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Estamos aquí porque el proyecto C.A. de formar un Centro Misionero implica que haya una primera etapa de
formación en cada país. Esta es una condición para que haya candidatos en el Centro. Si queremos inaugurar
pronto este Centro, debemos contar con que se inicie las primeras etapas en nuestros países y en cada diócesis..
Por eso, pensamos que para iniciar este proceso debe haber equipo de formación que asuma este trabajo en cada
país.
En estos años en que espere que se de inicio a estos equipos… Me fui dando cuenta que faltaba un pequeño motor
de arranque para que pueda se pueda iniciar este trabajo de formación de la primera etapa. Por eso, hemos ideado
estos talleres pensando que si hay un primer núcleo de formadores en cada uno de nuestros países, ellos después
podrán desarrollarse y extenderse en cada diócesis.
Con este taller, deseamos echar las bases de unos pequeños equipos de formación de la primera etapa a
nivel nacional y también por diócesis. Por eso el taller se dirige a personas que sienten la vocación de ser
formadores y educadores y tienen la madurez para serlo.
Personalmente, me he puesto como objetivo realizar talleres en tres países este año: Honduras, Costa Rica y El
Salvador… para que se puedan conformar estos equipos de formación de la primera etapa..
- No es darles los temas así no más. Muchos han pedido el material de formación… en realidad me he
resistido en dárselo por dos motivos… primero es que no lo tengo todo escrito y corregido y segundo no
quisiera entregar algo que se vaya repitiendo como papagayos. Es más importante entender la lógica
subyacente a la formación que los temas mismos.
Además, sin despreciar la importancia de temas en la formación misionera, estoy convencido de que no
basta dar cursos y tener buenos talleres de formación y de espiritualidad misionera. No basta saber y decir
“qué”. Lo más importante es enseñar el “cómo” para crecer como misionero, es crear hábitos que permitan
un crecimiento y un fortalecimiento espiritual que le sirva de camino tanto al formando como en el misionero
en la acción.
El profeta enseñará a ser profeta, el misionero a ser misionero. Por lo tanto, el “maestro” o formador de
misioneros debe ser una persona que ha integrado bien su vocación misionera.
ELIAS…
Así como Elías, en el monte Horeb, después de mucho trabajo, de haber tenido que huir de Ajab y de
Jezabel que lo querían matar, después de releer su vida y su compromiso y de descubrir que siempre lo
había animado el celo por la Casa de Dios, después de su encuentro con Yavé en la paz, descubre que, en
ese momento de su vida, lo más importante es buscar y formar a otro que como él podría ser profeta de la
Alianza y elige a Eliseo como discípulo. Lo forma con el mismo amor a Dios que lo ha animado a él.
“Vuélvete por donde viniste atravesando el desierto y anda a Damasco. Tienes que establecer a Jazael
como rey de Aram, a Jehú como rey de Israel, y a Eliseo como profeta después de ti”. 1Re.1, 15-16, 19-21.
Elías tiene la vocación de crear una estructura social nueva… Jehú destruirá la familia de Ajab y
exterminará a los adoradores de Baal, Eliseo será el profeta que anunciará las Palabras de Yavé.
JESÚS
Jesús mismo, desde el comienzo de su acción misionera, se rodea de discípulos y los va formando como
apóstoles, para que sean pescadores de hombres (Marcos 1, 17). Tenemos la vocación de formar
multiplicadores.
Jesús es el maestro de aquellos hombres. Más que conocimientos, los va educando como maestro de vida
por su convivencia con ellos, con sus palabras y sus acciones. Les va abriendo los oídos y los va sanando
de sus cegueras (Marcos 10, 35-51 y Marcos 7, 31-37) El sordo es el símbolo viviente de aquellos que
tienen ojos y oídos, pero no ven ni oyen. Jesús como educador abre los ojos y los oídos.
Por fin, Jesús nos invita a “ir y hacer que todos los pueblos sean sus discípulos” Mt 28, 19. Somos
discípulos para hacer discípulos. A partir de este pasaje, una simple observación gramatical puede ayudarnos a
comprender el profundo lazo entre la Misión de los apóstoles con el tema del discipulado. En griego, este texto tiene
un solo imperativo — hagan discípulos — y tres participios: andando, bautizando, enseñando. Debemos concluir
entonces que el corazón del versículo no es “ir”, sino “hacer discípulos entre todos los pueblos”. El corazón de la
Misión no es salir, partir, anunciar el Evangelio, sino hacerse discípulo e invitar a los demás a lo mismo.
Somos discípulos del misionero por excelencia… no es de extrañar que nuestro discipulado no lleve a ser más
misioneros, y que nuestra vocación misionera nos lleve a ser formador de otras personas.
Por eso, empezaremos con una pregunta a la cual tendremos que buscar junto una respuesta…
- ¿Qué visión de la Iglesia sirve como base de sustentación de la misión? Y ¿En qué nos desafía hoy?
Me gustaría tocar aquí dos aspectos de la Iglesia que me parecen importantes rescatar en relación a su vocación
misionera:
Hoy está bastante extendido el sueño hermoso del Concilio Vaticano II de una Iglesia “Comunión
Para La Misión”. Cuando se habla de Iglesia “comunión para la misión”, se supone que en ella todos,
sacerdotes y laicos, hombres y mujeres, seamos una comunidad de evangelizadores y misioneros. Me
parece que este mismo sueño sustenta el plan misionero para A.C..
Porque el bautismo nos hace cristianos somos todos misioneros por igual. El ser misionero es el
sustantivo , el modo de serlo como laico o sacerdote es el calificativo . Por eso, es más justo decir
misionero laico, el misionero sacerdote o la misionera religiosa que laico misionero, sacerdote
misionero o religiosa misionera como si algunos lo fueran o otros no.
Es cierto que estas tensiones pueden ser fuerzas de crecimiento si se llevan bien, pero pueden ser
causas de estancamiento y división si se llevan mal. Esto plantea desafíos para la
formación misionera.
Desafíos para la formación:
- Los misioneros tienen que ser personas maduras humana – es decir, creativas y
no dependientes, ni sumisas ni autoritarias - y cristianamente – es decir,
capaces de discernimiento a la luz del evangelio y del magisterio.
- Personas que se dejan iluminar y guiar por el Espíritu.
- Personas capaces de poner el acento en lo que une a los misioneros, sean éstos sacerdotes o
laicos, hombres o mujeres.
- Personas que se sienten Iglesia y que viven su carisma misionero, sin ver antagonismos
entre los diferentes enfoques apostólicos.
- Personas con visión amplia y capaces de ver una complementariedad entre la pastoral
territorial y la misión en los nuevos areópagos del mundo.
- Personas que se dan cuenta que son portadoras de un mensaje profético, en parte siempre
contracultural.
- Personas que buscan las formas de ir encarnando la Buena Noticia del amor de Dios en
Cristo Jesús, de vivir como hermanos en Cristo e hijos del mismo Padre y de anunciar el
advenimiento de un mundo nuevo.
En esta perspectiva, la Iglesia, cuanto más inculturada y encarnada en cada cultura, tanto más colabora en
que sea universal y católica. Dadas las diferencias entre pueblos y culturas, la Iglesia va adquiriendo
diversos rostros y sólo puede ser “una” acogiendo la diversidad y favoreciéndola. Cuanto más favorece las
diferencias, tanto más universal es y cuanto más las acoge es más unida. Una unidad sin la diversidad,
sólo sería uniformidad. Eso no es catolicismo.
Cada Iglesia local para ser “Iglesia toda” tiene la responsabilidad de enviar misioneros para evangelizar y
para hacer efectiva la “comunión entre las Iglesias”. En este sentido, el documento de Aparecida está casi
enteramente orientado a dar a cada Iglesia y a la Iglesia Latinoamericana y Caribeña un rostro misionero.
Nuestra Iglesia tendrá este rostro si, como lo indica El Concilio Vaticano II, se sitúa ‘dentro’ del mundo, ni
encima ni abajo, sino en el seno de la sociedad, para ser su servidora, en una actitud de diálogo e de
búsqueda. Sin embargo, no basta situarse dentro del mundo. El ser humano es el camino de La Iglesia.
Hoy, más que nunca, ella debe descentrarse de sus cuestiones internas y ponerse en sintonía con las
grandes aspiraciones de la humanidad. El espacio estrictamente religioso e intraeclesial no agota la misión
de la Iglesia, signo e instrumento del Reino de Dios en el corazón de la historia. La Iglesia es, si me
permiten la comparación, como el camarín donde nos vamos preparando para salir a la cancha, a la otra
orilla. Allí donde se juega los grandes juegos de las relaciones humanas, sociales, políticas y económicas.
Dada la escandalosa realidad económica, política, social y cultural de nuestros días, cabe preguntarse,
desde el Evangelio, qué lugar debe ocupar la Iglesia dentro de este mundo. ¿Será solidario de quiénes?,
¿del mundo del 20% de privilegiados o de la mayoría excluida? O ¿Desde el mundo en él que la Iglesia
debe estar, ¿qué proyecto defender o apoyar en pro de un mundo de todos y no sólo de algunos?
Es verdad que el Documento de Aparecida dedica sólo algunos párrafos a la misión “ad gentes” (373-379),
sin embargo, con estos párrafos, reafirma la vocación de la Iglesia del Continente y de las Iglesias locales a
salir de sí misma para ir hacia otras culturas y religiones.
El que Aparecida ponga el acento en buscar hacer de las Iglesias Locales, Iglesia con estilo misionero, no
significa que niegue su vocación de salir al encuentro de otros pueblos. Siempre será necesario que haya
personas que salgan de sus fronteras y se hagan hermanos del Chino, del Europeo, del Africano y, de la
misma manera, nuestras Iglesias deben estar abiertas a recibir hermanos Chinos, Europeos y Africanos,
etc… viviendo así la interculturalidad y la fraternidad universal.
Los misioneros deben contribuir además a formar comunidades con rostro propio, nunca deben imponer un
modelo ajeno.
Me parece que esto da todo su valor al proyecto centroamericano… de Iglesias hermanas y de Centro
misionero, etc…