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Hay una frase de T. S. Eliot que dice esto muy bellamente: “… A veces uno
se siente un puro precipitado de lo que van dejando los otros allí donde
supuestamente hay una identidad (la de uno). Y como en la vida no se
conoce tanta gente, la mayoría de esos otros que nos conforman son
autores de personajes o de libros…”[1]
Ninguna imagen más afín con estos postulados que la del hidalgo
manchego.
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perdemos para encontrarnos, donde las operaciones de identificación y de
extrañamiento se conjugan para devolvernos una imagen de nosotros
mismos, si esto es cierto, podremos coincidir con Kristeva en que el
discurso amoroso se presenta como uno de los modos privilegiados para leer
la historia de la subjetividad, y el discurso literario como el laboratorio ideal
para tal análisis.
Pero ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? ¿De qué habla Don Quijote
cuando habla de amor?
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consistencia literaria, y ha de aparecer en una suerte de espejo que lo
reenvíe a ese nuevo ser a semejanza de los signos, a “ese largo grafismo
flaco como una letra, escapado del bostezo de los libros” (hermosa
definición de Foucault) en que se ha convertido. Ahora, es preciso insistir
en un concepto fundamental: el objeto de amor es un objeto que falta. Se
ama lo que no se tiene. La madre de Eros es Penía, la carencia, la
pobreza[2]. El deseo de lo ausente, de ir hacia lo que falta, hacia lo que no
se posee impregna a Eros. Pero el lenguaje también funciona en base a esa
carencia. Entrar en el lenguaje implica descubrir que un signo tiene
significado no sólo porque se diferencia de otros sino porque presupone la
ausencia del objeto que significa. Proyectado en el mundo vacío del
lenguaje, saltando de significante en significante, Don Quijote va a hacer
surgir otras verdades detrás de las verdades establecidas. Así, el mundo se
poblará y se enriquecerá con ventas que son castillos, molinos que son
gigantes, rebaños- ejércitos y bacías- yelmos de Mambrino.
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porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin frutos y
cuerpo sin alma…”[3] Psique y Eros. Desde Platón, el alma (Psique) se ha
convertido en espacio, en receptáculo de la pasión amorosa (Eros). La
amada se constituirá merced a este acto performativo, en los frutos y en el
alma del cuerpo seco que es Don Quijote sin ella.
Aventuro aquí que Dulcinea es una metáfora acuñada por Don Quijote, una
creación verbal que surge en una operación de desplazamiento y ampliación del
sentido de las palabras, cuyo referente problemático no deja de escurrirse como
arena entre los dedos. Tomo el término metáfora desde una concepción
mucho más amplia que la que propone la retórica, concepción que
trasciende la mera traslación de sentido de una palabra a otra. La semejanza,
intrínsecamente constitutiva de esta figura (metaforizar, decía Aristóteles, es
percibir lo semejante), se entiende aquí no percibida en función de la
imagen, sino como tensión entre la identidad y la diferencia en la operación
predicativa desencadenada por la innovación semántica.
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emergen en el libro, conjurados por la voz de Don Quijote, Aldonza
Lorenzo brota de la voz de Sancho (de su memoria y de su invención). En el
mundo rústico de Sancho, que es el del lector, plagado de mujeres
extraordinarias y anodinas, Aldonza (y desde luego Dulcinea) brillan por su
ausencia. Nunca mejor empleado el lugar común. El objeto de amor es un
objeto que falta, pero que brilla.
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caballeresco. Cuando en el episodio de Sierra Morena, Sancho vincula el
nombre de Dulcinea con el referente primero y, desde el código de la lengua
campesina, repone los semas que Don Quijote ha suprimido, relativos a su
condición de labradora, ambos mundos entran en conflicto, se
desestabilizan.
Pero el conflicto sólo existe para Sancho, que percibe dos signos y un solo
referente. No es así para Don Quijote:
“…por lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso tanto vale como la más alta
princesa de la tierra. Sí, que no todos los poetas que alaban damas debajo
de un nombre que ellos a su albedrío les ponen, es verdad que las tienen.
[…] No, por cierto, sino que las más se las fingen por dar sujeto a sus
versos y porque los tengan por enamorados y por hombres que tienen valor
para serlo. Y, así, básteme a mí pensar y creer que la buena de Aldonza
Lorenzo es hermosa y honesta, y en lo del linaje, importa poco, que no han
de ir a hacer la información de él para darle algún hábito, y yo me hago
cuenta que es la más alta princesa del mundo. Porque has de saber,
Sancho, si no lo sabes, que dos cosas solas incitan a amar, más que
otras, que son la mucha hermosura y la buena fama, y estas dos cosas se
hallan consumadamente en Dulcinea […] Y para concluir con todo, yo
imagino que todo lo que digo es así, y píntola en mi imaginación como la
deseo, así en la belleza como en la principalidad…”[6]
Notemos dos cuestiones. Los dos semas con los que construye a su dama
están explicitados dos veces: mucha hermosura y buena fama, belleza y
principalidad. A lo largo de toda la novela no va a poder decir mucho más que
esto de Dulcinea. Por otra parte, al compararse con los poetas que lo habilitan
en tal operación, utiliza el verbofingir, cuya etimología nos remite a la voz
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latina fingo- fingere, que significa modelar con arcilla, crear un objeto con
las manos. Como los hronir y los ur borgeanos, esos objetos duplicados del
mundo fantástico que se entrometen en el mundo real, esos objetos
“educidos por la esperanza”[7], Dulcinea hace su intrusión en el mundo.
Podríamos arriesgar, a partir de esta cita, que Don Quijote en realidad sabe
que Dulcinea no existe. Y que, así como no intenta probar el morrión
convertido en celada, tampoco busca probar la existencia de Dulcinea. Sin
embargo, pocas líneas más abajo, El Caballero de la Triste Figura va a
escribir una carta que tiene un destinatario, Dulcinea, y que debe ser
enviada. “El ferido de punta de ausencia y el llagado de las telas del
corazón”. Así comienza la carta que va a cambiar el destino de la aventura.
Va a cambiar el destino de la aventura porque Sancho mentirá muchas veces
a partir de aquí. La carta será doblemente olvidada por el escudero, olvidada
materialmente y diluida en su memoria. El mundo de los signos idénticos a
sí mismos lo expulsa, lo confunde, lo pone en encrucijadas sin salida. Para
llevar a cabo la encomienda, tiene que mentir, ser doblemente infiel, con su
señor y con el mundo de las cosas en el que está firmemente anclado. Y el
engaño de la carta tendrá consecuencias: porque Sancho, Frestón
improvisado, mago de emergencia, será el encantador de Dulcinea que
marcará el objetivo de la aventura en el segundo Quijote: desencantar a
Dulcinea.
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personajes del Segundo Quijote, así la carta detenta un tú ausente pero real
que es Dulcinea. “Realidad, como dice Foucault, que sólo debe al lenguaje
y que permanece por completo en el interior de las palabras. La verdad de
Don Quijote no está en la relación de las palabras con el mundo, sino en
esta tenue y constante relación que las marcas verbalestejen entre ellas
mismas”.[8] La ausencia de Dulcinea, prolongada en la escritura, en el
espesor de los textos, probada en el lenguaje, da cuenta de su existencia.
Dulcinea es en el mundo porque su ausencia llaga las telas del corazón de
nuestro héroe. Él lo dice. Y no necesitamos más. Dice Julia Kristeva que:
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El Segundo Quijote muestra el fascinante proceso de encantamiento de
Dulcinea. Es fascinante porque se trata de una operación invertida. No hay
un mágico encantador que troca lo trivial en sorprendente, lo zafio en
maravilloso, sino un rústico campesino capaz de convertir a una princesa
soñada en una labradora tosca que huele a ajos. Vale destacar que esta
operación sostiene todo el mundo de Don Quijote. Las evidencias con las
que se confronta son siempre evidencias encantadas, y como la magia ha
sido prevista por los libros de caballerías, los encantamientos funcionan
como pruebas de que los signos se asemejan a la verdad. Verdad metafórica,
poética que colabora y aumenta la configuración del mundo, que añade la
conveniencia a la novedad, la convicción a la sorpresa. Pero Dulcinea ha
sido encantada por Sancho, y esta transfiguración, esta metamorfosis, va a
ser utilizada, manipulada teatralmente por los personajes del Segundo
Quijote, todos lectores del Primer Quijote, con diferentes fines: la burla, la
diversión, el retorno del héroe a la cordura. El hidalgo no podrá escapar ya
de este laberinto de espejos. Enfrentado al juego infinito de las
representaciones, atrapado en un mundo falsificado, no sabrá cómo hacer
para desencantar a Dulcinea. Su universo se ha convertido en un
espectáculo de marionetas de donde no podrá ya rescatar a Dulcinea.
“…si hemos de dar crédito a la historia que del señor Don Quijote de pocos
días a esta parte ha salido a la luz del mundo…de ella se colige, si mal no
me acuerdo, que nunca vuesa merced ha visto a la señora Dulcinea, y que
esta tal señora no es en el mundo, sino que es dama fantástica, que vuesa
merced la engendró y parió en su entendimiento, y la pintó con todas
aquellas gracias y perfecciones que quiso…”[10]
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averiguación se ha de llevar hasta el cabo. Ni yo engendré ni parí a mi
señora, puesto que la contemplo como conviene que sea una dama…[11]
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seconcede el derecho de ser extraordinario”[12]. Y también la literatura,
podríamos agregar.
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Leer en Issuu.
BIBLIOGRAFÌA:
[4] RICOEUR, Paul: Metáfora viva. Ed. Cristiandad. Barcelona. 1998. Pág.
12
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[6] Ibid. Pág. 244
[7] BORGES, Jorge Luis. “Tlon, Uqbar, Orbis Tertius” en Ficciones. Ed.
Alianza. Madrid. 1998. Pág. 17
[8] FOUCAULT, Michel. Las palabras y las cosas. Ed. Planeta. Barcelona.
1984. pág. 55
[9] KRISTEVA, Julia: Historias de amor. Ed. Siglo XXI. México. 2004.
Pág. 243
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