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El Racismo de Nuestro Tiempo. Consideraciones para Su Estudio y Reflexión
El Racismo de Nuestro Tiempo. Consideraciones para Su Estudio y Reflexión
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Revista Aion. Arborescencias del pensamiento No. 52
El racismo es tanto una ideología como una praxis. Es una forma de conciencia que
determina ciertos comportamientos, conductas, discursos y prácticas que de fondo
expresan una idea del mundo, un supuesto “mundo mejor” a partir del temor, el odio,
el desprecio y la exclusión violenta, incluso hasta la aniquilación total, del otro. El
racismo expresa la lucha por la afirmación de las “razas humanas”, razas que se
contraponen entre sí y de las cuales una de ellas se afirma como la superior y
verdadera.
Así lo expresa Christian Geulen en su Breve historia del racismo (2007):
El racismo no es otra cosa que una doctrina ≪doctrina≫ de las razas humanas, de
sus relaciones mutuas y con la humanidad como conjunto, de su carácter
particularizado, de su diferente valor y sobre todo de su eterna lucha [...] su tema
fundamental es la lucha por la afirmación, valoración, pervivencia y supremacía de
comunidades percibidas como ≪razas≫.
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hemos visto el interés por visibilizar a otros grupos víctimas del racismo y la
discriminación, tales como los pueblos afromexicanos o los migrantes
centroamericanos que hace unos años evidenciaron los prejuicios racistas y
xenófobos que arraigan en nuestro imaginario social y cultural.
Este hecho nos lleva a reflexionar sobre la manera en que la lógica del
racismo y la xenofobia opera en la sociedad mexicana, pues el temor de que
personajes extraños, desconocidos y “potencialmente peligrosos” se adentraran en
nuestra sociedad invocó discursos de odio y desprecio, así como argumentos al
más puro estilo gringo de que los centroamericanos, los migrantes, “nos van a robar
nuestros empleos”, “saquearán nuestros negocios y propiedades” o “traerán
violencia y delincuencia a nuestra sociedad”.
De esta manera, entre finales de 2018 y principios de 2019 migrantes procedentes de
Honduras, El Salvador, Guatemala, Haití, República Democrática del Congo, Angola y
Camerún emprendieron la marcha hacia “la Tierra prometida”, la “Tierra Blanca” de las
oportunidades, la prosperidad y el trabajo. Así, huyendo de la violencia y el crimen
organizado, el hambre, la pobreza y el desempleo miles de migrantes ー entre mujeres,
hombres, bebés en brazos, niñas y niños viajando en soledad y algunos en familia ー se
toparon con verdaderos muros de intolerancia, odio y desprecio cuya fuerza supera por lo
mucho cualquier muro de concreto y piedra.
El mexicano, despreciado y repudiado en el país vecino del norte, víctima del
racismo y la xenofobia, pasó a ser el victimario en su propio territorio. Y así, una vez
más vimos como la apelación a las ideas de la nación, la soberanía nacional, lo
propio frente a lo ajeno operaron como las nociones elementales para justificar el
desprecio a los extraños, a los “peligrosos” y a todas aquellas vidas humanas
residuales; vidas desperdiciadas —por citar a Zygmunt Buaman— del capitalismo
de mercado, de la corrupción política y económica y de los Estados fallidos y la
promesa incumplida de la modernidad, la libertad y la igualdad.
Pero este episodio es sólo uno más, quizá el más evidente por su naturaleza,
del fenómeno del racismo en nuestro país. Pues no se necesita recurrir a los que
vienen de fuera para exaltar el odio y el desprecio racista entre los mexicanos, ya
que en nuestro imaginario colectivo, así como en nuestras prácticas sociales
cotidianas, apelar a criterios raciales y culturales para justificar la exclusión, la
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una suerte de círculo vicioso; un binomio perverso que hoy en día se hace visible
porque se denuncia, se expresa su perversidad y se lucha por reclamar justicia,
reconocimiento, inclusión, igualdad y respeto de los derechos de quienes han
sufrido la exclusión y criminalización racista.
En los últimos meses, el tema del racismo-desigualdad se ha matizado de un
tono político, colocándolo en la discusión pública y no sólo en el ámbito académico o
institucional. De la misma manera, diferentes voces se han sumado, ya sea negativa
o afirmativamente, a entablar una discusión abierta sobre el racismo y la
desigualdad. Vinculado con el clasismo, la cuestión de la racialización de las
desigualdades ha evidenciado toda una lógica de estructuras institucionales, como
la propia política y la economía, y prácticas sociales, como los discursos e
imaginarios colectivos, que arraigan a este fenómeno en las entrañas de lo social
como un problema de estatus, pertenencia y seguridad.
Como señalamos al inicio de este texto, el racismo opera bajo una lógica
binaria entre lo propio y lo ajeno, lo magnífico y lo despreciable a partir de la
construcción simbólica e histórica de grupos sociales específicos que no pertenecen
a “lo propio” del estatus del grupo dominante. En este sentido, la racialización de las
desigualdades separa aquellos que sí poseen riqueza de aquellos quienes la
carecen y bajo un panorama dicotómico de lo social, la élite blanca se preocupa por
mantener su estatus privilegiado al no “mezclarse” con la masa popular, con el
pueblo a través de la delimitación clara y concisas sus fronteras ideológicas,
culturales y prácticas.
Este “racismo de clase” se define como la ideología y praxis que identifica el
estatus y la posición social a partir de la racialización de la identidad individual y
colectiva, de modo que la pertenencia a una clase social está preconcebida y
configurada desde los rasgos étnico-raciales de la persona. El culto a la blanquitud,
su comportamiento, gusto, preferencias, lenguaje, vestimenta, códigos simbólicos,
ademanes, dieta, etcétera parece ser la norma social bajo la cual se define la
pertenencia a una clase social, la pertenencia al privilegio del elitismo blanco.
Para el racismo de clase no basta con poseer capital económico para
acceder a un estatus social, pues aunque la piel sea morena hay que blanquearla
simbólicamente. Hay que ejercer un trabajo político sobre el cuerpo, teñir el pelo,
ruborizar las mejillas y vestir como la gente blanca viste. Sólo así, y de cierta
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que implica asumir nuestro compromiso moral con el valor y la dignidad de la vida
humana en su universalidad. Hoy nuestro compromiso es con la libertad, la igualdad
y la dignidad de todas las personas, de todas las nacionalidades, de todas las
culturas y de todas las condiciones. Nuestro compromiso moral no es con ésta o
aquélla “raza”, es con la humanidad en general.
Referencias
Echeverría, B. (2010). Modernidad y blanquitud. México: Ediciones Era.
Foucault, M. (2007). Genealogía del racismo. La Plata: Altamira.
Foucault, M. (2000). Defender la sociedad. Buenos Aires: FCE.
Geulen. C. (2007). Breve historia del racismo. Madrid: Alianza Editorial.
Iturriaga, E. (2016). Las élites de la Ciudad Blanca. Discursos racistas sobre la
Otredad. México: UNAM.
Krozer, A. (2019, marzo 7). “Élites y racismo. El privilegio de ser blanco (en México),
o cómo un rico reconoce a otro rico”. Nexos. Economía y sociedad.
https://economia.nexos.com.mx/?p=2153
Solis, P., Güemez, B., y Lorenzo, V. (2019). Por mi raza hablará la desigualdad.
Efectos de las características étnico raciales en la desigualdad de
oportunidades en México. México: OXFAM.
https://www.oxfammexico.org/sites/default/files/Por%20mi%20raza
%20hablara%20la%20desigualdad_0.pdf
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