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Los siglos XVI y XVII coloniales, lo que es hoy Venezuela había tenido escaso relieve
histórico y económico. La comparación con las regiones americanas del Pacífico: México, el
Perú, Potosí, etc. nos lleva a la conclusión de que esta porción de Tierra Firme, una vez
terminado el período de la conquista, no había encontrado el rumbo que lo encaminara a su
propio desarrollo y a la definición de una estructura individualizada. Con tales caracteres se
inician los primeros años del 1700.
En cambio, a fines del mismo siglo XVIII, nos ofrece el país una fisonomía radicalmente
distinta, de la que es índice una brillante pléyade de personalidades de primer orden que
surgen al finalizar la centuria y se disponen a ser los protagonistas de la obra de la
Emancipación Continental. Algunos nombres: Miranda (n. 1750), Bello (n. 1781), Simón
Rodríguez (n. 1771), Bolívar (n. 1783), Roscio (n. 1763), José Luis Ramos (n- 1783),
Cristóbal Mendoza (n. 1772), Francisco Espejo (n. 1758), Fernando Peñaíver (n. 1765),
Manuel Palacio Fajardo (n. 1784), José Rafael Revenga (n. 1786), Pedro Gual (n. 1783), el
Padre Maya (n. 1752), Miguel José Sanz (n. 1754), Mariano de Talavera (n. lili), Manuel
García de Sena (n. 1775), etc. Creo que esta relación parcial y mínima es bastante elocuente
para poder afirmar que en Venezuela se había vivido un proceso de perfeccionamiento, una
evolución perfectiva, en el transcurso del siglo XVIII para que en su extremo postrero encon-
tremos una ciudadanía de tan excepcional calidad humana.
Por otra parte, a fines del XVIII hallarnos un conjunto de disposiciones pro-mulgadas por la
Monarquía española respecto a la ordenación política, económica, administrativa y
eclesiástica acordadas para el buen régimen e integración del territorio de lo que es
Venezuela en nuestros días, que hasta esta época había estado sometido a diversas y
complejas jurisdicciones, casi como apéndice geográfico a entidades políticas de mayor
significación. Veamos tales resoluciones:
Sin embargo que en esta parte veo recompensadas mis fatigas 7 y que el comercio cada día
se fomenta, los frutos se multiplican y el erario crece, conozco que son inadecuadas las luces
de un hombre solo para atender a los muchos artículos de que constan estos dos
importantes ramos (agricultura y comercio], los cuales exigen un cuerpo personalmente
interesado en su adelantamiento. . .
Reflexionando estos puntos me vino a la imaginación que estas Provincias, así por su estado
presente como por los -vastos lejos que se descubren para lo venidero, no desmerecían un
Consulado. . -
No son, sin embargo, las divergencias de opinión lo que motiva esta nota.
Estimo que el conjunto de disposiciones que atañen a Venezuela, desde la creación de la
Intendencia de Caracas en 1776 hasta la erección del Arzobispado de Caracas en 1803
pueden orientar el estudio de la transformación acaecida en Venezuela a lo largo del siglo
XVIII. Realmente las resoluciones oficiales de ordenación administrativa y política son
generalmente consagratorias de un estado de hecho, más que causa de una evolución
posterior. Es decir, son resultados, normas que reconocen la transformación habida en un
país, consagran algo que la vida y los hechos han demostrado o hecho ver al buen
observador político, al estadista que sabe percibir con mayor exactitud que los demás, la
fuerza de un cambio o de un estado real.
Creo que una investigación sistemática y orgánica del siglo XVIII venezolano, como norte
esta finalidad, habría de dar una excelente disquisición histórica. Pienso en el análisis
metódico de unos cuantos temas, que sin carácter limitativo A uoguna clase, consigno a
continuación:
Deseo aducir un documento, a mi juicio, de gran significación. Es una cita del Resumen de la
Historia de Venezuela, de Andrés Bello.12 El texto de este escrito pdmerizo del gran
humanista fue elaborado a fines de 1809 o a primeros de 1810, CB iodo caso antes del
movimiento político del 19 de abril. Más de la mitad del Resu-mem es síntesis de fuentes de
cronistas, como es bien sabido (Oviedo y Baños, prin-), pero la porción relativa al siglo XVIII
es de redacción original de Bello, con seguridad en sus propias observaciones y pesquisas, o
en informaciones suministradas directamente por compatriotas de avanzada edad o
recogidas de la tradición oral, por lo que tiene a nuestros ojos mayor valor que los relatos y
descripciones debidos a terceros.
En esta parte original de Bello, está el juicio sobre la acción de la Compañía Gaipuzcoana en
Venezuela, que nos ofrece un cuadro vivo de los cambios operados e» eí campo y en
algunas ciudades, testimonio profundamente humano y orientador a Iz investigación que
preconizamos. Esta página de Bello es la explicación de los lejos, que Don Francisco de
Saavedra comunicaba en 1785 al Consejo de Indias.
He aquí las palabras de Bello:
Por una de aquellas combinaciones políticas más dignas de admiración que fáciles de
explicar, se vio la Provincia de Venezuela, constituida en [un} nuevo monopolio tan útil en su
institución, como ruinoso en sus abusos, a favor del cual empezó a salir de la infancia su
agricultura,, y el país conducido por la mano de una compañía mercantil, empezó a dar los
primeros pasos hacia su adelantamiento: la metrópoli recobró un ramo de comercio que se
había sustraído injustamente de su autoridad: y Puerto Cabello se elevó al rango de una de
las primeras plazas, y del más respetable Puerto de la Costa firme.
La Compañía Guipuzcoana a la que tal vez podrían atribuirse los progresos y los obstáculos
que han alternado en la regeneración política de Venezuela, fue el acto rnás memorable del
reinado de Felipe V, en la América.
Sean cuales fuesen los abusos que sancionaron la opinión del país contra este
establecimiento, no podrá negarse nunca que él fue el que dio impulso a la máquina que
planteó la conquista, y organizó el celo evangélico. Los conquistadores y los conquistados
reunidos por una lengua y una religión, en una sola familia, vieron prosperar el sudor común
con que regaban en beneficio de la madre patria una tierra tiranizada hasta entonces por el
monopolio de la Holanda. La actividad agrícola de los Vizcaynos vino a reanimar el
desaliento de los conquistadores, y a utilizar bajo los auspicios de las leyes la indolente
ociosidad de los naturales.
La Metrópoli que desde el año de 1700 no había hecho más que cinco expediciones ruinosas
a Venezuela, vio llegar en 1728 a sus puertos los navios de la Compañía, y llenarse sus
almacenes del mismo cacao que antes recibía de las naciones extranjeras. No fue sólo el
cultivo de este precioso fruto el que contribuyó a desenvolver el germen de la agricultura en
el suelo privilegiado de Venezuela; nuevas producciones vinieron a aumentar el capital de su
prosperidad agrícola y a elevar su territorio al rango que le asignaba su fertilidad, y la
benéfica influencia de su clima. Los valles de Aragua recibieron una nueva vida con los
nuevos frutos que ofreció a sus propietarios la actividad de los Vizcaynos, ayudados de la
laboriosa industria de los Canarios.
Los primeros ensayos de Don Antonio Arvíde y Don Pablo Orendaín sobre el añil dieron a
esta preciosa producción de la agricultura de Venezuela un distinguido lugar en los mercados
de la Europa. El gobierno honró y recompensó sus filantrópicas tareas, y la posteridad
desnuda de prestigios ha decretado eterna gratitud a unos labradores que ofrecieron tan
precioso manantial de riqueza, desde los Valles de Aragua teatro de sus primeros ensayos,
hasta Harinas que ha participado ya del fruto de tan importante producción.
Apenas se conoció bien el cultivo, y la elaboración del añil, se vieron llegar los deliciosos
valles de Aragua a un grado de riqueza y población de que apenas habrá ejemplo entre los
pueblos más activos e industriosos. Desde la Victoria hasta Valencia no se descubría otra
perspectiva que la de la felicidad y la abundancia, y el viajero fatigado de la aspereza de las
montañas que separan a este risueño país de la capital, se veía encantado con los placeres
de la vida campestre, y acogido en todas partes con la más generosa hospitalidad. Nada
hallaba en los valles de Aragua que no le inclinase a hacer más lenta su marcha por ellos:
por todas partes veía alternar la elaboración del añil, con la del azúcar: y a cada paso
encontraba un propietario americano o un arrendatario Vizcayno, que se disputaban el honor
de ofrecerle todas las comodidades que proporciona la economía rural. A impulsos de tan
favorables circunstancias se vieron salir de la nada todas las poblaciones que adornan hoy
esta privilegiada mansión de la agricultura de Venezuela.
La Victoria pasó rápidamente de un mezquino pueblo formado por los indios, los misioneros,
y los españoles, que se dispersaron en las minas de los Teques, a la amena consistencia que
tiene actualmente: Maracay que apenas podía aspirar ahora 40 años a la calificación de
aldea, goza hoy todas las apariencias y todas las ventajas de un pueblo agricultor, y sus
inmediaciones anuncian desde muy lejos al viajero el genio activo de sus habitantes:
Turmero, ha debido también al cultivo del añil y a las plantaciones de tabaco del Rey los
aumentos que le hacen figurar entre las principales poblaciones de la gobernación de
Caracas: Guacara, San Mateo, Cagua, Güigüe, y otros muchos pueblos aún en la infancia
deben su existencia al influjo del genio agrícola protector de los Valles de Aragua: y las orillas
del majestuoso Lago de Valencia que señorea esta porción del país de Venezuela, se ven
animadas por una agricultura que renovándose todos los años provee en gran parte a la
subsistencia de la capital.
Son estas palabras una primera ficha en el acopio de referencias que hay que llevar a cabo
para dar respuesta al interrogante que plantea el siglo XVIII venezolano.
Pedro Grases