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LA POESÍA MEXICANA DEL SIGLO XX.

UN ACERCAMIENTO

Por Silvia Quezada

La poesía mexicana del siglo XX se caracterizó por el establecimiento de un diálogo con


Hispanoamérica. Sus preocupaciones centrales fueron la universalidad y el esteticismo,
aunque los movimientos sociales no dejaron de marcar su impronta. La literatura escrita por
mujeres se multiplicó de manera notable, a la par que el ambiente literario del medio siglo
comenzó a ser propicio para los creadores; existe desde entonces una cantidad significativa
de premios y becas nacionales. Las temáticas y posturas artísticas al final del siglo XX se
muestran en mosaico, donde cabe la poesía de temática urbana, social, intimista, conceptista,
coloquial, feminista, y un largo etcétera.

I.1.Preludios

Llevar a cabo un repaso de la poesía contemporánea en México implica correr el riesgo de


hablar sólo de lo que se conoce, pero también, de lo que personalmente se valora, debido a
que los poetas y las tendencias van formando un mapa conceptual que una educación
historiográfica ha moldeado: el siglo XX resulta de lo aprehendido a través del Ateneo de la
Juventud, el Estridentismo, las revistas literarias desde Contemporáneos hasta Vuelta, las
múltiples antologías, el Indigenismo, el ’68, el coloquialismo de los años 70... Sustraerse de
este modo de apreciar la literatura es una tarea sumamente difícil. Cuando Carlos Monsiváis
publicó La poesía mexicana del siglo XX, la empresa no escapó al influjo de los apartados de
generaciones literarias, lo mismo que la tentativa de José Gorostiza y José Joaquín Blanco.
[1] Estos ejemplos son representativos de la fragmentariedad existente en las aproximaciones
del tema. La revisión de una sólida bibliografía con las categorizaciones enunciadas en el
título, permitió corroborar la tendencia a pronunciarse por décadas o por promociones
surgidas de la visión de los organizadores de la cultura, llámense antólogos, críticos, e
historiadores del arte, quienes consideran a los periodos de espacio o hechos históricos
relevantes para sus valoraciones: José Luis Martínez, por ejemplo, le otorga a la Revolución
Mexicana el valor de ser el acontecimiento que marcó el distanciamiento con la época del
Modernismo poético reinante durante la primera década del siglo XX, aunque admite que: […]
estas relaciones entre lo político y lo literario han perdido aquel carácter extremoso y total que
tenían en los primeros años de nuestra vida independiente.[2] Para Martínez, la postura del
escritor es determinante: reflexiona en torno a los escritores que persiguen ligar su obra a los
acontecimientos políticos y sociales y alrededor de quienes, por el contrario, encuentran
complacencia en alejarse. Otra de las prácticas críticas para establecer el carácter de la
poesía mexicana es la elaboración de listas, que dan cuenta de las grandes obras de un siglo.
En 2006, una correspondencia cruzada entre Víctor Manuel Mendiola y Christopher
Domínguez en el suplemento El Ángel [3]nos dejó leer la polémica para establecer “Los 20
grandes libros de la literatura mexicana del siglo XX”. Una última consideración antes de
entrar en materia: No podemos soslayar la verbigracia de Elías Nandino al hablar de los
poetas que contribuyen a la naturaleza de una fisonomía nacional, con una cita apropiada a
nuestra intención: […] mi padre, al final de cada cosecha, separaba la semilla buena de la
mala con el fin de emplearla en la siguiente siembra, y para esto utilizaba un arnero. En él
ponía toda la semilla y solamente se salvaba de caer al canasto la de buena calidad. De tal
modo, la que se quedaba era conocida como "grano de a libra" y servía para la siguiente
temporada. Esta idea del grano de a libra fue el principal punto de apoyo para el balance. Con
este criterio podemos decir, sin temor a equivocarnos, que poetas [del siglo XIX] que
continuaron escribiendo en la primera mitad del siglo XX como Amado Nervo, Efrén Rebolledo
y Luis G. Urbina, por citar algunos, no fueron omitidos por nosotros, sino que fue el público
quien se cansó de ellos.[4]

I.2.Un comienzo

En 1903, Enrique González Martínez publica su primer libro: Preludios. Sirva ese volumen
como el punto de partida, génesis que contempla al Ateneo de la Juventud como estandarte
intelectual.[5] El Ateneo de la Juventud, surgido a fines de la época porfiriana, a instancias de
Justo Sierra, buscaría equilibrar los intereses por crear una cultura nacional sin perder la
tradición europea. Los poetas de México eran –lo aclara José Emilio Pacheco–[6] : Amado
Nervo, Luis G. Urbina, Efrén Rebolledo y José Juan Tablada. Calificados dentro de la segunda
promoción modernista, tendencia: [que] se inscribe en el ámbito del idioma, se empeña en no
verse limitado por las fronteras nacionales. Al ser la negación de toda escuela, al exigir a cada
poeta el hallazgo de su individualidad, el modernismo es un círculo cuyo centro está en todas
partes y su circunferencia es ninguna”.[7]

Las décadas iniciales de la vigésima centuria tuvieron en su nómina, según Alfonso Reyes,
unos cuantos nombres, que han llegado hasta nosotros por la propuesta que éste le hiciera a
Xavier Villaurrutia para realizar una selección con poemas de los mejores líricos, entre los que
incluía a Manuel José Othón, Salvador Díaz Mirón, Amado Nervo, Enrique González Martínez,
José Juan Tablada y Ramón López Velarde.[8] La acción la emprendería otro de los
integrantes de la revista Contemporáneos, Jorge Cuesta. La Antología de la poesía mexicana
moderna apareció en 1928. Ignoró la presencia de Manuel Gutiérrez Nájera, autor canónico
de la época y precursor del Modernismo, fallecido en 1895, pero incluyó a Othón, Díaz Mirón,
González Martínez, Tablada y López Velarde. Las notas introductorias a estas voces, nacidas
en el siglo XIX, aunque plenas en el XX, rescatan la mudanza del paisaje de Othón, quien
prefirió la altiplanicie norteña para su lirismo, alejándose de los paisajes al uso: En la estepa
maldita, bajo el pesode sibilante brisa que asesina,irgues tu talla escultural y fina,como un
relieve en el confín impreso.[9] Para Salvador Díaz Mirón, el calificativo que sobresale en la
antología nombrada es el de parnasiano, ya que describe en sus versos el paisaje de
Veracruz con un estilo entre el romanticismo y el simbolismo, formas lejanas al clasicismo de
Othón. Se reconoce en Lascas su mejor obra, por una razón: podía ser leída por un público no
especializado gracias a la nitidez de sus procedimientos. Cuesta destaca la preocupación del
vate por eliminar todo elemento inútil, como los conectivos, calificando como novedosa su
aportación. Amado Nervo es rescatado por su producción primera, amable en su musicalidad,
perteneciente a la corriente decimonónica del Modernismo, que persistió hasta 1921. No se
incluyen textos de su etapa mística, los mayormente celebrados en su momento. Aparece, sin
embargo, el conocido “En paz” del libro Elevación: Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo,
Vidaporque nunca me diste ni esperanza fallidani trabajos injustos ni pena inmerecida;[10] Es
un hecho que para los lectores del siglo XXI estos tres poetas han perdido frescura, sin que
sean del todo desconocidos y hasta declamadas en los círculos populares muchas de estas
piezas, en cuyas temáticas podemos observar el regocijo ante el paisaje y la reconvención
moral. El canon respeta a los tres siguientes, por su gran influencia en los círculos
intelectuales: González Martínez, Tablada y López Velarde. Enrique González Martínez
imitaba por aquellos años al Parnasianismo en boga, movimiento francés del cultivo de la
belleza formal y la rima. La poesía como religión decantaba a los poetas a trabajar la ciencia y
la naturaleza como sus tópicos; en la elevación espiritual de los escritores, la morada de las
musas estaba habitada por faunos y ninfas, personajes líricos que llenaban sus renglones. La
obra de González Martínez fue adquiriendo con el paso del tiempo otros matices, hasta
alcanzar un: […] mensaje de integridad, de melancolía optimista, de constante internación que
gobernará su vida y más tarde su obra.[11] El poeta jalisciense buscó el autoconocimiento y la
admonición moral. En un país que buscaba asideros luego de la revuelta revolucionaria,
González Martínez se convirtió en un poeta influyente para los artistas del decoro formal, sin
que no hayan surgido plumas disidentes, como las de los estridentistas, cuya carga política
minimizaba la aparente relación espiritual del hombre con la palabra, desconociendo los
gustos literarios a la moda. Hacia 1921, año de la aparición del movimiento estridentista, la
comunidad artística fue atacada por su anquilosamiento e invitada a sacudirse de la estética
burguesa. La llamada Vanguardia Actualista de México[12], negaba el valor intrínseco de las
cosas y su equivalencia poética, proponiendo estudiar las leyes de la naturaleza para
comportarse como ella misma. Entre sus postulados, quizá el más influyente para el cambio
de perspectiva lírica fue el que sugirió: XI. Fijar las delimitaciones estéticas, hacer arte con
elementos propios y congénitos fecundados en su propio ambiente.[13] Esta etapa de
búsqueda correspondió a la influencia de las vanguardias europeas, sin que la obra propia de
los estridentistas lograra cabalmente su cometido; sin embargo, la conciencia de transformar
estéticamente la realidad, olvidándose del mimetismo, fue uno de sus logros. Quizá por ello la
presencia de Ramón López Velarde, fue aceptada sin cortapisas por un público lector
habituado a las letras clásicas, francesas y españolas.[14] El nuevo estilo permitió visualizar
una lírica de emociones encendidas, donde el amor, el erotismo y la religiosidad se
entreveraban con particular limpieza. El entorno local de Velarde universalizaba lo propio, sin
los excesos caligramáticos de José Juan Tablada, poeta experimental de juegos lingüísticos, e
introductor de la poesía ideográfica, que ha aguardado desde entonces, en el umbral de los
especialistas, sin que por esta particularización vanguardista deje de ser apreciado por el gran
público. La poesía de López Velarde manejó las asociaciones libres, los adjetivos en calidad
de significación sustantiva y las metáforas religiosas para hablar de la carnalidad, mecanismos
que lo han convertido en modelo emblemático de la poesía contemporánea de México.
[15] Los años veinte representaron para la poesía una posibilidad de crecimiento: con el país
en vías de reconstrucción (luego de la violencia de la revolución armada de 1910 y la etapa
anticonstitucionalista que finalizó en 1917), México impulsó a sus artistas gracias a las
gestiones de José Vasconcelos como Secretario de Educación y años más adelante, el
gobierno mexicano, bajo la gestión de Lázaro Cárdenas, recibió a los republicanos españoles,
entre quienes figuraban filósofos y escritores, sensibilidades que vinieron a nutrir la cultura
mexicana, la cual, según José Luis Martínez, tenía en plena actividad, del lado mexicano, a
aquellos que se preciaban de ser los últimos modernistas (léase Enrique González Martínez) y
los integrantes del Ateneo de la Juventud en pleno reconocimiento (Alfonso Reyes, cuya
poesía, de veta tradicional y corte clásico, destacó primordialmente con el poema dramático
“Ifigenia Cruel”, alusivo al mito helénico). Es por estas épocas que aparece en escena una voz
sensorial y adjetiva, que vendría a dar continuidad a la plasticidad de la naturaleza mexicana:
Carlos Pellicer, cuya perspectiva impresionista dotó a la poesía de un lenguaje lúdico: Jugaré
con las casas de Curazao,pondré el mar a la izquierday haré más puentes movedizos,¡lo que
diga el poeta![16] Las imágenes que trabaja son asimiladas al color desde el goce amoroso y
erótico. En su etapa inicial son los sentidos en algarabía los que sobresalen; más tarde,
escribe sonetos con el tópico de la muerte, tema fundamental y compartido por todos los
Contemporáneos, destacándose José Gorostiza y Xavier Villaurrutia. La originalidad de sus
metáforas trajo vientos nuevos.Gorostiza se alimenta de la tradición española para crear con
Muerte sin fin un poema metafísico, donde utiliza como sistema el enfrentamiento de
elementos contrarios, para hacer surgir nuevas imágenes: El duelo mortal entre tantos
gemelos adversarios agua y vaso, sueño y razón, palabra y silencio, tiempo y forma, no se
expresa como discordia dramática o como dilema de pensador, sino como ambigüedad
poética[17] El valor de la ambigüedad en Gorostiza se confronta con la esencialidad de Xavier
Villaurrutia, quien busca una poesía de precisión. Sueño y vigilia son sus leit motiv,
continuidad temática en los versos primeros de Octavio Paz, cuya estirpe surrealista en los
poemas iniciales no se esconde. Villaurrutia es uno de los poetas táctiles de mayor
envergadura, los poemas primerizos de Reflejos (1926) son un espejo de las sinestesias de
López Velarde, la musicalidad de Nervo y la mesura de González Martínez. Es hasta Nostalgia
de la muerte (1938) que los temas nocturnos, como el sueño y la muerte, lo caracterizan. La
pretensión fue el conocimiento del hombre, el sopeso de su inteligencia, y para ello se valió de
una herramienta surrealista que lo ha definido: los juegos de palabras. La posición
universalista de Los Contemporáneos, en un México donde reinaba el nacionalismo fue
entendida tiempo después, porque entonces, su contemporaneidad con las obras tempranas
de Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Gabriela Mistral o César Vallejo, no eran visibles:
Nuestra visión más importante –dice Villaurrutia– fue la de poner en contacto, en circulación, a
México con lo universal. Tratamos de dar a conocer las manifestaciones del arte; de abrir el
camino para el conocimiento de las literaturas extranjeras.[18] La ruptura con la retórica
tradicional, con sus recursos formales y temáticos era explícita. La Historia mexicana fue
cantada por los corridos en una literatura que no se llevaba a la imprenta y cuando era así, se
hacía por vía de la narrativa. La poesía mexicana de fines de los años treinta no puede
entenderse sin Taller, la revista fundada por Rafael Solana en cuyo techo de palabras
medraron dos plumas infaltables en la poesía vigente: por su pensamiento sin fronteras,
Octavio Paz; por su apego a la nueva realidad urbana, Efraín Huerta. Estos dos nombres
simbolizan al autor esteta y al escritor social, y de ambos intereses va a nutrirse la literatura en
la mitad del siglo, enriquecida con la lectura de Cocteau, Gide y Proust. En la retaguardia van
a quedarse las expresiones del paisaje natural, del exotismo que pintó objetos fríos, el ruido
estridente de la ciudad, la sensualidad de los elementos tocados por la mano del poeta. Efraín
Huerta retrata a una ciudad de México convulsa: Ciudad tan complicada, hervidero de
envidias,Criadero de virtudes deshechas al cabo de una hora,Páramo sofocante, nido blando
en que somosComo palabra ardiente desoída,Superficie en que vamos como un tránsito
oscuro […][19] El abordaje al mundo convulso de la contemporaneidad, las guerras y los
vicios confrontados, será el tema de Piedra de Sol, de Octavio Paz, páginas donde la unión de
la pareja primordial es simbólica respecto al papel del amor para la salvación del hombre:
amar es combatir, si dos se besanel mundo cambia, encarnan los deseos,el pensamiento
encarna, brotan alasen las espaldas del esclavo […][20]
Las escritoras mexicanas toman cuerpo visible a partir de la publicación de la revista Rueca
(1941), título significativo para la producción fabril a la que estuvo destinada la mujer en sus
inicios en el mercado laboral; revista que contribuyó a la divulgación de figuras como Rosario
Castellanos, Margarita Michelena y Concha Urquiza, entre otras voces del amor y la denuncia
social. Para Gabriel Zaid, aunque las mujeres escriben desde el siglo XVI, con escaso éxito, y
salvo la mejor pluma –Sor Juana, por supuesto– del siglo XVII, las voces femeninas mejoran
en calidad:
Se exigen más: replantean el lenguaje poético recibido y su propio papel en mundo de la
cultura. Casi todas empiezan en una militancia femenina, católica, literaria,que toma como
modelo a Sor Juana o a Gabriela Mistral (que estuvo repetidamente en México, y obtuvo el
premio Nobel de literatura en 1945).[21]

Los intereses de las autoras recogieron, en sus inicios, una poesía de corte confesional,
donde la condición de la mujer se señala con todas sus desventajas.

La literatura, junto con el cine de los años cincuenta y sesenta reprodujo imágenes de mujeres
que se oponían a los estereotipos de la mujer mexicana, cuya realización personal ya no se
daba a través de los otros, de los hijos, del marido. La píldora anticonceptiva fue el germen de
una rebelión que liberó a algunas del peso de una procreación esclavizante, la mujer escritora
es parte intelectiva en el panorama social, aunque con marcados límites.

La medianía del siglo XX puede observarse desde el santo y seña de Octavio Paz y Jaime
Sabines: un consagrado y un primerizo. Paz ha develado en sus ensayos y su verso el
carácter del mexicano y su ideología, le ha especificado el Ánima (alma como cosa que se
mete en el hueco de algunas piezas para darle solidez), en tanto que el Ánimus (esfuerzo,
energía) está representado por Sabines.

Del medio siglo datan los apoyos gubernamentales a la creación artística: el Instituto Nacional
de Bellas Artes en 1947 publica Los Anuarios de Poesía, y no es sino hasta 1952 que se
instala el Centro Mexicano de Escritores que otorga becas a narradores como Juan Rulfo o
Juan José Arreola, así como al poeta Rubén Bonifaz Nuño. La figura de Rosario Castellanos,
bandera del feminismo latinoamericano desde los años cincuenta[22] va a destacarse no sólo
por sus temáticas (entre ellas la herencia indígena), sino por la gran variedad de géneros que
trabajó. De entre ellos será la poesía su máximo blasón:

La conciencia del mestizaje, la perduración en nuestro ser de una raza vencida a la que el
mundo fue sin misericordia arrebatado, dan forma y profundidad a muchos de sus versos.[23]

La temática indígena, privilegiada desde la época de Lázaro Cárdenas, persistió con brío
hasta los años setenta, cuando la actividad agrícola predomina en México sobre la industrial,
aunque estos aspectos no han sido determinantes para su floración: [24]

El devenir de la poesía mexicana, si en términos generales ha correspondido los últimos


cuarenta o cincuenta años a las improntas sociales, asimismo ha observado independencia
con respecto a la economía y la política.[25]
Para Frank Dauster, autor de la Breve historia de la poesía mexicana (1956), existía un letargo
entre los jóvenes poetas; en las conclusiones de su estudio afirma la ausencia de nuevos
derroteros formales, aunque observa la tendencia hacia una prometedora ironía.[26]
Observar historias y antologías de literatura para dar forma a esta contextualización parte del
criterio de que estas últimas se han constituido como la fotografía de una época, con sus
consabidos riesgos, entre los que se cuentan la subjetividad del antologador, la amistad o
enemistad que guarde con alguno de los poetas por seleccionar, entre otras cuestiones; sin
embargo, estas compilaciones no están exentas del juicio temporal, porque, finalmente, es el
tiempo el que devela la justa estatura de un poeta. Poesía en movimiento no consideró, por
ejemplo, a Jorge Cuesta, a pesar de los débitos que Octavio Paz guarda con sus ideas
estéticas.

En cuanto a Max Aub, autor de la Antología de poesía mexicana (1950-1960)[27] el español


considera que por esas fechas, la poesía mexicana vive un necesario proceso de renovación,
debido a:

[…] la virtual liquidación de dos generaciones de poetas que dominaron el escenario poético
durante la primera mitad del siglo: la del Ateneo (representada en la antología por Enrique
González Martínez y Alfonso Reyes, muertos en 1952 y 1959, respectivamente) y la de los
Contemporáneos (representados por Carlos Pellicer, Salvador Novo, Jaime Torres Bodet,
Elías Nandino y Gilberto Owen, quienes, después del temprano fallecimiento de Jorge Cuesta,
Bernardo Ortiz de Montellano y Xavier Villaurrutia, y tras el voluntario silencio de José
Gorostiza, son los únicos de su promoción en proseguir sus carreras; aunque el autor de
Perseo vencido, Gilberto Owen, también fallecería durante este mismo lapso, en 1952,
mientras que Novo escribía ya muy poca poesía, entregado como estaba al periodismo y al
teatro). [28]

Los poetas vigentes, surgidos de las revistas Taller y Tierra Nueva tenían la palabra. De los
años cincuenta son La señal (1951), de Jaime Sabines y Ruina de la infame Babilonia (1953)
de Marco Antonio Montes de Oca, textos donde el amor suena a pretexto para abordar al
mundo:

Tuyas son estas colinas donde se quema el día […]


Pero no lejos de aquí, casi en todas partes,
Caen todavía los cervatillos de negro botón en el hocico:
Ruedan las cabezas, las hojas, los higos, el mundo,
El mundo sobre todo, que deserta sin moverse de su sitio[29]

De alguna manera, Paz distingue –como lo hace Dauster– a los poetas con el tono de
Sabines:

Su humor es una lluvia de bofetadas, su risa termina en un aullido, su cólera es amorosa y su


ternura colérica. Pasa del jardín de la infancia a la sala de la cirugía. Para Sabines todos los
días son el primer y el último día del mundo.”[30]

El humor del chiapaneco no es cosa nueva, piénsese en Salvador Novo, quien muestra su
desencanto entre bromas; pero en Sabines no se intenta la risa fácil, sino la honda amargura
de lo perdido.

Jaime Sabines, junto con Rubén Bonifaz Nuño, Rosario Castellanos, Jaime García Terrés,
Marco Antonio Montes de Oca y José Emilio Pacheco (quien aún no contaba con un volumen
de poesía, puesto que el primero fue Los elementos de la noche, publicado en 1963), habían
sido seis de los diez los elegidos por Aub para resignificar a la poesía de esa década.

Octavio Paz, Alí Chumacero y Efraín Huerta se mantuvieron como figuras de primer plano,
síntomas de salud a toda prueba en el arte, aunque en la vida cotidiana México era distinto: un
país anémico, donde se pronunciaban discursos como el de Vicente Lombardo Toledano,
candidato a la presidencia de la República por el PPS, en 1952, quien denostaba el “dedazo”
que impone a gobernadores, alcaldes y regidores. La pobreza en México, según el Secretario
de Hacienda Ramón Beteta, había que buscarla en la escasez de tierras cultivables, en la falta
de agua, en la técnica insuficiente y en la herencia de siglos de limitación e ignorancia.[31]

Este mundo convulso –hacia el fin de la década de los años cincuenta en Latinoamérica– es el
que ve triunfar una revolución de carácter socialista en Cuba; observa a los estadounidenses
invadir de nuevo la República Dominicana ya en los años sesenta; mira el movimiento hippie
en Occidente; a los poetas beatnik en Estados Unidos (Allen Ginsberg y Gregory Corso,
quienes entre otros, ofrecen nuevos formatos para la poesía).

I.3. Un remontable transcurrir

I.3.1 Poesía en movimiento

En los años sesenta, la nómina de poetas en el país es extensa. Si la Antología de la poesía


mexicana moderna de Jorge Cuesta fue, junto con otros muchos trabajos de la misma estirpe,
[32] faro iluminador, Poesía en movimiento, antología de 1966, es un referente que detiene la
marcha. La antología consigna a 42 poetas, de entre los cuales sólo se distingue a cuatro
autoras: Rosario Castellanos, Isabel Fraire, Margarita Michelena y Thelma Nava. En Isabel
Fraire identificamos los tópicos del amor y la muerte; en Michelena, la soledad y la angustia; y
en Nava, la descripción de los avatares del corazón.
Esta antología, rubricada por Homero Aridjis, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y Octavio
Paz, confirmaba la idea de continuidad en el arte mexicano:
Cuesta defiende la conciencia de la ruptura y la avidez del cambio: ¡Qué error pensar que el
arte no es un ejercicio progresivo!”[33]

Paz rubrica el prólogo de la antología y esclarece el mecanismo de la selección, que privilegia


la vigencia de tópicos y tratamientos; elabora un repaso sistemático, abriendo un espacio a las
plumas en descendencia directa de los autores nacionales nombrados y califica a su tiempo,
como una era de indeterminación poética.

I.3.2. La saga del 68

En el “Breve repaso a las letras contemporáneas de México, 1955-1993”, Christopher


Domínguez aborda el movimiento juvenil de 1968 para dar cuenta de la transformación social
encabezada por los jóvenes de México a fines de esa década, de suyo caracterizada como
ente de cambio. Los hechos de sangre perpetrados en contra de la clase universitaria
mexicana, provocaron reacciones encontradas entre los poetas; Domínguez Michael nos
recuerda los casos antagónicos de Salvador Novo[34] y Octavio Paz,[35] cuyas posturas se
manifestaron a favor y en contra de las represalias gubernamentales. Novo, desde la
comodidad que el cobijo del Estado le proporcionaba, festinó; Paz, en contraparte, renunció a
su cargo diplomático en la India.[36]

El movimiento del 68 produjo reacciones artísticas diversas, pero en el fondo permitió que los
jóvenes mostraran su afán por derribar los autoritarismos. Entre las temáticas y los tonos que
se observan, destacamos, por iniciativa propia, y sin seguir a algún teórico en particular: la
poesía de corte social, coloquial, intimista y aquella que se complace en sí misma, como una
especie de poesía del lenguaje. Alejandro Sandoval advierte en la composición de estos
poemas la presencia de múltiples epígrafes, aspecto que retomamos líneas adelante.

I.3.3.De tono social

Los poetas mexicanos de los años sesenta suelen ser declarativos, hablan con
antisolemnidad del cuerpo y su finitud, de la vida miserable, de la ausencia de dios, de la
desesperanza por un mundo que no ofrece más certeza que la muerte. Los jóvenes reunidos
en el libro La espiga amotinada (1960) se supieron profetas de la urbe, en el sentido de
predicadores de lo citadino, con sus horrores y sus cimas efímeras. De entre ellos, respira la
inquietud social de Juan Bañuelos (Espejo humeante) con la pluma, y de Eraclio Zepeda con
la acción política. Los sucesos sociales fueron resignificados por la poesía mexicana a través
discursos disidentes, bagaje que habían sembrado treinta años atrás Efraín Huerta y José
Revueltas, al dialogar con su tiempo y su conciencia:

Yo, que tengo una juventud llena de voces,


De relámpagos, de arterias vivas, […]
Que con esos ojos abiertos y sufriendo
sé ver nuestra tierra por la sal blanqueada,
blanqueada por la amarga leche de los senos,
cómo se apaga con los huesos[37]

El sentimiento surgido por los acontecimientos de 1968 trajo la reaparición de ideas y


actitudes propias de la posguerra:

Perhaps this explains Jaime Reyes dramatic view of reality […] or the divided and disperse
concepts of José de Jesús Sampedro; or the timeles and premonitory ideas of José Carlos
Becerra. What is certain is that poets respond, explicity or implicity, consciously or
unconsciously, to the reality they name and about which they write.[38]
Es importante señalar que la mayoría de los poetas en activo de estos años nacieron en el
contexto de una crisis mundial, y en el año crucial de 1968 pasaron por una transición
existencial, debido a que reaparecieron en ellos profundamente las ideas y actitudes de la
posguerra.

En la poesía social, el verso se acerca intencionadamente a la prosa, y a veces a la parodia.


Hay una carga anecdótica innegable, las imágenes asaltan al intelecto y se contrastan las
ideas, para denostar la paradoja de los tiempos.
Junto a la esperanza de cambio que ejercer el dominio de la pluma ofrece, los escritores
buscaron tonos de registro diversos. José Emilio Pacheco es directo en su “Manuscrito de
Tlatelolco”:

(2 de octubre 1968)
[…] Muchachas y muchachos por todas partes.
Los zapatos llenos de sangre.
Los zapatos sin nadie llenos de sangre.
Y todo Tlatelolco respira sangre.[39]

Con el transcurrir de las décadas, el desencanto se convierte en pesimismo, como lo atestigua


José Luis Bernal en 1974, con el poema “Lección de Historia”:

Más allá de la duda,


Más allá del final, reina el dolor,
Y es su máscara un rictus indeleble

Que quiere deletrear ideologías[40]

I.3.4. De tono coloquial

En México, la influencia de Mario Benedetti, Juan Gelman y Ernesto Cardenal, entre otros
poetas, produjo una poesía narrativa, de aspectos coloquiales, cuyo tono nos evoca a las
imágenes hiperrealistas, en boga durante los años sesenta y setenta, las cuales transferían
fotografías de motivos del diario vivir a los lienzos, para luego de proyectada la diapositiva,
pintar sobre ésta, diluyéndose en el espectador la noción del arte, puesto que el resultado
parecía una simple copia de la realidad. Como los pintores hiperrealistas, los escritores
trataron temas de la vida cotidiana, del amor, de la urbe, del imaginario histórico salpicado con
una carga burlona:

“Homero en Cuernavaca”
¿Qué le hubiera costado a Dios
que todas fueran unos mangos?
Así cada uno tendría el suyo
y nunca hubiera ardido Troya[41]

La poesía con un toque lúdico, busca una identificación con el lector; es alegre por sí misma y
perigue la complicidad de la sonrisa. Para algunos autores, hacer eco de las experiencias
fallidas, sin el tono de la grandilocuencia es otra manera de provocar la identificación de
carácter amoroso con el lector, acción que Bonifaz Nuño realizara desde sus primeros libros:

¿Vendrá otra vez –y cuándo– lo tuve?


Ya nunca igual, ya nunca
Lo mismo habrá de ser; ya de otro modo,
Para siempre, mi casa; ya distinta
¿Cómo vendrá, si vuelve; cómo el rostro
sabré reconocer de lo que tuve?[42]
Este tono íntimo, impregnado de cierta nostalgia por la niñez perdida y el repaso de una vida,
se encuentra en numerosos poemas de la segunda mitad del siglo, llegando a la cima con uno
de los poemas más claros, de fácil lectura para los no iniciados a pesar de su extensión:
Origami para un día de lluvia, de Manuel Ulacia, donde se habla del recobramiento de la edad
inocente y la contemplación del mundo perdido:

Absorto tras el cristal ves llover.


A la luz tenue del farol contrasta
la lluvia blanca con el aire oscuro.
De pronto cesa el tiempo.
Eres el de antes y eres otro:[43]

I.3.5. De tono íntimo

La obra de Eduardo Lizalde protagoniza la orfandad del hombre y su solitaria condición en un


mundo que lo acecha, desencantada de dios y la fraternidad humana explora las preguntas
eternas:DIOS NO SABE LO QUE HACE
¿O existe acaso?[44]
En La zorra enferma de Lizalde, observamos no solamente la historia del país, sino de las
influencias marxistas, el carácter burgués y el desánimo por la vida.

Este sentirse testigo y parte de una Historia mutilada puede leerse en Margarita Michelena,
quien asume el papel del poeta que da voz a los débiles, trastocando el tono íntimo hacia lo
social:

Pues amo al olvidado y al que olvida,


Al tímpano cegado,
Al corazón sin música.
Y por todos, en mí, busco velando
Vuestra propia palabra confundida […][45]

Desde otra atalaya, Tedi López Mills, describe en Un lugar ajeno, la historia de una
ascendencia que se describe con lentitud y apego, reconstruyéndose los ancestros llegados
allende el mar. El poemario convoca a los fantasmas que edifican el presente de la voz lírica;
el resultado es una poesía narrada que parte de la certidumbre y concluye en el
reconocimiento de la identidad:

[…] convoco a la embrollada tribu


que me rezume en un gesto
y me acorrala en el simulacro
de un progreso incierto, cuya andanza imito para procurarme
el detalle de un territorio[46]

Este poema extenso goza de una unidad envidiable, tendencia que ha venido presentándose
cada vez más en la poesía. La ruptura con la inconexión de los volúmenes inconexos es cada
vez mayor.

I.3.6. Por una poesía en el lenguaje


Un rasgo habitual de la literatura contemporánea, anunciado por Paz en Poesía en
movimiento es lo que conocemos por Poesía en el lenguaje. Para sintetizar esta postura,
podríamos decir que se trata de “disminuir los silencios”, es decir, borrar la frontera de la
poesía con la narrativa. Paz lo explica, en 1966, de la siguiente manera:

Nueva metamorfosis entre los jóvenes (Aridjis especialmente): ahora el poema en prosa se
expande en círculos cada vez más amplios y colinda con el relato. El experimento, a primera
vista, parece peligroso: la brevedad mantiene la ambigüedad entre prosa y poema, impide que
éste se disuelva en aquella […] en un sentido estricto, no hay prosa: todo es poesía en el
lenguaje.[47]

Los principios que rigen el poema están ahí, es la estructura versal, con su corte,
encabalgamientos y silencios acortados lo que se mueve. El ritmo interno, la cadencia de las
frases, la rima, no deja de cultivarse:

“Habla Scardanelli”
Qué perro dibujaste en la almohada. Ladra tu nombre
Por las noches y me expulsa el sueño.
Muerde orejas y hombros, mastica el bolo alimenticio,
Roe mi pelvis de granito, las vértebras apolilladas.[48]

Quizá el ejemplo más ad hoc a esta postura estética, en nuestra opinión, la encontramos en
Incurable (1987), de David Huerta, quien no se contenta con transgredir el corte del verso,
sino que presenta su poema dividido en nueve capítulos:

Me fui despojando de tramos inverosímiles de mí mismo, de


documentos, de risas, de tachuelas, de libros y de páginas;
me alcancé por debajo de la sequía y tomé a puñados la
poderosa sustancia de la mañana
y supe que no se trataba de un texto romántico, no, que no era
el apaciguamiento lo que se me tenía acordado[49]

Hay que decir que los tonos que hemos venido ejemplificando no son característicos de la
obra de un autor preciso, sino que aparecen, en ocasiones, todos, en el mismo poeta,
dependiendo del libro que se aborde; aunque, como es natural, reconozcamos peculiaridades
en cada uno, o en un grupo. La poesía en el lenguaje es, por ejemplo, compartida por David
Huerta, José Carlos Becerra, Homero Arijis, Tedi López Mills, Coral Bracho.

I.3.7. Desde el epígrafe: una poesía de lemas

Un indicio de la solemnidad que caracterizó a la vigésima centuria, como lo observa Alejandro


Sandoval al referirse a los libros ganadores del Premio Nacional Aguascalientes [50] es la gran
cantidad de epígrafes que dan entrada a los poemas, así como los homenajes a los autores
reconocidos, señales inequívocas de una especie de conceptismo que escribe para círculos
marcados por la erudición. Lo hace así Francisco Hernández, a pesar de que su interés por la
sencillez temática y versal son inconfundibles: homenajea al compositor Robert Schumann, al
poeta Hölderlin, o al austriaco Georg Trakl (por la música de sus ideas, o por la
experimentación de sus versos, según corresponda).

Ya desde Antes del reino (1963), Homero Aridjis abunda en los epígrafes bilingües y en la
inserción de símbolos y evocaciones librescas:
“Bárbara”
Thy life is but two dead eternities
John Keats
Le monde des esprits s΄ouvre pour nous
Gerard de Nerval
Bárbara
Más allá de todo
a través de la ternura de los hombres
más atrás del comienzo de Eurídice y Beatriz
de los que te han perdido
la palabra sigue
con sangre y semillas de tu ser[51]

Los epígrafes son umbrales en los que el lector detiene su marcha: no entra al poema porque
rememora. En este sentido, este tipo de composiciones buscan un destinatario culto, que
complete la atmósfera y el tono retrotraído de la cita.

I.4. El discurso poético de la generación nacida en los Cincuenta

El concepto de generación literaria fue acuñado por José Ortega y Gasset desde las
siguientes premisas:

La vida humana es cambio, variación continua. Esta variación es particularmente importante


en la vida social porque se arraiga en el pasado y se proyecta en el futuro, mientras que en la
esfera individual el tiempo es edad, es decir, lo transcurrido entre dos puntos fijos: nacimiento
y muerte. 2. Esos cambios en el mundo humano ocurren porque cambia la sensibilidad vital
(cambian las creencias y, en consecuencia, hay un cambio de ideas y de todas las demás
formas de vida colectiva). Estos cambios de sensibilidad vial se manifiestan en la forma de
generaciones. 3. Todo individuo, época o generación es una perspectiva sobre el mundo y la
vida.[52]

Para sus detractores, el concepto no es otra cosa que un arma mercadotécnica y a la vez, un
mecanismo de poder cultural ejercido por los críticos. La periodización es vista como asunto
externo a la Historia; hay desconfianza de que el concepto no sea la utilización de una
máscara para ofrecer una visión nacionalista, o para exhibir una manifestación cargada de
concepción ideológica. Hay que contemplar a las generaciones en función no de su mera
cronología, sino en función de las características de su poética, para poner en evidencia las
particularidades que se destacan de un conjunto discursivo particular en la Historia. Si como
afirmaba Aristóteles, la Poética es el estudio de los modos de ser de una obra literaria, la
poética de esta generación ha de estudiarse desde las normas que tienen qué ver con la
literaturidad, resaltando, como propone Todorov, los recursos y procedimientos que la
contienen.[53]

La ventaja de la periodización histórica es que permite trabajar con los nacidos en una
década, para observar, como espectadores, sus concordancias y disidencias. Pensar que el
estilo, o mejor dicho la forma, es lo que une a los poetas de una generación constituye una
idea fallida, puesto que lo que los enlaza es el hecho de trabajar inicialmente con los mismos
tópicos y tonos, los cuales desaparecen conforme los autores avanzan en su creación.[54]

La generación de los cincuenta (los nacidos de 1950-59) abarca una extensa nómina. Alí
Calderón registra los nombres de 294 poetas,[55] listado perfectible conforme más lectores se
acercan a él, donde cada uno suma a otros poetas con cierto reconocimiento, como son los
casos de Miguel Reinoso (1957), premiado en los certámenes nacionales Alí Chumacero
(1998), así como Premio de Poesía Tijuana (2002) y de Carmen Villoro (1958), miembro del
Sistema Nacional de Creadores. Los poetas más nombrados de su generación son Efraín
Bartolomé, Antonio Deltoro, Jorge Esquinca, Eduardo Milán, Fabio Morábito y Vicente Quirarte
entre muchos otros.

En el ensayo se dedica un apartado a “Las mujeres de la generación”, destacando la


producción de Coral Bracho, Verónica Volkow, Myriam Moscona, Carmen Boullosa, Ethel
Krauze, Silvia Tomasa Rivera, Blanca Luz Pulido, Pura López Colomé y Tedi López Mills,
cuyas obras comenzaron a ser publicadas en la década de los setenta y ochenta, según el
caso.
Los comentarios críticos en torno a la obra de las escritoras parten de la inserción de éstas en
los ámbitos universitarios, hecho que las ha visto multiplicarse en los ámbitos del arte. Para la
poesía de Coral Bracho los calificativos se prodigan:

[…] es una poesía sugerente, plena de sensualidad, con riqueza léxica, y sin duda, con una
sintaxis muy particular. Sus textos son envolventes y apuntan indudablemente a la
sensibilidad del lector. [56]

Son el tono (solemne, nostálgico) el tinte (sombrío), la palabra exacta y la consagración del
instante los que se esclarecen en la poesía de Verónica Volkow; la vertiente intimista y
existencialista en los poemas de Blanca Luz Pulido; el tono desenfadado y nostálgico en Tedi
López Mills, a la par que su finura de lenguaje; al no rematar con comentario alguno la obra de
las otras poetas nombradas es necesario completar con el juicio de otro crítico joven la mirada
del análisis. En el capítulo “Poesía contemporánea de México”, Christopher Domínguez, habla
sobre Silvia Tomasa Rivera, quien:
[…] descubre al lector la naturaleza primigenia de su origen. En algunos de esos breves
poemas sobre su infancia en el campo logra notables evocaciones.[57]

Para Carmen Boullosa, hay también el adjetivo de lo “infantil” en la perfidia de la niña-mujer de


sus versos, Carmen Boullosa es nombrada como una elaborada recuperadora de la infancia;
Myriam Moscona es identificada como una cultivadora de la nueva conciencia del cuerpo
femenino; Ethel Krauze es rescatada como ensayista y de Pura López Colomé no existe
comentario. La obra de Colomé busca la claridad expresiva, sus temas son la orfandad y el
amor:

Confinada a hablar sola,


digo y escucho,
pregunto y respondo.
tarareo, creo cantar,
inhalo, inhalo y no reviento.
No soy nadie.[58]

De acuerdo con estas apreciaciones, cuyas líneas intentan orientar al lector sobre las poetas
mexicanas recientes, observamos en todas ellas dos recurrencias temáticas, la de la infancia y
el paisaje. Selectiva o no, la crítica las perfila hacia esos tópicos. Justo sería deslindar en cada
una las variadas formas de las que sus discursos se valen, es decir, la crítica no es específica
para cada una, damos un ejemplo. En los poemas de Verónica Volkow encontramos un
regreso a la poesía de corte individualista, que fija el momento presente de la voz lírica, como
puede leerse en Litoral de tinta (1979), donde se toca el tema de la identidad:

Mientras yo avanzo,
hay otra que sigue mi pie
y copia mis movimientos como una sombra,
una que abre la puerta
por la que ya he salido
otra que nace
y otra que llora[59]

Volkow aparece antologada en la selección que Evodio Escalante presenta para significar la
década de los cincuenta, agregando otras voces femeninas de sumo interesante, como por
ejemplo, la de Kyra Galván, quien escribe en torno a la condición femenina con un tono
divertido y audaz. Escalante se pregunta si todos los poetas de una época se parecen o si las
diferencias entre ellos son las que dibujan el rostro de una época.

Las premisas de Escalante para “Estos jóvenes de los tiempos poscontestatarios”[60] tienen


que ver con la profusión de registros, afirmándose que una comparación con los poetas del
pasado inmediato dejaría ver esta multiplicidad de tópicos y de tentativas experimentales.
Escalante otorga a esta generación nada menos que la renovación del idioma poético con
proyectos que desplazan la carga semántica de las palabras hacia la materialidad en bruto,
con juegos que sabotean las convenciones mecánicas de la lectura, con la tentativa de
recuperar el tono milenario que sirva para hablar no sólo de los temas universales, sino de los
discursos inmediatos.

Entre las reflexiones del antologador destaca la noción de “conformación modélica”


refiriéndose al mimetismo del que se ha visto plagada la literatura de los últimos años, donde
los poetas saquean la tradición con ánimo de renovarla. Se hace poesía siguiendo esquemas
de probada eficacia: Tierra Baldía de T.S. Elliot es parafraseada al límite en Tierra Nativa, de
José Luis Rivas.

Otra de las nociones generacionales es el “retrato con personaje”, consistente en la


inmovilización de la realidad para identificar a un personaje literario, a un artista, a un
personaje público: Verónica Volkow a Sor Juana o Rafael Vargas a Susana San Juan. Esta
técnica ha sido sumamente trabajada en la narrativa reciente: Cristina Rivera Garza coloca a
Amparo Dávila como personaje, sin afanes biográficos, sino ficcionales.

El afán del canto por sí mismo, es decir, de la pura verdad poética sería otra de las líneas
trabajadas, en este caso se ofrecen los ejemplos de Jorge Esquinca con “Parvadas” y de
Francisco Hinojosa con “Robinson perseguido”.

La textura de la cotidianidad, el aquí y ahora son el terreno donde se mueven poetas como
Ricardo Castillo o Silvia Tomasa Rivera. En síntesis: Escalante constituye el retrato de la
generación de los cincuenta:

Un intento de recapitulación me lleva a dibujar una especie de cuadrado retórico que estaría
constituido por los siguientes vértices: 1) Radicalismo experimental; 2) Conformación
modélica; 3) Lirismo emotivo e intelectual; y 4) Cotidianidad prosaica […] la restauración
vernácula, el cual podría definirse como una revalorización de los elementos no urbanos de
nuestra cultura, en sus dos aspectos, a saber, el regionalismo y la etnicidad. [61]

Aunque en el ensayo de Alí Calderón no encontramos conclusiones en un apartado especial,


a lo largo del volumen pueden localizarse algunas constantes de “La generación de los
cincuenta”, enunciaciones que giran alrededor de las siguientes ideas:
a) Son poetas posmodernos, insertos en el movimiento artístico contemporáneo nacido en la
década de 1970, buscan reorientar la tendencia estética de las vanguardias del siglo XX, cuya
pérdida de legitimación se confronta con la crisis de la historia unitaria. Herederos de una
cultura eurocentrista, buscan una alternativa ante el fracaso de los paradigmas finiseculares y
de la primera mitad del siglo XX. La incertidumbre, desencanto y desesperanza ante la
Historia son una constante.
b) Sus influencias versales son francesas, inglesas, norteamericanas; pero con la misma
fuerza, se traslucen sus influencias latinoamericanas, como las de Pablo Neruda y Octavio
Paz, así como las voces líricas de generaciones mexicanas inmediatas.
c) La multiplicidad y la tendencia fragmentaria son dos de sus características: La linealidad del
signo lingüístico es relativa, comprendemos el poema como un entramado espacial. Hay una
dilución entre el género poético y el narrativo, los márgenes son cada vez más estrechos:
cuenta el tono y el ritmo. La mayoría de los poetas utiliza el verso blanco, (libre).
d) La formación universitaria ofrece un perfil intelectualizado, en su visión de mundo se da una
gran influencia de los medios de comunicación, y en algunos, la presencia de la música rock
como filosofía de lo cotidiano.
e) Entre los temas recurrentes se encuentran la memoria, el recuento del pasado, la
idealización de la infancia, el goce erótico y la metapoesía.

El asunto de la condición femenina, se ha transformado en calidad, sin que las condiciones de


desigualdad de oportunidades se hayan liquidado. La mujer que escribe sigue a cargo del
hogar y los hijos, reduciendo necesariamente el tiempo destinado a la creación. La
competitividad laboral es otro de los aspectos a evaluar. Los versos de Minerva Margarita
Villarreal, en su primer libro, Dama infiel al sueño, nos develan el estado personal de muchas
poetas, quienes, en su condición de mujeres de letras, comparten con dificultades la vida
conyugal:

Soy la brillante mujer que hace la conciencia


como su mejor adquisición,
la misma que duerme a su hijo
y espera,
con los ojos abiertos
la llegada del día.[62]

[1] Ver Monsiváis, Carlos. La poesía mexicana del siglo XX, México, Empresas editoriales,
1966; La poesía actual de México, de José Gorostiza, Universidad de Guanajuato, México,
1969. BLANCO, José Joaquín, Crónica de la poesía mexicana, Departamento de Bellas Artes,
Gobierno de Jalisco, México, 1977.
[2] MARTÍNEZ, José Luis. Literatura Mexicana siglo XX, 1910-1949, Lecturas Mexicanas,
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2001.p.17.
[3] MENDIOLA, Víctor Manuel. “Carta. Sobre la ignorancia en poesía” suplemento El Ángel,
del diario Reforma, México, 29 agosto 1999. Los autores que se nombrarán y/o citarán en este
capítulo no persiguen enaltecer o minimizar a otras voces probables. El canon de los primeros
años del siglo XX los ha dictado la tradición, los de la segunda mitad de la centuria son los
libros de poemas propuestos por Christopher Domínguez y Víctor Manuel Mendiola, en
apretada polémica. La correspondencia se puede leer a partir de: Christopher Domínguez o el
complejo de Bloom", La Jornada Semanal, México, 22 agosto, l999, y El Ángel, 2 agosto 1999.
Aclaración: Bloom se refiere a Harold Bloom.
[4] NANDINO, Elías, et al. Antología de la poesía mexicana del siglo XX, Revista electrónica
Argos 20, noviembre-enero 2002. Consultada el 1 de mayo 2007.
[5] Los autores presentados, así como los juicios de valor y los fragmentos que se consideran
significativos, son a juicio de quien redacta los estrechamente vinculados con la naturaleza
poética de Coral Bracho.
[6] PACHECO, José Emilio. “Aproximación a la poesía mexicana del siglo XX” en Hispania 2,
Vol. 48, Núm. 2, México, Mayo 1965, p. 209.
[7] PACHECO, José Emilio. Antología del modernismo (1884-1921) UNAM/ERA, 1ª edición en
dos tomos, 1979, tercera edición en un tomo, México XXXII.
[8] Ver: SHERIDAN, Guillermo. Presentación a la Antología de la poesía mexicana moderna
(1928), de Jorge Cuesta. Lecturas Mexicanas 99, FCE/ SEP, México, 1985, p.9. Es
conveniente aclarar que la poesía no fue un género distintivo por parte de los integrantes del
Ateneo, por razones de producción escasa, o falta de originalidad en los temas.
[9] CUESTA, Jorge. Íbid, p. 47.
[10] Íbid, p. 83.
[11]DAUSTER, Frank. Breve historia de la poesía mexicana, Ediciones de Andrea, México,
1956. p. 119.
[12] El estridentismo, animado por Manuel Maples Arce, Arqueles Vela y Germán List
Arzubide, fue la respuesta mexicana a los movimientos de vanguardia europeos, entre 1921 y
1927. Su punto de partida fue ironizar la literatura en boga, así como mofarse de la
sacralización de las instituciones. Persiguieron una estética que proclamara la belleza de las
máquinas, expresión de la belleza secular. El movimiento derivó hacia intereses no literarios.
[13] VERANI, Hugo J. Las vanguardias literarias en Hispanoamérica (manifiestos, proclamas y
otros estudios), FCE, Col. Tierra Firme, México 2003, p.101.
[14] El público al que destinaba sus esfuerzos el Ateneo de la Juventud, al organizar
conferencias de diversa índole artística, en el primer ciclo aparecieron temas pictóricos,
filosóficos, arquitectónicos y literarios.
[15] Véase Dauster, Frank. Breve historia de la poesía mexicana. p. 141.
[16] PELLICER, Carlos, “Estudio” en Colores en el mar (1921), en Obras de Carlos Pellicer,
Poesía, FCE, México, 1981, p.23
[17] PAZ, Octavio. “Protagonistas y agonistas: poetas”, en Generaciones y semblanzas, Tomo
4 de sus Obras completas, FCE, México, 1994. p. 248.
[18] MARTÍNEZ, José Luis, “Con Xavier Villaurrutia”, entrevista, Tierra Nueva, año 1, núm.2,
México, marzo-abril 1940, p.74.
[19] HUERTA, Efraín. Los hombres del alba, (1944), Planeta/ Consejo Estatal para la Cultura y
las Artes, México, 2002. p.48.
[20] PAZ, Octavio. “Piedra de sol” en La estación violenta, (1948-1957) Obras completas, tomo
11, FCE, México. 1997, p. 227.
[21] ZAID, Gabriel. “Noticias de la selva”, en Antología general. Océano, México, 2004.p.66.
[22] Los libros de poemas de Castellanos en esta década son: De la vigilia estéril (1950);
Presentación en el templo seguida de El rescate del mundo (1952); Apuntes para una
declaración de fe (1953); Poemas 1953-1955 (1956); Al pie de la letra (1959).
[23] Poesía en movimiento. México 1915-1966. Selecciones y notas de Octavio Paz, Alí
Chumacero, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis. Siglo XXI Editores, México, 1. edición
1966; 31ª. Ed. 2004, p.156.
[24] Una prueba fehaciente es que pese a que el sector servicios es el predominante en el
México actual, la poesía no es un espejo.
[25] SANDOVAL, Víctor. La poesía en México 1940-1990, Seminario de Cultura Mexicana, 1ª.
Edición, 1994, p.7.
[26] DAUSTER, Frank. Op. Cit, p.186.
[27] AUB, Max.Poesía mexicana 1950-1960, (selección, prólogo y notas) Aguilar, México,
1960.
[28] VALENDER, James. “Max Aub y su antología de poesía mexicana (1950-1960)” El
Colegio de México. www.uv.es/enresiglos/max/pdf, consultada el 20 abril 2007.
[29] MONTES DE OCA, Marco Antonio. “En el umbral de la plegaria”, Poesía mexicana,
(selección de). Porrúa, México, 2002. p.385.
[30] PAZ. Octavio, Prólogo a Poesía en movimiento, p.21.
[31]Ver: periódico El Fronterizo, 18 mayo 1952 y 24 abril 1952
.http://docentes.uacj.mx/rquinter/cronicas/1941-1950.htm, consultado el 22 de abril de 2007.
[32] Parnaso de México; Las cien mejores poesías mexicanas; Antología de poetas muertos
en la guerra; Antología de la versificación rítmica, son, entre otras antologías, las
publicaciones que quisieron resarcir el silencio que la Revolución Mexicana produjo.
[33] SHERIDAN, Guillermo. Op. Cit, p.17.
[34] Cfr. NOVO, Salvador. La vida en México en el periodo presidencial de Gustavo Díaz
Ordaz, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Col. Memorias Mexicanas, México 1998.
No se incluye aquí ninguna aseveración de Novo al respecto del movimiento del 68, por
considerar que sus filias políticas no lo hacen mejor ni peor escritor, sencillamente se
menciona su postura para acotar el texto de Domínguez Michael.
[35] LA LIMPIDEZ / (Quizá valga la pena/Escribirlo sobre la limpieza /De esta hoja)/No es
límpida:/Es una rabia/(Amarilla y negra/Acumulación de bilis en español)/Extendida sobre la
página./¿Por qué?/La vergüenza es ira/Vuelta contra uno mismo:/Si/Una nación entera se
avergüenza/Es león que se agazapa/Para saltar […] “México: Olimpiada de 1968” Delhi, a 3
de octubre de 1968, en Obra poética, 1935-1988, Seix Barral, 1990, p.429.
[36] DOMÍNGUEZ MICHAEL, Christopher. La literatura mexicana del siglo XX, Consejo
Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1995. p.222.
[37] REVUELTAS, José. El propósito ciego, (obra póstuma). Aldus,México, 2001. p.29-30. La
inclusión de esta estrofa ejemplificadota y de las siguientes tuvo un criterio temático, sin
descuidar el tono de su decir. Por supuesto que pudieron aparecer otras estrofas y no éstas,
mas su inclusión no obedece sino a la representatividad que portan de manera genésica.
[38] SCHEER, Linda and Miguel Florez (edit.) Poetry of Transition, Mexican Poetry of the
1960s. and. 1970s. (sic). Translation Press, Michigan, 1984. p.10: Tal vez esto explica la
dramática visión de la realidad de Jaime Reyes […] o los divididos y dispersos conceptos de
José de Jesús Sampedro; o las ideas acrónicas y premonitorias de José Carlos Becerra. Lo
que es cierto es que los poetas responden, explícita o implícitamente, consciente o
inconscientemente a una realidad que nombran y acerca de la cual escriben.
[39] PACHECO, José Emilio. No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969), Era, 1ª.
Reimpresión, México 2001, p.25.
[40] BERNAL, José Luis. El cordero y el lobo, UNAM, México, 1992. p.10.
[41] ZAID, Gabriel. Cuestionario (1976) Op. Cit. p.30.
[42] BONIFAZ NUÑO, Rubén. fragmento de “No prevalecerá la limosnera” en Poesía en
movimiento, p. 192.
[43] ULACIA, Manuel. Origami para un día de lluvia (1990), Consejo Nacional para la Cultura y
las Artes, México 2001, p.13.
[44] LIZALDE, Eduardo. La zorra enferma (1974) en Nueva memoria del tigre (poesía 1949-
1991), FCE Letras mexicanas, México 1995, p. 175
[45] MICHELENA, Margarita, “Monólogo del despierto” en Poesía en movimiento, de Octavio
Paz et al, p. 234.
[46] LÓPEZ MILLS, Tedi. Un lugar ajeno, Ediciones del Equilibrista, México, 1993. p.13.
[47] PAZ, Octavio, Op, Cit. p. 16.
[48] HERNÁNDEZ, Francisco, de Habla Scardanelli (1992), en El corazón y su avispero, FCE,
Centzontle, México.2004.p.63.
[49] HUERTA, David. “Capítulo 5. La mañana”, en Incurable, Era, México 1987. p.182.
[50] SANDOVAL, Alejandro. (seleccionador), Veinte años de poesía en México, El premio de
poesía Aguascalientes: 1968-1988, Joaquín Mortiz, México, 1988. pp. VII-XI.
[51] ARIDJIS, Homero. Antología poética (1960-1994), CFE, Tierra Firme, México, 1994. p.44.
[52] En El concepto de generación literaria, de Eduardo Mateo Gambarte, Editorial Síntesis,
Madrid, 1996.p.35.
[53] Confróntese los términos “Poética” e “Historia” en Diccionario enciclopédico de las
ciencias del lenguaje, (1972) de Oswald Ducrot y Tzvetan Todorov, Siglo XXI Editores, 23
edición en español, México, 2005. p. 98-103.
[54] Véase: Sánchez Santiago, Tomás, y José Manuel Diego, en Dos poetas de la generación
de los 50: Carlos Barral y José Ángel Valente, Granada, Ubago, 1950; citado por Mateo
Gambarte, Eduardo, Op.Cit, p.202.
[55] CALDERÓN, Alí. La generación de los cincuenta, Fondo Editorial Tierra Adentro, México,
2005, pp.193-203.
[56] Íbid. P. 29.
[57] MARTÍNEZ, José Luis / Domínguez, Christopher, La literatura mexicana del siglo XX,
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1995. p.244.
[58] LÓPEZ COLOMÉ, Pura. “Eco” en Letras Libres, marzo 2005, p.17.
[59] VOLKOW, Verónica. Litoral de tinta (1979), Consejo Nacional para la Cultura y las Artes,
México, 2001. p.20.
[60] ESCALANTE, Evodio. Poetas de una generación 1950-1959, Premia Editora, México,
1988.p.7.
[61] ESCALANTE, Op. Cit. p.14.
[62] VILLARREAL, Minerva Margarita. Dama infiel al sueño, Cuarto Menguante/ Universidad
de Guadalajara, 1991. p. 47.
Publicado 18th April 2008 por Silvia Quezada
Etiquetas: 02. La Poesía Mexicana del Siglo XX: Un Acercamiento

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