Está en la página 1de 8

Van Gogh, una lucha contra la

soledad y el fracaso

Su vida fue una lucha titánica contra la soledad y el fracaso. Su obra, la incansable
búsqueda de las certezas del arte frente a la locura. Por Berta Blanco/ Fotos Cordon
Press

• La mujer que sacó a Van Gogh de la oscuridad

“El pintor del porvenir habrá de ser un colorista como no lo ha habido todavía. Pero no puedo
imaginármelo viviendo en modestos cafés; trabajando con dentadura postiza y frecuentando,
como yo, burdeles para la tropa”, escribió Van Gogh a su hermano Theo desde Arlés, en el Midí
francés, el escenario donde, fugazmente, creyó poder construir una vida razonable… y donde
estalló de forma inequívoca su locura. O tal vez, la conciencia definitiva de su fracaso en el arte,
en la vida y el amor.

A los 35 años dijo: “Con mis obras quiero expresar un dolor profundo. Llevo dentro una
hoguera a la que nadie se acerca para calentarse”
Tenía entonces 35 años y se describía como «un hombre que lleva una hoguera en el pecho que
todos ven humear y a la que nunca se acerca nadie a calentarse». Sin embargo, su fuego iba a
alumbrar una de las más grandes aventuras artísticas y humanas de la modernidad -que él
describió, con fascinante lucidez, en más de 800 cartas a su hermano y protector- y que plasmó
en 879 cuadros y 756 dibujos (sin contar los trabajos extraviados), realizados en sólo diez años,
entre 1880 y 1890, durante la última década de su vida. «Me gustaría que vieras en mí algo más
que a un holgazán. Porque hay un tipo de holgazán, el que lo es a pesar suyo, que vive
interiormente corroído por el deseo de actuar, y no lo hace porque se encuentra prisionero de
rejas invisibles. Y uno se pregunta: ¿será esto así siempre? ¿En qué podría ser útil, a qué podría
servir?», le escribe a su hermano en 1880, poco antes de decidirse definitivamente a pintar.

Hasta entonces había sido vendedor de arte en la casa de subastas Goupil, en las sucursales de
Londres y París; estudiante de teología en Ámsterdam y predicador evangélico en una
comunidad de mineros en Bélgica. Allí descubre la obra de Rembrandt y Millet y su vocación de
pintor. El ardor con el que se entregaba al apostolado entre los más desfavorecidos lo vuelca
ahora en retratarlos. En La Haya vive con una prostituta embarazada y alcohólica a la que retrata
bajo el título de La gran lady. «Lo que yo quiero expresar no es un sentimentalismo melancólico,
sino un profundo dolor. Quiero que la gente vea en mi obra una sensibilidad delicada, pese a mi
reconocida torpeza. Demostrar con mi pintura que soy algo más que un excéntrico o una
nulidad.»
Pobreza bien cotizada Van Gogh, pobre en vida, es hoy uno de los más cotizados. Por su Retrato del doctor Gachet se
pagaron 82,5 millones de dólares.

 En Nuenen pinta Los comedores de patatas, su primera gran obra, un oscuro retrato del mundo
campesino, de factura premoritoriamente expresionista: «He intentado hacer reflexionar a la
gente sobre una manera de vivir opuesta a la de las personas civilizadas. De modo que no espero
que encuentren este cuadro bello, ni siquiera bueno». Su hermano le reprocha su estilo tosco y
sombrío.

Muere su padre, pastor protestante de la comunidad, y su sustituto prohíbe a los vecinos


posar para Van Gogh. La dificultad para encontrar modelos será una calamidad. «Se piensa que
lo que hago no son más que cuadros embadurnados de pintura, no pintura como tal. Hasta las
buenas putas tienen miedo de que se burlen de su retrato.» Pero la prohibición del clérigo va más
allá de la estética y Van Gogh abandona Holanda para siempre. En Amberes frecuenta por igual
museos y burdeles. Le diagnostican sífilis. En París se instala con su hermano en Montmartre. Su
vida y su arte dan entonces un vuelco definitivo. En contacto con los impresionistas, cuyas
técnicas asimila enseguida, su paleta se aclara y su pincelada adquiere mayor versatilidad,
aunque sin perder su peculiar protagonismo.

Conoce a Degas, Toulouse-Lautrec, Seurat, Gauguin, Bernard… Comparten ajenjo y


nocturnidad. Pero el rechazo y la incomprensión que rodeó a Van Gogh nunca fue comparable a
la vivida por otros. Y en esa brecha que lo separaba de ellos, había diferencias estéticas: «A
veces me siento viejo y fracasado, pero lo bastante enamorado de la pintura aún como para no
perder el entusiasmo, aunque para triunfar se necesita ambición y la ambición me parece
absurda. Pero espero hacer grandes progresos. Después, me retiraré para no ver a tantos pintores
que me asquean como hombres».

No se cortó la oreja entera, como cuenta la leyenda: solo el lóbulo que envolvió y ‘regaló’ a
una prostituta que no quiso posar para él

Al cabo de dos años, sin previo aviso, enfermo y alcoholizado, incapaz de soportar las tensiones
con su hermano, sus amigos y consigo mismo, se va a Arlés. Le quedan dos años de vida. Pero
en la luz y en la belleza de la gente y de la naturaleza del sur, Van Gogh encuentra un lugar de
fábula, casi tan fascinante como su admirado Japón. Y toda clase de motivos en los que poner a
prueba la lección pictórica parisina. «Aquí, las costumbres son menos inhumanas que en París y
creo que podré hacer retratos. Estas gentes son más artistas que las del norte. He visto figuras tan
bellas como las de Goya o Velázquez. Saben colocar una nota rosada en un vestido negro,
combinar el azul con un amarillo… Por eso, me atrevo a pensar que picarán el anzuelo de posar
para mí.»

Y picaron, aunque no todo lo que hubiera querido. En Arlés aborda sus más famosos retratos: el
del cartero Joseph Roulin, su hijo Armand, el doctor Paul Gachet… Y numerosos paisajes, que
pinta del natural, de noche incluso, alumbrándose con un mechero de gas y velas en el sombrero.
«Me sienta bien hacer cosas difíciles. Por eso salgo por la noche a pintar las estrellas. ¡Las
noches aquí son tan bellas! Y las estrellas siempre me hacen soñar, como los puntos negros que
indican las ciudades en los mapas. Me pregunto por qué los puntos luminosos del firmamento
han de sernos menos accesibles que esos que nos guían por la geografía desde un mapa. Yo creo
que así como tomamos un tren para ir a Rouan o a París, tomamos la muerte para viajar a una
estrella.»
Obras como La terraza del café en la plaza Fórum, el retrato del poeta Eugéne Boch o las
famosas Noche estrellada y Noche sobre el Ródano reflejan la atracción y originalidad con las
que se acercó a la temática nocturna en esta breve y luminosa etapa.

Tres de los cinco cuadros de la serie Los girasoles (1888) incluyen 15 flores; los otros, 12. Por éste, de 15, se pagaron 40
millones.
Harto de pensiones, alquila la Casa Amarilla, su color favorito, para montar un taller de pintores,
y espera ansiosamente la llegada de su amigo Gauguin, el único que aceptó su oferta. «Gauguin
está mal. Siento que para ser artistas pagamos un precio muy alto en salud, en juventud y en
libertad, de las cuales no gozamos en lo más mínimo.» A los dos meses de su llegada, el 23 de
diciembre, Gauguin y Van Gogh discutieron, como tantas veces. Pero esta vez el anfitrión
amenazó a su amigo con una navaja de afeitar. Fue sólo una amenaza, pero acto seguido Van
Gogh se cortó no la oreja entera, como afirma la leyenda, sino sólo el lóbulo. Lo que no es
leyenda es lo que hizo después: envolvió el lóbulo cortado y se lo dio «como aguinaldo» a una
prostituta que había rechazado posar para él, diciéndole, con un tirón de orejas, que prefería un
regalo.

“Salgo por la noche a pintar las estrellas ¡Son tan bellas! Yo creo que cuando morimos
tomamos un tren para viajar a una de ellas”

La Policía lo interna en un psiquiátrico y, tras intermitentes periodos de libertad, él mismo


mismo pide que lo reingresen, decidido a aceptar «su oficio de loco». Eso sí, a cambio de que lo
dejen pintar. «Es demasiado cierto que un montón de pintores se vuelven locos. Es una vida que,
como mínimo, lo deja a uno ensimismado. Volveré a lanzarme al trabajo y estará bien, pero
seguiré chiflado.»
La iglesia de Auvers-sur-Oise (1890) es una de las joyas del Museo de Orsay, en París, Francia, famoso por sus fondos
del impresionismo

Internado en el asilo de Saint-Rémy, vuelve a pintar «con sordo furor». Los cipreses y La noche
estrellada se exponen en el Salón de los Independientes y otros seis cuadros, en el del siglo XX,
en Bruselas. Uno de ellos, Viñas rojas, el primero y el único que vendió en vida, lo compró la
hermana del pintor Eugène Boch, al que Van Gogh retrató en El poeta. Pero las crisis y la
obsesión por escapar de «la locura del sur» lo acosan sin cesar. Decide una vez más cambiar de
aires. Se instala en una pensión en Auvers, cerca de París. Y, otra vez, se pone a pintar
furiosamente. En 69 días hizo 70 cuadros, 35 dibujos y un aguafuerte. La noche del 27 de julio
de 1890 salió al campo y se disparó un tiro con el revólver que llevaba para espantar a los
pájaros cuando pintaba. Herido, se arrastró hasta la pensión, donde murió dos días después en
brazos de su hermano. Tenía 37 años. Hacía tiempo que había escrito: «En la vida del pintor, tal
vez morir no sea lo más difícil».

También podría gustarte