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Como
pedagogo, escritor, político y pensador del siglo XX, concibió la educación como una
acción política, capaz de liberar a los oprimidos.
Promovió la participación crítica, de padres y alumnos, sobre las cuestiones que hacen
a la vida de la escuela y de la sociedad. También se preocupó porque los trabajadores
reflexiones y tomen conciencia sobre sus problemas educativos, sindicales, laborales y
familiares.
Sabemos que su obra ha sido traducida a diversos idiomas y que se extiende a más de
veintisiete libros propios y colectivos. En esta oportunidad, en el eje de nuestro análisis se
encontrarán dos de las “Cartas a quien pretende enseñar” (1993), de cuyo libro, sus
páginas son expresamente dirigidas a los maestros sobre los aspectos más delicados de
la práctica educativa, y lo hace con la firmeza y la generosidad que caracterizan su estilo.
Comenzando, podemos decir que la sexta carta, sobre las relaciones entre la educadora
y los educandos, incluye tanto la cuestión de la enseñanza, del aprendizaje, del
proceso de conocer-enseñar-aprender, de la autoridad, de la libertad, de la lectura,
de la escritura, de las virtudes de la educadora, de la identidad cultural de los
educandos como la del debido respeto hacia ella.
Sobre la cuestión de la enseñanza, cabe indagar acerca de cuál es nuestra
comprensión del acto de enseñar y cuál es nuestra comprensión del acto de aprender.
Para Freire, no podemos enseñar a nadie a amar, tenemos que amar. La única forma
que tenemos de enseñar a amar, es amando. Y el amor es la transformación definitiva. Lo
que nos dice que hay que partir, hay que saber partir del nivel donde el educando está;
este nivel es el cultural, ideológico, político, social.
¿Pero qué sucede cuando lo que la maestra dice, no es coherente con lo que hace
y por lo tanto, su discurso se torna inestable?
Para Freire, concluye en un desastre. ¿Por qué razones? Porque entre el testimonio de
decir y del hacer, el más fuerte es el de hacer, porque tiene o puede tener efectos
inmediatos. Pero lo peor de esta incoherencia es la práctica educativa, es la desconfianza
naciente de los educandos ante el débil discurso del educador; así como el posterior
deterioro de esta relación pedagógica.
Considera que otro testimonio que no debe faltar en nuestras relaciones educativas
con los alumnos, es el de la permanente, bella y ética lucha, en favor de la justicia, de la
libertar y del derecho de ser. Esto, independientemente del contexto en el que uno y
nuestros alumnos se encuentren inmersos, pues, nuestra intención debe ir mucho más
allá de él, lo debe trascender. No importando si está hecho a perder, nuestro deber será
conocer su realidad y en consecuencia, la de nuestros alumnos. Así, percibiremos como
piensan, lo que saben y cómo lo saben.
Comprenderemos que el lenguaje que utilizan para expresarse, para hablar, está
atravesado por las condiciones sociales, culturales e históricas de ese contexto.
¿Pero cómo trascender ese contexto? Para trascenderlo y poder llegar a pensar en
una profunda transformación de nuestra sociedad, además de la seriedad y la
competencia con la que enseñamos contenidos, debemos también trascender su
enseñanza mediante la militancia y la lucha, en favor de la superación de las injusticias
sociales y de la libertad. No podemos permitir que la escuela, por estar ubicada en cierto
contexto vulnerable, se convierta en lo que Martinis (2004) expresa como “un espacio de
construcción de biografías sociales anticipadas”, una escuela “contextualizada para
pobres”.
Otra de las cuestiones de las que Paulo Freire nos escribe en su carta, es sobre la
autoridad, proyectada como la capacidad de imponer orden e interpretada su ausencia,
como falta de respeto y negación a sí mismo, además de una demostración de debilidad,
en este caso, ante nuestros educandos.
Nuestros educandos, saben con qué tipo de escuela sueñan y con qué tipo de maestros
quieren encontrarse en ella. Esperan de nosotros, lo que también nosotros
primordialmente esperamos de ellos, respeto, mutuo respeto.
Esta carta nos deja en claro la marcada diferencia entre el “hablarle al estudiante” a
“hablar con el estudiante”, e insta a que haya cierto equilibrio entre ambas.
Cuando la educadora, desde la autoridad que le confiere su rol- sin confundirla con el
autoritarismo-, le indica al educando lo que debe ser hecho, le está asignando
responsabilidades y a su vez, de esta forma, estableciendo límites de permisividad.
Y así como ellos necesitan de dichos límites, nosotros como educadores, necesitamos
los de tipo éticos para no deslizarnos hacia lo absurdo.
Con respecto a escuchar al educando a ser escuchado por él, podemos decir que
debemos ser nosotros, como educadores, quienes nos preparemos para ser escuchados
por nuestros alumnos a la vez que ellos aprenden a escucharnos a nosotros. Debemos
hacerles percibir y hacer visible su derecho a hablar, para que comprometidos con la
lucha de su derecho, puedan actuar de forma crítica y responsable.
Encontrando nexos con la sexta carta, en la que concluimos, entre otras cuestiones,
en que debemos educarnos al margen del diálogo con nuestros educandos, podemos
decir que tenemos que incluir en la vida normal político-pedagógica de la escuela, a la
discusión. Pero ¿Qué tipo de discusión debemos emplear con nuestros alumnos?
Debemos emplear una discusión sobre lo que representan para nosotros las injusticias,
así como su significante desvergüenza; y que no porque existan debemos darle nosotros,
más réplica y supervivencia mas sí construirles cercos. Si pretendemos y queremos vivir
democráticamente tenemos que saber que no se construye sin previa y simultáneamente
trabajar gustos democráticos y exigencias éticas.
Por último, otro de los nexos que encontramos entre ambas cartas, es el que trata
sobre el momento en que descubrimos la incoherencia entre lo que decimos y lo que
hacemos; entre lo que hacemos y no hacemos cuando la descubrimos. La notable
diferencia entre cuando adoptamos una postura reflexiva ante ella y cuando asumimos
con cinismo, su presencia.
Creemos que las últimas palabras de esta carta, reflejan claramente también,
nuestro pensamiento: “Si soñamos con la democracia- o a nuestro parece, un
mundo mejor-, debemos luchar día y noche por una escuela en la que le hablemos
a los educandos y con los educandos, para que escuchándolos podamos también
ser oídos por ellos”.