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Dulcinea o El Ideal
Dulcinea o El Ideal
Mariapia Lamberti
Universidad Nacional Autónoma de México, México, D. F.
1. Encuentro por ejemplo, en la vasta bibliografía, un texto de 1947, una conferencia dictada y edita-
da en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, por Emma Prado de Arai, con un título que no deja dudas: «Dulcinea,
protagonista invisible del Quijote».
2. John J. Allen, «El desarrollo de Dulcinea y la evolución de Don Quijote», Nueva Revista de Filología
Hispánica, xxxviii, pp. 849-856.
Aspecto real. Me refiero con este aspecto a la campesina Aldonza Lorenzo, que
es el punto de partida, la materia bruta de la cual se forma la espiritual Dulcinea.
La presentación nos la hace el autor mismo; pero también en esta presentación,
la «moza labradora» no aparece como un elemento de la vida de Alonso Quijano,
como un recuerdo suyo; por lo tanto carece de personalidad y acción, es mera —y
somera— descripción: «Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había
3. Ibid., p. 849.
4. Julio Torres, «Dulcinea del Toboso. El personaje elíptico», Revista de Filología Románica, n. 14, vol II,
1997, pp. 441-455. Los últimos dos estudios citados se remiten en su interior a varios estudios previos
sobre el tema. Las interpretaciones de Dulcinea se multiplican en forma exponencial.
5. Ibid., p. 444.
6. Ibid., p. 446.
7. Empleo para las citas la edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico: Miguel de Cer-
vantes, Don Quijote de la Mancha, Barcelona, Instituto Cervantes-Crítica, 1998. Como es habitual, indicaré
únicamente con números romanos la parte primera o segunda, y con arábigos el capítulo en el que se
encuentra el pasaje citado.
8. Julio Torres, en el artículo citado, sugiere en varias ocasiones que Don Quijote es perfectamente
consciente de estar creando juegos, consciente de que «todo es una farsa» (p. 454), incluyendo su pro-
yección de Dulcinea.
9. Para una función irónica o humorística de Dulcinea pueden verse los trabajos de Anthony Close,
«Don Quixote’s love for Dulcinea. A study of cervantine irony», Bulletin of Hispanic Studies, 54 (1973), pp.
237-255 y de Gemma Roberts, «Ausencia y presencia de Dulcinea en el Quijote», Revista de Archivos, Biblio-
tecas y Museos, 82 (1979), pp. 809-826.
12. Como ha dicho Rodríguez Luis: «La selección de Dulcinea, o conversión en ella de la labradora
Aldonza Lorenzo, está vista con agudísima sensibilidad lo mismo que [...] la decidida afirmación del ideal
frente a la realidad que Sancho insiste en presentar a su amo» («Dulcinea a través de los dos Quijotes»,
Nueva Revista de Filología Hispánica, 18 [1965-1966], p. 416).
13. Prado de Arai, op. cit., p. 17.
14. Me refiero aquí a la subdivisión de la figura de Don Quijote en cuatro aspectos, hecha por Ludovik
Osterc en El pensamiento social y político de Cervantes, México, unam, 1976, parafraseando libremente.
15. Sergio Fernández, Las grandes figuras españolas del Renacimiento y del Barroco, México, Pormaca, 1966,
p. 168.
Pero a este punto cabe una pregunta: si la función última de Dulcinea en el plano
literario —y también en el didascálico implícito en la obra de Cervantes— es la de
símbolo y móvil ideal, y si su vida se desarrolla únicamente en el ánimo del per-
sonaje Don Quijote, ¿qué necesidad tiene esa raigambre terrenal que es Aldonza?
Hemos visto que la una no es la otra, y sin embargo Dulcinea deriva de Aldon-
za, ennobleciéndola como su nombre mismo lo indica.16 La referencia de la figura
ideal a un «doble» real, sirve, a mi parecer, a varios fines, en concomitancia con los
diferentes niveles de significación de la novela, que resumo aquí en los dos funda-
mentales: el paródico y el didascálico. En el plano paródico, el contraste cómico
Aldonza-Dulcinea es evidente y ha sido señalado. Se observa varias veces en el
transcurso de la primera parte de la novela; además de los pasajes citados, tenemos
la alusión al analfabetismo de Aldonza cuando su galante caballero le quiere enviar
una carta redactada en los más puros términos de la tradición literaria caballeresca
(I, 25);17 y la descripción en términos de Aldonza del supuesto recibimiento de di-
cha carta, por parte de Sancho (I, 31). Pero un efecto cómico esporádico no explica
un recurso literario tan complejo como la invención de la existencia concreta de
quien no es más que un pretexto para el ideal. Creo que la razón más importante la
encontramos en el plano didascálico. Una Dulcinea fruto únicamente de la mente
de Don Quijote hubiera perdido parte de su fuerza y de su pujanza, y fácilmente
se hubiera reducido a una irrealidad intrascendente, una alucinación de visionario.
La Dulcinea simbólica y ejemplar, la que se ofrece como modelo, gana en evidencia
teniendo esta posibilidad, aunque ambigua, de existencia concreta; y la posibilidad
de ser pensada y entendida en forma concreta por mentes (como, emblemática-
mente, la de Sancho) poco aptas a la sublimación. Al sentirla tan viva en sí, puede
Don Quijote hablar de ella en términos objetivos, sin que ello signifique un remate
de su locura, que, como sabemos, colinda demasiadas veces con una profunda
sabiduría y una moralísima cordura. Puede decir: «ni yo parí ni engendré a mi se-
ñora» (II, 32) en el momento mismo en que la va a ensalzar e idealizar en extremo.
La presencia de Aldonza favorece una necesaria ambigüedad para que lo ideal no
nos parezca algo abstracto y como tal lo rechacemos; y para que al mismo tiempo
nos recordemos siempre de la realidad decepcionante que se opone a todo ideal,
y que demasiadas veces corresponde a la realización concreta del ideal, religioso o
político que sea.
En el plano literario, además, la presencia de Aldonza sirve para que los demás
personajes se sientan intrigados por Dulcinea, a la que sólo pueden concebir como
persona física o como invención fantástica, y ora tratan de negar su existencia, sin
16. Me fundamento sobre el estudio etimológico, convincente, que hace Rafael Lapesa en el capítulo
«Aldonza-dulce-Dulcinea» de su estudio De la Edad Media a nuestros días, Madrid, Gredos, 1967, pp. 212-
218.
17. Aunque Francisco Rico, en la nota 81 a I, 25, p. 282 de la edición por él comentada, notifique: «Se
ha notado al propósito que saber leer y escribir podía ser interpretado como un desdoro», nos atrevemos
a afirmar que esta alusión a la falta de letras hace parte del contraste cómico Aldonza-Dulcinea; de hecho,
el mismo comentador, en la nota 108 al mismo capítulo, p. 286, recuerda la carta que Oriana le escribe a
Amadís, fuente de algunas expresiones que Quijote usa en la suya a Dulcinea. Entonces para Oriana es
evidente que la escritura no era «desdoro».
lograrlo, ora le dan cuerpo para negarle alma, sea recurriendo a la identificación
con Aldonza, sea simulando su concreto ser físico, siendo cada vez desmentidos.
contrapone al «olor sabeo» sugerido por Don Quijote, ha de haber sido el propio
olor de Sancho, porque bien sabe el Caballero «a lo que huele aquella rosa entre es-
pinas, aquel lirio del campo, aquel ámbar desleído». Y el «pan y queso» que según
Sancho ella le había dado en albricias, en lugar de la «rica joya» que presuponía el
Caballero, es sin embargo señal que la dama es «liberal en extremo». La imagen de
Dulcinea queda intacta, gracias al poder de la idealización.
La segunda mentira de Sancho tiene un origen parecido: insiste su amo en vi-
sitar a su señora en el Toboso (II, 10), y el fiel escudero, conociendo la capacidad
de transformación hacia lo alto que tienen los ojos de su amo, para salvarse de su
apuro, le indica a Dulcinea y sus damas de honor en tres zafias (y comiquísimas)
labradoras, describiéndolas con todos los tópicos de hermosura que ha aprendido
en la larga convivencia con su amo. Su coartada es perfecta: Sancho no es amigo de
riesgos, y él mismo nos explica que si Quijote no creerá a sus palabras, sino a sus
propios ojos, creerá en algún encantamiento. Es lo que en efecto sucede; Sancho,
como el lector, como el autor, sabe muy bien que el ideal de Don Quijote no cede
frente a ningún ataque envilecedor. La integridad de Dulcinea es salva otra vez:
los ojos del cuerpo ven lo corporal, decepcionante; los del espíritu contemplan,
intacta, la imagen espiritual.
El plano literario es de lo más complejo: se trata de una mistificación de lo fan-
tástico hecha por un personaje a espaldas de otro. El lector, a su vez, conoce la
artimaña desde el principio, y por lo tanto no puede más que reconocer la intangi-
bilidad del fantasma quijotesco. En el nivel de la ficción narrativa, Quijote no cae
en la mistificación, sino que la elude, con un viraje magistral, sin negar la realidad
que ve, pero sin negar tampoco su realidad interior, a la cual reconduce, inter-
pretándolo, el pretendido engaño. Para él también la figura de Dulcinea se queda
incorrupta, incapaz de ser corporeizada. Cuanto más nos acercamos a una posible
confrontación de Dulcinea con su doble real (la visita al Toboso, lugar de Aldon-
za), tanto más nos alejamos de la realidad, para encerrarnos en un mundo que no
admite otras reglas que las de la mente de Don Quijote. La imagen de la Dulcinea
encantada se graba tan profundamente en el alma de Don Quijote, que en esta
forma la ve en la cueva de Montesinos, mundo totalmente fantástico, donde su
imaginación bien hubiera podido dar un rostro a la sombra. Pero, literariamente,
Dulcinea no necesita rostro, pues su calidad esencial de símbolo no lo permite.
Sin embargo, nos encontramos, en un punto crucial de la novela, con una fal-
sa Dulcinea que sí tiene rostro y hermosura. Los duques preparan una costosa
máquina para presentar a Don Quijote su Dulcinea que pide ser rescatada de su
encantamiento a costa de las posaderas de Sancho. Los Duques saben que Sancho
es el verdadero artífice del «encantamiento», y a él le piden, aunque cruelmente, el
sacrificio liberador. La imagen que han contrahecho es la de una «ninfa vestida de
mil velos de plata [... que] traía el rostro cubierto con un transparente y delicado
cendal» a través de cuyos hilos «se descubría un hermosísimo rostro de doncella»,
la cual, «quitándose el sutil velo del rostro, le descubrió tal, que a todos les pareció
más que medianamente hermoso» (II, 35). ¿Puede haber encontrado, la sin par,
mujer que se le asemeje y pueda ser confundida con ella? El «desenfado varonil»
que la hermosa ninfa demuestra acto seguido, nos empieza a iluminar, además
de recordarnos el episodio paródico de la marimacha descripción de Aldonza por
parte de Sancho. Lo sabremos en el capítulo siguiente que la Falsa Dulcinea era un
mancebo.
Por un lado, para el lector no hubo comparación femenina con Dulcinea; y la
bajeza del engaño, ofensiva por el trueque de sexos, hace resaltar aún más la figura
de la Dulcinea que no admite límites concretos a su belleza. Por el otro lado, el de
Don Quijote, notamos una extraña ausencia de emoción. Ya sabemos que para él
todo lo que se presenta ante sus ojos tiene valor de realidad, aunque lo interprete
según sus propios cánones. Esta Dulcinea de teatro es entonces algo real para él, y
sin embargo no se fija en la figura viva y, a pesar del sexo equívoco, hermosa, que
tiene a la vista; sino que olvida el «contento que pudiera dar[le] ver en su ser a [su]
señora», que tan fuerte se anticipaba a la hora del «encantamiento». Su atención se
concentra en Sancho: primero para increparlo por su renuencia a vapulearse, luego
«dándole mil besos en la frente y en las mejillas» cuando por fin el escudero acepta
liberar a «su» Dulcinea. El Caballero que se había hincado frente a las zafias y ma-
lolientes labradoras, creyendo presente en ellas, por encantamiento, a su señora,
no dobla ahora las rodillas delante de este innoble disfraz, aunque tenga la «gar-
ganta atravesada», aunque crea en la verdad de la visión y del posible desencanto.
La imagen que prevalece, que cuenta, es la interior, la ideal.
En este punto hay que subrayar un elemento importante. Aldonza desaparece,
se borra detrás de Dulcinea en el momento que hemos señalado. Por otro lado,
Quijote alimenta en sí la imagen que se ha forjado, cuya idealización crece pro-
gresivamente. El contraste, la dialéctica, se desplaza de Aldonza-Dulcinea a ver-
dadera-falsa Dulcinea. Esas falsificaciones cobran siempre mayor importancia. El
duelo verbal entre Quijote y Sancho sobre el episodio de la entrega de la carta, no
se limita al capítulo señalado, sino que vuelve a brotar de vez en cuando; las inter-
pretaciones que da Quijote a los detalles de Sancho son siempre más idealizadas,
hasta el grado de pensar que Dulcinea haya sido víctima de un encantamiento tam-
bién a los ojos de Sancho: «que pues a mí me la mudaron, no es maravilla que a él
se la cambiasen» (II, 32). La Duquesa, que con retruécano estructural típico de Cer-
vantes, no es sólo personaje, sino también lectora de la primera parte de la novela,
insiste, aun sabiendo al igual que nosotros los reales términos del asunto, en saber
más detalles. Ella es también la que confunde las ideas de Sancho sobre la realidad
del «encantamiento». Aldonza se le olvida por completo, y la Dulcinea encantada,
la simulada, es ahora su verdadero contrincante. Sancho, en su visita al Toboso,
dice que «así sé yo quién es la señora Dulcinea como dar un puño en el cielo» (II,
9). Y dice la verdad, pues otra cosa es Aldonza (a quien afirmó anteriormente co-
nocer), y muy otra Dulcinea, así como otra cosa es el fantasma quijotesco, y otra
el que imprudentemente él, Sancho, ha creado. Hay que notar que en esta misma
visita al Toboso, también Don Quijote, que había mantenido constantemente la
afirmación de conocer a su Señora, ahora afirma no haberla visto nunca, amarla
sólo «de oída y de la gran fama que tiene de hermosa y discreta». Y no sólo. Dice a
Sancho: «¿no te he dicho mil veces que en todos los días de mi vida no he visto la sin
par Dulcinea [...]?». No, nunca se lo había dicho. Pero ahora en él la idealización es
completa, y la imagen se despega totalmente de la realidad. Y puede rememorar
el trigo ahechado de la primera falsa visita de Sancho; nada va a rebajar ya a su
Dulcinea, como no la rebajarán las imágenes contrahechas que le presentarán «sus
enemigos» más adelante.
En estos engaños tenemos una lucha entre dos imágenes irreales: una envilecida
y materializada, la otra rarefacta y sublime. Esta última es la que nace del alma
de Don Quijote, y vive en un plano trascendente. Sin embargo, la otra también es
interiorizada por él, y por ende la lucha se desarrolla en el ánimo del Caballero:
«Ella es la encantada, la ofendida, la mudada, trocada y trastocada, y en ella se han
vengado de mí mis enemigos, y por ella viviré yo en perpetuas lágrimas, hasta verla en
su prístino estado» (II, 32). Palabras cuya significación profunda se puede intentar
interpretar analizando el origen, las características y la simbología de Dulcinea.
18. «Todos estamos enamorados de la gloria, los que lo estamos, sin que jamás la hayamos visto en
vida», Miguel de Unamuno, Vida de Don Quijote y Sancho (1905), Madrid, Espasa-Calpe 196112, II Parte,
cap. 4. De hecho, la define «Dulcinea de la Gloria».
19. Torres, op. cit., p. 454.
20. Torres (ibid., p. 447) comenta las consideraciones de Torrente Ballester en su apartado «La com-
plicada invención de Dulcinea» de El Quijote como juego (Madrid, Guadarrama, 1975). Su opinión es que
Torrente continúa identificando Aldonza con Dulcinea, y por eso sus conclusiones resultan falseadas. La
discusión no acaba...
21. Me refiero otra vez a la citada obra de L. Osterc y a la de Américo Castro, El pensamiento de Cervan-
tes, Barcelona, Noguer, 1972.
Bibliografía
Allen, John J., «El desarrollo de Dulcinea y la evolución de Don Quijote», Nueva
Revista de Filología Hispánica, XXXVIII (1990), pp. 849-856.
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Close, Anthony, «Don Quixote’s love for Dulcinea. A study of cervantine irony»,
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Torres, Julio, «Dulcinea del Toboso. El personaje elíptico», Revista de Filología Romá-
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Unamuno, Miguel de, Vida de Don Quijote y Sancho (1905), Madrid, Espasa-Calpe,
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