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Teoría Del Derecho Comparado
Teoría Del Derecho Comparado
DERECHO COMPARADO
Los juristas franceses antiguos al comparar las costumbres pudieron determinar los
principios de un derecho común consuetudinario, lo mismo que sucedió en Alemania con
relación al Derecho privado alemán, Tampoco hay que olvidar que el derecho inglés surgió
tras la búsqueda y comparación de los elementos comunes de los diferentes derechos de los
reinos sajones como señala Martha Morineau (s/f):
A pesar de los antecedentes mencionados, René David explica que el nombre Derecho
comparado no se utilizó sino hasta mediados del siglo XIX y principios del siglo XX,
cuando se iniciaron los estudios de derecho comparado de una manera sistemática. Esta
circunstancia y, como nos dice René David (citado por Martha Morineau, s/f), “la
necesidad que han experimentado los juristas, tras una etapa de signo nacionalista, de
restituir la ciencia jurídica a su anterior universalismo, en cuanto éste es atributo de toda
ciencia” (p. 05), quiere decir que los nacionalistas dieron lugar a la creación de institutos
dedicados a la materia y la realización de congresos y coloquios sobre la disciplina.
En 1900 se celebró, en París, el Primer Congreso Internacional de Derecho Comparado, y
es importante mencionar que asistió un representante de la familia jurídica del Common
Law, señala Santiago Gonzales (1999):
En este contexto histórico de esplendor de los Derechos nacionales que se vivían a finales
del siglo XIX, el Derecho comparado pudo experimentar un bello apogeo, a raíz de
simbólico congreso de parís de 1900, motivado por la promulgación de código civil alemán
de 1896 (p. 655).
Como estudioso de derecho internacional privado, Rabel se ocupó, entre otras cosas, de la
calificación, es decir, de la interpretación de los conceptos que en las normas de conflicto
identifican el ámbito material de aplicación, determinando el derecho aplicable al supuesto
que tiene elementos de internacionalidad. Por ello, según Rabel citado por (Somma
Alessandro,2015). “La calificación no debe seguir el conceptualismo típico de un derecho
nacional, sino el sentido al que remite la situación fáctica a la que se refiere la norma de
conflicto” (p.123). Entonces si los tribunales internacionales entendieran esos conceptos
según los cánones típicos del ordenamiento en el que operan, llegarían a resultados
erróneos desde el punto de vista del ordenamiento extranjero al que remite la norma de
conflicto.
De todos modos, la referencia al punto de vista del operador del derecho extranjero es una
indicación poco acorde con el propósito de acreditar la escuela de funcionalista
comparatista como instrumento de superación del conceptualismo, como afirman Zweigert
y Kötz (citado por somma Alessandro, 2015) “para combatir los vicios que denuncian los
comparatistas hay que superar precisamente el punto de vista del operador del derecho
estudiado, que permitiría identificar los formantes verbalizados o, de algún modo,
explicitados, pero no los modelos implícitos o criptotipos” (p.123), aunque presenten
diferencias en el desarrollo histórico, en su estructura sistemático teórica y en el estilo de
las aplicaciones prácticas de derecho comparado, los ordenamientos jurídicos diversos
adoptan soluciones idénticas hasta en los mínimos detalles, o muy similares, puede partir de
una presunción de similitudes de las soluciones prácticas, válida por lo menos en todos los
ámbitos no comprometidos por juicios de valor e imperativos morales.
En cambio, desde otro punto de vista podemos subrayar las convergencias espontáneas que
en muchos ordenamientos se registran en relación con temas decididamente ligados a
opciones culturales fuertes, como es el caso reciente de la regulación de la convivencia
homosexual. Señala somma Alessandro (2015):
Desde nuestro punto de vista, el empleo del discurso jurídico para ejercer poder constituye
la prerrogativa de quienquiera que tenga el control sobre él y, por tanto, no sólo, desde
luego, de la clase compuesta por los profesionales del derecho. Otro aspecto crítico de los
comparatistas se descubre al considerar los límites dónde los funcionalistas ponen a la
actividad del comparatista de cotejar solamente aquello que cumple con el mismo
cometido, con la misma función, en decir, se eliminan así los problemas planteados
habitualmente por la medición de los estados de los objetos cotejados en relación a una
determinada propiedad.
El funcionalismo está concebido para producir una comparación unificadora y para decretar
como ajeno al trabajo del comparatista todo aquello que pueda desmentir la imagen de un
derecho apolítico y, como tal, universal: ante todo la investigación en sectores del
ordenamiento que son considerados prisioneros de opciones culturales o ideológicas. Como
señala Zweigert y Kötz (citado por somma Alessandro, 2015).
La comparación efectuada según el método funcional parece incluso ir más allá, parece
llevar a creer que no existen categorías de sujetos en condición de controlar el discurso
jurídico, ni siquiera la clase profesional de los juristas. Éstos estarían efectivamente
condenados a producir y reproducir las reglas capaces de mantener en equilibrio el sistema
dado, y sólo esas reglas, y a ocultar los conflictos en clave conservadora, en nombre de la
cohesión social
y del desarrollo del sistema (p.125).
Esto serviría, en particular para el comparatista, llamado a sostener la conservación de lo
existente mediante referencias a experiencias extranjeras que con la complicidad de los
límites dentro de los cuales se aplica el método funcional, están destinadas inevitablemente
a mostrar la solución adoptada por el derecho interno como decididamente extendida y
consolidada.
Cuando el comparatista actúa como sistemólogo, debe clasificar reconstruyendo para cada
ordenamiento el nivel de disociación entre formantes. Si, en cambio, está cotejando
construcciones jurídicas específicas, debe identificar primero el contenido de los
correspondientes formantes para utilizarlos después como punto de referencia en sus
análisis (p.128).
En este caso podemos decir que es evidente la ruptura producida por la teoría de los
formantes respecto al fundamento ideal del positivismo jurídico. Éste toma en
consideración únicamente las fuentes de producción formal del derecho y no valora, por
tanto, la jurisprudencia y la doctrina, a menos que se trate de analizar un ordenamiento de
common law o un derecho religioso, respectivamente.
A estas alturas, no debe sorprendernos que Hans Kelsen pueda ser considerado un
estructuralista ante litteram. En efecto, Kelsen establece que precisamente la comparación
permite identificar la naturaleza del derecho, determinar su estructura y sus formas típicas
independientemente del contenido variable que presenta en distintas épocas y entre pueblos
distintos, y es esto lo que integra el núcleo de la teoría pura del derecho (Santiago
Gonzales, 1999, p.75)
Enumerados los defectos y virtudes del método estructuralista, reconocer la disociación
entre formantes es entonces útil en muchos casos, no sólo para mostrar la falacia del
enfoque combatido por el estructuralismo, sino también del enfoque ius positivista. Por lo
tanto de este modo se descuida el contexto en el que actúan las construcciones jurídicas y
acaba produciéndose a menudo una comparación que une.
La escuela pos moderna comparatista, al derecho le lleva a dirigir su interés sobre todo a las
fuentes que, en los países de derecho codificado, no son consideradas como tales por la
teoría de la separación de poderes, señala somma Alessandro, (2015):
la jurisprudencia y la doctrina, contempladas por el ius positivismo como meras
reproductoras de las palabras del legislador (…) En el momento en el que interpretan la ley,
jueces y estudiosos dislocan la ecuación que la identifica con el derecho, pues ejercen una
actividad que no es ni tampoco puede ser meramente cognoscitiva; parten efectivamente de
la letra del texto para producir normas que son el fruto de adiciones, carentes por otra parte
de fronteras precisas respecto a un sedicente sentido auténtico del texto, tal vez existente
pero siempre inescrutable (p.130).
Dicho de otro modo, la interpretación de un texto constituye una actividad cuyas
características difieren profundamente de las que suelen atribuirse a la interpretación de un
hecho natural. A diferencia de ésta, aquélla incluye necesariamente un momento valorativo,
que el ius positivismo no desconoce pero que encierra en la esfera de actividad del
legislador, por encima de la interpretación.
Todo esto es aclarado y documentado por la hermenéutica, que estudia las modalidades de
atribución de sentido a los textos, subrayando el papel del contexto y la aportación del
intérprete. Entre quienes cultivan la hermenéutica ha prevalecido durante mucho tiempo la
convicción de poder mostrar las múltiples combinaciones entre elementos directamente
atribuibles a la letra del texto y elementos que, en cambio, le son ajenos, indica somma
Alessandro, (2015):
los relacionados con las inclinaciones más o menos conscientes del intérprete o
eventualmente con el sentir común vehiculado por el intérprete, esta convicción se
rige por la creencia última en que es factible aislar el significado extraíble de la letra
del texto respecto a las adiciones que concurren para determinar su significado
(p,132).
Hoy, sin embargo, se reconoce que, considerando posible semejante operación, ésta
produciría un conocimiento sólo aparentemente alternativo al que interesa a los creyentes
en el sentido supremo de los textos.
Son éstas normas sociales, relevantes en la medida en la que poseen una valencia coercitiva
y van acompañadas de la previsión de sanciones en caso de que sean violadas, señala
somma Alessandro (2015),“presiden, al igual que las normas jurídicas, la distribución
imperativa de valores y bienes que son funcionales para satisfacer” (p, 132).
En síntesis, el derecho del que se ocupa el comparatista no es sólo el producido por todos
los operadores que de algún modo se miden con las palabras del legislador, es también el
conjunto de normas sociales, normas no jurídicas desde un punto de vista interno pero que
pueden ser incluidas, de todos modos, en el elenco de preceptos que condicionan el
comportamiento del individuo y su ubicación en las múltiples comunidades de las que es
parte. Si en cambio se aleja de éstas, las normas sociales asumirán un papel creciente,
apreciable mediante el recurso a las enseñanzas de la sociología o de la antropología.
CONCLUSIÓN
El derecho comparado no se limita a la simple comparación de leyes, sino que va más
allá, y resulta propicia la oportunidad para aclarar que la comparación es una de las
varias instituciones del derecho comparado, la cual puede aplicarse a cualquier fuente
del derecho y a cualquier rama del mismo.