Como los apóstoles, nos hicimos discípulos

“dejando barcas, redes,...” que nos pareció entonces

la mayor generosidad. Todo nos estimula al
seguimiento: las comunidades, los pobres, anunciar
a Cristo, la aventura de darnos...¡a la manera de
Jesús!. Hablamos que “sentimos” la vocación y
“nos seduce” la misión sacerdotal. Todo resulta
fascinante, todo es novedad y satisfacción,
¡queremos servir a los demás! porque nos “realiza”
y nos hace “sentir útiles”. Pero a menudo estas
motivaciones “centradas en uno mismo” no bastan
para la misión... como le sucedió a Pedro.

1. ¿Qué experiencias de “encuentro con Jesús” están en el origen de mi camino vocacional? Recordar personas,
ambientes, situaciones, actividades, sentimientos...
2. Intenta escribir las motivaciones, deseos, ilusiones que te impulsaron a entrar al Seminario...
3. A partir de tu situación vocacional actual: ¿Han cambiado aquellas motivaciones? Señala en qué aspectos y cómo
repercute en tu estado vocacional.
4. ¿Experimento que Jesús está en el CENTRO de mi vida o estoy aún YO?

Sin duda, llegan momentos en que

nuestro camino al sacerdocio y el
seguir a Jesús se desvanecen. La vida
de fe se desmorona ante las
dificultades y pruebas propias de la
formación, comienzan a invadir
miedos, insensibilidades, resistencias
que se oponen a una auténtica actitud
de discípulo de Jesús.
Experimentamos aridez en la
oración, amargura en el encuentro
con los demás, una oscuridad que
nos distancia de Jesús y de la misión.
Es la hora de “purificar
motivaciones” que nos empuja a la
misión, dejar nuestro orgullo
personal, comodidades, ¡hasta
aquellos principios o ideas que
empañan la experiencia de seguir a
Jesús!. Dios nos pide “entrar en Él
vaciándonos...”
1- ¿Cuáles son tus miedos ante la vocación sacerdotal?
2- ¿Existen ataduras que impiden obrar con fe y confianza
puestas en el Señor?
3- ¿Qué situaciones en tu vida reclaman una mayor liberación
según el Evangelio?
4- ¿Buscamos ser importantes o ser servidores a imagen de
Cristo Buen Pastor?