras.

La filosofía política no debe construir castillos en el aire y debe proponer principios,


normativas, evaluaciones, justificaciones y recomendaciones plausibles que impacten
positivamente en la sociedad democrática. En los casos en los que lo correcto no se muestre
alcanzable, el papel de la filosofía debe ser el de ayudar a motorizar los aspectos que permitan
avanzar hacia su plausibilidad. Pues, que algo no sea factible no implica que por ello deje de ser
correcto. Seyla Benhabib bien nos recuerda eso, “no sólo por el hecho de que lo que es correcto
no es factible, ello deja de ser correcto” (2006, 207). Si bien puede ser muy difícil esbozar una
teoría que permita dar una buena comprensión de la compleja realidad, ciertamente aún más
difícil es producir cambios y transformaciones en esa sociedad. Ahora bien, de esa dificultad no
debería seguirse que el trabajo teórico no debe orientar a ocasionar esas pretendidas
transformaciones. Thomas Pogge, lo deja muy en claro: “Al modelar una utopía realista como
meta moral final para nuestra vida colectiva, la filosofía política puede proveer la inspiración que
disipe los peligros de la resignación y el cinismo, y puede enriquecer el valor de nuestras
existencias incluso hoy” (2016, 162).

Hasta aquí en nuestro primer encuentro. Espero que participen en el foro de presentación. Nos
estamos encontrando. Un saludo cordial

Bibliografía.

Amor, C. Filosofía política, Bernal, UNQ, 2004.


Berlin, I., “¿Existe aún la teoría política?”, Conceptos y categorías. Ensayos filosóficos, FCE
Buenos Aires, 2003, pp. 237-280.
Blackburn, S., Pensar. Una incitación a la filosofía, Barcelona, Paidós, 2001.
Benhabib, S., Las reivindicaciones de la cultura, Buenos Aires, Katz, 2006.
Pogge, T., “John Rawls: una biografía”, en García Jaramillo, L., (comp.) Reconstruyendo a
Rawls. Elementos de una biografía intelectual, Buenos Aires, Eudeba, 2016, p. 139-162.
Rawls, La justicia como equidad. Una reformulación, Bs. As., Paídos, 2004.
Sabine, George, Historia de la teoría política, México, FCE; 1992.

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