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GAUGUIN, Paul: Racontars de rapin, Nueva York, 1956.

Edición en castellano:
“Habladurías de un pintamonas” traducción por Paul Châtenois, Casimiro libros,
Madrid, 2012.

La obra del pintor Paul Gauguin, calificada y clasificada como postimpresionista, estuvo
marcada desde sus inicios por la inquietante y nó mada vida de su creador. Sabemos que
Gauguin creció en el seno de una familia adinerada, de una familia culta y con inquietudes
artísticas. Paul no tuvo claro desde un principio que quería ser pintor, sino que desempeñ ó
diferentes oficios antes de llegar a convertirse en artista plá stico. Entre esas profesiones
encontramos la de marinero, o agente de bolsa, pero pronto descubriría que aquellas
profesiones no eran para él, y casi como revelació n divina aparecerá en él el ansia y la
pasió n por pintar; cabe aclarar, que no fue un capricho o deseo del momento, sino que se
trató de unas inquietudes artísticas, que irían naciendo en su interior de forma en que de
un modo casi onírico quede totalmente hechizado por la pintura. Su propia naturaleza
apasionada, en cierta manera también tormentosa y obsesiva lo lleva a pintar con rabia, de
la forma má s y a la vez menos intuitiva posible, pues es un gran conocedor e interesado por
los clá sicos modelos pictó ricos, algo que se verá reflejado en su obra. Y como todo gran
artista que se precie irá sufriendo una evolució n artística muy natural: pasaremos de unos
cuadros de estilo naturalista en sus orígenes hacia una pintura má s agresiva y colorista en
su etapa plena y en su etapa final. Sin embargo, dedicarse exclusivamente a la pintura no
fue una tarea fá cil, y quizá s fue durante esa etapa de bú squeda, desesperació n y ansiedad
donde surgió lo que sería el verdadero genio neoimpresionista de la pintura. Paul Gauguin
creó , a fin de cuentas, un arte nuevo, auténtico, propio, que no siempre supo entenderse en
la época en la que vivió . Esta incomprensió n y desprecio general por parte de la crítica del
arte marcó su trayectoria en gran medida, pero nunca condicionó a Gauguin como artista,
que se mantuvo fiel a sí mismo. Debe ser por esto que al final de su vida escribiría una
especie de reflexió n o memoria de lo que fue su trayectoria y su relació n con la crítica.

Con un título má s que sarcá stico, Habladurías de un pintamonas, Gauguin resume en esta
memoria lo que en su época opinaron ciertos especialistas sobre él, sobre su obra, y sobre
un nuevo camino pictó rico que se abría paso poco a poco, pero con gran intensidad. Fue
quizá s con la aparició n del arte impresionista cuando la crítica comenzó a volverse mordaz;
se trataba de un lenguaje nuevo que no se entendía, que chocaba a primera vista con
respecto a los modelos anteriores, los denominados por Gauguin como “hombres de letras ”
lo ú nico que estaban consiguiendo con sus opiniones era reprimir y censurar una necesidad
creativa que estaba enriqueciendo el panorama artístico de la época, algo que ponía de muy
mal humor a Gauguin, que se declaraba deudor del impresionismo y de su “nueva mirada ”.

Clave resulta la afirmació n que realiza el autor sobre que “una cosa es creer conocer la
pintura por saber conocer su lenguaje ”, y otra muy distinta es “usar ese lenguaje con arte y
saber tenerlo en consideració n”. Es por ello, que para Gauguin, la crítica siempre va a fallar,
pues só lo tiene en cuenta la tradició n, la técnica de origen y su utilizació n má s o menos
normativa, pero nada má s, y eso fue, precisamente, por lo que la crítica se cebó con él. Para
Paul Gauguin debe mirarse hacia adelante, hacia el futuro, y por desgracia, los críticos, só lo
miraban hacia el pasado; el artista puede y debe valerse del pasado para realizar sus obras,
pero ante todo debe ser él mismo, sin pretensiones de ningú n tipo, y si se puede, mirar
hacia un nuevo sendero de originalidad e innovació n, pues crear es interrogarse una y otra
vez, crear es elegir, y correr riesgos, sino siempre estaríamos ante copias de algo que ya se
había hecho antes; y sin duda para él, no hay nada má s lejano a la creatividad y al arte.
Numerosos son los ejemplos que el autor expone sobre artistas de los que se les había
dicho que no poseían talento, y sin embargo, han llegado a ser grandes pintores. Ademá s,
Gauguin afirma sin titubeos que ciertos críticos só lo menosprecian ciertas obras para
canalizar su propia frustració n, pues opina que ellos en algú n momento también quisieron
hacer lo mismo, y quizá s no tuvieron el valor, el talento o/y la oportunidad necesaria para
llevarlo a cabo. La tarea y aná lisis de las diferentes pinturas por parte del crítico es otro de
los muchos temas sobre los que reflexiona Gauguin: la crítica no aporta informació n
realmente ú til, o al menos no en la mayoría de los casos, pues só lo trasmiten datos que ya
podemos observar por nosotros mismos mediante la contemplació n de un cuadro, no existe
por tanto un deseo, una inquietud por profundizar en la obra. Quizá s por humildad, quizá s
por no querer caer en la autocompasió n o en la exaltació n del ego del artista, Paul Gauguin
no habla de su propia obra, no manifiesta su contraargumento hacia la crítica, que tan
poquito supo entender su arte. Las pinturas má s características de Gauguin, es decir,
aquellas coloristas, exó ticas y agresivas, ponen de manifiesto la maestría con la que el
pintor utilizaba la técnica y las diferentes temá ticas para crear un tipo de obras que
recuerdan a lo anterior, y que al mismo tiempo, está n cargadas de originalidad, innovació n
y entusiasmo. Es probable que, por el hecho de esa predominancia del dibujo sobre el color,
por el gusto por temas mitoló gicos o de la vida cotidiana en las ciudades, la obra de Paul
Gauguin no fuese tenida en consideració n, y ú nicamente, tal y como decía de Delacroix: se
le admirase só lo por ser un gran colorista, y aú n así, colorista calificado como imitativo.

No obstante, añ os má s tarde, los críticos han sabido valorar su sensibilidad compositiva, el


uso de temá ticas exó ticas y del reflejo de otras razas, su particular concepció n de las
proporciones y las diferentes relaciones de los elementos dentro del cuadro, etc. En
definitiva, nos encontramos ante todo con un referente de la corriente neoimpresionista, al
que só lo le hace sombra el mismísimo Van Gogh.

Debo confesar mi admiració n por Paul Gauguin, pues su obra junto a la del mencionado
Vincent Van Gogh, hacen un uso del color que llama mi atenció n. Se trata de un gusto
personal, de ahí mi interés en la realizació n de una recensió n sobre este libro de memorias;
sin embargo, me han resultado muy interesantes las ideas que se encuentran en el mismo,
ya que se exponen temas como: la valoració n crítica de una obra artística; la importancia de
los clá sicos y la necesidad del avance del arte hacia nuevas direcciones y perspectivas; o la
inquietud y valoració n de las obras por su innovació n y autenticidad, huyendo de las copias
de copias. Así pues, considero muy recomendable la lectura de este libro, puesto que tanto
como aficionados o como estudiantes de arte, esta obra podrá esclarecer algunas
cuestiones sobre estética y arte contemporá neo, así como hará las delicias de aquellos que
busquen en este libro un pretexto para pasar un buen rato.

Finalmente, he decidido cerrar mi recensió n con la reflexió n de que: si la obra de Paul


Gauguin para algunos y arcaicos críticos es la obra de un “pintamonas”, es porque quizá s,
como le pasó al propio Gauguin en su juventud, es que no sabrían por aquel entonces a qué
querían dedicarse, pues sin duda, estaban ante la obra de un auténtico genio reconocido en
todo el mundo.

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